Corrieron entre los árboles, saltando sobre arbustos pequeños y troncos caídos, hasta que encontraron un camino que llevaba colina arriba. Era difícil mantenerse al ritmo de Frankenstein a toda carrera, pero el terror daba alas a sus pies y fuerza a sus pulmones. Además, tenía un miedo mortal de soltarle la mano. Por nada del mundo permitiría que la dejara atrás. Por fin, se detuvieron a recuperar el aliento sobre lo que, según Summer, era una pequeña elevación, los dos doblados por la mitad. casi, jadeando. Muffy, a la que dejaron en el suelo, se dejó caer con un gemido, y se quedó jadeando como si hubiese corrido todo el camino, cosa que de ningún modo había hecho. Mirando alrededor, Summer descubrió con sorpresa que la pequeña elevación era más bien un acantilado de piedra, y que estaban en el borde, desde el cual se dominaba el camping, extendido ante ellos como un patio de juegos infantiles. La sorprendió más aún ver las luces azules de una docena de automóviles de la policía, por lo menos, que emitían destellos frente a un edificio chato que debía de ser la ducha de las mujeres. -No llamé a Sarnmy -dijo, confusa. ¿Habrían aparecido tantos policías porque la muchacha y la mujer denunciaron una paliza? Pero eso era imposible. Summer había oído las sirenas cuando todavía tenía ante sí a las mujeres. -No era necesario. -Steve metió la mano en el bolsillo trasero y sacó algo, que al desplegarlo, resultó ser la portada de un periódico de la maòana-. Mira esto. Se lo dio. Sumlner lo miró, y ahogó una exclamación. Allí, a todo color, desde la primera plana, en tres fotografías muy claras, la miraban Steve, ella misma y Muffy, a la que el titular identificaba como la Gran Campeona de Margie, Miss Muffet. El titular que estaba encima de las fotos, en enormes negritas, decía: CALHOUN, SU NOVIA, UNA PERRA, BUSCADOS EN RELACION CON UN DOBLE HOMICIDIO. Con la boca abierta, Summer leyó el relato. Ella, Muffy y Steve eran protagonistas de una cacería estatal, tras el hallazgo de los cadáveres de Linda Miller y de Betty Kern, encontrados en su casa. La policía trabajaba con dos hipótesis: o ella y Steve, cuyas huellas aparecían en la escena, eran cómplices en el crimen, o él se las había llevado a ella y a la perra como rehenes. En cualquiera de los dos casos, se pedía a los ciudadanos que los vieran que no intentaran aprehenderlos sino que avisaran a la policía. Se los creía armados, y extremadamente peligrosos. -¿De dónde has sacado esto? -le preguntó Summer, atónita. -De la oficina del gerente. Llegué a la conclusión de que tú estabas cometiendo un error, y fui a buscarte. No estabas donde esperaba que estuvieras, pero sí estaba el gerente. También, esto. Estaba leyéndolo cuando yo entré. Tuve que quitárselo. -¡Oh, Dios mío! ¿No habrás...? Lo miró, pensando de inmediato en asesinato.
-No, no lo hice -respondió él con sequedad-. Ya te he dicho que no asesino a sangre fría. Sólo lo mandé a dormir un rato. El no tuvo oportunidad de decírselo a nadie, y nadie me vio. Me aseguré bien de ello. Alguien debe de haberte reconocido a ti, o a la perra, te dije que llama la atención con su extraño aspecto, y llamó a la policía. -Le pedí a una mujer que me indicara dónde estaba la oficina del gerente -recordó Summer-. Por el modo en que me miró...¡debe de haber sido ella! -Es probable. Estaba contemplando la escena que se desarrollaba abajo. A lo lejos, las personas parecían hormigas, y empezaban a juntarse alrededor de los coches de policía. -Quizá deberíamos volver-dijo Summer, titubeante, miran-do la escena-. A fin de cuentas, son policías... Steve negó con la cabeza, y ella no discutió. En lo que a ella concernía, ahora su seguridad estaba junto a él.
Capitulo 30
Todavía estaban allí de pie, contemplando el espectáculo que se desarrollaba más abajo, cuando una diminuta camioneta entró lentamente, y se detuvo junto a los coches policiales. Se bajó un hombre y, casi al instante, se le unieron dos oficiales de policía uniformados. El hombre y los oficiales dieron la vuelta a la camioneta, dispersando a la multitud. El hombre subió al interior de la camioneta, hizo algo, y salió de nuevo. Esta vez, lo acompañaba una jauría de perros atraillados. Summer oía los ecos agudos de sus gritos desde donde estaba. Muffy se irguió, e inclinó la cabeza para mirar. -Jesús, han traído perros. Un tercer policía se acercó al grupo donde estaban los animales, y le pasó al que los llevaba un bulto de algo que parecía ropa. El hombre recibió el bulto, y se inclinó para dárselo a oler a los perros. -¿Dejaste algo en la sala de duchas? Steve dobló el periódico hasta convertirlo en un pequeño rectángulo. Summer pensó: -El... el estuche de maquillaje. Eh... ¡y mi uniforme! ¡Mi uniforme de Daisy Fresh! ¿Te parece que les darán a oler mi uniforme a los perros? -Me parece que sí -respondió Steve, sombrío, y se guardó el periódico doblado en el bolsillo trasero.
Cuando Summer miró de nuevo, el que llevaba a los perros los soltó. Eran cinco sabuesos castaòos y negros, y se dispersaron olfateando el suelo. Segundos después, uno de los que estaban cerca del edificio aulló. -Ha encontrado la pista. Los otros perros siguieron al líder, y los cinco arrancaron a toda velocidad hacia el bosque, ladrando a todo pulmón. -Oh, Dios, ¿qué vamos a hacer? ¿Tienes un plan? Miró a Steve, desesperada. -Sí -le respondió, inclinándose para alzar a Muffy, para luego agarrar el bolso y la mano de Summer-. Correr como locos. Gran plan. Pero Summer no lo dijo. No tuvo ocasión. Corriendo, arrastrada por Steve, le costaba respirar, y mucho más hablar. El ladrido de los perros era un acicate lejano pero poderoso. Corría tan rápido que sus pies casi no tocaban la tierra. Casi parecía flotar... tal vez porque estaba mareada. No sabía si era por la altura, el hambre o el miedo. Bajaron por una hondonada llena de matorrales, en cuyo fondo corría agua. A mitad de la cuesta, hacía un brusco giro hacia la izquierda, y se convertía en un arroyo caudaloso. Steve se metió chapoteando en el agua helada, arrastrando a Summer consigo. La mujer resbaló sobre las tersas piedras marrones que cubrían el lecho, y cayó sobre una rodilla perturbando a un cardumen de peces pequeños, que se dispersaron. -¡Ay! Se le clavó una piedra en la rodilla, pero no tuvo tiempo de sufrir como era debido. Steve ya tiraba de ella para levantarla. -¿Por qué tenemos que correr por un arroyo? -gimió, mientras se frotaba la rodilla lastimada. A juzgar por cómo se sentía en ese momento, jamás podría volver a caminar, y mucho menos a correr. -Porque los perros no pueden rastrearnos en el agua. -Steve se detuvo un par de segundos, el tiempo suficiente para echarle un vistazo a la pierna y cerciorarse de que no tenía una herida grave-. Creo que no. -Ah, maravilloso. Crees que no. Eso es tranquilizador. Espero que tengas razón. Sin molestarse en responder. Steve le dio un tirón para hacerla moverse de nuevo. Con el paso seguro de una cabra, vadeó el agua que les llegaba a los tobillos. Resbalando,
maldiciendo y orando a cada paso, Summer lo siguió en medio de chapoteos. Los ladridos de los perros se hicieron más débiles. Por fin, para cuando los pulmones y el corazón cíe Summer parecían a punto de estallar, Steve salió del arroyo y se dejó caer, boca abajo, sobre la orilla cubierta de hiedra. Sumrner cayó junto a él. también boca abajo, esforzándose para respirar. Muffy, tendida junto a ella como si estuviera exhausta, aunque no había dado un solo paso, tuvo la audacia de jadear. Sumrner no tuvo fuerzas más que para mirar, fastidiada, a la consentida mascota. -Ahorra aliento. No podemos detenernos mucho tiempo -le aconsejó Steve, inhalando grandes bocanadas de aire. -¿A dónde vamos? ¿Todavía nos dirigimos hacia el campamento de pesca? Steve meneó la cabeza. -Ese era el Plan A, y se ha estropeado. Si la policía piensa rastrear estas colinas con los perros, nos encontrará en menos que canta un gallo. Ahora, nos atendremos al Plan B. -¿Cuál es el Plan B? -preguntó Sumrner con gran recelo. Aunque estaba agotado, Steve logró esbozar una breve sonrisa. -Estoy pensándolo, ¿estamos? ¡Vamos! Sumrner gimió, pero Steve fue inexorable. Ya estaba de pie otra vez, arrastrándola hacia él, haciéndola correr, aunque todavía le temblaban las piernas por la última maratón. El sol les daba en la espalda mientras corrían cuesta abajo, por el medio del bosque, y empezaba a hundirse tras los majestuosos picos purpúreos. En cualquier otra circunstancia, Sumrner habría apreciado los cálidos violetas, anaranjados y rosados que se arremolinaban en el cielo, hacia el poniente; en las presentes, sólo echó un vistazo fugaz a la deslumbrante belleza del cielo... y se aferró a la esperanza. ¿Los perros podían seguir rastreando en la oscuridad? Hasta los perros necesitarían descanso en algún momento. Una motocicleta sucia avanzó rugiendo hacia ellos desde el este. Apareció volando, saltando sobre la cima de una colina, y deslizándose medio de costado por la ladera resbaladiza. La conducía un hombre de aspecto juvenil, vestido con pantalones vaqueros y
chaqueta de cuero. Steve aminoró el paso, y Sumrner con él. -¿Y ahora, qué? -jadeó, preparada para ver a un truhán detrás de cada árbol. Steve la miró, sonrió, y le soltó la mano. -El Plan 13 -respondió, y se acercó a saltos a la motocicleta que se aproximaba. El vehículo se detuvo junto a él con un floreo, y el conductor se apeó, Summer lo miró con desconfianza, mientras apoyaba la moto sobre el soporte, apagaba el motor, se sacaba el casco, y palmeaba a Steve en la espalda. Hasta palmeó la cabeza de Muffy. Conocía a Steve. Era amistoso, ¿Cómo demonios...? Summer se acercó cautelosa, De acuerdo con su experiencia, si algo parecía demasiado bueno para ser cierto, por lo general lo era, Y la aparición inesperada de un aliado parecía demasiado buena para ser verdad. Steve sonreía cuando se volvió para llamarla, El hombre que estaba junto a él permanecía más serio, Era más o menos de la edad de Steve y de altura similar, pero más delgado, Tenía el cutis aceitunado, y el cabello negro como petróleo, y lacio, Summer supo que era de ascendencia aborigen, -Este es Renfro. Renfro, Summer. Ten, ponte esto, Renfro saludó a Summer con la cabeza, mientras Steve le entregaba a ella un casco de intenso color amarillo que desprendió de la trasera de la moto, y luego miró a Steve, preocupado. -Déjame al perro. Steve se puso el casco que había usado Renfro, y negó con la cabeza. -No, La mitad del Estado y una jauría de perros están persiguiéndonos. Si te encuentran con esta perra, sabrán que nos has ayudado, y eso no sería bueno para tu salud. -No me importa. Renfro estaba atando el bolso y el gato a la trasera de la moto, -De todos modos, gracias, amigo, Y gracias por venir, Te debo una. -Que os vaya bien, -Renfro les sonrió, exhibiendo unos dien tes muy blancos, y terminó con lo que estaba haciendo, por su propia iniciativa-, Como siempre.
Steve rió. -¿Cómo volverás? Renfro se alzó de hombros. -Andando. Pediré que rne lleven. Tornaré un autobús. Llamaré a mi padre. Me las arreglaré. -Si te topas con la cuadrilla armada que nos persigue... -No me molestarán. Estoy paseando por el bosque. ¿Qué motivo tienen para molestarme? Y si me atacan los perros, podría denunciarles. Lo dijo esperanzado, con una ancha sonrisa. Summer comprendió que era una broma, y sonrió. -¿Tienes puesto el casco? Steve se dio la vuelta para observarla con severidad, tironeó de la correa que sujetaba el casco en la barbilla para cerciorarse de que estaba ajustada. Su propio casco estaba en su sitio. Summer echó de menos la gorra de los Bulls. que estaba guardada en el bolso. -Ah, casi lo olvidaba. -Renfro metió la mano en el bolsillo de los vaqueros y sacó unos billetes plegados-. Cuarenta dólares. Es todo lo que tenía en la tienda. -Gracias, viejo. -Steve aceptó el dinero, y lo metió en su bolsillo trasero-. Cuídate. -Tú también. Steve pisó el arranque, montó la moto, e indicó a Summer que subiera. -¿Y qué hacemos con Muffy? -preguntó, mirando la bola de pelo que había a sus pies. -Tendrás que llevarla. Trata de que no se vea. Podrías meterla debajo de tu camiseta. Summer levantó a Muffy, se alzó el borde de la camiseta y metió a la perra dentro. Luego, trepó con torpeza a la motocicleta. Era, más o menos, del tamaño de una bicicleta para adulto, pero más gruesa. Descubrió que tenía soportes para los pies, y una barra de metal contra la que podía apoyar la espalda. Encaramada en el estrecho asiento forrado de tela plástica negra, se sintió segura como un gato sobre un alambre. Renfro los contempló con su amplia sonrisa. -Parecéis una típica familia norteamericana. Papá, mamá, y el hijo por nacer -palmeó el
bulto que formaba Muffy en la zona de la barriga de Summer- sobre una Yamaha. Puede que os contraten para hacer publicidad en televisión. -Nos vemos, Renfro. -Steve arrancó. La moto rugió, Renfro saludó con la mano, y partieron. Nunca en su vida Summer había viajado en un medio que le sacudiera los huesos de aquel modo. Si hubiese podido. se habría aferrado a Steve con todas sus fuerzas, mientras zigzagueaban sobre el suelo irregular. Pero Muffy, no muy conforme con el nuevo estilo de transporte, estaba entre los dos. Sólo para sujetarla, necesitaba usar un brazo. El otro, estaba clavado alrededor de la cintura de Steve. Subieron y bajaron por la montaña, enfilando hacia el norte, en lugar de continuar hacia el este, corno habían hecho cuando iban a pie. Tantas veces la moto se deslizaba de costado sobre hojas húme das, piedras escondidas y raíces, que Summer se acostumbró a la sensación de que, en cualquier momento, caerían a tierra. En dos ocasiones, cuando llegaban a la cima de una colina, recibía el regalo de bellos paisajes, de montañas que se ondulaban a lo lejos, coronadas por halos de nubes. La escena era de película, pero los peligros, más bien reales. Las cuestas empinadas, muy pobladas de árboles, terminaban inesperadamente en precipicios escabrosos. A veces, daba la impresión de que el suelo se había terminado, y caía en saltos de cientos, y hasta miles de metros. Hasta el momento, Steve se las había arreglado para pasar con bien por varias de esas caídas. Pero Summer no era optimista. Ultimamente, se sentía como el personaje de un antiguo programa de televisión, Hee Haw: si no fuera por la mala suerte, no tendría ninguna suerte en absoluto. Sintiéndose más allá del miedo, Summer cerró los ojos para protegerse del viento, y se encomendó a la Providencia mientras esquivaban árboles, piedras y raíces a velocidades que superaban los cien kilómetros. Antes ya había comprendida que no podía hacer nada para que su precario asiento fuese más seguro. Su vida y la de Muffy estaban en manos de Steve. Lo único que podía hacer era rogar que supiera lo que hacía... y que no salieran disparados sobre
una loma para terminar volando sobre un acantilado. Sorpresa, sorpresa. Alrededor, el mundo se oscurecía. Las sombras alargadas cruzaban el suelo como barrotes de una celda. Subieron a otra cuesta. La rueda trasera se despegó del suelo. A lo lejos, donde Summer clavaba la vista por pura autoprotección, se elevaban las montañas en la atmósfera oscura. Inesperadamente, la moto se proyectó hacia el cielo como un potro encabritado. Esta vez, las dos ruedas se despegaron de la tierra. Summer chilló, se aferró con ambos brazos a la cintura de Steve, aplastando a Muffy entre la espalda de este y su propio estómago para que no pudiese soltarse aunque quisiera... y cerró los ojos. Cuando el vehículo aterrizó rebotando, estaban sobre asfalto, corriendo cuesta arriba. -¡Vas a matarnos! -gritó en la oreja de Steve. -¡Esto es diversión! -le respondió él, vociferando. Diversión. Claro, cómo no. Siento la necesidad la necesidad de velocidad... Otra vez estaba atacado del síndrome de Top Gun. -¿Será legal andar con esta cosa por la carretera? -gritó Summer. -Eh, esta chica se mueve de las dos maneras: sobre la ruta, o fuera de ella. Cualquier cosa que significara eso, Summer decidió no preocuparse. En ese momento, los hombres y sus juguetes masculinos estaban fuera de su capacidad de comprensión. Era una carretera de dos carriles, y a juzgar por la niebla que se arrastraba sobre ella, estaban a considerable altura en las montañas. Summer tembló, pero no de miedo, ni por lo fantasmagórico del paisaje. Era porque los pantalones cortos y la camiseta le ofrecían escasa protección contra el aire que corría hacia atrás. Estaba congelándose. Pero aparentemente habían eludido a los perseguidores, al menos por un tiempo. Había otros vehículos en la carretera: algunos automóviles, algunos remolques, todos turistas. Nada de policías. Nada de malos muchachos. Con los cascos puestos, y circulando en motocicleta, cosa que sus perseguidores ignoraban -eso era lo que Summer esperaba-, Steve y ella resultaban, a todos los efectos, invisibles. Simplemente, un par de turistas de vacaciones en las montañas.
-¿A dónde vamos? -gritó. El viento le devolvió la pregunta, arrojándosela a la cara. -No lo sé. A México, tal vez respondió Steve, también a gritos. ¿México? ¡No quería ir a México! ¡Además, enfilaban haciael norte, no hacia el sur! Cuando abrió la boca para decírselo, tragó un insecto. Mientras hacía arcadas y escupía, decidió quedarse en paz hasta que se detuvieran. Sin duda, pronto se detendrían. La vibración constante le deja-ba el trasero entumecido. Cambió de posición en el asiento, pero no obtuvo ningún alivio. Summer sabía que era absurdo preocuparse por incomodidades sin importancia, cuando uno huía para salvar la vida. Pero no podía evitarlo: tenía el trasero dormido, las piernas acalambradas, los pies insensibles, y estaba congelándose. El viento que le daba en la cara era incesante. Frío, cargado de insectos, le azotaba la piel, y también la insensibilizaba. Y tenía hambre. Se moría de hambre. Huir para que no la mataran estaba resultando un tanto drástico pero eficaz como dieta. Bien podría hacer un anuncio publicitario, venderlo, y hacerse rica. En una señal verde a un lado de la carretera se leía: CAMINO A LOS APALACHES. Debajo, había un pequeño mamífero castaño de pie sobre sus patas traseras, olfateando el aire. Delante, hasta donde al canzaba la vista, se extendían kilómetros de bosque verde azulados, e innumerables picos montañosos que emergían de la niebla, uno tras otro. La vista era bellísima, gloriosa... Summer supo que estaba con-templando las montañas Smokies en todo su esplendor natural. La respuesta mental inmediata a esa instructiva noción fue, ¡Hurra! A medida que anochecía, menguaba el tráfico. Echando una mirada atrás, Summer vio los puntos gemelos de los faros de un automóvil que se dirigían cuesta abajo. Estaban solos en la cima de la montaña, salvo por un antiguo remolque azul que iba delante de ellos. Volando en la oscuridad, aferraría como un mono al hombre que había conocido hacía sólo tres días, Summer se vio invadida por una repentina nostalgia del hogar. Echaba de menos a su madre. A sus hermanas, a sus sobrinos. Hasta echaba de menos a sus cuòados, con los que no siempre
estaba de acuerdo. ¡Qué habría dado por estar a salvo en su propia casa, abrigada y cómoda, bien alimentada, y por haberse despertado de esta terrible pesadilla! De pronto, tuvo aguda conciencia del hombre al que se aferraba. ¿Realmente querría que Steve Calhoun no fuese más que una creación de sus sueños? Si pudiera hacerlo desvanecerse con sólo agitar las manos, junto con el resto de la situación. ¿querría hacerlo? La respuesta fue perturbadora: no. Deseaba librarse de las circunstancias, pero no del hombre. En ese estado cercano a la meditación que le provocaban el frío, el viento y la molestia de la incesante vibración, se le ocurrió preguntarse por qué no querría librarse del hombre que la había raptado, aterrorizado, maltratado, y expuesto a numerosas amenazas a su vida y a su integridad física, y que aún era capaz de ser la causa indirecta de su muerte. No era su tipo, para nada. No estaba segura al cien por cien de cuál era su tipo de hombre, pero sí de que Steve no lo era. ¡Por Dios, ni siquiera era guapo! Lem, pese a todos sus defectos, al menos era guapo. Steve Calhoun era grosero y rudo, le gusta-ban la violencia, la velocidad y el peligro, se burlaba de ella, itía haber tenido un problema con el alcohol (supuestamente superado), y estaba obsesionado con un fantasma. Además, era famoso, no tenía trabajo, lo buscaba la policía, y huía para salvar la vida. Por arduos que fuesen los esfuerzos de su imaginación, no se parecía al Caballero de la Brillante Armadura. Siempre había añorado, en secreto, un Caballero de la Brillante Armadura. Pero, en el camping, había vuelto a buscarla. Eso era algo. Algo muy importante. No podía ser que estuviera enamorándose de él. ¿Era posible? Si así era, en ese mismo instante hacía saber a la Providencia que lo consideraría sólo otra de la larga lista de bromas pesadas que le jugaba la vida. Cuando la noche era ya tan cerrada que Summer casi no podía verse la mano puesta frente a la cara, el remolque se había detenido, seguramente para acampar. Eso era lo que ella suponía que hacían los remolques. Nunca había acampado, y si la presente experiencia era
una muestra de los placeres de la vida al aire libre, no preveía hacerlo nunca en el futuro. ¿Acaso no se detendrían nunca? Sería la primera en itir que las molestias físicas eran muy eficaces para apartar la mente de los problemas, pero ya era suficiente. Sospechó que si no paraban pronto para que pudiese estirar sus ateridos músculos, no volvería a caminar jamás. Descontando el haz del faro de la motocicleta que cortaba la niebla, y que ahora rodaba por la carretera en grandes olas. no había ninguna otra luz. Ni luna, ni estrellas, ni luces de alumbrado público. Oscuridad total. Summer pensó en los precipicios que flanqueaban la carretera, a su izquierda, en la falta de una valla de seguridad, y en la altitud a que se encontraban. Un movimiento en falso, y se precipitarían hacia la nada. De repente, se le ocurrió una absurda imagen de sí misma, Steve, Muffy y la motocicleta, como E. T. y sus amigos, volando en el espacio en bicicleta, ante una luna llena. Las únicas dos diferencias entre esa imagen y la de la película eran: número uno, esa noche no había nada de luna; y número dos, la motocicleta no podía volar. Más bien, podrían chocar y morir... Fue un esfuerzo, pero el dolor de los músculos la ayudó: por fin, logró apartar de su mente ese último pensamiento alegre. Muffy se quejó, y Summer le dio unas palmadas de consuelo. La perra se había acomodado en su lecho tibio de barriga y camiseta con asombrosa docilidad. Pese a las palmadas, gimió otra vez, y Summer captó el mensaje: quería orinar. Se inclinó adelante para gritar en la oreja de Steve: -¿Qué? -le preguntó Steve, a gritos. -¡Muffy tiene que hacer pis! -¡Sosténla a un lado! Divertido. Qué divertido. -¿Puedes detenerte? -En cuanto encuentre un sitio. Siguieron un trecho. Muffy gemía, Summer la palmoteaba, la motocicleta andaba. Y aunque oír y hacerse oír por encima del rugido del motor exigía un esfuerzo considerable, hablar con Steve por lo menos le daba una ocupación. Summer se inclinó adelante otra vez. ¿Tienes idea de dónde estamos? -Sé exactamente dónde estamos. -Y bien, ¿dónde? -¡Estamos perdidos! -respondió gritando, y rompió a reír como una hiena.
De no ser porque tenía miedo de esos precipicios que la esperaban con la boca abierta, Summer le habría dado un puñetazo. Capitulo 31
Summer no hubiese podido decir por qué Steve decidió detenerse donde lo hizo. Simplernente, salió de la carretera hacia un sitio tan negro como cualquier otro por el que hubiesen pasado. lejos de ella cuestionar un regalo de los dioses, y por eso se apeó con piernas temblorosas de la grupa del potro metálico mientras aún podía. De niña, había montado mucho a caballo, y por eso sabía que en ese momento se sentía diez veces peor que después de haber cabalgado. Muffy se acuclilló de inmediato junto a la motocicleta. Summer tuvo que contener la prisa por hacer lo mismo, y se adentró, vacilante, en la oscuridad. El viento soplaba sin cesar, y a cada minuto era más frío. Miró alrededor, al panorama de las montaòas sumidas en la oscuridad, los árboles, el cielo sin luna, y tembló. Por una vez, las cigarras estaban en silencio. Quizá se hubiesen enterrado por otros diecisiete años... o tal vez se hubiesen congelado, corno ella sentía que podía pasarle. Pero había otras criaturas vivas en el bosque. Summer oía los ruidos de su presencia. Mientras se ocupaba de sus asuntos al amparo de un árbol, a menos de cinco metros de donde Steve se ocupaba de la moto, tuvo la impresión de que millones de ojos ocultos la observaban en la oscuridad. Seguramente pensarían: "¡la cena!" Fue tal la prisa con que corrió a reunirse con Steve, en la relativa seguridad que le brindaba, que casi se rompió el cuello. Mientras ella se ocupaba de sus menesteres, él había acomodado la moto en el soporte central y, cuando volvió, estaba sacando el bolso de la trasera. Muffy con el lazo ridículamente ladeado, se acurrucaba a sus pies. A Summer se le ocurrió que la perra tenía tanto miedo como ella del lugar en que se hallaban, y se inclinó para levantarla, no sin sufrir varios tirones dolorosos.
