Breve Curso De Introduccion A La Liturgia 3j68c

PROLOGO

Este breve curso esta pensado para los alumnos de seminarios, catequistas u otras personas interesadas en descubrir el interesante y profundo mundo de la Liturgia Romana de la Iglesia Católica. Su corta extensión hace necesaria, para los que quieran adentrarse en el Misterio de las celebraciones litúrgicas, una mayor dedicación de tiempo y esfuerzo en cuanto al estudio de otras obras sobre Liturgia y, además, el vital requisito de una intensa vida espiritual y de oración, y de una saludable participación en los sacramentos de la Iglesia, esto es: comenzar a vivir la Vida Litúrgica de la Iglesia. Encomiendo a Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, a cuyo ejercicio sacerdotal nos unimos con la Liturgia de la Iglesia, los frutos de esta pequeña obra, que se la ofrezco y dedico a la Santísima Virgen María, madre de todos los sacerdotes del mundo entero. Totus Tuus, María.

R.P. Francisco Rubio, IVE.

INTRODUCCIÓN 1. Evolución y Etimología del término “liturgia” El término liturgia que hoy se emplea en sentido casi exclusivamente cultual, es una palabra que ha sido usada en distintos sentidos a través de la historia y a través de las culturas. Etimológicamente significa obra pública, ya que está compuesta de dos vocablos griegos: ergos (obra) y leiton (adjetivo derivado de leos-laos = pueblo) En el uso civil griego se empleaba para designar los servicios que prestaban los ciudadanos acomodados en beneficio de la comunidad (servicio gratuito y oneroso). Con el tiempo vino a usarse para todo aquello que se relacionaba con el bien común: servicio militar, la agricultura, etc. (incluso si era pagado). Desde el siglo II antes de Cristo se aplicó también al servicio de los dioses (sentido cultual). En la versión de los LXX (traducción greco-alejandrina del Antiguo Testamento) leiturghia, y sus derivados se refiere al culto levítico en el tabernáculo en nombre del pueblo. Algunas veces designa el culto espiritual (Is 61, 6). Para traducir el culto en general o el realizado por el pueblo se emplean los términos latreia y douleia. Así se llega a diferenciar rito (el servicio levítico) y culto del pueblo, distinción que no existe en el texto hebreo. En el Nuevo Testamento es poco frecuente el término liturgia (sólo aparece 15 veces) y su significado es muy diverso: a) culto ritual del A.T: (Lc 1, 23; Heb 8, 2-6; 9, 21; 10, 11) b) servicio oneroso aplicado a la caridad (Rm 15, 27; 2 Cor 9, 12; Flp 2, 25-30); y al servicio de los ángeles (Heb 1, 7-14) c) culto espiritual de los cristianos (Rm 5, 16; Flp 2, 17) d) culto ritual cristiano (Hch 13, 2) Este término en la Iglesia primitiva era considerado poco adecuado para expresar la riqueza del culto cristiano y los primeros escritores cristianos insisten en que liturgia es la obra de Dios a favor de los hombres que participan en el culto, obra de Dios que está presente y actúa en Jesucristo y en su Espíritu. Sólo después este término comenzó a significar distintas cosas: Eucaristía, el servicio de los ángeles, de los santos, el oficio y misión de los apóstoles, el servicio cultual del obispo, de la Iglesia, un servicio sagrado, y sobre todo, los oficios divinos: el bautismo, la salmodia, etc. A partir del siglo XVIII, gracias a Muratori, liturgia incluye el concepto de culto abarcando así a la Misa y a los sacramentos, y se emplea cada vez más como sinónimo de culto divino. En el siglo XIX aparece en documentos magisteriales. El CIC de 1917 lo insertó oficialmente en sus cánones: 447 y 1257. El C.V.II lo consagró en la Constitución Sacrosanctum Concilium. Según esto el significado de liturgia ha evolucionado de este modo: servicio en favor del pueblo, culto pagano, culto ritual hebreo, culto espiritual y ritual cristiano, culto oficial de la Iglesia.

2. “Ejercicio del Sacerdocio de Cristo” El Papa Pío XII en la Encíclica Mediator Dei (1947) define a la liturgia como: “ejercicio del sacerdocio de Cristo”, “continuación del oficio sacerdotal de Cristo”; como “el culto público que nuestro Redentor, Cabeza de la Iglesia, tributa al Padre Celestial y que la comunidad de los fieles tributa a su Divino Fundador y por medio de Él al Padre”; y como “el culto público íntegro del Cuerpo Místico de Cristo, Cabeza y ”. Y el C.V.II en la Constitución Sacrosanctum Concilium (n. 7) afirma: “Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos significan y cada uno a su manera realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y los , ejercen el culto público íntegro”.

3. Definición real de liturgia Podría definirse liturgia, entonces, como: la acción sacerdotal de Jesucristo, continuada en y por la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo, por medio de la cual actualiza su obra salvífica a través de los signos eficaces, dando así culto perfectísimo a Dios y comunicando a los hombres la salvación.

BOLILLA I

EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA 1. EL SACRIFICIO, ANTIGÜEDAD Y UNIVERSALIDAD La palabra sacrificio proviene del lat. Sacrificium; palabra compuesta a partir de dos vocablos: sacra y fácere (hacer), y significa “hacer sagrada” una cosa. Es decir, que una cosa se hace sagrada cuando se ofrece a Dios, sustrayéndola del uso humano, y se destruye de alguna manera. La condición limitada del hombre le ha llevado siempre a buscar remedio a su indigencia en la ayuda de alguien superior, prolongándose esta búsqueda a través del tiempo y de las culturas. El sacrificio ocupa un lugar privilegiado en todas las religiones antiguas y en todos los pueblos creyentes. Ya desde la época de los primeros padres y sus descendientes Caín y Abel vemos que ofrecían a Yavéh, como oblación, los frutos del suelo y los primogénitos de sus rebaños (Gn. 4, 1-4). Dentro de los ritos de las distintas religiones se han ofrecido sacrificios a sus dioses sea para rendirles homenaje, hacerlos propicios, satisfacerlos, o para protegerse contra su cólera y preservarse de influencias peligrosas o dañinas. Estos sacrificios implicaban ordinariamente la destrucción de un objeto o de un ser vivo, y aún podemos observar estos ritos en las distintas creencias de la humanidad.

2. LOS SACRIFICIOS BÍBLICOS EN GENERAL 2.1 La sangre de la Alianza La intervención salvífica de Yavéh a favor de su Pueblo concluyó en el monte Sinaí (u Horeb) mediante la Alianza. La Alianza tuvo tanta importancia, que así como el éxodo fue el acontecimiento determinante en la historia de Israel, la alianza fue la institución fundamental que reguló las relaciones entre Israel y Yavéh. La conclusión de la alianza se realizó mediante un rito sagrado ( Ex. 24, 1-18). Este rito tuvo dos partes: un rito de sangre y un banquete sacrificial o de comunión. Moisés después de leer al pueblo los compromisos que adquiría con Yavéh, construyó un altar y doce estelas, y mandó que unos jóvenes ofrecieran holocaustos y sacrificios de comunión. Tomó la mitad de la sangre de los animales sacrificados y la derramó sobre el altar. Después de leer el libro de la Alianza, roció con la otra mitad de la sangre al Pueblo y dijo: “Esta es la sangre de la Alianza que Yavéh ha hecho con vosotros” (Ex. 24, 6-8). Por esta Alianza Dios tenía la voluntad de adoptar a Israel como hijo y comunicarle parte de su vida (los hebreos identificaban la sangre con la vida). Los lazos que la sangre crea entre un padre y un hijo son los mismos que Yavéh contraía con su Pueblo mediante la Alianza.

Al rito de la sangre siguió un banquete sacrificial entre Dios y los representantes del Pueblo (Ex. 24, 9-11), que no tuvo carácter expiatorio, sino que fue un banquete de alianza, de comunión. 2.1.1 Connotaciones Eucarísticas El Pueblo de Dios quebrantó muchas veces la Alianza, y así Dios después de llamarle a la conversión, anunció por sus profetas una nueva y definitiva alianza (Jr. 31, 31-34). La Eucaristía es esa nueva y definitiva Alianza, fue instituida como un rito de Sangre por Jesucristo: “éste cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre” (Lc. 22, 20; 1Cor 11, 25) y un banquete de comunión de su propia Carne (de Sí mismo): “Tomad y comed: esto es mi Cuerpo”. Hay que notar, también, que el binomio carne-sangre del Sinaí aparece en la promesa y en la institución de la Eucaristía. 2.2 El sacrificio del “Siervo de Yavéh” Los “Cánticos del Siervo”, designan como “Siervo de Yavéh” al personaje que aparece en los siguientes textos isayanos: Is. 42, 1-7; 49, 1-6; 50, 4-9; 52, 13-53, 12. Este personaje es un elegido por Dios para una misión altísima, a la que se entrega totalmente, de ahí el nombre de “Siervo”. Su vida es absolutamente limpia e inocente, por lo cual es agradable a Dios. Su actitud respecto a los demás es humilde y respetuosa. Su misión, semejante a la de los profetas, es universal. Pero el rasgo fundamental es su relación con los pecados, de los que se ha hecho víctima expiatoria; siendo inocente carga con los pecados de todos (los muchos de Is. 53, 1112 significa, por sinécdoque, todos); después de sufrir entrega su vida “como sacrificio de expiación” (eso significa la voz hb. asham: Is. 53, 10). Dios acepta ese sacrificio: fuimos curados por sus llagas. A pesar de morir, sobrevivirá y recibirá la gloria de reconquistador y tendrá como posesión las muchedumbres (todos). 2.2.1 Connotaciones Eucarísticas Jesucristo se presenta como “Siervo de Yavéh” en las tres profecías sobre su muerte. En el relato de la institución de la Eucaristía de San Mateo se hace mención explícita a Isaías cuando se dice que su Sangre es derramada: “por muchos” (Mt. 26, 28). San Pablo (1 Cor. 11, 24; 1 Tm. 2, 6; Hb 2, 9) y la primera comunidad cristiana entendían que “muchos” eran todos, por eso usa “todos”. En Ap. 1, 5-6 y Tt. 2, 4 Jesucristo aparece como "Siervo de Yavéh” y “Víctima Expiatoria”.

2.3 El Sacrificio del Gran Día de la Expiación Entre los sacrificios de los israelitas puede mencionarse los holocaustos, los sacrificios pacíficos y los sacrificios de expiación. El holocausto consistía en quemar completamente la carne de la víctima y la sangre se derramaba sobre el altar (Lv. 1, 2-9; 2, 1-3). Originalmente tuvo un sentido latréutico (Gn. 8, 20); más tarde se convirtió en sacrificio expiatorio (Lv. 1, 4).

