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Raquel Levinstein, pionera de la Psicología Cuántica y del Espíritu con 33 años de trayectoria, es directora del Centro de Servicios Interdisciplinarios para el Desarrollo Humano (CSIDH). Además, es presidenta y fundadora de la Asociación Hispanoamericana de Psicología Cuántica y del Espíritu. Es autora de varios best sellers, entre los que destacan El infierno del resentimiento y la magia del perdón, libro que recibió la Condecoración al Mérito Editorial. Es una destacada conferencista que sabe tocar las fibras más sensibles de su auditorio, y desde hace más de 30 años colabora con grupos de autoayuda como Alcohólicos Anónimos, a quienes ama y ira profundamente. También ha recibido varios reconocimientos como el Premio Quetzal, el Micrófono de Oro y la medalla Dolores Ayala por su importante trayectoria en televisión y radio, donde es titular del programa Siempre contigo, que se transmite todos los días por Radio Centro, 1030 AM, a las 11:30 horas.

RAQUEL LEVINSTEIN

Cuando alguien se va

Cuando alguien se va Raquel Levinstein

Primera edición digital: Panorama Editorial, 2016

D. R. © 2016, derechos de edición mundiales en español: Panorama Editorial, S. A. de C. V. Manuel María Contreras 45-B, colonia San Rafael, 06470, Ciudad de México

Teléfono: 55 54 70 30 e-mail: [email protected] www.panoramaed.com.mx

Texto © Raquel Levinstein Fotografía portada © Elina, usada para la licencia de Shutterstock.com

ISBN: 978-607-452-527-4

Prohibida su reproducción por cualquier medio mecánico o electrónico sin la autorización escrita del editor o titular de los derechos.

Índice

Dedicatoria

Lo que se ama, ¡jamás se pierde!

Prólogo

Prefacio

Introducción

Capítulo 1 Cuando alguien que se ama se va, ¡jamás se pierde!

Capítulo 2 Campos mórficos de dolor y sufrimiento

Capítulo 3 Rompiendo campos mórficos de dolor, construyendo campos mórficos de amor

Capítulo 4 Reflexiones sobre la vida y la muerte

Capítulo 5 Historia de la mariposa

Capítulo 6 Cuando llega la muerte

Capítulo 7 Cuando se instala el dolor

Capítulo 8 Dios se lo llevó

Capítulo 9 Preparándonos para enfrentar el dolor

Capítulo 10 Oración para iniciar el proceso de duelo

Capítulo 11 Las etapas de duelo

Capítulo 12 La apertura espiritual o el reencuentro

Capítulo 13 Realizando limpieza de armario

Capítulo 14 Reflexiones

Recomendación

Sobre la autora

Dedicatoria

A mis hermanos Benjamín y Anita, ante la pérdida más difícil e inexplicable: la de un hijo en la plenitud de la vida, cuando todo en él eran proyectos y futuro, mismo que un día, sin fecha en el calendario ni manecillas en el reloj... el río se llevó. Que este libro sea para ustedes una caricia en el alma, una oración perpetua para Benjamín, y un consuelo para quien ha enfrentado la pérdida de un ser querido. A mi hermana Elvy, a cuatro años de su partida, quien es como el sol: parece que muere en un atardecer pero surge victoriosa y radiante en un nuevo y mejor amanecer. A mi esposo, el compañero de mi vida, con quien aprendí que el amor verdadero no está limitado por el espacio, el tiempo ni la geografía. Con quien descubrí que los malos momentos se superan con genuino perdón, y comprendí que el verdadero sentido de la vida es ¡vivir! Gracias por el tiempo compartido, tu paciencia, nuestros hijos y tu amor, ése que nunca declinó hacia mí y que, aún en tu ausencia, es la cobija con la que me cubro cada noche y el beso de cada amanecer. A Ufo, amigo de siempre, hermano del alma de mi esposo, tío de mis hijos, de corazón. Que la luz y el amor de Dios te guíen en la nueva dimensión en la que hoy te encuentras y lleven hacia aguas tranquilas a Juanita, tus hijos y nietos. ¡Te extrañamos! A todos mis seres queridos que se han adelantado en el camino de reencuentro con el Creador. Sin importar el tiempo transcurrido desde su partida, siguen presentes en cada día de mi vida, pensamiento hermoso y oración. Los percibo en cada bello amanecer, el brillo de las estrellas, la luz y el calor del sol. Gracias por su presencia amorosa, los cuidados y la enseñanza de antaño, raíz de lo que hoy soy. ¡No los olvidamos jamás! A los muertos que nadie llora ni recuerda, a las víctimas inocentes de guerras y terrorismo, a los victimarios que han perdido su propia vida en aras de un sueño

de inconsciencia, ignorando que la libertad no se construye sobre la injusticia y que lo que afecta a un ser humano impacta en toda la humanidad. A los héroes anónimos que han dejado su vida en el servicio a los demás, a los que un día cerraron los ojos y no despertaron más. A todos ellos que físicamente ya no están, pero que siguen vivos en nuestros recuerdos y corazón.

Lo que se ama, ¡jamás se pierde!

Porque el tiempo jamás podrá sanar el dolor que genera la ausencia de un ser querido, es importante descubrir los caminos que nos permiten sanar el alma y propiciar el anhelado reencuentro espiritual en el aquí y el ahora, con ese ser tan amado. Aquel ser que vive en nuestros recuerdos y corazón, con el que quisiéramos compartir tantas cosas y decirle mil veces: ¡Te amo! Descubre que el amor es un puente hacia el infinito, hacia el corazón de Dios; que no conoce límites de geografía, tiempo o espacio, y en el océano de infinitas posibilidades que nos otorga es posible revelar uno de los más grandes misterios de la vida: la muerte no existe, porque ésta es vida en el corazón de Dios. Deseo de todo corazón que este libro sea para ti y los tuyos un bálsamo para el alma, un camino de duelo para liberarte de todas las emociones destructivas que impiden el tan anhelado reencuentro y la comunión con él o ella, a quien llevas eternamente en el corazón.

Tu amiga Raquel Levinstein

Prólogo

Las palabras de la doctora Levinstein, de su boca o su pluma, tienen el poder de un bálsamo que cura las heridas más dolorosas: las del alma. Esta afirmación tiene su mayor validez en este libro, que trata un tema del que poco o nada queremos hablar: la muerte, especialmente la de un ser querido. Aun si no ha tenido el infortunio de perder a un ser querido, al menos recientemente, a medida que uno avanza por estas páginas y entiende el proceso de duelo, va sintiendo una paz inexplicable. Todos, de alguna manera vivimos pérdidas constantes, no sólo de seres amados sino de otros elementos de nuestra psique, los que nos hacen pasar por las etapas de duelo que con tanto amor nos describe la doctora Levinstein. En esta versión corregida y aumentada de Cuando alguien se va, la autora nos adentra en terrenos más ignotos, los de la Psicología Cuántica y del Espíritu, de la cual es pionera, y cuyos principios nos permiten entender mejor el proceso de sufrimiento y recuperación después de la pérdida. Esto es una enorme aportación a la tanatología y al conocimiento del alma, de la que tanto hablamos y poco entendemos. En suma, leer este libro equivale a tener a la queridísima doctora Raquel a nuestro lado, apapachándonos cuando más lo necesitamos, diciéndonos palabras amorosas que acallan dulcemente los reclamos que emanan de lo más profundo de nuestro ser, especialmente, los reclamos a Dios.

Doctor Luis Castañeda

Prefacio

De todo corazón deseo que este libro sea para ti una mano extendida, una caricia para el alma y un consuelo para el corazón si has experimentado la pérdida de un ser querido y, por tanto, ese dolor que flagela el alma y mutila el corazón. Si has sufrido con la ausencia de él o ella, que ya no está en el plano material; si has sentido que una parte de ti se desvanece; que la vida ya no tiene sentido y que, como un suspiro, se fue tras ese ser amado que hoy ya no puedes abrazar. En estos momentos de duda, dolor y confusión, te invito a realizar un alto en el camino para enfrentar y superar el dolor que desgaja el alma con la fuerza del espíritu, para dar un salto al infinito y cruzar las fronteras de la geografía, del tiempo y espacio para recobrar la paz que nos regala la certeza de saber, más allá de las circunstancias materiales, que cuando alguien que amas se va... jamás, ¡jamás se pierde!

Tu amiga Raquel Levinstein

Introducción

Este libro es una versión corregida y aumentada de la primera edición de mi libro Cuando alguien se va, obra cuyo contenido original se ha respetado por su incalculable valía para enfrentar la pérdida de un ser querido. Esta edición no sólo nos permite realizar un proceso de duelo transformador a través de cada una de sus etapas, sino también una genuina apertura espiritual que surge de la aceptación, misma que a través de su lectura se conquista con plena conciencia y corazón. La presente edición contiene tres nuevos capítulos: El primero nos explica, a través de leyes universales o principios herméticos, la posibilidad real y verdadera de un reencuentro espiritual aquí y ahora, de tocar a nuestros seres queridos con nuestros más encumbrados pensamientos y nobles sentimientos, los que físicamente, sólo físicamente, ya no están. El segundo nos habla acerca de los campos mórficos de dolor y sufrimiento que se generan cuando la muerte de un ser querido nos toma por asalto y nos instalamos en el dolor de la ausencia atrayendo a nuestra vida mayor dolor, sufrimiento y, en ocasiones, tragedias, llenándonos, en cada evento posterior a la pérdida del ser amado, de miedo, culpa, enojo y resentimiento con la vida y hasta con Dios, de quien pensamos se ha olvidado de nosotros o de plano ya nos agarró de marchantes y se ha ensañado con nosotros. En el tercer capítulo, muestro cómo romper los campos mórficos de dolor y sufrimiento generados por la pérdida del ser amado; con ejemplos claros quise ilustrar y proporcionar herramientas para cerrarlos definitivamente y comenzar a construir campos mórficos de amor y bienaventuranza que nos den una vida nueva y mejor. Como siempre sugiero: “Ellos merecen vivir; que su ausencia no sea la tumba de nuestra propia vida y de los seres que amamos, sino que nuestra ofrenda para ellos sea, día con día, la construcción de una escalera al cielo para regalarles una estrella, pues ellos son no sólo la más hermosa y resplandeciente para nosotros, sino un ángel que camina a nuestro lado, un rayito de luz que se cuela por la ventana cada amanecer para besarnos la frente, la más hermosa flor que nos

recuerda que más allá de la muerte, persiste la vida, y lo que se ama, ¡jamás se pierde!”

Capítulo 1 Cuando alguien que se ama se va, ¡jamás se pierde!

Cuando llega la muerte de un ser querido, el dolor y la pena son tan grandes que parece que no existen palabras ni razones que puedan amainar nuestro sufrimiento. El alma ruega por su ausencia, el corazón destrozado destila un llanto que parece eterno, que nadie escucha ni entiende, y tal parece que mientras más buscamos alguna explicación para entender el dolor que experimentamos, más grande se hace el pozo de la ausencia y el abismo del dolor. Créeme que te entiendo. Créeme, porque todo eso que sientes lo he vivido en repetidas ocasiones, he experimentado el dolor en carne propia y lo he trascendido, por ello, sé que es posible convertir el llanto en dicha, reencontrarnos espiritualmente con los seres que amamos, aquí y ahora, en este plano material que nos tocó vivir; desde luego, no con las características que la materia dicta, sino con las que el alma grita y el corazón anhela. No me refiero a doctrinas raras como el espiritismo o encuentros con fantasmas, te hablo de realidades que trascienden los límites de la materia y que, sólo con un genuino crecimiento espiritual es posible tocar el corazón de Dios, tal como tú lo concibas o entiendas. Los seres humanos somos una amalgama perfecta de materia y espíritu, de materia y eternidad, y es la ausencia material la que lastima, mientras que la eternidad que se toca con la dimensión del espíritu nos consuela, nos invita a voltear al cielo, a descubrir que en verdad cuando alguien que se ama se va… ¡jamás se pierde! Es el dolor de la ausencia, culpas, remordimientos por lo que se hizo, dijo o dejó de hacer o decir; es el enojo, el miedo, la pena por lo que sentimos, lo que no nos permite encontrar el camino de reencuentro, lo que nos mantiene prisioneros de los recuerdos y atados al dolor. Si tú me lo permites, te invito a caminar juntos, tomados de la mano del Creador,

por el estrecho recorrido de ese oscuro túnel en el que te encuentras prisionero, para conquistar una nueva realidad de luz y claridad en donde te aseguro, es fácil ver y sentirlos, a los que tanto amamos y que físicamente ya no están. Sé que cuando te encuentras sumergido en el pozo del dolor que dejó su ausencia, el intelecto y la razón buscan explicaciones que el sentimiento rechaza. Parece que no existe razón ni palabra alguna que pueda consolar un poco al alma. Pero la oferta continúa en pie: te ofrezco la posibilidad de un reencuentro espiritual aquí y ahora; de encontrar la paz que el alma pide, el consuelo que parece nunca llegar e incluso la dicha de sentirles cerca, de saberles tranquilos y en paz. Para ello, si me lo permites (recuerda que la razón exige explicaciones) voy a retomar algunos de los principios herméticos y conceptos de la física cuántica que, día con día, se van aproximando desde el terreno frío y estricto de la materia y ciencia, al mundo mágico, misterioso y, diría, ¡milagroso! de la metafísica o del misticismo y la espiritualidad. Lo siguiente te lo menciono por si te interesa seguir creciendo en lo espiritual cuando hayas recobrado la calma y tu alma se encuentre en paz. La filosofía hermética fue fundada por Hermes Trismegisto en el antiguo y esplendoroso Egipto. Tal fue su sabiduría que se le conoció como el escriba de los dioses; sus enseñanzas han influenciado a todas las religiones actuales y a las ya desaparecidas, y se encuentran reunidas en el Kybalión,¹ escrito por los Tres Iniciados. Este libro contiene los siete principios herméticos u ocultos, o leyes universales, con los cuales es posible acceder a las verdades ocultas y, con ello, trascender nuestra limitación material. En esta ocasión sólo te hablaré de tres:

- Principio de mentalismo. - Principio de correspondencia. - Principio de vibración.