Muffy la recompensó con un lengüetazo en la barbilla. -Podríamos pasar la noche aquí. Está tan oscuro que es peligroso seguir. ¡Bravo, bravo! Pero no lo dijo en voz alta, y siguió a Steve hacia los árboles. -Quisiera preguntarte algo -dijo, en dirección de Steve, mientras juntaba ramas para el fuego-. Tu amigo Renfro, ¿apareció por casualidad? -¿Michael Jordan tiene pelo? Arrodillado en el suelo, Steve despejaba un círculo de piedras, ramas y demás desechos, dejando la tierra lista para encender fuego. Summer tuvo que pensarlo: -No -dijo, al fin. -Exacto. Tenía el cerebro tan calcinado por los sucesos del día, que también tuvo que pensar eso. -¿Acaso estás diciendo que no fue casual la aparición de Renfro? -preguntó al fin, cargando con una pila de ramas hasta donde estaba Steve, y dejándolas caer a su lado. Estaba helada hasta los huesos. Se estiró, abrió el bolso, y sacó el rompevientos del fondo. -Lo has captado. Mientras se ponía el rompevientos, Steve examinaba con cuidado las ramas, descartando algunas, y empezó a acomodar las otras con esmero. La fina prenda no hacía nada en favor de las piernas de Summer, que eran como dos columnas de hielo. Sacó la manta del bolso, y también se envolvió en ella. -¿Te comunicaste con él por señales de humo o por percepción extrasensorial? No pudo evitar el impulso de ser sarcástica. Además, se sentía a punto de desmayarse de frío. Con su mala suerte, seguro que terminaba en pulmonía. Pero no le preocupaba demasiado. A esas alturas, la neumonía estaba la última en su lista de preocupaciones. Steve la miró de soslayo. -Usé el teléfono de la oficina del gerente. Después de ver el periódico, supe que no era buena idea escondernos en el campamento de pesca. Rápidamente, teníamos que poner mucha distancia entre nosotros y todos los que nos perseguían. Conozco a Renfro desde que éramos niños. Solíamos ir a pescar a menudo, él, mi padre y yo, y a veces montábamos en motos de
tierra. Está loco por las motocicletas, y siempre tiene un montón, en diferentes estados de reparación. Adrninistra una tienda de souvenirs junto con su padre, en una reserva indígena, a unos cuarenta y dos kilómetros de Hiawatha Village. Cuando lo llamé y le dije lo que necesitaba, dijo que no había problema. Ya había leído los periódicos, y al parecer no lo sorprendió en absolu-to lo que supo de mí. Por eso, cuando tuvimos que huir, lo hicimos en esa dirección, porque yo sabía que él vendría por allí. En apretada síntesis, ahí tienes el Plan B. -Dio resultado -itió Summer, acercándose más a la pila de ramas de forma cónica, mientras Steve la encendía con el siempre útil encendedor. Estaba convencida de que nunca más iba a recuperar el calor de su cuerpo. -Mis planes siempre dan resultado -repuso Steve, con sonrisa presumida. -¿Ah, sí? ¿Y cuál es tu plan para salir de esto? No creo que sea buena idea ir a México. Steve metió la mano en el bolso, y sacó lo que quedaba de comida. Volvió a cerrarlo, y se apoyó contra el tronco de un pino alto. -Yo tampoco lo creo -dijo, mientras ensartaba salchichas de aspecto laxo en una rama, y se la pasaba a Summer para que la tuviera. Summer trató de no pensar en los varios tóxicos que podían agazaparse en la carne que había estado sin refrigerar todo un día, por lo menos, y sostuvo la rama sobre el fuego. Aunque fuera peligroso, se comería esas salchichas. Estaba famélica. Empleando su imitación de alfombra, tendida entre los dos humanos, Muffy ladró, lastimera. Summer y Steve se miraron. Steve le pasó a la perra una galleta de cacahuete un poco estropeada. -He estado pensándolo -continuó el hombre, acomodando los panecillos sobre una piedra que había acercado al fuego-. Para nosotros, huir no es la solución. Ahora que ya han determinado que nos persiguen por asesinato, todas las fuerzas policiales de Estados Unidos nos buscarán. Si piensan que cruzamos fronteras estatales, el FBI irá tras nosotros. Si creen que salimos del país, será la Interpol la que nos busque. Tal como va nuestra suerte, es probable que salgamos en la próxima edición semanal de Los más buscados de Estados Unidos. Los buenos policías, y te aseguro que superan en número a los malos por amplio
margen, son ahora nuestros enemigos, igual que los malos, y que los malhechores que no son policías. Los policías buenos nos arrestarán, y nos mandarán a donde los malos puedan atraparnos, o nos tirarán a matar, si nos resistimos. Eso haría yo de estar en lugar de ellos. Es lo que haría cualquier policía. ¿Tirar a matar? -repitió Summer, en tono desmayado. Steve asintió, y empezó a ensartar los malvaviscos en un palo. -Tienes que entender que ahora somos malos -le dijo-. Somos criminales, buscados por la policía. -¡Oh, Dios mío! -Summer se horrorizó-. Quizá nos con-vendría llamar a un abogado. Mi hermana es abogada. Y está el tipo que se ocupó de mi divorcio. A decir verdad, no lo hizo muy bien, pero podría recomendarnos... Steve negaba con la cabeza. -No necesitamos un abogado. Si de algo no debemos preocuparnos, es de responder a cargos criminales. Si nos atrapan, ni siquiera iremos a juicio. Según quién nos agarre, iremos o no a prisión. -Oh -dijo Summer, en voz ahogada. La realidad era aterradora. -Presta atención: estás quemando las salchichas. Volviendo la atención a las demandas del presente, se concentró en las salchichas. Steve tenía razón: la parte que ahora había puesto hacia arriba estaba negra y ampollada. Qué suerte que le gustaran las salchichas así. Diablos, a esas alturas le habrían gustado de cualquier manera. -¿Y entonces, qué vamos a hacer? A Summer no se le ocurrían demasiadas alternativas. Pero se consoló pensando que tal vez estuviese fatigada. -Pienso que lo más conveniente para nosotros es volver al galpón de los botes. Tenemos que descubrir qué es eso que todos buscan con tanto afán. Si es lo que sospecho, nos comunicaremos con los medios de difusión y les contaremos la historia. Si conseguimos que los medios nos respalden -y creo que hay buenas probabilidades, porque adoran las historias con escándalos policiales- estaremos relativamente a salvo. -Echó un vistazo a las salchichas, sacudió la cabeza, y le quitó el palo de las manos-. Creo que ya están hechas.
Quizá la dureza del tono se debía a que la cena estaba negra como el carbón. -Pero ya sabemos lo que hay en el furgón. Hay cadáveres. Summer aceptó una salchicha y la metió dentro del panecillo que le dio Steve; olía un poco a rancio, pero estaba caliente. Nena, te aseguro que no nos persiguen como locos sólo porque quieran presentar sus respetos a los muertos. -Mordió la salchicha. Muffy gimió. Distraída, Summer arrancó un pedazo de panecillo y se lo dio-. Si no hubiese en el furgón algo que anhelaran tener, ya estaríamos muertos. Y no se trata de esos cadáveres. -¿Y qué piensas que es? Summer intentó recordar el interior del furgón. No vio más que los ataúdes y su contenido, pero en realidad no había mirado bien. -Lo rnás probable es que sean drogas. Podrían ser muchas cosas, pero estoy convencido de que son drogas. Tal vez coca, o smack. Marihuana no, porque ocupa mucho espacio. Sacó un malvavisco del palillo, y se lo metió entero en la boca. Luego, abrió una de las dos latas de cerveza que quedaban, y se la pasó a Summer. Ella vio que la otra estaba en el suelo, junto a su pierna. Ya estaba abierta, y le lanzó una mirada interrogante. -Odio la cerveza -fue lo único que dijo. -Bébela. Recibió la lata con una mueca, y la apoyó contra su pierna. Steve bebió un gran trago. Como Summer tenía tantas cosas de qué preocuparse, no pudo rnás que esbozar un gesto fugaz de aflicción por su propio consumo de cerveza, en contra de su antigua afirmación de rechazo al alcohol. Si era cierto que en la lata aún había cerveza, cosa que dudaba, pues corno ya empezaba a conocerlo bien, sospechaba que no era así. -¿Agua? -aventuró, alzando una ceja e indicando la lata. Steve la miró con cierta sorpresa. -¿Por qué lo dices? -Es agua, ¿no? -Sí. -Lo supuse. Sus labios se curvaron en una expresión satisfecha. No se había equivocado al deducir la personalidad del hombre. -Te crees muy astuta, ¿eh?
-Sí. -No pudo menos que sonreír-. ¿De dónde la has sacado? -Volqué la cerveza y llené las latas con agua, en un grifo que había en el camping, cuando fui a buscarte. ¿Ves ese agujero pequeño en la tapa? Es fácil, siempre que después lo tapes con algo. En este caso, goma de mascar. -¿O sea que la mía también es agua? Summer miró la lata con auténtico entusiasmo. Steve asintió. La mujer le sonrió, y bebió un gran sorbo. Y aun-que el agua estaba tibia y tenía un sabor metálico, le supo maravillosa. Bebió otra vez, y luego retomó el tema que estaban tratando. -Por favor, ¿podrías contarme cómo terminaste atrapado en la funeraria, la otra noche? Al parecer, todo comenzó ahí. Steve negó con la cabeza, y devoró otro malvavisco. -No, todo no empezó ahí. En realidad, empezó hace más de tres años. Tiene relación con el caso que estaba investigando cuando yo... cuando Deedee murió. De pronto, se puso pensativo, más bien, todo lo pensativo que se puede estar mientras uno se lame los restos de malvavisco de los dedos. -Sigue -lo instó, un poco irritada. Deedee empezaba a ponerla nerviosa. -¿Quieres saberlo todo? -La expresión del hombre fue inescrutable-. De acuerdo. Se suponía que era confidencial, pero en estas circunstancias, pienso que tienes derecho a oírlo. Diablos, hasta podría ser que me ayudaras a desentrañarlo. Hasta ahora, creo que se me escapa algo. La clave. Rió, y le dio a Muffy la punta más quemada de la salchicha, sin que la perra tuviese que pedirla. Muffy la engulló, ansiosa. -Sabes que soy... era detective en la Policía del Estado de Tennessee. Era tanto una pregunta como una afirmación, y Summer asintió. -Hace unos tres años y medio, mis superiores me pidieron que investigara una posible corrupción en el departamento de policía de una ciudad pequeña del Estado. -Echó una mirada a Summer, titubeó, y sorbió agua-. Diablos, ya que estamos, te diré que se trataba del Departamento de Policía de Murfreesboro. El que me lo pidió fue el Jefe Rosencrans. Al
parecer, la corrupción, la supuesta co-rrupción, estaba tan extendida en ese departamento que necesitaba ayuda externa para desarraigarla. No sabían qué efectivos estaban limpios, si es que alguno lo estaba. -¿Eso no prueba que Sammy no está involucrado? Lo único que tendríamos que hacer es ponernos en o con él, e... -intervino Summer, ansiosa. Steve negó con la cabeza. -No prueba nada. ¿Nunca has oído hablar del farol, y del doble farol? Que el viejo Rosey nos haya pedido que investigáramos no significa que no esté metido. Puede ser que haya pensado en iniciar la investigación como un modo de ocultar su participación en lo que estaba sucediendo. Diablos, no lo sé. Cuando uno ha sido detective tanto tiempo como yo he sido, o era, se aprende a no confiar en las apariencias. Aunque algo parezca una vaca, suene como vaca, y huela como vaca, no significa que sea una vaca, ¿me entiendes? Summer lo pensó, y asintió. La fatiga estaba cobrándose su tributo. En ese momento, su cerebro no era tan ágil como debía ser, pero estaba bastante segura de haber captado la idea principal: tal vez Sammy estuviese entre los buenos, y tal vez no. -Como sea, investigué, y llegué a la conclusión de que había algo podrido en Murfreesboro. Algo muy podrido. A esos tipos se les pagaba por encubrimiento... pero, ¿quién les pagaba? ¿Y por qué? Era una investigación muy secreta. Nadie tenía que saberlo, salvo mi superior inmediato, y el Jefe Rosencrans. Al parecer, toda la acción se centraba en torno de la funeraria de Harmon Brothers. En ese lugar estaba desarrollándose algo... una operación con drogas en gran escala. Si bien no tuve oportunidad de demostrarlo, estoy bastante seguro. Lo que no sé es si la gente de la funeraria está involucrada, o sólo aporta el terreno. Sospecho que algunos -sean empleados o dueños-, tienen que estar al tanto, pues de lo contrario habrían denunciado que veían a desconocidos yendo y viniendo del cementerio a horas inusitadas. No se registraron denuncias, me cercioré. También sospecho que puede haber cierta gente de la alta sociedad del Estado, metida en esto. Algunos políticos. Y algunos policías. Estaba llegando al fondo de la cuestión... y entonces fue cuando Deedee murió. -Se suicidó -dijo Summer en voz baja, deseosa de que lo afrontara.
Steve la miró, con expresión dura, intensa. -¿De verdad? Eso es lo que se dice. Diablos, parece haber buenos argumentos, por lo menos por escrito. Es cierto que tuvimos un romance, y yo lo rompí de manera un poco abrupta. Pero, ¿Deedee sería capaz de colgarse por eso? Siempre me costó creerlo. No puedo imaginarme a Deedee matándose por mí. Ni por nadie. Deedee no era de esas. Era... vibrante, se podría decir, a falta de una palabra mejor. Era de esas personas que aferran la vida con las dos manos y le retuercen la cola hasta que les da todo lo que piden. "Puede ser que no quieras verlo", pensó Summer, creyendo que tal vez, si lo ayudaba a sacarlo todo afuera, ejercería un efecto curativo. Era hora de que el fantasma de Deedee descansara en paz. -¿Dejó una nota de suicidio, o una... cinta de vídeo? -Sí. -A Steve se le enrojecieron los bordes de las orejas. Bebió un sorbo, y miró a Summer de soslayo-. Alguien... no puedo creer que fuera Deedee; puedes apostar tu vida a que yo jamás vi la cámara, si es que estaba... que nos grabó... eh... haciéndolo. En esa cinta había bastantes escenas candentes; lo sé, porque durante el curso de la investigación para decidir si me despedían o no, tuve que verla tres veces. Deedee era un... espíritu libre. Le gustaba probar cosas diferentes. Que la ataran, o tener relaciones sexuales en lugares insólitos. -Encima de tu escritorio, por ejemplo. El tono de Summer fue seco. Sabía que era una idiotez resentirse por los encuentros sexuales que hubiese tenido Steve antes de conocerla, y desde luego que si fueron con una mujer ya muerta no representaban ninguna amenaza, pero de todos modos la exasperaba. Porque suponía que, para Steve, Deedee estaba viva. Hasta tenía visiones de ese fantasma. Comprender cuánto necesitaba que Steve apartara a Deedee de su vida, viva o muerta, la impactó. -Con que eres fanática del National Enquirer, ¿eh? -le preguntó, alzando una ceja en gesto irónico. -En realidad, creo que lo vi en Hard Copy. -Jesús. -Steve levantó la lata como para beber un trago, pero la dejó otra vez en el suelo
sin beber-. Cuando se diluyó el embeleso de haberlo hecho con Deedee (comprende que yo la deseaba desde hacía años), empecé a sentirme muy culpable. Estaba Elaine. Era mi esposa. Cuando nos casamos, estábamos enamorados. Por lo menos, yo lo estaba. No puedo hablar por ella. Cuando nació la niña, la llama se apagó, aunque seguimos conservando las apariencias. No me interpretes mal: Elaine era, es, una buena mujer, una buena madre. No estoy dispuesto a decir lo contrario para justificar lo que hice. Levantó la lata, y esta vez sí trasegó la mitad del contenido. Cuando la dejó, se limpió la boca con el dorso de la mano, y miró a la mujer. En la oscuridad, sus ojos eran dos discos negros, de expresión inescrutable. -Peor que Elaine, era con Mitch. Mitch es, era, mi mejor amigo. Fuimos juntos al jardín de infancia y a la escuela primaria. Conocimos juntos a Deedee, cuando estábamos en la escuela superior. Mitch era defensa de nuestro equipo de fútbol. Yo, centro. Lo único que no hicimos juntos fue alistarnos en la Infantería de Marina. El fue a la Universidad. Pero cuando yo salí del servicio, también fui a la Uni-versidad, y terminé en la policía del Estado, junto con Mitch. El fue detective un año antes que yo. Diablos, si cuando Elaine y yo compramos nuestra casa en Nashville, él compró una en la misma calle. La noche en que nació mi hija, él estuvo en el hospital, regalando cigarros. Nos emborrachamos juntos. Estábamos más unidos que muchos hermanos. Me acosté con la esposa de mi mejor amigo. No tengo disculpa. Lo sé, te lo aseguro. Calló. Endureció el mentón, y Summer pudo ver el perfil pétreo del hombre, que contemplaba fijamente las llamas. Después de un momento, como si sintiera el peso de la silenciosa simpatía de la mujer, la miró con expresión melancólica. -Deedee y Mitch habían estado casados desde hacía mucho tiempo, y él la engañó durante años. Puede que ella también lo engañara, no lo sé. ¿Cómo puede saberse? De todos modos, esa vez él estaba metido en un asunto que, según Deedee, era bastante importante. Necesitaba un hombro sobre el cual llorar y qué mejor que el mío? Todos nosotros habíamos sido amigos desde siempre. Nunca quise que sucediera lo que sucedió. Simplemente, pasó. Una noche, yo estaba bebiendo, ella se sentía sola, y... pasó. -Se tapó la cara con las manos-.
Dios, si pudiera volver atrás, sólo a ese momento. Si pudiera borrarlo, lo haría. Mirándolo, contemplando sus hombros anchos, caídos en gesto de derrota, la cabeza gacha, viendo a este hombre fuerte, deprimido, en actitud de honda desesperación, Summer supo la triste verdad: Estaba enamorada de él. Que Dios la amparase. Y no soportaba verlo herido. Aun cuando la causa del dolor fuera su pena por otra mujer, tenía que hacer algo para aliviar ese dolor. Se arrastró hacia él y lo envolvió en sus brazos, con manta y todo, rodeándole los hombros para consolarlo. Apretó la boca contra su mejilla áspera, sin afeitar. Steve apartó las manos de su cara. Alzó la cabeza, y sus ojos negros escudriñaron los de ella con el intenso ardor del fuego.
Capitulo 32
El bosque estaba sumido en una oscuridad completa, a no ser por el resplandor anaranjado que lanzaban las llamas vacilantes. Las sombras que proyectaba el fuego saltaban y danzaban como fantasmas paganos entre los troncos negros de los árboles. El viento gemía arriba, entre las ramas. Pequeñas bestias pasaban sigilosas, y chillaban. Summer observó aquellos ojos negros impenetrables, aquel rostro feo, de intenso magnetismo, los hombros anchos, el áspero cabello negro. Estaba enamorada de este hombre. La asustaba tanto saberlo, que casi se sintió enferma... pero también le provocó euforia. Steve inclinó la cabeza y la besó en la boca. Summer cerró los ojos. Fue un beso tierno, dulce, y las emociones que evocó, tan intensas, que le dieron ganas de llorar. De pronto, inesperadamente, interrumpió el beso. Se echó atrás, y Summer abrió los ojos, perpleja. -Esto es un error -dijo, con voz insegura. Dolida, Summer empezó a apartarse. Pero entonces, recordó que este era Steve, el
orgulloso, inalcanzable Steve, al que ella amaba. El mismo Steve que había sido herido, y aún sufría. Steve, el que la necesitaba. En lugar de desistir, apretó más los brazos en torno del cuello del hombre. Cerró los ojos, levantó la cabeza, y encontró los labios de él con los suyos. Cuando su boca tocó la de él. él no se apartó, pero tampoco respondió. Era como si estuviese besando a una estatua, frotando con sensualidad los labios contra aquella boca reseca por la intemperie. Se le resistía. ¿Por qué? Por Deedee. Summer lo supo por instinto. Estaba enzarzada con Deedee en una batalla por el alma de Steve. Y no tenía importancia que Deedee estuviese muerta. Steve mantuvo los labios cerrados, obstinado. Summer, que jamás había seducido ex profeso a ningún hombre, en ese momento lo hizo. Recorrió el contorno de la boca de Steve con la lengua, sondeando en la unión de los labios. Sintió cómo se ponían tensos todos los músculos del cuerpo del hombre, que resistía. -Bésame, Steve -murmuró, contra su boca. Hasta el cuello estaba tenso, sintió, al acariciarle la nuca con dedos tiernos, tratando de hacerle bajar la cabeza. -Por el bien de los dos, necesito mantener la cabeza clara -dijo Steve, con voz estrangulada. Summer le sonrió, se acomodó en el regazo de él, y arregló la manta para que los abrigara a los dos. Sus brazos le rodeaban el cuello. Las rodillas levantadas, los muslos largos y musculosos de un lado, y el abdomen tibio y el pecho ancho del otro, formaban un buen nido para el trasero de Summer. Le rozó el tórax con los pechos. Las manos de Steve, por su propia voluntad, de eso estaba segura, encontraron la cintura de la mujer y se apretaron allí. -Esta noche no necesitas tener la cabeza clara. Sin esfuerzo, Steve podría haberla bajado de su regazo. Summer lo sabía, porque ya había experimentado la fuerza de él. Y no tenía dudas de que no tendría el menor escrúpulo en herirla, si lo que quería era librarse de ella. Pero no era eso. Lo sabía.
-Summer... Pese a sus protestas, los ojos negros estaban fijos en la boca de Summer. -Shhh. Le puso un dedo en los labios para silenciarlo. No podía dejar de mirarlo. Estaba tan cerca, que podía ver cada marca, cada magulladura, cada cicatriz en su piel. Veía, uno por uno, cada pelo de la barba que sombreaba, áspera, la mandíbula oscurecida, la leve hinchazón que todavía deformaba el lado derecho de la cara, los bordes amarillentos de un hematoma violeta oscuro en la frente, los círculos violáceos en torno de los ojos. El corte en el pómulo empezaba a curarse, igual que el de la comisura de la boca. Verlo así, golpeado, debería disminuir su atractivo pero, por extraño que pareciera, no era así. Tenía la apariencia de un gladiador fatigado, concluyó para sí, absorbiendo cada rasgo cíe aquella cara, desde las cejas negras pobladas, el bulto en el puente de la nariz, que era como un cuchillo, hasta la curva inesperadamente tierna del labio inferior, sobre el mentón obstinado. -Mira, no quisiera involucrarme... Tenía la respiración entrecortada. Summer le sonrió con ternura. -Yo tampoco, pero creo que ya es demasiado tarde. Entonces se movió, alzó la boca hacia él y, al mismo tiempo, atrajo la cabeza de Steve hacia ella. El se dejó, pero no le dio más estímulo que ese, y Summer no se engañó creyendo que no hubiese podido detenerla, si quería. Summer cerró los ojos y rozó los labios de él con los suyos, primero con suavidad, con la delicadeza provocativa de una mariposa. No hubo respuesta. Su boca acarició la de él rogando, prometiendo. Steve siguió resistiéndose... pero la brusca inhalación de aire le dijo todo lo que necesitaba saber. Esta batalla la ganaría ella. Lo sintió grande, cálido y sólido contra sí. Se acurrucó más cerca, cambió de posición para quedar medio tendida sobre el pecho de Steve, los pechos apretados cerca de los músculos duros, los brazos en torno de su cuello.
Steve abrió la boca para decir algo -otra protesta, sin duda-, y lo venció, metiéndole la lengua dentro de la boca. El se puso rígido, como si se le hubiesen tensado todos los músculos en un espasmo. Este gladiador suyo, ¿pelearía hasta el final? Summer echó la cabeza atrás, abriendo los párpados, lánguida. Los ojos negros ardieron en los suyos, quemándola corno las brasas de la hoguera. Le dio un beso suave, fugaz, pero Steve siguió incólume. Summer le sonrió, mientras sus pechos le rozaban el tórax. Los ojos de Steve se entornaron, y se le endureció el mentón. Summer percibió la suspensión momentánea de la respiración. Y luego: -Al diablo -murmuró el hombre, con voz espesa, y su boca se abatió sobre la de ella. La besó como su estuviese famélico por la boca de ella. Acarició y devoró, una vez con la lengua, otra con los labios, los brazos apretados alrededor de la cintura de la mujer, sujetándola como si nunca más fuese a soltarla. Summer respondió al ansia de él con la propia, los brazos enlazados en el cuello del hombre, la cabeza echada atrás, sobre el hombro de él. De pronto se sintió floja, como si los músculos se le hubiesen convertido en gelatina. Creyó que, si él la soltaba, no podría sentarse por sus propios medios. Por fortuna, no había posibilidades de que la soltara. Sentía la pasión del hombre bullendo corno en una caldera; su calor ya la abrasaba. Steve estaba ahora al mando del beso, y ella no hacía más que seguirlo. Cuando, al fin, la boca se separó de la suya para deslizarse, ardiente, desde la mejilla de Summer hacia la oreja, la mujer gimió. Steve le mordió el lóbulo tierno con dientes que, más que castigar, excitaban, y luego besó la piel tersa de abajo. -Te deseo -murmuró, acariciándole la oreja con su aliento cálido. La frase fue increíblemente seductora, dicha con aquella voz ronca, entrecortada. Summer empezó a temblar. -Yo también te deseo. Entrelazó los dedos en el cabello de él, y apretó la boca contra el hueco tibio, debajo de la oreja. Sentía bajo los labios cómo se aceleraba el pulso de él. Steve tenía la espalda apoyada contra el tronco del pino, y Summer, acostada sobre su
pecho, las piernas rodeándolo, la manta alrededor de los dos. Steve ahuecó las manos detrás de la cabeza de Summer, y la echó atrás para que su boca llegara con más facilidad al cuello suave. Summer alcanzó a divisar unos murciélagos que cazaban insectos contra el cielo nocturno, y cerró los ojos, negándose a recordar dónde estaban o por qué. Desechó toda noción, salvo la sensación de las manos, la boca, el cuerpo de Steve. Era lo único que quería, que necesitaba... sólo Steve. La boca de Steve trazó el recorrido bajando por el cuello de la mujer, mordisqueando, chupando y lamiendo la suave columna. Por fin, llegó al hueco palpitante en la base de la garganta. Se detuvo ahí un momento, los labios apretados contra la piel. Summer sentía la dureza de su boca, la aspereza del mentón sin afeitar, la lengua tibia y húmeda, que exploraba, lánguida, la blanda depresión. Entonces, una mano grande y cálida encontró su pecho. La cabeza le dio vueltas. El pezón se irguió instantáneamente, empujando contra la palma a través del rompevientos, la camiseta y el sostén. Steve encontró el capullo anhelante, lo acarició con el pul gar, lo apretó entre los dedos, haciéndolo girar con delicadeza a uno y otro lado. El placer fue tan intenso, que Summer jadeó. De repente, anheló sentir la piel de él contra la suya. Pasó las manos por su pecho, las metió debajo de la camiseta, y gozó de la carne dura, cubierta de vello. Le acarició el pecho, el vientre. Era cálido, tan cálido... que lo único que deseaba era acercarse más a ese calor. Sus dedos inquisitivos encontraron la pretina de los pantalones. Encontró el botón, lo soltó, bajó el cierre. La boca de Steve le quemaba la piel del cuello, la ruano en el pecho de pronto se puso rígida, y tuvo la impresión de que había dejado de respirar. Entonces, metió los dedos dentro de los calzoncillos, cruzó el abdomen tenso, y se cerró sobre esa parte grande, cal lente, hambrienta de él que estaba hecha para ella. -¡Jesús! Cuando cerró los dedos sobre él, lo hizo gemir una vez, luego otra. De repente, Steve giró con ella, acostándola de espaldas con tanto apremio que perdió la orientación espacial y
tuvo que aferrarse a los hombros de él, únicos puntos firmes en un mundo que giraba. Por un momento, quedaron enredados en la manta. Jurando por lo bajo, Steve los libró de ella, y la arrojó a un lado. Luego, se colocó encima de Summer, el cuerpo duro, pesado, la respiración que emergía en jadeos rápidos, entrecortados. Su boca se pegó a la de ella con hambrienta pasión, que encendió en ella el mismo fuego. Summer devolvió el beso con igual ardor, y deseó que le hiciera el amor con una ferocidad que jamás, hasta ese instante antes de Steve, se creyó capaz de sentir. Con una mínima parte del cerebro que aún funcionaba, comprendió que él era lo que había estado buscando durante años: un hombre que la necesitara, un hombre a quien amar. Steve. Con manos inseguras, la desvistió, y Summer tuvo que ayudarlo. Incapaz de bajar el cierre del rompevientos hasta el final, desistió y le sacó la prenda a tirones por la cabeza. Ella todavía tenía la cami-seta y el sostén, y los apartó, impaciente, dejándolos debajo de las axilas. Cuando sus dedos hallaron los pechos, se apretaron sobre las suaves prominencias con una fuerza como para lastimarla. aunque no la lastimaron, Summer gimió, y se olvidó de ayudarlo a sacarle la ropa. El le besó los pechos, y Summer creyó que ese placer tan exquisito la mataría. Entonces, de repente, sintió que sacaba las manos y la boca. Abrió los ojos, y vio que le había quitado las manos de encima sólo para sacarse los pantalones, la camisa, los zapatos. Con manos trémulas, se incorporó para ayudarlo, pasando su boca ansiosa sobre el cuerpo, mientras los dos tiraban de la ropa de él. Cuando terminó, fue el turno de ella. Steve le sacó la camiseta y el sostén por encima de la cabeza, sin molestarse en desabrocharlo. Sus manos se posaron en los pechos, y bájó la cabeza para besarlos, pero Summer lo eludió. Tenía otra idea en mente. Apoyándole las manos en los hombros, lo empujó sobre la suave y resbaladiza alfombra de hojas caídas, besándole el cuello, recorriendo con su boca la piel cálida, áspera de vello en el pecho, mordisqueando el abdomen tenso, camino de su objetivo.