Los sacrificios pacíficos o de comunión eran aquellos en los que la víctima era compartida entre Dios y el hombre, la parte que correspondía a Dios se quemaba sobre el altar; el resto era comido por el oferente y su familia (Dt. 12, 26-27), salvo la parte que correspondía al sacerdote. Simbolizaba la unión entre Dios y los participantes. Tenían carácter festivo y alegre (1 S. 1, 3ss; 1R 1, 9ss). El ritual está descrito en Lv. 3. Existían dos clases de sacrificios expiatorios: los ordinarios y el extraordinario del día del Yom Kippur. Los ordinarios se ofrecían por las faltas involuntarias, mientras que para los pecados voluntarios estaba el extraordinario del “Día de la Expiación”. El día de la Fiesta del Yom Kippur, el Sumo Sacerdote ofrecía el sacrificio y derramaba la sangre de la víctima por los pecados propios, por los de la casta sacerdotal y por los del Pueblo. El ritual se describe en Lv. 16, 11-33. Después del sacrificio se cogía un macho cabrío. Se ponían las manos sobre él para traspasarle los pecados y luego se lo llevaba al desierto donde moría cargado por los pecados de Israel; no lo sacrificaban porque al estar cargado de los pecados era impuro. El pecado rompía con el amor condescendiente de Dios, a modo de adulterio y el abandono de la casa paterna por un hijo, el sacrificio expiatorio restablecía el amor nupcial y el amor filial. 2.3.1 Connotaciones Eucarísticas El sacrificio era hecho por un Sumo Sacerdote, que usa sangre, lo hace para expiar los pecados y obtiene el perdón. A la luz de la Carta a los Hebreos, ese Gran Sumo Sacerdote es Cristo, que con su propia Sangre, ofrecida como expiación por los pecados de todos los hombres, restaura la Alianza rota por el pecado. Jesucristo realizó cruentamente ese Único Sacrificio agradable a Dios en el Altar de la Cruz, y lo actualiza en todos los altares de su Iglesia en todos los tiempos.

2.4 El sacrificio profetizado por Malaquías (1, 1-14) El profeta Malaquías ve en Israel una situación de relajación religiosa, ocurrida hacia principios del siglo V a.C., por tanto, reclama los derechos de Dios, echa en cara al pueblo sus pecados y recrimina a los sacerdotes porque no instruyen al pueblo, dejan crecer los abusos y ellos mismos desestiman las cosas sagradas. De parte de Dios, anuncia para los tiempos mesiánicos un sacrificio que será ofrecido a Dios en todas partes y le será agradable. El sacrificio nuevo que anuncia Malaquías es un sacrificio ritual, no meramente espiritual, porque emplea los mismos términos del sacrificio levítico, que era ritual. La expresión: “mi nombre es grande entre las naciones” (Ml. 1, 11b), solo puede significar el reconocimiento del verdadero Dios por los gentiles (el término que emplea hb. gogin = nación, designa a los no-hebreos). Se insiste, también, en la universalidad de ese sacrificio: “en todo lugar, desde donde sale el sol hasta el ocaso” (Ml. 1,11a.c), en cambio el sacrificio levítico se realizaba sólo en el Templo.

2.4.1 Connotaciones Eucarísticas La tradición litúrgica, patrística y teológica ha visto siempre en el oráculo de Malaquías una profecía eucarística. Es doctrina auténtica del Concilio de Trento proponer a Malaquías como preanuncio del sacrificio eucarístico (D. 1738-937-a). El único sacrificio que se realiza en todo lugar y que se ofrece al Nombre de Yavéh, es el Sacrificio Eucarístico.

2.5 El sacrificio de Melquisedec Melquisedec aparece en Gn. 14, 13-20. Antes de bendecir a Abraham, presentó pan y vino, porque era sacerdote del Dios Altísimo. Ciertamente el presentar pan y vino, y el hecho de ser sacerdote no ofrecen argumentos decisivos para el sentido sacrificial. Sin embargo, en este texto la interpretación eucarística cobra una especial fuerza a la luz de Hb 5-7, puesto que Melquisedec es figura de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, porque era sacerdote del Dios Altísimo y porque no tiene genealogía. Además Jesucristo es llamado sacerdote según el orden de Melquisedec (Hb 5, 6; cf. Sal. 110, 4). Ahora bien, los Santos Padres, junto a la tipología sacerdotal de Melquisedec, han visto en el pan y vino la materia del sacrificio que él ofreció y, por tanto, una figura profética de la Eucaristía. El Canon Romano relaciona estrechamente el sacrificio eucarístico y el de Melquisedec. El Concilio de Trento (Ses. XXII, c. I: D. 1740-938) enseña que Jesucristo, declarándose a Sí mismo constituido Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec, ofreció su Cuerpo y su Sangre a Dios Padre, bajo las especies de pan y vino.

2.6 El maná El libro del Éxodo (16, 2-5. 9-16. 31. 35) habla de un alimento milagroso con el que Dios alimentó a su Pueblo en el desierto, era el manna, que literalmente en hebreo significa: ¿qué es esto? 2.6.1 Simbolismo Eucarístico Jesucristo se refirió ampliamente al maná en Jn. 6, donde los temas del Éxodo están ampliamente presentes en la multiplicación de los panes: están en el desierto, les da a comer un pan milagroso, estando cerca de la Pascua; y están en conexión con la promesa Eucarística. El maná que dará Jesucristo es nuevo y espiritual, es pan de Dios que da vida al mundo, es Jesucristo, es su Carne y su Sangre. Jesús mismo ha querido vincular el maná con la Eucaristía como una figura profética de ésta.

3. EL SACRIFICIO DE LA NUEVA ALIANZA 3.1 Cuerpo y Sangre entregados como sacrificio expiatorio La interrelación Cuerpo-Sangre, entregado-derramada, de los relatos de la institución de la Eucaristía dejan oír el eco del contexto del Siervo de Yavéh de Isaías 53, que entrega su vida por las muchedumbres, semíticamente “por los muchos” (por todos). Lucas y Pablo en

la fórmula del pan y vino van a usar una expresión idéntica en significado, pero más inteligible para sus destinatarios: “por vosotros”. Este Siervo es invitado a darse a sí mismo en expiación (cf. Is. 53, 10b); y “por su conocimiento justificará a muchos” (Is. 53, 11b.c) porque “él llevó el pecado de muchos e intercedió por los rebeldes” (Is. 53, 12e.f). Este trasfondo veterotestamentario conduce a la existencia de una víctima inmolada, porque sólo así podían existir separados el cuerpo y la sangre. Según esto, el sentido que Cristo da a lo que está realizando es claro: la victimación de Sí mismo o, si se prefiere, el carácter sacrificial de la Eucaristía que está instituyendo. La alusión al Siervo de Yavéh en los relatos de la institución eucarística de Mateo y Marcos parece innegable, porque ambos utilizan “por muchos”; y este Siervo da su vida en favor de “los muchos”. Por otra parte, las partículas hebreas uper y peri (por) que anteceden a “muchos” en Mateo y Marcos, son propias de los sacrificios expiatorios ofrecidos a Dios por los pecados. Además, al hablarse de Alianza Nueva, se confirma el sentido expiatorio del sacrificio eucarístico porque los rabinos del tiempo de Jesús interpretaban la Alianza del Sinaí en ese mismo sentido, aunque originariamente no lo tuvo.1

3.2 Sangre de la Nueva Alianza Jesucristo es la Víctima que avala la Nueva Alianza (Is. 42, 6; 49, 8). Él mismo asevera el carácter expiatorio de su sacrificio cuando dice de la copa de Su Sangre: “Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt. 26, 27.28). El carácter sacrificial se confirma también por la relación directa que hizo Jesús de la Sangre del cáliz de la institución eucarística con la Sangre de la Cruz: “…es derramada”. La Alianza del Sinaí quedó sellada con la aspersión que realizó Moisés sobre el Pueblo con la sangre de las víctimas inmoladas a Yavéh (Ex. 24, 8; cf. Hb. 9, 18-21). La Sangre de Cristo sella la Nueva Alianza (Lc. 22, 20; 1 Co.11, 25: Hb. 9, 15) de la que habla el profeta Jeremías (31, 31). Esta Nueva Alianza cancela y sustituye la que realizó Moisés, y es definitiva (eterna) porque los hombres no la podrán romper (cf. Jr. 31, 32).

4. LA SANTA MISA La Santa Misa es “el acto principal del culto divino, el punto culminante y el centro de la religión cristiana” (Pío XII)2. Es un sólo acto de culto que consta de dos partes: la primera en torno de la Palabra de Dios, y la segunda que es la principal, en torno a la Eucaristía y al Sacrificio. Es un acto de Cristo y de la Iglesia. De Cristo, pues es el Sacerdote oferente y la Víctima, y quien comunica su eficacia cultual y santificadora al sacrificio, y el que confiere a la 1 2

A. Díaz Macho. Las palabras de la consagración eucarística. “Cultura Bíblica” 32 (1975) 23. En El Santo Sacrificio de la Misa, Alfredo Sáenz, © 2000 by Ediciones Gladius, Introducción p. 8.

Eucaristía un carácter público, universal y cósmico. De la Iglesia, que cumple su oficio de sacerdote y hostia, ofrece el sacrificio al Padre y se ofrece a sí misma. Junto a Cristo da gracias al Padre en el Espíritu Santo. Por este motivo ninguna misa es acción privada. La Santa Misa es el centro de la vida eclesial universal y local, y de la vida de todo cristiano. El sacrificio de Cristo es la cumbre a la que se encamina al Antiguo Testamento y la misma vida de Cristo; la última etapa, entre Pentecostés y la Parusía es consecuencia y vivencia eclesial de ese sacrificio. Este sacrificio es el centro de la Historia de la Salvación, de ahí la importancia de la Eucaristía y la Santa Misa. La Iglesia vive de y para la Eucaristía, toda su acción, ministerios y actividades derivan de ella y a ella se ordenan; incluso los otros sacramentos, porque la Eucaristía es el centro de todo.

