EL LENGUAJE DE LOS BESOS (Un estudio psico-socio-antropológico del beso y el besar) Jesús J. de la Gándara Martín
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ÍNDICE: Pretextos 1. En el principio fue el beso 2. Mecánica del beso 3. Ellos también besan 4. El gran besador 5. Besos con historia 6. El planeta de los besos 7. El idioma de los besos 8. Maneras de besar 9. Dime como besas y te diré como eres 10. La sonrisa horizontal 11. Los peligros del beso 12. Mamá, cuéntame un beso 13. El arte de besar 14. La fila de los mancos El unibe®so Reconocimiento de deudas
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PRETEXTOS “Un centímetro cúbico”: ese es el volumen que ocupa la fina cobertura de nuestros labios. Hasta 3cc ocupa la piel genital y otros 33 la del resto del cuerpo. Pero, ¿qué tiene de especial ese minúsculo centímetro cúbico de piel labial? Algo ha de tener si a esa mínima parte de piel especializada le hemos confiado buena parte de nuestra relación con los demás. Los otros “33cc” de piel también sirven para relacionarnos, pero no es igual. Ni siquiera esos “3” de piel genital nos satisfacen tanto. Nunca alcanzarán la nobleza de la piel de nuestros los labios, esos maravillosos instrumentos multiuso que los mamíferos tenemos en la puerta de la vida. La riqueza sensorial y la “versatilidad” de los labios los convierte en algo más que dos pedazos de piel con tendencia a juntarse con otras de nobleza semejante. Los labios sirven para comer, hablar y besar. Los besos son roces, toques, opresiones… pero ¿qué son realmente los besos?, ¿por qué besamos?, ¿para qué besamos?, ¿por qué hay tantas maneras de besar?, ¿todos los besos son iguales?, ¿por qué nos gusta tanto besar?, ¿quién sabe besar mejor?, ¿sólo besamos los seres humanos?, ¿por qué hay tantas diferencias entre personas y culturas?, y, sobre todo, ¿a dónde van los besos que damos y que no damos? Quizá sea que somos los animales más pelados del planeta y los labios son lo más pelado que tenemos. O que besar es como regresar a la ternura del pecho maternal amamantándonos. O que para reconocer a alguien le olfateamos aproximándole el morro… o tal vez la culpa sea del arte y el cine. Sea como fuere, lo cierto es que nadie duda que buena parte de nuestra felicidad depende de la cantidad de besos que nos dan o damos. Que en materia de sensualidad nada hay más gozoso que los besos. Que la puerta de la sexualidad suele ser ese minúsculo “centímetro cúbico” de piel especializada. Casi todos los días, casi todas las personas besamos. Pero casi nunca pensamos en sus motivos, maneras y consecuencias. Pasa comprenderlo deberemos indagar en el origen de la conducta, rebuscar en los entresijos de la historia, escudriñar en la fisiología, analizar los condicionantes sociales, etológicos o antropológicos, estudiar sus las peculiaridades culturales o geográficas, investigar sus riesgos y beneficios, preguntar a los artistas y a sus obras, o pedir la opinión de personas anónimas. Cualquier cosa antes que trivializar sobre una conducta tan peculiar e interesante. El beso es universal, intemporal, ubicuo y variopinto. No cabe tomarlo a la ligera. Cuando pensé en escribir este libro, pedí opinión a muchas personas. Prácticamente todas me dijeron que les parecía un tema muy curioso, al tiempo que esbozaban una sonrisa cómplice. Algo semejante a lo que ocurre 3
cuando hablamos de sexo: resulta difícil ponerse en el justo punto de seriedad. Desde luego no me gustaría que esta disertación sobre el beso se entendiese en ese tono de “rigor mortis”. Esta peculiar conducta humana merece atención y respeto, pero no demasiada gravedad. No se trata de analizarlo con la frialdad marmórea de las estadísticas, pero tampoco con la ligereza insustancial de ciertos manuales de “bricolage” del beso. Así pues, con esas intenciones y predisposiciones me aventuraré en este inconmensurable campo-mar-montaña-cielo de los besos. ¿Se viene conmigo?
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1. EN EL PRINCIPIO FUE… En el principio no fue el verbo, fue “el beso”. Eso creo, aunque no lo diga la Biblia. Los labios supieron besar antes que hablar. De hecho todos sabemos besar sin que nadie nos enseñe. Es más, no se si serviría para algo hacer un “master” de besos. Más práctica y menos teoría es lo que se necesita en materia de besos. Una de las formas más lúcidas de analizar cualquier cosa es indagar en su denominación. Las palabras suelen guardar los secretos de las cosas. Buscar en las palabras es una vieja y reiterada manera de aproximarse a los significados y sentidos de las cosas. Desde San Isidoro de Sevilla a Arturo Pérez Reverte, por citar sólo dos extremos bien conocidos, la indagación etimológica y lingüística ha resultado fructífera para crear belleza y sabiduría. Así pues buscaremos en las palabras, y dado que donde hay más palabras es en los libros, empezaré por agradecer a las personas que han escrito los mejores libros sobre besos. Sobre todo debo apresurarme a reconocer la deuda que voy a contraer con Adrianne Blue (On Kissing) y con el grupo dirigido por Mª Ángeles Rabadán (Besos). Vaya para todos ellos mi gratitud y un montón de besos en compensación por los “atracos” que les voy a perpetrar. Para empezar bien hagámoslo por el primero de los libros, la Biblia. No se trata de hacer una exégesis, más adelante, cuando hablemos de la historia de los besos volveremos a ella, ahora sólo pretendo tomar prestadas algunas de sus palabras para abrir con ellas la cueva del lenguaje donde se guardan todos los pensamientos y emociones de los seres humanos. El primer beso bíblico lo encontramos en uno de los primeros y más hermosos libros de amor de la historia, el “Cantar de los Cantares”, escrito por un rey al parecer muy besucón, Salomón. Todo el libro es un poema de amor que cuenta los gozos y penas de dos enamorados, el Rey y la Sulamita, la viñadora humilde que cuando se encuentran en la viña se enamoran perdidamente. Ella dice: ¡Oh, que él me besara con los besos de su boca! Mejor que el vino es tu amor. Inmortales besos registrados con palabras imperecederas, que son ya pétreas estelas plantadas contra el tiempo. Pero los besos son gestos efímeros que se parecen más a la palabras habladas que a las escritas. Esos alados besos, esos sutiles roces de aire y viento que sólo los seres humanos somos capaces de sentir y entender. Las palabras están llenas de vida, son la cuna y el origen de
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todo, lo visible y lo invisible, lo perceptible y lo imaginable, lo sensible y lo besable. En referencia a los besos, algunos sexólogos hablan de que son actos “sensantes” (sensible-pensantes). Por lo tanto sólo nombrarlos implica un acto sensible. “Sentir es pensar temblando”, dijo el poeta José Bergamín. ¿O tal vez quiso decir besar temblando? Seguro que se equivocó, besar rima mejor con temblar, y besos y palabras riman con labios. Son dos sustancias que nos hacen temblar, como dos cuerdas sonoras que vibran al unísono. Si oímos o decimos “dame un beso”, o “te quiero besar”, o “bésame”, o “qué daría por un beso”… no es fácil que no sintamos. Solo de oír o pensar en esa palabra sentimos algo en nuestros labios y ellos tienen línea directa con el corazón, y con el cerebro. Se ha dicho muchas veces: las cosas sólo existen si se las nombra. Hay quien opina que la palabra es el origen de todas las cosas, desde el principio de los tiempos, cuando el sonido no era más que viento desatado, agua torrencial, grito instintivo o bramido de agonía, el verbo, según San Juan, fue el principio de todas las cosas: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba ante Dios en el principio. Por Ella se hizo todo, y nada llegó a ser sin Ella. Lo que fue hecho tenía vida en ella, y para los hombres la vida era luz. ¿Queda claro, verdad? Para que las cosas existieran bastó con que Dios las nominase. Dios uso la palabra como instrumento para crear. Bastó con que el ser supremo supiera "decirlas" para que las cosas se hicieran, y después procedió a ordenarlas usando más palabras. Según esta tradición la palabra fue un gran invento, o mejor, “el gran inventor”. Y otro tanto hizo Yahvé, quien viendo la soledad del hombre, le regaló a la mujer, y las mujeres son las que mejor saben hablar, las que "encantan" los males poniéndolos en la lengua y echándolos fuera por los labios. Llámese Eva o Lilith, apenas eso importa, pues ambas eran diestras en el uso del verbo y del beso. El pecado original, no seamos ingenuos, no fue el mordisco de la 6
manzana, fue el uso del verbo, ¿o fue quizá fuera el dominio del beso? Qué más da si al cabo ambos vienen de los maternales y amantísimos labios. Palabras, besos, labios, encuentros necesarios para crear, ordenar y habitar la intemperie de la finitud. La del ser humano que acaba de darse de bruces contra la realidad y le cuesta acostumbrarse a tomarla en crudo. Desde la vertiente etnológica, es sabido que la palabra humana fue en principio grito, llamada, solicitud de protección, de unión entre la madre y el hijo aún desvalido, y de esa unión, hecha de gritos y besos, nació la institución humana más antigua, la familia, la que sigue ordenando esencial y sustancialmente la vida humana. La familia es una trama de besos y palabras. Licencia más o menos, los besos y las palabras son los dos elementos que más rozan con enamoramiento, sexo, casamiento, procreación, crianza. Pero de ello hablaremos andando las páginas. La fuerza que mantiene unida a las instituciones familiares y sociales es la palabra. Es la misma que alcanza magnitud trágica cuando Sófocles da vida a Edipo, organizando la trama emocional y afectiva más reveladora de la condición humana. Una tragedia sin palabras no es posible, sin besos no es apasionante. Intimidad y emoción, palabras y besos, son dos de los dominios inexpugnables de la patria instintiva. Nada puede expresar los sentimientos tan justamente, y a la vez ocultarlos con tanto celo, como las palabras y los besos. Hablando y besando el ser humano se siente profundamente unido a otros seres humanos. La poesía y el beso son parientes íntimos. Desde Salomón a Machado, no hay más que una larga sucesión de besos y fonemas, revelaciones sonoras de la intimidad humana en la que la verdad y la belleza se aúnan para comunicarnos, para hacer existente lo inefable, para dar y solicitar vida y temblor. Escuchar un poema bellísimo es como recibir un beso en el cuello, en el lóbulo de la oreja, y sentir ese temblor que te llega a lo más íntimo. Los besos y los versos vienen de los labios. ¿Pero a qué tanta digresión – se preguntará - si a donde el autor quería llegar no era sino a algo mucho más prosaico? Algo así como ¿de donde viene la palabra beso? ¿Cuál es su origen? ¿Cómo se dice en otros idiomas? ¿Por que se dice distinto? En fin, a las etimologías del beso. Y para profundizar en las etimologías, empiezo por pedirle ayuda al Patrón de Internet, San Isidoro de Sevilla, quien habla de la importancia de buscar la etimología de las cosas. Dice textualmente: “Etimología es el origen de los 7
vocablos cuando la fuerza del verbo o del nombre se deduce por su interpretación. Aristóteles la llamó sumbolon (sýmbolon)… Pues tan pronto como adivinas de dónde procede el nombre, entiendes cuál es su fuerza. En efecto, es más fácil la averiguación de cualquier cosa en cuanto conoces la etimología. Así pues siguiendo su ejemplo, en primer lugar nos interesaremos por el verbo “besar”, que describe en nuestro idioma la conducta humana que nos ocupa. Según el Diccionario de la Lengua Española, “besar” viene del latín “basiare”, y tiene los siguientes significados: “1. Tocar u oprimir con un movimiento de labios, a impulso del amor o del deseo o en señal de amistad o reverencia. 2. Hacer el ademán propio del beso, sin llegar a tocar con los labios. 3. Tratándose de cosas inanimadas, tocar unas a otras. 4. Tropezar impensadamente una persona con otra, dándose un golpe en la cara o en la cabeza.” Nada que comentar, todo aséptico y frío, como corresponde a la Academia, pero también muy revelador. Ya tenemos, sin proponérnoslo, la primera clasificación de los besos. El Diccionario de Maria Moliner suele ser más descriptivo, y de “besar” dice que es “Aplicar los labios juntos a alguien o algo y separarlos dando un chasquido, lo que se hace como caricia o como saludo…”. Luego añade otros comentarios a aspectos particulares tales como «besar la mano, besar los pies, llegar y besar el santo, besar el suelo, besar la tierra que otro pisa», de los cuales habrá tiempo de ocuparse. En segundo lugar nos interesa la palabra “beso”, del latín “basium”, según el Diccionario, cuyos significados son: 1. Acción y efecto de besar. 2. Ademán simbólico de besar. 3. Golpe violento que mutuamente se dan dos personas en la cara o en la cabeza, o el que se dan las cosas cuando se tropiezan unas con otras. El Diccionario también habla de diferentes tipos simbólicos de besos como el “de Judas” (1. beso u otra manifestación de afecto que encubre traición), o el “de paz” (1. El que se da en muestra de cariño y amistad). De nuevo el Maria Moliner, resulta más explícito, y añade que el beso es “la acción y efecto de besar una vez”, y lo relaciona con otras palabras como, acolada, buz y ósculo. Esta última palabra se refiere peculiarmente al beso de afecto, y es usada principalmente en lenguaje poético o solemne, o, por el contrario, cuando se quiere hablar de forma irónica. Se trata de una interesante palabra, que proviene igualmente del latín, en el se contempla con diversas 8
formalizaciónes, tales como “osculum” (boca, boquita, beso), “osculatio” (beso), “osculor” (besar, amar apasionadamente). Todos ellos contienen el prefijo “os”, término referido a la cara, al rostro, a la máscara y a la expresión que se hace en presencia de todos y también a apertura, orificio o desembocadura. De ahí también deriva “oscilum”, que es la mascarilla del dios Baco, personaje divino muy dado a los besos y al buen vino. Se trata, como vemos de un curioso término, que emparenta con otros muy significativos, como “ostendo”, de donde viene ostentar, y también “ostium”, puerta o entrada. La historia de de las palabras una vez más se muestra llena de insinuaciones y potencialidades. Como resistirse a tantas sugerencias. El ósculo es la puerta del amor. El beso tiene funciones de portero emocional. Para saber eso no hace falta escribir libros. Todos los enamorados lo saben. Pero sigamos. Tenemos otra curiosa palabra: “buz”, que según la Real Academia, es una voz onomatopéyica, que significa beso de reconocimiento y reverencia, y también “labio de la boca”. Hacer a alguien el “buz” es ofrecerle una demostración de obsequio, rendimiento o lisonja, pero también, según el Maria Moliner, de buz viene “buzcorona” que se refiera a una burla que se hacía dando a besar la mano y descargando un golpe en la mejilla o la cabeza del que la iba a besar. También «abuzarse», o echarse de bruces para beber, o, quizá besar el suelo. Caerse de bruces, echarse de bruces, dar labio en tierra son también términos afines, y tampoco anda muy lejos de ello “buzonear”, que es echar cartas, acaso llenas de besos, por un orificio que siempre espera algo más que papeles. De buz a buces, y de esta a bozo, que es la parte inferior de la cara, donde mejor se aprecian los gestos afectivos, y de ahí embozo, que es la parte de la capa, banda u otra cosa con que uno se cubre el rostro, y por extensión figurada es el recato artificioso con que se dice o hace alguna cosa. Quitarse uno el embozo es, en figurado y familiar, descubrir y manifestar la intención que antes ocultaba. El bozo, como elemento de comunicación gestual no tiene precio. Más adelante lo retomaremos. Nos quedaba aun otra palabra por diseccionar, “acolada”, que viene del francés «accoler» (juntar) y que, junto con su derivación “colada”, se refieren al abrazo que, acompañado de un espaldarazo, se daba al neófito después de ser armado caballero, y en la masonería, significa el beso ritual que se da entre los . Y ya que estamos en Francia, cuna señera de los besos, hemos de saber que en Francés beso y besar se dicen “baiser”, palabra, como se aprecia muy parecida al español besar, salvo que si reunimos las palabras “besar” y “francés” 9
aparece una nueva expresión cuyo significado nos lleva a cierto tipo de beso descrito como el más sensual, del cual ya hablaremos. Más siguiendo con los idiomas europeos, en este caso anglosajones, veremos que en ingles beso es “kiss”, y besar es “to kiss”. Y en alemán beso es “kuss”, y besar “küssen”. En ambos casos la raíz es la misma, un término de origen indoeuropeo, con presencia en el griego antiguo y en muchas otras lenguas anglosajonas modernas. Todo indica que las etimológias indoeuropeas de las palabras beso y sexo tienen mucho en común. Según Albert Hagens “…el significado original de la palabra amor de los arios se atribuía a representaciones olfativas...", pues sólo a través del olor se conseguía la más íntima relación entre hombre y mujer. Veámoslo con algún detenimiento, pues la andadura de los vocablos en el tiempo es curiosa e ilustrativa. Sabemos que “kiss” en ingles antiguo es “cyssan” (besarse), palabra que, al parecer, proviene del proto-germanico “kussijanan”, o dicho en sajón antiguo “kussian”, y en noruego sería “kyssa”, y de vuelta al alemán nos encontraríamos con el ya conocido “kuss” y “küssen”. Todos ellos tienen, en última instancia, un posible origen onomatopéyico. Véase que el sustantivo de “kiss” en inglés antiguo era “coss”, que se convirtió en el moderno en “cuss”, y si le parece puede hacer una prueba, haga usted un beso sonoro con los labios en protusión y a ver a que le suena. Es sugerente la remisión a un sonido común “ku” que se puede encontrar en la raíz del origen griego del vocablo “kuneo” (beso) y “kynein” (besarse) y también kynos (que es español es “can” y “cínico”), y también “kinesis” (de donde curiosamente viene la palabra “cine”, que es sin duda el lugar por excelencia de los besos. Como se puede observar siempre es bueno volver a los orígenes de nuestra cultura, al griego. Los diccionarios más autorizados de esta lengua nos remiten a un curioso término el “proskuneo” que hace referencia a la postura de postración para demostrar obediencia y reverencia a los dioses o reyes. La palabra proskuneo, que incluye el término “kuneo”' (besos), es la formalización de un tipo de beso ritual que merecerá más adelante nuestra atención. Ahora sólo nos interesa recordar esta curiosa composición de la preposición “pros” y el verbo “kuneo”, para expresar por la actitud y la posición, la lealtad, el respeto y la adoración, usado en los pueblos orientales, especialmente los persas, para expresar ese caer sobre las rodillas y tocar la tierra con la frente, como expresión de reverencia profunda. El lenguaje nos lleva ahora de viaje hasta Persia, donde los besos y la sensualidad sensorial tenían una reconocida importancia. Pues bien, en persa "bujah" significa olor, amor y anhelo, y esa palabra deriva de la raíz "ghrâ" 10
significa "besar" y también "olfatear". Por eso cuando los persas dicen me llega el olor de alguien a la nariz, es como decir que anhelan a esa persona, pues, según su opinión, sólo a través del olor se consigue la más íntima relación entre hombre y mujer. Para llegar a Persia hemos pasado por tierras judías y como sabemos, el pueblo judío es rico en siglos, palabras y también en besos. La palabra hebrea "hishtachaweh" tiene el mismo significado que proskueno, y es muy posible que esa sea también el referente de otra palabra semejante en lengua árabe que describe la conducta de postración y adoración a Allah, que se pronuncia junto con el gesto ritual de tocarse con los dedos en los labios como señal de respeto. En síntesis la etimología nos dice el beso en los idiomas anglosajones, como el inglés kiss, y el alemán kus, entroncan con el griego “kuneo”, el cual está emparentado con una larga familia de palabras de procedencia indoeuropea, con una de raíz común, “kus”, cuyo origen último es onomatopéyico. Al final, las palabras y los besos siempre vienen de los labios sonoros. Labios: he ahí la otra palabra clave. Los besos vienen de los labios, y los labios son la puerta de otros besos en los que la boca cobra protagonismo. Labio es una palabra también de procedencia latina (labium, labea) que significa borde o reborde de las cosas, puerta de los besos y las palabras. De labio viene “labia”, verbosidad persuasiva y gracia en el hablar, pero también “labioso/a”, que es equivalente a persona aduladora, que usa de la lisonja, el engaño y la mentira. Labium está emparentada con “labrum”, que además de labio designa recipiente, cuba o bañera, y de ella también deriva la española “labro”, que es el labio superior de algunos insectos, grande y cortante. Lo cual nos lleva directamente a otro reino y no precisamente lleno de palabras: el animal. Los animales no hablan, pero si besan. Lo hacen con el “belfo”, o “befo”, palabra que en puridad se refiera a cualquiera de los dos labios del caballo y otros animales. Por eso se le llama “belfo” a la persona que tiene más grueso el labio inferior que el superior. Salvo que seas cubano y negro, en cuyo caso te dirán bembo o bembón. También, y por extensión, podría decirse “befada” a la persona de labios abultados y gruesos, como esas modelos de labios carnosos que despiertan el deseo, aunque al besarlos puede que sepan a silicona. El belfo también es el “hocico”, palabra que viene de hocicar, a su vez de “hozar”, que deriva del latín vulgar “fodiare”, cavar. Hocico designa a la parte 11
más o menos prolongada de la cabeza de algunos animales, en la que están la boca y las narices, y también se usa para referirse a la boca de ser humano que tiene los labios muy abultados. Hocicar es familiarmente besar, pero en general se asocia a sus versiones más desagradables, como lo confirma el hecho de que entre sus significados esté el verse obligado a soportar algo desagradable o molesto, y también el de gesto que denota enojo o desagrado. Así ocurre con las expresiones “estar con hocico”, “darse de hocicos”, “meter el hocico”, “salir a los hocicos”, etc. Son formas de aplicar los labios a tareas menos nobles que los besos. Una forma moderna, adolescente e innoble de besar es “morrear”, la cual viene de “morro”, palabra de origen incierto que se usa para designar la parte de la cabeza de algunos animales en que están la nariz y la boca. También los labios de una persona, especialmente los abultados y cualquier cosa redonda cuya figura sea semejante a la de la cabeza. Bebemos a morro, sin vaso, aplicando directamente la boca al chorro, a la corriente o a la botella, para saciar la sed y el deseo. Nos ponemos de morros, o torcemos el morro, para expresar el enfado con la expresión de la parte más emocional de nuestro rostro. Jugamos al morro con alguien, cuando tratamos de engañarle, no cumpliendo lo que le prometimos. Besos y mentiras se dan de morros contra Judas, y de ese choque surge un modo de hablar que el Diccionario recoge como el “Bese, y abrazaros he…”, que se decía cuando alguien pedía más de lo que prometía. Morrear también se dice “magrear”, palabro que usamos para referirnos a esa manera de besar con impulso tosco y apasionado, acto que suele acompañarse de la acción sobar, o manosear lascivamente una persona a otra, y también se usa para referirse al comer la parte más gustosa y magra de los alimentos. Como los labios. Magrear sería algo así como comerse a besos a alguien, algo más que besarle con fruición, literalmente devorar al otro por el beso. Hay que ver que lejos pueden llevarnos las palabras y los besos. Empezamos por mamar y acabamos devorándonos. Podríamos seguir estudiando muchas más palabras relacionadas con el besar, tanto en idiomas próximos como alejados, pero me temo que el ejercicio de erudición nos llevaría a perdernos en complicados vericuetos lingüísticos, y comprendería que no le resultase demasiado atrayente, pues al cabo la cuestión esencial no es cómo se dice, sino cómo se hace, y para eso lo mejor será volver otra vez al principio, en este caso a los labios y a la boca, es decir a mecánica de los besos.
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2. MECÁNICA DEL BESO. Dicen los expertos que para dar un beso hay que mover hasta 36 músculos. Y también que cada beso apasionado consume 12 calorías. ¿Lo sabia? Seguro que no y ni siquiera se percatará de ello cuando bese. Besar es una conducta social compleja, pero una vez aprendida responde a mecanismos automáticos neurológicos que no precisan del control consciente, es algo así como masticar, deglutir o respirar. Lo hacemos sin necesidad de pensarlo. Veamos algunos ejemplos ilustrativos de lo que estamos diciendo. Aseguran los fisiólogos que cuando besamos cerramos automáticamente los ojos porque se produce una dilatación en las pupilas y el cerebro nos impulsa a entonarlos para evitar el deslumbramiento. Otros hechos que responden a mecanismos automáticos son los siguientes: durante un beso circulan por la saliva 9 mg de agua, 0.7 gr de albumina, 0.18 gr de sustancias orgánicas, 0.711 mg de materias grasas, 0.45 mg. de sales, y un enorme caudal de bacterias y enzimas. Asombroso, pero cierto, aunque lo más llamativo es quien se habrá parado a medirlo. Pese a todos esos datos, lo que saben los científicos sobre el beso no es demasiado. De hecho es realmente sorprendente que a una conducta tan frecuente y agradable como es el besar, los anatomistas y fisiólogos le hayan dedicado muy poca, casi ninguna atención. Por ejemplo, en los libros de medicina apenas se pueden encontrar más que breves referencias a la “enfermedad del beso”, también llamada “fiebre de los enamorados”, pero nada o casi nada se dedica a los mecanismos íntimos de la acción y efecto de de besar. Grave negligencia, pues aunque todo el mundo sabe lo que es besar, y si se lo propone podría hacerlo sin ninguna instrucción, difícilmente se le podría recomendar ningún libro para aprender a hacerlo de acuerdo con las bases fisiológicas y anatómicas adecuadas. En principio besar no es más que hacer un movimiento de contracción y relajación de un músculo, el llamado orbicular de la boca (orbicularis orbis) que es pequeño, circular y ocupa prácticamente toda la masa de los labios, para acercarlos a otros labios u otras partes de otra persona o cosa y tocarla con ellos. Pero realmente besar es algo más que tocar con los labios. Sin duda, todos sabemos, sin necesidad de instrucción, que los besos son más que tacto y mecánica, y que los labios son más que piel y músculos. De hecho se componen de un complicado entramado de fibras musculares y elásticas, de nervios y vasos sanguíneos que les confieren una elevada movilidad y sensibilidad. Lo fundamental de los labios, no es su tamaño, textura o color, la clave está justamente en su sofisticada movilidad y sensibilidad. Pensemos 13
que, junto con la lengua, son los músculos de nuestro organismo que menos tiempo pasan quietos; no paramos de hablar, deglutir, comer, gesticular, besar. Alguien ha dicho que si los labios fuesen penes estaríamos en continua erección. Según algunos estudiosos de los mecanismos del beso, estos son la consecuencia de una sofisticación de un automatismo innato, el reflejo de succión, que lo tienen todos los mamíferos desde antes de nacer. Se estima que a las seis semanas el feto tiene una estructura bucal y labial bien desarrollada, y a los tres meses se pueden observar en las ecografías los movimientos labiales. Los fetos antes de nacer ya hacen las tres cosas esenciales para la supervivencia: succionar, deglutir y agarrarse a algo. Las tres son actividades reflejas que todos los niños saben hacer sin que nadie se las enseñe. Succionar para mamar de los pechos de sus madres, mover la lengua y la garganta para deglutir sin atragantarse, y agarrarse a la madre para procurarse sustento, calor y protección. En cierto modo podríamos decir que de forma innata tenemos el “reflejo de besar”. De hecho alguien realizó una curiosa investigación para explicar por qué incluso en la más absoluta oscuridad, las parejas casi nunca se desvían, siempre atinan y no acaban besándose en la nariz. Según este estudio llevado a cabo en la Universidad de Princeton y publicado en 1997, "el cerebro humano está equipado con neuronas que le ayudan a encontrar los labios de su pareja tanto con los ojos cerrados como en espacios sin luz". Como se colige la curiosidad humana es al menos tan ilimitada como su ignorancia. Pero sigamos. El mecanismo de besar se basa esencialmente en la contracción y relajación del músculo orbicular de los labios, y de ciertos movimientos de la lengua y la cara, todo lo cual es controlado por un complejo sistema nervioso encargado de controlar los movimientos y sensaciones faciales. Ese sistema transmite órdenes y recibe sensaciones a través de una tupida red de terminaciones nerviosas, y a su vez está conectado con otras partes del cerebro implicadas en la regulación de las emociones, la memoria y los sistemas hormonales, de cuyos mecanismos daremos alguna noticia, aunque sin entrar en profundidades. Para intentar explicarlo empezaremos por lo más inmediato: la piel de los labios. Los labios son una frontera y como tal su cobertura es de transición entre las mucosas y el resto de la piel. Por eso es tan fina y sensible, mucho más fina que la del resto del cuerpo, salvo los otros labios, los vaginales. También es una de las más dotadas de terminaciones nerviosas sensitivas. Por eso el beso se siente tanto y a veces se nota esa especie de “cosquilleo” eléctrico al darlos o recibirlos. Los labios y la boca están profusamente inervados e irrigados, ya que son las zonas de nuestro cuerpo, junto con las 14
manos, que más sentimos y movemos, y por eso son las zonas del cuerpo que precisan de una mayor parte de cerebro para su control. Además, en los labios hay glándulas sebáceas, tanto en el exterior como en el interior, en las que se producen y liberan feromonas, esas misteriosas sustancias que aun sin que seamos conscientes de ellas, las “olfateamos” y nos atraen o nos repelen sexualmente. En segundo lugar para besar está la lengua, acaso el más persistente y vital de todos los órganos sensoriales y motores, siempre dispuesta a la acción cuando se la precisa. En tercer lugar esta la nariz, otra frontera natural entre el fluido exterior y la intimidad. Dicen que el olfato es el sistema sensorial más directamente conectado con el cerebro emocional, por donde apenas sin enterarnos penetran en nosotros los estímulos sexuales más “básicos”, así como los más memorables. Las narices con sus olores, los labios con sus sensibles roces, la lengua con sus infinitos movimientos y sabores, los besos y sus memorias, todos esos órganos y sistemas son partes esenciales del beso y también de la afectividad humana. Curiosamente todo ello está situado en una zona bien pequeña del cuerpo, pero posiblemente la más importante, la cara, que es como nuestra ventana al mundo. La cara es esa máscara que nos convierte en protagonistas de la película de nuestra vida, que nos hace personas “individuales”. Pero, como diría Jack el Destripador, vayamos por partes, empezando por lo más simple y acabando por lo más complejo. Volvamos a los labios, y a su famoso músculo el “orbicular de los labios”. Es una especie de motor muy curioso, que se sitúa alrededor de la boca, justo debajo de la piel de los labios, abarcando desde su origen debajo del tabique nasal hasta su finalización en la comisura de los labios. Se fija en la propia piel y en la mucosa interna de los labios y es muy flexible, potente y adaptable. Conviene saber que es el único músculo de toda la cara que sirve para proyectar los labios en actitud de besar, aunque también sirve para otras cosas más sofisticadas, como soplar, silbar o articular sonidos. Todos los demás músculos de la cara - y hay docenas sirven para retraer los labios, y por lo tanto se usan para hacer otras cosas, como reír, masticar, sorber hacer gestos etc. pero no son esenciales para besar. Ahora bien, todo beso es algo más que un simple movimiento, es una conducta. La simple contracción del músculo orbicular da lugar a un modo de besar muy elemental, muy primario, nada sofisticado ni “cinematográfico”, “un piquito”, algo que hacen hasta los peces. Para esos inocentes besos labiales se usa sólo el músculo orbicular, pero a veces ese simple movimiento se relaciona con otros mecanismos más sofisticados, y entonces estaríamos ante otros besos, como los “de tornillo”, por poner un ejemplo bien
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ilustrativo. Para estos hay que utilizar los labios, la lengua, los músculos del cuello, las manos, etc. Las cosas se complican. Y es que en la conducta humana nunca nada es muy simple. Esa función, aparentemente tan sencilla, de contraer y controlar el movimiento de unos músculos pequeños y redondos, es en realidad muy compleja desde el punto de vista de la fisiología y la anatomía. No pretendo, insisto escribir un tratado de anatomía del beso, pero tal vez le guste saber algo de ello. Por ejemplo, para movilizar el músculo labial disponemos de un nervio, el llamado “VII par craneal” o “nervio facial” que es muy complejo, ya que tiene diversas ramas y acciones. Concretamente actúa en funciones motoras, sensoriales y de activación de las glándulas lacrimales y salivares. Nace en una zona muy intrincada de la base del cerebro, atraviesa el cráneo, concretamente a través de un agujero en el hueso temporal, y se divide en varias ramas, unas que trasmiten las órdenes voluntarias de contracción de los labios (sacar morrito), y otras que recogen sensaciones de la parte anterior de la lengua que es la más directamente implicada en los besos. Pero en la movilidad y recogida de sensaciones de la cara y labios también está implicado otro nervio, el llamado “V par craneal” o “nervio trigémino”, y concretamente una de sus ramas, la mandibular, que es la que recibe las sensaciones de los labios y de la parte inferior de la boca, y también trasporta órdenes para que se muevan ciertos músculos de la cara usados para el beso, cuyos “nombrajos” científicos le evitaré. Para besar, además de los labios, usamos la lengua. Esta es simplemente una gran masa de músculos sin huesos, por eso es tan móvil, flexible, dúctil, maleable y sensible, y sus complejos movimientos se controlan a través de las órdenes que trasporta el “nervio hipogloso”, o “XII par craneal”. La lengua además de un órgano motor es un órgano sensorial, y las sensaciones que percibe son de varios tipos, unas esencialmente táctiles, las cuales se recogen por el “nervio facial”, y otras gustativas, las que son recogidas por las llamadas papilas gustativas y trasladadas al cerebro en parte por el “nervio facial” y también por el llamado “nervio glosofaringeo” o “IX par craneal”. Complicado, ¿verdad? Pues no acaba ahí la cosa, pues además de lo descrito hay otros órganos y nervios próximos que también están implicados en los besos. Así ocurre, por ejemplo, con el olfato, sentido gestionado por la nariz y el nervio olfatorio (I par craneal), y el gusto, gestionado por las papilas gustativas y el nervio glosofaringeo (IX par craneal). Pero es que además la garganta y el cuello también se ponen en marcha, y en ese caso son el “nervio hipogloso”, o “XII par craneal”, y el “nervio espìnal”, o “XI par craneal” los implicados. 16
Claro que cuando todo eso acontece en el transcurso de un beso, casi nunca nos enteramos de casi nada, y menos mal, pues si necesitásemos estar informados de todo ello y tuviésemos que manejarlo todo voluntariamente, no nos bastaría con una carrera y dos master en besos para hacerlo con un mínimo de pulcritud. Besar es una cosa espontánea y agradable, y no conviene complicarla en exceso. Pensemos que cualquier interferencia, un simple ruido, ciertos olores o sabores, un chicle… suele acabar con la magia del beso. Si exceptuamos la saliva, o las feromonas, todos los demás convidados al beso son poco o nada deseables, ya sea carmín, tabaco, alcohol, chicles, alimentos, dientes o, por que no decirlo, la terrible halitosis. Casi todo, casi siempre, son molestias para el ejercicio placentero del beso. Déjeme que le relate un par de curiosidades sobre ello. En primer lugar una anécdota, que relata en su libro la periodista Adriane Blue, sobre el carmín y los besos. Al parecer la conocida casa Max Factor tuvo que diseñar una máquina de besos para probar la duración y resistencia de sus pintalabios, pues las probadoras contratadas acababan realmente agotadas del fatigoso trabajo de besar profesionalmente. Por cierto que la costumbre de pintarse los labios es muy vieja. Se sabe que la reina Puabi de la antigua ciudad de Ur, hace más de cuatro mil quinientos años ya usaba pintalabios, y hay un papiro egipcio de 1150 a.J.C., con una escena de un burdel de la ciudad de Tebas en el que una joven semidesnuda se aplica color en los labios ante u espejo, mientras que el cliente sostiene como puede una potente erección. Los labios son el mejor anuncio de los “labia” vaginales. Pero de eso ya hablaremos. Otro hecho curioso es la relación entre el olfato y los besos, cuestión ésta que ha sido examinada en profundidad por Victor Johnston, profesor de biopsicología de la Universidad de México, y según dicen uno de los mayores expertos del mundo en los mecanismos de percepción de la belleza. Señala el autor que durante los besos se produce una intensa transmisión de feromonas secretadas por las glándulas sebáceas de la piel facial. Cuando besamos la nariz entra en o con estas sustancias tan interesantes como poco conocidas, que tanto influyen en el comportamiento sexual de los seres humanos. Aun no conocemos bien cuales son estas sustancias, ni como actúan, pero los expertos coinciden en que durante los besos el o facial, los roces de la barba y bigote con la nariz, etc. actúan como elementos estimulantes de la secreción y transmisión de feromonas. ¿Quién iba a pensar que los besos con bigote podrían resultar tan placenteros? Así pues, queda claro que eso que nos parecía tan sencillo, contraer un simple músculo, proyectar los labios hacia delante, pegarlos a algo o a alguien, y disfrutar… resulta ser un laberinto de mecanismos complejos, en el que están 17
implicados varios nervios, diversos músculos y diferentes órganos y funciones sensoriales y motoras. Baste saber que los besos practicados con suficiente intensidad, tanto como preparación a la cópula como durante ésta, producen aumentos de las pulsaciones, de la presión sanguínea y de la respiración. Por ejemplo, el número de pulsaciones, que normalmente es de 70 a 80 por minuto, se eleva a 90 ó 100 durante los besos que se dan al inicio de la actividad sexual, aumenta hasta 130 durante la meseta, y pueden llegar hasta 150 en el orgasmo. La presión sanguínea, que puede estar entre 90 y 120 en reposo, se eleva a 200 en un beso profundo, y puede llegar a 250 en el clímax sexual. Con el beso la respiración se hace más profunda y más rápida, entrecortada, y al acercarse el momento del orgasmo se convierte en un jadeo, a menudo acompañado de gemidos u otras expresiones sonoras. Al final del acto sexual, el rostro suele estar contraído, la boca abierta, las ventanas de la nariz dilatadas, etc. Si se pudiera contemplar a si mismo en ese momento es como si fuese un atleta en pleno esfuerzo. Por eso a veces se prohíbe el coito a los que padecen alguna patología cardiaca grave, y en esos casos los besos y las caricias serían más recomendables y no tienen por que resultar “eróticamente” insatisfactorios. Pero sigamos, pues aun nos quedan muchas cosas por explicar sobre la mecánica del beso. Ya hemos dicho que cuando besamos, además de los labios, la lengua, la mandíbula y la cara, estamos usando más de treinta músculos y un sinfín de mecanismos sensoriales, vegetativos y hormonales. Por ejemplo, usamos el cuello, los hombros, la espalda, las manos, el olfato, la circulación sanguínea, el corazón, las glándulas endocrinas y… en realidad usamos todo el cuerpo. Esa forma de contemplar la mecánica del beso es más compleja, pero también más ajustada a la realidad. Pensemos que la estructura de los órganos (anatomía) y su funcionamiento (fisiología), están relacionados con el uso que hacemos de ellos, hasta el punto de que decimos que “la función hace al órgano”. Veamos, antes de que sepamos besar, la contracción del músculo de los labios sirve para chupar, mamar, succionar o ayudar a sujetar los alimentos. Una vez atrapados con los labios, los trasladamos al llamado vestíbulo de la boca, que es la zona situada entre los labios y los dientes, y de ahí hacia atrás, hacia la cavidad bucal propiamente dicha, para proceder a masticarlos, ensalivarlos y deglutirlos. Así pues, en un sentido anatómico y funcional estricto, la conducta de besar sería algo “no natural”, más bien artificial, adquirida por sofisticación de la conducta innata de succionar o chupar, que es exclusiva y peculiar de los mamíferos. No sabemos si otros animales “no mamíferos” besan, pero en principio no parece que lo que hacen los pájaros, los peces o reptiles sea besar, aunque a veces juntan los picos o los morros. Por lo tanto
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podríamos decir que besar viene de mamar. Ahora bien, puesto que tenemos constancia de que todos los primates, y más concretamente los pertenecientes al género homo, llevamos millones de años usando los labios para besar, tal vez esa función ya forme parte de las funciones anatómicas y fisiológicas de los labios y la boca. Besar es como un instinto, pero un “instinto abierto”, que partiendo de unos movimientos simples e innatos, se va complicando por adición de sucesivas capas de cultura y carmín. Volveremos a ello cuando analicemos la antropología del besar, pero aceptemos por ahora que besar es una conducta innata, que hemos incorporado a nuestro repertorio de comportamientos sociales, sin serlo en su origen. No necesitamos que nadie nos enseñe a besar para saber hacerlo, aunque para dar besos de “cine” tal vez tengamos que haber visto antes “Lo que el viento se llevó”. Pero ¿que pasaría si a un niño nunca, nadie le diera besos?, ¿sabría besar? Ese experimento, pese a ser una autentica atrocidad, ya se ha hecho “científicamente” – por decirlo con suavidad - y el resultado fue una verdadera catástrofe. Simplemente, ninguno de los niños sobrevivió para contarlo. Ya lo he dicho, los besos son cosa seria, no conviene dejarlos en manos de los investigadores, usted bese y acepte ser besado más y mejor, pues beso que no se da, beso que se pierde. Pero volvamos al hilo. Ya conocemos la anatomía y fisiología de los besos, pero eso no resuelve la cuestión esencial: ¿por qué nos gusta tanto besar y que nos besen?, y ¿por qué resulta tan placentero y emocionante? Pues bien, aunque mas adelante abordaremos las razones antropológicas, psicológicas o sexuales, ahora conviene que expliquemos las razones “neurofisiológicas” que nos permiten entender por qué sentimos con tanta intensidad los besos, por qué disfrutamos tanto cuando besamos o nos besan, o en su caso por qué nos disgusta tanto. Como puede comprender, todo eso se debe al cerebro. Veamos, el cerebro es un órgano maravilloso, en el que caben los besos y los versos, las palabras y los instintos. El cerebro humano funciona como un gigantesco ordenador que es capaz de captar y emitir informaciones, que siente y piensa, que pregunta y responde. Cada zona del cuerpo, cada órgano, cada músculo, cada trozo de piel, está controlado por una zona del cerebro. Cada cosa que hacemos lo manda nuestro cerebro, cada movimiento, cada reflejo, cada impulso sale del cerebro. En el cerebro también se reciben todas las sensaciones que provienen de todo el cuerpo. Cada zona de piel sensible, cada órgano sensorial, tienen su correspondiente zona receptora en el cerebro. Es como si en el cerebro hubiese una especie de representación motora y sensorial de todo el cuerpo. Esa representación es dibujada gráficamente por 19
los neuroanatomistas y neurofisiólogos denominada tradicionalmente “homúnculo”. Es algo así como si en el cerebro hubiese un hombrecillo deforme que representa la imagen que el cerebro tiene del cuerpo que controla. En ese homúnculo, los tamaños proporcionales a las diferentes partes del cuerpo son distintas de las reales. Concretamente tiene la cara, la boca, los labios y las manos enormes, y el tronco, las piernas, los pies, etc. muy pequeños. Eso se debe a que para controlar las manos o la lengua se necesitan muchas neuronas que para otras partes, y por otra parte la cantidad de sensaciones que llegan al cerebro desde ellas es mucho mayor que desde otras partes del cuerpo. Pero, ¿qué es lo que ocurre con las sensaciones que recibimos en los labios?, ¿dónde van y como se procesan esas sensaciones? Veamos, lo esencial es que los nervios facial y trigémino recogen esas sensaciones y las transportan al cerebro. Concretamente esas señales llegan a unos núcleos situados en el tronco del encéfalo, desde donde son trasladadas a otro núcleo que está en el centro del cerebro llamado “tálamo” (que curiosamente significa “cama de matrimonio”). Este es como un filtro sensorial que selecciona y filtra lo realmente importante entre los millones de señales que recibimos en cada momento, ignorando lo superfluo. Podemos especular que cuando estamos dando o recibiendo un “beso erótico” el tálamo se centrará en los aspectos “sexuales” del o, en el olor, la suavidad, la ternura, la entrega, la belleza… de la otra persona, mientras que si, por ejemplo, se trata de un beso de saludo, se ocupará justamente de no dejar pasar los aspectos sexuales de la persona besada, no sea que nos confundamos y nos demos un “morreo” con quien no debamos. ¿Se entiende, verdad? Pues sigamos. Una vez que ha filtrado las sensaciones, el tálamo envía señales a otras partes del cerebro, esencialmente a la corteza gris, concretamente a una zona situada en la parte lateral y superior del cerebro (parietal), y también al llamado “sistema límbico”, que es algo así como un “mini-cerebro emocional” que todos tenemos en el centro de nuestro cerebro. Gracias a la primera, a la corteza sensorial, nos percatamos de lo que estamos sintiendo, es decir los estímulos que llegan a ella nos permiten ser conscientes de que lo que estamos sintiendo, en este caso besando, lo cual a su vez nos permite regular nuestro comportamiento voluntariamente, como, por ejemplo, seguir besando o dejar de hacerlo, o llegado el caso pasar de un tipo beso a otro… La parte de la corteza sensorial dedicada a los labios y la lengua es muy grande en comparación con la dedicada a otras partes del cuerpo. Por eso los besos se sienten tanto y tan intensamente. El segundo elemento, el que hemos llamado “sistema límbico”, es especialmente interesante en relación con los besos y todos sus correlatos 20
emocionales. La palabra “límbico” significa frontera, y la usó por primera vez a finales del el siglo XIX un neurólogo llamado Broca, quien observó que esa parte del cerebro estaba conectada directamente con el nervio olfatorio, por lo que inicialmente a ese conjunto se le denominó “rinencéfalo” (de “rinos”, nariz, y encéfalo, cerebro). Se trata de una compleja formación neuronal que está situada en el centro geométrico del cerebro, algo así como el “cogollo” o el corazón del cerebro. Lo forman varias estructuras de nombres tan extraños como hipotálamo, hipocampo, amígdala, septum pelúcidum, cuerpos mamilares, etc. Todas ellas, para explicarlo de forma sencilla, son las que controlan las respuestas emocionales y la memoria emocional. Es algo así como un cerebro afectivo, en contraposición a la corteza cerebral (la materia gris) que sería el cerebro racional. El sistema límbico se conecta con muchas otras estructuras cerebrales, por ejemplo con las zonas motoras que controlan la expresión facial. Cuando nuestra cara refleja alegría o miedo, placer o cariño, es este sistema el que está enviando señales a las zonas motoras del cerebro y este a su vez a los músculos de la cara para que expresen dichas sensaciones. De ahí que la “expresión emocional” resulte tan difícil de controlar racionalmente, salvo que seamos grandes actores, y que sea tan peculiar y personal de cada uno de nosotros, y eso incluye como sentimos, hablamos o besamos. Algo así como “dime como eres y te diré como besas”, ¿o sería al contrario? Otro de los secretos más intrigantes del sistema límbico es el funcionamiento del llamado “septum pelúcidum”. Es una zona pequeña y plana situada en la parte más anterior del límbico, y es en ella donde, según los expertos, se procesan las señales que corresponden a las sensaciones o afectos placenteros. Dicho más sencillamente, donde se procesa el placer de los besos. Según los expertos el funcionamiento de esa zona es muy importante para la preservación de la especie, ya que nos permite controlar las reacciones emocionales claves, como la alegría, la apertura hacia los demás, la placidez, la sensualidad, el placer sexual o las respuestas maternales. Es decir besos, besos y más besos. Esa interpretación es, lógicamente, demasiado reduccionista, pero no por ello falsa, de modo que si, por poner un ejemplo, alguien le pregunta ¿donde se sienten los besos?, usted está autorizado a responderle “en el septum pelúcidum”, con lo que quedará como un verdadero erudito en la materia. En fin, bromas aparte, lo que deberíamos comprender es que es el cerebro en pleno y con él toda nuestra mente, tanto la consciente racional y afectiva, como la parte inconsciente emocional o instintiva, la que siente y ejecuta los besos. El sistema límbico es una especie de cotilla emotivo, que se encarga de dar noticias a todo el cerebro, desde la parte más frontal y consciente, la mas racional, hasta los núcleos del tronco del encéfalo que se encargan de regular 21
mecanismos vegetativos como la respiración, el ritmo cardíaco, la tensión arterial, el tono muscular, la salivación o la secreción hormonal. De ahí que un beso apasionado nos acelere el pulso, nos corte la respiración, nos relaje la musculatura o nos ponga a cien la adrenalina. De ahí que besar o ser besados sea tan placentero, ó, en ocasiones, tan desagradable. De ahí que los besos y los versos estén tan íntimamente unidos. De ahí, en definitiva, que de los besos al cine no haya más que un breve guión. En ese reparto de créditos de la “cinematografía físico-química” de los besos, otro de los actores esenciales es el sistema hormonal. En efecto, una de las partes del sistema límbico, el hipotálamo, es el intermediario esencial entre el cerebro y la hipófisis, y esta se conecta a su vez con las glándulas endocrinas, donde se segregan las hormonas. Los estudios de fisiólogos y endocrinos han demostrado que cuando se besa apasionadamente en el cerebro se activan ciertos sistema neurohormonales, como las endorfinas, que son como los opiáceos naturales del cerebro, de modo semejante a lo que ocurre cuando nos enamoramos, copulamos o hacemos ejercicio físico intenso. Las endorfinas a su vez están relacionadas con la liberación de otras neurohormonas claves en el beso, como la oxitocina y la testosterona. Ambas se liberan de forma masiva cuando besamos profunda y apasionadamente, o cuando tenemos orgasmos o damos de mamar. Sabemos que el placer sexual está ligado a los efectos de esas hormonas sexuales. Por eso mismo todas esas conductas son tan adictógenas. Besar es peligrosamente adictivo, sobre todo si se hace bien, aunque bienvenida sea esa droga. En este sentido, se ha sugerido que hay otra sustancia, una especie de anfetaminas naturales, la feniletilamina, que se libera en determinadas zonas cerebrales y activa los mecanismos del placer. Bien sabido es que los besos son placenteros y producen bienestar, lo cual ha llevado a algunos psiquiatras, como Liebowitz, uno de máximos expertos en depresiones, a asegurar que son euforizantes y antidepresivos. El proceso neuroquímico vendría a ser el siguiente: La estimulación intensa de los receptores periféricos, llegaría a ciertas áreas cerebrales relacionadas con la percepción emocional, en la cuales aumentarían los niveles de dopamina (sustancia asociada con la sensación de bienestar) y de testosterona (hormona asociada al deseo sexual). A su vez, las glándulas adrenales segregarían adrenalina y noradrenalina, sustancias que aumentan la presión arterial, la frecuencia cardiaca y preparan el cuerpo para la actividad intensa, ya sea física, psíquica o ambas, como ocurre con la actividad sexual. A su vez, la glándula pituitaria, situada en la base del cerebro, libera oxitocina que nos prepara para la actividad sexual y procreativa. Es posible que otros sistemas de neurotransmisores y hormonas también se relacionen en el beso, como el GABA, que modula las respuestas de tranquilidad o relajación, y el sistema endorfínico, cuya estimulación produce una disminución de la 22
percepción del dolor, etc. En fin el cerebro en pleno parece estar preparado y dispuesto a intervenir cuando damos o recibimos besos. El cóctel neurohormonal resultante de un beso profundo y excitante es de tal complejidad e intensidad que se comprende que su dicha experiencia pueda resultar tan turbadora, placentera y cautivadora como el propio acto sexual. Así pues, ya sabe, si anda mal de ánimos aplíquese como autoterapia una sesión de besos al día. Ya me dirá que tal le sienta. Obviamente los mecanismos cerebrales y hormonales son tan complejos que no podemos pretender explicarlos en cuatro párrafos. Tampoco es ese el fin de este libro. Pero si he pretendido al menos que su exposición, siquiera superficial, nos permita reflexionar sobre lo complejo que es manejar con esa natural destreza nuestra lengua o nuestros labios, y percibir tantas cosas a través de esos pocos centímetros de piel especializada. También debemos reflexionar sobre las maravillosas tareas que nuestro cerebro realiza sin necesidad de que nos percatemos. Es capaz de integrar en sus complicados mecanismos los aspectos instintivos, sexuales, sociales y culturales de cualquier conducta, incluyendo los besos. Para la especie humana los labios, la boca, las narices son muy importantes, y en consonancia tienen una parte muy grande del cerebro ocupándose de ellos. No en vano por los labios entra y se va la vida. Por ellos las canciones de cuna y las mentiras, la mordedura sangrienta y la más tierna de las caricias. Besar es, ya lo dije, mucho más que tocar con los labios. Besar es algo más que un instinto básico, es un comportamiento natural, pero muy cultivado, que integra la genética con el aprendizaje, la crianza con la erótica, la biología con la cinematografía. Parafraseando el famoso “todo está en los libros”, podríamos asegurar sin exageración que “todo esta en los labios”.
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3. ELLOS TAMBIÉN BESAN. Tengo ante mí una pareja de periquitos, Dinamita y Mercuccio, hembra y macho, que según mis hijos se pasan todo el tiempo dándose “piquitos”. Al parecer él quiere “intimar” con ella. Estamos en abril y puede que estén en celo, y que vayamos a tener periquitos. Pero yo me pregunto si eso que hacen ellos son realmente besos. En el “manual de uso” que venía cuando los compramos no decía nada de eso. Pero yo lo he consultado internet y según parece los pájaros tienen sobre sus picos dos zonas céreas, donde se secretan una especie de sebo que contiene feromonas. Estas sustancias son las que producen la atracción sexual y eso explica por que juntan tan placentera y frecuentemente sus picos, a veces incluso se pasan comida con el pico, y si siguen así al final acabaran copulando y teniendo periquitos, a los que darán de comer tiernamente depositando en sus bocas la comida previamente ingerida por ellos. Que bello, ¿verdad? Pero si aplicamos al asunto menos poesía y más lupa veremos que tenemos ante nosotros los dos modelos esenciales de lo que podríamos considerar los orígenes del beso: el erótico-olfatorio, y el nutricional-bucal. Puede que ese “picoteo” sea el primer vestigio filogenético del beso, aunque sin duda se trata de una afirmación que puede resultar controvertida. Se sabe que si a un pájaro le extirpamos esas glándulas sebáceas su pareja le abandona, así pues esos besos eran simple química, aunque ¿los nuestros qué son, cine o bioquímica? Puede que nunca encontremos la respuesta a preguntas como: ¿Los animales también besan?, o ¿si es cierto que descendemos de los primates también hemos heredado de ellos la conducta de besar? (Por cierto, nunca he entendido por que decimos descender de los monos, cuando en realidad sería mejor decir “ascender sobre los monos”). Quizá tampoco importe demasiado, pero en todo caso sabemos que el beso es un claro ejemplo de la “evolución de las especies” y eso es lo que pretendo demostrar a continuación. El ser humano es un “mono desnudo”, aseguraba Desmond Morris en uno de los títulos más afortunados de la historia de los libros. Somos seres pelados en casi todo nuestro cuerpo, y eso nos confiere peculiaridades táctiles muy interesantes. Pero la piel más pelada de todas, la de los labios, no es muy diferente de la que tienen los monos o los gatos. Y sin embargo el uso que damos a nuestros labios es tan interesante y curioso que nos distancia abismalmente de ellos. Aunque a lo mejor no es para tanto, pues en cuanto que animales mamíferos que somos, los seres humanos no podemos desentendernos de la trayectoria que marca la evolución de las especies (filogénesis), ni del trazado genético que determina la evolución de cada ser humano (ontogénesis). 24
El hombre es un animal racional que actúa tantas veces de modo contrario a la racionalidad que da miedo pensarlo. El primate que llevamos dentro sale violentamente y nos apea del trono de reyes de la naturaleza. La observación de las semejanzas y discordancias entre las conductas animales y humanas, y cómo estas se fundan o evolucionan a partir de ciertos comportamientos animales, es una interminable fuente de interrogantes y conocimientos, que trasciende desde la zoología a la antropología y se proyecta en áreas tan humanas como la psicología, la sexología, la sociología, la política o la economía, y, por qué no, también en esta pretendida “teoría unificada del beso” que pretendo desarrollar. De todo ello se ocupa esa joven ciencia que es la etología. Pero ¿que pueden enseñarnos los animales sobre los besos? Hay muchos libros de etología, bibliotecas enteras, pero indagaremos en los más conocidos, los que fundamentan la etología como ciencia, es decir como esa parte de la biología que estudia el comportamiento de los animales y los mecanismos que lo determinan. Se trata de una disciplina moderna que aun anda debatiéndose en dudas sobre su propia naturaleza científica. Sus orígenes se remontan a Aristóteles, con su “Historia de los animales”, y a Darwin, quien dio los primeros pasos “pre-etológicos” en el capítulo dedicado al instinto animal de su conocido texto “El origen de las especies”, y sobre todo en su obra titulada “La expresión de las emociones en los animales y en el hombre”. Sobre esos precedentes, fueron Lorenz y Tinbergen - a quien se debe la definición clásica de etología - quienes la desarrollaron en los años treinta del siglo anterior. Sin embargo no cobró fuerza como disciplina autónoma hasta 1972, cuando les fue concedido a ambos, junto con Karl von Frisch, el premio Nobel de medicina y fisiología. En la actualidad, las investigaciones etológicas han llegado a rebasar los muros de las universidades y los laboratorios, accediendo a la gran masa social sentada ante una televisión. El best-seller de Desmond Morris, “El mono desnudo”, o los diversos libros de Jane Goodall, o la película de Jean Jacques Arnaud “En busca del fuego” o los sedantes programas vespertinos de “La2”, son fiel reflejo de lo que decimos. Ahora bien, no recuerdo haber visto ningún programa dedicado a la etología de los besos, y Konrad Lorenz no lo aborda específicamente en sus libros, ni tampoco Niko Timbergen, ni Desmond Morris, aunque todos ellos lo aborden tangencialmente en alguna ocasión. Ahora bien, todos ellos defienden que muchas conductas humanas, como la agresividad o el altruismo, son conductas innatas o instintivas del hombre, que hemos heredado de nuestros antepasados los simios, y por lo tanto, por que no pensar lo mismo de los besos.
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Muchos animales juntan sus labios. Los periquitos se besan según mis hijos, también parece que lo hacen ciertos peces que salen en sobremesa de “La2”. Chita besa a Tarzán insistentemente, y hasta Karpi, el perrito de mi amigo Javier, me recibe siempre con un beso cariñoso. Ahora bien, la inmensa mayoría de los expertos e inexpertos que hemos consultado, piensa que eso no son besos. Los seres humanos somos la única especie animal que ejecuta e interpreta el beso más allá de una mera cuestión fisiológica, aseguran, aunque, como veremos, los chimpancés o los bonobos también usan el beso como un elemento comunicativo. Hay quien asegura que el beso surgió cuando los pájaros trataban de alimentar a sus crías “pico a pico”. Otra teoría sugiere que el beso es un residuo de la conducta primitiva de mamar, porque al besar se recuerda la seguridad y satisfacción que se obtenía al ser alimentado por la madre. Otros dicen que se trata de un vestigio de la comprobación olfatoria que los animales usan para reconocer a otros animales. Según el profesor, Zamorano, psicólogo e investigador del “Center for Marine Mammals Research”, el abrazo y el beso, tal y como lo entendemos en este libro, no son conductas exclusivamente humanas, sino que se dan en especies animales como los chimpancés. Para ellos el beso puede considerarse como una prolongación del dar de comer ritualizado con los labios, la lengua, etc. Una prolongación, pero son sólo el rito meramente alimentario. Pues bien, entremos en materia: ¿cómo explican los etólogos la aparición y el desarrollo de comportamientos como el besar?, ¿responden programaciones hereditarias e innatas?, ¿o son conductas aprendidas? Con el fin de verificar la presencia de programaciones innatas los etólogos recurren a experimentos de observación de conductas animales en situaciones de aislamiento meticuloso. Si los comportamientos se repiten tras una privación prolongada e intensa de información exterior, es lógico pensar que posiblemente se deberán a esquemas de carácter innato. En el caso de los seres humanos los experimentos de aislamiento son difíciles de realizar, por motivos éticos, y ha habido que diseñar experimentos muy ingeniosos. Entre ellos destacan las investigaciones del etólogo Eibl-Eibesfeldt realizadas con niños sordos y ciegos de nacimiento, con las que acumuló una enorme cantidad de observaciones muy útiles para comprobar las adaptaciones evolutivas y los patrones hereditarios que determinan, entre otras cosas, los movimientos del rostro. Dice, textualmente: "Esos niños, que se crían en un silencio eternos, ríen y lloran como nosotros pese a que no han podido copiar estos gestos de nadie. En caso de enojo muestran las arrugas verticales de ira y golpean con el pie en el suelo; en resumen: en esos niños va madurando poco a poco los complicados movimientos del rostro". 26
De este modo, Eibl-Eibesfeldt explora multitud de gestos asociados a una amplia gama de emociones (ira, vergüenza, miedo, alegría), y también actos motores explícitos como sonrisas, pataleos, rechazos, etc. Además comprueba y ratifica sus hallazgos mediante la comparación de “etogramas” de diversas especies genéticamente próximas, y mediante el estudio de patrones similares entre seres humanos de diversas zonas culturales (waikas, kungs, inuits, hotentotes, occidentales, etc.). De esa forma llega a la conclusión de que hay muchas similitudes “pre-programadas” en los gestos que expresan emociones (timidez, rechazo, miedo…), en los saludos (con las cejas, con la mano…), y también en los abrazos y besos. Para él éstos ya están presentes en los chimpancés y gorilas, así como lo están las muecas bucales que significan amenaza. También observa que los comportamientos violentos siguen patrones comunes en diversas especies próximas. Así describe que cuando estalla una batalla entre chimpancés y otros monos cercanos, a menudo acaban reconciliándose con abrazos, besos y caricias. En definitiva se trataría de pautas comunes, innatas, preprogramadas, y con un correlato equiparable en los seres humanos. Otro experto etólogo, el holandés Frans de Waal, estudia el origen evolutivo de aspectos tan complejos como la moralidad humana, para lo cual trabaja aplicando observaciones etológicas de los monos bonobos - el eslabón perdido - a los comportamientos humanos. En un artículo publicado recientemente en Science señala que con frecuencia, estos animales llevan a cabo rituales de pacificación que incluyen besos, caricias y abrazos, para evitar conflictos sangrientos y preservar la cohesión social de sus manadas. Según Eibl-Eibesfeldt, en los enfrentamientos entre animales de muchas especies el perdedor puede detener la acción agresiva adoptando posturas de sumisión, como si apelara a la compasión del adversario. Para ello exhiben comportamientos tales como peticiones de alimentación boca a boca, por medio de regurgitaciones (antecedente filogenético del beso según muchos etólogos). Estas conductas es posible observarlas en los lobos y otros cánidos, como tan magistralmente nos mostró Félix Rodríguez de la Fuente. El citado Frans De Waal también describe esas conductas en “La política del chimpancé”, y muchos otros etólogos, incluyendo Lorenz, han puesto de manifiesto que tales gestos inhibidores se pueden observan – transformados en el comportamiento del homo sapiens de nuestros días. Bien sabemos que "la sonrisa desarma", que los rasgos infantiles resultan apaciguadores, que una lágrima consigue más que mil gritos, que el beso es el mejor símbolo de la paz. En dos palabras “besos en lugar de balas”, o, como diría Aute, “con un beso por fusil”.
