El capitán Barbalechuga Autor: Eva María Rodríguez Edades: A partir de 4 años Valores: tolerancia. Había una vez un capitán pirata al que todos llamaban Barbalechuga. En realidad, no tenía ninguna lechuga en la barba, ni tampoco tenía la barba de color verde. A este pirata le llamaban Barbalechuga porque era vegetariano y no había día que no comiera una o dos veces ensalada de lechuga. Barbalechuga comía todo tipo de verduras y frutas, legumbres y tofu. Y siempre había muchos alimentos de estos en el barco, aunque los otros piratas preferían comer otras cosas como carne y pescado. Además, Barbalechuga también comía cereales, huevos y leche. Los piratas de vez en cuando se burlaban de su capitán y le escondían el tofu y las legumbres para hacerlo rabiar. Pero le respetaban, porque aunque estaba un poco más flacucho de lo normal en un pirata, era un pirata valiente y fuerte. Un día, sin saber cómo, la carne y el pescado en salazón de las despensas del barco desaparecieron, y no había manera de que los peces picaran el anzuelo. Alguien había robado la comida a los piratas del Capitán Barbalechuga y había asustado a los peces. Y estaban en alta mar, sin viento para navegar. -
¿Qué
haremos
ahora?
-se
lamentaban
los
piratas.
Estaban muy lejos de cualquier puerto, y sin viento, el barco no podía avanzar. Barbalechuga les ofreció compartir su comida, pero los piratas dijeron que preferían seguir esperando a que algún pez picara. Mientras tanto, fueron comiendo cereales, huevos y leche, pero pronto se acabó. Viendo a sus hombres cada vez más débiles, Barbalechuga decidió preparar él mismo algo de comer para todos usando sus verduras y legumbres. Cuando los piratas se encontraron con aquel festín, ni se lo pensaron. En un abrir y cerrar de ojos se lo comieron todo. -
¡Uhm,
qué
bueno
está
esto!
-decían
mientras
devoraban
la
comida.
Al día siguiente, Barbalechuga volvió a preparar la comida, y los piratas volvieron a comer con apetito, y enseguida recuperaron las fuerzas. A los pocos días volvió el viento y pudieron navegar, por lo que emprendieron viaje al puerto más cercano para reponer víveres. Entonces, a alguien se le ocurrió preguntar: ¿Qué hemos estado comiendo estos días? La comida del Barbalechuga -respondió el capitán. ¿En serio? -dijeron los piratas, todos a la vez? Vaya, no era tan mala ¿verdad? -preguntó Barbalechuga.
- Carguemos más legumbres, frutas y verduras entonces! -dijeron los piratas. - Un momento, ¿No os gustaron las hamburguesas? -dijo el capitán. ¡Nos encantaron! -dijeron los piratas. - Pues vais a tener que cargar más tofu entonces -dijo el capitán. Los piratas se miraron los unos a los otros, extrañados. Después de unos segundos, se echaron a reír y dijeron: ¡Más tofu! Y así fue como los piratas del capitán Barbalechuga empezaron a comer de todo. Y, aunque no le quitaron el mote a su capitán, dejaron de burlarse de él. De la comida robada nunca se supo nada, aunque hay quien piensa que fue el propio capitán quien la escondió, cansado de burlas sobre su forma de comer, para darles una lección. Pero eso, solo son rumores.
Cuento del amor El bizcocho de la abuela Esther Esther era la abuela que todo niño desearía tener. Tenía el pelo blanco recogido en un gran moño y una cara de ángel que reflejaba su carácter bondadoso. Sus nietos pequeños disfrutaban de cada visita que ella hacía en las fiestas navideñas, cuando la casa se llenaba de aromas y platos deliciosos. Y es que Esther era muy buena cocinera, ¡la mejor! Había aprendido de su abuela y no había platillo que se le resistiera. Disfrutaba sobre todo haciendo pasteles y tortas para sus nietecitos, que la miraban con fascinación mientras ella cocinaba y les explicaba sus recetas. Un año la abuela llegó emocionada pensando hacer un bizcocho de chocolate para sus nietos, pero pronto se dio cuenta de que estos mostraban poco interés en ayudarla. – “Abuela preferimos salir a jugar”,- dijo el nieto. “Sí, mis amigas me están esperando para que les enseñe mi muñeca nueva”, – replicó la pequeña. La abuela se sintió triste de que sus nietos no quisieran ayudarla, pero se propuso hacer el mejor bizcocho que podía para sorprenderlos. Así fue como ideó una receta especial y se puso manos a la obra. Comenzó a mezclar todos los ingredientes: azúcar, huevos, harina, aceite, yogur, levadura, ralladura de limón, trocitos de nueces, chocolate y el ingrediente secreto, una dosis de mucho amor. Luego de un par de horas el bizcocho comenzó a oler y los nietos que se encontraban en el salón, se acercaron expectantes ante aquel dulce que olía tan bien. Estaban inquietos frente a la puerta cuando vieron salir un impresionante bizcocho navideño. Era un bizcocho inmenso, revestido de una capa verde de azúcar con la forma de un árbol de navidad. Encima habían colocados todo tipo dulces que decoraban el árbol como si fuesen adornos navideños. En el centro había un letrero de chocolate negro que decía: – “Para mis amados nietos por Navidad”. Los nietos se sintieron muy apenados de no haber ayudado a su abuela y corrieron a darle un fuerte abrazo. En lo adelante cada año la ayudarían a realizar un bizcocho como este, que fue declarado ese año como el postre de la Navidad.
