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Su vida y su fútbol en 150 frases Edwin Winkels

Nacido en utrecnt (Hoianaa) en 1962 y diplomado en periodismo, trabajó en el diario Het Vrije Volk (Rotterdam) antes de emigrar en 1988 a Barcelona. Entró a trabajar en 1991 en El Periódico de Catalu­ nya como redactor de deportes. Cu­ brió los Juegos Olímpicos, el Tour de Francia y siguió, durante 12 tem­ poradas, al FC Barcelona. Desde el año 2000 es reportero de informa­ ción general en El Periódico de Ca­ talunya y acaba de iniciar una etapa como cronista de la ciudad de Bar­ celona. Ha publicado tres libros en Holanda, dos de ellos relacionados con el Barga.

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Fotografía de la portada:

Escuchando a Cruyjf Su vida y sufútbol en 150frases

Edwin Winkels

ediciones

Lectio

Primera edición: noviembre de 2010 © Edwin Winkels © Lectio Ediciones Edita: Lectio Ediciones C/ de la Violeta, 6 • 43800 Valls Tel. 977 60 25 91 Fax 977 61 43 57 [email protected] www.lectio.es Diseño y composición: Imatge-9, SL Corrección: Banús & Pros, Correctors Impresión: Romanyá-Valls, SA ISBN: 978-84-15088-03-5 Depósito legal: B-39.841-2010

Para Marianne, Sara, Ferrari y Joanna, cuatro vidas entre Holanda y Catalunya

Escuchando a Cruyff

Introducción El tren circulaba a media velocidad y se podía abrir la puerta. En lugar de las esperadas vistas de un paraíso vacacional, se exhibían al lado de las vías los restos de unas vidas inhumanas. Al principio, poco después de entrar en la ciudad, solo hubo un muro elevado, hasta que de repente aparecieron agu jeros en el hormigón. Durante minutos que nos parecieron eternos, la imagen seguía siendo la misma. Bajo techos de uralita brillaban bombillas que iluminaban espacios que eran todo en uno: comedor, cocina, dormitorio, baño... No había agua corriente. Algunos de esos agujeros en el muro servían de inodoro: se veían tra­ seros colgando para depositar los restos de una comida seguramente no muy copiosa del día anterior que caían dos metros hacia abajo para depositarse durante días al lado de las vías en el caluroso sol de agosto. Al final, ante el hedor que entraba, cerramos la puerta del tren, antes de que un túnel largo y oscuro liberara a tres chavales holandeses de 17 años de su estupor. Las casas cercanas al ferrocarril nunca son las más lujosas, pero ¿un barrio interminable de chabolas, en Europa, a exactamente 1.500 kilómetros de casa? La nauseabunda pestilencia aún impregnaba el ambiente cuando, una vez fuera del túnel, a nuestra izquierda y tras las fábricas que in­ vadían el primer plano, emergía el azul del Mediterráneo, y después de una lenta curva hacia la derecha aparecían los arcos monumenta­ les de la Estació de Franca, que en el billete de tren llevaba el nombre de Barcelona Término. Punto final de un viaje de 24 horas realizado por mochileros desde Amsterdam, vía Bruselas, pasando por la Gare du Nord (en París), el metro hacia París-Austerlitz, el tren nocturno por Limoges y Toulouse hacia Cervera y Portbou (sin asiento re­ servado, durmiendo en los pasillos), el cambio de tren en el Pirineo (porque más allá las vías eran más anchas, como si tras la cordillera todo fuese diferente al resto de Europa) y la parte final: Figueres, Girona y Barcelona. 5

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Era el año 1980. Johan Cruyff yjohan Neeskens acababan de dejar el FC Barcelona, pero los holandeses acudíamos en masa a las costas catalanas. Muchas cosas han cambiado desde entonces. Aquel barrio de chabolas era La Perona, en Sant Martí, que poco después desapa­ recería bajo el constante mazazo de la modernidad, impulsada por los Juegos Olímpicos. Esa Barcelona en plena transformación nos atraía hasta tal punto que algunos holandeses decidimos instalarnos aquí de­ finitivamente. Uno fue Johan Cruyff; otro, yo mismo, ambos en 1988. Por profesión y origen, entrenador y periodista, ambos de Holanda, nunca nos hemos perdido de vista en los más de 22 años que han transcurrido desde entonces. Una relación meramente profesional: no hemos pisado la casa del otro nunca, ni nos llamamos para saludarnos. Hemos hablado cordialmente y nos hemos peleado. Indagando los últimos meses en los archivos, he hallado más entrevistas, encuentros y discusiones con Cruyff que recordaba. Bastantes para formar parte de este recopilatorio de frases del Profeta del Gol, que en su país natal ya ha visto publicados más de 20 libros sobre su figura, pero que aquí, además del interés diario y fugaz por el fútbol, apenas ha dado moti­ vos para un libro. Dos, tres como mucho. Y eso es muy poco para uno de los grandes mitos del barcelonismo. Johan Cruyff ha regalado tantas frases al fútbol como victorias ha dado al Barfa. Aquí solo hay 150 citas, como en el libro Escoltant Guardiola de esta misma colección, pero cada seguidor del Bar£a, del fútbol, de Cruyff tendrá grabada en su memoria alguna cita más que no aparezca en estas páginas. Cruyff ha enriquecido y empobrecido tanto el castellano como el holandés. Es tan torpe con la gramática y la pronunciación en ambos idiomas, como genial ha sido en el fútbol universal. Abre la boca, por ejemplo durante el Mundial, y sus decla­ raciones son escuchadas hasta en Brasil y Sudáfrica. Es un profeta pla­ netario, un Moisés que porta los 10 Mandamientos de Dios, aunque en realidad él es su propio Dios, tal como le llamaban sus jugadores del Dream Team. Después de más de 22 años, ambos seguimos viviendo en Cata­ lunya. Este libro también explica el porqué. Estaríamos locos si nos marcháramos de aquí. 6

Capítulo 1

La vida,lafamilia y el otro Dios

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Igual de flaco que siempre, Johan Cruyff ya ha cumplido los se­ senta. Cerca de la edad de jubilación, aunque él ya se retiró -o lo retiraron- a los 50 años. Desde su traumático despido en las entrañas del Camp Nou en 1998, el holandés vive bien, muy bien. Relajado, sonriente, cercano al fútbol, pero sin el estrés que suele conllevar cuan­ do se es entrenador, Cruyff puede sentarse en un sillón de su segunda residencia en El Montanyá, en Osona, o sacar ahí sus palos de golf, y rememorar satisfecho una vida con muchos más momentos de felici­ dad que de tristeza. Una vida increíble para un chaval de un pequeño barrio obrero de Amsterdam. No es la suya una historia de un niño que, gracias a su talento, logra salir de la vida miserable en unafavela brasileña, pero tampoco tuvo una infancia fácil. Nació en 1947, en la dura posguerra en Holanda, país que intentaba recuperarse de cinco años de invasión y violencia nazis, y cuando tenía 12 años perdió a su padre, que poseía una pequeña frutería que aporta­ ba lo justo a la economía familiar. Seguramente, un chico que crece en esas circunstancias construye un espíritu de supervivencia, necesario, junto al talento, para convertirse en el mejor del mundo. Pero, pese a ser el mejor de su generación, uno de los tres o cuatro mejores en la historia del fútbolJohan Cruyff apenas ha cambiado. Lo conocen en todos los rincones del mundo, pero él sigue siendo una persona senci­ lla, muy familiar, cercana, como el vecino del segundo tercera. Tiene sus puntos menos agradables, por supuesto, pero éstos surgieron más como entrenador, cuando podía ser una persona autoritaria, poseedor siempre de la razón. Sus jugadores le llamaban irónicamente Dios. El otro Dios también ha estado siempre presente en su vida. El no cree en Dios, dice, pero cree en algo. Sobre todo desde que a los 43 años, uno menos que la edad que tenía su padre cuando murió, vio la muerte de cerca. Ahora, 20 años después, está más vivo que nunca.

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“Aprendíen la calle; la calle es la que te enseña” En su Betondorp natal, entre las pequeñas y modestas casitas al este de Amsterdam, el pequeño Jopie [se pronuncia Llopí\ Cruyffjugaba al fútbol sobre las aceras, bajo los arcos que daban paso a los patios interio­ res o en medio de las calles, bastante tranquilas, sin apenas coches. Ofi­ cialmente estaba prohibido jugar en la calle, pero ningún agente multaba a los chavales, que donde mejor se lo pasaban era en un pequeño campo situado detrás del colegio y sobre la gravilla de un parque infantil. Este tipo de pavimento les enseñó a no caerse, a mantener el equilibrio du­ rante las dos horas que jugaban cada día después del colé, de cuatro a seis de la tarde, hora de la cena. El maestro, que tenía que cerrar los s, siempre les dejaba jugar un poco más allá de las cinco y media, que era el horario de cierre oficial. Jugaba Jopie con su hermano mayor —Henny—, su amigo Rolf y algunos otros contra chavales de otros barrios. Y Johan, o Jopie, siempre era el más pequeño. A veces, los rivales que no le conocían se reían de él, hasta que empezaba con sus regates y goles. Su hermano, que era también un gran jugador, le preguntó una vez: —¿Tú nunca piensas qué vas hacer antes de una jugada? —No —le contestó Johan— , porque si piensas ya llegas tarde.

*Aveces, algo debe ocurrir antes de que ocurra” Es una frase que, en el lenguaje particular y a veces incomprensible de Johan Cruyff, tiene otra variante: “Antes de que ocurra algo, hay que evitar que ocurra.” Cruyff cree en el destino, que muchas cosas en la vida pasan porque sí, como esa muerte de su padre biológico cuan­ do él solo tenía 12 años. Manus Cruyff falleció de un infarto a casi la misma edad, 44 años, que su hijo Johan tuviese la misma dolencia en 1991, pero el hijo se salvó, aunque por poco. También cosas del desti­ no, según el holandés. Fue Manus que un miércoles de otoño de 1953, el día que por la tarde solía cerrar su frutería, había acudido al Estadio 9

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Olímpico de Amsterdam para ver “un extraordinario partido de fút­ bol”, según el cartel, entre una selección de la FIFA y el FC Barcelona. Y se lo contaba a Jopie, tal como le llamaban a Johan en su casa, en el colé y en el Ajax, donde empezó a jugar a fútbol. “¿Y de qué color eran las camisetas que llevaba el Barcelona?”, le preguntó el pequeño a su padre. “Azul y rojo”, le contestaba. “¿Y quién era el mejor?” “Se llama Kubala.”Ni idea podía tener el pequeño Johan, que por aquel entonces solo tenía seis años, que menos de 20 años después llegaría a jugar de azulgrana. Fue una de esas cosas que ocurren antes de que realmente ocurran.

“Hola,papá. En casa todo va bien. Mamá trabaja mucho... Pero saldremos adelante" Es lo que el pequeño Johan siempre decía cuando pasaba en bicicle­ ta por delante del cementerio Oosterbegraafplaats, donde está ente­ rrado su padre, muy cerca del campo del Ajax y del barrio Betondorp, donde vivía. Y así, según ha confesado algunas veces, ha estado toda su vida hablando con su padre, pidiéndole consejos, dejándose guiar. La muerte de Hermán Manus Cruyff marcó mucho al pequeño Jopie, pese a que su madre, Petronella Afe/Draaijer, encontró pronto el apoyo y el amor del tío Henk, un padrastro que para Cruyff siempre ha sido como un segundo padre, auténtico y honesto. Henk, que además había sido muy amigo de Manus y era utillero en el Ajax, guió a Johan y a su hermano por los difíciles años de adolescencia y estuvo hasta su muer­ te, en los años noventa, con la madre de los chavales. El fallecimiento del padre, sin embargo, complicó bastante la situación de la familia. Manus no ganaba mucho con su frutería, tuvo que compartir incluso su camioneta con dos tenderos más, y en 1959, de repente, la madre se quedó sola, con la tienda y con dos chavales adolescentes, que, poco tiempo más tarde, hallaron una buena válvula de escape en el fútbol. 10

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“M i madre siempre ha estadopara nosotros, siempre hemos tenido una casa” Petronella Bernarda Draaijer nació el 21 de agosto de 1917 y falleció en el 2008, a los 90 años. Se casó con Hermán Cruyff el 18 de diciembre de 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando Holanda estaba ocupada por los nazis. Su hijo mayor, Henny, nació el 11 de diciembre de 1944 en lo que se conoce como el “invierno de la hambruna”: los alemanes, que ya veían que empezaban a perder la guerra, bloquearon durante seis semanas todo el transporte al oeste de Holanda, ahí donde se hallan las grandes ciudades y la mayor parte de la población. En un invierno además muy duro, empezaron a escasear los alimentos y el com­ bustible para calentar las casas y más de 20.000 holandeses murieron de hambre y de frío. La familia Cruyff había tenido que cerrar su frutería en el barrio De Jordaan, por falta de materia prima, y Manus se dedicaba a ayudar a la resistencia, ocupándose de transportes ilegales de carne. Como recompensa, le regalaron después de la guerra una nueva frutería en Betondorp, el pequeño y modesto barrio a la sombra del campo del Ajax, donde nació el segundo hijo, Johan, el 25 de abril de 1947. Cuando Manus falleció 12 años más tarde, la madre, Nel, debía compaginar la frutería con su trabajo en la lavandería del estadio del Ajax. “Ella se que­ daba sola”, recuerda Cruyff, “y, encima, con dos chavales que no eran de los más fáciles. Pero siempre estuvo para nosotros; nunca nos falló.”

“Un niño debe tener unajuventud buena. Los que hacen cosasprohibidas con niños, a esos hay que eliminarlos. En eso, soy muy extremo” Cruyff adora a los niños. Tiene seis nietos ya y las jornadas de su Fundación en las que juega al fútbol con chavales discapacitados le llenan de felicidad, igual que cuando abre alguno de sus campos de 11

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fútbol, los Johan Cruyff Courts, en barrios deprimidos, como el pasado verano en un peligroso suburbio de Johannesburgo. Odia leer noticias sobre abusos a menores, sobre maltrato, secuestros. La cita es textual: hay que “eliminar a esa gentuza”, dice. “A un niño no le puedes hacer esas cosas, la juventud es la época más importante de la vida, en la que se forma la persona.” Y entonces empieza Cruyff a explicar sus objeti­ vos de la Fundación. En los últimos años, es el precio que hay que pagar para una entrevista o una conversación con Cruyff, escucharle al me­ nos media hora hablar con entusiasmo de su fundación, cuyas oficinas se encuentran a solo una manzana de su casa en Bonanova. También todos los actos en los que solicitan su presencia —análisis en televisión o periódicos, alguna inauguración o conferencia...— hay que remune­ rárselos, no en su cuenta personal, sino en la de la Fundación. Además de aportar ciertas ventajas fiscales, Johan Cruyff ya no necesita todo ese dinero que le sigue llegando de medio mundo. Todo por la fundación, insiste. “Intentamos ayudar a niños que sin nosotros no tendrían las mismas posibilidades en la vida. Lo queremos hacer lo mejor posible. Para eso tenemos unos grandes especialistas; yo solo me ocupo de la parte exterior: doy la cara, mi nombre, mi fama.” Le encanta, además, trabajar con ex deportistas —de hecho, lo son casi todos los empleados de su fundación— y educarlos a través de su universidad, ofrecerles una posibilidad en la dura vida real después de acabar su carrera deportiva.

“Nos casamos muyjóvenes, yo con 21 añosy Danny con 19. Y aún seguimosjuntos. Pero eso es más mérito de ella que mío" irable la mujer de un futbolista famoso que a lo largo de más de 40 años logra pasar casi desapercibida, no estar prácticamen­ te nunca en el primer plano. Solo en los primeros años de noviazgo y matrimonio, Danny Coster se dejaba fotografiar con su marido y, 12

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después, con sus hijos. Era cuando los medios de comunicación aún no les atosigaban tanto. La pareja holandesa accedió a dejarse hacer reportajes en la Rambla para la Revista Barcelonista, viajando expre­ samente desde su hotel de vacaciones en Mallorca. Ella, muy guapa y rubia, impactaba en el gris panorama franquista y llegó incluso a hacer publicidad para una marca de pinturas. “Que sigamos juntos es mérito de ella”, insiste Cruyff. “Para convivir con un hombre que siempre está de viaje y que siempre está rodeado de gente, hay que tener una capa­ cidad de aguante muy grande. Además, con tres hijos, y unas cuantas mudanzas por el mundo...” Es sabido que Danny siempre ha ejercido una gran influencia sobre su marido, que en casa siempre ha sido ella la que manda y Caries Rexach incluso la acusaba de haberle cerrado la puerta de su casa para siempre, que si hubiera sido solo por Johan aún seguirían siendo amigos. Con el tiempo, Danny iba alejándose totalmente del primer plano y se contagió de una alergia crónica hacia los periodistas, de los que, con el tiempo, solo ha aceptado a unos pocos en su casa, todos más amigos que periodistas, como el catalán Joan Patsy y los holandeses Frits Barend y Jaap de Groot. Han sido los pocos, pero importantes confidentes de Cruyff para influir, a su manera, un poco en la opinión pública a través de medios poderosos como TV3, el diario holandés De Telegraafy la revista Voetbal International. En los últimos años de la era Laporta en el Bar£a, la señora Cruyff se sentaba a menudo al lado de su marido en el Camp Nou para irar los partidos del equipo de Guardiola, pero discreta y distante como siempre. El mismo objetivo, quedar alejadas de las páginas de los pe­ riódicos y de las cámaras de televisión, lo han logrado siempre sus dos hijas, Chantal y Susila. Los fines de semana, en la pequeña playa de Sant Sebastiá de Sitges, sobre todo cuando habían venido los abuelos Coster de Holanda, aquel grupo casi anónimo apellidado Cruyff pa­ recía una familia cualquiera jugando con los hijos y nietos en el agua tibia del Mediterráneo.

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“«¿JohanJordi?» mepregunta elfuncionario. «Sí», digo, «JohanJordi». Esperaba que mefelicitara, pero nada. «Jordi esJorge, así que su hijo se llamaJorge», me dice. «Jordi no existe»" Pero, claro, Johan Cruyff no se rindió. Acababa de regresar de Ho­ landa, donde Danny había dado a luz a su tercer hijo, que, igual que sus dos hermanas mayores —Chantal y Susila— , nació por cesárea en un hospital de Amsterdam, el 9 de febrero de 1974; Danny aún no se fiaba mucho de los hospitales en Barcelona. Ya había inscrito a su primer y deseado hijo varón en el registro civil en Amsterdam, con esos dos nombres, Johan Jordi, y cumplió con su obligación de pre­ sentarse también en el registro de Barcelona. La elección del nombre Jordi no fue un acto de fe catalanista, ni nada por el estilo. “Llevaba apenas cinco meses en Barcelona, no sabía casi nada de la lucha por la independencia. Solo nos gustó el nombre”, recordaría después en una inmensa biografía de 500 páginas de gran tamaño que se publicó en Holanda con ocasión de su sexagésimo aniversario. El problema es que al funcionario del aparato municipal franquista ese nombre no le gustó nada. El hombre insistía: —El nombre de Jordi no existe aquí. Cruyff ya empezaba a enfadarse. —A ver, se llama Jordi, ¿no voy a saber yo cómo hemos llamado a nuestro hijo? El funcionario, en aprietos ante la estrella azulgrana, le ofrecía una solución salomónica: — Si no le quiere llamar Jorge, puede ponerle el nombre de George, eso sí existe. Cruyff acabó saliendo a gritos del despacho, enseñando la docu­ mentación holandesa: —Mire, señor, aquí lo pon t, Jordi. Se llama Jordi, porque a su padre y a su madre les gustaba el nombre de Jordi y por eso le han llamado Jordi. Y si usted no lo inscribe como Johan Jordi, yo me voy a casa. Pero que sepa usted que yo he venido aquí a inscribir a mi hijo. 14

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Cuatro días después de que la familia Cruyff regresara a Barcelona se disputaba el partido contra el Real Madrid, en el Bernabéu. El his­ tórico 0-5, la obra magna de Cruyff en su época azulgrana como juga­ dor. Precisamente para poder disputar ese partido se había planificado bien el nacimiento de Jordi, con una maniobra algo maquiavélica de Rinus Michels, el entrenador azulgrana. Johan lo recordaba, en 1975, en un célebre y breve libro dedicado a Cruyff, llamado Boem: “Michels me preguntaba: «Ya que el niño vendrá por cesárea, ¿se podría escoger un día a principio de la semana?» Era para que yo pudiese regresar a tiempo de Holanda y jugar el domingo después contra el Madrid. Nos jugábamos mucho, así que no me importaba. «¿Y si lo hacemos el sábado 9?», le pregunté, porque aquel fin de semana no había partido. Rinus esbozó su típica sonrisa, tan amplia, sin que yo entendiera bien el porqué. Resulta que el 9 de febrero era también el cumpleaños de Michels...”

“M ifamilia viene enprimer lugar; en todas mis decisiones* Frase de 1969 de un joven Cruyff que solo un año antes se había casado con Danny. Frase premonitoria también, porque se sospecha que algunas de las decisiones cruciales en la carrera del futbolista se tomaron con el beneplácito de Danny; por ejemplo, parece ser que la esposa jugó un papel importante en una sonada ausencia de Cruyff en el panorama mundial, en el Campeonato del Mundo de 1978, en Argentina, donde Holanda repetiría el puesto de finalista de Ale­ mania 74, para caer de nuevo ante los anfitriones. Aún coleaba en la mente de algunas esposas el escándalo con mujeres desnudas que habían acompañado a los jugadores holandeses en la piscina de su hotel tras acceder a la final del Mundial de Alemania y que hizo esta­ llar a la celosa Danny en cólera. Corre el rumor por Holanda, incluso más de 36 años después, que al regresar de Alemania Johan tuvo que 15

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jurar a Danny que nunca más se marcharía para un torneo cinco o seis semanas de casa. Holanda se clasificó de forma brillante para el Mundial de Argentina, con participación de Cruyff en casi todos los partidos, pero, logrado el pase a Suramérica, dijo que no viajaría. No dio apenas razones. Un programa de televisión reunió el apoyo de los espectadores para convencerle de no fallar a los oranje, pero ni el amable y respetado seleccionador Emst Happel lo logró, ni siquiera prometiéndole que solo tendría que venir después de la primera ron­ da, en la que esperaban rivales como Irán, Perú y Escocia. En vano. Cruyff anunció su retirada definitiva de la selección, después de haber disputado desde su debut, 11 años antes, solo 47 partidos, en los que marcó 33 goles. Más de 30 años después, en una entrevista en Catalunya Radio, Cruyff reveló uno de los argumentos para no viajar a Argentina: un atraco a su casa, un intento de secuestro el 19 de septiembre de 1977, cuando un estibador del puerto de Rotterdam, Carlos G., un barcelo­ nés de 46 años emigrado a Holanda, se desplazó en su coche a Pedralbes, después de haber comprado en Francia un rifle de calibre 22 con cañones recortados, y sepresentó en el tercer piso del número 64 de la Calle de Caballeros, como se llamaba la calle entonces. Danny abrió la puerta y el hombre dijo que tenía un paquete para Johan, que tenía que entregárselo personalmente. Según una de las crónicas de sucesos de aquellos días, “el indivi­ duo encañonó al jugador, le obligó a sentarse en una silla y allí le ató. Fue en ese momento en que el individuo se hallaba amordazando al jugador cuando, en un descuido, Danny se hizo con el arma y salió corriendo a la escalera a la vez que gritaba en busca de socorro. Los vecinos, de esta forma alertados, y dado que Danny Cruyff no soltó el arma en ningún momento, pese a ser perseguida, el desconocido fue reducido por los vecinos”. Otra versión decía que fue Cruyff quien engañó un poco al atra­ cador, al pedirle que le soltara ligeramente las cuerdas, ya que lo ha­ bían operado recientemente y le dolía mucho. Mientras el hombre accedía, Danny huyó escaleras hacia abajo y fue Carlos quien, en la persecución, perdió el arma. El rifle fue recogido por el propio Cruyff, 16

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que había logrado librarse de las cuerdas y que encañonó al atracador, diciéndole: “¿Qué se siente ahora, apuntado por un arma?” Durante las semanas siguientes, la policía asignó a los Cruyff vigilancia espe­ cial, pero Danny ya habría hecho una petición desesperada a Johan: “No vayas a Argentina; no quiero estar aquí sola con los niños tanto tiempo.”

“Para Jordifue más duro quepara mí; él estaba con los otrosjugadores y debía escuchar a veces queyo era un cabrón” No le toques a la familia. Es sagrada. Los Cruyff siempre han for­ mado un clan muy unido, ahora incluso todos tienen sus casas y tra­ bajo en menos de un kilómetro cuadrado de distancia en Barcelona. Solo Susila, la menos conocida de los tres hijos de Johan y Danny, se ha desmarcado durante décadas un poco de la familia, buscando su propia vida en Gijón. Claro que los niños no estaban muy de acuerdo cuando su padre decidió en 1988 aceptar la oferta de dirigir al Bar5 a. Eran adolescentes, iban al instituto en Amsterdam, tenían ahí a sus amigos y algún noviete. Pero Johan no les iba a dejar atrás, todos tu­ vieron que venir con los padres a Barcelona. Ahora, 22 años después, siguen ahí, su vida es en Catalunya, aunque Jordi aún ha estado dan­ do tumbos por Europa para agotar sus últimos años de futbolista, de Donetsk (Ucrania) a La Valetta (Malta), pero siempre para regresar después a su casa, en Barcelona. Por supuesto que al futbolista Johan le debió ilusionar que su tercer hijo fuese varón. Padres futbolistas quieren ir con sus hijos futbolistas los sábados o domingos por la mañana, desde que tienen poca edad, a los campos de fútbol para verles realizar sus pinitos en este deporte. Es el fútbol más puro, menos contaminado, aunque ya a esa edad hay padres que sueñan que su hijo será el gran crack del futuro. 17

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No fue fácil la vida futbolística de Jordi Cruyff. No tenía el mis­ mo talento que su padre, pero sabía que su apellido inconfundible, casi único en el mundo, le perseguiría siempre y podría pesar como una losa sobre sus hombros. Jugaba en el Barga B cuando Johan le ascendió, en el verano de 1994, al primer equipo, con solo 20 años. Se había marchado Laudrup, Romário había regresado como un divo intratable del Mundial que Brasil acababa de ganar. Delante todavía estaban Stoichkov, Txiki y el recién llegado Hagi. Jordi ya debutó en la pretemporada, ante el Brondby; luego, en un encuentro de la Copa Catalana, y en la primera jornada de liga, en Gijón, ante el Spórting, disputa sus primeros 20 minutos oficiales. Lleva el dorsal 14, pero de nombre solo pone Jordi. Será su nombre futbolístico, nada de Cruyff, que de ése solo había uno. No tenía Jordi, por supuesto, el mismo ta­ lento que su padre. Pero el problema era sobre todo otro: “Está claro, al cien por cien, que para mí solo ha sido un inconveniente ser hijo del entrenador”, diría Jordi después, cuando ya se había marchado al Manchester United, donde la fragilidad de una rodilla le impidió con­ seguir un lugar fijo.

“Si alquien utiliza a Jordipara enfrentarse a mí que seprepare, porque entonces iré conpistolas, ya que los cuchillos no serán suficientes* La muestra más clara de los problemas para Jordi de ser hijo de quien es se produjo en mayo de 1996, poco antes de irse con la selec­ ción holandesa a la Eurocopa en Inglaterra. Acababan de despedir a su padre y quedaba el partido en casa ante el Celta de Vigo, el día después. Jordi, enfadadísimo y triste, molesto además con Charly Rexach por no ser solidario con Cruyff y coger el mando, se negó a entrenar. Charly llamó a Johan a casa y le dijo que su hijo no había asistido al entrenamiento, pero que era profesional y que debía en­ 18

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trenarse. “Ese problema ya no es problema mío”, le contesto el ya ex entrenador. Al final, entre los tres llegaron a un pacto: Jordi sí juga­ ría el partido, pero lo haría hacer desde el primer minuto, y Charly lo cambiaría poco antes del final, como un homenaje a su padre. Jordi le reprochaba a Rexach su actitud: “Le dije que no entendía cómo es que seguía ahí, cuando en sus opiniones sobre Núñez había sido siempre aún más extremo que mi padre.” En el partido, Jordi ayudó a remontar el 2-0 que llevaba el Celta de ventaja; el Bar9 a ya ganaba por 3-2 y poco antes del final abandonó el terreno de juego, antes incluso que Rexach hiciera sacar el letrero del cambio. El Camp Nou se puso en pie y el enfado hacia Josep Lluís Núñez, silbado y vilipendiado en la hora y media previa, estalló con un grito unánime de “Cruyff, Cruyff, Cruyff”. Jordi ya no jugaría nunca más para el Bar9 a.

“Haré algo en relacionespúblicas. No seguiré en elfútbol de ninguna manera. Yo no sirvo de entrenador” Era el año del magistral aunque doloroso Mundial para Holanda, 1974; Cruyff acababa de cumplir 27 años, aún le quedaban años de ju­ gador, pero, preguntado por el futuro, tenía una cosa clara: no seguiría ligado a ese mundo que tanto le había dado y, al revés, al que él había dado aún más. Pero fueron palabras de un hombre joven, sin aún ni idea de que él, sin fútbol, no podría vivir. Además, si había un juga­ dor que sobre el campo y en el vestuario ya ejercía de entrenador, ése era Johan Cruyff. Buscó incluso conflictos con entrenadores porque él sabía mejor que ellos lo que había que hacer. Hay dos momentos his­ tóricos que lo reflejan: primero, su batalla contra Hennes Weisweiler en el Bar9 a, el técnico alemán, muy alemán, que no quiso hacerle caso a una estrella que le había pedido no jugar solo en la punta del ataque. 19

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Resultado: el club acabó despidiendo a un frustrado Weisweiler. El segundo episodio tuvo lugar en 1980, cuando a su regreso de Estados Unidos Cruyff estaba sin club y entrenaba con el primer equipo del Ajax para mantenerse un poco en forma. Como sabía tanto de fútbol y tuvo mucha influencia en los jugadores, que le iraban, la di­ rectiva le nombró asesor técnico. A finales de noviembre, el Ajax iba perdiendo un partido en casa ante el Twente por 1-3 cuando Cruyff, que se encontraba en la grada junto a Danny y un jovencísimo y rubio Jordi, decidió bajar al campo en medio del partido. Una cámara de televisión lo registró a la perfección: abrió la puerta de la valla que daba al césped, se sentó a lado del entrenador, Leo Beenhakker, que, visiblemente molesto, vio cómo Cruyff tomaba las riendas, empezaba a dar instrucciones, gritaba a los jugadores y gesticulaba sin parar. El Ajax acabó ganando por 5-3. Aquel día, Johan Cruyff fue más entrenador que nunca, tal vez fue su debut oficial, aunque tardaría aún cinco años en serlo de verdad. Tras dejar el fútbol en 1984, regresó al año siguiente al club de su juventud para ayudar al Ajax en lo que fuera. Así, bajó al campo de entrenamiento del Ajax e iba dando instrucciones y lecciones a los jugadores, pasando casi sin darse cuenta de ser jugador a ser técnico. Pero, como no tenía el título oficial de entrenador, se inventó el de director técnico, un puesto que en aquella época no se conocía en el fútbol. La Federación Holandesa de Fútbol, sin embargo, lo consi­ deró entrenador y tuvo un problema: sin diploma o título, Cruyff no podría ejercer como tal. Fue en 1987 cuando la federación decidió regalarle el título por sus méritos para el fútbol holandés, sin tener que pasar por el obligado cursillo. Solo una persona se opuso, el di­ rector de asuntos técnicos de la federación, nada menos que el propio Rinus Michels, que quiso impedir que su antiguo pupilo, el jugador que había sido determinante en sus éxitos como entrenador, fuese entrenador de esa manera. Celos fue una de las explicaciones, los mis­ mos celos por los que Michels impidió tres años después que Cruyff fuese seleccionador de Holanda durante el Mundial de Italia. Nadie entendió la actitud de Michels —Mister Mármol, en Barcelona; El General, en Holanda— , el inventor del fútbol total en medio mundo. 20

Escuchando a Cruyff

Michels falleció en el 2005 sin haber explicado nunca por qué intentó ponerle obstáculos al que había sido su hijo predilecto, el hijo que él nunca había tenido.

“En mi trabajo hay mucha tensión que debes compensar. Suele ser con alcohol o cigarrillos. Como solo tomo zumos,puesfumo” Pequeña mentira, porque a Cruyff también le gustaba alguna copita de vino, una caña de cerveza o un cubata, aunque siempre con mode­ ración. El otro vicio, el de fumar, sí que lo llevaba hasta los extremos. Famosa es alguna foto del vestuario del Ajax, después de un partido, cuando el vaho del sudor y de las duchas calientes se mezcla con el humo de un cigarrillo. En los años setenta protagonizó una campaña de publicidad de tabaco bajo en nicotina de Roxy Dual bajo el lema “fiima con sensatez”. Cruyff, todavía futbolista, ofrecía un mensaje claro: “A mucha gente le gusta seguir fumando un pitillo. Yo soy uno de ellos. Pero, si fumas, hay que hacerlo con sensatez. Así que yo fumo cigarrillos bajos en alquitrán y nicotina. Y como el sabor también es importante, elijo Roxy Dual. Porque, de todos los cigarrillos bajos en alquitrán y nicotina, Roxy Dual es el que más me gusta.” Cruyff al menos no posaba como futbolista, sino vestido con una camisa y una americana de cuadros, con un paquete de color dorado en la mano derecha y un pitillo en los dedos de la izquierda. La campaña causó un gran revuelo, sobre todo en el mundo de la sanidad y entre los an­ titabaquistas. ¿Cómo un deportista como Cruyff, un ídolo para toda Holanda, podía dar tan mal ejemplo? La explicación de Johan: “Ya que fumo, pues es mejor fumar tabaco que tiene la mitad de nicotina. Nadie me puede reprochar eso, ¿no?” Fue en una época, eso sí, en que había mucha menos conciencia que ahora sobre los efectos nocivos del tabaco. 21

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*Todo lo que tomamos es malo: sal, azúcar\ tabaco. Pero hay que hacer cosas que te gustan; si no, te destrozaspsíquicamente* Aun así, Cruyff nunca ha sido un hombre de excesos en el consumo de nada. Pese a ser de Amsterdam —el reino de los coffeeshops— y ser joven en la época más hippy, con una Holanda ultralibertaria a finales de los años sesenta — años de sexo, drogas y rock&roll—, a Cruyff no se le vio nunca fumando marihuana, por ejemplo. Para eso, seguramente, el fútbol era demasiado importante para él. Ni era ni es un hombre de juergas nocturnas. Al lado de Danny, la auténtica jefa dentro de casa —también porque Johan estaba muchísimo de viaje, sobre todo en su época de jugador del Bar£a—, siempre ha sido un marido muy casero, leyendo libros, rellenando crucigramas y viendo en el teletexto de su televisor todo tipo de resultados deportivos. A parte de lo que pasó en la piscina del hotel de la concentración holandesa justo antes de la fi­ nal del Mundial en Alemania 74, con sekt (un vino espumoso alemán) y mujeres desnudas, a Cruyff no se le ha podido relacionar nunca con ningún otro escándalo. Es un hombre moderado, amante de la vida mediterránea, pero también reacio a perder su identidad y ciertas cos­ tumbres holandesas. Le siguen gustando los típicos platos holandeses, con patatas hervidas, verdura y carne hecha en mantequilla. Cocinar, él no cocina; ni sabe, a excepción de unos huevos fritos con beicon que según sus amigos son insuperables. ¿Vicios?: ser mal perdedor, tram­ poso en el juego y, hasta los 43 años, fumador empedernido.

“Fumar no me da molestias. Creo que, si me causara problemas, lo dejaría enseguida” Lo dijo en 1971, 20 años antes de tener que dejar el tabaco. Ya había ganado una Copa de Europa con el Ajax y el escritor Godfried 22

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Bomans, con la ingenuidad de un total ignorante del fútbol, le pre­ guntaba sobre sus vicios. —Veo, para mi asombro, que fumas. ¿Eso no es malo para ti? — Bueno, no sé si es bueno, claro. Pero no me da molestias. Creo que, si algún día me causara problemas, lo dejaría enseguida. —¿Cuánto fumas en un día? —Bueno, unos 10 al día. —¿Y bebes? —Beber, lo hago, tal como me dice el médico, por el bien de mi riego sanguíneo. Una copita al día.