4.1 Otros Aspectos Fundamentales La Misa es simultáneamente sacrificio en el que se perpetua el sacrifico de la Cruz, memorial de la muerte y resurrección del Señor, banquete sagrado y anuncio escatológico. 4.1.1 La Santa Misa es Sacrificio El Santo Sacrificio de la Misa es el mismo sacrificio de la Cruz, aunque sin derramamiento de sangre. Es una y la misma la Víctima ofrecida y sacrificada, y uno y el mismo es el Sacerdote que ofrece; uno y el mismo el acto oblativo que se perpetua en cada Misa. En la Misa Cristo es el Sacerdote principal, y el papel del sacerdote que celebra es actuar en persona de Cristo, haciendo sus veces; por eso, cuando consagra dice: “esto es mi Cuerpo”, y no “esto es el Cuerpo de Cristo”. La acción sacrificial se realiza en el momento de la Consagración donde se representa místicamente la separación del Cuerpo de la Sangre de Cristo que se efectuó realmente en el sacrificio de la Cruz. Esto se representa por el hecho de que el sacerdote consagra separadamente el pan y vino: al consagrar el pan se hace directamente presente el Cuerpo de Cristo, y al consagrar el vino se hace directamente presente la Sangre de Cristo. Cuerpo por un lado y Sangre por otro significa derramamiento de sangre. El sacerdote, al consagrar las especies de pan y vino, separa “con tajo incruento el Cuerpo y la Sangre del Señor, usando de su voz como de una espada”.3 4.1.2 La Santa Misa es Memorial Es memorial de la muerte y resurrección del Señor que dijo: “haced esto en memoria mía” (Lc. 22, 19; 1 Co. 11, 24-25). Estas palabras han sido interpretadas auténticamente por el Concilio de Trento (Ses. XXII, c. 2), el cual ha visto en ellas una doble realidad: la colación del sacerdocio a los Apóstoles y el mandato de que ellos y sus sucesores ofrecieran perpetuamente el Cuerpo y Sangre de Cristo. Esta interpretación aclara el verdadero alcance del memorial eucarístico: no se trata de la mera conmemoración de un hecho pasado, ni de una actualización de la acción salvífica realizada por Cristo en la Cruz, sino de la realización del mismo sacrificio redentor de la 3

San Gregorio Nacianceno, Enchiridium Patrísticum 171.

Cruz. Lo que Cristo hizo en la Última Cena fue el Sacrificio Sacramental de la Cruz, y eso mismo es lo que manda que hagan los Apóstoles. Las expresiones “esto es mi Cuerpo” y “esta es mi Sangre” comportaron el sacrificio y la presencia real de Cristo como Víctima, la entrega real y la participación real de los Apóstoles en la misma; incluso cuando el Sacrifico de la Cruz estaba por realizarse. Después de su muerte y resurrección, el sentido de memorial de la Eucaristía alcanza su sentido exacto: se trata de la conmemoración del Sacrifico Redentor cruento que se hace real, actual pero sacramentalmente presente en todas las latitudes, culturas y situaciones, desde la Pascua hasta la Parusía final, posibilitando a todos los hombres poder insertarse en su eficacia salvífica al participar de la misma Víctima.

4.1.3 La Santa Misa es Banquete Sagrado En la religión hebrea existían comidas sagradas. Por ejemplo, en la ratificación de la Alianza con Dios, el texto del Éxodo nos refiere una doble tradición: una, que describe al sacrificio como rito esencial de la alianza, y otra, que muestra la expresión de la alianza en la comida (Ex. 24, 1-18). En esta cita, además, se ve que a pesar de haber visto a Dios no murieron, sino que comieron y bebieron. A la visión de Dios se junta la comida que confirma la introducción en la intimidad divina. En el libro del Deuteronomio (12, 5-7) podemos constatar que los sacrificios debían ser ofrecidos en un santuario elegido por Dios y, en el mismo lugar consagrado a Dios, se tenían también las comidas. Además, quería Dios que en las comidas sagradas se viva una intensa alegría (Dt. 14, 26); así en la profusión de una comida óptima Dios revela su designio fundamental de hacer feliz al hombre. La Eucaristía es el banquete de la vida eterna. Es el sacrificio de la Nueva Alianza, pero también es la comida que da los máximos bienes al hombre: cf. Jn. 6, 33. 48. 50. 51. 54; es la comida que nos une directamente con Dios en la más íntima unión: cf. Jn. 6, 56; 15, 4-5; 17, 21-23. Esta unión con Dios, Sumo Bien y fuente de toda bondad, es la que colma plenamente de verdadera alegría el corazón humano. La Eucaristía es comida y sacrificio que Cristo ofreció en el Cenáculo, lugar señalado por Él; y que se ofrece por donde quiera que la Iglesia celebre la Santa Misa, tal como lo anunció Yavéh (cf. Ml. 1, 11). 4.1.4 La Santa Misa es Anuncio Escatológico En la parte llamada “Apocalipsis” del libro del profeta Isaías, la felicidad reservada por Dios a la humanidad está representada por un banquete suntuoso que está preparado para “todos los pueblos”, se aniquilará la muerte y Dios enjugará toda lágrima (cf. Is. 24, 23c; 25, 6-9). El Reino de los Cielos es representado también por una parábola de un banquete nupcial (Mt. 22, 2-14), que recuerda la alegría dada por Cristo en las bodas de Caná y la promesa de Jesús a sus discípulos en la Última Cena de que comerían y beberían a su mesa en su reino (cf. Lc. 22, 28-30). El banquete eucarístico es imagen del banquete celestial, el que Jesús ha evocado anunciando que volvería como el señor a su retorno de la boda y que hace sentar a la mesa a

los siervos y les sirve (Lc. 12, 35-40). El personaje central de este banquete es el Esposo de la boda, como lo demuestra la parábola de las vírgenes prudentes (Mt. 25, 1-13). Jesús, el Cordero de Dios, es el Esposo, la Iglesia es la Esposa (cf. Mt. 9, 15; Jn.3, 28-29; Ap. 19, 7-8; 21, 9-11; 2 Co. 11, 2). El Esposo es el que da de beber el verdadero vino de bodas (Jn. 2, 9-11); y Jesús espera el día en que va a beberlo nuevo con sus discípulos en el Reino de su Padre (cf. Mt. 26, 29). La Iglesia, con la Eucaristía, también espera ansiosa aquel día (cf. 1 Co. 11, 26), día en el que serán “Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap. 19, 9).

4.2 Estructura de la Santa Misa La Santa Misa podemos decir que consta de dos partes: Liturgia de la Palabra y Liturgia Eucarística, tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un solo acto de culto. Van precedidas de una preparación llamada Ritos Iniciales; y todo termina con los Ritos Finales. 4.2.1 Ritos Iniciales a) Canto de Entrada a.1) Procesión de Entrada a.2) Veneración del Altar - Inclinación Profunda - Beso del Altar - Incensación del Altar b) Saludo c) Acto Penitencial d) Kyrie e) Gloria f) Oración Colecta 4.2.2 Liturgia de la Palabra a) Lecturas b) Cantos Interleccionales b.1) Salmo Responsorial o Gradual b.2) Aleluya b.3) Secuencias c) Homilía d) El Credo e) Oración de los Fieles o Universal 4.2.3 Liturgia Eucarística a) Preparación de los dones a.1) Presentación de las Ofrendas a.2) Fórmulas de Presentación del Pan y el Vino a.3) Lavatorio de manos a.4) Oración sobre las Ofrendas

b) Plegaria Eucarística b.1) Acción de gracias b.2) Aclamación b.3) Epíclesis b.4) Narración de la Institución y Consagración b.5) Anámnesis b.6) Oblación b.7) Intercesiones b.8) Doxología Final c) Rito de la Comunión c.1) Oración dominical c.2) Rito de la Paz c.3) Fracción del Pan c.4) Inmixtión o mezcla c.5) Cordero de Dios c.6) Preparación privada del sacerdote c.7) El sacerdote muestra el Pan Eucarístico c.8) Distribución de la Comunión c.9) Oración después de la Comunión 4.2.4 Rito de Conclusión a) Saludo y Bendición Sacerdotal b) Despedida

BIBILOGRAFÍA: -

Iniciación a la Liturgia de la Iglesia, J. A. Abad – Manuel Garrido O. S. B., Ediciones Palabra, S.A., 1988, Parte Segunda, Capítulo III, pp. 239-288. Ordenación General del Misal Romano, Capítulo II, nn. 24-57, del Misal Romano, Coeditores Litúrgicos, 1994.

BOLILLA II

PRINCIPALES SIGNOS LITÚRGICOS EN LA SANTA MISA 1. CLASES DE SIGNOS LITÚRGICOS Prescindiendo de los signos sacramentales y cuasi sacramentales, podemos distinguir cuatro clases de signos litúrgicos: los que se relacionan con los gestos y actitudes del cuerpo humano, los que se relacionan a los elementos que se emplean para la celebración litúrgica; los que dimanan de los lugares sagrados; y los que derivan de las personas que actúan en las acciones litúrgicas. Ahora, revisaremos las dos primeras clases. 1.1 Signos relacionados con los gestos y actitudes del cuerpo humano4 Todo acto verdaderamente humano brota de la totalidad del hombre (de su unidad compuesta de alma y cuerpo). Así, los sentimientos se traducen espontáneamente en gestos y actitudes corporales, y los gestos y actitudes provocan, intensifican o explicitan las actitudes internas. Los signos litúrgicos pueden ser utilitarios (vg. lavarse las manos después de imponer la ceniza); de veneración hacia las personas (una inclinación de cabeza) o las cosas (besar el altar); de acompañamiento de la palabra (la signación del evangelio o las manos extendidas durante la plegaria eucarística); y según su procedencia tenemos los específicamente cristianos (la señal de la Cruz) o los incorporados del entorno sociocultural (la entrega de los instrumentos en la ordenación sacerdotal), etcétera. Teniendo en cuenta esto, Cristo y la Iglesia han incorporado a la liturgia muchos gestos y actitudes. Veamos algunos de ellos.