Cuando lo encontró con su boca, el hombre gimió. Estaba grande, caliente y duro cuando lo besó, lo lamió, lo tragó entero. Los músculos rígidos, los ojos cerrados de Steve; y por un momento, mien tras lo llevaba cada vez más alto, Summer gozó de su propio poder. Era suyo, todo suyo, y ella estaba poseyéndolo. Entonces, las manos del hombre se enredaron en su pelo, la apartaron de sí, y la hicieron levantarse. El se volvió junto con ella, acostándola de espaldas, y sacándole pantalones y bragas con una rápida serie de movimientos casi frenéticos. Pantalones y bragas quedaron a la altura de los tobillos, y seguía con las zapatillas puestas, pero Steve no podía esperar a terminar de desvestirla. Con un queji-do, se puso otra vez encima. Los muslos de la mujer se separaron por propia voluntad, y le rodeó el cuello con los brazos, dándole la bienvenida. El la penetró con ruda urgencia, y Summer jadeó. El gruñido de Steve la enardeció más aún. Su propio deseo la hizo alzarse y caer al ritmo de los movimientos del hombre que entraba y salía, y otra vez, en un ritmo incansable. La cabeza de Summer estaba echada hacia atrás. la boca abierta mientras él la poseía, y ella también a él. Le clavó con fuerza las uòas en la espalda musculosa; apretó con los muslos las caderas del hombre. Estaba enloquecida de placer, delirante. temblorosa. En su mente no había lugar para nada que no fuera el embeleso de su propio deseo... y de la convicción de que era Steve. Steve le apretó las nalgas con las manos, levantándola para poder penetrarla más hondamente, y con un gemido ronco, su boca atrapó el tierno pezón del pecho izquierdo. Summer no pudo soportarlo más. Dentro de ella, glorioso. estalló un placer más intenso que el que era capaz de imaginar. -¡Oh, Steve! ¡Steve! ¡Steve! Se estremeció, y se aferró a él, gritando su dicha a la oscuridad infinita. El respondió con un último impulso salvaje, y con su propio grito ronco, temblando, quedándose dentro de ella. Entonces acabó, con el final abrupto de una tormenta pasajera. Summer quedó tendida, laxa, sobre el suelo, consciente de una larga lista de molestias. Tenía un montículo de hierba entre los hombros. Se le estaban helando las piernas. Aquella especie de gran tronco que tenía encima pesaba una tonelada.
Y empezaba a llover.
Capitulo 33
-Está lloviendo. Le besó fugazmente la mejilla erizada de pelos. -¿Eh? Steve no abrió los ojos, no levantó la cabeza, no le sonrió, no se movió. -Digo que está lloviendo. -Una gruesa gota se estrelló en su nariz, como para subrayar la afirmación. Le tocó el hombro-. Vamos a empaparnos. Entonces, abrió los ojos. En las profundidades negras y peli-grosas brilló una chispa, y Steve se movió, y le besó la nariz. -Eres maravillosa -le dijo. -Tú también -le respondió, sonriendo. -Seguro que se lo dices a todos. Ella agitó las pestañas con exagerada coquetería. -No. Sólo a los que son guapos. Steve rió: -Me han dicho muchas cosas en la vida, pero nunca que soy guapo. -Es evidente que te has juntado siempre con una clase de mujer equivocada. -Evidente. Otra gota salpicó la frente de Summer. En ese momento, Muffy apareció junto a ella lloriqueando y escrutándole, ansiosa, el rostro. No estaba segura, pero sospechaba que Muffy jamás había estado balo la lluvia. -Maldita voyeurista -musitó Steve-. Seguro que lo ha vis-to todo. Se apartó rodando de Summer, y se sentó, con las rodillas flexionadas, los brazos sobre estas, y lanzó en torno una mirada pre-ocupada, prestando mayor atención a las ramas bajas de los árboles circundantes. ¿Para qué? Luego, Summer imaginó el motivo. Cayeron más gotas, y el fuego siseó y chisporroteó. -¿Buscas a Deedee? -preguntó la mujer, con dulzura, incor-porándose y volviendo bragas y pantalones a su posición correcta. Steve le echó una mirada, entrecerró los ojos, apretó los labios y, por fin, asintió.
-Pienso que está persiguiéndome. Summer no pudo evitarlo. Aunque su tono había sido burlón, vio todo rojo. ¡No había ganado la batalla para perder la guerra! Agarró una piña del suelo y se la tiró. Le dio en la barbilla. -¡Eh! -dijo Steve, frotándose la barbilla, con aire sorprendido-. ¿Por qué has hecho eso? Summer le tiró otra, y también dio en el blanco. Se incorporó y se inclinó sobre él, aferrándolo de las orejas, haciéndolo girar la cabeza, mirándolo furiosa, a la cara vuelta hacia arriba, con la nariz a escasos milímetros de la de él. -¡No quiero oír una palabra más de Deedee! Ni una sílaba, ¿entendido? Por un momento, pareció alarmado. Entonces, sonrió, estiró los brazos, la aferró de la cintura y la hizo sentarse en su regazo. -Me gustan las mujeres celosas -dijo, y la besó. Llevó las manos a sus pechos desnudos y los acarició. El estaba desnudo; ella, a medias, y el beso empezaba a excitarla... Una ducha de gotas de lluvia los separó. -Va a haber tormenta -dijo Steve levantando la cabeza, al oír un trueno lejano-. Tenemos que encontrar refugio. -¿Qué sugieres? Sabía tan bien como él que no había ningún refugio en kilómetros a la redonda. -Guarda todo, menos la manta. Se me ha ocurrido una idea. Summer se vistió, e hizo lo que le pedía, mientras él se ponía los pantalones cortos, se calzaba, y se perdía entre los árboles. A lo lejos, un relámpago cruzó el cielo. El viento empujó a la lluvia con más fuerza a través del claro. El fuego siseó y danzó. En cualquier momento, habría un diluvio. -Ven. Era Steve que reapareció, apagó el fuego con los pies, recogió el bolso, a Muffy, y se encaminó otra vez hacia los árboles. Summer no creía que un bosque fuese el mejor lugar donde estar durante una tormenta con rayos, pero lo siguió, apretando la manta contra el pecho. Era capaz de seguir a aquella silueta de hombros anchos hasta el infierno, y de regreso.
Bajo un grupo de lo que parecían cedros, a juzgar por la fragancia, había armado un tosco refugio con dos mesas de picnic dadas vuelta, una encima de otra -Summer supuso que así redoblaba la seguridad de que la lluvia no entraría por las hendiduras del techo-y puesto ramas de pino a los costados. -Dame la manta. Se la dio, y andando a gatas bajo las mesas, la extendió sobre el suelo. La lluvia empezó a caer con fuerza. Summer se apresuró a reunirse con Steve. Se instalaron, se acostaron, se arroparon en la manta, y la espalda de Summer cubierta con la camiseta quedó apoyada contra el pecho desnudo de Steve, que le rodeó la cintura con los brazos. Usaron el bolso de almohada. El calzado de ambos y las medias de Summer estaban juntos, cerca de una de las paredes improvisadas. Rugieron unos truenos amenazadores. La lluvia arreció. Muffy gimió y miró a Summer con aire suplicante. Summer la acercó a su pecho y también la abrigó con la manta. Los tres se encontraban cómodos en el tosco refugio, mientras la lluvia caía alrededor, sin tocarlos. El aire era frío, húmedo, y olía a lluvia y a hojas. El tamborileo de la lluvia sobre el techo que forma ban las mesas era sedante. Con los brazos de Steve alrededor, Summer se sentía abrigada y seca y, pese a las circunstancias, contenta. -Háblame de tu novio dentista. La voz de Steve fue como un retumbar bajo en la oreja. Summer lo miró sobre el hombro, y sonrió para sí. -Es muy buen dentista -dijo, recatada. -¿Te acuestas con él? Summer giró para quedar de cara a él y poder pellizcarle la nariz: -Eso no es asunto tuyo. -¿Ah, no? -No. -¿Piensas volver a verlo? -¿Quieres decir, si sobrevivimos a esto? -Eso es lo que quiero decir. Summer lo miró. -Puede ser. -¿Puede ser? Los ojos negros se entrecerraron. -Depende de si tengo un motivo para no volver a verlo. -¿Qué clase de motivo?
-No sé... alguien nuevo que haya aparecido en mi vida. -¿Lo hay? -Mmm. -Esa no es una respuesta. -Es la mejor que te daré. -¿Ah, sí? -La besó en la boca, con labios cálidos, perezosos, y posesivos-. ¿Sabes una cosa? Yo creo que hay alguien nuevo en tu vida. -Pensé que no querías involucrarte. Steve le sonrió, lánguido, y el efecto de esa sonrisa, tan próxima, fue devastador. -No quería. Pero, como tú dijiste, ya es demasiado tarde. -¿En serio? -Sí. -¿Estás involucrado? -Parece que sí, ¿no es cierto? -¿Y qué pasa con Deedee? Steve suspiró, rodó hasta quedar de espaldas, y atrajo consigo a Summer, la manta y Muffy, que estaba enredada en ella. La perra se indignó ante un trato tan poco considerado, salió retorciéndose del abrigo, y se acurrucó sin salir del refugio. Ninguno de los humanos le prestó la menor atención. -Nena, creo que te confundes en lo que a Deedee se refiere. Jamás tuvimos la clase de historia amorosa que tú pareces suponer. Lo que hubo entre nosotros nunca fue para perdurar. Tanto ella como yo lo sabíamos desde el principio. Está bien, yo sigo imaginando que la veo, no puedo evitarlo. Maldición, sé que está muerta, y además no creo en fantasmas. ¿Te gustaría oír la única explicación que se me ha ocurrido? -¿Qué es? Estirada sobre él, bien envuelta en la manta, levantó la cabeza, apoyó las manos sobre el pecho de Steve, y la barbilla sobre las manos, y lo miró a la cara. -Hasta que te conocí, nunca la había visto. Ni una vez, en los tres años que pasaron desde que murió. Pienso que ahora la veo por la culpa que me provoca lo que siento por ti. -¿En serio? En el rostro de Summer apareció una expresión esperanzada. -En serio. -¿Y qué es lo que sientes por mí? Steve sonrió. -Excitación.
Summer le pellizcó el pecho, y él gritó y se frotó la zona dolorida. -¿Eso es todo? Le lanzó una mirada furiosa. -Eh, para mí es importante. Summer apretó los labios, se apartó de él, cruzó los brazos sobre el pecho y le dio la espalda, todo en un solo movimiento. -¿Qué más quieres? -protestó, apoyándose en un codo para espiarle la cara, vuelta hacia el otro lado. -¿De ti? -Summer rió-. Absolutamente nada. -Ya estás furiosa conmigo. Le dio un beso en la oreja. Ella respondió con un codazo en el pecho, y Steve gruñó, se encogió, y se inclinó otra vez sobre ella. -Seguramente, quieres que te diga que para mí hay algo especial entre nosotros. Que entre tú y yo, tal vez, haya algo definitivo. ¿Es eso? -No quiero que me digas nada. Ni quiero que me hables, siquiera. Yo... -Bueno la interrumpió, echándole el aliento cálido en la oreja-. Eso es lo que pienso. Summer tardó un momento en registrarlo. -¿Qué? Se volvió, para verle la cara, y él le dedicó una sonrisa algo torcida, a juicio de Summer. -Me has oído perfectamente. -Repítelo. -Jamás. -Steve Calhoun, ¿intentas decirte que te has enamorado de mí? -Supongo. -¿Lo supones? Como en el semblante de Summer la indignación era evidente, Steve se apresuró a retroceder. -Está bien, lo sé. Lo creo. -¿Lo crees? Esta vez no fue indignación, sino rabia simple y pura. -Por Dios, Summer, ¿qué rnás quieres? -Quiero que me digas, sin vueltas, que te has enamorado de mí, si eso era lo que tratabas de decirme. Por un momento, la miró en silencio. Estaban cara a cara, tendidos de costado, envueltos en la manta, las cabezas a pocos rnilímetros, sobre el bolso de nailon azul. Summer,
rígida de furia, tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Steve se estiró hacia ella, le sujetó las dos manos, y las apartó del pecho, no sin cierta resistencia. Luego, se las llevó a la boca y depositó un beso sobre los nudillos de las dos. -Pienso que tal vez fuiste enviada para rescatarme de la oscu-ridad exterior -dijo, en voz baja-. Cuando te conocí, allá en la funeraria, en realidad no me importaba vivir o morir. Ahora, sí. -Steve -murmuró, conmovida por sus palabras y por la ter-nura infinita de aquellos ojos negros. -Calla -le dijo-. Ahora que me has hecho empezar, déjame terminar. Durante años, no pude contemplar el futuro con ninguna clase de esperanza ni alegría. Ahora, cuando pienso en el futuro, en un futuro contigo, siento ambas cosas. ¿Será porque me he enamorado de ti? ¿Quién sabe? Pero estoy dispuesto a intentar algo... si tú lo estás. -Oh, Steve. Escudriñándole el rostro, Summer comprendió que había hablado con toda sinceridad. Se le desbordó el corazón. Eran dos personas lastimadas por la vicia, que habían encontrado en el otro lo que necesitaban para curar sus heridas. Y eso era un milagro. No había otra palabra para expresarlo. Summer se acurrucó más cerca; se soltó las manos para recorrer el contorno duro de la boca de él, para tocar con ternura las heridas que estaban curándose. -Si tú no puedes decirlo directamente, yo sí: estoy enamorada de ti. -¿Sí? En la boca de Steve se formó una extraña sonrisa ladeada. -Sí -respondió con suavidad, besándolo en la boca. Espiando desde la entrada del refugio improvisado, un ángel que aún no estaba listo para públicos multitudinarios estalló en vivas. Ninguno de los dos protagonistas la oyó. Pero Muffy, sí, y ladeó la cabeza, extrañada.
Capitulo 34
Esa noche, los cielos lo celebraron. Los truenos dieron su aprobación, rugiendo. Los relámpagos estallaron en exclamaciones de alabanza cruzando el cielo. La lluvia se derramó en infinitos aplausos. Summer y Steve, envueltos en la manta, y uno en otro, no oyeron nada. Ella le contó cómo había sido, de verdad, estar casada con Lem, la bulimia que le provocó, lo arduo que había sido curarse y volver a ser ella misma. El le contó que había bebido demasiado durante años, de cuan-do la vida le explotó en la cara y él se fue al fondo, y vivió la borrachera destinada a acabar con todas las borracheras: un fin de semana perdido, que duró casi tres años. Ella le contó que Lem la dejó para casarse con una enfermera de veintidós años. El, que la pena por el desastre en que había caído fue la causa de la muerte de su padre. Y se abrazaron, lloraron, rieron, hicieron el amor... y se curaron. -¿Y qué te decidió a volver? -preguntó Summer, soñolienta, varias horas después, hacia el final del relato de Steve sobre sus vagabundeos de los últimos tres años. El estaba tendido de espaldas, con la cabeza de ella en el hom-bro. El suelo era duro. El aire, frío. A través de la manta, las agujas de pino la pinchaban en las partes más sensibles, pero a Summer no le importaba. Desnuda, envuelta en la manta, y abrigada por el calor de horno del cuerpo de Steve, se sentía tonta, bendita, feliz. Bajo la palma de la mano, que tenía apoyada sobre el pecho velludo del hombre, sentía el latido firme del corazón. -¿A Tennessee, te refieres? Uno de los brazos musculosos estaba metido bajo la cabeza de Steve, y el otro, en torno de los hombros de la mujer. Hablaba con la vista fija en las tablas bastas del techo improvisado. De inmediato, Summer pensó que imaginaba a Deedee cerniéndose allá arriba, pero desdeñó la idea por mezquina. Tenía la íntima sensación de que Steve ya no vería a Deedee. "¡Si sabe lo que es bueno!", añadió, vehemente, para sí. -Bueno, como ya te dije, estaba en Nevada. Las tarjetas de crédito y los ahorros me habían durado bastante, pero ya estaba sin blanca. Una tarde, desperté en un prostíbulo: el de Mabel, donde el lema es: "El cliente siempre está primero". A mi lado había una muchacha, y
estábamos desnudos, ¡ay, no me pegues!, pero yo no recordaba cómo había llegado allí, ni tampoco nada de lo que habíamos hecho. Por otra parte, era una muchacha muy hermosa. Steve sonrió, evocándola, y luego gritó porque Summer le dio un tirón a un rizo de vello del pecho. -Jesús, eres cruel. -la miró de soslayo, sonrió y continuó-. Ni siquiera recordaba qué día era. Le pregunté, y me dijo que era Nochebuena. Eso me revolvió el estómago. Me levanté, me vestí, y volví al hotel en el que paraba. Era barato, veinticinco por noche. Tal vez cambiaran las sábanas una vez por semana. -Tomó aliento-. Empecé a pensar en la Navidad, y levanté el teléfono y llamé a mi hija. Hacía mucho que no hablaba con ella, porque cada vez que llamaba Elaine me decía que ella no quería hablarme. Pero en esa ocasión atendió mi hija. Le dije que la quería, y le deseé Feliz Navidad. Me dijo: "Te odio, papá", y colgó. El dolor que resonaba en la voz de Steve era tan palpable como el latido del corazón bajo la mano de Sumiller. Se condolió con él, se apretó a él, y le besó un costado del cuello, en señal de simpatía. -Los chicos siempre les dicen eso a los padres. Sé que mis sobrinos lo hacen. Sabía que era un pobre consuelo, pero no tenía uno mejor que ofrecerle. -Lo sé. -La voz de Steve sonaba cansada-. Pero fue como si me hubiese abofeteado en la cara. Me golpeó de tal modo que me obligó a tomar conciencia de mí mismo. Vi la cosa lamentable en la que irle había convertido: un borracho sucio, que se acostaba con rameras, y supe que tenía que hacer ciertos cambios. Me di una ducha, me lavé, me afeité. Luego fui a la iglesia, una pequeña iglesia metodista que estaba sobre una colina, en aquella pequeña ciudad... y... bueno, diablos, recé. Entonces, empezó a entrar toda la congregación. Recuerda que era Nochebuena. Había una misa a la luz de las velas, y también me quedé. Cuando terminó, supe que tenía hacer lo más que pudiera para enderezar mi vida. Summer escuchaba, embelesada por el retumbar bajo de su voz. Bajo la mano, el latido era lento y firme. Prosiguió: -Dejé de beber en ese mismo momento, sin vacilar. Con la ayuda de Dios, no he bebido
un trago desde aquel día hasta ahora. Me hice la prueba de HIV. Estaba sarro, así que no tienes que preocuparte. Luego, enfilé hacia mi hogar, con la intención de hacer todo lo posible para ganar el perdón de mi hija. En el trayecto, empecé a repasar otra vez lo sucedido. Inmediatamente después de la muerte de Deedee, estaba demasiado aturdido para pensar con claridad, pero desde que dejé de beber, la niebla empezaba a levantarse. A mí irle costaba creer que Deedee se hubiese suicidado, tendrías que haberla conocido para entenderlo, pero no me lo había cuestionado antes. Ahora, sí. No sé si recuerdas que ella había dejado esa cinta de vídeo. Además del, eh... del sexo, decía que iba a matarse porque yo rompía con ella para volver con mi esposa. Demonios, yo jamás dije eso. Jamás dejé a mi esposa y, si rompí con Deedee fue, sobre todo, por Mitch. Ella lo sabía, incluso le dio un ataque cuando se enteró. Por eso, lo que decía en la grabación sencillamente no encajaba. -Titubeó un instante y miró, ceñudo, al techo-. Y, además, estaba el tema de la llave. -¿Qué llave? -La de mi oficina. Era una oficina provisional en Nashville, que sólo usaba mientras trabajaba en la investigación que te conté, Sólo había estado ocupándola un mes, más o menos. Como el caso era muy delicado, cuando irle instalé allí hice cambiar las cerraduras, y la cerraba con llave todas las noches, sin excepción. La noche en que Deedee murió, la había cerrado con llave. Entonces, ¿cómo entró? Había una sola llave y estaba en mi bolsillo, o en el cajón del escritorio que tengo en casa, y que cierro con llave, permanentemente. Elaine y ella nunca habían simpatizado demasiado, podía ser que Elaine percibiera mi debilidad de siempre por Deedee, no sé, de modo que Deedee casi nunca iba a mi casa. Era imposible que hubiese escamoteado la llave del cajón de mi escritorio mientras yo dormía, ni nada parecido. Desde que empezamos a acostarnos juntos, no había estado en mi casa, lo sé. Mi oficina estaba cerrada con llave, y ella no tenía llave. ¿Cómo entró? ¿Irrumpió? Deedee pesaba unos cuarenta kilos. y no tenía ninguna habilidad en cuestiones mecánicas, aunque, de cualquier modo, no había señales de que hubiesen forzado la cerradura. ¿Cómo entró en mi oficina para colgarse? ¿Y, además, por qué lo hizo allí, y dejó la grabación? Cuando se encontrara, ella ya estaría muerta, así que el único perjudicado sería yo. Si bien estaba loca, no creo ni por un instante que el último acto de su vida fuera para causarme problemas.