“Si Dios hubiese querido, yo ya no estaría aquí. Aquel díapasábamospor casualidad delante de un hospital. El médico me dijo: «Si hubieras respirado tres veces másyhabrías muerto»* La edad de 44 años siempre fue una obsesión para Henny y Johan Cruyff. El primero, dos años mayor que su hermano, la alcanzó antes, por supuesto. “Alcanzar los 44 años” es, en casa de los Cruyff, una expresión más apropiada que “cumplir los 44 años”. Ambos pensaban que no llegarían nunca a esa edad, o que sería su punto final. Alberga­ ban cierto fatalismo en sus mentes, ya estaban pensando qué sería de sus esposas y de sus hijos si ellos, de golpe, ya no estuviesen. Fue a los 44 años cuando murió Manus, el padre de ambos, fulminado por un ataque al corazón. El martes 26 de febrero de 1991, Johan aún tiene 43 años, le faltan dos meses para los 44. El y Danny acaban de comprar su casa nueva en Bonanova, cerca de la clínica Teknon. Dejarán atrás la casa pareada donde han vivido los últimos tres años, en el eig deis TiHers de Pedralbes, para instalarse en una blanca torre de ensueño. Además, de paso venden su casa holandesa en Vinkeveen, donde ya apenas pa­ 23

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san tiempo. Acaban de firmar el contrato de arras cuando deciden echar un nuevo vistazo a su adquisición, pero a la vuelta Johan se sien­ te indispuesto. No es la primera vez, sufre sobre todo dolores de estó­ mago. Tiene hora el jueves de esa semana con Caries Bestit, el médico del Barga que ejerce también en la clínica Asepeyo. Pero Danny decide no esperar más y le lleva ese mismo martes a la clínica, donde los médicos se asustan al ver al entrenador, de golpe, convertido en paciente: tiene todos los síntomas de acabar de sufrir un infarto y lo trasladan ense­ guida, de urgencias, a la clínica Sant Jordi, donde deciden operarle al día siguiente y colocarle un doble by. Cruyff sufre una dolencia congénita y se le ha obstruido una arteria coronaria. “Cualquier tipo de emoción o esfuerzo puede ser mortal”, dicen los médicos, encabezados por el cardiólogo Oriol Bonnín, que se extraña de la entereza del pa­ ciente. Como cuando antes operaron a Ronald Koeman del tendón de Aquiles y Cruyff quiso estar presente en el quirófano, ahora también quiere que le informen de todos los detalles de la operación. Si hubiera sido posible, ni le habrían anestesiado para que hubiese podido ver la operación en directo. Pero la intervención es muy complicada: durará tres horas y durante media hora los médicos le pararán el corazón para colocar los byes. Esos días, la Guerra del Golfo está en su punto álgido. Había co­ menzado el 16 de enero con la operación Desert Storm, una ofensi­ va aérea de los aliados contra las tropas de Irak, que habían ocupado Kuwait en el 2000. Y el domingo 24 de febrero se inicia la ofensiva que va a resultar decisiva: un ataque por tierra, la operación Desert Sabré. La noche del 26 de febrero, los tanques iraquíes huyen entre columnas de humo de la capital de Kuwait, donde las tropas sas entran al día siguiente. Se acaba la Guerra del Golfo. Ese 26 y 27 de febrero, sin embargo, Barcelona solo está pendiente de la Operación Cruyff. Y no solo Barcelona. La televisión israelí, después de informar de los últimos pormenores de la guerra, da la noticia del ingreso hos­ pitalario de Cruyff. En el Telenotícies de TV3 lo hacen al revés: “Se ha liberado a Kuwait”, arranca el presentador, “pero primero damos paso a nuestra unidad móvil ante la clínica Sant Jordi. «Joan, ¿cómo está 24

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Johan?»” El reportero contesta que no está del todo claro, que parece que ha sufrido un infarto, pero que está consciente en la UCI. Confusión en las redacciones de los periódicos catalanes de infor­ mación general, donde se origina un debate. ¿Con qué abrir? ¿Cuál será el gran titular de portada? —¿No peligra su vida? —preguntan los directores a sus jefes de deportes. —No, parece que no. —O sea que, morir, no morirá... —No, creo que no. —Pues, Kuwait entonces. Y una foto grande de Johan. ¿Hay fotos de su llegada? Claro que no. Ni de Johan en la UCI, por supuesto. Solo fotos de decenas de equipos de televisión, fotógrafos y periodistas ante las puertas de la clínica. No hay comunicado ni rueda de prensa de los médicos. En E l Periódico de Catalunya, además, el jefe de fotografía llega con una foto espectacular: soldados iraquíes se rinden ante el fotógrafo que el diario ha enviado a la guerra. Cruyff sobrevive finalmente a su guerra personal, ésa que él, de antemano, había dado por perdida. Pero, ahora, la medicina está mas avanzada que en 1959, cuando falleció su padre. “Serás más sano que antes de la operación”, le dice su médico. Dos semanas más tarde, el Flaco es más flaco que nunca. Le acaban de dar el alta, la sala de con­ ferencias de la clínica es un caos, con cámaras y fotógrafos peleándose por el mejor sitio, por una foto del técnico. Después de la conferencia de prensa, que dura más del doble de los 15 minutos previstos, Cruyff se retira a su habitación en la primera planta para recoger sus cosas. Tranquilamente sentado en el borde de la cama, ya comienza a bro­ mear: “Ya nunca os pediré un pitillo”, dice. “A partir de ahora, llevad encima sobre todo chicles.” Con la familia desaparece por una puerta trasera, evitando las cámaras de la salida principal. No será hasta el 10 de abril que volverá a los banquillos, en semifinales de la Recopa ante la Juventus, que el Barija gana por 3-1. Un mes más tarde, el 13 de mayo, el Dream Team consigue la primera de sus cuatro ligas. 25

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“Es diferente cuando alguien te dice: «Yo de ti no fumaría», que cuando un médico te dice: «Si dejas de fumar\ estaremos siemprepara ti;pero, si sigues, aquí no vuelvas más»” Más claros no podían ser los médicos. Si siguiese fumando, Cruyff pondría de nuevo en peligro su salud, su corazón, su vida. El captó el mensaje y fue drástico. Desde que salió del quirófano, ya no tocó jamás ningún cigarrillo. “Ni lo he echado de menos, en ningún momento”, explica. “Fue un cambio drástico, enorme, pasar del tabaco a los chupa chups, pero ésta es la manera más fácil de decidir dejar de fumar. Si recibes un aviso de tal calibre, no le haces caso omiso. Creo, de verdad, que hay algo que nos dirige en nuestras vidas, algo superior. Que me pasara eso no pudo ser casualidad.” Y, de protagonizar un anuncio de una marca de cigarrillos, pasó a colaborar con un espot llamativo contra el tabaco, de la Conselleria de Salut de la Generalitat. Aguanta en el aire, con sus prodigiosos pies, con las rodillas, los hombros y la cabeza, un paquete de tabaco. Mien­ tras, suena su inconfundible voz. “Soy Johan Cruyff. En mi vida, he tenido dos grandes vicios, fumar y jugar al fútbol. El fútbol me lo ha dado todo en mi vida, en cambio, fumar casi me lo quita.” Y así, de defensor de un cigarrillo light, pasó a ser un jinete en su cruzada contra el tabaco, aunque según él cada uno debe hacer lo que le parezca. No condena a otros por fumar, aunque ahora, como a tantos no fumadores y ex fumadores, le pueda molestar. “Si estás en un bar donde la gente fuma, tu ropa luego huele mal. Pero eso me parece bien, prohibirlo en bares y restaurantes, aunque lo mejor sería que, si en un pueblo hay dos bares, prohibir el tabaco en uno y permitirlo en el otro. Así, la gente puede elegir.”

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“De las 100personas que me venían a ver; 99 querían algo de mí. Casi nadie me quería dar algo" El ganador tiene muchos amigos. Cruyff también lo descubrió: cuando era el futbolista más famoso del mundo, le salieron amigos por debajo de cualquier piedra en cualquier calle de cualquier ciudad del mundo. Pero él casi siempre desconfiaba, y sigue haciéndolo. Si alguien quiere hacer algo con él, por ejemplo sacar un libro o hacerle una foto para una portada en una revista, Cruyff cree que es porque quiere ganar dinero a costa de él, gracias a su fama. Siempre ha sido desconfiado con este tema y son pocos los verdaderos amigos que ha dejado entrar en su vida; y a veces fue Danny la que les cerró la puerta de su casa, porque ella desconfiaba aún más. Cruyff, de hecho, tiene solo un gran amigo del alma, Rolf Grootenboer, que nació en el mismo barrio, que vivía en su juventud a 20 metros de la casa de Johan, que estaba también todos los días en el Ajax. Aun ahora, sesenta años después, Grootenboer viaja a menudo a Barcelona para pasar unos días con la familia Cruyff. Asistió, por ejemplo, en segunda fila, el día que el FC Barcelona le entregó a su amigo Johan el título de presidente de honor de la entidad. Grooten­ boer es también uno de los amigos holandeses que cada año celebra la Navidad en casa de los Cruyff. El día después, San Esteban, les toca el turno a los amigos catalanes y españoles. La comida, preparada por cocineros de un restaurante, siempre es muy generosa. Es lo que Johan quiere devolver, entre otras cosas, a sus amigos de verdad, los que no vinieron en su día a pedirle algo, un favor, un poco de dinero, sino que ofrecieron su amistad a cambio de nada, amistades que, en muchos casos, se originaron de casualidad. Amistades que, por cierto, no son eternas en todos los ca­ sos, sino que se rompen cuando Cruyff cree que ha sido víctima de un engaño. Que se lo pregunten a Charly Rexach.

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Tienes que saber lo que no sabes hacer” Parece difícil que eso lo diga Cruyff, el hombre que parece saberlo todo, o saberlo mejor que los demás. Siempre. Pero eso de dedicarse a hacer lo que uno sabe lo aprendió a base de palos, algunos muy gor­ dos. Pronunció esta cita hace poco, cuando fue investido presidente de honor del Barga, ante una sala llena de invitados. Soltó uno de sus discursos, muy suyos, saltando de un tema a otro, y itió sentirse extraño en un puesto de presidente, aunque fuese solo de honor. Por­ que él, decía, lo que mejor sabía hacer en esta vida era jugar al fútbol, y cuando estaba ganando ya mucho dinero, en filas del Barga en los años setenta, dejó que su agente, Michel Basilevitch, invirtiera casi todo su dinero en una granja de cerdos (entre otras algunas inversiones inve­ rosímiles) a través de la sociedad Grupeco de la que el futbolista era accionista mayoritario. Dinero que voló y que obligó a Cruyff a seguir jugando al fútbol más años de lo que esperaba, y de saldar además una deuda con Hacienda de 33 millones de pesetas. De ser el jugador mejor pagado del mundo, el holandés se quedó sin nada, nulo, niente, y de ahí esa gran lección de la vida: hay que saber lo que uno hace. Y lo suyo siempre ha sido el fútbol, aunque al final lo del dinero no le ha ido nada mal.

*"Nunca miro atrás, nunca” Bueno, mirar atrás alguna vez sí que mira, para aprender, por ejemplo. Además, esta frase la dijo en 1982, cuando seguramente no le gustaba nada mirar hacia atrás, hacia ese fracaso económico que le sobrevino en 1979, hacia su forzoso regreso a los terrenos de juego para poder volver a ganar algún dinerillo y no despedirse del fútbol en bancarrota. Además, ¿qué otra cosa podría hacer para tener ingresos? Había regresado a su Ajax de siempre, cuando pocos daban ya un duro por él, por su físico, pero ahí, a los 35 años, volvió a triunfar como 28

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antes, siendo flaco como siempre. Disfrutaba del presente, sin mirar atrás. Nunca le ha gustado mirar atrás. Muchísimos han sido los ofre­ cimientos de escribir y publicar su autobiografía, su única y auténtica historia personal. “No quiero”, ha sido siempre la respuesta de Cruyff, “porque en una autobiografía hay que explicarlo absolutamente todo, sin tapujos, para ser sincero contigo mismo y con los lectores. Y eso, yo no lo quiero.” No quiere, porque guarda algunos cuantos secretos que se llevará a la tumba, el día que sea. No quiere una autobiografía porque le obliga a mirar atrás. Le da bastante igual que otros lo ha­ gan, que la escriban; cuando cumplió 60 años, en 2007, en Holanda salieron hasta media docena de libros dedicados al fenómeno Cruyff. Accedía a otorgar entrevistas a algunos de los autores, pero con la mayoría prefería no tener nada que ver. Esos libros ni le interesan ni los quiere leer.

“Toca a cualquierpuerta” Como muchos otros, no era Cruyff un futbolista aficionado a la literatura, ni a los libros en general. Los dejó después de acabar los estudios y no los volvió a coger hasta décadas más tarde, para pasar el rato con novelas de espionaje o detectives, siempre y cuando no esté ocupado con un crucigrama. Pero al Cruyff joven los entrevistadores siempre le preguntaban cuál era el libro que se estaba leyendo, o cuál era el último que había leído. Y siempre contestaba lo mismo, según recordaba el autor Nico Scheepmaker en Cruyff, Johannes Hendrik,fe­ nómeno, la obra más aplaudida que jamás se haya escrito sobre Cruyff, publicada ya en 1972. “'Toca a cualquier puerta”, decía Johan, refirién­ dose a una novela de 1947 (su año de nacimiento), del autor afroame­ ricano Willard Motley, Knock on Any Door, que en 1949 y en 1960 fue llevada al cine. Una historia sobre un joven inmigrante italiano en EEUU que pasa al crimen por culpa de la pobreza. “Pero, si eso lo contestaste hace un año también”, le decía una popular entrevistadora 29

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en televisión cuando Cruyff volvió a sacar el mismo título a la misma pregunta. “Es que me gustaba tanto que lo estoy leyendo por segunda vez.” Mentira, por supuesto, pero no conocía otro título.

“Me gusta trabajar,pero solo el trabajo que me gusta” Le encanta eso, aunque parece que lo hace casi sin querer: utilizar palabras, repetirlas y darles la vuelta en una misma frase. Y en solo 10 palabras deja sentenciado lo que quiere decir. Más claro, imposible. Ha habido tres épocas distintas en su vida en las que hacía y hace lo que le gusta. Primero, ser futbolista, el sueño de siempre, el trabajo que le ha hecho famoso, rico, reconocido de por vida. Di Stefano, Pelé, Cruyff, Maradona... Hasta la irrupción de Messi, este cuarteto de los mejores de la historia, los que marcaron una época, era inamovible. Después, llegaría el Cruyff entrenador. Una ocupación con más tensión, más política, con más responsabilidad. Podía disfrutar, pero nunca le acabó de convencer del todo. Una estrella quiere tener todo en su mano, pero en el banquillo Cruyff dependía, finalmente, de sus futbolistas, de los goles, de los errores. Sin embargo, volvió a marcar una época: su Dream Team permanecerá en la memoria. Su filosofía sigue siendo la biblia del Barga, pero cuando en 1996, tras ocho años de vértigo, Joan Gaspart le vino a despedir en nombre de Josep Lluís Núñez, Cruyff ya lo tenía claro: no regresaría nunca más a un banquillo. Y si tuviera alguna duda, ahí estaba su mujer, Danny, para impedírselo. A punto de cumplir su marido los 50 años, ella quería a un hombre sano y alegre en casa, sin estrés. Y ahí empezó la tercera época, que aún perdura, y de la que Cruyff está disfrutando más de lo que tal vez se hubiera imaginado. Está entregado a su fundación, a su universidad, viaja por el mundo, opina del fútbol, juega al golf, se pasa un mes en invierno en las islas Mauricio, se relaja en verano en su casa de El Montanyá, en las laderas del Montseny, y gana tanto o más dinero que cuando entrenaba al Barga. 30

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“El humor es el entrenadorpara elpartido de la vida* En realidad, no es una cita propia de Cruyff. La tenía colgada, en un pequeño azulejo decorativo, en su impresionante casa de Vinkeveen, allá por 1971, allí donde, entre los bellos lagos cerca de Ams­ terdam, su mujer, Danny, se encontraba algo incómoda porque todos los domingos los domingueros acudían para poder ver a Cruyff en persona. Error, porque justo los domingos siempre tenía partido, a las dos y media de la tarde, horario habitual en la liga holandesa. El azulejo se lo había regalado alguien, aunque Cruyff no recordaba muy bien quién. Pero en realidad, ese humor, o el sentido del humor, nunca le ha acompañado mucho. Sabe reírse, incluso de sí mismo, pero no es bromista.

“En la vida privada puedes ser simpático. En el deporte, no” Pues igualmente es por eso que, ni en sus incontables conferencias de prensa, ni en sus actos públicos, ni en sus entrevistas en televisión, Cruyff se haya prodigado en demostrar un gran sentido del humor. Siempre ha sido un hombre bastante relajado, pero serio en el traba­ jo, duro en las exigencias. Impecable con sus jugadores, sobre todo. “Cruyff da miedo”, dijo un joven Pep Guardiola. Otros lo confirma­ rían. Ya sea como jugador o como entrenador, para el holandés el fút­ bol era una cosa muy seria. Poca broma.

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“La verdad nunca es exactamente comopiensas que sería* Palabras mayores ya, con las que Johan Cruyff, futbolista, alcanzó un lugar en el templo de los mayores profetas y filósofos de la his­ toria. La lucha por la verdad. Lo que es la verdad o lo que debemos aceptar como verdad comenzó a discutirse ya en época de griegos y romanos. Cicerón decía: “Así es el pueblo: juzga poco según la verdad, sino más según la inspiración del momento.” O Confucio: “No es la verdad lo que hace grande al hombre, sino el hombre lo que hace grande a la verdad.” Mahatma Gandhi lo tenía claro: “La verdad no está en los libros. Habita en el corazón de las personas y se la debe buscar ahí.” Seguía Gandhi, en este aspecto, la filosofía de Buda: “No aceptes lo que escuches de segunda mano, no aceptes la tradición, no aceptes una sentencia solo porque aparece en un libro, ni porque coincide con tu propia convicción, ni porque lo diga el profesor. Sé tu propia luz.” Podría ser Cruyff casi budista sin saberlo. Él nunca sacó sus verdades de los libros. De algunos profesores, sí, sobre todo de los que le guiaron en sus primeros años en el fútbol: sus entrena­ dores, desde Jany van der Veen en los juveniles del Ajax hasta sus dos primeros entrenadores como profesional, Vic Buckingham y Rinus Michels. Pero, al final, siempre ha prevalecido la verdad del propio Johan. Su verdad.

“En el Camp Nou teníamos una capilla. No veía yo la utilidad. Los dos equipos rezaban antes delpartido, pero solo unopodía ganar” Betondorp, que traducido literalmente significa pueblo de hormigón, era un barrio de las afueras de Amsterdam construido en los años 20 con hormigón, entonces un material de construcción muy moderno. 32

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Ahí había cinco colegios y aunque la escuela laica era la más cercana a su casa, los padres enviaron a Johan, igual que a su hermano mayor, Henny, a la Escuela de la Biblia, un colegio protestante. No es que sus padres, nacidos en el barrio obrero de Jordaan, fuesen muy religiosos; todo lo contrario. En Betondorp, la población estaba muy dividida. La mitad era muy creyente: iba a misa los domingos y luego, según la más severa versión del protestantismo, no podía realizar ninguna actividad lúdica o laboral en todo el día. La familia Cruyff, sin embargo, se encontraba en la otra mitad, entre los pecadores, aquellos que los domingos acudían al campo del Ajax, que estaba justo al otro lado de la carretera Middenweg y que atraía como un imán a los chavales y los hombres de Betondorp. “No sé por qué me enviaron a esa escuela, pero no me importaba”, recorda­ ría, Johan, después. “Si recibes educación religiosa, con las canciones de Navidad, algo siempre te queda. Nosotros apuntamos a nuestros tres hijos en Vinkeveen a una escuela católica; lo veía yo como parte de su desarrollo. Luego ya serían ellos quienes decidirían qué harían con lo que habían aprendido ahí. Yo no voy nunca a la iglesia, pero sí pienso en la religión. Creo que, cuando cometo errores muy graves en mi vida, alguien me avisa.” Y, como nunca va a la iglesia, Cruyff tampoco se ha sentado a rezar nunca en la capilla del Camp Nou, pese a que la tradición ha dicta­ do durante muchos años que un párroco reuniera a la plantilla en la capilla para bendecir la temporada que estaba a punto de comenzar. Cruyff pasa de eso. Y tiene otra cita muy parecida a la de arriba para expresar sus dudas sobre el tema religioso: “No creo. En España los 22 jugadores se santiguan antes de comenzar el partido. Si eso ayuda­ ra, los partidos acabarían siempre en empate.”

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“No creoporque no soy creyente. Sí creo que hay algopor allí, pero por eso solo creo en lo que creo que haypor allí” Bueno, es más o menos lo que Cruyff acaba de decir en el comen­ tario anterior, pero esta vez con su estilo inconfundible, sobre todo si sus comentarios no se extraen de algún libro o una entrevista transcrita al papel de un periódico, sino cuando se le transcribe textualmente lo que dice en directo, en televisión por ejemplo. Pero en quien Cruyff cree sobre todo es en sí mismo, que es lo más lógico de un tipo al que sus jugadores le llamaban Dios y que en la prensa fue bautizado como el Profeta del Gol. En Holanda, además, creen que en Catalunya se le conoce como El Salvador, un apodo que seguramente algún perio­ dista holandés se inventó en los años setenta, cuando Cruyff rescató al Barga. Además, como vive en la zona alta de Barcelona, en la ladera del Tibidabo, los periodistas holandeses a veces se refieren a él como a un Mahoma que habita en su montaña y solo baja de ella si realmente le interesa.

“Altpadre me dijo un día:«Nunca tefíes de los que se sienten en laprimerafila en la iglesia; son mejores los de la última»” Siempre ha lamentado, Johan Cruyff, que su padre, Manus, nunca le viera jugar en el primer equipo del Ajax, el club de la vida de Manus, ahí donde se podía pasar las pocas horas libres que le permitía su tien­ da de frutas y verduras. Fue Manus el hombre más orgulloso del mun­ do cuando logró apuntar a sus dos hijos en el club, que solo aceptaba a chavales de cierto nivel futbolístico. Normalmente, siempre había que hacer una prueba de , disputar un partidillo amistoso, pero los 34

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ojeadores del Ajax ya habían visto tocar al pequeño Jopie tantas veces el balón, que estaban convencidos de que podría aportar algo al club. A mediados de los años sesenta, cuando acababa de debutar, Cruyff recordaba en una entrevista el triste episodio de la muerte de su padre a los 44 años. “Quería vender la frutería y montarse un estanco de tabaco porque estaba cansado de cargar siempre con cajas tan pesadas. Yo solo tenía 12 años y estaba en una fiesta del colegio. El maestro me llamó y me dijo que tenía que irme a casa, que algo había pasado, pero no sabía qué. Cuando llegué, delante de nuestra tienda había una am­ bulancia. «Papá se ha puesto malito», me dijo mi madre. Mi hermano y yo tuvimos que irnos a dormir a casa de los vecinos. Ahí nos entera­ mos de que nuestro padre había muerto. Hubiese sido maravilloso si pudiera haber vivido todo esto con nosotros, aunque estoy convencido de que desde algún sitio me está viendo.”

“Hay un Dios: nopuedes hacer cosas malas a la gente sin ser castigado” Las contradicciones forman parte de la vida, del pensamiento y del vocabulario de Cruyff. Debe de ser difícil, también, dar entrevistas desde hace casi 50 años sin caer en paradojas, equivocaciones y con­ tradicciones. Además, la gente evoluciona; Cruyff, también. Pero lo de la religión siempre lo ha tenido bastante claro: “Hay algo por ahí”, pero no cree en Dios. Solo lo saca de la chistera cuando está enfadado, cuando debe saldar cuentas con alguien, como aquel Samuel Jackson en Pulp Fiction, que antes de matar a sus víctimas recitaba un párrafo, adaptado libremente, de Ezequiel 25-17: “El camino del justo se ve asediado por todas partes por las iniquidades del egoísmo y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel que, en nombre de la cari­ dad y de la buena voluntad, pastorea a los débiles a través del valle de la oscuridad, pues él es el verdadero protector de su hermano, el que encuentra a los niños perdidos. Y yo actuaré con terribles venganzas y 35

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furiosos escarmientos contra aquellos que intenten envenenar y des­ truir a mis hermanos. Y sabréis que soy yo, Yahvé, cuando os aplique mi venganza.” O sea, algo así pronunció Johan Cruyff en 1988 des­ pués de que un conflicto con el presidente Ton Harmsen le obligó a marcharse del Ajax, donde había combinado los puestos de director técnico y entrenador. Cruyff quería más poder, exigía una directiva profesionalizada (en el Ajax decidía siempre una asamblea de socios) y acusaba a la direc­ tiva de pagar demasiado poco a las grandes estrellas, como Marco van Basten y Frank Rijkaard, que se acabarían marchando al Milán. Ante la insistencia de Cruyff, Harmsen dijo no saber nada de la promesa verbal que le había hecho de renovar el contrato de Cruyff, que acaba­ ría en el verano de 1988. Tras unos días de tira y afloja, el 7 de enero de aquel año Cruyff se marchó, dejando atrás a una plantilla confusa y pidiendo el castigo divino a Harmsen. Pocos meses después, en el otoño de 1988, Harmsen abandonó también el club; una investigación de Hacienda destapó irregularidades en los fichajes de algunos juga­ dores y el ex presidente fue condenado a una elevada multa y a prisión provisional. Harmsen murió en 1998, sin que la directiva de entonces le dedicara algunas palabras de recuerdo.

“¿Por qué me das la mano,Judas?” Nunca los testigos presenciales han querido revelar exactamente qué pasó aquella calurosa mañana en las oscuras entrañas del Camp Nou, donde apenas había ventanas ni entraba nunca la luz del día. Fue Joan Gaspart, vicepresidente del Barga, que bajaba con un tre­ mendo, casi insoportable peso de conciencia las escaleras a la zona de vestuarios. Él y Johan Cruyff eran amigos. O, al menos, se llevaban bien. Fue el único interlocutor de la directiva que el entrenador había aceptado desde su llegada en 1988. Con el presidente, Josep Lluís Núñez, nunca había habido sintonía, solo peleas verbales a distancia. 36

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Gaspart era diferente, según Cruyff, que acusaba a los directivos del fútbol de estar dirigiendo los clubes solo por intereses propios. En el hotelero Gaspart, sin embargo, pudo ver la auténtica pasión por el fútbol, un amor casi enfermizo por el Barga que le impedía, víctima de la angustia, presenciar en directo los momentos más tensos de la temporada. Eran las diez menos cinco de la mañana del 18 de mayo de 1996. —-Johan...—empezaba Gaspart, estrechando la mano. —¿Por qué me das la mano, Judas? Has venido para acabar con­ migo. Cruyff ya se lo olía, el día antes del encuentro en casa con el Celta de Vigo, el penúltimo partido de una temporada decepcionan­ te, llena de tensiones. Ya habían aparecido incluso portadas con su sucesor, Bobby Robson. Tres horas duraba finalmente la reunión en los vestuarios mientras que jugadores se entrenaban sin el técnico ho­ landés. Amenazas y reproches volaban de un lado a otro, igual que al­ gún taburete o silla desplegable. Fue el propio Gaspart quien, después, reveló otra frase, durísima, que le había lanzado Cruyff en el calor de la discusión, en el barrizal de la decepción más profunda. Una frase muy parecida a la que había dedicado a Harmsen en el Ajax: “Dios es justo y llegará un día que pagaréis por esto. De hecho, ya ha comen­ zado a castigaros.” Gaspart relataba que Cruyff se refería a una nieta de Núñez, fallecida recientemente. Le pidió que retirara sus palabras, que, si no lo hacía, no había más remedio que despedirlo inmediata­ mente. El propio Cruyff nunca ha querido dar su visión de aquella mañana, que concluyó cuando a las 12:48 Joan Gaspart leyó ante los medios de comunicación un breve comunicado: “El Fútbol Club Bar­ celona ha decidido prescindir de los servicios del señor Johan Cruyff a partir de hoy mismo.” Se acabaron, de mala manera, 2.936 días y 430 partidos oficiales, con 250 victorias, 97 empates y 83 derrotas. Y Dios se preguntaba qué había fallado.

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“Solo Dios sabe cuánto tiempo hemos tenido que esperar a este momentofantástico” El 10 de marzo de 1999, cinco años antes de que el 11-M quedara relacionado para siempre con los terribles atentados en Madrid, Jo­ han Cruyff recibió lo que no había podido recibir casi tres años antes, cuando le destituyeron el día anterior al del último partido de aquella temporada en el Camp Nou. Consiguieron, él y el Dream Team, el homenaje que se merecían, aunque en épocas convulsas, extrañas. El dúo Núñez-Van Gaal había borrado del mapa azulgrana, en los dos años anteriores, cualquier huella de Cruyff, de su legado, y ahora veían cómo el Camp Nou se llenaba en una noche increíblemente emotiva para despedir sobre todo a Cruyff, con tres años de retraso. “Gallina de piel”, titulaban los periódicos el día después. Una ovación larguísima, con casi 100.000 personas de pie, hizo que, tal vez por primera vez en su carrera, se viera tragar saliva a Cruyff, a ese holandés frío que nunca dio muestras de gran euforia ni de cualquier tipo de emoción. Había recibido un aplauso de los periodistas en su última conferencia de prensa, el día que le habían destituido, el 18 de mayo de 1996, y ahora le tocaba la de los culés. Esa noche, no había división en aquellas gradas, no existía una lucha entre el nuñismo y el cruyffismo. No hubo referéndum, solo un sentido homenaje. Finalmente, cuando los aplausos desfallecían, Cruyff logró decir unas palabras. Las primeras, evocando a su Dios de siempre, aquél en el que no cree pero que le acompaña en los momentos más im­ portantes, y dirigiéndose indirectamente al palco presidencial: “Solo Dios sabe cuánto tiempo hemos tenido que esperar a este momento fantástico...”Aplausos. Después, dijo una de las suyas: “En nombre de los jugadores y en el mío, solo quiero deciros una cosa: disfrútate [jiV] y hasta después del partido.” Sus nietos, Jeshua y Gianluca, le entre­ garon un ramo de flores. Luego, en un vídeo que se proyectaba en las pantallas, recordaba a sus jugadores. Laudrup, “el artista”, según Cruyff, “el traidor”, según los culés, porque se había marchado al Madrid, pero esa noche recibió 38

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tanto calor de la afición —no era momento de reproches— que casi rompió a llorar. Fue, el danés, el más aclamado, junto a Stoichkov (“el más agresivo”, decía Johan); Koeman (“el pase más fino”); Bakero (“un auténtico líder”); Txiki (“el más listo”); Romário, ausente (“el mejor de todos”); Amor (“nunca fallaba”) e incluso el famoso Romerito (“si le marca al Madrid, le hubiesen aclamado”), y, al final, la familia, ahí sí, con cierta amargura, ánimos de revancha: yerno Angoy (“fue crucifi­ cado”) e hijo Jordi (“intentaron estropearle”). Y acabó con una prome­ sa: “Vuelve el Dream Team. Vuelve el espectáculo.” Y volvió el Dream Team, casi al completo. Jugaba aquella noche con el equipo titular formado por Zubizarreta, Juan Carlos, Koe­ man, Soler, Goikoetxea, Witschge, Bakero, Begiristain, Julio Salinas, Laudrup y Stoichkov. Enfrente, el Barga holandizado de Van Gaal: Hesp, Abelardo, Frank de Boer, Reiziger, Xavi, Sergi, Luis Enrique, Cocu, Figo, Kluivert y Rivaldo. Acabó el encuentro en 2-0, con goles de Kluivert y Giovanni, pero eso fue lo de menos. Como tampoco tuvo ninguna importancia que Louis van Gaal se refugiara rápida­ mente en el vestuario cuando el árbitro, Antonio Jesús López Nieto, pitó el final y comenzó la despedida definitiva, el adiós para siempre. ¿Para siempre?

“¡Mierda, me he olvidado el chicle!” Pocas supersticiones se le conocen a Cruyff, aunque cada jugador de fútbol tiene sus manías. El Cruyffjugador se imponía un ritmo fijo, un ritual concreto antes de cada partido: cambiarse 15 minutos antes de salir al campo, un breve masaje tres minutos antes y no salir nunca del vestuario antes de que se haya ido todo el mundo. En el último momento, coger un chicle y metérselo en la boca. A la hora de sacar del centro, tarea de la que siempre se ocupaba Cruyff, primero escupía el chicle y le daba una patada. Si el chicle caía en el campo del rival, saldría un buen partido para el Ajax. Cuando se olvidó del chicle en 39

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un partido ante el Spartak Trnava, en 1969, sufrió una lesión. Y dos meses antes le había pasado lo mismo jugando la final de la Copa de Europa contra el AC Milán. Se había olvidado del chicle y el Ajax perdió por 4 a 1. Sí, reconocería Cruyff después, durante el partido había pensado algunas veces en el fallo del chicle, una omisión debida a los nervios de jugar su primera final europea, a los 22 años.

“La gente de Barcelona, los catalanes, no separecen en nada a los españoles. Separecen unpoco a los de Amsterdam, aunque tienen bastante menos sentido del humor. Solo si ganan al Madrid se ríen mucho” Dos citas seguidas sobre el aterrizaje del joven Johan en Barcelona. Estas son de 1974, tras poco menos de una temporada en el Barga, y con ellas intentaba explicar a los holandeses lo que había encontrado aquí. Pese a estar cerca, y pese a ser los holandeses muy viajeros, Es­ paña era aún un país algo exótico. Buena parte de la gente, sobre todo los intelectuales, se negaba a venir de vacaciones a las costas españolas para no financiar el régimen dictatorial de Franco. Ir a España erafeo, aunque la clase obrera hacía ya poco caso a esos impedimentos mora­ les. El propio Cruyff ya había viajado, con Danny y algunos amigos, tres veces a España para pasar las vacaciones, antes de fichar por el Barga. Estuvieron en Malgrat de Mar, Lloret de Mar y Mallorca, todo muy distinto, muy virgen en comparación a como son ahora. Y ahíJ o ­ han casi solo hacía una cosa: jugar al fútbol en la playa con sus amigos y con gente, también holandeses en su mayoría, que se iba sumando. Pero es distinto ir de vacaciones a un país que irse a vivir. El am­ biente es diferente, ya hay obligaciones, exige una mayor adaptación a las costumbres. Cruyff fue de los primeros holandeses famosos que se instalaban en Catalunya, aunque más de cuatro siglos antes le había precedido otro, llamado Adriaan Florenszoon Boeyens, nacido el 2 de 40

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marzo de 1459 en Utrecht. Este sacerdote fue escogido a principios del siglo xvi por el emperador Maximiliano I para que educara a su nieto Carlos, hijo de Felipe el Hermoso y Juana de Castilla, más co­ nocida como Juana la Loca. El sacerdote holandés acompañó a Car­ los años después a España donde fue proclamado como rey Carlos I. Como recompensa, Adriaan Boeyens pudo instalarse enTortosa como arzobispo, aunque, en contra de su voluntad, también tuvo que ejer­ cer de gran inquisidor. El hombre acabó siendo, durante solo un año, el Papa Adriano VI en Roma, donde murió de manera misteriosa y sospechosa. Pero pese a ese precedente tan lejano en el tiempo, los holandeses conocían poco de Catalunya. Las famosas costas del Mediterráneo eran españolas y fue Cruyff quien en una entrevista intentó explicar que los catalanes —compartía vestuario con unos cuantos— no eran iguales que los españoles, sino que eran más serios, más trabajadores.

“La gente en España es más alegre, tiene menos mala leche que en Holanda. Se quejan menos. Hay menos suicidios, menosproblemaspsíquicos. Menos criminalidad Y las ciudades son más limpiasw Nunca se arrepintió la familia Cruyff de emigrar a Barcelona. Les gustaba la ciudad, pero también todo el país. Además, Barcelona ya no era solo catalana: acababa de terminar la gran inmigración desde Andalucía y Cruyff, aparentemente, se impregnaba de esa alegría an­ daluza que parecía reinar en las calles. Seguramente dijo sin conocimiento de causa aquello de los suici­ dios, pero estaba seguro de que el buen tiempo influía en el ánimo de la gente. Y eso de la criminalidad lo sigue manteniendo ahora: “Es la única ventaja de una dictadura, como aquella de Franco, que se come­ ten menos crímenes. Para nosotros, España era un país muy seguro.” 41

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Hasta los grises velaban por su seguridad a la hora de sacar de córner en un campo de fútbol: en una histórica foto del campo de Murcia, en un partido de 1974, se ve a Cruyff de pie, entre espectadores, y en primera fila cuatro serios policías. Los mismos grises que, por cierto, le sacaron una vez del campo cuando el árbitro le había expulsado y él se negaba a abandonar el terreno de juego. Pero la marcha a Catalunya les fue bien a los Cruyff porque sobre todo Danny estaba cansada ya del acoso de la gente en Holanda; la fama de su marido ya no iba con ella. “Los domingos venía gente a nuestra casa, a ver si veían a alguien a través de las ventanas...”, explicaba ella. “¿Eran tontos? Los domin­ gos, Johan jugaba a fútbol; nunca estaba.”

“En cierto sentido, seguramente soy inmortal” Lo dice en los dos sentidos, figurado y literal. Literal, porque él cre­ yó, durante casi toda su vida, que iba a morir a los 43 ó 44 años, igual que su padre Manus. Una vez superada su crisis cardiaca, justo a esa edad, para Cruyff cada año ha sido un regalo de la vida, del destino. Ya son casi 20 años más, 20 años de regalo de la vida, 20 años en los que ha disfrutado más de lo que nunca había disfrutado antes. Se acabó la tensión diaria del fútbol, llegaron los nietos. Fallecían otros, su suegro, Cor Coster, y su propia madre, Nel, a los 90 años. Buena edad ya, nada que lamentar. Los hijos han llegado todos a buen puerto, más o menos. Su fundación ha ayudado a ya no se sabe cuántos niños construyendo campos de fútbol en barrios degradados o acogiendo en su universidad. a jóvenes ex deportistas para desarrollar su formación. Todo lo que tenía que hacer en la vida ya lo ha hecho, y aun así sigue vivo. Y lo seguirá, seguramente, porque apenas tiene problemas de salud. Inmortal en el sentido figurativo lo será por su nombre. A la espera de que Leo Messi, aún demasiado joven para ser una leyenda, se una a su lista, Johan Cruyff ya forma parte desde hace tiempo de un pe­ queño grupo legendario. Para la mayoría de aficionados en el mundo, 42

Escuchando a Cruyff

el grupito lo componen solo tres. Por orden cronológico: Pelé, Cruyff y Maradona. Los españoles siempre han querido añadir a Di Stéfano y a los ses les gustaría incluir a Zidane, pero esos tres primeros fueron los que marcaron tres increíbles épocas del fútbol, tres décadas consecutivas, los años sesenta (Pelé), setenta (Cruyff) y ochenta (Ma­ radona). Son, además, nombres casi irrepetibles, ni en sus países de origen hay muchos más que lleven el mismo, como si, para ser estrella o un genio, uno no pudiese llamarse Da Silva, De Vries o García.

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Capítulo 2

La esencia delfútbol

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Buscando opiniones de Johan Cruyff sobre el fútbol, el de antes y el de ahora, el de aquí y el de allí, el de los suyos y el de los otros, se pueden encontrar muchísimas más que las 39 aquí seleccionadas —y unas cuantas más en el capítulo sobre el Barga y el Ajax—, que, en su conjunto, forman una muestra bastante representativa de las ideas del Profeta del Gol. Táctica, técnica, cerebro, visión, educación, italianos, alemanes, holandeses, todo y todos pasan por la mente privilegiada, y a veces incomprensible, de un analista nato. Tiene una opinión sobre cualquier cosa relacionada con el fútbol, tiene sobre todo su propia opi­ nión sobre cómo se debe o se debería jugar al fútbol, un juego pensado para divertir a quienes lo practican y a quienes lo ven desde las gradas. No debería ser un pasatiempo de tanto sufrimiento, sino una manera de disfrutar, de olvidar un rato las otras preocupaciones. Es la cosa más importante de las cosas que no tienen importancia, aunque escuchando a veces a Cruyff se podría llegar a pensar que es la cosa más importante que existe en el mundo. Para él, desde luego, es su vida, casi entera. Ya empezaba a hablar y filosofar sobre el fútbol a finales de los años sesenta, recién cumplidos los 20. Una vez hubo salido de la calle, don­ de lo aprendió, una vez superado el obligatorio paso de las categorías infantiles, donde mejoró, Cruyff llegó pronto a la cima, una montaña muy elevada desde donde comenzaba a divisar el fútbol desde otra perspectiva, como si fuese un iluminado. Pero sus impresiones no las quería guardar para sí mismo, sino compartirlas con los mortales que no entendemos tanto del juego. Tal vez por eso el holandés se hizo entrenador, para hablar, pensar y reflexionar aún más de lo que ya lo hacía siendo jugador. Pocos otros sabios del balón han profundizado tanto en el juego como lo ha hecho Cruyff. Tal vez Marcelo Bielsa, Arrigo Sacchi y últimamente otro obsesionado: Pep Guardiola. Hom­ bres inteligentes, o listos, para quienes el juego no se reduce solo a ver rodar la pelota. Pero ninguno de ellos tiene tantas citas ya históricas en su poder como Johan Cruyff. 46

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“Elfútbol es sencillo;pero lo más difícil esjugar de manera sencilla alfútbol* Para él es fácil decirlo. Desde muy pequeño, el fútbol era sencillo para Johan Cruyff. Vivía en Betondorp, el barrio a la sombra del esta­ dio De Meer, el histórico campo del Ajax, donde observó los entrena­ mientos del primer equipo, irando al delantero Henk Groot, uno de sus ídolos. El jugaba en la calle, primero. Los domingos sus padres le obligaron a ponerse la ropa bonita: chaquetilla y a veces corbata. Aburrido, se sentaba en la calle, daba vueltas sin sentido, hasta que su padre, amante del fútbol, le permitía cambiarse. A los 12 años le ins­ cribieron, junto a su hermano mayor, Henny, en el Ajax, donde, igual que en la calle, siempre fue el más pequeño. Hay fotos de sus primeros años, de un viaje con juveniles a Bielefeld, en Alemania, donde todos los jugadores parecen ya adultos excepto uno. De Kleine {el Peque), le llamaban todos sus amigos y compañeros. También su padre: “El Peque sabe hacer de todo con la pelota”, de­ cía Manus orgullosamente. Johan o Jopie parecía desaparecer, con un abrigo demasiado grande, y sus piernas parecían cerillas al lado de los jamones impresionantes de algunos de sus compañeros. Pero, al ser siempre inferior físicamente, aprendió a jugar de manera sencilla, a pasar el balón rápido y bien, o a saltar a tiempo para evitar las entradas de los rivales. Driblar fue la supervivencia para él, pero aún más lo fue mirar continuamente dónde estaban sus compañeros y por dónde le venían los rivales. Así crecía en Amsterdam un tesoro que el resto de Holanda no conocería hasta que el 15 de noviembre de 1964 “un gran talento” debutara en el primer equipo del Ajax en una salida a Groningen, donde les esperaba el GVAV. El Ajax perdió por 3 a 1; Cruyff marcó el único gol, tras un rechace del portero rival. Al día siguiente, su presencia apenas merecía una línea en las crónicas de los periódicos, que resaltaban sobre todo su juventud.