El principio de mentalismo hace alusión a que el todo es mente; el universo es mental; el fenómeno de la vida, en cualquier expresión, energía, materia y, en general, todo lo que se presenta ante nuestros sentidos, proviene del espíritu, que en sí mismo es incognoscible e indefinible. Desde la física cuántica, cuyos descubrimientos más relevantes han transformado los conceptos tradicionales en todas las áreas del conocimiento humano y revolucionado la ciencia y la tecnología, uno de sus grandes investigadores, sir Williams James, nos dice: “El universo ha dejado de parecerse más a una máquina fija y estática para concebirse más como una mente universal en flujo dinámico y cambiante”. Es por eso que los teóricos de la física cuántica dicen que la mente debe ser considerada, más que como intrusa, creadora. Por otro lado, Albert Einstein señalaba que su concepto de Dios era una mente universal. De los conceptos revolucionarios y trascendentales en los que la ciencia y la metafísica coinciden de manera impresionante, podemos entender que en la mente universal, en la inteligencia del ser supremo, literalmente “nos movemos y tenemos nuestro ser, sólo que en diferentes planos de expresión”. Nuestra búsqueda va tomando forma pues de entrada vemos que en la mente del Ser Supremo nada se pierde, ya que todo surge y retorna a Él. El principio de correspondencia indica que “Como es arriba es abajo; como es abajo es arriba”, es decir, hay una correspondencia entre los diferentes planos de vida y existencia. En este sentido, los herméticos mencionan que “aunque hay planos lejos del alcance de nuestra percepción, si aplicamos este principio somos capaces de entender lo que de otro modo no habría sido imposible captar, es decir, de la misma manera en que el conocimiento de algunos de los principios de la geometría permite al estudiante saber el punto donde hay soles distantes y cómo son sus movimientos mientras se encuentra sentado en su laboratorio, así, el conocimiento del principio de correspondencia permite al hombre razonar inteligentemente desde lo conocido hasta lo desconocido”. En este sentido, desde el enfoque de la física cuántica donde día con día la ciencia va corroborando lo que parecía oculto e imposible, tenemos el principio

de Huygens, o principio holográfico, que postula que en cualquier parte está el todo y un sólo punto contiene la información del todo; en otras palabras, a través de un sólo punto es posible conocer el infinito. Por ejemplo, una simple gota de océano, aunque no es éste, sí contiene todas las cualidades del océano. Por último, está el principio de vibración, que puede servir no sólo para ilustrar sino para comprender que, en verdad, lo que se ama, jamás, jamás se pierde. Esta ley defiende que todo en el universo vibra y las diferencias entre las manifestaciones de materia, energía, mente e incluso espíritu, son resultado de las diferencias de las frecuencias vibratorias. Los herméticos nos dicen también que mientras más alta es la escala vibratoria, más cerca se encuentra de la dimensión del espíritu, cuyo rango de rapidez es infinito, tanto, que parece que se encuentra en reposo. En mi libro Pensando en ti,² menciono que el nivel supraconsciente de la mente es semejante al ojo del huracán, que a simple vista parece sereno e inmóvil, pero es ahí donde se desata toda la fuerza de un huracán. Un ejemplo a nivel material, muy común e ilustrativo, es la forma de volar de un colibrí cuando absorbe el néctar de una flor pues pareciera que se encuentra detenido, en reposo; no obstante, sus alas se agitan a una velocidad impresionante casi imperceptible para el ojo humano. Respecto a este principio, los herméticos señalan que “desde el corpúsculo y el electrón, el átomo y la molécula, hasta los mundos y universos, todo se encuentra en vibración”. Por supuesto, incluidos los seres humanos. Como ejemplo tenemos a una rueda en movimiento que a simple vista percibimos, pero si aumenta el movimiento y, con ello, el nivel de frecuencia vibratoria, deja de ser perceptible al ojo humano y comienza a emitir sonidos que, en sí, producen las siete notas de la escala musical en los diferentes grados de resonancia. Si el objeto es sometido a mayor intensidad de movimiento, también crece la del nivel de frecuencia vibratoria, a tal grado que los sonidos musicales dejan de ser perceptibles para el oído humano, pero no porque el objeto en cuestión deje de emitirlos. Siguiendo con esta manipulación de movimiento, comprobada incluso a nivel

científico, si al objeto se le aplica mayor movimiento, aumenta el rango de frecuencia vibratoria y emite una gama de colores que van desde el rojo intenso, naranja, amarillo, verde, azul y violeta, hasta el blanco incandescente, para luego desaparecer de la vista humana. Reitero que el objeto continúa emitiendo sonidos y colores, sólo que el ojo y oído humanos no tienen la capacidad de percibirlos en un rango de elevadísimas vibraciones. ¿Te das cuenta? De igual forma en la que un simple objeto que se encuentra en movimiento generando un alto nivel de frecuencia vibratoria, literalmente, desaparece de nuestra vista y nuestro oído pues nuestros órganos sensoriales no logran percibir los colores ni los sonidos en niveles de frecuencia vibratoria muy elevados, así ocurre con ellos, nuestros seres amados que físicamente ya no están, no porque no podamos verlos ni escucharlos significa que hayan dejado de existir sino que ahora, sin el peso denso de la materia, vibran en niveles de frecuencia mucho más encumbrados, y cercanos a la esencia misma del Creador. Recuerda que “Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba”. Si bien es cierto que a nivel material ya no es posible verlos, tocarlos o escucharlos, a través de nuestros pensamientos más nobles y sentimientos más hermosos sí podemos hacerlo. Con éstos es posible alcanzar las más altas escalas de vibración e incluso tocar y acariciar el corazón de Dios, lugar donde ellos, los que añoramos tanto, ahora se encuentran. El recurso universal con el que es posible extender un puente al infinito es el amor. Por ellos, los que tanto amamos, vale la pena ponernos de pie frente a la vida, clausurar el dolor, el sufrimiento y la amargura para comenzar a vibrar en el amor y, con éste como baluarte, vibrar en los niveles de frecuencia más encumbrados donde ya no hay límites ni fronteras, donde es posible cabalgar en las estrellas, columpiarse en un rayito de sol y caminar con ellos. Ellos, tal vez como ángeles o rayitos de luz; nosotros como niños pequeños que vuelven a creer en lo bueno y que, por amor, sólo por amor, hemos sido capaces de reconciliarnos con la vida y conocer el verdadero rostro de Dios, quien en su infinita misericordia nos muestra el camino de reencuentro con ellos lo que tanto amamos. Piensa que la ausencia, la muerte de ese ser tan querido, nos impulsa a desprendernos un tanto del peso de la materia y nos obliga a voltear al cielo, a

crecer interior y espiritualmente para descubrir que la muerte sigue siendo vida en un plano muy superior, y que cuando alguien que se ama se va… jamás se pierde.

Notas al pie ¹ Los Tres Iniciados, El Kybalión, Lectorum, México, 2004. ² Raquel Levinstein, Pensando en ti, Panorama, México, 2010.

Capítulo 2 Campos mórficos de dolor y sufrimiento

En este apartado pretendo explicarte cómo y por qué, después de la pérdida de nuestro ser amado, además del dolor y sufrimiento que genera, parece que la vida, literalmente, se voltea al revés y todo nos sale mal: en ocasiones, perdemos el trabajo, nos distanciamos de la familia, se ponchan las llantas del carro, se rompe el drenaje, los hijos, novio o marido se enojan, y de repente llega la rachita de muertes de seres queridos o cercanos. Hasta existe la creencia en que después de la muerte de un ser querido, faltan por lo menos otras dos, pues ésta se lleva de tres en tres. Por si fuera poco, también llegan enfermedades, deudas y carencias. Pareciera que el miedo se apodera de tu vida, paulatinamente se va robando tus sueños para convertirlos en pesadillas y a la vida misma en una tumba. Si a todo esto le sumamos la gama de emociones que genera la pérdida de ese ser amado, la que inició tu descenso hasta la mismita quinta paila del infierno, resulta sencillo entender el porqué la vida, literalmente, se convierte en un infierno, en un abismo que parece sin fondo. Lo que no resulta sencillo es encontrar una salida, cómo detener la vorágine de eventos traumáticos y enderezar la vida, cómo seguir adelante. ¿Cómo continuar sin él o ella?, Sobre todo cuando lo horrible y espantoso, lo que ya no quieres vivir, te llega a raudales día con día, particularmente desde que esa persona se fue. Parece que desde su ausencia todo en tu vida es sufrimiento y castigo de Dios. Llega un momento en el que el dolor y los agravios son tantos, y es tan grande el miedo, que parece que Dios se olvidó de nosotros pues no responde a nuestras súplicas y sentimos que se ha ensañado con nosotros, entre otras cosas más. Lo único que queremos es salir de ese pozo oscuro, detener de una vez por todas el sufrimiento que nos asfixia, terminar con ese dolor que nos lacera el alma y destroza el corazón.

Como siempre te digo ¡sí hay salida! ¡Sí hay camino! Si tú lo permites, vamos a descubrirlo juntos. Sé que cuando estamos sumergidos en el pozo del dolor, cuando la pena y la tristeza nos agobian, de lo que menos queremos saber es de ciencia, pero también sé que en ocasiones las respuestas y explicaciones a nuestras mil preguntas y nuestros mil porqués, pueden servir de peldaños para iniciar nuestro ascenso hacia la paz y la libertad. Así que te pido que no te desanimes y realices un esfuerzo, que te tomes de mi mano para poder entender porqué un dolor tan intenso como la pérdida fatal de un ser querido genera más dolor y, por ende, más sufrimiento. Tú puedes acabar con esa racha, tienes el poder para detener el sufrimiento y ponerte de pie frente a la vida, disfrutarla intensamente a pesar de que él o ella, físicamente, recuerda, sólo físicamente, ya no está. Comencemos nuestro breve proceso de conocimiento para encontrar explicaciones a lo que parece inexplicable, para hallar una luz en medio de tan inmensa oscuridad. Hace más de 20 años, Ruperto Sheldrake, doctor y bioquímico inglés, propuso la teoría de que es probable que un evento se repita según las veces que ocurra, pues se forma un campo mórfico, es decir, un mapa o plano en el cual se construye un edificio. Sheldrake pone el ejemplo de una rata de laboratorio en Londres: cuando ésta logra salir del laberinto de experimentación, no sólo facilita la salida de sus congéneres del mismo sitio, sino de todas partes del mundo. Tal es el caso de la glicerina que, por su condición, jamás podría cristalizarse, no obstante, un remoto día, durante su traslado de Londres a Viena, un bidón que la contenía formó cristales. Lo impresionante es que, al poco tiempo, en diferentes partes del mundo la glicerina también se cristalizó. Según la propuesta del doctor Sheldrake, todo lo que realiza un individuo de cada especie, tanto para bien como para mal, afecta a toda su especie sin importar la distancia ni geografía. Asimismo, con el experimento de Alan Aspect, en 1982, considerado uno de los más significativos de la física cuántica, la paradoja de Einstein-Podolsky-Rosen,

se confirma la interrelación de las partículas por más separadas que se encuentren. Tal como lo dijera el poeta: “Cuando cortas una margarita, una estrella se estremece”. ¿Recuerdas los principios herméticos? “Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba”. Desde esta propuesta podemos explicar por qué de repente comienzan crímenes seriales, descubrimientos científicos similares y casi paralelos, además de la coincidencia histórica de grandes pintores, poetas, científicos, escultores, etcétera. La Psicología Cuántica y del Espíritu, de la cual soy pionera, postula que “cuando un gran dolor impacta nuestra alma, se genera una fractura emocional o un campo mórfico de dolor, y es probable que continuemos resonando con éste, atrayendo de manera inconsciente, una y otra vez, eventos similares que producen un dolor semejante al original, al que creó el campo mórfico. Esto no termina hasta que, conscientemente, hagamos un alto y, con voluntad, generemos nuevos y diferentes campos mórficos”. ¿Te das cuenta? Lo que estás viviendo se encuentra muy lejos de ser castigo divino; y también la idea de que Él, nuestro Creador, se haya olvidado de ti o los tuyos. Esto no podría ser de ninguna manera porque tú eres manifestación de su conciencia, tu esencia es Él. Recuerda que en su mente, en su amor infinito nos movemos y tenemos nuestro ser. En su mente infinita nada se pierde, sólo nos encontramos vibrando en diferentes rangos de frecuencia vibratoria, no más distantes uno del otro, que un solo pensamiento, o sentimiento de amor. Él se encuentra siempre con las manos extendidas esperando que te tomes fuertemente de ellas para alejarte del sufrimiento y enseñarte el camino secreto por el cual es posible coincidir en su corazón con ellos cuya ausencia desgarró el alma y tiñó la vida de gris. Ahora sabes que siguen vivos en un nivel de frecuencia vibratoria muy superior, el cual puede ser alcanzado con nuestros pensamientos y corazón ¡simplemente por amor! Y amor, no lo dudes… amor es Él, nuestro Creador. Recuerda siempre que cuando te instalas en el dolor y el sufrimiento, generando infiernos, son el miedo y el resentimiento los que te mantienen preso en un campo mórfico de dolor atrayendo inconscientemente más experiencias traumáticas.

