Historia de los cuentos infantiles
La tradición de transmitir historias y cuentos a otros, es tan antigua casi como el origen de los hombres. Estas historias y cuentos cortos, si bien no adaptados aún a la infancia como en la actualidad, eran confeccionados a modo de leyendas en las cuales se transmitía la importancia de los dioses y de las tradiciones, o se fabulaba con la existencia de mundos imaginarios habitados por princesas, villanos y héroes. En dichas leyendas, se procuraba transmitir oralmente a la sociedad la idea que se tenía del bien y del mal, a través de símiles y cuentos fantásticos. En la Edad Moderna, época en la cual se empieza a tener una noción y una preocupación especial por el niño y la infancia como categoría social, surgen los cuentos infantiles cortospropiamente dichos, adaptados especialmente para ellos muchas veces de las historias y cuentos breves tradicionales. En la actualidad los cuentos infantiles cortos han tendido a la transformación en cuanto al rol y dinámicas de sus personajes, cada vez más alejados de los cuentos para niños de hadas y
princesas
de
siempre,
incorporándose
también
políticas
educativas
como
la transversalidad u otros valores pedagógicos. Lo importante es que el resultado de dichas historias siempre resulte atractivo y útil para los niños y para los padres, bien como cuentos para dormir, o para leer durante el día y pasar momentos maravillosos solos o en compañía de la familia.
El dragón de las palabras : Cuento infantil Hace mucho, mucho tiempo…, a finales de la era de los dragones y los castillos, circulaba una leyenda en torno a una bruja tremendamente malvada. En muchos lugares se había oído y asegurado su existencia y, aunque nadie reconocía haberla visto jamás, todos parecían saber cosas de ella. Habitaba en un castillo lejano de Europa, pero, se decía que era tan poderosa que a todas partes del mundo podía hacer llegar su maldad. Convencida de que los libros conducían a los hombres al progreso y a la libertad, aquella malvada bruja no quería que el pueblo conociese la lectura, y al dragón de su castillo, todos y cada uno de los libros que se escribían en el mundo, le hacía tragar. La bruja tenía miedo
de que la gente leyese y aprendiese a pensar y, tras ello, la despojasen de su castillo, de su poder, y de toda su maldad. Así, fueron pasando los años y los hombres, poco a poco, se olvidaron de leer y de pensar. Los niños, por su parte, crecieron comunicándose por señas, balbuceando palabras aisladas que jamás veían escritas en ningún lugar, y cuyo significado no llegaban a comprender y nadie les sabía enseñar ya. El dragón de la horrible bruja, que observaba con profunda tristeza lo que había conseguido finalmente, y hasta donde había llegado su maldad, decidió luchar contra ella y poder devolver así a los hombres su dignidad. Frente a la bruja, el dragón abrió sus fauces decidido a expulsar una gran bola de fuego, como aquella que había hecho arder todos y cada uno de los libros robados por la bruja en la boca de su estómago. Pero de la boca del dragón no salía fuego, lo que provocó una carcajada de tal magnitud en la bruja malvada, que según dice la leyenda, dio origen a varios terremotos en la tierra. El dragón del temido castillo solo expulsaba palabras, de tantos libros como se había comido. Impresionado, el dragón sopló y sopló hasta sacar de su interior la última de las letras robadas. Y estas, poco a poco, fueron dando forma a las palabras, las palabras a las frases, y las oraciones a todos y cada uno de los libros perdidos. ¡Qué espectáculo de formas y colores se veía! Las vocales danzaban y giraban dando vueltas como locas, y los personajes de cuento más famosos buscaban ansiosos su hogar, revoloteando sobre los rostros perplejos de la muchedumbre, que se había agolpado, ante el ruido, frente al castillo de la malvada bruja. De esta forma, el esfuerzo del dragón fue debilitando el poder de la bruja, que quedó finalmente sepultada bajo las toneladas de libros que el dragón consiguió devolver al mundo tras sus grandes bocanadas de aliento. Y, como por obra de un milagro, los hombres fueron recuperando la libertad y la cordura, y los niños ordenando sus ideas en sus pequeñas cabezas y hablando de nuevo con fluidez. Todos, muy felices, fueron recogiendo cada uno de los libros, dispuestos a colocarlos en las bibliotecas, en las escuelas…, y en las humildes estanterías de sus casas. Tras ello, se dirigieron al dragón para agradecerle el haberles liberado de la terrible maldición de la bruja. No pudieron, sin embargo, dar las gracias al dragón, que había dado en su lucha ante la malvada bruja, hasta la última gota de su feroz aliento. Si oís en algún lugar el rumor de una leyenda que comienza diciendo, «érase una vez el dragón de las palabras», corred hacia un libro cercano, agarradlo fuerte, leedlo, y dad gracias. Algunos aún dicen, que para que no desaparezca ni nos falte nunca más un libro, aquel dragón nos vigila y nos guarda…