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“Elfútbol sejuega con el cerebro” Johan Cruyff es listo, más que inteligente. No era un prodigio en el colegio, también porque el césped le atraía más que el aula. Autodidac­ ta en muchas cosas, ayudado en la vida por tío Henk, su segundo padre, el que sería el nuevo compañero de vida de su madre, era el típico listillo que podía desesperar a los mayores. También en el Ajax, donde algunos jugadores treintañeros recibían instrucciones en el campo de un imberbe de 18. Cruyff miraba, hablaba, dirigía, mientras el balón seguía cosido a uno de sus pies, daba igual si fuera el derecho o el izquierdo. Compartía la delantera con auténticos cracks de la época: Piet Keizer, con su zurda prodigiosa, seguramente el mejor extremo izquierdo de todos los tiempos en Holanda; Sjaak Swart, por la dere­ cha, y Henk Groot, junto a Cruyff, en la punta. Pronto le llamaron ya el estratega sobre el terreno: tenía una visión espectacular del juego, lo interpretaba antes que nadie. El cerebro, su cerebro, era solo fútbol. El mismo cerebro con el que, dos décadas después, revolucionaría el fútbol como entrenador.

“La táctica decide a dónde va un balóny la técnica, cómo llega ahí’* Tema la suerte de dominar casi a la perfección estos dos aspectos básicos del fútbol. Cruyff, ya como jugador, era un gran estratega, po­ día dibujar la táctica desde su posición adelantada en el terreno de jue­ go, dirigir desde el central hasta el extremo derecho. Y disponía de una técnica endiablada, preciosa, ágil. Dribló como solo uno había hecho alguna vez en el fútbol holandés antes que él, un hombre alto y espiga­ do que, como futbolista, ha sido su primer y único gran ejemplo, pese a que no le vio jugar mucho. Faas Wilkes era el rey del dribling, asombraba en los años cincuenta con unas jugadas espectaculares que le llevaron como primer holandés 48

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a firmar un contrato en el extranjero, algo que le costó la expulsión de la selección, ya que el fútbol en Holanda era puramente amateur y estaba prohibido ganar dinero con el balón. Wilkes triunfó en el Inter de Milán y el Torino antes de ser el primer holandés también en jugar en la liga española. Maravilló en el Valencia, donde hubo que ampliar las gradas del Luis Casanova por la cantidad de gente que quería ver a aquel holandés errante que vivía en un piso en la Malvarrosa, encima del restaurante La Pepica, donde aún conservan en las paredes fotos suyas. Luego, igual que Cruyff, pasó una temporada en el Levante. Wilkes era de Rotterdam; Cruyff, de Amsterdam. Pero esa rivalidad tradicional entre las mayores ciudades de Holanda no pudo restar punto alguno a la iración que Cruyff profesaba a quien, también por su carácter aventurero e indisciplinado, fue su gran predecesor.

“Elfútbol consiste básicamente en dos cosas. Primera: cuando tienes lapelota, debes ser capaz depasarla correctamente. Segunda: cuando te lapasan, debes tener la capacidad de controlarla” Es una de las muchísimas teorías que Cruyff mencionaba y expli­ caba en sus diálogos con el escritor Sergi Pámies, y que en el 2002 llevaron a la publicación del libro Me gusta elfútbol. Uno de los po­ quísimos libros, por cierto, que han sido publicados en Catalunya y en España sobre el antiguo número 14. Mientras que en su país natal existen más de una veintena de libros dedicados a Cruyff—solo por su 60 cumpleaños se publicaron seis— , aquí el interés de explicar su vida y su filosofía ha sido mucho menor. En 1973, Josep María Casanovas, el posterior editor del diario Sport, fue pionero al escribir un libro sobre Cruyff nada más aterrizar éste en Barcelona, con información privilegiada y detallada sobre el fichaje y los primeros meses del holandés en el Barga. Pero aquel Una 49

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vida por el Barga ha tenido poco seguimiento a lo largo de los años, y eso que Cruyff siempre ha sido un foco de interés, estuviera donde estuviera, hiciera lo que hiciera. En 1994 hizo escribir Mis futbolistas y yo y, más recientemente, su Me gusta elfútbol fue una pequeña biblia con sus mandamientos particulares, muchos centrados en el balón, en el tipo de juego que él siempre ha promovido. Esta cita refleja a la perfección a uno de los jugadores básicos en el sistema táctico que aplicó Cruyff siempre, el cuatro, el hombre que recibía el balón y al mismo tiempo ya sabía qué hacer con él. “Sobre la posesión del balón se dicen muchas barbaridades”, explicaba Cruyff. “Tener el balón no significa tenerlo y punto. Hay que saber qué hacer con él.” Pep Guardiola fue su mejor versión del cuatro, el jugador que siempre sabía qué hacer con el balón. Una versión que, con el tiempo, se fue perfeccionando y avanzando un poco sobre el terreno de juego, acabando en la magia de Xavi Hernández.

“En unpartido solo hay tres minutos, repartidos en fragmentos durante todo el encuentro, en los que todo se decide" Curioso que eso lo diga precisamente Cruyff. Es verdad que un gol, una falta, una jugada decisiva solo ocupa una ínfima parte de esos 90 minutos de un partido de fútbol, pero, como entrenador, el holan­ dés nunca se dedicó demasiado a aprovechar al máximo esos tres mi­ nutos que, según él, son decisivos. Porque parte de esos 180 segundos podrían ser las faltas o los córners, pero si algo aburría a Cruyff en los entrenamientos eran los ensayos de las jugadas de estrategia. Fue, en ese sentido, un técnico de la vieja guardia; amaba dema­ siado el juego colectivo, las largas jugadas de ataque y los prodigios individuales. A él le parecía un pecado probar fortuna con una falta ensayada. Esas eran cosas de los técnicos que él considera que vienen 50

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de la escuela teórica, no de la práctica, como él; entrenadores que in­ cluso han estudiado en un INEF, pero que nunca alcanzaron la cima como futbolistas. Hombres más de pizarra que de la improvisación que tanto le ha gustado siempre a Cruyff. Aun así, su mayor logro como entrenador del Barga lo debe el holandés a dos jugadas de falta. Primero, el milagroso gol salvador de Bakero en Kaiserslautern, que dio al equipo el pase agónico a la final de Wembley. Y segundo, allí, en el gran teatro del fútbol de Londres, aquel histórico 20 de mayo de 1992, en la prórroga, una falta decisi­ va, gloriosa, que sí tenía aspecto de haber sido ensayada, aunque de una manera muy light. Ronald Koeman, ¿quién, si no?, iba a chutar la falta, a más de 20 metros, pero antes Hristo Stoichkov le dio un pequeño toque al balón y José Mari Bakero lo paró, colocándolo en una posición idónea para que el holandés pudiera engañar y superar la barrera. Fueron no tres minutos, sino solo tres segundos en los que se decidió un encuentro que para el Barga significaría el fin de los la­ mentos históricos y de su eterno complejo de inferioridad. Por cierto, en las imágenes justo después del gol, se ve a Cruyff saltar por las va­ llas de publicidad. No para celebrarlo, qué va, porque Cruyff apenas celebraba victorias ni lloraba las derrotas; mientras Wembley se venía abajo, él solo pensó en acercarse al césped para ordenar un cambio.

“La visión es lo más importante. Con eso domino el 90% delfútbol. Tocar un balón es lo menos importante” El concepto visión puede incluir varias cosas en una. Cruyff, el Cruyffjugador, se refería a lo que veía en el campo, a cómo se movían sus compañeros, a cómo les marcaban sus rivales, a dónde estaban los huecos, a dónde no había que meterse, a cómo se situaba el portero. O sea, la visión es mirar y, a la vez, entender el juego. Y todo eso con el balón en los pies. 51

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“Elfútbol es unjuego de errores. Gana el que menos errores comete* Una frase de 1989, aunque desde entonces Cruyff la ha repetido has­ ta la saciedad. O con una pequeña variación: “Son los detalles los que deciden un partido.” Sería, en realidad, una opinión más apta para un técnico resultadista, centrado en provocar que sea el rival quien cometa los errores decisivos en lugar de apostar por las propias cualidades, ven­ cer por mérito propio. Pero, curiosamente, en los años siguientes, los hechos darían la razón a este argumento de Cruyff: de las cuatro ligas seguidas que ganó el Dream Team, entre 1991 y 1994, tres fueron deci­ didas por errores garrafales del rival, aunque fuera a distancia. En 1992 y 1993 fue el Real Madrid, que, yendo líder, sucumbió a la presión en Tenerife y entregó el título con un punto de diferencia a los azulgranas. En 1994, el serbio Djukic tenía en sus botas el primer título en la historia del Deportivo de La Coruña cuando, en los últimos minu­ tos de una temporada vertiginosa, erró ante el Valencia un penalti. El Barga igualó a los gallegos en puntos y acabó primero. Por supuesto, ahí Cruyff no quiso hablar demasiado de los errores de los rivales. O les daba una vuelta de tuerca más: si el Madrid y el Depor cometieron esos fallos decisivos, fue por la presión que el Barga ejerció desde muy cerca. Como siempre, algo de razón tenía. Sin presión alguna, Djukic seguramente no hubiese fallado el penalti ni Paco Buyo, el portero del Madrid, y su honorable defensa con hombres como Sanchís y Chendo se hubiesen extraviado dos años seguidos por el Heliodoro Rodríguez.

“El mejor métodopara enseñar a un niño ajugar a fútbol no esprohibir, sino orientar” El fútbol base siempre ha sido una de las obsesiones de Cruyff. Lle­ va años quejándose de su Ajax, de la mayoría de los clubes holandeses, 52

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grandes en su época, aquellos que en 1970 (Feyenoord) y los tres años siguientes (Ajax) ganaron la Copa de Europa y dominaron el fútbol europeo. Holanda, aparte de la selección, ha desaparecido del primer plano futbolístico. “Porque han dejado morirse las canteras, ya no se trabaja bien ahí”, ha insistido Cruyff una y otra vez. Se quejaba de que los clubes compraban demasiados extranjeros que impedían el paso a los juveniles de la cantera. Y se quejaba de los métodos, del corsé en que se iba metiendo cada vez más a los chavales. “Antes”, dice Cruyff, “te divertías en el campo; cuanto más joven, más juguetón se es. Eso no hay que limitarlo, no hay que encorsetarlo en un dibujo táctico, sino que hay que estimular; que se busquen la vida. Ganar aún no es tan impor­ tante. Pero no me han hecho caso, y mira cómo va el fútbol holandés.” Fue Cruyff quien, a su llegada al Barga en 1988, obligó a que todos los equipos inferiores, desde benjamines hasta el Barga Adétic, juga­ sen como el primer equipo; muchas veces con un 3-4-3. Fue el inicio de la doctrina azulgrana, la filosofía de Cruyff llevada al extremo, lite­ ralmente al extremo. Es lo que, además, tanto ira en Lionel Messi: que, pese a haber crecido, pese a ya no tener la edad de un alevín, sigue jugando como tal, como en la calle, pero con los aprendizajes de los valores del fútbol, del compañerismo, de la importancia del sacrificio y del equipo, valores que le han inculcado durante años en la Masia. Orientar, pero no prohibir.

“Cuando depequeño entrenaba en elAjax, cada jugador tenia supropio balón, con su nombre. El balón era tu amiguito. Ahoraparece más tu rival\ como si te quemara en lospies” Otra vez, el balón, el mimo a la pelota. Cruyff había sido educado futbolísticamente de esta manera. Al fin y al cabo, es lo que más les gusta a los chavales cuando juegan al fútbol, tener el balón, como en el patio del colegio, en el parque de la ciudad o en la plaza del barrio. Por 53

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eso, cuando era entrenador, todos los entrenamientos de Cruyff gira­ ban alrededor del balón; los rondos que montaba a sus jugadores eran interminables. Ahí y así, en un espacio de apenas 25 metros cuadrados, aprendían los principios básicos del decálogo de Cruyff, ponían en la práctica la tabla del Moisés del fútbol: desmarcarse y colocarse bien, dar un buen pase y controlar bien el balón a la hora de recibirlo. Sufi­ ciente, según él, para vencer en el terreno de juego. Suficiente en esa época, cuando el físico importaba bastante menos que ahora, cuando el fútbol aún se encontraba en su época más conservadora a la hora de aplicar nuevos métodos e incorporar nuevas disciplinas, tanto en la preparación física como en el cuidado en general, con dietas concretas incluidas, de los jugadores.

“Hace dos añosy medio no lograba llegar a la portería lanzando un córner” Ya en enero de 1966 el joven Cruyff, con solo 18 años, daba sus pri­ meras entrevistas. Hablo con un periodista de Het Parool, el gran dia­ rio local de Amsterdam, sobre sus progresiones en el terreno de juego. Todo el mundo se sorprendía de las capacidades de aquel adolescente tan flaco, no muy alto, es decir, casi un peso pluma. Pero, Johan, contó que antes había sido peor, que a los 15 años no lograba meter el ba­ lón en el área pequeña cuando tiraba un córner. Sus entrenadores de la primera época, Jany van der Veen y Keith Spurgeon, le obligaron a hacer mucha gimnasia, ejercicios de fuerza, montarse a alguien a la espalda y flexionar las rodillas, por ejemplo. También le colocaban pesos en los pies, que tenía que levantar para aumentar la musculatura de sus delgadas piernas. Así que a los 18 años, decía, había ganado ya en fuerza para poder medirse con los defensas de la primera división holandesa y, ademas, en dos años había crecido unos 15 centímetros, hasta alcanzar los 1,78 metros. Por tanto, tiene una estatura media, no es ni muy alto ni muy bajo. 54

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“Debes serya más duro con los mejores cuando solo tienen 8 ó 10 años. A ellos siempre hay que echarles la culpa si algofalla” Numerosos han sido los conflictos de Johan Cruyff con sus mejores jugadores. No con las piezas menos imprescindibles, con un lateral, por ejemplo, sino con sus estrellas, con los hombres que deben llevar el peso del equipo, con los delanteros, pero también con los líderes, sean porteros, centrales o puntas. Marco van Basten, Frank Rijkaard, Dennis Bergkamp, Hristo Stoichkov, Ronald Koeman y Romário; todos han tenido sus peleas con el técnico. Si son los mejores, razona Cruyff, deben ser capaces de recibir los palos, de hacerse responsa­ bles de los fallos de todo el equipo. Y deben dar algo extra. Y, si no, Cruyff ya les ayudaría a corregirlo, a aprender, aunque con métodos poco suaves. El mismo lo recordaba cuando hacía debutar a Bergkamp en el Ajax, a los 17 años. “Jugaba de extremo derecho, pero en el juvenil, antes de subirlo al primer equipo; primero le pusimos un mes de late­ ral, además con un extremo que nunca bajaba a defender. Así Dennis aprendía que, cuando sería extremo, debería cumplir también con su trabajo defensivo, obedecer.”Y otro tema, otro de los típicos trucos de Cruyff: “Dennis tenía una cara bonita y apenas remataba de cabeza. Le pusimos en punta, obligando a los extremos a dar centros por arri­ ba; ahí, Dennis recibía unos cuantos golpes que le ayudaron a madurar, a crecer, a endurecerse.” Aun así, también quería inspirar confianza a este tipo de jugadores: “Siempre les decía: eres mejor que todos los demás, solo hace falta jugar como tú sabes.”

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Elproblemapara entender las enormes tensiones mentales de losfutbolistas nace de la extendida creencia de que son todos idiotas" Es una de esas frases que han tomado vida propia por los foros de Internet, pero de las que es imposible ya hallar el origen, es decir, se ignora cuándo y por qué Cruyff la pronunció. Sin embargo, se le pue­ de atribuir fácilmente. Fue él quien comenzó a luchar, hace ya 40 años, para demostrar que los futbolistas no eran idiotas. Por idiotas les tomaban, según él, los directivos de los clubes, hombres, tal vez, con más estudios y conocimientos financieros que los jugadores a quienes les colaban unos contratos que beneficiaban mucho al club y apenas al futbolista. Cuando Cruyff comenzo a presentarse en las reuniones y negociaciones con un representante —su suegro, Cor Coster—, hubo gente, tanto del Ajax como de la federación holandesa, que quiso pro­ hibirle la entrada al mánager, una figura que desconocían. Poco a poco, viendo los buenos resultados y los contratos millo­ narios que Cruyff comenzaba a firmar, incluidos los de publicidad o patrocinio, otros futbolistas iban buscando también representantes que defendieran sus intereses. A veces fue el propio Cruyff, en caso de la selección o después en el Barga, que se erigió en defensor de los intereses economicos de sus compañeros, negociando primas y otros asuntos. Y aunque carecía de estudios —ni siquiera acabó lo que ahora sería la ESO— siempre ha sido un tipo espabilado y listo, más que in­ teligente. Más listo, desde luego, que muchos directivos o empresarios, muchos de los cuales desconocían el mundo del fútbol y las cantidades de dinero que empezaban a moverse en él. Ocurrió una vez, en 1991. Recuperado de su infarto, Johan dijo desde su cama en la clínica Sant Jordi, ante la cámara de una televisión holandesa, que ya no pediría nunca un cigarrillo a nadie. “Traedme algún chicle , bromeaba, cuando aún no había descubierto el dulce pa­ recido entre tener un cigarrillo en la boca y un chupa chups. El direc­ tor de una gran compañía de chicles en Holanda vio la entrevista por televisión y se le ocurrió escribirle una carta a Cruyff, preguntándole 56

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si estaba interesado en protagonizar una campaña publicitaria. Cruyff pidió a un periodista holandés que llamara al empresario aquel, a ver qué quería y qué ofrecía. —Buenos días, ¿está el señor director? —No, no se encuentra en su despacho. ¿Puedo dejarle un recado? — Sí, llamo de parte de Johan Cruyff. —Un momento, por favor, ahora se pone. Y el señor director se puso al teléfono, por supuesto, en su despa­ cho. Hablaron de las posibilidades. Cruyff, en realidad, ya lo tenía todo pensado. —El señor Cruyff está dispuesto a rodar un anuncio y venir dos ve­ ces al año a Holanda a dar una charla para sus empleados, con alguna otra actividad, si hiciera falta. —¿Y cuánto debería costar eso? —preguntaba el muy holandés di­ rector de los chicles. —Bueno, pues unos tantos millones de pesetas. —¿Y cuánto es eso? —Pues, 100 pesetas son dos florines. —O sea, debo pensar en tantos miles de florines. —No señor, le debe añadir dos ceros todavía. El director de los chicles nunca más volvió a llamar. Debió de pen­ sar que aquel Cruyff estaba loco. Pero idiota, no.

“Me gustaría que se diesenprimaspor el buenjuego, sin mirar el resultado9 No sorprende que esta frase haya salido de la boca de Johan Cruyff. Lo que llama la atención es la fecha de la cita, en 1967, cuando apenas tenía 20 años y llevaba su segunda temporada completa en el primer equipo del Ajax. El conjunto de Amsterdam todavía no había alcanza­ do la fama que poco después le llegaría, aun perdiendo en Madrid por 4-1 ante el AC Milán, cuando disputó su primera final de la Copa de 57

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Europa en 1969. El joven artista Cruyff ya sabía lo que más le gusta­ ba a la gente, ver fútbol espectacular, justo cuando había desapareci­ do el clásico dibujo táctico de los años cincuenta y sesenta con hasta cinco delanteros: el punta, dos interiores y dos extremos. A esa edad, Cruyff ya era un nostálgico, aunque a la vez un revolucionario.

Elfútbol está hechopara elpúblico. Lo que más le gusta a la gente es verjugar al ataque;pues, ataca“ Lo dijo en 1986, cuando en sus primeros años de entrenador ma­ ravillaba con el Ajax, aunque el PSV le arrebató dos veces seguidos el campeonato holandés. A Cruyff apenas le dolía. Estaba orgulloso del juego de su equipo. Ya aplico una filosofía a la que siempre se ha mantenido fiel, sin obsesionarse por los resultados. Una filosofía por la que el mundo del fútbol siempre puede estarle agradecido, aún más cuando en finales de la Champions o a lo largo de aburridas eurocopas y mundiales abundan los encuentros en que los equipos se dedican a impedir que el rival marque, finales en las que un equipo de calidad como el Inter puede conformarse con solo el 30% de la posesión del balón para hacerse con la victoria. Suerte también que Cruyff haya tenido muchos aprendices aven­ tajados que luego se han convertido en fieles apóstoles de su teoría, unos con más suerte o convicción que otros. Aquel equipo del Ajax de 1987, el día que debutaba Bergkamp, estaba compuesto por Menzo, Blind, Rijkaard, Spelbos, Silooy, Wouters, Mühren, Bosman, el propio Bergkamp, Van Basten y Van ’t Schip. Todos, absolutamente todos, son ahora entrenadores o quieren serlo. Y lo mismo ocurre con un buen puñado de aquel Barga del 92. Pero también ha tenido, finalmente, otros seguidores inesperados: hombres experimentados como Luis Aragonés y Vicente del Bosque, que han elevado la se­ lección española a niveles desconocidos en la historia gracias a la filosofía del Barga, de Cruyff. 58

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“Mejor hundirte con tu propio criterio que con el de otro” Si perdía, Cruyff quería perder a su manera, con su estilo, con su filosofía. Una filosofía, sin embargo, que en algunas ocasiones confundía. Sobre todo cuando el Barga jugaba en el Bernabéu. Pa­ recían los únicos días del año que el técnico hacía concesiones, que adaptaba su equipo inicial a las habilidades del rival: miraba más en frenar a los blancos que en sorprenderles con alguna idea ma­ gistral suya. Pero, cuando Cruyff habla de criterio, habla de todo en la vida, no solo de la táctica en el campo. Como técnico se fue del Ajax en enero de 1988, porque el club no quería seguir su camino, porque estaba cansado de luchar contra la directiva, el presiden­ te Ton Harmsen, la opinión pública. Lo mismo, irse él mismo, le hubiera gustado hacer en el Barga, porque Cruyff es de los que prefieren mantener siempre el control. Pero ahí le sorprendieron Núñez y Gaspart, en mayo de 1996, a dos jornadas del final de la Liga. Tan traumática fue esa salida obligada que tardaría 13 años en volver a aceptar dirigir de manera oficial a un equipo, la selec­ ción catalana.

“Puedes sacar unprestigio y una iración enormes de unajinalperdida” No le gusta mirar atrás, pero con el paso del tiempo a Johan Cruyff le duele cada vez menos hablar de uno de los peores momentos de su carrera, la derrota de la selección holandesa en la final del Mundial de 1974. Incluso ya le ha dado por completo la vuelta a la tortilla: “En el fondo, ese partido me ha allanado el resto de mi camino por el fútbol. Es alucinante cuánta gente me habla, aún ahora, casi 40 años des­ pués, de aquella final. Incluso cuando estoy de vacaciones en África. 59

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Esa final tiene que ver con dos cosas que aplico también en mi vida: calidad y rendimiento. Si quieres calidad sin rendimiento, puedes ir a los columpios a divertirte. Y rendimiento sin calidad es para abu­ rrir hasta a las ovejas. En aquel momento estaba fastidiado, pero fue la primera vez que llegamos tan lejos, que no está tan mal para un país pequeño como Holanda. Ganamos a Argentina y Brasil, todo el mundo disfrutaba muchísimo. En la final, ya no era ganar o perder, ya habíamos hecho alegre a la gente, igual como lo está haciendo el Barga en los últimos años.” Pero, diga lo que diga Cruyff ahora, aquel lunes después de la final de Múnich toda Holanda estaba traumatizada. Aquel equipo de ensueño (Jongbloed, Krol, Rijsbergen, Suurbier, Haan, Jansen, Van Hanegem, Neeskens, Rep, Cruyff, Rensenbrink) iba a vengar­ se, sobre un campo de fútbol, de la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Al perder, el trauma iba a durar 14 años más, hasta que Holanda gano, en Alemania, la final de la Eurocopa88, tras derrotar a los anfitriones en la semifinal. El país estalló en júbilo y olvidó 1974. O, al menos, el recuerdo se iba edulcorando, incluso en la memoria de Cruyff, cuando precisamente él fue uno de los jugadores que en la final del 74 no alcanzó su nivel de los partidos anteriores. Mucho se ha hablado en Holanda de las causas de la inesperada derrota. Una, la más manejada, fue el escándalo de la piscina: el diario sensacionalista Bild Zeitung publicó el día antes de la final fotos del Waldhotel, lugar de concentración de la selec­ ción holandesa, donde los jugadores celebraban el pase a la final con algunas mujeres desnudas en la piscina. Dicen que las esposas de los jugadores, en casa, estallaron en cólera. La que más, Danny Cruyff, que habría estado toda la noche llamando a Johan al hotel. La estrella holandesa apenas pudo conciliar el sueño... Es uno de esos episodios, seguramente, por los que Cruyff no quiere escribir una autobiografía. Aun así, permanecerá la Oranje de aquel año más tiempo en la memoria que la Oranje finalista que perdió en el 2010 ante España y que por fin quería eliminar ese trauma de las finales mundiales per­ didas. Pero, en Johannesburgo, Holanda renunció a su estilo, a sus 60

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raíces, a sus genes, algo que molestó mucho a Cruyff. “Si optas por jugar tan duro y sucio, muy alejado del estilo propio, al menos tienes que ganar. Pero Holanda escogió el camino equivocado.”

“Si el que manda es débil, los demás serán aún más débiles” Cruyff casi siempre fue capitán de los equipos en los que jugaba. Li­ derazgo natural, se llama eso. Ha dado, por ese motivo, muchas confe­ rencias ante empresarios, y un ex ministro holandés, Pieter Winsemius, le dedicó un libro aplicando su filosofía al mundo de los negocios. Cruyff como entrenador siempre ha exigido a los capitanes de sus equipos que fuesen auténticos jefes del vestuario. En el Ajax, quedó decepcionado con Frank Rijkaard, por su timidez natural, incapaz de ejercer de líder de los demás. En el Barga, le encantó Alexanco. “Ni siquiera juega”, ex­ plicaba, “pero, si él dice «vamos», todos le siguen, nadie se queda atrás. Eso es carisma”. Un líder, un capitán, según Cruyff, no permite que el equipo se venga abajo, siempre irá delante, tanto en el partido como en el entrenamiento o en el vestuario. Curioso, por eso, que escogiese a un portero, Andoni Zubizarreta, como capitán en el campo, algo de lo que, de repente, años después, parecía arrepentirse. Le quitó el brazalete para pasárselo a Bakero, cuando nadie lo esperaba ni lo entendía.

“La creatividad no está reñida con la disciplina ” Cruyff tiene imaginación, por supuesto. Hasta tal extremo, que a veces es tan incomprensible que pocos le entienden. Su fútbol, desde luego, fue muy creativo. Se inventaba jugadas sobre la marcha, im­ provisaba, y si le salía bien se había inventado otra genialidad. Desde 61

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los banquillos quiso seguir predicando esa creatividad, el fútbol que más le gusta, el del atrevimiento. Ya no podía ser tan influyente, creía, como en el mismo terreno de juego, aunque acabó imprimiendo un modelo, un estilo que, años después, llevó a dos selecciones con su se­ llo, España y Holanda, a enfrentarse en la final de un Mundial. Ganó el que más fiel se había mantenido y Cruyff se mostró muy decepcio­ nado con una Holanda que traicionó a su estilo, que jugó muy sucio, que intentó vencer a España a base de patadas. Pero, como muchos ex jugadores que en su época de fútbol intenta­ ban de todo para despistar o engañar a su entrenador y escaparse, por ejemplo, del hotel de concentración, Cruyff intentó imponer disciplina cuando era entrenador. No tan exagerado como el general Rinus Michels o, después, Louis van Gaal; pero quería cierto orden. Dentro y fuera del terreno de juego. Quería que los jugadores le hicieran caso, que siguieran sus instrucciones, aunque una vez construido el funda­ mento les daba libertad de saltarse a veces las instrucciones y probar fortuna. Pero, según explicaba a Sergi Pámies, “la libertad solo es ad­ misible si se produce el máximo rendimiento, y debe estar bastante controlada en todo momento. Soy el primero que disfruta viendo cosas creativas sobre el terreno de juego; pero, terminar una jugada creativa, imaginativa, eso es más difícil. Y, si tomas la decisión de ir solo, vale, de acuerdo, pero entonces el último pase tiene que ser perfecto.”

“Unportero mepreguntaba: «Si entrapor la escuadra, ¿qué hago?» Yo le decía: «Pues aplaudir»” Johan Cruyff siempre ha tenido una relación extraña con los por­ teros, algo de amor y odio. Lo suyo, como jugador, era batir a los porteros del rival, y si en el Barga el gol más bonito que se le recuerda es el que marcó, suspendido en el aire, a Reina, del Atlético de Ma­ drid, en Holanda apuestan por una vaselina desde más de 20 metros, en plena carrera, con la que ridiculizó a Ton Thie, del ADO La Haya. 62

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Fue también el responsable de que el mejor portero holandés de la historia —hasta la irrupción de Edwin van der Sar— apenas disputara partidos con la selección y estuviera ausente en el Mundial de 1974. Jan van Beveren, guardameta del PSV, no era del agrado de Cruyff y, en una dura batalla entre el clan de Amsterdam y los provincianos del PSV, ganaron los del Ajax. En el Mundial defendió la portería Jan Jongbloed, el que internacionalmente siempre ha sido considerado el eslabón más débil de aquella Naranja Mecánica. Como entrenador, le gustaban más los porteros que participaban activamente en el juego, que jugaban casi siempre delante de su área y que tenían cierta técnica con los pies. En el Ajax defendió a muerte a Stanley Menzo, pese a unos cuantos errores que cometió. En el Barga mantuvo durante seis años la confianza en Andoni Zubizarreta, cuan­ do el tipo de juego del vasco no era precisamente el que buscaba Cruyff. A veces se decía que el holandés, amante del fútbol ofensivo, descui­ daba la parte defensiva, aunque las cifras demuestran que el Dream Team casi siempre encajaba menos de un gol por partido: 33 en la liga ganada en 1991,37 en 1992 y 34 en 1993, aunque rompiera ese límite con 42 en 1994. Sin embargo, en el otro lado de la balanza, pesaban más los 91 goles marcados. Peores registros tuvo después Louis van Gaal, que ganó dos ligas con 56 y 43 goles en contra. Frank Rijkaard y Pep Guardiola, adeptos y devotos del Profeta del Gol, adoptaban su filosofía, pero perfeccionaban la retaguardia, con lo que Rijkaard ganó dos ligas con 29 y 35 goles en contra y Guardiola, con 35 y 24. Pese al buen balance, Cruyff decidió en 1994, sorprendentemente, prescindir de Zubizarreta, en el mismo aeropuerto de Atenas, tras perder la final europea contra el Milán, y apostar por Caries Busquets, dotado de una gran habilidad con los pies, casi imbatible en el uno contra uno pero muy discutido por su inseguridad en otros aspectos. Tan curiosa ha sido la relación de Cruyff con los porteros, que in­ cluso uno se le coló en casa, en su familia: Jesús Mariano Angoy fue el primer marido de Chantal Cruyff y el padre de los dos primeros nietos de Johan, uno de los cuales, Joshua, juega en las categorías inferiores del Barga, pero no de portero, como su padre, ni de delantero, como su abuelo, sino de lateral. 63

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“Si en el campo no hablaras, sería comojugar con sordomudos* La frase procede de finales de los años sesenta. Johan Cruyff acaba­ ba de cumplir 20 años, pero en el campo, entre jugadores todos mucho más curtidos que él, no paraba de hablar. Lo mismo había hecho ya en la calle, con sus amigos —que, por otra parte, jugaban con quien él decidía y en el fútbol base, pese a que siempre le tocaba jugar una o dos categorías superiores a la que le correspondía según su edad. Ha­ blaba y hablaba, como luego hablaría como entrenador, cosa que podía cansar enormemente a jugadores como Rijkaard o Laudrup. Un jovencísimo Cruyff explicó en una entrevista en el diario Het Parooly de Amsterdam, de dónde venía su afán de hablar siempre. Eso de los sordomudos, se lo había dicho el seleccionador de Holan­ da, Georg Kessler, un alemán de madre holandesa que sería uno de los técnicos mas irados del fútbol holandés. Kessler le explicaba que, a la final del Mundial de 1966, en Wembley, habían llegado los dos equipos, Inglaterra y Alemania Occidental, que más hablaban sobre el terreno de juego. Lo había sacado de alguna extraña es­ tadística. “Siempre hay que hablar en el campo”, dijo Cruyff en la entrevista. Aunque parecía que él siempre lo veía todo, confesaba que no lle­ vaba ojos en la espalda: Cuando recibo un balón y debo controlarlo, no puedo ver si hay alguien desmarcado por la izquierda o por la de­ recha. Los otros jugadores también deben gritar, llamar la atención.” Por hablar, hasta hablaba con los árbitros, intentando influir en ellos, quejándose continuamente, dándoles instrucciones, casi. O a los riva­ les, incluso. Lo recordaba una vez en el diario E l País, muy gráficamente, Jorge Valdano, que llegó a enfrentarse una vez a Cruyff, al que él llamaba el gobernador, en un partido de Copa en el Camp Nou entre el Barga y el Alavés. El gobernador se hacia suyo el partido desde el primer mi­ nuto. Organizaba, protestaba, daba órdenes, pedía explicaciones y de vez en cuando tenía la deferencia de dejarnos jugar un rato al fútbol. 64

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Yo lo iraba, pero esa noche, en el que me robaba un partido que también era mío, me cansé de él. A mitad de la segunda parte se paró el partido por una falta inocente y Johan protestaba a su manera. Ya que el árbitro no paraba de darle explicaciones, yo le preguntaba que por qué no le daba también el silbato. Y aproveché el momento para proponer a Cruyff que se quedara con el balón y que nos dejara a los demás con otra pelota, porque también teníamos derecho a jugar. Me miró con cierta misericordia y me preguntó mi nombre. «Jorge Valdano», le respondí. «¿Y cuántos años tienes?», prosiguió. Y yo, obediente: «Veintiuno». Entonces me miró de una manera que expresaba que yo a esa edad no tenía nada que decir y desde sus gloriosos 30 años me dio una bofetada dialéctica: «A Johan Cruyff, con veintiún años, se le trata de usted.»”

“Odio a los que se muevenpero sin saber a dónde” Aún no era entrenador —corría el año 1981, en plena aventura norteamericana—, cuando Cruyff ya se quejaba de algunos compañe­ ros y de su manera de jugar al fútbol. Era el problema de un genio que esperaba que todos fueran como él, o que le entendieran a la perfec­ ción. Pero ninguno alcanzaba su nivel y no todos le entendían; en Es­ tados Unidos, desierto futbolístico entonces, aún menos. Por supuesto que le gustaba que los jugadores se movieran, para desmarcarse, para ofrecer una alternativa al pase. Cruyff también se movía, pero corría lo justo. Tenía muchos argumentos para eso, que luego aplicó también como entrenador.

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“Mis delanteros solo deben correr 15 metros, a no ser que sean estúpidos o estén durmiendo ” Fueron unas palabras que hicieron alucinar al pequeño y perezoso Romário de Souza Faria cuando llegó al Camp Nou en 1993, proce­ dente del PSV Eindhoven. No por lo de “estar durmiendo”, que bien podría haberse referido Cruyff directamente al brasileño, experto en llegar tarde a los entrenamientos por haberse dormido, y eso que en sus noches de discoteca solo solía beber coca-cola. Además, la nostál­ gica mirada de Romário, muchas veces ausente, y su voz empalagosa y suave, hablando a un ritmo extremadamente pausado, solo reforzaban la sensación de estar tratando con un tipo bastante dormido. Pero no fue por eso que se sorprendió Romário. Todos los entrenadores que había tenido, sobre todo en esa Holanda fría y trabajadora, le insistían en que tenía que jugar en equipo, bajar a defender. Cruyff, no. Cruyff quería que guardara todas sus fuerzas para esos 15 metros decisivos, camino de la portería rival, o para molestar al portero a la hora de sacar el balón.

“Sijuegas con dos delanteros, elportero pasa casi siempre el balón a un lateral" Muchas de las cosas que ha dicho Cruyff en su carrera —que, por cierto, como entrenador ha sido relativamente breve, de 1984 a 1996, ya que se retiró cuando todavía no había cumplido los 50 años— con­ tienen una lógica aplastante, quizás porque poca gente haya afirmado cosas semejantes con tanta claridad y aplomo como él. Esta cita es la que apoya su sistema preferido, un 3-4-3 (o, si las circunstancias le obligaban a eso, el ligeramente más conservador 4-3-3), un sistema con la denominación de origen holandesa. Aun ahora, los equipos más modestos de Holanda juegan con tres delanteros i no renuncian prác­ 66

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ticamente nunca a los extremos. Sin embargo, en la selección oranje se ha jugado a menudo con solo dos delanteros porque no había extremos de calidad para mantener el 4-3-3 en un gran torneo; algo extraño en un país donde desde benjamines hasta juveniles no se conoce casi otro sistema como el del delantero centro y dos extremos. Pero, además de fijarse en la ventaja ofensiva de los tres delanteros —ampliando el campo y estirando, así, la defensa rival—, Cruyff también veía una uti­ lidad defensiva en su sistema, porque casi siempre obligaba al portero del adversario a sacar en largo.