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Puede especularse, al socaire de tales observaciones, que hace milenios, cuando aun no existía el lenguaje hablado, los protohumanos (o los homínidos antecesores) se comunicaran más “no verbalmente”, es decir mediante signos y señales, que verbalmente. El elemento más comunicador después de la palabra, no es el silencio, como dicen algunos, es el gesto. Los seres humanos nos comunicamos tanto o más no verbalmente que verbalmente, aunque muchas veces no seamos conscientes de ello. Pero no somos los únicos que lo hacemos, también lo hacen los animales. Los etólogos han estudiado y comparado los sistemas de comunicación de los humanos y algunos primates y han evidenciado que nos parecemos bastante a los simios en muchos de nuestros gestos comunicativos. Uno de los ejemplos más curiosos de similitud entre hombres y primates es el saludo. Todos los animales salvajes se saludan entres si y los simios lo hacen de una manera muy parecida a los hombres. Jane Goodall, la famosa escritora y etóloga, que convivió con los chimpancés en la selva, describió magníficamente como se abrazan y se besan. El saludo es habitual entre los chimpancés, y casi siempre cumple el propósito de reafirmar la posición del uno con respecto del otro, y es mucho más expresivo cuando los implicados son buenos amigos. En uno de sus textos nos cuenta cómo Goliat - uno de sus chimpancés - solía rodear con sus brazos a David – otro conocido suyo - al tiempo que cada uno ponía sus labios en el rostro o cuello del otro, mientras que un saludo entre el mismo Goliat y Mr. Worzle – otro chimpancé extraño – se limitaba a algún o ocasional. También comprobó que cuando un chimpancé se ausenta largo tiempo de la manada, al volver a ésta es recibido con grandes muestras de alegría por los demás, la cual expresan a través de los besos y abrazos que le dedican en tropel. Es bien conocido que cuando los chimpancés en libertad se encuentran después de un largo periodo de tiempo se saludan con la boca, mediante una ostentosa profusión labial, al tiempo que emiten sonidos, y cuando se aproximan pegan su boca abierta al otro y aprietan firmemente. Según Gordal, esto lo hacen como una manifestación de euforia, pero también cuando están muy excitados por la comida. Sabemos que los chimpancés manifiestan capacidades “cuasi-humanas” en algunas ocasiones. Algunas de esas elevadas capacidades, consideradas hasta hace poco como específicas de la especie humana, las pueden desarrollar de modo permanente mediante el aprendizaje. Así ocurre con ciertas técnicas aplicables a la caza, la alimentación, el bipedismo, etc. Goodall nos ha mostrado cómo el chimpancé, que es omnívoro y ocasionalmente carnívoro, puede practicar la caza mediante cooperación y estrategias de grupo, otras veces se sirve de instrumentos como palos que blande contra sus adversarios y, también - de modo ocasional - puede da forma a una herramienta, es decir, modificar un objeto natural para mejorar su utilidad, Así ocurre, por ejemplo, 28
con una especie de canuto que elabora a partir de una rama y que introduce en el los hormigueros para succionar las termitas. A partir de esas y otras observaciones, concluye que las posturas y gestos mediante los cuales se comunican los chimpancés, tales como besos, abrazos, cogerse de la mano, golpearse unos a otros la espalda, pavonearse, darse puñetazos, tirarse del pelo, hacerse cosquillas, etc., no sólo son muy parecidos a los nuestros, sino que los utilizan en los mismos contextos y con significados semejantes. Es decir que besan y saben besar, otra cosa es que sepan que saben besar. Y es que compartimos con los primates muchas cosas en funciones tan elevadas como la afectividad y la inteligencia. No sólo son parecidas nuestras anatomías y fisiologías, nos unen a ellos «vínculos de descendencia» (o mejor ascendencia) en muchas otras cosas. Por ejemplo, en los primates la relación madre-hijo se prolonga durante cuatro años y está llena de muestras de afectividad y ternura. Esa afectividad maternofilial penetra en los cerebros de los chimpancés, y de esa manera los que más la han recibido, cuando alcanzan la adolescencia, e incluso la edad adulta, ofrecen más muestras de afectividad, ternura y amistad, que se traducen en una mayor profusión de abrazos, besos, caricias, despiojarse y mantener más os sexuales. Irenaus Eibl-Eibesfeldt, en su libro “Love and Hate” asegura que muchos de los patrones de conducta sexuales humanas, como los besos y caricias, tienen su origen etológico en las conductas de cuidado maternal. Las madres primates superiores, no mantienen relaciones sexuales con sus hijos, como ocurre en muchas especies animales, lo hacen con sus parejas, pero este comportamiento es una continuidad diferenciada de los cuidados maternos, sugiere el autor. En materia de besos primero está la maternidad, y luego la sexualidad, aseguran también los freudianos. Claro que, a la larga, primero está el beso, luego la cópula, y luego regresa la tierna maternidad con sus cuidados llenos de besos. Huevo o gallina, ni los etólogos ni los freudianos tendrán nunca todos los argumentos a su favor, pero ambos están en cierta posesión de la verdad. El beso es principio y final, frontera y puerta. Todo un lujo de semióticas complejas. Psicoanalizar a un chimpancé debe ser difícil. Interpretar etológicamente las conductas humanas también tiene un punto de atrevimiento. Pero en el fondo etólogos y psicoanalistas tienen bastantes puntos comunes: ambos opinan que el beso sexual deriva de la alimentación. ¿Quién dijo que es sencillo besar? Nos saluda desde la selva un primate muy antiguo, nos manda besos, que se parecen mucho a los nuestros. No sabemos de quien los han heredado ellos, no sabemos hasta que peldaño de la escala filogenética hemos de remontarnos para encontrar el primer beso. Tal vez todos los animales labiados lo hagan, tal vez todos los mamíferos, puede que también las aves, pero casi seguro que 29
no lo hacen los reptiles, ni los peces, ni aun menos los invertebrados, ni los protozoos, aunque vistos al microscopio algunos seres unicelulares parecen ser todo boca y fundirse en besos literalmente devoradores. Lo lógico sería empezar a buscar en las especies que necesitan alimentar a sus crías, no antes. Los peces no lo hacen, ni tampoco los reptiles. Las aves y los mamíferos si lo hacen. Los félidos, desde los gatos a los leones, lo hacen. También los cánidos salvajes lo hacen en ocasiones. Los perros domésticos no tanto, no lo necesitan. Pero en todos ellos, se aprecia una continuidad entre conductas alimenticias y os labiales. Las crías mamíferas primero maman, luego estimulan a sus ancestros para que les den de comer algo más sólido, luego juegan a juntar labios, a olisquearse, a morderse, y al final acaban copulando y engendrando cachorritos. Estos nacen débiles y necesitados de cuidados, y sus amantísimas madres no dudan en prestárselos. Se trata de un todo continuo entre la crianza y la gastronomía, entre la nutrición y la sexología. Comerse a besos a alguien, ya sea bebé o madre, no es sólo una expresión emocional, es una evidencia etológica. Cuentan que la etóloga Dian Fossey era una gran amante de sus gorilas, hasta el punto de preferirlos a los seres humanos de aquellas tierras, incluyendo los cazadores blancos armados con rifles y pistolas, como ella misma. Dicen que fue la primera mujer besada por un gorila salvaje. Le costó meses aproximarse a ellos, ser tolerada y aceptada, antes de que se entrecruzaran caricias y besos de afecto y saludo. ¿Quién sabe si incluso eróticos? Pero un día la famosa Fossey marcho a contar al mundo sus idilios y tardó en regresar mucho tiempo. Cuando volvió, algunos gorilas habían muerto, otros envejecido, y otros crecido, y tuvo que ser de nuevo paciente y prudente con esas madres de ciento y pico kilos dispuestas a lo que fuese por defender a sus criaturas. Pero, eureka, un buen día volvió a toparse con la una familia conocida, y poco a poco fueron prestando atención a sus sonidos y gruñidos “gorilescos” de salutación, y así la fueron reconociendo, al principio con cierta displicente lejanía, luego se aproximaron a ella y la olfatearon, y de repente, un par de enormes madres gorilas “la abrazaron” tiernamente, y vinieron las demás hembras, y sus hijos gorilitas, y se pusieron a tocarla suavemente con los labios, a mordisquearla, a… besarla, y ella, embargada por la emoción, se puso a llorar (la cursiva es mía). Es una pasada leer su famoso libro, lleno de emociones y ternuras, también de tragedias y sangre: “como los besos”. Los gorilas besan y copulan como fieras. Rápido, potente, por la espalda y sin demasiadas carantoñas. Son unos verdaderos animales, tiernos pero muy brutos. Y no son los únicos, pues de hecho, hasta no hace demasiado tiempo los machos humanos presumían de ser rápidos y seguros eyaculando, sin darle 30
demasiadas oportunidades al sensible y tímido clítoris femenino. ¿Pero por que digo esto?, pues por que una de las cosas más interesantes que hemos mejorado los homínidos sapiens sobre las bestias homo es el coito frontal, y eso, según algunos etólogos, se debe al beso, una adquisición que como conducta formalmente compleja se remonta a ciertos tipos de primates muy avanzados, como los bonobos. Los bonobos no hablan, pero al parecer son muy listos. Son unos chimpancés maravillosos que parecen humanos en muchas cosas, por ejemplo, en que practican la cópula frontal y se besan eróticamente. Esta es, según los expertos, la cuestión clave. Concretamente la antropóloga americana Helen Fisher relaciona esta conducta con cosas tan complejas como el amor de la pareja o el embarazo fuera de las épocas de celo, que a la postre son los responsables de la expansión demográfica de la humanidad. Los bonobos se parecen mucho a lo que podría haber sido nuestra madre Eva. Otros dicen que fue Lucy, la famosa austalopiteca africana, que podría haber practicado el sexo frontal, y posiblemente descubriría el erotismo del beso, y se haría adicta a practicarlo. Todo pudo empezar con el beso nutricio usado con sus crías, luego el macho pudo haberlo usado por imitación, y luego los dos lo habrían practicado con afectividad y asiduidad, hasta hacerse abusadores del beso. Del beso a la frontalidad, de esta a la intimidad, de la intimidad al enamoramiento, y de él a la comunidad familiar. Simplemente fueron pasos sucesivos, cercanos en lo evolutivo, aunque en la escala de tiempo pudieran haber tardado su tiempo. El nexo común entre todos esos pasos no tendría por qué haber sido el aprendizaje, sino la biología. El sexo y el beso actúan como verdaderos activadores neuroquímicos, el beso intenso puede despertar a las hormonas hasta el punto de producir placer sexual e incluso orgasmos, lo cual supondría un reforzador de primera magnitud para repetirlo, y la repetición facilita el aprendizaje, y cuando mejor se sabe hacer, mejor se practica y más partido se le saca, y más se repite. Estas son razones bien claras que no precisan demasiadas demostraciones, aunque algunos psicólogos conductistas, como Hull, demostraron que así funciona el aprendizaje y la generación de patrones de conducta reiterativos y automatizados en los seres humanos. Estas hipótesis, en principio especulativas, pueden deducirse de la observación de los bonobos. Se trata de una subespecie de chimpancés, especialmente esbeltos, oscuros, de aspecto muy humano, incluso en el tamaño proporcional del pene y en su uso constante. En efecto, ostentan, además del físico, muchos otros parecidos conductuales con los seres humanos. Por ejemplo pueden practicar el sexo de forma continuada, independientemente de las etapas de celo, cambian de posturas y tipos de actividades sexuales, y sobre todo practican el beso de forma realmente 31
erótica, con labios, lengua y boca. Los chimpancés comunes simplemente juntan sus bocas abiertas, pero no las lenguas. Las observaciones de Jane Goodal y Frans de Waal son claras al respecto. Ellos opinan que los bonobos son los primeros seres, evolutivamente hablando, que pudieron practicar el sexo frontal, el beso erótico y que disfrutaron del placer sexual por el simple hecho de practicarlo, no necesariamente para reproducirse, y que tanto en libertad como en cautividad los bonobos son verdaderos adictos sexuales. Según Blue, en desafortunada extralimitación, serían los inventores del Kamasurtra y, en cierto modo, los primeros habitantes del Paraíso, y por lo tanto, los primeros pecadores. Según estos expertos, la relación entre esa desaforada sexualidad y su elevada inteligencia no es casual. El beso y el sexo son utilizados por muchos animales, pero sólo por ciertos primates - algunos chimpancés y los bonobos - como conductas de relación divorciadas de la reproducción. Usan el beso como forma de apaciguamiento, para reducir la tensión, para celebrar la caza o para sentirse seguros. Esos son elementos claramente comunitarios, sociales, los primeros vestigios etológicos y filogenéticos de la cultura. ¿Cómo sino se puede interpretar que los bonobos se exciten sexualmente, hasta el punto de alcanzar una erección ostensible con el estímulo de la comida? Según parece, cuando comen o van a hacerlo se excitan sexualmente, y, ya se sabe, después de una buena comida, viene una buena siesta, y… lo que se tercie. Podría decirse que el lazo entre comida y sexo viene de los pájaros, pasa por los chimpancés y acaba en el “macho ibérico”. Bromas aparte, lo que es evidente es que los más inteligentes de los monos, actuales, y tal vez los más listos de los paleoprimates, son los primeros que desarrollaron algo así como una cultura del sexo, y siempre con el beso como protagonista. El beso es señal, lanzadera, nexo, origen y fin en si mismo. Es bastante más que plausible que los bonobos, o sus semejantes paleontológicos, los que enseñasen a otros homínidos de piel más clara y andar erguido, las maravillas del beso. O tal vez estos ni siquiera lo necesitaron, pues el beso es tan potente que no necesita ayudas para abrirse camino. Del beso al sexo, y de este al amor, y a la inteligencia, y a la cultura, y conste que esto no es una exageración. Traslademos por un momento esas hipótesis al sexo de los seres humanos actuales. Hagamos etología comparada. Sorprende que aun en la actualidad haya sexólogos “humanos” (véase por ejemplo “The evolution o Desire” de David Buss de 1994) que opinan que el orgasmo femenino es superfluo, que el clítoris no es más que un pene fracasado, que es algo así como los pezones masculinos. Otros opinan que el clítoris es como una joya secreta cuya búsqueda ha dado lugar a la cultura sexual. Sea como fuere lo cierto es que el coito por la espalda es lo más normal en los mamíferos y que sólo a partir de 32
cierto momento evolutivo y ciertas especies muy desarrolladas, se practica el coito frontal. Según Blue, esa costumbre está relacionada con el beso, y a la postre contribuye a que la sexualidad femenina mejore, pues el cara a cara permite mejorar la intimidad, la ternura, la comprensión, la seguridad y la intensidad del roce genital que las hembras precisan para lograr el orgasmo. Todo empezó, según ella con un beso; del beso al coito frontal, de este a la necesidad de tumbarse, de estar mullidos y de necesitar cama y casa, todo es un continuo interminable. Del beso a la comodidad, a la construcción de viviendas, a la búsqueda de la intimidad para besarse y copular… y de ello a la especulación urbanística, a la hipoteca y a la aburrida vida hogareña llena de besos y besitos, no hay más que un largo proceso de hominización. En fin, hay que ver que complicado puede resultar besarse. Si aun eres joven y no has besado a nadie, antes de hacerlo piénsalo, no sea que luego tengas que arrepentirte. Es broma, pero tengo un amigo que asegura que el que nos guste besar a las mujeres, y el hecho de que estas necesiten orinar sentadas, tienen la culpa de todos los males de la humanidad, incluyendo la especulación urbanística. Puede que todo eso no sea más que otra forma de especulación, y no conviene olvidar que la cuestión clave era, por si no lo recuerda, si los animales irracionales se besan, si es así, por qué lo hacen, y si los humanos lo hemos heredado evolutivamente de ellos. En nuestra opinión el meollo de la cuestión radica en el desarrollo del cerebro emocional. Todos los animales que tienen un desarrollo suficiente del cerebro como para disponer de ciertas estructuras que hemos llamado “cerebro límbico” manifiestan emociones y afectos, los cuales se traducen en la relación entre ellos mediante conductas de cuidado, protección, nutrición, saludo, o, besos, sexo, etc. ¿Pero qué es el cerebro emocional? Pues bien para explicarlo conviene recordar lo que ya se explicó sobre el beso y el cerebro de los seres humanos. Este es el extraordinario resultado de una evolución que ha durado millones de años, un instrumento tan complejo que ni siquiera sus propietarios están capacitados para entender cómo funciona. Pero algo si que sabemos. Ya hemos explicado que en eso que, en términos vulgares, podríamos llamar el “corazón del cerebro”, es donde se sitúan las estructuras que denominamos cerebro emocional. Como ya señalamos se trata, esencialmente, del sistema límbico, con su amígdala y hipocampo, septum pelúcidum, etc. Algunas de estas estructuras han sido denominadas por los neurobiólogos como “paleoencéfalo”, en referencia a que es la parte más antigua del cerebro, la que hemos heredado – filogenéticamente hablando - de los reptiles, mamíferos y primates que nos precedieron evolutivamente. Según la concepción “triúnica” del cerebro propuesta por P. D. MacLean, desde el 33
punto de vista de la herencia filogenética en el cerebro pueden distinguirse tres partes: 1ª el paleoencéfalo, constituido esencialmente por el tronco cerebral, herencia del cerebro reptiliano y fuente de la agresividad y de las pulsiones primarias; 2ª el mesocéfalo, constituido por el sistema límbico, que sería una herencia de los primeros mamíferos y la sede de los fenómenos afectivos y de la memoria; y 3ª el neocéfalo, formado por la corteza cerebral, que es la más específica de los mamíferos superiores y primates, y que se verá coronada por el “neocortex” (corteza prefrontal) en el homo sapiens y que es donde se procesan las operaciones lógicas y los conceptos abstractos. Dicho más sencillamente, el sistema límbico, esa zona del cerebro con la que nos emocionamos, nos enamoramos, nos apasionamos, o nos enfadamos, la compartimos con las vacas. Por eso las vacas cuidan tan tiernamente a sus terneros, de modo no muy diferente a como una madre cuida a su bebé. Que éstas además de emocionarse con la maternidad, tengan capacidad para reflexionar sobre ello y preocuparse de aprender a hacerlo, es otra cuestión. Pero las vacas también lo sienten y prueba de ello es que están dispuestas a cualquier cosa por proteger a sus terneritos, de modo semejante a lo que una madre sería capaz de hacer por proteger a su tierna criatura. Esto es una evidencia, nos guste o no. Es decir, podemos asegurar que esos besos tan tiernos, cariñosos, gratificantes y estimulantes que damos a nuestros niños, en el fondo los hemos heredado de las vacas. Todos nosotros sabemos que si tenemos hijos no es para que nos quieran, sino para que se dejen querer. No para que nos besen, sino para que se dejen besar. Por cierto, ¿cuándo se siente más un beso, cuando se da o cuando se recibe? No lo se, eso allá cada cual, pero lo que usted y yo si sabemos es que “sabemos que es besar” y las vacas no. Nosotros podemos decirlo con palabras y ellas no, tenemos lenguaje articulado y semántico, y ellas no, al menos no lo parece. Pues bien, para acabar este apartado, déjeme que le cuente un cuento evolutivo sobre la relación entre el beso, el lenguaje y la cultura: “Existió una vez un sitio muy hermoso llamado Paraíso, donde vivían unos descendientes de los bonobos, un tal Adan y una tal Lillith, amigos de una tal Eva, que como tenían mucho tiempo libre, se entretenían haciéndose carantoñas y así, como quien no quiere la cosa aprendieron a besarse, y enseguida se percataron de lo divertido que era y poco a poco lo fueron perfeccionando, hasta llegar a practicarlo con pasión y locura. Y un beso les llevó a otro beso, y de ese a la cópula, que como estaban besándose lo hicieron cara a cara. Al principio les daba un poco de precaución, como que sintieran vergüenza, pero luego se pasaron en pleno al coito frontal, y así fueron besándose, y copulando, y cada vez con más intimidad, lo que les 34
facilitaba el verse las caras y reconocerse y “enamorarse”. Así fue como poco a poco se fueran haciendo íntimos y de hacerlo con cualquiera pasaron a la pareja estable y practicante de sexualidad privada. En estas estaban cuando Dios se enteró de tales coyundas y viendo el peligro de pecado que suponían, les expulsó del Paraíso. Y luego vinieron el pudor, y los vestidos, y buscarse la cueva para evitar la intemperie… y de ahí a la choza, y al pisito, y las cortinas y las cenas familiares, todo fue uno, total un millón de años. Pero al tiempo que eso sucedía, ocurrió otra cosa muy interesante. Como sabemos ellos usaban la boca no sólo para comer y besar, sino también para emitir sonidos guturales. Así fue como un buen día aquellos dos primeros australopitecos enamorados hasta las cachas y adictos a besarse y copular, se dijeron algo, una tontería, un ruidito de nada, pero les hizo gracia y lo repitieron y aprendieron a reconocerlo y a usarlo para llamarse entre ellos. Ella, un suponer, pudo emitir un sonido gutural de expresión de placer, y él le pudo responder con un requiebro tierno, y, ya se sabe, que si no me entiendes, que si lo único que quieres es sexo… acababan de inventar las primeras palabras, y una vez inventadas, los monos se convirtieron en humanos. Y, colorín colorado… Después de las palabras viene la historia. Todo lo que hay después del inventado el lenguaje es cultura. La palabra es el gran invento y el gran inventor. Uno no sabe bien que fue antes, si los dioses o las palabras, o si son la misma cosa. De hecho ni siquiera la Biblia lo aclara. Lo cierto que por pasarse de “listos”, a ambos padres primerizos los expulsaron del paraíso, y luego vinieron las preocupaciones, y los pecados y la voz de la conciencia, que no es otra cosa que eso que llamamos “mente humana” Me dirá, con derecho, que me he pasado. Que eso de hacer depender de un simple beso cosas tan complicadas como el lenguaje, la inteligencia, o la mente humana “autoconsciente”, es demasiado. Tal vez tenga razón, yo no tengo ninguna forma de demostrarlo, pero usted tampoco tiene ninguna de refutarlo. Además, en mi ayuda vienen las nuevas observaciones y teorías de paleoantropólogos que han mostrado como el descubrimiento del fuego permitió cocinar y comer alimentos más blandos y fáciles de masticar, y esto supuso una menor necesidad de disponer de potentes mandíbulas, con lo cual las mutaciones que redujeron el tamaño mandibular y dental tuvieron éxito, y eso liberó de tensiones al resto del cráneo, lo que a su vez permitió el crecimiento del cerebro, lo que a la postre trajo consigo la inteligencia, etc. Al comer cosas más blandas se necesitan dientes más pequeños, pero también labios más sensibles… y de eso al beso, y de este al arte, no hay más que un millón de años, total nada evolutivamente hablando. En fin, al cabo tanto da que se trate de una evidencia o de una metáfora. Estas tienen la gran ventaja
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de ser más maleables. El beso es algo más que un acto, es la gran metáfora, y si no que se lo digan a los poetas. Algunos antropólogos aseguran que los seres humanos somos “hípermamíferos” y “súper-primates”, y que las cualidades y capacidades de mamíferos y primates encuentran en nosotros una manifestación extrema y paroxística. Por eso mismo, en tanto que animales somos seres sexuales, como híper-animales somos seres “híper-sexuales”. La sexualidad ya no es reducible a su funcionalidad reproductora. Somos seres constitutivamente sexuados y culturalmente sexuales. La diversidad y pluralidad de las conductas sexuales lo reflejan claramente. Pero, entre todas ellas puede que los besos sean las más “evolucionadas”, las más “pluri-sémicas”. Hay tantos hechos históricos o legendarios, tantos poemas, esculturas y películas, tantas acciones u omisiones relacionadas con los besos, que difícilmente encontraremos otra conducta humana tan interesante. Ya sabemos mucho más de los besos, pero seguimos sin saber si mis periquitos se besan. Ellos tampoco lo saben, ni falta que les hace. Parecen tan felices en su prisión-jaula, que no quieren salir de ella pese a que les abramos la puerta. Tal vez el complejo mundo “hipertecnológico” que les rodea no les guste. Pero eso ya es harina de otro costal, concretamente del costal de la antropología.
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4. EL GRAN BESADOR. La etología se ocupa de los animales, la antropología de los seres humanos. Eso parece claro, pero en realidad suele resultar difícil saber cuando acaba la etología y cuando empieza la antropología. Algo similar le ocurre a Desmond Morris, que empieza sus investigaciones y teorías en la etología y las acaba en la antropología. Su famoso libro “El momo desnudo” es una evidencia palpable de ello. Disquisiciones aparte, aceptamos que así como la etología estudia la conducta animal, la antropología estudia el comportamiento humano. Esta es una ciencia comprensiva que estudia al hombre en el pasado y en el presente de cualquier cultura. Se divide en dos grandes campos: la antropología física, que trata de la evolución biológica y la adaptación fisiológica de los seres humanos, y la antropología social o cultural, que se ocupa de las relaciones, lengua, cultura y costumbres de las sociedades humanas. Una de las ramas de la antropología física tiene como objetivo reconstruir la línea evolutiva del hombre y su cultura. Otra estudia los pueblos contemporáneos y sus diferentes rasgos biológicos. Debido a que los seres humanos somos primates evolucionados, el estudio de la conducta, las relaciones, los hábitos alimenticios y otras cualidades de mandriles, chimpancés, gorilas, bonobos y otros primates, constituye una fuente importante para obtener datos y establecer hipótesis explicativas. De hecho, se acepta que una rama de la antropología es la “primatología”. La antropología social y cultural se fundamenta a su vez en los trabajos de campo llevados a cabo por investigadores que observan y analizan las diferencias entre diversas culturas. Estos estudios se desarrollaron principalmente entre 1900 y 1950, y estaban orientados a registrar los diferentes estilos de vida de pueblos y culturas no sometidos a los procesos de modernización. Una rama de ella estudia aspectos tales como la organización social, la religión, la vestimenta, el lenguaje, las expresiones, los gestos, los sonidos, las danzas y otros aspectos típicos de las diversas culturas, y se conoce también como etnografía. En relación con el tema que nos ocupa, la antropología nos permitirá saber si los seres humanos de diferentes épocas, culturas, países y pueblos ostentan diferentes maneras de besarse, así como los usos, significados o simbolismos que aplican a sus besos. Eso en teoría, pues luego, en la práctica, la atención prestada por la antropología al beso es tan limitada como la de casi todas las demás ciencias. Por ejemplo, es ingente el número de publicaciones, libros, documentos gráficos, etc. que los antropólogos han dedicado al vestido, la 37
danza, o los rituales sexuales, pero es muy limitada la dedicada concretamente al beso. Aun así no nos desanimaremos y entraremos en materia. Los dos puntales claves desde el punto de vista antropológico, son: En primer lugar, podemos decir que el ser humano es el animal más besador de todos, casi podríamos asegurar que el ser humano es (con perdón por el latinajo) una especie de “homo osculator”. En segundo lugar, las dos configuraciones significativas básicas del beso son su función de conducta comunicativa (señal, saludo, rito…), y su uso como parte del repertorio emocional (afectividad, sexualidad, sentimiento). Veamos todo ello con algún detenimiento. Gracias a la antropología social sabemos que el beso como ritual de saludo es un comportamiento universal presente en todas las culturas, de todos los tiempos, pero el modo en que se realiza es en buena parte específico de cada una de ellas. Esto es debido a que el saludo no es un acto o un gesto aislado, si no que es una secuencia de actos significativos: sonrisa, elevación de las cejas, darse la mano, besarse, etc. La plural realización e interpretación de los gestos y rituales de saludo es uno de los elementos más identificadores de cada grupo o cultura, una especie de señal o código que todos los que pertenecen a ella comparten y entienden. Así como los etólogos nos enseñaron que el saludo en el mundo animal sirve para muchas cosas, por ejemplo para apaciguar los ánimos de los individuos y evitar posibles enfrentamientos, los antropólogos nos dicen otro tanto del beso-saludo, en tanto que gesto comunicativo, en los grupos humanos. En este sentido, la experta en comunicación Flora Davis, apunta que si alguien piensa que el saludo entre los humanos no tiene una importante función, que simplemente pruebe a no saludar a sus amigos durante una semana y verá que cúmulo de resentimientos y enfados se agencia. Para estudiar las manifestaciones peculiares de una conducta en las diferentes culturas, la antropología ha viajado mucho, desde las tribus más aisladas a las urbes más populosas, desde los pueblos preculturizados a las sedes universitarias, siempre observando, anotando y analizando los comportamientos de las gentes. Para hacerlo, nunca olvida sus orígenes en la biología y la etología (primatología), y sus influencias de la sociología y sociobiología. Basarse en la etología para hacer antropología social, eso es justamente lo que hizo nuestro siguiente invitado, el re-citado Desmond Morris, en su trilogía “El mono desnudo”. Empieza con una idea fuerte: Hay ciento noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están cubiertas de pelo, y una sólo desnuda, y esa rareza la expresa no sólo en su 38
anatomía sino en sus modos de expresión y formas de relacionarse. Poco a poco el libro se fue convirtiendo en una trilogía que es como la Biblia de la eto-antropo-socio-logía. En ella el autor se ocupa poco de los besos de forma explícita, pero los tiene bien presentes cuando analiza los comportamientos sexuales de los humanos modernos. Sugiere, con razón, que no es posible considerar de la misma manera el beso de salutación que los besos sexuales. El primero ha alcanzado tal grado de ritualización que puede considerarse un universal, en su acepción más típica (besos recíprocos en la mejilla), pero nada tiene que ver con el beso en la boca, o sexual, y desde luego nada dice del que lo practica, sino de la cultura o sociedad a la que pertenece. Anteriormente hemos hablado del beso en la religión. Pues bien Morris también examina de pasada esta extraña forma de comportamiento ritualizado. Las actividades religiosas, señala, consisten en una reunión de grupos de personas para realizar reiterados y prolongados actos de sumisión, con el fin de apaciguar a un individuo dominante. Ese individuo dominante adopta muchas formas, según las civilizaciones, pero tiene siempre el factor común del poder inmenso. Las maniobras de sumisión suelen consistir en rituales expresivos, tales como cerrar los ojos, bajar la cabeza, juntar las manos en actitud de súplica, hincar las rodillas, besar el suelo y postrarse ante él líder religioso (proskuneo), o besar los elementos sacralizados. Si estos actos de sumisión son eficaces se logra el apaciguamiento del individuo dominante, el dios. Es decir, algo muy semejante a las conductas innatas de sumisión que manifiestan algunos animales ante otros superiores. Otras actividades de apaciguamiento típicamente animales, son las de aseo mutuo (espulgar, despiojar…) las cuales en el ser humano se han complicado e independizado de sus causas y fines primitivos. Al respecto, Morris señala: “Aunque el aseo sigue teniendo la función de mantener limpia la piel, su motivación ahora es más social que higiénica. // Si un animal débil tiene miedo de otro más fuerte, puede apaciguarlo mediante la invitación del chasquido de labios y el subsiguiente aseo de su piel. Esto reduce la agresión al animal dominante y ayuda al subordinado a que el otro lo acepte. Se le permite estar presente por los servicios que presta. A la inversa, si un animal dominante quiere calmar los temores de otro más débil puede lograrlo valiéndose del mismo modo. Con el chasquido de sus labios, da a entender que su ánimo no es agresivo. A pesar de su aureola dominante, puede mostrar que no pretende causar daño”. Sobre este aspecto en concreto, es importante recordar que Eibl-Eibesfeldt, también es autor de libro clave para interpretar el origen de muchas conductas sociales humanas, titulado “Amor y odio”. Según él, nuestro aparente comportamiento “cultivado”, viene determinado en gran parte por factores 39
púramente biológicos: "Se trata de saber si además de las normas de origen cultural, probadas y justificadas, hay otras innatas y fijadas biológicamente en nosotros". En virtud de su planteamiento, en la base de las normas y comportamientos más universales, comunes a la mayoría de las culturas, se pueden encontrar disposiciones filogenéticamente preprogramadas. Desde el amor al odio, o desde las inclinaciones filantrópicas y bienhechoras a las agresivas y violentas, todas en el fondo sería parte del acervo preprogramado que la evolución ha ido acumulando en historia natural (etológica) de los primates y animales superiores. El amor - dice – sería fruto de un desarrollo conductual más reciente que el odio, puesto que sería una adquisición de las especies que tienen que velar por el cuidado y manutención de la progenie. Los ritos conciliatorios y de intensificación de vínculos, las conductas confortadoras (alimentación boca a boca, despiojamiento, etc.) provendrían del cuidado parental de la prole, y no tanto de la necesidad de formación de coaliciones defensivas frente a las agresiones. Solamente los animales que cuidan de su progenie han desarrollado conductas vinculadoras capaces de superar la agresión. Como dice textualmente "Todos los gestos de confortación en el repertorio que tienen los chimpancés para saludar (beso, palpación, asimiento, abrazo y espulgamiento) se derivan del o entre madre e hijo". Es evidente que los labios son una de las mejores adquisiciones evolutivas, Desde para chupar o mamar, hasta para emitir chasquidos o silbidos, o ganarse el sustento o la protección, todo lo que pasa por ellos acaban convirtiéndose en cultura. Desde los nutrientes a las palabras, pasando por los múltiples modos de besar, los labios tienen tantas utilidades que podríamos considerarlos como verdaderos instrumentos multiusos. Además son muy útiles para el sexo, según explica acertadamente Desmond Morris. Volviendo a su texto encontramos: “…el mono desnudo se encuentra en una situación confusa. Así, mientras que las ceremonias y rituales de cortejo, que constituyen la fase preliminar de formación de la pareja, pueden desarrollarse en público, cuando se pasa a una fase precopulativa se necesita la intimidad, aislándose sobre todo de otros de la especie. En esa fase precopulativa los os entre los cuerpos aumentan en intensidad y duración. Las posiciones de costado dan paso a os cara a cara. Las señales visuales y vocales pierden gradualmente importancia y se hacen más frecuentes las señales táctiles. Estas comprenden pequeños movimientos y variadas presiones de todas las partes del cuerpo, pero particularmente de los dedos, manos, labios y lengua. La pareja se despoja total o parcialmente de la ropa y el estímulo táctil de piel a piel es aumentado en una zona lo mayor posible. Durante esta fase, los os boca a boca alcanzan su mayor frecuencia y duración, y la presión ejercida por los labios varia desde una suavidad extrema a una extrema violencia. Durante las respuestas de
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alta intensidad, los labios se separan y la lengua se introduce en la boca del compañero. Los movimientos activos de la lengua sirven para estimular la piel sensible del interior de la boca. Los labios y la lengua se aplican también a otras muchas zonas del cuerpo del compañero, especialmente a los lóbulos de las orejas, el cuello y los órganos genitales. El macho presta atención particular a los senos y los pezones de la hembra, y el o de los labios y la lengua se convierten en más complicados lametones y chupetones. Una vez establecido el o, los órganos genitales del compañero pueden ser también objeto de acciones de esta clase. Además del beso y de las acciones de lamer y de chupar, la boca se aplica también a diversas regiones del cuerpo del compañero en una acción de morder, de intensidad variable. En general, esto se limita a suaves mordiscos de la piel, o a débiles pellizcos, pero a veces puede convertirse en violentas e incluso dolorosas mordeduras…”. Más adelante, cuando describe gráficamente el comportamiento de la pareja en la cópula, señala que hay una tendencia a reducir los os orales y manuales, o, al menos, su sutileza y complejidad a medida que avanza la actividad sexual. Resumiendo, podríamos decir que las conductas de aproximación sexual, como son los besos, pueden proseguir durante la mayor parte de la cópula, pero siempre de forma atenuada. La fase copulativa es seria, intensa y breve en los humanos. No da para muchos juegos ni distracciones. En la mayoría de los casos el macho llega a la eyaculación en pocos minutos, en lo que nos parecemos bastante a los monos. Las hembras primates, como los chimpancés, no suelen llegar a la culminación sexual, al orgasmo. Pero la hembra humana es una excepción. Si el macho sigue copulando durante largo rato la hembra alcanza la consumación orgásmica, parecida a la del macho, y fisiológicamente idéntica, salvo la única y natural excepción de la evacuación de esperma. Por eso para la hembra humana es tan importante la fase precopulativa, y en ella los besos son uno de los estimulantes más importantes. Este es, según Morris, uno de los aspectos más interesante y diferenciales de la conducta sexual humana. El macho puede provocar el orgasmo de la hembra intensificando y prolongando los estímulos precopulativos, como los besos y caricias, de modo que ella se encuentre ya fuertemente excitada antes de la penetración. Cuando ambos han experimentado el orgasmo, sigue un periodo de agotamiento, relajación, descanso y, con frecuencia, sueño. Algunas mujeres sienten en ese momento más ganas de besar, de aproximarse tiernamente al macho, pero eso no le ocurre a éstos, que prefieren descansar, distanciarse y, digámoslo gráficamente, “fumarse un cigarrito”. Uno de los aspectos más interesantes que analiza Desmond Morris, es la relación entre la vida social y los comportamientos sexuales del ser humano. 41
Los monos copulan en público, los bonobos, tal vez tengan más intimidad de pareja, pero siguen haciéndolo en público. Los seres humanos requieren intimidad para copular, salvo raras excepciones como los “cínicos” en Grecia y los hippies en los años 60. Sin embargo, las conductas estimuladoras sexuales, como besos, caricias, etc. que suponen los primeros pasos para la formación de la pareja, pueden desarrollarse en público, diríamos que son “sexo sociable”. Pero cuando se pasa a la fase precopulativa, cuando los besos aumentan en erotización, y las caricias se aventuran en zonas íntimas, se prefiere la intimidad, y, por supuesto, las sucesivas fases requieren aislamiento absoluto, salvo orgiásticas excepciones. En relación con esto, otro aspecto interesante de los besos es que para los seres humanos - pero no para los primates - sirven como señales públicas de emparejamiento, de tal manera que anuncian o simbolizan el establecimiento de vínculos de pareja, e impiden que ésta se vea asaltada por otros pretendientes que la pondrían en peligro. El beso es una cópula públicamente tolerable, que actúa como estimulador al tiempo que como inhibidor sexual. De ese modo sirve a la vez para un fin sexual primario, y para fines sexuales vicarios, tales como evitar el incesto, la infidelidad, los escándalos públicos, etc. En este sentido, el arte y el cine, con sus apasionados besos, han constituido una trama de cohesión social inestimable. Los besos ficticios han enseñado mucho a muchas parejas del mundo y han culturizado una relación sexual socialmente tolerable. Sobre este particular también encontramos argumentos en los textos de D. Morris. Dice: “Hay que reprimir el o físico con extraños en nuestras atareadas y populosas comunidades. [...] El o con parientes y amigos íntimos está más permitido. Sus papeles sociales han quedado claramente definidos como no sexuales, y existe menos peligro. Pero incluso así, las cortesías de salutación se han estilizado sobremanera. El apretón de manos se ha convertido en norma rígidamente establecida. El beso de salutación ha tomado su propia forma ritual (besos recíprocos en la mejilla) que nada tiene que ver con el beso sexual en la boca.” Por último recordaremos el análisis que Morris hace de una curiosa conducta humana, los cuidados que prestamos a los enfermos, tanto con dolencias más leves, que, según él, más que enfermedades son “sobresimulaciones” para alcanzar y mantener el cariño de los demás, como a los que sufren enfermedades más graves. En todos los casos, las expresiones cariñosas y tiernas que concitan esas circunstancias son una verdadera oportunidad de sentirse bien, tanto o más para el que las da que para el que las recibe. ¿Quién no ha utilizado a ese bebé enfermito para comérselo a besos
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hasta tragarse literalmente sus gérmenes? ¿Quién le negaría los besos a una amada por el simple hecho de saberla con gripe? Pero nuestro amigo Desmond no sólo ha escrito “El Mono Desnudo”, también escribió uno titulado “Observando bebes” (Babywatching, 1991), en el que analiza y expone el conocido reflejo de succión de los bebés, conducta innata mediante la cual al ser tocados en los labios, o en las proximidades de la boca, automáticamente disponen los labios para succionar, y si tienen algo “a pedir de boca”, como por ejemplo un pecho, se agarran a él fuertemente, lo succionan, hacen ventosa y no hay quien los separe. Ese comportamiento es universal y sirve para sobrevivir cuando somos bebés, pero cuando somos adultos aun nos quedan vestigios del mismo. Pruebe sino con su pareja, roce tiernamente su mejilla, o mejor la comisura de sus labios y a ver que pasa… Pruebe, pruebe. Pero ya hemos pasado demasiado tiempo con el señor Morris, ¿no le parece?, y aunque a sus 80 años, con varios nietos, y centenares de artículos, libros y viajes a sus espaldas, sería un placer discutir con él de estas cosas, creo que nos contentamos con haberle copiado párrafos enteros, lo explica tan bien, que para qué estropearlos. Y además, si usted ya leyó su libro más famoso le resultará agradable recordarlo, y si no lo ha leído le estimularán a hacerlo. ¿Pero es que no hay más antropólogos?, me dirá. Pues si, en efecto, hay muchos y excelentes, aunque conviene que sepa que las alusiones explícitas al beso son escasas en toda antropología moderna. Aun así, es preciso reconocer que no podemos cerrar el capítulo sin antes recurrir a la “madre” de la antropología cultural, a Margaret Mead, una de las personalidades más sensibles hacia el estudio de las costumbres sexuales de muchas culturas. Nació en Philadelphia en 1901, y se doctoró en antropología en la Universidad de Columbia, donde fue discípula de Ruth Benedict, otros de los “popes”de esta ciencia. En 1925 realizó su primer viaje a Samoa, para estudiar la conducta sexual de las adolescentes. Esta experiencia la plasmó en su libro "Coming of Age in Samoa", que enseguida se convirtió en un best seller. En esta obra mostró como las expresiones y gesticulaciones emocionales del individuo son condicionadas por la cultura. Más tarde, viajó a Nueva Guinea y sus observaciones sirvieron para demostrar que los roles emocionales o sexuales de género difieren de una sociedad a otra. Cuando estaban por allí, Mead y su esposo encontraron a Gregory Bateson. Juntos estudiaron a los tchambuli, los dobu, los mondugumor y otros extraños pueblos, y de las intensas discusiones con él surgió no sólo “Sexo y temperamento”, una de sus obras más importantes, sino tal grado de intimidad que Margaret acabó separándose de Reo y casándose con Gregory, y fueron felices y tuvieron nietitos. Precisamente uno de los consejos que ella 43
solía ofrecer en público es su madurez era: “Si no puedes estar en o con un niño todos los días, pide uno prestado” (para besarlo, supongo yo). Al final de su vida escribía y abogaba por el uso de la poesía para la educación de los niños. Valga como testimonio la última estrofa, del su último poema, que dedicó a la hija que le dio nietos: “Que puedas pues partir sin remordimientos y dejar este país familiar con un beso sobre mis cabellos y todo el futuro entre tus manos.” Y es que, según dicen, viajar es muy bueno para conseguir amigos y amores, y conocer y entender otras culturas, y esto es muy importante para el progreso de la humanidad, ya que con frecuencia adoptamos costumbres, ritos, valores… de forma inamovible y excluyente, sin que ni siquiera nos planteemos que puedan hacerse de otra forma. Por ejemplo, en materia sexual, la viajera Mead demostró en su libro “Sex and Temperament in Three Primitive Societies” que el comportamiento de ambos sexos varia entre unas y otras sociedades, especialmente en lo concerniente a la expresión gestual que acompaña a los aspectos emocionales y sexuales de la relación. Así, por ejemplo, en una tribu india tanto los hombres como las mujeres tenían un carácter sexualmente agresivo, en otra los dos sexos eran dulces y maternales en sus expresiones públicas de afecto, y en una tercera eran los hombres quienes se arreglaban, acicalaban y comportaban tiernamente, mientras que las mujeres eran enérgicas, practicas y no se preocupaban nada de su imagen. Gracias a sus trabajos y los de otros antropólogos, hoy sabemos que en la forma de manifestar la afectividad y la sexualidad no hay normas prefijadas universalmente. Que pese a las sugerencias de Morris, en el sentido de que sólo hacemos que imitar a nuestros antepasados, en realidad cada cultura, cada religión, cada época o cada pueblo han regulado estas vivencias y expresiones a través de normas, costumbres, ritos… diferentes, itiendo ciertas manifestaciones y prohibiendo otras. Si atravesamos la geografía física, probablemente nos sorprendería ver la pluralidad de los ritos de iniciación, que marcan el paso de la infancia y la incorporación en el mundo adulto. El beso es posiblemente el más universal de esos ritos, el más fronterizo, pero aun así sabemos que no es una forma universal de mostrar el amor o la querencia sexual, y que en algunas tribus es sustituido por arañazos o mordiscos. Hay pueblos que consideran que la boca es un órgano peligroso cuya función es morder, por lo que los besos son una mala manera de demostrar cariño. En otros sin embargo, los arañazos, los mordiscos forman parte del preludio, comenzando una relación en una verdadera batalla que
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puede dejar marcas. Es más, en algunas tribus se sabe si una persona ha tenido éxito sexual por las cicatrices que ostenta en su cuerpo. Los antropólogos culturales ha realizado numerosas observaciones sobre los besos en diferentes sociedades y culturas a lo largo del siglo XX, muchas de ellas movidas por una curiosidad que podríamos denominar “folclórica”. Casi todas se han centrado en dos aspectos, el modo de practicar los besos, y la hipotética existencia de culturas sin besos. En este sentido es bien conocido el estudio de campo realizado por Malinowski en los años veinte sobre el comportamiento de los habitantes de las islas Trobriand. Se decía que no se besaban nunca, nadie les había visto hacerlo, y que encontraban divertido saber que los occidentales juntaban sus bocas. Pero el investigador descubrió que cuando una pareja estaba a solas, se desvestían se sentaban o tendían en el suelo, y empezaban a acariciarse todo el cuerpo, incluyendo frotamientos de las mejillas y los labios. Posteriormente, a medida que la cosa se anima y el apasionamiento crece, ejercitan diversas operaciones bucales, se succiona los labios, rozan sus lenguas, se muerden los labios hasta sangrar, dejan que fluya la saliva, se muerden la barbilla o las narices… y se dicen frases cargadas de erotismo, cuya traducción sería algo así como “bebe mi sangre”, o “arráncame el pelo”, lo que a veces hacen de verdad pues llegan a morderse y arrancarse las pestañas. En varias zonas de polinesia es conocida esa conducta, que podríamos considerar como un “equivalente” de los besos. Se le denomina “mitakuku”, y consiste en depilar las cejas de la pareja con los dientes. Que podemos decir, ¡menos mal que no besaban! De hecho, lo que no hacían - por decirlo literariamente - era utilizar el beso en vano, para ellos ya es parte de la cópula, uno de los estadios iniciales del acto sexual largo y complejo que ellos practican. Ahora bien nunca se dedican caricias o besos eróticos si no se va a ir a más. Algo parecido ocurría con una tribu llamada “kung” del desierto de Kalahari, en la que al parecer no se expresaba el amor con gestos públicos como los besos, lo cual no significaba en absoluto que no sintieran amor y enamoramiento. Eso asegura Shostak en su descripción sobre la vida de las mujeres de esa tribu que se hizo famosa en los años 80. También se decía que los japonenses no se besan nunca, pero eso no es más que otra observación superficial. Contribuyó a esta idea la obra de un autor inglés llamado Lafcadio Hearn, que se casó con una japonesa y fue profesor de la Universidad Imperial de Tokio entre 1896 y 1903, y que publicó la primera descripción occidental sobre la cultura japonesa (Glimpses of Unifamiliar Japan). Dice textualmente: “Los besos y los abrazos son 45
simplemente desconocidos en Japón, si exceptuamos el hecho de que las madres japonesas, como las madres de todo el mundo, abrazan y besan a sus hijos… Después de la primera infancia (besar) se considera totalmente inmodesto”. Es sabido que las expresiones públicas de afecto en Japón son muy corteses y ritualizadas, pero en privado… como todos, la pasión no tiene fronteras. El cine japonés clásico lo ha mostrado sobradamente, o es que no recordamos la en su día escandalosa película “El imperio de los sentidos” (1976), que describe una relación erótica llena de besos y sexo que, en consonancia con el dramatismo de las pasiones orientales, no acaba sino con la muerte de los amantes. Viene de lejos el erotismo oriental, de hecho, diversos autores citan un manuscrito erótico medieval japonés en el se avisa a los hombres que han de tener cuidado de no besar a las mujeres durante el orgasmo, pues son tan fogosas que corren el peligro de ser mordidos y arrancarles la lengua. En la actualidad los japoneses besan poco y sutilmente, pero en privado… ¡cuidado con las japonesas!. Otra muestra de las observaciones antropológicas muy típicas, en post de una pretendida cultura sin besos, es el conocido “beso nasal” que para el gran público, y como muchas otras veces ha ocurrido, con la colaboración del cine, se ha difundido como el beso típico de los “esquimales”. En realidad se trata de un tipo de roce de salutación o de frote íntimo, que practican muchos pueblos, y que se ha denominado “beso olfatorio”. Pensemos que tocar, frotar o besar la nariz de alguien es un gesto muy personal, que no se lo haríamos a cualquiera, que en diversas culturas ha sido desarrollado como un gesto social de saludo y también de intimidad sexual. Como tipo de saludo es practicado en el continente europeo por los lapones y los yakutos (un pueblo de Rusia). También es una forma típica de saludar en otras zonas de Asia, Africa, Polineisa y América del Norte. Concretamente era un saludo común entre los Pies Negros y otras tribus americanas. Como práctica sexual es más característicos de los esquimales. Más adelante describiremos como se realiza, pero conviene que ahora entendamos que se trata de una formalización antropológico-cultural que podríamos hacer derivar de la ritualización social del instinto olfatorio. El olfato y el sexo, ya lo vimos, siempre han estado muy próximos. Otra observación antropológica muy curiosa es la realizada estudiando a los “Yanomami”, una tribu de indios belicosos que habitan en las márgenes del Orinoco en Venezuela. La experta Blue refiere que los padres dedican más de una hora al día a cuidar tiernamente de sus hijos, a los que dedican toda suerte 46
de caricias y besos, y de esa manera les dan alimento al tiempo que placer. Es más, según parece, es costumbre común en ellos besar o chupar el pene de los hijos “mayorcitos” para calmarlos cuando se sientan de “mal humor”. Vamos cuando se ponen guerreros y no hay quien los calle. Ingenioso truco, que al parecer no era desconocido por esas severas “institutrices” occidentales decimonónicas, a decir de Eibl-Eibesfeldt. Según su opinión, este tipo de comportamientos no debe considerarse como algo sexualmente perverso, sino como un signo del cuidado que los padres – y las madres – dedican a sus criaturitas, una conducta que realmente es “asexuada”, una forma de vinculación familiar más que una búsqueda del placer sexual, el que, sin duda, los hijos y sus padres habrían de sentir y disfrutar durante esas prácticas, sin sentirse incómodos por ello. De las institutrices nada se ha vuelto a saber. Otra de las culturas no occidentalizadas que ha merecido la atención de los antropólogos ha sido la árabe o musulmana. Ya en el siglo XVI los poetas árabes describían besos eróticos, y de esa época se conoce un libro escrito por un anónimo poeta tunecino, titulado “El jardín perfumado”, en el que se dice: “El beso en la boca, en las dos mejillas, en el cuello, así como el succionar los labios frescos, son regalos de Dios”. El erotismo privado y la sexualidad como un don divino es una constante en las culturas árabes, y sus ritos sociales también contemplan el beso de una forma muy ritualizada, cargada de signos y significados, como tendremos ocasión de ver más adelante. En general se trató siempre de pueblos muy besucones, contemplando siempre ciertas variaciones a tener en cuenta, como la edad, el sexo, la privacidad o la familiaridad de los besantes, y siempre con la religiosidad al fondo. Volveremos sobre ello. Curiosidades aparte, como dijimos dos de los lugares más comunes en las investigaciones de los antropólogos han sido buscar culturas con formas de besarse “especiales”, o culturas, tribus, sociedades “sin besos”. Respecto de las primeras, realmente podríamos decir que lo que practican ciertas culturas son “equivalentes” de los besos, formas mecánicamente diferentes, pero sexual o semánticamente semejantes. Respecto de las segundas, podemos decir que no se han encontrado “culturas sin besos”. Según la experta Blue, solamente en ciertos pueblos africanos – que no cita – el beso resulta desagradable, hasta el punto de que han desarrollado maniobras de extinción de los mismos. Pero en realidad sería más adecuado interpretarlas no tanto como un rechazo al beso, cuanto como maneras de represión de la sexualidad femenina. Cómo interpretar sino la mutilación del clítoris, la infibulación, o la inserción de anillos ostentosos y molestos en los labios de las mujeres de ciertas tribus africanas. Aun así, hasta en esas “brutales” tribus o culturas se practica el sexo precoital mediante frotación, succión, mordisquitos, soplos o
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palmaditas en la cara. Y a saber que harán en privado, cuando se quiten los anillos. En todo caso, lo que la antropología nos ha dejado bien claro con respecto al beso es que no es patrimonio de ninguna época o pueblo, puesto que tanto como manifestación sexuada como asexual existe en prácticamente todas las culturas. Según diversas fuentes revisadas por Helen Fisher, las manifestaciones públicas de amor romántico existen en el 80 % de las 168 culturas que han sido estudiadas por los antropólogos, y en más del 90 % de ellas se practica el beso erótico en privado y en público; y en el resto, que no lo hacen en público, es más que probable que también lo hagan en privado. Por lo tanto cerremos la cuestión: no hay culturas sin besos, ni besos sin cultura. Y es que, como ya hemos señalado, la cultura tiene mucho que agradecerle a los besos. Como se puede apreciar la antropología es una ciencia sencilla, observadora y descriptiva, pero nunca simple ni conformista. De hecho las teorías desarrolladas por el francés Edgar Morín aportaron una visión compleja de la antropología que encadenaba lo etológico con lo cultural y acababa en la sociología más avanzada. El profesor Solana Ruiz, de la Universidad de Granada, las estudió en profundidad, y sus apuntes nos clarifican el farragoso modelo “moriniano”. La antropología compleja define al hombre como un ser “bio-cultural”. No es sólo una mezcla equitativa de biología y cultura, sino que todo es biología y cultura a un tiempo. Según su visión, todo acto humano es totalmente biológico y totalmente cultural. Todo acto humano biológico, incluido el besar, es acto cultural, y todo acto cultural lo es biológico, puesto que el ser humano es naturaleza y cultura sabiamente entrelazadas. Besar es, antropológicamente hablando, un “acto bio-cultural”. Tal vez el acto biocultural por excelencia. Es sabido que las cosas se complican cuando se observan con suficiente proximidad. Del mismo modo las conductas humanas se complican cuando se convierten en actos sociales y culturales. También cambian cuando se practican con la suficiente intimidad. Los amantes buscan el recogimiento, como si de un rito religioso se tratase. Practican el beso con modelos aprendidos pero adaptados a la circunstancia dual que es la pareja. Cada persona besa de acuerdo con como besa el otro. El beso es complejo porque siempre es cosa de dos. Del beso nasal, al beso labial, al beso lingual, al beso caníbal, se pasa igual que de los gemidos se pasa al susurro y de estos a las letanías y de estas a las poesías eróticas. El beso es el introito permanente, la sacralización del deseo.
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Más puede que estemos yendo demasiado lejos, y no es el caso. Este no es un libro de anatomía, ni de fisiología, ni de etología, ni de antropología, ni de sociología, aunque, como los besos, de todas esas fuentes ha de beber algo. Así pues, para acabar este capítulo, permítame que le ofrezca una especie de resumen “eto-antropológico” del beso, en un tono más próximo al folclore que a la universidad. Todo empezó con un pico, el de los pájaros. Un inteligente instrumento, utilizable no sólo para comer y alimentar a otros, sino también para intercambiar feromonas y estimular la sexualidad, la procreación y el cuidado de los polluelos. Del pico se pasó al labio, el labio de los mamíferos. Un instrumento igualmente multiusos, pero más tierno y sofisticado, también cercano a la nariz y próximo a las feromonas y al cerebro. Con tan perfecto instrumento se colige que – valga el ripio – “del chupar al besar todo fuera coser y cantar”, y nunca mejor dicho. Inventado el beso ya sólo fue cuestión de esperar a que el cerebro creciera y lo complicase todo. Así fue como los “sesudos” primates enseguida aprendieron a sacarle partido a tan magnífico instrumento. ¿Por qué limitarse a usarlos para mamar en la tierna infancia, o chupar y deglutir en la etapa adulta, si además eran una inestimable fuente de placer y amistad? Ya puestos, de los primates a los habitantes de las sabanas africanas simplemente pasaron unos pocos millones de besos. Los primates inventaron los besos y los morreos, y los más “sapiens” los aprovecharon a conciencia, para darse placeres y saludos. Luego vino el pecado. Ya se sabe que del uso al abuso solo hay un tropezón, que, aunque no rime, es lo que sucede cuando el placer se mezcla con la intimidad. Así fue como los primeros “homos sapiens” se ganaron la expulsión del Paraíso, justo en el momento en que un señor llamado Dios les dio un buen susto con la “voz de la conciencia”. Seguro que fue porque estaba muerto de envidia, pues él, en su magna divinidad, no tenía nadie con quien besarse. Por eso les impuso un castigo eterno, el de verse obligados ya para siempre a pecar labio contra labio, y después de eso a enamorarse, y a sexuar y reproducirse, pero con normas, no a “lo bestia”, sino en la intimidad, en su casita, en la alcoba y con cortinas. Así se inventó la cultura y se acabaron las brutalidades. De la libertad de besar, se pasó a la prohibición de hacerlo, de la espontaneidad lúdica y placentera, a las costumbres y sofisticaciones sociales, del gesto al rito y de este a la liturgia religiosa, a las normas y leyes, a los notarios de la historia y al arte. Dígame si no es cierto que el beso es un gran argumento, algo así como el gran hilo conductor de la humanidad. ¿Qué creía, que era un juego? El beso es eterno y concupiscente. Viaja constantemente de la carne al verbo y vuelve del verbo a la carne. Pero nunca olvida su origen “bestial” y pecaminoso, y aunque las pudorosas normas se empeñen en ocultarlo o 49
disfrazarlo, el beso siempre resurge y regresa a la animalidad, a la instintividad, y remueve las entrañas carnales de los besadores, y desata a las feromonas incontrolables, y enciente los labios henchidos de sangre, y acelera los palpitos desaforadamente, y… cómo serán los besos que llegan a producir “ceguera transitoria”, como cierta dama - madura pero aun bella - me cuenta que le sucede cuando besa a ese alguien que sólo ella sabe quien es, y que no necesita ser nombrado, ni visto, para ser sentido y resentido… En fin, me dirá que esto ya es caer de nuevo en la poesía y no le falta razón. Volvamos pues al cauce de la humanidad y para ello qué mejor fuente que el archivo de la memoria, la “historia”. A la historia de los besos, y a los besos en la historia, es a lo que dedicaremos el siguiente capítulo.