1.1.1 Gestos Litúrgicos Los gestos litúrgicos más importantes son: a)

La señal de la Cruz: Es un gesto típicamente cristiano. La señal de la Cruz viene a ser como un sello de Cristo, una profesión de fe en Él, una afirmación de su poder soberano, una invocación de la gracia de Dios implorada por los méritos de Cristo, muerto en la Cruz. Generalmente el signo de la cruz va acompañado de las palabras: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. También se usa como bendición de cosas y personas, acompañada de fórmulas especiales o sin

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Gesto: Movimiento del rostro o de las manos con que se expresan diversos afectos del ánimo. Semblante, cara, rostro. Acto o hecho. Rasgo notable de carácter o de conducta. Actitud: Postura del cuerpo humano, especialmente cuando es determinada por los movimientos del ánimo, o expresa algo con eficacia. Por ejemplo: actitud graciosa, imponente; las actitudes de un orador, de un actor. (D.R.A.E. Segunda Edición, Madrid 1997).

decir nada. La signación tiene también sentido exorcístico desde tiempos muy remotos. b)

Golpe de pecho: es un signo de arrepentimiento por los pecados cometidos y de humildad. Está prescrito actualmente al hacerse el acto penitencial en la Misa, donde se realiza una sola vez y no tres veces como se hacía en el rito anterior.

c)

Ojos levantados al cielo: Este gesto lo uso Jesús en el momento de la multiplicación de los panes, al comenzar la predicación de las bienaventuranzas, en la oración previa a la resurrección de Lázaro y en la oración sacerdotal. El Canon Romano, en su forma más antigua se lo atribuye a Jesús al instituir la Sagrada Eucaristía y prescribe que lo realice el celebrante. Es un signo de súplica confiada al Padre.

d)

Imposición de manos: Es un gesto antiquísimo y común a muchas religiones. Jesús lo usó muchas veces para realizar milagros y para bendecir. Los apóstoles imponían las manos para impetrar la acción del Espíritu Santo sobre los bautizados y en la ordenación sacerdotal. Siempre significa una acción sobrenatural por parte de Dios. La liturgia la usa en la celebración de la Eucaristía en la epíclesis preconsacratoria.

e)

Manos elevadas y extendidas: Levantar y extender las manos al rezar expresa los sentimientos del alma que busca y espera auxilio de lo alto; de ahí que sea casi universal en todas las religiones. En la liturgia actual es un gesto reservado sólo al ministro que celebra la Misa (durante las llamadas oraciones presidenciales, especialmente la Plegaria Eucarística) o realiza acciones consecratorias o de bendición, etc.

f)

Manos juntas y plegadas junto al pecho: Este signo parece que está tomado de la forma de homenaje propio del sistema feudal germánico, en el que el vasallo se presentaba ante su señor en esa actitud, recibiendo éste la señal externa de enfeudación. Es, pues, signo de humildad y vasallaje, y de actitud orante y confiada. La liturgia actual prescribe este gesto en varias ocasiones, aunque en menor medida que la presente. Ha quedado como forma normal de oración, y es el gesto más acomodado a la celebración litúrgica cuando las manos no han de emplearse para otras cosas.

g)

Manos que reciben la paz: Las manos extendidas, abiertas y acogedoras simbolizan la actitud de un corazón pacífico y fraternal que quiere comunicar algo personal y está dispuesto a acoger lo que se le ofrece. Este gesto expresa el deseo de ratificar, comunicar o restablecer la paz con los demás.

h)

Beso al Altar: el sacerdote celebrante y los concelebrantes, en signo de veneración, besan el altar al principio de la Misa. Es una expresión de amor y de intimidad y, también, un testimonio de respeto y estima. El altar

representa a Cristo, y suelen contener reliquias de los mártires; por eso el beso al altar es un ósculo a Jesús y, a la vez, es el mismo Cristo quien en la persona del celebrante saluda a la Iglesia, su Esposa, en las reliquias de sus más distinguidos. Es un beso al Cristo total (Cabeza y cuerpo). i)

Beso al Libro de los Evangelios: Según la costumbre tradicional la veneración al Libro de los Evangelios se expresa con el beso.

1.1.2. Actitudes Litúrgicas a)

De pie: Orar de pie significa la libertad de los hijos de Dios, liberados del pecado. El cristiano puede estar de pie delante de Dios porque es su Padre. También es signo de alegría y confianza en el retorno definitivo del Señor y la eterna bienaventuranza. Incluye el simbolismo de respeto. Es la actitud característica del ministro que sirve en el altar y, sobretodo, del sacerdote que celebra la Eucaristía.

b)

De rodillas: Estar de rodillas es una actitud de carácter penitencial, por eso es propia de los días de ayuno. También es signo de postración, de humildad, de arrepentimiento y tristeza por los pecados u otra causa. En ocasiones es signo de adoración; por eso la piedad occidental la introdujo para adorar la Sagrada Eucaristía (y recibir la comunión).

c)

Sentados: Es la actitud que adopta el maestro que enseña o el jefe que preside (cf. Mt. 5, 1). De ahí arranca el hecho de que el obispo tenga una cátedra o sede desde donde preside o enseña. Actualmente los fieles se sientan durante las lecturas, los cantos meditativos y la predicación. En esos momentos simboliza la actitud del discípulo que escucha lo que Dios le dice (cf. Lc. 10, 39). En cambio, cuando el obispo –o el sacerdote- se sienta en la cátedra para predicar, es signo de la autoridad magisterial. A veces, la actitud de estar sentado no tiene ningún simbolismo: por ejemplo, cuando se usa para guardar un silencio meditativo.

d)

Inclinación: Con ella se significa la reverencia y del honor que se tributa a las personas mismas o aquello que las significan. Hay dos clases de inclinación: de cabeza y cuerpo o inclinación profunda. d.1) Inclinación de cabeza: se hace cuando se nombran las tres divinas Personas a la vez, a los nombres de Jesús, de la bienaventurada Virgen María y del Santo en cuyo honor se dice la Misa. d.2) Inclinación de cuerpo o profunda: se hace al altar, cuando no está presente en él el Santísimo Sacramento; al Obispo que preside; en algunas oraciones propias del sacerdote; en la profesión de fe, durante las palabras:

“que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen” del símbolo de los apóstoles y durante las palabras “y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre” del símbolo niceno-constantinopolitano, excepto los días de Navidad y de la Anunciación del Señor en los que todos se arrodillan; también se hace antes y después de la incensación a la persona u objeto que se inciensa (excepto el altar y las ofrendas para el sacrificio de la Misa), y el diácono cuando pide la bendición antes de proclamar el Evangelio. e)

Genuflexión:5 significa adoración, y por esta razón se reserva al Santísimo Sacramento, sea este expuesto, sea que esté reservado en el sagrario; también a la Santa Cruz desde la solemne adoración dentro de la Acción Litúrgica del Viernes Santo, hasta el principio de la Vigilia Pascual. El sacerdote que preside adopta esta actitud, durante la Misa, después de la elevación del Cuerpo y Sangre de Cristo y antes de comulgar. La genuflexión –que se hace sólo con la rodilla derecha, doblándola hasta le piso- también se hace al entrar a una Iglesia y cuantas veces se pase delante del Santísimo Sacramento.

1.2 Signos relacionados a los elementos que se emplean para la celebración litúrgica Los elementos que la liturgia ha elevado a símbolos son muchos: el pan, el vino, el incienso, el aceite, la ceniza, la luz, el agua, el fuego, el bálsamo, la cera, el color, los vestidos, os vasos, etc. Su significado se descubre recurriendo a la historia de la liturgia, al uso que la Iglesia hace de ellos, y a las fórmulas que los acompañan. Veamos el simbolismo de algunos de ellos:

5

a)

El pan y vino: Simbolizan, al convertirse en Cuerpo y Sangre de Cristo, que la Eucaristía es alimento indispensable de todos los cristianos. Simbolizan también la unidad de la Iglesia y de los cristianos con Cristo y entre sí, pues comparten el mismo pan y vino.

b)

El aceite: Tiene varios sentidos: fortaleza espiritual y corporal, valor curativo y conservativo de carácter espiritual, efusión de la gracia, santificación e inhabitación del Espíritu Santo y testimonio cristiano, comunicación del poder divino y consagración de objetos sagrados.

c)

La ceniza: Tiene el significado de penitencia.

d)

La luz: La luz tiene varios significados: la luz del sol simboliza a Cristo, Sol de justicia; el Cirio Pascual es signo de Cristo luz de mundo por medio de la Resurrección; las lámparas puestas encima del altar y las que acompañan las procesiones son expresión de honor.

Cf. Ceremonial de los Obispos, DEL, CELAM, 1991, n. 69-71.

e)

Las vestiduras sagradas: Suelen ser signos de los diversos misterios que realizan el culto. En concreto, la casulla es la vestidura propia del sacerdote que celebra la Eucaristía y otros ritos relacionados con ella; la dalmática, la del diácono; y el alba es la vestidura común para todos los ministros de cualquier grado.

f)

Los colores litúrgicos: Tienen el siguiente significado: el blanco es signo de alegría y de pureza e inocencia; el verde, de esperanza; el rojo, de realeza y de martirio; el morado, de dolor y esperanza; el negro, de tristeza.

g)

El agua: El agua es signo de purificación; se usa en distintos ritos dentro de la Misa. En la Misa Dominical, en vez del acto penitencial acostumbrado, se recomienda hacer la bendición y la aspersión del agua. También se asperje con agua bendita al pueblo en la Vigilia Pascual después de la Renovación de las Promesas Bautismales.

h)

El incienso: Es signo de adoración, del sacrificio interior, del buen olor de Cristo Total (representado en las distintas personas y objetos), de la oración que se eleva a Dios (cf. Sal. 140(1), 2); asimismo representa nuestra participación en la liturgia celestial (cf. Ap. 5, 8; 8, 3-4).

2. ACCIONES QUE PRECEDEN, ACOMPAÑAN Y SIGUEN A LA ASPERSIÓN DEL AGUA Y A LA INCENSACIÓN. 2.1 Bendición y Aspersión del Agua6 El rito de la bendición y aspersión del agua puede usarse todos los domingos -desde las misas vespertinas de los sábados- y es recomendable especialmente durante el tiempo de Pascua. El Obispo (o sacerdote), después del saludo, de pie cerca de la cátedra, de cara al pueblo y teniendo delante de sí un recipiente con agua para ser bendecida, que llevó el ministro, invita al pueblo a orar, y después de un breve tiempo de oración en silencio, dice la oración de bendición. Donde la tradición del pueblo aconseje, el Obispo bendice también la sal, y después la vierte en el agua. El Obispo recibe del diácono el aspersorio, se rocía a sí mismo y a los concelebrantes, a los ministros, al clero y al pueblo y, según las circunstancias, recorre la Iglesia acompañado por los diáconos. Entre tanto se acompaña la aspersión con un canto. Después el Obispo vuelve a la cátedra, y terminado el canto, de pie, dice la oración conclusiva.

6

Ibidem 2, n. 133.