“Cuatro atrásy cuatro en el medio campo no puedenfuncionar,porque entonces desaparecen los triángulos” Esta frase tiene una segunda parte, una continuación que explica la primera: “Siempre debes tener triángulos, para tener dos opciones de pasar el balón.” Es la explicación ofensiva —y no defensiva, como la anterior— para abominar del 4-4-2, que es ya casi el modelo uni­ versal en el fútbol, aunque hay entrenadores que ya se conforman con solo un jugador en ataque. Para Cruyff—como para Guardiola ahora—, un ataque empezaba atrás, con un juego esmerado de construcción. Odiaba el pase largo, incluso un despeje indiscriminado, sin sentido. Y aquel 4-4-2 coloca a dos filas de jugadores casi en la misma posición sobre el campo; ambas, con dos futbolistas en el centro y dos pegados a la banda. Así, los triángulos que quería ver Cruyff, o sea un jugador con el balón y dos opciones de pase, se convertían en rectángulos, más fáciles de defender por el rival y con solo una opción de pase o a veces ninguna.

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"El técnico que inventó los carrileros debería estar colgado de un árbol. Todos le copiaron,y desaparecieron los extremos” Cruyff insiste en el tema, y lamenta sobre todo que el fútbol se haya convertido en un juego cada vez más defensivo, por lo que han au­ mentado las precauciones —tendencia visible, por ejemplo, en el úl­ timo Mundial. El ex entrenador se quejaba, por ejemplo, duramente del cambio que se había producido en Brasil, el abandono definitivo del jogo bonito para, bajo la batuta de un antiguo centrocampista batallador como Dunga, apostar por la fuerza. Cruyff, decía, no se compraría una entrada para ver jugar a Brasil, y, como sus palabras llegaron incluso hasta ahí, Dunga se vio obligado a responderlo, diciendo que no tenía derecho a hablar porque nunca había sido campeón del mundo. Un buen carrilero, por cierto, no está mal, si juega como siempre han hecho algunos laterales brasileños, como antes Cafu y ahora Maicon y Alves.

“Si no marcas a unjugador; nopuede desmarcarse” Nunca fue Cruyff muy partidario del mareaje personal a la estrella del rival. Con sus a veces incomprensibles teorías se inventaba solucio­ nes para problemas que a otros les parecían difíciles de resolver. Uno de los casos más famosos fue éste, tal como lo expresa en la frase: el delantero centro del adversario es un crack, un goleador nato, acostum­ brado a pelearse con uno o incluso dos defensas centrales. Muchos de estos puntas puros y duros están acostumbrados a tocar poco el balón. Deben pelear por las pocas pelotas que les lanzan sus compañeros, desde atrás o desde las bandas. Parte fundamental de su juego es la ha­ bilidad de desmarcarse del pegajoso defensa, de perderle de vista justo en el momento oportuno. Hugo Sánchez, en el Real Madrid, fue un prodigio en este sentido. Prácticamente todos sus goles los marcó de 68

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un toque; no necesitaba una jugada individual, un regate. Solo se des­ marcaba, ya cerca del área pequeña, para que un compañero le pasara el balón y él pudiera chutar a portería. ¿Solución de Cruyff? Dejar a un delantero de este tipo sin mareaje. De repente, el punta se ve perdido en un mar de espacio, no sabe dónde meterse para recibir balones, porque ya no tiene la referencia de los defensas que solían perseguirle. Sobre el papel, una solución genial, aunque a veces bastante dudosa a la hora de ponerla en práctica.

“Hay que chutar; si no, nopuedes marcar" La base del fútbol en su expresión más sencilla. Lo podría ha­ ber dicho cualquiera: entrenador, jugador o incluso espectador. Pero, como lo dijo Cruyff, adquiere un sentido especial, un significado em­ blemático. Parece resultado de una sabiduría extrema, pero converti­ da en la sencillez más básica. Hay que chutar, ¡quién lo diría! Cruyff tiró mucho a portería. Los cálculos varían, pero en total el holandés debe haber marcado unos 425 goles en 750 partidos oficiales, una media de más de un gol por cada dos partidos. Y eso que tuvo tem­ poradas decepcionantes, porque después de marcar 16 goles en los 26 partidos en su primer año en el Barga (además de otros ocho en la Copa) siguieron unos años de vacas más flacas que el propio Cruyff: 7, 6, 14 y 5 goles, respectivamente, fueron sus números magros en la Liga, con un promedio de 30 partidos disputados. En la camiseta azulgrana nunca llegó a las cifras espectaculares del Ajax, que, todo hay que decirlo, jugaba en una liga mucha más floja y desequilibrada que la española. Ahí alcanzaba una media de 25 goles cada tempo­ rada. Mucho menos decisivo, en el aspecto goleador, fue en su tardío regreso a la liga holandesa: en sus dos años en el Ajax no pasaba de los siete goles, en la temporada de despedida con el Feyenoord marcó 11. Pero en esos tres años, como treintañero avanzado, ya se había retirado de la primera línea de fuego, se erigía en el dirigente que 69

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siempre había sido, pero ahora desde el mediocampo, como anticipo de su paso a los banquillos, como entrenador. Por cierto que esta cita, “hay que chutar, si no, no puedes marcar”, es una de las más célebres de Johan en Holanda, donde un libro con ocurrencias suyas la llevaba como título.

“Si nosotros tenemos el balón, ellos no pueden marcar” Otra de esas sentencias con bastante lógica, pero que ni siquiera así muchos entrenadores, incluso en el siglo xxi, quieren aplicar. Re­ galan el balón al adversario, construyen un muro defensivo y esperan con paciencia que sus hombres tengan un buen día y se escapen una vez con acierto de sus trincheras. Cruyff siempre quiso tener el ba­ lón, y en eso fue muy importante la influencia de sus tres primeros entrenadores como profesional, Vic Buckingham, Keith Spurgeon y Rinus Michels. Curioso que dos de ellos fueran ingleses, procedentes de la cultura de la patada, del balón largo, de esos partidos en que los centrocampistas acaban sufriendo tortícolis de tanto ver el balón pasar por arriba de lado a lado. La cima absoluta de esta teoría la alcanzó, con Michels y su fútbol total, un equipo, primero el Ajax y luego Holanda, donde los late­ rales no eran meros defensas, sino que subían por las bandas para lanzar centros perfectos, donde los centrocampistas repartían el ba­ lón como un cartero veterano las cartas en su barrio y donde los delanteros intercambiaban sus posiciones continuamente, dejando a los defensas atontados. En aquellos tiempos, no había ordenadores o buenos relojes para calcular la posesión del balón, pero un equipo como aquella Holanda, capaz de humillar a selecciones como Argen­ tina y Brasil, la campeona del mundo, debió controlar esa pelota a la perfección. No está mal recordar en cifras el paso de Holanda por aquel Mun­ dial que finalmente perdió: una fase de grupos en la que venció a 70

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Uruguay (2-0) y Bulgaria (4-1) y empató con Suecia (0-0). Una se­ gunda fase, también en grupos, en la que quedó emparejada con Ar­ gentina, Brasil y la RDA, mientras que la anfitriona, la República Federal Alemana (RFA), tuvo un camino más fácil ante Polonia, Sue­ cia y Yugoslavia. La Argentina de Carnevalli, Perfumo, Houseman y Kempes fue atropellada con un 4-0 espectacular (dos goles de Cruyff, uno de Rep, otro de Krol), la RDA fue derrotada con un 2-0 (Rep y Rensenbrink) y la guinda fue el 2-0 ante Brasil, el partido que iba a decidir el finalista, con goles de Cruyff y Neeskens (que después del Mundial ficharía por el Barga) ante un equipo en el que jugaban los herederos de Pelé: Zé Maria, Jairzinho, Rivelino, Paulo Cezar, Carpegiani y Dirceu, entre otros. La final, que los holandeses ya de­ berían olvidar, arrancó ante Alemania con un tempranísimo penalti de Neeskens en el minuto dos, remontado ya en la primera parte por otro penalti, de Breitner, y un gol de la gran pesadilla holandesa, el bomber Gerd Müller.

“Si tienesposesión de balón, no hacefalta defender; porque solo hay un balón” A veces, las sentencias de Cruyff parecen contradictorias. Puede llegar a decir que el fútbol se juega un 90% con la cabeza y solo un 10% con el balón, pero en otros discursos esa pelota es el eje central de su argumento. Esa posesión del balón, claro, es fundamental. Ya lo decía Vicente del Bosque el día antes de la final del Mundial: ganará el que tenga el balón. Suena lógico, aunque hay excepciones, como el Inter de Milán de Mourinho, que dejó el balón al Barga en las semifinales de la Liga de Campeones y acabó ganando, recuperando el antiguo catenaccio, que tan buen resultado había dado a los italianos. Pero, felizmente, son excepciones los equipos que renunciando siempre al balón acaban llevándose los premios, y en todas las ligas europeas ha habido clu­ bes que evolucionaban el fútbol de su país, desde el Milán de Arrigo 71

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Sacchi, pasando por el Barga de Johan Cruyff, llegando al Arsenal de Arséne Wenger y acabando, hace poco, en el Bayern de Múnich de Louis van Gaal. Equipos que querían y quieren tener el balón, para mimarlo, y que, en el caso del Barga, no cambian la filosofía aunque haya un cambio de entrenador.

“Llegas a tiempo al balón o llegas tarde. Si llegas tarde, hay que salir a tiempo ” Insistía Cruyff siempre en la idea de que el fútbol no solo se jue­ ga con el balón, sino que la posición de los jugadores sin la pelota es aún más importante, desmarcándose para poder recibir un pase pero también sabiendo dónde, cuándo y a qué velocidad llegará ese pase. Cuestión también de conocerse bien los jugadores, de saber las pre­ ferencias o cualidades de cada uno, de saber si un delantero prefiere recibir el balón en los pies o en profundidad. El jugador Cruyff parecía estar siempre en todos los sitios, incluso en unas jugadas que no eran típicamente suyas, pero que sí le dieron dos de los mejores goles de su carrera. Dos acciones que tienen que ver con otra célebre frase suya que comentamos a continuación.

“A un centropuedes llegar tarde, demasiadopronto o justo a tiempo” Fueron dos goles no muy alejados, entre ellos, en el tiempo. El pri­ mero, conocido como el gol imposible, lo marcó en diciembre de 1973. A un pase de Rexach, Cruyff voló a media altura con la pierna derecha en una posición de kárate, sorprendiendo al portero del Adético de 72

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Madrid, el ex azulgrana Miguel Reina. “Yo seguía la trayectoria de la pelota”, explicaría Reina después en el diario AS, “la vi fuera y en estas apareció Johan. Fíjense en la cara de sorpresa que tengo en la fotogra­ fía. Cruyff voló en la esquina del área pequeña y cuando remató ya me fue imposible reaccionar: ya estaba dentro.” Justo medio año después, Holanda se enfrentaba a Brasil en el Mundial de Alemania. Ganaba la Naranja Mecánica gracias a un gol espléndido de Johan Neeskens, que aquel verano ficharía por el Bar­ ga, cuando Holanda construyó una de las jugadas más perfectas que recuerdan al fútbol total de aquella selección. El central Wim Rijsbergen hacía llegar el balón con una vaselina, superando a un delan­ tero brasileño, al lateral Ruud Krol, que, mientras subía por la banda izquierda, dio un pase a Rob Rensenbrink, el extremo izquierdo, que, para hacerle un hueco a su compañero, se había desplazado al centro. Rensenbrink, en una pared extraordinaria, devolvió el balón a Krol, que seguía galopando pegado a la banda, y casi al llegar a la línea de fondo soltó un centro ligeramente alto. Pero ahí volvió a volar Johan con un pie a la altura de la cabeza (aparentemente, prefería rematar así que con la cabeza) para marcar el decisivo 2-0.

*Los italianos nopueden ganarte,pero sípuedes perder con ellos* “Ojo”, decía Johan Cruyff en mayo de 1995, cuando el Ajax había llegado sorprendentemente a la final de la Liga de Campeones, en Viena. Bueno, sorprendentemente no, porque jugaba con un equipo for­ mado por Van der Sar, Rijkaard, BUnd, Seedorf, Davids, Kluivert, los De Boer, Litmanen y unos cuantos más, todos dirigidos por Louis van Gaal y jugando un fútbol atractivo, moderno, típico holandés. Pero en la final esperaba el Milán, campeón actual, que el año antes había hu­ millado al Barga en Atenas (4-0). Una final, la de 1994, que no apoyaba precisamente esa tesis de Cruyff, porque si algo hicieron los Maldini, 73

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Donadoni, Albertini y Massaro (para mencionar solo a algunos de los italianos, porque además estaban los extranjeros Boban, Desailly y Savicevic) fue ganar al Barga por méritos propios. Pero, bueno, el aviso de Cruyff al Ajax tenía cierta gracia, parecida a la histórica sentencia de Gary Lineker de que el fútbol es un juego de 11 contra 11 y en el cual siempre salen ganando los alemanes. No son verda­ des absolutas e irrefutables, pero todo el mundo entiende perfectamente la opinión que esconden, el tópico que define a un país y a su fútbol. Y eso era, y siempre ha sido, Italia, con equipos que no pueden o ni siquiera quieren ganarte, pero que sí logran que pierdas ante ellos, que es un ma­ tiz bastante importante, aunque el resultado final es el mismo. Y, si no, que se lo digan a Pep Guardiola y a sus hombres, tras la eliminación en la semifinal europea del 2010 ante el Inter de Mourinho, portugués que se ha hecho muy propio el adagio de los italianos, que ha recuperado el catenaccio. Y eso, para un holandés atrevido como Cruyff, siempre es el mayor pecado del mundo, querer ganar sin querer atacar, esperando únicamente el fallo del otro, que siempre llegará, tarde o temprano. Aunque tampoco tenía razón Cruyff en aquella final del 95; fue el Ajax que jugó casi como los italianos, que no creó muchas oportuni­ dades hasta que el suplente Kluivert, a pase de Rijkaard, conectó un disparo agónico pero certero para batir a Sebastiano Rossi y darle al fútbol holandés la última alegría antes del ostracismo que aún dura.

“Nunca sería entrenador del Roma. Ahí hay una pista de atletísmo alrededor del campo; es lopeor que puede haberu En realidad, Cruyff nunca ha tenido ninguna relación con Italia, con o sin pista de adetismo alrededor del campo de fútbol. No le gusta el fútbol italiano, rácano y especulativo. Nunca fue tentado de ir allí, 74

Escuchando a Cruyff

incluso lo desaconsejó a pupilos suyos que sí se atrevieron a desafiar al calcio. Unos triunfaron (Van Basten y Rijkaard en el Milán), otros fra­ casaron (Bergkamp en el Inter). Y eso que, como jugador, Cruyff vivió pocas experiencias ante rivales italianos, aunque sí muy importantes. En la selección jugó solo un partido contra Italia, un 3-1 en el otoño de 1974, cuando marcó dos goles a Dino Zoff. Con el Ajax, perdió la final de la Copa de Europa de 1969 contra el Milán (4-1 en Madrid), pero ganó esa final contra el Inter tres años más tarde (2-0), marcan­ do los dos goles, y contra la Juventus, en 1973 (1-0, gol de Johnny Rep). Por lo demás, solo dos partidos más en toda su carrera, contra el Nápoles y el Lazio Roma.

“Dales una oportunidady te marcan dos goles” Otra vez los italianos. ¡Cuánta manía les tenía! Les tiene aún. La frase es del 2008, la última Eurocopa, antes del encuentro en la prime­ ra fase. Pero Holanda asombró, ganó por 3-0, contra todo pronóstico, incluso el del sabio Cruyff. E Italia no marcó ningún gol.

“Si los alemanes ven que nopueden ganar unpartido, procurarán noperderlo” Pero algo cambió, de repente —en 1988, cuando Cruyff pronunció esta frase—, en la histórica enemistad entre Holanda y Alemania, que llevaban una relación tensa y odiosa —parecida a la de Catalunya y Es­ paña— originada por la brutal ocupación de los nazis de Hider de Ho­ landa entre 1940 y 1945 y la deportación y asesinato de miles de judíos holandeses en los campos de exterminio. Toda aquella generación de 75

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holandeses que sufrieron la guerra nunca perdonaron a los alemanes y la misma rabia la transmitieron a sus hijos y nietos. Como el deporte funciona muchas veces como válvula de escape, la ya cantada victoria de Holanda en el Mundial de 1974, precisa­ mente en Alemania y contra Alemania, aligeraría sensiblemente las penas, aliviaría la casi insaciable sed de venganza, cambiaría en parte la historia entre ambos países, con el triunfo de David ante el vecino Goliat. Pero en el moment supreme, la gran final, la Naranja Mecánica se atascó y aquel dolor sin cicatrizar de la guerra solo se agrandó, se hizo casi insoportable. Otros 14 años más, Alemania sería el gran enemigo, en todo. Los holandeses ni tan solo soportaban a los vecinos cuando iban a sus playas del Mar del Norte y cavaban agujeros para tomar el sol. Hasta la Eurocopa de 1988 —otra vez en Alemania. Tras haber perdido el primer partido y pasar in extremis la primera ronda, Ho­ landa topó con los alemanes en las semifinales, en Hamburgo. Llegó el aviso de Cruyff, como siempre desde su cómodo sillón en su casa o desde un estudio de televisión: sería enormemente complicado poder batir a los alemanes. 0-0 en el descanso. Penalti de Lothar Matthaeus, el alemán más alemán, o sea el más odiado por los holandeses: 1-0. Penalti de Ronald Koeman, que después del partido se limpiaría el trasero con una camiseta alemana que se había intercambiado con un rival: 1-1. Minuto 89, pase fuerte, demasiado, parecía, dejan Wouters en profundidad. Marco van Basten se tira al suelo y llega justo para desviar el balón y colocarlo detrás de Eike Immel. Nunca antes —ni después— la pequeña Holanda vivió una ex­ plosión de júbilo tan bestia como aquel día caluroso del inolvidable verano de 1988. Ni siquiera después de la final, cuatro días después, cuando ganó a la antigua Unión Soviética. Batir, por fin, a Alemania fue lo más emocionante que muchos holandeses recordarán. Ya, por fin, se podía empezar a olvidar un poco lo de la guerra. Ya, por fin, se tomó la revancha por aquella final de 1974. En puentes cercanos a la frontera, unos holandeses colgaron pancartas sobre la autopista, escri­ tas en alemán: “Bienvenido al país de los campeones”. 76

Escuchando a Cruyff

“M iporterofavorito de todos los tiempos es Filmar. ¿Por qué?No ségrandes cosas de él,pero me gustó su nombre” Se puede estar buscando por todos los archivos posibles, pero apa­ rentemente no hay, ni ha habido ningún portero en el fútbol interna­ cional que se llamara Filmar. No se sabe si Cruyff pronunció mal el nombre al recordarlo o fue el periodista quien transcribió de mane­ ra incorrecta su apreciación. El que más se acerca, fonéticamente, es Gilmar dos Santos, seguramente el hombre que Cruyff quiso decir, ya que ha sido hasta ahora el mejor guardameta que jamás ha tenido la selección brasileña. Fue campeón del mundo con su país tanto en 1958 como 1962, en unos mundiales en los que todo el mundo miraba a los Garrincha, Didi y Pelé, pero en los que Gilmar fue también im­ prescindible. Es bastante posible que Cruyff recordara mal su nombre, aunque ha sido sobre todo en los últimos años, como comentarista de televisión, cuando ha ido cometiendo errores al pronunciar nombres de jugadores, sencillamente porque ya no seguía el fútbol de manera tan intensa. Con tantas otras ocupaciones, ya apenas estaba al tanto de las evoluciones en el fútbol internacional. Un interés, sin embargo, que ha ido recuperando con la nueva irrupción del Barga de Guardiola en el fútbol mundial. Y de los partidos en el Camp Nou no suele perderse ninguno, si no está fuera de Barcelona.

“Milanello es maravilloso,pero no me gustaría entrenar ahí. Cadapartido del Milán en San Siró es como unpartido a domicilio” Más que un revolucionario, Johan Cruyff era un nostálgico. No fue un entrenador que aportara innovaciones que no tuviesen que ver directamente con el fútbol. Mientras en Milanello, el centro de 77

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entrenamiento del Milán, bastante alejado de la ciudad, se estaba construyendo un auténtico laboratorio futbolístico con médicos, fisioterapeutas, dietistas, videoanalistas y unos cuantos especialistas más, Cruyff confiaba en sus conocimientos del fútbol, su intuición, sus ayudantes y poca cosa más. El nunca pensó en transformar o moder­ nizar su pequeño despacho en las entrañas del Camp Nou, ni adecuar la zona de vestuarios a los nuevos tiempos, como sí harían después de él Van Gaal y Rijkaard, hasta que Guardiola decidió trabajar como en Milanello y trasladar su laboratorio a la Ciutat Esportiva Joan Gamper, en Sant Joan Despí. Si hubiera sido posible, Cruyff siempre hubiese entrenado sobre el mismo césped del Camp Nou, aunque se conformaba con el campo de la Masia. Con tal de tener sus jugadores siempre en el vestuario, donde también se preparaban los últimos minutos antes de un parti­ do, ya le bastaba. Así se sentían en casa. No es que fuera siempre una situación idónea. En febrero de 1996, cuando el mandato de Cruyff en el Barga ya estaba agonizando, cuando los resultados empeoraban y las críticas arreciaban, cuando hablaba cada vez menos con la pren­ sa, rompió un silencio de 24 días para denunciar los problemas de salud de sus jugadores. Ya llevaban 30 lesiones esa temporada, pero según Cruyff el problema había que buscarlo en un asunto extradeportivo. Se habían hecho reformas en el Camp Nou y ahora, según el técnico, fallaba la ventilación en el vestuario. Además, como toda Catalunya estaba presa del virus de la gripe, ese virus se instaló tam­ bién en el vestuario y ya no salió de allí. “¿Os habéis duchado alguna vez en un espacio cerrado con 30 hombres?”, les espetó Cruyff a los atónitos periodistas. Además, añadió, los lavabos olían mal. Aun así, amó al Camp Nou como a su casa, como antes había amado al coqueto estadio De Meer — desde que el Ajax lo derribó y se ins­ taló en el inmenso Arena, los éxitos nunca fueron los mismos; ni el ambiente.

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“iro ajugadores como Suárez, Eusebioy Gemmelly el lateral del Celtic. Y Wilkes —tener una carrera como él sertafantástico” Cuando muy a principios de los años setenta dos reporteros del diario De Volkskrant le dijeron a Cruyff “todos los niños cuando jue­ gan al fútbol en la calle quieren ser Cruyffie [diminutivo de Cruyff\. Tú, ¿quién querías ser de pequeño?”, el jugador les contestó primero que Abe Lenstra, uno de las más grandes de la prehistoria del fútbol holandés, pero se corrigió rápidamente: “No; Faas Wilkes. Su estilo de juego era más como el mío.” Luego le preguntaron por otros cracks, en el extranjero también, y resulta que había descubierto a alguien como el azulgrana y también jugador del Inter de Milán Luis Suárez, o el inolvidable Eusebio. Curioso lo del lateral del Celtic, Tommy Gemmell, pero aquél te­ nía historia. Seguramente, Cruyffie conoció de la televisión, de las dos finales de la Copa de Europa, en 1967 y 1970, que disputó el Celtic. Como lateral izquierdo tenía un disparo mortífero y marcó en las dos finales, la segunda contra el Feyenoord, el gran rival del Ajax en Ho­ landa. Aun así, los de Rotterdam ganaron la Copa de Europa, adelan­ tándose un año al Ajax como primer club holandés en conseguir esa gloria impensable. Era más difícil, sin embargo, que Cruyff hubiese visto mucho a Wilkes por televisión, ya que se marchó de Holanda en 1949 para fichar por el Internazionale de Milán y no regresaría, tras su paso por elTorino y el Valencia, hasta 1956. Jugó poco en Holanda, y además se retransmitían pocos partidos por televisión; así que Cruyff seguramen­ te escogió a su gran ídolo más por afinidad, por su espíritu aventurero, que por el fútbol en sí. Por supuesto que en fama, calidad y premios, Cruyff superó, en Holanda, tanto a Lenstra como a Wilkes, y después de él solo Marco van Basten y el más tímido Dennis Bergkamp se han acercado al nivel de fútbol con que Cruyff se explayó durante años por los campos, aunque ninguno de ellos ha logrado superarlo. 79

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“Después del 74y 78, en Holanda no se ha hecho nadapositivo en elfútbol. Ahora debemos empezar a construir” Puede parecer una opinión expresada en los últimos años, pero no; fue lo que dijo Cruyff en 1981, después de que Holanda no pasara la fase clasificatoria del Mundial de España 82. Y dos años más tarde, otro batacazo, ahora por culpa del 12-1 de España a Malta y la au­ sencia en la Eurocopa del 84. (Un 12-1, por cierto, que muchos pe­ riodistas holandeses han investigado, incluso se desplazaron a Malta, donde descubrieron que la federación maltesa había podido construir unas instalaciones maravillosas, pero nunca pudieron encontrar prue­ bas concretas de un partido amañado; además, fue la propia Holanda que antes había conseguido que Malta jugase su partido en casa ante los oranje en Aquisgrán, en Alemania, junto a la frontera holandesa, y no en La Valletta. Ganó Holanda por 0-6.) Y otros dos años después, un duelo a dos partidos, un desempa­ te entre Bélgica y Holanda dejó a los holandeses fuera del Mundial de México a tan solo ocho minutos del final del partido de vuelta. Muchos traumas, según Cruyff, culpa de la mala planificación de los clubes, de su desprecio hacia la cantera. Quería él revolucionar todo el fútbol holandés, pero en los despachos no quisieron o no pudieron seguirle. Después, en 1988, llegó la luz con el triunfo en la Eurocopa, pero Cruyff nunca ha enterrado su postura crítica hacia el fútbol holandés. Pero, ¿colaborar en la solución? Tampoco lo ha hecho casi nunca.

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Capítulo 3

El rebelde,elpodery el dinero

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¿Tienes un cigarrillo? Hasta 1991, era frase fija en los encuentros con Johan Cruyff. Fumaba, pero no llevaba nunca un paquete de ta­ baco encima. “Así fumo menos”, era su excusa. El holandés no llevaba, aparentemente, nunca nada en los bolsillos. Ni una cartera, ni dinero suelto y, en esta época, tampoco un teléfono móvil. Cruyff ha ganado mucho dinero a lo largo de su carrera —aunque solo una ínfima parte de lo que ganan ahora las estrellas del fútbol—; también lo perdió casi todo por unas inversiones desafortunadas a finales de los años setenta. Pero en la vida diaria Johan Cruyff ha vivido sobre todo de ser Johan Cruyff. No le hacía falta llevar dinero encima. O le invitaban, o alguien le pagaba el café. “La pela és la pela” es una expresión que podría tener fácilmente una traducción al holandés, pueblo con tanta o más fama de tacaños que los catalanes. Muy a gusto se ha sentado Cruyff siempre entre ambos países. Aunque hubo épocas, las peores, en las que ese afán por ahorrar le molestaba, como cuando Josep Lluís Núñez tampoco quería sacar dinero para comprar a todos los jugado­ res que Cruyffie pedía. El tema del dinero fue uno de sus muchos en­ contronazos con presidentes y directivas. Con cualquier persona que mandara en el fútbol. Solo con dos presidentes de club estableció el holandés un vínculo más allá del fútbol, dos amigos para la vida. A Michael van Praag —hijo del presidente del Ajax que en 1973 se negaba a dejarle fi­ char por el Barga— ya le conocía desde joven, antes de que éste fuera presidente del club en los años noventa. Y a Joan Laporta, un joven abogado aliado en su lucha contra el nuñismo, le conoció después de dejar el banquillo azulgrana. Porque luchar, Cruyff ha luchado mucho, contra los que mandaban sobre todo. Acostumbrado a mandar él, a dirigir, no soportaba demasiado bien que hubiese gente por encima suyo en la jerarquía. 82

Escuchando a Cruyff

“Estoy en contra de todo, hasta que tomo una decisión; entonces estoy afavor. Meparece lógico” Será la lógica de Cruyff, aunque al menos reconoce que él es así. No es que siempre se gire según como sople el viento. Tiene una opinión propia muy determinada y hay poca gente que pueda hacerle cam­ biar de posicionamiento. Siempre tiene razón, es otro de sus lemas favoritos. Lo que quiere decir con esta frase es que él, de entrada, está en contra de todo lo que otros le dicen. Les obliga a esforzarse para convencerle, de acudir con argumentos, de hablar muy claro. Es en­ tonces cuando empieza a pensar, a reflexionar y a cambiar su opinión inicialmente contraria. Pero también suena a excusa, a veces. Es fácil decir: “Estoy en contra hasta que me pongo a favor.” Ya. Y ¿cuándo es eso? ¿Cuando a uno le va bien?

“Siempre en mi vida he sido un rebelde. Si alguien toma una decisión, yo tomo la contraria* Una frase muy parecida a la anterior, pero llevada aún más al ex­ tremo. Por ganas, siempre va en contra. Sobre todo en contra de las decisiones de los que mandan más que él. Cruyff no soporta muy bien a los que mandan. En general, los ve como inútiles, como gente que está en un puesto concreto por interés propio, gracias a un enchufe o a una ambición ciega, y no por méritos propios. Por eso debe sentirse tan a gusto cuando da conferencias ante directivos, mánagers y otros responsables de empresas, hombres —en su mayoría— a quienes les encanta escuchar de la boca del gran profeta, de un hombre que todos iran por igual, cómo solucionaba él los problemas en su empresa, que en este caso siempre era un club de fútbol. Aplicar las experiencias del deporte al mundo real, al económico sobre todo, es una receta muy popular. Gente que ha brillado en algún deporte o en un ejercicio de 83

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superación (escalar el K 2, en el Himalaya, por ejemplo, o dar la vuelta al mundo en solitario en un velero) es muy solicitada para, ante pago de cientos o a veces miles de euros, iluminar a directivos de empresas sobre cómo afrontar importantes decisiones.

“Cuando llevo elpelo largo, me escriben madrespara pedirme que me lo corte,porque sus hijos no quieren ir a lapeluquería” Llegó a Barcelona, en 1973, como el quinto Beatle. Traía ese holan­ dés moderno, acabado de salir de la época hippy de su país, de unos años sesenta también de sexo, drogas y rock and roll, una imagen refrescante, diferente a la que ofrecía una Catalunya oprimida por Franco, una Es­ paña cateta, retrasada en el tiempo y dominada por el poder centralista y dictatorial de Madrid. Solo hay que ver cómo iba el Ajax de los se­ tenta, o aquella Holanda del Mundial de 1974: tipos con melenas lar­ gas, casi tocando los hombros, que encima jugaban bien al fútbol. Los chavales holandeses querían ser como ellos, se negaban ya a cortarse el pelo a dos milímetros, lo típico de entonces entre los más pequeños, ya que era más cómodo para las madres, que además no querían que sus hijos de seis, siete años ya fueran por la vida como aquellos hippies. Todos los chicos querían ser Cruyff, querían jugar al fútbol como él, aunque ya sabían también que era inalcanzable, una utopía. Con el paso de los años, Cruyff no ha perdido nada de su popu­ laridad, aunque tal vez genera más polémica que antes; cosa de ser entrenador o comentarista, que es diferente de ser un ídolo sobre el terreno de juego. Pero ha sido, más que nada, el mejor embajador de Holanda de todos los tiempos, el más conocido en cualquier rin­ cón del mundo. Ya vayan los holandeses de vacaciones a una selva del Congo, a una playa paradisiaca de Tailandia o a un atolón del índico, siempre hay alguien que dice, “¿Holanda? ¡Cruyff]” Luego vinieron los 84

Escuchando a Cruyff

Van Basten y Gullit, y puede que ahora los Sneijder y Robben, pero ellos han sido o son fenómenos temporales, mientras que Cruyff es eterno. En el extranjero, Holanda, en primer lugar, nunca fue un mo­ lino, un queso o un polder, sino Johan Cruyff. Es por eso que su país intenta aprovechar su popularidad e influencia para conseguir que le adjudiquen la organización del Mundial de fútbol del 2018 o del 2022 y los Juegos Olímpicos del 2028.

"Tenéis que llenar losperiódicos. Estaré cada día a vuestra disposición;pero escribid lo que decimos los entrenadoresyjugadores” Llegaba Johan Cruyff en 1988 al banquillo del Barga en un país, en una ciudad, en un club con una cultura futbolística muy diferente a la que había vivido en sus años previos en Holanda. Conocía, por supuesto, desde su época de jugador, la idiosincrasia del fútbol en Barcelona, con periódicos deportivos informando cada día amplia­ mente solo de las interioridades del Barga. Muy diferente al Ajax, club de donde venía y que, pese a ser el más laureado y famoso de Holanda, solo recibía la visita de los pe­ riodistas locales y nacionales dos veces a la semana: el día antes del partido, para la habitual conferencia de prensa, y durante el encuen­ tro de la Liga. Solo cuando había partidos europeos, la actividad aumentaba. Pero eso no tenía nada que ver con la presión mediática que siempre ha existido en el Barga. Los del Ajax se entrenaban siempre en un campo de césped delante del estadio De Meer, se les podía ver desde la carretera, pero solo se acercaban a veces algunos aficionados, hombres jubilados o algún chaval que hacía novillos. Periodistas, nunca. A un amigo periodista holandés, Frits Barend, Cruyff le explicó en 1988 cómo afrontaba su nueva aventura en Barcelona en relación 85

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con la poderosa prensa. “Antes de comenzar la Liga”, explicaba, “tuve una conversación con los periodistas que siguen al Barga a diario. Les di a elegir: o vamos a colaborar, o nos vamos a fastidiar los unos a los otros. Aquí los entrenadores tienen la costumbre de tratar a la prensa de manera distante, de entrenar a puerta cerrada y de ofrecer solo una vez a la semana una conferencia de prensa. Ese no es mi estilo, no tengo tantos secretos. Pero fue entonces cuando les dije: “Sé que tenéis que llenar cada día los periódicos, pero entonces apuntad al menos lo que dicen los jugadores. No vengáis con grandes titulares en letras de chocolate que no cubren el contenido del artículo. Si ponen un titular escandaloso de un jugador que ha dicho tal y tal cosa de otro jugador, tengo que preguntar al jugador si realmente lo ha dicho y también al periodista; tengo que escuchar la cinta, y todo eso ni me apetece ni me interesa.” “Pero, si un jugador te llama capullo, el periodista ha de escribirlo, ¿no?”, le preguntaba el reportero holan­ dés. “No es eso”, contestó Cruyff. “Hablo de titulares con palabras y cosas que no se han dicho. Si un jugador dice eso, no tengo ningún problema con el periodista, sino con el jugador, y entonces ya me toca a mí solucionarlo.” Una de esas promesas las cumplió Cruyff: prácticamente todos los entrenamientos del primer equipo eran abiertos, realmente no ha­ bía secretos, todos los periodistas y también los aficionados podían pasarse hora y media observando los ejercicios. El ánimo de estar siempre disponible para los medios de comunicación fue menguando con el paso de los años; pero aun ahora, años después de haberse re­ tirado, Cruyff no huye prácticamente de ninguna cámara, micrófono o bolígrafo.

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“Yo tomo las decisiones. Si en elAjax me dicen que soy demasiado viejo, les digo: «Eso lo decidoyo, no vosotros»” Quería dejar el fútbol cuando le pareciese bien a él. Por eso le dolió tanto el despido forzoso del Barga. A Johan Cruyff le gusta manejar él mismo los hilos de su destino, aquellos que al menos están a su alcance. No que otros decidan por él. Después del Barga, ya estaba agotado, ya había hecho lo suficiente en el fútbol, tenía casi 50 años y no le apetecía ir a dirigir a otro equipo para tomarse la venganza sobre la directiva, sobre Josep Lluís Núñez y Joan Gaspart. Para ello buscó otro camino, aliándose poco más tarde con el grupo opositor Elefant Blau con el abogado Joan Laporta y, sobre todo, con Armand Carabén, el amable hombre que se esforzó tanto en traerlo en 1973 al Barcelona. Recordaba más tarde la viuda de Carabén, la holandesa Marjolijn van der Meer, cómo había estado Cruyff tentado primero de formar parte del proyecto del publicista Lluís Bassat, que se unió con Laporta cuando se iban a celebrar las elecciones que en el 2000 ganaría aún Joan Gaspart, tras la marcha de Núñez. El primer o se realizó en una reunión entre Cruyff, Cara­ bén, Laporta y Bassat en la casa del primero en El Montanyá. Bassat le pidió a Johan si quería ser el entrenador de su proyecto, pero al ex técnico ya no le apetecía sentarse en los banquillos. “Pero puedes contar conmigo”, le dijo a Bassat, “para asesorarte desde la trastienda, con una condición: que públicamente nunca se sepa de esta conver­ sación, de esta promesa.” El día después salió un inmenso titular en un periódico deportivo: “Cruyff firma por Bassat”. El holandés es­ taba furioso; Carabén, aún más, y fue a ver a Bassat: “Lo que habéis hecho”, le dijo, “es tan increíblemente estúpido... Ya puedes olvidarte de Johan.” Un año más tarde, Armand Carabén falleció repentinamente en su casa en El Montanyá, donde desde hacía décadas era vecino de los Cruyff, a causa de un infarto cerebral. En el funeral, Cruyff se dirigió a Laporta. “Tenemos que hablar; Armand me ha hablado mucho de 87

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ti.”Ahí empezó su lucha, bien estudiada, contra los restos del nuñismo, contra el hombre que le había despedido. En Holanda, en 1983, que es de cuando data la cita de arriba, lo hizo de otra manera, más visceral, menos comprensible para la mayo­ ría de la gente. El Ajax no quiso renovar su contrato como jugador; ya era mayor, decían, a los 36 años. Pero Cruyff no quiso retirarse e hizo lo peor que un hombre de AAmsterdam, un símbolo del Ajax, puede hacer: marcharse a Rotterdam, la segunda ciudad del país, y fichar por el Feyenoord, el eterno rival del Ajax. Cruyff no solo hizo eso. Fue con un objetivo: arrebatarle el título de liga al Ajax. Desde 1974 que el Feyenoord no había ganado la Liga y llegó el viejo Johan, acompañado por un joven talento llamado Ruud Gullit, y los de Rotterdam volvieron a ser los mejores una década después. Después de esa insólita aventura, Cruyff no quiso continuar. “El club quería que siguiera, y eso quiere decir que me consideran importante. Pero si eres importante para un club, hay que estar siempre ahí. No puedes decir: hoy vengo; mañana, no. Para mí, no puedes jugar al fút­ bol solo unos breves momentos, hay que luchar siempre. Pero eso es muy duro, se necesita mucha fuerza para eso, y esa fuerza me falta.” El 13 de mayo de 1983, el futbolista Johan Cruyff disputó ante el PEC Zwolle sus últimos minutos oficiales. Dejó atrás, entre muchas otras cosas, más de 400 goles.

“Elproblema es que la mayoría de los entrenadores son esclavos de suspresidentes y no delfútbol” Si algo ha logrado Cruyff gracias a su fama y palmarás, fue la independencia casi total con respecto a los presidentes y, más aún, a las directivas que le mandaban. Llevaba los conflictos al límite, por­ que muchas veces sabía que era casi intocable, que no se atreverían a echarlo. Aunque al final los dos pulsos que mantuvo los acabó per­ diendo: primero en el Ajax, donde él mismo se fue antes de tiempo 88

Escuchando a Cruyff

cuando el presidente Ton Harmsen no quiso renovarlo, y después en el Barga, donde el despido fulminante le llegó en un momento que no se esperaba en absoluto. Pero, mientras duraba en el cargo, Cruyff nunca permitió ninguna intromisión desde arriba: nadie podía dic­ tarle cómo jugar, cómo contentar al público, cómo mimar a sus estre­ llas millonarias.