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5. BESOS CON HISTORIA. El que escribe esto vive en Burgos, en un valle próximo a una colina donde algunos seres humanos, hace cientos de miles de años, se dejaron los huesos perdidos en las cuevas de un monte. Y no es metáfora. Hablo de Atapuerca, del mayor yacimiento paleontológico y protohistórico del mundo. Sabemos que los seres que allí vivieron hace cientos de miles de años cazaban, comían, se comían, se cuidaban, se relacionaban y también sabemos que un día muy lejano, allá por los albores del origen de la especie, descubrieron que podían comunicarse a través de gestos, sonidos y símbolos. Según los expertos eso pudo ocurrir hace unos… bueno, muchos años, cuando alguien depositó una piedra tallada, un bifaz de bella factura, bautizada por los investigadores con el simbólico nombre de Excalibur, junto al cadáver de alguien . Según ellos éste pudo ser el primer gesto simbólico conocido. Esa piedra no se llegó a utilizar para sus fines normales, sino que pudo ser tallada como ofrenda, regalo o estela mortuoria. ¿Quién sabe si eso es cierto?, pero la teoría es tan sugestiva como que al fallecido le despidieran con un beso antes de arrojarle a la Sima de los Huesos. De ninguna de las dos teorías hay constancia alguna, pero de ninguna deberíamos extrañarnos. Trataremos lógicamente de los besos prehistóricos, antes de entrar en los históricos. Hace muchos, muchos años, de eso… pero el dato concreto no nos importa. La cuestión que nos preocupa es si aquellos protohumanos sabían besar y se besaban. Obviamente no sabemos nada de ello, pero es muy plausible que la conducta simple y natural de “tocar-con-los-labios” se produjese antes incluso de que como seres pertenecientes al género “homo” adquirieran -en sentido estricto- “comportamiento” consciente y reflexivo (autoconsciente). Posteriormente, el desarrollo del comportamiento de “besar” se iría configurando paulatinamente de forma paralela al desvelamiento de la capacidad de comunicación simbólica. La hipótesis de la “explosión del simbolismo”, como causa y consecuencia de la inteligencia social, de la cultura y el arte, es muy sugestiva. De Altamira a ARCO no habría mucha diferencia: ambos son resultados de la capacidad humana de expresarse y comunicarse mediante símbolos. Pretendo desarrollar la hipótesis de que uno de los primeros símbolos pudo ser el beso. La idea es que antes de que el ser humano lograse utilizar las señales físicas (dibujos, tallas, adornos…) como signos con significado (símbolos), tuvieron que aprender a utilizar los gestos (comunicación no verbal) y los sonidos (comunicación preverbal) como actos significativos. La etología comparada y la antropología nos han enseñado que el beso, como gesto instintivo, ya es usado por los homínidos que nos preceden en la escala 51
evolutiva y por los pueblos aculturizados. Por lo tanto, podemos aceptar que también existiría en los primeros seres del género “homo”, y podría generalizarse como acto simbólico en los “homos sapiens”. La relación entre beso, lenguaje y cultura ha sido defendida por la antropología compleja que antes examinamos, por lo tanto, la propuesta que hago podría enunciarse en los siguientes términos: “El beso es un gesto fundacional de la historia humana”. De todo ello, insisto, no queda ninguna constancia, al menos no la he encontrado ni siquiera escudriñando con paciencia de excavador en los magníficos textos publicados por los Codirectores de Atapuerca, pero he hablado con uno de ellos, José M. Bemúdez de Castro, y no se ha mostrado en desacuerdo con el siguiente planteamiento: La utilización simbólica del gesto o el sonido (y el beso usa ambas), tuvo que ser anterior al uso de señales, instrumentos, aditamentos del vestido, etc. como símbolos. Podremos aceptar que antes de que los seres fuéramos específicamente humanos, es decir “sapiens-sapiens”, ya sabíamos besar, pues de hecho todos los homínidos besan. Como corolario de lo que digo me gustaría que recordasen por un momento la tosca facies de aquellos seres humanos “Antecesores”, o los Neandertales, con su llamativo prognatismo, esos labios gruesos y protuberantes, como hechos a propósito para besar. Aunque sólo fuera por accidente táctil, es evidente que el beso tuvo que acontecer entre los seres humanos protohistóricos como una sucesión lógica de la aproximación olfatoria - la cual, según algunos sería el verdadero origen del beso - tanto como por la progresiva sofisticación de la conducta de mamar, como opinan otros. Uno de los aspectos y consecuencias más interesantes del beso en los protohumanos podría haber sido el establecimiento de vínculos familiares. Según H. Zulliger en “Horda, banda, comunidad”, el papel de los os físicos emocionales en la formación de la pareja, la familia y la comunidad es clave. Según sus teorías, antes de que se estableciese la familia como tal, los seres establecerían sistemas de comunidad basados en intereses comunes transitorios: “Hordas”. El paso de grupos en forma de “hordas” a grupos en forma de “bandas” (grupos permanentes, con intereses comunes estables) y de estas a las “familias”, se consumaría por diversas razones, entre ellas las de defender el nido “familiar”, mejorar las condiciones de alimentación, regular las necesidades sexuales, procurarse protección y cuidados, etc. En el seño de las primeras agrupaciones “familiares”, eso que ahora llamamos amor sería muy distinto. Los primeros seres experimentaron impulsos sexuales y pasionales sólo en determinadas épocas de celo, las cuales dependerían, entre otras cosas, de las estaciones del año. Mientras tanto el instinto sexual estaba 52
adormecido, pero cuando despertaba lo hacia con fuerza irresistible. El hombre se hallaba irreflexiva y animalmente sometido a él y cualquier medio de alcanzar su objetivo era bueno. Su “amor” era sólo ansia de aparearse y nada más. No existía originariamente en el hombre ese aspecto del amor que ahora llamamos emocional o espiritual. Eso sólo pudo desarrollarse después de largo tiempo de convivencia y, posiblemente, se debió a la relación materno-filial. El modelo original sería el del amor de la madre a sus hijos y de estos a sus madres. En el lactante se habría despertado el amor por su madre al poseerla oralmente, a través de la relación nutricia. La genitalidad sería muy posterior, un complicado ensamblaje, compuesto de numerosas tendencias y aprendizajes sucesivos, que proporcionarían placer y se satisfarían globalmente. En el contexto de la primitiva relación materno-filial es en la que encontraríamos por primera vez el beso como elemento fundacional de la sociedad humana. Zulliger opina que el placer del beso procede del placer de chupar. Antropológicamente se podría rebatir su teoría señalando que en la actualidad aun hay pueblos o culturas que no practican el beso bucal o “succional”. En lugar de besar lo que hacen, por ejemplo, es frotarse las narices, lo que también podría remontarse a la costumbre de los lactantes de apretar la naricilla contra el pecho de la madre, que permitiría asociar los estímulos olfatorios con los placeres nutricionales. El beso labial, el frotamiento de la nariz, la delicada caricia, el cogerse de las manos, el abrazarse, el mordisquearse o el morderse decididamente, satisfacen un erotismo superficial, pero también tan “profundo” que se remonta a las capas más primitivas de la conducta humana. Sea como fuere, ya fuese por la boca, ya por la nariz, algún día sucedió que los labios de una madre “Antecesora”, mientras su lactante mamaba, rozaron tiernamente la mejilla, la frente, los labios, la boca de su retoño. Y ya no sólo fue el gesto de olfatearle para sentirle y reconocerle, ya fue para tocarle y sentirle vivo, cálido, tierno, y hacerlo con la parte más sensible de su cuerpo: los labios. ¿Cuándo ocurrió el primer beso maternal?, ¿cuándo se transmutó en sexual, o en beso de salutación o despedida?, y, sobre todo, ¿cuándo se dieron el primer beso de amor una hembra y un macho Antecesores? Los investigadores de Atapuerca no lo saben, pero tampoco es necesario. Basta con que hayan aceptado la pregunta. Para encontrar la respuesta tendríamos que remontarnos hasta las primeras mujeres “cromagnones”, cuando aún no se había descubierto el fuego y no sabían usar las herramientas. Las madres no serían muy hábiles en el uso de las manos para preparar los alimentos, entonces estas hembras tendrían que mascar la comida destinada a sus hijos. Cuando la “papilla” estuviera en su punto, lo pasarían de sus bocas a las de sus pequeños. Quizá aprendieron de las aves, que regurgitaban los alimentos 53
para dárselo a los polluelos. Ningún sentido pasional o de cariño, simplemente un sentido práctico y vital. Luego vendría todo lo demás. Así pues, y por concluir esta ya farragosa hipótesis, diríamos que los diferentes tipos de besos pueden ser entendidos como comportamientos sensoriales, sentimentales, sexuales y comunicativos, productos de la evolución y desarrollo cerebral del ser humano, y contribuyen al desarrollo social de la humanidad que partiendo de la proto-historia fundan la historia. Llegados a este punto, dejamos la prehistoria y entramos en la historia. Nadie podría decirnos cuando acaba una y empieza otra, aunque es evidente que a efectos prácticos la historia tenemos que hacerla comenzar algún día, y en materia de besos comienza, lógicamente, en el momento en que alguien plasmó el primer beso en pintura, escultura o texto. Pues bien, sea historia o mito, los primeros datos escritos sobre besos los encontramos, como casi todo, en la Biblia, en los “besos bíblicos”. BESOS BÍBLICOS La Biblia es el libro de los libros, y como corresponde está lleno de palabras, y de otras muchas cosas, entre ellas hay muchos besos. Resulta sorprendente la cantidad de besos que se encuentran en ella. Ahora que disponemos de versiones informatizadas de la Biblia, basta con pedirle al ordenador que busque la palabra “besos” o “besar” y salen docenas de citas. Lo más sencillo sería copiarlas y ofrecérselas, pero también sería tedioso e insustancial, y los besos, sin sustancia, pierden mucho. Por eso es de agradecer el esfuerzo que ha hecho el sacerdote-periodista Jesús Infiesta para sistematizar el tema en un bello capítulo incluido en el libro “Besos”, dirigido por Mª Ángeles Rabadán, del cual vamos a tomar prestadas muchas cosas a lo largo de este libro, por lo que vaya por delante mi agradecimiento a los autores del mismo. En efecto, desde el Génesis hasta el final del Antiguo Testamento hay al menos 40 alusiones directas a los besos. La Biblia es casi un catálogo de besos. Por cierto, en el último libro, el Apocalipsis, no hay ni uno sólo. Será que los besos terminales son mucho más difíciles de dar, pues como dijo no se quien, “el peor nunca es el primer beso, sino el último”. Así pues empezaremos por el principio, el Génesis, y en él enseguida encontramos los primeros besos: Gen: 26 Y le dijo Isaac su padre: Acércate ahora, y bésame, hijo mío.
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27 Y Jacob se acercó, y le besó; y olió Isaac el olor de sus vestidos, y le bendijo, diciendo: Mira, el olor de mi hijo, como el olor del campo que Jehová ha bendecido;… Este es el primer beso en orden de aparición es la escena bíblica, tal vez el primero escrito por los seres humanos. Un beso candoroso, muy labial, muy umbilical, ligado a esa forma de cariño que es la ternura con que la madre o el padre cuidan de su hijo, aunque tal vez oculte algo, ya lo veremos. Poco después aparece otra forma de besar, la primera expresión de un beso de amor entre hombre y mujer, con escena pastoril incluida y Dios vigilando: Gen. 29: 10 Y sucedió que cuando Jacob vio a Raquel, hija de Labán hermano de su madre, y las ovejas de Labán el hermano de su madre, se acercó Jacob y removió la piedra de la boca del pozo, y abrevó el rebaño de Labán hermano de su madre. 11 Y Jacob besó a Raquel, y alzó su voz y lloró. 12 Y Jacob dijo a Raquel que él era hermano de su padre, y que era hijo de Rebeca; y ella corrió, y dio las nuevas a su padre. 13 Así que oyó Labán las nuevas de Jacob, hijo de su hermana, corrió a recibirlo, y lo abrazó, lo besó, y lo trajo a su casa; y él contó a Labán todas estas cosas… 20 Así sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos días, porque la amaba. He ahí el segundo y el tercero de los besos. Dos besos bien distintos, de amor y de salutación, bien descritos y diferenciados desde el principio de las palabras. Dos semióticas del beso en el libro más simbólico de todos. Pero sigamos. En el Capítulo 48 del Génesis, Jacob bendice a Efraín y a Manasés, los hijos de José, nacidos en Egipto, para otorgarles el reconocimiento y la primogenitura: Gen 48: 8 Y vio Israel los hijos de José, y dijo: ¿Quiénes son éstos? 9 Y respondió José a su padre: Son mis hijos, que Dios me ha dado aquí. Y él dijo: Acércalos ahora a mí, y los bendeciré. 10 Y los ojos de Israel estaban tan agravados por la vejez, que no podía ver. Les hizo, pues, acercarse a él, y él les besó y les abrazó. Otro famoso y primerizo beso bíblico es el que Moisés recibió de su hermano Arón a su vuelta del desierto, cuando éste fue a recibirle por orden de Dios:
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Exodo 4: 27 Yavé dijo a Arón: Ve al desierto, al encuentro de Moisés. Partió Arón, y encontrándose con su hermano en el monte de Dios, le besó”. Por primera vez un dios usa el beso para significarse. Por cierto, ¿los dioses también besan? Se lo preguntaremos a los griegos más adelante. Recordaremos aun otro beso curioso, el beso alado, el beso de mariposa que dicen los niños. Es en el libro de Job (31,27): “Y les mandé con la mano el beso de mi boca”. Besos, como se aprecia, de todos los tipos. Universales, telúricos, sagrados, amorosos, tiernos, caritativos, eróticos… He aquí, por tanto, un segundo catálogo de besos, después del que encontramos en los diccionarios de la lengua. Por si alguien quiere entretenerse, puede buscar en las Antiguas y Nuevas Escrituras y encontrará besos de afecto (Génesis 27:26, 27; 29:13; Lucas 7:38, 45); de reconciliación (Génesis 33:4; SAM 2. 14:33); de despedida (Génesis 31:28,55; Ruth 1:14; SAM 2. 19:39); de homenaje (Ps 2:12; 1 SAM. 10:1); paterno-filiales (Génesis 27:26; 31:28, 55; 48:10; 50:1; Ex. 18:7; Ruth 1:9, 14); entre parientes (Génesis 29:13; 33:4; 45:15); fraternales (Rom. 16:16; 1 Cor. 16:20; Cor. 2. 13:12; 1 Tes. 5:26; de idolatría (Reyes 1 19:18; Hos. 13:2), etc. Precisamente uno de los aspectos más significativos de la historia bíblica de los besos es comprobar las diferencias entre el Viejo y el Nuevo Testamento. En este también hay abundancia de besos de todos los tipos. Veamos uno de ellos, gracias al cual la mujer pecadora se redime por mediación del Mesías. Lo encontramos bellamente descrito en: Lucas 7: 37 Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; 38 y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume. 39 Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora. 40 Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Di, Maestro. 41 Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta;
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42 y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? 43 Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado. 44 Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. 45 No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. 46 No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. 47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. 48 Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. 49 Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados? 50 Entonces Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz. Se trata de besos mágicos, que sirven para la transformación íntima y social de la persona. Esta función redentora, liberadora, transitiva de los besos la vamos a ver muchas veces a lo largo de la historia y los mitos. Es la esencia de un buen número de cuentos y leyendas bien conocidos. Tal vez sea la más noble de las funciones del beso, la que nos redime y nos acerca a la inmortalidad. Valga a este efecto recordar la cita que comparten V. Burell y E. Galvano: “Somos mortales solamente hasta el primer beso o la segunda copa”. Besos y vino para andar el largo camino que va de los cielos al tálamo. En todas las culturas se ha recorrido este camino. El beso es de origen divino, dice Infiesta, símbolo de veneración a los dioses, plasmados en innumerables manifestaciones litúrgicas y rituales. El Pilar que soporta la Virgen a orillas del Ebro; la pétrea espalda de Santiago en el templo donde acaba su famoso camino; la columna que soportaba la efigie de Hércules en el templo de Agrigento, según nos cuenta Cicerón, ya que no pudimos verla… tres simples ejemplos de cómo los besos llegan a desgastar la piedra mágica sobre la que los humanos sustentan sus esperanzas y descargan sus temores. Otro beso interesante, muy significativo en relación con el mensaje del Nuevo Testamento, es el que expresa la redención y absolución de la culpa, es el que se dan el padre y el hijo pródigo al regreso de éste: Lucas 15, 18-20: “Iré a mi padre y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose se vino a su padre. Cuando aun estaba lejos, viole el padre y, compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos.” 57
Desde ese beso en adelante, sin salirnos de los Evangelios, encontraremos besos para todos los gustos. Besos poéticos, simbólicos, míticos, misteriosos, todos ellos llenos de significados, incluyendo el beso de Judas, el de la traición, el más famoso de los besos de la historia. Una lectura transversal de los Evangelistas nos muestra que todos relatan este beso de modo bastante coincidente. Tomaremos el relato de Lucas por ser tal vez el más descriptivo: Luc. 22: 45 Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza; 46 y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación. 47 Mientras él aún hablaba, se presentó una turba; y el que se llamaba Judas, uno de los doce, iba al frente de ellos; y se acercó hasta Jesús para besarle. 48 Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? Este beso es tan peculiar que engendrará un modelo que perdurará para siempre, aunque dicho simbolismo no fuese nuevo en la Biblia. En realidad no hace sino retomar la tradición que ya se anunciaba en Proverbios (27:6): “Los reproches de un amigo demuestran su lealtad, los besos de un enemigo son engañosos.” Tradición anticipada también por Joab antes de asesinar a su rival Amasa con su espada, según consta en Sam. 20, 9-10: “Entonces Joab dijo a Amasa: ¿Te va bien, hermano mío? Y tomó Joab con la diestra la barba de Amasa, para besarlo. Y Amasa no se cuidó de la daga que estaba en la mano de Joab; y éste le hirió con ella en la quinta costilla, y derramó sus entrañas por tierra, y cayó muerto sin darle un segundo golpe. Y por Absalón, el tercer hijo de David (Sam. 15,5-6): “Y acontecía que cuando alguno se acercaba para inclinarse a él, él extendía la mano y lo tomaba, y lo besaba. De esta manera hacía con todos los israelitas que venían al rey a juicio; y así robaba Absalón el corazón de los de Israel. E igualmente antecedida por Jacob, quien haciéndose pasar por su hermano le roba la primogenitura a Esaú con el que según vimos es el primer beso bíblico en orden de aparición: (Gen. 27, 26-27): “Y su padre Isaac le dijo: Acércate ahora y bésame, hijo mío. Y él se acercó y lo besó…” Ahora bien, ¿quiere eso decir que el beso como símbolo de traición o engaño podría considerarse la más antigua de las semánticas universales del besar? Probablemente no, aunque si entronca en cierto modo con la función 58
predominante de los besos bíblicos, la social, mucho más que la amatoria. De hecho, si nos fijamos descubriremos que la mayoría de los besos bíblicos son de bienvenida, de despedida, de expresión de respeto, de reconocimiento de autoridad, etc. Veamos, a modo de ejemplo, lo que el faraón le dice a José, para conferirle la autoridad sobre las masas, esa que tan hábilmente sabrá luego utilizar a favor de su pueblo judío: “Todo mi pueblo se someterá a tus órdenes” “Que todo mi pueblo te bese en la Boca”. Ese beso es símbolo de respeto y poder. Por cierto, José debería considerarse como el primer psicoanalista de la historia, y no Freud - quien como veremos también se preocupó ampliamente del tema de los besos - ya que aquel supo interpretar tan hábilmente los sueños del faraón, que consiguió cambiar su propio destino, el del pueblo judío y el de la humanidad. Resulta curiosa esta circunstancia. El beso antes de ser descrito como símbolo amatorio o sexual, es usado como sistema para comunicar socialmente algo. Y resulta curioso porque si la hipótesis que sostenemos es que el beso surge de la complicación de las conductas de olfacción o succión, lo lógico sería esperar que su primer uso histórico fuese el “amatorio”, el sexual, más que el ritual, y al parecer no es así, como tendremos ocasión de comentar. Sin embargo en la Biblia también encontramos referencias al beso amatorio o sexual, aunque para ello tengamos que recurrir al menos “religioso” de todos sus libros, el Cantar de los Cantares, que es en realidad un bello poema de amor, atribuido al Rey Salomón, y por lo tanto escrito presumiblemente hace unos 3000 años. En este libro los besos alcanzan por primera vez categoría cinematográfica. Recordemos: “Oh, que él me besara con los besos de su boca. Mejor que el vino es tu amor”. Y también: “Tus labios, ¡oh! esposo mío, gotean como el panal de miel; hay miel y leche bajo tu lengua”. Retenga esta frase, por favor, más nos hará falta. Hay muchos exegetas dogmáticos, rígidos y pacatos que interpretan estos besos del Cantar de los Cantares como una simbolización del amor entre el alma inmortal de los seres humanos y su donador, el dios todopoderoso. Como una expresión mística de la unión entre la parte espiritual de los seres humanos y la divinidad que se la confiere, cuando en verdad lo que uno siente y colige al leer ese libro maravilloso, es que no es más que literatura erótica de categoría superior, escrita cientos de años antes que los arrobos eróticos de San Juan de la Cruz se convirtieran en poesía mística, y miles de años antes de que se hiciera famosa la colección de libros “La sonrisa vertical”. Viejo y largo es el viaje de los besos, y ancho es su dominio. En efecto, dado que la catalogación historiográfica del libro de los libros es tan incierta como 59
dispar, bien podríamos asegurar sin temor a equivocarnos, que hace más de 3000 años los seres humanos ya besaban con amor, con candor, con pasión, con ternura, con emoción, con odio, con traición… lo dejaban escrito con belleza irable. Es evidente que no lo hacían sólo como los animales, y en todo caso no sólo por aproximar los labios a otros labios u otras partes de cuerpo de otra persona. Así, por ejemplo, en Mesopotamia, unos 1750 años antes de Cristo, ya podemos encontrar textos que contemplan besos simbólicos y amatorios. Infiesta recoge el siguiente texto: “Sí, besaré a mi querido. Le daré besos. Y no pararé de comérmelo con los ojos”. Incluso más atrás se encuentran textos sumerios, escritos al parecer entre el 2000 y 3000 antes de Cristo, que describen el beso amatorio como símbolo que sella el matrimonio entre “Ianna y Dumusi”. Dice: “Bésame con toda la boca…” “Que me bese con los besos de su boca”. Sin comentarios, pero es una verdadera belleza amatoria protagonizada por los besos, que nos hacen repensar la hipótesis. Ahora parece que la amatoria gana a la social en antigüedad. Pero, ya que andamos metidos entre el medio oriente y la religión cristiana, déjeme que examine la relación entre ambos, y que indaguemos si tiene alguna pertinencia hablar de las características peculiares de los “besos cristianos”, como algún teólogo ha defendido recientemente. EL EVANGELIO DE LOS BESOS El amor es el principal mensaje de los Evangelios cristianos, ¿no es cierto? Por lo tanto podríamos esperar que los Evangelios y los besos tuvieran mucha relación. Examinémoslo: ¿qué sucedió con los besos después de aquellos imborrables sucesos que cambiaron la historia? Pues bien, después de la muerte de Jesucristo, ya durante los primeros decenios de la era vulgar, los padres de la Iglesia escribían cartas a sus fieles llenas de besos. San Pablo es, tal vez, el más pródigo de todos. En su Epístola a los Romanos, dice, textualmente: 16:16 Saludaos los unos a los otros con ósculo santo. Os saludan todas las iglesias de Cristo. Y en la primera a los Corintios manda de nuevo: 16:20 Os saludan todos los hermanos. Saludaos los unos a los otros con ósculo santo. Y en varios otros lugares se despide con esa encomienda “besaos los unos a los otros”. El beso como gesto de reconocimiento fue desde muy pronto un símbolo cristiano. El beso santo, el beso de paz, (la “pax”) enseguida se instituyó y mantuvo en la “iglesias” cristianas como símbolo de vinculación, de piedad y de amor fraterno, un gesto que invitaba al perdón, a la simpatía, a la abolición 60
del resentimiento y el odio, a la unión religiosa (que viene de “re-ligare”) y a la caridad (que significa “comida en común”). Según Infiesta, esta manera de besar no fue en realidad más que la incorporación al cristianismo de la simbología helenística y romana, pródiga en besos. Otro de los padres de la Iglesia más interesantes en relación con los besos fue San Justino, mártir en el año 165, y el que podríamos considerar como primer analista y apologista de Cristo. Menciona en sus escritos sobre los Cristianos, a los que antes de vincularse ya había observado y estudiado en profundidad, el frecuente uso que hacen del gesto simbólico de besarse: “Los cristianos se daban un beso para que su martirio se llevase a cabo con el beso de paz”. San Hipólito, otro mártir, a comienzos del siglo III menciona que los sacerdotes al comienzo de la eucaristía deben recibir un beso de los de la asamblea, pero eso sólo lo pueden hacer los que previamente hayan sido bautizados, confirmados y besados por el sacerdote. Este “beso de paz” se daba “boca a boca”, como símbolo de transmisión del soplo divino. Para San Agustín (354-430), gran “besador” antes que santo, el beso es cosa seria que no debe menospreciarse. Es lo más importante “que hacen los labios después de las palabras”, es la forma más sincera de ofrecer la paz a los demás de la Iglesia. Cuando estos se besan lo hacen no sólo sus labios sino sus corazones: “Al igual que vuestros labios se acercan a los de vuestro hermano, que vuestros corazones no se aparten de sus corazones”. Sin embargo para San Agustín no es todo candor y claridad, pues recela del beso y de cualquier comportamiento sexual cuando hace pender sobre ellos la espada del pecado original, herencia de nuestros primeros padres, que se transmite a la descendencia eternamente y sin necesidad de testamento, tal y como ocurre con los besos. No en vano por la boca vino el primer pecado, interprétese esto como se quiera. Antropológicamente o religiosamente. El bocado de Eva era “la puerta del diablo” según Tertuliano (160-225), quien demonizó la boca de la primera mujer y con ello al beso. El fruto prohibido no era una manzana, eso es seguro, era un beso sabio, instigador del sexo y las palabras. No probéis de ese fruto, pues detrás de el está el placer y la inteligencia, parece decirnos la escena bíblica, o al menos así la interpretaron y ocultaron los primeros exegetas, como Tertuliano o Agustín. Del beso a la cópula, y de esta a la generación de la vida, como los dioses mismos, que poseían la sabiduría y la facultad de crear. Cuanto peligro, nos viene a sugerir esta historia mítica de la humanidad.
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Tanto peligro y tanto pecado, acabó reflejándose en el sentimiento de culpa umbilical que todos los cristianos arrostraron durante siglos de oscuridad e ignorancia. Del pecado, a la culpa y de esta a la expiación a través del ascetismo, la mortificación o de conductas excéntricas, desde el movimiento eremitas a los flagelantes, pasando por los peregrinos, judíos errantes o besadores de leprosos. En efecto, se dice que el rey Luis IX, hijo de Blanca de Castilla, lavaba y besaba los pies roñosos y llenos de yagas de los mendigos a los que invitada a su mesa diariamente, a modo de renovación de la costumbre cristiana. San Juan el Hospitalario, según cuenta Jacobo de la Vorágine en “La leyenda dorada”, nació maldito y destinado a ser militar y santo, según profetizaron un ermitaño y un gitano que le vieron nacer. Con los años se hizo cazador sangriento y militar famoso. Como cazador y soldado mataba desaforadamente, hasta el punto de una excitación pasional que solo lograban calmar los besos de su madre. Como militar de alcurnia acabo casándose con la hija de un rey, siendo adulado y besado por las multitudes. Un buen día regresa a casa de noche y encuentra a su mujer en la cama con otro, y los mata, pero pronto descubre que en realidad eran sus padres que habían venido a visitarlos sin avisar. Desquiciado por la culpa huye y se convierte en un barquero que arriesga su vida transportando viajeros en un río sin cobrar nada. Un buen día lleva a un horrible leproso al que ofrece comida y cobijo. El leproso está moribundo, tiembla de frió y le pide que le abrace y le caliente, y Julián no duda en hacerlo, y “…se echó encima boca contra boca, pecho contra pecho. Entonces el leproso le abrazó fuertemente”… y en tal trance los dos mueren y los ángeles se los llevan al cielo. San Francisco de Asís (1182-1226) también protagonizó una escena con leproso. Paseándose en cierta ocasión a caballo por la llanura de Asís, encontró a un leproso. Las llagas del mendigo aterrorizaron a Francisco; pero, en vez de huir, se acercó él pues le tendía la mano para pedirle limosna. A pesar de la repulsa natural, venció su voluntad, se acercó y le dio un beso. Aquello cambió su vida, se convirtió en santo. A la santidad por el beso. Un compendio de “masoquismo” cristiano que redime de la culpa y del pecado original. Es el beso de iluminación que tan de moda se puso entre los caballeros y en las leyendas medievales. Los besos a los leprosos llegaron a ser una verdadera plaga entre los ascetas medievales. Los caballeros cruzados en destino a Jerusalén pasaban de matar infieles a besar leprosos, como Julián pasaba de cazar a convertirse en santo. Descansaban de sus matanzas cuidando y besando las heridas de los leprosos para aproximarse a Cristo. Eleonor de Aquitania (1122-1204) se dedicó a besar leprosos a troche y moche. Que mejor manera de expresar el amor y la humildad, al tiempo que desentenderse del pecado y la carne. Todo el esplendor del rigor dogmático 62
encerrado en un beso. Los siglos XII y XIII fueron pródigos en tales manifestaciones, también en matar brujas sin ninguna consideración. Hubo una época, ya bien avanzada la era cristiana, en la que aparecieron entre los católicos otros besos menos “carnales”, más espirituales, los “besos místicos”. Se trataba de besos que simbolizaban la unión de lo espiritual con lo material. San Juan y Santa Teresa los relatan con toda la vehemencia amatoria, poética y “mística” que les fue posible, y era mucha. La unión entre el alma y Dios no es, sin embargo, un rasgo específicamente cristiano, sino una vuelta a Platón, al Banquete, a su teoría de la unión de las dos mitades incompletas, la que protagonizan los amantes en su búsqueda de la perfección. Claro que el beso de los amantes místicos era – según dicen - el abrazo, la fusión carnal con el Espíritu Santo, con el consiguiente éxtasis que eso les producía. San Juan de la Cruz habla de que es “…la fusión del amor humano con el divino, la criatura con lo creador”. También habla de raptos, de éxtasis, de relámpagos, en fin, de algo tan excitante que resulta casi inefable, a no ser en que se use ese lenguaje tan poético, tan - digamos metafórico. Puede que sea algo muy similar a lo que les sucede a los adolescentes inflamados por el deseo y el placer de contemplar a sus amantes. Se quedan mudos de arrobo, alexitímicos, y en esas condiciones más vale un beso que mil palabras. Es sabido que las excentricidades son propias de los dogmatismos ignorantes, de los sistemas ideológicos y creenciales cerrados de los fanatismos acríticos. Como hemos podido apreciar, el cristianismo era proclive a todo ello, y en lo tocante a los besos no podía ser menos, así que desde muy pronto incorporó a su liturgia diferentes tipos de besos “religadores”, los cuales poco a poco se fueron sacralizando al tiempo que se ritualizaban. Tal vez por eso, el beso de paz, el beso eucarístico, un beso boca a boca que siempre fue símbolo de unión entre los cristianos, con el tiempo se fue perdiendo, posiblemente por culpa de la severidad dogmática y pacata que invadió las costumbres eclesiales, la cual sólo se atenuó tras el Concilio Vaticano II, incorporándose de nuevo el beso a la liturgia de misa, aunque nunca ya como antes, sino más bien como un gesto muy soso, apático, sin ninguna – digamos – carnalidad, para evitar riesgos, supongo. Y ya que andamos metidos en liturgias históricas, y para no tener que volver sobre ello, déjeme que examinemos los múltiples tipos de besos de que dispone el ritual católico. Por ejemplo, antiguamente, era costumbre besar a los muertos que hubiesen fallecido en la comunión de la Iglesia, pero luego se perdió. Otro beso litúrgico es el que el sacerdote da a los utensilios sagrados, o, en la ceremonia ortodoxa, a los iconos sagrados. En los ritos protestantes al parecer no caben los besos, al menos eso dice en su artículo el citado Infiesta, 63
quien menciona los besos rituales y sus indicaciones precisas, recogidas minuciosamente en la liturgia romana. Así ocurre con el beso que el ministro debe dar en la mano derecha al celebrante cada vez que se intercambian algo, o el beso que se da a los objetos sagrados en cuaresma, o los besos en el anillo de los obispos, etc., etc. Entre ellos están los besos que da o recibe el Papa, los cuales tienen ciertas peculiaridades destacable. Por ejemplo, los besos de las tres adoraciones que siguen a su elección, al comienzo de la misa pontificia, y en las capillas papales. Se trata de besos que se le deberían dar en el pié, y que se remontan al primer modo de expresión de respeto hacia los soberanos, que ya tuvimos ocasión de analizar. Esta costumbre de origen oriental, fue impuesta en occidente por los emperadores, introducida en la Iglesia por el Papa San Cayetano en el año 283, y generalizada posteriormente por el Papa Gregorio VII, el famoso Hildebrando, como señal del profundo respeto que la cristiandad entera le debía testimoniar al Sumo Pontífice. A éste sólo le podían besar en la mano los reyes y los obispos, y lo consideró un gesto tan importante que lo incluyó explícitamente en los textos de las reformas impulsadas por recogidas en el Dictatus Papae del año 1075. Concretamente en la “Norma 9” dice: “Que todos los príncipes hayan de besar los pies solamente del Papa”. La muerte del Papa Juan Pablo II nos ha dio la oportunidad de contemplar en directo la liturgia de los besos papales. Por ejemplo, era notorio el que Juan Pablo daba en los pies de los doce ancianos durante el lavatorio del comienzo de la Pascua. Este gesto antes era muy común, luego fue desapareciendo, pero Juan Pablo lo popularizó y difundió gracias a la televisión. Otro beso papal ritual, que deberían haberle dado los fieles que le visitaron su cuerpo presente, tendría que haber sido en la zapatilla que debería haber cubierto sus pies. Pero como pudimos ver por la televisión, ni llevaba zapatillas, ni se pudieron acercar a besarle para despedirse de él. Cosas de los tiempos modernos, tan condicionados por la televisión. El desaparecido Papa era viajero y besucón, y lo demostraba mediante el gesto de besar la tierra de los países que visitaba. Era su señal de respeto y amor hacia los habitantes que iba a “apostolizar”. De nuevo se trata de la recuperación de viejas tradiciones, como es el besar la tierra amada cuando se vuelve a ella después de mucho tiempo de ausencia, o la bandera que la representa como símbolo de lealtad y compromiso. Besar la tierra también es, según el modo papal, señal de humildad, reconocimiento y gratitud hacia el Señor que nos la ha entregado en usufructo.
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También se mostró pródigo el Papa Juan Pablo en el beso a los enfermos, lo que nos retrotrae hasta el beso a los leprosos de San Buenaventura, San Francisco y San Juan el Hospitalario, y en último extremo hasta el mismísimo Cristo en su relación con los débiles, enfermos, necesitados o excluidos. Recientemente, con motivo del enorme éxito alcanzado por la novela el Código Da Vinci, que tiene como trasunto argumental la relación afectiva y carnal que pudo haber entre Jesús y María Magdalena, el doctor en bioética argentino Leonardo Belderrain, publicó un artículo titulado ¿Existe una forma de besar cristiana? Las preguntas que él se plantea son: ¿Realmente el cristianismo debió ser la expresión del amor de Jesús por María Magdalena? ¿Cómo fueron sus besos si los hubo? ¿Cómo son los nuestros para sentirnos divinos como Jesús? Reproduzco literalmente sus respuestas, pues creo que no tienen desperdicio: “La mecánica del beso es interesante, pero no confundamos humo con incienso. Sólo los grandes amores besan con el alma. Se disfruta del beso si se percibe deseo de fusión recíproco. Así, si se percibe deseo de fusión, los besos son más plenos. Así se recorre el camino de integración a Dios, sobre todo con muchos besos. Si persiste la sensación de separación con Dios los besos implican desintegración. Solo quien vive en el amor besa cuando hay deseo de entrega, por eso la prostitutas no besan en la boca se guardan para cuando sienten un verdadero amor. Por eso nos precederán en el reino de los cielos, no por lo que hacen incorrectamente sino porque cuando besan, besan; y también en esto radica la grandeza de la erótica cristiana. No tanto por su énfasis en lo que prohíbe, sino por la convicción que suele acompañar al que se deja llevar por el amor y puede reservarse para aquellas relaciones en que besar es expresión de todo tu ser. Explotar besando como dijera Jerónimo Podesta. Fundirse en cada orgasmo es muy propio de todo camino espiritual que comprende que nos vamos haciendo Dios amando y dejándonos amar. Para la vieja cultura cristiana el amores-pasión era motivo de suspicacia. […] Se suele besar a las personas que se ama. Pero el individuo puede también funcionar mecánicamente, y entonces tiene orgasmos y besa a personas que no ama tanto. […] Creo que el mensaje de Jesús que propagó el cristianismo apuntó al amor ágape para la construcción de comunidades fraternas y de un mundo más justo. […] Para la sensibilidad actual parece natural que Jesús se haya enamorado de Maria Magdalena y que ella lo haya amado, seguido y acompañado siempre; […]. Era imposible en aquel contexto tener una familia típica. Si se hubiera quedado en su casa, con su mujer e hijos, no hubiese hecho lo que hizo.[…] Nuestras heridas del amor exigen caminos de sanación para que nuestros besos sean liberadores y liberados. Se 65
trata siempre de poder expresar la dicha inmensa de existir cuándo sentimos que esa existencia nos besa.” Un servidor no tiene nada que decir, allá cada cual con sus interpretaciones, pero que Jesús y María Magdalena se besaron apasionadamente no parece una hipótesis ni descabellada, ni escandalizadora, ni pecaminosa, por mucho que se tiren de los cabellos algunos de los sectarios que gobiernan la Iglesia actual. En fin el beso y el besar son, incluso en el seno de la religión, cosa seria. Beso y lenguaje, beso y poesía, beso y liturgia, besos y vínculos, besos unidos con otros besos, besos desde el origen y para siempre. Desde los simples besos táctiles, a los besos sagrados bendecidos por los dioses, los besos amatorios y sexuales, besos para unirse y separarse, para manifestar las miserias y necesidades humanas, besos de vínculo familiar, besos para perpetuar los rituales y liturgias sociales, besos para… todo. Los besos sirven para tantas cosas y desde hace mucho tiempo que… Pero de eso también hablaremos más adelante. Ahora permítame que regrese a otro de los orígenes de la historia, o mejor a la cuna de la historia de occidente, a Grecia. BESOS A LA SOMBRA DEL OLIMPO Permítame este regreso en el tiempo y que al tiempo cambiemos de registros. Volvamos a la otra cultura fundacional de occidente, a la época aquea, la de los hombres, héroes y dioses que tan sabiamente supo cantar Homero. Comprobaremos que la Iliada y la Odisea son otros dos catálogos de besos. Como la Biblia, dos libros configurados como un intermedio entre los mitos y la historia, pero tan bellos que mejor será dejarles hablar por boca de su autor. Primero registramos la Iliada y en el Canto VI encontramos los primeros besos: “Así diciendo, el esclarecido Héctor tendió los brazos a su hijo, y éste se recostó, gritando, en el seno de la nodriza de bella cintura, por el terror que el aspecto de su padre le causaba.... Héctor se apresuró a dejar el refulgente casco en el suelo, besó y meció en sus manos al hijo amado y rogó así a Zeus y a los demás dioses…”. Más tarde, en el Canto VIII, hablando de los esforzados trabajos de Heracles, Atenea, la diosa de los brillantes ojos, dice: “Al presente, Zeus me aborrece y cumple los deseos de Tetis, que besó sus rodillas y le tocó la barba, suplicándole que honrase a Aquileo, asolador de ciudades. Día vendrá en que me llame nuevamente su amada hija, la de los brillantes ojos... 66
En el Canto XXIV cuenta la visita que hace Príamo a la tienda en que moraba Aquileo, después de que hubiese matado a su hijo Héctor, para rogarle que le entregase el cadáver: “ El gran Príamo entró sin ser visto, y acercándose a Aquileo, abrazóle las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos”. Después de la Ilíada, buscaremos besos en la Odisea, y encontraremos Bastantes, casi todos de reconocimiento de la tierra y amor por la patria donde nacieron los héroes. Los primeros se encuentran en el Canto IV: “Agamenón pisó alegre el suelo de su patria, que tocaba y besaba, y de sus ojos corrían ardientes lágrimas al contemplar con júbilo aquella tierra.” Más tarde, en el Canto V se dice: “Odiseo se apartó del río, echóse al pie de unos juncos, besó la fértil tierra y, gimiendo, a su magnánimo espíritu así le hablaba:… Luego, en el Canto XIV añade: “Cuando así hubo hablado, la deidad disipó la nube, apareció el país y el paciente divinal Odiseo se alegró, holgándose de su tierra, y besó el fértil suelo… Y en el Canto XVI, en el que se describe el famoso encuentro de Odiseo con su hijo Telémaco, se relatan varios besos: “Aún no había terminado de proferir estas palabras, cuando su caro hijo se detuvo en el umbral. Levantóse atónito el porquerizo, se le cayeron las tazas con que se ocupaba en mezclar el negro vino, fuese al encuentro de su señor y le besó la cabeza, los bellos ojos y ambas manos, vertiendo abundantes lágrimas”. “De la suerte que el padre amoroso abraza al hijo unigénito que le nació en la senectud y por quien ha pasado muchas fatigas, cuando éste torna de lejanos países después de una ausencia de diez años; así el divinal porquerizo estrechaba al deiforme Telémaco y le besaba, como si el joven se hubiera librado de la muerte…”. “Diciendo así, besó a su hijo y dejó que las lágrimas, que hasta entonces había detenido, le cayeran por las mejillas en tierra. Mas Telémaco, como aún no estaba convencido de que aquél fuese su padre, respondióle nuevamente con estas palabras:…”
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Y aun en el Canto XVII aun hay más besos familiares: “Salió de su estancia la discreta Penélope, que parecía Artemis o la áurea Afrodita; y, muy llorosa echó los brazos sobre el hijo amado besóle la cabeza y los lindos ojos, y dijo, sollozando, estas aladas palabras: Hay quien dice que estos besos, y no los bíblicos, son realmente los primeros “descritos” por la humanidad. Tanto monta… si en el principio de todos los besos se encuentran los amorosos labios y detrás de ellos los ansiosos seres humanos, cuyas grandezas y miserias tan magníficamente fueron retratadas por los literatos y dramaturgos griegos. Podríamos buscar besos en Sófocles o en Eurípides, en Aristófanes o en Menandro, en Aristóteles o en Platón. En unos el lado trágico, en otros el cómico, el lírico, el filosófico, pero no hallaríamos mejores que esos épicos besos que honran la memoria del pueblo aqueo, el que encendió la luz de la cultura, el crisol de la sabiduría y el germen de la convivencia. Pero una cosa son los dioses y los mitos, y otra el pueblo llano con sus usos y costumbres. Entre las gentes más populares de la historia de los besos griegos podríamos situar a la poesía de Safo, sin duda la mejor fuente a consultar en lo tocante a los orígenes de la poesía amorosa. Ella fue y es la mejor, la más grande, la inmortal, la que supo llenar su vida de amantes y de besos, la que llegó a morir por ellos, aunque, desgraciadamente, ninguno de ellos nos haya llegado por escrito. La segunda fuente a explorar son los textos de la medicina hipocrática. Según sus doctrinas, los besos eran una de las formas de transmisión de la vis, de la dynamis sanadora, la cual además de por los os también se podría transmitir a distancia, por medio de la palabra. No sabemos si los médicos hipocráticos usaban los besos como terapia, pero lo que si sabemos es que, caso de hacerlo, lo harían con sumo respeto. Tal era la severidad de sus principios éticos, que aun siguen siendo referente deontológico para los médicos. Otro demiurgo que deberíamos consultar en materia de besos es al “gran parlanchín”, a Sócrates (469-399), el cual, desgraciadamente, tampoco nos dejó gran cosa sobre lo que hacía con sus besos, aunque si de que opinaba, que no era precisamente nada bueno. Lo poco que sabemos de sus pensamientos al respecto, nos ha llegado por boca de Platón (427-347), quien dice que el maestro decía que los besos son asunto peligroso, pues su poder es tal que pueden robarnos el corazón. En El Banquete, Platón hace que Sócrates se pronuncie sobre el amor y la belleza, pero nada nos dice de los besos, ni de ninguna otra conducta sexual explícita, como no sea la pura contemplación de 68
la belleza del ser amado, que eleva a los amantes a una categoría superior, casi divina. Una referencia curiosa a la conducta del filósofo, la encontramos en el Simposio de Jenofonte, quien describe un divertido concurso de belleza, habituales entre los griegos, entre Sócrates, ya viejo y gordo, y Critóbulo, un apuesto joven. Sócrates sostiene que él merece el triunfo porque sus labios son más hermosos que los de su contrincante, ya que por ser más gruesos permiten besar mejor. Sin embargo, cuando Sócrates se enteró de que Critóbulo había besado a un joven de gran belleza se quedó consternado, no por el sexo del amante, sino porque al hacerlo había corrido el riesgo de enamorarse y peder la libertad, y convertirse en esclavo de la pasión. El beso, según Sócrates, es “…como un hombre que diera un salto mortal dentro de un círculo de cuchillos; como uno que saltara a una hoguera”. De nuevo podemos convenir que las palabras, y no los besos, son lo mejor que nos dejaron los labios de los griegos antiguos. En tercer lugar, es preciso recordar a Epicuro, el padre del hedonismo, que nació en la isla de Samos y vivió en Atenas hacia el 320 a. C., y cuya teoría filosófica, en trazos gruesos, sostiene que la felicidad se alcanza mediante el placer. Sin embargo, el concepto de hedoné usado por Epicuro, tiene un significado más amplio que el que se puede colegirse de su traducción directa al término “placer”. Significa también gozo y se refiere tanto a los placeres de la carne como a los del espíritu. A Epicuro le interesan más los placeres estables y duraderos caracterizados por la ausencia de dolor en el cuerpo o aponía, y de perturbación en el espíritu o ataraxía, pero también considera importante la satisfacción de los placeres cinéticos, activos, dirigidos a evitar sensaciones de dolor y producir sensaciones placenteras. Sin embargo en ninguno de sus textos, y dejó más de 300 escritos, hemos encontrado referencias explícitas a los besos. Por esa misma época andaban por las calles una secta llamada los “cínicos” (palabra que viene del “kinos”, perro), liderada por Diógenes, que eran una especie de hippies antiguos con ideas y comportamientos muy parecidos los de los sesenta. Presumían, entre otras cosas, de no tener recato ni pudor alguno y de una total libertad sexual, hasta el punto de practicar el coito en público, por lo que bien podemos imaginar Crates e Hiparquía, la más famosa pareja de cínicos, mostrando ostentosamente sus besos y su sexualidad por las calles. Es una verdadera pena, pero según parece nada ha quedado escrito de todo ello. Sin embargo, y pese a esas extravagantes conductas, los besos en Grecia eran de carácter esencialmente cortés y no tanto amatorio. Existían dos formas tradicionales de denominar al beso: el Filema, que es el que lleva consigo connotaciones de comunicación, de ofrenda de paz y bendicion, y el Katafileo 69
es el beso ferviente, perverso o sexual. No obstante, según parece no fue hasta después de las conquistas de Alejandro el Grande (356-323 a. C.) cuando se extendió la forma amatoria de besar, y eso sucedió por la incorporación de las costumbres orientales, más concretamente, Persas. Este era al parecer un pueblo muy dado a besar de diferentes formas y maneras, como se desprende de los diversos hallazgos que nos remiten a sus costumbres. Hay vestigios de ello tanto en el análisis de las etimologías indoeuropeas de las palabras referidas al besar, como en los relatos de la Biblia y la historia del pueblo judío, y en los textos griegos. Todos de alguna manera bebieron en los labios persas. El primero que se percató de ello, no fue exactamente Alejandro, por mucho que su tienda estuviese siempre dispuesta para acoger encuentros eróticos, ni su médico Aristóteles, cuya visión de la sexualidad es inseparable de su acentuado machismo, sino Herodoto, el primer historiador nacido en Grecia el año 484 a.C., quien describió minuciosamente las costumbres persas. Hablando de ellos dice: “Los persas de la misma clase social, se saludaban con un beso en la boca, y con uno en la mejilla si existía una pequeña diferencia social. Cuando había gran diferencia de clase, el inferior hincaba la rodilla en tierra y besaba la mano del de clase superior”. Herodoto nos ha llevado de viaje desde la vieja Grecia al insondable oriente, más allá de las tierras donde según las tradiciones se encontraba el Edén, y ya que estamos allí, ¿qué le parece si le echamos un vistazo a las costumbres del siempre misterioso oriente? BESOS AL ESTE DEL EDEN. Siguiendo las rutas orientales del beso ya nos hemos topado varias veces con las culturas babilónicas. En esa zona geohistórica, miles de años antes de que Cristo repartiera sus besos y de que los recibiera de esa diosa que luego los cristianos llamarán Virgen, ya había otras diosas más voluptuosas e inclinadas a los placeres del beso. Dicen que la diosa Ishtar poseía unos labios dulces, sensuales y generosos, con los que repartía miel y vida. Un himno babilónico datado en unos 1500 años antes de Cristo decía: “En los labios es ella dulce; la vida está en su boca”. Las diosas y los labios sirven para engendrar la vida. Ellos ya lo presintieron, tal vez el clima, la sensualidad de sus valles fértiles, el gusto oriental por la belleza ajardinada, más allá del este del Edén… en fin. Podríamos haber buscado besos en las culturas aun más al este de Persia, y a buen seguro que hubiéramos hallado muchas cosas, pero el viaje hubiera
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resultado tal vez excesivamente prolongado para los fines de este estudio. Si acaso permítame una breve excursión a la China y a la India antiguas. Así, por ejemplo, en la vieja China, aun más allá de esos 3000 años de horizonte histórico en el que nos movemos, es posible encontrar ya manifestaciones predecesoras y peculiares del beso y el besar. Sabemos, y a menudo olvidamos los occidentales, que 3500 años antes de la llamada “revolución sexual”, existió en China una civilización caracterizada por una actitud respetuosa y sofisticada hacia el sexo. Para los antiguos chinos hacer el amor era un verdadero arte, y sus libros de alcoba son sexualmente explícitos y prácticos, al tiempo que poéticos. Es habitual pensar que la transparencia y la divulgación sexual ha sido una invención occidental, pero eso solamente es un fenómeno aparecido en nuestro siglo XX. Sin embargo, los libros taoístas ya exhibían una actitud notablemente liberada hacia la mayoría de las formas de actividad sexual. En cuanto al beso, aunque era apreciado como una parte muy importante del acto amoroso, era desaprobado en público. El más antiguo tratado sexual conocido fue escrito por Huang Ti, el emperador amarillo, unos 2500 años a. C., en forma de preguntas y repuestas. Tomo este fragmento de un texto sobre sexualidad en la china taoísta, para ilustrar la cuestión: “Cuando el emperador amarillo preguntaba a su diosa e instructora, la dama sabía como podía inducirse el ánimo adecuado para hacer el amor, ella le aconsejaba seguir los humores y tiempos naturales de la mujer. En el caso de un compañero nuevo o inexperto, el maestro Tung Hsuan aconsejaba ternura, consideración y una exploración contenida acompañadas de suaves caricias, palabras tranquilizadoras y besos tiernos... Después de estos abrazos iniciales se llega a las caricias más intimas, la mujer acariciando el “tronco de jade”… y el hombre haciendo que su tronco de jade rondase la puerta de cinabrio, mientras besaba a la mujer y miraba la hondonada dorada… y si fuese necesario, el debía besar y lamer la perla del escalón de jade para asegurarse de que las esencias Yin estaban claramente estimuladas antes de las nubes y la lluvia.” En la literatura poética o lírica china antigua las manifestaciones amorosas y sexuales se remontan los siglos XI a. C., es decir 300 o 400 años antes de que los primeros textos occidentales acertaran a manejar tales categorías. Ahora bien, la presencia en ellos de elementos concretos referidos a besos, o a otras conductas sexuales o amatorias, es meramente simbólica, nada explícita, expresada de forma tan metafórica, con tantas elipsis, que apenas nada nos permiten deducir sobre cómo eran las costumbres de sus autores en esta 71
materia. Algo parecido fue lo que sucedió durante el período más duro y dogmático del maoísmo, pues en sus últimos años de existencia se llego a prohibir por parte de las autoridades populares el beso en público, ya que lo consideraban una vergonzosa importación de la perversa cultura occidental. Cosas curiosas que tiene la política. La otra gran cultura oriental rica en textos épicos y míticos es la India. El Mahabhabarata, el Ramayana o el Samarangana Sutradhara, nos introducen en un mundo lleno de dioses y héroes. Los míticos Visnú, Siva, Rama, Sita, Kali, etc., de modo muy parecido a los dioses del Olimpo, nos convocan a sus constantes discordias y amoríos. Son viejas historias, antiguos mitos que se pierden en los nubarrones de los tiempos, nacidas y crecidas en los vientres emocionales de la humanidad. Sus versos están llenos de amores y odios, de sexo y violencia, también de vida y ternura. Tal vez por eso nos ha resultado especialmente curiosa una noticia recientemente publicada por algunos medios de prensa hindúes sobre la conducta escandalosa de dos adolescentes, que empezó siendo simplemente un juego sexual y acabó ante los jueces. Todo sucedió cuando un colegial de Delhi de 16 años utilizó la cámara de su teléfono para grabar a su novia practicándole sexo oral, apenas pudo haber imaginado que su conducta no sólo iba a llevarle a ser arrestado y juzgado, sino también a provocar un intenso debate nacional e internacional sobre la educación sexual de los jóvenes. La cadena de acontecimientos sacudió a la tradicional India, la tierra que trajo al mundo el Kama-Sutra, pero donde en la actualidad las parejas ni siquiera se pueden besar en público sin llamar la atención. Con esto llegamos al gran encuentro, al hilo de la madeja del erotismo y la sensualidad, al gran “Kamasutra”, el libro del arte erótico por excelencia. Fue compuesto por Mallanaga Vatsyayana en el siglo III d. C., y su fama ha sido tal que su nombre ya se ha colado en el lenguaje común como sinónimo de la sensualidad erótica. Se trata de un texto muy serio, que no deja nada a la improvisación, aunque a veces, y sobre todo en ciertos medios o culturas, su contenido haya podido resultar excesivo, extravagante o perverso, sin tener por qué. Veamos qué nos dice de los besos. Precisamente la buena o mala fama que acompaña al famoso “tratado del deseo” (Kama = deseo, y sutra = verso), proviene de la larga enumeración de posturas amorosas, besos, abrazos, arañazos, mordiscos y sonidos, que pueden y deben practicar los buenos amantes. Tan explícitos son sus consejos, que durante mucho tiempo han resultado sorprendentes, cuando no escandalosos, para los lectores occidentales. Sin embargo, el Kamasutra no se ocupa sólo de las prácticas eróticas, sino de las relaciones entre hombre y mujer en su 72
totalidad. Toda la concepción india del amor que contiene se deriva de la sofisticación del deseo sensual, de la atracción física, que no se degrada nunca a un nivel obsceno, sino que se mantiene en una actitud de respeto y seriedad, casi a modo de tratado con intenciones casi científicas y, desde luego, educativas, creado para enseñar a los hombres y a las mujeres el comportamiento que deben tener ante el deseo sexual, y para alcanzar una vida amorosa realmente placentera. Comienza destacando el valor de la vida mundana y el tipo de mujer adecuada para la unión sexual. Los siguientes capítulos se dedican al arte de la unión sexual, con consejos explícitos sobre cómo abrazar, besar, acariciar y morder a la pareja, los sonidos a emitir y una amplia selección de posiciones para el coito. Concretamente nos introduce a toda una retahíla de diferentes formas de besar, hasta treinta tipos de besos, muchos tan sugerentes como la llamada “lucha de las lenguas”: “Si uno de los amantes toca los dientes, la lengua y el paladar del otro son su lengua se le llama...”. Etc. Según el libro, para obtener y dar placer, se pueden besar muchos sitios diferentes del cuerpo, como la frente, los ojos, las mejillas, la garganta, el pecho, los senos, los labios, el interior de la boca, las ingles, los brazos, el ombligo… Y, para complicarlo aun más, se puede besar con cuatro intensidades y de cuatro formas diferentes. Los besos pueden ser moderados, contraídos, apretados y suaves, y los diferentes tipos de besos son más o menos apropiados para diferentes partes del cuerpo. En el apartado de besos eróticos, el Kamasutra enumera cuatro tipos: el beso directo (labios contra labios); el beso ladeado (con las cabezas inclinadas para facilitar el o de las bocas); el beso girado (uno sujeta y levanta la barbilla y cabeza del otro para besarla mejor); y el beso apretado (se aprieta el labio inferior con fuerza), o su variedad el “beso fuertemente apretado”, en el que se sujeta con los dedos el labio inferior, se toca con la lengua y se aprieta con los labios vigorosamente. El Kamasutra incluye además recomendaciones sobre los besos que deben realizar los hombres y los que son más propios de las mujeres, e incluso diversos juegos y bromas para ejecutar los besos de forma divertida y no dar pie al aburrimiento, o para flirtear y conquistar amantes, etc. Pero en realidad el inteligente libro todo lo resume en una regla de oro: “Cualquiera de los amantes puede hacer lo que quiera al otro, e igualmente el otro podrá devolvérselo… si la mujer le besa a él el debería besarla a ella, si ella le pega él también debería pegarla”. Al menos justicia distributiva. En fin, todo un catálogo de besos, que muestra explícitamente la utilización del beso para fines sensuales, amatorios, eróticos y sexuales, y que no 73
queremos agotar para no impedirle el disfrute de su lectura. Lo encontrará en todos los rastrillos del mundo por cuatro chavos, y en internet más barato aun, “gratis”. Del voluptuoso oriente regresamos cargados de besos y placeres, como hicieron los viajeros que se aventuraron a ir más allá de las grandes montañas. Así fue como muchas cosas llegaron, por ejemplo, al más grande de los imperios de la historia, el que todo lo observaba e incorporaba a sus costumbres cuando lo consideraba conveniente, o simplemente placentero. Obviamente estamos hablando de: EL IMPERIO DE LOS BESOS. Viajamos de regreso de la misteriosa China y la sensual India, a la madre de todos los imperios, a la más grande de todas las putas, a la imperiosa Roma. Es sabido que los romanos eran muy dados a los disfrutes sensuales, entre ellos los besos amorosos. Los romanos eran muy besucones. El cine de romanos, desde Ben-Hur a la Caída del Imperio Romano, está lleno de besos. Pero, ¿sabemos realmente como se besaban Marco Antonio y Cleopatra, o sólo es cine lo que sabemos de ellos? Según parece en el antiguo Egipto había una palabra para llamar a los besos, que actualmente podría ser traducida como besar y comer, y tal vez por eso ambas acciones solían darse juntas en las bacanales que nos muestra el cine. Y los dos famosos amantes se besarían devorándose, como tantos otros tantas veces… a lo lago de tantos tiempos y espacios. Besar es a comerse, como amar a poseerse… más o menos. Pero por lo que sabemos, mucho nos tememos que la reina Cleopatra, pese a su erótica fama, es más que probable que nunca besara o fuera besada por ninguno de sus amantes. La razón es sencilla: según los expertos el beso de amor era desconocido en el Antiguo Egipcio. Cabe que los Césares le enseñaran algo en esta materia, y quizá su buena disposición a aprender fuera una de las claves de sus amoríos y desventuras, pero nada sabemos. De hecho, y al parecer en imitación a los griegos, que besaban el pecho de sus superiores, los emperadores egipcios no podían ser tocados, y como mucho extendían delicadamente la mano para ser besada por los subordinados de mayor rango, y otras veces ofrecían la rodilla. Por su parte, y aunque no dispongamos de fuentes autorizadas, sería lógico pensar que los Faraones y reyes africanos fuesen mucho más exigentes, y como mucho permitirían besar el extremo de algún vestido, o el suelo que ellos antes habían pisado. Pensemos que los sacerdotes egipcios a lo sumo se dejaban besar el pie o las vestiduras. Al fin y al cabo, bastante parecido a nuestros Papas.
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Hecha esta primera digresión, y para analizar el interesante tema del beso en Roma, recurriremos esencialmente a tres fuentes autorizadas: Ovidio, Petronio, y, como siempre, al San Google de Internet. Y para profundizar en la cuestión trataremos de saber cómo sentían los romanos el amor, cómo lo expresaban, cómo se declaraban, cómo sufrían los desengaños amorosos... en fin, como besaban. Sabemos que el amor era para el pueblo romano, o al menos para las clases patricias, una cuestión esencial. No en vano, Venus, la diosa del placer y del amor, era la madre de Eneas, fundador del linaje romano, y los gemelos Rómulo y Remo, fundadores de la ciudad de Roma, fueron fruto del amor entre el dios Marte y la mujer Rea Silvia. Los romanos profesaban un gran respeto por la boca, propiedad o donación de Venus, ya que por ella pasan los besos y las palabras de amor. Y para palabras de amor, quien mejor que el primero que escribió sobre el arte de amar: Ovidio. Este poeta romano que vivió entre el 43 a. C. y el 18 d. C., nos legó en su famosa obra titulada justamente “El arte de amar”, una auténtica guía de las relaciones amorosas. El plan que según Ovidio ha de seguirse en el amor, se resume en buscar, conquistar y conservar; todo ello siguiendo una serie de consejos que continúan teniendo plena vigencia. Veamos algunas de sus recomendaciones. Por ejemplo, llama la atención que para conquistar a una mujer, los hombres pueden recurrir, si es preciso, a las lágrimas y a los besos. Dice: "Las lágrimas ayudan también: con lágrimas conmoverás al acero (...). Si te faltan las lágrimas -pues no siempre vienen a tiempo-, tócate los ojos con la mano ungida. ¿Y quién que sea entendido no mezclará besos a las palabras tiernas? Aunque ella no te los dé, arráncaselos tú no obstante. Quizá al principio luche y te diga ¡Sinvergüenza!; pero aun mientras luche querrá ser vencida. Ten sólo cuidado de no lastimar con tus arrebatos sus tiernos labios, no sea que pueda quejarse de tu brutalidad." Igualmente, el autor considera que para conservar el amor, las palabras y los besos son esenciales, tanto como lo son la amistad (comunicación y complicidad) y las caricias. Por otra parte, y con respecto a la conducta homosexual, tan normalizada en roma, el poeta describe nítidamente cómo los ciudadanos romanos, para sentirse hombres reales, no debían ser penetrados, ni practicar felaciones, jamás besar y no mostrar afeminamiento exagerado. Dice textualmente: "Odia los acoplamientos que no dan placer a ambos…” Es decir, sexología moderna, pura y dura y sin necesidad de comentarios.