-¿Qué intentas decir? ¿Que no crees que se suicidara? -No veo cómo hubiese podido hacerlo. Y si no lo hizo, ¿quién la mató, y por qué? La única razón posible de eliminarla del modo en que fue hecho, fue para hacerme daño. pero si alguien se proponía perjudicarme a mí, ¿no me habrían matado, sencillamente, y terminado con el asunto? Matarme a mí habría sido muchísimo más fácil que armar todo ese plan tan complicado que alguien trazó, si es que Deedee fue asesinada. No le encuentro sentido. No se lo hallaba cuando empecé a trabajar en esto, y tampoco ahora. Falta una pieza del rompecabezas, y no puedo encontrarla. Por eso llegué a la conclusión de que lo único que podía hacer era volver a la investigación que estaba desarrollando cuando ella murió. Milímetro a milímetro, siguiendo cada pista, cada hecho, buscando algo, cualquier cosa que pudiese haber pasado por alto la primera vez. Eso era lo que estaba haciendo aquella noche, cerca de la funeraria, y así fue como terminamos aquí. -Por Deedee-dijo, pensativa-. Empiezo a sentir que la conozco. -Le habrías gustado. -De pronto, le sonrió-. Era una pequeña peleadora ingobernable, y le gustaban las mujeres con esas cualidades. Siempre decía que Elaine era una llorona. Me parece que no la consideraba buena para mí. Tengo la impresión de que estaba en lo cierto. Summer advirtió que estaba hablando de Deedee como si fuese una vieja amiga, y casi sentía que lo era. Empezaba a comprender que Steve se refería a ella con afecto y con nostalgia, pero no con amor. Al menos, no la clase de amor que le ofrecía a ella. Podría haber estado equivocada, y Deedee no representaba una amenaza. Tal vez nunca lo fue. Guardaron silencio unos minutos, hasta que Summer dijo en voz suave: -¿De verdad piensas que tenemos posibilidades de salir vivos de esto? Steve la miró de soslayo. -Nena, vamos a salir vivos de esto. Confía en mí. Confiaba en él, pero, pero... pero cuando él rodó sobre ella y empezó a besarla, ya no pudo pensar en nada más. Y con la última chispa de inteligencia, pensó que quizás era eso lo que pretendía. Luego se sometió a las manos, la boca y el cuerpo de Steve, y no volvió a
pensar durante un buen rato. Amaneció temprano. En algún momento de la noche había dejado de llover, y el alba fue bellísima: un sol grande y anaranjado que teñía el cielo con esplendorosos matices de rosa y de púrpura, que envolvía las montañas en nubes de color lavanda y las puntas de los pinos de rosa. Había charcos por todas partes, y el vapor se elevaba de la tierra hacia el cielo, como si una novia invisible estuviese ascendiendo al cielo, y tras ella arrastrase metros de tenue velo nupcial. Pudo verlo porque el punto donde ella y Steve habían pasado la noche era un sitio privilegiado, y sólo un bajo muro de piedra se interponía entre ellos y el paisaje sin contaminar que abarcaba kilómetros de montaña, valle y cielo. Encaramados en el borde de la montaña, salieron a gatas del refugio y se encontraron cara a cara con un panorama de belleza arrebatadora. Un amplio valle cubierto de árboles se extendía debajo, interrumpido por un pequeño lago brillante. La grandiosidad de la escena que se desplegaba ante ellos debía de maravillarlos, o, al menos, provocarles un vistazo apreciativo. Pero Steve no dio a ese esplendoroso nuevo mundo más que una mirada fugaz, y se encaminó sin más rodeos a la motocicleta, dedicándose a ella con la ternura que podría haber destinado a una novia, la mañana siguiente a la boda. Sucia, desarreglada y fastidiada, Summer observaba tantas atenciones a la máquina con mirada sombría. El Cielo debía de haberle enviado a un caballero que derra-maba más cuidados sobre su cabalgadura que sobre su amada. Steve la había despertado con un beso en cuanto la primera hilacha de luz los sorprendió en el refugio. Summer retribuyó el beso medio dormida, pero su cuerpo estaba tibio, dispuesto, preparado por la pasión que había ardido entre ellos durante la noche. Le había abrazado el cuello ofreciéndose a sus manos con un suspiro voluptuoso. Pero en vez de comenzar la mañana del modo lascivo que ella esperaba después de la noche pasada, Steve se limitó a oprimirle el pecho, darle una palmada en el trasero y decirle que se vistiera, pues quería que partiesen temprano. ¡Vaya con el romance! Por eso, Summer iró el paisaje encaramada sobre una mesa de picnic, cerca del
muro de piedra, mientras Steve se afanaba sobre la estúpida motocicleta. Estaba sola con Muffy, en ese lugar que parecía el borde del mundo, compartiendo lo que quedaba de las galletas de mantequilla de cacahuete. No muy lejos, Steve silbaba, alegre y desafinado, mientras secaba bujías con el borde de la camiseta y volvía a ponerlas en sus correspondientes huecos. Para el desayuno, prefirió dar cuenta de los malvaviscos, mientras trabajaba. Summer pensó, resentida, que la excesiva dulzura debió de subírsele a la cabeza. Cuando terminó de conectar las bujías, de secar el asiento, y de preparar y asegurar el bolso a su satisfacción, por fin , Steve volvió a prestar atención a su compañía femenina. Al percibir la expresión de Summer, se le agrandaron los ojos. -¿Siempre estás así de malhumorada por la mañana, o es mi día de suerte? -le preguntó, con sonrisa maliciosa. -¿Y tú siempre estás así de alegre por la mañana? -respon-dió ella, con sonrisa dulce y venenosa a la vez-. Si es así, será mejor que vuelvas a plantear toda nuestra relación. -Ese es mi rayito de sol -dijo él, riendo, y se le acercó para estamparle un beso en la boca. Su boca era cállela, la barba la raspaba, y Summer respondió, por la sencilla razón de que amaba a aquel tonto. Entonces, advirtió que le acariciaba los labios con la lengua no por sensualidad sino porque buscaba migas de galletas, y lo apartó de un empujón. -Eh -protestó Steve-. Anoche te gustaba que te besara. -Anoche ya pasó, compañero. -¿Eso significa que nuestra luna de miel ha terminado?-Rió entre dientes-. Ni se te ocurra, Rosencrans. -¿Ah, no? -No. -Se acercó otra vez, buscándole la cintura con las ma-nos. La acercó al borde de la mesa, y se ubicó entre las rodillas de la mujer-. Bésame, hermosa. Summer le puso las manos sobre los hombros. El la había acercado hasta el borde mismo y separado los muslos haciendo que le rodeasen las caderas, de modo que sus pies calzados con las gigantes zapatillas se balancearan en el aire. La posición era de lo más insinuante, y Summer no estaba segura de estar de humor para lo que insinuaba. Se sentía
cansada, hambrienta, sucia, asustada, y no muy complacida con él en ese preciso momento... y claro, por eso Steve tenía que empezar a pensar en hacer el amor. ¡Hombres! Lo miró con la cabeza ladeada, y vio que en el fondo de sus ojos brillaba algo que no era del todo divertido. Ya no tenía la cara hinchada, aunque quedaban magullones y un par de hermosos hematomas, y ya estaba en condiciones de contemplar sin distorsiones el rostro del hombre amada. Tenía pómulos altos y planos, barbilla cuadrada, labios más bien delgados. En algunos sitios, la piel mostra-ba pequeños agujeros. La nariz era como una hoja cortante. Era un rostro duro, rudo, implacable... y cada milímetro cuadrado de ese rostro la fascinaba. Este hombre era grande, sombrío, peligroso... y suyo. Por muy malhumorada que estuviese, el solo hecho de mirarlo la conmovía. Lo miró, ceñuda, y Steve retribuyó el cumplido deslizando la mano con movimientos insinuantes por el muslo de Summer, subiendo. Jugueteó con el elástico que sujetaba la pierna de las bragas, y metió la mano dentro. Ella le apartó la mano de una palmada. -Pensé que tenías prisa por ponerte en camino -le recordó, aunque el calor que emitía esa mano se le contagió, y ya no tenía mucha prisa ella tampoco. -Ah, bueno -repuso él, con leve sonrisa-. Pienso que puede haber un pequeño cambio de planes. El sol estaba muy alto en el cielo cuando, al fin, se pusieron en camino. La noche no había bastado para aliviar las nalgas de Summer del viaje del día anterior. Eso descubrió mientras enfilaban en la dirección desde la que habían llegado. En cuanto la vibración empezó, empezó a dolerle el trasero. Después de una hora, tenía los pies dormidos, sentía que la espalda estaba a punto de quebrársele, y que una molestia incesante le atormentaba las pantorrillas. Apoyó la cabeza entre los omóplatos de Steve, y trató de olvidarse de todas esas cosas. Hasta que supo que era imposible. También comprendió otra cosa: que concentrarse en lo mal que se sentía la distraía del miedo.
Se encaminaban directamente hacia la guarida del león, y no estaba muy convencida de que fuese una buena idea. Estaba tan agotada que no podía decidir qué era lo que deberían hacer, hasta que, por fin, desistió de intentarlo. "Confía en rní", había dicho Steve. Para bien, o para mal, eso era lo que pensaba hacer. Se echó atrás arqueando el cuello, con la esperanza de aliviar el dolor en la base del cráneo. Muffy estaba acomodada sobre su regazo, bajo la camiseta, como una muñeca de trapo. A estas alturas, la pobre perra ya estaba acostumbrada a la incomodidad, y limitaba sus protestas por ese desagradable método de transporte a algún quejido ocasional. El día se volvía cada vez más caluroso, el casco le daba a Summer un espantoso dolor de cabeza, e incluso ella tenía ganas de gemir. Lo único que se lo impedía era la convicción de que las cosas no harían más que empeorar. Bien podía ahorrar los gemidos para después, que sin duda los necesitaría. Era aterrador pensar que ella -y Steve- podrían morir ese mismo día. Por eso, se concentró en sus dolores y molestias, y decidió no pensar en absoluto. Debían de ser, más o menos, las tres de la tarde cuando Summer lo vio: un pequeño biplano que trazaba lánguidos dibujos en el ciclo azul claro, dejando un anuncio que era como una bandera blanca. A menudo, había visto esos aviones que dibujaban mensajes sobre los restaurantes de buffet libre y de dos bebidas por una, sobre las playas de Florida. Le produjo cierto asombro encontrarlo volando sobre las hoscosas montañas Smoky. Parecía fuera de lugar, incongruente, y lo observó con curiosidad. Por fin, se acercó lo suficiente para poder leer el mensaje de humo blanco: Steve. ¿Dónde está Corey? Llama al 555-2101 Summer ahogó una exclamación, sin quitar la vista del mensaje, y lo releyó. Luego, golpeó con fuerza las costillas de Steve.
Capitulo 35
-Corey es mi hija -dijo Steve, ronco. De pie junto al borde de la carretera, clavaba la vista en el avión que desaparecía tras un pico cubierto de nubes. Summer le rodeaba la cintura con los brazos. No tuvo necesidad de echarle un vistazo para saber que tenía los ojos fijos en la cara de él, dilatados de angustia. Cuando Summer le llamó la atención hacia el avión y su mensáje, casi se salió de la carretera al leerlo una y otra vez. No había la menor duda de que estaba dirigido a él. Corey. Se habían llevado a Corey. Pensó en su hija un poco rolliza, un poco tímida, de suaves bucles castaños que siempre se le caían sobre los ojos, que usaba las poco agraciadas faldas tableadas que exigía la escuela parroquial a la que asistía, y entonces recordó: el retrato de la niña que siempre llevaba consigo era de cuando tenía diez años. Ahora, ya tenía trece, era una adolescente... que Dios lo amparase. Debía de haber cambiado. Lastimarían a Corey, la torturarían, la reatarían, para llegar a él. Por las venas de Steve corrió la adrenalina, se le subió la bilis a la garganta. y el corazón le dio un vuelco. ¡Oh, Dios!, ¿cómo no se le había ocurrido que podrían atacar a Corey? Estuvo a punto de hacer caer la moto por el precipicio, por la conmoción. Lo que lo retrotrajo al presente fue el chillido aterrorizado de Summer. Sacudido hasta la médula, se apartó al costado de la carretera, aparcó, y desmontó. Summer también. y lo abrazó mientras él observaba el aeroplano a lo lejos. Steve ansió con todo el corazón tener una M-16 para derribarlo de un tiro, un brazo largo como el de un gigante, para arrancarlo del cielo. "¿Dónde está mi hija?", quería gritar. pero no lo hizo, porque sabía que era inútil. El avión estaba fuera del alcance de su voz, de su alcance. No podía estrangular al que estaba metido en eso para que le revelase el paradero de Corey, para que se la devolviesen. No podía destruirlos, por haberse atrevido a tocarla. No podía hacer nada. Estaba impotente, aherrojado a la ladera de aquella condenada montaña, mientras su hija, a la que había puesto en peligro, sufría, y quizá muriese.
"Basta", se reconvino, feroz. "No la matarán hasta que tengan lo que quieren: al camión y a mí." Por el momento. Corey era un as en la manga para ellos. Sin duda, estaría asustada, mortalmente asus-tada, pero estaba entera. Tenía que aferrarse a esa idea. Si no, estallaría en pedazos. Y no podía permitírselo. Tenía que pensar. No podía vencerlos con armas, no podía ganarles en número. Era un solo hombre contra mu-chos. Y esos miserables sin piedad tenían a su hija. Tenía que ser más astuto. -He memorizado el número de teléfono -dijo Summer en voz queda-. ¿No crees que deberíamos buscar un teléfono? -Conozco ese número: es el de mi ex esposa. Sí. necesitamos conseguir un teléfono. En ese momento, la miró. Todavía tenía puesto el casco amarillo -y sólo entonces vio que él también tenía puesto un casco- y debajo, los ojos eran inmensos, y afligidos. Los brazos que lo rodea ban eran suaves y consoladores. Tenía el rostro tan pálido como suponía que estaba el suyo propio. La miró. Era lo mejor que le había sucedido en mucho, mucho tiempo, y se le ocurrió que debía de haberlo sabido. Con todas sus incertidumbres, la vida empezaba a parecer demasiado buena otra vez, como la noche anterior. Había recibido la felicidad como un regalo, envuelto en tina mujer con un cuerpo que le cortaba el aliento, una fuerza interior que había conquistado su respeto, y un corazón tan suave como su piel. Debería haberse imaginado que era demasiado bueno para durar. La Providencia aún no había terminado de castigarlo. Pero no con Corey. Por favor, Dios, con Corey no. El error era de él, y sólo de él. "Por favor, por favor", rogó, "no te lleves a mi niña." -Estoy bien -dijo, haciendo lo posible por tranquilizar a Sumiller, aunque era mentira. No estaba bien. Se sentía como si hubiese recibido un golpe en el plexo solar, y todavía estaba desorientado. Pero tenía que estar bien. No era momento de tenderse a morir, de aullarle a la luna y de suplicar piedad a Dios y a los Cielos. Era horade luchar, maldición; de luchar como nunca en
su vida, por Corey, por Summer y por sí mismo. En los últimos días, la vida le había sido devuelta. Por poco que mereciera ese don, no iba a permitir que nadie se la arrebatase otra vez, si podía impedirlo. Tenía que haber un modo de ganar. "El ganador se lleva todo, nena". La frase apareció en su cabeza, como por ensalmo. Era el refrán preferido de Mitch. Steve recordó que Mitch lo decía con mucha, mucha frecuencia. Los dos habían jugado juntos al ajedrez, a las cartas, al fútbol, al golf. Mitch siempre supo ser inflexible. hacer todo lo necesario para ganar. Steve. por su parte, siempre había jugado respetando las reglas. Cuando ganó, la victoria fue honrada, merecida. Siempre fue importante para él, aunque Mitch se burlara, desdeñoso. Los tipos que tenían cautiva a Corey no jugaban respetando las reglas. Y enfrentarse a ellos era como jugar con Mitch otra vez. Sólo que, en esta ocasión, Steve estaba decidido a ganar, costara lo que costase. No podía ni pensar, siquiera, en otra alternativa. -Estoy bien -repitió, luego inclinó la cabeza y depositó un beso breve y duro en la boca de Sumrner-. Ven, vamos a buscar un teléfono. Encontraron uno, más o menos, a los tres cuartos de hora, en un pequeño establecimiento, mezcla de despacho de combustibles, almacén, y verdulería, en el lado Oeste de Clingmans Dome. Summer, que llevaba a Muffy, se la pasó a Steve, y entró a conseguir cambio para el teléfono. Los cuarenta dólares de Renfro alcanzaban para muy pocas llamadas de larga distancia. En la tienda había turistas, también los había entrando y saliendo del estacionamiento, en automóvil y en remolque, pero Steve pensaba, esperaba que los cascos y la motocicleta bastarían como disfra-ces. Ser arrestado en ese momento no encajaba en su plan. Si así ocurriese, no sólo pondría en peligro a Corey, sino también a Summer y a sí mismo. Por eso, sabiendo que a Summer no le gustaría cuando se enterase, sacó la manta del bolso, y metió a Muffy dentro. Dejándolo a medias abierto, obtuvo un perfecto estuche para cargar al animal.
Eso era lo que él pensaba. Muffy, en cambio, no dejaba de asomar la cabeza. Cada vez que las sedosas orejas castañas y el estúpido lazo aparecían, Steve la hundía otra vez. Ya empezaba a sentirse como en ese juego infantil del muñeco que salta de la caja. Si la situación no fuese tan grave, habría resultado divertida. Cuando el lazo de satén rosado se le deshizo entre los dedos, se quedó mirándolo un momento, y se preguntó por qué no se le había ocurrido antes. Así, sin el lazo, por lo menos el animal no sería tan conspicuo. Incluso sin ningún adorno, la perra tenía una facha bastante ridícula. Cuando al fin Summer salió del pintoresco almacén de madera, traía una bolsa de papel marrón en una mano. Steve alzó la vista cuando oyó cerrarse la puerta de alambre tejido tras ella, y levantó una mano para protegerse la vista del radiante sol matinal. Contemplándola con su floja camiseta negra y los pantalones cortos, con las zapatillas de caña alta atadas alrededor de los tobillos y el rostro despojado de todo maquillaje, se le ocurrió que nunca ha bía visto a una mujer que estuviera más de acuerdo con su idea de lo que debía ser una mujer. Tenía una belleza natural, muy femenina, sin pretensiones, hasta con el casco de motocicleta y la ropa de baloncesto de algún muchacho, que lo colmaba plenamente. Los pechos saltaban y las caderas se balanceaban acompañando su descenso del par de peldaños rústicos de madera y al acercarse a él, cruzando el estacionamiento cubierto de grava. Steve sabía que no se daba cuenta de eso y, sin embargo, le daba placer contemplarla, lo distraía por unos instantes de la terrible ansiedad que estaba a punto de comérselo vivo. -Traigo unos emparedados -anunció Summer, al acercarse, al tiempo que lanzaba una miraría rápida a una pareja de mediana edad, vestida con bermudas caqui, que acababa de salir de su automóvil y caminaba hacia la tienda-. Jamón y queso, con pan de centeno. Y manzanas. Y gaseosas. La pareja pasó, sin volver a mirarlos. -¿Has conseguido cambio? Steve no pudo evitar que la ansiedad se filtrara en su voz. -Sí. -Metió la mano en la bolsa y sacó un puñado de billetes-. Nos quedan veinticinco dólares. Ponlos en tu bolsillo. ¿Has conseguido monedas? -preguntó, sabiendo que sí, que las había conseguido, que él estaba impaciente y sin poder contenerse.
Si no hacía pronto la llamada y averiguaba qué había pasado con Corey, se volvería loco. Metió los billetes en el bolsillo, como ella le indicó, y tendió la mano para recibir las monedas. -Ocho dólares en monedas. Será suficiente, ¿no crees?. Buscó con la mano en la bolsa, y la sacó llena de monedas. -Cuida a la perra. Recibió las monedas de manos de ella, se las metió en el bolsillo, luego un segundo puñado, le tiró el bolso con su ocupante involuntaria, y fue hacia el teléfono. Era un quiosco plateado y azul, adosado al costado del edificio, cerca de la manguera de aire y de los cuartos de alojamiento. En ese mismo momento, una mujer salía del cuarto de baño de mujeres. Tenía alrededor de sesenta años, estaba desaliñada, y lo miró sin interés. Steve casi no la vio. Para llamar, tenía que sacarse el casco, pero estaba tan agitado que casi no le importó. Metió monedas en la ranura, marcó el número tan familiar, 615-555-2101. ¿Cómo no iba a conocerlo si había sido su propio número telefónico durante casi diez años? Una voz computarizada le indicó que la llamada costaría dos dólares con noventa y cinco centavos. Metió monedas por valor de tres dólares en la ranura, se guardó el resto en el bolsillo, y contuvo el aliento. -¿Diga? Al principio, la tensión endurecía de tal manera esa voz baja al otro extremo del cable, que le impidió reconocerla como la de su ex esposa. -¿Quién habla? -preguntó con brusquedad. -¿Steve? Steve, ¿eres tú? El alivio le agudizó la voz. Había olvidado cómo tendía a quebrársele la voz y a chillar cuando estaba excitada o sometida a presión. -Sí, soy yo. Corey... -¡Oh, Steve, se la llevaron! ¡Vinieron y se la llevaron! ¡Oh, Dios mío, Steve, jamás creí que llegaríamos a esto...! Hubo un sonido como de pies que se arrastraban, una voz mas-culina que maldecía, un grito femenino y un golpe. Hacía mucho que Steve no sentía nada por Elaine, pero la idea de
que un malhechor estuviese lastimándola por su culpa le contrajo el estómago. -¿Calhoun? La voz que llegó desde el otro lado era baja, gutural... masculina. -¿Quién habla? -No importa, ¿cierto? Lo que importa es que tenemos a su pequeña. -Si le hacen daño, yo... Steve sintió que la sangre le pulsaba en los oídos. Sentía ganas de matar y también... impotencia. Quiso amenazar y rogar al mismo tiempo, pero ninguna de las dos actitudes ayudaría a Corey. Con es-fuerzo, se contuvo. -No hará una mierda. El sujeto rió. -Lo mataré. No pudo contenerse. La convicción dio a sus palabras el filo de un cuchillo. -Tómate una píldora sedante, viejo. No le haremos daño a tu hija... si tú cooperas. ¿Dónde está el furgón? En el lapso que transcurrió desde que vieron el mensaje hasta encontrar un teléfono, Steve había trazado las líneas básicas de su plan. Su propósito fundamental era lograr que todo funcionario de apoyo a la ley que hubiese conocido, más una variedad de representantes de medios de difusión, como refuerzo, estuviesen en el mismo lugar, con Corey y los delincuentes. Por fortuna, cuando volvió de Nashville descubrió que en la región aún persistía un agudo interés hacia él. Todavía no se habían acabado sus quince minutos de gloria. No cabía duda de que los periodistas que necesitaba estarían encantados de participar en otro capítulo de la interminable saga de Steve Calhoun, el policía caído en desgracia, y tenía bastante confianza en que aparecerían. donde él les indicara, uno armado de un cuaderno de apuntes y un fotógrafo, y el otro con todo un equipo de camarógrafos. Su antiguo jefe, Les Carter, de la policía del Estado, despertado su apetito por la perspectiva de estar presente en un arresto por drogas que podía impulsar su carrera, también acudiría, a menos que estuviese sucio. En ese caso, también se haría presente, pero como pistolero a sueldo para el otro bando. Lo mismo ocurriría con Homer Tremaine, del FBI. y con Larry Kendrick, de la DEA. Si bien no era un gran plan, al menos les daba una oportunidad. Y eso era mejor que nada.
Si le decía al matón del teléfono dónde estaba el furgón. Corey y Elaine no tendrían la menor oportunidad. -No soy estúpido, viejo -dijo, adoptando la jerga de los fuera de la ley que había aprendido en sus años de policía. En cierto modo, los delincuentes respondían mejor si se les hablaba en su propio dialecto callejero. Era evidente que perdían parte de su suspicacia ante cualquiera que hablase como ellos. -Para mí, eres bastante estúpido -respondió la voz-. Un tipo que nos roba a nosotros es más estúpido que un bloque de madera. No lo empeores, reteniendo información. Recuerda que tenemos a tu hija. ¡Como si pudiera olvidarlo...! Steve aspiró una profunda bocanada de aire, se esforzó por contener su furia asesina dentro de ciertos límites, y habló en el auricular. Podemos hacer un trato: mi hija por el furgón. -Esa es la idea -dijo la voz, un poco más amistosa-. Dinos dónde está, y nosotros llevaremos a la chica a casa, con su mamá. Sí, claro, Y en Navidad llegará Santa Claus. Steve negó con la cabeza, hasta que advirtió que el otro no podía verlo. -Este es el trato, viejo. Vosotros lleváis a mi hija a un sitio que yo voy a indicaron. Nos encontrarnos allí. Vosotros la soltáis, y yo me quedo y os llevo a donde está el furgón. ¿Qué te parece? Hubo un momento de silencio. -¿Qué sitio? -preguntó el hombre. Steve, aliviado, suspiró para sus adentros. Lo aceptarían. Tal vez, podía ser que salieran con vida de esto. La esperanza mezclada con un miedo mortal se unieron para provocar una corriente de adrenalina que era energía pura corriendo por sus venas. Tapó el receptor con la mano, inhaló otra honda bocanada para serenarse y miró a Summer, que se había acercado a él mientras todavía estaba metiendo monedas en la ranura. Sus ojos parecían enormes bajo el borde del casco amarillo, y lo observaban, y llevaba el bolso deportivo con su inquieta carga en los brazos. Los saltones ojos de Muffy, de color
chocolate, espiaban por encuna del cierre de nailon azul. Summer le sonrió. animosa. Steve quitó la mano de la bocina, y dio al matón una dirección, iniciando así el plan que los iba a dejar libres a todos... o iba a significar la muerte. -Ahí no está el furgón. Ya nos fijamos. -Vosotros llevad a mi hija ahí, y después seguiremos hablan-do. Si no está ahí, ya podéis olvidaros de encontrar el furgón. -Estará allí. -Llevad también a mi ex esposa. Quiero que ambas estén allí, sanas y salvas. No tenéis ningún motivo para hacerles daño a ninguna de las dos. -¿Estás pensando en tener una orgía? El malhechor parecía fastidiado. -Mi hija y mi ex esposa por el furgón. Si alguna de las dos no está allí, podéis iros al infierno. -Allí estarán. Aunque de mala gana, era un acuerdo. Steve respiró un poco mejor. -Si queréis el furgón, os convendrá que estén. Probablemente me lleve unas tres horas o tres horas y media llegar allí. Si llegáis antes, espere. -Oh, lo haremos. -El tipo rió entre dientes-. Calhoun, si quieres a tu pequeña, no llegues demasiado tarde. Colgó. Steve apartó con lentitud el receptor de su oreja, y se quedó mirándolo. -Pero cuando te tengan a ti, jamás dejarán libre a Corey -se apresuró a seòalarle Summer-. Os matarán a los dos. Y también a Elaine. Y a mí. Steve colocó otra vez el receptor en la horquilla, lo contempló un minuto, y después metió la mano en el bolsillo, en busca de más monedas. Antes de meterlas en la ranura, se volvió, y estampó un beso duro y rápido en los labios más suaves que había conocido. -Rosencrans, tendrás que confiar en mí unos minutos más. Después, te diré lo que he pensado.
Capitulo 36
Estaban estacionados en la zona de picnic, a unos ocho kilómetros de Clingmans Dome. Los tres, incluida Muffy. que estaba bajo la mesa, devoraron los emparedados de queso y jamón. Los humanos trasegaron gaseosas; la perra, agua de un charco. La comida les pareció tan sabrosa que ni la exposición del plan de Steve estropeó el apetito de Summer. Ni la culpa por haber puesto en marcha su propio plan B. Mientras Steve iba al excusado de hombres, ella había llamado a Sammy, aunque no pensaba decírselo. -Así que has llamado a la DEA... y al FBI... y a los periódicos... -Y a mi antiguo jefe de la policía del Estado. No te olvides de él. -Steve dio otro enorme mordisco al sándwich-. Y a WTES TV. -¿Una emisora de televisión? Summer levantó una ceja. -Quiero que todo lo que pase sea lo más público posible. Cuan-to más testigos haya, más seguros estaremos. Conozco en persona a todos los que he llamado: y acudirán sólo porque yo se los he pedido. Puede ser que uno o más de uno estén sucios, pero no creo. No tenemos más remedio que correr ese riesgo. Estoy dispuesto a apostar mi trasero a que es un asunto de drogas, un negocio de drogas que se fue al demonio cuando nosotros robamos el furgón. Eso es de la incumbencia de la DEA. Esos canallas raptaron a mi hija, y eso concierne al FBI. A Les Carter, mi antiguo jefe, le importa porque él autorizó la investigación original y, aunque es un duro. un hijo de perra, confío en él. Rudd Guttelman, del Nashville Sentinel, se mantuvo durante un año, casi, con lo que escribió acerca de Deedee y de mí. Querrá estar presente para ver el epílogo. Y Janis Welsh, de la WTES, ganó un premio por el informe local sobre mí. También tiene motivos para querer estar. Steve dio otro mordisco al sándwich. Summer tuvo que pelear con vehemencia para convencerlo de que necesitaban comer antes de hacer ninguna otra cosa, pues su última comida había consistido en las pastillas de menta, alrededor de mediodía, pero ahora que se ha-bían detenido junto a la carretera, comía con ganas. Viéndolo devorar el emparedado, se le estrujó el corazón. "Pobre hombre'', pensó. "Si
llego a tener la oportunidad, me dará gran placer cerciorarme de que ingiera tres comidas decentes por día." Desde el inconsciente, le llegó el recuerdo de cómo había cocinado y se había preocupado por Lem en la primera época de su matrimonio, y de que se había prometido no volver a atender así a ningún hombre. Pero estaba enamorada, y no podía evitarlo. Con cierta renuencia, decidió que, tal vez, en el fondo, fuese toda un ama de casa. -¿Y si alguno de los que has llamado está metido en esto? -le preguntó, para distraerse. Y se aseguró, convencida, de que Sammy no lo estaba. Sí tenían que confiar en alguien, y había llegado el momento de hacerlo, Sammy era el que ella elegía cada vez. Pero aún no le decía a Steve lo que había hecho. -Estuve en la Infantería de Marina con Kendrick, de la DEA. El es sólido como una roca. -No es el único, ¿verdad? Summer deseó no haber mencionado la posibilidad de que los futuros salvadores fuesen, también, del otro bando, pues estaba poniéndola inquieta. Steve se pasó una mano por la cara. -Diablos, creo que son todos de fiar. Son lo que yo llamaría personas íntegras. No puedo imaginarme que ninguno de ellos se haya dejado corromper por el dinero cíe la droga, pero nunca se sabe. Cual quier cosa es posible. Todos los días, la gente se da a la mala vida. Los policías se dan a la mala vida. Ya hemos identificado a Carmichael como policía, y estoy seguro en un noventa y nueve por ciento de que tu amigo Charlie y el otro que estaban en tu sótano también resultarán serlo. Habrá otros de mayor jerarquía. Por eso he llamado a gente que yo conozco personalmente. Amigos, o antiguos amigos. Y también a los medios, para mayor seguridad. -Pero, ¿por qué les has dicho a todos que vayan a Harmon Brothers, nada menos? ¿Por qué no dejar que todos converjan en la caseta de los botes, y terminar de una vez con esto? -Me decidí por Harmon Brothers porque es fácil de encontrar. Que Dios no permita que alguien se pierda. Y porque hay muchos terrenos vacíos por allí, y muchos civiles por los
alrede dores. Y porque el furgón no está allí. Ten en cuenta que una vez que los matones descubran dónde está, no nos necesitarán más. Corey tampoco les será ya de ninguna utilidad, y como podrá iden-tificarlos y testificar, si llegamos a ese punto, la matarán. Lo mismo a Elaine. Estaríamos atrapados. Si enviara a los tipos al galpón de los botes, y allí nos derrotaran, o algo saliera mal y no se pre-sentara nuestra cuadrilla aunada, habríamos desperdiciado nuestra última carta. Ellos tendrían el furgón, y nosotros, nada. En cambio así, sin divulgar la ubicación del furgón, tengo un as de reserva. Si las cosas salen bien, cuando aparezcamos en el estacionamien-to de Harmon Brothers, ellos tendrán que estar allí con Corey y con Elame... y nosotros, rodeados de diferentes policías, federales y periodistas. -Y si las cosas salen mal, ellos no sabrán dónde está el furgón -aòadió Summer, en voz queda. -Lo has captado. -¿Es el plan B? -preguntó. Steve rió entre dientes. -Siempre, siempre tengo un Plan B. -Eres brillante -le dijo, sonriendo, mientras terminaba el em-paredado. No tanto porque así lo creyera, cosa que sí creía, sino porque sabía que estaba preocupado y no quería que ella lo notara. Por eso fingió tener una confianza completa en su plan, sólo para darle tranquilidad. Pero, por las dudas, quedaba Sammy. Por Dios, esperaba no haberse equivocado con respecto a Sammy. -Es que estás enamorada. Había terminado de comer y, con sonrisa ladeada, se levantó y dio la vuelta hasta donde estaba Summer, al otro lado de la mesa de picnic, para besarle la boca. -Es probable -itió, siguiéndolo con la vista. Steve se enderezó, cruzó la zona cubierta de hierbas y fue a tirar la basura en un alto cesto de malla de alambre. Todavía tenía la apariencia del perdedor que sale de una pelea en un bar. La piel que rodeaba sus ojos no abandonaba el color violáceo, el corte de la mejilla estaba cicatrizando pero era visible aún. El costado izquierdo de su cara todavía lucía más colores que un arco iris. El derecho, no era mucho más discreto.
