El final de la luz Lourdes Nicolás Pérez-Lunar
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© Lourdes Nicolás Pérez, 2020
Diseño de cubierta y ilustraciones: Macarena Rodriguez
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
www.universodeletras.com
Primera edición: 2020
ISBN: 9788418235764 ISBN eBook: 9788418234132
Preámbulo
Todos somos seres de luz. Todos somos estrellas que nunca dejamos de brillar.
Prólogo
El final de la luz nace tras escribir La Luna y las cuatro Estrellas deseo, desde la necesidad de hacer entender al futuro que son los niños que la vida es más hermosa si nos ayudamos los unos a los otros. Da igual de donde seas, ya que vivimos todos en el mismo planeta y juntos lucharemos para que no se apague su luz. Prepárate para adentrarte en una nueva aventura donde nuevos personajes te van a sorprender.
El final de la luz
Una noche en el festejo de las luces, todos portaban un tarro de cristal con una luciérnaga en su interior. Era un tributo a la Diosa de las Galaxias que se celebraba en un parque muy importante del centro de la ciudad. Cuando llegó las doce arañas en punto, cada uno fue depositando su luciérnaga con cuidado en la hierba y tras el sonido del cuerno de marfil fueron encendiéndose una tras otra. Era una imagen maravillosa; toda la superficie del parque estaba totalmente iluminada. Tras encenderse la última, la gente presente no podía parar de aplaudir de la emoción del momento, pero el estruendo de los aplausos fue menguándose poco a poco al paso que se iban apagando las luces de las luciérnagas. La Sra. Fincher miró a su marido sin entender lo que estaba pasando. El alcalde Ratal subió a un púlpito en el centro del parque. Tenía a todo el pueblo mirándole desconcertados, creando la gente que allí se encontraba pequeños corrillos donde el murmullo de los comentarios iba subiendo de volumen hasta que el alcalde les pidió silencio. —No os preocupéis, lo importante es que sea llevada a cabo la ofrenda a ella. Ya podéis iros a casa —dijo sin creer ni una palabra que salía de su boca. La familia Fincher caminó a su casa y se cruzó con el viejo curtidor de piel al salir este a su paso. Les comentó que no se fiaran del alcalde, ya que nada de lo que había ocurrido era normal. Tanto Pristel como Max y Norton no paraban de pensar en esas palabras. De hecho, a la mañana siguiente no pudieron controlar el deseo de acercarse a preguntar al amable curtidor por qué dijo aquello. Tanto fue así, que se despertaron más pronto que de costumbre, y cruzaron el bosque hasta alcanzar la parada donde cogieron el primer autobús que salía hacia la ciudad. Después de transcurrir quince minutos, se bajaron en la Plaza de los Deseos donde la noche anterior fue la ofrenda. —¿Os acordáis de la calle donde tenía la tienda el curtidor? —cuestionó Norton
a sus hermanos. —Creo que salimos por la tercera puerta donde se plantan las rosas —recordó Pristel. Los tres rodearon el parque tranquilamente mientras iban observando cómo jugaba un grupo de niños de cinco años al balón volador. En uno de los bancos, observaron a una madre dándole de comer a su bebé con una gran hoja, de la cual, al apretarla, caían unas gotas de néctar blanco. Salieron del parque y se encontraron en la calle de adoquines que habían cruzado la noche anterior con sus padres. Pristel iba saltando de losa en losa mientras sus hermanos estaban muy atentos para no pasarse del lugar. —¡¡Chicos!! ¡¡Ya hemos llegado!! Mirad a vuestra derecha —indicó Pristel mientras saltaba inmersa en su juego. Los tres se juntaron frente a la puerta y leyeron un cartel pegado en ella: «¡Golpee tres veces la puerta para que le abra!». Los chicos se miraron y así hicieron. Y les abrió un chico más o menos de su misma edad, flaquito con unos grandes ojos.
El curtidor
—Hola, ¿en qué os puedo ayudar? —dijo el chico. —Buscábamos al señor curtidor, ¿podríamos hablar con él? —pidió Max. —Ahora mismo mi padre no se encuentra aquí. Si queréis podéis dejarle un recado o venid más tarde —contestó. —Somos las cuatro estrellas de la brigada y es de máximo interés hablar con él —informó Norton un tanto fanfarrón. El hijo del curtidor, al oír eso, se puso nervioso y de sus mejillas salieron dos globos rojos. Pristel no pudo contener las ganas de preguntarle de dónde salían esos coloretes. —Lo siento porque te voy a preguntar por tus coloretes; ¿por qué aparecen y desaparecen? ¿Cómo te llamas? —se interesó Pristel con una sonrisa en su rostro. —Me llamo Durwin. Lo de los coloretes viene de familia, me ocurre cuando estoy nervioso. —Aún mantenía el rostro enrojecido. —Bueno, chicos, nos tenemos que ir. Le comentas a tu padre que hemos estado aquí y que necesitamos hablar con él —dijo Max. —No, no os vayáis. Tengo instrucciones de mi padre, por si veníais, para que os dijera que os espera en el otro lado —mientras decía esto se acercó a una gran chimenea que había en el centro de la tienda. De una pequeña caja de madera que había en un costado, cogió un polvo de su interior y lo lanzó al fuego que hizo que se apagara—. Seguidme, os esperan —dijo Durwin. Una vez se introdujo en la chimenea se toparon con una inmensa escalera de caracol que desde arriba daba la sensación de no tener fin. Los tres hermanos iban detrás de Durwin, quien portaba un farol para iluminar el camino. Fueron bajando con cuidado y un tanto miedosos porque no sabían dónde iban. En las
paredes del lado derecho de la escalera se apreciaban grabados y dibujos en relieve que los chicos nunca habían visto. Cuando ya terminaron todos de bajar el último peldaño, se dieron cuenta a dónde podían dirigirse, justo en frente de ellos vieron una inmensa puerta de piedra con el escudo de la Diosa de las Galaxias. Durwin se acercó e introdujo un sello que portaba en su cuello en una ranura de la piedra y esta se abrió. Todos se apartaron del estruendo que provocaba al moverse, por miedo a que les cayera encima. Una gran luz los deslumbró. Todos se taparon los ojos, pero poco a poco fueron abriéndolos uno tras otro una vez se habían acostumbrado. —¡Vamos! No podemos tardar —apremió Durwin.