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No es de extrañar que durante siglos sus escritos fueran fuente de instrucción para esos caballeros medievales y renacentistas de buena cuna pero muy brutos, quienes a buen seguro se escandalizarían leyendo sobre los besos y la sexualidad homo y heterosexual practicada por lo romanos sin demasiados miramientos. Puede que fuese en el “Ars Amandi” donde aprendieran que la mujer puede ser besada aun sin su consentimiento: “Besa, si puedes: si opone resistencia, y no te devuelve tus besos, déjala que los reciba, que Vergüenza, atrevido son sólo palabras, ella lucha para ser sometida a la fuerza”. Sin comentarios. El “Arte de amar” es una gran obra, aunque bien es verdad que seguramente Ovidio tomó algunas ideas y frases prestadas a Lucrecio (95-55 a de C.), pues ya antes que él hablaba con total seriedad del beso profundo: “Ellos agarran, aprietan, sus húmedas lenguas rápidamente mueven, como si uno quisieran forzar su paso hasta el corazón del otro”. Puede que Ovidio también tomase algunas ideas de Catulo (84-54 a d C.), quien ensalzaba el placer sensual, el enamoramiento y el beso como cauce para el sexo sin trabas. El sexo era una buena distracción en la Roma de César, sin ningún parentesco con el pecado, aunque no siempre inocente, como lo demuestra que varios autores, como Marcial o el mismo Catulo, elogiaran los “besos robados” como los más satisfactorios y placenteros: “No me gustan los besos si no los he robado a pesar de su resistencia”, dice Marcial, un romano del siglo I, autor de los famosos “Epigramas”. Pero centrándonos en los tipos besos, sabemos que la antigua Roma era una sociedad no sólo besucona, sino rica en las formas y los ritos del besar. De ello ha escrito inteligentemente Aurora López, profesora de Latín de la Universidad de Granada, que nos ilustra sobre el significado de tres palabras usadas en latín para referirse a los besos: osculum, basium y savium. A partir del análisis de sus significados podemos entender no sólo cómo besaban los romanos, sino los ritos, costumbres o gestos que ellos practicaban y muchos de los cuales nos han legado. Según la profesora López, el “basium” (de donde viene la palabra española “beso”) sería la acción de besar en contextos y relaciones de tipo amistoso y amoroso, sobre todo en este último, y generalmente en situaciones libidinosas. El “savium” se refiere a la acción de besar en contextos y relaciones amorosas de carácter ilícito y libidinoso; y, por último, el “osculum” designa la acción de besar en todos los contextos y situaciones, y en todo tipo de relaciones. Estas apreciaciones, no obstante, no coinciden del todo con los conceptos contenidos por lo textos del otro gran experto, Petronio, el autor del Satiricón, Según él, esas palabras revisten cualidades diferentes, denotando carácter 76
homosexual el basium, y connotaciones peculiarmente sexuales el osculum. En los banquetes romanos, esencialmente masculinos por cierto, se desarrolló el arte de los besos y el de recitar poemas, los cuales son exaltados por Petronio en el siguiente texto poético: “El placer que se tiene al copular es breve y feo. Luego del amor hecho rápido nos sentimos a disgusto. No nos lancemos en él sin pensar, como el ganado en celo O se apagarán la llama y el deseo. Pero tal como lo hacemos, en una fiesta sin fin, Tú y yo quedemos echados a darnos de besos. Placer sin esfuerzo y placer sin vergüenza. Goce pasado, presente y a venir que jamás disminuye y siempre recomienza”. Pero aun hay más, pues los significados y ritos del besar en Roma eran al parecer múltiples, de acuerdo con las investigaciones llevadas a cabo por un grupo de filólogos de las Universidades de las Illes Balears y de Barcelona, encabezado por M. Antònia Fornés sobre la gestualidad en la antigua Roma. Así, por ejemplo, los besos en las manos, en el rostro, en el pecho o en las rodillas, se generalizaron durante los primeros siglos del imperio romano en el contexto de las relaciones familiares y sociales. En la antigua Roma el beso representaba una unión legal que sellaba contratos. En el derecho romano también existía “el beso de la paz”, que era el que se daba como perdón en los casos de conflictos por injurias o daños. El derecho al beso (ius osculi) con relación a la mujer, estaba reservado a los masculinos de la familia (cognatio), mientras que las mujeres podían besar a sus parientes en la boca. El beso con que hasta el día de hoy termina cualquier ceremonia nupcial, era la manera usual de sellar los contratos en la Roma Antigua, y los primeros cristianos romanos incorporaron esta tradición en el ritual del matrimonio, asumiendo que cuando la pareja se besaba una parte de sus almas se unía a través del intercambio de aire. Por lo mismo, el beso al final de la ceremonia matrimonial sigue representando el compromiso sacramental que da inicio a la nueva relación de la pareja. Otro de los gestos más característicos de Roma fue la adoratio. Consistía, en juntar los dedos índice y el pulgar, llevarlos a los labios, besarlos y lanzar el beso a las estatuas de los dioses, a los objetos sagrados. También se ejecutaba al acceder a un lugar sagrado. Fuera del ámbito estrictamente religioso, también fue utilizado para dirigir el beso a una mujer bella, transformándose así el gesto en una expresión de alabanza ante el placer estético. El gesto ha llegado hasta nosotros modificado. En la actualidad acercamos todos los dedos de la mano a los labios, los besamos y después lanzamos el beso tanto
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si lo que queremos significar es el beso mismo a una persona, como si lo que queremos expresar es nuestra satisfacción ante algo que nos ha gustado en especial. Por ejemplo, cuando después de haber probado una comida nos parece magnífica, realizamos el gesto de la adoratio. Otro dato más sobre usos sociales de los besos, igualmente de origen romano, lo ha destacado la doctora Fornés a propósito de las imágenes difundidas con motivo de la guerra de Irak por las televisiones de todo el mundo. Se refería al comportamiento de pueblo iraquí acercándose a Sadam Hussein para besarlo en el pecho. Esto es precisamente lo que hacía el pueblo de Roma con sus nobles y emperadores. Otro beso típicamente romano que ha llegado hasta nosotros, si bien amplificado en su significado original, es el “beso al moribundo”. En la antigua Roma era común que el amante o un familiar del moribundo lo besara en la boca tras el óbito con el objetivo de recibir su alma. Aún hoy, el significado del beso como vía para traspasar algo de persona a persona persiste. Recientemente, en un ámbito tan ajeno de la antigua Roma como es una ceremonia de premios de la música, la prensa coincidió en interpretar un beso de la cantante Madonna a la también cantante Britney Spears como el traspaso de un liderazgo: el de reina del pop. También estaba muy extendido el gesto de “besar cogiendo por las orejas”, que los romanos solían usar para besar a sus hijos. Esta manera de saludar se llamaba ‘beso de la jarra’, y sólo un día, el día 21 de abril, fiesta en honor de Pales, la diosa de los rebaños, los hijos podían saludar a así a sus padres. Este gesto también se encuentra en los textos cómicos romanos, para expresar burla de alguna persona. En fin, de nuevo todo un catálogo de besos. El enésimo pero no el último, como tendremos ocasión de comprobar. Con éste dejamos el Imperio y entramos en los tiempos oscuros y empobrecidos del medioevo. A LA HOGUERA POR UN BESO Este tema ha sido siempre de naturaleza difícil, y por eso apenas ha alcanzado cierta notoriedad en algunos estudios, como el de José Mª Ustrell en el libro citado sobre los besos en la odontología; también ha sido tratado tangencialmente en diversos textos históricos, y de modo ocasional el complejo texto de A. Blue. Señalan y coinciden todos en que el beso como expresión de amor público no fue frecuente hasta finales de la Edad Media, pero que en el ámbito del catolicismo se mantuvo su utilización en el contexto 78
litúrgico, costumbre que como vimos anteriormente se remonta a la era protocritistiana. De modo semejante a muchas otras cosas, los códigos de saludo y relación social en la Edad Media se mantuvieron también en los viejos patrones. Las relaciones emocionales no eran muy bien vistas, y se corrían no pocos riesgos al manifestarlas, ya fuesen por los imaginarios “dragones”, ya por el fuego purificador, era fácil que las pasiones amorosas de las recatadas damas y sus enamoradizos caballeros, acabasen convertidas en cenizas. Al indagar en el entronque entre medievalismo y besos nos encontramos con dos áreas temáticas importantes: la religión y las relaciones feudales. En el primero de estos ámbitos, el beso es por un lado un ritual litúrgico, y por otro un pecado con pena de fuego. En el segundo, se establece todo un ritual del beso como símbolo de autoridad y vasallaje. En el primero de los ámbitos, baste recordar la verdadera plaga de besos a los leprosos que cundió como consecuencia de la insana costumbre de San Juan el Hospitalario quién, a decir de su cronista Flaubert, representaba la forma de besar más peculiarmente medieval. Un beso simbólico donde los haya, casi tanto como el de besar a los dragones, costumbre que se extendió en la novelería caballeresca, también con una importante carga simbólica. Eran besos de iluminación y de penitencia, a medio camino entre el cielo y el infierno, entre la condenación y el éxtasis. Los ascetas y nobles medievales los practicaron por doquier, al menos literariamente. Los cruzados se hartaron de besar y matar. Tal vez primero lo uno y luego lo otro, besar las llagas de los leprosos al más puro estilo cristiano, y acabar con los infieles al más puro estilo católico. En este sentido, la consideración agustiniana del sexo y el beso como pecaminoso fuera del matrimonio, hizo mucho daño. El sexo utilizado para procrear y bien realizado, con legitimidad natural y a oscuras, no planteaba problemas, pero el beso es inútil, puro placer, cosa de demonios, y brujas. Con esas se andaban en las liturgias eclesiales, como para darse al beso en público. Claro que en el seno de la Santa Misa era otra cosa, y el viejo y muy cristiano beso de la “Pax” se mantuvo contra viento y marea. Era un verdadero “osculum oris”, labio a labio, que no siempre fue bien entendido, y en no pocas ocasiones pudo ser pretexto para el disfrute libidinal encubierto. Se comprende que a finales de la Edad Media casi hubiese desaparecido, sustituido por un abrazo y beso al aire, nada “comprometedor”, o reservado para las jerarquías eclesiales y feudales. En las misas matrimoniales medievales, los novios iban al altar a recibir la “pax” del sacerdote, luego el novio se acercaba a la novia y le transmitía la 79
pax con otro beso, el llamado “osculum interveniens” y eso santificaba la unión, hasta el punto de ser rito obligado para la confirmación del matrimonio. Si después de ello sucedía cualquier desgracia, sus almas ya eran una sola. La fusión de las almas por el beso es una vieja idea, que ya encontramos en Platón (“Tenia el alma en mis labios cuando besaba a Agatón”, dice el ateniense) y que persistirá a lo largo del tiempo, hasta el romanticismo de Shelley (“El alma encuentra el alma en los labios del amante”). El beso matrimonial es esencialmente espiritual, pero también es fáctico, hasta el punto que una vez consumado, ya no era necesario devolver los regalos o las dotes si se rompía el matrimonio por cualquier circunstancia. Uno de los hechos más significativos de esta época, fue la introducción, primero en Inglaterra, y luego en todo el continente, de un elemento litúrgico muy curioso, el llamdo “osculatorium” o “portapaz”. Era una especie de placa, normalmente de plata cincelada o esmaltada, adornada con imágenes de Cristo o la Virgen, que era ofrecida por el sacerdote para que el público llano la besara, con lo cual el beso de pax se mantenía al tiempo que se evitaba que los sucios plebeyos besasen al pulcro clero. Ya fuese por prevención higiénica, ya por pudor religioso, o por simple desconsideración clerical, el hecho es que su uso cundió y se mantuvo durante siglos, y aun pueden contemplarse en muchos museos religiosos bellos portapaces ricamente adornados. En cuanto al ámbito público del beso, la sociedad medieval se mostró muy sosa y rígida. El beso amatorio o erótico desaparece del uso público, aunque no del ámbito literario como podremos comprobar, mientras que el beso ritual de salutación o reconocimiento se encorsetará rígidamente en modos y maneras muy poco divertidas. Por regla general, los de igual rango se besaban en la cabeza, en la boca o en las mejillas, pero los inferiores no podían permitirse estas libertades con los superiores. Cuanto mas bajo era el rango del que besaba, tanto mas bajo era el lugar donde debía hacerlo, y el más bajo en categoría debía besar en los pies, a partir de ahí, se progresaba hasta el dobladillo del vestido, la rodilla y la mano. La investidura y el juramento de fidelidad al señor feudal eran los dos grandes gestos simbólicos de esta época. Con Carlomagno se introduce la tradición de armar caballero de acuerdo con un ritual determinado. Así al que iba a ser armado se le daba un pequeño golpe con la mano izquierda en la mejilla izquierda y tres golpes con la espada en el cuello al descubierto en honor a Dios, a San Miguel y a San Jorge. Más tarde desapareció el golpecito en la mejilla y quedó sólo el beso, a la vez que le pasaban los brazos alrededor del 80
cuello y luego golpeaban los hombros con la espada. Una vez armado caballero podía participar en actos sociales de su rango, entre otros las justas o torneos, en los cuales el vencedor tenía derecho a dar un beso a la dama que le presentaba el premio. Aunque, cuidado, pues según la tradición medieval, el caballero que besaba a una dama estaba obligado a casarse con ella. Mientras que si una dama besaba a un caballero que no fuese su esposo era condenada por adúltera. Los besos medievales eran, como se puede apreciar, más bien escasos, pero algunos muy emocionantes. Los vínculos del vasallaje se establecían mediante la ceremonia del homenaje con la cabeza descubierta sin armas en posturas de humildad, el vasallo se arrodillaba ante el señor y colocaba sus manos entre las de él, éste lo levantaba y le besaba los labios, gesto que expresaba el carácter honorable del compromiso y establecía condiciones de igualdad. Luego el vasallo, tocando con la mano un objeto sagrado y tomando a Dios por testigo, prestaba juramento de fidelidad. Finalmente el señor, poniéndole en la mano un objeto simbólico lo investía de los deberes de su feudo. Recogen varios autores un curioso suceso medieval, que tuvo lugar en Aquitania, en el acto de coronación de Luis I el Piadoso, hijo de Carlomagno. Este se postró tres y cuatro veces en honor a Dios y a San Pedro. El Papa Esteban lo acogió humildemente, lo levantó con sus manos y lo besó efusivamente. Luego ambos se besaron en los ojos como señal de espiritualidad, en los labios como deseos de paz, en la frente como signo de inteligencia, en el pecho como señal de amor y en el cuello como símbolo de valentía. Los dos personajes querían mostrar a los testigos su profunda unidad dado que, con este acto, se convertían en similares. En Aquitania también se hizo famosa por sus besos Eleonor, que se dedicó efusivamente a besar a los leprosos, dicen que como forma de evitar que otros más apuestos la besasen, al tiempo que era una buena manera de apiadarse caritativamente de esos enfermos que habían caído en la lepra por culpa de sus excesos venéreos. Así es como se consideraba entonces esa vergonzante y terrible enfermedad, un castigo divino por el pecado de libertinaje sexual. También cuentan diversos autores que Margarita de Escocia, esposa del rey de Francia Luis XI, besó en la boca al escritor francés Alain Chartier (13851435), padre de la elocuencia sa, mientras dormía en un banco. Ante la sorpresa que causó su acción, alegó que no había besado al hombre sino la boca de donde habían salido tan bellas palabras y tan ilustrados parlamentos. En fin, ya sabemos que besos y palabras… Estos son sólo algunos momentos curiosos del besar medieval, pero lo cierto es que resulta verdaderamente desesperante buscar besos en la producción 81
escrita que nos legó la Edad Media. Es sabido que en esta época cualquier conducta o texto con connotaciones sexuales públicas fuera de lo común corría el riesgo de acabar en la hoguera. La brujería era perseguida, entre otras cosas, por su pretendida tendencia a los excesos sexuales y sus gustos perversos en esta materia. Los primeros documentos que narran la presencia y costumbres de las brujas son los de Nider de 1137, y se asegura en ellos que a ellas les gustaba cohabitar con el diablo, personaje peligroso por excelencia, cuya primera descripción detallada se remonta al año 447 en el Concilio de Toledo. Se le describió como una figura oscura y monstruosa que olía a azufre, con cuernos, patas y orejas de asno, peludo y con garras, y dotado de un gran falo. En los juicios de brujas se decía que éstas eran iniciadas en los ritos diabólicos mediante el beso. Al parecer tenían la desagradable manía de besar el trasero y el falo del demonio. Muchas de ellas aseguraban en sus confesiones que lo sentían como algo frío y duro. Un gran falo, frío y duro… podría contentar a muchas de ellas, sobre todo si fuese de madera… ¿verdad? Pero eso no viene al caso. Lo que si nos interesa recordar es que el Papa Gregorio IX, en una carta dirigida al rey Enrique de Alemania en 1232, acusaba a los habitantes de cierta región bárbara de hacer pactos con el Maligno, en los cuales se contemplaba toda suerte de rituales sexuales, con zoofilia, incesto y homosexualidad incluidos, los cuales se debían condenar severamente. Acusaba concretamente a los habitantes de una ciudad llamada Stedinger de formar una sociedad secreta en la que el neófito para ingresar debía realizar un ritual consistente en besar el trasero de una rana o sapo, tras lo cual aparecía de repente un hombre de ojos negros y muy flaco – ¡ojo, recuerde para más adelante esta escena! - que desde ese momento se encargaba de ordenar el ceremonial. En un segundo acto, el neófito besaba el trasero de un “gran gato negro”con la cola erguida que caminaba invertido y hacia atrás, y después se apagaban las luces y se celebraba una gran orgía sin ninguna consideración al sexo de los participantes ni a los lugares usados para depositar los besos u otras carnalidades. En fin, no es de extrañar que tras conocer tales perversiones, el Santo Oficio considerara necesario y razonable recurrir al fuego purificador. Esa “sana” costumbre duró hasta bien entrado el siglo XV, ya en la antesala del Renacimiento, y de hecho puede considerarse que la sapiencia acumulada por los inquisidores fue la que alumbró la gran obra escrita en 1486 contra la brujería por dos dominicos, que fue aprobada por el papa Inocencio VIII, titulada “Maleus Maleficarum” (“Martillo de las brujas”). En ese texto se explica que el origen de toda brujería es el exceso carnal, que es especialmente insaciable en las mujeres, y que como éstas, seducidas por el diablo, tuviesen miedo de ser penetradas por el falo de tamaño monstruoso del maligno, acaso no tendrían más remedio que ceder a sus besos con lengua 82
resbaladiza, siendo estos la puerta por las que de rondón se colaría el maligno enemigo en ellas, y luego… todo lo demás. A la hoguera y listo, aquí paz y allá gloria. Y lo peor, por mucho que nos escandalice, es que el librito de marras fue manual de uso obligatorio por la Inquisición durante más de dos siglos, hasta ya bien avanzada la revolución científica y artística renacentista. En ese ambiente era comprensible que cualquiera que se sintiera tentado por la carne y el beso se ocultase y silenciase sus abominaciones, aunque el clero tenía perdón de los pecados y comunión garantizada por si acaso, a tal punto de que entre ellos es donde se solían observar los mayores excesos, siempre – claro está - caritativamente justificados. Las historias libidinosos entre curas y monjas no son un lugar común, son, valga el giro, “el lugar más común” para el encuentro carnal, y era lógico, la familiaridad y las penurias serían un buen caldo de cultivo para la caridad sexual. Y si no había “hermanas” pues otros “hermanos”, y si no había hermanos pues otras hermanas legas, que al cabo la carne no distingue cuando se trata de satisfacer las necesidades más elementales. Como muestra valga el botón que nos dejó escrito Alcuin, un inglés del siglo VIII, que siendo amigo y consejero espiritual del mismísimo Carlomagno, llegó a ser arzobispo de Tours, en el que cuenta sus relaciones con un obispo, a mayor gloria del prohibidísimo amor homoerótico: “Pienso en tu amor y amistad con tan dulce recuerdo, reverendo obispo, que anhelo ese precioso tiempo en que podré tocar el cuello de tu dulzura con el dedo de mis deseos (…) cómo me hundiría en tus brazos (…) cómo cubriría, con labios fuertemente apretados, no solamente tus ojos, orejas y boca, sino…”. Puede que de esa manera al menos no corriera el riesgo de “liarse”, sin querer, con una bruja. Y así durante siglos, los hombres y mujeres del clero se entregaron mutuamente su “amiticiae”, como por ejemplo hacía una monja alemana del siglo XII, que escribía a amante femenina: “Cuando recuerdo los besos que me diste… deseo morir por que no puedo verte”. Homo o heterosexualidad, poco importaba, con tal de que se mantuviese en la más rigurosa intimidad y en total secreto. Secreto a voces, pero discreto. Como Pedro Abelardo (1079-1142), el reputado teólogo, quien por un lado ensalzaba las pasiones de la amiticiae (“Más que un hermano para mí, Jonatás… una sola alma conmigo”), pero al tiempo las mantuvo bien ardientes con Eloisa, una joven veinte años menor que él, “alta y bien proporcionada, con dientes muy blancos”, sobrina de un canónigo, a la que él, nada menos que director de la escuela de Notre Dame, fácilmente sedujo mientras que sabia y generosamente la aleccionaba. Abelardo, verdadero Don Juan de su tiempo, lo dejo muy bien escrito en su “historia calamitatum”: “Sus estudios nos permitían retirarnos en privado… y hablábamos más de 83
amor que de los libros, y nos besábamos y aprendíamos”. El tío acabó pillándolos, a ella la envió a un convento y a él, lo castró, sin más miramientos. Ella llegó a priora, y el puede que a santo, pues ella, siendo ya mayor, le escribía encendidas cartas de amor en las que justificaba sobradamente sus pecados, “…incluso durante la misa… las visiones lascivas de esos placeres se apoderan de tal manera de mi pobre alma… y la pasión y la experiencia de los placeres que fueron tan deliciosos intensifica los tormentos de la carne y los anhelos del deseo”. Al infierno por un beso, pero que me quiten lo bailado. En esa misma coyuntura andaban metidos frailes y legos. Los unos al borde de la concupiscencia, los otros al del adulterio. Los dos extremadamente excitados, pero contenidos, al menos aparentemente. Al menos eso debió pensar hacia 1185 un tal Andreas Capellanus, un capellán autor de un libro titulado “El arte del amor cortesano”. Para él, el arte del amor puro llega hasta el beso y el abrazo, todo lo más a la caricia del cuerpo desnudo del amante, pero no más, pues eso ya no sería amar puramente. Proponía que los amantes se amasen tiernamente con sus besos y abrazos, pero que parasen justo antes de la consumación, lo cual tendría que ser una especie de exquisita tortura. Se trataba de un juego amoroso reservado a las clases pudientes, un amor aristocrático y cristiano, que evitaba el embarazo y el adulterio, al tiempo que unificaba las almas, y prevenía que la expulsión frecuente de los líquidos seminales produjese la temida “sequedad de las meninges”, contra la que tan terriblemente se pronunciaban los “físicos” desde los tiempos del mismísimo Aristóteles. Capelanus llegó a establecer reglas o normas para ese juego de amor cortes. Se trataba de realizar una progresiva aproximación corporal, con los siguientes pasos: tener (sostener), ambrasar (abrazar), baizar (besar) y manejar (mimar y acariciar), y ahí quietos… nada de penetración. La excitación y la renuncia final tendrían que ser emociones tan extremas, que a saber cuantos jugadores sería capaces de respetar las reglas. Seguro que muy pocos, aunque estadísticas no quedan. Los rigores y los miedos mentales es lo que tienen, que acaban produciendo auténticas barbaridades en los que los padecen. Algunas de estas fatigas y curiosidades humanas eran difundidas por los trovadores medievales, contribuyendo a extender los temores al tiempo que la exaltación del amor puro. Sus poemas y canciones solían describir historias amorosas llenas de besos, y poco más. Y resulta curioso que el origen de tales canciones de amor fuese la cultura árabe, y los cruzados los que más contribuyesen a difundirla, según refiere A. Blue, citando como testigo al historiador Theodore Zeldín, quien escribió una “Historia íntima de la humanidad”, según la cual en la antigua Arabia había cinco clases de amor apasionado, que vinieron a ser como las semillas que germinaron en los 84
romances medievales. Estos contaban y cantaban bellas historias de amor entre damiselas en apuros y caballeros valientes que las salvaban y luego besaban, y nada más. Así fue como se gestaron algunas de las grandes epopeyas medievales, como la de Chretien de Troyes sobre Ginebra y Lancelot, dos amantes inmemoriales, unidos como ningunos otros por los besos amorosos, pero dolorosos. El era el mejor amigo del Rey Arturo, ella su prometida y luego esposa. Ambos le “pusieron los cuernos” a base de besos, el acabó en el destierro, ella en un convento, como sucedía casi siempre que una dama transgredía las normas. Pero sus besos inspiraron a otros muchos caballeros y damas medievales, como a Tristan e Isolda, a Dante y Beatriz, a Bocaccio y su Decamerón, y será venero que perdurará hasta el mismísimo Rodín y su famosa escultura “El beso”. En efecto, ese modelo de beso está presente en varias obras épicas como “La boda del el caballero Gawain y la dama Ragnell”, o “Gawain y el caballero verde”. En ellas el beso entre el caballero y la dama, o entre aquél y un dragón que se convierte en dama, es el entronque de la historia. Volveremos sobre ello cuando contemos cuentos de bellas durmientes que despiertan con un beso, pero ahora debemos dejar claro que tales argucias y cuentos sólo eran una buena forma de escapar de la terrible verdad, la persecución de todo lo erótico, sensual y sexual en la edad más mediocre de todas. Eran tiempos oscuros, en lo que además de las brujas, cualquiera que se saliese de la norma religiosa o social se jugaba el cuello, sobre todo si pertenecía a otras culturas o religiones, a esos les convenía andarse con sumo cuidado. Es curioso que una de las acusaciones de la cristiandad contra los “infieles” fuese la de usar licenciosamente los besos. Por ejemplo, se conservan algunos poemas homoeróticos en las culturas hispanojudía e hispanoárabe, que mencionan y ensalzan la homosexualidad y en su contexto la práctica de los besos amatorios. “El jardín perfumado” es un curioso libro tunecino antiguo, escrito por un jeque llamado Scheik Nefzawi, descubierto en Argelia en el siglo XIX por un militar francés, y traducido por el orientalista Richard Burton en 1886, que relata apasionadamente los besos amatorios: “Los besos en la boca, en las dos mejillas, en el cuello, así como el succionar los frescos labios, son regalos de Dios”. No es de extrañar que conociendo esas cosas, los envidiosos y estreñidos cristianos enviaran a la horca a muchos de los infieles que las practicasen. Los hebreos medievales y los sefardíes usaban la palabra Nashak para referirse al besar, la cual significa unión y también una forma de recibir y dar energía espiritual. Además, los poetas hebreos ensalzaban las relaciones entre varones adultos y jóvenes adolescentes con un gran halo de romanticismo y
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ternura. Se lo ponían fácil a los “vigilantes” de la moral católica: pecadores, y además judíos, así es que al exilio o a la hoguera con ellos. Citaremos aun otra curiosidad sobre los besos medievales. En Francia en el siglo VII había una legislación, la ley de Borgoña, que obligaba al ladrón de un perro de caza a besar la parte posterior del animal en presencia del pueblo reunido, confiando que el sentido del ridículo serviría para disuadir a posibles delincuentes. Y es que es evidente que algunos besos son peligrosos, dañinos y hasta pueden matar, y si no que se lo digan a las brujas y a los amantes que pecaban sin tener tiempo de arrepentirse, lógicamente sólo podían ir al infierno. Al menos, en ese lugar los colocó el escritor italiano Dante Alighieri (1265 1321), el preclaro autor de “La Divina Comedia”, en cuya segunda parte es guiado por su amada Beatriz, con quien no sabemos que besos le unirían. Juntos de la mano, en el quinto infierno encuentran a Paolo y sca, dos jóvenes que cometieron el pecado de besarse en un jardín después de leer la historia de amor de un caballero andante y una reina. La historia de estos jóvenes, escueta en “La Divina Comedia”, fue ampliada en el siglo XIV por el escritor italiano Bocaccio (1313-1375), otro gran experto en materia de besos que plasmó en su magnífico “Decamerón”, sabemos que Paolo era el segundo hijo de Malatesta de Verrucchio, señor de una ciudad italiana, que andaba buscando esposa para su primogénito y poco agraciado hijo Giovanni. El heredero viajó por algunas ciudades y regresó a contar a su padre que deseaba casarse con sca, la hija de Guido da Polenta, señor de Ravena. Como Malatesta temía que por el aspecto desgarbado de Giovanni, sca rechazara la propuesta, envió a su otro hijo Paolo hasta Ravena para pedir la mano de la joven. Paolo, que estaba casado, y sca sintieron enseguida una gran y mutua atracción, pero ella no tuvo más remedio que cumplir su compromiso, y casarse con Giovanni a pesar de su desagradable aspecto. A los nueve meses ella tuvo una hija, y Paolo, desesperado, se encerró en una fortaleza con su esposa legal para olvidar a sca, pero la ausencia de ésta sólo sirvió para alimentar sus ansias y su amor por la bella dama, así es que ni corto ni perezoso volvió a casa de su padre, donde “desafortunadamente” una mañana soleada encontró a sca en el jardín, y se alegraron tanto que se pusieron a leer la historia de los amores entre el caballero Lanzarote y la reina Ginebra, y seducidos por la belleza y el erotismo del texto, en el que Lanzarote besa a Ginebra, Paolo hace otro tanto con sca. En ese crítico momento – casualidad o infortunio - aparece por allí Giovanni, los coge “infraganti”, y sin más miramiento los despacha a espada a los dos, y, claro, como no tuvieron tiempo de arrepentirse, pues al infierno directamente… etc. Como siempre, más fuego para apagar el fuego de los besos.
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Y ya que hemos citado a Boccaccio, cómo dejar pasar el “El Decamerón”, sin indagar los besos que contiene. Es su obra más bella y la más importante literariamente, no en vano le dedicó más de cinco años. Se trata de una colección de cien relatos ingeniosos que a lo largo de diez jornadas se cuentan un grupo de amigos, siete mujeres y tres hombres, que para escapar de la peste se han refugiado en una villa de las afueras de Florencia. El Decamerón puede considerarse una obra plenamente renacentista, ya que se ocupa de aspectos meramente humanos sin utilizar como marco el ambiente moral o religioso, lo que rompe con la tradición literaria de la Edad Media. El libro está lleno de escenas eróticas y sexuales, y, por supuesto, de besos. Veamos, resumidamente uno de los ejemplos más curiosos y divertidos, tomado del “Cuento cuarto, de la Décima jornada”: “Hubo, pues, en Bolonia… un caballero muy digno de consideración por su virtud y nobleza de sangre, que fue llamado micer Gentile de los Carisendi. El cual joven, de una noble señora llamada doña Catalina, mujer de un Niccoluccio Caccianernici, se enamoró; y porque mal era correspondido por el amor de la señora, como desesperado y siendo llamado por la ciudad de Módena para ser allí podestá, allí se fue. En este tiempo, no estando Niccoluccio en Bolonia, y habiéndose su mujer ido a una posesión suya a unas tres millas de la ciudad porque estaba grávida, sucedió que le sobrevino un fiero accidente, de tanta fuerza que apagó en ella toda señal de vida y por ello aun por algún médico fue juzgada muerta; y porque sus más próximos parientes decían que habían sabido por ella que no estaba todavía grávida de tanto tiempo como para que la criatura pudiese ser perfecta, sin tomarse otro cuidado, tal cual estaba, en una sepultura de una iglesia vecina, después de mucho llorar, la sepultaron. La cual cosa, inmediatamente por un amigo suyo le fue hecha saber a micer Gentile, el cual de ello, aunque de su gracia hubiese sido indigentísimo, se dolió mucho, diciéndose finalmente: «He aquí, doña Catalina, que estás muerta; yo, mientras viviste, nunca pude obtener de ti una sola mirada; por lo que, ahora que no podrás prohibírmelo, muerta como estás, te quitaré algún beso.» Y dicho esto, siendo ya de noche, organizando las cosas para que su ida fuese secreta, montando a caballo con un servidor suyo, sin detenerse un momento, llegó a donde sepultada estaba la dama; y abriendo la sepultura, en ella con cuidado y cautela entró, y echándose a su lado, su rostro acercó al de la señora y muchas veces derramando muchas lágrimas, la besó. Pero así como vemos que el apetito de los hombres no está nunca contento con ningún límite, sino que siempre desea más, y especialmente el de los amantes, habiendo éste decidido no quedarse allí, se dijo: «¡Bah!, ¿por qué no le toco, ya que estoy aquí, un poco el pecho? No debo tocarla más y nunca la he tocado.» 87
Vencido, pues, por este apetito, le puso la mano en el seno y teniéndola allí durante algún espacio, le pareció sentir que en alguna parte le latía el corazón; y, después de que hubo alejado de sí todo temor, buscando con más atención, encontró que con seguridad no estaba muerta, aunque poca y débil juzgase su vida; por lo que, lo más suavemente que pudo, ayudado por su servidor, la sacó del monumento y poniéndola delante en el caballo, secretamente la llevó a su casa de Bolonia…” Si ya ha leído El Decamerón ya sabe como acaba este cuento, y si no lo ha leído, un buen momento para hacerlo es justo cuando acabe este libro. Se divertirá. La literatura, siempre tan espléndida, nos salva una vez más de la penuria de fuentes autorizadas en esa época en materia de besos y erotismo. Y bien que se lo agradecemos a los pocos autores que se arriesgaban a coger la pluma y escribir, como nuestro muy irado Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, quien se atrevió a publicar el mejor libro de enseñanzas eróticas de su época: “El Libro del Buen Amor”. El autor describe en diversos capítulos, numerosos lances de seducción, encuentros sexuales y galantes, y da consejos para seducir y ganarse los favores sexuales de una dama. Y lo más interesante es que habla en primera persona, como si él fuese el protagonista de los relatos, aunque ya desde el comienzo se apremie a explicar que lo hace así sólo con intenciones “didácticas” y ejemplarizantes, y no por experiencia propia. Cierto o no, es bien sabido que los clérigos siempre fueron proclives a dejarse llevar por lo que, según el Arcipreste dice Aristóteles, que todos los seres vivos, y aun más el hombre, se mueven por el instinto sexual. Sea como fuere, Juan Ruiz nos dejó una auténtica joya, un libro de relatos eróticos la mar de divertidos, atrevidos y excitantes. Si no lo ha leído, aun no es tarde para empezar, y por si acaso, para que vaya abriendo boca, aquí le copio algunos párrafos del propio Arcipreste, eso si adaptados al castellano moderno, para facilitarle la lectura: “Por lo que yo, en mi poca sabiduría y mucha y gran ignorancia, comprendiendo cuántos bienes hace perder el loco amor del mundo al alma y al cuerpo, y los muchos males a que los inclina y conduce, escogiendo y queriendo con buena voluntad la salvación y gloria del Paraíso para mi alma, hice este pequeño escrito en muestra de bien, y compuse este nuevo libro en el que hay escritas algunas mañas, maestrías y sutilezas engañosas del loco amor del mundo, del que se sirven algunas personas para pecar. Y al leerlas y oírlas el hombre o la mujer de buen entendimiento, que se quiera salvar, elegirá y hará el bien [...]. Tampoco los de corto entendimiento se perderán, pues, al
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leer y meditar el mal que hacen —o que tienen intención de hacer— los obstinados en sus malas artes, y viendo descubiertas públicamente las muchas y engañosas artimañas que usan para pecar y engañar a las mujeres, avisarán la memoria y no despreciarán su propia fama [...] No obstante, como es cosa humana el pecar, si algunos quisieran - no se lo aconsejo - servirse del loco amor, aquí hallarán algunas maneras para ello [...]». Al infierno por un beso, salvo que encuentres un clérigo comprensivo que te confiese, y no se lo cuente a nadie. Así era la Edad Media en materia de besos y carnalidades. Aunque como toda ley tiene sus trampas y la geografía del beso no es llana, las cosas eran muy distintas en los diferentes lugares de aquella Europa descompuesta. Mientras unos andaban debatiéndose entre las negruras de las pestes y las hogueras purificadoras, otros reinventaban el arte y la cultura. Entre los años 1400 y 1500 van a suceder muchas cosas. Gracias podemos dar a Dante y a Bocaccio, al Arcipreste y a Garcilaso, y a otros genios de talante parecido, por acabar con las oscuridades medievales y abrir las puertas y ventanas del Renacimiento, en el que todo cambiara, incluso las maneras de besarse. BESOS RENACIENTES En materia de besos la Edad Moderna empieza con revolución renacentista y finaliza con la Revolución sa. Europa es la gran protagonista, pero en esto es tan dispar como en tantas otras cosas. La estricta severidad de las modas y modos españoles contrastaba con la festividad italiana o la fastuosidad sa. En general el beso siguió siendo utilizado para los usos habituales - de salutación, amatorios o ceremoniales - pero las manifestaciones artísticas, poéticas, pictóricas o escultóricas reflejarán las nuevas maneras de relacionarse con los besos. Así en el siglo XVI en Francia el beso adoptó un toque de refinamiento en el cortejo amoroso, y en el siglo XVII las holandesas ya aceptaban el beso en la boca sin malicia alguna, como mucho antes ya hacían las mujeres romana en señal de saludo. Y en Inglaterra al parecer eran muy besucones en esa época y todo el mundo besaba a todo el mundo con el más mínimo motivo. De hecho, hay quien asegura que en esos años el protagonismo del beso no lo ostentase Francia, sino Inglaterra.
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Besos: Visión multidisciplinar de la función de la boca. Dirigido por Mª Ángeles Rabadán para el Ilustre Consejo General de Colegios de Odontólogos y Estomatólogos de España. 2004.
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Eso al menos se desprende de lo que decía en 1466 Leo von Rozmital, un noble de Bohemia que solía visitar Inglaterra, y que, según cuenta, pudo observar que los huéspedes que llegaban a las posadas eran recibidos por la anfitriona y su familia con cariñosos gestos: “…salían fuera para recibirles; y se espera que los huéspedes besen a todos. Esto entre los ingleses es lo mismo que estrecharse la mano en otras naciones”. Algunos años después, el mismísimo Erasmo de Rótterdam habla de los gestos de la gente de Inglaterra y de su afición a besarse, y escribe a su amigo Fausto Andrelini y le invita a ir a ese país, pues allí las mujeres son hermosas y fáciles de besar: “Tienen aquí una costumbre que nunca puede ser suficientemente alabada. Siempre que llegas a un lugar todos los presentes te reciben con un beso; cuando te marchas, te dicen adiós con un beso; que ellos se van, los besas a todos. Si te encuentras con alguien, abundancia de besos; en resumen, te muevas por donde te muevas, no hay más que besos”. Unas décadas después otro viajero empedernido, el griego Nicander Nucius, quien visitó Inglaterra hacia 1545 también relata que los hombres y las mujeres se besaban con frecuencia, e incluso si eran casi desconocidos se besaban en los labios: “Muestran una gran sencillez y una ausencia de celos en sus costumbres para con las mujeres. Porque no solamente aquellos que son de la misma familia u hogar se besan en la boca con saludos y abrazos, sino también aquellos que nunca se han visto antes”. Final de una época, comienzo de otra, y como tantas veces ha ocurrido las costumbres y ritos se van relajando para reconvertirse luego. Con las prendas de vestir pasa también. De los tristes aditamentos medievales se pasará a vestidos sumamente escotados, la atracción que eso significa supondría un estímulo para aproximarse tocar y besar. Y tal cosa sucedía realmente, a decir de los historiadores. Hasta tal punto que muchos podrían aprovechar la circunstancia para – literalmente – meter mano en el escote de las señoras, con lo cual no es extraño que se confundieran las cosas y se acabase con el buen gusto. Tal vez por eso en la segunda mitad de ese siglo se fueron agotando tantos besos y se pasó a una respetuosa reverencia como forma de saludo social en lugar del beso. O tal vez fuese por el miedo a la peste de 1665, o quizá por la influencia italiana, más sofisticada y floreciente, o tal vez por culpa de las penurias impuestas por las guerras de religión, lo cierto es que la gente dejó de besarse efusivamente, aunque también de postrarse hasta dar cabeza en suelo para honrar a alguien, por ejemplo a una autoridad o a una dama a la que quisiera galantear. Hacia finales del XVI y ya en el XVII, en Inglaterra y buena parte de Europa ya no se besaba nadie. Con escasas diferencian entre nacionalidades, lo cierto es que el beso se va extinguiendo. En Polonia, por poner un ejemplo, en el 90
siglo XVI había todo un ritual de bienvenida para los visitantes, que incluía reunirse la familia y salir a recibirlos a la puerta, tomar su espada, sacar vino y copas, servirle y beber y todo ello bien adornado con abrazos y besos. Sin embargo en el XVII los polacos ya no eran tan efusivos, según relata A. Blue que cita aun francés que visitó Polonia en esa época y escribió: “Dos personas del mismo nivel social se abrazan y besan en los hombros; los subordinados deben besar las rodillas, pantorrillas o pies de sus superiores…”. Había pasado un siglo y aquellas efusiones “osculares” habían desaparecido, incluso en la besucona Inglaterra. Así, un tal Thomas Coryate, un inglés de buena familia y dado a las letras, viaja por Europa y se sorprende de que en algunos sitios, como la “anticuada” Italia, todavía se saluden o despidan con besos, y no duda en criticar abiertamente tales costumbres, impropias de la educada Inglaterra del XVII, en la cual los besos de salutación habían quedado restringidos a los enamorados y padres e hijos. Se trata de la Restauración inglesa, en la que las costumbres se dignifican con aires sumamente reservados, importados de los ses cortesanos. Mejor inclinarse para saludar, nada de besos. El autor de teatro Congreve, habla por boca de uno de sus personajes de “The way of the World” (1700): “Creerías que estás en un país donde enormes y zafios hermanos se babean y besan unos a otros cuando se encuentran, como en una reunión de sargentos… Aquí no es costumbre”. Y en otra de sus obras, cuyo título habla por si sólo, “Love for Love”, critica a las señoritas que besan y hablan en exceso: “Oh, que vergüenza, señorita, usted no debe besar y contarlo”, refiriéndose al conocido dicho ingles “kiss and tell”, que viene a ser como el presumir de las conquistas de los donjuanes españoles. Sin querer hemos empezado en la calle y acabado en el teatro y es que la documentación escrita sobre el besar en esa época tampoco da para mucho más, por lo que, de nuevo habremos de recurrir a la literatura, y en este caso al teatro, para ampliar nuestra cultura de besos. Y para ello nada mejor que pedirle ayuda a Teresa Ferrer Valls, de la Universitat de Valencia, que ha escrito mucho y bien sobre “El erotismo en el teatro del primer renacimiento”. En sus textos encontramos los besos más sonados del teatro español de esa época. Así ocurre con el “Diálogo del nacimiento”, de Torres Naharro, en el que, emulando a los galanes que escribían cartas transidas de pasión, el pastor del introito de la obra se dirige a su pastora en los siguientes términos: Dios guarde de mal carilla, perraza y ogitos de gata si aca te toviesse la mano en las tetas quiça te metiesse, y aquessa bocacha quiça te besasse, 91
y en éstas, y en éstas, si no me mordiesse, mi boca en su lengua gela recalcasse... En la Comedia Tesorina, de Jaime de Güete, el pastor Gilracho se propone "tentar", "pellizcar" y "arrimar a la pared" a la moza Citerea, y tras intentar darle un beso se llevará un bofetón de la moza, al que el pastor corresponderá con igual moneda. Similar situación se plantea en la Comedia Vidriana entre Carmento que quiere besar a Cetina, y ésta que replica: "tente allá /no te allegues tanto acá...". Como se aprecia, los intentos de besos y abrazos fueron moneda de uso corriente en nuestras comedias. En la Farsa Cornelia de Andrés de Prado, el pastor Benito pretende retozar con Cornelia, abalanzándose sobre ella con la intención de abrazarla. En la Seraphina de Torres Naharro, Gomecio, criado de un ermitaño, trata de besar a la criada Doresia en las manos, para pasar luego a mayores tratando de darle un beso en la boca. En fin, besos mil… Pero a nosotros los que más nos gustan son los de “La Celestina”, o mejor los de los protagonistas de la “Tragicomedia de Calixto y Melibea”, cuya primera edición salió de Burgos en 1499. El autor fue Fernando de Rojas, que estudió leyes en la Universidad de Salamanca y llegó a ser Alcalde Mayor de Talavera (Toledo), donde murió en el año 1541. Según cuenta él mismo, el primer acto de la obra circulaba entre los estudiantes de la universidad sin saber quién lo había escrito. A él le gustó tanto que se dedicó a continuarlo y lo acabó en sólo 15 días, durante sus vacaciones. En ellos se muestran los trágicos amores de Calixto y Melibea y las malas artes que emplea la alcahueta Celestina para que se enamoren. Veamos, a modo de ejemplo, lo que dice Calixto en un párrafo del Acto XIV: “Pero tú, dulce ymaginación, tú que puedes, me acorre. trae a mi fantasía la presencia angélica de aquella ymagen luziente; buelue a mis oydos el suaue son de sus palabras, aquellos desuíos sin gana, aquel apártate allá, señor, no llegues a mí; aquel no seas descortés, que con sus rubicundos labrios vía sonar; aquel no quieras mi perdición, que de rato en rato proponía; aquellos amorosos abraços entre palabra y palabra, aquel soltarme y prenderme, aquel huyr y llegarse, aquellos açucarados besos, aquella final salutación con que se me despidió…” Y aun nos quedarían los besos de Garcilaso, y de Lope de Vega, y de Calderón y de tantos literatos españoles tan bien dotados para hablar del asunto. Pero de entre ellos Quevedo es tal vez el más animado a los besos, también el más escatológico. En 1631 publica una de sus obras satíricas titulada "Sueño del Infierno", en el que recorriendo el infierno encuentra a 92
ciertos alquimistas y sus mujeres y dice textualmente: “Había muchas mujeres tras estos besándoles las ropas, que en besar algunas son peores que Judas, porque él besó, aunque con ánimo traidor, la cara del Justo Hijo de Dios y Dios verdadero, y ellas besan los vestidos de otros tan malos como Judas. Atribúyolo, más que a devoción, en algunas, a golosina en el besar. Otras iban cogiéndoles de las capas para reliquias, y algunas cortan tanto que da sospecha que lo hacen más por verlos en cueros o desnudos que por fe que tengan con sus obras”. Entro otras muchas cosas sus sátiras no se paran en los amores tiernos y bobalicones, sino que llegan incluyen a los besos oscuros, al punto de comparar los placeres del cagar con los del beso: "Que no habría en el mundo gusto como el cagar si tuviera besos." Pero para qué abundar si es evidente que por los finales del “cuatrocientos” la alegría festiva del besar se extendía desde la calle al teatro, desde las alcobas a los libros. Aun con todo, muchos rescoldos encendidos de los tormentos medievales y el peligro de hoguera no había concluido para los amantes. Sirva recordar que para la Iglesia proto-renacentista todas las mujeres físicamente deseables seguían siendo brujas malvadas. Los inquisidores, respaldados por los pronunciamientos papales y los auspiciados por los escritos de teólogos como Jacob Sprenger y Henry Kramer, seguían condenando a las “malas mujeres” a ser colgadas por los dedos, a meterles agujas debajo de las uñas y a derramarles aceite hirviendo en los pies, con la "devota" esperanza de liberarlas de sus pecados. Esto condujo a la hoguera a decenas de miles de mujeres inocentes. A pesar de ello la imagen de "dama ideal" amable y amante del espíritu Renacentista se fue imponiendo al de "bruja malvada" de la iglesia. Un gesto importante fue el del Rey Enrique VIII, que supo combinar amor y matrimonio, y no dudó en enfrentarse al Obispo Wolsey y al Papa Clemente VII en lo tocante a su divorcio y subsiguiente casamiento con Ana Bolena ¡por amor! La progresiva apertura renacentista hizo que la sexualidad no pareciera tan pecaminosa como la Iglesia pretendía. También la clase media comenzó a asociar el sexo y sus manifestaciones carnales con el amor. Otro gesto clave fue el de Martín Lutero, quien combatió el ascetismo católico abogando por el deleite del placer no "pecaminoso". Lutero disfrutaba – dicen que de manera lujuriosa - de comer, beber y… Aseguraba que los impulsos sexuales eran naturales e irreprimibles, y tal vez por eso se casó con la monja Catalina von Bora, a la que, según decía, amaba profundamente y regalaba con abundante y placentero sexo. Claro que al quite estaba Juan Calvino (1509-1564), puritano, extremista y amargado creador de una teología feroz basada en la depravación humana y en la ira de Dios. Era un asceta infeliz que tenia úlceras, tuberculosis y padecía de piedras en los riñones. Consideraba que la vida mundana no tenía valor, y preconizaba una 93
teocracia social estricta, en la cual no se cabían los bailes, ni la ropa lujosa, ni las joyas, ni ninguna licencia festiva. Hasta el amor legítimo debía estar austeramente regulado. Los compromisos y noviazgos deberían ser limitados, las bodas sobrias y sin festejos, el matrimonio destinado a para producir niños y aplacar los impulsos sexuales. Triste, pero cierto. Tanto como que esa inhumana infelicidad prendió en algunos fanáticos americanos, como John Knox, cuyas "blue laws" (leyes puritanas) de 1650 estaban en contra de las diversiones, el fumar, el beber, los juegos, las apuestas, los besos, etc. Incluso promovía los azotes públicos, el uso de estigmas, como la "letra escarlata", la ejecución de los adúlteros y las ejecuciones de las brujas de Salem (Massachussets), donde pasó por la hoguera a 26 mujeres y a dos perros (sic). ¡Como para andarse besuqueando por las calles estaban los tiempos! Aun con todo, algunos puritanos del Siglo XVII, como John Milton, defendían una idea más sana del sexo. En su obra el “Paraíso Perdido”, construye una visión muy benévola de Adán y Eva entregados a un amor romántico y tierno. Y en estas llegamos al benéfico siglo XVIII, y los vientos favorables nos llevan de nuevo a una Europa en la que los valores antisexuales del catolicismo dogmático son burlados por la figura de Don Juan, tan buen besador como mal amante, pues para él el amor se reduce a sensualidad, vigor y lujuria, y el cortejo es un deporte placentero destinado a seducir, conquistar y abandonar. Así, beso a beso - que diría Machado - llegamos a las puertas de la llamada Edad Contemporánea, en la que los modos corteses se expresarán con otras “maneras”. Pronto surge el Romanticismo y las relaciones se llenan de “rumores de besos”. Los escritores y artistas proclaman el triunfo del amor, y podemos pensar que si los besos cobran tanto protagonismo en sus textos, será por que también lo hacen en sus vidas amorosas y sexuales. Besos como los de Gustavo A. Bécquer (1836-1870). Déjeme que le recuerde sólo un par de ellos: “Por una mirada, un mundo, por una sonrisa, un cielo, por un beso..., yo no sé que te diera por un beso”. “Los invisibles átomos del aire en derredor palpitan y se inflaman, el cielo se deshace en rayos de oro, la tierra se estremece alborozada.
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Oigo flotando en olas de armonías rumor de besos y batir de alas; mis párpados se cierran... ¿Qué sucede? ¿Dime...? ¡Silencio! ¡Es el amor que pasa! En Francia Rodin (1840-1917) funde en bronce dos besos que quedarán para siempre como símbolos: "El Beso" y “La eterna primavera”. Esta segunda escultura es un prodigio de movimiento, ternura y lirismo al besar. La primera, sin embargo, fue concebida para la gran Puerta del Infierno que nunca llegaría a completar. Representa el beso de Paolo y sca en el instante en que son sorprendidos y condenados al infierno. Volveremos a su taller más tarde, pero de momento nos quedaremos en Francia, donde el poeta Alfred de Musset (18101857), a quien Georges Sand había abandonado, sufre dolorosamente por sus besos: ¿Sabes qué significa esperar un beso cinco meses, día tras día, hora tras hora, sentir como la vida te abandona…? Y siguiendo esta corriente romántica, Paul Bernard (1886-1947) afectado por la cursilería, llega a asegurar que “El primer beso, sabedlo, no se da con la boca, sino con los ojos". Sin embargo no es beso todo lo que reluce, y esas efusiones artísticas no concuerdan demasiado con los modos sociales de la época. De hecho las costumbres dominantes en el siglo XIX en lo concerniente a la conducta pública de las mujeres imponían normas muy estrictas. Toda joven que se precie debe mostrarse sobria en cuestión de besos. Nunca debe tomar la iniciativa al besar. Una joven puede dejarse besar por una persona de edad, pero no debe devolver el beso, a no ser que se trate de un pariente o de una amiga íntima. En general se debe besar en las mejillas, y si se trata de una persona de edad avanzada se le ha de presentar la frente. A los hombres de la familia, a quienes se tuviera la costumbre de saludar con besos, la joven debe presentarles la frente cuando éstos tengan cierta edad, o las mejillas a si son más jóvenes. Además se daba por supuesto que jamás se debería dar un beso en lugares públicos. De hecho, en esta época se abandona el beso como saludo entre hombres y mujeres, y se restringe al ámbito amoroso, lo que el beso romántico cobre una gran prestancia. Ya lo dijo Theophil Gaultier (1811-1872), "El verdadero paraíso no está en el cielo, sino en la boca de la mujer amada"; y Anatole (1844-1954) aseguraba con total seriedad que: "La mujer es embellecida por el beso que ponéis sobre su boca". Que besos tan bellos, ¿verdad? BESOS PARA EL NUEVO MILENIO
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Siguiendo el guión trazado por José María Ustrell en su capítulo sobre los “Orígenes del Beso”, examinaremos ahora cómo se besa en la actualidad. Entre los aspectos que destaca al respecto señala que tras la Segunda Guerra Mundial aparecieron los movimientos pacifistas, que con su política de "haz el amor y no la guerra" hicieron que el beso cobrara un gran protagonismo. En mayo del 68, el beso se convirtió en símbolo de rebeldía y libertad, y las fotografías de los diarios se llenaron de manifestaciones públicas de amor. La superación de la guerra fue un estímulo abierto para el amor. El informe de Alfred Kinsey de 1948, sobre la sexualidad del “macho humano” fue otro de esos acicates inestimables. En él se señala que muy pocos americanos casados antes de la primera Guerra Mundial habían practicado el beso profundo con lengua incluida. Sin embargo, como tantas otras veces había ocurrido, cuando sus datos fueron contemplados desde otra óptica, se vio que más del 75 % de los hombres de cierto nivel cultural si lo habían practicado y practicaban, mientras que si se trataba de clases menos cultivadas lo hacían sólo en el 40 % de los casos. Tal vez la menor formación actuara como elemento inhibidor, ya fuese al hacerlo o al decirlo, pues muchos lo consideraban poco higiénico o tal vez poco isible. Cinco años después, el mismo equipo de Kinsey publicó su estudio sobre la sexualidad femenina, y ellas confesaban que besaban mucho más que los hombres. El beso profundo lo practicaban a modo de juego erótico el 70 % de las mujeres que no habían practicado el coito, y la frecuencia subía hasta el 80 % y el 93 % cuando se trataba de mujeres con más experiencia sexual prematrimonial. Al parecer a las mujeres les agradaban más que a los hombres los os no coitales, las caricias, el cuerpo a cuerpo y los besos. En la década de los 30 Thomas van de Velde publicó uno de los manuales de sexualidad más leídos durante el siglo XX, el “Ideal Marriage”, en el que señala que el beso francés se originó en una zona de bretaña, en una comunidad llamada Maraichin, los cuales “se exploran mutuamente y acaricias la boca del otro con la lengua, tan profundo como pueden, a veces durante horas”. Cierto o no lo que es evidente es que esa práctica se difundió como modelo socialmente isible en el siglo XX, y ahora puede decirse que lo practican el 90 % de los pueblos del mundo, sino todos. Sin embargo en los años 60, pese a la liberación sexual, aun era pronto para que la moral social se relajase lo suficiente como para hacer pública y transparente la sexualidad humana. Tal ver por ello el beso de Rodín o la fotografía de Doisneau tuvieron tanto éxito: eran algo prohibido. El beso seguía siendo cosa seria, íntima y ignorada. De hecho, informes posteriores a los 60, sobre la conducta sexual humana, apenas incluyen nada sobre los besos y el besar. Helen S. Kaplan, en sus textos de terapia sexual ampliamente 96
difundidos en los años 70, se olvida de los besos y ni siquiera menciona a los labios como elemento fisiológico a tener en cuenta. Y Master y Jonson, verdaderos reyes de la sexualidad durante las últimas décadas, no le dedican prácticamente ninguna atención en sus múltiples textos, de hecho en su tratado-resumen sobre “La sexualidad humana” ni siquiera se menciona el besar como práctica sexual. En España, en el informe sobre “Los españoles y la sexualidad”, tal vez el más difundido en los años 90, su autor Malo de Molina sólo utiliza una vez la palabra “beso” y de pasada, y en sus encuestas no hay ninguna pregunta sobre ellos. Puede que aun planease sobre nosotros la sombra de la dictadura, en la que un beso en público podía ser motivo de escándalo y te podía costar una noche de calabozo, o al menos una multa. Y que decir del famoso “Informe Hite” sobre la sexualidad femenina, realizado entre 1972 y 1974. En el se incluyeron a 3.019 mujeres que contestaron varios cuestionarios, con diferentes versiones y tiempos. ¡Ni una sola pregunta sobre los besos! Sólo al final del libro, en un apartado sobre qué clase de caricias le gustan a las mujeres, recoge los testimonios escritos de varias de ellas sobre los besos: “Toneladas de besos es lo que más ansío”, dice una. “Los besos son para mi enormemente importantes. A veces llego a tener orgasmos sólo besando”, señala otra. “me besaría con un buen besador durante horas”, añade una tercera. “me encanta que un hombre sepa besar”, “Cuando mi amante besa de una forma hambrienta…”, etc. Todas coinciden, muchas señalan que es tan importante o más que copular, sentirse bien besada, labialmente acariciada con besos y palabras. ¿Pero que es ser bien besada?, ¿en qué consiste eso de besar bien? Todas las mujeres parecen desearlo y saberlo, al menos la mayoría salvo la señora Hite, que apenas le presta atención en sus estudios. Estas críticas no son impertinentes. Tienen su sentido. No son simplemente anecdóticas, pues es palpable y evidente que en el comportamiento social los besos de saludo, de familiaridad, de cariño, de amor y sexuales son algo público. Nunca como antes habían constituido una conducta tan pública y tan universal. Y sin embargo los sexólogos no parecen prestarle demasiada atención, ni tampoco los comunicadores, ni los semiólogos, ni apenas los historiadores. El beso sigue siendo cosa curiosa, bella y enigmática, profundamente personal, al tiempo que superficialmente social. En el besar somos deudores de las generaciones de la libertad, y eso se refleja en las formas amatorias de besar más libres y espontáneas, aunque siguen existiendo pocas reglas y ninguna norma, salvo las que tácita y espontáneamente se van copiando de unas sociedades a otras. La era de la comunicación impone esos modelos de copia social, de universalización de los gestos y rituales. Actualmente el protocolo se reduce prácticamente a dos 97
modelos: los besos en la mejilla, que significan amistad, y en la boca son signos del amor. Persiste, no obstante, una forma elegante de, saludo, el besamanos. Este es el más discreto de los besos de sumisión. En Francia esta expresión se acompaña de una frase obligada: "mes homages, madame". Un tal Reboux – citado por Ustrell - explica con gracia como debe hacerse esta forma de saludo: "Unos depositan un beso ventosa, algunos levantan el brazo de la mujer a su altura, otros mojan la mano e incluso hay quien picotea. Para besar la mano lo correcto es, con las piernas rectas y los pies juntos, inclinarse levemente hacia la mano, elevándola un poco a partir del gesto que hará la mujer, y hacer un simple rozamiento con los labios. La regla general es que se besa la mano de las señoras casadas o de las solteras de cierta edad. Si la dama lleva guantes no es procedente realizar este tipo de cumplido y, de cualquier forma, para conocer qué tipo de saludo prefiere la mujer, será preciso prestar atención a la forma en que tiende la mano. A los mandatarios eclesiásticos, aunque no sea una obligación, se les hará un ademán de besar el anillo". Muchas personas piensan que en la actualidad el rito social de besar para saludarse se utiliza en exceso y sin demasiado respeto, que se besa a tontas y locas, con demasiada superficialidad, y que eso resulta bastante “hipócrita”. Eso opina la escritora Carmen Soto, quien sugiere que la costumbre de saludarse con un beso se está extendiendo demasiado y que en muchas ocasiones sería más correcto darse la mano. También es respetable la opinión de Ángel Amable, quien en su "Manual de buenas maneras" nos recuerda que el beso no debe ser ni húmedo ni pegajoso, y aconseja que si se dan besos de amor, se tenga cuidado con la limpieza de los dientes y la lengua (sic). El siglo XX nos trajo nuevos besos que nos ha hecho soñar a muchos. Son los besos del cine, de los que más tarde hablaremos. Es el “beso francés” que ha dominado el mundo de la moda del beso, el beso “de tornillo” dicho más a lo claro. Pero ese beso ya no es de nadie, es universal, el cine, la fotografía, las diferentes artes y medios de comunicación lo han impuesto, pese a los obstáculos que el Sida ha supuesto para las relaciones sexuales. En el futuro seguirá habiendo besos, eso seguro, aunque tal vez ocurra que la comunicación por internet, o la telefonía con imágenes, haga que cambien las cosas. Tal vez se impongan los besos virtuales, aunque sea una opción muy poco emocionante. Y ¿qué esperar para el nuevo milenio?, ¿tal vez los besos intergalácticos? En Star Trek, el Sr. Spock ya hace años que besaba a mujeres de otras civilizaciones planetarias, pero dicen los expertos que lo hacía como un autómata, sin sentimiento, y eso no nos gusta ¿verdad? Se me ocurre que 98
un buen slogan para el futuro sería: “Besos sin fronteras y para todos en el siglo XXI”. Pero eso ya excede las intenciones de este capítulo y nos traslada a otros aspectos que abordaremos más adelante. Por ejemplo, cómo son los diferentes tipos de besos a lo largo y ancho del mundo, o los distintos modos de besar según las culturas, las personas, las situaciones, etc. Es decir, se trata de indagar acerca de los usos, sentidos y significados de los besos. Un erudito en esta “geografía plurisémica de los besos” diría que trataremos de la “semántica y semiología” de los besos. Tanto da.
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6.- EL PLANETA DE LOS BESOS. Pero antes de entrar en las profundidades “semióticas” haremos un viaje de exploración a lo largo y ancho del Planeta. Buscaremos besos en el mundo entero. En realidad ya hemos podido aludir a muchos aspectos de esta cuestión, por lo que lo que no me extenderé demasiado, aunque no vendrá mal actualizarlo con ese espíritu curioso típico de los antropólogos más “cotillas”. Pues bien, el rastreo geográfico de los besos en la sociedad moderna nos enseña que, ni aun si tomamos como modelo el simple beso de saludo podemos aceptar su uniformidad mundial. De hecho, ni siquiera ese beso ritual, ese casi-roce entre labios y mejillas, ese etéreo saludo que de puro estilizado se queda en nada, tiene un único formato o un significado en el conjunto del planeta. Por ejemplo, es sobradamente conocido que los esquimales frotan la nariz para “besarse”, pero en la americana y muy desarrollada Alaska el beso labial, el beso facial y el beso de nariz son comunes y compartidos por diferentes etnias. Los maoríes todavía juntan la frente en vez de los labios a modo de beso, y algunos siguen mordiéndose en vez de besarse. Pero ocurre incluso que dentro de los mismos países, en diferentes zonas que comparten similares grados de desarrollo, también se presentan disparidades en la forma de besar. Por ejemplo en Francia para saludarse se besan en ambas mejillas, pero en la Provenza lo harán hasta tres veces, tanto entre hombres como entre mujeres, y si viajas a París puedes esperar sin alarmarte que te den hasta cuatro besos seguidos para saludarte. ¿Para qué tantos, me pregunto? Según los expertos, este beso facial de salutación tan extendido en el mundo entero proviene de Francia. Se trata del artículo de exportación europeo que más éxito ha tenido. Si se pudieran cobrar royalties la UE superaría en comercio exterior a la “cocacolizada” Norteámerica y al supercomputarizado Japón. Los historiadores dicen que se originó como una costumbre rural en Francia, donde los campesinos para saludarse se sujetaban de los hombros y se besaban sonoramente en ambas mejillas. Esa costumbre pasó luego a las ciudades donde fue discretamente “urbanizada”, y para hacerse menos “pueblerina” fue perdiendo sonoridad, alegrándose de su carga física, pero también perdiendo “autenticidad”. Lo intenso se fue convirtiendo en “light”, como las comidas caseras. Eso me recuerda la forma de besar de una de mis cuñadas de un pueblo de la vieja Castilla. Sus besos son un verdadero empujón facial y craneal, has de estar prevenido si no quieres perder el equilibrio, y, por su puesto suenan a beso de verdad. Por el contrario una de mis más queridas enfermeras cuando te saluda con dos supuestos besos los lanza tan de lejos y con la cara tan girada que has de tener cuidado en no
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dárselo en el cogote. Cada cual tiene sus rasgos gestuales, su peculiaridad besadora, su personalidad labial, es evidente. Pero sigamos la ruta de los besos. Lógicamente el beso de Francia pasó al resto de Europa, antes de hacerse mundial, y por eso dicen las encuestas que en conjunto los europeos somos muy besantes, los más besucones del mundo. El ritual de dar dos besos en las mejillas sin llegan a usar los labios, es propio de la vieja Europa pero también es variado en ésta. Por ejemplo, si estás en Bélgica debes saludar con tres besos, en Holanda es variable, dos o uno, en España lo normal son dos, pero a veces damos un único beso tocando con los labios la cara del otro, lo que denota que tienes o buscas un grado de intimidad superior al mero acto de salutación. En general en toda Europa los besos faciales son frecuentes entre las mujeres, o entre mujeres y hombres, pero raros ente los hombres. Sin embargo, en la antigua Unión Soviética los hombres también se saludaban con besos, generalmente uno sucinto y en los labios. En concreto en Rusia es normal que los hombres se besen entre sí y en la boca sin ningún tipo de recato, ni morbo ni prevención. La televisión nos ha mostrado repetidamente como los líderes de la Europa del Este se saludan afectuosamente con besos en la boca, cosa que jamás harían los líderes occidentales. Ese beso significa reconocimiento de igualdad y respeto, aunque por desgracia ese reconocimiento a menudo haya sido meramente simbólico y efímero. El beso en la boca entre hombres también se utiliza en otros sitios de Europa como forma de saludo, pero restringido a situaciones especiales. Por ejemplo, al transmitir los partidos de los mundiales de 1970 se impuso la orden de que las cámaras de televisión no registraran a los futbolistas europeos, sobre todo ingleses y ses, a la hora de celebrar un gol, pues solían festejarlo besándose en la boca y eso no estaba bien visto en otros lugares de Europa o el resto del mundo. En cualquier caso, el beso en el deporte se ha convertido en un fenómeno corriente, especialmente en los partidos de fútbol. Sin embargo hay deportes en los que no se llevan esas “mariconerías”, como el rugby, en el que los jugadores no se besan jamás, aunque a lo largo del partido se animan unos a otros con choques de manos o cuerpos, a veces muy efusivos y violentos. Cada deporte tiene sus usos y costumbres específicos. Hay otra curiosa anécdota que hizo que un beso se convirtiera en noticia de informativa y diera la vuelta al mundo. Sucedió con motivo de la visita de Isabel II de Inglaterra a Estados Unidos. Una persona desconocida de un barrio popular de Washington DC se aproximó cordial y efusivamente a la reina, la abrazó y la besó, y ella y su séquito se sintieron sumamente turbados, amén de alarmados. A la reina no se la puede besar, y menos en público, a lo sumo reverenciarla inclinándose educada y comedidamente ante ella. Aun 101
quedan viejos vestigios rituales en esta anciana Europa, que, pese a ser meramente simbólicos, en cierto modo se traducen en los usos públicos. Tal vez por ello en dos de las sociedades europeas más rígidas y menos “emocionales”, como son Alemania y el Reino Unido, casi nadie se besa en público para saludarse, y a lo sumo se dan uno y no más. Algo similar ocurre en Polonia, donde la manera tradicional de saludar un hombre a una mujer es besándole la mano con un gesto recatado y antiguo, nada de besos en la cara ni en los labios. Los que no se quedan rezagados en materia de besos son los americanos, que en general son bastante besucones. Los norteamericanos suelen dar un único beso y lo hacen de forma discreta, pero sin embargo usan frecuentemente besos bilabiales breves para el saludo entre mujeres amigas o entre madres e hijos, pero no entre hombres. Según una curiosa encuesta - los americanos las hacen para casi todo - una chica estadounidense besa a un promedio de 79 hombres antes de contraer matrimonio. También han observado que en esto hay diferencias entre sexos. Un estudio realizado en jóvenes escolares de 12 a 13 años, de un nivel equivalente a nuestra EGB, encontró que el 55 % de los chicos habían besado a una chica, mientras que sólo el 24 % de las chicas habían besado a un chico. Cuando preguntaron sobre “besos con lengua” encontraron que la frecuencia de uso descendía hasta el 27 % de los chicos y el 15 % de las chicas. A nosotros los viejos liberales europeos nos parece bastante para una edad tan tierna, ¿no cree? Es interesante comprobar las grandes diferencias que hay entre los “occidentales” de uno y otro lado del Atlántico en materia de besos. Hace algunos años el Wall Street Journal se ocupó del tema del beso en las relaciones profesionales y laborales. Dedico a la cuestión un monográfico se 46 columnas. Según parece preocupaba mucho a los rígidos neoyorquinos de buena cuna el correcto uso del beso en el contexto de las relaciones empresariales: ¿Debería considerarse el beso como algo inapropiado y sexista, como una forma de hipocresía social tolerable, o como una manera cálida y sencilla de atenuar las grandes tensiones comerciales? Hubo incluso quien especuló que se trataría simple y llanamente como una imitación de las sofisticadas maneras europeas. A modo de contrapunto, el Times londinense publicó poco después 20 columnas ocupándose del tema. Los rígidos ingleses consideraron que el beso empresarial era la forma más “insincera” de mezclar las relaciones laborales con las personales. Una especie de beso de Judas profesional, ostensiblemente hipócrita, al decir de algunos de los más reconocidos expertos en márketin: “Resulta difícil en ese contexto saber cuando un hombre y una mujer de negocios han de besarse y cuando simplemente darse la mano”. Los rituales 102
sociales son explícitos pero tácitos, hay poco escrito y menos aun establecido como de obligado cumplimiento. Si es la mujer la que se adelanta y besa afectuosamente puede ser considerado como signo de algo más que saludo, si es el hombre también pero menos. Si cualquiera de los dos el inicio de un gesto de dar la mano responde con un beso el otro se sentirá turbado; si sucede al contrario se sentirá cortado, un gesto de besar es respondido con una apretón de manos, se sentirá tratado con frialdad o rechazado. Tal vez lo mejor sería alargar la mano y si se perciben indicios de iniciar un beso aproximar la cara y ofrecer un beso aséptico, tan insustancial como protocolario. Pero volvamos a América. Los hispanoamericanos también son muy afectivos y prácticos besadores, pero en conjunto tocan a menos que los europeos, pues suelen dar un único beso en la mejilla, aunque suele ser más ostentoso, con más o que el nuestro. Así se hace en México y en general en toda Centroamérica. En Brasil son más efusivos, y es normal entre las mujeres besarse en la boca; los “picos” en público y entre extraños no son mal vistos, es un saludo casi tan normal como darse la mano o un abrazo. Este viaje a través del planeta de los besos nos enseña que incluso en sociedades en las que el beso no era una forma tradicional de saludo, el estilo europeo se ha impuesto. Ya es una práctica generalizada en el subcontinente hindú, y poco a poco se va introduciendo en la compleja China y en el ritualizado Japón. Sin embargo, a decir de algunos antropólogos, aun quedan algunas culturas aisladas o muy localistas, como las sociedades somalíes, cewa, lepcha y sirionao, en las que el beso de saludo es desconocido, y para los tongas sudafricanos todo tipo de o bucal con otro es repulsivo. Los extremo-orientales en general, y los chinos y japoneses en particular, eran las personas que menos utilizaban el beso como forma de saludo. De hecho resulta interesante que los chinos considerasen el beso europeo como una prueba de canibalismo, según una curiosa cita de D'Enjoy, en “Le baiser en Europe et en Chine”, publicado en el Bulletill de la Société d´Antropologie de París en 1891. En Japón el beso sexual era una verdadera rareza hasta no hace demasiado tiempo, y su práctica actual es de una sutileza próxima al vuelo de una mariposa. Como inspirado en el taoísmo, el beso debe ser sucinto, breve, frontal, seco, serio, adusto, sin nada más que los labios, sin otros roces, ni toques, ni fluidos, pero, eso sí, cargado de deseo, de misticismo y de erotismo. Las prohibiciones estimulan, no hay duda. En la actualidad, chinos y japoneses se incorporan a tal velocidad a las “modernidades” europeas que difícilmente cabe hacer ninguna especificación “oriental” en materia de besos, salvo si lo consideramos en el ámbito de las formalidades tradicionales.