Cuando experimentas paz y consuelo, es el amor, la presencia suprema quienes, en silencio, te mantienen arropado en su corazón para descubrir que aún la muerte sigue siendo vida y cuando alguien que se ama se va, ¡jamás se pierde!

Capítulo 3 Rompiendo campos mórficos de dolor, construyendo campos mórficos de amor

El primer recurso con el que contamos para clausurar el campo mórfico de dolor y sufrimiento, con el que de manera continua se atraen eventos dolorosos y traumáticos que emocionalmente resuenan con el dolor original, es el propio proceso de duelo. Recuerda que el tiempo no sana las heridas que deja la pérdida de un ser amado. De hecho, pueden pasar 10, 20 o 100 años y seguiremos experimentando el mismo dolor. La razón por sí sola tampoco tiene la cualidad de sanar el alma. Tal es el caso de las personas que siendo muy niñas perdieron a sus padres, y ya adultas o ancianas, siguen experimentando la sensación de orfandad que dejó su ausencia. La razón pide explicaciones; el corazón sólo siente. Paso a paso, en este libro encontrarás todo el proceso de duelo para liberar el alma, no lo aplaces ni lo dejes para mañana, deja ya de apapachar el dolor, no permitas que éste se convierta en sufrimiento, en un campo mórfico de dolor. La realización del proceso de duelo es una manera efectiva para dejar de resonar en el dolor, parece una paradoja, pero es una gran verdad: enfrentar el dolor conscientemente, lo aleja y lo desintegra. Otro recurso efectivo para terminar con el círculo de dolor y sufrimiento es el perdón, ése que se regala de corazón. Además, en este libro hay un ejercicio para perdonar y perdonarse aún en la distancia; aplícalo, realízalo y disfruta la magia que te regala el perdón. Después de que realices con profundidad y sentimiento el proceso de duelo, y hagas el ejercicio del perdón aún en la distancia, verás cómo se empieza a acomodar el alma, se restablece la paz y hasta la alegría y, si bien, yo no he encontrado la forma de no extrañarlos o no desear volver a verlos aunque sea una sola vez en este plano material, sí te puedo garantizar que a través de tu imaginación, alentada por los más bellos y nobles pensamientos, lograrás

platicar con ellos y sentirlos. El alma se llena de paz, de dicha infinita al corroborar que cuando alguien que se ama se va… ¡jamás se pierde!

Capítulo 4 Reflexiones sobre la vida y la muerte

La muerte es compañera de la vida, llega sin previo aviso y nos recuerda nuestra propia fragilidad. Es como la noche que sigue a un día de sol; como la novia distante, pero siempre presente; como el agua que desemboca en un río, pero sabe que su cauce es el mar. La muerte no respeta edad, sexo o condición social; ni siquiera necesita de una enfermedad, tragedia o un desastre natural, sólo de la vida misma, pues para morir lo único que se requiere es estar vivos. Al observar este vínculo tan estrecho entre la vida y la muerte, no entendemos por qué esta última nos causa tanto dolor. Recuerdo un rito judío en las ceremonias de sepultura: en éste, el rabino cuestiona a los deudos sobre la posibilidad de recobrar a ese ser amado a cambio de que nunca más salga el sol, no aparezcan estrellas en la bóveda celeste, las aves no emitan sus trinos, la vida se detenga y no vuelva a nacer un bebé ni a sonreír un niño. En esos momentos de profundo dolor, los deudos afirman al unísono, que a ese costo tan alto, ¡no! Es como si, interiormente, adivinaran que la vida en esas condiciones sería como la misma muerte y que, tal vez… ésta es tan cercana a la vida, que también lo es pero en otra forma de expresión, la cual sólo es posible captar desde el corazón. Estoy segura de que si la persona se encuentra llena de tristeza, culpa y resentimiento, no será posible establecer un puente que permita percibir esta dimensión, misma que no es factible vislumbrar con los ojos ni la piel. Pues en esta dimensión, donde es viable un reencuentro con nuestros seres queridos ausentes, donde es posible comulgar y dialogar con ellos, aún cuando ya no se encuentran entre nosotros, e incluso, comulgar con Dios, se navega sólo con los sentimientos más nobles y puros, con los pensamientos más encumbrados y transparentes. Por ello, resulta imprescindible aplicarnos en hacer limpieza de armario, limpieza del corazón, para conseguir la paz interior, reencontrarnos con ellos, a quienes extrañamos y necesitamos tanto aquí y ahora, en esta vida, en nuestra realidad cotidiana. Cuando digo un reencuentro con ellos, no hablo de

espiritismo ni de desarrollar cualidades extrasensoriales para descubrir fantasmas o espectros, sino de crecer lo suficiente interiormente para aprender a vivir sin la presencia física de ellos a quienes tanto amamos. Con la certeza de que, como Dios mismo, están más cerca que nunca de nosotros, que es posible platicar con ellos en silencio, como quien pronuncia una oración o dialoga con una estrella, y es viable percibirlos en las cosas bellas que nos ofrece el Creador cada día; amanecer y anochecer. Por ejemplo, un rayito de luz, el calor del sol, el brillo de una estrella, la caricia del viento, las gotas de lluvia, nuestros recuerdos y anhelos y cada pensamiento bello e invocación. Sé bien que de inicio lo que propongo parece difícil y casi imposible, pero la verdad es que lo necesitamos tanto que vale la pena intentarlo, trabajar con nosotros mismos para dejar atrás el infierno que genera su ausencia, el dolor de su partida, el miedo y la soledad que se instalaron en el corazón desde que se marcharon. Este camino lo tenemos que iniciar con gran valor y una fe aún mayor. Me preguntarás, ¿cómo tener fe si toda se la robó su partida, si todo lo bueno se fue con él o ella? No tengo palabras para convencerte de seguir adelante, sólo el deseo que brota desde lo más profundo de mi corazón, vestido con el amor y la paz que el Señor me regala para ofrecértelo a ti, a pesar de haber sufrido pérdidas tremendamente dolorosas. Sólo te invito a intentarlo; no se trata de ver para creer sino de creer para poder ver y, si de algo te sirve mi experiencia, te puedo decir que es posible volver a sentir paz y consuelo después de su pérdida, platicar en silencio cada día con ellos, sentirlos cerca, saldar cuentas y decirles ¡te amo! aún en la distancia, la misma que existe entre la materia y el cielo, ese cielo que, como dijo Cristo Jesús: está dentro de ti mismo. Si deseas dejar de sufrir y no permitir que su ausencia se convierta en la tumba de tu propia vida, familia o los seres que amas, si anhelas construir una vida diferente, mejor, edificada paso a paso, con infinito amor y conciencia, que sea el mejor tributo para ellos, quienes físicamente ya no están pero que viven eternamente en nuestro corazón, te pido que te atrevas a dar el primer paso y sigas adelante con tu propósito de transformación interior, de realizar una profunda limpieza del alma, de construir un puente hasta el corazón de Dios, para encontrarlos a ellos y también reencontrar un nuevo sentido a la vida. En realidad, para comenzar a vivir una vez más.

Para iniciar este proceso de transformación interior, considero conveniente retomar una frase de Cristo Jesús, Él, nuestro hermano mayor quien dice: “No busques entre los muertos a los que están vivos”; ya escucho entonces, tu respuesta y el grito que sale desde lo más profundo del corazón: “¿Dónde lo busco?, ¿dónde lo encuentro?” Deseo de todo corazón que la respuesta la encontremos juntos a lo largo de estas páginas y, por supuesto, en lo más profundo de tu corazón. Sólo te pido que no ignores, a lo largo de esta travesía, de este intento por clausurar el dolor de la ausencia, que está junto a ti mi mano extendida, y siempre cerca de nosotros la presencia silenciosa y amorosa de Él, nuestro Creador, tal como tú puedas concebirlo y entenderlo.

Capítulo 5 Historia de la mariposa

No recuerdo si esta historia la leí o me la contaron; tampoco si pertenece a algún autor, al dominio público o es anónima. Lo que sí es que su contenido me impactó y quiero compartirla contigo con mis propias palabras e interpretación. Sin duda, alguien tuvo que haberla escrito; sea quien fuere, que Dios lo bendiga siempre. Con profunda humildad y gratitud le entrego mi reconocimiento y mil disculpas por no recordar su nombre y mencionar su autoría. Había una vez un par de orugas posadas en la rama de un árbol. Uno tras otro, los días transcurrían sin novedad alguna, hasta que un día, convertida en crisálida, una de ellas logró romper el caparazón que la mantenía atrapada y se transformó en una hermosa y radiante mariposa; extendió las alas y emprendió el vuelo de libertad. Un vuelo que quizá no habría disfrutado de no haber estado prisionera en calidad de un simple y feo gusano. La mariposa se encontraba extasiada ante tanta belleza, su dicha no tenía fin, sobre todo cuando contempló su imagen reflejada en el estanque que adornaba ese lugar. Sus alas estaban teñidas con pinceladas de tantos y bellos colores que parecía que el mismo arcoíris se había plasmado en sus delicadas y hermosas alas. De pronto, escuchó un llanto tan triste y desgarrador que atrapó su atención, y enseguida se dirigió al sitio de donde éste provenía. Cuál sería su sorpresa al descubrir que quien lloraba desconsolada era su hermana la oruga, que aún se encontraba prisionera dentro de su caparazón. Enseguida, la mariposa le preguntó a la oruga: “¿Por qué lloras de esa manera tan desconsolada y triste?” La oruga respondió con gran dificultad, pues el llanto le impedía hablar con fluidez y claridad: “Es que... se acaba de morir mi hermana”. La mariposa, consternada, le dijo: “No llores, hermanita, mira, no me he muerto, ahora soy una linda mariposa”. Sus palabras las acompañaba con breves y cadenciosos vuelos. La oruga, molesta, le pidió que no se burlara de su dolor y tristeza, que ella no podía ser su hermana porque era una bellísima mariposa, y su hermana, al igual que ella, era un horripilante e inútil gusano

atrapado en una monstruosa y pesada caparazón de la que no podría escapar jamás. “Claro, a menos de que muriera como ella, tal como sucedió.” La mariposa intento desesperadamente convencer a la oruga de que ella era su hermana y ahora disfrutaba de una maravillosa e inesperada libertad y seguramente dentro de poco tiempo, también ella disfrutaría de una condición similar. Parecía que la oruga ya no la escuchaba; por el contrario, su llanto cada vez era más triste y desolador, como si su propia condición le impidiera ver el destino maravilloso que la vida tenía previsto para ella. Cansada, la mariposa le dijo a su hermana la oruga: “Mira, no recuerdo cuánto tiempo estuve atrapada en esa condición; también ignoro el tiempo que Dios tenga dispuesto para mí en este nuevo y maravilloso estado y, ¿sabes? quiero aprovechar cada momento. Ojalá que la tristeza e incredulidad no te maten antes de disfrutar la libertad, dicha y plenitud que ahora disfruto y percibas lo que he descubierto: la muerte es vida y evoluciona hacia mejores formas de expresión”. Así concluye la historia, la reflexión que te invita a pensar o, por lo menos, a cuestionar la posibilidad de que la vida no termina con la muerte y, aunque no logremos ver a ese ser amado ni podamos tocarlo ni abrazarlo más, no significa que se haya perdido del todo, que ya no sea posible sentirlo cerca o platicar con él o ella. Aún cuando físicamente ya no están, el corazón los percibe, anhela y busca. Así como el pasto espera al rocío, la flor al sol, el océano al agua, como si cada uno adivinara que ése es su destino o lugar, así los extrañamos nosotros, desde lo más profundo del corazón se anhela el reencuentro y su recuerdo no nos abandona jamás. Creo firmemente en que más allá del dolor de la pérdida, el llanto que produce su ausencia y la tristeza que nos provoca su recuerdo, prevalece la esperanza del reencuentro, la oportunidad de poder decirles todo lo que en vida faltó y, sobre todo, repetirles mil veces: “Te amo, te amo con todo el corazón”.

Capítulo 6 Cuando llega la muerte

Cuando llega la muerte se estremece el alma, se desgarra el corazón; todo lo que nos separaba de aquel ser amado, sea reproche, enojo y resentimiento, se desvanece, sólo queda la ausencia y el tiempo que nos queda se torna diferente. A veces parece eterno, a veces sólo un suspiro; pero lo cierto es que ya no es el mismo sin él o ella. El tiempo se convierte en verdugo, en reclamo constante por el que se nos fue, el que ya no regresará más. Nos queda el inventario del alma en saldo rojo por el tiempo que faltó para decirle lo mucho que lo necesitábamos, lo importante que era para nosotros; para gritarle a la vida, ¡sólo quiero otra oportunidad! Después de su partida, prevalece un vacío que no se llena con nada; la culpa o, por lo menos, la sensación de que podíamos haber hecho algo más por él o ella. De pronto, se presentan ante nosotros todos los reclamos, las cosas que no hicimos, o todo aquello que sí y, en vida, nos separó. Los proyectos que no realizamos, el tiempo que desperdiciamos, el resentimiento, quedan tantas cosas, dudas, emociones encontradas, reclamos y tanto, tanto dolor. Quedan tantos recuerdos, añoranzas, proyectos sin terminar, parece que sobra todo lo que lastima. Sólo falta él, ella, quien físicamente ya no está.