Yayuca y la estrella de Navidad | Cuento navideño El pequeño Tom era un niño muy risueño y travieso. En exceso, según su mamá, que reprendía cada una de sus divertidas y alocadas ocurrencias. Tom consideraba que nadie le entendía en el mundo. Nadie, salvo «Yayuca», su abuela del alma. Y es que Yayuca era una abuela muy especial. Decía a cada rato cosas de lo más inverosímiles que a nadie le resultaban divertidas, excepto a Tom, que creía comprender a su abuela y su extraño e infantil sentido del humor. ¡Qué tardes se pasaban Yayuca y Tom, mirándose el uno al otro, hasta ver quién carcajeaba primero! En otras ocasiones, como en las que Yayuca simulaba que no conocía a Tom o le llamaba con otros nombres, solían jugar a policías y ladrones, y así se divertían y pasaban las horas entre muchas historias y juegos más. Pero a mamá parecía no gustarle ninguno de aquellos juegos. Reñía continuamente a la abuela diciéndole que «volviera en sí», que no podía estar siempre pendiente de ella y de todo el mundo. Yayuca tenía un alma como aquella que se tiene solo en la más tierna infancia. Se encabezonaba a veces con las cosas más extrañas: colores, objetos, palabras…las cuales gustaba a veces de repetir ininterrumpidamente en una misma conversación. Como cuando a Tom le daba por los robots o los extraterrestres, y al decirle mamá que se ponía pesado, hablaba entonces más deprisa y sin parar. Un año, cerquita de Navidad, el revoltoso de Tom registró el cuarto de su madre buscando algún regalo o sorpresa que estropear. No encontró regalos, pero sí unas cajas muy bonitas con las que jugar. Y ni corto ni perezoso, pintó dos de aquellas cajas con marcas de grandes ojos y bocas, y tras ponerse una en la cabeza le entregó la otra a Yayuca: -¡Soy-un-robot! ¡Soy-un-robot! – Repetía Tom frente a su abuela, realizando una especie de danza robótica. ¡Cuánto reía Yayuca observándole corretear a su alrededor! Y así transcurrió felizmente la tarde, hasta que la mamá de Tom, casi enfurecida, arrebató la caja al pequeño gritándole si no se daba cuenta de cómo estaba su abuela, o si es que pretendía acabar con ella. Aquellas palabras consternaron al pequeño. Pero Tom, que poseía una mente tremendamente inquieta, solo pudo permanecer haciéndose preguntas apenas unos minutos, y tras ello, se puso manos a la obra. Durante días permaneció casi completamente encerrado en su cuarto, con tijera y lapiceros trabajando sobre el viejo parquet. Fueron necesarios algunos materiales más, como un espumillón blanco brillante, que sisó disimuladamente del árbol de Navidad del salón, o el algodón del baño. Pero pronto Tom salió de su cuarto satisfecho, ansioso, y con ganas de rematar su propósito con su obra maestra a hombros. Estaba
decidido a que su abuela volviese a la normalidad (como tanto pedía mamá, y a pesar de que a él le encantaba Yayuca tal cual era), y tenía de plazo tan solo unos días hasta la llegada de los Reyes Magos, justo al término de la Navidad. Tom había escuchado en la escuela que la Estrella de Belén era la encargada de guiar los pasos de los Reyes. Lo cierto es que no recordaba muchos más datos sobre aquella misteriosa estrella, pero si aquellos hombres mágicos habían conseguido guiarse por ella, estaba convencido de que tenía que brillar como ninguna otra en el mundo, y así se había propuesto construir la suya. Tom tiñó durante días los algodoncillos del cuarto de baño con purpurinas de plata, y los pegó sobre una enorme cartulina amarilla que guardaba de una antigua manualidad. Alrededor, coronó toda su estructura con el precioso espumillón brillante del árbol de Navidad, y se dispuso a colgarla de su ventana con el hilo del cometa que sobrevolaba algunos veranos por el parque de las encinas chatas. No podía fallar. Los Reyes verían los destellos de su Estrella de Belén al izarse en la noche con el viento, vendrían a casa, y curarían a su abuela que al parecer se encontraba rota. Aquella noche mágica, Tom apenas podía conciliar el sueño, pero no quiso husmear por los pasillos como de costumbre. Quería que todo saliera como debía ser y no quería que los Reyes se enfadasen a última hora por sus travesuras. De manera que, a pesar de todos los extraños ruidos que percibió, no se movió de la cama. A la mañana siguiente, cuando Tom distinguió los rayos de luz del día entre los resquicios de la persiana, corrió al salón, y ante la sorpresa de su madre no se abalanzó sobre los regalos, ni siquiera los miró. Tom solo acariciaba el rostro de su abuela extrañado, mirándola sin parar. Esperaba encontrar alguna prueba en ella de que los Reyes le habían concedido su deseo, pero no encontró nada distinto. Entonces Yayuca, tras dirigir a su nieto la mirada más directa, tierna y sincera que podía haber, le dijo sacudiendo un regalo entre las manos: « ¿Jugamos a los robots?». Tom se sintió aquel día de Reyes el niño más feliz del mundo sobre la tierra jugando con su Yayuca sin parar. ¡Cuánto reían! Y el pequeño quedó convencido de que los Reyes no habían dado con su estrella. Solo con el paso de los años comprendió que sí la habían encontrado, y guardó para siempre en su corazón el regalo de aquellos instantes extraordinarios…
Lupita, la mariquita rica | Cuento para niños Lupita era una mariquita, que soñaba con volar sola hasta lo más alto, para distinguirse de las demás. Tras la suculenta herencia de su padre Epafrodito, que en paz descanse, Lupita se convirtió en la mariquita más rica de Pueblobichito, su humilde ciudad.