2.2 La Incensación7 El rito de incensación expresa reverencia y oración. La materia que se coloca en el incensario, debe ser o sólo incienso puro de olor agradable, o si se le agrega algo, procúrese que la cantidad de incienso sea mucho mayor. En la Misa estacional del Obispo se usa el incienso: a) b) c) d)

durante la procesión de entrada; al comienzo de la Misa, para incensar el altar; para la procesión y proclamación del Evangelio; en la preparación de los dones, para incensar las ofrendas, el altar, la cruz, al Obispo, a los concelebrantes y al pueblo; e) en el momento de mostrar la hostia y el cáliz, después de la consagración. En otras Misas se puede emplear incienso, cuando se juzgue oportuno. El Obispo, si está en la cátedra, o en otra sede, se sienta para poner incienso en el incensario, de no ser así, pone el incienso estando de pie; el diácono le presenta la naveta y el Obispo bendice el incienso con el signo de la cruz, sin decir nada. Después el diácono recibe del acólito el incensario y lo entrega al Obispo. Antes y después de incensar, se hace inclinación profunda a la persona u objeto que se inciensa; se exceptúan el altar y las ofrendas para el sacrificio de la Misa. Con tres movimientos dobles se inciensa: el Santísimo Sacramento, la reliquia de la Santa Cruz y las imágenes del Señor expuestas solemnemente, también las ofrendas, la cruz del altar, el libro de los Evangelios, el cirio pascual, el Obispo o el presbítero celebrante, la autoridad civil que por oficio está presente en la sagrada celebración (presidente del país), el coro (de canónigos) y el pueblo, el cuerpo del difunto. Con dos movimientos dobles se inciensan las reliquias e imágenes de los Santos expuestos para pública veneración. Las reliquias e imágenes sagradas se inciensan después de la incensación del altar. En la Misa, sin embargo, únicamente al inicio de la celebración. El diácono inciensa tres veces el Evangelio, es decir, en el medio, a la izquierda y a la derecha8. El diácono inciensa a todos los concelebrantes al mismo tiempo. Por último, inciensa al pueblo desde el sitio más conveniente.

7 8

Ibidem 2, n. 84-98. Ibidem 2, n. 74.

Los canónigos que acaso no concelebran, o reunidos en coro, son incensados todos al mismo tiempo con el pueblo, a no ser que la disposición de los lugares aconseje otra cosa. Lo anterior vale también para los Obispos que acaso estén presentes. El Obispo que preside, sin que se celebre la Misa, es incensado después del celebrante o concelebrantes. El que Preside la Nación, y que viene por oficio a la sagrada celebración, donde exista la costumbre, es incensado después del Obispo. Nota (personal): Para incensar el altar y las ofrendas, cuídese de retirar, siempre que se pueda y convenga, todo lo ajeno a éstos (misal, micrófonos, etc.).

2.2.1 Modo de llevar el turíbulo y de incensar Según la costumbre Romana cuando el turiferario va en procesión, “debe –con las manos a igual altura- tomar el incensario con la mano derecha; introduce el pulgar en el anillo mayor, con el dedo medio de la misma mano rige y sostiene, elevando de la cadena, la tapa del incensario; con la mano izquierda sostiene el pie da la naveta con incienso y la cucharilla” (Ceremonial de los Obispos, ed. 1886 I, XI, 7)9. Cuando el Obispo va a poner incienso en el incensario; el diácono le presen-tará la naveta. Dos acólitos pueden acercarse al Obispo: uno lleva el incensario y el otro la naveta, o también un solo acólito que lleva en la mano izquierda el incensario con carbones encendidos, y en la derecha la naveta con incienso y la cucharilla (cf. Ceremonial de los Obispos, ed. 1886, I, XXIII, 1)10. El diácono recibe de la mano del acólito la naveta un poco abierta y la cucharilla que está en ella, y la presenta al Obispo. Este toma la cucharilla y saca tres veces incienso de la naveta y otras tantas veces lo echa en el incensario. Terminado esto, y devuelta al ministro la cucharilla, el Obispo hace con la mano el signo de la cruz sobre el incienso que está en el incensario (cf. Ceremonial de los Obispos, ed. 1886, I, XXIII, 1-2)11. Después, el diácono “devuelve al acólito la naveta, y recibe de él incensario, que le entrega al Obispo: la parte superior de las cadenas la coloca en la mano izquierda del Obispo, y el incensario en la derecha” (cf. Ceremonial de los Obispos, ed. 1886, I, IX, 1)12. El que inciensa “sostiene con la mano izquierda las cadenas por su parte superior, y con la derecha las mismas, juntas, cerca del incensario y lo sostiene de tal manera que pueda cómodamente moverlo y dejarlo que vuelva hacia él”. Advierta que al incensar debe hacerlo con dignidad y decoro, sin mover el cuerpo o la cabeza. Tendrá la mano izquierda –que sostiene la parte superior de las cadenas –firme y estable sobre el pecho; la mano y el brazo derecho las moverá con el incensario en forma cómoda y continua” (cf. Ceremonial de los Obispos, ed. 1886, I, XXIII, 4 y 8)13.

9

Ibidem 2, Citado en: Parte I, Capítulo I, n. 74, Nota al pie nº 67. Ibidem 6, n. 90, Nota al pie nº 72. 11 Ibidem 6, n. 90, Nota al pie nº 73. 12 Ibidem 6, n. 90, Nota al pie nº 74. 13 Ibidem 6, n. 91, Nota al pie nº 75. 10

BIBLIOGRAFIA

-

Iniciación a la Liturgia de la Iglesia, J. A. Abad – Manuel Garrido O. S. B., Ediciones Palabra, S.A., 1988. Ordenación General del Misal Romano, Coeditores Litúrgicos, 1994.

BOLILLA III

MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA MINISTROS NO ORDENADOS En la asamblea que se congrega para la Misa, cada uno de los presentes tiene el derecho y el deber de aportar su participación, en modo diverso, según la diversidad de orden y oficio. Por consiguiente, todos, ministros y fieles, cumpliendo cada uno su oficio, hagan todo y sólo aquello que les corresponde14; de ese modo, por el mismo orden de la celebración, se hará visible la Iglesia constituida en su diversidad de órdenes y de ministerios.

1. MINISTERIOS PECULIARES 1.1 El acólito El acólito tiene sus funciones propias en el servicio del altar, funciones que debe ejercer, aun en el caso de que estén presentes ministros de orden superior. El acólito es instituido para que sirva sacerdote y al diácono. A él compete principalmente la preparación del altar y de los vasos sagrados. Además, como ministro extraordinario, puede distribuir la Sagrada Comunión de acuerdo con las normas del derecho. Cuando sea necesario, el acólito instruya a los que sirven en las acciones litúrgicas, acerca de la forma de llevar el libro, la cruz, los cirios, el incensario o cumplir con otros oficios semejantes. En las celebraciones presididas por el Obispo, conviene que sirvan acólitos instituidos. Y si son varios, se distribuirán entre ellos los diversos oficios.

1.1.1 Funciones del acólito - En la procesión al altar, puede llevar la cruz entre dos ministros con cirios encendidos. - Lleva y sirve el libro: en los ritos iniciales, en la oración universal, en la oración después de la comunión, en los ritos de conclusión; y cuantas veces se requiera. - En ausencia del diácono, una vez acabada la oración universal, pone sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz y el misal. Si es necesario, ayuda en la recepción de los dones y oportunamente lleva el pan y vino al altar y lo entrega al sacerdote. Después se dispondrá para el servicio de las vinajeras y para el lavado de las manos. - Si se utiliza incienso, presenta el incensario al sacerdote y, en ausencia del diácono, le asiste en la incensación de las ofrendas y del altar. - Puede ayudar, como ministro extraordinario, en la distribución de la comunión al pueblo. Si se da la comunión bajo las dos especies, ofrece el cáliz a los que van a comulgar o, si la comunión es por intinción, sostiene el cáliz.

14

Cf. Conc. Vat. II, Const. sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 28.

- Acabada la distribución de la comunión, ayuda al sacerdote o al diácono en la purificación y arreglo de los vasos sagrados. En ausencia del diácono, lleva a la credencia los vasos sagrados y allí los purifica y arregla. - Durante toda la celebración se acercará al sacerdote o diácono, cuantas veces se requiera para ayudarles en todo lo necesario.

1.2 El lector El lector tienes sus funciones propias en la celebración litúrgica, las que debe ejercer, aun en el caso de que estén presentes ministros de orden superior. Es instituido para leer la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica, por eso en las acciones sagradas lee las lecturas excepto el Evangelio. Si no hay salmista, recita el salmo interleccional. En caso de no haber diácono, propone las intenciones de la oración universal. Consciente de la dignidad de la Palabra de Dios e importancia de su oficio, preocúpese constantemente por la dicción y pronunciación. En cuanto sea necesario debe preparar a los fieles que puedan leer las lecturas. Sin embargo, en las celebraciones dirigidas por el Obispo, conviene que lean lectores instituidos, y si son varios, se distribuirán entre ellos las lecturas. “Será moderador del canto y dirigirá la participación del pueblo fiel. Instruirá a los fieles para que reciban dignamente los sacramentos. Podrá también –en cuanto sea necesariocuidarse de la preparación de los fieles, para que, por encargo temporal, lean la Sagrada Escritura en las acciones litúrgicas”15.

1.3 El salmista Dada la importancia litúrgica y pastoral que tiene el canto interleccional 16, conviene que en las celebraciones presididas por el Obispo, haya un salmista formado espiritualmente. Al salmista le corresponderá cantar el salmo u otro cántico bíblico en forma responsorial, o en directo, así como el gradual y el “Aleluya”, de tal manera que los fieles encuentren ayuda para el canto y para meditar el sentido de los textos.

1.4 El maestro de ceremonias Para que la celebración, especialmente la que preside el Obispo, resplandezca por su decoro, simplicidad y orden, es necesario un maestro de ceremonias que la prepare y dirija en cooperación con el Obispo y los demás que tienen el oficio de organizar sus partes, sobre todo bajo el aspecto pastoral.

15

En motu propio Ministeria quaedam, de Pablo VI, 15 de agosto de 1972, AAS 64 (1972) 527ss; citado en Teología Moral para Seglares, tomo II, de Antonio Royo Marín, B.A.C., 1994, n. 417. 16 Se refiere al canto entre la primera y la segunda lectura, así como el canto del “Aleluya”.

Debe ser perito en sagrada liturgia, su historia y su índole, sus leyes y preceptos. Pero, además, debe ser versado en pastoral, para fomentar la participación activa del pueblo sin que mengüe la belleza de la celebración, observando las leyes –según su espíritu verdadero y las legítimas tradiciones- que sean de utilidad pastoral.

1.5 De los demás ministros 1.5.1 Oficios que se ejercen dentro del presbiterio - Ministros extraordinarios de la Eucaristía: que distribuyen la Sagrada Comunión al pueblo en los casos necesarios y según las normas del derecho. - Ministros que llevan el misal, la cruz, los cirios, el pan, el vino, el agua y el incensario.

1.5.2 Oficios que se ejercen fuera del presbiterio - El comentarista, hace explicaciones y da avisos a los fieles para introducirlos y disponerlos a la celebración. Conviene que lleven bien preparados sus co-mentarios y que sean de fácil asimilación. Su lugar no conviene que sea el ambón. - El encargado de recibir a los fieles en la puerta de la Iglesia y acomodarlos en los puestos correspondientes y de ordenar las procesiones. - Los que hacen las colectas en la Iglesia. Los ministerios por debajo del diaconado se pueden confiar a seglares, aunque no hayan sido instituidos en los mismos. No rehúsen los fieles servir al pueblo de Dios con gozo cuando se les pida que desempeñen algún ministerio.