Capítulo 7 Cuando se instala el dolor

Y es que cuando el dolor se instala en el alma, y a fuerza de tanto doler, se transforma en un sufrimiento perpetuo y eterno que tiñe todo de gris. La vida se convierte en muerte, la existencia en sepultura. De pronto, parece que ya no hay camino ni motivo para andarlo. Parece que el futuro se borra y el presente se desvanece devorado por el ayer. La silla vacía grita soledad, la vida entera huele a ausencia, sabe a dolor, los caminos y lugares recorridos con él o ella, aprisionan el alma y reclaman su presencia. Los nuevos lugares se visten de gris, parece que caminas con una nube sobre la cabeza, una lápida en la espalda y una daga en el corazón. Te duele respirar, te pesa vivir y más de una vez sientes el reclamo que brota del alma y parece decirte: “¿Cómo es posible que la vida siga sin él o ella?” ¿Cómo disfrutar de la luz y el calor del sol si el alma se encuentra vestida de negro y sólo el frío de la ausencia se puede percibir? Y de repente, te sientes enojado con la vida, contigo, con él o ella, que ya no está. Te sientes enojado con Dios y le cuestionas, le reclamas una y otra vez: “¿Por qué te lo llevaste, por qué me la quitaste, por qué, por qué, por qué?”

Capítulo 8 Dios se lo llevó

Se nos olvida que la vida es prestada y no nos pertenece, que la tenemos sólo cada día y, conforme éstos pasan, se nos olvida vivir. Planeamos para el mañana, tenemos la agenda programada por semanas, meses y años adelantados y se nos olvida que la vida es sólo hoy. “Mañana nos vemos”, “Mañana le digo que lo quiero”, “Mañana lo perdono”, “Mañana le dedico un ratito”, “Mañana, mañana, mañana”. Y, ¿quién dijo que el mañana es seguro, o que llegamos a la vida con un contrato de permanencia? Es tanta nuestra inconciencia que, en vez de agradecerle a Dios por cada amanecer, la vida y las oportunidades que nos regala para compartir y disfrutar cada día, cada instante con los seres que amamos, nos enojamos cuando se presenta la muerte, cuando llega el punto final y, de repente, él o ella, a quien amábamos tanto, ya no está. Te das cuenta de todo lo que faltó por hacer y decirle, las deudas que no saldaste, las promesas incumplidas, los proyectos sin realizar y, por si fuera poco, la muerte te confronta con tu propia finitud. Por ello, te enojas con Dios; es mejor culparlo a Él que aceptar la responsabilidad de nuestras propias fallas. Además, cuando alguien se acerca con el sincero afán de consolarnos y nos dice: “Es voluntad divina”, “Dios así lo quiso”, “Dios se lo llevó”, “Acepta su voluntad”, sientes una ira profunda y desmedida contra la vida y contra Él, nuestro Creador. Sientes que está contra ti y piensas que lo que estás enfrentando quizá es castigo divino, que Dios no te quiere y se olvidó de ti. Lleno de ira te vuelcas contra Él, después te sientes culpable por lo que sientes, por lo que piensas y, sin darte cuenta, el miedo y la culpa se apoderan de ti, y la vida entera se convierte en un eterno dolor que lacera el alma y parte en dos el corazón.

Capítulo 9 Preparándonos para enfrentar el dolor

La confusión en el alma y el dolor clavado en el corazón inician el proceso de duelo, donde las emociones brotan a flor de piel y, por miedo e ignorancia, las evadimos y reprimimos. El dolor del primer impacto, cuando se anunció su partida, se transforma en sufrimiento eterno que crece y desborda del alma. Sin importar el tiempo transcurrido desde la pérdida, parece que éste se detuvo y apenas fue ayer cuando experimentamos el impacto de su ausencia. Es como si quedáramos prisioneros del tiempo. Nos damos cuenta que el tiempo, por sí mismo, no sana las heridas, sólo la confrontación de las emociones, es decir, hacer conciencia, conocer lo que pasa en nuestro corazón y mente que nos permita salir a flote, respirar un aire nuevo, de vida y libertad. Por ello, te invito a realizar el proceso de duelo de forma consciente. Así como una intervención quirúrgica duele y molesta, pero al final sana, así la confrontación de emociones, en cada una de las etapas del duelo, nos permite enfrentar la realidad que nos ahoga. Al hacerlo nos liberamos de las cadenas de la inconciencia para dar un salto mental y emocional hasta el nivel de la conciencia, donde es posible penetrar en la dimensión del espíritu y los milagros están al alcance, pues, como decía san Agustín: “Los milagros no están contra la naturaleza sino contra lo que el hombre sabe de la naturaleza”, ahí es viable el reencuentro con los seres que amamos sin importar el tiempo transcurrido, el espacio físico o la geografía que nos limita. Porque en esta dimensión espiritual, el tiempo, las fronteras, la limitación de la materia o lo imposible no existen. Lo más impactante y maravilloso de este encuentro es que se puede llevar a cabo aquí y ahora, en esta realidad material. Sin embargo, para alcanzar la dimensión espiritual es necesario realizar una profunda limpieza de armario, un inventario consciente de nuestras emociones y sentimientos; además de un trabajo intensivo con la culpa y el resentimiento que generalmente se estacionan en nosotros después del impacto de una pérdida tan significativa. Por eso, realizar un proceso de duelo es tarea indispensable para quien desea, de todo corazón, trascender y transformar el dolor de la ausencia en la dicha y plenitud que proporciona un

reencuentro espiritual con quien tanto amamos y a nivel material ya no está. Las etapas de duelo que presento a continuación coinciden de manera impresionante con las que propone Elisabeth Kübler-Ross, considerada la madre de la tanatología. No obstante, las menciono acorde a la experiencia que me ha permitido integrar el o con miles de radioescuchas, conferencistas y pacientes a lo largo de mis propias vivencias y trayectoria profesional y, con base en ello, describo las experiencias que me han sido compartidas. Agrego la etapa de la apertura espiritual, en la cual es posible establecer el reencuentro tan anhelado, donde el alma se acomoda, el corazón se llena de paz, y es posible renovar la esperanza y el impulso para construir una vida nueva y, así, cada día construir peldaño a peldaño una escalera al cielo para comulgar con Dios (tal como lo entiendas) en ese lugar donde sólo prevalece el amor; conversar con él, con ella, aunque en el plano material ya no se encuentre con nosotros. En ese sitio donde el pensamiento puro, envuelto por un sentimiento de amor que no conoce espacio, geografía ni fronteras, es posible compartir nuestros anhelos, esperanzas, cada momento bello o difícil, y sentir que no caminamos solos, que hemos conquistado la muerte para comprobar, aquí y ahora, que la vida siempre es vida y es posible sentir más cerca que nunca a quien, en un momento, sentimos que la muerte nos arrebató. Te suplico que te prepares, a corazón abierto, para iniciar este proceso doloroso pero transformador y liberador; para ello, vamos a pedirle al Padre, a ese Poder Superior, tal como tú puedas concebirlo (pues existe la posibilidad de que te encuentres enojado o distanciado de Él) que nos ayude a transitar por este camino doloroso, a enfrentar la pena, el dolor de la ausencia, a no estacionarnos frente a los obstáculos de nuestra propia inconsciencia, ante los fantasmas de los recuerdos, remordimientos, culpas y resentimientos y, sobre todo, que nos permita alcanzar esa dimensión en la que es posible el reencuentro tan anhelado, tan necesitado por el alma y deseado por el corazón. Que nos conceda iniciar una vida nueva con la sonrisa en los labios y paz en el corazón, en la que, día con día, nuestra ofrenda para ellos no sea sólo de recuerdos, tristeza y culpa acumulados o flores que se marchitan, sino nuestro propio cambio, el tributo a la vida que su presencia nos dejó como enseñanza para no cometer los mismos errores ni caer en la indolencia o el distanciamiento con los que hoy tenemos cerca.

Capítulo 10 Oración para iniciar el proceso de duelo

Señor, aquí estoy ante ti, con mi infinita tristeza y el alma destrozada, con mil preguntas sin respuesta, culpas, miedos y resentimientos y, ¿sabes? Sé bien que no desconoces mi manera de sentir y sabes de mi enojo hacia ti porque no logro, no puedo entender por qué te lo llevaste, por qué me dejaste sin él, sin ella, a quien tanto quiero y necesito, a quien tanto extraño. Tengo miedo de tu castigo por sentirme así, por estar enojada contigo porque, ¿sabes?, me enseñaron a temer y percibirte como un ser vengativo, cruel y castigador. Y no me explico por qué, si la razón me dicta todo esto, el corazón clama por tu nombre e invoca tu presencia. Por eso, más allá de mi razón y sinrazón, te pido que en este proceso que hoy inicio seas Tú la mano amorosa de la que pueda asirme en mis momentos de duda, incertidumbre y dolor. Que seas Tú la mano extendida para abrir las puertas del cielo y mantener mi corazón abierto y propicio para ese reencuentro tan anhelado con quien tanto amo y cuya ausencia me ha sumido en el desconsuelo y la desesperación. También te pido, Señor, que lo mantengas a él, a ella, bajo el cobijo y protección de tu luz y amor y que, por favor, ¡por favor! Le digas mil veces cuánto, cuánto le amo, y que lo llevo por siempre en el corazón. No estás enojado conmigo, ¿verdad? Gracias infinitas, Señor. Después de esta sencilla oración es fácil percibir cómo algo se acomoda en el alma y es posible sentir que en este camino sinuoso que comenzamos a transitar, con plena conciencia, ya no caminamos solos, pues tenemos la certeza de que, quien hizo mar y tierra, camina con nosotros, y aún cuando estemos molestos con Él, enojados, Él no se enoja con nosotros jamás y, como un padre amoroso, responde al llamado de su pequeño cuando le invoca o nombra. Con la certeza absoluta de que no caminamos más solos en nuestro intento de

reencontrar la paz y alegría que nos regala la vida en cada amanecer, te invito a realizar juntos el proceso liberador del duelo. Tienes para ti mi mano extendida y corazón abierto para aventurarnos en la senda oscura del dolor de la ausencia. Camina paso a paso con la seguridad de que caminamos bajo el cobijo amoroso de Él, nuestro Creador. Antes de iniciar el proceso de duelo y penetrar en la zona oscura y turbulenta de la inconsciencia, donde se instala una gama infinita de emociones, es importante que sepas que este proceso puede durar muy poco o toda una eternidad. No hay tiempo definido para lograrlo, lo que hace la diferencia entre el menor o el mayor tiempo es tu disposición y compromiso para realizarlo, tu firme decisión para dejar de sufrir y el anhelo sincero de reencontrarlos a ellos, quienes físicamente ya no están sino en un plano espiritual pero consciente en el aquí y ahora. Para que la realización de este proceso doloroso pero transformador sea más accesible para ti, se han planteado cada una de las etapas de manera individual y separada. Acorde con los sentimientos y emociones que aparecen en cada una de ellas. En la realidad puedes estar en alguna de éstas y, de pronto, en cualquier otra, casi siempre con carácter de regresión. No te alarmes por esto que, si bien no es obligado, suele suceder. El secreto para avanzar es enfrentar los pensamientos, sentimientos y emociones que en ese momento particular broten de tu corazón. Te sugiero que no te apresures, no omitas alguna de las etapas, porque sólo ganarás la certeza de una regresión hacia alguna de las anteriores, aquéllas que no trabajaste de manera profunda o pretendiste ignorar. Tampoco te obligues a sentir o experimentar lo que tu corazón no te dicta; es probable que alguna etapa sea leve para ti, porque en vida saldaste cuentas, dialogaste, te perdonaste y también a los demás. Lo importante es que no evadas los sentimientos, no pretendas disimular o disfrazar la emoción, porque entonces éstos se vuelcan contra ti en forma de pesadillas, pensamientos obsesivos, neurosis, depresión o, simplemente, como un miedo descomunal que se presenta frente a ti: de día como temor a vivir y, de noche, como pesadillas o insomnio por miedo a conciliar el sueño. Antes de compenetrarte con el trabajo que exige el proceso de duelo, es

importante distinguir entre lo que son pensamiento, sentimiento y emoción.

Los pensamientos

Son impulsos de energía e información con los que es posible construir un paraíso o un infierno, mismos que percibes como un diálogo silencioso contigo mismo.

Las emociones

Son los componentes más primitivos del mundo afectivo; estados emocionales de gran intensidad en los que se nubla la razón y se manifiestan como brotes de ira, llanto, incluso como alegría pero de una manera exagerada. Cuando dichos estados prevalecen es posible que digamos y hagamos cosas de las que después nos arrepintamos, acciones que nos cubran de culpa y vergüenza. Es parecido a cuando tienes ganas de llorar, gritar, correr, pero no entiendes por ni para qué. Ser presa de las emociones te convierte en una persona iracunda o depresiva, incluso con pensamientos o intentos suicidas. Para evitar ser víctima o victimario de éstas, cuando te embriaguen y nublen la razón, es recomendable no decidir ni actuar. Realiza alguna actividad física, por ejemplo, caminar, correr, hacer sentadillas, contar hasta diez o un millón si es necesario, etcétera. Lo importante es no tomar decisiones ni actuar al estar emocionado.