El Palacio de Cristal
Cruzaron toda la puerta y anduvieron como unos diez minutos por un terreno rocoso. Todo eran piedras llenas de polvo y trozos de vegetación seca. Hacía muchísimo calor, pero al llegar a mitad de la segunda colina todo se tornaba frondoso. Al fondo del horizonte se podía ver un inmenso castillo de cristal y el aire era puro. Siguieron andando hasta llegar a él. Los tres no daban crédito a lo que veían, era hermoso, había en su interior varios jardines a cuál de ellos con más vegetación. Salió a su paso una señora muy agradable de amplia sonrisa, su piel era plateada como las escamas de los peces y grandes pestañas. Les hizo un gesto para que la siguieran hasta llegar a una gran sala donde en su interior estaba Alex. —¿Qué haces aquí? ¿Cómo has llegado? —interrogó Pristel algo extrañada. —Un día en mitad de la noche apareció mi abuelo. Me dijo que era urgente que fuera con él porque la Diosa nos necesitaba. Le pregunté por vosotros, pero dijo que nos encontraríamos aquí —reveló Alex. —¿Cruzaste por el armario de nuevo? —dijo Max. —No, eso pensé yo en un primer momento, pero me hizo abrazarlo y no me preguntes más, porque en cuestión de segundos me encontré aquí. ¿Os han comentado algo a vosotros?, no paro de preguntar y ni mi abuelo me quiere contar nada. Por cierto, ¿quién es el chico que os acompaña? —preguntó Alex. Este, al oírle, se acercó para presentarse educadamente. Les separaban unos siete pasos, una vez los anduvo Durwin, miró a Alex con una amplia sonrisa. —Hola, me llamo Durwin y entiendo que tú eres Alex. He oído mucho de ti por mi padre y tu abuelo —hablaba sin desdibujar su amplia sonrisa. —¡Encantado de conocerte! ¿Quién es tu padre? —preguntó con dulzura. —¡Soy yo, muchacho! Llevo sirviendo a la Diosa desde que tu abuelo vino aquí
con nosotros, perdona, no me he presentado, me llamo Lip. Estás grande, Alex, tu abuelo está muy orgulloso de ti—dijo el hombre, mientras le alborotaba el pelo. De repente, Alex notó algo en su pierna, se giró y miró hacia el suelo. —¡Aichin! ¡Qué alegría volver a verte! —dijo Alex muy contento por verlo de nuevo. —Aichin, ¿qué haces aquí, travieso? ¡Nos has seguido! —dijo Norton mientras no paraba de acariciarle. El castillo era majestuoso, parecía que su arquitectura era de un antiguo convento de gran solemnidad. En su fachada había grandes vidrieras que llamaban la atención respecto a su hermosa estructura de cristal. Apareció del lado derecho de la sala un hombre muy alto con túnica con la piel plateada, igual que la señora que los recibió. Les indicó que tenían que dirigirse a las estancias que les habían asignado. Pristel pidió dormir sola y le tocó una que daba a un lago lleno de cisnes. Los demás fueron separados de dos en dos por estancia, quedando Max y Durwin juntos, y Alex y Norton en otra. Todos reposaron un par de horas en sus camas hasta que fueron avisados para desayunar. A las ocho arañas golpearon la puerta de la estancia donde se encontraban Alex y Norton. —¡Alex, ve a abrir la puerta! —le ordenó Norton. —No puedo, me estoy cambiando de ropa —le contestó Alex. Norton se levantó de la cama muy a su pesar y se dirigió a la puerta. —¡Buenos días, Norton! —saludó el Sr. Nicolás. —¡Buenos días, señor! ¡Qué alegría verle! ¡Alex, es tu abuelo! —le gritó Norton desde la puerta. —¡Abuelo, ya salgo!, ¡ya salgo! —anunció Alex mientras de la emoción se golpeaba con todos los utensilios del baño, por ponerse los pantalones dando saltos de la emoción.
Tras terminar de vestirse salió corriendo a encontrarse con él. No tardó ni dos segundos para salir y darle un gran abrazo. —¿Qué tal estás? ¿Y el cole? ¿Te portas bien en casa? —consultó su abuelo con una medio sonrisa pícara en la cara. —Yo bien, abuelo. En el cole a veces estoy cansado de los deberes que mandan, pero en casa cada vez me porto mejor—Alex miraba de reojo a su abuelo. —¡Ja, ja, ja, ja, ja! —su abuelo no podía parar de reírse mientras lo besaba. —Señor, ¿los demás dónde están? —era Norton quien preguntó. —Están en sus estancias, vamos a buscarlos para desayunar —terminó diciendo el Sr. Nicolás mientras salían al pasillo. Era un corredor largo que llegaba a un hall con una mesa inmensa llena de flores. Una vez llegaron a ella doblaron al primer pasillo a la derecha y en la séptima puerta tocó con sus nudillos. Durwin y Max se sobresaltaron al oír los tres golpes en la puerta. Durwin abrió la puerta, ya que era el más cercano a ella. —¡Buenos días, Sr. Nicolás! —le dijo el chico con su gran sonrisa. —¡Hola, muchacho! Gracias por traerlos hasta aquí. —Y apoyó la mano en su hombro— Chicos, vamos al salón del jardín exterior, que nos esperan para desayunar —avisó el Sr. Nicolás.
La Diosa de las dos Galaxias
Bajaron por unas escaleras solemnes que su barandilla cambiaba de color al tocarla. De lo alto del techo caía una cascada de ángeles de cristal colocados con tal armonía que parecía que jugaban al pilla-pilla unos, con los otros. Al final los esperaba Lip. —Chicos, ¿habéis descansado bien? Tendréis hambre. Vamos a desayunar que nos esperan —manifestó Lip mientras abrazaba a su hijo. Una vez llegaron al jardín encontraron una gran mesa alargada, llena de miles de manjares que cualquier niño se hubiera vuelto loco al verla. Había pasteles, batidos, bizcochos y zumos de todas las clases. Todos comenzaron a comer como si no hubiera un mañana. Comían más por los ojos que del hambre que tenían. En un breve instante notaron una brisa fresca con unos toques de paz. Lip y el Sr. Nicolás se levantaron de sus asientos haciendo una reverencia. Los chicos, al verlos, se giraron para ver quién había entrado en la sala quedándose todos atónitos, al ver que era la Diosa de las dos Galaxias. —¡Hola!, ¡Max, cierra la boca! —dijo con un pequeño gesto burlón. —Perdón, señora —se disculpó hipnotizado. —¿A mí no me vas a saludar? —de repente, apareció el Sr. Fincher. —¡Papá! —gritaron los hermanos a la vez. —Veo que nos han avisado a todos. El señor Blot también ha venido conmigo, lo único es que se ha parado ahora mismo para hablar con el encargado de las cuadras. La Diosa bella que te hipnotizaba se sentó en la silla que encabezaba la mesa. Al sentarse brotaron de ella miles de flores, a cuál de ellas más hermosas. —Bueno, estaréis pensando qué hacéis aquí, pero nuevamente necesitamos de vosotros. Hace varios días, los encargados de palacio se dieron cuenta de que en
algunas estancias de la zona sur el cristal de sus paredes se oscurecía, nos imaginamos lo peor cuando el día de la ofrenda, las luciérnagas se apagaron rápidamente. Mi hermana, la Reina de los Océanos, lleva años enfrentada conmigo porque fui la elegida al nacer para portar el poder de la luz. Hace varios ciclos intentó adentrarse en el palacio con la unión de los hijos del fuego, personajes del lado más oscuro. Su poder consiste en que todo aquello que tocan lo destruyen con su fuego. Gracias a mis empleados no lo consiguieron, ya que se dieron cuenta de la subida de temperatura de los conductos de ventilación que dan a la cocina. Desde ese momento pusimos sensores de localización por todo el palacio. Pero, aun así, han conseguido entrar en mis aposentos mientras dormía y algo me han hecho puesto que estoy perdiendo mi poder —terminó diciendo mientras mostraba su brazo derecho donde se veía una gran mancha negra. —Mi señora, cada vez está más grande —observó Lip alarmado. —¡Necesito, chicos, que busquéis al responsable, y quiero que os acompañe Durwin, es un gran rastreador! —pidió la Diosa. —Lo primero que deberíamos ver es su estancia, mi señora, si no le importa — propuso Alex haciendo una reverencia con su cabeza mirándola fijamente a los ojos. —Una pregunta, mi señora, ¿por qué su hermana quiere la luz? —dijo Pristel tan preguntona como siempre. —Hay dos razones: una, la envidia de no haber sido la elegida por mis padres; y la más importante, que si yo dejo de existir se hará con el palacio y reinaría la oscuridad —respondió con el rostro triste. —No se preocupe, haremos todo lo que esté en nuestra mano para saber lo que ha pasado —prometió Norton levantándose de la mesa. —Norton, ¿dónde vas? —le preguntó Pristel a su hermano. —Creo que nos tenemos que poner cuanto antes. Vamos y dejad de comer, ya tendremos tiempo luego —apresuró Norton al resto, ya situado en la puerta, viendo cómo, uno a uno, se iban levantando de la mesa. —Esperad, chicos, yo os acompaño. Los pasillos son muy largos y no vais a
saber distinguir cuál es—justo en esos instantes, apareció el Sr. Blot—¿Dónde has estado desde que hemos llegado? —preguntó el abuelo de Alex a Blot. —Me paré en las cuadras a saludar al encargado, ¿dónde vais?, si también os acompaña el pequeño Durwin. —Vamos a la estancia de nuestra señora para ver si encontramos alguna pista que nos dirija al culpable —le informó Alex adelantándose a su abuelo. Una vez se despidieron, tomaron rumbo cruzando grandes pasillos con unas larguísimas alfombras de lana decorando el suelo. Aparecía una mesa de tanto en tanto, pero había muchísimas plantas de distintas clases y flores de todos los colores creando un ambiente de plena armonía. Sin mediar palabra, el Sr. Nicolás se paró ante una puerta y la abrió. Entraron en una gran habitación, en su interior había un inmenso espejo, enfrente de él se encontraba un tocador y en una de sus repisas había una cajita de música donde una bailarina danzaba sin parar la melodía que sonaba. Pristel se acercó a mirarla más detenidamente y una vez estuvo a un palmo de ella, esta le hizo una reverencia. Pristel, sonrojada, la miró y sonrió. En el centro de la estancia se hallaba una enorme cama con un inmenso dosel y al otro extremo una hermosa chimenea adornada con flores y un gran sofá orejero que parecía muy confortable. Fueron entrando en ella uno a uno hasta estar todos en su interior. —¿Por dónde empezamos? ¿Tenemos alguna pista? —dijo Norton. —Durwin, podrías hacer eso que se te da tan bien: rastrear —propuso el Sr. Nicolás.