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En África hay tantos pueblos, culturas y países que no es posible hacer ninguna generalización sobre el beso. Hay lenguas tribales, por ejemplo en Ghana, que ni siquiera tienen la palabra beso. En países africanos bien avanzados en muchas áreas, como por ejemplo Sudáfrica, aun se pueden visitar aldeas donde los aborígenes conservan viejas costumbres relacionales, como si el hombre europeo jamás hubiera pisado sus tierras. Así es posible encontrar formas idiomáticas simples que están basadas en el uso de los sonidos que emiten los chasquidos de la lengua en el interior de la boca, que usan los labios o el paladar para emitir sonidos expresivos y gestuales, o que utilizan los diferentes sonidos de los besos para comunicarse. No las hemos oído, es obvio, pero según parece ellos se entienden en ese rico lenguaje de los besos, y sin necesidad de representarlos con ningún sistema alfabético. En África se localizan además una gran parte de los países y culturas musulmanas, y ese es otro ámbito interesante para nuestra indagación. Es sabido que los árabes besan mucho y bien. Los besos en las mejillas, como fórmula de saludo entre ellos, significan que ya existe una cierta amistad y reconocimiento, pero incluso entre desconocidos es signo de respeto, afecto y buenos deseos, tanto o más que el chocar y agarrarse fuertemente las manos, como suelen hacer ellos a diferencia de los europeos y occidentales, que lo hacemos de forma mucho menos ostentosa. Resulta curioso contrastar las grandes diferencias que hay en los ritos de salutación entre culturas y países de uno y otro lado del mediterráneo: tan cercanos y tan distintos. En ambas culturas se dan besos o se dan la mano para saludarse, sin embargo se diferencian en el uso, en la formalidad, en la distribución y, sobre todo, en el significado. La clave está en el lenguaje no verbal, que entre los árabes suele ser más notorio, más ostentoso, más sonoro. También entre los propios árabes hay diferencias según el sexo y edad de los “intervinientes” en el beso. Por ejemplo en España, un hombre y una mujer se suelen saludar con dos besos si existe una mínima relación de amistad o conocimiento. Sin embargo en los países árabes los besos se utilizan generalmente para las relaciones entre personas del mismo sexo, pero no entre los contrarios. Que un joven bese a un anciano árabe en la mano es interpretado como signo de respeto, pero no besará jamás de esa manera a una mujer, ni siquiera de su propia familia. En Palestina los huéspedes que llegan a los hogares esperan ser besados al entrar a la casa, lo cual es una especie de ritual reparador de cuando Cristo fue invitado por un fariseo a su casa y este no le besó ("No me diste beso…" (Luc. 7:45). Los hombres palestinos se saludan francamente al encontrarse, para ello ponen su mano derecha sobre el hombro izquierdo del amigo y le besan la mejilla derecha, después hacen lo contrario, ponen la mano izquierda 104
sobre su hombro derecho y le besan en la mejilla izquierda. Mientras que en España los hombres nunca o casi nunca nos besamos en la cara, allí puede verse constantemente esos besos que equivalen a nuestro sincero apretón de manos entre amigos o en los encuentros sociales. Es evidente que la cultura musulmana mantiene una peculiar relación con el beso. Los bereberes, por ejemplo, se besan en la mejilla de forma clara y sonora para saludarse al tiempo que se dan un breve abrazo, pero nunca besan a las mujeres en público. Para ellos los besos significan mucho. Se trata de uno de los gestos públicos más significativos. Su modo de relación con los besos acoge todos los posibles usos y significados, desde lo maternal a lo respetuoso, desde lo erótico a lo religioso, desde lo protocolario a lo metafísico. Los usan mucho, pero no los malgastan, como a menudo ocurre entre los europeos y occidentales modernos, para los cuales los besos públicos han perdido casi toda su carga significativa, se han quedado en un gesto frío y simbólico, muy alejado de sus principios y fines. Para acabar este apartado, veamos un curioso suceso, ocurrido durante la guerra de Irak de 2004, que nos permite comprender lo importantes que son los besos en la cultura musulmana. El diario “El País” (on line) publicó la siguiente noticia, que resumo a continuación, sobre el ataque sufrido por un grupo de agentes españoles de información, a resulta del cual murieron varios de ellos: Latifiya. 15.42, hora local… Alberto, Alfonso y José Carlos han muerto. Hay dos grupos de terroristas disparando desde las casas. Luis Ignacio y José Manuel suben el pequeño talud desde el segundo vehículo hasta el que está más cerca de la carretera, donde se encuentra José. El intenso tiroteo ha colapsado el tráfico. El fanático atentado se ha convertido en un espectáculo para quienes transitan la carretera. Está solo. Escucha a su espalda las detonaciones. Algunos de los que estaban observando el espectáculo se acercan a él. Lo rodean. Recibe muchos golpes… Está a punto de rendirse, de dejarse llevar. No oye nada más que los gritos de la gente que se ha arremolinado a su alrededor. Ya no hay disparos. Y, de repente, de entre toda la muchedumbre, ve a un hombre que se acerca y que aproxima la cara a la suya... No hubo ni una sola palabra que acompañara el gesto. Sólo un beso. En la mejilla. Un gesto de protección, procedente de un hombre delgado, bien vestido, elegante... Cuando José Manuel está a punto de rendirse ante aquella turba, comprueba asombrado cómo un hombre distinguido le besa en la cara y todos los que están a su alrededor se calman. No es un religioso de la mezquita próxima. No es un imán, aunque va muy bien vestido. Es un notable que, con ese gesto, transmite a los presentes la amistad hacia 105
José Manuel. El beso entre los árabes es un gesto muy apreciado que indica compañerismo, afinidad. Inmediatamente después, como por encantamiento, las manos agresivas hasta entonces, se tornan complacientes. José Manuel está protegido y quienes le agredían, ahora le empujan con respeto hacia los coches aparcados. Y en ese momento de perplejidad, propia y ajena, se introduce, lo introducen en un taxi, que intenta salir de allí en dirección a Bagdad. Hay un tremendo lío de tráfico.…” No se usted, pero yo me quedé sin palabras, ni tampoco había ninguna necesidad, los besos hablan su propio idioma.
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7.- EL IDIOMA DE LOS BESOS Si se te cae el pan al suelo, has de recogerlo y besarlo antes de comerlo. Es un viejo ritual cristiano de origen incierto. Pero, ¿qué significa ese beso? ¿Acaso protege de algo? ¿Te puede salvar la vida? ¿O es una manera de rendir culto al cuerpo simbólico de Cristo? El pan, como símbolo del alimento universal, ha sido utilizado en todos los tiempos como imagen de la paz y la generosidad. "Es más bueno que el pan" afirma un dicho español para indicar la bondad de una persona. Los antiguos decían que jamás se debía tirar el pan. El pan es sagrado y si se cae al suelo hay que recogerlo y besarlo, o recogerlo y dárselo a un pobre. Aquellos pobres de antaño que iban por las casas pidiendo un trozo de pan "por el amor de Dios", y que cuando se lo daban lo besaban antes de meterlo al zurrón, dando prueba de la gratitud y humildad cristianas que implica el aceptar limosna. En fin, resulta sorprendente que sobre una cosa tan simple como un beso se puedan hacer tantas divagaciones y conjeturas, o establecer tantos patrones de usos y significados. No tendríamos suficiente con mil y una categorías de análisis para abarcar todas las posibles formas y significados del besar. Pese a ello en este capítulo abordaremos de forma entrelazada dos de los aspectos más “significativos” del tema. El primero es el de los significados de los diferentes modos y maneras de besar, y el segundo como son esos en diferentes épocas, zonas o culturas. En realidad, sobre el primer aspecto ya hemos hablado ampliamente, desde diversos puntos de vista, como la historia, la religión, la antropología, etc. Por ejemplo recordemos que ya en Grecia había no sólo distintos tipos de besos, sino incluso diferentes palabras para denominarlos. El “filema” era el beso de saludo, de paz y bendición; y el “katafileo” era el beso ferviente, amoroso, sexual e incluso perverso. En Roma había aun más palabras, tres, el basium, el savium y el ósculum, según sus diferentes usos, significados y simbolizaciones, de las cuales ya hemos hablado. Ahora bien, es desde la traición de Judas cuando un beso, en tanto que conducta “significativa”, se proyectará para siempre como una sombra oscura sobre el sentido de un gesto. San Agustín señala que es la falta de cohesión entre el corazón y la boca lo que expresa ese beso “hipócrita”. Si el corazón no besa al tiempo que la boca el beso esconde el engaño, la traición, aunque a la boca le cueste mucho mentir. Los seres humanos además de mentir sabemos engañar, los animales sólo esto, por eso son más fieles. La mentira y la fidelidad son, precisamente, otras de las expresiones simbólicas del beso; sugiere pertenencia, reconocimiento, respeto o, por el contrario, exclusión o
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señalamiento. Así ocurre, por ejemplo, con el beso ritual de la mafia siciliana, que delata y marca al besado anticipándole la tragedia. Y es que un beso se puede dar por y para muchas cosas, y no sólo con los labios. Se besa, simbólicamente, con los dedos, con los ojos, con el corazón, con el soplo… Hay besos de saludo, de amor, de ternura, de costumbre, de compromiso, de veneración, de respeto, de reconocimiento, de transferencia, de traición, de pertenencia, de familiaridad, de desamor, de consolación, de juego, de sexo, de perversión… en fin múltiples y variados significados de los besos. Pensemos que se trata de un elemento no verbal de comunicación, con muchas posibles formalizaciones dependiendo de quien, como, cuando y donde se den o se reciban. Cualquiera con un mínimo interés taxonomista podría elaborar una extensa clasificación del besar, que iría desde lo muy simple y anecdótico, hasta lo más complejo y trascendente. Pero entremos en materia. Todo se resume en un aspecto esencial: el de la comunicación. Un beso siempre es una conducta comunicativa. Y lo es porque siempre es expresivo. Ahora bien, el beso sólo es significativo desde que se convirtió en hecho cultural, y es cultura desde que tuvo significado, cual pescadilla que se muerde la cola para al cabo dar al traste con el beso entendido como automatismo gestual animal. A este respecto, conviene saber que los expertos diferencian entre expresión verbal y no verbal, y que ésta se basa en la utilización de la mímica y la motórica, también llamada kinesis o psicomotricidad, en definitiva la gestualidad semántica. Dicho de oto modo, los gestos son elementos comunicativos naturales que pueden ser considerados como “mediadores” entre la intimidad individual y la cultura social. Son los primeros elementos comunicativos, tal vez también los primeros actos simbólicos. La suma de gestos compone una gestualidad que es típica de cada persona, que la identifica aun más que sus facciones o palabras. Reconocemos a una persona desde lejos por como anda, como se mueve o como gesticula al hablar. Cada persona tiene su propio sistema de señales y también existen códigos gestuales típicos de una cultura o grupo social. Siempre me llamó la atención que los comentaristas de televisión sean capaces de reconocer tan rápidamente a los futbolistas en un campo tan enorme y desde tan lejos. Y que decir de esa rara habilidad de ciertos comentaristas de reconocer a los ciclistas en una carrera, si van todos “disfrazados” y todos dan pedales de la misma manera. Pues no, aunque lo parezca, no los dan igual. Lo mismo ocurre con los besos. Aunque todos hagamos lo mismo, cada uno lo hace a su manera, y en cada grupo hay códigos típicos asociados a los besos. Pensemos en lo que ocurre cuando besamos por primera vez a una persona. Hasta que no lo haces no tienes ni
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idea de cómo va a salir la cosa, si habrá o no equilibrio entre los labios de ambos, si nos acoplaremos al ritmo de besar, si los labios y la lengua… etc. Una de las personas que primero abordó en serio la cuestión de la comunicación no verbal fue Flora Davis, en su famoso libro "La comunicación no verbal", publicado en 1971 en los EE.UU. Empieza así: "No confío plenamente en el teléfono, porque por teléfono no puedo estar segura de lo que realmente quiere decir la otra persona. Si no puedo verla, ¿cómo puedo adivinar sus sentimientos? Según la autora, la capacidad de descifrar los gestos y movimientos es algo que todo el mundo posee desde niños. Es lo que podríamos llamar intuición semántica no verbal, y se aprende y se utiliza inconscientemente desde la más tierna infancia. La relación y comunicación inicial entre madre e hijo, por ejemplo, se basa más en la gestualidad y en la sonoridad que en significado del lenguaje. En este contexto los besos son un elemento primordial de la relación, hasta el punto de convertirse en una parte esencial de la “nutrición” emocional del cerebro del niño, sin la cual su desarrollo puede verse retrasado o mermado. Según sugiere Ulrich Ramer, en su libro “Lenguaje Corporal”, la acción de besar podría tener su origen en una actitud maternal, la del cuidado alimenticio, de cuando la madre entregaba comida masticada a su criatura. Igual que el succionar en los senos maternos, ese o boca a boca, podría ser considerado como una fuente de placer infantil y de seguridad. Por eso el besar, igual que ocurre con el succionar y el chupar, estaría ligado a sensaciones y relaciones gratas, de un placentero e íntimo o. Por eso se observa que una pareja infeliz deja de besarse antes de abandonar las relaciones íntimas. Parece que besarse es algo más comprometido, más significativo, más comunicativo que intimar sexualmente. Por otra parte en el beso hay elementos instintivos reflejos que también tienen valor semántico no verbal. Por ejemplo, al besar un 97% de las mujeres cierran los ojos, mientras que sólo lo hacen el 30% de los hombres. Aparentemente esto significa que la mujer siente más profundamente la emoción unida al beso, y eso a su vez es un elemento de comunicación sexual de la mujer amada que estimula al hombre. Incluso hay quien dice que esa gestualidad instintiva o innata, tiene que ver con la configuración psicofísica del temperamento. Según Ramer, en general quienes besan con los ojos abiertos son más prácticos y realistas, y también sería un indicador de alta fidelidad y de tendencia a la monogamia. En fin, tal vez sea demasiado decir, pues, que nos conste nadie ha investigado seriamente la relación entre la personalidad y la conducta de besar. Es evidente que hay diferencias entre cuanto y como besan las personas, y que posiblemente los más románticos
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prefieran cerrar los ojos al besar, pero aparte de lo sugestivo de la hipótesis no hay manera de comprobarlo. Lo que parece evidente es que con frecuencia los besos han sido objeto de toda suerte de digresiones que a poco alcanzan si no se apoyan en estudios serios al respecto. Resulta llamativo que a una conducta tan peculiarmente humana, tan gratificante y económica, se le haya prestado tan poca atención. Ni siquiera la sexología le ha dedicado el interés que merece en tanto en cuanto que conducta sexual. Lo veremos cuando abordemos la psicología y sexología de los besos. Dedicaremos ahora alguna atención a ciertas semánticas o simbologías concretas del beso. Por ejemplo, el “beso de bodas”. Ya hemos hablado del origen religioso de ese beso, que viene a significar la unión de las almas, más que la de los cuerpos. Todo suele empezar con el beso de petición de mano. Antiguamente este beso tenía una connotación jurídica. Un beso acompañaba la dote del novio a la novia. Este en cuanto recibía el beso, tenía derecho a la mitad de la dote si su prometido moría antes del matrimonio. El beso de petición de mano ha perdido este valor jurídico, pero ha conservado el valor moral de compromiso. Luego viene el verdadero beso de bodas, el definitivo, el que se dan los esposos tras las promesas y el intercambio de anillos corresponde a una costumbre muy antigua. Este beso de los esposos atestigua que el compromiso se contrae por propia voluntad. El beso de bodas era reconocido ya por los juristas de la Roma Imperial y la Iglesia hizo muy pronto suyo este principio. Durante el Concilio de Trento (siglo XVI) se exigía que este consentimiento fuese público y se pronunciase en presencia del cura que daba a los cónyuges la bendición nupcial. Actualmente el beso de bodas ha perdido su valor como prueba del consentimiento de los cónyuges y queda en mero rito que “promete” amor y fidelidad y que da a la ceremonia nupcial tintes más bien “cinematográficos”. Pero detrás de esa pantalla se esconden tramas mucho más sutiles y simbólicas. El aliento espiritual compartido por los novios inaugura una relación que es más de carnal, que es metafísica. El alma se encuentra en los labios de los amantes, poetizaba Shelley en el XIX, estaba en plena ebullición el romanticismo, y el éxtasis sexual y místico se confundía con el religioso. El alma y el cuerpo del dualismo platónico unidos por fin gracias al beso. Besos que prometen la vida hasta la muerte. Aunque los prosaicos divorcios se encarguen de demostrar que la fuerza de los besos no es tanta cuando se alejan de los labios.
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En el Gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, él se debate entre el peligro de besar a Daisy o “pasar de ella” pues “Sabia que cuando besara a esa chica y “casaran” para siempre sus indecibles visiones con su aliento perecedero, su mente nunca más volvería a retozar… Así que esperó… Entonces la besó. Al toque de sus labios, ella se abrió para él como una flor y la encarnación fue completa”. Hay besos de amor para dar la vida y también para pasar de la vida a la muerte. El Fausto de Marlowe vende su alma al diablo no sin antes pedirle a la “Dulce Helena, hazme inmortal con un beso”. Goethe hace que Werther y Charlotte se besen fatalmente después de leer al bardo Ossian. Y Jacopo y Teresa, del italiano Foscolo, se besan apasionadamente después de recitar a Petraraca y Safo y de ese modo transitan dulce y eróticamente al último suspiro: “Y nuestros besos y nuestros alientos se mezclaron y mi alma se transfundió a tu pecho”. Morir con el beso de tu mejor amante en los labios es una gran idea literaria que viene de lejos. Los romances medievales ya lo proclamanban, Dante se hartó de padecerlo, Shélley lo cantó hasta la saciedad: “…y nuestros labios con otra elocuencia que no eran palabras, eclipsaron el alma entre ellos”; y en “La filosofía del amor” hace que todas las cosas se besen, “ved las montañas besar al alto cielo”, si bien nuestro sensible Gustavo Adolfo Bécquer lo hacía mucho mejor, ¿recuerda?... “Besa el aura que gime blandamente las leves ondas que jugando riza el sol besa a la nube de occidente y de púrpura y oro la matiza. la llama en derredor del tronco ardiente por besar a otra llama se desliza. y hasta el sauce inclinándose a su peso al río que lo besa, vuelve un beso”. Emili Dickinson, Sara Teasdale, Virgina Wolf y otras muchas mujeres literatas han “besado” hasta la saciedad en páginas memorables o cursis, dramáticas o ansiosas. Como si su vida fuese una eterna carencia de besos. Tal vez por ello, ellas y otros muchos y muchas poetas besucones han acabado en un río o colgados de una cuerda. ¿Qué habría sucedido de tener quien las besara”. Lo dijo Beppe Salvia antes de lanzarse al vacío desde su casa de Roma, en marzo de 1985: ¿De que sirve perdurar con parámetros / de supervivencia, intentando pasar cada día sin saltar al vacío,...? / Mira los ojos de tu hija / y despídete con un beso. Tal vez con un beso de buenas noches. Ese tierno, salutífero, salvador, protector, que las madres de todos los mundos ofrecen a todas sus criaturas para que les acompañe en el transito diario entre la vida-luz y la muerte111
oscuridad; o, el beso otro beso en espejo del despertar, para darles la bienvenida de nuevo a la vida. La diosa Nut es la reina egipcia de la noche, la que extiende sus alas protectoras sobre los niños que duermen y despiertan. La gran protectora azul, como los besos. La que acompaña a los niños en el viaje a lo desconocido, en el regreso del abismo, en el que han contado con la compañía simbólica de la madre. Eso es lo que les garantiza el beso sedante, hipnótico, ataráxico. Ese beso, el de irse a dormir, es el mejor ejemplo del lo que un beso puede llegar a significar. A los niños no les gusta acostarse porque se enfrentan a la soledad y a lo desconocido. El beso materno en ese preciso momento, les ayuda a vencer los miedos de la oscuridad, los inquietantes ruidos de la noche, las desconcertantes imágenes de los sueños, las angosturas de las pesadillas. Nadie lo ha descrito mejor que Marcel Proust en “En busca del tiempo perdido”. Tenía siete años y una mamá que subía a besarle todas las noches, “Mi único consuelo cuando subía al piso de arriba para dormir era que mi mamá vendría y me besaría cuando estuviera en la cama”. “…a veces cuando, después de besarme, abría la puerta para marcharse yo anhelaba llamarla, para decirle: bésame una vez más”. Más cuando había invitados la mamá no subía y el pobre niño las pasaba estrechas (angustiosas), pues tenía que contentarse con el beso en el comedor y con llevárselo “simbólicamente” puesto hasta el dormitorio, y entonces el niño preparaba a conciencia ese beso “… que iba a ser tan breve y furtivo… escogería el lugar exacto de su mejilla donde lo estamparía, y me prepararía para poder… consagrar la totalidad… de la sensación de su mejilla contra mis labios”. Siendo ya mayor, al final de la vida de su madre, los papeles se invertirán, será él el que cada noche despida con un beso a su madre viuda y delicada de salud. En media habrán quedado muchas relaciones amorosas complejas y a veces tormentosas, con frecuencia marcadas por esa relación “prousiana” con el beso materno, o con su carencia. Justamente esta carencia es la que relata el protagonista de “Traidor a la patria” (Paul Newman), película de los años 50, en la que un heroico oficial de la guerra de Corea, acaba colaborando con el enemigo tras ser capturado y torturado mediante asilamiento extremo. En el consejo de guerra es obligado a leer en alto su declaración en la que relata las carencias emocionales de su infancia. La cosa es más o menos así: Madre enferma que muere cuando él tiene doce años, padre militar rígido y ausente, y entre sollozos relata: “…mi padre nunca me besó, él no nos sostenía en brazos… creo que ahora no quiero a nadie”. El mismo día su padre le visita, mantienen un tenso encuentro, y en un momento determinado, lleno de emoción contenida, el padre le abraza, le coge de la cabeza y le besa tierna y prolongadamente. Es un beso de compensación, ese que a veces tanto cuesta dar a alguien a quien sin embargo amas profundamente.
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Esa extraña carencia simbólica de besos a menudo se encuentra en las representaciones pictóricas de la Virgen y el Niño Jesús. Nunca se están besando, pero con frecuencia sus miradas son tan elocuentes que podría decirse lo que viene a continuación, el beso maternal que por razones difíciles de comprender la Iglesia se ha empeñado en ocultar. Dicen algunos analistas que la razón está en que el origen real de la escena se sitúa en el mito de Venus, la diosa del amor, y Cupido, su hijo, el dios del amor. Esta pareja, sin embargo ha sido representada a menudo en actitudes inequívocamente sexuales. Por ejemplo en el cuadro de Bronzino, “Venus, Cupido, la Locura y el Tiempo”, la madre y el hijo adolescente están unidos en un expresivo beso con lengua incluida. Eso prácticamente nunca ocurre en las representaciones de la Virgen y el Niño, salvo en el cuadro de Quentis Metsys, pintor flamenco (1465-1530) que en el cuadro titulado, “La Virgen con el Niño”, los representa besándose. Pero esa es una rareza pues ni en las famosas vírgenes de Giotto, ni en las diversas representaciones de la escena hechas por Murillo, ni en las múltiples de Rafael aparecen ninguna imagen explícita de besos en la “sagrada” pareja. En los cuadros de Rafael, no obstante, es evidente una relación muy intensa entre ambos, muy obsesivamente sensual pero al tiempo muy controlada. Dicen los expertos que Rafael padeció carencia de besos, pues su madre murió siendo él un niño, y que por eso pintó tantas maternidades. ¿Quién sabe? Tal vez por eso los niños juegan a besarse. Los juegos y los besos serían otro de esos campos semánticos en los que podríamos adentrarnos y no acabar. Déjeme sólo recordarle que el beso forma parte de muchos juegos tradicionales, ya sea como penalidad ya como recompensa. La tradición del beso a la muchacha más bella y deseada cuando se encuentra debajo del muérdago, los juegos de prendas o danzas, los del corro, y muchos otros tienen los besos como protagonistas. Muchas chicas han recibido, y muchos hemos dado de esa manera nuestro primer beso. Que manera tan sutil y sabia de aprender y de enseñar a hacernos personas sociales y adultas jugando; con besos, ¿cabe mejor premio?, ¿alguien imagina mejor castigo? Recuerdo vagamente haber leído no se donde, que había una tribu en no se que isla de no se qué zona del Pacífico, en la que el castigo para los niños o adolescentes que eran pillados cometiendo un acto sexual “inapropiado”, era obligarles a repetirlo. ¿Que bueno verdad?, o que malo, según se mire. Dicen que el primer beso es tan difícil como el último, aun que, personalmente, creo que éste siempre será el peor. El primero es símbolo de amor y deseo. Desde pequeños soñamos con ese primer beso, y cuando lo repetimos queremos que todos vuelvan a ser el primero. Nace de la atracción, del deseo que nos inflama, nos quema, nos estremece y nos hacer perder el sentido. ¿Serán las endorfinas? Es una suma perfecta entre dos personas, y no 113
puede darse o recibirse de cualquiera. Esa química no ite sucedáneos, solo ocurre cuando ocurre y es científicamente impredecible, aunque también es incontrolable por la voluntad. Que temblemos al besar por primera vez a una persona no quiere decir necesariamente que sea el amor de nuestra vida. Si así fuese sería perfecto, una “prueba del algodón” sin posible error, y no esa lotería que es el “amor-pareja”. El primer beso, ya sea en la última infancia o en la primera juventud, suele ser el primer encuentro sensual y sexual con el otro y por eso concita tantas sensaciones y tantos desvelamientos. Tantos que con frecuencia permanecerá para siempre en la memoria. Durante el primer beso sufrimos y la sintomatología del inexperto, nos tiemblan los labios, el corazón se acelera, nos sudan las manos se nos inflama todo, se nos desorientan las brújulas y los biorritmos, las hormonas se nos desatan. Si se da a una edad muy temprana suele carecer de relevancia, si se da muy tarde está sobrado de expectativas y exigencias. Si se prepara mucho mal, si no se prepara pronto se aprende ese "arte de besar". Si no sabes, tus labios te enseñan sin la ayuda de ningún maestro. Luego viene la repetición y la habilidad, y, como casi todo en la vida, cuanto más se practica mejor se hace y más se disfruta. El primer beso es sólo el primer o con la sexualidad, pero a muchos les transforma la vida. La novelería de todos los tiempos lo ha contado con tanta hermosura como desmesura. Pongamos Henry James, por poner a alguno: “Su beso fue como un relámpago…” asegura en “Retrato de una dama”. Con frecuencia ese primer beso es robado o adúltero, como en el “Leviatán” de Paul Auster. El protagonista, después de alguna experiencia sumamente desagradable con el beso de la esposa de su mejor amigo, encuentra por fin a su amada Iris, y: “…la alcancé y la agarré, estrechándola contra mí y besándola profundamente en la boca. Fue una de las cosas más impulsivas que he hecho en mi vida… Era como si fuéramos las primeras personas que jamás se habían besado, como si juntos hubiéramos inventado esa noche el arte de besar”. Sin embargo no siempre tiene que ser tan aparatoso, con frecuencia el primer beso es un simple rito de paso, bastante más circunstancial y no tan significativo. Diríamos que es un beso de “graduación” que te da el boleto para pasar a la adolescencia o la juventud. Las típicas fiestas de graduación, de fin de curso etc. siempre han sido un buen pretexto para el primer beso o, en casos afortunados, para el primer “…”. El cine lo ha idealizado tanto que resulta casi repelente. Pero, gracias a las musas aun nos queda el recurso a la literatura, al inmortal Shakespeare por ejemplo, que en Romeo y Julieta reune beso y pecado, descubrimiento y muerte. La escena del beso dice así: R.- ¿Acaso no tienen labios los santos y peregrinos? J.- Si, peregrino, labios para las plegarias.
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R.- Entonces no te muevas, mientras recojo el efecto de mis plegarias. Así de mis labios, por medio de los tuyos es purgado el pecado. J.- Entonces mis labios tienen el pecado que han tomado. R.- ¿Pecado de mis labios? ¡Oh, dulce ofensa! Devuélveme otra vez el pecado. Así fue el primer beso, y el segundo y luego hubo muchos más entre esos dos adolescentes de tan sólo trece años que tan amarga e injustamente acabaron pagando sus pecados. Es lo que tienen los besos, mucho peligro. Y si no que se lo digan a Drácula y sus víctimas vampirizadas. Y es que los besos también sirven para morir, y no precisamente de amor. Eso sucede cuando son los abogados del diablo quien los dan, los judas, los vampiros, los caníbales o los mafiosos. Es el eterno reverso tenebroso del beso. Para acotar la historia de esa manera de besar, podríamos comenzarla hace unos dos mil y pico años en los labios de Judas, y acabarla en con Oscar Wilde en “la balada de la cárcel de Reading”: “…los hombres matan aquello que aman /… algunos lo hacen con una mirada amarga / otros con un halago / el cobarde lo hace con un beso…”. Es bien sabido que a consecuencia de algunos de esos besos “prohibidos”, homosexuales, Wilde acabo en la cárcel. Unos besos dan vida y unen las almas, otros roban la vida y el alma. Ese es el nexo que A. Blue encuentra entre los besos “a lo judas” y los besos “a lo vampiro”. Más tarde buscaremos besos en los cuentos y leyendas, en las historias tenebrosas, pero déjeme ahora que volvamos un momento al beso de traición por excelencia. Hasta el nombre de Judas es sinónimo de traición, pero ese análisis semántico del famoso beso es sólo superficial. En lo profundo se encuentra un rito “mistérico, otra incorporación a la cultura cristiana de los viejos mitos y miedos de la humanidad. Para entenderlo tendríamos que remontarnos, según la citada A. Blue, al canibalismo primario de la humanidad. Esta sabrosa costumbre se sostiene en varias razones, la simple necesidad nutricional, la muerte en la lucha por la supervivencia y la creencia mágica de incorporación de las virtudes de la víctima. En el caso que nos ocupa, es el propio Jesús el que en la última cena instituye un ritual de ingestión simbólica de sus virtudes, hecho lo cual no le quedaba otra opción que morir, él ya lo sabía, y también sabía que uno de ellos tendría que traicionarle para que se cumpliera el rito, y así quedase instituido el sacrificio como liturgia y doctrina. El beso era el mejor símbolo, el nexo entre la vida y la muerte, entre el sacrificio y la religación. Es comer y querer a un tiempo. Judas no hace sino iniciar el rito, probando la carne del maestro con los labios. Es un elemento simbólico que de hecho no es ni nuevo, ni único, pues es compartido por hinduismo, islamismo, judaísmo y cristianismo, e incluso aparece ya en los mitos de 115
Osiris, Attis y Adonis. Al igual que ocurre en estos ritos místicos, las celebraciones triunfales de estas divinidades siempre acaban con su muerte simbólica, lo que las eleva a los cielos. Igualmente, la traición y muerte de Jesús es lo que le convirtió de simple predicador vagabundo en un dios universal. Visto así, la cuestión es ¿quién traicionó a quién, Judas a Jesús o viceversa? No vale la pena responder, entre otras cosas por no molestar a la tradición, pero que conste que la historia de Judas y el beso no está clara ni siquiera en los escritos de los apóstoles, hay muchas diferentas entre ellos, y parece que se fue incorporando a medida que el cristianismo crecía y se consolidaba como una verdadera religión. El rito del sacrificio y la “canibalización” simbólica del “dios” es un gran recurso. Beso y decoración sin riesgo ninguno. El cuerpo de Cristo es devorado una y otra vez, con sumo cuidado, con el máximo respeto, sin apenas hacerle daño, sin masticar la sagrada forma. Todo encaja a la perfección. Del beso a la eternidad. Por eso a los cristianos les gusta tanto repetir la escena, por un lado se sienten culpables de matar y devorar a su “cristo”, y por otra lo ingieren para ser perdonados y salvados. Claro que para que esa escena tuviera tanta fuerza que persistiera a lo largo de los milenios, se necesitaba que la primera fuese muy “fuerte”. Nada de un besito, un beso de muerte, nada de un mordisquito, un sacrificio con ingestión en toda regla. Qué mejor gesto podría cumplir con las expectativas que un beso mortal. Según Lucas, hasta Jesús lo dijo: “Judas, ¿traicionas al hijo del hombre con un beso? Había que traicionarlo, matarlo y comérselo, y para empezar a hacerlo lo primero son los labios. Él mismo ya lo sabía, lo dejó dicho y ordenado. Se necesitaba un actor secundario, un chivo expiatorio, y Judas representó a la perfección su papel. A la postre, y de acuerdo con el mismísimo San Agustín, Judas le hizo un gran favor al cristianismo. Y según Borges, “Un hombre al que el Redentor ha distinguido de tal manera merece por nuestra parte las mejores interpretaciones…”. Un Oscar para el mejor actor secundario, para el protagonista del beso más famoso de toda la historia. Es cierto, ya lo vimos, que antes y después de ese beso ha habido otros muchos similares. La tradición bíblica anterior al cristianismo es pródiga en ese tipo de besos de traición y muerte. Lo que vendrá a continuación no es más que la utilización interesada de ese beso. La sociedad, la cultura, el arte, la lengua, la política, hasta la mafia siciliana se van aprovechar de ese beso simbólico. Hay numerosas interpretaciones, análisis, exégesis, versiones, controversias y hasta justificaciones de esa escena. Hay discusiones incluso sobre si ese beso existió de verdad o no, sobre si fue en la mejilla o en los labios… En definitiva muchas “comeduras de coco” para aliviar la culpa, muchos lavados de manos a lo Pilatos, muchas misas y comuniones expiatorias. Comulgar es comer juntos, y eso es lo que se hace cuerpo y comunidad: “religare”, “religión”. La religión es un fenómeno evolutivo, un 116
derivado de un beso, el beso primordial. Eso, que puede parecer una recargada metáfora, lo sostienen incluso algunos antropólogos. Vienen a equiparar ese fenómeno con la evolución natural, denominándolo “pseudoevolución”, es decir una especie de evolución cultural, que en definitiva se incorporaría al desarrollo de las especies en forma de comportamientos ritualizados y transmisibles a través de los llamados “memes”, los “genes culturales”. Ya lo he sostenido varias veces y me reitero. Besos y cultura tienen mucho en común. Ya lo sabíamos, lo hemos visto muchas veces en el cine. En el Padrino II Corleone besa a Fredo y lo despacha para el más allá. Eso es muy dramático, pero a la postre todos alguna vez lo hemos hecho o lo vamos a hacer. ¿O es que usted nunca ha dado un beso políticamente correcto a su más intima enemiga? Y puede que incluso no esté nada mal. Es una forma de entendernos sin necesidad de asesinarnos. Es evidente que los besos no tienen por que ser siempre tan dramáticos, de hecho los hay tan institucionalizados y ritualizados, que de puro simbólicos ya han perdido toda su carga semántica. Por ejemplo, ya es frecuente y hasta común, usar los besos en forma de saludo incluso entre los pertenecientes a la alta sociedad aristocrática y la realeza, salvo que sea británica. Podemos ver constantemente a nuestra Reina Sofía besando a un plebeyo en una entrega de premios, o al Rey besando a una significada deportista en una recepción. El uso de ese beso está itido incluso por el rígido protocolo de las casas reales, siempre que se haga con discreción y respeto. Y ya que nos hemos introducido en los finos salones de la corte, analizaremos el más vetusto, intemporal y semántico de todos los besos, el besamanos. Es un beso que indica sumisión y reconocimiento de la dignidad de la persona besada. En los ambientes sociales comunes, este beso siempre lo ejecuta el varón y lo recibe en la mano la mujer, que debería ser siempre casada o de una edad “respetable”. En Francia se acompaña de la frase ritual "Mes hommages, madame". No está cargado del mismo significado si se realiza en la mano derecha que en la izquierda, que es la mano que simboliza el corazón. Puede ser un beso muy sensual si se realiza correctamente, con un roce de los labios directamente en o con la piel de la mano. Hasta mediados del XX era de utilización habitual en España, especialmente en las altas esferas sociales. Actualmente se encuentra en franco desuso, aunque persiste en una forma muy sutil y elegante de saludo con cierta inclinación de la cabeza hacia la mano de la señora pero, como ocurre con el beso de mejilla, sin llegar a tocarla con los labios, al tiempo que solemos acompañarlo de un “beso su mano señora” entre respetuoso y cínico. Este es el más discreto, sutil y estilizado de todos los besos. En Francia aun está bastante extendido, hasta tal punto que un tal Reboux, supuesto experto en ritos sociales, explica en tono 117
jovial como no debería realizarse y como si hacerlo: "…unos depositan un beso ventosa, algunos levantan el brazo de la mujer a su altura, otros mojan la mano e incluso hay quien picotea. Para besar la mano lo más correcto es, con las piernas rectas y los pies juntos, inclinarse levemente hacia la mano, elevándola un poco a partir del gesto que hará la mujer, y hacer un simple rozamiento con los labios. La regla general es que se besa la mano de las señoras casadas o de las solteras de edad. Si la dama lleva guantes no es procedente realizar este tipo de cumplido y, de cualquier forma, para conocer qué tipo de saludo prefiere la mujer, será preciso prestar atención a la forma en que tiende la mano…”. Menos formal queda si al hacerlo se adelanta un pie y se dobla ligeramente la rodilla. Eso nos permite, que aunque ya hayamos iniciado el movimiento de inclinación, estar a tiempo de cambiarlo sobre la mancha por otro saludo o beso más afectuoso en caso necesario. Al parecer el presidente francés Giscard d’Estaing era un experto en esta materia, y lo prodigaba en los encuentros diplomáticos con las mujeres más bellas e importantes del mundo. Y es que el besamanos también puede ser emocional y sensual, aunque en principio no sea esa su función. Al respecto es memorable el beso en la mano que Daniel Day-Lewis deposita en la mano de Michelle Pfeiffer en la película “La edad de la inocencia”. Las rígidas convenciones sociales americanas de finales del XIX no le permitían ir más allá, pero el protagonista supo poner en ese beso todo el deseo y todas las claves para que se entendieran sus objetivos. También se hizo famoso por sus besos en las manos Rodolfo Valentino, quien dicen que fue el que mejor besó sensualmente las manos de sus amadas. Y es que ya lo dijo Sacha Guitry: "Estoy a favor de la costumbre de besar las manos de una mujer cuando nos la presentan. Es preciso comenzar por algún lugar." Pero dejémoslo aquí, pues no es este un libro de urbanidad y buenas maneras. En todo caso una invitación al disfrute carnal de los besos sin consideración de reglas ni formalidades. A estas alturas del libro, ya sabe lo que pienso: “Beso reprimido, beso perdido”.
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8.- MANERAS DE BESAR ¿Crees en el zodiaco?... ¿Cual es tu signo?... Pongamos que Aries. Si es así deberías saber que la ternura es tu fuerte y que tienes una gran energía al besar. Eres de las personas más besuconas del zodiaco, eres veloz, arriesgad@ y no sueles pedir permiso. Un hombre no apto para mujeres tímidas que desean ser despertadas por el beso del príncipe azul; o una mujer que no te andas contemplando a esos chicos retraídos que esperan una señal tuya. ¿Qué te parece? ¿encaja contigo?, si es así estupendo, lánzate a besar; ¿no encaja?, en este caso olvida el zodiaco y haz que encaje lanzándote también a besar. Esta descripción, junto con otras de índole semejante para cada uno de los signo del zodiaco se pueden encontrar en algunas páginas peculiares de internet. Si la traigo a colación la especie es sólo para ilustrar esa insustancial manera de tratar con los besos que tienen muchos, tan habitual como inadecuada. Besar es cosa seria, y es realmente fatigoso tener que leer y desechar una infinidad de artículos banales y reiterativos dedicados al beso. Incluso hay libros empeñados en catalogar todas las formas posibles e imposibles de besar. Suelen estar llenos de recomendaciones sobre donde, cuando, a quién y cómo besar más y mejor. La mayoría son demasiado obvias y reiterativas, cuando no estúpidas. Por ejemplo, no se por que extraña razón alguien ha denominado “besos del payaso” a los que se dan a una mujer que está menstruando. Me parece una solemne tontería, y si yo fuese mujer me sentiría cuando menos molesta. El tema como ve es bastante superficial, pero reconozco que después de haberle obligado a bucear en las bibliotecas, a estudiar anatomía, a convivir con monos, a viajar con antropólogos despeinados, a analizar semánticas y otras menudencias, seguro que no me perdonaría que no incluyese un repertorio de besos. Para abordar el asunto con cierta dignidad, procederé a la manera de los grandes taxonomistas, como Linneo o Darwin, observando, anotando y cribando lo irrelevante. Insisto, la mayoría de los autores que se han ocupado del beso y el besar lo han hecho desde el punto de vista de las mil y una formas y maneras de besarse. Las descripciones de los tipos de besos son en general bastante curiosas, aunque meramente anecdóticas. Cualquiera puede ir a internet y encontrar varios catálogos de besos, o puede consultar algunos de los libros citados y encontrará otros tantos. De ellos tomaré alguna nota, aunque lo que nos interesa es simplemente conocer el cómo, dónde y cuanto se juntan unos labios con otros, o se tocan con ellos otras zonas de otros cuerpos, y si es posible las causas y consecuencias de ello.
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Todo empezó con el Kamasutra, el libro de los libros del sexo y también de los besos. No sabemos como besaría su autor, Mallanaga Vatsyayana allá por los albores del siglo II, pero lo que si sabemos es que nos legó la “Biblia del erotismo”, incluyendo un verdadero tratado erótico del besar, expuesto en más de treinta tipos diferentes de besos. En el extremo de la historia nos topamos con otros ejemplos no tan respetables, como el que asegura que es el “wordlfamous kissing coach”, algo así como el mejor entrenador de besos del mundo, un tal William Cane, autor de “The book of kisses”, “The Art of Kissing Book of Question and answers" y "The Art of Kissing", en los que describe numerosos tipos de besos y como ejecutarlos, y en el último nos regala el “descubrimiento” de “five new kisses” que ofrece a sus atentos pupilos del mundo mundial. Y también el libro de Tomima Edmark titulado “365 Ways to Kiss Your Love” de 1998. El libro contiene capítulos sobre el origen del beso, reglas para besar, una relación de besos famosos, opiniones de expertos, un esquema fácil de seguir para principiantes, clases de besos, entrevistas y algunas consideraciones históricas y sociológicas sobre el beso. En fin, todo un tratado “de simplezas inútiles”, como ha escrito algún crítico, para acabar con las improvisaciones y negligencias al besar. Pero ¿realmente era necesario? Entre tan alarmantes extremos hay algunos otros aficionados de menos enjundia, como Hugh Morris, empeñados en caer en una de las manías más extendida entre los seres humanos, la de coleccionar y ordenar cualquier tipo de cosas, como besos, por ejemplo. Así pues, y para hincarle el diente - ¡ejem! – a tan obsesivo asunto, bien podríamos iniciar la indagación por analizar “cómo se debe besar” según los “expertos”; luego hablaremos de dónde se puede y se debe besar con propiedad, y finalmente desplegaré ante usted el tan esperado “catálogo de besos”. Para empezar he de confesar que me resultó realmente patético encontrar en internet la siguiente pregunta de un ingenuo visitante: “Hola me llamo (…) y es la primera vez que tengo novia y la verdad no se besar a ver si me podeis echar una mano de que debo hacer con la lengua o algo por favor es que no tengo ni idea por favor” La respuesta del supuesto experto o experta fue la siguiente: “Mira, lo primero no te preocupes porque nadie nace aprendido en esta vida. Todos hemos tenido que dar un primer beso, y de verdad te digo que estas cosas se aprenden a traves de la experiencia. Además, esto es algo bastante subjetivo, porque quizas para unas chicas beses bien y para otras beses mal, asi que lo más importante es que beses bien para tu pareja. Debes dejarte llevar por el momento y por la situacion. Puedes empezar con besos suaves, besos cortos en sus 120
labios, quizas mordisquitos, juega con tus labios en sus labios. Si la situacion se pone mas intima, puedes introducir tu lengua, despacito en su boca, y acariciar su boca por dentro, buscando su lengua. Tambien puedes recorrer con tu lengua sus labios. El momento y tu instinto te diran lo que has de hacer en cada momento. Ademas, la forma de besar de tu chica tambien te puede orientar. Piensa que esto es cosa de dos, ¿de acuerdo? Suerte. Una respuesta al más puro estilo.net “sin acentos” por supuesto, y tan obvia como el que nadie ha necesitado demasiada instrucción para empezar a besar. Al menos eso opinamos todos, pues en esto, como aseguraba Descartes que ocurre con el sentido común, todos consideramos que disponemos de suficiente habilidad como que poco o nada necesitamos aprender. Ahora bien, como no hay bachiller en “osculogía”, ni existe ningún master en besos, al menos por ahora, ninguno sabemos si sabemos besar. Aceptemos que en esto más que “homo sapiens” somos simplemente “homo habilis”. Tomima Edmark asegura que "En esta era de sexo al primer encuentro, el problema del beso es que la mayoría de la gente lo ve como un precalentamiento, y no le dedica la atención y el cuidado que se merece"… "No saben lo que se pierden. Porque los que han vivido la experiencia hasta sus últimas consecuencias comprenden que puede ser un fin en sí mismo". Tomima propone cinco premisas para ese beso estremecedor: 1. Seleccione a la persona adecuada (por aquello de la comunión física y mental). 2. Elija un lugar propicio ("privado mejor que público; silencioso mejor que ruidoso"). 3. Escoja el momento oportuno ("sin más distracción que el latir de los corazones"). 4. Vaya despacio y empiece con suavidad. "Establezca o visual con su pareja porque los ojos le proporcionarán valiosísima información acerca de cómo se siente. Si los ojos no se encuentran, es aviso de retirada. 5. Inclínese hasta que sus labios y los de su pareja se toquen levemente. Luego, déjese llevar, siempre teniendo en cuenta las sensaciones del otro. Después de todo, el arte de besar es algo que debe saborearse, no aprenderse". Sin comentarios. Tampoco comentaré lo que dice el famoso escritor-divulgador-conferenciante norteamericano, David D. Coleman, más conocido como "The Dating Doctor" (algo así como el “doctor celestina”), quien asegura que muchos hombres son ásperos, torpes e incultos cuando besan, ya que olvidan las cuatro "p" fundamentales del beso: paciencia, pasión, parsimonia y presión adecuada. Y aunque - según dice - no existe una única manera correcta de besar, lo mejor para aprender es practicar mucho. Todos lo hacemos de forma intuitiva, incluso se ha dicho que genéticamente estamos preparados para ello, que existe el “gen” de los besos, pero aunque así fuese, hemos de reconocer 121
que a la natural intuición siempre se le podrían sumar las habilidades del entrenamiento. Hay quien ha llegado a proponer un test para detectar al “gran besador”. Consiste en intentar hacer un nudo con el tallo de una cereza sólo con la lengua, sin tocarlo con las manos, si lo logras es que sabes besar muy bien. Inténtalo. En alguno de los libros que he citado reiteradamente se sugieren incluso algunas pautas para hacerlo con corrección. Por ejemplo: “Si está en un lugar público, evita emitir sonidos. No es muy agradable ir al cine y escuchar los sorbetones de la pareja de al lado. Cuida tu aliento. Sobre todo si uno de los dos fuma el beso puede resultar como pegarle un lametón a un cenicero. Si los dos usáis gafas, quítatelas antes de besar a tu pareja. Y siempre, siempre, traga saliva antes de besar "con lengua". Los besos húmedos están muy bien, pero chorreando no le gusta a nadie”. En general todos coinciden en que es recomendable evitar los besos precipitados y demasiado apretados. En el libro dirigido por M. A. Rabadán se dice textualmente: “El beso en los labios es el más básico y es aquel en donde los labios de dos personas se tocan y se presionan. Mientras se besa se abraza y estrecha a la otra persona. Las manos ayudarán a transmitir todo ese amor que comunican los besos. Puede combinar el beso largo con un beso a la sa, tocando sus labios con la lengua para poco a poco introducirla en su boca. Es la lengua de nuestra pareja, a la que debemos responder en todos sus movimientos y toques. Las reacciones que provocan los besos, así como los sentimientos que logran transmitir, están sujetos a muchas circunstancias, pero hay un acuerdo sobre algunos aspectos que, llegado el momento, ayudan a conseguir el beso perfecto. Mantener una adecuada higiene bucal, mimar el ambiente que rodea ese beso con luz indirecta, música o perfume y utilizar frases tiernas y miradas insinuantes son condiciones que propician el goce. Pero la regla de oro es observar, respetar y actuar en consonancia a las reacciones y respuestas de la pareja”. En el libro de W. Cane hay un capítulo entero sobre la “kissing technique”, en el que se examinan cuestiones tan curiosas como si se deben o no mantener los ojos abiertos mientras se besa (al parecer más de dos tercios de las personas preferimos cerrarlos); si se debe hablar mientras se besa (al 68 % de los seres humanos nos encanta hacerlo); o reír mientras se besa (el 87 % de los hombres y el 97 % de las mujeres confiesan ganas de reír o sonreír por el placer que les producen los besos). Otra cuestión importante es qué hacer con las manos. En general los hombres tienden a sujetar la cara de ellas o cogerlas por el cuello, y en general a moverlas más; mientras que las mujeres – según dice el experto – prefieren que les toquen la columna vertebral mientras son besadas y ellas mueven menos las manos. 122
Otros asuntos contemplados por Cane se refieren a cosas tan curiosas como cómo besar por teléfono, cómo hacerlo en una primera cita, qué pasa con el beso de reconciliación tras una riña, cómo besar en el cine, en el coche, en las fiestas, cómo practicar algunos juegos con besos, cómo usar los besos en sociedad y en los negocios, cómo prevenir las enfermedades de los besos, o cómo influye el uso de drogas en los besos. Según parece el 80 % de la gente asegura que besar o ser besados bajo los efectos del alcohol no es precisamente lo mejor ni más gratificante. Algunos aseguran que hacerlo bajo los efectos de la marihuana enardece los resultados. De la coca, anfetaminas y otras drogas modernas no se dice nada. Del tabaco y los besos, chistes aparte, mejor no hablar, solo cabe recordar lo que dijo Arturo Toscanini: “Besé a mi primera mujer y fumé mi primer cigarrillo el mismo día. Desde entonces nunca he tenido tiempo para el tabaco”. Un aspecto particular de este asunto es ¿cuanto se debe besar?, ¿hasta qué punto es bueno o correcto besar mucho o poco? En otras palabras las “estadísticas del besar”. Se trata de una vieja cuestión que ya inspiró al poeta romano Catulo un poema titulado “Vivamos”: Bésame ahora / mil veces y / cien / más y después / cien y / mil veces más / hasta que con / tantos / cientos de miles / de besos tu y yo / perdamos ambos la cuenta”. Qué bonito, ¿verdad? Por eso ha sido imitado por muchos poetas a lo largo de la historia. Que sepamos no se han hecho encuestas sobre cuantos besos da o recibe una persona a lo largo de su vida, aunque se ha llegado a sugerir que una persona usa tanta o cuanta cantidad de tiempo a lo largo de su vida en besar. Como nada de eso ha sido medido con seriedad, he decidido hacer mi propia encuesta, una especie de modesta contabilidad personal, entrevistando a una docena de personas, de diferentes edades y ambos sexos, cuyo resultado es el siguiente: Se puede estimar que una persona adulta, con una vida familiar corriente y moliente, y alguna que otra aventurilla amorosa, sale a una media por día de un par de besos eróticos, media docena de salutación y otra media docena de cariño familiar, lo que hace unos 5000 a 7000 besos al año y viene a suponer, para una longevidad media de unos 80 años, unos 400.000 a 500.000 besos en toda la vida. Y eso sin contar los cientos o miles que nuestras madres y padres nos plantan sin pedirnos permiso mientras aun “babeamos”, o los millares que compartimos con nuestros novi@s cuando nos enamoramos. En total puede que pasemos del millón de besos en toda una vida y eso casi sin enterarnos. Para su uso personal le propongo simplemente que en los próximos días, apunte los besos que da o recibe, simplemente cuente y usted mism@ verá cuantos le salen.
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Lo que si se han hecho han sido encuestas sobre muchos otras aspectos del besar. Por ejemplo, el beso más largo, el respecto de lo cual hay varias opiniones. Según el famoso Libro Guiness, el récord mundial del beso más largo fue establecido por Louisa Almedovar y Rich Langley de New Jersey (EEUU), el 5 de diciembre de 2001, con un tiempo de 30 horas, 59 minutos y 24 segundos. Durante el año 2005, las farmacias suecas patrocinan una tentativa de récord mundial sobre el beso más largo, en el marco de una campaña de información sobre la higiene dental. El resultado fue un absoluto fracaso, pues según parece los catarros invernales lo impidieron. Aun así, el lunes 14 de febrero del 2005, día de San Valentín, los jóvenes Maude Chamard y Sebastien Gravel, de Québec, llegaron a permanecer nada menos que 31 horas, 11 minutos y 50 segundos labio contra labio, batiendo el anterior record, por lo que fueron premiados con un viaje y 2500 dólares canadienses. La ganadora comentó: "Tuvimos un duro entrenamiento previo; en un principio nos era difícil pasar más de 5 minutos besándonos, siempre terminábamos despegándonos por una u otra razón…". Claro que realmente los besos más largos de la historia no han sido de labios contra labios, sino de labios contra coches. En efecto la Radio Rock & POP realizó en Apumanque, México, un concurso cuyo premio era un automóvil Ford Fiesta, al que tenían que besar el máximo tiempo posible. El ganador fue un tal José Enrique Aliaga Gaete, de 22 años, que estuvo un total de 54 horas besando el auto y sin dormir. También hay estadísticas sobre cuales son los besos más apreciados, que han revelado que el 97% de las mujeres prefieren ser besadas en la zona del cuello, la que perciben como más intensamente erótica. También les gusta ser besados en esa zona al 90 % de los hombres, pero no lo perciben con tanta intensidad erótica como las mujeres. En México hicieron no hace mucho una encuesta a 10.928 personas sobre qué tipos de besos les gustaban más, y los preferidos fueron el beso nominal 22 %, el beso palpitante 14 %, el beso de lenguas 12 % y el combate de lenguas el 10 %, y el coito bucal 8 %... Se publicó en la página oficial de Terra-México, por si acaso le interesa saber más. Otros datos curiosos son los siguientes. El mayor número de besos en una película lo dio John Barrymore en "Don Juan" rodada en 1927: “en total 191”. El beso más largo del cine es disputado por varios. Según algunos es el protagonizado por Jane Wyman y Regis Toomey en "Ahora estás en el ejército” de duró 3 minutos y 5 segundos. Por su parte dicen que el más rápido besando fue un tal Jeffrey Henzler que beso a 3225 mujeres en 8 horas (una cada 8.93 segundos). En fin, como diría Ortega - el torero - “hay gente pa to”.