Los sentimientos

Son componentes del mundo afectivo que, a diferencia de las emociones, contienen algún componente racional, es decir, sabes o reconoces que estás triste, enojado, molesto, etcétera. Incluso, con atención y autoevaluación, es posible detectar el porqué de tal o cual condición sentimental. Recuerda que las emociones y los sentimientos son como las olas del mar: van y vienen; por su propia naturaleza, no pueden permanecer durante mucho tiempo. Cuando aceptas y enfrentas los sentimientos, fluyen libremente, cuando los niegas o evades tratando de disimular o disfrazarlos mediante alguna dependencia hacia el alcohol, tabaco, droga, o con atracones de comida, compras compulsivas o el simple éjele, ni me dolió, los sentimientos se bloquean, reprimen y pueden llevarte a estados emocionales profundos e incontrolables para ti. Cuando no mantienes un o consciente con tus sentimientos, te conviertes en una persona endeble, inestable emocional y voluble. Como aquellas personas que amanecen de un humor y, en menos de lo que canta un gallo, cambian a otro totalmente diferente o incluso contrario: un día te aman y al otro te odian, hoy te piden que te vayas y mañana que regreses. En el caso de la pérdida de un ser querido, tratar de evadir, reprimir o negar los sentimientos te mantiene atrapado en el dolor que, con el paso del tiempo, se convierte en sufrimiento, en infierno repetido. Más adelante te explico cómo trabajar con cada uno de los componentes del mundo afectivo, pero me pareció relevante que desde ahora contaras con los elementos suficientes para trabajar con las emociones que, por su magnitud e intensidad, pueden llevarte a cometer cualquier tontería en estos momentos dolorosos, cuando parece que la vida ya no tiene sentido. Con estos elementos es posible iniciar el proceso de duelo, ¿estás listo? Comencemos.

Capítulo 11 Las etapas de duelo

La negación

Es un mecanismo de defensa interior que se presenta cuando llega la amarga noticia, cuando alguien te dice, o tú mismo confirmas, que él o ella ya no está; cuando la noticia de su muerte o posibilidad de perderle aparece ante ti como un monstruo de tamaño descomunal y sientes que se desgarra el alma, que todo se viste de gris. La negación, como un chaleco salvavidas, te mantiene a flote en la mar embravecida de emociones encontradas que genera su partida, que sin piedad te arrastra hacia el océano tormentoso del dolor y la desolación. En esta etapa el alma grita mil veces: “No es posible”, “No puede ser”, pues te resistes a aceptar la dolorosa realidad que de pronto se encuentra frente a ti: él o ella ya no está. En esos momentos de dolor indescriptible, los mil noque brotan del alma conforman la negación, la primera etapa del proceso de duelo y, cuando experimentas dolor, angustia y desesperación, esta función o mecanismo de defensa tiene una acción bondadosa para ti pues, en lo que la información se acepta de manera consciente, te permite expresar emociones mediante el llanto desgarrador, expresiones de dolor o el silencio avasallador que te envuelven con el fin de encontrar alguna explicación en tu interior. Aún cuando en esa condición las mil respuestas que emanan del corazón no logran explicar ni mucho menos amainar el dolor de la ausencia, por lo menos sí permiten expresar la desolación y el dolor, aunque, de manera desordenada y desarticulada, en esos momentos nadie parezca entender lo que sientes o piensas y ni siquiera para ti resulta claro. Lo único evidente es el dolor desgarrador que aprisiona al alma. Por eso es importante que no reprimas las emociones en esos momentos cuando el dolor se instala en el alma pues, de lo contrario, el mismo dolor irá creciendo al nutrirse de tus propias emociones y sentimientos reprimidos que, sin darte cuenta, se perfilan para convertirse en un sufrimiento perpetuo.

Cuando permites que el llanto y las emociones fluyan, el dolor mismo te va guiando hacia la siguiente etapa del proceso de duelo. Recuerda que éste no se contabiliza por el tiempo transcurrido o el intenso dolor experimentado sino por los sentimientos confrontados, la conciencia o conocimiento de lo que el corazón grita y que, por inconsciencia y temor, pretendemos callar.

El enojo, la culpa y el miedo

En esta etapa las emociones brotan a flor de piel. Te sientes enojado con la vida y la muerte. Con la primera, porque parece que terminó de un solo tajo con todo lo que valía la pena vivirse, por lo que no se vivió o realizó; con la segunda, simplemente porque se lo llevó. Te enojas con Dios porque piensas que esa pérdida es castigo divino, que es injusto, que no te escucha ni te escuchará más. Te sientes enojado contigo mismo por todo lo que hiciste y dejaste de hacer, por todo lo que callaste y dijiste en ese mal momento, cuando la ira, el resentimiento o la simple inconsciencia te nublaron la razón y silenciaron el corazón. En esta etapa, no sólo el enojo y dolor están presentes sino que, el miedo y la culpa se van apoderando de tus pensamientos y sentimientos. Sientes culpa por lo que hiciste o dijiste, por lo que no hiciste o callaste. Hay culpa por los recuerdos que invaden tu mente: pleitos, malos momentos, recuerdos dolorosos de la infancia, golpes, abandono, abusos, comparaciones y todo aquello que te molestaba y te alejó de él o ella, dejando para mañana la aclaración o reconciliación. Todo eso que te hizo callar un “Te quiero”, “Eres importante para mí”. La culpa que se presenta frente a ti como un monstruo descomunal, recriminándote tus ausencias, enojos, malos deseos o pensamientos destructivos hacia él o ella, cuando te embargaba la ira o abrumaba el cansancio, mismo que te impedía dedicarle un momento de tu tiempo, un instante de tu atención, o el tedio que experimentabas en las frías y prolongadas noches, o interminables días, cuando había que cuidar y atenderlo. Cuando experimentaste una y otra vez

el impacto de la injusticia en la familia, donde nadie tenía tiempo ni dinero y tú… tú tampoco o que, finalmente, era tan poco y de malas. Esta culpa que te carcome te hace sentir hipócrita, no percibes la turbulencia y dualidad interiores causadas por el conflicto de experimentar odio y rechazo hacia quien, por naturaleza, sólo deberías amar. Ese alguien por quien hoy darías tu propia vida para volver a tenerlo cerca y poder abrazarlo aunque sea por un instante. Por si fuera poco, también experimentas la culpa que los demás se empeñan en marcarte para descargar su propio dolor y responsabilidad y, desde luego, su propia culpa por no avisarle a fulano, no llamar al doctor perengano o a la doctora zutana, no llevarle al hospital a tiempo, por haberlo dejado ir a la fiesta o de viaje con los amigos, haberte ido a trabajar y dejarlo solo, porque te quedaste dormido, por no haber sido buen padre o madre, buen esposo o esposa, por no apoyarlo en el momento que lo necesitaba, no estar con él o ella cuando el reloj material marcó el punto final, por no haberte dado cuenta a tiempo de lo que se veía venir, y por tantas y tantas cosas más. También se experimenta la culpa imaginaria, la que concibes por lo que crees que los demás te reprochan pero no te dicen y no es más que una vertiente de tus propias culpas, producto de tus fallas y errores, por exigirte perfección. Es tanto el peso de la culpa que no te permite siquiera respirar, y si no la confrontas o aprendes a trabajarla para eliminarla, te consume y aprisiona. Puedes caer en la auto-condolencia y autoflagelación, o bien, es factible que su peso sea tal que comiences a justificar tus errores delegando la responsabilidad y la culpa a los demás. En el primer caso, donde hay mayor dolor y sufrimiento – es bien conocido que cuando alguien sufre una tragedia o la pérdida de un ser querido– se generan desgracias y sufrimientos uno tras otro, como enfermedades, pleitos, pérdida de trabajo, accidentes, e incluso la pérdida de otro ser querido. En el segundo caso, se producen conflictos, pleitos y distanciamientos entre amigos y parientes, situación que al principio te brinda cierta comodidad o desahogo ya que, de momento, parece bueno tener localizado al culpable, pero la verdad la grita el corazón, la culpa y el remordimiento siguen instalados en ti, agazapados en una alianza secreta con el miedo que te envuelve y te impulsa hacia la depresión, neurosis, enfermedad, escasez y al sufrimiento perpetuo que tú mismo, sin darte cuenta, has generado, pues de manera inconsciente te programaste para pagarle en abonos a la vida lo que tú mismo

consideras deberle. Esto, por cruel y absurdo que parezca, no es más que un pago simbólico e inconsciente de la culpa que te devora. Ésta es una de las etapas más difíciles y dolorosas; puede durar un instante o una eternidad, depende de ti. Por eso, es importante saber manejarla, ya que, si no es superada conscientemente, garantiza un infierno repetido y permanente. Además, te aleja de la paz y armonía interiores y nubla la posibilidad de una apertura espiritual y de ese reencuentro tan anhelado con el ser amado, justo en el corazón de Dios, ese sitio que sólo se alcanza a través de la aceptación y el amor. Recuerda que la culpa, por sí misma y de manera inconsciente, genera de manera automática, castigo, dolor y sufrimiento, te pone de espaldas a la vida y te aleja del corazón de Dios, no por castigo Divino, sino por ignorancia, inconsciencia, por la necesidad absurda de flagelar al alma y autocastigarte pensando que con esto vas pagando en abonos fáciles lo que supones que la vida te reclama. En esta etapa también hay enojo con la vida y Dios, contigo mismo, la familia e incluso con ese ser que tanto amas y que el corazón reclama simplemente porque se fue; luego, te sientes ridículo, infantil y hasta un tanto loco. Estos sentimientos encontrados de enojo y rechazo, en conflicto con el amor, alimentan la culpa y el miedo, por lo que, si no los trabajas conscientemente pueden prolongar esta etapa y convertir tu vida en un verdadero infierno sin importar el tiempo transcurrido desde su partida. Así que, por favor, no te quedes instalado en ésta, continúa con tu propósito de realizar el proceso de duelo, no sólo para acomodar el alma y respirar en paz sino para lograr ese despertar espiritual tan anhelado en donde el corazón adivina que es posible ese reencuentro tan necesitado con él o ella, aunque físicamente no sea posible verlo más.

Trabajando con la culpa y el miedo

El miedo es la energía que nutre a la inconsciencia, se alimenta de todos y cada uno de los pensamientos y emociones destructivos que ocupan tu mente y

corazón hasta convertirse en un fantasma descomunal que se coloca frente a ti para atormentarte con los recuerdos dolorosos del ayer y generar angustia en tu corazón por todo lo que pudiera ocurrir. Te impulsa a vivir encadenado en el ayer, atormentado y agobiado por un mañana que aún no llega y que, quizá, no llegue jamás. El miedo es la memoria del ayer y, además, tiene una función preventiva o de alerta que te invita a enfrentarlo para que aprendas de él y te previene de las cosas que podrían suceder si realizas tal o cual acción. El miedo es un mecanismo natural de la mente que se presenta siempre en primera instancia, pero también es un fantasma que ronda sin descanso en tu mente y corazón, que se nutre de la nada y, por ignorancia, de tu propia esencia, de la grandeza que hay en tu interior. Tú le otorgas poder y se convierte en un verdugo implacable. Es curioso saber que mientras más grande es, mayor son la culpa, el resentimiento, la ira y todas esas emociones que bien conoces, pues, convierten tu vida en una tumba y tus sueños en pesadillas, mismos que alimentan al miedo y éste a su vez, a toda emoción destructiva. De esta forma, tu mente se convierte en un campo de batalla y en infinito vacío y desolación. Te aclaro que el miedo es cobarde, es decir, cuando lo enfrentas se desvanece, se aleja de ti. Ahí tienes un camino firme para deshacerte de él, para detener su tormento día y noche. Así, cuando te acuse y señale tus errores, acepta lo que te dice y conviértete en su amigo. Si te dice que fuiste mal padre o madre, esposo o esposa, hermano o hermana, acéptalo y enseguida separa personas de actitudes y di a ti mismo: “Acepto que tuve una o mil actitudes equivocadas, pero eso no me convierte en un mal padre…” Si el miedo te dice que lo odiabas a él o ella, acéptalo, pero separa la actitud de la persona. Por ejemplo, en un diálogo interior y en silencio, platica con éste y dile: “Sí, detestaba o incluso odiaba tal o cual acción, pero existe una verdad que traspasa fronteras de geografía, tiempo y espacio, y es que a él o ella, lo amo y así será siempre, con todo el corazón”. Con esta sencilla acción, verás que el miedo deja de atormentarte, la culpa se aleja y puedes dar un paso firme hacia adelante en tu propósito de recobrar la paz interior y alegría de vivir, la dicha de