“El vestuario no es una sala de reuniones. Además, la directiva no tiene que cambiarse de ropa ” Hasta la llegada del holandés al banquillo del Barga, era bastante habitual ver antes o después de cada partido a varios directivos en el vestuario de los jugadores, donde el olor y vaho del sudor se mezclaba con el aroma y humo de los puros. Fue una de las primeras medidas que Cruyff tomó al aterrizar en el Camp Nou: el vestuario era terreno exclu­ sivo de él, su staffy la plantilla. Solo le permitía la entrada, pero solo en ocasiones especiales, a Núñez, Gaspart y el respetado Nicolau Casaus.

“Dicen que soy elparaguas de Núñez, pero más que suparaguas soy un saco de boxeo. Yo recibo los golpesy Núñez me aguanta* En marzo de 1990, Johan Cruyff ya había ganado algún título como entrenador del Barga, la Recopa conquistada el verano antes. La temporada siguiente, la del 89-90, estaba siendo un desastre. El título de liga iba camino de Madrid, en la Recopa había sido eliminado por el Anderlecht y en la Supercopa de Europa por el Milán de Rijkaard, Van Basten y Gullit, que había sido muy superior. Solo quedaba la 89

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final de Copa ante el Real Madrid, después de que Koeman hubiese eliminado al Valencia en semifinales con un gol de falta, muchas veces el salvavidas de este Barga. El Barcelona volvía a sufrir la enfermedad crónica que padecía ya en los primeros 90 años de su historia, la in­ quietud permanente, el sufrimiento interminable, las quejas agrias de los socios. Después de año y medio, el idilio de Cruyff ya parecía tocar a su fin, pero el presidente Núñez le defendía a muerte, aunque eso en el fútbol no siempre es una buena señal. Ya le habían renovado por dos años y no lo iban a echar ahora, dijo Núñez. El técnico, además, había conseguido un poder en todo el apartado técnico que ninguno de sus ilustres predecesores (Michels, Weisweiler, Lattek, Menotti y Venables) había tenido antes. Núñez reconocía, en público, que “los resultados no son buenos y los aficionados están descontentos, pero, si echamos ahora a Cruyff a la calle, no avanzamos nada. Entonces, todo volverá al principio. Al renovar a Cruyff hemos optado por la continuidad, para hacer de nuestro club un campeón que logra éxitos con regularidad.” Cruyff lo escuchaba con agrado, sobre todo porque el presidente repetía aquellas palabras en el vestuario, ante la plantilla. Ahí ya había crecido cierto desasosiego. Jugadores como Julio Salinas, Roberto y Zubizarreta criticaban públicamente la manera de trabajar del entre­ nador, sumándose al descontento de suplentes como Valverde, Soler y Serna. La plantilla no estaba habituada a las duras palabras que el técnico holandés les dirigía en público, a través de los periódicos, en sus conferencias de prensa. Cruyff no era de los que protegía a sus jugadores. “Algunos jugadores no tienen la mentalidad adecuada para jugar en el Barga”, dijo. “Cuando jugamos contra el Madrid, no me puedo quejar, se esfuerzan un 150%, pero esos mismos jugadores pier­ den en Castellón o entregan puntos ante su propio público al Oviedo o Mallorca. Cuando juegas en el Barga, no debes estar ahí solo seis partidos, sino cincuenta.” En una asamblea extraordinaria, los socios compromisarios habían criticado el poder que la directiva había dado a Cruyff. El holandés, que no se callaba ni una, caía mal. Pero, precisamente por su actitud 90

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algo chulesca, fue él quien recibió casi todas las críticas, y no Núñez. Al presidente, por supuesto, eso ya le parecía bien, y no quería desha­ cerse de su paraguas personal. “Sí, algunos dicen que soy el paraguas de Núñez”, reconocía Cruyff, “pero no estoy de acuerdo. Más que un paraguas, hasta ahora he sido un saco de boxeo. Yo he recibido todos los golpes y el presidente ha aguantado el saco. Pero, si se deshace del saco, los golpes serán para él. Cuando fiché por el Barga, ya sabía que mucha gente quería fusilar a Núñez. No me extraña que primero me quieran matar a mí. Algunos incluso me lo reconocieron: «Que­ remos sacar a Núñez de aquí, pero primero hay que quitarte a ti de en medio». Pero si yo me voy, ¿quién le defenderá?” No fue hasta seis años después cuando Núñez, tras un matrimonio muy conflictivo con el entrenador, despidió a su paraguas, a su saco de boxeo. El propio presidente duraría cuatro años más y se hundió, finalmente, junto a otro holandés polémico que también ejerció de saco de boxeo, Louis van Gaal.

*Gente como Núñez no sonpresidentesporque quieren alfútbol, sinoporque se quieren a sí mismos” Fue la guerra. Una guerra brutal. Sin muertos, pero con muchas víctimas. Una guerra dialéctica sin precedentes. Explotó la bomba y, tras ocho años de relaciones muy tensas, Johan Cruyff y Josep Lluís Núñez se lanzaron un sinfín de dardos envenenados, a cuál más da­ ñino. Tras la visita de Joan Gaspart al vestuario para comunicarle su cese, Cruyff dejó de inmediato su testamento ante la prensa, y aún estuvo bastante moderado. Dijo no entender nada de su despido a dos jornadas del final, sin darle la oportunidad de despedirse de la afición. Y arremetió sobre todo contra Núñez y su directiva. Todas las frases que pronunció podrían haber tenido un párrafo propio en este libro: “La junta no pinta nada.” “La directiva ha utili­ 91

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zado una técnica de desgaste. Esto empezó ya hace tres años. Estoy harto de pelearme, de pedir cosas y de que luego hagan lo contrario. He aguantado hasta que hemos podido.” “Con su actitud, la directiva ha hecho mucho daño a la imagen del club en el mundo.” “Esa gente, la directiva, tiene una forma de ver la vida que no se parece en nada a la mía. Mi respeto hacia ellos es muy poco.” “No tomaría un café o una cerveza con Núñez. Muchas veces cuesta aguantar a un tipo, y me temo que no puedo tomar un café con él.” Recordaba Cruyff, entre otras cosas, que no le dejaron hacer los fichajes que tenía medio apalabra­ dos, como el de un joven talento francés, Zinedine Zidane. “En enero, Zidane nos costaba 3,5 millones de dólares y ahora vale 8 millones...” Visto con el paso del tiempo, incluso esos ocho millones hubieran sido un chollo. Años después, Zidane fichó por el Madrid por una cantidad casi diez veces superior. Al día siguiente llegó la respuesta de Núñez, en una conferencia de prensa histórica: un monólogo impregnado de amargura, enfado, decepción, gritos y odio, bastante odio hacia el que desde 1988 ha­ bía sido su entrenador. Núñez merecería un libro propio con todo lo que dijo a lo largo de más de 20 años de presidencia. Muchas fra­ ses procederían de su comparecencia ante los periodistas aquel 19 de mayo de 1996. “Si alguien ha hecho que Cruyff triunfara, creo que hemos sido yo y la directiva. Lo hemos apoyado y hemos intentado que triunfara, cosa en que como jugador, cuando acabó su carrera en el FC Barcelona, no estuvo tan afortunado.” “En vez de criticar una serie de hechos gravísimos, esta junta intentó apoyarlo para que tuviera un año más para arreglar los problemas que sufría el primer equipo. Ya no entro en detalles, porque si lo hiciera, Cruyff debería haber sido cesado a principios de la temporada, cuando se negó a participar en las reuniones de la comisión deportiva. ¡Un empleado se negaba delante de su presidente a participar en dichas reuniones!” “Ustedes saben que el señor Cruyff y su entorno venden la informa­ ción a través de los medios informativos.” “Gente cercana a Cruyff había asegurado que no iba a continuar y que incluso hablaba con la oposición para ver si era bueno dimitir para no quemarse más.” “Vi su jugada. Cruyff siempre ha intentado engañar al socio.” “Tenía un 92

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gran equipo, pero pidió la sustitución de Zubizarreta para fabricar un portero suplente, un familiar. También fabricamos a su hijo para que pudiera jugar, y no tengo nada contra él, aunque manda más que los entrenadores. Ya lo hizo en el Barga Atlétic. Resulta que, para que pudiese jugar, tuvimos que cargarnos a Laudrup, a Salinas, al brasi­ leño [Romário].” “En estos momentos tenemos destrozados los ser­ vicios médicos y un jugador joven que puede tener dificultades para volver a jugar a fútbol, a consecuencia de haberle hecho jugar estando lesionado.” “Tengo al jefe de los servicios médicos casi histérico. Ya no puede aguantar tras haber sido maltratado.” “Los candidatos a la presidencia que se presentan tendrán que pagar mucho dinero para que Cruyff les apoye. Se subastará a todas las candidaturas, como ha hecho políticamente. Hay partidos políticos que han pagado al señor Cruyff.” “El mérito de esta directiva ha sido poder mantener rela­ ciones con él ocho años. Hasta que empieza a insultar, a amenazar, preparando los posibles fracasos diciendo que no le hicimos caso en enero.” “Los dos primeros años tuvimos problemas. Luego, una etapa buena; pero la suerte influyó mucho en esos cuatro títulos: pudimos perder tres.” Y, así, más y más. Núñez duró otros cuatro años al frente del club, hasta que se can­ só. Después, desapareció casi por completo. Aparece cuando hay que votar a un nuevo presidente o cuando acude a juicio en un caso de Hacienda, pero se niega a hablar del pasado: no da entrevistas, lleva recluido ya diez años en su silencio.

“La directiva nopinta nada. Unopone la música, el resto baila” Cruyff nunca ha sido un personaje fácil para los que mandaban; si hubiese podido, jamás hubiera dependido de presidentes ni de otro tipo de mandatarios. En el Barga aceptó a Joan Gaspart como inter­ locutor; del resto de los más de 20 directivos, no quería saber nada. 93

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No entendían de fútbol, dijo, y todos obedecían ciegamente a Núñez, solo para no perder su puesto en la directiva más influyente del país. Medio año después del cese del holandés y con Bobby Robson al fren­ te del equipo, en la tradicional comida de Navidad del Barga, que se celebraba en el Hotel Ritz de la Gran Via, en la mesa 16 (en cada una de las 24 mesas había un directivo que departía con los invitados, la mayoría representantes de los medios de comunicación), uno de los 10 vicepresidentes les preguntó a los periodistas: “¿Por qué criticáis tanto a Bobby Robson?” Y se le explicó que el juego no convencía y que el inglés parecía un poco mayor para un puesto tan estresante, con tanta presión, y que los jugadores no le hacían demasiado caso. —¿Y Cruyff? —rebatió el directivo— . Contra él apenas os atre­ víais. Como si fuera tan bueno y soportara mejor el estrés. —¿Y a qué viene eso? —le preguntaron. —Pues tres de los cuatro títulos los ganó en la última jomada y cuando en sus dos primeros años aún no había ganado nada ya le dio un ataque al corazón. Como postre, después del primer plato de carn i escudella y el se­ gundo de rape, hubo una diatriba tremenda de Núñez contra todo y contra todos, pero sobre todo contra Cruyff. Otra, medio año después del despido. Después de media hora, se echó a llorar. Tres días más tarde, dos abogados se presentaron en nombre de Johan Cruyff ante el juez. Iniciaron un pleito civil, basándose en una ley del siglo xm . Que­ rían que el juez ordenase el silencio perpetuo a Núñez, o que al menos nunca más en su vida pudiese pronunciar el nombre de su rival. Nunca más decir Johan Cruyff...

*Desde hace años mi visión es diferente a la de los que mandan. Creen que un club es una empresa* Pese a haber sido retirado en 1996, Cruyff siempre ha seguido opinando sobre fútbol; en los últimos años sobre todo desde las pá­ 94

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ginas de E l Periódico de Catalunya, los lunes, y, en Holanda, desde el diario De Telegraaf. Pero también los clubes y federaciones han acudido al Profeta del Gol, algunos en vano. Su amistad con Joan Laporta lo volvió a acercar durante siete años al centro de poder azulgrana, y también en el Ajax quisieron contar con sus consejos para levantar el vuelo en unos años que eran muy magros para el ilustre club de Amsterdam. Cruyff aceptó el cargo de asesor, pero no duró ni un mes. Primero, por el inesperado conflicto con uno de sus ex pupilos, Marco van Basten, entonces entrenador del Ajax. Pero sobre todo porque no le gustaba, ni le gusta, cómo se estaban llevando los clubes de fútbol. “Creen que puedes llevar un club de fútbol como cualquier empresa, pero eso no es así. Es una empresa deportiva, que es algo muy diferente y exige unos conocimientos específicos que la mayoría de los directivos no poseen.”

“Parece ser que soy una molestia;por lo tanto, un problema menos* Y ahí apareció, de golpe, de la nada, en las oficinas del FC Bar­ celona, una jornada calurosa de julio, en pleno Mundial de fútbol. A 50 metros, el nuevo presidente Sandro Rosell daba su primera conferencia de prensa como tal. Unos días antes, el sucesor de Joan Laporta había insinuado que la presidencia de honor que ostentaba Cruyff desde hacía solo tres meses podría no ser conforme a los es­ tatutos del club. Se lo iba a plantear a la asamblea de socios compro­ misarios, sabiendo además que no todos estuvieron de acuerdo con el gesto a última hora de Laporta hacia su amigo holandés. Cruyff se rebotó al leer las intenciones de Rosell. Él ya sabe cómo es el Barga, aunque de la antigua batalla, de cinco años antes, entre Laporta y su delfín Rosell, el holandés conoció solo la versión del primero, nunca la del otro. 95

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No se caían bien, eso estaba claro. Cruyff había aconsejado el fichaje de Frank Rijkaard, quiso proteger al amable técnico de Amsterdam y le molestó profundamente que ya después de unos meses Rosell y compañía empezaran a discutir el puesto del técnico, inten­ tando traer al que siempre había sido su hombre preferido, el brasile­ ño Luiz Felipe Scolari, uno de los muchos buenos os de Rosell en su época como representante de Nike en Brasil. Con el cambio en la presidencia, tras las elecciones, Cruyff sospechaba que Rosell iba a ir en contra de la herencia de Laporta. Txiki Begiristain se marchó enseguida (fue otro de los protegidos de Cruyff). El holandés aún intentó aparentar buenas maneras, acudiendo como presidente de honor a la toma de posesión de la nueva directiva de Sandro Rosell en el jardín de la Masia, bajo un sol de justicia. Pero un día después ya entregó su insignia de presidente honorífico. “Si ya en la primera reunión hablan de mí y soy tan importante, me quito de en medio.” Y ahí se fue Cruyff para no volver, seguramente, en mucho tiempo al palco ni a las oficinas, aún más después de que Rosell fichara a Caries Rexach como uno de sus asesores personales. Algo parecido había pasado en el Ajax, dos años antes. El club, desesperado por años de sequía, le había pedido actuar un poco como consejero técnico. Cruyff asistió, en el estadio Arena, a una reunión de socios de honor, hombres importantes en la historia del Ajax, y aceptó el reto. Pero el primer día ya vio que no se iban a aceptar todas las sugerencias —que eran muchas— que había planteado. Primer obstá­ culo: el entrenador, Marco van Basten, un antiguo alumno aventajado, protegido y amigo de Cruyff. El técnico se negó a aplicar los cambios en el fútbol base que su mentor demandaba. A lo que Cruyff dijo “adiós” y se volvió a retirar “a su montaña en Barcelona”, como decían los periódicos holandeses. Con Van Basten, desde entonces, apenas ha tenido ningún tipo de o.

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“Su actitudfue: «¿Cómo sobrevivo?» Ypara ello ha sacrificado a todo el mundo* A finales de mayo de 1996 terminó la estrecha amistad que había unido a Johan Cruyff y Caries Rexach desde la llegada del primero al Barga, en 1973. Charly introdujo al holandés en los secretos del vestuario y del club, en la vida catalana, en las costumbres de aquí. Recordaba más tarde, Johan Neeskens, cómo Rexach ejercía siempre de anfitrión para los recién llegados. En aquellos tiempos, el equipo se concentraba ante los partidos en casa en una residencia en Vallvidrera, y antes de subir a la montaña los jugadores escogían en la ciudad un vídeo de alguna película para ver juntos en un salón del hotel y así vencer un poco el aburrimiento. Durante el día hacían paseos por Collserola, dormían en sus habitaciones y alargaban bastante las so­ bremesas. Neeskens alucinaba: “En cada mesa había una botella de vino. A mí me parecía muy extraño, beber alcohol el día antes de un partido; yo no tomaba. Como Charly, Cruyff y Marcial veían que yo no be­ bía, me invitaron siempre a su mesa; me dijeron que me sentara con ellos, porque así tenían una botella entera de vino para ellos tres solos.” Charly y Johan fueron almas gemelas en este tipo de ocurrencias, de pequeñas travesuras. Ninguna duda, pues, cuando Johan regresó en 1988 para dirigir al Barga desde el banquillo, que Rexach fuese uno de sus ayudantes. Todo fue bien, apenas hubo roces, hasta el despido del holandés en mayo de 1996. En el libro ¿ Quién es Johan Cruyff? el holandés recordaba por qué borró a su fiel compañero de su vida, de un día para otro. “Su actitud fue: «¿Cómo sobrevivo?» Y para ello ha sacrificado a todo el mundo. En ese sentido, yo siempre pienso que nos debemos ante Dios, ya que desde entonces nada le ha ido bien a Charly.” Cruyff explicaba que ya había notado un cambio de actitud en su amigo en los meses previos al despido, cuando la silla del holandés tambaleaba cada vez más. “A menudo, Charly hacía las cosas de manera diferente a como habíamos quedado el día anterior. Quiero decir, si has trabajado durante tantos 97

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años conjuntamente, pues hay que posicionarse juntos ante los otros”, refiriéndose a la directiva. “Y, si no, si él opinaba que yo estaba come­ tiendo errores, se debería haber posicionado contra mí, públicamente. No lo hizo. En cambio, empezó a salvar su pellejo a mis espaldas. Una lástima, porque ¡habíamos vivido tantas cosas juntos como jugadores y como entrenadores...!” Cruyff es muy amigo de sus pocos amigos, pero puede ser tremen­ damente rencoroso si cree que alguien le ha engañado. Eso le pasó con Charly, por no dimitir en el mismo momento en que Johan fue despedido. O por no haberle comentado antes a Cruyff cuál sería su actitud en caso de despido. “Si me hubiera dicho está pasando esto y esto... pero no hubo nada de eso. Charly debió haber pensado: dejo que Johan se ahogue él solito y yo salto del barco para salvarme.” O saltarse del famoso globo que ambos se construyeron para marcharse juntos del Camp Nou, pero que nunca llegó a despegar. “Mi error”, decía Cruyff, “fue no haber descubierto antes sus intenciones. No es alguien que después de eso quiera tener entre mis amigos; por eso ya no nos hablamos.” Punto y final. Dice que la amistad no sirve para nada si no tiene ningún fundamento.

“Hay quepinchar elglobo de los árbitros” Como buen protestón que era en el terreno de juego como juga­ dor, a Cruyff siempre le ha molestado mucho que los árbitros sigan aplicando el mismo castigo: una tarjeta amarilla, por unos brazos le­ vantados al cielo, por una queja en voz alta o por una entrada violenta. Según él, los futbolistas son humanos, a veces se enfadan con una de­ cisión del colegiado y no es necesario que siempre saquen una tarjeta por eso. Además, entre los árbitros de todas las grandes ligas europeas, los de la española son los que más amonestan a los futbolistas, como si quisieran ganar y resaltar su autoridad a base de taijetas. 98

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Y después está el continuo debate que se produce sobre los arbi­ trajes, como la reciente campaña contra el Barga orquestrada desde Madrid sobre el villarato. Los jugadores, según Cruyff, deben intentar aislarse de esos fantasmas. “Sabes, porque tienes ojos, porque tienes oídos, que hay un runrún alrededor de los árbitros y de los arbitra­ jes. Positivo, forzado o inventado. Real o no. Da igual, existe y de ti depende pinchar el globo por más que otros lo inflen.” Lo escribía en E l Periódico de Catalunya a raíz de una expulsión de Piqué ante el Getafe, en febrero del 2010. “Más allá de si era o no expulsión, es una lección para todos los futbolistas del Barga. Estando como están los ánimos alrededor del árbitro, no des la opción de tomar decisiones que no te convienen.”

“No lleves el silbato en la boca mientras corras. Llévalo en la mano; así tienes más tiempopara pensar antes depitar” Johan Cruyff fue el primer jugador en la historia de la selección holandesa que fue expulsado del terreno de juego por un árbitro. El 6 de noviembre de 1966, con solo 19 años, en su segundo partido para los oranje, en el partido amistoso contra Checoslovaquia, corría el minuto 76 cuando Cruyff estaba harto de los atentados a sus piernas de los robustos defensas Jan Popluhár y Alexander Horváth. Cuando el segundo lo derribó, Cruyff dio una patada hacia atrás. El árbitro, el alemán oriental Rudi Gloeckner, le llamó la atención, pero Cruyff, como respuesta, le pegó en la cara, según puso el colegiado después en el acta tras la expulsión. Se desató un escándalo, porque en aquella época era poco habitual que algún jugador recibiera una tarjeta roja. Y menos que se encarara con el colegiado. Ya tenía Cruyff fama de rebelde, y aquel episodio, que no pudo verse claramente por televisión, hizo solo incrementar esa fama. “Yo 99

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no he hecho nada”, dijo el jugador en aquel momento. No fue hasta 20 años después que reconociera que algo había pasado aquella noche en el Estadio Olímpico de Amsterdam. “Uno de los checos me dio una patada y yo se la devolví. Después, noté que alguien me tiraba de la camiseta y como reflejo solté un manotazo.” Una mano que fue a parar a la cara del árbitro. Fue de las pocas veces, o la única, que Johan Cruyff fue expulsado por agresión o por una falta. Es más, como jugador el holandés solo fue expulsado dos veces más en toda su carrera, justo dos veces en partidos del Barga contra el Málaga, primero en 1975 en La Rosale­ da, por el árbitro Orrantia, por protestar, y donde los grises tuvieron que entrar en el campo para sacar a un Cruyff colérico del terreno de juego. Luego, dos años después, en 1977, tras el archifamoso episodio con el supuesto malentendido del colegiado Melero en el Camp Nou. Más tarjetas rojas recibió el holandés como entrenador, las cinco en el banquillo del Barga, y dos de ellas en partidos contra el Real Madrid. Poco castigo, en general, para un jugador que siempre hablaba a los árbitros y criticaba a los que llevaban el silbato siempre en la boca, ya que así no se tomaban un momento de reflexión antes de decidir si pitaban falta o no, penalti o no.

“Manoloymarcaya” El 8 de febrero de 1977, el árbitro Ricardo Melero Guaza no le ha pitado dos penaltis claros al Barga cuando, en el minuto 75, concede un gol ilegal a los visitantes, que Esteban, que luego sería azulgrana, había marcado con la mano. Cruyff protesta y recibe la tarjeta ama­ rilla. Inmediatamente, un Camp Nou crispado ve aparecer la tarjeta roja, también para el holandés. En el acta, Melero hace constar que Cruyffie dijo: “Árbitro, eres un hijo de la gran puta.” Se sabe que los guiris casi lo primero que aprenden cuando llegan a España son tacos e insultos, sobre todo en un campo de fútbol, pero Cruyff nie­ 100

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ga por activa y por pasiva que haya dicho aquellas palabrotas. “Soy mayor de edad, sé perfectamente lo que hago y lo que digo. Solo le decía una cosa a mi compañero Manolo Clares; no he insultado al árbitro.” La frase que él sostenía que dijo a Clares dejó estupefacto a todo el mundo, por su poco parecido con lo que había escuchado el co­ legiado. “¡Manolo, marca ya!” El Camp Nou explota. Pese a que el Barga finalmente gana por 2-1, Melero debe abandonar el campo con protección policial después de haber sido agredido por algunos espectadores y, días después, el Comité de Competición castiga a Cruyff con tres partidos, tres encuentros de los que el Barga perdería dos y empataría uno, despidiéndose prácticamente del título. Treinta años más tarde, con ocasión de su sexagésimo aniversa­ rio, un periodista amigo de Cruyff le entrevistaba para una revista holandesa, Nieuwe Revu, y le preguntó si no era hora ya de recono­ cer lo que realmente había pasado aquel día en el Camp Nou, que ya tocaba confesar el insulto. Pero el ya ex jugador se mantenía fiel a la teoría de entonces. “Créanme, nunca insulté a Melero. Dije a Clares que debía marcar a un rival, que no se escapara. No soy un tipo que insulta, no lo hice como jugador ni como entrenador. ¿Por qué mentiría tantos años después? La gente ni se imagina lo que tuve que soportar sobre el terreno de juego, cuántas patadas me daban y qué poco me protegían los árbitros. Siempre debía estar al tanto, incluso antes de recibir el balón, de si venía uno por detrás para matarme. Desarrollé un sexto sentido para eso; si no, no hu­ biera sobrevivido. Pero, cuando me quejaba ante el árbitro, la tarjeta amarilla era para mí.” Melero, por cierto, nunca más volvió a dirigir un encuentro de fútbol del campeonato de liga.

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“Yo no valgo 100 millones depesetas” En agosto de 1973, el gran Ajax, que acaba de ganar su tercera Copa de Europa consecutiva, participa en el Trofeo Teresa Herrera de La Coruña. Johan Cruyff está decepcionado, desilusionado. Al principio de la pretemporada, poco antes de viajar a Galicia, la plan­ tilla ha hecho una votación para decidir quién será el capitán. Para Cruyff la votación no hace falta: él seguirá llevando el brazalete. Pero resulta que consigue solo siete votos, contra ocho para el extremo Piet Keizer. Se siente engañado por sus propios compañeros, que aparentemente quieren bajarle un poco los humos. Además, el club duda si ha fingido una lesión de rodilla para no jugar un amistoso contra el Bayern de Múnich. En el Hotel Atlántico de La Coruña coge el teléfono y llama a su mujer: “Danny, nos vamos a Barcelona.” Ya había mantenido con­ tactos con el club, pero, mientras no se abrieran las fronteras para jugadores extranjeros (en mayo del 73), el Barga no se había atre­ vido a concretar un fichaje. Cruyff llama también a su suegro, Cor Coster, para que convoque a Armand Carabén, gerente del Barga, en La Coruña para iniciar ahí mismo las negociaciones con el Ajax. El presidente, Jaap van Praag, le coloca un precio prohibitivo: 3 millones de dólares (unos 180 millones de pesetas de aquella épo­ ca). “Yo no valgo 100 millones de pesetas”, dice Cruyff. Es mucho dinero, más de lo que jamás se había pagado por un jugador en el fútbol mundial. Las negociaciones son largas y duras, y se trasla­ dan a Amsterdam, donde finalmente se cierra el traspaso el 13 de agosto, a las 12:30, por 100 millones de pesetas. Ese día, Van Praag pone cara de pocos amigos, pero Cruyff, Coster y Carabén lo cele­ bran con euforia. “Esto es un sueño. Voy a llamar a mi mujer para decírselo”, dice Johan.

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“No soy un ladrón de mipropia cartera” Johan Cruyff es el primer futbolista con representante propio, uno que negocia con los clubes los contratos y les informa de otras exigencias de su representado. En mayo de 1967, Cruyff conoce en la boda de su compañero Piet Keizer a la jovencísima Danny Coster, de 18 años, dos menor que él. Año y medio después, el 2 de diciembre de 1968, se casan. Otro año más tarde, su suegro, Cor Coster, descubre por casualidad cuánto gana Johan en el Ajax, unos 15.000 florines al año, más o menos 300.000 pesetas. “Ridículo”, le dice, “en mi tienda hay gente que gana más que tú. Vamos a arre­ glarlo”. Y Coster, que tiene un negocio de diamantes en el centro de Amsterdam, logra un nuevo contrato con un sueldo anual de 50.000 florines, por tanto, más del triple de lo que hasta ahora cobraba. Además, comienza a pedir dinero por asistir a cualquier acto al que invitan a la que se está erigiendo como la nueva estrella del fútbol holandés: inaugurar una tienda, dar una charla, grabar un dis­ co, ofrecer una entrevista; todo lo que hace Cruyff ya cuesta dinero. Sería el primer jugador con numerosos patrocinadores personales, que incluso le llevan a conflictos como con la federación holandesa, cuando se niega a jugar con las tres rayas de Adidas, el patrocinador de la selección holandesa, ya que él es un hombre de Cruyff Sports, su propia marca. La pareja Cruyff y Coster es la primera en dejar claro que la popularidad de un futbolista puede ser remunerada con mucho más que un salario anual y las primas por parte del club. Se gana muchas antipatías con esa revolucionaria actitud y a Johan ya le empieza a crecer la fama de pesetero.

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“Algunos dicen que soy tacaño” Gran combinación de países se ha encontrado Cruyff en su vida. Tanto holandeses como catalanes suelen ser víctimas de chistes de sus vecinos, belgas y españoles sobre su supuesta tacañería. Decían los belgas que los holandeses habían inventado el cable de cobre, ya que surgió cuando dos holandeses tiraban de un céntimo (curiosamente se cuenta el mismo chiste sobre dos catalanes; en este caso, se pelean por una peseta). Y algo de verdad habrá en eso, sobre todo en el caso de Cruyff. Famosas son las anécdotas de cuando el Barga estaba de viaje y el cuerpo técnico salía a la calle y se iba a tomar algo. A la hora de pagar, Johan Cruyff, muy holandés, miraba a Charly Rexach, muy catalán; los dos se metían las manos en los bolsillos, pero no llevaban cartera ni dinero suelto. Así que siempre le tocaba pagar al tercero, al bueno de Bruins Slot. Cruyff siempre ha sido así. No lleva nunca car­ tera ni, por ejemplo, un teléfono móvil. Nunca ha tenido uno. Puede que tenga que ver con la próxima cita.

“Hace tiempo c¡ue no llevo dinero. Yo llevo mi nombre y mi cara” En resumen, él es Johan Cruyff y con eso basta. Suele ser normal, cuando se es tan famoso. Nunca hace falta pagar, siempre te invitan. A cualquier dueño de un bar o restaurante le encanta tener a un famoso en el local, sirve de publicidad. Como cuando el maitre de La Coupole, gigantesca brasería parisina en el Boulevard de Montparnasse, avistó a Pablo Picasso con sus amigos en una mesa. Se acercó al grupo y le pidió al pintor malagueño si podía hacerle un dibujo en un papel del restaurante, así le regalaría la comida. Picasso hizo unos esbozos y se lo dio. El maitre vio que el dibujo no llevaba firma y le pidió que se lo firmase. “Pero, señor”, le dijo Picasso, “claro que no se lo firmo. Solo 104

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le pago la comida con el dibujo, no pretendo comprar todo el restau­ rante.” Es por la cara, esa cara que menciona Cruyff, que muchos futbo­ listas del Barga se acercan a algunos de sus restaurantes favoritos, ahí donde el dueño les quita un 10% de la cuenta final. El dueño no actúa así porque no lo puedan pagar, sino para que se sientan queridos y bien tratados, para que repitan y para que los otros comensales vean a futbolistas famosos en las otras mesas. Cruyff, en eso, siempre ha sido más discreto, y fiel. Ya en su primera época en el Barga descubrió el restaurante La Venta, en la ladera del Tibidabo, que ahora solo se encuentra a apenas cinco minutos de su casa. Le llevaba allí su agen­ te, Michel Georges Basilevich, un hombre apuesto, que sabía dónde hallar los lugares en los cuales, recién muerto Franco, comenzó a de­ sarrollarse algo de la dolce vita barcelonesa. La Venta, lejos del centro de la ciudad, era uno de esos lugares, aunque Cruyff era muy futbo­ lista, poco juerguista y muy casero para acompañar siempre a Basile­ vich. Así que el extraño francés se presentaba a menudo sin el jugador, paraba un momento su Rolls-Royce en la Plaga del Doctor Andreu, compraba en el restaurante unas cuantas botellas de cava y subía con el cochazo y dos o tres jovencitas la última parte del camino hasta donde ahora se encuentra el Hotel La Florida.

“Comofamilia hemos decidido no invertir nunca más en nada” Eso es precisamente culpa de aquel Basilevich. Ya que Cruyff no llevaba cartera ni tenía realmente mucha idea de lo que ganaba, se de­ jaba llevar por la intuición de Basilevich. Fue en una época en la que su relación con su suegro, Cor Coster, que siempre había cuidado con esmero de sus negocios, no pasaba por su mejor momento. Basilevich, que ahora reside cerca de Montpellier, en el sur de Francia, ya sabía cómo invertir las buenas ganancias de Cruyff, para que éste no tuviese 105

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que pagar tanto a Hacienda, cuando el jugador ya pagaba en España mucho menos al fisco que en Holanda. Ya en 1972, un año antes de fichar por el Barga, tuvo un encuen­ tro con el entonces presidente del Barga, Agustí Montal, y le dijo que quería dejar Holanda porque allí pagaba el 70% de su sueldo a Hacienda. Cuando en 1978 dejó el Barga, se calculaba que tenía ahorrado entre 15 y 20 millones de florines, de 3.000 a 4.000 millo­ nes de pesetas. Si lo invertía bien, pensaba, podría vivir el resto de su vida de esas ganancias. Había conocido a Basilevich a través del parvulario de sus hijos, uno privado en Sarria, donde iba también la niña del hombre de negocios que, tras pasar por Londres y París, se había instalado en Barcelona. Basilevich, de padres bielorrusos, apuesto, guapo y encantador, coincidía con los Cruyff en las fiestas del colegio y poco a poco iba haciéndose amigo del matrimonio ho­ landés. Fue un asiduo de su casa, tanto en el piso del Carrer deis Cavallers como en la segunda residencia en El Montanyá, que el constructor Valentí Leiro, de Aiguafreda, le había regalado a Cruyff —como ya hiciera con Michels, Rexach, Carabén y Núñez. Basilevich invertía el dinero del futbolista en terrenos, en inmobiliaria, en horticultura, en una compañía de exportaciones, pero sobre todo en la Ganadera Cata­ lana SA, en Artesa de Segre. Los que han visto aquellas instalaciones dicen que no era una ganadería normal, sino que parecían palacios para cerdos. En varias visitas al interior de Catalunya, Basilevich le enseñaba a Cruyff todo aquello en lo que invertía, le señalaba viñedos y le decía que eran suyos, te mostraba pisos en construcción en peque­ ñas ciudades y le explicaba que eran suyos. El problema es que Cruyff nunca vio cómo el dinero inverti­ do volvía a sus cuentas y aún menos ningún tipo de ganancias. De hecho, como no llevaba nunca cartera, tampoco se miraba mucho las cuentas. Cuando empezó a oler algo, avisó a su suegro para que echara un vistazo a esas cuentas, y comprobara si quedaba algo de esos 3.000 millones de pesetas, o si la cantidad se había multiplicado. Cor Coster vino con noticias malas, muy malas. Desesperantes. De su fortuna no quedaba nada, cero. Ni un céntimo. Hubo pleitos entre 106

Escuchando a Cruyff

las partes, aunque los Cruyff siempre han mantenido la duda de si Basilevich había sido un estafador o simplemente un mal hombre de negocios. Cruyff aprendió de aquella experiencia. Si aparentemente no había sido muy cuidadoso con su dinero, después sí lo fue. Solo gente de su absoluta confianza llevan ahora los asuntos económicos y los contac­ tos y contratos con terceros: su hija Chantal y un familiar que reside en Luxemburgo, Pascal Pop, sobrino de Danny. Chantal, además, se ocupa de la Fundación Johan Cruyff, que es el gran sueño del ex fut­ bolista y que ocupa buena parte de su tiempo. A su nombre, en España solo hay registrada una empresa: Nuevos Horizontes SL. Y desde hace unos años unos holandeses han reflotado su marca deportiva, centrán­ dose en zapatos retro con el nombre y el sello de Cruyff.

“El dinero debe estar en el campo, no en el banco” El Dream Team estaba en las últimas. A mediados de 1994, el equipo había ganado su cuarta liga consecutiva, había perdido la fi­ nal de la Copa de Europa y ya tocaba alguna renovación. Michael Laudrup, además, cansado de Cruyff, fichó por el Real Madrid. Quedaban bastantes de los buenos, pero Cruyff ya miraba más allá, buscando refuerzos. Tenía sus ideas: le encantaba un jugador como Rui Costa, quedó prendado de Yuri Djorkaeff y mantenía buenos os con Zinedine Zidane y Thierry Henry, dos grandes pro­ mesas sas. Pero, a cada fichaje que pedía, Núñez le respondía que no. El presidenta igual que Laudrup, ya estaba cansado de la ver­ borrea del holandés, de las interminables discusiones, de los múlti­ ples encontronazos. Núñez, el Rey del Chaflán, no se sentía querido, porque además fueron Cruyff y sus jugadores quienes se llevaron toda la gloria por las cuatro ligas consecutivas. Como si él no estuviera. Decía incluso en televisión que pensaba dejar la presidencia para volver a centrarse 107

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en su constructora. Pero, mientras, no quiso sacar la billetera para fichar nuevos y posibles grandes jugadores. El Barga era un club rico, no tenía deudas, tenía la caja llena. De ahí la frase de Cruyff de que el dinero no debía estar en el banco, sino en el campo. Pudo fichar, pero solo jugadores a buen precio. Llegaron en el verano de 1994 hom­ bres como Hagi, Escaich, Korneiev, José Mari, Lopetegui, y el año después Kodro, Popescu, Cuéllar, Prosinecki y Luis Figo, el único que acabaría triunfando. “Son todos muy tristes”, llegó a decir Cruyff después sobre los numerosos jugadores del este de Europa que tenía a sus órdenes.

“Gano más de lo que gasto;pero, ¿cuánto?Ni idea" Nunca ha sido el holandés hombre de excesos. A excepción de su crisis económica a finales de los años setenta, Cruyff siempre ha tenido dinero suficiente para vivir bien. Pero, como hijo de un fru­ tero trabajador con poquísimos ingresos, y luego de una viuda que se tuvo que ganar la vida como pudo para sacar adelante a sus dos hijos adolescentes, aprendió desde muy joven a valorar el dinero. “A mí me han educado con el principio: «Primero trabajar, luego ganar dinero»”. Puede que por eso no se le conozcan caprichos. Posee dos casas. Una de ellas, la de Bonanova, la compró en 1991, poco an­ tes de sufrir el infarto y aún en la buena época, por un precio alto, pero probablemente asequible para la zona donde estaba y el tipo de casa (una torre independiente de tres plantas con un pequeño jardín orientado hacia el norte). Fue ahí donde sus vecinos de un despacho de abogados le veían a veces lavar su coche con una manguera, un cubo de agua y una esponja con jabón, algo muy típico en Holanda para pasar los ratos libres. Pero los abogados catalanes ya bromea­ ban: “¿Tan tacaño es Johan que ni siquiera lleva su coche a un túnel de lavado?” 108

Escuchando a Cruyff

La otra casa, la de El Montanyá, Cruyff la tiene desde 1974, y allí sigue pasando los veranos. Rexach, Núñez y Carabén también po­ seían o poseen una casa ahí, y la viuda del antiguo gerente, la holan­ desa Marjolijn van der Meer, pasa casi cada día con la familia Cruyff, cuyos hijos son buenos amigos de los de Carabén. No en vano fueron significantes las sinceras lágrimas de Jordi Cruyff en el entierro de Armand Carabén. Como coche, Cruyff llevó durante años el mismo, un Mercedes familiar. Nada espectacular, más práctico y sólido que otra cosa. Pero ni yate, ni castillos, ni nada. Solo algunas cuidadosas inversiones. Y disfrutar de la vida, como sus vacaciones anuales: un mes entero en pleno invierno europeo en las Islas Mauricio.