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Pero independientemente de las estadísticas, que sin duda es rio, lo más importante es que el beso es una especie de termómetro erotico-sexual de la relación de pareja, de tal manera que si dejas de tener ganas de besarl@, es que algo va mal. Es lógico que a medida que avanzan los años de casados la necesidad de mantener el o labial se vaya desvaneciendo lentamente, pero si se percibe una clara disminución del deseo de besar, o del placer obtenido al hacerlo, es notorio que el deseo sexual habrá disminuido en igual proporción, y si éste desciende el sexo también lo hará, tanto en cantidad como en calidad. Los besos en el curso del coito pueden ser muy placenteros o no, dependiendo de la cantidad de deseo y amor que se compartan. Es una ocasión única para ponerlos en práctica, aunque no conviene olvidar que los besos, las caricias y los arrumacos pueden ser un fin sexual en sí mismos. Los besos son una variante sexual concreta, ya que en determinadas personas y condiciones permiten alcanzar el orgasmo sin necesidad de otro o físico. Otra cuestión son los besos posteriores al acto sexual, que en general son tan importantes como los preliminares para las mujeres, pero muy poco para los hombres. Pura fisiología, dicen los expertos, aunque nadie, que sepamos, ha encontrado la razón biológica de tales diferencias. En todo caso, y al respecto de los besos en la pareja, hay quien se permite dar consejos tales como el siguiente, bajado una vez más de una de esas curiosas páginas que penden de la red: “Besen a su pareja en cada oportunidad que tengan. Si tienen deseos de besarse en un lugar público, háganlo. Concéntrense en los besos y caricias sin pensar en lo que sigue. Inventen un código de comunicación a través de los besos. No necesitan tener relaciones sexuales para sentir placer; hay caricias y besos que pueden producir sensaciones inimaginables. Siempre que den un beso, háganlo con ternura, cariño, respeto, pero sobre todo con amor”. Ustedes mismos. El segundo aspecto que deberíamos examinar en este capítulo es “dónde besar”. Los labios están hechos para los labios, pero en términos cuantitativos los labios van a otros lugares con mucha más frecuencia, como ya hemos visto. Pues bien, los labios son, obviamente, el lugar más apropiado para dar un beso porque su configuración anatómica y fisiológica los hacen especialmente sensibles. Los tratados eróticos establecen que el labio superior de la mujer es una de las zonas más erógenas de su cuerpo, incluso en la antigüedad se hacía referencia a un supuesto “canal nervioso” que uniría directamente el labio superior con el del clítoris. La técnica japonesa (shiasu) hace referencia también a que el masaje del labio superior en la mujer libera energía sexual y estimula el deseo. De todo eso hay, como puede comprenderse, mucha palabrería pero ninguna constancia. 125
En segundo lugar de importancia estarían todos los lugares cercanos a los orificios del cuerpo, como las orejas, la vulva femenina, el glande y las zonas perianales. El roce de los labios en los lóbulos de las orejas despierta, en la mayoría de los casos, una sensación de cosquilleo que relaja todo el cuerpo, y estimula el deseo sexual. De los demás orificios no diremos nada, por si hay niños. Algo parecido ocurre con el cuello. Esta zona es una de las más erógenas y utilizadas en el curso del o sexual. Menos importantes a efectos de sensibilidad son la frente y sienes, los párpados y cejas, y las manos y dedos, las nalgas y los muslos. En concreto sabemos que las yemas de los dedos tienen tantas terminaciones nerviosas como los labios, pero por alguna extraña razón no es lo mismo. Mención aparte merecen los pechos, pezones y genitales, todas ellas zonas erógenas por excelencia, bien dispuestas a recibir la caricia de los labios. De hecho la felación encabeza la lista de preferencias sexuales entre los hombres y el cunnilingus es uno de los medios más eficaces para conseguir el orgasmo femenino. Como ya hemos señalado en más de una ocasión, lo más importante en materia de besos siempre está alrededor de orificios. ¿Por qué será? Y por último, demos paso al catálogo prometido, aunque sólo sea para ser respetuosos con el primer mandamiento de los besos, que dice “lo importante es practicar mucho”. Claro que si lo hace siempre igual puede acabar cayendo en la monotonía, y no hay nada peor para los besos y la sensualidad, por lo que conviene cambiar y para eso tenemos múltiples tipos de besos. A continuación se los iré mostrando como si de una colección se tratara, y para que no resulte aburrido, los expondré tal y como los he ido recogiendo de las diversas fuentes, sin ningún sesudo criterio “taxonómico”. Si acaso podríamos separar los besos en los labios y en la boca, de los del resto del cuerpo. Hay muchos tipos de besos labiales y bucales, de los cuales los más conocidos son los siguientes: El beso de presión: Se trata "solo" de tocar los labios de la pareja con los propios labios, estando los de ella o él cerrados. Se puede besar el labio superior o el inferior, mientras se mira a los ojos y se hace sólo una pequeña presión. Dos denominaciones diferentes de este beso son “el beso nominal” y el “beso de pico”, muy utilizado como saludo cariñoso en Norteamérica y en Brasil, donde es usado como un saludo común entre amigos sin ningún tipo de connotación sexual. El beso palpitante es otra modalidad, del anterior en la que mientras ella es besada toca el labio de él con su labio inferior. Puede
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hacerse con “tocamiento”, que es cuando ella toca el labio de su pareja con su lengua, cierra sus ojos y entrelaza las manos con las de él. El beso más conocido es el “francés”, descrito como el beso más sensual. Para ello hay que acercarse a la pareja e iniciar el beso suavemente, luego separar los labios y empezar a jugar con la lengua introduciéndola en su boca. Si su pareja no responde haciendo lo mismo, es pertinente solicitárselo amablemente, pidiéndole que saque la lengua para que toque la suya y reiniciar el "juego" de lenguas juntos (¡…!). Esta modalidad tiene muchas variaciones, que reciben diversos nombres, como: “Beso directo” cuando los labios de los dos besantes se acoplan como auténticas ventosas. “Beso inclinado”, cuando las cabezas de ambos están inclinadas, una hacia la otra y en una posición que facilita en besarse. “Beso apretado”, cuando el labio inferior del hombre aprieta con mucha fuerza, hacia arriba y adelante, el labio inferior de ella o lo aprisiona entre ambos labios. “Beso opresivo”, cuando uno de ellos coge los dos labios del otro entre los suyos. “Beso de buzo”, que es un beso de lengua pero muy apasionado, de mayor profundidad y duración. “Beso de tornillo” que se realiza con la boca abierta acompañado de movimientos de lengua circulares, cabeza y cuello obedecerán los imperativos de este beso enroscado. “Beso de lenguas”, si uno de ellos toca con su lengua, los dientes, el paladar, la lengua del otro. “Beso de comisura” que consiste en centrar el beso en la comisura y apretarla, succionarla con suavidad. El “coito bucal”, que es cuando uno de los dos penetra profundamente con la lengua en la boca del otro y maneja la relación como un coito. El “combate de lenguas”, que es cuando ambas lenguas se unen en sus puntas y ejercen presiones y deslizamientos suaves, alternando con besos en los que ambas lenguas se “interpenetran”. El “mordisco de amor”, que es un beso juguetón, con o sin lengua, que consiste en morder suavemente el labio inferior de uno y otro a la vez que se besa. Y por último el “beso irresoluble”, que es aquel que no se resuelve jamás, un beso que llama a otro beso, largo, cálido y húmedo, un beso insaciable, que suele ir acompañado de frenéticas caricias y abrazos muy apretados (¡…!). También hay algunos besos bucales bastante peculiares, como por ejemplo, ese en el que mientras besa en los labios se le susurran cosas dulces a la pareja. Alguien dotado de una “portentosa” originalidad lo ha llamado “beso hablador”. El “beso invasivo” dicen que es uno que es tan profundo que se apodera de las amígdalas del otro hasta dejarlo casi sin respiración, y cuando el besador decide descansar, muerde apasionadamente los labios de su pareja. También se le denomina “beso de cazador” cuando el que lo da es desbordado por la pasión y muerde los labios del otro, un beso bastante salvaje. Luego estaría el “beso afrodisíaco”, en el que se mastica un producto afrodisíaco 127
tropical entre los dos utilizando los labios, la lengua y los dientes. Dicen que es especialmente apto para épocas veraniegas, y que las frutas más recomendables con son las fresas y el kiwi. Un cubito de hielo resbaladizo y frío también es muy adecuado para este tipo de beso. Finalmente estaría el beso con “piercing”, que es cuando uno o ambos tienen uno de esos aparatitos puestos en la lengua. Dicen que es agradable y sensual. Los besos en otras partes son también diversos pero casi todos más aburridos, si exceptuamos los besos de “dos rombos” que renuncio a describir, por si hay menores al acecho. Veamos, lo más habitual es el “beso en los ojos”, que sólo se debe practicar cuando la pareja se sienta relajada y en estado receptivo. Cuando cierre los ojos, bélsel@ suavemente, un ojo primero y el otro después, vuelva a menudo a los labios y bésel@ más y en más sitios para mantener la excitación. El beso en el cuello es de los más deseados por la mujer, según la encuesta de las diferentes modalidades del beso. Mención especial merecen los “besos olfatorios”, que son practicados en Europa por los lapones y los yakutos (Rusia), ambos de herencia social asiática, y también es la forma predominante de besar en diversas zonas de Asia, Africa, Polineisa y América del Norte. Los esquimales son auténticos expertos besando con la nariz y antiguamente también era un beso común entre los Pies Negros y otras tribus americanas. Este beso tiene tres fases, en la primera la nariz toca la mejilla de la persona besada, luego hay una larga inhalación nasal acompañada de una bajada de párpados, por último el parpadeo va seguido de un chasquido de labios pero sin tocar con la boca la mejilla besada. EL BESO NASAL. Dado que el beso nasal, puede considerarse realmente como la única modalidad cultural y antropológicamente peculiar de besarse, le dedicaremos una atención especial. Sobre esta interesante cuestión la doctora Ingelore Ebberfeld, ha publicado un interesantísimo estudio titulado “Sexo y olor” (1998) en el que recoge investigaciones etimológicas, antropológicas, etc. sobre la relación entre olor, beso y sexo. Empieza retomando las investigaciones de Malinowski sobre los “trobriandos”, que se olfatean en sus juegos amorosos, siendo el frotamiento nasal una práctica que también se emplea como saludo con parientes cercanos, como ocurre con nuestros besos cotidianos. El beso con la nariz 128
entre los amantes estaba a principios del siglo pasado más extendido que el beso en la boca actual. Lo más importante del beso con la nariz no es, ni mucho menos, el frotarse las narices, sino el olfatearse mutuamente, por eso se habla de un beso olfativo. No hace mucho fue utilizado en la Conferencia de la Commenwealth en Nueva Zelanda. Fue el maorí Edger Hugh Kaukaru quien saludó al estilo maorí al presidente de Suráfrica Nelson Mandela. Este beso también es diverso en su ejecución. Havelock Ellis es uno de primeros que lo describe de forma detallada: "Se coloca la nariz en la mejilla de la persona querida, bajando los párpados se inspira profundamente por la nariz, sin tocar la mejilla con la boca se chasquean ligeramente los labios". Al parecer este chasqueo produce un mayor paso de aire de la cavidad bucal a la nariz, lo mismo que sucede automáticamente al comer y beber, como si con eso se aumentase la percepción al masticar, saborear el vino, u oler al otro. Cuanto más elocuente es el gesto del beso, mayor es el efecto de olfatear u olisquear durante el beso. Se decía que de ciertos pueblos de una región montañosa de China, colocan la boca y la nariz en la mejilla, respiran profundamente al tiempo, y dicen algo así como "huéleme". Lo mismo se observó entre los birmanos. Jagor en su libro "Viajes a las Filipinas" de 1873, dice que los enamorados se intercambian al despedirse prendas de ropa interior usadas, para inhalar el olor del ser querido durante la separación. Otro observador, un tal Crawford, registra en 1820 en un archipiélago malayo una ceremonia de salutación comparable a nuestro común saludo con un beso. Primero hay un abrazo en el que la cabeza y el cuello se rozan y, al mismo tiempo, se puede oír el rumor de un olisqueo. Todas las tribus que allí viven conocen esta forma de saludo y en su idioma oler y saludar tienen el mismo significado. Por lo tanto, el beso de nariz sirve para conocerse. El estrecho o de los cuerpos permite percibir la fragancia del otro muy "limpia y claramente". A diferencia del reconocimiento visual, el olfativo no es sólo externo, sino que se produce una íntima penetración en el otro, porque la fragancia de una persona es peculiar y anuncia todo su cuerpo. En realidad, el beso occidental, si se practica correctamente, tiene tantos momentos olfativos como táctiles. Si se hace bien nunca hay un o sólo con los labios en la mejilla, sino que durante un breve momento se rozan las mejillas entre ellas y con las narices, y se percibe el aire alrededor del otro, una, dos, tres y hasta cuatro veces, según las zonas y costumbres. Esa forma simbólica de reiteración dicen algunos que es una manera de recibir mejor el olor del otro. Con esta interpretación está de acuerdo la doctora Ebberfeld. Por otra parte, el beso labial y bucal que los occidentales realizamos como gesto erótico o amoroso, es esencialmente táctil, mientras que el olor y el 129
sabor lo complementan. Ahora bien entre labio y labio andan las feromonas, que como sabemos llegan al cerebro a través de la nariz, luego tampoco estarían tan alejados el beso nasal y el bucal. Según Von Bernsdorff (1932) el beso, más que un derivado del amamantamiento, en realidad representaría la necesidad primitiva de muchos animales y homínidos de husmearse mutuamente, es decir olisquearse y reconocerse. Según su opinión los prehomínidos pioneros del beso simplemente “descubrieron” que el o de los labios es más agradable y blando que el frotarse las narices, y en cierto modo eso se aproxima más a un o sexual. Sin embargo, aunque tal conducta sea muy antigua, en realidad, el beso táctil como comportamiento ritualizado de amor es un descubrimiento relativamente reciente. Ya hemos visto que hasta bien entrada la Edad Media no era de uso general y sólo lo apreciaban las gentes más cultas como forma de expresión sexual. Actualmente el beso en la boca se utiliza con ubicuidad y en múltiples versiones, y según éstas la confluencia de tacto y olor es mayor o menor según lo intenso e íntimo que sea el beso. Es evidente que besar y acariciar el cuerpo de otro con la boca, no sólo satisface los sentidos del tacto y el gusto, sino que al mismo tiempo el olfato queda integrado en el intercambio. Según Most, en un trabajo de 1842 titulado "Efecto de los sentidos sobre el alma", el sentido del olfato es el más efectivo en cuanto activador del amor físico, y en ese caso el olfato en el acto de besar cobra importancia: "El, el más subjetivo de todos los sentidos, tiene mucha mayor importancia que el sentido del gusto. No sólo es para las personas una rica fuente de placer, el sentido de delicadas y suaves impresiones y deliciosos recuerdos, sino que incluso puede concretar simpatías y amistades". En el beso, junto al hecho de oler, hay además una transmisión de saliva. La saliva, igual que otras secreciones del cuerpo humano, desprende sustancias olfativas, logrando que este intercambio pueda valorarse de forma parecida a los rituales de sudor que hemos citado anteriormente. La intensidad del efecto olfativo que se consigue por medio de la saliva depende del tipo de beso. Un beso táctil de saludo o cariñoso transmite menos sustancias olfativas que en un intenso beso de amor. De cualquier manera este aspecto del beso muestra que su origen debe buscarse en cualquiera de las formas de reconocimiento, de familiarizarse con los demás, entre las que también se encuentras los saludos gestuales no verbales. El intercambio de saliva como forma de reconocerse olfativamente es un tipo de saludo especial que Eibl-Eibesfeldt descubrió en 1985. Observó en Nueva Guinea, cerca del río Ramu, que la gente que se saludaba se escupía en las manos para frotarse a continuación mutuamente la saliva en las piernas. 130
El abrazo, el beso, el apretón de manos, son formas de saludo y despedida que hacen posible el reconocimiento olfativo. La "impresión olfativa" suele estar infravalorada, pues no solemos percatarnos de ello habitualmente, aunque puede llegar a ser lo que decida si queremos acercarnos o no a una persona. El olor corporal natural cada vez tiene menos papel en las interrelaciones humanas. Esta disminución es paralela al aumento del consumo de fragancias, mediante las cuales las personas se esfuerzan por oler bien. No sólo para gustar a los demás, sino para gustarse a sí mismas. Los olores humanos naturales ya no están en primer término, sino que sobresalen las fragancias artificiales que despiden los productos que usamos para el cuidado del cuerpo y los perfumes. De momento esto nos parece lo mejor, dada la insana tendencia a no lavarse que tenían muchos de nuestros antepasados, aunque tal vez algún día habrá sesudos expertos que nos digan que estábamos en un error y que lo mejor hubiera sido oler natural, o utilizar perfumes que hubieran reproducido nuestro olor natural, cargado de potentes y atractivas feromonas. De momento, que sepamos, no disponemos de perfumes con feromonas, aunque los anuncios de ciertos desodorantes no duden en sugerirlo, más o menos explícitamente, relacionándolo con la capacidad de atraer a personas del sexo opuesto. Como ha podido comprobar, el asunto del beso nasal, o de la relación entre beso y olfato era interesante, y por eso le hemos dedicado cierta atención, así que por último déjeme que acabemos este capítulo relajando la tensión científica, y para eso nada mejor que relatar lo que sucede en un tipo de beso muy divertido, el llamado: “Beso eléctrico”. Consiste en hacer que su pareja reciba un choque eléctrico al besarle, pero sin necesidad de cables ni pilas, simplemente mediante la electricidad estática. Para ello hay que empezar por apagar las luces y frotar los pies descalzos en una alfombra o moqueta. No es necesario que su pareja haga lo mismo. Con el roce se crea un exceso de partículas eléctricas negativas en el cuerpo y cuando toque a su pareja, que estará cargada de partículas "positivas", se creará una pequeña corriente eléctrica. Así pues una vez realizada la carga, acérquese a su pareja, sin tocarla en ninguna otra parte del cuerpo, porque si lo hace "neutralizará" la carga eléctrica. Aproxímense lentamente, y cuando sus labios estén muy cerca, podrán ver resplandecer una pequeña descarga que brincará de sus labios a los de su pareja. Según dice un Ingeniero Eléctrico (¿…?), las cargas de los cuerpos aumentan según se haga en un sofá (55 voltios), en un cine enmoquetado (66 voltios), en la alfombra de lana de su casa (625 voltios), o en la moqueta de un hotel (800 voltios), pero sobre todo si se sitúan debajo de una manta de lana, en ese caso se puede llegar hasta los 4000 voltios. No me pregunte cómo lo han medido, pero por si acaso tenga cuidado, no vaya a electrocutar a su amante. 131
Bromas aparte, son tantos los tipos, tantas las formas y tan plurales las geografías de los besos que renuncio a internar coleccionarlos. Si acaso baste con decir que son una de nuestras conductas más universales, plurales, potentes y evocadoras. Dicen los ses que los buenos amantes pueden vivir sólo de “besos y agua fresca”. ¿Será cierto?
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9. DIME COMO BESAS, Y TE DIRÉ COMO ERES. Seguro que conoces a uno o una de esos que llamamos “triperos”, esas personas que en la mesa se comportan como voraces glotones que se lo comen todo sin pensar en los demás. También hay quien los llama “tumbaollas”, o “tragaldabas”, pues parece que acumulasen hambre de siglos y que nunca se verán saciados por grande que sea la marmita. La próxima vez que compartas con él o ella mesa y mantel puedes decirle, a ser posible con dulzura y una sonrisa en los labios para no molestar más que lo justo, que padece un “trastorno de personalidad” producido por una “carencia infantil de besos”. Seguro que se quedará como mínimo sorprendid@, y el resto de los comensales querrán saber más, lo cual te dará la oportunidad de lucirte dando las interesantes explicaciones que vas a leer a continuación. Erich Fromm, en “El arte de amar” escribió: “No es más rico el que tiene mucho, sino el que da mucho”. Se refería al amor, por supuesto, y añade: “…la capacidad de amar como acto de dar depende del desarrollo caracterológico de la personalidad”. Más adelante asegura que el acto de amor busca conocer el “secreto” de la persona amada, y para ello aspira a la “penetración” activa de la otra persona, la fusión gracias a la cual es posible el conocimiento “del otro y de mi mismo”. Esa querencia empieza en el amor maternal y acaba en el amor adulto. El amor materno hace crecer al niño, le enseña a vivir y a amar la vida. Pero no todas las madres son tan buenas maestras. Empleando una bella metáfora, asegura que si bien todas las madres pueden dar leche, no todas pueden dar miel. Para dar leche basta con tener hormonas y pechos, pero para dar miel una madre tiene que además que saber amar, y para eso tiene que ser “una persona feliz”, y saber comunicarlo. Fromm sugiere que de ello depende una buena parte de la capacidad de amar que tenemos cuando somos adultos, y que si nos fijásemos bien, podríamos llegar a reconocer a las personas que de pequeños recibieron leche y los que recibieron “leche y miel”. ¿Que bonito, verdad? Es sabido que Fromm además de ser muy sabio escribía muy bien, y en este caso hemos de reconocer que su metáfora es tan dulce como afortunada, aunque, sin embargo, nunca llegó a relacionarla con los besos. Hemos de reconocer que ahí le faltó un punto. De hecho no habla ni una sola vez de la función de los besos en el “Arte de amar”. Otro gran olvido. Pero si procuramos leer entre líneas percibiremos esos tiernos y cálidos besos con los que la madre “leche-miel” alimenta a su niño hambriento de cariño. No hay ningún gesto de amor más alimenticio que los besos. Tal vez podríamos hacer una estadística que demostrase que dependiendo del número de besos que recibimos durante la infancia, así será la cantidad de besos que podremos dar
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cuando seamos adultos. Una especie de cuenta de ahorro en la que primero te ingresan besos y luego tú los vas sacando poco a poco. Pero la cuestión que nos ocupa ahora es analizar si hay alguna relación entre los besos y la personalidad, entre como besas y como eres, entre el temperamento y el carácter de las personas y sus manifestaciones “besolabiales”. Puede que a muchos les parezca que se trata de un asunto insustancial e irrelevante, pero según el padre del psicoanálisis, el famoso Doctor Freud, hay mucha relación entre ambas cosas y no es banal. En resumen viene a decir que el beso es una consecuencia del destete maternal. Para llegar a eso, que a estas alturas puede parecernos algo muy obvio, el camino que tuvo que recorrer fue largo y complejo. Trataremos de buscarlo y seguirlo a través de sus escritos, pues no en vano Freud fue sin duda una de las personas que más y mejor analizó la relación entre el beso y la forma de ser y actuar de las personas. Cronológicamente, la primera mención al beso y su relación con la personalidad la encontramos en sus “Estudios sobre la histeria” de 1895, concretamente en el conocido caso de “Miss Lucy R.”. Cuenta que a finales de 1892 un colega le envió a la consulta una joven que padecía una rinitis crónica, y que en los últimos días se quejaba de síntomas extraños que difícilmente se podrían atribuir a esa afección, como pérdida del olfato y una percepción olfativa muy intensa y desagradable, un permanente olor a harina quemada. Freud interpretó esos síntomas como manifestaciones de una alteración de la personalidad de carácter histérico e inició el estudio del caso, siendo esa una de las primeras veces que utilizó su “nuevo” sistema de “psicoanálisis”, en vez de la hipnosis que por entonces se preconizaba para penetrar en la mente de las personas. Relata concretamente: “Preguntada si sabía en qué ocasión advirtió por vez primera el olor a harina quemada, respondió: «Fue aproximadamente hace dos meses, dos días antes de mi cumpleaños. Me hallaba con las dos niñas de las que soy institutriz en su cuarto de estudio y jugábamos a hacer una comidita en un hornillo preparado… cuando se difundió por la habitación un fuerte olor a harina quemada. Las niñas habían abandonado su cocinita, y una pasta de harina, que estaba al fuego, había comenzado a achicharrarse. Desde entonces me persigue este olor sin dejarme un solo instante...» Con esto parecía quedar aclarado el origen del síntoma y terminado el análisis, pero Freud no lo ve claro y no se da por satisfecho: «No creo -le dije- que todas esas razones que me ha dado sean suficientes... Sospecho más bien que está usted enamorada del padre, quizá sin darse cuenta exacta de ello, y que alimenta usted la esperanza de ocupar de hecho el puesto de la madre fallecida…» A estas palabras mías respondió la sujeto con su habitual concisión: «Sí; creo que tiene usted razón.». Pasa el tiempo, avanza el análisis y el olor a harina 134
quemada es sustituido por un olor a humo de tabaco. Freud insiste en que haga un esfuerzo de memoria: “…auxiliándola por medio de la presión de mis manos sobre su frente”, cuenta la siguiente escena: «Ahora estamos sentados todos en derredor de la mesa: los señores, la institutriz sa, la gouvernante, las niñas y yo. Pero esto pasa todos los días.» «…hay, además, un convidado: el jefe de contabilidad, un señor ya viejo, que quiere a las niñas como si fueran de su familia. Pero este señor viene muchas veces a almorzar y su presencia no significa ahora, por tanto, nada especial... Nos levantamos de la mesa, las niñas se despiden y suben luego conmigo al segundo piso, como todos los días… Al despedirse las niñas, el jefe de contabilidad quiere besarlas. Pero el padre le grita con violencia: ¡No bese usted a las niñas! Tan inesperada salida de tono me impresionó profundamente, y como los señores estaban fumando, se me quedó fijado el olor a humo de tabaco que en la habitación reinaba.» Meses antes había sucedido que una señora amiga de la casa, había besado a ambas niñas en la boca, al dar por terminada su visita. El padre, que se hallaba presente, dominó su disgusto y no dijo nada a la señora; pero cuando ésta se marchó hizo víctima de su cólera a la desdichada institutriz, advirtiéndole que si alguien volvía a besar a las niñas en la boca, la consideraría responsable de una grave infracción de sus deberes. Freud aduce que el trauma psíquico inicial corresponde a aquella escena en la que el padre la reprendió por haber dejado que besaran a las niñas. Pero los síntomas surgieron más tarde, cuando el jefe de contabilidad quiso besar a las niñas, lo que es interpretado por ella como un rechazo y una crítica personal por su inclinación hacia el padre. Vemos en este caso el uso del beso como elemento simbólico de un trauma psíquico que late en el subconsciente de esa mujer y que le produce síntomas molestos. La cuestión sexual se intuye al fondo como una sombra amenazadora. El beso es un asunto fuertemente cargado de sugerencias emotivas y sexuales, que de alguna manera habita en la trastienda emocional de las personas como Miss Lucy o del padre de las niñas. ¿Qué hubiera ocurrido si ambos se hubieran relajado y entregado sus besos más sexuales? ¿Hubiera sido necesaria la intervención del doctor Freud? Más tarde, en “Tres ensayos sobre una teoría sexual” Freud estudia algunas de las manifestaciones más sugestivas de la sexualidad infantil, concretamente el «chupeteo» del pulgar, el cual interpreta de la siguiente manera: “La succión productora de placer está ligada con un total embargo de la atención y conduce a conciliar el sueño o a una reacción motora de la naturaleza del orgasmo… Con frecuencia se combina… con el frotamiento de determinadas partes del cuerpo de gran sensibilidad: el pecho o los genitales exteriores. Muchos niños pasan así de la succión a la masturbación”. ite Freud que antes que él un pediatra húngaro llamado Lindner había sugerido la naturaleza sexual de este acto, una especie de «maña» sexual del niño. “La investigación 135
psicoanalítica - insiste Freud - nos da derecho a considerar el «chupeteo» como una manifestación sexual y a estudiar en ella precisamente los caracteres esenciales de la actividad sexual infantil… Se ve claramente que el acto de la succión es determinado en la niñez por la busca de un placer ya experimentado y recordado… la succión del pecho de la madre... los labios del niño se conducen como una zona erógena, siendo, sin duda, la excitación producida por la cálida corriente de la leche la causa de la primera sensación de placer… Viendo a un niño que ha saciado su apetito y que se retira del pecho de la madre con las mejillas enrojecidas y una bienaventurada sonrisa, para caer en seguida en un profundo sueño, hemos de reconocer en este cuadro el modelo y la expresión de la satisfacción sexual que el sujeto conocerá más tarde… que le hará buscar posteriormente las zonas correspondientes de otras personas; esto es, los labios. (Pudiera atribuirse al niño la frase siguiente: «Lástima que no pueda besar mis propios labios.»)… No todos los niños realizan este acto de la succión… tales niños llegan a ser, en su edad adulta, inclinados a besos perversos, a la bebida y al exceso en el fumar…”. ¿No le parece interesante? En una nota posterior Freud refiere que un tal doctor Galant había publicado en 1919 un trabajo titulado “Das Lutscherli” («El chupete»), en el que recogía las confesiones de una muchacha que no había abandonado este instrumento infantil, y describe la satisfacción que le producía como totalmente análoga a una satisfacción sexual y, en particular, a la que emana de los besos de la persona amada: «No todos los besos dan el placer que da el chupete. Es imposible describir el placer que se siente en todo el cuerpo mientras se chupa. Parece que se sale de este mundo, se siente una totalmente feliz y satisfecha y no se desea nada más. Es una sensación maravillosa. Es algo inefable. No se siente ningún dolor, ninguna pena, y le parece a una transportarse a otro mundo.» Sin comentarios. En otro conocido texto, “El caso del hombre de los lobos”, Freud describe los sufrimientos de un obsesivo que “Antes de dormirse… daba la vuelta a la alcoba con una silla, en la que se subía para besar devotamente todas las estampas religiosas que colgaban de las paredes” El análisis permitió descubrir que todo se debía a una homosexualidad latente, y la cura psicoanalítica consiguió la liberación de la libido del afectado y su aplicación a tareas más productivas que “besar santos”. He aquí otra manifestación conductual de la relación entre el modo de ser de una persona y un elemento fuertemente simbólico como es el beso de respeto de lo sagrado. En realidad es algo de lo que ya hemos hablado, los diferentes significados y usos de los besos, pero gracias a las observaciones de Freud queda más claro que hay una íntima relación entre los modos de ser de las personas y la utilización real o simbólica de los besos. 136
En otro texto suyo, quizá el más conocido de todos, “La interpretación de los sueños”, Freud cuenta que algunos ataques histéricos de ciertas pacientes se inician con ademanes muy sensuales de besar y estrechar a alguien en sus brazos. Durante esos ataques es como si se produjese una anulación de las restricciones que imponen los buenos modales sociales, y la persona actúa de modo “inconsciente”, espontánea, instintiva, liberada de restricciones, y lo que le salen son besos… Qué curioso, Freud vendría a sugerir que los besos habitan en el inconsciente emocional y sexual de las personas desde su más tierna infancia, y tal vez por eso nadie necesita que le enseñen a besar cuando el despertar de la pubertad se lo exige. Esa teoría quedaría también más o menos reflejada en su escrito sobre “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci”, en el que relata e interpreta una fantasía que el propio Leonardo relata, y nos recuerda que el beso es un acto muy potente y significativo, tanto que llega a penetrar en la mente de los niños para configurar, de alguna manera, sus modos posteriores de ser y comportarse. Dice Leonardo: «…e molte volte mi percuoterse con tal coda dentro alle labbra», lo que sugiere que tuvo que haber una alta intensidad de relaciones eróticas entre la madre y el hijo genial. No es difícil deducir de estas palabras - sugiere Freud - un o estrecho entre madre e hijo a través de ciertas actividades relacionadas con la zona bucal, que queda diáfanamente reflejado en la siguiente explicación: “Mi madre puso en mi boca infinidad de apasionados besos”. La fantasía se halla, pues, compuesta de dos recuerdos: el de ser amamantado por la madre y el de ser besado por ella.” Siguiendo con Freud podríamos aun contar el famoso “Caso Dora” y su conocida “Escena del beso” con K, un respetable caballero cabeza de una familia íntima de los padres de Dora. Al parecer aquel le había hecho en varias ocasiones proposiciones, pero… “Dora tenía por entonces catorce años; K. había convenido con ella y con su mujer que ambas acudirían por la tarde a su comercio situado en la plaza principal de B., para presenciar desde él una fiesta religiosa. Pero luego hizo que su mujer se quedase en casa, despidió a los dependientes y esperó solo en la tienda la llegada de Dora. Próximo ya el momento en que la procesión iba a llegar ante la casa, indicó a la muchacha que le esperase junto a la escalera que conducía al piso superior, mientras él cerraba la puerta exterior y bajaba los cierres metálicos. Pero luego, en lugar de subir con ella la escalera se detuvo al llegar a su lado, la estrechó entre sus brazos y le dio un beso en la boca. Esta situación así era apropiada para provocar en una muchacha virgen, de catorce años, una clara sensación de excitación sexual. Pero Dora sintió en aquel momento una violenta repugnancia: se desprendió de los brazos de K. y 137
salió corriendo a la calle por la puerta interior”. En los textos de Freud son frecuentes las escenas de besos robados de los que ya hemos hablado, escenas que él convierte en “escenarios psicoanalíticos” en los que, de forma más o menos directa, la conducta de besar es interpretada como un elemento “dinámico” muy importante para entender el funcionamiento de la mente de las personas y la configuración de su personalidad. Por lo tanto, al socaire de sus teorías, creo que ya no le parecerá tan descabellada mi provocadora proposición inicial de “dime como besas y te diré como eres”. Pero veamos si es posible explicar estas complejas relaciones de una forma sencilla y asequible para todos. Conviene dejar claro de entrada que las aportaciones de Freud son una de las “invenciones” más importantes que se han aportado al conocimiento de los seres humanos a lo largo de toda la historia. Sus ideas revolucionaron no sólo la interpretación de los sueños, la sexualidad, el estudio de la personalidad, sino incluso la comprensión de las causas y consecuencias de los sencillos besos. A través de todo ello compuso una obra grandiosa con la que aportó un modelo explicativo de la configuración y el funcionamiento de la mente humana, así como de las razones ocultas de muchas conductas que tantos sufrimientos o placeres nos producen. De sus teorías y enseñanzas se derivó un enorme cambio en la concepción de las relaciones humanas, la sociedad, la cultura y el arte, y sino que se lo pregunten a Dalí o a Woody Allen, por sólo poner un par de ejemplos bien conocidos. Pero vayamos por partes. Es sabido que Freud nos legó una teoría o modelo muy valioso para entender el funcionamiento de la mente humana, pero para llegar a ello partió del estudio e interpretación de la sexualidad infantil, proponiendo - de una forma provocadora para su época - que muchos de los comportamientos que la madre emplea para atender a su hijo (acunar, besar, acariciar…) son actos sexuales. Se trata de conductas pertenecientes inicialmente sólo a la relación madre-hijo pero que posteriormente se manifestarán en muchas otras cosas, sobre todo en los vínculos y relaciones que se establecen entre las personas adultas. En ese contexto, los besos materno-filiales serían una conducta emocional de primer orden, que influye fuertemente en la configuración de la forma de ser del niño y eso se reflejará en sus modos de ser y actuar más tarde, cuando sea adulto. Más o menos eso vendría a proponer Freud. En la actualidad todos aceptamos que la sexualidad empieza en la relación maternal de cuidado, en la pareja “madre-hij@”. El bebé siente un impulso sexual hacia la madre que es el germen de lo que más tarde será el conocido “complejo de Edipo”, ese deseo “inconsciente” de amar a la madre y matar al padre que trata poseerla y robárnosla. El primer momento erótico es mamar 138
del pecho de la madre. Ese cálido encuentro se convertirá, según Freud, en el prototipo de toda relación amorosa posterior. El succionar el biberón o el chupete, y más tarde el dedo, es muy agradable. Esos rudimentos conductuales expresan un impulso de búsqueda del “pezón perdido” que en el futuro se convertirá en el acto de besar. En “Tres ensayos sobre una teoría sexual” dice textualmente: “Es también fácil adivinar en qué ocasión halla por primera vez el niño este placer, hacia el cual, una vez hallado, tiende siempre de nuevo. La primera actividad del niño y la de más importancia vital para él, la succión del pecho de la madre (o de sus subrogados), le ha hecho conocer, apenas nacido, este placer. Diríase que los labios del niño se han conducido como una zona erógena, siendo, sin duda, la excitación producida por la cálida corriente de la leche la causa de la primera sensación de placer. En un principio la satisfacción de la zona erógena aparece asociada con la del hambre. La actividad sexual se apoya primeramente en una de las funciones puestas al servicio de la conservación de la vida, pero luego se hace independiente de ella.” Podríamos decir, sin necesidad de exagerar, que un recién nacido es todo boca y casi solo boca, y que la madre lo sabe instintivamente, y por eso sabe cómo darle la leche y el amor que su criatura necesita. Madre e hijo son una “pareja lactante” absortos en una historia de amor en la que “el niño es un juguete erótico”. Pero la madre no debe temer que esa relación pueda resultar inapropiada, pues “Solamente está cumpliendo con su labor al enseñar a amar al bebe”. Poco a poco vamos entendiendo por que Freud llega a sugerir que el beso surge como una consecuencia inevitable del destete. Primero nos colocan sin enterarnos en el vientre de nuestras madres, en el interior de su cómoda y caliente barriguita. Luego ella misma nos arroja a la fría intemperie del mundo, pero no nos abandona, ahí está ella, nuestra solícita mamá tratando de protegernos, de mantenernos cálidos y seguros, abrazándonos, estrechándonos contra sus ubérrimos pechos, dándonos la leche calentita y los besos más tiernos. Luego, un mal día y sin aviso, nos quita el pecho y la leche y nos castiga con una insufrible abstinencia, que nos obliga a pasarnos el resto de la vida tratando de reencontrarlos. Es como si nos dieran un regalo estupendo y después nos lo quitasen. Primero nos hacen adictos a la droga más maravillosa, y luego nos la quitan sin consideración ninguna. Por eso nos gusta tanto besar y que nos besen, porque eso es lo único a que podemos aspirar de toda aquella maravillosa droga que tuvimos en nuestra más tierna infancia, una droga llamada amor. Según Freud esa época de la vida que denomina “fase oral”, dura desde los ocho a los dieciocho meses, más o menos, y lo que sucede en ella es 139
determinante de cómo seremos y nos comportaremos el resto de nuestra vida. Si hemos recibido suficiente “leche y miel” - recuperando el afortunado concepto de From - pasaremos felizmente a las siguientes fases de nuestro desarrollo psíquico y sexual. Pero si nos las han escatimado, pasaremos el resto de la vida ansiándolas y buscándolas. A esa manera “necesitada” (carencial) de ser es a lo que Freud llama “personalidad oral”, que vendría a ser como una especie de dependencia no resuelta del amor “oral” maternal, que deberíamos haber recibido y no nos dieron. Por eso las “personalidades orales” son muy absorbentes, dependientes, verborreicas y necesitadas de estimación. También pueden ser agresivas o sádicas, pues la fase oral del desarrollo está centrada en el uso de la boca, y en ella están los labios pero también los dientes, esos que, según Miguel Hernández, “…frontera de los besos serán mañana / cuando en la dentadura lleves un arma…”, y por eso algunos individuos “orales” pueden ser habladores y “besucones”, pero otros son grandes “masticadores”, tragaldabas, devoradores, codiciosos, como aquel amigo comensal del que hablamos, y en otras ocasiones pueden ser “mordedores” agresivos, es decir “caníbales”, como al parecer le ocurría al famoso psiquiatra protagonista de “El silencio de los corderos”, el doctor Hannibal Lecter. Según una extrapolación de estas teorías, los donjuanes, casanovas o burladores también serían “personalidades orales”, que como no tuvieron suficiente amor materno cuando eran pequeños, se pasan la vida entera buscándolo en otras mujeres sustitutivas de la madre. Desde el propio Freud, hasta nuestro famoso doctor Marañón, pasando por el filósofo Ortega, o por Ramón y Cajal, todos lo dijeron y es más que posible que no se equivocaran. El famoso “dandy” británico Lord Byron lo expresaba abiertamente a través de las palabras de su Don Juan: “…que el sexo femenino tuviera una sola boca rosada, para poder besarlas todas a la vez…” Pero no debe parecer que estas cosas les ocurren sólo a los hombres, de hecho en las mujeres también existe ese “conflicto” en la relación entre el amor materno, paterno y filial. El discípulo más aventajado de Freud, Carl Jung, lo denominó “complejo de Electra”, tomando como modelo la trágica historia de de la famosa griega, que para vengar la muerte de su padre Agamenón, mato a los culpables, que no eran otros que su propia madre y su amante. El modelo, trasladado a una familia normal, sería algo así como una niña que aprende con el tiempo que papá pertenece a mamá y poco a poco renuncia a sus sentimientos románticos hacia el padre y los dirige a otra figura masculina, el hombre con quien aspira a casarse algún día. Según esa teoría, las mujeres ansiosas de amor, compulsivas y promiscuas, eternamente insatisfechas e infelices, serían como una especie de “doña-juanas”, que también padecerían
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carencia de besos maternos y caricias paternas. En fin, hay que ver a donde nos pueden llevar los besos, y uno sin enterarse. Pero todas esas teorías, con ser más o menos bellas y certeras, no se pueden someter a demostración científica como si se tratase de una ecuación matemática. Pero lo que si sabemos es que, teorías aparte, la falta de una adecuada relación amorosa materno-filial tiene importantes consecuencias para el desarrollo intelectual, emocional y físico del niño. Eso ha sido evidenciado repetidamente por los más sesudos investigadores del desarrollo de la mente infantil de los tiempos modernos. La historia empezó en el siglo XVIII, cuando el Emperador Federico II de Prusia quiso saber qué idioma hablarían los niños que nunca hubiesen oído hablar ninguno, y ordenó que a un grupo de niños abandonados en un hospicio se les prestase un exquisito cuidado por parte de personas solícitas pero que nunca les hablasen ni les hicieran ningún ruido ni gesto expresivo o afectuoso. El resultado fue tan dramático como curioso: ¡todos los niños murieron! La causa fue inanición verbal y emocional. Claro que eso entonces no se sabía, pues de hecho hasta 1945 con los trabajos de Spitz, no se supo que uno de cada tres niños depositados en las casas de expósitos morían dentro del primer año de vida, pese a tener una buena alimentación y cuidado médico. Lo que estos niños no recibían era el afecto, las caricias, los besos, el o físico de su amantísima madre. Su muerte se debía a una carencia emocional, a la que él denominó “depresión anaclítica”, una especie de marasmo que aparece hacia los tres meses de vida y si no se resuelve mediante los adecuados “suministros emocionales”, se complica con detención del desarrollo físico y psíquico, y más tarde con deterioro somático progresivo hasta la muerte. Si se detecta pronto, y se le dan las adecuadas “vitaminas emocionales” (supplies), el cuadro es reversible, pero si la carencia dura varios meses puede dejar secuelas físicas y cerebrales para siempre o causar la muerte del infante. Desde entonces ningún hospital infantil deja de proporcionar cuidados afectivos, o facilitar el o físico y afectivo entre los niños y sus madres, especialmente si se trata de niños prematuros. Las cuidadoras saben que si se les habla, se les acaricia, se les besa, se desarrollan mejor y más sanos. Lo he dicho varias veces, los besos alimentan mucho. Esas observaciones fueron en cierto modo la base de la “teoría del apego” desarrollada posteriormente por J. Bowlby (1969), quien intentó construir un modelo para explicar el desarrollo de la personalidad basado en los vínculos emocionales infantiles. En oposición a los postulados vigentes hasta ese momento, que defendían que el vínculo que se establece entre un bebe y su madre radica simplemente en el hecho de que es ella quien lo alimenta, 141
Bowlby propuso que los seres humanos presentan una tendencia innata a buscar vínculos de apego con otros seres. Dichos vínculos no solo son una fuente de satisfacción personal, sino que constituyen la base de la supervivencia individual y de la especie. Si bien es cierto que la alimentación y el sexo cumplen una función importante en el establecimiento del vínculo, la relación de apego tiene una dinámica y una función propia muy importante. Existe una tendencia primaria por parte de los individuos a establecer fuertes lazos emocionales con determinadas personas, y esa tendencia es un componente básico de la naturaleza humana. En la infancia los lazos emocionales se establecen con los padres en busca de protección y apoyo, y luego prosiguen a lo largo del desarrollo, siendo completados por nuevos lazos o vínculos con otras personas de acuerdo con las necesidades propias de cada periodo evolutivo, adolescencia, adultez, etc. La teoría del apego explica la relación que hay entre las fases tempranas del desarrollo emocional y el carácter de las personas adultas. Hoy sabemos, gracias a las investigaciones de estos autores, que en buena parte las relaciones emocionales y sexuales que establecemos los adultos dependen de la cantidad de caricias, besos y mimos que recibimos de nuestros cuidadores cuando éramos niños. Esta etapa de la relación, basada en os físicos y psíquicos emocionalmente potentes, es la más importante en el establecimiento de los vínculos de apego necesarios para el desarrollo de la personalidad. En síntesis, y arrimando el ascua a nuestra sardina, podríamos decir que la falta de besos en la infancia dificulta el establecimiento de los vínculos emocionales que serán el modelo que más tarde utilizaremos para establecer relaciones interpersonales adultas, maduras y satisfactorias. Otra concepción muy difundida sobre el origen y desarrollo de la personalidad adulta es la de Winterbottom de 1958. Esta autora realizó una serie de investigaciones para estudiar como las diferencias en los estilos educativos utilizados por los padres podrían reflejarse en el modo de ser de los hijos. Concretamente estudió dos tipos de niños, según que mostrasen alta y baja “necesidad de alcanzar logros”, que es algo así como la tendencia que todos tenemos a proponernos y alcanzar metas en la vida. Se utilizaron muchos modelos de “logros” que los niños podrían alcanzar, y las diferencias más significativas se observaron en aspectos como la edad a la que un niño sabe caminar solo por la ciudad, ensayar nuevas acciones por sí mismo, buscarse amigos y alcanzar diferentes metas de una manera autónoma. Es decir, conductas que reflejan la capacidad de comportarse de forma independiente. Pues bien, se vio que las madres que utilizan con mayor frecuencia refuerzos emocionales para relacionarse con sus hijos pequeños, tales como abrazos, besos etc. tienen hijos que cuando crecen muestran mayor necesidad de plantearse y alcanzar “logros” en la vida, es decir que
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tienen mayor autonomía, iniciativa, seguridad, etc. De nuevo queda bien claro que los besos serán muchas cosas pero ninguna de ellas es trivial. En evidente que durante el primer año de vida un niño es casi sólo boca, y sus intereses se centran en los alimentos y en los placeres y exigencias de la zona oral, como chupar, morder, besar, lamer, explorar los objetos con la boca, etc. Es como si los bebés hubiesen nacido preparados para besar. Sus bocas son el nexo más importante entre ellos y entre el mundo exterior, y el comienzo del interior, por eso examinan cualquier cosa antes con las boca que con las manos o la vista. La propensión a tocar con los labios es tal, que algunos gemelos se besan antes de nacer, como al parecer hacían dos siamesas nacidas en Manchester (Reino Unido), que "vinieron al mundo de frente, con las cabezas ladeadas y besándose claramente", según explicó su madre a la prensa. Anécdotas aparte, lo cierto es que se han realizado investigaciones curiosas sobre cuando aparecen en el niño por primera vez gestos o conductas que pudieran considerarse como besos “rudimentarios”. Un neuropsicólogo de París, llamado I. Casati publicó en 1987 un estudio titulado “The beginnings of the kiss in infants during the first year”. Señala que ya desde el primer año pueden ser reconocidas ciertas formas de formas incipientes del beso. Muy pronto el niño desarrolla ciertas actividades bucales como respuesta a los besos recibidos. Progresivamente estas conductas reflejas van aumentando en complejidad. La atracción del bebé por la boca del adulto aparece alrededor del año, y pronto se trasformará en unos primeros os "boca a boca" que sin ser todavía "besos" son una especie de “equivalencia”, que se combina con la mirada fija y los abrazos como medios de intercambiar emociones y sensaciones. Por esa época, un psiquiatra infantil español residente en Suiza, el Dr. José de Ajuriaguerra, llegó a ser una de las personas más expertas del mundo en los problemas emocionales de los niños. A lo largo de una vida entera de trabajo desarrollo una amplia investigación sobre muchas cosas, entre otras sobre la relación entre las experiencias tempranas de o cutáneo del niño y el desarrollo de su personalidad. Así estableció la gran importancia del papel de la piel en la relación entre el infante y la madre incluso desde antes de nacer, pero sobre todo en la época de recién nacido y los primeros años de vida. Examinó la importancia de los abrazos, los besos, los cosquilleos, etc. y mostró que el funcionamiento afectivo de las personas se inicia ya en las experiencias compartidas “piel-a-piel” durante el desarrollo infantil, y en la vida adulta se refleja en cosas tan concretas como el poder sentirse seguros en los os “cuerpo-a-cuerpo”, o “beso-a-beso” (la cursiva es mía). Dicho de otra manera: el sentimiento de seguridad adquirido durante el desarrollo de la sexualidad infantil, te permite sentirte seguro en los os sexuales adultos. O traducido a nuestros intereses, si te dieron besos que te hicieron 143
sentirte seguro y bien cuando eras niño, obtendrás seguridad y placer al darlos o recibirlos cuando seas mayor. Ajuriaguera no fue el único que pensaba así, pues de hecho esta línea argumental podría continuarse hasta la saciedad, mostrando por acumulación de evidencias, que los besos, las caricias y los os emocionales cutáneos entran por la piel de los niños y llegan hasta su cerebro, su corazón y su personalidad. Podríamos defender algo así como “dime como te han besado y te diré como eres”, o mejor déjame ver cómo eres y te diré como y cuanto te besaron de niño. Incluso hay quien dice que observando como besamos es posible llegar a saber si fuimos alimentados con “pecho” o con biberón. También se ha sugerido que así como los bebés necesitan cierta cantidad de besos, también cuando somos adolescentes o adultos necesitaremos tantas o cuantas cantidades de besos, y si no damos o recibimos los que cada uno necesita, se convierten en otras conductas peores, como fumar, beber o hablar. Estas teorías, más o menos especulativas, han sido recientemente puestas a prueba en experimentos animales, concretamente con ratitas, que han demostrado que la cantidad de caricias “hocícales”, que el tiempo y el número de lamidos de limpieza que una rata madre dedica a sus tiernas ratitas de menos de una semana, condiciona el desarrollo de su cerebro. Y no es teoría es un hecho evidente y bien demostrado, que ha sido dado a conocer por los doctores M. Meaney y M. Szyf este mismo años (2005) en una respetada revista científica. Asegura que comparando los hijos de ratas que prestan muchos cuidados bucales (lamidos) a sus hijitos durante la primera semana de vida, con otras memos “maternales”, los de las primeras cuando son mayores son mucho más tranquilos, resisten más al estrés y tienen menos respuestas de secreción de ACTH y adrenalina ante situaciones de presión. Y a parecer eso se produce mediante una modificación de la estructura del ADN de los cerebros de las ratitas bebes. Al profesor Ajuriaguerra no le sorprenderían estos resultados, pero a los demás nos parecerían ciencia ficción, si no fuese por que se trata de estudios rigurosísimos y muy respetados. Dicho a las claras, dime cuantos besos te ha dado tu mamá cuando eras pequeñito, y te diré cuanto de nervioso o de tranquilo serás cuando seas adulto. Los besos van directamente al cerebro. ¿Eso ya lo hemos dicho antes, verdad?. Y es que los labios son muy importantes, y sus producciones más importantes son los besos. Los labios siempre están prestos a moverse, a chupar, a succionar, a probar, a besar. Los niños se llevan todo a la boca, así van aprendiendo poco a poco qué cosas le resultan agradables y nutritivas, y cuales desagradables o peligrosas. Tocar con los labios es lo más cálido y próximo que podemos hacer con otra persona, sea madre o amante. Besar es, como se ve, un instinto temprano. Ya lo probaron Adán y Eva, lo suyo no fue 144
manzana, fue beso, que conste, aunque no lo diga la Biblia. El instinto de besarse es temprano y potente, siempre está abierto y dispuesto a desarrollarse, a experimentar con una u otras cosas o personas. Es un “instinto abierto” dicen los naturalistas, pues parte de unas pautas más o menos fijadas, que siempre se van completando con el aprendizaje. Los seres vivos son más inteligentes cuantos más instintos abiertos tienen, cuanto más libres son de ampliarse, desarrollarse y completarse con la “cultura práctica”. Los besos son exactamente así. No entienden de razas, de tiempos, ni de fronteras, solo de impulsos que es preciso obedecer poniéndolos en práctica. Cuanto más veces repitas el ejercicio, mejor sabrás hacerlo. Y eso es bueno para obtener placer y para muchas más cosas, incluso para mejorar la inteligencia y la personalidad de los seres que los practican. En la actualidad está de moda el concepto de inteligencia emocional. No creo que nadie lo haya dicho explícitamente, pero si pudiéramos investigarlo, seguro que encontraríamos una fuerte relación entre la nutrición con besos durante la infancia y el cociente de inteligencia emocional de la edad adulta. Ahora bien, los seres humanos podemos querer a muchas personas, pero “madre no hay más que una”, lo saben hasta esos duros legionarios que se tatuaban sus brazos esa famosa frase “Amor de madre”. Ellos ya sabían lo que los “sabios” como Bowlby y su escuela demostraron más tarde, que todos los seres humanos tenemos una tendencia natural a establecer vínculos fuertes con otras personas emocionalmente significativas, primero la madre y luego otras, pero especialmente con una que siempre será especial. A esa tendencia natural se le denominó “monotropía”, y quizá por eso mismo los seres humanos somos, como también sugiere la experta Blue, esencialmente “monobesantes”, monotrópicos en besos y en amor. Por eso podemos “sexuar”, practicar coitos, con muchas personas, pero no podemos enamorarnos y besar de verdad más que a una sola en cada momento. Es verdad que podemos cambiarlas, pero en todo caso seríamos “monobesantes sucesivos”. Y es que los besos nunca mienten, todo el mundo lo sabe por experiencia propia, las prostitutas más versadas lo aseguran, y hasta el cine lo pone de manifiesto en la famosa película “Pretty Woman”, en la que cuando Julia Roberts acepta besar en la boca a Richard Gere sabe que se ha enamorado de él perdidamente y para siempre. Pues bien, llegados a este punto, aceptemos que ya somos mayores, que ya tenemos un modo de ser, una personalidad, y que eso influye en como nos comportamos, relacionamos, enamoramos, besamos o copulamos. Ahora la cuestión concreta que nos ocupa es si el hacerlo de una u otra manera tiene que ver con nuestra manera de ser, con nuestra personalidad. Es decir, ¿podemos asegurar aquello de “dime como besas y te diré como eres”?, ¿o sería mejor “dime como eres y te diré cómo besas”?. 145
Para ello es bueno que volvamos atrás, a la observación de la conducta gestual, al estudio de ese lenguaje no verbal que son los besos. Por ejemplo, el citado Ulrich Ramer, autor de origen brasileño y formación germánica, sugiere ciertas cosas muy interesantes sobre la relación entre el modo de besar y el modo de ser, rasgos que podrían servir como una especie de test para el diagnóstico de la personalidad a través de los besos. Por ejemplo, dice que el disponer los labios redondeados y cerrados al besar simboliza un bloqueo interior. Asegura que al igual que los ojos como son una ventana del alma, la boca es una puerta. Si esa puerta se cierra constantemente al mundo exterior, significa que esa persona rechaza una parte de su ego. Ese miedo de la intimidad expresado por los labios cerrados radica posiblemente en la infancia e indica un cierto temor de ser abandonado, o una incapacidad de entregarse sin pedir nada a cambio. También asegura que cuando una persona empieza a besar con una serie de besos breves, cerrada la boca, y continúa con besos más largos y persistentes, es que es extremamente apasionada y sensual. Insiste en que a una persona con esas características le llevará tiempo decidirse a besar, pero una vez decidida se entregará a ello con toda su alma y disfrutará profundamente, penetrando con sus besos en la mente y no sólo en el cuerpo de su pareja. Ahí que ver qué teorías. No se si las habrá comprobado, pero sugestivas son un rato. También asegura que los que se besan a la manera sa, es decir con la lengua, quieren construir una ligadura fuerte e íntima. Esta es, según el citado autor, la mejor manera de besar, porque combina el intercambio de elementos psicosensoriales y fluidos químicos, con la “actualización de los vínculos emocionales e instintivos almacenados en la memoria infantil”. Los que besan así quieren compartirlo todo con su pareja, y según parece ostentan rasgos de generosidad en su modo de ser. Otro dato curioso: Según parece, usar los dientes cuando se besa, ya sea mordiscando amablemente o bien mordiendo decididamente, se relaciona con la nutrición y el amor primario. Esa fórmula es decididamente erótica, se expresa en numerosos dichos populares, y en frases hechas: “te comería a besos”. Incluso la mitología está llena de vampiros que besan con lujuria y a mandíbula, y no son sólo masculinos. Por eso las víctimas de los vampiros se entregan casi sin resistir, e incluso parecen disfrutar del placer de ser vampirizadas. Besos vampiros, he ahí otra interesante categoría que quizá exploraremos. Hay quienes al besarse se acurrucan tierna y suavemente, y según los expertos esas son personas que ostentan rasgos sensuales y cariñosos en su carácter. Aman dulcemente, pero sin impedimentos, son sexualmente asertivos y 146
sinceros en la entrega, se cree que son personas que recibieron mucho cariño maternal durante su época de lactancia. Igualmente se cree que los amantes que al besar atraen a su pareja hacia su pecho, sujetándola por el cuello, como hace el atractivo galán de cine o el héroe de novela, son en el fondo muy inseguros. Cuando un hombre al besar sujeta - o se sujeta - fuertemente a su compañera, simboliza temor de mostrarse débil e intenta parecer dominante, al tiempo que interior e inconscientemente tiene miedo de no lograr esa dominación que aparentemente pretende. A la postre parece que el enunciado “dime cómo besas y te diré como eres” no es tan descabellado, aunque siga siendo un capítulo pendiente de la psicología humana, que todavía nadie se ha atrevido a abordar con seriedad. Según la persona posiblemente más experta en esta materia, la “recitada” Adrianne Blue, la manera de besar que ostenta un adulto se podría relacionar con como fue su crianza. Llega a sugerir que viendo como besa se podría llegar a saber si fue criado con pecho o con biberón. Se podría conocer por qué unas personas besan más y mejor que otras, o por qué a unas les resulta más gratificante y placentero que a otras, o cómo algunas personas alcanzan puntuaciones más elevadas en un hipotético índice de “besabilidad”, o cómo convertirte en una persona atractiva, o, por el contrario, repelente de besos… En definitiva, y por concluir, los besos y las cosas del carácter tienen mucho en común. El modo de ser se manifiesta por lo que hace nuestra boca: hablar, comer, besar… Somos como nos han besado, diría Freud. Y besamos como somos, diría un conductista. Hay muchos tipos de besos: de madre, de amor, de saludo y hasta besos de Judas. Y cada uno de nosotros los ejecuta a su manera. Cada uno de esos besos muestra en cierta manera cómo es el que lo realiza, y sino que se lo digan a ciertos curiosos ladrones egipcios que abundaban en el siglo XVII y que se les llamaba precisamente los “besadores”, pues eran expertos en robarle la cartera al que se dejaba saludar con un beso. En fin, una vez más los besos nos sorprenden con su inesperada versatilidad. Así pues, como diría un psicólogo argentino: “besa y sé tu mismo”.
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10. LA SONRISA HORIZONTAL. De la relación entre los besos y el sexo hay tanto que decir que casi sería mejor callar. Pero, por otra parte, puede que no haya nada que decir, pues no son asuntos independientes, sino una misma cosa. Sea como fuere no parece posible desatender tan interesante relación. Podríamos dedicarle al tema un “sexudo” tratado, mas como éste no es un libro de sexología, trataré sólo de los asuntos que atañen a los labios superiores y dejaré los de los otros labios para mejor uso y disfrute de cada cual. Así pues me limitaré a explorar en los hechos fundamentales de la sexología científica que abarca la última parte del siglo XIX y el XX, indagando en sus consideraciones sobre la conducta de besar, en tanto que práctica sexual. Al respecto déjeme que siquiera de pasada mencione algunos de los grandes prohombres a los que debemos casi todo en materia sexual, que también trataron con los besos, como Carl Westphal (1833-90), Krafft-Ebing (1840-1902), Havelock Ellis (1859-1939), Albert Moll (1862-1939), Magnus Hirschfeld (1868-1935), Iwan Bloch (1872-1922) y, por supuesto, Sigmund Freud (1856-1939), entre otros. Podemos empezar la historia a finales del XIX, cuando el fílósofo y médico Burdach, influido por la Filosofía natural de Schelling, definía el beso como un “…símbolo de la unión de las almas y algo análogo al o galvánico de dos cuerpos electrizados, positiva y negativa, que aumenta la polaridad sexual, atraviesa todo el cuerpo, y cuando está en estado de impureza transmite el pecado de un individuo a otro”. Claro que un poema árabe del siglo XIII lo decía mucho mejor: Cuando un corazón arde de amor jamás halla curación… / Hasta el abrazo más íntimo le deja frío y sin satisfacer, / si le falta la delicia del beso. Uno de los pioneros de la relación entre beso y sexualidad fue Iwan Bloch, un médico berlinés especialista en enfermedades venéreas que publicó un interesante tratado sobre “La vida sexual contemporánea”, editado en España en los años veinte con prologo de Gregorio Marañón. El respetado autor proponía que en los seres humanos se da una complicación del instinto sexual que no tienen las especies inferiores, que consiste en una íntima unión de los placeres de los sentidos con él placer sexual. A modo de ilustración de la idea refiere una curiosa alocución dirigida por Buda a sus monjes en la que se describe el papel sexual de los diferentes sentidos: «No conozco, discípulos míos, ni siquiera una forma que cautive tanto el corazón del hombre cómo la forma de la mujer. No conozco, discípulos míos, ninguna voz que cautive tanto el corazón del hombre como la voz de la mujer. No conozco, discípulos míos, olor alguno que cautive tanto el corazón del hombre como el olor de la mujer. No conozco, discípulos míos, sabor alguno que cautive tanto el corazón del hombre como el sabor de la mujer…”. No sabemos que maestros 148
pudo tener Buda, pero es evidente que conocía que el instinto sexual al convertirse en eso que llamamos “amor” concitó una preponderancia de los placeres sensuales sobre la mera copulación. Eso fue lo que convirtió el sexo en sexualidad, pero no perdió lo que tuvo de acoplamiento corporal, por eso el modelo sensorial más activo en la vida sexual sigue siendo el “con-tacto” y sólo después de él se sitúan los sentidos llamados superiores, la vista y el oído. Pensemos que el sentido del tacto es el más desarrollado en cuando a extensión (toda la piel) y por lo tanto es el más accesible y excitable. La gran sensibilidad de las terminaciones nerviosas de la piel y su extraordinario número explica la riqueza de las sensaciones táctiles, y entre ellas algunas tan sensuales como las cosquillas, las caricias o los besos. Unos conocidos fisiólogos descubrieron que en la piel hay miles de receptores sensibles, que denominaron con sus propios nombres “corpúsculos de Vater y Pacini, y aun más sensibles son los llamados “corpúsculos Krause” que se encuentran en el glande, el pene, el clítoris, los labios vaginales y los labios de la boca. Así pues se puede considerar que la piel es el mayor órgano sexual del cuerpo. Por eso los clásicos consideraban al sexo como la expresión superior del tacto, sobre todo cuando la que interviene es la sutil piel de los labios, que convierte cualquier grosero chupetazo en exquisito beso. El sentido del tacto en el ser humano moderno desempeña un papel semejante al que en los primitivos tenía el olfato. «El cutis – aseguraba Wilhelm Bölsche - se convirtió en el gran alcahuete, en el poderoso entremetido en las cuestiones amorosas de los animales superiores. La piel se convierte en el sitio del placer, en el escenario de la sensualidad. No sin razón se ha dicho que el primer o con cualquier zona de la persona amada es ya una semi-unión sexual. Tales os, por inocentes que sean, producen una evidente excitación de los órganos sexuales. En este sentido, el beso es la línea divisoria entre lo erótico y la libido. En el crítico momento del beso se reduce a la mínima expresión la distancia entre los dos amantes, y el “amora-distancia” (olfativo o visual) se convierte en “amor-mezcla”. Por otra parte no es casual que el beso se produzca en la cabeza, el paraje del cuerpo más adecuado para el amor. El beso de los amantes representa el anhelo del “amor-mezcla” completo, al tiempo que respeta el inocente “amor-adistancia”. Quien no recuerda aquella forma de cogerse por primera vez de la mano, o el primer beso. Ese es el instante en que la sensualidad cutánea se eleva a la máxima potencia. Magnus Hirschfeld, otro experto de la época clásica, aseguraba que las sensaciones de placer originadas por el tacto en los puntos de “transición” son los que con más frecuencia hacen “…sucumbir a la fuerza de voluntad y a las resistencias humanas a las insinuaciones y movimientos del instinto sexual. Quien evita los os mencionados se protege del mejor modo posible 149
contra el peligro de verse arrollado por la sensualidad de su instinto y de sucumbir a ella cuando, por ejemplo, se halla con individuos sospechosos de una enfermedad secreta”. Que bello, pero que lejano nos parece hoy, cuando todos desearíamos caer en las tentaciones de la carne y echarle la culpa a esos lugares tan excitables y «erotogénicos», esos en los que se juntan las mucosas con la piel, sobre todo los labios, todos los labios. ¿Por qué será que todos ellos se encuentran alrededor de las aberturas del cuerpo? Tal vez eso era lo que preocupaba en 1904 al italiano Gualino, cuando publicó un artículo titulado “Il riflesso sessualle nell'eccitamento alla labbra”, en que aseguraba haber provocado por medio de excitaciones mecánicas en los labios ideas eróticas, excitación y congestiones de los órganos genitales, lo que le llevó a considerar a los labios como zonas “erotogénicas” primarias. Muy interesantes fueron asimismo las observaciones del profesor Petermann y del doctor Nacke sobre la génesis del beso labial, publicadas ese mismo año en el Archivo de Antropología criminal, en las que defendían la naturaleza erotogénica de los labios y de sus os. Es comprensible que todos ellos, según sugiere Bloch, creyeran que la mujer que concede un beso a un hombre “…le dará todo lo demás y que la mujer verdaderamente fina y espiritual considera que un beso tiene tanto valor y debe ser tan apreciado como el último favor”. ¿Qué decir sobre la fuerza de los impulsos sexuales? Será bueno también recordar que Albert Moll ya había postulado que los dos instintos principales que participan en el impulso sexual son el de Detumescenztrieb ("impulso de detumescencia") y Contrectationtrieb ("impulso a tocar, acariciar, o besar el objeto sexual"). Sugería que en los organismos superiores que se reproducen mediante conjugación, el instinto de detumescencia ya no es suficiente para garantizar la reproducción, por lo que tuvo que ser suplementado por el instinto de “contrectación”, al que hoy llamaríamos atracción-amor. Mucho antes que Freud, Moll aseguraba que ambos impulsos surgen antes de la pubertad, con lo que quería "destruir" la creencia "de que la pubertad física es la condición necesaria para la iniciación sexual. Por el contrario, el comportamiento sexual puede desarrollarse mucho antes que la pubertad física". Estábamos en los albores del siglo XX y la cuestión del origen del beso empezaba a ser sometida a investigaciones científicas. Eso trataba de hacer el sexólogo Havellock Ellis en 1906, cuando realizó estudios muy interesantes acerca de los orígenes del besar, probando que el beso amoroso es un derivado del primitivo maternal y de la succión del niño en el pecho materno. Tanto el sentido del tacto como el del olfato desempeñan un papel en este “beso primitivo, al que el hombre añadió el lamer y el morder. Este primitivo sadismo fisiológico es característico del «beso-mordisco»; bien claro lo dijo 150
Kleist: «Küsse reimen sich auf Bisse» (“besos riman con mordiscos”). Es una herencia de los animales que en el acto del ayuntamiento sexual se muerden en el cuello. Autores más antiguos, ya habían deducido de este violento fenómeno de acompañamiento del beso una profunda relación con el afán de la alimentación. El beso que se realiza con y en la boca, que es el principio del tubo alimenticio, es expresión de que el amante quisiera apoderarse por completo del amado “comiéndoselo a besos”. Por eso, según Mohnike, la furia de los besos salvajes y apasionados puede conducir al arrebato de la antropofagia, como cuenta Metzger que sucedió en un caso en el que un joven, en la noche de bodas, no sólo mordió a la su recién estrenada mujer, sino que comenzó a devorarla. Aunque en este caso se trataba indudablemente de un demente, se observa a menudo esta manifestación de sentimientos sádicos en el beso, aunque en formas más suaves, lo que se puede considerar como normal. La experta Adriane Blue dedica a esta cuestión un extenso capítulo de su libro “Besos”. Concretamente se ocupa de los besos de los vampiros, que representan la más temible y extendida “perversión sexual” de nuestro tiempo, la del sado-masoquismo sexual, cuyo nombre debemos a la inteligente lectura que Krafft-Ebing hizo del libro “La venus de las pieles” del más perverso sexópata de la historia: Leopold von Sacher-Masoch. Asegura Blue que se trata de besos que simbolizan la muerte moral, y que el gran impacto que producen las imágenes de vampirismo es justamente por que se trata de una inversión inesperable del significado de los besos, habitualmente asociados a dar la vida y no a quitarla. Del mismo modo que en las misas negras el beso era el símbolo del dominio del maligno, el beso del vampiro, de Drácula, representa una traición, en cierto modo emparentada con la de Judas. Hasta el propio autor de la conocida novela, Brand Stoker, compara a Drácula con Judas: “Lo último que vi del conde Drácula fue como me enviaba un beso con la mano, con una luz roja de triunfo en los ojos, y con una sonrisa de la que Judas en el infierno se hubiera sentido orgulloso”. Como hemos visto los besos son actos primitivamente erotogénicos, pero mucho antes de que fueran apreciados como tales, en muchos pueblos primitivos se tuvo que extender alguna forma de o olfativo presexual, gesto que luego se generalizó y uso en forma de «beso olfatorio”. Aspirar el olor del ser deseado es sumamente excitante. Según Javier Ortega, en “la vuelta al mundo en 80 polvos”, es posible que las mujeres reconozcan, sin ser conscientes de ello, a sus mejores amantes gracias al sentido del olfato. Las feromonas son esas misteriosas hormonas que nos tiran de las narices y nos arrastran por la cabeza hasta donde con frecuencia no desearíamos ir.