percibir cada amanecer que el Creador te regala con infinito amor, envuelto para regalo con la nota invisible de venir acompañado por un día nuevo, para estrenar y realizar hoy todo lo que no hicimos ayer y, además, nos ofrece la posibilidad de reencontrarnos aquí y ahora con nuestro ser amado y añorado. Otra faceta de la culpa y el miedo es cuando en vida te mantuviste distanciado – sin importar la causa o razón– o incluso peleado con él o ella; cuando te encargabas de decirle a todo mundo lo mal padre, madre, hijo, esposo que era, y de repente, cuando la muerte llega y te lo arrebata, dices todo lo contrario y destacas lo bueno que era él o ella, lo mucho que se querían, la maravillosa relación que llevaban. ¡Cuidado! Ésta es una peligrosa faceta de la inconsciencia que puede regresarte a la etapa de la negación, donde el mayor riesgo es permanecer atrapado en el autoengaño y sufrimiento perpetuos, atormentado por la culpa, fustigado por el miedo y encadenado por la soledad. Es importante que, así como has aprendido a dialogar con el miedo, confrontes tus errores, aceptes la realidad material de la convivencia entre ustedes, que no disfraces los errores de él o ella con virtudes que sabes que no existían. No caigas en la trampa de la inconsciencia de pensar que todo entre ustedes fue maravilloso porque, en primera, nadie te la cree, pues a los que ahora, auspiciado por el dolor, les hablas de todas la bondades y méritos que tenía él o ella y de su relación perfecta, son los mismos que, embriagado por tu propio dolor, te escuchaban quejarte sin tregua, con quienes vertiste tu amargura y dolor. Éste no es el riesgo mayor, sino lo que pasa en tu interior. La culpa y el miedo se alimentan de tus recuerdos, te atormentan sin tregua, te acosan sin conmiseración lo mismo de día que de noche, despierto o dormido. Así, cuando menos piensas, tu vida se convierte en un infierno; sin darte cuenta, lastimas a tus seres cercanos pues, de manera inconsciente, tratas de demostrar tu amor desmedido por él o ella, quien ya no se encuentra contigo. Opacas todo mérito de los demás, descalificas toda buena acción pretendiendo, inconscientemente, resaltar las cualidades y bondades de quien ya no está, pero tu mente inconsciente te reclama y te acusa sin piedad diciendo: “Eso lo hubieras reconocido antes”, “Eso lo hubieras hecho o dicho cuando él o ella estaba con vida; ahora, ¿ya para qué?” Sin darte cuenta estás aterrado, pues de nuevo niegas realidades que, aunque dolorosas, son parte de tu historia, de la verdad de tu relación con él o ella. No tienes que gritarlo a los cuatro vientos, no es necesario que lo publiques ni lo

propagues, basta con que lo aceptes tú –aunque duela y lastime– sin disfrazar ni justificar para salir de la negación y del autoengaño. Para eliminar la culpa sólo es necesario separar a las personas de las actitudes, ya lo sabes: acepta el error, la acción equivocada, la propia y la de él o ella quien hoy está ausente. No trates de disimular o disfrazar los errores; esto sólo alimenta la inconsciencia e incrementa el dolor. Recuerda que cometer errores es una característica de nuestra especie: aprender de ellos es una oportunidad de crecimiento interior y evolución espiritual. Y lo más importante, no olvides que los errores cometidos, tanto de una como de la otra parte, no tienen el poder de anclarte a un infierno repetido, ni de borrar la verdad que hoy trasciende fronteras de espacio, tiempo y geografía; esa verdad que hoy sabes mejor que nadie: el amor que los unía era infinitamente grande, incluso mayor que el dolor que hoy te embarga, pues éste puede ser superado, no por el tiempo transcurrido sino por tu apertura de conciencia y el valor para enfrentar el dolor de su ausencia. Todo esto alentado por ese sentimiento que permanece intacto, el amor, el que no es posible borrar jamás y con el tiempo crece hasta el infinito, a tal grado que, casi sin darte cuenta, día con día percibes que ese ser amado es parte de tu ser, que tú y él o ella son uno mismo y pueden dialogar en el corazón de Dios, que no es otra cosa más que el amor mismo, cualquiera que sea su manifestación. Recuerda que el miedo es cobarde y, cuando lo enfrentas, desaparece. Así que, no temas al miedo; confróntalo, acepta el error y la falla cometidos, separa personas de actitudes y aprende a vivir el hoy, porque el miedo te recuerda todo lo malo y se nutre del ayer y del mañana que aún no llega. Cuando vives cada día sintiendo que caminas de la mano de Dios, el miedo se desvanece, se aleja de ti. Ten presente que la vacuna para enfrentar el miedo es el amor y vivir el hoy, siempre tomado de la mano de Dios. Estos recursos están al alcance en todo momento, pues es por amor que realizas este proceso de duelo; este sentimiento te invita a voltear al cielo para platicar con las estrellas, te impulsa a dar un salto tan alto e infinito que te sea posible tocar el corazón de Dios. Vivir el hoy es tu decisión, no permitas que el ayer te lacere por todo lo que hiciste o no, ni aceptes que el mañana te angustie. Estás aprendiendo a caminar cada día bajo el amparo y la protección de Dios, nuestro Creador, ¡sólo por hoy! Con la aceptación, confrontación y la experiencia de sentimientos en un

constante diálogo silencioso contigo mismo, llegamos a la siguiente etapa del proceso de duelo.

El regateo

En esta etapa aparecen por tu mente recuerdos agradables, buenos momentos compartidos con él o ella, pero también los desagradables, los que suenan a reproche y te llenan de vergüenza, culpa y remordimiento. O bien, de coraje o reclamo, si es que esos recuerdos tristes o dolorosos provienen de acciones u omisiones del ser ausente. No te asustes ni pretendas disimular o negar que lo que hoy ocupa tu mente jamás sucedería en la realidad material, pues corres el riesgo de volver a la primera etapa del duelo (la negación) y perpetuar el dolor y abrir las puertas al sufrimiento. Ya sabes el camino que debes tomar: acepta lo que tus pensamientos te recuerdan, separa personas de actitudes y aprende a perdonar y a perdonarte en la distancia.

El perdón en la distancia

Para ilustrar este proceso liberador, quisiera compartir contigo mi experiencia. Cuando a mi mente vienen recuerdos tristes o dolorosos, generados por los errores o actitudes negativas de ese ser amado que hoy ya no está a mi lado – recuerda que somos humanos– traigo a mi mente su recuerdo, reconstruyo su imagen y le doy un beso en la frente y en silencio le digo: “Olvídalo, eso ya no me causa daño, porque las cosas buenas que dejaste en mi vida son más y de mayor cuantía. Además, esto nos sirvió para aprender, perdonar, crecer y trascender hasta el mismo corazón de Dios, en donde hoy, por su gracia infinita, coincidimos”. La expresión olvídalo es suficiente cuando en tu imaginación le das un beso en

la frente, sientes que algo se acomoda en el alma y te invade un sentimiento profundo de paz y serenidad. Si, por el contrario, sientes que no te es posible perdonar de esta manera tan sencilla, pídele a nuestro Creador que te permita y ayude a hacerlo para que se liberen él o ella y tú, y evoluciones en lo personal. No permitas que los errores de antaño mantengan a él o ella atado a recuerdos dolorosos y tristes; no te ates a un ayer que ya no te pertenece. En este caso, imagina que la persona ausente físicamente, y que te causó daño y dolor, penetra en una cascada en la que fluye agua de color violeta, y le dices todo aquello que tanto daño te causó y hoy quieres perdonar de corazón. Enseguida, entras tú a la misma cascada y te perdonas por todas las emociones encontradas, los malos pensamientos y deseos destructivos que su acción generó. Luego, imagina que el agua de la cascada se tiñe de color rosa y di en silencio: “En el amor divino te libero y me libero yo”. Después de hacer esto observa cómo te invade un sentimiento profundo e infinito de paz, entonces sí será posible otorgarle un beso en la frente y decirle en silencio: “Olvídalo”.³ En el caso de que los recuerdos que invaden tu mente sean referentes a tus propias acciones de inconciencia, las que te llenan de vergüenza y dolor, sigue el mismo proceso que realizaste para perdonarles a ellos: imagina que es él o ella quien te besa la frente y con una sonrisa te dice: “Olvídalo”. Si el remordimiento es grande y no te permite avanzar, realiza el ejercicio de perdón descrito anteriormente o el proceso de perdón sugerido en mi libro citado en esta página. Lo importante es que aprendas a perdonarte tú mismo, pues recuerda que es soberbia no hacerlo, y quien hizo mar y tierra, lo ha hecho ya. Recuerda que el perdón libera, desata los nudos y abre los candados que te atan a un infierno repetido, anclado a un ayer que no te pertenece. El perdón genuino, ése que brota del corazón, te regala alas de libertad y, paradójicamente, sólo si tú lo deseas mantiene un lazo invisible de comunión con ese ser amado que ya no se encuentra en este plano material. Cuando los recuerdos son agradables, disfrútalos, pues abren un camino de reencuentro con ese ser amado a quien extrañas y te regalan momentos de paz y tranquilidad. Es parecido a cuando te dices: “Por lo menos hice lo posible”, “Él

sabía que lo quería”, “Ella sabía que podía contar conmigo”, o “Pasamos muy buenos momentos juntos”. Es probable que, posterior a cada pensamiento agradable o feliz, aparezca uno o más de carácter desagradable, pero sólo si tú lo permites te instalará en el dolor que generan la culpa, el miedo y el resentimiento. Tú ya sabes trabajar con el perdón y la culpa, y también cómo eliminar el miedo; acepta los pensamientos y sentimientos que aparecen en tu interior. Enseguida, separa personas de actitudes, realiza el proceso de perdón mediante la forma que tú consideres conveniente; lo importante es perdonar y perdonarte. Elimina la culpa separando personas de actitudes y aceptando el error. Agradécele al miedo por recordarte aquello que hoy sabes y puedes perdonar y sigue adelante en tu proceso de duelo. Te encuentras muy cerca de ese reencuentro espiritual tan anhelado y necesitado. Asimismo, aprende la lección que te da trabajar con el perdón, es decir, te permite recordar los momentos en los que, a pesar del dolor, hoy es posible experimentar oleadas de paz, lo cual te aleja del dolor y la desesperación, y eso es todo lo bueno que viviste con él o ella, todo aquello que te recuerda un acto generoso de tu parte, los momentos de tolerancia, comprensión y perdón para las fallas cometidas, el tiempo que le regalaste, los momentos en que le escuchaste, aquellos en los que silenciaste un reproche para regalar una sonrisa. ¿Te das cuenta? Eso mismo puedes hacer hoy con los seres que amas, con los que, en vida, puedes compartir lo mejor de ti mismo. Recuerda que los errores del ayer no te condenan pues el perdón abre las puertas de la libertad. Este aprendizaje te lo brinda la ausencia del ser amado, así que, cuando notes tu cambio y transformación, y actúes con los demás como hubieras querido actuar con él o ella si la vida te brindara otra oportunidad, recuerda que aún puedes hacerlo ¡hoy! En silencio, ofrece esta transformación a él o ella, como una flor que no se marchita y conquista, con ello, un peldaño que te acerca cada vez más al corazón de Dios, donde muy pronto podrás coincidir con quien tanto amas y extrañas. Es probable que después de este trabajo interior se aproxime la siguiente etapa del duelo.

La tristeza

Es la cuarta etapa del proceso de duelo caracterizada por la presencia de este sentimiento acompañado de melancolía, una sensación de pesadumbre e intenso dolor anímico. Es importante que, como en cada etapa, aceptes estos sentimientos para que fluyan libremente, de lo contrario, al intentar negar, disfrazar o disimularlos, corres el riesgo de caer en una depresión profunda, agravando el dolor y la tristeza. Además, es probable que este cúmulo de emociones encontradas se manifieste en enfermedad o carencia, pues éstas necesitan un marco de expresión y, cuando no las aceptas ni confrontas, toman un camino de expresión diferente que te obliga a realizar un alto. Lo más grave es que te mantienen encadenado al dolor y el sufrimiento. A estas alturas podrás ver que el paso más importante en cualquiera de las etapas del duelo es la aceptación, pues a partir de ella es viable confrontar y transformar los sentimientos mediante los ejercicios que has realizado. Evadir o negar la tristeza te puede conducir hacia la primera etapa del duelo y, con ello, instalarte de nuevo en el dolor y sufrimiento. Así que, si sientes tristeza, por favor, no lo disimules ni lo evadas con alcohol, droga, atracones de comida, tabaco, sexo desbocado o trabajo compulsivo. No lo niegues ni lo ocultes bajo la bandera de ser hombre o mujer, de ser la fuerte de la familia o coronel, pues recuerda que antes de cualquier puesto, función o profesión, está un ser humano, el cual ha sido lacerado por una pérdida brutal y vive, día con día, el dolor de la ausencia, el vacío y la soledad. Por favor, llora todo lo que tengas que llorar. Grita, si el grito sale del alma. ¡Acepta la tristeza! Verás que muy pronto se va y, con ello, te acercas a la última etapa del proceso de duelo.

La aceptación

Por fin has llegado a esta triste y dolorosa etapa del proceso de duelo, en la que,

sin nubarrones de culpa, miedo y enojo en tu mente y corazón, es posible aceptar que ese ser amado ya no está, y en el plano material no es posible verle jamás. Es momento de aceptar que el tiempo del calendario y el que marca el reloj, llegó a su punto final. Es una buena ocasión para recapitular el tiempo compartido con él o ella, un aprendizaje que dejó su ausencia. Estoy segura que desde lo más profundo de tu ser gritarías: “Sólo quisiera una segunda oportunidad”, “Sólo unos minutos para decirle cuánto, cuánto le amo, unos instantes para perdonar todo aquello que nos separó, para confiarle todo aquello que por miedo y vergüenza callé”. Aceptar la pérdida de un ser querido te brinda la oportunidad de aceptarlo a él o ella tal como es, de perdonar las pequeñas cosas que en vida los distanciaron e incluso, aquellas que parecían imperdonables. Además, te da la oportunidad de perdonar y aceptarte a ti mismo tal cual eres, con errores y virtudes, fallas y aciertos, y también la posibilidad infinita, que está dentro de ti mismo, para alcanzar el cielo y tocar las estrellas, no sólo con las manos sino con el corazón. Ya no busques a él o ella en las chanclas viejas, el sillón vacío o la tumba que sólo guarda su despojo. Búscalo en las estrellas, las cosas bellas, tus mejores pensamientos y más nobles sentimientos, y en las más sentidas y hermosas oraciones. Con ello, llegarás a la etapa en la que es posible experimentar un reencuentro con el ser amado quien, a partir de su ausencia material, parecía tan distante, lejano, tan… ausente.