Cuento sobre la solidaridad por: Stheve Valaisse Érase una hermosa perrita llamada Sendy. De un momento a otro enfermó. Sus dueños decidieron deshacerse de ella arrojándola a la calle. Sendy sola y abandonada cojeaba buscando el camino a casa, pero jamás la encontró. Pasaron cerca de dos semanas. Sendy cobijada entre cartones viejos, hambrienta y sedienta recordaba los bellos momentos que pasó junto a sus dueños y los hijos de ellos. Sendy lloró al recordar y llorando se quedó dormida.
Cuento de responsabilidad El robot que hacia los deberes Autor: Eva María Rodríguez Edades: A partir de 6 años Valores: responsabilidad, arrepentimiento, aprendizaje A Sergio no le gustaba nada tener que hacer los deberes del colegio. Así que un día tuvo una idea: construir un robot que hiciera los deberes por él. Tras mucho trabajar, Sergio consiguió adaptar un viejo robot camarero en un robot hace-deberes. La tarea le llevó toda la tarde. Cuando acabó, Sergio se sintió muy orgulloso de su trabajo. -Te llamaré DeberixPlus -dijo Sergio. -Me gusta -respondió el robot. A Sergio no le costó mucho adaptar a DeberixPlus a su nueva función. Como camarero, el robot ya tenía habilidades para escribir. En la cabeza le colocó una gran bombilla que se iluminaba cada vez que el robot solucionaba un problema o tenía una idea. -Lo mejor son tus patines, montón de latón -le dijo Sergio al robot-. Con ellos podrás ir súper-rápido a buscar las cosas que necesites para hacer las tareas. -¿Qué tarea tenemos para hoy? -preguntó DeberixPlus. -¡Es cierto! ¡Los deberes! -exclamó Sergio-. Toma, aquí tienes. Hazlo mientras me doy una ducha y ceno un poco. Con tanto trabajo he olvidado merendar y estoy hambriento. Al día siguiente Sergio fue al cole con sus deberes hechos por DeberixPlus. Pero cuando la maestra los corrigió vio que había muchos fallos y que estaba todo muy mal escrito. Esto disgustó mucho a la profesora y le mandó repetirlo. Cuando Sergio regresó a casa regañó severamente a DeberixPlus.
-Hiciste mal la tarea, zoquete -dijo Sergio-. Más te vale esforzarte más esta tarde. Pero al día siguiente al tarea volvía a estar mal, con muchos errores y con muy mala presentación. La maestra, pensando que Sergio estaba tomándole el pelo, le dijo que tenía que repetir todo y que, si no lo hacía bien, tendría que ir al colegio a hacer los deberes por las tardes. Cuando Sergio llegó a casa llamó a DeberixPlus y, muy enfadado, le dijo: -A ver, montón de chatarra, ¿se puede saber qué pasa con mis deberes? DeberixPlus no entendía por qué Sergio estaba así. -¿No dices nada? -preguntó Sergio-. Haz bien mis deberes o te llevaré a desguace. DeberixPlus hizo los deberes todo lo bien que pudo, pero al día siguiente, cuando Sergio abrió el cuaderno, vio que aquello estaba aún peor que las últimas veces. Así que tuvo que quedarse por la tarde a hacer los deberes del día y a repetir todo lo que estaba mal los días anteriores. Ya en casa, Sergio llamó a DeberixPlus. -Los deberes que me hiciste ayer son un desastre -dijo el muchacho-. ¿Es que no sabes nada? -No mucho, la verdad -respondió DeberixPlus-, pero aprendo rápido.
Sergio se dio cuenta de que el que no había hecho un buen trabajo era él. -Lo siento, DeberixPuls. Te he regañado demasiado sin darme cuenta de que debía haber comprobado lo que sabes. No pasa nata. Te convertiré en mi compañero de estudios para que aprendas. Seguro que enseñándote a ti será mucho más divertido hacer los deberes
Cuento sobre el respeto Hadas buenas, malas y felices escrito por: Amanda Peña y Fernanda Vasquez Hay hadas buenas, hadas malas y hadas felices, pero cada una tiene un sentimiento. El hada buena siempre le pasaban cosas buenas, pero un día le ocurrió algo muy muy malo. Una mañana, el hada buena llamada Anais, estaba con sus amigas tomando el té y de pronto llegó el hada mala llamada Valentina; que fue a destruir su casa y le lanzó un hechizo.