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En efecto, un estudio publicado recientemente por dos investigadores de la Universidad de San Francisco (McCoy y Pitino, 2002) ha evidenciado la gran influencia que pueden tener las feromonas sobre la conducta de las mujeres. Para llevarlo a cabo a un grupo de mujeres les aplicaron un perfume con feromonas extraídas de secreciones de otras mujeres fértiles y sexualmente activas, y a otras les pusieron perfumes con sustancias placebo, sin que ni ellas ni los investigadores supieran qué tipo de perfume le tocaba a cada una. Pues bien, las que recibieron perfumes con feromonas incrementaron la frecuencia de os sexuales, se acostaron con más parejas, tuvieron más citas formales, y practicaron o recibieron más caricias y besos que las otras. En conjunto el aumento de relaciones socio-sexuales sobre la tasa inicial fue del 74% en el grupo con feromonas y sólo del 23% en el grupo con placebo. ¿Curioso verdad? Eso si, lo que no cuentan en su estudio es dónde se puede adquirir ese perfume. Aunque la relación entre besos y olor ya la hemos abordado anteriormente, de nuevo el olfato nos obliga a tomar el camino de la sexualidad, concretamente el del despertar sexual de la adolescencia. ¿Hay acaso algo que huela más que un adolescente lleno de granos, impulsos y torpezas? Su cerebro se inunda de hormonas y sus labios obedecen ciegos los impulsos que llegan desde los testículos y los ovarios. Podríamos decir que su sexo se despierta con bostezos de besos y sudores. Pues bien, recientemente unos investigadores de la Universidad de Pittsburgh han descubierto que en este despertar interviene el llamado “gen del beso”. Los resultados de su investigación mostraron que este gen es el que desencadena la pubertad y por eso lo bautizaron como gen KISS-1, que podría traducirse como el “gen del primer beso”. Según estos científicos, tanto el gen KISS-1, como las moléculas proteicas que éste produce, aparecen de repente en una región del cerebro llamada hipotálamo, justo en el comienzo de la pubertad. Anteriormente otros investigadores estadounidenses y ses habían encontrado un gen llamado GPR54, cuya deficiencia inhibe el inicio de la pubertad. Hoy sabemos que la acción coordinada de ambos genes explicaría el inicio de los cambios hormonales que desencadenan la pubertad. Ésta se inicia cuando en el hipotálamo, una región del cerebro íntimamente relacionada con la afectividad, se segrega una hormona llamada “liberadora de gonadotropina” (GnRH), que activa una reacción en cadena de mensajes químicos al estimular a la hipófisis para que ésta secrete sus propias hormonas, como la luteinizante (LH) y la estimulante del folículo (FSH). Los elevados niveles de LH y FSH actúan sobre los testículos y los ovarios para que éstos a su vez produzcan la testosterona y el estradiol, que en último extremo son los responsables de los cambios físicos y emocionales de la pubertad. Los investigadores dicen que ahora ya conocemos las claves que explican el inicio del impulso de besar. El misterio está resuelto, los besos han sido por fin reducidos a bioquímica, aunque en el 152
fondo hasta ellos saben que los apasionados besos que protagonizaron cuando fueron adolescentes eran algo más que genes y hormonas. El hecho cierto es que el beso es, posiblemente, la conducta erótica y sexual mejor tolerada por la mayoría de las culturas humanas. El beso es la caricia más y mejor itida y cultivada. Los labios y las lenguas se juntan, las salivas se mezclan, las sensualidades se comparten, el placer se entrega y se recibe. Ningún otro tipo de comportamiento sexual es tan explícito a la vez que tan íntimo. El beso profundo no excluye nada, ni la visión, ni el olor, ni el tacto, ni el sabor de la persona besada. La boca es el primer lugar donde se siente y asienta el deseo sexual. Con los labios y con la lengua se puede besar, lamer, chupar, acariciar, mordisquear y hablar a un tiempo. Suele ser el primer o sexual, y de cómo salga dependerá si la cosa continua o no. Según parece las mujeres dan mucha más importancia que los hombres a ese primer beso. Incluso es sabido que en el negocio sexual el beso tiene un valor superior al o coital. Las prostitutas lo saben bien. Cosas y más cosas del sexo y los besos. Este último tema, pese a ser frecuentemente comentado, nunca se había estudiado en profundidad hasta que recientemente la doctora Betania Allen publicó un curioso estudio titulado “Afecto, besos y condones” realizado con prostitutas de México DF. En su investigación evidenció que la única práctica sexual que nunca se acepta con los clientes es el beso en la boca. Una prostituta decía: “Son muy diferentes los trabajos… nosotras no mamamos, ni beso, ni que nos estén mordiendo... porque el cliente le está pagando a una por encuerarse, por ponerse de postura, pero nada más… yo en mi persona no me dejo besar.”. Uno de los hallazgos más importantes de este estudio fue que las trabajadoras sexuales de la Ciudad de México utilizan una barrera simbólica, emocional y sensorial, entre sí mismas y los clientes durante sus relaciones sexuales, que denota un rechazo a incrementar la intimidad con el cliente. El rechazo al beso en la boca es mucho mayor que el rechazo que existe para algunas otras prácticas, incluyendo el sexo anal: “Me dijo el cliente, ‘bésame,’ y le digo, ‘pues no, no te puedo besar porque te acabo de conocer,’ pues yo no los beso.” Claro, muy claro. El beso no tiene fronteras, pero sí límites. Sobre todo el de la verdadera intimidad. Ocurre que el beso no necesita ser la puerta del sexo, pues en si mismo está cargado de erotismo y sexualidad. Cuando besamos no tocamos unos labios, sino que estamos convirtiendo esos labios en una persona objeto de nuestra sexualidad. Los labios sólo son la puerta, el anuncio, la atracción, pero detrás de ellos está la persona que desde el momento que puede ser besada es reconocida como tal, de igual a igual. No podemos besar a alguien que sólo es un objeto de carne y hueso, hemos de personificarla para que la relación acabe 153
siendo verdaderamente satisfactoria. Un beso nunca es cosa de uno, siempre es de dos. El beso se da y se recibe sin separación posible. Hay incluso un dicho de origen gitano que dice que “un beso no vale para nada hasta que no se divide en dos”. Por eso no se pueden comprar, como se puede hacer con cualquier otra maniobra sexual. Precisamente ese es un asunto especialmente conflictivo y “tórrido”, la relación entre beso y sexo oral, entre los usos de los labios de la boca y los vaginales. Los primeros, según ciertas teorías etológicas, son un anuncio de los segundos, un cartel publicitario potente y atractivo, y de esa manera contribuyen a la consecución de los logros sexuales. En los chimpancés hembra, la ingurgitación de los labios vaginales es un anuncio de que están dispuestas para la relación sexual. En las mujeres eso no es posible, ni siquiera en estado de desnudez total. Por eso se ha sugerido que los otros labios cumplirían esa función. La publicidad comercial así parece entenderlo. ¿Hay acaso algo más atrayente y sugestivo que los carnosos labios de una modelo en un anuncio de carmines? La utilización publicitaria de los labios femeninos es tan frecuente como eficaz, sea lo que sea lo que anuncien. Labios entreabiertos, labios rojos, labios húmedos, labios que se pueden besar o que pueden, en provocadoras expresión de Andy Warhol, ser “literalmente follados”. El sexo oral sería, y de hecho frecuentemente lo es, la continuación lógica del sexo bucal. Del beso al cunnilingus apenas hay una sutil línea fronteriza. Diríamos que la “sonrisa vertical” es anunciada por la “sonrisa horizontal”. Havelok Ellis, hace un siglo, fue el primero que llamó la atención que de que la conducta sexual oral era muy frecuente entre los humanos, mucho más de lo que se pensaba. Sexualmente hablando no había nada que objetar al sexo oral, pero el escándalo público que acompañó a esas confirmaciones “científicas” se llegó a traducir en que en Norteamérica se considerase tal comportamiento como un delito federal, y en algunos estados siga estando prohibido. Si debemos o no considerar la felatio y el cunnilingus como “equivalentes del beso”, o son conductas totalmente independientes, es algo tangencial. Al fin y al cabo sabemos que sexualmente están íntimamente unidas, y esto es una evidencia que no necesita de ninguna confirmación. No parece necesario insistir en la proximidad entre los besos y la felatio/cunnilingus, y en los rechazos y prevenciones que despiertan. La mayor parte de los hombres prefieren recibir que dar sexo oral, las mujeres también, pero ellos lo rechazan más que ellas y ellas lo sufren más que ellos. Y sin embargo nada hay de perverso en ninguna de esas conductas. Sobre todo si las consideramos como una continuidad del beso en el marco del comportamiento sexual. Durante algún tiempo fueron incluso objeto de 154
estudio patológico, como si se tratase de una conducta morbosa. Van de Velde, un pionero de la sexología de finales del XIX, llego a asegurar que el orgasmo por cunnilingus o por felatio era patológico, aunque tal actividad era perfectamente permisible en el juego amoroso, pero – eso sí - sólo dentro del matrimonio. Sobre estas conductas se han vertido tantas críticas, prohibiciones, tabúes… que es lógico que a algunas personas les de miedo practicarlas. Sin embargo, otras veces han sido objeto de inspiración poética, y algunas escritoras feministas y lesbianas han defendido que el cunnilingus es incluso un derecho femenino, como ocurre con la sa Luce Irigay, para la que las mujeres tienen la suerte de tener en la vagina unos labios que pueden estar constantemente en disposición de “autobeso”, sin que nadie se lo pueda impedir ni criticar. Los y las poetas lo han dicho muchas veces con versos más o menos explícitos, y el cine otro tanto, por no hablar de los y las novelistas, y sino vean el “mal ejemplo” que nos dejó escrito esa española rompedora de fronteras que fue Anaïs Nin, en su conocido “Delta de Venus”: “De repente ella se abrió el kimono, le cogió la cabeza entre las manos, colocándola sobre su sexo para que su boca lo sintiera. El pelo púbico le tocó los labios y enloqueció”. Dicen que hay mujeres que llegan al orgasmo con simples besos, otras que se desmayan con el sexo oral. Hay hombres que pierden la cordura por una “buena mamada”, alguno hay que ha llegado a perder el cargo más poderoso del mundo, tal es la fuerza del sexo oral, tal es la indómita extensión de los besos. Pese a ello, no tengamos miedo, pues no siempre ha de ser tan turbulenta, explosiva e ingobernable la potencia de los besos. De hecho una de sus funciones más irables es la del juego erótico, que puede ser sustitutivo del coito en el contexto de ciertos tipos de sexualidades limitadas por la edad, las enfermedades, etc. El sexo no acaba en la menopausia, como parece que ocurre si nos fiásemos de la mayoría de las encuestas sexológicas. En un estudio publicado en 1991 en la prestigiosa revista “Archivos de Sexología”, Mulligan y Palguta comunicaron que entre los ancianos con pareja residentes en un asilo la frecuencia de coito no superaba el 17%, mientras que otras formas de satisfacción sexual, incluyendo caricias y besos, eran practicadas por más del 73%, y a medida que aumentaba la satisfacción sexual obtenida con cualquier tipo de conducta, disminuía la intensidad del deterioro psicológico. En definitiva encontraron que “El sexo no tiene canas, si tienes ganas”, que es como hemos titulado recientemente un capítulo de un libro sobre la sexualidad en personas de la “tercera edad”. Eufemismos aparte, es una evidencia que asociar la satisfacción sexual a un mecanismo meramente “hidráulico”, como es la erección, es un grave error. 155
La piel, los labios, los otros labios, el pene, los demás orificios y todos los sentidos del cuerpo son instrumentos potencialmente sexuales. Si nos limitarnos al coito como actividad sexual, tendremos mucho que perder. Incluso ahora que disponemos de fármacos milagrosos para los problemas de erección, pues seguimos sin tener recursos similares para las mujeres anorgásmicas, ni ninguna solución eficaz para la pérdida del deseo. El sexo, como cualquier otra conducta humana, depende en buen parte de la costumbre. Cuando no se usa, se atrofia; cuando no se practica se olvida. Obligarse a un compromiso con el “calendario” es una de las mejores soluciones; practicar frecuente y concienzudamente besos sexuales es otra magnífica alternativa cuando las cenizas de los años se van depositando sobre los labios del tiempo. Y conste que esto es más que poesía. Todos sabemos que las variables que intervienen en la sexualidad humana son muchas. Van desde las expresiones verbales al sexo oral, desde el sexo anal al beso más tierno, desde la fisiología a la sociología, desde el matrimonio a la homosexualidad. Todo puede contribuir a la satisfacción o al sufrimiento, todo puede ser bueno o malo según se haga y se sienta. El afecto, el amor, el cariño, siempre permanece al fondo como un halo azul, como una pátina tornasolada que embellece la relación. Ya lo dijo el divino Shakespeare, el beso es el "sello del amor." Los besos son a la sexualidad, como el brillo a la plata: el mejor indicador de que sus propietarios la cuidan, limpian y dan esplendor. Cuidemos pues de ellos como si de una joya se tratara.
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11. LOS PELIGROS DEL BESO. Si aceptamos la opinión de uno de los mayores genios hipocondríacos de la historia, Woody Allen, el beso no es más que una antihigiénica y peligrosa transmisión de fluidos y bacterias. Algún sesudo investigador ha dicho al respecto que en un milímetro cúbico de saliva hay entre diez mil y diez millones de bacterias, y que en la saliva puede haber del orden de 500 tipos de bacterias diferentes, y cada persona tiene unas 30 especies peculiares, como una especie de carné de identidad salivar. De hecho se sabe que las parejas estables que comparten besos acaban compartiendo los mismos tipos de bacterias que les producen los mismos tipos de enfermedades, como caries, periodontitis, etc., aunque para ello se necesita mucho tiempo de convivencia boca a boca, unos diez años, dicen los expertos. Muy curioso, ¿verdad?, pero a mi modo de ver lo que más intrigante es ¿cómo lo habrán medido? Sin embargo, los celtas, que sin duda eran más brutos, creían que el beso era mágico y tenía poderes curativos. La utilización del beso como si fuese una “tirita” sanadora es una vieja costumbre. Quien no recuerda esa típica escena: niño que se cae, heridota en la rodilla, mamá protectora que viene y le da un besito en la zona dolorida, que le recita la letania “sana sanita, culito de rana, si no sana hoy sanará mañana”, y ya está, curado. Puede que fuese sugestión, pero hay quien asegura que un buen beso tiene tanta potencia analgésica como una dosis de morfina. También hay quien dice haber descubierto muchos otros efectos beneficiosos del besar, como que cada beso profundo consume 150 calorías, y baja no se cuantos puntos el colesterol, y permite recuperar la estabilidad emocional, y el equilibrio psicofísico, y limpia la dentadura, y se tienen menos infecciones y caries, y hay incluso quien asegura que los que cada mañana se despiertan con un beso viven mas tiempo. Lo más seguro es que ni tanto ni tan calvo, pero todos creemos y sabemos que besar es bueno para la satisfacción emocional, para la salud mental, y para la estabilidad de la pareja. Esas son cosas que no precisan demostración científica. Mas huyamos de extremismos y alharacas y descendamos a lo práctico, a la relación concreta entre los besos y la salud. Para ello podríamos remontarnos hasta el médico John Brown (1735-88) en cuyos escritos encontramos las primeras referencias “científicas” a la relación entre besos y enfermedades. La “filosofía médica” de Brown se basó en su propia experiencia con la gota, enfermedad que sufrió la mayor parte de su vida. En su prefacio para Elements of Medicine (1795), escribió que después de fracasar con los tratamientos tradicionales, buscó otros remedios y llegó a la conclusión de que la "debilidad” era la causa de sus trastornos y que el mejor remedio era buscar medidas de “fortalecimiento". De estas suposiciones concluyó que había dos clases de enfermedades: las que surgen de la excitación excesiva 157
(esténica) y las de excitamiento deficiente (asténico). Demasiada estimulación convertía una dolencia asténica en una esténica. Por ejemplo, el o mutuo entre amantes y el besarse con demasiada frecuencia, confería una peligrosa impetuosidad a sus nervios. Esta condición nerviosa podría ser aliviada por las relaciones sexuales completas, pero el alivio provisional también podría dar lugar a la liberación de demasiada energía turbulenta; y si se llevaba a exceso, ésta también causaba dificultades. El asunto podría quedarse en simple anécdota libresca, si no fuera por más de un siglo después (1936) el norteamericano John Morris aseguraba que los besos de pasión consumen la energía vital: “Te quedarás sin respiración. Gemirás y te desmayarás porque la sangre huirá de tu cabeza y correrá desbocada por todas las venas de tu cuerpo. Entonces serás incapaz de pensar o razonar". En realidad esto es similar a lo que decían Sócrates y otros pensadores griegos, que llegaron a atribuirles a los besos poderes inauditos. Por ejemplo, Jenofonte cuenta que Sócrates solía advertir a sus interlocutores del peligro de la compañía de un joven hermoso, al que comparaba con "una araña venenosa cuyos besos reducen a la esclavitud a quien los recibe". Éste se transforma entonces en "un ser sin voluntad ni sentido crítico". Algo así le debía pasar a una adolescente apenas iniciada en los asuntos del beso que pregunta en Internet: "¿Por qué es casi imposible parar de besar después de un primer beso apasionado?". Hija, bien claro, se trata de una droga, que causa una dulce y pegajosa adicción, y como para las demás adicciones físicas también para esta tenemos una explicación: Los besos despiertan en el cerebro ciertos mecanismos químicos que se asocian al placer y al alivio de las tensiones. Son las endorfinas y la oxitocina. Hay estudios que lo han evidenciado claramente. Por eso necesitamos tanto los besos cuando nos hemos acostumbrado a ellos, del mismo modo que necesitamos hacer ejercicio físico o sexual. El orgasmo hace lo mismo que el beso, pero a lo “bestia”, una liberación masiva de oxitocina y endorfinas que te arregla el cuerpo y el espíritu. Es como un “chute” con una “morfina” natural que segrega nuestro propio cerebro. Por eso los besos son tan adictivos, casi tanto como fumar o beber, cosas, por cierto, que también se hacen con los labios. Así pues, podemos concluir que el primer y mayor peligro de los besos es que hace adictos. Ya lo dice Joaquín Sabina: "Lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción...”. Pero no estoy seguro de que ese peligro sea muy grave, aunque si conociésemos en profundidad la historia íntima de las parejas humanas tal vez podríamos sacar “estadísticas” que nos enseñasen cuanto es lo qué los seres humanos de todas los tiempos han ganado o perdido por culpa de los besos. ¿Cuántas parejas rotas, cuantos divorcios, cuantos han perdido casa, hacienda, fama o poder por culpa de los malditos besos? ¿O cuantos y cuantas lo han ganado? A saber. Los amantes y 158
poetas de todos los tiempos los han contado muchas veces con sus rimas y emociones. Los modernos científicos lo afirman con la rotundidad de la bioquímica. Durante la pubertad, en el borde de los labios y en el interior de la boca, se forman y liberan sustancias químicas que se transmiten cuando dos personas se tocan, estimulando e intensificando el deseo sexual. Cuanto más se besa tanto más sustancias se producen, lo que despierta el deseo de besar más y refuerza la atracción del partenaire. Sencillo, ¿verdad? Está claro, todo placer conlleva su dolor. Todo pecado su penitencia. Todo placer, tiene sus peligros. Y puede que el mayor no sea el de esas vulgares infecciones que reseñan los viejos libros de medicina: “El beso, membranas mucosas contra membranas mucosas, supone un gran riesgo para la salud", decía el médico francés Joseph Pourcel en los años 50. Se puede contraer la gripe, el catarro, el herpes labial, la meningitis, el sida o la enfermedad del beso por el simple o bucolabial. Incluso se ha descrito la “alergia a los besos”. Todo ello lo aseguran los detractores del beso. ¡Cuidado, peligro!, debería poner en la boca de los amantes apasionados, pues no todo es dulce saliva, y a través del beso y el sexo oral se pueden contraer un sinfín de enfermedades contagiosas. En primer lugar las infecciones ligadas a las enfermedades de los dientes y la boca, como caries, gingivitis, o periodontitis, que se trasmiten boca a boca. En primer lugar lo hacen las madres con sus hijos, siendo esta la primera contaminación bacteriana que suelen padecer los bebés, sometiéndolos a riesgos de infección si no se cuida la higiene de los os con ellos, ya sea a través de los besos en la boca o en labios, o bien a través de instrumentos de alimentación, como biberones, chupetes, cucharillas, etc. En todo caso la gravedad de este tipo de contagios suele ser mínima. Conclusión, usted siga besando a su bebé, su cerebro lo necesita. No ocurre así con otras infecciones más tardías, como las parotiditis, hepatitis, etc. que también se pueden contagiar a los niños por los besos, y que son cosa más seria, aunque hoy día contamos con medicamentos muy eficaces para tratarlas y resolverlas sin secuelas. También se ha dicho que por la boca puede entrar las bacterias de la blenorragia, la vulgar gonorrea. En las mujeres ésta puede provocar ardor al orinar, dolores de abdomen, de pelvis o durante el coito y esterilidad; y en los hombres aparece un flujo purulento y dolor al orinar. Se trata de una enfermedad venérea que puede llegara a ser grave, aunque de nuevo hemos de decir que en la actualidad se cura con simples antibióticos. Igualmente se ha descubierto un virus llamado HHV-8 que tiene una gran presencia en la saliva, y es el causante de una enfermedad llamada “sarcoma 159
de Kaposi”, que es un tumor cancerigeno que se manifiesta en forma de ampollas en la piel y en la boca, o en las cavidades internas del abdomen y el pecho. En este caso se trata de algo realmente preocupante, pues quien más lo padece son los enfermos con SIDA. Pero la más frecuente de todas las enfermedades es la llamada “enfermedad del beso”, tambien llamada "fiebre de los enamorados", y científicamente “mononucleosis infecciosa”, que es una infección producida por el virus de Epstein-Barr, y que se manifiesta con síntomas como fiebre, inflamación de las amígdalas, inflamación de los ganglios en todo el cuerpo, sobre todo del cuello, e inflamación del hígado y del bazo. El cuadro clínico es muy variable, desde formas que no dan casi síntomas a otros con inflamación de casi todos los sistemas del organismo. Por esto a veces puede pasar desapercibida, sobre todo en niños. No es una enfermedad grave, pero puede haber complicaciones que la agraven, sobre todo si en personas con un sistema inmunológico deficiente. Una curiosa circunstancia de esta enfermedad es que los seres humanos son los únicos animales atacados por este virus, y que para su transmisión se requiere un estrecho o personal, sobre todo a través de la saliva, en la que se el virus se puede mantener vivo durante varias horas. Lógicamente en condiciones de falta de higiene la infección se trasmite mejor, y por eso son frecuentes los contagios entre adolescentes o en instituciones cerradas, si bien no siempre es posible saber quien la transmitió a quién, pues el período de incubación puede ser de hasta 50 días. Y para complicar aun más las cosas, hemos e decir que además del virus de Epstein-Barr, hay muchos otros organismos microscópicos que pueden producir “fiebres” semejantes, como el citomegalovirus, los virus de la hepatitis, el toxoplasma y los vulgares estreptocos de las amigdalitis. El tratamiento debe ser sintomático, mucho reposo, dietas livianas, algún que otro analgésico y aguantarse… y por supuesto, no besar a nadie durante algún tiempo, en justa penitencia por haber pecado, digo besado. Pero que conste que todo ello es raro. El beso como agente patógeno es poco eficaz. Ninguna superpotencia lo preconizaría como arma contra el enemigo. Al menos eso asegura un tal doctor Alburquerque Sacristán, médico madrileño al que no tengo el placer de conocer, que dice: "…es arriesgado besar en la boca a alguien que haya enfermado de meningitis. Pero se sabe que el 20% de la población es portadora del germen causante del mal, y que muchas de esas personas besarán a otras sin transmitirla… Con el herpes labial, ocurre algo parecido, alguien con un herpes labial activo puede transmitirlo, pero la mayoría se expone al virus en la infancia, y es inmune. Tampoco puede hablarse de riesgo serio de contraer la fiebre glandular 160
(enfermedad del beso). De hecho, besarse no supone mayor peligro que estar cerca de alguien que estornuda, ya que las gotitas expulsadas, al inhalarse, transmiten más eficazmente la enfermedad que la saliva, que se traga. En cuanto al sida, se sabe que, aunque se ha detectado el virus en la saliva, las cantidades no son suficientes para transmitirlo, y de hecho no se conocen casos de este tipo de transmisión". ¡Menos mal que la epidemiología moderna y sensata pone las cosas en su sitio!: “Si fuera tan malo, los seres vivos que se besan, y son muchos, habrían desaparecido. Eso no ha ocurrido porque la mayoría de las bacterias de la boca y la garganta son inofensivas e incluso beneficiosas, y es esencial para que nuestra defensas inmunológicas se preparen y refuercen el que intercambiemos bacterias y otras cosas…” Claro que además de las infecciones, hay quien ha advertido que hay ciertas relaciones peligrosas entre los besos y las enfermedades cardiovasculares. Eso aseguran unos investigadores americanos que han encontrado que los besos intensos pueden acortar la vida. Dicen que por cada beso intenso perdemos “tres minutos” de vida, lo cual no es poco, y sino haga sus cálculos. Menos mal que también hay quien dice que los besos bajan el colesterol, la tensión arterial, fortalecen el corazón, disminuyen los accidentes, etc. con lo que la cosa quedaría compensada. Eso dicen otros investigadores alemanes que han analizado las consecuencias del beso matutino, ése simple y tontorrón que se dan los cónyuges al despedirse cuando se van a trabajar. Dicen tan sesudos expertos que los hombres que besan a sus esposas por la mañana pierden menos días de trabajo por enfermedad, tienen menos accidentes de tráfico, ganan entre un 20% y un 30% más y viven unos ¡cinco años más! Uno de ellos, un tal Arthur Sazbo, psicólogo por más señas, asegura que todo ello se debe a que "Los que salen de casa dando un beso empiezan el día con una actitud más positiva". Puede que si, pero lo que resulta más difícil de explicar es por que se han puesto a investigarlo. Está claro: “hay gente pa to”. En definitiva, parece que si pusiésemos en una balanza los riesgos y las ventajas del beso, sus efectos beneficiosos o molestos, sin duda saldrían bien parados. El doctor Blas Noguerol ha llegado incluso a proponer la “besoterapia” como una técnica de propiedades semejantes a la “risoterapia”. En fin, es lo que tienen los besos, que al menos dan mucho para hablar y contar, como veremos a continuación.
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12.- MAMÁ CUÉNTAME UN BESO. “Érase una vez…”: Un cuento, una canción y un beso. Cada noche eso era lo que me pedía el gusanito de mi hijo antes de irse a dormir. Yo al principio le contaba los cuentos de siempre, pero enseguida se los aprendió de memoria y hubo que hacer cambios sobre la marcha: “Todos empiezan y acaban igual”, decía, y no le faltaba razón. Casi todos tenían como protagonistas a princesas, príncipes, animales y besos. Hablaremos ahora de esos besos. De cuentos con besos y de besos de “cuento”. De esos fantásticos que las amantísimas mamás relatan a sus criaturitas antes de mandarles a dormir con un beso de “hada buena”. Los cuentos son de hecho la vía regia que enlaza el origen infantil de los besos, con los de la épica, la literatura o las artes escénicas. Para algunos, como Bruno Bettelheim, además de ser una fuente inagotable de placeres y conocimientos, los cuentos sirven para distraer, enseñar, tranquilizar, e incluso para conocer los secretos de la mente de las personas y la psicología de los pueblos. Los niños nos crecemos en y con los cuentos. Y los besos que contienen los cuentos son mágicos, transformadores, milagrosos, nutritivos y estimulantes. Pero, ¿cómo se gestó esa comunión de besos y leyendas? El origen de la relación entre besos y cuentos es insondable. Todas las culturas cuentan con cuentos “originales”. Casi siempre son los mismos argumentos con protagonistas diferentes. Los mismos cuentos contados en diferentes lugares o idiomas, que nos remiten a los mitos primordiales de la humanidad, y estos habitan en el origen inmemorial de los pueblos. Los mitos nacen en los asustados corazones humanos, en sus preocupaciones, impulsos e instintos, y gracias a su formalización verbal se transmiten y constituyen la base de la formación de la historia y la cultura de cada pueblo, de todos los pueblos. Mitos y cuentos son, en definitiva, dos formalizaciones diferentes de una misma cosa. Ambos nos remiten a las esencias instintivas, emocionales y cognitivas de los seres humanos, a sus recuerdos, temores y esperanzas, a sus descubrimientos de símbolos y lenguajes, a los contenidos conscientes e inconscientes de la mente de las personas. Por eso son tan importantes para su formación emocional e intelectual. Platón ya sugería que la correcta formación de los ciudadanos de la república debería empezar siempre por el aprendizaje de los mitos desde la más tierna infancia. Incluso el muy racional Aristóteles decía que “el amigo de la sabiduría es también amigo de los mitos”. Sin embargo mitos y cuentos tienen ciertas diferencias. Los primeros parecen contar cosas grandes, inalcanzables para los minúsculos seres humanos, mientras que los cuentos son más cercanos, más domésticos, y, 162
sobre todo más optimistas. Los mitos casi siempre acaban mal, los cuentos casi siempre acaban bien. Y casi siempre con una escena en la que los abrazos o los besos tienen una gran importancia. Muchos cuentos empiezan en el campo y acaban en la alcoba. De ahí que algunos psicoanalistas, como Bruno Bettelheim, hayan defendido que los cuentos son historias sexuales, y que para entenderlos, para explicar por que todas las culturas tienen cuentos, y por qué tienen tanta importancia para la conformación de personalidad de los niños, hay que entender los significados ocultos en ellos. Este autor se hizo justamente famoso por un libro titulado “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, en el que trataba de “psicoanalizar” a los personajes de los cuentos más famosos, buscando en los relatos los símbolos ocultos, que permitirían conocer los entresijos mentales, los complejos, conflictos y configuraciones de la mente humana individual y colectiva. Ese libro fue uno de los best seller del psicoanálisis, sobre todo porque resulta fácil de entender. Y por que además está lleno de cuentos con besos y sexo. Pero no hace falta ser ningún experto para entender que los cuentos de hadas de toda la vida son muy “simbólicos”, y por eso tienen tan gran vitalidad, ubicuidad y perduración. Por eso cuando los niños los escuchan de los labios amorosos hacen tanta mella en sus mentes. Se les quedan grabadas las escenas, los lances, los peligros, los finales felices y los besos geniales. Los buenos deseos y las malas acciones de los personajes les sirven para configurar sus esquemas de valores. La valentía y los miedos de sus protagonistas les ayudan resolver sus temores o temeridades. Por eso los cuentos nunca aburren a los niños, ni a los mayores, y aunque se los contemos muchas veces les y nos seguirán resultando emocionantes. Porque conectan “eléctricamente” con las mentes en proceso de formación, porque nos cuentan cosas que de alguna manera ya estaban en esas locas cabecitas que tenemos los niños de todas las edades. Pues bien, una vez hecho este ya largo preámbulo, entremos en materia. La primera cuestión es hasta donde se remonta el origen de los cuentos. La respuesta no es que sea difícil, es sencillamente imposible. Posiblemente desde las negras noches de las cavernas habrán existido los relatos orales contados al amor de los primeros fuegos, luego se irían convirtiendo en leyendas propias de cada clan, las cuales por simple exageración acabarían siendo grandes mitos o gestas épicas fundacionales de naciones y culturas. Sin embargo algunos de esos relatos acabarían siendo pequeñas, mágicas y domésticas historias, para contar a los niños: los cuentos. Todas las culturas contienen cuentos, todos los pueblos tienen sus propias versiones de los mismos cuentos.
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La segunda cuestión es cuando se inició esa misteriosa relación entre cuentos y besos. Tampoco hay posible respuesta, pero tuvo que ser sin duda cuando los avances históricos ya permitían formalizar el concepto “beso” como un elemento clave en las relaciones humanas, es decir al menos después de las leyendas pudiesen ser convertidas en historias y transmitidas a través de los lenguajes. Se necesitaban las palabras para contar y los labios para besar al mismo tiempo. Otro aspecto importante es que los cuentos siempre cuentan algo dramático, algo que hace referencias a las angustias existenciales, y lo hacen de forma esquemática, simple, didáctica, y moral. No son ambiguos, son directos. Lo que es bueno y lo que es malo quedan claros, bien definidos; también la angustia y la felicidad, y por supuesto las causas de las cosas y sus consecuencias. Por eso son tan formativos y conformativos de la persona. Al respecto conviene recordar que casi todos los cuentos que contienen besos pertenecen a dos grandes grupos o sagas, los de princesas dormidas, o los de animales trasformados en príncipes. Y todos ellos cuentan además con otro elemento esencial: la estética, la belleza. Son arte sencillo y directo, pero muy valioso, muy logrado. Por eso casi todos los grandes “cuentistas” se han atribuido la propiedad y la originalidad de sus relatos, aunque es sabido que casi todos los cuentos escritos proceden de otros cuentos anteriores o de relatos contados y trasmitidos boca oreja desde no se sabe cuando… Pero recordemos algunos de esos cuentos con besos princesas dormidas y príncipes encantados. Entre los primeros, el prototipo es “La bella durmiente”: “Èrase una vez… una reina que dio a luz una niña muy hermosa. Al bautismo invitó a todas las hadas de su reino, pero se olvidó de invitar a la más malvada. A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada: "¡A los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio, pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso de un joven príncipe la despertaría de su profundo sueño… Pasaron los años y… la princesa se pinchó con un huso y cayó fulminada… y todo el castillo quedó inmerso en un profundo sueño… al término del siglo, un príncipe, que perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores… entró, y vio a todos los habitantes estaban dormidos… se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza… Emocionado, se acercó a 164
ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se despertó y abrió los ojos… Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado!... En aquel momento todo el castillo despertó…. Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con motivo de la boda. Entre los segundos el más típico es “Príncipe Encantado”, o el Príncipe rana”: “Hace muchos, muchos años vivía una princesa a quien le encantaban los objetos de oro. Su juguete preferido era una bolita de oro macizo. Cierto día, la bolita se le cayó en el pozo. -¡Ay, qué tristeza!... Luego ya sabe, rana que sale del pozo, que se ofrece a sacarle la bolita, y se la saca, pero que a cambio quiere que la meta en palacio, y que comparta con ella su mesa, mantel y cama, pero ella, la muy inocente princesita, siente escrúpulos de la ranita, y no quiere… pero esta insiste, insiste, y se pone triste y llora, y a la princesita se le ablanda el corazón y le dice: -No llores. Seré tu amiga… y la princesa le dio un beso de buenas noches. ¡De inmediato, la rana se convirtió en un apuesto príncipe!... y se casaron y fueron muy felices. Y comieron… Algo que todos sabemos es que casi todos los cuentos empiezan con un “Érase una vez…” emocionante, que anuncia que algo sorprendente, o malo, o peligroso ha pasado o va a pasar, y acaban con el “…fueron felices y comieron perdices”, es decir con una “convivencia”, o lo que es lo mismo, compartiendo cosas con la boca. En efecto, en casi todos los cuentos hay banquetes, besos y “tálamos de bodas”. Es decir, reúnen los tres placeres bucales por excelencia, hablar, comer y besar. Por eso son tan simbólicos y tan eficaces. Pero ¿qué quiere decir todo eso? Según los psicoanalistas en el fondo todo es simplemente sexo, el despertar de la sexualidad infantil y la consumación de los ritos sexuales de paso, pero revestido de fantasías. Unas veces se trata de inocentes princesas que son despertadas al sexo por el príncipe de sus sueños. Según algunos ese beso no es más que una penetración o una violación encubierta. La bella durmiente no sería más que una damisela “histérica” que necesita ser desvirgada para que se cumpla el rito de paso a la adultez. La rana que resulta ser príncipe simbolizaría el pene y sus ansias de “introducirse” en la lúbrica cueva del sexo. Los psicoanalistas, ya se sabe, siempre “obsesionados” con el sexo. Puede que tengan razón, pero a veces cuesta creerlo.
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Lo que es evidente, sin necesidad de recurrir a “complicadas” interpretaciones psicodinámicas es que en todos los cuentos de hadas hay elementos que representan los deseos más o menos “instintivos” que todos tenemos, y las prevenciones, frenos, o temores que a todos nos asaltan. También hay enfrentamientos entre las buenas intenciones y los perversos pecados, entre las madrastras castradoras y los padrecitos protectores, entre las fantasías humanas universales – sexo, poder, felicidad - y sus sublimaciones más o menos explícitas – chicas, chicos, ligues, cama, comida, belleza... y besos. También podríamos hacer otras interpretaciones más “pedestres”, aunque no por eso menos ciertas. Veamos, Caperucita Roja era una chica de cuidado, a quien se le ocurre aventurárselas por la oscuridad del bosque sola, cantarina y vestida de rojo? Es como poner anuncio y pedir guerra. Hasta los de Chanel nº 5 lo han sabido aprovechar. No hay “animal” que se resista, y el mundo está lleno de lobos hambrientos y cazadores necesitados. ¿Y qué me dice de Blacanieves? ¿para qué necesitaba siete Enanitos?; ¿y la Ratita Presumida que pregunta “inocentemente: qué harás por las noches?… pues que voy a hacer, lo lógico, podemos empezar por las cosas que se hacen con la boca y luego ya se verá… En fin, para qué seguir. En definitiva los cuentos son geniales y maravillosos, y por eso tienen tanto que ver con los besos. Lo podríamos expresar con mucha mayor extensión y profundidad, pero no por eso lo diríamos mejor. Las cosas del instinto y del placer es lo que tienen, que cuanto más simples e inocentes parecen, más morbo producen. Así ocurre con los tres placeres esenciales que se concitan en los cuentos, los tres placeres labiales. El ingenio de la trama de los cuentos consigue reunir nutrición, relación y reproducción. Nada más y nada menos. En definitiva, todo lo que es y se necesita para que exista y perdure la vida. Y no hay más: ligar, comer y copular. Por eso cuentos y besos riman tanto. Pero, por favor, no se lo cuente a nadie, y menos a sus niños. Limítese a contarles los cuentos de siempre. ¿Que ya se los saben?, no importa, introduzca tantas variaciones como se le ocurra, no cambiará nada mientras siga habiendo princesas, príncipes, hadas y besos. De hecho, hay muchas variaciones entre los mismos cuentos contados por los hermanos Grimm, o por el padre de la Sirenita, el centenario Ándersen, o por el francés Perraul. Los unos han copiado a los otros y han cambiado algunas cosas para que no se note demasiado. Y estos han plagiado a su vez a otros anteriores, y estos los escucharon de alguna dama sabia y vieja, y esta se lo copió a la mismísima “hada madrina”… Queda claro, ¿verdad? Aun así, si quiere saber más del asunto, lea el magnífico, aunque farragoso capítulo, que la expertísima Blue le dedica al tema en su citado libro. Aunque, si lo que quiere de verdad es divertirse, 166
déjese de cuentistas foráneos y busque los libros del mayor cuentacuentos de la historia, el famoso “Calleja”, Don Saturnino (1.855-1.915), a la sazón natural de Quintanadueñas, pueblo cercano a Burgos, que fue escritor y editor de cientos de libros de enseñanza primaria, de lecturas infantiles y de cuentos. Dicen que muchos los copiaba, que se limitaba a cambiar los nombres de los protagonistas, y que sus hijos siguieron haciéndolo, es decir lo mismo que hicieron siempre los reconocidos cuentistas europeos, pero con mucha más gracia. Su único error fue nacer en la profunda y poco imaginativa tierra castellana, tan poco dada a las fantasías, pese a estar cargada de historias. Curiosamente, y como buen castellano que era, Calleja también editó libros de historias religiosas y leyendas épicas, pues no en vano los cuentos le guiaron hasta ellas. Es evidente que los cuentos siempre nos remiten a la historia legendaria y a los mitos, y ambos están llenos de besos. En efecto, ya hemos tuvimos ocasión de analizar los besos de los libros más “míticos” y legendarios de la historia humana, los textos homéricos y bíblicos. Pero hay otras muchas mitologías en las que los besos también tienen su protagonismo, como por ejemplo las referidas a las “walkírias”, esas famosas deidades rubias de la mitología escandinava, que eran una especie de “secretarias” mensajeras de Odín, y que además tenían como misión servir cerveza e hidromiel a los héroes muertos en combate, a quienes los besaban efusivamente para conducir sus almas al Walhalla, el cielo destinado a quienes morían heroicamente en las batallas. Al paraíso vikingo se llegaba también con un beso, y dado por una atractiva valquiria nada menos. ¿Es preciso insistir? Pues sí, lo es, aunque sólo sea para contar leyendas con besos. En todas las “edad medias” de todas las culturas, abundan las leyendas de lances y amoríos caballerescos, que desde la tradición oral pasaron a las literaturas épicas. En muchas de ellas hay besos. Eso sucede, por ejemplo, en varias que corresponden al “ciclo artúrico”. Ya vimos los devaneos de Lancelot y Ginebra, que tan malas consecuencias trajo para ellos y otros en el futuro. El galo Chrétien de Troyes contó los besos de la famosa pareja en sus libros de caballerías, con una ternura impropia de los tiempos: “Su pasatiempo es tan agradable y dulce, mientras se besan y se acarician, que en verdad les sobreviene una dicha tan maravillosa como nunca se había visto o conocido”. En la Inglaterra medieval también abundaban las épicas con besos. Así ocurre en “Sir Gawain y el Caballero Verde”, el poema del ciclo artúrico más destacado de la literatura inglesa de la Edad Media. Consta de 101 estrofas de desigual longitud y un total de 2530 versos, en los que se relata una compleja 167
trama de aventuras y desventuras de Gawain, un caballero de la corte de Arturo, que ha de enfrentarse a un gigante y misterioso Caballero Verde, y a las argucias de una bella dama, que a la sazón se acabará descubriendo que es la esposa del tal Caballero Verde. El caso en que entre lances caballerescos, y rituales de honor, la dama seduce a Gawain, quien por no despreciarla se entrega a ella y a sus dulces besos. Pero como al final todo se sabe, el señor del castillo acaba enterándose del asuntillo entre Gawain y su esposa y queriendo matarle, pero como son buenos caballeros, y Gawain demuestra sus buenos sentimientos y haber sido víctima de los hechizos de una mala mujer, el señor del castillo le perdona, y Gawain vuelve con gloria a la corte de Camelot. Se trata de un poema épico con una enorme riqueza dramática y simbólica. El protagonista es puesto a prueba al obligársele a tomar decisiones de índole moral en las que entran en conflicto deberes contradictorios: cómo respetar el honor del anfitrión sin desairar a la dama que solicita su atención. En definitiva lo de siempre, las “malas mujeres” que son las culpables de todo desde lo de Adán y Eva. O es que acaso hemos olvidado lo que le sucedió a Salomón con sus esposas y concubinas, o a Sansón con Dalila, a David con Betsabé, y a todas las brujas medievales con sus meticulosos inquisidores. También hay besos célebres y peligrosos en la “La boda de sir Gawain y la dama Ragnell”, que relata cómo el famoso caballero, íntimo de Arturo, acepta casarse con una dama tan fea y horrenda como un dragón, para salvar la vida de su amigo. Cuando Gawain ya está resignado para ir al lecho nupcial con semejante monstruo, ella aparece transformada en la doncella más hermosa que un hombre pudiera desear. Gawain queda estupefacto y ella le aclara que como ha sido tan bueno y cortes, la mitad del tiempo se presentara con su aspecto horrible y la otra mitad con su aspecto más atractivo, pero que tiene que elegir cual preferirá para el día y cuál para la noche. Gawain hace sus cálculos, quisiera tener durante el día una joven adorable para exhibirla ante sus amigos y por las noches a la bruja espantosa, o sería mejor de día una bruja y por las noches una joven y hermosa mujer. Intrigante cuestión, ¿usted caballero que hubiera elegido? ¿Y a usted señora qué le parece la historia? En fin, ya se sabe que las malas mujeres se trasmutan en brujas o en dragones en las leyendas medievales, pero los besos amantísimos de sus esposos, cuando los hay, las transmutan en bellas damiselas y respetables esposas. Las historias de amor caballeresco se multiplican en la Europa medieval y renacentista. Todas están llenas de amoríos e infortunios, de misterios y brujas, de pecados y penitencias, de deseos y deberes. Así sucede con Tristán e Isolda, que empiezan ingiriendo por error una pócima amatoria que les incita a besarse y acaban sucumbiendo entregados al beso del amor y de la muerte; o con Brunilda y Sigfrido, cuya historia tiene mucho parecido a la de la Bella durmiente, pues ella, una diosa venida a menos, es sacada de su 168
encierro en un círculo de fuego maldito por un príncipe azul, pero por culpa de los devaneos amorosos de éste, acaban ambos entregándose a la muerte a apasionada de los imposibles besos. Algo parecido sucede con Romeo y Julieta, cuya historia no necesito contarle; o con Ginebra y Lancelot, y Paolo y sca, cuyas vidas y muertes nos son ya tan familiares. Todas estas historias legendarias, más o menos míticas, contienen muchos besos y mucha pasión. En definitiva mucha sexualidad encubierta. Y casi todas acaban mal, con sangre, violencia o muerte. En algunos casos acaban con un último beso, muy simbólico y romántico, pero sin duda el peor de todos los besos, el que anticipa la muerte. Ya lo hemos dicho, los besos de los cuentos eran más divertidos y mágicos, los de las leyendas y épicas medievales mucho más llenos de sexo, drama, traición y muerte. Es claro, se podrá pensar lo que se quiera, pero los besos nunca son inocentes, y sus usos y abusos siempre son plurales, potentes y peligrosos. Pero no crean que esto sólo sucedía en la vieja Europa, también en España teníamos leyendas y épicas medievales sumamente bellas, también había castillos, caballeros, damas, dragones y besos. Nuestro Amadis de Gaula, que de haber existido tuvo que vivir hacia finales del siglo XIII, era un auténtico hacha besando. Se trata del único exponente español realmente original del género de literatura artúrica, y según dicen los expertos, incluyendo a Cervantes, la mejor novela de caballería de todos los tiempos. Amadís era el prototipo del perfecto caballero. Fruto de los amores secretos entre el rey Perión de Gaula y la infanta Elisena, fue arrojado al mar en un recipiente de madera. Recogido y criado por don Gandales de Escocia, se enamorará de Oriana, hija del rey Lisuarte, y de sus relaciones secretas nacerá Esplandián. A lo largo del relato, los lances de fortuna e infortunio se suceden como corresponde a una vida marcada por el fatigoso destino de caballero. Fiel a ello recorrerá el mundo en busca de enemigos y los encontrará, como un tal Galaor, que al cabo su desconocido hermano, o el pérfido Endriago contra los que luchará denodadamente, pero siempre pensando en volver a con su amada Oriana. Amor y aventuras mezcladas en una trama épica inolvidable. Una novela llenas de honores, amores y besos, capaz de levantar pasiones en el mismísimo Don Quijote, quien influido y confundido por ella se lanzaría al mundo y acabaría locamente enamorado de Dulcinea. La literatura épica es lo que tiene, que a veces realidad y ficción se confunden. Bueno, a veces no, siempre. Como igualmente se confunden los besos de de amor y de honor. Así sucede con los pocos que figuran en nuestro poema épico por excelencia, ”El Mio Cid”. El beso de respeto aparece 169
confundido con el de vasallaje en la escena principal de la obra, en la jura del rey ante Rodrigo, y es en ese momento cuando entre ellos se cruzan agrios reproches: “…- Haced la jura, buen rey, no tengáis de eso cuidado, que nunca hubo rey traidor ni un papa excomulgado. Jura entonces el buen rey, que en tal nunca se había hallado; después, habla contra el Cid, malamente y enojado: - Muy mal me conjuras, Cid; Cid, muy mal me has conjurado; mas si hoy me tomas la jura, después besarás mi mano. - Por besar mano de rey no me tengo por honrado; porque la besó mi padre me tengo por afrentado. - Vete de mis tierras, Cid, mal caballero probado, y no vengas más a ellas desde este día en un año. Pláceme - dijo el buen Cid-, pláceme - dijo - de grado, por ser la primera cosa que mandas en tu reinado Tú me destierras por uno, yo me destierro por cuatro. Ya se partía el buen Cid sin al rey besar la mano, con trescientos caballeros, todos eran hijosdalgo; …” Y así fue como marcho el Cid al destierro, ¿o tal vez fuera buscando aventuras al este de las frías e inhóspitas estepas burgalesas? Sea como fuere lo cierto es que se marcho hacia las orillas valencianas del Mediterráneo templado y florido, lleno de bellas mujeres, de besos y de sol. De eso nada se dice en el viejo poema, que conste, pero sí que lo dice, y bien claro, la famosa canción: “Valencia, es la tierra de las flores, de la luz y del amor. Valencia, tus mujeres todas tienen de las rosas el color. 170
Valencia, al sentir como perfuma de tus huertas el azahar, quisiera, en la tierra valenciana, mis amores encontrar. … Amores, en Valencia son floridos como ramos de azahar. Quereres, en Valencia sus mujeres con el alma suelen dar. Pasiones, en la tierra valenciana, si te das de corazón, sus hembras ponen alma y ponen vida en sus besos de pasión. No se sabe, insisto, si el Cid ya se olía lo del turismo, pero a buen seguro que algo tuvo que influir el buen clima y la buena vida del Mediterráneo en el hecho de que tras un largo destierro, volviese a Burgos pero en seguida se volviese a marchar a Valencia, donde acabarían sus días. Puede que también influyera el verse obligado a elegir entre las apasionadas valencianas y la austeridad de Doña Jimena, la que ni siquiera el día de su despedida le dedica los lógicos y esperables besos de amor y pasión. Si acaso algunos honrosos besos de castellana seria y adusta: “El Cid a doña Jimena la iba a abrazar / doña Jimena al Cid la mano le va a besar”. Le ruego que tome esta interpretación con cierta ironía y un grano de sal gorda, pues al fin y al cabo las intenciones y mensajes ocultos en los viejos “romances” son tan sutiles y misteriosos como el roce de los besos. Y ya que hablamos de “romances” y besos españoles, dónde encontrarlos mejores que en la literatura o en la poesía románticas. Déjeme sólo que le recuerde la leyenda de Becker titulada “El beso”: Un joven capitán del ejército de Napoleón contempla una imagen femenina esculpida en el frío mármol de una iglesia en la que se aloja la tropa. Se siente fascinado por su belleza, hasta el punto se obsesionarse y enamorarse perdida y estúpidamente de ella. A tal punto llega su enajenación que llega a besarla apasionadamente, cree que sólo ese beso frío de piedra podrá calmar el ardor que siente, pero hete aquí que cuando está en trance de besarla, la estatua que estaba al lado de la bella se levanta y resulta que era – tachín, tachán – “el marido”, el cual, lógicamente “mosqueado”, le asesta un guantazo de piedra, tan frío como el beso del mármol pero mucho más duro, y… ya sabe, si quiere saber como acaba a leerla. En definitiva, queda claro que el beso se hace arte, y que el “arte de besar” donde mejor podemos verlo plasmado es en esos múltiples besos convertidos en literatura, dibujo, canción, estatua o cine. Todo ello lo abordaremos a continuación.
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13.- EL ARTE DE BESAR Imagina que recibes una carta con un beso de carmín rojo sellando las solapas del sobre y sin remitente. Qué intriga. ¿De quien será ese beso? ¿Qué significa?... Abres la carta y reconoces la letra de esa bella y adorable mujer a la que tanto amas. La respondes con un epigrama: “Por el silencio de la letra supe que era tu risa / por el dulce beso supe que eran tus labios los que escribían”. Con sus labios y tu poemilla acabáis de componer una breve obra de arte. Deberás guardarla para siempre cerca de tu corazón, cuidarla y conservarla para siempre, como si de una joya se tratara. De hecho ese beso es un poco poesía, pintura y música al tiempo. Dice tantas cosas sin necesidad de palabras, que por muchas páginas que tuviera la carta, por muy experta que fuese su autora en el arte epistolar, jamás lograría hacerlo mejor. Ese beso es arte literario. La literatura está llena besos, la poesía otro tanto, las artes escénica, la pintura y la escultura, la fotografía o el cine, aun más. Besos y arte son casi la misma cosa. ¿O no? Eso opinaron casi siempre casi todos los literatos y poetas, como Shakespeare quien se confiesa sensible a su embrujo: “Un millar de besos me compra el corazón...”; o Coleridge, quien llamaba al beso de amor el "néctar que respiraba.", o Anatole (1844-1954) para el que: "La mujer es embellecida por el beso que ponéis sobre su boca". Pues, "…al fin y al cabo, ¿qué es, señora, un beso?", se preguntaba el ingenioso Cyrano de Bergerac, mientras enredado en las sombras cortejaba Roxane, su linda prima, amada por su bello amigo, que seducida por los dulces galanteos y requiebros del narizotas acaba enamorándose de él, y él de ella, lógicamente. Ese genial personaje de Edmond Rostand, basado en un personaje real de finales del XIX, ha sido posiblemente el que mejor ha sabido besar sin jamás besar a nadie. Sólo con sus bellas palabras en verso: Un beso, después de todo, ¿qué puede ser? un juramento que nos acerca más que antes; una promesa más precisa; el sellar unas confesiones que antes casi ni se susurraban una letra de color de rosa en el alfabeto del amor. Algo semejante le ocurrió, mucho tiempo después, a la Señora Consuelo Velásquez, a quien seguramente usted no tuvo el gusto de conocer, pese a ser la mujer que más besos concitó en toda la historia de la humanidad, y no es exageración. Y hablo en pasado porque Consuelo murió el día 22 de enero de 2005, justamente cuando este libro se estaba gestando en mi ordenador y ella tenía 84 años. Ese día el mundo perdió a la persona que más veces nos ha hecho hablar de besos, pensar en besos, cantar besos y dar o recibir besos. 172
Consuelo Velásquez fue la compositora, nada más y nada menos, que de la canción “Bésame mucho”, posiblemente la mejor de todas las que hablan de besos, un bolero traducido y cantado en casi todos los idiomas, por los mejores interpretes, y presente en las listas de éxitos durante más de 60 años, todos podemos repetir una parte de su letra. Como no podía ser menos, la canción se entonó varias veces en el homenaje de cuerpo presente que se le rindió en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México. En fin, qué decir de ella, que era una mujer genial, música y compositora precoz, excelsa poetisa, y además una amantísima madre plena de besos que entregaba con ternura a sus hijos, a uno de los cuales le dedicó otra famosísima canción, “Cachito”. Lo más curioso es que “Bésame mucho” la escribió a los 20 años, cuando, según ella misma decía “…todavía no daba un beso, todo era producto de la imaginación”. ¿Acaso son otra cosa los besos? Y ya que estamos entre músicos, hablemos de la música de los besos, o de los besos en la música. ¿Cuantas canciones se han escrito sobre los besos? Hay miles, tantas que si le pides al patrón de internet que te auxilie con palabras como besos, canciones, música, discos… vas a tener problemas para saber por dónde empezar. Hay páginas enteras dedicadas íntegramente a canciones con besos, por ejemplo: http://www.amorpostales.com/Beso-Eterno.html. En ella encontré una canción que es un auténtico catálogo de besos. Pertenece al álbum “P'alante” (1997), y la reproduzco sin permiso, pero espero que con la comprensión de su autora, Rosana Arbelo: “Besos de ternura, besos de niñez besos con sabor a la primera vez besos castos, besos falsos… besos sin por qué pero coincidentes al anochecer Besos de promesas, besos llenos de tristezas besos que se besan sin querer. Besos de Judas, besos con dudas pero que terminan sonriéndote Besos que adornan los parques con tantos romances de amor besos alegres, sinceros, intensos y sin condición, oo pero no te inquietes, mi vida, que como tus besos no hay dos porque el mejor beso es, cariño, cuando nos besamos tu y yo Tambien hay… besos de madre, y besos de casados besos a las damas en las manos besos cortos, besos largos, besos que una vez fueron a tu cuerpo al amanecer… Besos juguetones, besos de ascensor 173
besos que nos sirven pa’ pedir perdón besos robados, besos calcados a esos locos besos de televisión Besos que adornan los parques con tantos romances de amor besos alegres, sinceros, intensos y sin condición, ouh pero no te inquietes, mi vida, que como tus besos no hay dos porque el mejor beso es, cariño, cuando nos besamos tu y yo Y nos damos: besos con calma, besos con el alma besos de añorar estar besándonos besos con los ojos, besos color rojo, besos de una noche de pasión Besos afines, besos febriles besos debutantes del amor besos flirteantes, besos de amantes y otros que se cuelan con sabor a ron… Otro catálogo de besos y van, no se cuantos. Aunque mejor que este ninguno. Mas no sólo canciones, también hay muchos discos que incluyen besos en el título. Incluso hay discos que son antologías o recopilatorios de canciones de besos. Uno de los más conocidos es el Víctor Manuel titulado “A donde irán los besos”, que empieza con la famosa canción de ese título, que habla entre otras cosas de los besos en el cine, y acaba con otra titulada “Cuéntame algún cuento”. Excelente, sin duda, aunque personalmente, y puestos a hablar bien de besos y amores, le recomiendo a Luis Eduardo Aute. En sus creaciones se reúnen poesía, música, dibujo, y por supuesto besos. Baste recordar algunos de sus títulos: “No la boca, sino el beso”, “Con un beso por fusil”, “Besos y balas”, etc., y cómo olvidar la portada de su disco “Grandes Exitos” de 1995, protagonizada por la mejor escultura que Rodín dedicó al beso, titulada “La eterna primavera”. Nadie mejor que Aute para contarlo, cantarlo y pintarlo. Pero si inabarcable es el espacio de la música sobre los besos, no menos extenso es el de la poesía. Desde Catulo a Miguel Hernández, desde Ovidio a Lorca, desde Salomón a Machado, no hay poeta que se precie que no se haya atrevido con los besos, aunque en verdad muy pocos han sabido estar a la altura de las circunstancias. El beso exige mucho, todos podemos escribir versos sobre besos, que además sean poesía eso ya es otra cosa. El beso de amor es un puro poema, pero sólo si se realiza como reclaman las diosas, cosa que seguramente no abunda. Besar es tan difícil como poetizar sobre ello, no sólo es cuestión de técnica, o mejor dicho, casi nunca es cuestión de técnica, sino de duende y sentimiento.