Nota ³ Para realizar un proceso de perdón más profundo, véase Raquel Levinstein, El perdón, una onda cuántica de libertad, Panorama, México, 2006.

Capítulo 12 La apertura espiritual o el reencuentro

Después de cruzar la zona oscura y pantanosa de la inconsciencia, de haber perdonado todo lo que necesitabas, de haber llorado todas las lágrimas que debías, y despojarte de culpas, reproches, miedo y resentimiento, es posible cerrar los ojos y revivir ese rostro amado en la imaginación; decirle, cara a cara, cuánto lo amas, extrañas y necesitas, y lo importante que fue para ti en vida y aun ausente. Ya es posible decirle que las mejores flores que le ofrendas son aquellas que no se marchitan, las que te invitan a ser mejor persona con los seres que amas y que hoy tienes la oportunidad de manifestárselo en vida. Pues, al fin y al cabo, son su nombre y su recuerdo los que te impulsan a ser mejor persona cada día. Ya es posible decirles a ellos, quienes físicamente ya no están, que el dolor de su ausencia te obligó a construir, peldaño a peldaño, una escalera al cielo para alcanzar el mismito corazón de Dios, en donde hoy puedes sentir y abrazarlos. Así, con la sensación maravillosa que te regala su presencia en esta dimensión espiritual, dale un beso en la frente, estréchalo fuerte y siente cómo te corresponde. A partir de este momento, sabes que él o ella forman parte de la esencia de la vida misma y es posible percibirle como un rayito de luz en la más brillante y hermosa estrella, en cada amanecer y anochecer. Es posible sentirlos como ángeles que caminan contigo. A partir de hoy, después de este reencuentro espiritual con quien tanto amas sabes, desde lo más profundo de tu ser que… ¡cuando alguien que se ama se va, jamás se pierde! Desde lo más profundo del corazón, ahora sabes que la muerte no es más que el despojo de un cuerpo para dejar en libertad al alma que busca su reencuentro con Dios. Sí, con Él, a quien no es posible ver con los ojos del rostro ni tocar con la piel, pero que se siente en el alma. A quien puedes percibir de día y de noche, en lo grande y lo pequeño, en lo finito y lo infinito. En todas las cosas hermosas, incluso en aquellas que se encuentran más allá de las estrellas y tampoco es posible percibir con la mirada material, pero que el alma intuye y el corazón

adivina. En todo ello hoy puedes percibirlo, sentirlo a él o ella, quien sólo físicamente, a nivel material, ya no está. Si bien es cierto que: lo humano siempre reclama su presencia y la materia pide verlo, aunque sea una sola vez más. El alma que ha evolucionado a través de la realización de un proceso de duelo consciente, incursionando en la zona oscura y pantanosa de la inconsciencia, el mar turbulento y agitado que había generado el dolor de la ausencia. Ten bien claro que a ellos, a los que tanto amamos, ya no tenemos que buscarlos entre los muertos, tal como nos lo anunció nuestro hermano mayor, Cristo Jesús, sino que se encuentran en un nivel de vibración superior, en una condición mejor que es el corazón de Dios, de donde emana el flujo infinito de la vida, misma que ha vencido a la muerte cuando has enfrentado, con gran valor y determinación, el dolor, el miedo, el resentimiento, la tristeza, el enojo, la culpa y todo aquello que, de manera inconsciente, te alejaba de la verdad que te hace libre, la que te dice que la muerte es vida, sólo que en un nivel superior, el que se alcanza con los sentimientos nobles y pensamientos más encumbrados. Aquellos que te permiten dar un salto tan alto, pero tan alto, que te permiten tocar el corazón de Dios. Cuida que tus pensamientos y sentimientos estén impregnados de amor, perdón y cosas bellas. Despójate de todos aquellos que están plagados de tristeza, culpa o remordimiento, pues por su naturaleza densa y pesada, están apegados a la materia, no pueden elevarse hasta las dimensiones más encumbradas y, literalmente, te jalan hacia el dolor repetido, te instalan en el infierno tanto tiempo conocido y que, estoy segura, ya no quieres vivir más. No es posible cambiar la situación material ni tampoco llenar el vacío que deja su ausencia, pero sí es posible elegir tus pensamientos. Hoy sabes que puedes transformar los sentimientos y las emociones; cambiar tus actitudes con las personas que tanto amas y hoy tienes cerca porque, ¿mañana?, ¡quién sabe! Hoy, el único momento que te pertenece, puedes elegir entre llorar desconsolado abrazando su ropa, sentada en su sillón preferido, amargarte la existencia cuando los recuerdos galopen en tu mente, o cerrar los ojos para construir un reencuentro, para platicar con él, con ella, para sentirle más cerca que nunca, abrazarlo fuerte y sentirlo junto a tu corazón. La elección es tuya, te pertenece. Si te quedas con las cosas materiales, no te extrañes y menos aún, te quejes, si vuelves a experimentar el dolor que no cesa, así como el vacío y la soledad. Recuerda que las etapas del duelo las puedes experimentar una y otra vez hasta que, conscientemente, aceptes la pérdida material de ese ser querido.

Después de la aceptación es posible elegir la dimensión del espíritu, en la cual, con un sólo pensamiento y sentimiento de amor, podemos trascender tiempo, espacio y geografía para coincidir en el corazón de Dios, aquí y ahora. Para caminar con ellos a cada momento, sintiéndolos cerca, más cerca que nunca, y cómo caminas cada día con el Creador y percibes su presencia con los ojos del alma. Así es posible sentirlo a él o ella, como un ángel silencioso, un amigo con el que puedes compartir tus sentimientos más profundos, anhelos, miedos y todas esas cosas que guardas en tu corazón. Tú tienes la decisión. Por mucho que los amemos, no permitamos que su ausencia sea la tumba de nuestra propia vida, familia o los seres que amamos. Mejor, fijemos nuestra atención en todas las cosas bellas que su presencia en nuestra vida dejó, toda la riqueza que obtuvimos por el privilegio de coincidir con ellos aunque fuera sólo por un tiempo. Mejor, construyamos peldaño a peldaño una escalera al cielo y aprendamos a sonreír. Dicen que a Dios le gusta jugar a las escondidillas y siempre es posible encontrarlo detrás de una sonrisa, donde quizá también se encuentren ellos, los que tanto amamos y que hoy, con nuestro propio crecimiento interior, podemos recuperar en un nivel de conciencia superior, en el que ya no sólo se observa lo cambiante, lo inestable del mundo material, sino las cosas sutiles, los mensajes de la naturaleza y el lenguaje silencioso de nuestro Señor. Así que, mantén los ojos bien abiertos, no sólo los del rostro sino los del alma, porque es posible que cuando pienses en él o ella, te sorprenda el vuelo de una mariposa, una luz encendida, la llamada de alguien que tiene un mensaje para ti, una canción hermosa y especial. Tal vez el canto de las aves suene diferente para ti; no lo sé. Lo que te aseguro es que si llegaste hasta esta página, poco a poco habrás sentido que algo se acomoda en el alma y es posible volver a sonreír y sentir que se renueva la esperanza para emprender una nueva vida y mejor. ¡Ellos lo merecen!... y nosotros también.

Capítulo 13 Realizando limpieza de armario

Es posible que a estas alturas todavía sientas un nudo en la garganta cuando piensas en ese ser amado, a quien la muerte te arrebató tan de repente. Tal vez sientas que aún hay mucho por decirle y por inconciencia callaste, por ignorar que la vida nos pertenece sólo hoy; porque pensabas que él o ella ya lo sabían o intuían, y que la vida era eterna. Por tantas y tantas cosas callaste lo que el corazón necesita gritar. Ahora tienes la oportunidad de escribirle todo lo que hubieras querido decirle.

Ejercicio de catarsis

- Busca hojas para escribir (de preferencia tamaño carta) y lápiz o pluma. Asegúrate de tener suficientes hojas y, por lo menos, una pluma adicional; lo importante es que no interrumpas el ejercicio. - Haz oración. En silencio, invoca la presencia del Creador, para que sea tu compañero constante. De manera especial, pídele que sea el mensajero de tus palabras para ese ser querido que hoy reposa en su corazón. - Prepárate para escribir una carta a ese ser amado con la certeza de que tu mensaje será escuchado, pues Dios –tal como lo entiendas– no falla y su naturaleza es responder a cada invocación, de manera especial a la que brota del corazón y se realiza por amor. - En silencio, separa personas de actitudes, es decir, desea de todo corazón para él o ella, ausente en lo físico, que el amor supremo sea su cobijo y la luz divina su guía y orientación constante en este nuevo camino de evolución y crecimiento. Continúa en silencio y explícale al ser amado que tu carta quizá mostrará algunos recuerdos desagradables, incluso enojo o molestia, pero que van sólo contra la actitud o el mal entendido que se generó, y que recuerde a

cada momento cuánto, cuánto le amas. - Escribe lo que hubieras querido decirle en vida, en este plano material. - Escribe todo por lo que has pasado desde su ausencia o, si lo deseas, todas las emociones que has vivido en tu proceso de duelo. - Exprésale la fortuna que sientes por haberlo reencontrado en el plano espiritual, donde es posible sentirlo muy cerca, y dile claramente que a partir de ahora ése será su camino de reencuentro, justo en el corazón de Dios, a través del pensamiento y los más hermosos sentimientos que su propio recuerdo inspiran en ti. - Ahora revisa la carta; no permitas que tu corazón se guarde algo. Recuerda que ésta tiene como finalidad limpiar profundamente todos los pensamientos, sentimientos y emociones que, por ignorancia, guardabas en lo más profundo de tu ser y, sin darte cuenta, te sumergían en un pozo de vacío, dolor y soledad. - Revisa la carta una vez más y léela 7 veces, por lo menos, tal vez en cada lectura percibas que mucho de lo que dice no tenía sentido ni razón de ser; o veas que nada de lo ahí escrito era suficiente motivo para sostener un enojo, pleito o distanciamiento. Quizá descubras que lo único importante era decirle: “¡Te amo!” y hacerlo sentir querido e importante. Este es tu más rico aprendizaje. Recuerda que hoy tienes vida y también a alguien que necesita saber cuánto lo amas. No esperes a que llegue la muerte y aprende a manifestar lo que sientes. - Ahora, con cuidado, quema la carta y coloca las cenizas en una maceta, un jardín o permite que el viento las esparza. Éstas servirán como abono para un arbusto, una flor o para ver cómo se estremece una estrella. Con ello, por fin podrás clausurar el dolor y vacío que dejó su ausencia y comenzar a disfrutar de la certeza de su presencia espiritual, al saber que ahora, sin la limitación de la materia, puedes percibirlo en todas las cosas bellas. Éste es el mensaje final del ejercicio de limpieza o catarsis: ver cómo surge algo bello de la tierra negra y aparentemente infértil, como es el dolor mismo. - Ahora es posible percibir cómo algo se acomoda en el alma después del difícil pero productivo proceso de duelo, de esta limpieza de armario. Podemos descubrir que, si bien no coincidiremos con ese ser amado en este plano material, sí podemos reconciliarnos con la vida, que todo lo abarca. Y con esta

nueva percepción de la vida, verlos a ellos, físicamente ausentes, no sólo en lo grueso o tosco de la materia, sino en las cosas más bellas y sutiles. Por ejemplo, el vuelo de una mariposa, los colores con los que se tiñe el horizonte en un atardecer, una mano extendida e, incluso, ¡más allá de las estrellas! A continuación, compartiré contigo algunas reflexiones sobre la vida y la muerte. Algunas son de mi autoría, otras de autores varios y anónimos. Lo importante en cada una de ellas es su mensaje y la caricia que proporciona el coincidir con alguien que también ya experimentó la pérdida de un ser querido y ha logrado expresar su sentir en cada reflexión. Que cada una de ellas sea para ti una caricia para el alma y un puente de reencuentro con ese ser amado que hoy cobra vida en tus pensamientos y en tu corazón.

Capítulo 14 Reflexiones

Raquel Levinstein

Ellos, que ya no están, son como el silencio; para escucharlos es necesario conquistar tu propio silencio.

Espero verte llegar

Todo parece nublado, borroso. Tengo el acta de defunción en mis manos. Muchas hermosas manifestaciones de apoyo y condolencias hemos recibido. Acabamos de cremar tus despojos materiales pero cada vez que se abre la puerta… espero verte llegar.

A la memoria de un héroe

(Para aquéllos que han ofrendado su vida al servicio de los demás)

Benjamín sabe a patria. Huele a bandera recién cortada. Benjamín cabalga en los corceles más hermosos en cada desfile y oración. Benjamín, tu nombre se escucha en los redobles del tambor, las notas del clarín. Y, por siempre, en cada pensamiento y latido del corazón.

Hoy, que ya no estoy junto a ti

Hoy, que ya no estoy junto a ti, no preguntes a la materia ni a la razón, mira al cielo, abre tu corazón y descubre que en un pensamiento y sentimiento de amor hacia mí, ¡Ahí vivo yo!