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Capítulo 4

El Barga, del 0-5 de 1974 al Dream Team de 1992

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Dice Johan Cruyff en algún momento que los catalanes y la gente de Amsterdam —donde nació y se crió él— se parecen. No tiene ra­ zón del todo. Si comparamos, los de Amsterdam se parecen más a los de Madrid, porque son los habitantes de la capital, los que se creen siempre con la razón, los que creen vivir en el centro del mundo. Bar­ celona es más como Rotterdam, segunda ciudad de Holanda. Gente trabajadora, menos dispuesta a la diversión y siempre luchando con­ tra la capital. Pero, ampliando la comparación, es verdad que holandeses y cata­ lanes siempre se han tenido cierto cariño. Cualquier catalán que haya estado en un camping de la Costa Brava o de la Costa Daurada se ha hecho un poco amigo de alguna familia de holandeses, más abier­ tos y accesibles que, por ejemplo, los campistas ses o alemanes. Así descubrieron Johan y Danny Cruyff la costa catalana, no en un camping, pero sí en un apartamento de veraneo en Malgrat de Mar. Estaba casi escrito que un día aterrizarían en Barcelona. El camino lo descubrió, en 1972, Rinus Michels, pero quien abrió las puertas de par en par para el total de 23 holandeses que segui­ rían sus pasos al Camp Nou fue Johan Cruyff con su inolvidable temporada de 1973-74. Primero Cruyff trajo a Barcelona su talento y después sus pensamientos futbolísticos, una filosofía que unía la creatividad, la modernidad y las ganas de renovar de ambos pueblos: holandeses y catalanes. Y, más que nada, trajo la gloria, y acabó para siempre con el sufrimiento del culé, con el eterno complejo de infe­ rioridad. Puede que algunos de sus compatriotas estuvieran más afortuna­ dos y otros menos; no todos los holandeses han dejado una huella imborrable en el club catalán, cosa muy normal si tenemos en cuenta la larga lista que ha formado parte del Barga: Michels, Cruyff, Nees­ kens, Bruins Slot, Koeman, Witschge, Jordi Cruyff, Van Gaal, Van der Lem, Hoek, Reiziger, Hesp, Bogarde, Kluivert, Cocu, Zenden, 112

Escuchando a Cruyff

Franky Ronald de Boer, Overmars, Jonker, Rijkaard,Ten Cate, Van Bronckhorst, Davids y Van Bommel. Curioso, por eso, que tras la marcha de Van Bronckhorst en el 2007 ya no haya llegado ningún futbolista holandés al Barga, y eso que Guardiola siempre ha sido un irador del fútbol practicado en Holanda. Estuvo a punto de traer a alguno, como Arjen Robben, pero el Madrid se lo impidió. Y alguno llegará, finalmente. Pero solo hay uno que ya nunca se mar­ chará. Johan Cruyff, según dice, ha descubierto lo que significa el sol y la vida mediterránea.

“Yo solo cuajo en dos clubes:Ajax y Barfa; ahí quieren jugar el mejorfútbol del mundo" Y así ha sido, prácticamente, toda la carrera de Cruyff, dedicada a estos dos clubes. Un ejercicio de regularidad y fidelidad solo interrum­ pido por tres salidas exóticas y un tremendo ejercicio de venganza. Comenzó en el Ajax, desde que, a los 12 años, su padre le apuntó al club que jugaba a solo 100 metros de su casa en la calle de Akker, en el este de Amsterdam. Llevó, junto a Rinus Michels como entrena­ dor, el club a la mejor época de su historia, ganando las tres Copas de Europa consecutivas de 1971,1972 y 1973. Fue la irrupción definitiva del fútbol holandés en la élite mundial, justo antes del memorable Campeonato del Mundo de la Naranja Mecánica en 1974, cuando el fútbol total de los holandeses encandiló al mundo, pero no pudo con los alemanes en la final. En aquel momento, Johan ya estaba en el Barga, que acababa de conducir de los puestos de descenso al primer título de liga en cator­ ce años, galoneado con el memorable 0-5 en el Bernabéu. Aguantó cuatro años más en Barcelona, donde vivía a cinco minutos del Camp Nou, y muy cerca de donde vivían también Rinus Michels y su mu­ jer, Wil, que, sobre todo en 1973, ayudaron a los Cruyff a instalarse y adaptarse en un país extraño que solo conocían de sus vacaciones 113

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en Lloret y Malgrat de Mar y Calviá (Mallorca). Fue en casa de los Michels, en un piso donde ahora se encuentra la Avinguda J.V. Foix, donde se reunían durante años los holandeses: la familia Cruyff con sus tres hijos (Chantal, Susila y Jordi), Johan y Marianne Neeskens con su hijo recién nacido, Christiaan, y también el gerente azulgrana Armand Carabén, casado con la holandesa Maijolijn van der Meer, y sus tres chavales: Armand, David y Jofre. Ahí escuchaban todos cómo, una noche sí y la otra también, Michels entonaba con su grave voz su canción favorita: Droomland (País de ensueño), la versión holandesa de The Beautiful Island of Somewhere: “Gran país de mis sueños, / en algún lugar lejos de aquí, / donde me gusta tanto ir, / donde no puede existir el dolor.” Después del Barga, donde Basilevich le había arruinado, cosa que, por cierto, el empresario franco-bielorruso siempre ha negado, Cruyff fue en busca del dinero descubriendo el fútbol americano, la versión soccer, que los estadounidenses apenas conocían. De la costa oeste (Los Angeles Aztecs) a la este (Washington Diplomats) pudieron ver que el número 14 se alegraba de que “Nueva York es la única ciudad en el mundo donde la gente no me para por la calle, porque nadie me conoce”. A su regreso a Europa, optó por la aventura más extraña de toda su carrera: a mitad de temporada, en enero de 1981, fichó por el Levante, que militaba en la segunda división. Iba a cobrar por partido, le habían prometido la mitad de cada uno de los siete partidos en casa que quedaban. El propio Cruyff no recuerda, o no quiere recordar, ab­ solutamente nada de ese medio año en Valencia. De los 1.500 espec­ tadores habituales, el campo se llenaba casi con más de 20.000, pero Cruyff acabó cobrando menos de la mitad de lo que le habían prome­ tido. Cuentan que su suegro y agente, Cor Coster, llegó a agarrar al presidente del club por el cuello para que entregara lo que faltaba. Como no podía dejar el fútbol, obligado a reponer sus cuentas ban­ cadas, Cruyff regresó a Holanda. Tras dos temporadas en el Ajax, una disputa con el presidente —Ton Harmsen— evitó que pudiese acabar su carrera en el campo donde había empezado y juró venganza: fichó por el rival eterno, el Feyenoord de Rotterdam, en la maniobra más maquiavélica de la historia del fútbol holandés. Por supuesto, hizo 114

Escuchando a Cruyff

campeón al Feyenoord en 1984 y se retiró, a los 37 años, definitiva­ mente del césped, para regresar antes de lo esperado como entrenador en esos dos clubes de su vida, el Ajax y el Barga.

“Quédate el 9;ya cojoyo el 14* Curioso dorsal aquel 14 que Cruyff hizo famoso. Poco habitual en aquella época, porque los titulares siempre eran del 1 al 11; el 14 era de un suplente. Cruyff se hizo con él de casualidad. Siempre había jugado con el 9, como auténtico delantero centro, el hombre más avanzado, hasta que en 1970 se lesionó durante un tiempo. Uno de los hermanos Mühren lo sustituyó y se hizo con el 9. Cuando Johan regresó a los campos el 30 de octubre de aquel año, en un partido contra el PSV, Mühren se lo quiso devolver. “Quédate tú con el 9; ya cojo yo el 14”, le dijo Cruyff. Le gustaba ese número. Además, jugó un partido de maravilla; Mühren marcó el único gol y por un poco de superstición entre ambos decidieron dejarlo así. Una vez en el Barga, la federación española no permitió que llevase, como titular, un dor­ sal diferente que no estuviese entre el 2 y el 11; así que regresó al 9, aunque en la selección holandesa mantuvo el 14. En abril del 2007, el Ajax decidió, con ocasión del sexagésimo aniversario de Cruyff, retirar el 14.

“Creo que, en mentalidad, losjugadores españoles van tres añospor detrás de nosotros” En diciembre de 1971, un irado y divertido escritor holandés, Godfried Bomans, entrevistaba a Johan Cruyff y le preguntaba si le dolía que su antiguo maestro y entrenador Rinus Michels estuviese 115

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sufriendo tanto en Barcelona, donde los resultados no lo acompa­ ñaban en su primer medio año como técnico azulgrana, después de haber dejado al Ajax en la cima de Europa. Cruyff contestaba que lo sentía por él, que tenía un poco de mala suerte. “He visto algunos partidos del Barcelona por televisión y en esos no han tenido mucha suerte. Ahí, como entrenador no puedes hacer gran cosa. Además, creo que los jugadores españoles son buenos futbolísticamente, pero que en mentalidad van tres años por detrás de nosotros.” Segura­ mente, Cruyff ya había hablado con Michels, porque éste se expresa­ ba en aquellos tiempos en los mismos términos cuando hablaba con amigos holandeses sobre sus primeros meses en Barcelona, donde además había empezado con mal pie: cuando el día de su presenta­ ción le había dicho al taxista que fuera a la Masia, donde lo esperaba la directiva del Barga, el conductor lo llevó a un restaurante del mis­ mo nombre, bastante alejado del Camp Nou. Michels se sorprendió por el bajo nivel táctico y mental de sus jugadores, que no tenían nada que ver con los que había dirigido en el Ajax. En Barcelona vio una buena técnica, pero poca cosa más: no se desmarcaban ni marcaban al rival, no imprimían velocidad al juego, apenas luchaban y, cuando salían lejos del Camp Nou, desaparecían por el miedo al rival y por culpa de los arbitrajes cen­ tralistas. Descubrió que a sus jugadores les preocupaba más pasárselo bien por la noche en Sevilla, Valencia o Bilbao que ganar al rival. El ejem­ plo más llamativo y famoso fue cuando el Sevilla eliminó al Barga de la Copa del Rey. Tras una humillación de 3-1, Michels mandó a sus jugadores a dormir a sus habitaciones en el Hotel Colón y se apostó en la recepción para asegurarse de que nadie saliera a la calle. Cuan­ do vio a un camarero pasando con una bandeja con botellas y copas de champán, le preguntó a qué habitación iba: era una habitación de la expedición del Barga. Entonces dijo al camarero que ya se hacía cargo él:. Abrió Asensi la puerta y ante la mirada atónita de Sadurní, Rifé, Marcial, Gallego, Barrios y Reina, el entrenador, ya conocido como Mister Mármol, lanzó toda la bandeja al suelo: botellas y copas estrellándose en el suelo, pequeños trozos de cristal incrustándose 116

Escuchando a Cruyff

en los gemelos de los futbolistas. “¡Champán para los que sois tan grandes profesionales!”, les gritó. El portero Reina, padre del actual guardameta del Liverpool, ya no volvió a jugar ningún partido más y fue traspasado al Atlético de Madrid. A Michels, por su parte, lo vino a rescatar medio año después su alumno más aventajado en el Ajax, Johan Cruyff.

“ElAjax es un gran equipo defútbol. El Barfa es un gran club” Cruyff tuvo que explicar en 1973 por qué optó por marcharse al Barga, al extranjero, y dejar un club, el Ajax, que acababa de procla­ marse por tercera vez consecutiva campeón de Europa. No era normal, además, que los futbolistas holandeses, hasta hace poco puros aficio­ nados —el profesionalismo estuvo prohibido hasta 1954— saliesen al extranjero. De hecho, solo dos habían precedido a Cruyff en una aventura semejante. Tenía razón Cruyff que el Ajax era un gran equipo de fútbol, ju­ gaba de maravilla, dominaba Europa, ni los grandes de Italia, ni el mejor Madrid, ni los ingleses pudieron con los de Amsterdam. Pero a Cruyff no le gustaba cómo se dirigía el club, gente que se dedicaba en su tiempo libre a presidir reuniones y tomar decisiones. El Barga le sedujo con una apuesta por el profesionalismo total, con un gerente erudito como Armand Carabén dedicado exclusivamente al club. Y le sedujeron los millones, por supuesto. Millones de pesetas que se dejaba pagar en dólares en una cuenta suiza; así no dependía tanto de la habitual devaluación de la moneda española.

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“¿Sabes qué más me llamaba la atención cuando nos proclamamos campeones? Que la gente no me decía felicidadesysino gracias* Cruyff acababa de incorporarse a la selección holandesa para el Mundial de 1974 cuando recibió de sus compañeros las felicita­ ciones por el espectacular título de liga conquistado en su prime­ ra temporada en el Barga. Felicitaciones que eran diferentes a las que había recibido en Barcelona, en Catalunya. Ese gracias era el agradecimiento de los culés, pero también de una buena parte del pueblo catalán, por su contribución a la conquista de Madrid, por su impagable papel en amargar un poco más los últimos años de un débil Franco, por el desparpajo con el que alejó por un año el eterno complejo de inferioridad de un pueblo oprimido, cansado ya de las dictaduras, tanto la del caudillo en el país como la del Real Madrid en la Liga. Un espigado holandés acabó con una sequía de títulos que dura­ ba 14 años. En la película Johan Cruyff - En un momento dado, del director Ramón Gieling, el recuerdo de aquel año aún llevaba hasta hace poco a Xavier Pitarque, un trabajador de cruceros, a las lágri­ mas. “Pagamos un chaparrón de duros por Cruyff, el ñchaje más caro de la historia”, explicaba, “y, cuando lo veías aparecer, delgado, seco, fumando como un carretero, pensábamos: «Joder, ¿ese tío ha de salvarnos la vida?» Pues ¡cómo nos la salvó! Aún ahora no le hemos agradecido lo suficiente lo que hizo por Catalunya.” El hombre tra­ gaba saliva, no aguantaba ya su emoción. “Nos devolvió el orgullo. El acabóse fue el 0-5 en el campo del Madrid. Recuerdo que estaba con unos amigos, escuchándolo por la radio. Con cada gol nos abrazába­ mos: era una emoción intensa; salimos a la calle: cláxons, gritos. ¡0-5 en el Bernabéu!, cuando el presidente del Madrid, Santiago Bernabéu, había dicho más de una vez «me gusta Barcelona, me gusta mucho Catalunya, pero sin los catalanes»”. Una venganza, pero una venganza dulce, no de matar a la gente. Una venganza de poder decir, “hijos de puta, con todo lo que nos 118

Escuchando a Cruyff

habéis hecho, ahora a morder el polvo vosotros”. Y lloraba, Pitarque. “Mira que ha pasado tiempo, pero solo recordarlo se me pone la piel de gallina. Nos hizo sentir catalanes, de raíz. Ganó el Barga, pero ganó Catalunya también. Catalunya ganó al Gobierno central. 0-5, Johan, el salvador de Catalunya.” Un gracias tal vez exagerado, pero un gracias en toda regla, de corazón. Más que felicidades.

"iVengo a iniciar una época de gloria, a dar un nuevo

enfoque a este club. Me siento como si volviera a casa”

Regresó Cruyff en 1988 a su segunda casa, para no marcharse nun­ ca más. Tras ocho años en el Barga, él y Danny decidieron en 1996 que ya no tocaba volver a Holanda, que Barcelona era su ciudad, que el Mediterráneo era su vida, alejado del frío del mar del Norte. Pero quiso importar al Barga algo de su país: esa convicción absoluta que el fútbol se juega con un 4-3-3 o un 3-4-3 y que la belleza es la úni­ ca manera de alcanzar la gloria. Le costó implantarlo: necesitó dos largas temporadas de pruebas para cosechar a partir de la tercera. No fue fácil, porque era el primer entrenador llegado al club que desafió abiertamente a todos los obstáculos para cambiar la idiosincrasia del club. Un desafío que provocó que en febrero de 1990 el ambiente fuese horroroso: tenía a buena parte de la afición en contra, igual que a la mayoría de la directiva, y además había jugadores que no comulgaban con sus ideas. Pero a él le daba igual. Amante de la polémica, no le im­ portaba trabajar sin armonía. El problema era que un vestuario dividi­ do difícilmente puede aspirar a esa gloria que Cruyff perseguía. Para ello necesitaba al menos el apoyo unánime de la directiva, necesitaba poder, fuerza para plantar cara a esa plantilla descontenta. Cruyff fue del tipo de entrenadores que después de un partido critica duramente a sus jugadores, incluso con nombres y apellidos, 119

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algo muy holandés, pero poco habitual en la mentalidad mediterrá­ nea. Además, él no reconocía nunca sus propios errores. Aunque ese último aspecto le fue bien para perseverar en su estilo algo autorita­ rio, para imponer su criterio en contra de la marea. Cuatro años más tarde, camino del cuarto título de liga consecutivo y la segunda final de la Liga de Campeones en tres temporadas, ya nadie se acordaba de aquel difícil arranque, de esos dos años eternos en que, si Núñez le hubiese despedido, el club seguramente hubiera regresado a la cueva de siempre, oscura al final del túnel, y tal vez los 20 años siguientes no hubieran sido tan gloriosos como finalmente fueron, ya que la mitad de los títulos de liga que hubo en juego acabaron en las vitrinas del Barga. Con buen fútbol, además.

“Hay unidad. Todo el mundo hace lo quepido; no son, aquí\ como los holandeses, que cuando empiezas a respirarya te dicen: «Sí,pero...»” Hay una gran diferencia entre los futbolistas holandeses y los espa­ ñoles, descubrió Johan Cruyff cuando aterrizó en Barcelona en 1988. Tenía muchos vascos, algunos catalanes, valencianos, madrileños, an­ daluces y tres extranjeros en la plantilla azulgrana, y veía que le tra­ taban de manera muy diferente a lo que siempre habían hecho sus chicos holandeses del Ajax, donde, por cierto, jugó con un 11 titular completamente holandés. Puede que tenga que ver con la educación, con el carácter, con el país. Para empezar, aquí, en el Camp Nou, le llamaban místery le hablaban de usted. Era Cruyff, Johan Cruyff, y los jugadores iraban y respetaban a uno de los grandes de la historia del fútbol, de la historia del Barga, también. En Holanda, eso es diferente. En Holanda, hasta la megaestrella más grande debe comportarse como cualquiera, como una persona sencilla; no puede comprarse un coche de lujo o un deportivo, no pue­ 120

Escuchando a Cruyff

de exhibir demasiado su talento ni su orgullo, sin dejar de ser un ciu­ dadano más. Pero en el fútbol hay una cosa más: en Holanda apenas cuenta la autoridad del entrenador, y ésa fue la diferencia que descu­ brió Cruyff al llegar aquí, como después también lo notaría Van Gaal. Era este último un tipo autoritario —o sea un hombre que parecía poder sentirse muy a gusto en un país como Catalunya, donde la je­ rarquía aún cuenta mucho— ; pero Van Gaal criticaba la falta total de iniciativa propia de los jugadores, de su temor al jefe, de su aceptación de todo lo que se les decía desde arriba. Algo aplicable también, por ejemplo, al mundo empresarial: decide el director y todo el mundo con un rango inferior no se atreve a hacer nunca nada sin antes pedírselo a su superior. Mejor no hacer nada que luego recibir la bronca por haberlo hecho mal. En Holanda, sabía Cruyff, eso era todo lo contrario. Pese a que como entrenador tenía más respeto que cualquier otro, los jugado­ res le llevaban la contraria si les apetecía. Lo contó alguna vez con asombro Pep Guardiola, que como jugador coincidió en el vestua­ rio del Barga con una docena de holandeses, la mayoría procedentes del Ajax, de una cultura futbolística peculiar, donde desde niños se creen los mejores del mundo. “El 80% de los jugadores holandeses que he conocido se creen que son ellos los que han inventado el fút­ bol”, decía Guardiola, a quien seguramente le venía a la mente una pareja gemela de sabios como Frank y Ronald de Boer, además de, por supuesto, el propio Cruyff, con la diferencia de que el último sí que ha inventado algún tipo de juego. “Es muy característico de los holandeses”, insistía Guardiola, “llegar a otro país y comenzar a dar clases de fútbol. Si aceptas eso, es buena gente. Además, son muy críticos con ellos mismos. Y entiendo esa actitud. Si vienes de un país tan pequeño y tienes tantos jugadores tan buenos, obligatoria­ mente debes de quererte mucho a ti mismo y ser arrogante; si no, no llegas a ninguna parte. O, como dijo Johan: «Es así, porque somos los mejores.»”

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“Algún día, Charlyy yo saldremos de aquí en globo... ” Fue en una época de relativa calma en Can Barga, allá en septiem­ bre de 1991, pocos meses después de conquistar el primer título de liga desde 1985. Difícil de comprender para la generación actual, los jóvenes que han visto cómo, desde ese 1991 —o sea, solo en 20 años— el Barga ha conquistado 10 de sus 20 títulos de liga. Antes, una sequía seguía a la otra, y en los 30 años que van desde 1961 hasta 1991 los azulgranas solo lograron dos títulos: en 1974 —otra vez Cruyff— y en 1985 —con Terry Venables en el banquillo. Fue precisamente en aquel mes de septiembre de 1991 cuando Cruyff superó los días de perma­ nencia en el banquillo de Venables, todo un hito en un club marcado por la inestabilidad. Habían pasado tres años complicados, con muchas tensiones, pero el campeonato de aquel año devolvió la calma, una tranquilidad que duraría mientras se enlazaran los títulos del Dream Team. Cruyff su­ peraba a Venables y, cuando le preguntaron a qué se debía su éxito, se lo tomó con filosofía: “No soy muy amante de las estadísticas, pero en todo caso estamos hablando del reflejo de un trabajo. Tenemos tranquilidad y el apoyo de los dirigentes, sobre todo del presidente. Y eso se nota por la continuidad y los resultados de ese trabajo. No obs­ tante, también quiero recalcar que en el fondo nosotros sabemos que un día saldremos en globo, aunque no sé cuándo.” Es la cita textual de un diario, E l Mundo Deportivo, en este caso; pero, de paso, también demuestra que los periodistas necesitan a veces retocar las palabras de Cruyff para hacer sus comentarios entendibles para el lector, ya que parece difícil que el holandés manejara, textualmente, palabras como reflejo y recalcar. El globo del que hablaba Cruyff, por cierto, nunca despegó con ambos técnicos juntos en la cesta.

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Escuchando a Cruyff

“El entorno haperdido elpartido” No lo dijo exactamente así, pero es como si lo hubiera dicho. Vaya con el entorno. Maldito entorno. Eterno entorno: principio y final de Cruyff en el Barga. Del diccionario de la Real Academia Española: “entorno. (De en- y torno) 1. m. Ambiente, lo que rodea. 2. m. Inform. Conjunto de condiciones extrínsecas que necesita un sistema informático para funcionar, como el tipo de programación, de proceso, las características de las máquinas que lo componen, etc. 3. m. Mat. Conjunto de puntos vecinos a otro. 4. m. Ar. Pliegue que se hace a la ropa en el borde. 5. m. ant. Contorno”. Ni apareció el entorno de casualidad, aquel 1 de abril de 1992, el día que el Barga perdió en Praga ante el Sparta y tambaleaba su presencia en la final europea de Wembley, que en aquellos años se alcanzaba ga­ nando en un grupo de cuatro equipos. Junto al Barga jugaban, además del Sparta de Praga, el Benfica y el Dinamo de Kiev. En el otro grupo luchaban la Sampdoria, Estrella Roja, Panathinaikos y Anderlecht. Otros tiempos, con solo los campeones de cada país en lid, y con la ausencia, en esta fase final, de los representantes de Inglaterra, Francia y Alemania —el Kaiserslautern, eliminado por el cabezazo azulgrana de Bakero. Con el 1-0 inesperado en Praga, el Barga ya se olvidó de clasificarse para Wembley y alcanzar la tranquilidad. Y Cruyff estalló, después del partido, tanto ante los micrófonos de las radios a pie del césped como el día después en el regreso a Barce­ lona. “El equipo ha controlado el partido y ha tenido ocasiones para marcar. Pero han sido otros factores que nos han hecho caer en Pra­ ga.” ¿Qué factores?, le preguntaron, y ahí comenzó el asombro de sus interlocutores. Cruyff: “¿Por qué no ha funcionado el sistema? ¿Por qué no ha entrado el balón? ¿Por qué los jugadores no saben más? El entorno influye en mis hombres.” Maldito entorno. Se le insistía, y él parecía entenderlo: “Es mejor dejar el tema porque no lo vais a com­ prender.”Ya. Ni sus jugadores, tal vez. Lo que quería decir el holandés: la organización del club no funcionaba, demasiada gente abría la boca, directivos que se metían donde no debían. “Hay un entorno que influ­ ye y, si no fuera así, el Barga ganaría muchos más títulos.” 123

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La respuesta llegó solo unas pocas horas después del gerente, An­ tón Parera, que decía que la estructura del FC Barcelona, tan criticada por el entrenador, llevaba funcionando desde hacía tiempo. Y remató, no sin cierta ironía: “Aquí en Praga no han jugado ni los directivos, ni los socios, sino los jugadores que Johan ha escogido. Cruyff ha alinea­ do a los extranjeros que él fichó y con el sistema de juego que él ha querido utilizar. Nosotros sobre el terreno de juego no tenemos nada que hacer; algo que es, creo, bastante evidente.”Tres días después, con la misma ironía, se metió en la discusión Javier Clemente, entrenador del Espanyol y siempre contrario a que a un técnico extranjero sin papeles como Cruyff se le dejara sentar en el banquillo. “Ya era hora de que un extranjero aportara una cosa buena. Gracias a su descubri­ miento ahora me he dado cuenta de que perdimos en Leverkusen por el entorno”, se refería Clemente a la increíble final de la UEFA perdi­ da en Alemania, tras ganar en Sarria por 3-0. Y seguía: “Como él es un crack, la idea del entorno nos va a servir a los demás: a los entrenadores nacionales nos tendrán que itir estos criterios. Nos ha hecho un favor muy cachondo.” El entorno ya planeaba sobre el equipo y en la cabeza de Cruyff desde hacía tiempo. Llevaba el entorno desde hacía dos años apare­ ciendo con regularidad, pero no en boca de Cruyff. Ni debió conocer la palabra ni su significado, al principio. No es de las palabras que un extranjero aprende primero. Pero llevaba el técnico leyéndola desde hada tiempo en los periódicos y escuchándola en televisión. De he­ cho, fue Josep Lluís Núñez quien la sacó a relucir por primera vez. Fue en mayo de 1990, el día que se presentaba a la afición a un nuevo fichaje, Hristo Stoichkov. Sentado a su lado, Cruyff escuchó decir al presidente: “Deseo que el año que viene sea un año de seriedad; aunque no sé si tendremos suerte con los resultados. Debemos crear un entorno de tranquilidad.” Meses más tarde, el holandés, tras ha­ ber visto la palabra ya muy a menudo en la prensa, la mencionó por primera vez. Técnico y jugadores mantuvieron, antes de un partido contra el Mallorca, una breve charla en el campo de entrenamiento. “Les hice ver”, explicó Cruyff después, “que el entorno del Barga es muy peligroso”. En aquel momento lo decía porque aquel entorno 124

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se había relajado demasiado, porque confiaba demasiado en el buen hacer del equipo. Un mes más tarde, en enero de 1991, siguió su ejemplo uno de sus capitanes, José Mari Bakero. El día después, camino de su primer título de liga de cuatro consecutivos, el Barga, con ocho puntos de ventaja, recibía al Real Madrid, pero nadie estaba tranquilo. “Esta es una victoria más importante para el entorno que para nosotros”, dijo Bakero. Al contrario que en Praga, ahora el entorno era demasiado positivo, optimista. Cosas del entorno, palabra que desde entonces ha alcanzado una notoriedad insólita y que da incluso nombre a un po­ pular lugar web azulgrana en Internet.

“Salidy disfrutad* Puede que esta frase fuese aún más importante en el desarrollo de la final de Wembley que la falta de Koeman. Puede, pero no es seguro. Porque una cosa fue el mensaje que Cruyff lanzó a sus ju­ gadores, intentando tranquilizarles porque ya habían alcanzado la final, que eso ya era un gran logro. Pero él no portaba como muchos otros culés el pesado equipaje traumático de la final de 1986 en Se­ villa, cuando un Barga favorito había perdido en los penaltis frente a Steaua de Bucarest. Cruyff era entonces entrenador del Ajax, con el que ganaría la Recopa de Europa en 1987, y apenas debía acordarse de un portero llamado Ducadam, cuando alentó a sus jugadores en el sagrado vestuario de Wembley. Muchos de estos futbolistas eran auténticos culés y adolescentes cuando lloraban la derrota en Sevilla. La tensión atenazó a Zubizarreta, Ferrer, Nando, Koeman, Juan Carlos, Guardiola, Bakero, Eusebio, Laudrup, Stoichkov y Salinas durante casi todo el encuentro ante la Sampdoria; era difícil dis­ frutar, incluso para Cruyff en el banquillo. Se jugaban demasiado, jugaban contra la historia, la maldición, el complejo de inferioridad, 125

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el sufrimiento tradicional de los culés. Pep Guardiola, joven centrocampista en aquella época, recordaba cómo se le puso la piel de gallina cuando pisó Wembley, cuando vio el inmenso estadio, templo de los que inventaron el fútbol. Un túnel larguísimo, además, entre el vestuario y el terreno de juego. Cruyff vio las caras de sus jugadores, todos con esa impresión que sentía Guardiola. Joven o viejo, novato o experimentado, aquello era diferente a todos los partidos que ha­ bían jugado. No podían fallar. Vio el holandés que poco sentido tenía ya dar una charla táctica, que ya había hecho previamente. No tenía ningún vídeo, como años después sí utilizaría el Guardiola entrenador, así que se limitó a unas palabras históricas: “Disfrutad de este momento. Mirad el campo, el césped, la gente, todo. Vale la pena llegar hasta aquí solo por esto. No salgáis a sufrir: no tendría sentido tanto esfuerzo para sufrir. Dis­ frutad.” Y disfrutaron, al final, pero solo después de concluir los 120 eternos minutos.

"Las leyes delfútbol dictan que después de un éxito suele seguir una decepción” Ganador por naturaleza, parecía que Cruyff lo decía para preparar al público para una posible derrota. Además, sabía como nadie que ningún triunfo aporta la felicidad eterna, ningún título se prolonga, en teoría, más allá de una temporada. O incluso menos: en el primer partido de la temporada siguiente, el campeonato de la anterior ya está olvidado. Aunque incluso en eso Cruyff fue el primer técnico del Barga en aligerar el peso de la historia; su Dream Team ganó la liga cuatro años consecutivos, algo insólito. Pero, como si fuese para dar argumento también a esta teoría suya, en 1994 decidió cerrar esa época triunfal con un batacazo monumental. Les dijo a sus ju­ gadores que los del Milán, el rival de la final de la Copa de Europa en Atenas, no tenían por qué ser superiores al Logroñés, o que al 126

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menos se les debería mirar sin temor alguno por su calidad e histo­ ria. El resultado, un 4-0 doloroso; aún escuece ahora en la memoria azulgrana, pese a los dos triunfos en la Liga de Campeones de los últimos cuatro años.

“Lo difícil de unpartidofácil es lograr que un adversarioflojojuegue mal” Son los partidos más complicados. Rivales fáciles ya no los hay, es uno de los tópicos del fútbol. Pero es verdad. Si lo recordamos, los mejores partidos del Barga de Cruyff fueron aquéllos contra un rival de entidad. El Real Madrid, por supuesto, con algún 5-0, y Romário volando como un futbolista fantasioso de dibujos animados, como lo calificaba Jorge Valdano. O el histórico encuentro ante el Dinamo de Kiev, un Dinamo que era un laboratorio sobre el terreno de juego, una máquina perfecta creada por su obsesivo entrenador Lobanovski. Un Barga desbocado, rozando el fútbol total inventado por Michels y Cruyff en los años setenta, ganó el partido por 4-1, pero la diferencia podría haber sido abismal. En Ucrania había perdido por 3 a 1, porque el Dream Team a veces también sufría derrotas difíciles de remontar. Eso de los adversariosflojos lo descubrió el Barga, con mucho dolor, en la temporada siguiente de ganar por primera vez la Copa de Euro­ pa. Acababa de comenzar en la temporada 1992-93 su andadura hacia el tercer título de liga consecutivo, pero en Europa el campeón mostró su peor cara. Primera ronda en que participaba, los dieciseisavos de fi­ nal, un duelo con el modesto Viking FK de Noruega: el partido de ida se jugó en el Camp Nou y se ganó por solo 1-0, con un gol de Gui­ llermo Amor en el minuto 87. En la vuelta, en Stavanger, el pequeño rival no tenía ninguna intención de atacar, apostaba por la contra, y ante ese muro los azulgranas no pudieron pasar del 0-0. Gran fiesta en las gradas, llenas con 15.000 espectadores, pese a la eliminación de los noruegos. La eliminatoria ya fue un aviso de lo que vendría después. 127

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En octavos de final, el equipo de Cruyff empató a un gol con el CSKA de Moscú. El 4 de noviembre de 1992, en la vuelta en el Camp Nou, todo parecía encarrilado cuando, a la media hora del comienzo del partido, Nadal y Begiristain ya habían puesto a los catalanes 2-0 por delante. Ahora ya podían dormirse y esperar pasar a la fase de grupos. Pues sí, se durmieron, pero demasiado. Los rusos marcaron tres goles y dejaron al campeón fuera. Y no es que el CSKA fuese un equipo estelar: en la siguiente fase acabó último, con cuatro derrotas y dos empates, en un grupo formado con el Olympique de Marsella, el Glasgow Rangers y el Club Brujas.

"Siempre he querido tener unaplantilla de 18, porque así hay másjugadores contentos conmigo que descontentos* Parecía Cruyff siempre muy decidido a la hora de confeccionar las alineaciones y descartar a jugadores, pero en una entretenida con­ versación entre Ronald Koeman y Tonnie Bruins Slot, cuando éstos dirigían el PSV, el ex jugador y el ex ayudante de Cruyff, respectiva­ mente, desvelaron cómo muchas veces las decisiones eran resultado de la improvisación. Ocurrió tras el verano de 1993: el Barga se había reforzado con Romário; pero, con el brasileño, Koeman, Laudrup y Stoichkov, el Barcelona contaba en sus filas con cuatro extranjeros de gran calidad, cuando solo tres podían juntarse en el campo, según los reglamentos de entonces. Llegaba el primer partido de la temporada, ante la Real Sociedad, y todo el mundo preguntaba quién se quedaría fuera, en el banquillo. Bruins Slot: “Los periódicos llevaban ya dos semanas llenándose con este asunto. De Ronald no había ninguna duda, porque era el único defensa de los cuatro. La suplencia se decidiría entre los tres de delante. Laudrup no jugaría, pensaba la gente.” 128

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Koeman: “Y nosotros creyendo que los entrenadores se lo habían pensado muy bien, que lo habían discutido y hablado. Pero ¿que paso? Una hora antes del partido aún no habían decidido quién sería el cuar­ to extranjero que se quedaría en el banquillo.” Bruins Slot: “Sí, solo una hora antes decidimos sacrificar a Ronald para dar entrada a Romário. Bueno, decidimos..., decidió Johan. Yo se lo dije: «¿Vas a dejar a Koeman fuera?» «Sí», me contestó, «a ése al menos se lo podré explicar en holandés; lo entenderá mejor. Dejemos que los otros tres se peleen por los puestos; si uno se cae, ya entrará Ronald».” Koeman: “Y me viene Johan después del partido y me dice: «Tú puedes digerirlo mejor que los otros tres.» Vaya, siempre se inventaba algún argumento que te hacía pensar: eso lo hace cualquiera.” Bruins Slot: “Y Ronald le contestó a Johan: «Así me jodes solo una vez, ¿eh?, solo una. No tengo ganas de que me jodas otra.» «Sí, sí», decía Johan, «te lo juro, solo una vez.»”

“Koeman ha sido mi mejorfichaje en el Barfa. Siempre rendía, nunca causabaproblemas" Más de 1.200 millones de pesetas. ¿Para un defensa? Algo regor­ dete y un poco lento, además. ¿Se había vuelto loco? Tras un primer año discreto en el Barga, aunque salvado con la Recopa, Johan Cruyff planteó lo que debió ser su primer gran fichaje millonario, Ronald Koeman, procedente del PSV, y con el que el técnico había trabajado en el Ajax. ¿Un defensa central? Los socios se esperaban delanteros, goleadores, por ese dinero, no un tipo rubio con pecas en su cara rosa­ da para apuntalar la defensa, pese a que fuera campeón de Europa en 1988 tanto con el PSV como con Holanda. Koeman nunca olvidará el primer día que llegó a Barcelona, recibi­ do finalmente con alegría por aficionados en el aeropuerto de El Prat. Cuando pasaba en coche, junto a su mujer, Bartina, y su fiel agente, 129

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el recién fallecido Ger Lagendijk, por el Eixample, una cosa le llamó tanto la atención que nunca la ha olvidado. “Redondo. Todo en la ciu­ dad me parecía redondo: los edificios, los cruces de las calles.” Koeman quedó, sin saberlo, impresionado por el aspecto suave, redondeado, de los cruces del Pía Cerda. Y por el tráfico. “Yo, que venía de Eindhoven, con casi nadie en la calle, me encontré de golpe en un mundo total­ mente diferente, en una auténtica ciudad.” Le costó adaptarse: fue silbado por el público en sus difíciles pri­ meros meses, fue colocado por Cruyff en el medio campo, donde se acentuó aún más su falta de velocidad, sufrió una rotura del ten­ dón de Aquiles en su segunda temporada, pero después regresó con fuerza, tanto física como mental. Y con su brutal pase largo en pro­ fundidad, y, sobre todo, con ese mortífero tiro de falta. Finalmente, marcaría casi 70 goles en poco menos de 200 partidos con el Barga, entre ellos el más bello, el más recordado, el de Wembley, el de la primera Copa de Europa, la copa que se había hecho esperar tanto. Un periodista holandés le dio el apodo de Copito de Nieve—en Bar­ celona le conocían más por su parecido con Tintín. Para Cruyff, que le tuvo durante años como vecino en unas lujosas casas unifamiliares en el eig deis TiMers, en Pedralbes — alquiler: un millón de pe­ setas al mes; la de Koeman era la casa de un director de banco que la había comprado para su hijo, que en aquel momento tenía aún solo tres o cuatro años— fue simplemente su mejor fichaje en el Barga. Un defensa. Curioso.