1.5.3 Oficios que se pueden confiar a mujeres Según el prudente juicio del rector de la Iglesia los ministerios fuera del presbiterio podrán confiarse a mujeres. Puntualizando, podríamos mencionar los siguientes oficios: - Participar del coro como cantoras. - Participar entre los músicos. - Ser directora del coro; y si no hay coro puede dirigir los cantos de la asamblea. - Ser comentarista. - Recibir a los fieles y acomodarlos en sus puestos. - Hacer las colectas. La Conferencia Episcopal puede permitir que una mujer idónea haga las lecturas antes del Evangelio y que presente las intenciones de la oración de los fieles (sobre esto puede preferirse a las religiosas); y puede determinar con precisión el sitio adecuado desde donde anuncie la Palabra de Dios a la asamblea litúrgica.

2. OFICIO Y ACTUACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS 2.1 Los fieles Los fieles forman el pueblo adquirido por Dios, la nación santa y el sacerdocio real. Eso mismo se debe manifestar en la liturgia. Por tanto, eviten toda apariencia de singularidad o de división. Formen un solo cuerpo escuchando la Palabra de Dios, participando en las oraciones y en el canto, y principalmente en la común oblación del sacrificio y en la común participación en la mesa del Señor. Observen los mismos gestos y actitudes corporales.

2.1.1 En la Presentación de las ofrendas Es conveniente que la participación de los fieles se manifieste en la presentación del pan y vino para la celebración de la Eucaristía. Aunque los fieles no traigan pan y vino de su propiedad, como se hacía antiguamente, el rito de presentarlos conserva igualmente todo su sentido y significado espiritual. También se puede aportar dinero u otras aportaciones con las que se ayude a las necesidades de la iglesia o de los pobres, que los fieles mismos pueden presentar o que pueden ser recolectados en la nave de la iglesia, y que se colocarán en sitio oportuno, fuera de la mesa eucarística.

2.1.2 En la Oración Universal u Oración de los fieles El pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres en esta oración; por eso conviene que ésta se haga normalmente en las Misas a las que asiste el pueblo, de modo que se eleven súplicas por los que sufren alguna necesidad, por todos los hombres y por la salvación de todo el mundo. Las series de intenciones, normalmente señalas siguientes: a) Por las necesidades de la Iglesia. b) Por los que gobiernan el Estado y por la salvación del mundo. c) Por los que sufren cualquier dificultad. d) Por la comunidad local. Sin embargo, en alguna celebración particular, como en la Confirmación, Matrimonio o Exequias, el orden de las intenciones puede amoldarse a la ocasión. El sacerdote celebrante invita a los fieles o orar con una breve monición y la termina con la oración conclusiva. Conviene que sea un diácono, un cantor u otro el que lea las intenciones. La asamblea expresa su súplica o con una invocación común, que se pronuncia después de cada intención, o con la oración en silencio.

2.2 Los cantores Entre los fieles, los cantores o coro ejercitan un oficio litúrgico propio y les corresponde ocuparse de las partes reservadas a ellos. Observen con diligencia todo aquello

que se les prescribe en los libros litúrgicos y en los documentos dados por la Sede Apostólica, teniendo en cuenta las normas acerca de la participación del pueblo. Lo mismo que se dice aquí para los cantores vale para los músicos. Es conveniente que haya un cantor o un director de coro, que se encargue de dirigir y mantener el canto del pueblo. Más aún, si falta el coro, un cantor deberá dirigir las partes cantadas que corresponden al pueblo. Los cantores, según la disposición de cada iglesia, se colocan donde más claramente se vea lo que son en realidad, es decir, una parte de la comunidad de los fieles; donde al mismo tiempo sea más fácil el desempeño del oficio litúrgico; donde sea posible a cada uno de sus la participación sacramental. El órgano y los demás instrumentos legítimamente aprobados estén en su lugar propio, es decir, donde ayuden a los cantores y pueblo, y donde puedan ser bien oídos por todos. Se debe vigilar que el canto en las celebraciones presididas por el Obispo manifieste índole universal. De modo que, los fieles puedan decir o cantar, también en lengua latina, las partes del ordinario de la Misa que les corresponde.

3. EL OFICIO DE SACRISTÁN Prepara las celebraciones bajo dependencia del maestro de ceremonias. Arregla con diligencia los libros para la proclamación de la Palabra de Dios y para el rezo de las oraciones, las vestiduras y lo demás necesario para la celebración 17. Vigila que se toquen las campanas para la celebración. Cuida que se observe el silencio y modestia en la sacristía. Se preocupa de conservar el ajuar (incluso el tradicional local) y que se adquiera el necesario. Se encarga del ornato del lugar: limpieza de piso, paredes y de todas las imágenes y cosas que se usan o se exponen a la mirada. Sea tal el ornato que aparezca como un signo de amor y reverencia a Dios, y al pueblo le sugiera la índole propia de cada celebración y la alegría y piedad del corazón. También debe coordinar, con quienes corresponda, lo necesario para que los fieles no sólo puedan ver al sacerdote y demás ministros, sino que, valiéndose de los modernos instrumentos técnicos, dispongan de una perfecta audición.

BIBLIOGRAFIA -

17

Iniciación a la Liturgia de la Iglesia, J. A. Abad – Manuel Garrido O. S. B., Ediciones Palabra, S.A., 1988. Ordenación General del Misal Romano, Coeditores Litúrgicos, 1994.

Véase los nn. 79 – 82 de Ordenación General del Misal Romano.

BOLILLA IV

MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA MINISTROS DEL ORDEN SAGRADO Toda celebración eucarística legítima es dirigida por el Obispo, ya sea personalmente, ya por los presbíteros, sus colaboradores. En la asamblea que se reúne para celebrar la liturgia, sobre todo cuando preside el Obispo, cada uno tiene el derecho y el deber de prestar su participación de diferente manera, según la diversidad de orden y de ministerio. “Cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde”18. Así la Iglesia se manifiesta, en sus diversas órdenes y ministerios, como un cuerpo, cuyos constituyen una unidad19.

1. EL OBISPO Cuando el Obispo está presente en una Misa para la que se ha reunido el pueblo, conviene que sea él quien presida la asamblea, puesto que posee la plenitud del sacramento del Orden, y que asocie a su persona a los presbíteros en la celebración, concelebrando con ellos cuando sea posible. Esto se hace no para aumentar la solemnidad exterior del rito, sino para significar de una manera más clara el misterio de la Iglesia, que es sacramento de unidad. Esta unidad también es significada por el Obispo20; rectamente lo decía San Ignacio: “Donde se presente el Obispo, allí ha de reunirse la asamblea de los fieles, al igual que, dondequiera que esté Cristo Jesús, allí está la Iglesia católica”21. Pero si el Obispo preside la Eucaristía sin que celebre, entonces debe ser él quien tenga a su cargo la Liturgia de la Palabra y concluya la Misa con el rito de despedida22.

2. LOS PRESBÍTEROS 2.1 En las Misas celebradas individualmente El presbítero, que en la congregación de los fieles, puede ofrecer el sacrificio, preside también la asamblea congregada, dirige su oración, le anuncia el mensaje de la salvación, se asocia al pueblo en la ofrenda del sacrificio por Cristo en el Espíritu Santo a Dios Padre, da a sus hermanos el pan de la vida eterna y participa del mismo con ellos. Por consiguiente, cuando celebra la Eucaristía, debe servir a Dios y al pueblo con dignidad y humildad, e insinuar a los fieles, en el mismo modo de comportarse y de anunciar las divinas palabras, la presencia viva de Cristo. 18

Cf. Conc. Vat. II, Const. sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 28. Ibidem 1, n. 26. 20 Cf. Ceremonial de los Obispos, DEL, CELAM, 1991, Parte I, Cáp. I, Tit. II: “El Obispo fundamento y signo de comunión en la Iglesia Particular”. 21 San Ignacio de Antioquia, Ad Smyrnaeos, 8,2: ed. Funk I, p. 283. 22 Cf. Ceremonial de los Obispos, DEL, CELAM, 1991, nn. 176-185. 19

2.2 En las Misas concelebradas La concelebración, que es una apropiada manifestación de la unidad del sacerdocio, del sacrificio y de todo el pueblo de Dios, está prescrita por el mismo rito de la ordenación del Obispo y del presbítero y en la Misa crismal. Se recomienda, a no ser que la utilidad de los fieles requiera o aconseje otra cosa: a) En el Jueves Santo, para la Misa vespertina. b) En la Misa que se celebra en los Concilios, Conferencias Episcopales, Síno-dos. c) En la Misa de bendición de un abad. d) En la Misa conventual y en la Misa principal en las iglesias y oratorios. e) En las Misas que se celebran en cualquier género de reuniones de sacerdotes seculares o religiosos. La Misa concelebrada se ordena, en cualquiera de sus formas, según las normas de la Misa celebrada individualmente, observando los cambios que se indican en la Ordenación General del Misal Romano, en el Capítulo IV: Diversas Formas de Celebrar la Misa. Si en la Misa concelebrada no se dispone de un diácono o de otros ministros, los oficios propios de éstos los realizarán algunos de los concelebrantes. Nunca se ita a nadie a una concelebración una vez que ya ha empezado la Misa.

2.3 En las celebraciones episcopales Por lo anteriormente dicho sobre la unidad de la Iglesia significada por el Obispo, se recomienda la concelebración cuantas veces los sacerdotes se encuentren con el propio Obispo; ésta ha de tener una especial consideración, sobre todo en la Misa crismal del Jueves Santo, y con ocasión del Sínodo o de la visita pastoral. Los presbíteros que participan en las celebraciones episcopales, deben hacer sólo aquello que les corresponde como presbíteros; si no hay diáconos, suplan algunos de los ministerios de éste, pero nunca lleven vestiduras propias del diácono. Su participación se guiará por las normas descritas en el Ceremonial de los Obispos, y demás libros litúrgicos, sea que el Obispo celebre o no la Eucaristía.

3. LOS DIÁCONOS Entre los ministros, ocupa el primer lugar el diácono, uno de los grados del Orden que ya desde los comienzos de la Iglesia fue tenido en gran honor. En la Misa, el diácono tiene su cometido propio en la proclamación del Evangelio y, a veces, en la predicación de la palabra de Dios; en preceder a los fieles para proponer las intenciones en la oración universal; en asistir al celebrante, estando siempre a su lado, y servir al altar, tanto en lo referente al libro, como al cáliz, en distribuir a los fieles la Eucaristía, sobre todo

bajo la especie de vino y en dirigir oportunas moniciones al pueblo sobre posturas y gestos de toda la asamblea. Si no está presente ningún otro ministro, supla él según la necesidad los oficios de los demás. En las celebraciones episcopales, conviene que haya por lo menos tres diáconos, uno que sirva al Evangelio y al altar, y otros dos que asistan al Obispo. Si no pueden ser verdaderos diáconos, entonces es conveniente que su ministerio lo cumplan los presbíteros, los cuales vestidos sacerdotalmente, concelebren con el Obispo, aunque deban celebrar otra Misa por el bien pastoral de los fieles23.