Sus anchos hombros y sus musculosos brazos tenían un ligero tinte bronceado que destacaba los hematomas de esa región. Todavía renqueaba un poco de la pierna izquierda. Estaba sucio, sin afeitar, un poco maloliente... y el corazón de Summer se desbordaba de amor cada vez que lo miraba. Si le sucedía algo malo, querría morirse. Rezó una breve plegaria por él, por sí misma, por todos ellos, mientras recogía los restos de su propia comida y se acercaba, también, al cesto. -Summer. Se quedó de pie junto a la motocicleta, mientras ella se le acercaba. El casco lo esperaba sobre el asiento. El de Summer lo tenía en la mano. Por el modo en que pasaba el casco de una mano a otra, nervioso, revelaba cierta agitación. La mujer lo miró, interrogante. -No voy a llevarte conmigo. -¿Qué? Frunció el entrecejo, confusa. -Ahora que todo está en su sitio, que la persecución ha quedado suspendida, y que todos los matones se van a juntar en Murfreesboro, estarás más segura sin rní. Te dejaré en el primer lugar razonablemente poblado por el que pasemos, y quiero que llames a tu hermana de Knoxville, para que vaya a buscarte. Si me das el número, yo te llamaré allí, mañana, y te contaré cómo ha ido todo. Summer le clavó la vista: -¡Ni se te ocurra! Los labios de Steve se torcieron en una sonrisa amarga. La expresión de sus ojos era cálida y pesarosa, a la vez. -Me pregunto cómo sabía que ibas a decir algo semejante. -¡No me dejaras! -Escucha -repuso él, con calma-. Yo también estaré rnás seguro sin ti. No serás más que otra persona de la cual preocuparme, cuando las cosas se pongan feas. Mi objetivo es arrebatarles a Corey y a Elaine sanas y salvas a los malhechores. Si tú te metieras conmigo en la guarida del león, serías otra persona más que yo tendría que mantener a salvo. Otra distracción. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Entendió. Asomaron a sus labios protestas instintivas, pero no las pronunció. Steve tenía razón: ella no podía hacer nada para ayudarlo, y sí podía obstaculizarlo. La única decisión sensata, inteligente, era quedarse. Nunca hubiese imaginado lo duro que sería estar de acuerdo en no ponerse a sí misma en peligro de muerte. -Entiendo lo que quieres decir -dijo, en el tono más neutral que pudo, aunque por dentro su corazón lloraba y gemía. Steve dejó el casco sobre el asiento de vinilo, y le tomó la cara entre las manos. -Acabo de encontrarte -le dijo con serenidad-. No quisiera volver a perderte. Era lo más dulce que le habían dicho en su vida. Alzó los brazos para rodearle el cuello. Se apretó contra el cuerpo duro y cálido. Le subieron lágrimas a los ojos pero las contuvo. con heroísmo, supuso. Llorar no les serviría a ninguno de los dos. -Yo tampoco quisiera perderte -murmuró, contra los labios resecos del hombre. -Nena, soy más difícil de perder que una moneda falsa -le dijo, con sonrisa torcida. La besó. Fue un beso infinitamente lento, dulce, tierno. Casi como una despedida. Cuando, al fin, levantó la cabeza, y ella abrió los ojos, tenía la visión borrosa por las lágrimas. Pero sólo por un instante. Cuando se le aclaró, los ojos se le dilataron de sorpresa. Sobre el hombro de Steve, vio que un coche de policía y otros dos vehículos, un Ford blanco y un Lincoln Continental azul marino se subían al arcén de grava a menos de sesenta metros de ellos. Su mirada se posó sobre el Ford. Una luz azul titilante la hipnotizó. El Lincoln azul oscuro la aterró. No pudo moverse, ni pronunciar una palabra; quedó paralizada ele miedo. Steve debió de percibirlo. porque antes de que pudiese emitir una sílaba, giró la cabeza hacia el punto que atraía la mirada de ella. -Jesús -susurró, soltándola y aferrando la motocicleta. Por un momento, Summer creyó que intentaba saltar al vehícu-lo y salir corriendo con él a través del bosque. Sus músculos se tensaron, preparándose para saltar junto con él.
Pero ya era tarde. Los automóviles se habían detenido y de ellos parecían manar hombres, algunos de uniforme, otros no. -¡No se muevan! -gritó un policía de uniforme, apoyándose sobre la puerta abierta para apoyar las manos en las que sujetaba una pistola, sobre la ventana cerrada. El cañón apuntaba directamente a Steve. ¡Levanten las manos! Pero Steve no miraba a ese hombre ni al otro oficial uniformado que salió del otro lado del patrullero, y que también apuntaba el arma por encima del techo del vehículo. Tampoco miraba al hombre de mediana edad, de camisa blanca y pantalones de color tostado que, de pie junto al Ford, hablaba excitado por un teléfono móvil. Miraba a un hombre calvo, de bigote negro, que había salido del lado del conductor del furgón. Parecía desarmado, pero cuando se apeó, el viento levantó el borde de su chaqueta deportiva de hilo, y Surnrner vio que llevaba una cartuchera de hombro, con su brillante pistola negra incluida. Surnrner lo reconoció de inmediato: era uno de los invasores del sótano. El que Steve había identificado como policía, que conocía de antes. ¿Cómo había dicho que se llamaba? Pero no importaba. Fuese cual fuera su nombre, era un peligro mortal. Otro hombre dio la vuelta al camión y se reunió con Bigote Negro. Este era bajo, robusto, de unos cincuenta años, de cabello entrecano muy corto. Como el secuaz, llevaba una chaqueta deportiva y pantalones, aunque azul marino y gris, respectivamente. Estaba calzado con relucientes mocasines con flecos. Summer se preguntó si serían los que Muffy había bautizado. -Mierda -dijo Steve por lo bajo, y alzó las manos.
Capitulo 37
-¡Levanten las manos! ¡Usted, señora! ¡Levante las manos bien altas! La orden del uniformado era corno un ladrido en crescendo. Summer, que no estaba habituada a encontrarse en el extremo peligroso de una pistola policial, tenía las manos
levantadas, con las palmas hacia afuera, a la altura de los hombros. No se sentía participante, sino espectadora de sucesos que no tenían entidad real. Corno si estuviese atrapada en un mal sueño, en una verdadera y auténtica pesadilla. Su pensamiento más racional fue: "Estos tipos constituyen el mayor obstáculo para el plan de Steve". En este caso, ni su modesta política de reaseguro daría resultado. -¡Levante esas manos! -gritó el policía. -No está armada -exclamó Steve-. No estamos armados. -¡Levántelas! El segundo uniformado, con la pistola que se bamboleaba peligrosamente bájó, deslizándose sobre los talones, una pequeña elevación que separaba la carretera de la zona de picnic donde había quedado, que lo cubría. Summer, con las manos a la altura de la frente, en imitación de Steve, por puro instinto se arrimó más a él, buscando protección. Aunque, claro, en ese momento no podía protegerla en absoluto. -¡No se muevan! El segundo policía se detuvo a menos de un metro, apuntando con el arma primero a Steve, luego a Summer, después otra vez a Steve. Se lo veía nervioso y, por lo tanto, daba más miedo; el compañero, entre tanto, bajaba la elevación con la pistola también amartillada. -¡Al suelo, los dos! ¡Vamos! -La señora es hija del jefe de policía de Murfreesboro. No está conmigo por su propia voluntad. No la maltrate, por favor. -¡No me importa que sea la hija del Presidente! ¡He dicho que se tiren al suelo! -Está bien. Tiéndete de cara al suelo. Deja las manos donde puedan verlas. La serena indicación de Steve fue tranquilizadora. No parecía asustado. Tampoco al borde de la desesperación. Más bien, calmo, frío, y controlado. Quizá los dos uniformados fuesen buenos policías. Tal vez los llevarían a la cárcel, y así los salvarían de los malos. Summer se aferró a esa idea. Siguiendo el ejemplo de Steve, Summer se dejó caer con cierta torpeza de rodillas, y después, se acostó en el suelo. La lluvia de la noche anterior lo había dejado húmedo, y sintió las hojas resbaladizas bajo las mejillas, las rodillas y las manos. Con la cabeza vuelta a un
lado, vio cómo uno de los policías pasaba rápidamente las manos por el cuerpo yacente de Steve, palpándolo. Luego, llevó una de las manos del prisionero a la espalda, le colocó una esposa, y fijó la otra del mismo modo. Segundos después, ejecutó el mismo procedimiento con ella. Las manos del joven policía la recorrieron por todos lados, tocándola en lugares que no tenía por qué tocar. Pero, por suerte, la búsqueda tuvo un carácter por completo impersonal. La muñeca de Summer fue llevada atrás y, en unos segundos, ella también quedó esposada. El metal le daba una sensación extraña de frío en las muñecas. Supuso que, en pocos minutos, estar así ama-rrada la haría sentirse muy incómoda. Steve ya estaba de pie y lo llevaban hacia el patrullero, cuando Summer fue a medras levantada y a medias arrastrada hacia arriba. Minutos después, la ayudaban a subir la colina. Delante, Steve resbaló y casi cayó por la cuesta resbaladiza. Summer recordó los movimientos veloces como rayos que hizo en el sótano y, por unos segundos, esperó que volviese a desatar un infierno. No fue así. Hicieron levantar a Steve y lo empujaron cuesta arriba, tras ella. -Trae al perro -ordenó con brusquedad Bigote Negro. Fueron las primeras palabras que le oyó decir. -Sí, señor. Uno de los policías jóvenes frunció el entrecejo pero fue a buscar a Muffy. que retrocedió, ladrándole como una Furia. Era evidente que Muffy tenía más inteligencia de la que Summer le atribuía. Era capaz de distinguir a los malos de los buenos. O viceversa. A esas alturas, Summer no tenía idea de quién era quién. -Ven. perrito. Aquí -quiso engatusarla el joven. Muffy gruñó: era el primer sonido hostil que Summer le oía proferir. Su respeto por la perra, ya mayor que cuando había ido a visitarla, volvió a aumentar. -¿Cómo se llama esta maldita cosa? Summer no contestó, y una mano la aferró de la nuca. Giró la cabeza, y descubrió los ojos grisáceos de Zapatos Lustrados a la altura de los suyos.
-Te ha preguntado el nombre del animal -dijo en voz suave Zapatos Lustrados. -Muffy -respondió Steve por ella, cuando lo arrastraron más adelante-. La perra se llama Muffy. Se acercó a Summer el tipo de los pantalones tostados. con el teléfono móvil abultándole el bolsillo de la pechera, un cuaderno y un lápiz en la mano. -Señorita, ¿puedo hacerle una pregunta? Soy James Todd, del Post de la ciudad de Bryson. ¿Es verdad que fue raptada, o...? -Este no es momento, compañero -refunfuñó Zapatos Lustrados. -Steve no mató a esas mujeres que estaban en mi sótano. El lo hizo -dijo Summer con claridad. indicando a Zapatos Lustrados que estaba detrás de ella, aprovechando esa oportunidad enviada por el Cielo para hablar con un periodista verdadero. Sin duda, él no debía de estar metido en esto. -¿El? Todd miró con vivacidad a Zapatos Lustrados, que movió la cabeza y apretó con más fuerza el cuello de Summer. -Hablarás con ella más tarde -dijo, llevándose a la mujer a rastras. Cuando la empujaban hacia el automóvil, oyó chasquear unos dedos a sus espaldas. Mirando atrás, cosa nada fácil porque la zarpa de Zapatos Lustrados en su cuello era como un apretón mortal, vio que uno de los policías jóvenes estaba inclinado y le chasqueaba los dedos a Muffy, llamándola por su nombre. -Mételos en el Lincoln -dijo Bigote Negro. Estaba de pie, los brazos cruzados sobre el pecho, un pie en el paragolpes delantero del Lincoln, observando los procedimientos con ojo de águila. James Todd se le acercó, cuaderno y lápiz en ristre. -¿Y usted, quién es? -preguntó, esperanzado. -Sin comentarios -le espetó Bigote Negro, y se acercó a donde estaba uno de los uniformados con Steve. -Eh, muchacho, te he dicho que los metas en el Lincoln. El policía, que se disponía a meter a Steve en el asiento trasero del coche patrulla, miró
sorprendido a Bigote Negro. Ya tenía la mano sobre la coronilla de Steve. -Irán más seguros en el coche patrulla, señor. -Haz lo que te digo -le espetó Bigote Negro. Los dos policías de uniforme, uno de los cuales había logrado atrapar a Muffy, se miraron entre sí, como si intercambiaran encogimientos de hombros secretos, y escoltaron a Steve hacia el Lincoln. Summer los siguió, la mano de Zapatos Lustrados todavía en su nuca. Summer tuvo la intuición de que, si entraba en ese automóvil, moriría. Zapatos Lustrados abrió la puerta de atrás y, por fin, le soltó la nuca. Una mano se le apoyó en la coronilla. En cuestión de segundos, la empujaban hacia abajo, hacia el asiento de terciopelo sintético del automóvil. Le colocaron un cinturón de seguridad que le cruzaba el regazo y el hombro, y así quedó como si la hubiesen atado al asiento. Steve, acomodado de manera similar junto a ella, tenía una expresión sombría, para congoja de Summer. Muffy, a la que los policías jóvenes metieron en el vehículo, se escurrió por el piso alfombrado de gris, y desapareció debajo del asiento delantero. Animal inteligente. Summer tuvo ganas de hacer lo mismo. La puerta trasera se cerró. Ella, Muffy y Steve estaban encerrados en el asiento trasero. Se abrió el maletero, y los dos de uniforme lo rodearon, cargando la moto. Por el modo en que se balanceó el automóvil, supo que estaban metiéndola en el maletero. Luego, lo sujetaron con algo, porque no se cerraba del todo. Si giraba, Sumrner podía ver que quedaba un poco abierto. Supuso que la rueda trasera o la delantera de la motocicleta debía de asomar. -¿Y ahora qué hacemos? -le preguntó a Steve, en susurros. La respuesta la asustó: -Rezar. Oyeron una explosión que venía de atrás del automóvil, seguida de una segunda, y luego una tercera. que agrandaron los ojos de Sumrner y la impulsaron a girar la cabeza. Con los ojos saliéndose de las órbitas, vio por la ventana delantera del lado del pasajero a James Todd, que estaba hablando otra vez por el teléfono móvil y les echaba miradas de tanto en tanto, y que empezaba a caer hacia adelante. El teléfono se le cayó de la mano como una piedra. Un nítido agujero negro le apareció entre los ojos. Un fino chorro de sangre empezaba
a resbalarle por el puente de la nariz. cuando terminó de caer y desapa-reció de la vista. La golpeó con la fuerza de una revelación: ¡le habían disparado! Del policía joven, no había ni rastro. -Jesús -exclamó Steve, cerrando los ojos. En ese momento, Sumner comprendió que también habían matado a los dos policías jóvenes. Por eso, supo que estaban en el bando de los buenos. Qué manera endiablada de enterarse... Zapatos Lustrados y Bigote Negro se metieron en el automóvil. Zapatos Lustrados, en el asiento del conductor, dejando caer un objeto del tamaño de la palma sobre el tablero de instrumentos, con un ruido sordo y contundente. El objeto se deslizó hasta la unión del tablero con el parabrisas, antes de que Sumrner pudiese verlo bien.. -¿Qué es eso? -le preguntó Bigote Negro a Zapatos Lustrados, mientras este cerraba la puerta y arrancaba el vehículo. -Un teléfono móvil. Hacía mucho que quería uno. -¿Un teléfono móvil? No querrás decir que... irnaldita sea, Clark, eres un rematado idiota! Si lo usas, te rastrearán. Si no lo usas, y sólo lo encuentran en tu poder, estás frito. ¡Es del periodista, cabeza de burro! ¿Cómo pensabas explicar de dónde lo sacaste? ¡Será como un dedo que te acusa del asesinato desde aquí! Clark miró a su secuaz. -No había pensado en eso -dijo, avergonzado. Levantó el teléfono y agregó-: Lo tiraré. -Ya lo creo que lo... no, espera un minuto. -Bigote Negro apretó los labios, pensativo-. Tengo una idea. Déjalo. Pero no lo uses. Clark obedeció. Retiró la mano y se concentró en conducir. Al tiempo que el Lincoln cobraba velocidad, dejando atrás la escena de la carnicería, Bigote Negro pasó un brazo por el respaldo del asiento, se dio la vuelta y les sonrió a los prisioneros. -No debiste hacer eso, Calhoun -se burló, meneando la cabeza en gesto de reproche-. No está bien matar policías.
-No eran más que unos chicos, Carmichael. ¿Para qué tenías que hacerlo? -preguntó Steve. Carmichael... ¡claro, ese era el apellido! Se encogió de hombros: -Uno de ellos, Geoff Murray, me conocía. Salía con mi hija. Alguien de la tienda llamó a los patanes de la localidad, para informar que creían haber visto a unos fugitivos peligrosos: vosotros dos, que estuvisteis allí y luego os marchasteis. Al parecer, el periodista lo oyó en una radio policial y se apresuró, para obtener la primicia. Esos fulanos tuvieron la mala fortuna de que a vosotros os reco-nocieran en el almacén, y la peor suerte de que le tocara al joven Murray ser el policía que apareció en escena en el preciso momento en que nosotros bajábamos del automóvil para echar un vistazo alrededor del teléfono. -Sacudió la cabeza, y agitó el índice hacia Steve-: Ah, de paso, fue una estupidez de tu parte hacer esa llamada. Habíamos interceptado el teléfono de tu ex esposa, y en cuanto llamaste, zas, ya te teníamos. -Eso todavía no me aclara por qué habéis matado a esos tres hombres. Carmichael se alzó de hombros. -¿Qué querías que hiciera, si Murray me reconoció? ¿Darle tiempo a pensar cómo fue que se topó allí conmigo, que registrase el almacén que él ya estaba registrando? ¿Por dos fugitivos que después aparecieron muertos? Eliminandolo a él, nadie tendría una pista de que Clark y yo habíamos estado ahí. Además, ese periodista era un entrometido. Ese indiferente pronóstico de su propio destino y del de Steve le provocó a Summer un escalofrío en la espalda. Pero, ¿es que había dudado, siquiera por un instante, de que Carmichael tenía la inten-ción de que ellos acabaran muertos? Desde el rnornento del encuentro en el sótano, no. -¿Oíste lo que dijo esa perra, allá? -refunfuñó Clark, indicando a Summer con la cabeza. Le dijo a ese periodista que yo... que nosotros... matamos a esas tipas en la casa de ella. -Bueno, pues lo hicimos -dijo Carmichael, sonriendo. -¡Pero ella se lo dijo! ¡Y él es periodista! -No te pongas dramático, Clark. ¿O has olvidado que está muerto? No le dirá nada a nadie.
-Ah, claro -dijo Clark, y se tranquilizó. -Tenía que cubrirme -siguió explicándole Carmichael a Steve-. Aunque entiendo que está mal liquidar compañeros policías. Oh, bueno, de todos modos, Murray era un pesado para mi hija.-Lanzó unas carcajadas repentinas-. Te echarán la culpa a ti de esto. Calhoun, y cuando más tarde yo te vuele la cabeza, terminaré siendo un héroe por haber atrapado al asesino de un policía. Incluso hallarán el teléfono de ese periodista sobre tu cuerpo. Con esa prueba, es un caso que se cerrará en cuanto se abra. Pensarán que fuiste lo bastante estúpido para conservar el teléfono, pero no cabe duda de que cierro un bonito paquete. Es curioso cómo resulta ser la vida, ¿no es cierto? Hasta el imbécil de Clark acaba por ayudar al programa. Hubo un momento de silencio, y luego, Steve dijo: -Hice un trato con unos compaòeros tuyos. Pero creo que ya lo sabes. Carmichael rió. -Ah, sí, ¿te refieres a que tú aparecerías en una funeraria, y les dirías a todos dónde escondiste el furgón, nosotros te devolvíamos a tu hija y todos os alejabais, felices, hacia el atardecer? -Ese mismo. -No sucederá -dijo Carmichael, alegre-. No como se suponía que iba a suceder. Tú me dirás dónde está el furgón, y yo me aseguraré de que dices la verdad. Después, te mataré, por ser un estúpido entremetido. -Si vas a matarme, ¿qué motivos tendría para decirte dónde está el furgón? -Porque puedo hacerte sufrir mucho antes de matarte. Porque puedo hacerle más daño todavía a la mujer. Porque tenemos a tu hija y, si eres muy bueno y nos facilitas las cosas, tal vez la dejemos ir. sencillamente. -Claro, y los cerdos pueden volar. Carmichael rió: -Eh, no seas tan cínico. En el fondo, soy un tipo realmente bueno. Yo también tengo hijas, cuatro. No quisiera lastimar a una niña que no sabe nada de nada. Ni aunque sea tu hija, Calhoun. Summer tuvo la impresión de que disfrutaba causando dolor a la gente. A cualquiera.
Pensó en Corey Calhoun, en los dos policías que habían quedado atrás, en la carretera, en James Todd, Linda Miller y Betty Kern, y se le revolvió el estómago. A su juicio, fuese policía o no, Carmichael era, ante todo, un sádico que disfrutaba haciendo daño. No era el criminal ideal para estar en su poder. -Si te doy el furgón, ¿qué me garantiza que mi hija no sufrirá ningún daño? -Mi palabra de caballero. -Ah, eso me hace sentir mucho mejor. -Cuidado con lo que dices, Calhoun. Se produjo un silencio, hasta que Carmichael dijo: -Considéralo de este modo: Si no me dices dónde está el furgón, sabes que tu hija morirá. Summer percibió la súbita tensión que atenazó el cuerpo de Steve, desde el otro lado del asiento. La idea de que alguien hiciera daño a su hija lo volvía loco. Ya había tenido sobradas pruebas. -¿Por qué haces esto, Carmichael? -preguntó Steve, sin alterarse-. Eres policía, hombre. ¿Acaso eso no significa nada para ti? -No demasiado. No me pagan lo suficiente para que signifique algo. Steve entrecerró los ojos. -Ya que vas a matarme, ¿te molestaría decirme qué hay en el furgón que tantas personas codician? Carmichael frunció el entrecejo y, por fin, se encogió de hombros. -Diablos, creo que no tiene mayor importancia que lo sepas: dinero. Quince millones de verdes, para ser más preciso. Efectivo. Mosca. Oculto en el forro de los ataúdes, rellenando las almohadas de satén, y hasta metido dentro de esos bonitos cadáveres, de modo que pueda pasar sin obstáculos por la aduana. Encontraste los cuerpos, ¿no es cierto? Apuesto a que te dio un buen sobresalto. Rió entre dientes. -En efecto -itió Steve, sombrío. -A Summer le costaba creer que adoptara un tono casi amistoso con un maniático que tenía intención de matarlos-. Me imagino que la mierda llegó al ventilador cuando yo me escapé con el furgón lleno de dinero.
-Todos se volvieron locos -asintió Carmichael-. También tuvimos un encuentro con ciertos patanes malos, que estaba arreglado para esa noche. ¿Has oído hablar del cartel de Cali? ¿De allá, de Colombia? Se suponía que teníamos que darles el efectivo. Ellos ya nos habían entregado la droga, y era un trato de pago contra entrega. La verdad es que no se pusieron muy contentos cuando tuvimos que decirles que tú te habías llevado el dinero de ellos. De repente, Carmichael sacó la pistola y apuntó a la frente de Summer. Contemplando la diminuta boca negra, a la mujer se le agrandaron los ojos: le dispararían del mismo modo que a ese policía. Una terrible sacudida le golpearía la frente, y aparecería un pequeño agujero negro, y luego... ¿cuánto tiempo tardaría en morir? -Nos han dado setenta y dos horas para recuperar el dinero. Eso significa que tenemos hasta las dos de la madrugada, más o menos. Puedes decirme ahora mismo dónde está el furgón, o puedo acelerar las cosas liquidando a tu amiga. De cualquier modo, se lo debo, por Charlie. A propósito, está en el hospital, con la cara cocinada como una patata frita. Sé que a él le gustaría estar ahora aquí, con nosotros. -Carmichael sonrió a Summer, y ella sintió que se le helaba la sangre. El matón miró a Steve-. Depende de ti, Calhoun. Hubo un instante de silencio. Las miradas de Steve y de Carmichael se trabaron en silencioso duelo de voluntades. Summer contuvo la respiración. Y entonces: -Enfilad hacia Cedar Lake. Creo que ese lugar se llama Watersports, Ventas, Servicio y Almacenado. -Todavía no iba a dispararle -dijjo Carmichael, con un tono en el que se percibían tanto la sorpresa como cierto abatimiento. Summer se convenció más de que era un sujeto que disfrutaba haciendo sufrir a las personas. Dio la impresión de que estaba decepcionado de que Steve hubiese cedido con tanta facilidad, como si le hubiese arrebatado el placer que esperaba obtener. -Aquí en el automóvil, no. Imagínate qué mugre.
