Filosofar es aprender a morir Esta frase la encontré leyendo el Quinto Capítulo (El Requerimiento Incondicional) del libro de Karl Jaspers: “La Filosofía”. Una frase que me dejó con ganas de investigar más de ella y que está escrita al inicio del primer apartado del capítulo. Karl Jaspers va describiendo el requerimiento incondicional y lo va asociando a la existencia y el morir. Acciones incondicionales tienen lugar en el amor, en la lucha, etc. La incondicionalidad se convierte en la existencia en el material de la idea, del amor, de la lealtad. Sólo en situaciones límites esta incondicionalidad puede llevar a perder la existencia, y la condicionalidad a continuar existiendo. Los mártires por ejemplo mueren por dar testimonio de algo, Jenea, Boecio y Bruno murieron de diferentes maneras pero convencidos de lo que hacían y filosofaron hasta el fin, estos son ejemplos de cómo saber morir. La muerte ha sido un tema muy discutido en la historia de la humanidad, especialmente en la historia de la Filosofía, porque estudia todas las cosas por sus causas últimas. Ésta y la Teología han sido las ciencias que más han tratado el tema. La Teología desde la fe y la Filosofía desde la Razón. Las otras ciencias han estado al margen de esto quedándose sólo en las causas primeras. Un ejemplo claro es el análisis biológico de la muerte. Platón afirmó que la filosofía es una meditación de la muerte. Toda vida filosófica, escribió después Cicerón, es una commentatio mortis. “La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado”, San Agustín. Diecisiete siglos después Santayana dijo que «una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar lo que piensa acerca de la muerte». Según estas opiniones, una historia de las formas de la «meditación de la muerte» podría coincidir con una historia de la filosofía. Personalmente me gusta la posición de José Ferrater Mora al afirmar que la muerte es un proceso de maduración al igual que el proceso del nacimiento, el proceso del paso de la niñez a la adolescencia, de la adolescencia a la juventud, etc. Un proceso por el cual nos tenemos que preparar toda la vida. Para esto decía Santa Teresa de Jesús que “esta vida terrena es como pasar una mala noche en una mala posada.” Cicerón, (Arpino, 3 de enero del 106 a. C. - Formia, 7 de diciembre del 43 a. C.) fue un jurista, político, filósofo, escritor y orador romano. Es considerado uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República romana. Él dijo que: filosofar no es otra cosa que prepararse para morir. Esto es así porque el estudio y la meditación detraen en cierta medida nuestra alma y, llevándola fuera de nosotros, la fecundan, dejando aparte el cuerpo, lo que a su modo resulta un aprendizaje a semejanza de la muerte; o bien es porque toda la sabiduría y el discurso sobre el mundo se resuelve y acaba en este punto: el enseñarnos a no temer a la muerte. Y la verdad no entiendo entonces porqué Jaspers expone en su libro que los mártires cristianos no aprendieron a bien morir. Dice literalmente que: “morir por algo para dar testimonio de ello introduce a una finalidad y con ello impureza en el morir”. Para él
herejes como Bruno si supieron morir, porque: “sin pertenecer a una comunidad de fe de este mundo y levantándose sólo sobre sí mismas ante Dios, realizaron el apotegma que filosofar es aprender a morir”. Bruno fue a la edad de 16 años, en 1565, ingresó a la Orden de los Dominicos. Expresó en escritos y conferencias sus ideas acerca de la pluralidad de los mundos y sistemas solares, el heliocentrismo, la infinitud del espacio y el universo y el movimiento de los átomos, lo cual le traerá una persecución en su contra por parte de la Iglesia católica y la Inquisición, hasta ser encarcelado (1593) durante ocho años, acusado de blasfemia, herejía e inmoralidad, para finalmente ser condenado por herético, impenitente, pertinaz y obstinado, a la hoguera en la que murió el 17 de febrero de 1600 en Campo dei Fiori, Roma. Tal vez los avances científicos eran muy buenos y son razonables hoy en día, pero esto superaba y dejaba a un lado la fe que él tenía en Cristo. Aparte una soberbia, obstinación y negación de la presencia real de Cristo y la existencia de Dios después de sus descubrimientos, fue lo que realmente lo condenó a la hoguera. Entre los mártires que Jaspers menciona está el gran Santo Tomás Moro que fue un pensador, teólogo, político, humanista y escritor inglés, que fue además poeta, traductor, canciller de Enrique VIII, profesor de leyes, juez de negocios civiles y abogado. Su obra más famosa es Utopía, donde busca relatar la organización de una sociedad ideal. En 1535 fue enjuiciado por orden del rey Enrique VIII, acusado de alta traición por no prestar el juramento antipapista frente al surgimiento de la Iglesia Anglicana ni aceptar el Acta de Supremacía. Fue declarado culpable y recibió condena. Permaneció en prisión hasta ser decapitado el 6 de julio de ese mismo año. En 1935 fue canonizado por la Iglesia, quien lo considera un santo y un mártir. Cómo explicarle a Jaspers que lo mártires hicieron una prueba de fe a la verdad misma. Como dice San Agustín: “pero la fe de los mártires ha sido ya comprobada; su sangre es testimonio de ello”1. Los mártires han encontrado en Cristo la verdad, a través de la fe y no de la razón. Esta verdad detrae nuestra alma y la fecunda, como decía anteriormente, conduciéndola a lo infinito e indefinido; al mismo Dios, por el cual sólo se puede llegar por medio de Cristo. En el Evangelio de San Juan 14,6 Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí”. Por lo tanto, apoyo la posición de Karl Jaspers al decirnos que Filosofar es aprender a morir; pero, su rechazo al martirio cristiano no me parece del todo lógico. El martirio es un don que pocos han podido experimentar, teniendo la certeza de que esa su sangre es derramada por la verdad: Jesús. Una gran mente siempre tiene errores y como vimos, esta vez Karl Jaspers se equivocó.
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Preciosa es la muerte de los mártires, comprada con el precio de la muerte de Cristo de los sermones de san Agustín, obispo