El rastreador
Durwin se colocó en mitad de la habitación y desde sus coloretes sonrosados empezó a emitir una melodía que partía de su interior. En el aire de la habitación aparecieron unas pequeñas motas de luz que volaban a su antojo por toda la estancia. Los chicos estaban embelesados viendo aquella escena tan hermosa. Durwin seguía inmerso en su melodía mientras las motas, como gotas de rocío, fueron posándose en su cuerpo. Tras tenerlo todo cubierto, levantó sus brazos como un director de orquesta. Al bajarlos desaparecieron de su cuerpo y cada una de ellas aparecieron de nuevo a lo largo de la habitación, entonces él abrió sus ojos y silenció la melodía que emitía. —¡Madre mía! ¡Y yo que creí que había visto todo! —exclamó Norton asombrado. —¡Gracias, Durwin! —dijo el Sr. Nicolás. —¡De nada, señor! —correspondió Durwin con sus coloretes más sonrosados si cabe. Cada uno se fue fijando en cada rastro de las pequeñas luces que recorrían la cama y por el suelo que, desde él, subían por la chimenea hasta meterse en el conducto de ventilación que había justo encima de ella. —Debemos entrar y seguir el rastro —dijo Alex. —¡Otra vez! No tuvimos bastante en entrar en uno, que ahora vamos a entrar en otro —se quejó Max refunfuñando como siempre. —Max, no te pongas así, no vas a entrar tú solo, a nadie le apetece, pero hay que hacerlo —intentaba convencer Norton a su hermano. —Chicos, mientras vosotros buscáis más pistas voy a informar de esto a los demás —comentó el Sr. Nicolás a todos. —¿Quién va a entrar primero? —consultó Alex a sus amigos.
—¡Seré yo! Así sabremos qué camino debemos seguir —se ofreció Durwin. —¡Por mí perfecto! Pero no me dejéis de nuevo el último —pidió Max muy serio. —¡Que no, llorón! —bromeó su hermano entre risas. Acercaron entre todos el sofá que se encontraba junto a la chimenea y se subió Norton para quitar la rejilla de ventilación. —Adelante, Durwin, haz tu magia —le dijo Alex. Se asomó al conducto, hinchó sus mofletes e inició la melodía. Una vez dibujado el camino que tenían que seguir fueron entrando en el conducto uno tras otro siguiéndolo durante unos diez minutos. Algunos comenzaban a sentirse cansados de estar arrodillados tanto tiempo, hasta que Durwin les avisó que a unos siete metros había una rejilla que daba al exterior. —¿Qué es lo que ves? —Pristel fue la primera en preguntar. —¡Mucha gente! Por lo que consigo ver, creo que hemos salido a un gran mercado —le narró Durwin. —Salgamos de uno en uno para no llamar la atención, que no sabemos aún si alguien estará atento a nuestra posible llegada —advirtió Max. Tras salir todos se encontraron en medio de una gran plaza de abastos donde vendían comida, enseres de todo tipo y animales. Sus adoquines estaban algunos rotos y otros se los veía muy desgastados por la afluencia de gente que se encontraba allí. Fueron sorteando la marea de gente contraria a la dirección que llevaban. —Chicos, yo aquí con tanta gente no veo que sea buena idea intentar rastrear — comentó Durwin al grupo. —Mirad, entremos en el pasaje que hay justo detrás de los caballos que tenemos enfrente —indicó Alex.
Animales mágicos
Una vez ocultos de la vista de los demás, Durwin asomó su cabeza hacia la plaza para asegurarse que nadie se acercaba. Una vez tranquilo comenzó la melodía, pero fue interrumpida por una voz. —Con que eres un rastreador —se escuchó que decía una voz. —¿Quién nos habla? —preguntó Norton asustado. —¿Es que no me ves? Estoy delante de ti. Pristel levantó su cabeza ya que el sonido le parecía que venía desde arriba y se dio cuenta de que era uno de los caballos. —Oh, eres tú el que hablas —dijo Pristel emocionada por ver a un caballo que podía hablar. Al oírla todos levantaron sus miradas y vieron que los miraba el caballo con aire aristocrático. —Chico, yo de ti no tocaría la melodía, una persona como tú es un bien muy preciado para personas nada recomendables aquí —le advirtió el caballo. —¡Gracias por avisarme! ¡Me llamo Durwin! ¿Y tú? —¡Hiran! De nada, muchacho, si me ayudas a salir de aquí te cuento cómo puedes hacerlo sin que nadie sepa de tu presencia. Durwin se giró buscando la aprobación de los demás y estos asintieron. —Con las manos tapa tus orejas y cierra los ojos. Haz sonar la melodía al revés de como la estabas tocando —le explicó Hiran. Todo quedó en un color sombrío y una línea de color se dibujó desde la rejilla por donde habían salido a la plaza hasta una tienda que se encontraba a unos veinte pasos de ellos. Tras retirar las manos y abrir sus ojos miró al caballo.