-No creí que te importara la mugre, Carmichael -dijo Steve, en tono fatigado, apoyando la cabeza en el borde del asiento, lujosamente tapizado. Summer lo observó. Miraba por la ventana, el rostro cerrado, sombrío. Se sintió aliviada por no estar muerta y, al mismo tiempo, horrorizada por lo que él había hecho. Por ella, había revelado el escondite del furgón. Pero ahora que los malos ya sabían dónde estaba. Steve ya no contaba con el as en la manga. ¿Qué habría pasado con el método de tener siempre un Plan B? Por el momento, se le ocurrió que cualquier plan serviría.
Capitulo 38
Debían de ser, aproximadamente, las ocho de la noche cuando llegaron a Cedar Lake. Se habían detenido una vez, cuando Clark hizo una breve llamada desde un teléfono público de una gasolinera, y después fue al excusado de hombres. Sentada en el asiento trasero del Lincoln, que estaba estacionado al costado de una especie de cubo de hormigón, pintado de blanco, Summer esperaba de nuevo que Steve hiciera algo. Estaba segura de que su hombre guardaba uno o dos trucos en la manga... pero él se limitaba a quedarse allí. sentado. Carmichael, que se había puesto de costado para que cualquiera que pasara creyese que estaba conversando con los dos pasajeros de atrás, no dejó de apuntarlos con la pistola ni un instante. Luego, volvió Clark al automóvil, le hizo un gesto de asentimiento al secuaz, y partieron otra vez. Cuando llegaron a Cedar Lake, Summer ya tenía las manos entumecidas por las esposas. Le dolían los hombros, por haber tenido que estar siempre en la misma posición. También le dolía el cuello, por el mismo motivo. Incómoda, se removió en el asiento, y descubrió que, a fin de cuentas, los dolores físicos no siempre la distraían de los temores. Se sentía dolorida... y tenía miedo. El crepúsculo llegaba rápidamente cuando tomaron el desvío que los llevaba junto al
lago. A pesar de lo avanzado de la hora, el sol aún estaba alto porque estaban a mediados del verano, pero la ciudad se encontraba envuelta en el resplandor rosado de los atardeceres de verano en Tennessee. Cuando el Lincoln pasó ante la tienda que quedaba abierta toda la noche no hacía más que cuatro noches de eso y donde Summer se había negado a parar, ante el lugar de la construcción que, una vez más, estaba vacía porque había terminado la jornada, sintió que se le aceleraba el pulso. En muy pocos minutos llegarían a destino... y Carmichael ya no tendría más motivos para conservarlos vivos. Mirando por la ventana, contempló la superficie serena del lago, las suaves ondulaciones besadas por el fuego del sol poniente, y pensó que nunca había visto una escena más apacible e incongruente. Los pocos barcos que todavía surcaban el agua daban al paisaje el aspecto de un paraíso para tomarse unas vacaciones. Al tiempo que bebía la belleza del paisaje acuático, en la cabeza de Summer apareció una cita: "Este es un buen día para morir". De inmediato, su sensibilidad de persona moderna gritó: No. -¿Para dónde, Calhoun? Steve, volviendo de su silenciosa contemplación del paisaje por las ventanas, dio indicaciones. A su lado, Summer sentía que se le ponía la piel de gallina. ¿Cómo podía estar tan frío y desapegado, sabiendo que pronto iban a matarlos? Empezó a rezar: Ahora que me tiendo a dormir... No, esa no... Padre Nuestro que estás en los cielos No, esa tampoco. Estaba tan asustada, que no podía recordar una plegaria apropiada. Se conformó con rogar: Por favor, Dios, por favor. Allí estaba, la caseta donde se guardaban los botes. La primera impresión de Summer fue que, a la luz del día parecía diferente. Te-nía más apariencia de prosperidad, de seguridad, con su doble fila de construcciones de aluminio corrugado, lanzando reflejos de plata rosada a la luz del sol poniente. Vio que la cerca que rodeaba el enorme complejo tenía más de tres metros y medio, y había una triple hilera de alambre de púas en el borde. Pero tenía el mismo aspecto desolado a la luz dorada del atardecer de ese miércoles que en las oscuras horas previas al amanecer, como la última vez que lo vio. -¿Es aquí? -fue la pregunta de Carmichael, dirigida a Steve, que no había pronunciado
palabra en la última hora y media. -Aquí es. Summer le echó una mirada, y sintió que su temor se multiplicaba como los hongos tras la lluvia. Lo vio cansado. Mortalmente cansado. Como si el juego hubiese terminado, y él hubiera perdido. "Pero espera", se dijo: "quizá no hace otra cosa que fingir que está derrotado. Tal vez haya logrado sacar las manos de las esposas metálicas, y esté esperando para arrojarse, al estilo de las Tortugas Ninja, sobre los matones, cuando detengan el automóvil y abran la puerta de atrás". Tal vez... Cuando el Lincoln entró en el sendero que llevaba junto al portón cerrado, otro vehículo, un furgón marrón y plateado, apareció tras ellos. Por un momento, Summer sintió un espasmo de esperanza. ¿Podría ser que fuera el rescate? Por favor, Dios, por favor... -Han llegado -le dijo Clark a Carmichael, asintiendo, satisfecho. Carmichael miró sobre el hombro de Summer, por el parabrisas trasero. -Ya podemos empezar la fiesta -le dijo Carmichael a Steve, con una mueca. -¿Qué quieres decir? Steve se puso rígido, y miró a Carmichael con interés por pri-mera vez en mucho tiempo. -Tu pequeña está detrás de nosotros. Por su bien, convendrá que nos hayas dicho la verdad. Será mejor que el furgón esté aquí. -Está -repuso Steve, lúgubre. Para horror de Summer, vio que la frente se le penaba de sudor. Dios querido, ¿sería verdad que ya no tenía más tretas guarda-das en la manga? Quizá convendría que ella misma pensara en alguna, rápido. -Eh, se necesita un código para entrar-dijo Clark, al detener el automóvil y bajar la ventanilla-. ¿Alguien sabe el código? -Será mejor que lo sepas -le dijo Carmichael a Steve. Levantó el arma y apuntó otra vez a Summer. -Lo conozco, deja que piense... eh... nueve-cero-cuatro-siete, Clark oprimió los números. No pasó nada.
-¡Ese código está real! ¡Espera! Lo sé... lo tengo en la cabeza... dame tiempo para pensar... intenta nueve-dosocho-uno... Se hizo silencio, mientras los dedos romos de Clark atacaban de nuevo el teclado, y luego: -No pasa nada -dijo Clark. -Debo de haberlos recordado en un orden equivocado. Jesús, déjame pensar... Se mordió el labio inferior. -Te conviene pensar rápido, o mandaré a tu amiga al infierno. Y luego, empezaremos con tu pequeña. -Nueve-uno-ocho-dos... Clark marcó los números, y esperaron otra vez. -¿Maldita sea, Calhoun...! La pistola que apuntaba a Summer de súbito se apoyó en el centro de su frente. La mujer se congeló, no se atrevió ni a mirar a Steve. Antes, no había tenido problemas en recordar el código... Bizqueando, se aferró a la renuencia que había manifestado Carmichael de ensuciar el automóvil, y rezó. -Prueba nueve-uno-dos-ocho. -Reza para que este sea el correcto -dijo Carmichael, omi-noso, mientras Clark punteaba los números en el teclado-. Si 110... El portón empezó a moverse. Carmichael bajó la pistola, y Summer se hundió en el asiento. El Lincoln atravesó el portón que se abría, seguido de cerca por el furgón. -¿Qué edificio? -El último a la izquierda. Era verdad, Steve iba a entregarles el furgón. Summer pensó que, al henos, podría hacerlos recorrer todo el complejo, buscándolo. Seguramente, en el transcurso de la búsqueda podrían toparse con alguien... pero si daban con una persona cualquiera, y no con una escuadra de policías armados, esa persona moriría, y ella y Steve no habrían avanzado nada.
El Lincoln rodó hasta el frente del galpón de los botes, y se detuvo. La construcción de aluminio estaba cerrada y desierta... como todo lo demás. "¿Dónde están todos?", quiso gritar Summer. -¿El furgón está ahí dentro? -Sí. -¿Cómo entramos? -En aquel de ahí, al frente, hay una puerta corrediza. La llave está a la izquierda, oculta en una pieza suelta del marco. -Sal y muéstrame. Carmichael salió del vehículo, dio la vuelta y abrió la puerta de Steve. Se inclinó, soltó el cinturón, y sacó a Steve a tirones. Summer contuvo el aliento, esperando a Bruce Lee. Y más bien contaba con un hombre de aspecto fatigado, que guiaba, sumiso, a su futuro asesino hacia la llave. Claro que estaba protegiéndolas a ella y a su hija. ¿Cómo podía atreverse a luchar, y ponerlas en peligro? Summer se esforzó en que no la dominara el pánico ante la falta de heroísmo de su héroe. De cualquier modo, ¿qué era Steve Calboun, sino un hombre común? No era un superhéroe. Y lo que hacía falta, en esas circunstancias, era... ¡Arnold! i Oh, dónde estaría Terminator cuando ella lo necesitaba! La puerta del galpón se deslizó al costado con chirridos herrumbrosos. Desde fuera, el interior parecía negro como una fosa. Respondiendo a un gesto de Carmichael con la cabeza, Clark se bajó, y abrió la puerta de Summer. Cuando se inclinó sobre ella para soltarle el cinturón, la mujer se encogió. Aquel sujeto era feo, malvado, y apestaba... y por un instante, jugó con la idea de hundirle los dientes en el cuello. Pero, ¿qué lograría con eso, aparte de la boca hinchada, o algo peor? No estaba en situación de intentar una huida. El cinturón se abrió, y Summer fue sacada del automóvil. Tenía las rodillas flojas, y casi se cayó, al principio, cuando intentó ponerse de pie, pero el que la custodiaba la levantó con
brutalidad. Mientras Clark la arrastraba, impaciente, hacía ese inmenso bostezo oscuro que era la entrada del galpón, Summer oyó cómo crujía la grava a sus espaldas, bajo las pisadas de alguien. Miró hacia atrás, y vio a dos de los malvados, que sujetaban de los brazos a una adolescente de cabello castaño, que tropezaba entre los dos. Corey Calhoun tenía mechones sobre la cara redonda, pálida, manchada de lágrimas, y un cuerpo que empezaba a florecer, embutido en una camiseta rosada y pantalones cortos floreados de rojo oscuro. Sus piernas bronceadas estaban descubiertas. Calzaba sandalias blancas. En esa rápida inspección, antes de que la arrastrasen hacia el galpón, también pudo percibir que la chica estaba mortalmente asustada. En pocos momentos, sus ojos se habituaron a la oscuridad. Entonces, vio a Steve de pie sobre la pequeña lancha de madera, que ya estaba en el galpón cuando fueron la vez anterior. Carmichael es-taba a su lado, y observaba alrededor. Corey, arrastrada hacia el galpón tras Summer, vio a su padre al mismo tiempo. -¡Papá! -gritó. Se soltó de sus custodios, y corrió a abrazar a Steve por la cin-tura y a hundir la cara en su pecho. Steve, con las manos esposadas a la espalda y una pistola que le apuntaba la cabeza, no podía hacer nada para consolar a su hija. Pero la expresión de su rostro cuando se inclinó sobre la cabeza castaña hizo que a Summer le dieran ganas de llorar. Por Steve, por Corey, por ella misma. -¿Estás bien? -le preguntó Steve en voz baja a Corey, al tiempo que Clark llevaba a Summer para que se uniera al pequeño grupo-. No te han hecho daño, ¿verdad? Corey negó con la cabeza, pero no levantó la cara del pecho de su padre. -No me han hecho daño. ¡Pero estoy tan asustada, papá! -Tranquila, nena-dijo Steve-. Todo va a salir bien. No tengas miedo. Aunque estaba mintiendo, y ella lo sabía, Summer se sintió mejor al escucharlo. -Qué conmovedor -se burló Carmichael, observando a padre e hija con un resoplido desdeñoso. Miró alrededor, y agregó-Bien, ¿y dónde está el furgón?
Había algo raro allí. Summer acababa de comprenderlo, y por la expresión lúgubre y cerrada de Steve, supo que él también. Estaban en el mismo lugar donde habían dejado el furgón, hacía cuatro noches. Pero el vehículo no estaba.
Capitulo 39
Summer tuvo que mirar alrededor por segunda vez para asegu-rarse. Allí estaba aquel mismo espacio del tamaño de un campo de fútbol, de forma rectangular; allí estaban las embarcaciones que habían visto mejores días, las cuatro paredes de metal corrugado, el techo inclinado, y el piso cubierto de grava. La única lámpara que colgaba del cable desde el techo se balanceaba en el mismo lugar, aunque en ese momento estaba apagada. El furgón no estaba. Summer echó una mirada de soslayo a Steve, que estaba de pie, con Corey abrazada a su cintura, a menos de un metro de distancia. Steve la miró a ella, y ambas miradas se encontraron, interrogantes y horrorizadas. A medida que comprendía el significado de esa mirada, Summer se vio obligada a abandonar una idea que se había apoderado de ella: esto no formaba parte del Plan B. De verdad, el furgón no estaba, y Steve no sabía dónde estaba. ¡Caramba! -¿Dónde está el furgón, Calhoun? Carmichael parecía impaciente. -Está aquí... por algún lado. -¿Cómo por algún lado? No habrás creído que iba a dártelo, sencillamente, ¿verdad? Primero soltáis a mi hija, y entonces hablaremos de dónde encontrar el furgón. ¡Oh, valiente bravata! Summer rechinó los dientes, e intentó dominar la expresión de su rostro para no delatar el juego. Steve sabía tan bien como ella que el lugar en que estaban era el correcto. No había posibilidad de error. ¡Estaban en el preciso lugar donde había estado el
furgón! -¡Pedazo de...! Carmichael se estiró hacia Corey y la aferró del brazo. La niña gritó, y se aferró a su padre como un abrojo. Con una picante maldición, Steve le lanzó un puntapié a Carmichael. Entonces, la culata de una pistola se abatió con ruido sobre la parte posterior de la cabeza de Steve. Clark sonrió, cruel, al hombre que acababa de golpear, mientras Carmichael atraía brutalmente a Corey hacia sí. Summer escuchó, horrorizada, los gritos de la chica, viendo cómo Steve caía de rodillas. Sintió terror de estar presenciando el comienzo del fin... de su propio fin. El de Steve y el de Corey. El fin de los tres. Inesperadamente, se encendió la lamparilla: -¡Quieto, todo el mundo! El grito, que llegó desde arriba, fue acompañado por una avalancha de movimientos. Alzando de golpe la cabeza, Summer vio a media docena de hombres, algunos con uniforme de policía, y otros no, ubicados en las cubiertas de un crucero que estaba allí, cerca, más arriba, armados de rifles y pistolas, y muchas otras armas apuntando al pequeño grupo que estaba en el suelo. Al mismo tiempo, una estampida de pasos la hizo volverse. Oficiales de policía, docenas de ellos, se precipitaron dentro, rodeándolos en apretado círculo. -¡Manos arriba! ¡Arriba! -¡Tiren las armas! ¡Ya! ¡Tírenlas al suelo! -¡FBI! -¡DEA! -¡Policía! -¡Están arrestados! Carmichael y compañía miraron alrededor, atónitos. Se vieron rodeados por una cantidad de hombres y armas que los superaba por veinte a uno, y cejaron caer las armas lentamente, con renuencia, uno a uno. Así de rápido, había terminado. Eso era lo que Summer esperaba, aunque todavía no estaba segura de que los presuntos salvadores fueran los buenos, o sólo otro grupo de malhechores. Eso fue hasta que vio a su ex suegro, con sus cabellos blancos, que formaba parte del
grupo de seis que supervisaba todo desde el techo de la cabina de un crucero puesto sobre un remolque. Ella no tenía nada que ver con la presencia del hombre allí, pues cuando se escabulló para llamarlo desde afuera del almacén, le había dicho que fuese a la funeraria Harmon Brothers, junto con el resto de la banda... pero, ¡cuánto se alegraba de verlo! -¡Hola, Sammy! -dijo, en voz débil. El le sonrió, y la saludó con la mano. Alrededor de la mujer, se colocaban esposas en las muñecas de los malhechores, y se los llevaban. El alivio la hizo aflojarse, sin poder creer que la pesadilla, de verdad, había terminado, y se dejó caer de rodillas junto a Steve, sonriéndole a Corey, que estaba acurrucada al otro lado de su padre, con los brazos rodeándolo apretadamente por los hombros. Todavía las lágrimas no se habían secado en las mejillas de la niña. -¿Plan B? -le preguntó Summer a Steve. -Podríamos llamarlo así -le respondió. Apoyó un instante la mejilla sobre el cabello castaño de Corey, -Me has dado un susto de muerte. -Yo también estaba asustado. -¿Estabas asustado de veras, papá? Corey había estado escuchando la conversación con los ojos dilatados. Los tres formaban como una pequeña isla compacta en ese mar de representantes de la ley que bullían alrededor. -Por supuesto. Sobre todo cuando supe que te tenían atrapada. Le sonrió con ternura. -Pero me has salvado. -Lo abrazó-. Te he echado de menos, papá. ¿Vas a volver a marcharte? -No. -Steve sacudió la cabeza-. Nunca más. Te lo prometo, Corey. -Entonces, podrías convencer a mamá de que me deje salir con chicos. Dice que soy demasiado joven. -Buen Dios -exclamó Steve, abrumado, girando los ojos hacia Summer, que tuvo que contener una sonrisa. Al parecer, no estaba preparado para la aventura de ser arrojado al extremo más hondo de la paternidad... de una adolescente en capullo.
Por suerte para Steve, su hija eligió ese momento para observarlo bien por primera vez. -¿Qué te ha pasado en la cara? ¿Acaso ellos... te golpearon? -No es tan malo como parece -la tranquilizó, sin contestarle concretamente-. Corey, esta es Summer. Summer me salvó a mí. Corey había estado mirando con disimulo a Summer con una expresión en la que se mezclaban la curiosidad y un atisbo de desaprobación. En ese momento, la miró con franco asombro. -La perra de ella le meó el pie a uno de los malos, en un momento crítico -le contó, con seductora sonrisa. -¡Oh, papá! Fue obvio que Corey no le creyó, pero antes de que pudiesen continuar la conversación, se encontraron con que ya no estaban los tres solos. -Hemos encontrado esto en el Lincoln. Uno de los prisione-ros dice que le pertenece a usted. Un hombre robusto, de traje gris de ejecutivo, que se dirigía a Steve, sujetaba a Muffy que se retorcía; por el modo en que lo hacía, a Summer le resultó evidente que la perra ya había hecho una de esas casas que le quitaban popularidad. Ya conocía esa expresión: la había visto en las caras de diferentes hombres más veces de las que podía contar. -Eh, Les -lo saludó Steve-. Me alegro de verte, viejo. -Yo también. ¿Es tuya? -Es mía, pero no puedo agarrarla -dijo Summer-. Tengo las manos... -Tuvo una repentina inspiración-: Corey, ¿podrías tener a Muffy hasta que me quiten estas esposas? -¡Oh, sí! Sin duda, Corey se sintió encantada ante la idea, y estiró las manos para recibir a Muffy. Sosteniendo con cuidado al pequeño animal, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, y apoyó a la perra en el regazo. -Es preciosa -suspiró, acariciandole las orejas. Muffy le lamió la barbilla, y la chica casi se derritió, ante los ojos de los adultos. -Hace años que quiere tener un perro. Pero a su madre no le gusta tenerlos en la casa explicó Steve a Surnmer, por lo bajo. -Yo, en tu lugar, vigilaría a ese animal -le dijo el hambre a Corey-. Me... eh... me mojó el zapato.
-¿Eso hizo? -Los ojos de Corey se iluminaron de gusto-. Pa, ¿no me mentías? ¿Es cierto que Summer y su perra te salvaron? -Sí, es cierto. Steve sonrió, viendo a su hija arrullar a Muffy. Luego, levantó la vista hacia el hombre que todavía estaba de pie junto a ellos. -No es que no esté contento de verte, pero, ¿qué hacéis aquí? Se supone que teníais que esperarnos ante la funeraria, en Murfreesboro. -Eh, tenemos nuestros métodos. -Antes de que me los expliques, ¿crees que podrías hacer algo con respecto a estas esposas? -Ah, lo siento. En realidad, venía para eso. Le quitamos la llave a Clark. ¿Puedes creer que alguien sea tan imbécil? Intentó convencerme de que lo dejara ir. "Porque faltan nada más que dos años para mi retiro, y no quisiera perder la pensión", me dijo. Mientras hablaba, se inclinó para abrir la cerradura de las esposas de Steve. -El y Carmichael mataron a dos policías, en Clingmans Dome. Y a un periodista. Y también mataron a las dos mujeres que encontrasteis en la -hizo un ademán señalando a Surnmer- casa de ella. -Sí, ya sé. Lo tenemos todo grabado. -¿Grabado? -El periodista -creo que su apellido era Todd-, estaba con-tando la historia al periódico en que trabajaba cuando le dispararon. El director escuchó todo, y no vaciló en llamar a la policía. Por suerte, Clark y Carmichael se llevaron el teléfono móvil con ellos, y no lo apagaron en ningún momento. Estuvo encendido todo el tiempo; acabamos de recuperarlo en el automóvil de ellos, y todavía estaba en-cendido. Había oficiales escuchando hasta la menor palabra de lo que se habló en el coche, hasta que quedó fuera del alcance. Y el jefe de Todd grabó todo. Lo que tenernos registrado de ésos dos equivale a una confesión. Con aire de triunfo, Les se irguió, levantando en el aire un par de esposas tintineantes. Steve, libre al fin, estimó los brazos hacia delante y sacudió las manos. Abrazó con un brazo a Corey, que le sonrió con aire dulce y distraído para hacer volver su atención a Muffy que estaba tendida de lomo sobre el regazo de la chica, agitando las patas en el aire, y con expresión embelesada.
-De modo que fue así como nos encontraron... por medio del teléfono de ese pobre hombre -dijo Suminer, sorprendida, y miró a Steve-. Me preguntaba por qué les dijiste tan rápido a Carmichael y a Clark dónde estaba el furgón... y con tanta claridad. ¿Sabías que el teléfono estaba encendido? Tenía la esperanza. -Steve rió, de pronto-. No, más bien recé por que así fuera. -Plan B -dijo Summer, sonriéndole con el corazón en los ojos, A fin de cuentas, era grato saber que su héroe reservaba cierto heroísmo en la manga. -Después, tenía el Plan C. y el Plan D... bueno, después te lo explicaré mientras un uniformado entraba en el galpón. Fue directamente hacia Les. -¿Qué pasa, Grogan? -lo recibió Les. -Acabamos de saber que hay un sujeto de una empresa de seguridad, allá adelante. Nuestros muchachos no quieren dejarlo entrar en el complejo, y el tipo asegura que hubo una irrupción no autorizada y que necesita cerciorarse. -Creo que tiene razón -dijo Les-. Diablos, dile que somos la policía. -Ya se lo liemos dicho, y dice que si utilizamos el código correcto para entrar, no somos nosotros los que entrarnos sin autorización, y nuestros muchachos lo confirman. Nos lo dieron los mismos propietarios. Sin embargo, parece que hay una especie de sistema de seguridad, aquí, de manera que si se marca un código equivocado tres veces seguidas, esta compañía de seguridad recibe una alarma. El hombre dice que eso pasó hace unos veinte minutos, y que necesita revisar el lugar. Está bastante agitado. -Dile que se "desagite", o lo encerraremos. Toda esa historia impacientaba a Les. Summer miró a Steve, y los ojos se le dilataron. ¡Por eso se había olvidado el código! ¡Lo que intentaba era convocar a la guardia de seguridad! -¿Plan C? -le preguntó, en voz queda. El le sonrió. -Eh, estaba aferrándome a unas briznas. Pudo haber funcionado, o no. Igual que con el
teléfono. Yo estaba mirando por la ventana, y vi que Clark lo recogía... pero no lo vi apagarlo. Había una posibilidad entre un millón de que el teléfono estuviese encendido... pero era una posibilidad, y eso es mejor que nada. Yo recordaba lo del código de la época en que venía a menudo. También fue una posibilidad. -Yo ine ocuparé -le dijo Les a Grogan, irritado, y se fue con él. En ese mismo momento, otro hombre joven vestido de traje se apartó de un grupo de hombres vestidos de manera similar, y se les acercó. -Eh, ¿y yo? Summer volvió de prisa al presente, gritándole indignada a Les. Sus brazos y sus hombros cosquilleaban, como si reaccionaran celosos a la flamante libertad de movimientos de Steve, -Oh, lo siento. -Les miró sobre el hombro, un poco avergonzado, retrocedió sobre sus pasos, y se acuclilló detrás de ella, para abrir las esposas-. A propósito, soy Les Carter. -Es jefe de la Unidad de Crimen Organizado e Inteligencia de la Policía del Estado de Tennessee -dijo el recién llegado a Summer, mientras estrechaba la mano a Steve. Aunque los movimientos de este todavía eran un poco torpes, había logrado ponerse de pie-. Y yo soy Larry Kendrick, del Bureau de la Red de Inteligencia Clandestinas de Narcóticos. DEA tradujo, al ver la expresión confundida de la mujer-. Después, quisiéramos hacerle algunas preguntas, señorita McAfee. -Nosotros también vamos a necesitar una declaración de usted, señorita McAfee -dijo Les. -Demonios, es la señora Rosencrans, es mi nuera, y ustedes tendrán que dejarla en paz hasta mañana, aunque yo tenga que ponerle una custodia que la proteja. ¿Entendido? Sammy, con el gordo cigarro oscuro asomando por un lado de la boca, se acercó y clavó una mirada severa en los dos hombres. Summer se alegró tanto de ver a su robusto ex suegro, que se levantó de un salto sólo por él. Si Lem se hubiese parecido, aunque fuese un poco, a su padre, el matrimonio habría durado por lo menos cincuenta años. -En cuanto al guardia de seguridad... -empezó a decirle Grogan a Les Carter, por lo
bajo. -Ya voy, ya voy -dijo Les, exasperado. Saludó a todos con la mano y salió, seguido por Grogan -Soy su ex nuera Sammy -le recordó Summer.-Hace seis años que Lem y yo nos divorciamos. El volvió a casarse. -Pariente una vez, pariente siempre -dijo Sammy, alegre, y estrechó la mano de Steve-. Hola, Calhoun -Hola, jefe Rosencrans. -Casi haces que maten a mi nuera. -Lo sé, y lo lamento. -No quiero que se repita. -Si puedo evitarlo, no se repetirá, señor. -Bien. Summer, tu madre está en el Holiday Inn, en Murfreesboro Será mejor que la llames cuando termines aquí. Está muy afligida por ti. -¿Has venido desde Canfornia? Summer casi no pudo contener un gemido. Quería mucho a su madre, pero en ese momento no tenía ganas de darle una descripción minuciosa de todo lo que había pasado. Además, estaba Steve... echándole una mirada a su sucio, poco presentable bienamado, imaginó la reacción de su madre ante él. En un mundo perfecto, por lo menos necesitaría tiempo para que le desapareciesen los hematomas antes de conocer a la madre. -También están tus hermanas. -Sammy expresaba en su voz la desgana que sentía la propia Summer Ella podía imaginar que infierno le habían hecho pasar las tres mujeres McAfee los últimos días-. Dios del Cielo, están furiosas porque tú has aparecido en la lista de personas buscadas por la policía. Les dije que yo no podía hacer nada con respecto a eso. pero se han arrojado sobre mí como moscas a la miel. -Me imagino que eso ya se ha resuelto -quiso saber Steve. -Todo aclarado No tendrás que preocupante de que te arresten. -Sam, ¿puedes acercarte un minuto?-dijo Les Carter desde la puerta.