"Romário era elprimer defensa,porque, si él presionaba alportero, nuestra defensapodía adelantarse 10 metros” Ese futbolista de dibujos animados —como le calificaba Valdano— dio al Barga una gran temporada, una sola, la de 1993-94, la de 130

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la última liga del Dream Team. Antes de ir al Mundial de EEUU para proclamarse campeón del mundo con Brasil, Romário de Souza Faria fue pichichi de primera división con 30 goles, 15 de los cuales conse­ guidos en nada menos que cinco hattricks, récord aún vigente en la liga española. Uno fue contra el Real Madrid, en un memorable 5-0 en el Camp Nou, en el que, a un pase en corto de Pep Guardiola, engañó al defensa Rafael Alicorta con su famosa cola de vaca y batió después a Paco Buyo con un ligero toque con el exterior del pie derecho. Ese era el Romário que Cruyff quería ver, pero también el que estorbaba al mismo Buyo, o al último defensa, en sus intentos de sacar el balón. Un método de jugar de los delanteros que regresó al Barga de la mano de Rijkaard y Guardiola como técnicos. El mejor exponente para aplicar ese juego molesto para el rival fue Samuel Eto’o, aunque el camerunés corría tal vez demasiados metros para el gusto de Cruyff.

“¿Tepuedes imaginar unaprimera división sin el Real Madrid? ¿No? Puesya está resuelto el problema” El Barga se encontraba de pretemporada en Holanda, como era habitual en los años con Cruyff de entrenador. Desde España ha­ bían llegado noticias de los supuestos problemas económicos del Real Madrid. La Ley del Deporte obligaba a los equipos, que se convirtieron gradualmente en Sociedades Anónimas Deportivas, a presentar unos avales como previsión de deudas antes del 1 de agos­ to de 1995. El que no cumpliese, bajaría a segunda, como le pasó finalmente al Sevilla y al Celta de Vigo. El Madrid, decían, estaba también en el limbo, pero, cuando un reportero de la televisión ho­ landesa le preguntó a Cruyff sobre el tema, se echó a reír: “¿Te pue­ des imaginar una primera división sin el Real Madrid? ¿No? Pues ya está resuelto el problema.” 131

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“El Barga de Guardiola da algo a la gentepara que el lunes regresefeliz al trabajo” Es eso, en realidad, en lo que se resume la esencia del fútbol. Es un pasatiempo pasajero, un deporte al fin y al cabo, no una cosa de vida o muerte, de trabajo o desempleo, de matrimonio o divorcio, de fortuna o pobreza. En el fondo, no nos lo deberíamos tomar tan en serio como siempre hacemos. O, para empezar, los entrenadores no deberían to­ márselo tan en serio. Se juegan el puesto, claro, y a veces sueldos millo­ narios, aunque sus despidos suelen quedar amortiguados con finiquitos igualmente millonarios. Pierden un trabajo, tal vez un prestigio, pero no acaban en la pobreza, en el paro con un subsidio mensual de 425 euros. Entonces, puestos a considerar el fútbol como una bonita diversión y no un asunto mayor, de Estado, mejor que la gente se lo pase bien. Es lo que siempre ha querido Cruyff, una idea que no ha abandonado jamás en su vida: la gente va al fútbol para pasárselo bien, y para poder compartir al día siguiente, en el trabajo, el bar o la calle, sus momentos de felicidad, su iración o, por qué no, su cabreo. Es mejor que la gente se divierta, si se paga tanto dinero para asistir a un partido de fútbol —cuesta más ver un partido de 90 minutos en el Camp Nou, si no se tiene un abono, que asistir a un concierto de Bruce Springsteen de dos horas, y en el segundo sabes que todo lo que te ofrecerán será bueno, pero en el primero puedes asistir a una obra menor. Hacer que la gente se divirtiese lo consiguió el Dream Team, cuan­ do el público sabía con casi toda seguridad que cada dos semanas se le presentaría un encuentro atractivo, memorable, a veces. Se podía perder, también, o empatar; pero, al menos, tras haber presenciado unos 90 minutos agradables. Lo mismo ha conseguido el Barga de Guardiola, llevándolo a esferas aún más altas, a logros mayores, a sue­ ños que parecían imposibles. Nunca dio tanto gusto regresar el lunes a la oficina, a la obra o al colegio, sobre todo si había el inevitable madridista entre los compañeros.

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“Siendo unjugador malo, tiene una buena técnica. Pero siendo unfutbolista bueno, tiene mala técnica” Sabe Cruyff, por experiencia, que sus palabras alcanzan cualquier rincón del mundo, que pueden ser mal traducidas o tergiversadas. Por eso suele ir con cierto cuidado a la hora de expresar sus opiniones. En primer lugar, es partidario de defender a futbolistas y a entrenadores, les da un margen de tiempo. O expresa una opinión contraria a la que piensa la mayoría de la gente. ¿Que España empieza el Mundial per­ diendo? Pues, para Cruyff, es más favorito que antes de perder ante Suiza. ¿Que Ibrahimovic no marca tantos goles como Eto’o? Pues, según Cruyff, “la cuestión no estriba en si Ibrahimovic marcará más o menos goles que Eto’o, porque son futbolistas distintos; Guardiola buscó la polivalencia en el sueco”, y eso, según el holandés, siempre es bueno. Y, si entonces llegan noticias desde Suecia donde Cruyff critica a Ibra por su estilo, siempre hay que tomar esas palabras con cier­ ta precaución, porque aparecen en una entrevista del holandés con el Aftonbladet, un tabloide sensacionalista, y últimamente Cruyff no es muy partidario de dar entrevistas. Puede que le entrevistaran, seguro, y que la traducción fuese correcta, aunque su parecer sobre Ibrahimovic parece algo bruto. Muy en el lenguaje de Cruyff, eso sí, buscando las paradojas. “Ibrahimovic tiene una buena técnica para un mal jugador y una mala técnica para un buen jugador.” ¿Qué quería decir? ¿Es el sueco bueno o malo, o solo un poquito bueno o un poquito malo? “Hay que sacar más provecho de las cualidades que tiene”, añadió el holandés, que luego habló, eso sí, bastante más claro de cómo se juega en el Inter y de cómo se juega en el Barga: “Uno de los detalles que debe aprender Ibrahimovic es que, si pierde la pelota como delantero en Italia, no pasa nada; pero, si pierde la pelota como delantero en el Barga, él es el primero que debe salir corriendo a recuperarla.”

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“El contrato de Messi es una exageración* Como entrenador, Cruyff quiso tener influencia en cualquier deci­ sión técnica. No existía aún el cargo de director técnico en los clubes, ni el de mánager, que ejercían y ejercen los entrenadores en Inglaterra. Cruyff era oficialmente entrenador, pero poco a poco se hizo con más poder. Desde luego, no aceptó nunca a nadie por encima suyo que también tuviese potestad, y aún menos que tuviese más que él, para tomar decisiones relacionadas con el equipo de fútbol. Había un secretario técnico en el Barga, Ramón Martínez, pero fue una de las pocas personas que no había sido colocado en el orga­ nigrama por el propio Cruyff. Fue en diciembre de 1989, poco más de un año después de su llegada, cuando el holandés pidió y consiguió más poderes. Primero, había dimitido de sus tareas como coordinador del fútbol base —una de las maniobras típicas que solía hacer para conseguir lo que realmente quería. Su decisión provocó un irónico comentario de Martínez, diciendo que Cruyff “no puede dedicarse a esta tarea si solo trabaja para el club de las 10:30 hasta las 12”. El vicepresidente Josep Mussons siguió en la misma onda, diciendo que “está claro que Cruyff tendrá que dedicar al Barga muchas más ho­ ras”. Fue ese el ambiente al que se enfrentaba Cruyff, de directivos y colaboradores hablando en público como si él fuera un intruso, no el entrenador del primer equipo. Pero logró su objetivo: le dieron el mando total del apartado técni­ co. Según tuvo que reconocer el propio Mussons después de una re­ unión: “Cruyff quiere ejercer ahora de auténtico mánager. La directiva y el presidente están de acuerdo.” Pero no pudo evitar, el vicepresiden­ te, una coletilla en su aparición ante los medios de comunicación: “La práctica nos enseñará si el uso de esa autoridad que pide es acertado o no.” O sea, desconfianza — seguramente mutua. Pero, aun así, Núñez le otorgó todos los poderes que pedía, la responsabilidad absoluta y total sobre las categorías inferiores y el control tanto económico como deportivo sobre las cesiones y traspasos de los chicos del fútbol base. Luego, Núñez le acusaría de beneficiarse económicamente de ello. 134

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Siempre fue Cruyff, en este sentido, partidario de contratos cortos. Él mismo nunca firmó por más de dos o tres años, y quería lo mismo para los jugadores. Opinaba que se tenían que ganar la prórroga o me­ jora de su contrato. Así que, cuando el Barga le garantizó en octubre del 2009 un contrato casi vitalicio, de siete años más, a Leo Messi —como antes lo había hecho con Ronaldinho (suerte que luego nunca se firmó)— , Cruyff opinó que aquello era excesivo. Y explicó por qué: “Por calidad, por trayectoria y crecimiento, por rendimiento, tanto en lo individual como en lo colectivo, nada que objetar a la mejora de su sueldo. La ampliación del contrato hasta el 2016 ya es otra cosa. Par­ ticularmente sigo defendiendo los contratos cortos y no los largos. Y, por cortos, me refiero a un máximo de tres, cuatro años. Una norma que para mí vale para todos, incluso para el mejor jugador del mundo, se llame como se llame. El jugador, sea cual sea, necesita una motiva­ ción para seguir creciendo. Y yo, como club, me guardaría para siempre la posibilidad de poderle mejorar el contrato año a año, si fuese mere­ cedor de ello. En el deporte nunca puedes estar tranquilo del todo.”

“Si hay una urgencia, me gustaría ser seleccionador en un campeonato del mundo o en uno europeo* El día que Johan Cruyff aceptó ser seleccionador de Catalunya, fue casi más noticia en Holanda que aquí. Sabían del valor casi úni­ camente simbólico de aquella decisión, que Cruyff nunca dirigiría a la selección catalana en una fase de clasificación, y menos aún en un campeonato del mundo o en uno europeo. Que ese equipo, bajo su liderazgo, jugaría solo un partido al año. Pero aun así, se extra­ ñaron: ¡Cruyff seleccionador! Ese trabajo durísimo que jamás había aceptado hacer con Holanda. O que en alguna ocasión le impidieron hacer. 135

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Cruyff, el gran mito del fútbol holandés, con una opinión tan críti­ ca sobre el fútbol de su país, ¿por qué nunca aceptó el reto? No es que fuera la única gran estrella que jamás se hizo cargo de la selección de su país. Hombres como Beckenbauer, Platini y, hasta bien poco, Ma­ radona, sí que lo han intentado, con suerte dispar. Pero Pelé, por ejem­ plo, nunca ejerció de entrenador, así que tampoco dirigió la selefao, lo mismo que el portugués Eusebio. En Inglaterra, Bobby Charlton fue mánager durante dos días de algún modesto equipo que bajó a segunda y ya lo dejó. Alfredo di Stefano sí construyó un amplio currículo de entrenador (Elche, Boca Juniors, River Píate, Valencia, Sporting Portugal y Castellón), pero nunca tomó el mando de la selección de Argentina ni la de España, lo mismo que su antiguo compañero de equipo, Fereng Puskas, que entrenó a muchos clubes, pero nunca a la selección húngara. A punto pudo haber estado Cruyff de dirigir a su país en el Mun­ dial de 1990 en Italia y en el de 1994 en Estados Unidos, cuando entrenaba al Barga. En 1990 hubiera tenido la mejor selección holan­ desa, la que en 1988 había ganado la Eurocopa, pero que se llevaba mal con el seleccionador que les había guiado por la fase de clasifica­ ción, Thijs Libregts. Cuando éste dijo, además, que Ruud Gullit era un tipo perezoso, defecto que según el técnico “seguramente tiene que ver con su raza”, Libregts fue despedido. Entonces se le preguntó al núcleo duro de la selección a quién les gustaría tener como seleccio­ nador en el Mundial de Italia. Ocho, entre ellos Koeman y los tres del Milán (Van Basten, Rijkaard y Gullit), votaron por Cruyff; cinco, por Leo Beenhakker, y dos, por Aad de Mos. El director técnico de la federación era Rinus Michels, que decidió optar por Beenhakker en lugar de Cruyff. Las relaciones entre padre e hijo —desde un punto de vista futbolístico— no pasaban por su mejor momento y se sospechaba que la envidia pudo ser la causa de la decisión de Michels: no quiso que Cruyff, tan vital en su carrera como entrenador, le superara también como seleccionador, ganando por primera vez un Mundial con Holanda. Beenhakker confesaría años después lo que le dijo Michels cuando le ofreció el puesto: “Por favor, Leo, líbrame de tener que ir de rodillas a Barcelona para pe­ 136

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dírselo a Johan.” Beenhakker aceptó, los jugadores se enfadaron y el Mundial fue un desastre, con la eliminación de Holanda, en octavos de final, ante Alemania, y Rijkaard escupiendo en la cara al alemán Vóller. La federación quiso enmendar su error cuatro años más tarde y ya en 1992 comenzó a establecer os con Cruyff para que en el ve­ rano del 94 se hiciera cargo de Holanda en EEUU, siempre y cuando se clasificara. Vale, dijo Johan, que no tenía prisa alguna. Mientras, Dick Advocaat fue nombrado seleccionador hasta el Mundial y acabó bien la fase de clasificación. Cuando, en diciembre de 1993, se celebraba en Las Vegas el sorteo de la fase final del Mundial, la federación inten­ taba desesperadamente ar con Cruyff. El oráculo de Barcelona había puesto, de repente, unas exigencias económicas y prácticas casi imposibles de atender. En realidad, había dudas de que la gran estrella Van Basten, que estaba lesionado, pudiese llegar al Mundial, y Cruyff pensaba que sin él Holanda tendría muchas menos posibilidades de ganar. Ya nunca contestó a ninguna llamada ni fax (“El señor no está en casa”, decía su señora de la limpieza por teléfono) y la federación decidió nombrar a Advocaat también para el Mundial, y Holanda fue eliminada en cuartos de final por Brasil.

“Si solo hago estepartido, seré el mejor seleccionador de la historia” De repente, la selección catalana fue noticia en medio mundo. Nunca antes lo había sido. Tal vez en alguna ocasión una mínima reseña de que en alguna noche, allá por las Navidades, había ganado a una selección como Bulgaria o Chile, o se había enfrentado a Brasil. Sus partidos anuales desde 1997 han sido sobre todo noches festivas para los catalanes, aunque el nacimiento de la Selecció fue ya hace más de un siglo, con un primer partido en 1904 ante el recién fundado Espanyol. 137

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Tuvo épocas buenas, en los años veinte y principios de los treinta, con incluso un partido, en 1924, ante España, pero luego pasó tam­ bién los años oscuros de olvido en la posguerra que, incluso ya con la democracia, dificultaron la recuperación posterior. Hubo un partido testimonial internacional en 1976, cuando estrellas holandesas del Barga como Neeskens y Cruyff vistieron la camiseta blanca con una franja quadribarrada de arriba abajo por la parte izquierda, y Cata­ lunya logró empatar con Rusia. Luego, otras dos décadas de silencio, hasta que la selección empezó a jugar con regularidad contra autén­ ticas selecciones reconocidas por la FIFA. Pero fue a principios de octubre del 2009 cuando medio mundo se enteró de que existía una selección catalana. El día que Johan Cruyff aceptó la oferta de la Federació Catalana de Fútbol de ejercer de seleccionador, la noticia se expandió por la prensa mundial. Lo hace solo un nombre. Con un aliciente extra: Cruyff, en su larga carrera, nunca se había hecho cargo de la selec­ ción holandesa. De ahí la sorpresa, sobre todo en Holanda, cuando Cruyff aceptó dirigir Catalunya. Poco importaba que fuera un puesto poco relevante, para un solo partido amistoso al año. Pero ¡qué par­ tido el debut de Johan! Nada menos que Argentina se presentaba en diciembre del 2009 en el Camp Nou. Lástima que Diego Maradona acababa de ser sancionado por la FIFA por haber soltado en una rue­ da de prensa unos insultos contra los periodistas, a quienes mandó a mamársela y no pudo sentarse en el banquillo; se privó así al mundo del primer duelo directo entre Cruyff y Maradona, aunque solo como técnicos. Lo bueno, para Catalunya, vino después. Sergio García, Bojan, Sergio González y Moisés le metieron cuatro goles a los argentinos, y el 4-2 fue para el seleccionador un debut inmejorable. Habían llegado incluso desde Holanda con un equipo de televisión para grabar su in­ usual estreno. Y, como con Cruyff nunca se sabe si habrá un segundo partido como seleccionador, declaró: “Si solo hago este partido, seré el mejor seleccionador de la historia. Nadie más debe tener un balance de un 100% de victorias.” 138

Escuchando a Cruyff

“Una vez que hayasjugado cinco años aquí\ el cielo azul serápara siempre importante en tu vida* Le ha pasado a Cruyff como a muchos nórdicos que han estado un tiempo viviendo a orillas del Mediterráneo. Parece, a veces, un argu­ mento vulgar, pero es de vital importancia: el tiempo. “Me gusta volver a Holanda de vez en cuando, pero cuando durante semanas veo esas nubes, deseo volver a Barcelona”, dice Cruyff. El otoño y el invierno pueden ser interminables en Holanda. No solo por el frío, sino por esa capa de nubes que Cruyff describe. A veces son nubes bajas, que en un mes de noviembre pueden pender durante un mes sobre el plano país, convirtiendo las praderas verdes en llanuras grisáceas. La cons­ tante lluvia, un calabobos pesado y molesto, puede seguir durante días, semanas, sin ofrecer descanso alguno. El clima mundial ha cambiado, también Holanda puede sudar de calor en verano, pero no tiene las mismas garantías de sol que en el Mediterráneo. Según las estadísticas, no hay tanta diferencia en cuan­ to a lluvia: en Barcelona suele caer una media anual de 620 litros, en Holanda son 800. Pero en la capital catalana pueden caer hasta 100 litros en un día —es decir, la lluvia se concentra, generalmente, en pocas jornadas— , mientras que en Holanda hay poca tormenta devastadora y más aquel goteo lento e incesante que acaba llenando también el cubo, pero que para ello necesita más días. La gente cam­ bia de cara cuando luce el sol, parece más feliz, con ganas de salir a la calle. En Holanda, en la mayoría de pueblos y ciudades ya no hay nadie en la calle a partir de las seis de la tarde, hora de la cena. Solo esos días de verano, cuando sale el sol —que, además, se pone tardísimo: hacia las 11 de la noche—, se aprecia algo parecido a la vida mediterránea, pero con sus limitaciones: al lado de Utrecht están construyendo una ciudad nueva. Y, de momento, llevan construidas 20.000 casas —que ya están habitadas— , y hay colegios y supermercados, pero ningún bar o restaurante. No se les ocurrió. Cruyff conserva un piso en una par­ te céntrica de Amsterdam, cerca del Vondelpark, un precioso parque 139

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donde incluso algunos visitantes han visto patinar al ex entrenador. Es la ventaja de ser ya de dos países, de poder vivir en ambos, de valorar lo mejor de cada uno y aprovecharse. Y cuando está cansado tanto de Barcelona, de su casa en el Montseny o el piso en Amsterdam, cuando el invierno también se presenta en el Mediterráneo, Johan se va du­ rante un mes con Danny y unos amigos a las Islas Mauricio. Cruyff nunca ha vivido mejor que ahora.

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Capítulo 5

El que lo sabe todo, incluso de idiomas

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Johan Cruyff ha empobrecido los dos idiomas que mejor domina, el holandés y el castellano, con sus continuos errores gramaticales, sus frases interminables que comienzan sin saber dónde van a acabar, sus fallos en la pronunciación, pero paradójicamente también los ha enriquecido. Ha sido el inventor de palabras, de frases enteras, de refranes populares que han entrado a formar parte del vocabula­ rio de todos. Hay largas listas en Internet donde se recuerdan sus ocurrencias más curiosas, hay en Holanda libros enteros sobre su lenguaje peculiar. Dice, Cruyff, en este capítulo, que él, antes de cometer un error, no lo comete. Será en el fútbol, porque con la lengua tropieza conti­ nuamente, pero parece que son errores de los que ni se da cuenta. Son errores, además, que han aumentado su fama, su aura de intocable. Puede decir y hacer lo que le dé la gana, e incluso hace cierta gracia. Ha conseguido pronunciar frases que ahora son de culto, que han so­ brepasado los límites de los campos de fútbol. En esa lucha continua con los idiomas —al menos se defiende en cinco; ese mérito hay que atribuirle— emerge el mismo Cruyff futbolista, entrenador y analis­ ta: lo diga bien o mal, su verdad es la única verdad. El lo sabe todo, absolutamente todo. Y no solo eso. Encima, siem­ pre tiene la razón. Difícil, a lo largo de una vida larga, haberle es­ cuchado itir algún error. Siempre encuentra alguna manera para salirse con la suya. Trabajando, dirigiendo al Barga, Johan Cruyff nos ha dejado un gran legado, una herencia futbolística de la que aún aho­ ra se recogen frutos, como ha hecho recientemente, a nivel mundial, la selección española. Hablando, el legado de Cruyff es menos glorioso; pero tiene su gracia. Nos ha dejado con su “gallina de piel”, “la paloma que no hace verano” y, en holandés, con su frase más célebre: “Cada desventaja tiene su ventaja.”

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Escuchando a Cruyff

“Antes de cometer un error; no lo cometo* Infalible. Eso siempre lo ha creído Cruyff. Como entrenador, era el tipo que solía echar la culpa a los jugadores, cuando había que la­ mentar una derrota; les presionaba con sus críticas —sobre todo a sus estrellas. Todo lo contrario que, por ejemplo, Pep Guardiola, que siempre ha asumido la responsabilidad de las derrotas. Cruyff, no. Si él no cometía errores en la planificación y el planteamiento, la derrota solo podía deberse a sus jugadores o al equipo entero. Le frustraba, a veces, no poder entrar él mismo en el campo para corregir los errores que se estaban cometiendo. Solo podía arreglarlo, hasta cierto punto, con los cambios; pero son históricas las imágenes en las que se veía con sus ayudantes Bruins Slot y Rexach discutir un cambio. A veces, pa­ recían cambios improvisados, que en un partido de fútbol pueden ser una ventaja, una obligación, casi.

“Casi nunca cometo errores,porque me cuesta muchísimo equivocarmew Muy parecida a la cita anterior, aunque aquí Cruyff introduce un casi: ya no es perfecto del todo, sino que sabe que ha cometido errores en su vida, en su carrera, pese a que siempre ha intentando taparlos. Otra de sus premisas: no muestres al público, y aún menos al rival, tus propias debilidades porque se aprovecharán de ello. El único gran error que Cruyff ha itido en su vida es la de invertir todo su dinero en granjas de cerdos y otras empresas para luego perderlo todo. En el fútbol, sobre todo como entrenador, ha cometido múltiples errores, como cualquiera. El principal fue, tal vez, durante la preparación de la final de la Copa de Europa contra el Milán en 1994, decir a sus jugadores que no se preocuparan, que aquellos italianos no eran más que el Logroñés. 143

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“Es elprimer error en el diccionario” Mediados de los años setenta. Rinus y W il Michels ejercen en Bar­ celona de padres adoptivos de la joven familia Cruyff. El entrenador del Barga y su esposa no tienen hijos y consideran a los hijos de Johan y Danny Cruyff como sus propios nietos. Wil, además, procura que Danny no se sienta muy sola en Barcelona. Se encuentran a menu­ do, celebran aniversarios juntos, igual que típicas fiestas holandesas —como la llegada de San Nicolás, el 5 de diciembre, con regalos. Re­ sultaría curioso, eso sí, escuchar a los niños en Barcelona cantar “ahí llega desde España el barco de vapor”, ya que el buen obispo San Nicolás vivía, según el mito, en España, país a donde sus ayudantes, los pedros negros, se llevarían a los niños que se habían portado mal. Probablemente la inocencia infantil haría que los hermanos Cruyff no preguntaran a los padres cómo podía estar San Nicolás -un amigo de la familia o incluso el propio Michels se disfrazaba de obispo- en su casa de Barcelona cuando en teoría debía estar en Holanda repartien­ do regalos. En una de esas veladas juntos, Cruyff y Michels discutían sobre una palabra en castellano. El míster sabía con toda seguridad cómo se escribía y se pronunciaba, mientras que su pupilo testarudo insistía en que lo había escrito y dicho mal. Cogieron un diccionario y resultó que Michels tenía razón. Respuesta de Johan: error del diccio­ nario holandés-español, no un fallo suyo.

“El castellano esfácil de escribir,porque se escribe tal como sepronuncia. Aunque yo escribopoco” Y la frase no acababa ahí: “Escribo poco, yo me limito a hablar. El idioma me da igual: —inglés, francés, alemán..., me da igual; yo im­ proviso. Si me dejan hablar, la gente siempre me entiende.” Eso fue en 1974, cuando ya llevaba un año en Barcelona. Cruyff, por supuesto, 144

Escuchando a Cruyff

era un políglota, y, como muchos holandeses, había crecido escuchando otros idiomas. En la televisión holandesa, todas las series y películas extranjeras se subtitulan. Y se recibía, por ejemplo, la televisión alemana, que cada sábado por la tarde daba un resumen de los partidos de la Bundesliga. Cruyff, igual que muchos aficionados holandeses, lo veía siem­ pre. Seguramente, con el inglés y el alemán hacía lo mismo que con el holandés y el castellano; es decir, acababa inventando su propio idioma, mezclando el uno con el otro, aplicando su propia lógica aplastante y sobre todo esa improvisación que él mismo mencionaba. Por otra parte, en francés, no se le ha oído hablar casi nunca, y aún menos en catalán.

“Hablo mejor castellano que cualquier holandés,pero peor castellano que cualquier español” Puede que eso fuera verdad a mediados de los años setenta, cuando apenas vivían otros holandeses en España y cuando en las escuelas ho­ landesas solo se impartía el inglés, el francés y el alemán como idiomas extranjeros. Pero ahora, más de tres décadas después, el castellano inte­ resa cada vez a más holandeses. Solo en Catalunya se calculan que viven unos 25.000 de manera permanente y, como otros inmigrantes, primero han aprendido el castellano antes de atreverse —algunos, no todos— con el catalán. Pero también en colegios y universidades de la propia Holan­ da se ofrecen muchas clases en castellano, un idioma que atrae porque permite viajar más cómodamente a buena parte de Latinoamérica. Fue una mujer, y además flamenca —de Flandes—, y no Manolo Escobar, quien en 1972 empezó a cantar el “Eviva España”, que cuatro décadas después sigue sonando a menudo. Una historia curiosa, por cierto. Corría el año 1972, Christina Bervoets tenía 24 años y una pro­ metedora carrera musical bajo el nombre artístico de Samantha. Cierto día su productor le ofreció la oportunidad de grabar un nuevo tema, con una simplona pero pegadiza melodía, que se titularía “Eviva Es­ paña”. La canción había sido encargada al compositor Leo Caerts, un 145

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belga cuyo destino vacacional solía ser la soleada costa española. Todos pensaban que sería un auténtico bombazo... y lo fue, en tan solo un año el tema vendió 127.000 discos en Bélgica y 475.000 en el resto del mundo. Se escribió una versión en español del tema a través de Manuel de Gómez, un empleado de la embajada española en Bruselas, y Samantha fue invitada a viajar a Madrid y Barcelona para actuar en varios actos y programas de televisión. Un buen día de 1973, la canción cayó en manos de Manolo Escobar, por entonces el artista que más discos vendía y más películas rodaba. El resto ya lo conocemos, “Eviva España” pasó a titularse “Y viva España” y con el tiempo el tema se ha considerado como uno de los himnos de España. El pasado 12 de julio volvió a sonar en el podio en Madrid donde la selección española celebraba su título mundial. Las cifras de ventas han alcanzado los más de 40 millones de discos en todo el mun­ do, aunque Christina Bervoets apenas ha visto nada de todo el dinero que el éxito musical produjo. Actualmente vive en una modesta planta baja en las afueras de Amberes y, a causa de una esclerosis múltiple, se encuentra en una silla de ruedas desde hace 10 años. El compositor Leo Caerts, con 80 años ya, vive retirado en una enorme casa en un barrio residencial cercano a Bruselas. Cada año le siguen llegando los pagos por los derechos de autor de la que sin duda es una de las cancio­ nes más famosas y cantadas de la historia. La letra original, en holandés, tiene miga y no tiene nada que ver con la versión de Escobar. La traducción literal de esa ‘Eviva España”, la España que los holandeses y belgas descubrieron a través de la can­ ción, sería: “Después del viaje bonito y caluroso por la España soleada / olvido todo, solo pienso en español. / Mi habitación brilla rojo y na­ ranja, / los colores vivos del sol y la luna españoles. / La furia española me ha confundido mucho, / aquel temperamento ha conquistado mi corazón, / me gusta el baile y la música, / Eviva España, / el orgullo y el romanticismo, / Eviva España, / una serenata bajo el balcón, / Eviva España. / Dame todos los días sol, España, por favor. / Con mis manos toco las castañuelas / y con el pie marco el paso del flamenco. / Solo visto vestidos andaluces / y en mi cabeza llevo un gran sombrero negro. / Me gusta el vino y el caviar, / la cocina española es un festival.” 146

Escuchando a Cruyff

“El catalán estabaprohibido con Franco,pero en el vestuario muchosjugadores lo hablaban. Para mí mejor,porquepara un holandés el catalán es másfácil de entender que el castellano” Curioso que lo diga Johan Cruyff, de cuya boca apenas ha salido una palabra en catalán en los casi 30 años (de 1973 a 78, y de 88 has­ ta ahora) que lleva residiendo en Catalunya. Tiene razón de que, en pronunciación, el complicadísimo holandés y el catalán tienen algunos parecidos —una ele muy velar, por ejemplo. Decía también que el cata­ lán era más fácil de entender porque ya sabía un poco de francés. Aun así, nunca se decidió a aprenderlo. Alguna vez,-en una entrevista, decía que no valía la pena aprenderlo porque cuando sales de Catalunya no sirve para nada; así que era mucho mejor —decía él— centrar todos los esfuerzos en aprender inglés, mucho más útil internacionalmente. Al ser nombrado seleccionador catalán, nació la polémica sobre su nulo conocimiento del idioma de su país de adopción y Cruyff esquivó el tema entre bromas, como siempre suele hacer cuando le plantean la cuestión lingüística. Primero, explicó que él también viene de un país pequeño, Holanda, y que ni se le ocurre pedir que todo el mundo hable holandés. Y de ahí a la bromita, entre risas: “Da igual no hablar catalán, porque el programa en sí es más importante que la lengua. Ya ves que mi castellano es no muy bien; mi inglés, más o menos; el alemán, así así; el holandés un poquito mejor... Con el catalán estoy intentándolo; pero no voy a violar el catalán.”

“Cada desventaja tiene su ventaja” En Holanda, una de sus ocurrencias siempre ha destacado por encima de todas las demás, y eso que en su idioma materno tiene un interminable historial de genialidades verbales que se le atribuyen. 147

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Además, esta cita, en que usa las palabras desventaja —o inconve­ niente, que sería otra posible traducción— y ventaja, que en holandés ya son ahora tan inseparables como el gato y el ratón o el gordo y el flaco, es de relativa reciente fabricación. Fue en abril de 1997 cuando dos amigos periodistas de la cadena privada RTL4 le invitaron al salón de té De Hoek (La Esquina), en el barrio De Jordaan, de Ams­ terdam, un enclave típico de toda la vida situado entre los preciosos canales de la capital holandesa, para repasar sus primeros 50 años de vida. Llevaba casi un año fuera del FC Barcelona, de donde había sido despedido el 18 de mayo de 1996, y tenía el aspecto más saludable que nunca. Ya había decidido que jamás regresaría a los banquillos, que lejos de la tensión del césped, del vestuario y de las directivas se podía vivir bastante mejor. La conversación trataba sobre todo de la vida, en general. Se le preguntaba si creía en Dios, y él dijo que no, pero que sí, que algo había. Típico de Johan: ni sí ni no, ni lo uno ni lo otro. Y daba un ejemplo de esa creencia suya: “Para mí, cada desventaja tiene su ventaja. Yo ya he perdido mi primer padre y mi segundo padre, que es una desventaja muy grande. Pero he ganado dos que desde algún lugar me están vigilando y que, seguramente, me avisarán con tiempo. Eso es una ventaja.” Es el refrán más suyo, el que se ha aplicado no solo en la vida per­ sonal, sino también en su trabajo, intentando sacar siempre una par­ te positiva de una desgracia, de un contratiempo, de una derrota. Es Cruyff al cien por cien y en Holanda todo el mundo sabe que esa frase, “Elk nadeel heeft zijn voordeel”, tiene el copyright de su mejor futbo­ lista de la historia. Tanto es así, que los lexicógrafos que elaboran los diccionarios oficiales del holandés, que se llaman Van Dale, sacaron hace unos años un diccionario de 2.500 dichos con sus significados y orígenes que recibió el título: Cada desventaja tiene su ventaja y otros 2.499 refranespopulares.

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Escuchando a Cruyff

“La solución queparece másfácil es siempre la más Claro, fácil para él, que siempre ha sido un genio. El que, sobre el mismo terreno de juego y con apenas 20 años, ya veía las soluciones antes que cualquier otro —antes que los rivales, pero también antes que sus propios compañeros. Para Cruyff, casi todas las soluciones han sido fáciles; casi siempre las ha tomado por intuición. El problema es que esperaba que las soluciones, fuera del terreno de juego, fuera del vestuario, siempre fuesen igual de fáciles. No aceptaba complicaciones ni excusas. Incluso él mismo se dedicaba a aportar soluciones a pro­ blemas que, en teoría, no le correspondían solucionar. De ahí sus en­ contronazos con presidentes, con las directivas, con los mandatarios, con gente que, según él, no sentía siempre el mismo amor que él por el fútbol. Si füera por Cruyff, cualquier problema tendría fácil solución.

“La casualidad es lógica” Otra de las suyas, una frase histórica en Holanda, un ejemplo per­ fecto de lo que ahí llaman el cruyffiaans, el lenguaje único e inimitable del Flaco, del histórico número 14. Frases a veces sin sentido, pro­ nunciadas seguramente sin que él mismo supiese en aquel instante lo que quería decir, pero que después han tomado un vuelo poético y casi existencialista. “La casualidad es lógica” se ciñe un poco a la filosofía de Cruyff en el fútbol: la casualidad no existe, o se debe excluir lo máximo posible. Si todo el mundo hace lo que debe hacer, si cada uno hace lo que mejor sabe, si —y eso no hay que olvidarlo— uno escucha bien lo que a sí mismo se diga, mande o encargue, entonces se puede excluir la casualidad, o podemos entender que esa casualidad, en la mente privilegiada de Cruyff, se convierta en algo lógico. La misma frase es el título de uno de los numerosos libros que han aparecido en Holanda sobre el lenguaje y los pensamientos de Cruyff. 149

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“Su defensa era un queso de cabra” Corría el Mundial del 2002 en Japón y Corea, con la notable au­ sencia de la selección de Holanda, que bajo la batuta de Louis van Gaal no había superado la fase de clasificación, cuando Johan Cruyff se presentaba a menudo en los estudios de la NOS, en Hilversum, uno de los canales públicos de su país, para analizar con su infinita sabiduría futbolística el juego de los participantes. Jugaba un partido uno de los anfitriones, el sorprendente Corea del Sur, que, bajo el liderazgo de otro técnico holandés de prestigio, Guus Hiddink y con unas cuantas ayudas arbitrales, dejó en la cuneta a rivales como España e Italia, cuando a Cruyff no le convencía mucho el nivel de la defensa coreana. Ya tenía Cruyff acostumbrada a la audiencia con sus sorpren­ dentes giros lingüísticos, con su idioma particular y único, pero esta frase causó una gran hilaridad. La pronunció, además, sin inmutarse ni corregirse, por supuesto. Para entenderla realmente, hay que co­ nocer las palabras originales en holandés, que en este caso no son tan complicadas. Hay una expresión en Holanda para describir, por ejemplo, una defensa defectuosa, por donde los delanteros del rival se cuelan con facilidad. Esa defensa es, dicen los holandeses, un gatenkaas. Kaas es queso, gaten son agujeros; un queso de agujeros es el nombre que los holandeses dan al que aquí sería el gruyer. Cruyff aportó una curiosa variante, cambiando solo una vocal por un diptongo. Del gatenkaas pasó al geitenkaas', esos geiten son cabras en holandés. Un desliz, por supuesto; pero de esos de los que solo Cruyff pare­ ce capaz de cometer y además salir indemne. Por supuesto que una defensa como un queso de cabras no tenía ningún sentido, además porque en holandés la expresión “estar como una cabra” no existe, o sea que no había ningún vínculo con una posible locura de los de­ fensas surcoreanos.

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Escuchando a Cruyff

“Ha escuchado las campanas del reloj,pero no sabe qué hora es” Es el problema de vivir entre dos idiomas, el materno y otro. Cada lengua tiene su propia riqueza, sus miles de expresiones también. Y no todo el mundo es capaz de aprender con facilidad otro idioma; la mejor muestra es el bajísimo nivel de inglés en las escuelas catalanas y españolas. Pero cuando se domina más o menos con agilidad la nueva lengua, tiene su gracia aprender y también usar sus expresiones típi­ cas, cosas que casi exclusivamente se aprenden en la calle o leyendo periódicos, por ejemplo; es decir, en la vida cotidiana. El problema se presenta cuando quieres traducir literalmente un refrán de tu propio idioma al otro. Del holandés al castellano, en este caso. Hay unos cuantos que coinciden, que parecen universales, como “donde fuego se hace, humo sale”, “no hay mejor defensa que un buen ataque”, “no es oro todo lo que reluce”. Luego, hay algunas pequeñas, sutiles variaciones. Si en castellano “más vale un pájaro en mano que ciento volando”, en ho­ landés se habla de solo 10 volando. Y si en España “a caballo regalado no le mires el dentado”, en Holanda “no se le mira en la boca”. Y mientras que en castellano “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”, en holandés es “el burro no tropieza dos veces con la misma piedra”. Luego, los hay que no tienen traducción literal, sino que se cambian por completo: de “de tal palo, tal astilla” se pasa, en holandés, a “la manzana no se cae lejos del árbol”. Resulta lógico que Johan Cruyff, que ya tiene sus problemas habi­ tuales tanto con el holandés como con el castellano, tropezara alguna vez en su intento de trasladar una típica expresión holandesa al cas­ tellano. Concretamente, de la expresión “Ha escuchado las campanas del reloj, pero no sabe qué hora es”, él mismo podía reírse cuando dio la explicación de dónde la había sacado. En holandés hay un refrán que dice: “Ha escuchado las campanas del reloj [del campanario], pero no sabe dónde está el badajo”, que se refiere a que una persona se ha enterado de una cosa, pero solo superficialmente; en realidad, no tiene 151

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idea de dónde viene o qué quiere decir la historia. Pues, en fin, empe­ zaba a traducir Cruyff esa expresión al castellano, cuando a mitad de la frase se dio cuenta de que no tenía ni idea de cuál sería la traducción de klepel al castellano: badajo, una palabra poco usada que es difícil que un extranjero conozca. Así que Cruyff decidió rápidamente cambiar la segunda parte de la expresión: “pero no sabe qué hora es”. Y se quedó tan ancho.

