Laura Ivette Salas Montes de Oca
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La revolución del año mil de Guy Bois La revolución del año mil es un libro que estudia los cambios socioeconómicos que implicó el nacimiento del feudalismo. Se basa en un análisis inductivo que se centra en el pueblo franco para probar que con la ruptura del Imperio hubo una serie de cambios políticos que determinaron una sociedad nueva con una ideología y una economía distintas a aquellas que se preservaban desde la antigüedad. Según observa Bois, hasta antes del año mil el sistema político y social heredado por Roma y los pueblos germánicos prevalecía. El libro inicia centrándose en la diferencia entre la servidumbre de la época feudal y la sociedad esclavista que continuaba vigente en el siglo X. La calidad de esclavo era hereditaria y a éstos se les mantenía excluidos de la vida pública. De la misma forma, sus actividades eran arbitrarias y dependían de la voluntad de sus dueños. Se trataba de una sociedad que se sostenía del trabajo de los esclavos; no obstante, hacía el siglo XI las condiciones de éstos comenzaron a evolucionar. Una de las principales razones radica en su conversión al cristianismo, lo que les otorgó una consideración social. También, al recibir una tierra asignada, crearon estructuras sociales fuertes en forma de familias arraigadas a su tenencia. Incluso podían contraer matrimonio con colonos, hombres libres y sin posesiones que se volvían dependientes del señor feudal. La riqueza se medía con la posesión de tierras, las cuales podían ser adquiridas por donaciones (a iglesias o pequeños propietarios), herencia o matrimonio. Los colonos y los esclavos eran parte de la tierra, por lo que muchos acababan al servicio de la iglesia cuando los dueños donaban propiedades para pedir la asistencia de los monjes o asegurar su camino al cielo. A las tierras que pertenecían a una abadía, pero donde personas podían seguir habitando, trabajando y obteniendo una parte del producto cosechado se las conoce como precarios. Por su parte, los campesinos libres poseían alodios (tierras que eran completamente de su propiedad) y también llegaban a incluir algunas de sus tierras en calidad de precario para beneficiar a su iglesia. Estos campesinos libres podían dividirse socialmente de dos formas: los labradores (que poseían arados) y los braceros (los que no). Ocupaban aproximadamente el 60% de la población y solían vivir en un estado de pobreza que los orillaba a dedicarse a actividades artesanales y más frecuentemente a ponerse bajo la protección de una figura más poderosa como un abad o un
dueño. En el caso de estos últimos, su principal preocupación era mantener su patrimonio y tenían la ventaja de poder ascender en su escala social por sus posesiones. Sin embargo, con la caída del Estado, cuyo poder se basaba en la posesión de tierras, el orden social se vendría abajo. Los dueños que prevalecieran tras esta ruptura se verían orillados a explotar más sus terrenos para enriquecerse dado que el Estado ya no podía brindarles más tierras. Además, la cohesión social se rompió una vez que comenzaron los intercambios y el mercado de tierras. Para el siglo X las ciudades romanas continuaban en pie y eran residencia del conde y de autoridades eclesiásticas. En ellas había un barrio comercial que sólo recibía a clientela urbana privilegiada y que traía productos internacionales a gran escala. En sí, no había una ley de mercado y la moneda escaseaba, por lo que se recurría al trueque ya fuese intercambiando objetos, ofreciendo trabajo a cambio de tierras o alimento, o a través de la hipoteca. Posteriormente, se permitió a los monjes acuñar monedas, por lo que Cluny se volvió un motor del mercantilismo y los precios aumentaron con la introducción de un sistema monetario. En sí, el feudalismo está fundamentado en un desarrollo de mercado surgido de la economía tanto rural como urbana, las cuales se desarrollaron juntas. Bois analiza con datos las posibles causas de este crecimiento en la producción agraria. Aunque resulta difícil saber si el crecimiento demográfico fue una de las razones, los datos indican que la población franca se había doblado durante este periodo. Por otro lado, las tierras que ya habían