Murmurando disculpas, Sammy se fue. -¿Sabes algo de Elaine? -le preguntó Steve por lo bajo a Larry Kendrick, mientras vigilaba a Corey. La niña estaba sentada con las piernas cruzadas, a los pies de Steve, jugando con Muffy y, al parecer, no prestaba la menor atención a las conversaciones de los adultos, que se arremolinaban sobre su cabeza. Pero Summer pensó que, si era como la mayoría de los niños, no perdía palabra de lo que se decía. -Todavía, nada. Logramos que ese tipo que está en el hospital, con la cara quemada Charlie Gladwell-, nos dijera a dónde la llevaron. No te preocupes, antes de que se den cuenta de que algo salió mal, la tendremos con nosotros, sana y salva. -Por el bien de Corey... Steve. echó una mirada a su hija, y luego la alzó otra vez hacia Kendricks. -Sacaremos íntegra a la madre de tu hija -lo tranquilizó Larry Kendrick-. Sabes que estoy agradecido de que me hayas llamado para esto. Puede ser grande, muy grande. De paso, ¿dónde está el furgón? -¿Córno que dónde está el furgón? ¿Eso quiere decir que vosotros no lo tenéis? Yo estaba seguro de que vosotros lo habíais sa cado de aquí. -No estaba aquí cuando nosotros llegamos. Vamos, Steve, no bromees conmigo. Tú sabes dónde está. -No. Te lo juro. Estaba aquí. -Intercambiaron miradas escudriñadoras El sábado por la noche o, más bien, el domingo de madrugada cuando nos fuimos, estaba aquí. Si no me crees, pregúntale a Summer. Summer afirmó con la cabeza. -Lo.ha robado alguien. Kendrick hizo una señal imperiosa a otro de los hombres de traje. No se molestó en presentar al hombre que se acercó, sino que le susurró con vehemencia al oído. El otro asintió, y se alejó de prisa. -Antes, cuando me llamaste y me mandaste aquí a vigilar el furgón, ¿realmente creías
que estaba aquí? -le preguntó a Steve ¿No habrá sido una treta para hacernos venir aquí, atrapar a los malhechores, y salvarte el trasero? -En el almacén, cuando llamé a todos los demás. Tú fuiste al excusado de señoras, ¿recuerdas? Yo llegué a la conclusión de que convenía informarle a alguien dónde estaba el, furgón, por si acaso yo no salía vivo de nuestra cita con el destino. No quería preocuparte a ti con esa posibilidad, por eso esperé a que te alejaras. Durante todo el trayecto hasta aquí, en la trasera del Lincoln, sostuve la esperanza de que Kendrick y su equipo todavía estuvieran cerca. Cuando vi que no estaba el furgón, creí que se lo habían llevado y se habían ido. -¿Plan D? Summer lo miró con cariño, alzando una ceja. Si no fuese porque ella había llamado a Sammy para alertarlo del plan de la funeraria mientras Steve estaba en el baño, se habría sentido un poco ofendida de que no hubiese confiado en ella. Sin duda, ni ella ni su amado confiaban demasiado en dejar cosas al azar. Steve sonrió. -Sí. -Nosotros no nos llevamos el furgón -afirmó Kendrick, severo-. Si tú sabes dónde está, ahora es momento de decírmelo, Steve. -Jesús, Larry, ¿crees que estoy jugando? El furgón estaba aquí. Ahora, no tengo idea de dónde está. -Está bien, está bien -dijo Kendrick, levantando una mano para calmarlo-. Lo que pasa es que es importante que lo hallemos. -Papá, ahí está el tío Mitch -dijo Corey, de pronto, interrumpiendo. Summer siguió la mirada, y vio que un hombre alto, delgado, de extraordinaria apostura, entraba con paso lento y decidido, acercándose a ellos. Cuando pudo apartar la mirada de aquel esplendoroso ejemplar rubio de ojos azules, echó un vistazo a Steve. De pronto, lo vio con los ojos entorrnados y la mandíbula tensa, mientras veía acercarse al que fue su mejor amigo. Summer pensó que tal vez esperara algún ataque verbal o físico. Sabiendo lo que había entre los dos, Summer sintió la tensión de Steve como si fuese
propia.o. llamaste y le dijiste que el furgón estaba aquí? -Summer -miró a Steve, sorprendida-. ¿Cuándo?
Capitulo 40
Mitch se les acercó y, para sorpresa de Summer, le tendió la mano a Steve. -Me alegro de que lo hayas logrado -le dijo en voz baja. Saludó con la cabeza a Kendricks-. Hola, Kendricks. -Gracias. Yo también me alegro -respondió Steve, aferrando un instante la mano de Mitch, y soltándola luego. Conociendo a los hombres, por un momento, Summer se preguntó si eso era todo lo que se dirían, con todo lo que había entre ellos, pero entonces Mitch le sonrió a Steve. Una bella sonrisa, en un bello semblante masculino. -Cuánto hace que no nos vemos, compañero. -Miró a Corey-. Hola, chiquilla. -Hola, tío Mitch. -Corey le sonrió, sin percibir las corrientes subterráneas que circulaban entre los adultos-. Me secuestraron. -Eso oí decir. Yo venía a rescatarte, ¿sabes? -Mi papá lo ha hecho. Miró a Muffy, y se levantó, con la gracia de un potrillo. Mirándola, Summer observó que, en el futuro, seguramente, sería alta y muy hermosa. -¿Por qué ya no vas a vernos tan seguido a mamá y a mí? Al principio, cuando se fue mi papá, solías ir a menudo. Mamá dijo que vosotros estabais saliendo juntos. La expresión de Steve arete la revelación fue un estudio de contradicciones. -Tu mamá y yo éramos sólo amigos. -Evitando la mirada de Steve, Mitch acarició las orejas de Muffy-. ¿Desde cuándo tienes un perro, chiquilla? -Es de Summer. -La chica la señaló con la cabeza-. Ya sabes que a mamá no le gustan los perros. Dice que la hacen estornu-dar, y que atraen insectos. -Summer, te presento a Mitch Taylor. Mitch, Summer McAfee -presentó Steve.
Summer estrechó la mano de Mitch, que sintió firme y cálida. Como había oído hablar tanto de él, se había formado una imagen del aspecto que tendría, pero reconocía que su retrato mental no le hacía justicia. Si bien Steve le había dicho que Mitch era mucho más apuesto que él, Summer no esperaba que fuese uno de los hombres más apuestos que hubiese visto. Cabello rubio ondulado, ojos azul intenso, bronceado, facciones perfectas, sonrisa deslumbrante. Alto. Musculoso pero delgado. Era lo bastante guapo para trabajar en el cine. No era de extrañar que Steve hubiese perdido tantas chicas estando cerca de él. Contemplando al hombre que seguía en indiscutida posesión de su corazón, Summer captó una expresión amarga en su rostro, viéndola mirar a Mitch. Imaginó que debía de tener expresión de embeleso. Y además, que Steve había visto reaccionar del mismo modo a todas las mujeres que le presentó a Mitch. Dio un paso hacia Steve, de modo que su hombro rozaba el bíceps duro, y le sonrió, mirándolo a los ojos. Si Corey no hubiese estado presente, le habría agarrado la mano, pero el instinto le decía que tuviese cuidado con ella: las muchachas solían ser muy celosas de los afectos de los padres. Alrededor de los ojos de Steve se formaron arrugas, y esa reacción confirmó a Summer que, para ella, no había competencia posible. Sin importar lo potente que fuese el atractivo físico de Mitch, en su opinión, no podía competir con la nítida masculinidad que emanaba Steve. Uno de los dos era un objeto para irar; el otro exhalaba pura atracción sexual. Mitch era el sueño de una muchacha joven; Steve, el de una mujer. Les Carter se acercó y miró a Corey. -Tu mamá está fuera, en un coche de la policía. Vamos a instalaron a ti y a ella en un hotel, aquí en el pueblo, para pasar la noche. ¿Estás lista para irte? -¿Mi mamá está bien? Corey pronunció la pregunta que Steve no se atrevía a hacer, a juzgar por su expresión. -Está bien. Nadie le ha hecho daño. Pero sí estaba muy preocupada por ti. Creo que en cuanto vea que estás sana y salva, se pondrá como nueva.
-Te acompañaré afuera -le dijo el padre, pasándole el brazo por los hombros. Y, dirigiéndose a Summer-: Vuelvo en un minuto-dijo. Steve, Corey y Les se encaminaron a la salida. -Oh, casi lo olvidaba. -Corey se apartó de Steve y corrió hacia Summer, con Muffy acurrucada contra el pecho-. Creo que será mejor que te devuelva a la perra. Summer contempló el rostro de la chica. Si prestaba atención, veía rastros de las facciones de Steve, suavizadas y ferninizadas. -¿Te gustaría quedarte con ella por esta noche? En realidad, no es mía sino de mi madre, y seguramente estará tan contenta contigo como conmigo. -¡Oh!, ¿puedo?-La chica sonrió, arrobada-. La cuidaré bien. Gracias, Summer. Y corrió a reunirse otra vez con su padre y con Les Carter. Steve echó una mirada a Summer sobre la cabeza de la hija, y la mujer le sonrió. Por lo menos, la ex esposa era mujer, y Muffy no le mearía el pie. -Tengo que ir a ver qué puedo hacer para localizar el furgón. ¿Está segura de que usted y Calhoun lo dejaron aquí? -le preguntó Kendrick a Summer. -Cien por cien segura. El hombre se alejó, sacudiendo la cabeza, pensativo. Summer quedó sola con Mitch. El Mitch de Steve. El Mitch de Deedee. Había oído hablar tanto de él, conocía tantos detalles íntimos de su vida que se quedó muda, como muy pocas veces en su vida. No se le ocurría absolutamente nada que decir. Mitch resolvió la situación hablando primero. -Tú y Steve habéis vivido toda una aventura -dijo, sonriéndole-. ¿Qué te parece si vamos los tres a buscar una pizza, y me lo contáis todo? La sola idea de la pizza la hizo salivar. Estaba famélica... estado que ya estaba convirtiéndose en habitual en ella. Estaba a punto de abrir la boca para darle las gracias efusivamente y aceptar, cuando Sammy y Les Carter volvieron a reunirse con ellos. Sammy se dirigió a Summer: -Aunque he tenido que retorcerles los brazos, por fin he logrado que Carter y Kendrick,
aquí presentes, acepten dejarte comer y dormir bien toda la noche, antes de empezar contigo. -Les conseguimos cuartos de hotel para usted y para Calhoun, por esta noche. -Les Carter parecía menos jovial que Sammy-. Por la mañana, queremos contar con sus declaraciones. -¿Y qué hay de la cena? -preguntó, quejumbrosa, al ver que Mitch, tras saludar con la cabeza a los otros dos, pareció desvanecerse. "Allá va mi pizza", pensó, viéndolo irse. -También les proveeremos eso. -Les Carter se relajó lo sufi-ciente para sonreírle-. Señorita McAfee, ¿está segura de que este es el lugar donde dejaron el furgón? -Sí -respondió, ya harta del tema. En ese momento, el paradero del furgón no le interesaba demasiado. Lo que sí le interesaban era la cena y la cama. -Ya les he dicho que tendrán que esperar para importunarla por la mañana -dijo Sammy, firme-. Ven, Summer, os llevaré a cenar a ti y a Calhoun, y os dejaré en el hotel. Os hemos conseguido cuartos separados. El leve énfasis que Sammy puso en la palabra separados no escapó a Summer, aunque esperaba que se borrase de la cabeza de Les Carter. Se encontraron con Steve, que volvía de afuera, y fueron los tres a cenar, pasando ante el equipo de la televisión que acababa de llegar haciendo chirriar los frenos. Una joven negra saltó del furgón de WTES, y Steve se escondió tras Sammy. Corno había dicho Sammy, al día siguiente habría tiempo de sobra para dar un comunicado a la prensa. A las nueve y media de la noche, en el pequeño pueblo de Cedar Lake, no había mucho para elegir en materia de restaurantes. Ya estaba oscureciendo, cosa que alegró a Summer. Sabía que estaba hecha un desastre, y Steve, indudablemente impresentable. Pero tenía tanta hambre que no le importaba mucho su propio aspecto, y sospechaba que a Steve le pasaba otro tanto. Durante toda la cena, Steve estuvo desusadamente preocupa-do. Comieron en Sally's
Dinner, que, por su apariencia, pertenecía a una cadena de restaurantes como Frisch's o Jerry's que había caído en desgracia, y que fue comprado por un empresario de la localidad. De cualquier manera, descontando un establecimiento de pizzas para llevar, era el único restaurante abierto en el pueblo. Sentaría sobre un banco de madera tallaría, frente a una gran ventana de cristales fijos, Summer atacó una costilla de lomo asada de dos centímetros y medio de grosor, patatas al horno inundadas de mantequilla y crema agria, y una ensalada con croutones y aderezo a la italiana, esforzándose por no fijarse en que Steve pasó buena parte de la comida mirando abstraído por la ventana, hacia la noche salpicada de luciérnagas. Hizo para Sammy un relato muy censurado de lo acontecido a ella y a Steve, dejando de lado detalles tales como el estado de desnudez de Steve cuando se conocieron, o cuán íntimos habían llegado a ser. Sammy escuchaba, fumando el cigarro, y cada tanto le lanzaba miradas suspicaces bajo las pobladas cejas blancas. Summer tuvo la impresión de que no le quedaba gran cosa por saber. -Hay un círculo de policías corruptos -le dijo Sammy a Steve, mientras bebían el café, después de la cena-. Hemos identificado a una docena, más o menos, y seis de ellos son de los míos. Hay más, pero no sabemos exactamente cuántos, ni quiénes son. Estamos trabajando en ello. Además, hay una red de drogas, y no está sólo en este Estado. Se extiende por todo el sur, a través de Georgia, las Carolinas y Florida, y abarca a políticos y hombres de negocios, adernás de policías. También descubriremos quiénes son. Es sólo cuestión de hacer un poco de trabajo de base. Por lo que hemos podido dilucidar, hay un cartel colombiano que provee droga, sobre todo cocaína, y entra en el país de cualquier manera que puede: por medio de aviones privados, correos que lo pasan por la aduana, pasos ilegales por la frontera mexicana, lo que se te ocurra. En este momento, Haití es un gran punto de partiría. Ese era el destino de los cadáveres del furgón perdido, a propósito: Haití. Parece que el círculo tenía un trato con Harmon Brothers, que consistía en almacenar la droga en sus bóvedas, y en suministrarles cadáveres cuando los necesitaban. Según lo que me dijeron, es fácil hacer entrar la droga en este país. Lo difícil es sacar el efectivo. Por eso, Harmon Brothers les proveía de cadáveres y ataúdes, que rellenaban con dinero en efectivo y que simulaban enviar a su "patria", en otros
países. Las aduanas nunca inspeccionan con demasiada atención los cadáveres. -Así que en Harmon Brothers sabían lo que estaba pasando. Summer le lanzó una mirada de soslayo a Steve, que contemplaba, ceñudo, su café. En el breve pero intenso lapso que hacía que lo conocía, nunca lo había visto tan pensativo. -Lo sabían. Por lo menos, algunos de la plana mayor de la compañía. Pero a estas alturas no podría decirte con exactitud quién estaba involucrado, y hasta qué punto. Cuanto más a fondo penetramos, más turbio se hace todo, pero lo resolveremos. -Supongo que sabes que hay huellas de la DEA y la CIA por todos lados. -Por fin, Steve alzó la vista-. Me topé con eso cuando estuve investigando, hace tres años. Pero nunca tuve ocasión de determinar los detalles. -Sufriste una pequeña interrupción en tu carrera, ¿cierto? -Sammy lanzó una breve carcajada de simpatía-. ¿Y qué fue lo que descubriste? -Nada concreto que pudiera llevar a un fiscal y que se pudiera probar en la Corte. Pero parecería que la CIA hizo un trato con la DEA para hacer la vista gorda con respecto al tráfico de drogas, a cambio de información de inteligencia sobre los países donde se iniciaban las transacciones. Sobre todo, países latinoamericanos. -¿0 sea que el gobierno estaría usando a traficantes de drogas como espías? -exclamó Summer, horrorizada. Steve le dedicó una sonrisa torcida. -Algo así. Creo que no llegaremos al fondo mismo de la cuestión. Lo que hemos descubierto aquí no es más que la punta del iceberg. Algunos de estos sinvergüenzas (los llaman "activos", pero en realidad, no son más que una banda de contrabandistas de drogas y mercenarios), en realidad reciben pago de la CIA para infiltrarse en esos círculos de la droga. A cambio de la información, se les permite seguir adelante con buena parte de sus transacciones sin demasiados obstáculos. -Hay mucho dinero en la droga -comentó Sammy, lanzando a Steve una mirada vivaz por debajo de las cejas. Entonces, la camarera les trajo la cuenta, y la conversación giró sobre temas más
generales. Una hora después, Summer se metía en la bañera de agua más caliente que fue capaz de hacer manar de los antiguos grifos del cuarto de baño, en el hotel. Estaba instalada para pasar la noche en el Dew Drop Inn, un motel de la década de 1950, que brindaba comodidades imprescindibles, más que lujos. La habitación era pequeña, y el cuarto de baño, más aún, pero tenía una cama matrimonial de tamaño corriente, que le parecería el paraíso comparado con las superficies sobre las que había dormido los últimos tiempos, y también una baza y una bañera con ducha. Hasta había diminutos frascos de champú y desenredante, y enjuague bucal sobre la repisa de fórmica astillada. Summer ya se había lavado el cabello y tenía la cabeza envuelta en una toalla, y se sentía bienaventurada cuando se sumergió hasta la barbilla en el agua, lo bastante caliente para sonrosarle la piel al instante. El único defecto de su dicha era que echaba de menos a Steve. Pero Sammy se había mostrado muy firme al acompañarla a su propio cuarto, mientras que su amado se iba solo al suyo. Al verlo alejar se, la divirtió comprobar que el cuarto de Steve estaba lo más alejado que permitía el largo y desvencijado motel de una sola planta, donde las comodidades tenían más aire de cabañas conectadas entre sí que de habitaciones de hotel. Sammy era sobreprotector con ella, como siempre, y Summer no tuvo coraje para recordarle que ya tenía treinta y seis años, que ya no estaba casada con el hijo de él, y que estaba en todo su derecho de decidir si quería dormir sola, o no. En cambio, vio con pena cómo Steve desaparecía dentro de su cuarto, y se despidió de Sammy con un beso en la mejilla. -Te veré mañana-le dijo él en tono gruñón, cuando se daba la vuelta para irse. Lo primero que hizo Summer fue correr a prepararse un baño caliente. Después, llamó a su madre. Enjabonándose las piernas, y lamentando la falta de una navaja, evocó la conversación con su madre. Le costó mucho disuadirla, a ella y a sus hermanas, de que no salieran corriendo del hotel para reunirse con ella. -Yo estoy bien, Muffy está bien, y maòana nos veréis a las dos -había dicho con
firmeza-. Y entonces os contaré todo. Decidió que podría contarle un poco más de lo que le había dicho a Sammy, y se inclinó adelante para frotarse con espuma los pies, pero no le contaría todo. Había cosas que no tenían por qué saber. Aunque, siendo mujeres, y parientes, seguramente lo adivinarían. Una gota de agua fría le salpicó la espalda. Asustada, Summer giró la cabeza con tal brusquedad que casi se rompió el cuello.
Capitulo 41
-Hola. Steve, todavía vestido con la camiseta Nike anaranjada, estaba apoyado contra el marco de la puerta del baño, y le sonreía. Summer estaba sentada de espaldas a él, con las rodillas flexionadas por el escaso tamaño de la bañera, y por eso no se veía demasiada proporción de su persona, pero los ojos del hombre chispearon, irativos, por lo poco de ella que podía ver. -¿Cómo has entrado? -exclamó Summer, casi sin aliento, apretando sobre el busto, en gesto instintivo, la esponja con la que estaba lavándose. Era pequeña y delgada, y no cubría gran cosa, pero no importaba. Lo importante era la intención. -Cerradura de mala calidad. Para abrirla, usé la lista plastificada de las reglas del motel, que encontré en la mesita de noche. La próxima vez, pon la cadena de seguridad. -Se apartó del marco, y le mos- tró una bolsa de papel-. Te he traído un regalo. Dentífrico, cepillo de dientes, peine y lápiz de labios. Cortesía de lo que quedaba del dinero de Renfro, y de lo que se considera la tienda de regalos de la casa. -¿Cepillo de dientes? Ansiosa, Suminer estiró la mano hacia la bolsa, pero Steve, riendo, la retiró de su alcance.
-Ven a agarrarlo. -¿Steve Calhoun, no se juega con un cepillo de dientes y un dentífrico: son demasiado importantes! ¡Deja esa bolsa sobre el mostrador y sal de este cuarto de baño! Terminaré en un minuto. -Está bien -dijo, complaciente. Dejando la bolsa donde ella le indicó, Steve retrocedió, y cerró la puerta. Summer, demasiado impaciente por apropiarse del cepillo y la pasta, no se asombró por la aparente complacencia de Steve. No era propio de él ceder sin discutir.. pero no se le ocurrió. Completamente desnuda, salvo por la toalla envuelta en la cabeza, y chorreando, Summer de pie ante el lavabo se cepillaba los dientes mirándose en el espejo, cuando Steve abrió la puerta y entró. También estaba desnudo. Los ojos de Summer absorbieron todos los detalles: tenía hombros anchos, era musculoso, abundantemente cubierto de lujurioso vello negro en los lugares apropiados... y muy bien dotado. -¡Sal de aquí! -le ordenó Summer, con la boca llena de espuma, escandalizada sólo por principio. A pesar de que era su amante, su amado, de súbito sintió una ridícula timidez. En un nuevo ambiente, regía un conjunto de reglas nuevo, también: hasta entonces, nunca había estado sola con él en la habitación de un motel. -No estarás poniéndote pudorosa conmigo de repente, ¿verdad? -le preguntó, con sonrisa torcida, pero sin perder nada del cuerpo de la mujer-. Con unas tetas y un trasero como los tuyos, no tienes el menor motivo para sentir vergüenza. -¡Mira que eres lisonjero! -dijo Summer, mordaz, en cuanto terminó de enjuagarse la boca. -Te juro que es un cumplido. Le guiñó los ojos, y premió al aludido trasero con una palmada de aprobación. A continuación, sin agregar palabra, se metió en la bañera. -Yo soy la que está bañándose -protestó Summer, cuando se recuperó de la palmada.
¿Podría convivir con un hombre que le daba azotes en el trasero?¿Qué estás haciendo tú? -Me reúno contigo. Echado hacia atrás en la bañera, se frotaba con el jabón trazando lánguidos círculos sobre hombros, pecho y brazos. El contraste entre la piel bronceada y los azulejos blancos y los copos de espuma era impresionante. Tenía las piernas flexionadas en ángulo agudo, sus hombros sobresalían unos quince centímetros del agua, y su ca-beza negra se apoyaba sobre la cuarteada pared de azulejos y no sobre el borde redondo de la baòera. Se lo veía muy contento. Y satisfe-cho consigo mismo. Summer decidió perdonarle la palmada machista. Cuando fuese suyo, podría reeducarlo... -¿Reunirte conmigo? -exclamó, indignada-. Yo no estoy ahí. -Métete. La invitación fue acompañada por una sonrisa seductora. Summer pensó en lo asombroso que era un hombre capaz de parecer atractivo con los dos ojos amoratados, la costra de un corte en una mejilla, y suficiente variedad y cantidad de magulladuras como para rnantener feliz a un médico durante días. -No hay sitio. -Haremos sitio. Se estiró, le atrapó la mano... y antes de que Summer lo supiera, en parte la arrastró y en parte la convenció de meterse en la bañera. Cayó boca abajo, hecha un montón, sobre el estómago del hombre, sus piernas atrapadas entre las de él, y dobladas en la rodilla, de manera que sus pantorrillas se apoyaban en la pared. -Tienes razón -dijo Steve, como si hiciera un gran descubri-miento-. No hay sitio. La apartó a un costado, y se puso de pie, con un gran ruido de succión. Summer no tuvo más que un instante para irar su cuerpo -en verdad, lo iraba-, cuando él se inclinó, apoyó el hombro en la barriga de ella, y se incorporó, cargándola. Summer chilló, y enseguida se tapó la boca con una mano. Aunque no estaba segura, sospechaba que las paredes eran delgadas. Colgando sobre el hombro de Steve como si él fuese un bombero, la toalla que tenía en la cabeza cayéndose, y quedando tirada en el piso, Summer apretó los dientes para no gritar, y le aporreó la espalda con los puòos. El no le hizo
el menor caso, y saliendo con ella de la baòera, la llevó hacia el dormitorio. -iBájame, pedazo de...! -refunfuñó, arnenazadora, dándole un golpe bastante fuerte entre los omóplatos. -Sí, señora. El matiz burlón de su voz debió de servirle de advertencia. Pero aún así, no estaba preparada cuando él se arrojó en la cama junto con ella. Surnrner aterrizó de espaldas, chillando y rebotando en el colchón blando. Esta vez, fue él quien le tapó la boca con la mano. -¡Shhh! Alguien podría llamar a la policía. Ah, ja, ja, ja. Muy divertido. Pero antes de que pudiese decirle lo que opinaba de sus bromas, se le ocurrió otra cosa: -¡No, Steve! ¡Vamos a empapar la caria! -¿Acaso te importa? Si hubiese tenido oportunidad de responder habría dicho que no, que no le importaba. Pero no tuvo ocasión de pensarlo, porque Steve estaba deslizándose sobre su cuerpo, y ella lo miraba ceñuda, y él la besaba. la amaba, y ya no pudo pensar en nada que no fuese él. Mucho, mucho después, se dirigieron a la habitación de Steve para pasar el resto de la noche porque la cama de Surnrner, en verdad, estaba empapada. Riendo entre dientes tras las manos, como escolares, se escabulleron por la acera iluminada de luz amarilla, que recorría el frente de las habitaciones. Debía de ser media noche, pero excepto las polillas que revoloteaban alrededor de los artefactos de iluminación que había junto a cada puerta, no se oía ruido alguno de criatura viviente. Al llegar a la puerta de la habitación de Steve, envolvió a Surnrner en sus brazos y la besó. -Eh -protestó ella, en broma, cuando pudo volver a hablar-. ¿Acaso no has tenido suficiente, aún? -No. -La besó otra vez, sin prisa, y le sonrió cuando levantó la cabeza.- Creo que nunca tendré suficiente de esto mientras viva. Es una de esas cosas destinadas a durar para siempre. -¿En serio?