BIBLIOGRAFIA -

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Iniciación a la Liturgia de la Iglesia, J. A. Abad – Manuel Garrido O. S. B., Ediciones Palabra, S.A., 1988. Ordenación General del Misal Romano, Coeditores Litúrgicos, 1994. Ceremonial de los Obispos, DEL, CELAM, 1991.

Cf. Ibidem 5, n. 122.

BOLILLA V

EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO, PROCESIONES Y SACRAMENTALES

1. EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO La exposición de la Santísima Eucaristía lleva a reconocer en ella la irable presencia de Cristo, e invita a la unión de corazón con él, que llega a su culmen en la Comunión sacramental. Por lo cual hay que atender a que en tales exposiciones el culto del Santísimo resplandezca de modo que manifieste la relación con la Misa. Delante del Santísimo Sacramento expuesto, se hará genuflexión con una sola rodilla. Para la exposición del Santísimo Sacramento que se hace con la custodia, prepárese: a) Sobre el altar, o cerca de él, según lo requiera cada caso: - la custodia y , si se juzga conveniente, el corporal; - cuatro o seis cirios; - flores, si se juzga conveniente; - el Ritual Romano; - velo o paño humeral; - asientos y reclinatorios cuando y donde se requieran, para los ministros. b) En el “secretarium” o lugar correspondiente: - incensario, la naveta con el incienso y la cucharilla; - vestiduras de color blanco o festivo: - para el Obispo: alba, cruz pectoral, estola, capa pluvial, mitra, báculo pastoral; - para los presbíteros: albas, estolas, capas pluviales; - para los diáconos: albas, estolas y, si se cree conveniente dalmáticas; - para los demás ministros: albas, u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

1.1 Exposición Prolongada Si la exposición es más solemne y prolongada, la hostia para la adoración se consagrará en la Misa inmediatamente anterior, y se colocará en la custodia sobre el altar, después de la Comunión. La Misa terminará con la oración después de la Comunión, omitidos los ritos de conclusión, antes que el que preside se retire, inciensa el Sacramento (sea esté en el altar o en el trono o expositorio24 donde ha sido trasladado por el diácono, si preside el Obispo, o el sacerdote). Si la exposición se hace fuera de la Misa, el ministro debidamente revestido se acerca al altar y hace reverencia profunda, o genuflexión si en el presbiterio se conserva el 24

“El trono o expositorio debe evitarse que esté demasiado alto y distante”. Cf. CONGR. RITUUM, Instr. Eucharisticum mysterium, n.62: AAS 59 (1967) 571.

Santísimo. En seguida el ministro recibe el paño o velo humeral (el diácono, si es que preside el Obispo, quien ha quedado de rodillas ante el altar), y, acompañado por acólitos con cirios encendidos, traslada el Sacramento desde el lugar de la reserva y lo coloca en la custodia sobre la mesa del altar. Luego hace genuflexión y regresa ante el altar. Inmediatamente se acerca el turiferario y el que preside, puesto en pie, pone incienso en el turiferario y lo bendice; en seguida, de rodillas, hace reverencia al Santísimo Sacramento y lo inciensa, y renovada la inclinación devuelve el incensario. Después el ministro puede retirarse. Acabada la adoración se procede a dar la bendición. La bendición se da del siguiente modo: cuando está por terminar la adoración, el ministro se acerca al altar, y hace genuflexión sencilla, y se arrodilla a continuación ante el altar (si el Obispo preside, llegando al altar entrega el báculo al ministro y deja la mitra). Entretanto, se entona la estrofa Tantum ergo, u otro canto eucarístico y el ministro inciensa el Santísimo Sacramento como se dijo antes. Luego se levanta y dice: Oremos. Y después de orar en silencio unos momentos dice una de las oraciones que se proponen el Ritual Romano25. Terminada la oración, el ministro recibe el velo o paño humeral, sube al altar, hace genuflexión y toma la custodia (si es el Obispo, la recibe con la ayuda del diácono) con las manos cubiertas con el velo o paño, y la sostiene elevada, y vuelto hacia el pueblo y sin decir nada hace sobre él el signo de la cruz. Terminada la bendición, el ministro traslada reverentemente el Sacramento al lugar de reserva, donde lo coloca en el sagrario, hace genuflexión y cierra el sagrario. Si el que dio la bendición es el Obispo, entonces acabada ésta da la custodia al diácono, quien la coloca sobre el altar, y los dos hacen genuflexión; después, mientras el Obispo permanece de rodillas ante el altar, una vez dejado el velo o paño humeral, el diácono hace la reserva de modo reverente. Mientras tanto, si se cree conveniente, el pueblo dice alguna aclamación. Luego el ministro y los que lo asisten se retiran de la manera acostumbrada.

1.2 Exposición breve Si la exposición es breve y con el copón, prepárese lo siguiente: -

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al menos dos cirios; incensario y naveta con incienso, si se juzga oportuno; para el Obispo: alba, cruz pectoral, estola y capa pluvial; para el diácono o presbítero: alba y estola; para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.

Cf. Ceremonial de los Obispos, DEL, CELAM, 1991, n. 1113, donde se dice que el Obispo con las ma-nos extendidas dice la oración.

Cuando el que preside haya llegado al altar, hará la debida reverencia y expone el Santísimo Sacramento. Si el que preside es el Obispo, permanecerá de rodillas ante el altar mientras se hace la exposición. Si se emplea incienso obsérvese lo que se dijo en el punto anterior. Cuando está por acabar la adoración se canta la estrofa Tantum ergo, u otro canto eucarístico. Luego el ministro se levanta y dice: Oremos. Y después de orar en silencio unos momentos dice una de las oraciones que se proponen el Ritual Romano26. Terminada la oración, el ministro recibe el velo o paño humeral, sube al altar, hace genuflexión y toma el copón con ambas manos, cubiertas con el velo o paño, y lo sostiene elevada, y vuelto hacia el pueblo y sin decir nada hace sobre él el signo de la cruz. En seguida coloca el copón sobre el altar, hace genuflexión, deja el velo humeral y hace la reserva del Santísimo Sacramento en el tabernáculo. Si preside el Obispo, después de dejar el velo humeral, permanece de rodillas ante el altar, mientras el diácono o presbítero hace la reserva. Después de hacer la debida reverencia, todos se retiran.

NOTA: cuando el diácono o sacerdote se hallen impedidos por enfermedad, por edad avanzada o por algún otro ministerio pastoral, se le podrá encomendar al acólito que exponga públicamente el Santísimo Sacramento de la eucaristía a la adoración de los fieles y después lo reserve, pero sin dar la bendición27.

2. PROCESIONES De conformidad con la enseñanza de los Santos Padres, la Iglesia acostumbró hacer uso frecuente de las procesiones públicas y sagradas, mientras se ora y se canta, o para impulsar la piedad de los fieles, o para conmemorar los beneficios de Dios y darle gracias o para implorar el auxilio divino, por lo cual deben celebrarse con la piedad que es debida28. Las procesiones pueden ser o bien ordinarias, las que se realizan en determinados días del año, según los libros litúrgicos o costumbres de las Iglesias, o bien extraordinarias, las que se realizan en días especiales por una causa pública. 2.1 Procesiones Ordinarias Entre las procesiones ordinarias ocupan el primer lugar la de la fiesta de la Presentación del Señor, la del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor y la de la Vigilia pascual, en las cuales se conmemoran los misterios del Señor; igualmente la procesión del

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Idem 2. Cf. Motu propio Ministeria quaedam, de Pablo VI, 15 de agosto de 1972, AAS 64 (1972) 527ss; citado en Teología Moral para Seglares, tomo II, de Antonio Royo Marín, B.A.C., 1994, n. 418. 28 Cf. Ritual Romano, ed. 1952, tit. X, cap. 1. 27

Santísimo Sacramento, después de la Misa en la Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.

2.2 Procesiones Extraordinarias Las procesiones extraordinarias las ordena la Conferencia Episcopal, como son las Rogativas, o el Ordinario del lugar, como las procesiones por alguna necesidad pública, o procesiones con sagradas reliquias, o con imágenes, u otras semejantes.

2.3 Momento y lugar de las procesiones Exceptuadas las procesiones con el Santísimo Sacramento, que siguen a al Misa, ya que dentro de ésta se ha de consagrar la Hostia para llevarla en la procesión, las demás procesiones precederán ordinariamente a la celebración de la Misa, a menos que por causa grave al Ordinario del lugar le parezca de otro modo. Las procesiones, principalmente si se hacen por las calles, de tal manera deben ordenarse que redunden en edificación de todos. Deben adaptarse también a las condiciones de los pueblos y a la índole de la ciudad y del lugar.

2.4 Ordenamiento de las procesiones En el ordenamiento de las procesiones, obsérvese el ritual que para ellas se describe en el Ceremonial de los Obispos, y en los demás libros litúrgicos pertinentes, según sea la conmemoración del día. Para dar una idea del ordenamiento en la procesiones, quedando a salvo las normas que se deben observar en cada celebración, mencionamos el siguiente: encabezará siempre la procesión un acólito que lleva la cruz, que irá en medio de dos acólitos que llevan candeleros con cirios encendidos, y, excepto las procesiones del Santísimo Sacramento, la antecede el turiferario con incensario humeante (si se usa incienso), sigue el clero de dos en dos, el diácono que lleva el Evangeliario (si a continuación sigue la Misa), los otros diáconos, si los hay, los concelebrantes, el Obispo, que puede portar el Santísimo Sacramento o el objeto sagrado (en este caso el ministro del báculo lo porta delante de él), un poco detrás del Obispo van los dos diáconos que lo asisten; luego los ministros del libro, y la mitra, y por último los fieles. En las procesiones del Santísimo Sacramento lo preceden inmediatamente dos turiferarios humeantes. Si el Obispo no porta el Santísimo Sacramento o el objeto sagrado, siempre precede a quien lo lleva, a menos que participe revestido con hábito coral, en cuyo caso va después del Santísimo Sacramento u objeto sagrado. Exceptuadas las procesiones del Santísimo Sacramento y de las reliquias de la Santa Cruz, el Obispo, si está revestido con las vestiduras litúrgicas, lleva mitra, y, a no ser que deba llevar algo en la mano, por ejemplo un cirio, el ramo bendecido, también lleva el báculo. Sin embargo, cuando el Obispo no lleva el báculo, un ministro lo porta delante de él.