—¡Yo no sabía que podía hacer eso! ¡Gracias! —manifestó muy sorprendido. —Muchas más cosas podrás hacer, ¡eres un ser mágico! —exclamó Hiran. —Bueno, ahora cumpliremos nuestra palabra, lo único; ¿no tendrás dueño que nos pueda acarrear un problema? —quiso asegurarse Durwin. —¿Veis detrás de la señora que está echando la buena ventura?, pues justo detrás de ella hay una taberna española, mi dueño está allí todos los días durante horas y creo que ahora mismo estará en medio de sus historias— les contó Hiran. —Por lo menos está en el lado contrario a donde vamos —puntualizó Alex. Todos comenzaron a andar hacia donde llegaba el último rastro. Cuando ya quedaba como unos siete metros vieron al Sr. Blot entrar. —¡Lo habéis visto! ¿Lo habéis visto bien? ¡Era el Sr. Blot! —gritó Norton. —Igual lo ha enviado mi abuelo y nos está buscando —pensó Alex. —¡Tú no puedes entrar! —dijo Norton. —No le hagas caso, es así de simpático cuando quiere ser agradable —le disculpó Durwin frente al caballo. —Ahora será lo más normal ir de compras con tu caballo para pasar desapercibidos—Norton miraba molesto a Durwin por llevarle la contraria. Todos se adentraron en el establecimiento donde había largos pasillos llenos de estanterías, por lo menos, unas ocho filas de tres metros de alto y veinte de largo. Vieron que el Sr. Blot cogió un chubasquero transparente de una de las estanterías y tras ponérselo se dirigió hasta el final del pasillo, mientras los chicos aprovecharon que les daba la espalda para acercarse un poco más sin que se diera cuenta. Ya cerca de él se agacharon como pudieron para esconderse tras una de las estanterías. —Hiran, mira si te acuestas o haces algo, que nos van a ver —advirtió Pristel. —Como si fuera tan fácil, soy un caballo. Lo más que puedo hacer sin hacer follón es agachar mi cabeza.
Alex se giró y acarició la cara de Hiran tras verle con rostro de culpabilidad por no poder hacer más. Este, al sentir la mano de Alex, sintió un gran alivio; por primera vez en su vida alguien se preocupaba por él. —Mira, un momento romántico, ja, ja, ja, ja —bromeó Norton. —¡Eres bobo! —se quejó Alex. —Mirad lo que está haciendo Blot —avisó a todos Max.
La traición de Blot
El Sr. Blot con mucho cuidado se quitó de su cuello una cinta roja donde en uno de sus extremos había una pluma de color fuego. Este levantó sus brazos y empezó a moverla como una gimnasta de un modo muy rítmico. Poco a poco los giros eran más rápidos, hasta que la pluma se iluminó dejando un destello de chispas de luz de fuego. En ese mismo momento se oyó un gran estruendo y la pared que tenía Blot delante comenzó a abrirse. Desde la parte superior de ella caía una leve cascada que hacía aguas. Este se adentró y la pared se cerró tras él. Los chicos se acercaron a la pared tocándola, esperando que en cualquier momento se abriera. Buscaron y buscaron sin descanso alguna pista sin resultado, pero sonó un ruido que hizo que todos se alarmasen y volverían a esconderse. Volvió a abrirse y de ella salió el Sr. Blot hablando amablemente con otra persona. —No me lo puedo creer, es Babosa Tres Dientes —dijo Alex a los demás. —¿Le estará deteniendo? Es Blot, tú no lo conoces como nosotros, que es parte de nuestra familia —puntualizó Pristel enojada por insinuar Alex algo deshonroso del Sr. Blot. —Mira, se van juntos y Babosa acaba de darle un golpe amistoso en el hombro a Blot —señaló Max a su hermana no creyendo lo que estaba viendo. —Si tuviera a Aichin con nosotros como la otra vez le enviaría un mensaje a nuestro padre —recordó Norton. —¿Esa pluma no os sonaba de la larga cabellera de la Sra. Polila? —dijo aterrado Alex. —Mira en el suelo, se le ha caído un trozo de la pluma. Hiran, ¿puedo cogerte un pelo de tu larga melena? Iré con cuidado —dudó Pristel mientras le acariciaba para que este confiara en ella.
La chica cogió uno de los pelos de su crin, le acarició el cuello y le guiñó un ojo dándole la señal de que iba a tirar de él hasta arrancarlo. Tras conseguirlo y no hacerle daño cogió uno de los extremos de la pluma, anudándola con el pelo que había conseguido. —Apartaos, voy a intentar hacer lo mismo que Blot, la pluma es la que ha abierto la pared —Pristel les decía a todos mientras hacía movimientos circulares con el pelo. —¡Creo que debes hacerlo más rápido! —le alentó Alex muy excitado. Pristel le hizo caso y comenzó a hacer movimientos giratorios con su brazo cada vez a mayor velocidad. —¡Pristel, sigue, se está iluminando por fin! —le gritó Max. Una vez llegado el séptimo giro, la pluma se iluminó, de ella salieron chispas de fuego y la pared comenzó a abrirse. Una vez abierta, con la cascada que seguía cayendo delante de ellos, se miraron sin mediar palabra, pues pensaban todos que entraban juntos o no entraba ninguno. Parecían una compañía de baile que espera que se alzara el telón para salir al escenario. Estaban asustados, no sabían bien qué iban a encontrarse o contra qué se enfrentaban al cruzar. Alex, del miedo que tenía, tuvo que cerrar los ojos antes de su último paso a algo desconocido. —Alex, abre los ojos, ya hemos cruzado —le avisó Max.
India, la luciérnaga
La primera visión que encontró fue una inmensa montaña roja muy arcillosa. Cada uno miraba alrededor esperando encontrar algo que le recordara a su hogar, pero era un lugar carente de vida. —¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Hiran. Y tras decir estas palabras oyeron que la pared se cerraba detrás de ellos. —¡Pristel! ¿Tenemos aún la pluma? —bramó Norton muy asustado. —Sí, la tengo aquí —le mostró Pristel a su hermano. —Olvidad volver, aún tenemos que averiguar qué es este lugar —propuso Max. —¿Son mis ojos o hay una pequeña luz a diez pasos? —mientras decía esto Alex se iba acercando a la luz que tenía ante él. —Alex, ¿dónde vas? ¡Quédate aquí! —le gritaron todos a la vez. Una vez estuvo delante se agachó para ver más de cerca qué era esa luz. Se dio cuenta de que era una pequeña luciérnaga que parpadeaba como una bombilla a punto de fundirse. Sin pensarlo la cogió entre sus manos con cuidado y se quedó irado de lo bonita que era. —¡Hola! ¿Me entiendes?, ¿puedes hablar? Yo me llamo Alex —se presentó con mucha dulzura para no asustarla. —Me llamo India. Mis hermanos y yo os estamos esperando hace días, ¡gracias por acudir a nuestra ayuda! —le contestó India con voz cansada. —¿Qué lugar es este? ¡Solo hay arcilla! —observó Alex. —Es el Reino de la Soledad, aquí vive la hermana de la Diosa de las dos Galaxias, es mala y rencorosa, no os recomiendo que habléis con ella —advirtió la pequeña luciérnaga.