“Unpaloma no hace verano” Una frase en la misma categoría que la anterior, con el agravante de un atropello gramatical. Tal vez hay que empezar por eso: la masculinidad de todos los sustantivos. En el holandés, los artículos no distinguen entre palabras masculinas o femeninas. También hay dos artículos, de y het, pero apenas hay reglas para explicar cuándo se usa uno y cuándo el otro. El holandés, de hecho, es uno de los idiomas más difíciles del mundo debido a la ausencia de muchas reglas con­ cretas y, sobre todo, a las incontables excepciones a las pocas reglas que sí tiene. Un holandés que crece con su idioma sabe de memoria cuán­ do usar de y het, pero aparentemente tiene muchos problemas para distinguir en otros idiomas (castellano, catalán, francés, italiano, alemán) el género de los sustantivos. Eso, por supuesto, se puede aprender. Se debe aprender; pero aparentemente desde el primer día que Cruyff llegó a Barcelona, en 1973, decidió que lo más cómodo para él sería que “todos los palabras” fuesen masculinas, a excepción de algunas lógicamente femeninas, como mujer y chica, en las que no había posibilidad alguna de confusión. Incluso la norma general — aunque tenga excepciones— de que los sustantivos que terminan en a sean femeninos no le fue de ayuda; de ahí, “un paloma”. Lo que pasa es que esa paloma, femenina o no, no estaba en su lugar en esta expresión, por supuesto. Ni siquiera fue fruto de una 152

Escuchando a Cruyff

mala traducción, porque también en Holanda las palomas ensu­ cian las ciudades durante todo el año con sus excrementos y apenas merecen formar parte de un refrán. También ahí, en la patria de Johan, son las golondrinas que van llegando con la primavera y por eso dice que una sola no hace verano. Pero ¿cómo iba a conocer Cruyff una palabra tan poco común como golondrina, que tal vez solo le recordaba a las pequeñas embarcaciones típicas del puerto de Barcelona?

“Gallina depiel” Otra histórica. Demuestra la capacidad de dejar huella en un país, en un idioma. A principio de los años noventa fue una expresión absurda, totalmente desconocida. Pero quien ahora escribe en el bus­ cador de Google “gallina de piel” encuentra unos 321.000 resultados. No porque la gente se equivoque, sino porque Cruyff sirve de inspi­ ración. Unos años más, y la “piel de gallina” tradicional ya no existe, desplazada por la tremenda “gallina de piel” que se inventó el holan­ dés un día que había visto jugar a su equipo el mejor fútbol. Seguramente, sería el histórico partido ante el Dinamo de Kiev, un 4-1 de fútbol total en la temporada 1993-94, el partido perfecto, el mejor partido que recuerdan también los jugadores de aquella época, con el 1-0 de Laudrup como ejemplo sublime de fútbol colectivo y pase al primer toque. “Gallina de piel”. Una expresión que, por su­ puesto, también existe en holandés, y de ahí tal vez el tropiezo de Cruyff en castellano, porque en su idioma materno se dice, en una palabra, kippeveh allí, la gallina (kip) llega antes que la piel {vet). Hay que reconocer que no siempre es fácil pasar rápido de un idioma a otro, sobre todo en el fútbol, donde hay algunas expresio­ nes muy típicas en cada lengua. Unos años más tarde que Cruyff, su compatriota Louis van Gaal también aportó varias perlas, desde su “siempre negatifo, nunca positifo” hasta “tú no tienes ritmo”; aun­ 153

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que la más curiosa pasó desapercibida para la mayoría de la gente, ya que la gritó durante un entrenamiento en el campo de la Masia, en la sombra del Camp Nou. No le gustó cómo el Chapi Ferrer —tar­ dó poco, Van Gaal, en sustituir a los laterales Sergi y Ferrer por sus compatriotas Bogarde y Reiziger— dio un pase demasiado flojo. A este tipo de pases, cuando al balón pueden llegar tanto al compañero como al rival, se le llama en holandés ziekenhuisbal: un balón (bal) que por el choque que se produce entre dos jugadores, podría llevar a uno de ellos al hospital (ziekenhuis). Y fue eso lo que gritó Van Gaal al jugador, en su castellano aún muy rudimentario: “¡Chapi, no balón hospital!” Y Ferrer se lo miraba, no entendía nada: a 100 metros de la Masia había un hospital, la Maternitat, pero precisamente creía que había dado un pase demasiado flojo y no un patadón con el balón volando hacia el hospital.

“En un momento dado* Lingüísticamente no hay alguna objeción a esta expresión. Se usa, se usaba, pero Cruyff casi lo convirtió en un himno, al galardonar casi cada rueda de prensa o entrevista con esta cita. No una, sino varias veces. Traducido también literalmente desde el holandés. Un compa­ triota suyo, Ramón Gieling, realizó un documental muy logrado sobre la figura de Cruyff en Barcelona con este mismo título. Un momento dado se estrenó en Holanda con este título original en castellano —no hacía falta traducción, porque todo el mundo sabía que se refería a Cruyff. Igual que la “gallina de piel”, “un momento dado” se ha con­ vertido en un fenómeno en Internet, donde un web curioso como la Frikipedia, el hermanito gracioso de la enciclopédica Wikipedia, le dedica un párrafo original: “En un momento dado. Este es un punto importantísimo para comprender la magnitud del problema. Ha de quedar claro que cada instante, cada segundo puede ser un momento. Es decir, un momento dado se puede dar en cualquier instante. Es 154

Escuchando a Cruyff

la grandeza de «en un momento dado» porque puede utilizarse para todo y de cualquier manera. Cada momento de cada instante ha sido dado en el espacio/tiempo; por tanto, puede siempre haber pasado algo. Esto puede resultar de gran utilidad cuando un partido de fútbol está siendo un desastre y la persona se deprime en consecuencia, por­ que esta filosofía te permite siempre mirar el lado positivo de las co­ sas, siempre podrás pensar: hombre, esto en un momento dado puede cambiar. Es decir, nunca se sabe lo que puede pasar.” El propio Cruyff no lo hubiera explicado mejor.

“Este es uno”(1) Tres palabras fijas para comenzar una imitación de Johan Cruyff en Crackóvia, con además ese pronunciado acento. No un acento única­ mente holandés, sino que además esconde el acento habitual de Ams­ terdam. Este es uno. Solía comenzar Cruyff algunas explicaciones de esta manera. El problema es que a veces se perdía tanto en la primera parte de su discurso, que después del uno no llegó nunca el dos. Acuñó esta expresión desde muy al principio, recién llegado, cuando aún no conocía la versión correcta de “en primer lugar”. Lugar es, para un holandés novato en el castellano, una palabra muy extraña, que no se parece a ninguna otra palabra del mismo significado en otros idiomas. Lugar, no. Cruyff se limitó a lo más sencillo. “Este es uno.” También confesó alguna vez que este tipo de frases hechas las decía expresa­ mente. Ni tenía intención de añadir: “y en segundo lugar”, sino que al utilizar el “este es uno” ganaba un tiempo corto pero precioso para encontrar una respuesta adecuada a la pregunta que le acababan de formular. En resumen, “este es uno” es lo que en lingüística se llama muletilla, palabra o palabras que sirven para alargar lo que estamos diciendo a fin de darnos un poco de tiempo, aunque sea mínimo, para poder pensar lo que diremos a continuación. 155

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“Este es uno”(2) El lenguaje de Cruyff ha sido en Holanda tema de estudio incluso de los lingüistas. La sociedad lingüística Onze Taal (Nuestro Idio­ ma) le dedicó un número especial en su revista mensual. Llegaban a la conclusión de que el ex futbolista era un amante de las paradojas y las tautologías, que incluso podía combinar en una misma frase, esas contradicciones y redundancias. Pero también le criticaban porque siempre parecía salirse con la suya, envolviendo a los demás con un lenguaje incomprensible. Como nadie entendía nada, se aceptaban sus respuestas sin cuestionar lo que realmente acababa de decir, que a veces era casi nada. Los dos autores del estudio pusieron un ejemplo muy concreto, de una entrevista en televisión en la que la pregunta fundamental —la que toda Holanda se hacía en diciembre de 1993— era por qué finalmente no había aceptado dirigir la selección holandesa en el Mundial del 94 en Estados Unidos. Ahí, Cruyff comenzó res­ pondiendo con su habitual “en un primer lugar” y al final de todo se halló el origen de su “este es uno”, sin que luego hubiese otro. Además, insistió en otro de sus trucos preferidos: nunca habla de yo, sino siempre de /«, aunque con esa segunda persona se refería a sí mismo, algo de lo que ha pecado siempre también en castellano. Si el texto siguiente resulta incomprensible, no es por una posible defectuosa traducción; es, literalmente, la respuesta de Cruyff en TV, transcrita de la primera a la última palabra. Holanda quería saber el por qué de su decisión, aunque difícilmente lo supo después de esta respuesta: —Tienes que separar bien dos cosas. Tratémoslas por separado: lo realista y lo idealista. Entonces tocas la parte realista, y eso es: ¿por qué lo haces? o ¿por qué no lo haces? Lo realista es que todo el mun­ do cercano a mí (dentro del fútbol, fuera del fútbol), por dos razones básicas (o sea, salud y el prestigio en el fútbol), me ha desaconsejado, en un 99%, de ir allí, por cosas realistas. En primer lugar, la manera como juega la selección holandesa, si juega Van Basten o no. ¿Qué puedes ganar, como entrenador, hablando de manera realista? Y lo 156

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más importante: ¿qué te viene encima si no lo logras? Bueno, de eso ya hemos visto un buen ejemplo en las últimas dos semanas. O sea, en lo que se refiere a eso, han tenido razón. Y solo puede ser peor. Y, entonces, ¿qué ves? Tocando lo positivo, ¿qué se puede lograr? Solo hay una posibilidad... Interrumpe el entrevistador: —Ahora te estás haciendo el pobrecito... Johan sigue: — No, para nada, porque ahora llegaré a la segunda parte. En primer lugar, si hablas de dinero (y dinero es realista), o sea, si vas a buscar una solución realista, entonces estoy hablando hacia la prime­ ra parte, aún no hacia la segunda parte. Entonces, si en un momento dado hay que pactar un precio (para regresar al dinero), entonces ha­ blas del pro y del contra (eso es normal). Entonces hablas de querer o no: pues eso es lo idealista. Entonces hablas de lo otro. Bueno, en el otro lado no hay nada positivo que encontrar, solo si dices lo que puedes lograr: el campeonato del mundo; pero, por lo demás, abso­ lutamente nada. Todo lo que viene después es destruir; pero, bueno, esto es uno. La entrevista, finalmente, duró una hora y media, en un ritmo elevadísimo, sin que aclarara absolutamente nada.

“Utopías que nunca ocurren” En el web de la fundación de Johan Cruyff, en la parte escrita en holandés, se ofrecen también productos que se pueden comprar. Además de camisetas, hay tazas y azulejos con famosas frases del ex entrenador. O sea, saca jugo de sus propias ocurrencias, fueran o no un atentado contra el idioma. Lo curioso es que, hablando en holan­ dés, Cruyff a veces utiliza palabras poco comunes en aquel idioma, consideradas propias de intelectuales —muchas, procedentes direc­ tamente del latín. Y, como si quisiera explicar a los mortales lo que 157

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significa la palabra que acaba de usar, añade algo que sobra, una redundancia en toda regla: “Utopías que nunca ocurren”. Es una de esas frases que se pueden comprar en un azulejo y colgarlo en la te­ rraza o el jardín.

Las “vacas sagradas”de Cruyff nacieron relativamente tarde. Fue en la temporada 1993-94, cuando el Barga llegó a tener a cuatro grandes extranjeros (Koeman, Laudrup, Stoichkov y el recién llegado Romá­ rio), de los que solo tres pudieron jugar. Eso originó algunos piques, como unas palabras críticas del búlgaro hacia el holandés, aunque pre­ cisamente Hristo y Ronald estuvieron entre los más fieles a Cruyff e incluso asistieron a su proclamación como (temporal) presidente de honor del Barga. Cruyff pidió más responsabilidad a sus “vacas sa­ gradas” que a los otros jugadores; siempre quiso que los mejores —los mejor pagados— también asumieran el liderazgo. Y fueron ellos tam­ bién el objetivo preferido de sus críticas. El fútbol se juega más con la cabeza que con los pies, según el holandés, y por eso pesa más el juego de las estrellas.

"El rondo" Más que una frase, es un concepto. Un invento. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) no aparece ron­ do, no existe, cosa que no es de extrañar si la palabra viene de boca de Cruyff. En cambio, hay que decir que sí la recoge el Diccionari general de Vesport del TERMCAT (Centre de Terminología de Cata­ lunya). Volviendo, pero, al diccionario de la RAE, hay un rondó que 158

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significa “composición musical cuyo tema se repite o insinúa varias veces”. Pues esa repetición también se producía en el rondo de Cruyff, su ejercicio preferido, el que le permitía sentarse en un balón en el campo de la Masia y observar cómo sus jugadores se desafiaban en pequeños grupos, dispuestos en círculo, con uno o dos de ellos den­ tro y el resto pasándose el balón: al que lo perdía le tocaba colocarse en el centro. Es el ejercicio que ha sido el fundamento del tiquitaca que años después llegaría incluso a la selección española, de la mano —o de los pies, mejor— de artistas como Xavi e Iniesta. La circulación rápida del balón, el juego a un toque (el one touchfootball, popular en Inglaterra, también, aunque ahí con pases más largos), el conquistar espacios reducidos con el movimiento y el pase afilado y rápido. Pocos jugadores son capaces de recibir un balón, jugado con los pies a mucha velocidad, como los del Barga. Recibirlo y, en el mismo movimiento, pasarlo ya a otro. El rondo de Cruyff se convir­ tió en algo mítico, incluso dio nombre a un programa de televisión en La 2 de TVE, y ahora hasta los benjamines de cualquier club de barrio lo practican.

“Los puntos los debesponer sobre las íes, allí donde se necesitan” Buena frase —una típica de Johan, ampliando el refrán con cosecha propia— para indagar sobre el apellido del astro holandés. En Holan­ da se le conoce como Cruijff, aunque en los primeros años también había cierta confusión de cómo se escribía. La ij es una curiosa letra holandesa, una i y una y juntas que se pronuncian como algo parecido a ay. Frank Rijkaard lo lleva en su apellido, y el río que pasa junto a Amsterdam se llama así, IJ. Pero su lugar en el apellido de Cruijff, detrás de la u, es un poco extraño. Solo hay 16 personas en el listín telefónico de Holanda que se apellidan así, pero 5 lo escriben Cruyffy 11, Cruijff'. En el registro civil de Amsterdam, Hendrik Johannes está 159

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inscrito como Cruijff, y por eso ésta es la forma que se sigue utilizando en los medios de comunicación holandeses. Pero en cuanto sale fuera de su país, Cruijff se convierte en Cruyff. El mismo también opta por eso, ha dado a su fundación y a su universidad la versión internacional de su apellido y en su autógrafo no hay rastro de esos puntos sobre la i y la j.

“En el mundo de los ciegos el tuerto es el rey, pero sigue siendo tuerto n Magistral prolongación de un refrán. Hay una pequeña duda, que es si Cruyff en realidad dijo bizco en lugar de tuerto, cosa bastante pro­ bable conociendo su uso diario del idioma castellano. Pero el secreto radica detrás de la coma, sea con tuerto o con bizco. Refleja el carácter inconformista del técnico, hablando, por ejemplo, de un ganador de la Liga de Campeones o de un mundial, o de un líder de la Liga, que apenas merecen serlo, porque en ningún caso el primero no ha demos­ trado un fútbol de gran nivel y porque el segundo no lo está demos­ trando. O sea, que, en un torneo donde todos decepcionan bastante, gana el menos malo. Y Johan decía a los jugadores de sus equipos que precisamente se podía ganar a ese líder por ser tuerto, ya que ellos tenían una visión perfecta. O sea, había que aprovechar la condición de tuerto del rival y no dejarse impresionar porque aquel bizco fuera el líder.

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“M i ventaja es que me llamo «Johan Cruyff». A otro entrenador le echarían en tres semanas, conmigo tardarían seis meses* La frase es del otoño de 1988. Cruyff no llevaba ni medio año en el banquillo del Barga, después de haber firmado el 4 de mayo el contra­ to con Josep Lluís Núñez. Los resultados no eran ninguna maravilla, pero había sido sobre todo la actitud del entrenador que había encres­ pado los ánimos de directivos y aficionados. El holandés no se callaba ni una, desde el primer día, el de su presentación. Primero en el ves­ tuario: “El que no esté a gusto, ya se puede marchar.” Y eso que ya se habían marchado bastantes, tras el motín del Hesperia —que se pro­ dujo solo una semana antes del fichaje de Cruyff por el Barga—, con 13 bajas impulsadas por un enfadado, poderoso y vengativo Núñez. Pero a uno lo quiso salvar el propio Cruyff, en su primer pulso con Núñez: José Ramón Alexanco se quedaba a sus órdenes y no solo eso, sino que le nombró capitán. El día de la presentación en el Camp Nou, este hecho le costó al jugador vasco unas cuantas pitadas por parte de los aficionados cuando se dirigía por megafonía a ellos. Y Cruyff, en lugar de aceptar el enfado de la afición —muy castigada desde la final de la Copa de Europa perdida en 1986 en Sevilla, e igualmente decep­ cionada por aquel motín que desestabilizó todo el club— , se enfrentó, también micrófono en mano, a esa afición. “Me gusta que ustedes ha­ yan aplaudido al presidente porque empezamos una nueva temporada, pero no me gusta que hayan pitado al capitán que yo he escogido. No­ sotros también necesitamos la ayuda del público y no las broncas. No hemos de mirar atrás, hemos de mirar adelante.” Más claro, imposible; es algo muy inherente al carácter holandés: decir las cosas en la cara, sin tapujos. A veces, les falta un poco de tacto; aunque, a diferencia de Louis van Gaal, Cruyff, con el tiempo, se supo manejar mejor en las convulsas aguas del barcelonismo, aprendió cuándo es mejor callarse o cómo ganarse unos amigos con una palmadita en la espalda y alejarse así un poco de la bronca continua. 161

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Ese Cruyff polémico, demasiado chulo para muchos aficionados, firmó su primer contrato por solo un año y aun así sabía que no le iban a echar pronto. Por su nombre. El era Cruyff y, a pesar de que la temporada no comenzaba bien, a pesar de que muchos directivos no le aguantaban, a pesar de que el propio Núñez ya veía que sería el en­ trenador más conflictivo y menos amistoso con el que trabajaría, el holandés dijo que solo por su nombre no le iban a echar. Y tuvo razón, durante años. Sobrevivió unas primeras temporadas dubitativas, sin títulos de liga; triunfó después con cuatro campeonatos seguidos, y fue víctima, finalmente, de dos años de declive. Fue entonces, después de ocho años en el Barga, cuando Núñez se atrevió a echarlo.

“Ningún entrenadorposee la verdad;yo, tampoco” Lo que pasa es que de ningún ex entrenador sus verdades alcanzan la opinión pública en medio mundo. Si Cruyff dice en un estudio de Catalunya Rádio, en la Diagonal de Barcelona, que él no pagaría una entrada para ver a Brasil en el campeonato del mundo, dentro de unas horas esas palabras llegan al seleccionador de la propia Brasil, el en­ tonces criticado Dunga, que encima se ve obligado a responder a esas palabras de Cruyff. Fue curioso, además, ver qué camino recorrieron esas palabras, y cómo funcionan los medios de comunicación, cuyo alcance se ha multiplicado gracias a Internet. Cruyff lo dijo un lunes por la mañana; el martes los diarios deportivos catalanes reprodujeron parte de sus palabras, y llegaron a los ojos de un corresponsal o redac­ tor de The Mirror, un tabloide inglés, que las publicó el miércoles; de ahí, a Internet, y, en menos de unas horas, a Suráfrica vía Brasil. Son muchos los antiguos futbolistas y entrenadores de clubes, aun­ que no estén ejerciendo como tales en ese momento, que durante un mundial se desplazan al país donde se organiza, invitados por las in­ contables cadenas de televisión que, para sus análisis y tertulias, están en busca de cualquier voz y opinión de alguien que esté o haya estado 162

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metido en el mundo del fútbol, que haya jugado y, preferentemente, que haya dirigido equipos. Cruyff hace tiempo que se cansó de eso, y además ha descubierto que vertiendo sus verdades desde el sofá, en su casa de Barcelona o en la de El Montanyá, alcanza la misma o más notoriedad. Ya no todo el mundo le da la razón, ni cree que posee la verdad absoluta, a veces se deja influir por sus preferencias personales —nadie es objetivo en el fútbol, imposible— ; pero aun así sus apuntes ayudan a lectores, oyentes y, tal vez, entrenadores a situarse. Además, en los últimos años, el holandés se ha mostrado muy res­ petuoso con esos entrenadores. No solo porque, por ejemplo, hombres como Van Basten, Rijkaard y Guardiola son de su onda, sino también porque no quiere alterar el camino de un equipo hacia la gloria, como el de España en el Mundial de 2010. Cruyff se mostró crítico con al­ gunas decisiones de Vicente del Bosque: decía que no le gustaba el do­ ble pivote defensivo; pero siempre añadió que: “Del Bosque es quien está todos los días con el grupo y sabrá mejor que nadie qué decisiones tomar.”También será porque Del Bosque siempre le ha caído bien. En el caso de viejos enemigos como Louis van Gaal, Cruyff suele afilar más la lengua, y el bolígrafo, y muestra menos comprensión con las decisiones del entrenador.

*Entiendo que misjugadores se cansen de mí” Y eso es normal, cuando un entrenador es tan insistente en algunas cosas. Muy exigente, además. Para Cruyff, todo en el fútbol era muy lógico, él lo veía enseguida y no entendía cómo otros, sus jugadores por ejemplo, no lo veían. Esta frase es de 1989, cuando llevaba solo un año en el Barga y ya había tenido numerosos enfrentamientos con los jugadores. Ya lo dijo nada más llegar, después de que alguien le reprochara la dictatura deportiva que parecía querer implantar: “Aquí reinará la democracia, pero se impondrá en todo momento mi criterio. Si tuviera que hacer caso a los 21 jugadores de la plantilla, me volve­ 163

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ría loco.” Aseguró que iba a imponer unas normas de disciplina en el vestuario para evitar las rebeliones y conflictos que se vivieron bajo las órdenes de Terry Venables y Luis Aragonés en los años previos. Listo como nadie, apeló sobre todo a los veteranos, a los pocos super­ vivientes del motín del Hesperia después de las 13 bajas obligadas y los 11 fichajes. “Las normas serán obligatorias para todos y quien no las cumpla deberá asumir las consecuencias. Sé que los nuevos tendrán que aprender algunas cosas y habituarse a las nuevas circunstancias; pero a los viejos no les voy a perdonar nada.” Aunque después tampo­ co parecía perdonarles nada a los nuevos. En su segunda temporada, se la tomó con Sergi López. El jo­ ven jugador —hermano mayor de otro azulgrana, Gerard López, y fallecido trágicamente en el 2006 tras pasar por una profunda de­ presión— no se entregó por completo en los entrenamientos y solo eso fue suficiente para que Cruyffie impusiera una multa de 30.000 pesetas. Su explicación: “Puedo aceptar que Bakero trabaje menos en los entrenamientos, porque sé que en los partidos rendirá al 120%; pero Sergi tiene un grave problema: no se supera a sí mismo. Si tra­ bajando al 70% le basta, no hace más; por eso no juega. Porque fut­ bolísticamente es uno de los mejores. Con 22 años que tiene debería comerse el césped.” No soportaba el técnico la indolencia y cuando veía a un gran talento, como Sergi, le presionaba aún más. No rega­ laba nada y Cruyff prefería que los jugadores aprendiesen a base de palos en lugar de elogios.

*•Cállateyvete a la mierda con tus regañinas!*

Una frase, la única en este libro, cuya autoría no es del propio Cruyff, sino de uno de sus jugadores hacia él. Un gran reflejo, o conse­ cuencia, de la cita anterior, de uno de esos jugadores que se cansaban de Cruyff, hasta tal extremo que abandonó el equipo, el club, en ese mismo instante. Fue éste el caso de Frank Rijkaard, autor de la frase, 164

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en septiembre de 1987. Entrenamiento delante del campo De Meer, del Ajax, visible desde la calle. Esa temporada, Cruyff había dado el brazalete de capitán a Rijkaard, uno de sus alumnos predilectos, aun­ que también un jugador tímido, de pocas palabras. No un líder natural, en aquel momento, a los 25 años. Razón suficiente para el técnico para machacarle en cada entrenamiento. Con palabras, críticas, instruccio­ nes, quejas. Y pocos elogios —casi ninguno. A finales de septiembre explotó la bomba. Como recordaría Rij­ kaard después: “Fue el límite, fue hasta allí y ya no más. Sentía que era mejor escoger mi propio camino, un camino que yo mismo sabía desde hacía tiempo que sería el correcto.” Aquel día, Rijkaard se mar­ chó del Ajax para no regresar en cinco años. Vía Zaragoza, acabó en el gran Milán. Pero, ¿qué pasó aquel día? El ex ministro holandés Pieter Winsemius, que en el 2004 publicó un libro titulado Cruyffy el lide­ razgo, citó al veterano jugador Arnold Mühren: “No fue solo ese día, en que en realidad no pasó nada grave. El problema venía de más lejos. Pero, bueno, aquel día Frank recibió un balón y, según Johan, su con­ tinuación no fue buena, y le dijo algo tal vez un poco bruto, pero eso era bastante normal en él. En aquel momento parecía que explotara un volcán dentro de Frank: «¡Mierda, siempre regañándome tanto!», le gritó a Cruyff. Luego se quitó la camiseta y se fue al vestuario. Pri­ mero pensé que todo se solucionaría después del entrenamiento; pero nada. En el vestuario, Frank me dijo: «No lo soporto más; todo esto es demasiado para mí.» Intenté convencerlo para que fuera a hablar tranquilamente con Johan en el despacho. Lo estiré de la mano hasta allá, pero ante la puerta se giró: «No puedo. Ya no puedo más.» Frank se dio la vuelta, se subió al coche y se fue a casa.” Cruyff apenas lo lamentaba. Él había escogido a Rijkaard como su capitán, sucediendo a Van Basten, que se había ido al Milán, y, si no pudo soportar tal presión, mejor que se fuera. Pero ni estaba enfadado, ni le guardaba ningún rencor. Tal vez, en el fondo, lo iraba por esa decisión valiente de marcharse, porque casi dos décadas después acon­ sejó al nuevo Barga del recién instalado presidente Joan Laporta que fichara a Rijkaard como primer entrenador de un nuevo proyecto. 165

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“Cuando vuelvo a casa después de hacer un análisis en televisión, mi mujer mepregunta: «¿Qué has dicho?» «Pues, ni idea», le digo* Durante años, Johan Cruyff fue el comentarista más solicitado en la cadena pública NOS de Holanda, que siempre ha tenido los dere­ chos de la Liga de Campeones en su país. Una vez cada dos sema­ nas, Cruyff viajaba desde Barcelona hasta Holanda y se presentaba en los estudios de Hilversum o, aún mejor, se desplazaba a alguno de los grandes campos donde se disputaban los partidos. Cruyff siempre originaba algún debate; a la gente le gustaba escucharlo, aunque con el paso de los años se hacía cada vez menos comprensible con sus ex­ plicaciones tácticas. También acudía a analizar la última Eurocopa y los partidos de la selección holandesa, aunque ahí su subjetividad ma­ nifiesta irritaba a más de uno: no ocultaba su manía hacia Louis van Gaal cuando éste era seleccionador y, en cambio, defendía a ultranza a su protegido Marco van Basten, incluso cuando el ex jugador cometía algunos errores evidentes como seleccionador. Poco a poco, Cruyff se daba cuenta de que la gente empezaba a burlarse un poco de él, de esos comentarios curiosos. Ya no era solo el gran profeta, el oráculo que cautivaba a la audiencia. Además, la NOS fichaba también a otros comentaristas con prestigio y conocimiento, como el muy exitoso Guus Hiddink. Cruyff ya no tenía el monopolio y le molestaba no tanto la presencia de Hiddink, al que ira, sino la de numerosos ex jugadores que disponían del mismo podio que él. “Cualquiera ya puede opinar de fútbol”, se quejaba. Una queja agrava­ da por la presencia de algunos periodistas y tertulianos en programas de la NOS que, según Cruyff, solo sacaban los aspectos negativos del fútbol, repitiendo jugadas polémicas. Así que, de un día para otro, dejó de ir al estudio. Intentaron convencerlo para que regresara, pero desde el 2009 ya no se ha prodigado más ante las cámaras de la NOS.

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“Hay muchagente quepuede decir que un equipo juega mal. Haypoca gente quepuede decirpor qué un equipojuega mal. Y haypoquísimos quepueden decir qué se debe hacerpara quejuegue mejor” Viene del tema de los análisis en televisión, del distinto grado de conocimiento de los comentaristas. Todo el mundo tiene una opinión del fútbol, cada país tiene tantos seleccionadores nacionales como habitantes, cada club tantos técnicos como seguidores, pero según Cruyff hay muy pocos, incluso dentro del propio mundo del fútbol, que puedan comprender absolutamente todos los aspectos del juego. Eso le molestaba también de otros tertulianos futbolísticos, lo de opi­ nar sin aportar soluciones. Él mismo, por supuesto, se incluye en el selecto último grupo, el de los sabios que ven qué se debe hacer para que un equipo juegue mejor.

“Si hubiera querido que me entendieras, ya me hubiera explicado mejor” Una versión más light de una célebre frase de Louis van Gaal a un periodista durante una conferencia de prensa: “¿Eres tan tonto o es que soy yo tan listo?” Pero la frase de Cruyff no solo tiene más tacto, sino también más fondo. Muchas veces incomprensible, ahora dice que puede que lo sea a propósito, que no quiere que su interlocutor entienda todo lo que dice, o que le desafía a que intente averiguar sus segundas intenciones. Es también una manera de reflejar su superiori­ dad, de decir: “Sé mucho más que tú, y no soy yo quien te va a ayudar a ampliar tus conocimientos.”

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“Si hubieraisjugado bien alfútbol\ nunca deberíais haber estado escribiendo defútbol” Sus relaciones con la prensa nunca eran muy fluidas. Sabía manejar bien las ruedas de prensa, supo elegir también algunos confidentes dentro del mundo de la prensa; pero, como cualquier entrenador, con­ sideraba a los medios de comunicación más bien como rivales que como partidarios. Aun así, los utilizaba en luchas mayores, como con­ tra directivas o federaciones, por ejemplo. Como jugador fue bastante abierto en los primeros años de su carrera, explicando media vida a cualquiera que quisiera saber de él, dejándose fotografiar en la Rambla o la plaza de Catalunya incluso antes de fichar por el Barga, despla­ zándose expresamente, invitado por la Revista Barcelonista, desde su hotel de vacaciones en Mallorca a la Ciudad Condal. Incluso Danny, su mujer, accedía a ello y no tuvo reparos ni siquiera cuando querían fotografiar a sus tres hijos, todos muy pequeños. Luego vinieron las reservas, el miedo también tras un intento de secuestro en su piso de Pedralbes en 1977. Cruyff, aparentemente, es de los que tienen la opinión equivocada de que todos los periodistas deportivos son futbolistas fracasados y frustrados y que por eso después mojan sus plumas en vinagre para criticar ese mundo de elite inalcanzable para ellos. Pero, desde que ha dejado de ser entrenador, Cruyff —como muchos otros— se ha mo­ derado y ha relajado sus relaciones con los medios. Sigue confiando en los periodistas de siempre, pero habitualmente es bastante abierto cuando se le pide una opinión o un comentario. Sabe, además, que necesita a esos medios para promocionar su Fundación o para alcanzar cierta notoriedad a la hora de devolver su insignia de presidente de honor del Barga en las oficinas del club. Sorprende, sin embargo, la cantidad de micrófonos y cámaras que acompañan todavía a Cruyff, casi 15 años después de su retirada forzosa como entrenador, en cual­ quier aparición pública.

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“Si conduces más rápido, sales antes de la autopista* No es Cruyff muy partidario de la velocidad limitada a 80 kilóme­ tros por hora que desde hace años rige en las autovías y autopistas en el área metropolitana de Barcelona. Y eso, ¿qué tiene que ver con el fút­ bol? Nada, pero con el paso de los años, el ex futbolista se atrevía en el debate público también con asuntos ajenos a su profesión. Según Cruyff, no hace falta ser un catedrático de la universidad para ser entendido en una cosa; solo la experiencia diaria ya te convierte en experto. Este año, por ejemplo, en una entrevista en Catalunya Radio se atrevió con la crisis económica, explicó cómo creía que podríamos salir de ella, cuáles serían las recetas mágicas a aplicar, etcétera. Vista su experiencia con la quiebra económica que sufrió en 1979 y su recuperación posterior, es difícil valorar si Cruyff es un buen o un mal asesor económico. En un torneo de golf Pro-Am, entre profesionales y aficionados, Cruyff acabó dando clases al golfista Ian Woosnam y no al revés. Y también se erigió en voluntario experto de las retenciones en las autopistas. En el caso de esta cita se refería a Holanda, país pequeño y muy colapsado donde cada mañana y tarde se producen enormes atascos en su tupida red de autopistas, que se han ido ensanchando, pero que ense­ guida han vuelto a llenarse con más coches. Hay días que en todo el país se registran hasta 800 kilómetros de retenciones, aunque la media es de unos 200 a 300. Ir al trabajo y luego volver a casa es un suplicio para los automovilistas, ya que distancias relativamente cortas —de 40 a 60 kilómetros— se tardan hora y media en cubrir. Muchos ministros de Tráfico han intentado lidiar con el problema, pero ahí apareció Cruyff en el debate, como cualquier ciudadano cabreado más, pese a que él, al vivir en Barcelona, no sufre el problema cada día. Según el ex entre­ nador, el límite a 100 km/h en la mayoría de las autopistas holandesas (todas libres de peaje) es contraproducente. Sin tener en cuenta ninguno de los numerosos estudios que se han hecho sobre el problema, él ya sabía la solución: dejar la velocidad máxima libre, o elevarla bastante, ya que “cuanto más rápido se conduce, antes se sale de la autopista, por lo que hay menos riesgo de que haya un atasco”. Las istraciones no se han atrevido a aplicar, de momento, esta sugerencia. 169

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*!Sigo convencido de que hay que hacerlo comoyo lo hago;porque, si no, no lo haría” Difícilmente, Cruyff acepta sugerencias, críticas y opiniones de otros. En primer lugar, él lo sabe todo mejor, sobre todo con relación al fútbol. Busca expertos en otros temas —como la preparación físi­ ca— de los cuales él no sabe demasiado. Pero, en el aspecto táctico, manda él. A lo largo de los años, muy pocos ayudantes le han acompa­ ñado. El más fiel siempre ha sido Tonnie Bruins Slot, el hombre que le analizaba, a la perfección, los próximos rivales. En el banquillo, su es­ cudero, espejo y alma gemela era Caries Rexach, hasta que la amistad se rompió en 1996. Pocos, muy pocos más itió Cruyff a su lado. Y solo éstos podían llevarle la contraria algunas veces, aunque aun así, aun siendo los hombres en los que más confiaba, les costaba hacerle cambiar de opinión si él ya estaba seguro de una cosa.

*Sé mucho defútbol” Es un autodidacta. Johan Cruyff nunca recibió ni una clase de fút­ bol. Ni una clase teórica, aunque sí muchas charlas de entrenadores, por ejemplo, y clases prácticas; aunque él desde el principio ya se con­ sideró más listo que el profesor, que cualquier entrenador. Aprendió en la práctica, desde muy joven. Desde la calle hasta los campos de entre­ namiento. Para convertirse en entrenador, no tuvo que sentarse en los banquillos de una clase en los despachos de la Federación Holandesa de Fútbol. Se lo regalaron, sin que tuviese que mostrar los mínimos conocimientos sobre preparación física, medicina, psicología u otro tipo de habilidades que enseñan durante unas horas antes de soltar a los ex futbolistas hacia los banquillos. Cruyff, sincero, lo reconoció: si él no sabía de preparación física, lo ponía todo en manos del experto, que durante muchos años para él fue Ángel Vilda en el Barga. Y, si él 170

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no siempre era el mejor psicólogo, tenía al masajista Ángel Mur. Por supuesto que Cruyff sabe mucho de fútbol, ha sido su vida y su pasión durante décadas y aún ahora, retirado desde hace tiempo, le encanta verlo y analizarlo. Fue una mente privilegiada sobre el terreno de jue­ go, viendo huecos donde nadie los veía, enviando a sus compañeros a lugares insospechados, adelantándose dos pasos sobre la jugada que iba a llegar, como un gran maestro de ajedrez. Más que recibir clases, él siempre las ha impartido. En principio, solo sobre fútbol, aunque luego, con la edad, se atrevía con otro tipo de asuntos, como la crisis económica, la congestión del tráfico o cualquier debate político. Ahí, el Oráculo predicaba sin más conocimiento que cualquier otro ciuda­ dano, pero, como era Cruyff, le escuchaban y algunas veces hasta le reían sus gracias. Mejor que se quede con el fútbol, lo suyo. Fue un técnico innovador y atrevido en conceptos tácticos, pero no en disciplinas colaterales, que en los últimos 10 años han ido ganando peso, como el uso del vídeo para analizar al rival y al propio equipo, la nutrición o una mejor pre­ paración médica y física. Cruyff, en el fondo, como futbolista de los años sesenta y setenta, es un romántico.

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Diarios / revistas / medios audiovisuales

E l Periódico de Catalunya, El País, La Vanguardia, El Mundo De­ portivo, Sport, El 9 Esportiu, Het Vrije Volk, Het Parool, De Volkskrant, Algemeen DagbladDe Telegraaf Voetbal International, Sportweek, TV3, Catalunya Radio, www.elentorno.com, RTL4, NOS.

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Indice £

Introducción......................................................................................... 5 C a p ít u l o

i

La vida, la familia y el otro D ios........................................................7 C a p ít u l o 2

La esencia del fútbol......................................................................... 45 C a p ít u l o 3

El rebelde, el poder y el dinero.........................................................81 C a p ít u l o 4

El Barga, del 0-5 de 1974 al Dream Team de 1992.....................111 C a p ít u l o 5

El que lo sabe todo, incluso de idiomas........................................141 Bibliografía.......................................................................................173

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lallina de piel”. “Un paloma no hace verano”. “El entorno ha perdido el partido”. “Utopías que nunca pasan”. El lenguaje de Johan Cruyff es incon­ fundible. Con sus errores ha empo­ brecido dos idiomas, el holandés y el castellano, pero igualmente los ha en­ riquecido con sus genialidades. “Éste es uno” es otra de sus frases, 150 de las cuales se reúnen en este libro y componen, además de su filosofía futbolística, un repaso a su vida y a su carrera, con muchas anécdotas desco­ nocidas hasta ahora por mucha gente. Una visión diferente de Cruyff, el hom­ bre que cambió para siempre al Barga. Entrad y disfrutad.

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