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Dicho lo cual, es lógico que espere que le recite varios poemas sobre besos, o que al menos le sugiera los mejores que han sido escritos, pero me temo que se va a quedar con las ganas. Mejor dicho, le concito a que sea usted mism@ quien busque y compare. Puede recurrir a las fuentes bibliográficas que le sugiero al final, o buscar en internét, o en esas antologías de poemas de amor, o “las mejores poesías de la lengua castellana”, etc. Encontrará miles, y sobre diversos temas, que a groso modo podíamos clasificare en unas pocas categorías. La primera podríamos titularla “aritmética de besos”, que empieza con el afortunado encuentro de Catulo (“Bésame ahora mil veces y cien más y después…), trasciende hasta Shapespeare y Ben Johnson, - el poeta del XVI, no el atleta del XX – quien ansioso y desmesurado pide a su amada “Besa y apunta ricas sumas en mis labios /…/ hasta que iguales en tu cuenta / toda la hierba que crece en…”. Esa tradición estuvo muy extendida en los poetas renacentistas, también entre los románticos, y se continuará en la interminable imitación de tantos cientos o miles de poetas y versificadores que lo han sido, son y serán. Otros escenarios clásicos del beso en la poesía son el “beso-pasión”, el “besorobado”, el “beso-romántico”, el “beso-muerte”, el “beso-cariño”, el “besomaternal”, el “beso-perverso”, el “beso-de-madre”, el “beso-no-dado”, y, por supuesto el que podríamos llamar “beso-cursi-universal”, que es el que se dan todas las cosas y seres que al reunirse, palparse, tocarse, “labiarse”… parece que se besan. No se preocupe, no caeré en la trampa de copiarle aquí todos esos besos; mas si acaso déjeme que haga mención a uno de un poeta desconocido, que quizá merezca que alguien alguna vez le lea despacio. Dice así: “Con esta letra ilegible que no logro cambiar recuento cuantos besos me dieron y esos otros que nadie me dio ni dejó que le diera, y en lealtad a todos y todas las que amé y a esos otros y otras que nunca he besado dedico estos versos de amor y de memoria y para ti en particular reservo besos y abrazos”. Por supuesto, el autor seguirá siendo desconocido. Y de la poesía al dibujo, y de éste a la pintura, las artes mayores por excelencia. ¿Quien puede atreverse a buscar y reproducir todos los dibujos, cuadros, frescos, tapices… dedicados al beso desde los orígenes de las artes pictóricas? Una curiosa circunstancia es que no se conoce ninguna representación pictórica prehistórica sobre los besos. Lo más aproximado que se ha encontrado son unas figuras antropomorfas que parecen estar 175
copulando, garabateadas en una de las paredes de la Cueva de los Casares, situada a pocos kilómetros del pueblo Riba de Saelices, en Guadalajara. Esta cueva fue habitada durante miles de años, desde el Paleolítico Medio hasta la Edad Media, y sus habitantes representaron figuras humanas con ostentosos atributos sexuales, así como escenas de caza, realizadas grabando figuras sobre las paredes utilizando para ello una punta de sílex. Tampoco se encuentran besos en las escasas representaciones pictóricas sumerias, caldeas o persas que se conocen. A lo sumo se conservan algunos papiros y cerámicas egipcios con representaciones eróticas, y concretamente una ostraca de difícil datación, en la que dos varones parecen estar besándose. Pero que tengamos certeza, los primeros besos “pintados” se encuentran en Grecia y Roma. Posiblemente los besos representados en algunas cerámicas griegas del siglo V antes de JC sean las primeras escenas de besos, aunque esto es difícil de asegurar. También se conservan bellos frescos y mosaicos romanos dedicados a escenas de besos, posiblemente realizados entre uno y dos siglos antes de la era cristiana. Pero después de esas penurias, hay una interminable sucesión de besos pintados. ¿Quién se atreve a enumerarlos, clasificarlos, ordenarlos…? ¿Cual es el mejor de todos? Imposible saberlo, le pido que recuerde, que busque y encuentre el suyo preferido. No hay mejor solución para ese dilema. Aunque de nuevo me permitiré hacerle una sugerencia. A mi modo de ver el beso pictórico más interesante y curioso es uno que ya he citado, el que realizó Quentis Metsys titulado, “La Virgen con el Niño”, que se conserva en el museo del Louvre. ¿Qué por qué? Bien sencillo, que yo sepa es el único en el que se representa a la Virgen besando al Niño, y lo hace dulce y tiernamente en la boca. Según parece la representación del beso en la Sagrada Pareja nunca fue bien acogida por las autoridades eclesiásticas. Pero ese beso es claro, rompedor y simbólico. ¿No me diga que no? Y es que en arte no hay límites, hay quien dice que tampoco hay respeto. Arte y comercio es todo uno. Todo se vende en el gran supermercado del mundo. Tanto se subastan cuadros, como la intimidad de un beso. El cuadro titulado “El beso” de Gustav Klimt es posiblemente uno de los más famosos y reproducidos en la actualidad. La Galería Austríaca de Pintura de Viena no lo vende, pero no tendría precio. Es tan irado que ha llegado a reproducirse en un conjunto de ropa interior femenina de la exquisita marca Lise Charmel. Se trata de una pieza exclusiva y cara, que sólo se puede adquirir por solicitud expresa, y es que al parecer este conjunto ha hecho furor, al menos eso me dijo la amable telefonista de la marca que me atendió, y me aseguró que recibía miles de llamadas… ¿Hay acaso algo más sensual que la ropa interior femenina? Si a ese sutil arte de la aguja y la seda le unimos un bello motivo
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pictórico, y además va de besos ¿qué más se le puede pedir? Puro arte. Si no lo cree le sugiero que visite la marca y lo comprobará. En esas me andaba, peleándome contra internet un 14 de abril por la tarde, cuando, casualidades de la vida, cae en mis manos la siguiente noticia firmada por el periodista Jon Henley, del “The Guardian”: “Sale a la venta El beso de Robert Doisneau”. Será cosa del azar o de la serendipity, pero la cuestión es que precisamente trababa de escribir sobre ese beso, el más famoso de todos los besos captados por una cámara fotográfica. Pensaba contar los vericuetos legales por los que la inocente fotografía había tenido que pasar, pero la noticia dio al traste con todo ello, pues la protagonista de la instantánea, tomada ante el Ayuntamiento de Paris en 1950, había decidido vender el primer original en subasta pública más de medio siglo después de que fuera sacada. Se llama Francoise Bornet, una antigua actriz que posó besando a su por entonces pareja Jacques Carteaud, y ella asegura que tiene la fotografía original sellada por el propio Doisneau, quien se la había hecho llegar pocos días después de ser tomada. Al parecer el famoso fotógrafo la hizo por encargo de la revista America’s Life, para componer un reportaje sobre jóvenes amantes en París. La imagen de ese atractivo joven de pelo alborotado besando apasionadamente en la boca a esa desmayada chica es tan sugerente que enseguida se convirtió en el símbolo internacional del amor parisino. Por eso cuando apareció en forma de póster se vendieron más de 410.000 ejemplares en poco tiempo. Inicialmente se difundió la especie de que era una imagen tomada espontáneamente, a unos desconocidos que pasaban por allí, lo que incrementó el atractivo del beso, pero en 1992, una pareja, Jean y Dense Lavergne, aseguraron al periódico L’Express que ellos eran los protagonistas involuntarios de ese beso, que se habían reconocido por las ropas, y que aunque inicialmente no pensaron en reclamar nada, a la vista del enorme éxito alcanzado requerían una compensación económica y demandaron al autor. Sin embargo Doisneau reveló que la fotografía había sido preparada los citados actores que por entonces estudiaban Arte Dramático en una escuela de París. Al parecer el los había visto antes besándose apasionadamente en un café y les propuso repetir la escena ante su cámara. La actriz también reclamó sus derechos y la consecuencia fue que ambas, las señoras Bornet y Lavergne, demandaran a Doisneau, exigiendo recibir un porcentaje de las ganancias. Un tribunal parisino desestimó los casos en 1993, alegando que un beso no es más que un beso, y que tantos años después la escena «no puede ofrecer prueba alguna de identificación». La señora Bornet, nunca recibió dinero alguno de los derechos de reproducción de la fotografía, cuya propiedad poseía la agencia Rapho, para la que trabajaba Doisneau. Ahora, la protagonista, a sus 75 años de edad, esperaba conseguir entre 15.000 y 20.000 euros por la venta de tan ansiado original, pero ni siquiera se podía imaginar que al final de la subasta la cifra 177
pagada por un suizo anónimo fuera nada menos que ¡155.000 euros! Una buena jubilación por un simple beso con un chico, del que, según dijo ella misma, sólo fue amante ocho o nueve meses. Lógico, ese beso sólo lo pueden dar los apasionados amantes, y eso dura poco. Fotógrafos, actores, escenarios, y al fondo Paris con besos. Si Francia es la patria del beso, París es su mejor embajadora. Paris está lleno de besos. Besos de amantes, de turistas, de bohemios, de artistas, pero por encima de todo está llena de los besos de mármol y bronce que esculpió el más grande publicista del beso: Auguste Rodin. Su obra “El beso” es la más famosa de todas, aunque no es la primera ni la única. En efecto, se conservan esculturas de besos en obras romanas, griegas o greco-romanas verdaderamente asombrosas. Si alguna vez cae por el Museo Capitolino de Roma podrá ver una estatua de Eros y Cupido besándose con pasión difícilmente superable. La hizo alguien 150 años antes de Cristo. Y como esa hay otras encontradas en otras ciudades, como Ostia, Costanza, Alejandría y otros lugares y tiempos de Grecia y Roma. Se han encontrado besos de la famosa pareja en alados mármoles, sencillas terracotas, vasos cerámicos o piezas de bronce cinceladas. Después de ellos, la penuria medieval se prolonga hasta el Renacimiento, casi siempre con el mito de Eros y Psyche, o Eros y Cupido, como protagonista. El gran mito del erotismo de todos los tiempos, la pareja más representada de la historia de los besos. Escultura, pintura, cerámica, mosaicos, tapices… ningún tiempo, ni ninguna de las artes gráficas se ha resistido al embrujo de la pareja. Pero posiblemente el que mejor lo ha puesto en mármol haya sido Antonio Cánova (1757-1822) con su famosísima Cupido y Psyche de 1787. Este escultor italiano, uno de los exponentes máximos de la escultura neoclásica, nació en Possagno y estudió escultura en Venecia, donde obtuvo un gran prestigio con sus mármoles, sobre todo de escenas mitológicas. Las encontrará en varios museos, y en multitud de reproducciones. Tras la caída de Napoleón fue comisionado en París para recuperar las obras clásicas romanas que el emperador había “protegido” llevándoselas de Italia a los museos de París. Por lo tanto forzosamente tuvo que influir en Rodín, cuando esculpió su menos famosa pero igualmente genial “La Eterna Primavera”, antes llamada Séfiro y la Tierra, o Juventud e Ideal, que agrupa dos figuras besándose. Esta obra resultó tan bella, que se realizaron varias versiones tanto en mármol como en bronce. Es muy del estilo, “Canova”, sin duda mucho más que las otras esculturas sobre el beso que hizo Rodín, como una mucho menos conocida, pero no menos potente, titulada “Eros y Psyche”. Se trata de un bronce muy dramático, como casi todos los suyos. Los dos amantes tumbados sobre el costado, se besan frente a frente. Él discretamente 178
inclinado sobre ella, como cubriéndola con su cuerpo y con un beso que es preludio de algo más. Pero el gran beso de Rodín, que fue primero un mármol, luego un bronce, y más tarde de todo, fue inicialmente pensado por el autor como parte de la gran Puerta del Infierno que nunca llegara a completar. Es también un beso preludio, en ese caso de la muerte de Paolo y sca antes de ser enviados al infierno por haber cometido la infidelidad de amarse y besarse ante las narices del esposo de ella. Lo cierto es que esa famosísima escultura, exhibida por primera vez en París en el Salón de 1898, que ha sido luego reproducida multitud de veces, en diferentes tamaños y materiales, y de la cual se pone en duda incluso hasta qué punto la realizó el propio Rodín, pasa por ser el emblema del beso. Ya ve usted, un beso de muerte resulta ser el beso más famoso de la historia del arte. Tal vez el beso más frió, el último beso, por eso le va tan bien el mármol. En todo conviene recordar que esta escultura no es la única ni la mejor de Rodin. Ha quien dice que sin la ayuda de sus discípulos Rodin no hubiera sido nada, sobre todo sin la de su querida Camille Claudel, discípula, amante y alter ego artístico, que además de escultora era una creadora originalísima. Yo le invito simplemente a que busque en internet o en cualquier enciclopedia algunas de sus obras, como por ejemplo la titulada “El vals”, que representa un bellísimo movimiento de elevación de dos figuras humanas que saliendo desde la tierra suben al beso. Impresionante. Luego de él y ella ha habido otros escultores importantes para el beso, quiza menos conocidos por el gran público, pero no menos irables, como Constantin Brancusi, que en 1912 ya había imaginado y llevado a piedra las nuevas ideas en arte. Su obra “El Beso” es clave para el arte, pero es casi segur que si usted no es aficionad@ a la escultura y no se la muestro en una imagen usted no la recordará. Se trata de una única pieza de roca, dos amantes abrazados que se unen frente a frente, copulativamente, pero sin gracia, sin insinuación, puro encuentro sin más erotismo. Puede que sea un beso tan artísticamente importante como los anteriores, pero no es lo mismo, el beso requiere cierta elipsis, más literatura y menos literalidad. Se dice que todos esos besos en el fondo repiten la misma escena original del beso de los amantes pecadores pero inocentes. Esa escena ha sido representada muchas veces, y no sólo en escultura o pintura, también sobre las tablas de los teatros. El beso-pasión, el beso adultero que precede a la muerte de los amantes, es uno de los trasuntos escénicos más representados a lo largo y ancho de la historia del teatro, y con esa idea por delante nos vamos a meter entre bambalinas. 179
Los besos en el teatro podríamos considerarlos como una continuación de los besos literarios y una anticipación de los besos en el cine. Ya hablamos sucintamente de ello al revisar el teatro renacentista español, pero para hacer justicia al tema, deberíamos empezar por la tragedia griega, seguir por la comedia romana, ascender hasta el Siglo de Oro Español, pasar por Shakespeare y Zorrilla, y acabar en Ionesco o Beckett, y eso, obviamente requiere conocimientos, espacios y tiempos de los que no disponemos. Y aun disponiendo de ellos todavía dejaríamos fuera dos escenarios de obligada visita, los de la ópera y el ballet, en los cuales hay besos tan trágicos y trascendentes como los wagnerianos de Tristan e Isolda, de Sigfrido y Brunilda, o los de los célebres cuentos tan bellamente musicalizados por Tchaikovsky y bailados por Nijinski. Las relaciones entre besos y artes escénicas son complejas. Víctor M. Burell lo ha plasmado de forma magistral en su capítulo sobre “El beso en las artes escénicas” de la obra dirigida por M. A. Rabadán. Para tratar de sintetizar sus ideas, podríamos decir que, primero, todos los tipos o formalizaciones del besar han sido objeto de escenificación; segundo, que en general, y en comparación con la frescura las artes plásticas, ha predominado la elipsis, la ocultación o la expresión “metafórica” más que la explícita; y tercero, que en esto, como en muchas otras cosas, la costumbres han cambiado mucho, pasando de ser algo sojuzgado por las diferentes censuras a un hecho tan normalizado como carente de “morbosidad”. Esto último se ha reflejado en otra circunstancia bastante general, el que casi siempre la ejecución de los besos expuestos por los autores en los textos dramáticos haya quedado, en última instancia, sometida a la decisión de los directores de escena y actores, y ello a su vez condicionado por las morales, costumbres o prohibiciones de cada época o lugar. Dicho lo cual, no deberíamos abandonar esta página sin relatar algunos de los hechos o anécdotas más relevantes sobre los besos en el drama. Por dónde empezar, acaso por Sófocles y sus tragedias edípicas, o por Eurípides, el más trágico de los trágicos, o por Aristófanes, el primer cómico “serio”, o por Plauto y Terencio, los dos puntales romanos de las artes dramáticas. Pues no, no podemos, ni debemos, pues aun disponiendo de sus textos, no podríamos saber nada de sus escenografías, y para eso no nos vale el festival de Mérida. Debemos empezar por Shakespeare, en cuyas obras quedan bien patentes los cuatro tipos fundamentales de besos de amor, y también tenemos noticias de sus representaciones. Así ocurre con, Romeo y Julieta que descubren la pasión de besarse por primera vez; con Otello y Desdemona, que acaban muriendo “asfixiados” en su último beso; con Tatiana y Oberón que “en una noche de verano” descubren la magia de besarse en un bosque encantado. 180
En España también tenemos genios del teatro clásico, como Calderón, para quien los besos son “pura ilusión”; y Lope de Vega, quien le dedicó una buena parte de sus comedias a los asuntos amorosos, conteniendo besos más o menos explícitos, pero sobre todo supo poner en textos poéticos besos apasionados para al decirlos sublimarlos, evitarlos o censurarlos. Ejemplos mil: “Aquí la rosa de la boca estuvo / marchita ya con tan helados besos”; “…bese la ingrata mano del poderoso injusto”; “Besos de paz os di para ofenderos”. Lope nos habla con frecuencia de sus amores y pone a Dios por testigo, por si acaso, para evitar que se malentendiesen sus textos, tal era la condición de los tiempos. Pero sin duda la que más nos encandila es la retahíla de elogios que la Celestina vierte sobre los besos de los amantes en la “tragicomedia” que ella protagoniza y que tantas veces ha sido llevada a escenarios diversos. Esos besos que al cabo darán al traste con la vida de Calixto y Melibea, esos besos que siempre son los mismos y que tantas ruinas y vidas han costado a esta ingenua y “sexuda” humanidad. Pero los tiempos teatrales cambian y así llega la época del libertinaje teatral dieciochesco, y en ella destaca Beaumarchais con sus explícitos besos de amor, de conquista, de seducción, que pone en las bocas de sus personajes más célebres, como Fígaro, cuyos besos ambientados en España siempre han sido los mejores para expresar la relación entre amor, celos, y odio; y Almaviva, el conde que quiere aprovechar sus “privilegios” feudales sobre Suzanne, la amada de Fígaro, pretendiendo sus besos para robarle la honra. Claro que puestos a hablar de besos y honra en España, nadie como el Burlador y Don Juan, esos pródigos amadores cuyos besos aun suenan por las callejuelas, tabernas y conventos de Sevilla. En los eternos “Tenorios” que cada Noviembre se representan en la España trágica, los besos son poco patentes, pero sus efectos son demoledores. Posiblemente más por lo que implican de carencia emocional que por lo que tienen de riesgo pasional. Dicen que Don Juan era un pobre hombre, que padecía carencia de besos maternos, y por ello estaba obligado a buscarlos en sus amoríos apresurados y fugaces. ¿Quién puede saberlo?, si ¡ay Don Juan, Don Juan, quien pudiera poseer en exclusiva tus besos! Los efectos trágicos de los besos no dados o no recibidos es otro asunto típicamente dramático. Otro Juan, en este caso el protagonista masculino de la obra de Lorca “Yerma”, muere buscando el beso apasionado de su mujer amada, pero ella, saciada de sangre inútil, se lo niega y en vez de besarle le ahoga con sus manos. El de Juan y Yerma es un beso deseado y negado, el beso de la vida no creada, perfecto para acabar con la tragedia continua que es 181
el malvivir que una mujer que se siente inútil, fracasada, inservible por creerse estéril, pero que en el fondo está llena de vida. Acaso hay algo más trágico. Pues sí, dicen que el más trágico de todos los de la escena operística fue el beso que Salomé tratara de robarle a Juan Bautista. Ese beso que tan bellamente relató Oscar Wilde, para que Richard Strauss le pusiera música y Hugo Hofmannsthal lo llevara a escena. Si me lo permite reproduciré a continuación algunos de esos dramáticos párrafos: - Salome: Es tu boca la que me enamora, Yokaánan. Tu boca es como una cinta escarlata sobre una torre de marfil. Es como una granada abierta con un cuchillo de plata. (…) No hay nada en el mundo tan rojo como tu boca… déjame que la bese, Yokaánan. - Yokaánan: Jamás, hija de Babilonia. ¡Hija de Sodoma, jamás!. - Salomé: Besaré tu boca, Yokaánan. Besaré tu boca. Y vaya si la besó, pero con la cabeza puesta sobre una bandeja de plata. Ese “no beso” le costó la vida al Bautista. Ella insiste: - Salomé: ¡Ah! No quisiste dejarme besar tu boca, Yokaánan. Pues bien: ahora la besaré. La morderé con mis dientes como se muerde una fruta madura. Te lo dije, ¿no es cierto? Te lo dije…// Había un sabor acre en tus labios. ¿Era el sabor de la sangre?... Quizá era el del amor. Dicen que el amor tiene un sabor acre…” Sin palabras nos deja esta escena, y sin besos. Los besos que no damos… ya lo dice la canción, tienen sus riesgos, tal vez tanto como los que si damos. La escenografía ha usado esos besos para representar los riesgos de la vida intensa, del amor y las pasiones, de los anhelos y ansiedades. Las canciones clásicas o modernas también lo han hecho. Todos los autores de dramas musicales de todos los tiempos han convocado los besos a sus historias de amor. Varias obras lo incluyen incluso en el propio título: La leyenda del beso, de Soutullo y Vert cuenta un beso de amor, pasión y muerte; El beso del Hada, de Stravinski, cuenta el beso de la vida con el que el Hada de los Hielos protege al príncipe, etc. El ballet que une música, escena y baile también concita besos. Las diferentes versiones de La Bella Durmiente” dan fe de ello, y culminan con la más famosa de todas, la de Tchaikovsky, en la que el beso alcanza categoría de “milagro” musical. Pero según señala el experto Burell, la pieza de ballet que mejor trata al beso como protagonista es la titulada “Ensayo para un beso” de la coreógrafa Patricia Ruz para la compañía El Tinglao. No he tenido la suerte de verla, pero según parece a los espectadores de les se ponía la carne de gallina con ciertas escenas de besos muy explícitas, en las que se trascendía desde el deseo al dominio del beso, y se llegaba a la culminación en una encendida 182
escena de dos hombres desnudos besándose profundamente. Podríamos decir, a menos simbólicamente, que con ella se acabó la censura, el miedo a besarse en los escenarios. En este punto el libreto dice: “Del beso innato al prohibido, nunca un beso será en vano”. Lo subrayo por si aun alguien no lo tenía claro. Cae el telón, la farsa acaba, pero sigue la vida. Es claro, los besos nunca son simples, y menos aburridos, y si lo son es que no merecen el nombre de besos. Habría que buscarles otro. ¿Cómo puede ser igual ese estúpido beso farsante que nos damos al cumplir con el rigor de las costumbres sociales, que esos besazos dolorosos, sangrientos, que Paul Verhoeven obliga a “cometer” a Michael Douglas y Sharon Stone en “Instinto Básico”. Con lo cual, como puede comprender, acabamos de sacar una entrada para:…
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14. LA FILA DE LOS MANCOS. El tema es tan extenso, atractivo, complicado, simbólico, erótico… que uno no sabe por donde empezar, y cuando eso ocurre, lo mejor es empezar “por el principio”. Y para ser educados lo primero es como suele suceder en el cine, reconocer los créditos y deudas contraídas. Primero, y de nuevo, con Adrian Bue. En su libro hay un capítulo sobre besos y cine que posiblemente sea el mejor de los que se han escrito. Y luego con muchos más, como mi amigo Ladis, o mi otro amigo Eduardo, ambos viejos ausentes de la fila de los mancos. Pero, como ya dije, para empezar nada mejor que el principio y en el principio fue: “The kiss”. Así se tituló la que dicen que fue una de las primeras películas de cine mudo, de treinta segundos de duración, que contenía esencialmente un beso. Estábamos en 1896 y ese beso provocó un verdadero escándalo. Se lo dieron John C. Rise y May Irwin, y tuvo tanta influencia que desde esa escena, hasta que el cine llegó a ser lo que es, prácticamente todas las películas acababan con escenita de amor, con abrazo o beso incluido según lo “liberal” que fuese su autor. El cine ha hecho más por los besos que ningún otro arte, rito, culto o costumbre. Pero sus relaciones no siempre han sido muy felices. Desde el principio el cine apostó por representar la pasión amorosa con besos, de tal manera que muchas personas contemplaron y aprendieron a besar viendo los besos en el cine, sentados en la famosa “fila de los mancos”, que, por cierto, nadie me ha sabido decir quien le puso ese nombre ni por qué, aunque todo el mundo sabe a que se refiere. Incluso hay una página de internet con ese nombre, para los aficionados a cine, y supongo que a los besos. Desde ella hemos contemplado besos de todos los tipos, formatos, duraciones, intensidades, intenciones y significados. Besos milagrosos, como los de Cristo, o mágicos, como los de “La bella y la Bestia” y “El hombre elefante”, o románticos, como el de Greta Garbo y Robert Taylor en “Margarita Gaultier”, o perversos, como los de “garganta profunda”. La “gran pantalla” es tan grande que ha dado alojamiento tanto a los besos más castos, conservadores y aparentemente pacatos, al estilo Doris Day en “Pijama para dos”, como a los más provocadores y surrealistas de Buñuel en “La edad de oro”. El cine americano, el francés, el español, y hasta el indio… todos han aportado sus propios besos. El catálogo es interminable. El de “Casablanca”, en París, con los bombardeos nazis como ruido de fondo, cuando Ilsa le dice a Ríck “Bésame, como si esta fuera la última vez…” es uno de mis preferidos. ¿Y el suyo cual es? Pues bien, esa sencilla pregunta domina casi todo el panorama bibliográfico sobre besos y cine. Gallup se lo preguntó en 1992 a mucha gente en una 184
famosa encuesta que reveló que los besos más sexys no son los de la filmografía actual, demasiado explícitos, sino los de la edad clásica del cine, cuando la censura obligaba a mostrar menos y sugerir más. Según dicha encuesta, el beso más sexy es el de Clark Gable y Vivian Leigh en “Lo que el viento se llevó”, seguido por el de Burt Lancaster y Deborah Kerr en “De aquí a la eternidad”, en tercer lugar está mi preferido, entre Bogart y Bergman en “Casablanca”, y el cuarto el protagonizado por Cary Grant y Grace Kelly en “Atrapa a un ladrón”. La experta A. Blue dedica al tema un capítulo entero de su libro, en el que intenta contar y desmenuzar esos besos. Pero yo creo que al hacerlo simplemente los desvirtúa, nada mejor que volver a verlos en su versión original, ¿no está de acuerdo? Son películas muy fáciles de encontrar. Otra de las tentaciones constantes en las que han incurrido los analistas de los besos cinematográficos es la de hacer “estadísticas”. Por ejemplo, según varias fuentes consultadas el actor Regys Toomey y Jane Wyman protagonizaron el beso más largo en pantalla, que duró 185 segundos en la pelicula “You are in the army now.” Y el más besucón de los actores al parecer fue John Barrymore, en “Don Juan”, que dio 191 besos a lo largo de la película. Nada, si se comparan con la extraordinaria “prodigalidad” labial de un tal Jeffrey Henzler, que beso a 3225 mujeres en 8 horas (¡una cada 8.93 segundos!). Pero el record de duración de los besos del cine de todos los tiempos lo ostenta la película de Andy Warhol “Kiss” de 1963. Todo el largometraje consiste en contemplar como la protagonista, Naomi Levin besa a Rufus Collins, Gerard Malanga y Ed Saunders. Es un verdadero tostón, pero es que el arte moderno es así, y el tal Warhol no era precisamente un tipo muy divertido. Esas son las cosas que tienen los americanos, que como no saben contarlas, las “cuentan”. Ahora bien, filmarlos lo han hecho como nadie. Sobre todo en las épocas “adolescentes” del cine, especialmente las décadas doradas de los 40 a los 60, en las que el beso con frecuencia constituía la culminación feliz de una trama melodramática. El beso intenso y pleno, aun si dejarse ver del todo, se interpretaba como la culminación de la trama, tras el cual sólo quedaba el "The End". Desde luego no eran como los besos tan exageradamente realistas, tan salivares, que podemos ver ahora, en los que no ya los labios, ni la lengua sino hasta la garganta fálica, como diría Blue, puede verse en primerísimo plano. No digo que fueran mejores ni peores, pero eran un poco más misteriosos, con cierto halo de secreto, y ya se sabe que en cuestiones íntimas, como diría Tarantino, “no es necesario que nos den tantos detalles”. De hecho, según dicen los propios besadores “profesionales”, no todo es glamour en el beso de cine. La inimitable Brigitte Bardot aseguraba que "no hay nada menos afrodisíaco que los besos delante de la cámara. ¡Un poco a la 185
derecha! ¡Que no se vea la lengua! ¡Cerrad los ojos! ¡Abridlos!" La señora Greta Garbo también aseguraba que era realmente difícil interpretar bien la escena del beso ante la cámara. Cuentan que en la citada “The Kiss”, la protagonista le pidió al director, antes de grabar una de las tomas: "Tenga a bien concedernos unos momentos para fumar un cigarrillo y hablar un poco... ¿Cómo quiere usted que rodemos semejante escena sin conocernos?" Ese fue un mal comienzo del beso en el cine, según dice el citado Ustrell, y de hecho ese beso famoso fue registrado medio de lado y la película era muda, pese a lo cual provocó que el editor de un conocido periódico americano escribiera: "El espectáculo de posar largamente los labios de uno en los del otro es difícil de aguantar. Cosas de este estilo exigen la inmediata intervención de la policía". Y de hecho muy poco tiempo tardó en parecer en “escena” la censura moral de los grupos religiosos o de los medios de opinión, pese a lo cual la película continuó exhibiéndose con gran éxito hasta que se rompieron todos los rollos. Existía miedo a que el beso corrompiese a la juventud. El mismo periodista citado antes, un tal H. S. Stone, decía: «Si toleramos estas acciones, ¿de qué sirve toda la charla sobre el puritanismo americano frente a la obscenidad de los espectáculos de variedades importados de Inglaterra y Francia?» Pero de hecho ese mismo año se filmaron películas con besos en Londres (The soldier`s courtship) y en París (Le courcher de la mariée), y una película de 1912 ya se atrevía con desnudos completos, y en varias películas pornográficas de la misma década se mostraban escenas sexuales explícitas, incluyendo sexo oral y anal. Las “vampiresas” más famosas de la época, como la Garbo, no se andaban con remilgos y daban besos transgresores de verdadera “muerte mortal”. En 1922, en una escena orgiástica de “El Homicida” (Manslaughter) de Cecil B. de Mille se pudo contemplar el primer beso lascivo entre dos personas del mismo sexo, y en 1930, en Morocco, Marlene Dietrich se convirtió en la primera protagonista que besaba a otra mujer. Se comprende que visto el cariz que el asunto estaba tomando, en 1934 apareciera la “censura legal”, De hecho ya en 1922, en respuesta a la creciente preocupación por las cuestiones morales, se había fundado en Estados Unidos un organismo censor, para complementar y ampliar las funciones de otro creado en 1909 que era mucho menos estricto que el nuevo, que fue encabezado por el presbiteriano Will Hays. El denominado “código Hays” prohibió “los besos excesivos y lujuriosos, los abrazos lascivos, las posturas y gestos sugerentes” se comprende que bajo su férreo control desaparecieron de la pantalla actrices como Mae West, que acabó siendo arrestada por obscenidad por su interpretación en Broadway en la obra Sex de 1926, o incluso el inocente personaje de dibujos animados Betty Boop, con su provocadora inocencia. Según dicho código, los besos no podían ser “horizontales”, al menos uno 186
tenía que estar sentado o de pié, pero nunca ambos acostados. Los directores y actores tuvieron que ingeniárselas para besarse sin “ser vistos”, curiosa circunstancia, el arte más “voyeurista” de todos tratando de ocultar lo más “ardiente”. Dicen que la Garbo - otra vez ella - era una auténtica maestra de esta fingida ocultación, lo cual puede que en el fondo fuese una gran ventaja para el “erotismo”. Al respecto de estas forzadas posturas y acciones, Adrianne Blue sugiere que ellas se comportaban como verdaderas “gargantas fálicas” y ellos como enormes “brazos envolventes”. Estos dos artilugios eran inteligentemente usados para mostrar sin dejar ver. También había que sortear obstáculos con respecto a la duración de los besos, lo que ponía a prueba el ingenio de los directores, como el propio Hitchcock, que hace que el beso entre Ingrid Bergman y Cary Grant sea interrumpido varias veces por el teléfono, la conversación, los desplazamientos, con lo cual al final ese beso se convierte en una sucesión de pequeños besitos, mucho más divertidos y excitantes, y llega a ser, según los “tasadores” el más largo del cine. Y qué me dicen del beso en la playa entre Burt Lancaster y Deborah Kerr en “De aquí a la eternidad”. Pues que casi seguro que nunca lo hemos visto de verdad, ya que fue en gran parte censurado, lo cual no impidió que estas escenas se convirtiesen en el símbolo de la sensualidad cinematográfica por excelencia. No en vano besar, hablar, volver a besar, brindar… son las funciones principales y más entretenidas de los labios. Incluso el presidente Ronald Reagan, que antes había sido galán de Hollywood, dijo que «En realidad, las dos personas que lo hacían a veces casi ni se tocaban, para no distorsionarle la cara a ella. Se hacía para que el público viera en su imaginación lo que siempre ha pensado que es un beso». «El besarse (...) en los viejos tiempos era muy hermoso». «Ahora se ve a dos personas que se mastican uno al otro.» Como puede apreciarse, desde sus comienzos, el cine produjo serias preocupaciones entre los “decentes ciudadanos”, y estos las trasladaron a las autoridades y a la policía, los que diligentemente aplicaron disposiciones legales para controlar estos peligrosos espectáculos de perversión moral. Ya desde 1906, con la extensión del cine por todo el mundo, los productores tuvieron problemas con las regulaciones de los distintos países, o incluso de los distintos lugares de un mismo país. En USA, había diferencias notables ente unos estados y otros, aunque el escándalo público de contenido sexual alcanzó en varios aspectos la categoría de delito federal. Las ligas puritanas, los organismos moralistas y los cenáculos religiosos más “integristas” consideraban inmoral o al menos peligroso el nuevo invento. Y si eso pasaba el la cuna del imperio, qué decir de España. En ese terruño apostólico y romano, entre la Iglesia y el régimen político, las cosas fueron incluso peores 187
que en USA. Las escenas con besos de verdad no llegaron a tolerarse hasta casi el final de la dictadura. Los censores actuaban metiendo la tijera e el celuloide sin contemplación. Eran personas encargadas de recortar “literalmente” las escenas comprometidas y pecaminosas. Y por si no fuera suficiente, los censores estatales se dejaban “ayudar” por las autoridades religiosas, aun más estrictas si cabe con los contenidos eróticos del cine. Y así llegamos hasta los años sesenta, cuando por el mundo las cosas empezaban a relajarse, en España aun no sabíamos nada de labios ardientes y besos “devoradores”. Menos mal que al final nos llegó “Cinema Paradiso”, nada menos que en 1988, con su memorable montaje, en el que inteligente y graciosamente se reúnen los trozos de películas que el cura del lugar había mandado censurar. Gracias a ella pudimos regresar y ver algunas de las mejores escenas de besos de todos los tiempos del cine. Aun con todo, y pese a los notables avances de la cordura, el código Hays seguía vigente, y como muestra valga saber que las consecuencias las pagaron los besos entre Natalie Word y Warren Beaty en “Esplendor en la hierba”, de 1961, ya que no nos dejaron ver las escenas más excitantes, con la irada Natalie desnuda. A pesar de ello la película hizo furor e historia: se trataba del primer beso francés en Hollywood. Mas pese a todos los obstáculos, la sensatez “desnuda” se fue abriendo camino y llegó a ser cosa común entre los finales sesenta y los primeros setenta, y ya en esta década los besos se alargaron y profundizaron al tiempo que el erotismo inundó las pantallas, a veces incluso con exceso y sin cordura, ¿o no recordamos ya las famosas salas de cine X de nuestra España aperturista? En América ya antes había sucedido una paulatina suavización del código Hays hasta ser abolido en 1968. De esa manera los besos ya pudieron ser explícitos, incluso los orgasmos, que antes estaban radicalmente prohibidos, de tal manera que muchos besos “finales” no eran más que simples sucedáneos en la pantalla. Los besos ya fueron simplemente besos, podían ser voraces o tiernos, sentimentales o caníbales, lúdicos o perversos, todos los besos por fin sin tapujos. La intimidad y la emoción labiales al fin recuperadas, y con ello el cine gano mucho. Y no sólo para los espectadores, pues de hecho el beso ha sido uno de los recursos más necesarios y utilizados para resolver en pantalla situaciones que costaría mucho trabajo y tiempo resolverlas con palabras o acciones. El beso permitía incluso acortar el metraje, ajustar el tiempo y abaratar los costes. El mágico cine siempre está lleno de misterios. Y es que en el cine cabe todo. Incluso el “no beso”, pues se dice que ha habido divas maniáticas del antibeso, como ocurre en la actualidad con la 188
bellísima actriz india Aishwarya Rai, protagonista de muchas películas del floreciente cine indio, que asegura que nunca ha dado ni recibido un beso en pantalla, aunque sabemos que recientemente se ha marchado a Hollywood para curarse de esa extraña y absurda enfermedad. Aunque en realidad no ha sido muy original, pues no es la primera que hace tal cosa. Dicen que la gran Mae West y la chino-americana Anna May Wong tampoco aceptaban besar de verdad a sus partenaires en escena. En el primer caso aseguran los expertos que era tal su ardor al besar, que ningún galán lo hubiera resistido sin perder la compostura. ¿Quién sabe? En el segundo caso la explicación es más “racista”. En la película “Camino al deshonor” (1929) que Anna May Wong protagonizaba, había una escena con beso incluido, pero se acabó suprimiendo con la excusa de que el “sexo” interracial era provocador y podría ofender al público. Ese sigue siendo precisamente uno de los pocos puntos negros que le quedan por resolver al cine. Los besos entre chica blanca y chico negro o viceversa, son escasísimos y mal vistos. Según parece el primer beso interracial del cine americano fue el de la película ¿Qué ocurrió en el túnel? (What Happened in the Tunnel?) de 1903, de Edison, en la que una señora blanca y su sirvienta negra van en un tren que entra en un túnel. Aprovechando la oscuridad un hombre blanco que viaja a su lado intenta robar un beso a la mujer blanca, pero por error besa a la negra. Cuando se percata del ello el hombre se limpia con un pañuelo y las dos mujeres se ríen de él. Es una escena aparentemente cómica, pero en el fondo a muchos no nos hace ninguna gracia. En la famosa “Adivina quién viene esta noche”, de 1967, se ve a un hombre negro y a una mujer blanca besándose brevemente, pero para evitar ofrecer una imagen directa y explícita solo se les ve reflejados en un espejo, e incluso siendo así, cuando la película se estrenó la escena resultó polémica y fue muy criticada. Y es que, como suele suceder de forma bastante general en la sociedad americana, también en el seno de la industria cinematográfica “lo negro” ha sido y sigue siendo un asunto problemático. La relación “chico blanco / chica negra” todavía se tolera, pero la “chico negro / chica blanca” aun es una cosa poco aceptada. Y es que como bien sabemos los besos son algo muy especial, una conducta muy íntima y comprometida, y requieren mucha más tolerancia y aceptación del otro que ninguna otra conducta sexual. Los besos son la más democrática de las conductas sexuales. Tanto que a menudo, cuando los protagonistas son de distinto color, muchos directores prefieren saltarse la escena del beso y pasar directamente a la cama. Con el tiempo las cosas han mejorado, pero en el fondo sigue siendo un asunto tabú, sobre todo si el color se mezcla con otros reactivos tan “peligrosos” como el sexo inseguro, homofílico o perverso. Algo así sucede en “Mi hermosa lavandería” (1985), en la que un hombre blanco y uno negro se besan, 189
mientras el primero deja caer champán desde su boca a la del segundo. Sus besos, interraciales y homosexuales, pretendieron romper dos tabúes a un tiempo, pero que sepamos se trataba de una película realizada por una compañía independiente, con un presupuesto muy pequeño y que resultó bastante difícil de recuperar, según refiere A. Blue. Sea como fuere, lo cierto es que en la actualidad las cámaras y el beso son íntimos amigos. Se acercan tanto a las bocas besantes que más que mostrarlas las diseccionan. Y no es metáfora. De hecho las sofisticadas técnicas del cine se han utilizado para filmar la anatomía íntima de los besos, para ver cómo se mueven los labios, cómo se estiran las fibras elásticas, cómo se contraen los músculos orbiculares, o cómo se pliegan la piel y mucosas de los labios, mientras se realizan los besos. Este interesante estudio ha sido llevado a cabo por una curiosa investigadora, Annabelle Dytham, y por su director, el cirujano plástico Gus McGrouther del University College de Londres, partiendo de la disección de labios de cadáveres y del posterior estudio en vivo de labios besando. El fin último, como puede comprenderse, no es hacer cine, sino mejorar los conocimientos de la cirugía plástica, estética y reparadora de los labios, algo muy de moda entre las gentes de la pantalla y cada vez más copiado por la generalidad de las mujeres. Las cámaras al fin desvelarán todos los secretos de los labios, y puede que al hacerlo se lleven por delante la magia de los besos. Una desgracia. Y es que el cine tiene sus propias normas y querencias. Es tan maravilloso y potente como los besos. Ambos están llenos de magias y seducciones, de trucos y engaños, de peligros y proyecciones. El cine y el beso consiguen exactamente lo mismo: lo dicen todo con, sin y a pesar de las palabras. A muchos nos basta con recordar Casablanca para aceptar, sin cambiar ni una sola coma, lo que Ingrid Bergman nos dijo alguna vez: “El beso sigue siendo un truco diseñado por la naturaleza para detener el habla cuando las palabras se vuelven superfluas”. Así que: ¡Silencio se rueda: escena del beso, toma 1, ¡acción!
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EL UNIBE®SO. (A modo de conclusión) “En el principio fue el beso”. He aquí en buen lema, que de por si bastaría para justificar el tema del libro que está a punto de acabar de leer. Los seres humanos nos movemos por gestos e impulsos, nos conducimos por señales y símbolos, nos arropamos con consignas y lemas. Bajo esas capas nos encontramos seguros, hasta que algo viene a romper el cascarón y ya no sabemos si es huevo o gallina, si es consigna o contraseña, si es señal o espejismo, si es lema o dilema. Un buen día allá en las fronteras del Edén eso fue lo que ocurrió, alguien se percató de algo y el resto del tiempo se lo pasó conjeturando, tratando de acumular datos para alcanzar seguridades: ¿lloverá o no lloverá?, ¿comeré o no?, ¿será niño o niña?, ¿saldré de esta o me caeré con todo el equipo?, ¿me quiere o no me quiere?, ¿será pronto o estará al caer el santiamén? Desde entonces hasta ahora ya solo ha habido dudas y conjeturas y a eso le llamamos ciencia y sabiduría. ¡Seremos soberbios!. Este libro también esta lleno de datos e inseguridades sobre los besos. No en vano estos son lema y dilema al tiempo. Todos los que nos lo hemos planteado hemos hecho las mismas preguntas: ¿Por qué?, ¿para qué?, ¿desde cuando?, ¿cómo?... Nosotros, usted y yo, también hemos pasado por ello, y “por ello” hemos tenido que pasar por tantos lugares, tiempos, modos, maneras, materias, ritos, expresiones, significados, libros, bibliotecas… buscando besos. Hemos logrado acumular muchos datos y algo habremos aprendido. Lo primero que sabemos es que los besos son un gesto que siempre dice algo. Por eso la lengua de los besos, o los besos en las lenguas, son dos de los lemas señeros del libro. Las etimologías de las palabras que usamos para hablar de los besos nos llevan hasta los propios besos torpes y sonoros. El sonido de los besos engendró balbuceos y susurros, los susurros palabras y las palabras lenguajes e idiomas. Pero el besar es un idioma universal que entienden incluso los que no saben hablar. Por ejemplo, lo entienden los “infantes” (“sin-habla”) humanos y los prehomínidos que no entienden de gramáticas: “ellos también besan”. He ahí otro de los lemas fuertes del libro. Todos los animales labiados besan. Saben besar aunque no sepan que saben. Nosotros besamos y lo sabemos. Somos, en sentido literal “profesionales” del beso, no en vano esa palabra viene del griego “pro-fateri”, de “phemi”, que significa “hablar. Ellos besan para coexistir, para relacionarse, para reconocerse, para cuidarse, para tranquilizarse, para protegerse, para “comunicarse”. Nosotros también, solo 191
que además de “besadores” somos habladores. Puede que lo suyo no sea beso, pero es gesto labiado. Poco importa que lo sepan o no, pues en definitiva ese gesto “tosco” ya es significativo, comunicativo, una especie de idioma animal. Uno de los más primerizos y más fáciles de aprender, pero también uno de los más útiles para la supervivencia. Sobre las ramas de los árboles del pleistoceno ya anidaban pájaros que cuidaban de sus polluelos. Los alimentaban pico a pico. Bajo la sombra de los mismos árboles se cobijaba una raposa a la espera de que cayera alguno, para devorarlo y llevárselo a sus zorrillos hambrientos. Lo ingeriría y después lo regurgitaría al ser estimulada hasta la nausea por el boca a boca de sus cachorros. Ese boca a boca es un rudimento alimenticio del beso. El otro origen evolutivo del beso lo encontramos también cerca del pico y el morro, en el hocico nasal, que adelanta y proyecta hacia la exploración el sentido del olfato, el más primitivo y protector de todos los sentidos. Oler sirve para reconocer a otro, para aceptarlo y para “sexuar” con él. Las feromonas son sustancias tan misteriosas como potentes. Los perfumes humanos son feromonas artificiales que tienen efectos sorprendentes e insospechables. El olfato es un sentido y un instinto esencial para la supervivencia. Oler, reconocer, alimentar, cuidar, he ahí unos cuantos argumentos para explicar el origen de los besos y su importancia en la configuración de las relaciones humanas. Una anécdota: Acaban de aterrizar en este mundo dos niñas preciosas, Paula y Natalia, que apenas tienen una semana de vida. Su madre las trae a casa y disfrutamos de su candor de cachorrillas. Las colmamos de besos, mientras ellas duermen plácidamente, hasta que su madre les roza suavemente en los labios con sus pezones, y sus boquitas se proyectan automáticamente, dispuestas para la leche de las ubres de su madre. Da gusto contemplar como maman y duermen. Cuando crezcan dejarán de mamar, pasarán adormecidas los años oscuros del destete, hasta que algún día, cuando “adolezcan”, venga un príncipe encantado y las despierte con un beso. Los labios de los novios van al beso, y una vez que aprenden el lenguaje ya nunca dejan de “besarhablar” tratando de afinar y entonar su personal diccionario común. Los seres humanos vivimos de, por y para besar. Pertenecemos a una especie que podríamos denominar “Homo osculator”. Latinajos aparte, es una evidencia que todos los seres humanos, de todos los tiempos y lugares, de todas las culturas y razas, de todos los linajes y lenguajes, han besado, besan y besarán, aunque no siempre lo hayan hecho de la misma manera. La historia de la humanidad está llena de besos, con muchos tipos y significados. La historia de los pueblos, sus ritos, sus encuentros y enfrentamientos, sus mitos, sus leyendas, sus códigos y sus morales se pueden sazonar con múltiples 192
modelos de “besos”. Sabemos que el paso de la prehistoria a la historia relaciona con el uso público de los lenguajes significativos. El beso símbolo y señal, gesto semántico y comprensivo. Puede que exagere, pero tan bella la hipótesis-metáfora que no me acomodo a callarla: “La historia un entramado de besos trenzado sobre el tiempo y la geografía”.
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Vivimos en el “planeta de los besos”, este es otro de los lemas de este libro. Besos para todos y todos para el beso. El beso como elemento simbólico de cohesión no precisa de mayores explicaciones. La reunión de los seres humanos nunca se concibe para el daño, siempre es para el bien, para el progreso. La supervivencia de nuestra especie no se basa en la inteligencia, sino en la cooperación, en la convivencia, en “comer-juntos”. Pero los besos humanos no siempre han sido de “pax”. Por los besos se han acometido tantas hazañas, como cometido fechorías. Los besos han causado muchos males, alimentado muchas hogueras. Emociones, pasiones, arrebatos, imprudencias, y todo tipo de estupideces, se han cometido por culpa de los besos. Las tumbas de los grandes amantes de la historia son como una gran puerta al infierno de los besos. Pero no por eso hemos dejado ni debemos dejar de besarnos. Nos gustaría que el lema de este campo temático fuese: “besos sin fronteras”, pero incluso más allá de esta pequeña esfera azul. En Star Trek aparece el primer beso “interplanetario”. Algún día no será “ciencia ficción”. Pero hay muchas maneras de besar. Hay retahílas, repertorios, catálogos, relaciones y diccionarios de besos. En la variedad está el gusto, aunque a menudo las variaciones sean escasamente originales. Los seres humanos somos los únicos animales que usamos y abusamos del beso hasta la desmesura. Besar por besar, eso hacemos, y conseguimos que el beso se pervierta y destiña. ¿Que tienen de común ese simulacro de beso que lanzamos al aire al saludar a alguien que no conocemos, con ese besazo que plantificas en la mejilla de esa persona con la que te une un cariño entrañable, o esa penetración del otro con el que compartimos boca, lengua, saliva y gérmenes? Muy poco. Si acaso que todos tienen sentido y significado. Y que todos entendemos las diferentes semánticas de los distintos besos. Labializar es, según el diccionario, “dar carácter labial a un sonido”, es decir, “hablar”. Los labios sirven para besar y hablar, entre otras cosas, pero antes de que los labios humanos dominaran la técnica del los fonemas ya sabían usar la de la mímica. Podríamos defender que el beso pertenece a la categoría de los lenguajes gestuales, de morfemas más simples. Estos no son otra cosa que los gestos formales mínimos que permiten la comunicación, los sonidos más elementales que cimientan las categorías y relaciones gramaticales. Bien claro lo dijo Alfred de Musset: “el único idioma universal es el beso”.
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Pero para cada persona, en cada circunstancia, los besos pueden tener diferentes significados. Si pudiéramos examinar todos usos y significados de los besos, en función de quién, cuándo, cómo, dónde, etc. tendríamos una telaraña semántica tan espesa que apenar nada podríamos vislumbrar a su través. Y es que cada cual besa según es o está, y viceversa. Dime como besas y te diré como eres, ¿o es al revés? Alguien, algún día tendrá que estudiar la “Psicología del besar”, la relación entre el besar y el modo de ser de las personas. Freud ya lo intentó, y bien claro lo dejó escrito. El beso y el sexo no son más que la consecuencia del “gran destete”, vino a decirnos. Hay personas que padecen carencia de besos, y así les va. Algunas neurosis no son más que una grave deficiencia de besos, que produjo un raquitismo emocional, un marasmo afectivo de tal magnitud que afectó a la formación de su personalidad. Esa anemia subterránea infantil acaba saliendo a la luz en forma de comportamientos ansiosos, glotones, egoístas o perversos cuando nos “adulteremos”. Drácula fue un pobre infante que sufrió carencia de besos. Don Juan el hijo de una madre con penuria de besos. Dicen que los muy tacaños tienen números rojos en la cuenta de los besos. En fin, teorías aparte, los besos son una vitamina esencial para el desarrollo del cerebro, para la nutrición de la mente de los niños y niñas de todas las edades. Las mamás lo saben muy bien sin que nadie se lo enseñe. Mamá, cuéntame un cuento: “…y colorín colorado un besito y a dormir” Los cuentos y las leyendas son otro de los paisajes propicios a los besos. Muchos de los mitos, cuentos y leyendas contienen besos. Besos mágicos, besos protectores, besos que transmutan la realidad. Los expertos dicen que en el fondo esos besos siempre son sexuales. Que las narraciones son sólo las cortinas que disimulan discretamente la escena del sexo. Desvelamientos, desfloramientos, o ritos de paso, esos son los usos comunes de los besos en la literatura mítica y legendaria. La emoción es la sustancia de los cuentos. Los miedos, temores, deseos o pasiones son los móviles universales de la humanidad. La literatura es el venero, el cauce y el estuario de los besos. Es “ingenuamente” bello, pero cierto. Los usos del beso son tres: “saludo, cariño y placer”. Ripios aparte, el beso y el tres se llevan bien. De hecho el beso suele ser cosa de tres, y no de dos como pudiera parecer. Me explico: casi siempre hay tres elementos en el beso: labios, dientes y lengua. Olfato, sabor y tacto. Unción, respeto y devoción. Atracción, deseo y pasión. Tú, yo y el resto. Hola, que tal y adiós. Actores, escena y escenario. Nacimiento, vida y muerte. Ya lo ve, el beso casi siempre es cosa de tres. El tercero en concordia - o en discordia - casi siempre suele ser el sexo. El ser humano es el “gran besador”, el mayor “sexo-oral” de todos los animales. “Sexuamos” con las palabras y los besos más que con ninguna otra cosa. El beso sexual es como una gran “sonrisa horizontal”. Se 194
puede practicar sexo sin beso, pero no se disfruta tanto, si acaso se comete. Así lo hacen los que usan del comercio sexual. Las más respetables prostitutas no besan. Copulan, pero no intiman. La intimidad del beso es de tal magnitud que no hay distancia más corta entre dos personas. Los físicos dicen que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta. Pero eso depende de que física se trate. Si hablamos de física humana, la distancia más corta es la línea curva de los labios. Esto no ite dudas: la distancia más corta entre dos personas es el beso. En ninguna otra circunstancia podrán estar más juntas. El beso une, reúne y unifica. Más que el coito, más que el abrazo, más que la palabra. El beso se da y se recibe al tiempo, se comparte y co-protagoniza. Se puede violar a alguien, pero no se puede besar a alguien que no participe. Eso no es beso, eso será un lengüetazo, un chupón, una labiada, pero no un beso. Por eso el beso es tan potente y peligroso. Los seres humanos sabemos mentir y engañar, nos ponemos “los cuernos” con el sexo, pero nunca con los besos. No se puede besar y mentir al tiempo. Se nota demasiado y tienen sus riesgos. Los peligros de besar: ese es justamente otro de los asuntos interesantes del tema. En orden de aparición esta la acendrada afición a besar. Los humanos somos animales de costumbres. Ninguna otra especie es tan “costumbrista”. De nuestras costumbres hacemos rituales y hábitos, y de los hábitos adicciones o dependencias. La adicción a besar no existe, pero haberla… vaya si la hay. Ya lo anunció el mismísimo Sócrates, y luego muchos más, y hasta tiene explicaciones neuroquímicas. El cerebro con sus insondables misterios lo explica todo. Cómo besamos, qué sentimos, porque nos produce tanto placer, porque nos apasiona tanto hacerlo. Una gran parte de nuestro cerebro lo tenemos dedicado a los labios. Y también hay un lugar para los besos. Tal vez algún día sepamos controlarlo, y podremos enseñar a los que no saben besar. ¿O quizá eso acabe con la magia ciega de los besos? Otras “enfermedades” del beso son más taimadas y traidoras. Muchos han empleado la metáfora salivar y bacteriana para alertar sobre la peligrosa catadura antihigiénica del beso. Pero son sólo pretextos para no besar. La “enfermedad de los enamorados” suele ser bastante dolorosa, pero muy placentera. El enamoramiento es una potente anestesia, una enorme aspirina que todo lo cura. Los besos mortales son sólo los de las leyendas y los de las pobres brujas. Besemos pues desconsideradamente, hasta que acabemos con todas las bacterias y las inquisiciones del mudo, ¡amén! Y así llegamos al bello arte de besar. Sea línea o color, nota o golpe, plancha o electrón, todas las materias del arte han cohabitado con los besos. Acaso sea el más extendido de los motivos artísticos, la más bulliciosa musa, el más 195
sentimental pretexto. Sensible y emotivo es el encuentro entre el beso y el arte. Besos al óleo, al mármol, al viento, al cincel, o al obturador. Versos y besos cogidos de la mano: “versificaciones” y ripios, con perdón. El arte es argumento y corolario para los besos: Elija un cuadro, una poesía, una escultura, una fotografía, una ciudad… y llegará a París. Dicen que en esa ciudad se inventaron los besos, y también el cine, y en el cine está la “fila de los mancos”, la que más besos ha acogido, enseñado y ocultado. “Besos de cine”, para que hablar más. Bésame, bésame… como si fuera la última vez… y por si acaso se nos acaban los besos… siempre nos quedará París. Todo eso, nada más y nada menos, es el beso: Historia, literatura, etología, antropología, filosofía, semiología, arte, psicología, sexología, medicina… El beso es como un gran “big-bang” que dio lugar a un unibe®so lleno de misterios y humanidades. Hay muchos orígenes, tipos, modos, causas y consecuencias del beso y el besar. He tratado de resumirlas todas en éste último capítulo. Pero creo que no lo habré conseguido realmente, si no soy capaz de sintetizar la cuestión en tres ideas esenciales, en una especie de “teoría unificada del beso”, que acoja y explique todos los condicionantes y consecuentes del besar. Pues bien, siguiendo un modelo típico de la física, creo que podríamos explicar el beso como el resultado de la cohesión de las tres fuerzas esenciales de la vida: “nutrición, relación y reproducción”. Esas tres causas explican todo lo vital, la vida misma, y también son los tres pilares de los tres tipos de besos. El primero es la nutrición, es el beso que se origina en el amamantamiento y se configura tras el destete como beso amoroso, cariñoso o familiar. El segundo pilar es el gesto de aproximación y roce “hocico-labial” que procede de la olfacción y acaba configurándose como beso de exploración, de atracción y de sexualidad; y el tercero, es el que procede de las conductas de apaciguamiento animal, que acaba convirtiéndose en beso social y ritual, en beso de saludo y respeto. Y no hay más. Ya lo dije, el beso es cosa de tres. Y para llegar a eso, me dirá, ¿hacían falta casi doscientas páginas? Pues sí, hacían falta. Usted mismo habrá comprobado que el viaje por el planeta de los besos ha sido largo y ancho, lleno de curiosidades y curioseos, de ilusiones e ilusionismos, de genios e ingenios, emotividad y creatividad. No me dirá que no le han sorprendido muchas de las anécdotas protagonizadas por los besos y sus protagonistas, o lo trascendentes que han sido ciertos besos para la humanidad, o la gravedad de no haberlos usado como y cuando convenía. En fin, no se si después de haber escrito y leído este libro usted y yo sabremos besar mejor, pero seguro que ambos valoraremos más los besos que nos dan y 196
damos, y posiblemente trataremos de practicarlos con más asiduidad, ternura, pasión y respeto. Besar es cosa seria, pero divertida. Una enorme sonrisa horizontal y una gran palabra. Ya se lo dije: “en el principio fue el beso”, y e el final también.
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RECONOCIMIENTO DE DEUDAS: • Betania, M. Afecto, besos y condones: el ABC de las prácticas sexuales de las trabajadoras sexuales de la Ciudad de México. Salud Pública de México. Vol.45, suplemento 5, 2003 (Interesante) • Blue, A. El Beso: de lo metafísico a lo erótico. Ed. Kairos. Barcelona 1998. (Título original de la primera edición: “On kissing”, 1996) (Imprescindible, está todo, es el gran libro de los besos, aunque a veces le falta un poco de orden). • Cane W.: The art of kissing. St Martin´s Griffin. New York. 1995 (Superfluo, simplemente “bricolage” del beso). • Easton's 1897 Bible Dictionary: (Inagotable, y sorprendente)
http://www.labibliaenlinea.com
• Edmark Tomima: 365 Ways to Kiss Your Love. MJF Books, 1998 (Más bricolage… insustancial, pero no hay más remedio que consultarlo, todo el mundo le cita) • Eibl-Eibesfeldt I.: Amor y Odio: Historia natural del comportamiento humano Salvat. Barcelona, 1994. / Guerra y Paz: Una visión de la etología. Salvat. Barcelona. 1995. / El hombre preprogramado. Alianza. Madrid . 1981 (Sus textos son esenciales para comprender muchas conductas humanas, y además muy entretenidos). • Fisher, H.: Anatomy of love. Simon and Schuster, London, 1992 (Complejo, pero interesante, si bien tangencial). • Francoeur R.T. (Ed.) The International Encyclopedia of Sexuality. 1997-2001. The Continuum Publishing Company, New York (Realmente básico, para casi todo lo que tenga que ver con la sexualidad humana). • Freud, S.: Obras completas. Ed. Biblioteca Nueva. 2ª Edición, 1972 (No necesita presentación). • Fromm, E.: El arte de amar. Ed. Paidos, 1980 (Bello, juvenil e ilusionante. ¿Aun no lo ha leído?).
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• Hervez J. El beso de oriente. R. Caro Baggio Editor, Madrid, c. 1920 (Una curiosidad para los bibliófilos de la sexualidad, aunque no trata de los besos, sino de las relaciones sexuales en pueblos orientales, como china, indochina, etc., en un tono a veces un tanto “folclórico”). • Lorenz. K. La acción de la naturaleza y el destino del hombre. Alianza. Madrid.1988 (Para cultivarse. Ademas se pueden consultar otras obras clásicas de Lorenz, como “La agresión: el pretendido mal”, etc.). • Malinowski, B.: The sexual life of savages. Routledges, London, 1932. (Interesante, esencial para otros temas, pero tangencial para este). • Mead, M.: Adolescencia, sexo y cultura en Samoa. Ed: Laia, 1979 (Encantador y aleccionador, pero igualmente tangencial). • Morin, E.: El paradigma perdido. Ensayo de bioantropología, Barcelona, Kairós, 3ª edición, 1983. (Complejo, pero básico para entender ciertos aspectos de la antropología). • Morris, D. El mono desnudo. Ed. Plaza y Janés, Barcelona, 1972. (1ª Edición, Jonathan Cape, London. 1967) (Simplemente: Si aun no lo ha leído, este es el momento). Y del mismo autor, recientemente se ha traducido su “The naked Woman (La mujer desnuda). Ed. Planeta, 2005. • Morris, H.: The Art of kissing. Disponible en: http://www.globusz.com/ebooks/Kissing/00000010.htm (No está mal, es corto y directo, sirve para hacerse una idea general del tema del beso, y lo aborda con seriedad). • Online Etymolgy Dictionary: http://www.etymonline.com (Una ayuda inestimable para muchas cosas). • Ortega J. La vuelta al mundo en 80 polvos. Ed. Santillana, Punto de lectura, 2003 (Interesante y divertido, aunque a veces es un tanto superficial y folclórico). • Phillips A. On Kissing, Tickling, and Being Bored. Psychoanalytic Essays on the Unexamined Life. Harvard University Press, 1993 (Sólo para iniciados, demasiado complejo, aunque muy bien escrito).
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• Rabadán M. A.: Besos: Visión multidisciplinar de la función de la boca. Fundación Dental Española. 2004 (Todos mis agradecimientos para la directora y los autores. Es una guía esencial y magníficamente ilustrada; quizá algunos temas podrían haber sido obviados, ya que en realidad tratan más de odonto-estomatología que de los besos). • Ramer U.: Lenguaje Corporal. Ediciones Sur. Santiago de Chile 1997 (Un libro básico para conocer lo básico del tema). • Solana, J. L.: Bioculturalidad y homo demens. Dos jalones de la antropología compleja. Universidad de Granada, Gazeta de Antropología Nº 12, 1996 (Un interesante y sesudo trabajo, tangencial al tema, pero muy ilustrativo). • The American Heritage® Dictionary of the English Language, Fourth Edition. Houghton Mifflin Company 2000 (También ha sido una buena ayuda, para este y muchos otros temas). • Waal F.: Bonobo Sex and Society. The behavior of a close relative challenges assumptions about male supremacy in human evolution. Scientific American, March 1995 issue of, pp. 82-88. (Tangencial, pero muy interesante). • Wall. F. La política de los chimpancés. Alianza. Madrid. 1989 (Esencial, y muy ilustrativo para entender a nuestros parientes más cercanos). • van de Velde, Th. H. Ideal Marriage: Its Physiology and Technique. New York: Random House, 1930. (En su momento fue un clásico, tantas veces traducido como criticado). • Zulliger H. Horda, banda, comunidad. Ed. Síqueme. Salamanca, 1968 (Interesante para saber lo necesario sobre el tema). Aparte de estas fuentes, en el libro se citan muchos más autores y referencias que son menos nucleares en relación con el tema, así como muchas referencias concretas que hemos tomado de las bases bibliográficas internacionales, de numerosas páginas de internet, de varias enciclopedias generales y temáticas, de diferentes diarios, revistas y publicaciones periódicas, y también de diversas personas que me han ayudado con sus datos u opiniones. A todos ell@s les pido mis más sinceras disculpas si no les he citado correctamente, al tiempo que les expreso mi más sincero
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agradecimiento por haberles tomado “prestados” sus datos o ideas. Como tributo no se me ocurre mejor manera de agradecérselo que devolverles mi propio libro, con mi autorización para que puedan tomar de él lo que consideren oportuno. Y, por supuesto, para ellas mis mejores besos.
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