—¿Qué haces aquí sola? ¿Y tu familia? —La malvada Masul los despojó de su luz el día de la fiesta de las luciérnagas y nunca más la pudieron recuperar. Yo conseguí escapar gracias a un amigo mío. Antes de que aparecierais me dejó aquí para ir a ver si encontraba a alguien que hubiera conseguido escapar. Pero estoy muy preocupada, tarda mucho en volver. Alex, ¿no te importaría abrir tu mano para poder llamarlo? —le pidió con una leve sonrisa de lo cansada que se encontraba. Abrió su mano y ella, con las pocas fuerzas que tenía, estiró su cuerpo encendiéndolo y lo apagó unas tres veces. —¿Eso que haces para qué es? —Max apareció de repente al lado de Alex. —Espera y lo verás —le dijo India. Mientras esperaban, Hiran iba acercando su hocico contra el cuerpo de la luciérnaga mientras ella le sonreía por las cosquillas que le hacía con su pelo. —¡Mirad, algo se acerca volando! ¿Es una paloma? —les anunciaba Pristel con cara de incrédula. —No he podido ver si había alguien más porque los secuaces de la Reina ya se dirigen hacia aquí y por poco me ven, he tenido que estar escondida hasta que he visto que era seguro venir hacia aquí —informó la paloma a su pequeña amiga. —¡Son ellos, Julien! Son los chicos que nos van a salvar. El pájaro se giró y miró a cada uno con cara de pensar que todo era una broma porque no veía a ninguno poder hacer frente a la Reina. —¿Veis la nube de polvo a lo lejos? —se dirigió Pristel a todos. —¿El paso está cerrado aún o podemos usarlo, Julien? —le preguntó la luciérnaga a la paloma. —¡Sí! ¡Seguidme! A los nueve pasos dirección a la nube de polvo se encontraba una gran roca de arcilla con una forma muy rara. Uno de sus lados era aplanado, otro picudo y
uno hacía ondas. Julien cogió un cuarzo rosa que llevaba colgando de su cuello y lo introdujo en uno de los picos de la gran roca. Esta empezó a moverse descendiendo los picos por completo hasta desaparecer dejando ver una gran escalera. Todos entraron y fueron bajando por ella. —¿Han entrado todos? —preguntó la paloma. —¡Sí, estamos todos! —señaló Norton. Julien voló hacia la piedra, la cogió con su pico y la volvió a colocar en su cuello. —Chicos, ¿estáis bien? No se ve nada —susurró Alex. —Acaricia mi barriga, Julien —invitó India a su amigo. Este así lo hizo como ella le había indicado. Pasados dos segundos, de la parte inferior comenzaron a aparecer unos pequeños destellos que poco a poco iluminó todo su cuerpo con tanta fuerza que desapareció la oscuridad. —¡Chicos, mirad al fondo! Mirad la señal que hay en la pared—indicó Alex con su mano. Era un grabado en la piedra que decía así: «Todo aquel con el corazón puro, podrá adentrarse en él». Todos se miraron tras leerlo, por si a alguien se le había olvidado contar algo, porque era el momento de hacerlo. —Por las dudas, si alguien no tiene el corazón puro lo podría comentar ahora porque así no me equivoco con quién voy a ir en brazos —manifestó India con una risa un tanto nerviosa.
La pluma de fuego
En el Palacio de Cristal, la Diosa descansaba en su aposento mientras el Sr. Nicolás y Lip estaban muy preocupados fuera de su estancia. A lo lejos del pasillo vieron cómo se acercaba Blot. —¡Hola, compañero! ¿Sabes algo más? —cuestionó el Sr. Nicolás. —No sé nada nuevo, de hecho, vengo a hablar con ella para ver si me puede dar más pistas y se acuerda de algo más de ese día —exclamó Blot muy serio. Los dos se apartaron para dejarle pasar. Se acercó a los pies de la cama donde ella se encontraba acostada. Ella, al notar la presencia de alguien en la habitación, se despertó sobresaltada. —¡Hola, querido Blot! Cada minuto que pasa estoy más cansada. —Eso acabará pronto, señora. —Blot tenía una mano dentro de uno de los bolsillos de su pantalón a punto de sacar algo de él. —¿A qué te refieres? ¿Han encontrado a mi hermana? —¡¡No!! —anunció rotundo con la voz grave. La Diosa lo miró desconfiada y se incorporó lo más rápido que pudo dentro de sus fuerzas para conseguir ver lo que sujetaba en su mano izquierda. —¿Qué has hecho, Blot? ¿Qué te ha pasado? ¡Ayuda! —gritó desesperada. Blot portaba en su mano la pluma de Polila haciéndola de nuevo girar hasta crear un círculo de fuego en el aire. En ese momento consiguieron entrar en la estancia Nicolás y Lip, ya que Blot había trabado la puerta. —¡Es tarde! —apuntó Blot mirando a los que aún se consideraban amigos suyos. Agarró una de las manos de la Diosa y desapareció en el círculo de fuego.
—¡No, Blot! —bramó Lip. Los dos no daban crédito a lo que había acabado de hacer Blot, amigo de ellos de toda la vida. —Llama al señor Fincher y que envíe cuanto antes a su mascota para que avisen a los niños —ordenó el Sr. Nicolás a Lip. Ambos salieron corriendo sin aliento y todo lo rápido que pudieron para avisar lo antes posible. Los dos estaban agotados, su respiración era entrecortada y se llevaban las manos a la cabeza entre la tristeza de la traición de su amigo y la desesperación de no saber cómo estaba la Diosa y dónde la habrían llevado. A casa de los Fincher llegó con toda la premura un mensaje enviado por ambos. Les abrió la puerta Crowell y les comentó que el señor no se encontraba en ese momento en casa, pero que la señora sí y se lo daría a ella. Lip negó con la cabeza dejando claro que la única forma era dárselo a él, en su presencia, ya que era de vital importancia. La Sra. Fincher, al oír tanto alboroto, se acercó a la puerta. —¿Qué es lo que ocurre, Crowell? —cuestionó con voz dulce, pues lo notó un tanto sobresaltado. —Señora, vengo desde el Palacio de Cristal buscando a su marido con urgencia, pero solo se lo debo entregar a él —le reveló Lip. —No se preocupe, puede entregármelo a mí. —Y tras sus palabras, apareció un tercer ojo en medio de su rostro. —Señora, no sabía que usted pertenecía…—y se hizo el silencio mientras inclinaba hacia delante la cabeza. —Tranquilo, pocas personas lo saben. Vete —le animó a marcharse. Tras cerrar la puerta, la Sra. Fincher empezó a llamar a gritos a Aichin y este no aparecía, entonces se acordó de que se encontraba con su marido. Cogió de la entrada un silbato y empezó a soplar con todas sus fuerzas, aunque no emitía ningún sonido.
El Sr. Fincher se encontraba tranquilamente arreglando un par de asuntos en la ciudad. Entraron en una tienda a comprar unas cosas que la Sra. Fincher le había encargado para la casa. Mientras hablaba con el encargado de la tienda entró una señora muy elegante acompañada por un ayudante, pero antes de que la puerta se cerrara tras entrar ambos, Aichin comenzó a ponerse nervioso. Con sus múltiples patas golpeaba sin cesar a su dueño. —¡Aichin, acabo rápido! —le dijo alterado. Pero este no dejaba de insistir, al ver que no le hacía caso se subió a unas cajas que estaban al lado del mostrador y se puso a la misma altura del Sr. Fincher. Le miró fijamente a los ojos. No le hacía mucho caso, pero poco a poco fue apagándose la conversación entre ambos hasta que el Sr. Fincher estaba pendiente de él. —¿Pasa algo? ¿Son los chicos?, porque esa mirada la vi una vez y no era para nada bueno —se dirigió a Aichin. Los dos se marcharon al domicilio rápidamente. Mientras los chicos se encontraban en aquel lugar tan sombrío y extraño a la vez. —¿Ahora qué hacemos? —preguntó Pristel a todos. —La única manera es ir hacia donde se encuentran mis hermanos retenidos — propuso India muy preocupada. Durwin la cogió entre sus manos y la introdujo en un bolsillo de su camiseta. Vieron un camino dibujado en el suelo resultado de haber pasado gente por allí. Comenzaron a caminar sin saber muy bien dónde los llevaría.