3. SACRAMENTALES Los sacramentales son signos sagrados, por los que, a imitación en cierto modo de los sacramentos, se significan y se obtienen por intercesión de la Iglesia unos efectos principalmente espirituales. Se distingue de los sacramentos en que: a.- Los sacramentos producen su efecto por su propia virtud (ex opere operato); sacramentales sólo por la devoción del que los recibe (ex opere operantis).

los

b.- Los sacramentos contienen y causan o confieren por si mismas la gracia habitual o santificante en el que los recibe; en cambio, los sacramentales tan solo gracias actuales. c.- Sólo Cristo puede instituir y de hecho instituyó los sacramentos; los sacramentales, en cambio, han sido instituidos por la Iglesia. d.- Los sacramentos son necesarios para la salvación; los sacramentales no.

3.1 Clases de Sacramentales.- Teniendo en cuenta la tradición y la práctica de la Iglesia se distinguen tres tipos de sacramentales: 3.1.1.- Invocativos.- Que se dirigen a impetrar al fervor o protección divina; unas veces nombran directamente a las personas sobre los que se pide o invoca el fervor de Dios (bendición de familias, de enfermos, peregrinos, etc.); otras veces sobre las cosas de los que se sirve el hombre, para que su uso le ayude para su alabanza a Dios y su santificación (p.e. bendición de objetos). 3.1.2.- Constitutivos.- Si, además de pedir el fervor de Dios, tienen como fin consagrar establemente personas o cosas al servicio de Dios. Si se trata de un templo o altar, ese acto se llama dedicación; si de personas que en esa celebración entregan su vida al servicio de Dios, el nombre responde a las características concretas de esa entrega: profesión religiosa, consagración de vírgenes, institución de un ministerio de acólito o de lector, etc. Hay ciertas bendiciones que también constitutivas, por ejemplo: cuando se bendice el agua, el agua queda bendita. 3.1.3.- Exorcismo.- Concerniente a personas o cosas para alejar de ellos mediante la invocación soberana de Dios a los malos espíritus. 3.2 Sobre el ministro de los sacramentales.- El autor de los sacramentos es la santa sede; el ministro es el clérigo que varía según lo especifiquen los libros litúrgicos y según su potestad, puede ser el Obispo, presbítero o el diácono. Algunos sacramentales pueden ser istrados por laicos que posean las cualidades necesarias que establezca la Iglesia. Esto puede ocurrir en función de su propia misión (acólitos, padres hacia los hijos) o bien en virtud de una peculiar institución o de legítimo

desempeño de un ministerio en la iglesia (catequistas, religiosos), la comprensión de cada caso debe verse en los libros litúrgicos. 3.3 Sobre el que recibe el sacramental.- En cuanto a las bendiciones de personas se han de impartir primeramente a los católicos, pero también a los catecúmenos é incluso a los no católicos a no ser de que obste alguna prohibición de la Iglesia.

BIBLIOGRAFIA - Ceremonial de los Obispos, DEL, CELAM, 1991. - Derecho Parroquial, capítulo sobre los sacramentales.

BOLILLA VI

EL TEMPLO CRISTIANO 1. EL TEMPLO CRISTIANO Para la celebración de la Eucaristía el pueblo de Dios se congrega generalmente en la iglesia. Las iglesias deben ser aptas para la realización de la acción sagrada y para que se obtenga una activa participación de los fieles. Además, los edificios sagrados y los objetos que pertenecen al culto divino han de ser, en verdad, dignos y bellos, signos y símbolos de las realidades celestiales. De ahí que la Iglesia busque el noble servicio de las artes, preservando los tesoros elaborados en siglos pretéritos, adaptándolos a las nuevas necesidades, y promoviendo las nuevas formas de arte, buscando un auténtico valor artístico que sirva de alimento a la fe y a la piedad y que, a la vez, responda al significado y fines para los que se destina. Por eso para la construcción, reconstrucción y adaptación de los edificios sagrados se debe consultar a la Comisión diocesana de sagrada Liturgia y de Arte sacro. Todas las iglesias han de ser solemnemente dedicadas o bendecidas. Las catedrales y parroquiales han de ser siempre dedicadas. Como el pueblo de Dios, que se congrega para la Misa, lleva en sí una coherente y jerárquica ordenación, entonces la disposición general del edificio sagrado conviene que refleje tal disposición jerárquica y favorezca la perfecta ejecución de cada uno de los ministerios y el oficio y actuación del pueblo de Dios.

2. DISPOSICIÓN DE LAS IGLESIAS 2.1 El Presbiterio El presbiterio debe quedar bien diferenciado respecto a la nave de la iglesia, sea por su diversa elevación, sea por una estructura y ornato peculiar. Sea de tal capacidad que puedan cómodamente desarrollarse en él los ritos sagrados.

2.2 El Altar La celebración de la Eucaristía en lugar sagrado debe hacerse sobre un altar fijo o sobre un altar móvil. Un altar se llama fijo cuando está construido sobre el pavimento de manera que no se pueda mover; móvil, si se puede trasladar. Como norma general, debe haber en la iglesia un altar fijo y dedicado, construido separado de la pared, de modo que se pueda hacer la celebración de cara al pueblo. Ha de ocupar el lugar al que espontáneamente converja la atención de toda la asamblea de los fieles.

Según la costumbre de la Iglesia y su significado, la mesa del altar fijo sea de piedra (de piedra natural); pero puede emplearse otro material digno y sólido, a juicio de la Conferencia Episcopal. Los altares móviles pueden ser de cualquier materia digna y sólida. Se debe conservar el uso de poner reliquias de Mártires o Santos bajo el altar.

2.3 Asientos para el sacerdote celebrante y los ministros La sede del sacerdote celebrante debe significar su oficio de presidente de la asamblea y director de la oración. Su puesto más habitual será de cara al pueblo al fondo del presbiterio. Evítese toda apariencia de trono. Los asientos para los ministros colóquense en el presbiterio en el sitio más conveniente.

2.4 El ambón La dignidad de la palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio que capte la atención de los fieles. Conviene que sea un ambón estable que permita al pueblo oír y ver bien a los ministros. Desde el ambón se pronuncian las lecturas, el salmo responsorial y el pregón pascual; puede hacerse también la homilía y la oración universal. Es menos conveniente que lo ocupen el comentarista, el cantor o el director del coro.

2.5 El lugar de los fieles El lugar de los fieles les debe permitir participar con la vista y con el espíritu en las sagradas celebraciones. Es conveniente que haya para ellos bancas o sillas, las cuales han de permitir adoptar las distintas posturas durante la celebración y puedan moverse con comodidad en la comunión. Así mismo, se debe procurar que valiéndose de los modernos instrumentos técnicos, dispongan de una perfecta audición.

2.6 Lugar de los cantores e instrumentos musicales Deben estar donde más claramente se vea lo que son en realidad, a saber, una parte de la comunidad de los fieles; donde al mismo tiempo se les permita con comodidad el desempeño de su ministerio litúrgico y que, a la vez, puedan participar plenamente de la Misa. El órgano y los demás instrumentos musicales legítimamente aprobados estén en su propio lugar, es decir, donde puedan ayudar a cantores y pueblo, y donde, cuando intervienen solos, puedan ser bien oídos por todos.

2.7 Reserva de la Santísima Eucaristía Es recomendable que la Santísima Eucaristía se reserve en una capilla adecuada

para la adoración y la oración privada de los fieles. Si esto no puede hacerse, se pondrá en algún altar, o fuera del altar, en una parte más noble de la iglesia, bien ornamentada. Se debe reservar la Santísima Eucaristía solamente en un sagrario, inamovible y sólido, no transparente, cerrado de tal manera que se evite al máximo el peligro de profanación. Por consiguiente, como norma general, en cada iglesia no habrá más que un sagrario.

2.8 El Bautisterio El bautisterio es el lugar donde brota el agua de la fuente bautismal o, simplemente, está colocada permanentemente la pila. Debe reservarse para el sacramento del Bautismo y ser verdaderamente digno, de manera que aparezca con claridad que allí los cristianos renacen del agua y del Espíritu Santo. Sea que esté en alguna capilla dentro o fuera del templo, o sea que esté colocado en cualquier parte de la iglesia, a la vista de los fieles, debe estar ordenado de tal manera que permita la cómoda participación de una asamblea numerosa29 2.9 El “secretarium” En la iglesia catedral no debe faltar el “secretarium”, es decir, una sala digna, en lo posible cercana a la entrada de la iglesia, en la cual el Obispo, los concelebrantes y los ministros puedan ponerse los vestidos litúrgicos, y de la cual se inicie la procesión de entrada.

2.10 La sacristía La sacristía será de ordinario diferente del “secretatium”; en ella se guarda el ajuar sagrado, y en ella los días ordinarios el celebrante y los ministros se pueden preparar para la celebración.

3. ORNATO DE LA IGLESIA La ornamentación de la iglesia ha de tener una noble sencillez más que una pomposa ostentación. Y en la elección de los materiales ornamentales, procúrese la autenticidad para que contribuyan a la formación de los fieles y a la dignidad de todo el lugar sagrado. El ornato se hará según las normas de derecho.

3.1 Ornato del altar El altar debe estar cubierto por lo menos con un mantel, que cuadre bien con la estructura del mismo altar. Los candeleros se han de colocar o sobre el altar o alrededor de él, 29

Cf. Ritual Romano, Ritual del Bautismo de niños, iniciación cristiana, Observaciones Generales Previas, n. 25, del 15 de mayo de 1969.

o cerca del mismo, de modo que el todo forme una armónica unidad y no impida a los fieles ver fácilmente lo que sobre el altar se hace o se coloca. Los candeleros llevados en procesión se colocan cerca del altar, o sobre la credencia, o cerca del presbiterio. También sobre el altar o junto a él colóquese la cruz, que quede bien visible para la asamblea congregada. La cruz llevada procesionalmente puede hacer de cruz del altar, de lo contrario se guarda.

3.2 Las imágenes Las imágenes del Señor, de la Santísima Virgen y de los Santos, suelen legítimamente exponerse a la veneración de los fieles en los edificios sagrados. Hay que cuidar que su número no sea excesivo y que en su disposición haya un justo orden y no distraiga la atención de los fieles de la celebración. No ha de haber más de una imagen del mismo Santo. En general, la ornamentación y disposición de la iglesia en lo referente a las imágenes procure ayudar a la auténtica piedad de toda la comunidad.

BIBLIOGRAFÍA -

Ordenación General del Misal Romano, Capítulo II, nn. 24-57, del Misal Romano, Coeditores Litúrgicos, 1994. Ceremonial de los Obispos, DEL, CELAM, 1991.