sido explotadas en la época romana y que se habían perdido volvieron a trabajarse, lo que aumentó la cantidad de terrenos cultivables. En cuanto a las técnicas de cultivo, se introdujo la rotación trienal (siembra de un cereal de invierno el primer año, uno de primavera el segundo y el tercer año es de barbecho), la energía acuática y animal, e igualmente se retomaron tácticas de siembra que habían dejado de usarse. Para el siglo XIII, las ciudades crecieron tan rápido que no pudieron seguir sosteniéndose del trabajo agrícola. Pero durante el siglo XI, la reestructuración social, que pasó a ser un sistema feudal, fue posible con la producción campesina. Se aplicó una política de reagrupación que giraba alrededor del castillo o la abadía de un señor que coordinaba y estructuraba a las comunidades aldeanas. La unidad familiar tomó un papel importante al favorecer la producción con una estructura estable y eficiente. Las relaciones entre los grupos sociales habían cambiado,
lo cual beneficiaba de igual manera a los antiguos esclavos que se fundieron con la servidumbre feudal que sostenía los pilares sociales. Por otro lado, está ruptura y reestructuración social fueron causantes de un periodo de violencia por parte de los dueños en contra de las iglesias y los campesinos. Esto llevó a la iglesia a crear concilios para establecer orden, los cuales se conocen como “La paz de Dios”. La abadía de Cluny jugó un papel determinante en la revolución, ya que, con estos concilios fomentaron la ideología de la sociedad feudal y su estructura social: los militares, los campesinos y los clérigos. Hablaban de un concepto de “caballero” que pelea por una causa justa y que sigue los preceptos religiosos, idea que florecería durante las cruzadas y en la literatura medieval. Durante este periodo de cambio, había dos facciones religiosas: los obispos conservadores que se preocupaban por conservar el sistema carolingio antiguo y los monjes, sobre todo de Cluny, que veían en el campesinado una fuerza política y social poderosa sobre la cual el Estado estaba perdiendo el control. Para empezar, la cohesión de la población campesina les había permitido progresar, pero el exceso de producción en vez de beneficiarles, los empobreció y orilló a la dependencia. Bois explica que volverse parte de la servidumbre era un estado muy bajo, por lo que, en vez de humillarse volviéndose dependientes de un dueño privado, preferían servir a un poder más público como es la iglesia. Cluny, en especial, resultaba muy atractivo para los campesinos debido a que, en su política de redefinir el deber monástico, habían adquirido un trato piadoso con los pobres, lo que convirtió a esta abadía en una figura social de gran poder. En este punto, los esclavos que huyeran de su antigua situación, encontraban un nuevo status social al ingresar a la dependencia abacial. Cluny se volvió tan popular, que en 980 hubo un conflicto social debido a que los dueños de grandes territorios sintieron amenazados sus intereses con la cantidad de campesinos que trabajaban para la abadía, además de las donaciones que ellos mismos debían hacer y que minaban su patrimonio. El final del siglo X fue un periodo truculento donde una serie de hambrunas, epidemias y abusos de los dueños (robos, incautación de bienes monásticos e incluso asesinatos de campesinos) tuvieron que soportarse antes de la reestructuración social. Con la denuncia de Cluny sobre el comportamiento por parte de los señores en el concilio de Anse en el 994, comienzan a menguar los arranques violentos, los cuales duraron alrededor de 40 años más. En el año mil se presenta una nueva distribución de poderes en la cual la iglesia figura con un papel importante, los señores propietarios se militarizan y el Imperio franco se divide en principados.
También, existen nuevas formas de explotación de la tierra en la cual los campesinos libres forman una base esencial para el sistema económico y, gracias a que se mantienen en núcleos familiares y comunidades estructuradas, pueden producir con mayor eficiencia, lo cual beneficia al nuevo sistema económico de mercado.
Bibliografía
Bois, Guy. La revolución del año mil: Lournand, aldea del Mâconnais, de la Antigüedad al feudalismo. Barcelona: Editorial Crítica, 1989.