En busca de los chicos
El Sr. Fincher regresó a la casa donde Crowell le informó que la señora se había ido al Castillo de Cristal y en la sala de la casa le esperaban Nicolás y Lip. A los diez minutos transcurridos llegaron también al palacio dejando a Aichin suelto para que los guiara por los conductos de ventilación hasta la plaza. Una vez en ella les costaba seguirle el ritmo por la gran cantidad de gente que se encontraba en ella. Comenzaron a oír gritos junto a un puesto que vendía naranjas. —¿Dónde está mi caballo? —gritaba un hombre corpulento mientras otro a su lado le indicaba que se lo habían llevado un grupo de niños. —¡Seguro que son ellos! ¡Sigue buscando! —se dirigió el Sr. Fincher a Aichin. Este llegó a la puerta de la tienda y entraron, no había nadie dentro de ella. Aichin, tras pasar las enormes estanterías, se sentó frente la pared donde los chicos habían conseguido acceder. —¿Por qué te paras es una simple pared? —dijo Lip. La mascota comenzó a golpear la pared con todas sus patas incesantemente y cada vez más rápido para llamar la atención. Hasta que Lip golpeó el hombro derecho de Fincher para que mirara justo al lado de Aichin, en su última patita derecha había unos restos de galletas e, inmediatamente, no pudo evitar pensar en su hija. —Por aquí debe haber una puerta por donde han accedido los chicos, pero no veo por dónde —dijo Fincher al padre de Durwin. Fueron palpando de un extremo al otro de la pared. Ya cansados de ver que no conseguían nada se quedaron pensativos, pero un recuerdo les vino a la memoria a todos, sobre el día que juraron fidelidad a la Diosa de las dos Galaxias, esta les dio la insignia del honor otorgándole a cada uno con un derecho y un poder. —¿Dónde está tu insignia? ¿Dónde la tienes? —Fincher interrogó nervioso a Lip.
—Espera, creo que la llevo aquí —al tiempo que buscaba en una bandolera de piel envejecida. —Déjala en el suelo y digamos juntos el juramento, acuérdate que te dio el poder de rastreador, como a tu hijo —observó Fincher. —Las estrellas giran, brillan sin cesar; y a la luna, la hacen brillar más —dijeron los tres a la vez. La insignia se iluminó y de ella salió un rayo de luz, que fue dibujando cada rastro de la pluma de fuego en el aire. Una vez estuvieron todos perfectamente visibles a la vista, Lip se giró y miró a Fincher. —Ahora te toca a ti. Este acarició su insignia y con su mano derecha cogió el último tramo, giró la pluma y con un leve movimiento de su muñeca provocó que todo el trazo de fuego girara cada vez más deprisa, hasta que oyó que la pared empezaba abrirse y dieron dos pasos para atrás.
Un misterio por descubrir
Mientras los chicos seguían el camino que habían encontrado pensando por qué alguien quería apagar la luz y hacer daño a las luciérnagas, todos se miraban asustados pensando si alguno de ellos no tenía el corazón puro qué podría pasar. —Pasa tú, mi querido amigo —le invitó amablemente Norton a Alex con una medio sonrisa. —Tú, como siempre, con ese humor que te caracteriza —replicó Alex un tanto molesto. Este cruzó sin mediar palabra dejando a los demás detrás. —¿Dónde está? No se oye nada. Norton, eres el peor amigo que se puede tener —le recriminó a su hermano muy preocupada por Alex. —¿Te atreves a ser el siguiente, Norton? —se oyó la voz de Alex con un toque de eco. —¡Ja, ja, ja, ja! ¡Venga, hermano, anímate! Ahora veremos si tus repetidas bromas vienen de un corazón puro —vaticinó Max con un gesto de burla. La cara de este cambió, ya no reflejaba altanería, sino preocupación, miró un par de veces a sus hermanos mientras cruzaba a con tal semblante en su cara que sus ellos, por primera vez, se conmovieron por él. —¡Sí que tiene un corazón puro! ¡Ja, ja, ja, ja! —gritó Alex. Así fueron cruzando uno a uno hasta estar todos al otro lado. Durwin volvió a acariciar a India para que sus pequeños resquicios de luz ayudaran a iluminar la pequeña sala donde se encontraban. Era una sala de piedra sobria, sin vida, y en una de sus paredes se encontraba un mueble de madera robusta llena de dibujos y compartimentos. Pristel fue la primera que se acercó para mirarlo más de cerca y fue minuciosamente mirando cada trazo de cada dibujo hasta llegar a uno que le era familiar.
—Chicos, mirad este dibujo, lo tiene mamá en sus cuadernos de dibujo — recordó Pristel a sus hermanos. —¿Os acordáis del cuento que nos escribió para dormir mamá?, están aquí todos los dibujos. ¿Te acuerdas bien de él, Max?, eres al último que se lo contó porque eres el pequeño. Creo que debemos abrir cada uno de los compartimentos acorde a los dibujos según el orden del cuento —propuso Norton a los demás. Max se acercó y fue abriendo uno a uno hasta que estuvieron todos abiertos. De ellos salió una brisa dorada creando un tornado que hizo que la sala fuera más grande de como la habían conocido al entrar. —¡Mirad al fondo! ¿Eso es agua? —Durwin prestó atención. —¡Es un lago precioso! —apuntó Pristel. Se acercaron todos y comenzaron a jugar como los niños que eran, olvidándose por un momento de por qué se encontraban allí. No podían parar de reír de lo bien que se lo estaban pasando, mojándose unos a los otros mientras Hiran se revolcaba en el agua. Pasados unos veinte minutos se sentaron todos con una sonrisa en cada rostro.
Masul, la Diosa de los Océanos
—¡Hola, chicos! No he podido evitar escuchar vuestra risa, me alegro que lo paséis bien en mi lago —saludó una voz lejana, que poco a poco, se acercaba a ellos. En el agua del lago, comenzaron a dibujarse ondas del movimiento del agua; los chicos se miraban asustados y en ese mismo instante volvieron a la realidad de por qué estaban allí. Fueron acercándose unos a otros, ya que, tras el juego, cada uno se sentó en el suelo donde la risa y el cansancio les hizo parar. Crearon un círculo entre todos juntando sus espaldas para que cada uno pudiera tener visión de distintos puntos del lago. Desde el campo de visión donde se encontraba Pristel, Alex ni Max pudieron ver nada, pero Durwin apreció una luz rojiza que parpadeaba. —No os asustéis, pronto llegaré a vuestro lado —les volvió a hablar. Y así fue, la luz los observaba a la distancia de unos veinte pasos; era una bailarina hecha de pequeñas llamas de fuego que daba cortos giros hasta llegar a ellos terminando con arabesque. India se asomó cuidadosamente del bolsillo de la camiseta de Durwin para ver como los demás. Al principio le parecía una preciosa bailarina con sus llamas de fuego y su menuda figura, pero en el último movimiento, algo muy raro en sus ojos; eran negros como la oscuridad y ahí se dio cuenta de que era Masul. Con las fuerzas que le quedaba fue subiendo por el cuerpo de Durwin hasta llegar a su oído. —Durwin, no hagas ni un gesto, mientras hablo contigo, estamos en peligro, es Masul, la hermana de la Diosa —le reveló con la voz temblorosa. —Chicos, ¿qué hacéis aquí tan lejos de vuestra casa? —dijo la bailarina. —No te vamos a decir nada, ni nos has dicho tu nombre —observó Norton con su tono soberbio.