Rescata lo bueno que dejó mi estancia junto a ti;

lo malo, perdónalo, por favor. Que mi ausencia física te recuerde que la vida sólo es hoy.

Llena tus días de acciones bellas. Dile a quien tienes cerca que lo amas, y cuando sientas desconsuelo o soledad percibe mi presencia en una estrella, un rayito de sol, el brillo de la luna o el aroma de una flor.

En la lluvia fresca o en el viento que acaricia tu rostro. Tal como percibes al Creador porque mi lugar y nueva residencia, se encuentra, ¡justo en su corazón!

Recuerda que la dimensión en la que estoy es posible percibirla sólo con amor. Y para un genuino sentimiento de amor no existe distancia, tiempo ni geografía.

El amor es puente al infinito y hace escala

justo en el corazón de Dios. ¡Te amo!

Perdónenme si…

Con frecuencia hablo de Fernanda, mi nieta. Ella era nuestra conversación más habitual, nuestro tema especial.

De repente, me ven llorar; los recuerdos son tantos y hay tanto que acomodar.

Alguna vez me escuchan hablar a solas; no estoy loca, es que platico con él. Les digo que se equivocan cuando piensan que estoy sola, y por favor… Jamás digas: “Pobre, se quedó solita”, porque si abres bien los ojos, aquellos que ven más allá de la materia,

lo verás caminar siempre junto a mí al ritmo de mi paso apresurado, y el latir de un mismo corazón.

Y si abres bien los ojos, aquellos que ven más allá de la materia, podrás observar que junto a nosotros siempre, siempre, camina Dios.

Hay veces

Hay veces que tu ausencia duele más. Hay veces, te confieso, que siento un deseo infinito de llorar porque tú no estás.

Hay veces que me siento sola, y pienso que ya no caminas conmigo. Hay veces en las que creo que ya no estás, el silencio parece eterno y tu ausencia pesa más.

Pero, ¿sabes? Hay veces que te busco en la materia, donde bien sé que ya no estás. Pero me acuerdo de cerrar los ojos, de abrir el corazón para percibir el cielo y al instante, me doy cuenta, que sigues conmigo, no te has ido del todo, y, en ese lugar secreto de mi pensamiento y corazón, compartes conmigo todo lo importante.

En esos momentos tan nuestros, me doy cuenta que nadie me escucha como tú, que nadie me entiende como tú.

Y de nuevo soy testigo, de que caminas conmigo y tu corazón sigue latiendo al ritmo de mi propio corazón.

¿Que te fuiste del todo? ¡No es cierto! Sigues aquí conmigo.

Mario

Cuando miro al cielo y percibo el brillo de las estrellas, adivino la perfección del universo, cuya infinitud escapa a mi razón. Sé que “las obras de Dios son buenas, siempre buenas”.

Cuando percibo la danza de las hojas de los árboles con la sinfonía del viento, cuando sé que “ni la hoja más pequeña, se mueve sin la voluntad divina”, es cuando adivino la presencia bendita del Señor… en lo grande y en lo pequeño, lo infinito y lo finito.

Es por todo ello que el corazón se encuentra sereno y en paz.

Porque cuando extraño tu presencia material, me basta con voltear al cielo, donde siempre responde una estrella con un destello especial.

Me basta sentir la caricia del viento que, en secreto, me dice que caminas conmigo y no te has ido del todo. Porque en lo grande e infinito, así como en lo pequeño y lo finito, siempre se encuentra la presencia del Creador. Y en todo ello coincidimos tú y yo.

Si no me ven llorar

Si no me ven llorar no es porque su ausencia no me duela, no me lastime el alma y me desgarre el corazón.

No es que no lo extrañe,

o añore la paz y quietud de su presencia; es porque sé, tengo la certeza que el amor de Dios le envuelve y que descansa en su corazón.

En ese sitio coincidimos él y yo. Ahí lo atrapo con el más bello pensamiento y el más noble sentimiento. En ese lugar nos estrechamos fuertemente, enlazamos las manos de nuevo y con besos en la frente nos decimos: “No te olvido, la vida palpita en esta nueva dimensión”.

Otros autores

Yo lo pregunto

Yo, Nezahualcóyotl, lo pregunto: ¿acaso de veras se vive con raíz en la tierra? Nada es para siempre en la tierra: sólo un poco aquí. Aunque sea de jade se quiebra,

aunque sea de oro se rompe, aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.

Un recuerdo que dejo

¿Con qué he de irme? ¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra? ¿Cómo ha de actuar mi corazón? ¿Acaso en vano venimos a vivir, a brotar sobre la tierra? Dejemos al menos las flores, dejemos al menos cantos.

Percibo lo secreto (fragmento)

[…] Somos mortales. […] Todos habremos de irnos, todos habremos de morir en la tierra… […] Como una pintura,

nos iremos borrando. Como una flor, nos iremos secando aquí sobre la tierra

[…] Meditadlo, señores, águilas y tigres, aunque fuérais de jade, aunque fuérais de oro, también allá iréis, al lugar de los descarnados. Tendremos que desaparecer, nadie habrá de quedar. NEZAHUALCÓYATL

En compensación del dolor humano, el cielo ha provisto dar al hombre tres grandes dones: el sueño, la sonrisa y la esperanza. EMANUEL KANT

El dolor no tiene explicación: o se lo prueba y se le da sentido, o es un grito sin esperanza. A veces, el dolor es una razón para dudar de Dios; con frecuencia es un camino para encontrarlo. VITO MORELLI

No llores si me amas

No llores si me amas. ¡Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo! ¡Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos! ¡Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso!

Si por un instante pudieras contemplar, como yo, la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!

¡Cómo! ¿Tú me has visto, me has amado en el país de las sombras y no te resignas a verme y amarme en el país de las inmutables realidades?

Créeme, cuando la muerte venga a romper las ligaduras, como ha roto las que a mí me encadenaban, y cuando un día, que Dios ha fijado y conoce, tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía, ese día volverás a ver a aquel que te amaba y que siempre te ama, y encontrarás tu corazón con todas sus ternuras purificadas.

Volverás a verme, pero transfigurado, extático y feliz, no ya esperando la muerte,

sino avanzando contigo, que me llevarás de la mano por los senderos nuevos de la luz y vida. Enjuga tu llanto y no llores si me amas. SAN AGUSTÍN

La persona que hoy has perdido realmente está dentro de ti; vive como parte de tu ser, no sólo como un recuerdo; forma parte de ti. LUIS DE LAS CASAS

Esforcémonos para que ante el misterio de la muerte, sea el amor y no el dolor el que guíe nuestro camino. CARLO DE LUCA

Vivir en el corazón de aquellos que hemos dejado: eso no es morir.

GOETHE

Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando. RABINDRANATH TAGOR

No se puede alcanzar el alba si no es por el camino de la noche. KHALIL GIBRÁN

Hay momentos en la vida cuyo sólo recuerdo es suficiente para borrar años de sufrimiento. LEONARD SANDEAU

Sé que aquello por lo que yo quería a mi madre no morirá jamás. Sé que la muerte no destruye nada; rompió, sí, el hilo que nos unía a los dos, pero nada destruyó de ella. No vive menos en mí, de lo que vivió mientras vivía.

MARTÍN DESCALZO

¡Gracias, Señor! Por la paz, alegría y unión que los hombres, mis hermanos, me han brindado. Por esos ojos que con ternura y comprensión me miraron; por esa mano oportuna que me levantó; por esos labios cuyas palabras y sonrisa me alentaron. Por esos oídos que me escucharon, y por ese corazón que me dio amistad, cariño y amor. Gracias, Señor, me cuesta trabajo decírtelo por la enfermedad, el fracaso y la desilusión.

Por el insulto, el engaño y la injusticia; por la soledad y el fallecimiento del ser querido. Tú sabes, Señor, cuan difícil fue aceptarlo; quizá estuve a punto de la desesperación,

pero ahora me doy cuenta que todo esto me acercó más a ti. ¡Tú sabes lo que hiciste! Gracias, Señor, sobre todo por la fe que me has dado en ti y en los hombres, ésa que se tambaleo pero nunca dejaste de fortalecer cuando, tantas veces encorvado, bajo el peso del desánimo, me hizo cambiar en el sendero de la verdad, a pesar de la oscuridad. ANÓNIMO

Amar a una persona es decirle: "no morirás".

GABRIEL MARCEL

Esta reflexión final nuevamente nos lleva a descubrir que la muerte no puede tocar lo que se ama ni arrebatarnos lo que llevamos en el corazón pues, finalmente, la muerte también es vida situada en nivel de expresión superior. A través de ellos cruzamos la noche oscura donde nos sumergió el dolor de su ausencia, pero ahora estamos de pie frente a la vida para mirar el alba y, con ésta, un mejor amanecer.

Ese nuevo amanecer que conquistamos atravesando tinieblas de dolor e inconsciencia para despertar en la paz que nos regala saber que, ¡cuando alguien que se ama se va, jamás se pierde! Deseo de todo corazón que al finalizar este libro hayas encontrado paz y serenidad, que en tu corazón haya renacido, no sólo la esperanza, sino la certeza absoluta de que ¡cuando alguien que se ama se va… jamás se pierde! Que hayas logrado clausurar los campos mórficos de dolor y sufrimiento que la ausencia de ese ser amado habían generado en tu alma y tu vida. Deseo que el proceso de duelo que realizaste y seguramente generó llanto, tristeza y mil emociones encontradas, te haya permitido crecer tanto en tu interior que ahora resulte fácil jugar con las estrellas y percibir a Dios, nuestro Creador, en cada amanecer y anochecer, que lo consideres tu amigo, compañero y guía para cada ocasión. Para que nunca se instalen en ti la desesperanza y el dolor que no cesa, pues tal vez éste es el mejor regalo que nos dejó su ausencia, el que nos obligó a buscar a tientas el cielo y nos impulsó a reconciliarnos con Dios y la vida. Porque tal vez esa es nuestra mejor ofrenda para ellos, los que tanto amamos, y físicamente, hoy lo sabes, sólo físicamente, ya no están. Y recuerda que ¡cuando alguien que se ama se va… jamás se pierde!

Recomendación

Debido a la importancia de este tema y lo difícil del proceso de duelo, Raquel Levinstein ha realizado materiales específicos para completarlo y no dejarlo a la mitad. Si la muerte fue inesperada, a causa de una negligencia, accidente, homicidio o suicidio están los casetes y discos compactos Reflexiones, vol. II, De pie frente a la vida, Cerrando círculos, Primeros auxilios para el alma; así como Las más bellas reflexiones, Para dejar de sufrir y El más bello regalo para trabajar con el perdón. El casete Un apapacho para el alma te ayudará a elevar tu autoestima en estos momentos difíciles de tu vida. Además, en el Centro de Servicios Interdisciplinarios para el Desarrollo Humano (CSIDH) hay especialistas en tanatología quienes, apoyados en la Psicología Cuántica y del Espíritu, te brindarán el apoyo necesario para concluir tu proceso de duelo.

Sobre la autora

Raquel Levinstein, pionera de la Psicología Cuántica y del Espíritu, con 33 años de trayectoria, es directora del Centro de Servicios Interdisciplinarios para el Desarrollo Humano (CSIDH), así como presidenta y fundadora de la Asociación Hispanoamericana de Psicología Cuántica y del Espíritu. Es autora de varios libros considerados best sellers entre los que destacan: Pensando en ti, En busca de un ayer perdido y Señor, quítame lo bruto; además, del long seller El infierno del resentimiento y la magia del perdón, libro que recibió la Condecoración al Mérito Editorial y que lleva más de 35 reimpresiones. Es autora de más de 55 audios con reflexiones de autoterapia emocional creados para enfrentar situaciones como la pérdida de un ser querido, el abandono y la infidelidad; también para ser mejor padre, hijo y ser humano, y todos los temas inherentes a la superación personal y el desarrollo humano. Es una destacada conferencista que sabe tocar las fibras más sensibles de su auditorio. Además, desde hace más de 30 años, colabora con grupos de autoayuda, como Alcohólicos Anónimos, a quienes ama y ira profundamente. Cuenta también con una importante trayectoria en televisión y radio, donde ha recibido premios internacionales como el Premio Quetzal, el Micrófono de Oro y la medalla Dolores Ayala por la Asociación Nacional de Locutores y el premio Águila de Oro. En la actualidad puedes escucharla en su programa Siempre contigo, que se transmite todas las mañanas a las 11:30 por Radio Centro 1030 AM y en todo el mundo a través de internet en: <www.radiocentro1030.com.mx>. Ha sido reconocida y premiada, incluso en el ámbito internacional, en todas las áreas en las que se ha desempeñado: escritora, conductora de radio y televisión, conferencista y, sobre todo, la que ella considera la más importante: la de promover el cariño de su público. Si deseas ar a Raquel Levinstein puedes hacerlo en la página <www.raquelevinstein.com.mx> o comunicarte al teléfono 55 41 43 19, donde con gusto te informarán sobre sus libros, materiales auditivos, así como cursos,

talleres y conferencias con lo más actualizado de la Psicología Cuántica y del Espíritu.

Cuando alguien se va

Otros títulos de Raquel Levinstein publicados por Panorama Editorial

Señor, quítame lo pobre

El infierno del resentimiento y la magia del perdón

Vivir sin miedo

Pensando en ti

En busca de un ayer perdido

La culpa

Pasaporte a la dimensión de los milagros

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