Al verse con tanto dinero, Lupita se volvió tan caprichosa, que incluso se cansó de andar, y decidió invertir su fortuna en viajes para al fin conseguir volar, como ninguna otra mariquita lo había hecho jamás. Subió en helicópteros, viajó en avión, y hasta surcando el cielo en globo a Lupita (que todo se le hacía poco) se la vio. Viajaba Lupita siempre maquillada con enormes pestañas, y ataviada con largos guantes de seda y un sombrero tan grande que se la veía a cien pies. Pero pronto, Lupita empezó a necesitar a alguien con quien poder compartir todas las maravillas que había visto a lo largo de tanto viaje. Empezó a imaginar, mientras contemplaba el mundo, como sería la vida con otro bichito que la susurrara canciones a la orilla del mar o celebrase con ella la Navidad. Recordaba con tristeza a sus amigas Críspula y Cristeta, con las cuales se pasaba horas enteras jugando y sobrevolando los arbustos espesos y radiantes en primavera. O a Serapio y su brillante mirada, posándose sobre sus pequeñas alas en los días más espléndidos de la florida estación. Y Lupita sintió de repente una profunda tristeza que con su dinero no podía arreglar. Decidió entonces poner sus patitas en tierra para ordenar todas aquellas ideas. Y vagando de un lado a otro, llegó a un extraño lugar al que se dirigían muchas mariquitas de su ciudad. La Cueva del Suplicio, como se llamaba, era un sitio a donde acudían la mayoría de mariquitas que no tenían nada, para empeñar lo poco que les quedaba y así dárselo a los demás el día de Navidad. Viendo a aquellas mariquitas luchar por no perder la sonrisa de los suyos, con su propio esfuerzo y sin ayuda de los demás, comprendió Lupita que no eran ellos los pobres y se avergonzó de su codicia y su vanidad. Decidió en aquel momento Lupita, depositar en aquel lugar todo su capital, incluidos sus guantes de seda y su gigante sombrero. ¡Quería ser como las demás! Lupita había comprendido al fin que, en volar hasta lo más alto, no se encontraba la felicidad.
EL PIRATA ESCACHARRADO | cuentos infantiles para primaria Érase una vez un pirata, al que la mala suerte (sin saber por qué), le había venido a ver… El pirata tenía un ojo de palo, una pata llena de ojos y hasta una larga melena, que se le había mudado de la cabeza a los pies. ¡Parecía que le hubieran vuelto del revés! Aquel corsario destartalado ya no tenía cuchillos, ni garfios, ni parche en el ojo… ni cara de
malo. Pero tenía unas uñas tan largas, que le servían de ancla cuando frenaba su barco, para poder hacer pie. Y es que hasta las anclas se habían alejado de él. Descansaba el pirata siempre en islas desiertas, puesto que todo desaparecía nada más posarse en ellas. Y así vivía asustando al miedo, con su ojo de palo, su pata llena de ojos y sus pies llenos de pelo. –La Tierra y el Mar me han olvidado…– se lamentaba el escacharrado pirata– ¡A pesar de haber robado cien barcos, navegado mil horas y haber sido un pirata tan malo! No le quedaban fuerzas ya a aquel pirata, para seguir intentando lo del ser un pirata malo. Y decidió, tras mucho pensar, abandonar sus galones (cuatro jirones mal remendados sobre la solapa de una chaqueta vieja y tiesa) en alta mar. Y a partir de entonces, la mala suerte ya no vino a visitarle nunca más…