—Quién me iba a decir que en este grupo se encontraba un gallo de corral. ¿De verdad quieres saber mi nombre? —Las llamas tomaron más intensidad. —¡No soy ningún gallo de corral! Y creo que por educación se tendría que presentar y decirnos su nombre —le replicó Norton. —Eso podría decir yo de vosotros, que habéis entrado en mi hogar. Durwin miraba a Norton para que este se callara, pero no le hacía caso, es más, el gesto de Norton hacia él era de déjame en paz. Durwin estaba desesperado porque sus amigos no sabían con quién estaban hablando. —Si quieres te lo puede decir tu amigo, que él sí lo sabe—se giró mirando a Durwin. —¡Cómo que sabes quién es! Mira que desde el primer momento pensé mal de ti —vociferó Norton a Durwin. —Te dejo los honores de comunicárselo, va a ser más divertido cuando os vea vuestras caras —apreció la bailarina en un tono burlón. Este se giró mientras su cuerpo temblaba como un flan y sus coloretes se volvieron de un rosa pastel. —¿Estás bien? ¿Qué ocurre?, hasta tus coloretes han cambiado de color —le indicó Pristel preocupada. —¡Es Masul! ¡Es Masul! —les decía con la voz entrecortada. Al oír a Durwin cerraron más el círculo si cabe hasta tener todos el apoyo del cuerpo del otro a su lado totalmente pegado. Alex pensó en ese preciso instante que de allí no iban a conseguir escapar de ningún modo. Se acordaba de todo lo que le había contado su abuelo de lo malvada que era y cruel con los que no pensaban como ella. —Ahora que lo sabes, ¿eres capaz de volverme a hablar como antes, chico? —se dirigió a Norton. Tras esas palabras, Masul dio la vuelta seis veces sobre sí misma hasta mostrar su tamaño y forma de verdad; ya no era tan menuda, medía más de metro
ochenta y sus ojos eran más negros que la propia oscuridad. En su ojo izquierdo tenía una marca de cuatro estrellas. —¿Me estás mirando las marcas de mi ojo? —le dijo a Max. —Perdone, no lo he podido evitar, pero le tuvo que doler —observó Max con toda su inocencia. —Me las hicieron como castigo, quise quitarles el reino a mis padres cuando decidieron que fuera mi hermana la nueva Reina. La guardia del castillo quiso atraparme, pero no lo consiguieron y busqué refugio en una pequeña cabaña que encontré en el bosque. Toqué a la puerta y se encontraba dentro de ella una niña cuyo nombre nunca voy a olvidar: Luna. Esta me dejó entrar, me dio asiento y tras sentarme, tocó mi frente; y desperté en este lugar desterrada con las cuatro estrellas en mi rostro —narró Masul en respuesta al comentario de Max—. ¿Qué es lo que llevas en el bolsillo, muchacho? ¿No será una luciérnaga? —miraba a Durwin. Este puso su mano tapando el bolsillo en un intento de proteger a India, pero se acercó a él, le apartó su mano y abrió el bolsillo encontrando a India en él. —¡Qué gran sorpresa! Si es India, anda que me ha costado encontrarte, pero mira lo que es la vida que has venido tú solita a mí, arrastrando a estos niños, les podías haber ahorrado venir aquí para morir —sin previo aviso agarró a India. —¡No le hagas daño! —gritó Hiran. —Es la pieza del puzle que me faltaba para derrotar a mi hermana, estas pequeñas y molestas luciérnagas son las que portan la esencia del poder de mi hermana —en ese momento, aparecieron en un círculo de fuego Blot y la Diosa, con aspecto muy desmejorado.
El vifaleo
—Señora, ¿se encuentra bien? —le dijo preocupado Alex. Su mirada estaba perdida, su piel no brillaba, iba cogida a Blot porque no conseguía ponerse de pie ella sola. —¡Has tardado en traérmela! Qué, hermanita, nos volvemos a ver, quién te iba a decir que acabaría liberada de este destierro por tu culpa y a punto de librarme de ti —iba hablando Masul mientras se acercaba a la cara de ella. La Diosa miró a su hermana y pudo ver que las cuatro estrellas no se encontraban en su cara, no podía entender como había conseguido liberarse, ya que el conjuro era muy difícil de deshacer. —¿Cómo has conseguido liberarte? —la interrogó costándole un gran esfuerzo poder pronunciar las palabras. —¿Aún no te lo imaginas?, tu deterioro es mi fuerza. Blot consiguió entrar en tu estancia y sacar parte de tu luz con un vifaleo, y ahora, destruiré la otra parte de tu luz haciendo desaparecer a las luciérnagas, ya tengo la que me faltaba —la miró sonriendo de satisfacción. —Vas a conseguir que los dos mundos desaparezcan y con ello tu destrucción también, no vas a sacar nada bueno de todo lo que estás haciendo, desde el mal no se consigue nada. En otros tiempos eras mi hermana y nos cuidábamos una a la otra —le recordó la Diosa. —Eres muy boba, siempre lo pensé, pero cada vez lo pienso más. Yo te cuidaba porque mamá me lo pidió, y al final quería ganar puntos para conseguir ser la favorita de ellos, pero no, la buena de mi hermana tenía que al final llevarse los honores. Me dan igual las consecuencias, solo quiero que todos sepan que esto, lo que va a suceder, es por tu culpa. ¿Dónde estás, Babosa Tres Dientes? —habló con odio en sus ojos. —Venía de camino con las luciérnagas —le respondió Blot.
—¿Cómo has podido hacer esto, Blot? Mi familia y yo, te considerábamos parte de ella —dijo Pristel muy apenada. —Pequeña, no es nada personal, si al final vosotros sois una consecuencia de vuestros padres —le rebatió Blot. Pristel no entendía nada de lo que salía de la boca de Blot. Se oyó un chapoteo constante en el agua hasta encontrarse frente a ellos Babosa con las luciérnagas dentro de una jaula de mimbre. Masul le entregó a Babosa la que faltaba, que era India, y la introdujeron en la jaula. Hiran relinchó de la impotencia por no poder hacer nada para paralizar todo. —Quédate quieto, caballo, que te dejo sin hablar para siempre. Babosa, colócalas junto a mi hermana —le ordenó una desafiante Masul. Este hizo lo que ella le mandó. India la miró con todo el amor del mundo y esta le contestó con una mirada dulce. Masul levantó su mano derecha y de ella salió una bola de fuego. Cuando ya se preparó para lanzarla, se oyó una voz.
La Sra. Fincher
—Perdonad, pero creo que no deberías hacer eso, Masul—era la Sra. Fincher con Julen en su hombro. —¿Quién eres tú para decirme qué tengo que hacer? Acércate y dímelo a la cara —la retó Masul con sus palabras. Esta se acercó hasta estar a diez metros de ella y la miró a los ojos sin quitar la mirada ni un segundo. —¡No deberías hacer eso! —le repitió. —Yo te conozco de algo, pero no consigo saber de qué. —Masul intentó recordar. —Soy Luna, seguro que tenías ganas de verme. No has cambiado, sigues con tu rencor y en tu soledad —le soltó la Sra. Fincher. —No sabes las veces que he soñado tenerte delante de nuevo para castigarte por enviarme a este lugar. Esta vez no voy a dejar que te acerques, ya sé lo que me puedes hacer, ahora me toca a mí destruirte —mientras hablaba las pequeñas llamas que cubrían su cuerpo se convirtieron en una enorme. —¿Estás segura de seguir de nuevo por ese camino, Masul? No quiero hacerte daño —le advirtió. —Ahora que lo pienso, ¿el arrogante de este niño no será hijo tuyo?, porque me suscita el mismo dolor de estómago —le preguntó a Luna. —¿Y si es así? —Correrá la misma suerte que tú, no os voy a dejar ver mi gran final, preparaos para morir —amenazó levantando la mano portando la bola de fuego de nuevo en ella. —Tú lo has querido —su voz ya era diferente a la que usa la Sr. Fincher.
Masul la miraba con aires de superioridad, ya que la tenía a diez metros de ella. Con su brazo ya a punto de lanzar la bola de fuego, la Sra. Fincher cerró sus ojos y de su frente se abrió un tercero del que emanó una fuerte luz. —¡No! Tú me tocaste la otra vez —le dijo aterrada Masul. —Nunca te toqué, no sé por qué lo has pensado —Luna se pronunció. Luna juntó sus manos al pecho y la luz que emanaba de su ojo era tan fuerte que los demás cerraron los suyos. Transcurridos unos segundos la luz desapareció y Masul se convirtió en piedra. —Vosotros dos quedaos quietos o correréis la misma suerte. Dame las luciérnagas y tú, Blot, suelta ahora mismo a la Diosa —advirtió mientras liberaba a todos. Junto a las luciérnagas alrededor de la roca de Masul comenzaron a iluminarse, una tras otra, hasta crear un círculo de luz que hizo que la roca se convirtiera en polvo de color de oro, que una brisa levantó llevando con ella a la Diosa al Palacio de Cristal; depositándose, después en el cuerpo de ella. Su cuerpo comenzó a iluminarse y la mancha negra desapareció. —Mamá, ¿qué eres? —interrogó Max a su madre. —¡Tu madre! Ya te lo contaré con tranquilidad en casa, cariño. ¿Estáis todos bien?—se interesó Luna. —Sí, señora —le dijo Alex. Todos reanudaron el regreso cuando a mitad de camino se encontraron al Sr. Nicolás, al Sr. Fincher y a Lip intentando marcar los turnos para pasar el portal del corazón puro. —Papá, no me hagas reír, tenías miedo de cruzar, ja, ja, ja —dijo Durwin. Lip se sonrojó tras las palabras de su hijo y lo abrazó. El Sr. Fincher y el Sr. Nicolás agarraron a Blot y a Babosa Tres Dientes. —¿Por qué no usamos la pluma para regresar al Palacio? —propuso Norton.
Lip cogió la pluma y comenzó a hacerla girar todo lo que su hombro daba para regresar el grupo al completo.
Restaurar la magia de la luz
Una vez regresaron lo primero que hicieron fue destruir la pluma para que nadie pudiera usarla. La Diosa mandó a uno de sus guardas, a la Prisión de los Mil Candados, para que averiguara cómo habían conseguido la pluma de la Sra. Polila. —¡Oye, Durwin!, ¿te gustaría formar parte de nuestro grupo? Tus poderes son muy especiales, nos serviría de ayuda —le invitó Pristel. Este, al oír lo que le proponía Pristel, le volvieron a salir los globos de sus coloretes sin poder evitarlo. —¡Ja, ja, ja, Durwin! —la chica no podía parar de reírse. Al día siguiente se dirigieron todos al parque donde se citó a la ciudad a retomar el festejo de las luces. Pristel portaba la jaula de mimbre con todas las luciérnagas esperando la señal del alcalde Ratal. Una vez este le dio señal, anduvo hasta el centro del parque, se sentó en el césped para liberarlas y esperó ahí inmóvil observando cómo iban saliendo cada una de ellas. India, antes de reunirse con sus hermanos, se paró en frente de Pristel. —Podrías acercarme una de tus manos y tocar mi frente —le preguntó con su voz dulce. Tras tocar la frente de India una brisa envolvió el cuerpo de Pristel moviendo sus pelos como las olas que rompen en el mar iluminándose cada uno de ellos proyectando una luz hacia el cielo. En ese momento sonó la campana y todas las luciérnagas se fueron iluminando hasta que su luz alumbró el cielo uniéndose en él con la luz que irradiaba Pristel con su cuerpo. —¡Mirad la alineación de la Luna y las Estrellas! —gritó a los demás Alex. Todos alzaron sus miradas hacia el cielo disfrutando de aquel maravilloso momento y uniéndose en un maravilloso abrazo. Norton se acercó en busca de su hermana una vez que su luz se apagó y la abrazó con todas sus fuerzas.
—Sé que no paro de molestarte, pero siempre he pensado que eras especial, hermana, pero con lo de hoy te has superado, pequeñaja —la felicitó Norton con una dulzura que ninguno podía imaginar de él. —¡Creo que llegó el momento de regresar a casa! Vamos, Alex, cariño, te acompaño hasta casa —le dijo su abuelo. —¡Espera, abuelo! Chicos, os echaré de menos, pero espero veros pronto, me encanta estas aventuras con vosotros. Durwin, cuento con verte de nuevo. — Alex observaba a todos con un toque de nostalgia en sus ojos y en la voz. —¡Dalo por hecho, amigo! —afirmó Durwin. Pristel, Norton y Max se dirigieron a su casa con sus padres, ya que tenían una conversación muy importante pendiente. Alex fue a casa con su abuelo y Durwin con su padre tomaron camino a la tienda tranquilamente andando por la calle de adoquines hasta adentrarse en ella. —Hijo, me voy a acostar, creo que estoy un poco mayor para tanta aventura —le dijo a su hijo con una sonrisa. —¡Buenas noches, papá! —le deseó Durwin a su padre. Este, antes de acostarse, se aseguró de que la tienda estaba cerrada, ya no sería la primera vez que intentaban robar. Cuando estaba apagando la última vela que se encontraba en la entrada de la tienda oyó unos pequeños golpes y la volvió a encender. Miró primero las ventanas por si alguna estaba abierta, pero todas se encontraban cerradas. Entró en la sala donde se encontraba la chimenea y vio que de ella salía un rastro de pequeñas huellas hechas con el hollín de los restos de la leña. —¡PAPÁ! —gritó con todas sus fuerzas Durwin para que su padre bajara lo más rápido posible. —¡Qué ocurre, hijo!—su padre se encontraba sobresaltado. —¡Mira!—le señaló donde se encontraban las pequeñas huellas. —¡Si es lo que creo, debemos informar rápidamente! Hijo, deja todo, vamos a comunicarlo cuanto antes.
Agradecimientos
Quiero dar las gracias a cada uno de los niños que he encontrado en este maravilloso viaje. A las personas que la vida me ha regalado a lo largo de ella para crear de ellos mis personajes que tanto adoro. Muy especialmente a una pequeña estrella de inmensa sonrisa: INDIA.
Índice
Preámbulo 7
Prólogo 9
El final de la luz 11
El curtidor 17
El Palacio de Cristal 23
La Diosa de las dos Galaxias 33
El rastreador 43
Animales mágicos 51
La traición de Blot 59
India, la luciérnaga 65
La pluma de fuego 73
En busca de los chicos 83
Un misterio por descubrir 89
Masul, la Diosa de los Océanos 95
El vifaleo 105
La Sra. Fincher 111
Restaurar la magia de la luz 117
Agradecimientos 125