Summer se apoyó contra el pecho de él, rodeando con las ma-nos los tirantes de la camiseta, mientras sus labios dibujaban una sonrisa secreta. -¿No lo es? Lo sintió muy grande y sólido contra ella, y cuando la miró, ya no vio en esos ojos la muerte y la desesperanza, corno había sido antes, sino calidez, luz y, casi, despreocupación. Summer contempló aquel rostro nada apuesto, pero de poderosa atracción, y tuvo la respuesta. Sí -dijo con claridad-. Lo es. Steve sonrió, la besó, y la soltó, palpándose los bolsillos del pantalón recortado. -Aquí está. Sacó la llave de un bolsillo y la metió en la cerradura. -¿Por qué no irrumpimos, directamente? -preguntó la mujer, irónica, cuando él se apartó para dejarla entrar primero. -¿Y desperdiciar una llave en perfectas condiciones? Meneando la cabeza, la siguió al interior. Al mismo tiempo que él cerraba la puerta, ella tanteó, buscando el interruptor de la luz. Tuvo sólo un atisbo, un mero indicio de un hombre que, desde las sombras, saltaba hacia adelante, y luego vio que Steve caía, tras un terrible golpe en la nuca. Se derrumbó sin hacer el menor ruido. Summer quedó tan conmocionada, que ni siquiera pudo gritar. Capitulo 42
Era una hermosa noche. Una brisa tibia acariciaba el rostro de Sumrner, y agitaba pequeños mechones de pelo sobre sus mejillas. Miles de estrellas guiòaban desde el cielo de terciopelo azul de la medianoche. La luna era una simple tajada, una medialuna plateada que hubiese encajado bien en una tonada de jardín de infantes. Las ranas croaban en el lago cercano. Las cigarras elevaban una vez más su coro completo. Sumrner estaba tendida de costado en la tierra, amordazada y atada como un pavo de Día de Acción de Gracias, viendo cómo Mitch cavaba un pozo no muy hondo, para sepultarlos a ella y a Steve.
Steve, todavía incosciente, estaba acostado cerca. Como ella, también estaba atado y amordazado. Sin embargo, esta parecía una precaución inútil, pues era probable que muriese sin recuperar la con-ciencia. Acostada allí, sobre el suelo fresco, escuchando el ritmo hipnótico de la pala que excavaba la tierra, Summer pensó que Steve llevaba la mejor parte. Ella misma deseó estar inconsciente, para no tener que soportar la situación. No muy lejos, los faros delanteros de un automóvil cortaron la oscuridad. Summer estaba en el terreno donde se construía, y que había visto cada vez que pasaba por Cedar Lake, y la carretera estaba muy cerca. Si no estuviesen las grandes máquinas viales en el paso... Entonces, comprendió algo: aunque las excavadoras de oruga no estuviesen allí, nadie podía ver hasta esa distancia en el campo. Estaba tan oscuro que ella, a pocos rnetros de distancia, sólo veía la silueta de Mitch. Si no fuese por el ruido que llegaba a sus oídos, sólo sabría que estaba cavando cuando una mota de luz de luna errante se reflejara en la hoja de la pala. Steve empezó a rernoverse. Igual que ella, estaba atado de pies y manos y, para más seguridad, envuelto en una cuerda de nailon corno una momia. Movió los pies y los hombros. Summer creyó que había abierto los ojos, porque vio un débil destello en la oscuridad, aunque no estaba segura. Ansiaba acercarse a él con todo su corazón; intentó rodar hasta quedar de espaldas, y tuvo a Steve a unos treinta centímetros. De pronto, Mitch apareció allí. Por instinto, se quedó muy quieta, como un roedor en el trayecto de vuelo de un halcón. Pero Mitch se acercó a Steve. -Estás despierto -dijo, en un suave murmullo, arrodillándose junto al prisionero-. Maldita sea, Steve, ¿por qué no te quedaste al margen? Steve emitió un sonido ininteligible, porque tenía la boca tapada, igual que Summer. -¿Crees que quiero hacer esto? Diablos, preferiría cortarme el brazo derecho, pero tú no me has dejado alternativa. Steve hizo otro ruido. -Está bien, compañero, voy a sacarte la mordaza un minuto. Pregúntame lo que quieras
saber, y yo te lo diré. Mereces saber por qué está sucediéndote esto. Pero si gritas, incluso si hablas más alto que un susurro, tendré que matarte con esto. Tocó la pala que tenía junto a sí. Se inclinó sobre Steve y le quitó la mordaza de cinta adhesiva. Summer lo supo porque oyó un ruido de desgarro, seguido por la voz de Steve, ronca pero inconfundible. -Cuando empecé a acostarme con Deedee, tú ya tenías un romance con Elaine. Mitch calló un instante, y luego dijo: -Elaine te lo dijo, ¿no? Temí que lo haría tarde o temprano. -Me lo dijo esta noche, creo que porque, durante un tiempo, quedé en buenos términos ante ella por haberlas salvado a Corey y a ella. -Steve hizo una pausa, y luego agregó, en áspero tono de acu-sación-. ¿Por eso mataste a Deedee? ¿Para estar libre y poder tener a Elaine? Mitch habló en tono sorprendido. -Diablos, no, no hubiese sido capaz de reatar a Deedee por Elaine. La maté por... Mierda. ¿Cómo es que no lo sabes? -Elaine me dijo que la usaste para frecuentar la casa mientras yo estaba trabajando. Me dijo que te acercaste a ella como ocho me-ses antes de que la mierda diese en el ventilador, y como estaba insatisfecha y aburrida, lo hizo. Me contó que le pediste la llave de mi oficina, no la misma noche en que Deedee murió, sino en otra ocasión, para poder seguir rni actividad. Ella sospechó que estabas sucio, pero no le importó. Cuando Deedee apareció muerta en mi oficina, adivinó que tú la habías matado. Pero estaba demasiado asustada para hablar. Lo que acaba de pasar con Corey la hizo comprender que la única seguridad posible para Corey y para ella consistía en que tú y tus cómplices estuvieseis tras las rejas. -Hace años que estoy sucio, Steve. El tono fue de confesión. -Diablos, ¿crees que no lo sé? Por fin, lo deduje. Te habría atrapado tarde o temprano, lo que sucedió fue que no quise ver la verdad que tenía delante de mi cara. Pero, ¿por qué, Mitch? Sólo dime por qué. -Era muchísimo dinero -dijo Mitch-. Me ofrecieron una enorme cantidad de dinero por no hacer nada, sólo por mirar a otro lado mientras pasaban drogas por aquí. Fue el dinero más
fácil que he hecho en mi vida. Miles y miles de dólares cada vez, con sólo mirar hacia otro lado. -Tú te llevaste el furgón, ¿no es cierto? Hubo un momento de silencio, y luego Mitch lanzó una breve y áspera carcajada. -Siempre has sido un buen detective. ¿Cómo has deducido eso? -¿Qué otra persona podía haber revisado el galpón de los botes, sino tú? Hoy, por teléfono, por si no salía vivo del encuentro con tus amigos, le dije a Larry Kendrick que el furgón estaba en la caseta de los botes. Llegó lo más rápido que pudo, y el furgón ya no estaba. Alguien... alguien que supiera lo que había dentro, tuvo que haberlo encontrado entre el momento en que yo me fui, la madrugada del domingo, y esta tarde. ¿Qué otro pudo ser, sino tú? Sólo tú y yo conocíamos el maldito galpón de los botes. ¿Dónde está el furgón, Mitch? -En un lugar donde jamás lo encontrarán. -De repente, la voz de Mitch se endureció.Como tampoco os encontrarán a tu amiga y a ti. Mariana pavimentarán este campo. Habrá un estacionarniento para un nuevo recreo que van a construir junto al lago, y tú quedarás sepultado debajo. -¿Por qué tienes que matarnos? Estamos indefensos... y tú tienes el dinero. ¿Por qué no lo recoges y te largas? -¿Crees que, si pudiese, no lo haría? -preguntó, en tono fe-roz-. Pero si hago eso, me perseguirán. No sólo la policía, o el FBI, o la DEA, sino el cartel. Tarde o temprano me encontrarían. Me per- seguirían hasta los confines de la tierra, y yo no tendría un segundo de paz. -¿Y de qué te servirá matarnos para impedir que te persigan? Mitch rió entre dientes. -Te echarán la culpa a ti, compaòero. Pensarán que tú y tu pequeña arraiga robasteis los quince millones de dólares y huisteis en la noche. Mira, vas a desaparecer sin dejar rastro. Nadie sabrá, si-quiera, que estás muerto. Summer sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Ser asesinada era duro de esperar, pero ser asesinada y que nadie lo supiera... su madre y sus hermanas recorrerían el
inundo buscándola, el resto de sus vidas. -Steve, viejo amigo, viejo compañero, si hubiese algún modo de evitar hacer esto, lo evitaría. Pero no te preocupes. Te golpearé en la cabeza antes de hacerlo, de modo que no sentirás nada. No te dolerá. Mitch fue a recoger la pala. El corazón de Summer dio un vuelco. -¡Espera! -en el tono de Steve se percibía un matiz de desesperación-. Todavía no me has dicho por qué mataste a Deedee. Mitch se interrumpió, y se volvió hacia Steve. -Steve, ¿recuerdas cómo estabas investigándonos? Les Carter te derivó a Rosencrans, y tú investigabas a los policías corruptos a derecha e izquierda. Y estabas acercándote demasiado. Empezamos a sentir tu aliento en la nuca. El cartel comenzaba a preocuparse. Me dijeron que frenara la investigación. Que te frenase a ti. Me dieron dos alternativas: o te compraba, o te mataba. Diablos, siempre fuiste tan correcto, que sabía que no podía comprarte. Y no me decidía a matarte. Eramos tan amigos, recuerdas? Con ayuda de Elaine, pude seguir lo que estabas haciendo. Tuve tiempo de pensar una solución. Y entonces, empezaste esa historia con Deedee. Fue perfecto. Yo sabía que si te sorprendía en un romance con ella de modo que se generara un escándalo público, serías despedido. Adiós investigación. Por lo tanto, lo organicé. ¿No lo ves, hombre? Maté a Deedee para salvarte a ti. -La voz se le quebró-. Maldito imbécil. Se inclinó sobre Steve. Summer vio, atónita, cómo Mitch besaba a Steve con indiscutible pasión, en plena boca. -Siempre te he amado, pedazo de estúpido boy scout, y tú nunca te percataste. Pero ahora, la cosa está entre tú y yo. El ganador se lleva todo, nene. Tras esto, se levantó de un salto y levantó la pala en un solo movimiento ágil. Steve empezaba a decir algo, o quizás a gritar, cuando el golpe se abatió. Summer oyó el ruido sordo como si fuese su propia sentencia de muerte. Cuando Mitch se volvió, vio el brillo de la luna reflejado en las lágrimas que le corrían por las mejillas. Capitulo 43
"Aquel que cae en el pecado es un hombre; el que Se lamenta de ello es un santo; el que alardea de él, un demonio." THOMAS FULLER
Otra vez, Deedee tenía problemas con sus átomos. Tenía la sensación de estar debilitándose. Había estado Siguiendo a Steve como un gato sobre una cuerda, pero hacía tiempo que él no la veía. Así estaba bien. No quería causarle problemas con la nueva chica. No podía materializarse, pero Sí ver y oír. Oyó lo que Mitch le dijo a Steve en la oscuridad, en ese campo barroso, vio lo que le hizo y lo que tenía intenciones de hacerle, y de pronto, todo se le presentó con claridad meridiana: el pasado, y también el futuro. La noche en que ella murió, Mitch Se había enfrentado a ella con la evidencia de Su asunto con Steve, reduciéndola al estado de una criatura que Sollozaba, culpable porque, a fin de cuentas, era a Mitch a quien amaba. Entonces, le dijo que Sólo la perdonaría si ella lo ayudaba a darle a Steve una lección que jamás olvidaría. Había creído que Mitch estaba celoso, y eso la conmovió. Por fin, acostarse con Steve había equiparado las cosas. Ahora, Mitch sabía lo que se sentía en estos casos. Durante todos los años en que estuvieron juntos, el esquivo objeto de amor fue él y no ella. Y ahora, por fin, gracias al enredo con Steve, era el turno de Deedee. Mitch estaba obsesionado con ella. Debió haberlo sabido. Pero, en cambio, la realidad era casi increíble. ¿Cómo podía adivinar que Mitch estaba obsesionado con Steve, y no con ella? ¿Habría estado ciega para no sospechar lo que era Mitch? ¿Para no haberlo visto? Sin embargo, no tenía ni la menor idea, como Steve. Estaba tan locamente enamorada de Mitch que habría aceptado cualquier cosa que él le pidiera, y así lo hizo. Primero, Mitch le hizo leer una decla- ración de "suicidio" en broma, ante una cámara de vídeo. Después, la había llevado a la oficina nueva de Steve, pasó una cuerda de nailon por el gancho de una planta, nada menos, arrastró el escritorio de Steve hasta colocarlo debajo de ese gancho, y le dijo que se subiera, se pusiese el lazo alrededor del cuello, de modo que diese la impresión de
que iba a colgarse. Le dijo que Steve estaba subiendo, y que le darían el susto de su vida al antiguo amigo. "Steve jamás volverá a poner una mano encima de mi esposa", le dijo Mitch, con un brillo en los ojos que aceleró los latidos del corazón de Deedee. Desde que estaban juntos, nunca lo había visto tan alterado, y todo porque estaba celoso de ella y de Steve. Se había sentido excitada, sin sospechar nada, se había comportado como una estúpida. Se quitó los zapatos, trepó al escritorio, y se puso el lazo en el cuello, tal como Mitch le indicó. Y contuvo la risa pensando en lo que iba a decir Steve. Entonces, Mitch dio una patada al escritorio, dejándola con los pies en el aire, para que se ahogara, pataleara y muriese. Ese hijo de perra... La mató a sangre fría, y ahora se disponía a matar a Steve y a su nueva novia, y eso no podía permitírselo. No iba a permitírselo. Deedee comprendió que esa era su misión: impedir que Mitch volviese a matar. Pero, ¿cómo? Observó cómo Mitch arrastraba el cuerpo atado e inerte de Steve hacia la fosa de poca profundidad que había cavado, lo hacía rodar hasta que cayera dentro, luego cargaba a la mujer, y también la tiraba encima de Steve. Vio que Mitch los cubría con una fina capa de tierra, y luego trepaba a una enorme apisonadora de vapor, sacaba una llave del bolsillo, y hacía arrancar el motor. La apisonadora se puso en movimiento. Con un retumbar sordo, enfiló directamente hacia el campo, hacia la tumba inminente. ¿Qué podía hacer? Deedee apeló a todas sus fuerzas. Deseó con toda su voluntad entrar en la cabina de la máquina, sentarse junto a Mitch, materializarse. La apisonadora avanzaba, inexorable, hacia la tumba, dejando a su paso un rastro de tierra lisa, apisonada. A cada segundo, se acercaba más al objetivo. Deedec creyó poder percibir las siluetas más oscuras de los cuerpos yacentes en la superficial depresión que Mitch había hecho.
Sintió el cosquilleo y, de pronto, estaba allí, sentada junto a él. Como si advirtiese que ya no estaba solo, Mitch miró en su dirección. Y la vio. Se puso blanco como la leche, con la vista fija. Deedee agitó los dedos hacia él. Mitch gritó... y saltó de la cabina de la apisonadora. Cayó sobre manos y rodillas en la tierra blanda. La máquina siguió moviéndose y, por más que lo intentó, Deedee no pudo hacer girar la llave del encendido. Sus dedos eran etéreos como la niebla... no podía aferrar nada. Flotó fuera de la cabina, en pos de Mitch. El tendría que hacerlo. Estaba de pie, alterado pero bien. Bueno, hasta que la vio a ella. Mitch la miró una vez, gritó, y corrió como si ella fuese el diablo en persona. Deedee voló tras él, rozando la tierra, los dedos esti-rados como si intentase aferrarlo de la camisa. Tenía que hacerlo volver a la cabina y apagar ese motor. Mitch cruzó el campo corriendo, lloriqueando de terror mientras trepaba por la subida hacia la carretera, y Deedee le tocaba el hombro. Deedee vio lo que iba a pasar unos segundos antes de que sucediese, pero no pudo cambiar nada. Mitch se abalanzó hacia la carrete-ra, cruzándose en la trayectoria de un camión que se acercaba. La fuerza de la colisión fue increíble. Antes de que tocara, si-quiera, el asfalto, a unos doce metros más allá, por la carretera, una sangre arterial morada ya manaba de la nariz y de la boca de Mitch. Capitulo 44
Summer vio que Mitch saltaba de la cabina y se alejaba corriendo y gritando. Pero no tuvo tiempo de pensar en ello, de sopesar los motivos y los propósitos. Su atención quedó clavada en la gigantesca rueda gris de la apisonadora, que se acercaba cada vez más al pozo en que se encontraban ella y Steve. Por fortuna, al mover la cabeza, se libró de la tierra. Mitch, ansioso por terminar con la tarea, no los enterró con demasiada eficacia. Y había quitado la tierra de la cara de Steve con desesperados movimientos de la cabeza. Steve aún estaba inconsciente. Lo pateó con desesperación, con fiereza. Al bajar Mitch de la cabina, tenían una posibilidad... pero tendría que despertarse.
Con la boca tapada con cinta adhesiva, no podía decir una palabra. Los gritos brotaban de su garganta, pero la sofocante mordaza los ahogaba. Ni ella misma se oía. La apisonadora estaba a unos seis metros. Steve parpadeó, y abrió los ojos: Summer los veía brillar en la oscuridad, fijos en ella. Lo pateó con fuerza, retorciendo el cuerpo de tal modo que sus pies conectaron con la rodilla de él. -¡Ay! -gritó Steve, mirándola. Summer le hizo seòas frenéticas con la cabeza, y se apartó rodando. No supo si había comprendido lo cerca que estaban de la muerte, pero la siguió, y los dos rodaron como rodillos de pastelero sobre la tierra blanda y fresca. La apisonadora pasó a escasos centímetros, y siguió avanzando, hasta hundirse en el lago. Capitulo 45
Era sábado. El funeral de Mitch se había llevado a cabo el día anterior, en Nashville. Steve asistió, y Summer lo acompañó, sosteniéndole la mano con fuerza durante todo el servicio. Steve se mostró estoico, el rostro sombrío, los ojos oscurecidos. No importaba lo que hubiese hecho Mitch, ni por qué, los lazos de amistad de toda una vida perdurarían, y ni la lógica ni la muerte podrían romperlos. Steve no estaba listo para hablar de Mitch, y Summer tuvo la prudencia de dejarlo en paz. En el funeral, conoció a Elaine. La ex esposa de Steve era una rubia menuda y atractiva, y lo primero que se le ocurrió fue si él se habría casado con ella por su lejano parecido con Deedee. Pero reflexionó que eso pertenecía al pasado. Elaine no tenía a Steve. Summer lo tenía. Y Steve era de ella. Lo sabía con tanta certeza como sabía que el sol saldría por las mañanas. Había ocasiones en la vida en que uno se encontraba con la persona que Dios. o el destino, o cualquier poder superior encargado de esos asuntos hubiese dispuesto para que
fuese el yin del van de una. Eso les había ocurrido a ella y a Steve. Más adelante, tendrían que ir resolviendo detalles tales como el casamiento, los hijos, la incorporación de Corey a la vida en común. Hasta el momento, no habían tenido tiempo. Pero la certeza de que sería para siempre estaba presente, para los dos. Summer lo sabía cada noche que dormía en brazos de Steve, cada mañana que despertaba y se miraban a los ojos. Se habían quedado en el Holliday Inn, de Murfreesboro. Inves-tigación policial o no, Summer tenía una empresa que atender. Había regresado a su casa el tiempo suficiente para hacer el equipaje. Para ella, el hogar que amaba estaba destruido, con manchas indelebles por los asesinatos de Linda Miller y Betty Kern. Tampoco había tenido tiempo, aún, de pensar en buscar casa o apartamento. Podría empezar a hacerlo el lunes. Ahora, Summer estaba desayunando con sus hermanas y su madre en la cafetería del Holliday Inn. Muffy estaba arriba, en la habitación de su madre, disfrutando de su duodécima lata de Kal Kan, tal vez. Las otras tres McAfee regresarían a sus respectivos hogares a la mañana siguiente, y Summer sabía que las echaría de menos. Pero en ese mismo momento, habría prescindido sin escrúpulos de su compañía. El tema de conversación era Steve. -Debo itir que parece bastante agradable, Summer. Pero, hasta donde yo sé, no tiene empleo. Esa era su madre. -Hace sólo una semana que lo conoces.-Sandra-. ¿No crees que necesitas un poco más de tiempo para decidirte? -Si te has enamorado tan pronto, debe de ser estupendo en la cama. O donde sea. Shelly, ahogando una risa. -¡Shelly! Margaret McAfee y Sandra, a una, giraron hacia Shelly con expresiones de horror. Esta se encogió de hombros. A Summer le ardió la cara. No les había contado ninguna de las cosas íntimas que compartió con Steve... pero no era necesario. Con sólo mirarla, habían entendido todo.
¡Familia! -Somos mujeres mayores. Y tienes que itir que es atractivo. Desde luego, no es tan apuesto como Lem -insistió Shelly. -Lem era un completo imbécil -dijo Sandra, con claridad. La madre y las hermanas miraron sorprendidas a la hermosa cuarentona. -Bueno, lo era-se defendió Sandra-. Todos veíamos lo que le hacía a Summer. Estaba convirtiéndola en una pequeña esposa robot. Surnmer ignoraba que su familia sabía aquello, y dedicó a su hermana una breve sonrisa de agradecimiento. -Eso es cierto -itió Margaret McAfee-. Surnmer, creo que ninguna de nosotras tiene objeciones hacia tu hombre. Pero necesita un empleo. Si no, ¿cómo va a mantener...? -Puedo mantenerme sola, madre -la interrumpió la hija-. Tengo un negocio, ¿recuerdas? -Pero... -Buenos días, señoras. ¿Estás lista, Summer? Steve apareció junto a la mesa, y a Summer se le encendieron las mejillas preguntándose cuánto habría oído, si había oído algo. Oh, bueno, tendría que acostumbrarse a la familia de ella, del mismo modo que ella a la de él. Habría tiempo de sobra para eso. Tendrían todo el tiempo del mundo. Le sonrió. Vestido con pantalones caqui. bien planchados, cinturón de cuero negro, y camiseta polo azul marino, metida dentro del pantalón, con zapatos náuticos de color tostado y un reloj en la muñeca, parecía un hombre diferente del vagabundo mugriento con el que había compartido cuatro días seguidos. Estaba bien afeitado, el cabello negro peinado hacia atrás, despejando la frente. Con su corpulenta figura de futbolista, y su semblante de agresiva masculinidad, era un hombre sumamente atrayente. Podía estar orgullosa de él, pese a los hematomas que iban desvaneciéndose y a las magulladuras amarillentas en el mentón. -¿Quieres compartir un café con nosotras, Steve? Margaret McAfee le sonrió. Igual que sus hijas, era una morena atractiva. La única diferencia era el paso de veinticinco años, más o menos... y la meticulosa aplicación semanal de un frasco de Loving Care de color castaño oscuro en el cabello.
Steve negó con la cabeza. -Gracias, pero le he prometido a Corey que la llevaríamos a elegir una mascota antes del almuerzo y, para ella, eso es alrededor de las nueve de la maòana. Ya me ha llamado dos veces para averiguar por qué tardo tanto. Ya que estamos, le agradezco que me haya dado el nombre del criadero donde consiguió a Muffy. -Me alegro de que siga estando abierto, y de que tengan mascotas -repuso la mujer. -No creas que le haces un favor a tu hija comprándole una copia exacta de Mufty -le advirtió Sandra-. No es lo que yo llamaría una mascota hogareña. -Muffy es una campeona-dijo con dignidad Margaret, acos-tumbrada a que sus hijas le tomaran el pelo por su adorada perra-. Y como todo verdadero campeón, tiene sus particularidades, lo ito. Pero no pienses, ni por un minuto, que no es un animal muy inteligente. ¡Si hasta les salvó la vida a Summer y a Steve! La parte que Margaret prefería de las aventuras de Summer y Steve era aquella en que Muffy orinaba el pie del malhechor. -¡Sí, y cómo! Sandra y Shelly estallaron en risas afectadas, y Summer lo aprovechó como señal para levantarse. -Nos veremos más tarde. Saludó con la mano a su madre y sus hermanas, y salió del restaurante seguida de Steve. Afuera, en el estacionamiento, él se le puso a la par. -Sí, tengo empleo, ¿sabes? -le dijo, entrelazando los dedos con los de ella, y mirándola de reojo. ¡Así que lo había oído! -No me Importa si lo tienes o no -le dijo, con absoluta sinceridad, sonriéndole. -Más aún, puedo elegir entre varios. El Jefe Rosencrans dice que necesita un jefe de detectives. Les Carter me ha ofrecido devolverme mi antiguo puesto. Y Larry Kendrick quiere que trabaje en la DEA: En realidad, creo que quiere vigilarme, por si en algún momen-to empiezo a exhibir montañas de dinero. Se rió. Habían encontrado el furgón, sumergido bajo la rampa que iba desde el galpón
de los botes hasta el lago Cedar, y dentro estaban los cuerpos. Pero el dinero que Mitch había robado no apare cía. Estaban buscándolo. Y no sólo la policía. Se había filtrado el rumor, como sucedía siempre, de que había quince millones de dólares en billetes sin marcar escondidos en alguna parte, en los alrededores del lago Ceda?-. La gente salía desde la rampa para buscarlos. Como había dicho Sammy, si no se encontraba pronto ese dinero, Cedar Lake podía llegar a convertirse en otro Sierra Madre. A lo largo del próximo siglo, los cazadores de tesoros invadirían la región, a la caza de los millones perdidos. -Elige el que tú prefieras -le dijo Summer, cuando llegaron al automóvil de Mitch. Era un Mazda 626 rojo, estacionado entre un mar de automóviles, y Steve tuvo que maniobrar para eludir un Olds de 1988 verde mal estacionado, para poder abrir la puerta y hacer pasar a Summer. -He pensado en quedarme aquí, en Murfreesboro -dijo. -¿Ah, sí? En lugar de entrar en el coche, Summer giró el rostro hacia él. Se había lavado el cabello y lo había secado con secador, de modo que se rizaba con suavidad en torno de su cara, se había maquillado lo justo para un caluroso día estival, y llevaba un liviano vestido amarillo sol y sandalias de cuero. Estaba hermosa, y lo sabía, y gozó del brillo irativo con que los ojos de Steve la recorrieron. -Sí. Como tú tienes casa aquí, y negocio, y todo... Cuando los ojos negros se posaron otra vez en su cara, eran inescrutables. -Ya no tengo casa aquí. No quiero vivir en esa. El lunes que viene la pondré en venta, y empezaré a buscar otro sitio para vivir. Si bien mi madre quiere que vaya a Santee, a vivir con ella, y Sandra dice que debería irme a California, y Shelly... -Quiere que vayas a Knoxville -la cortó Steve, en seco-. El lunes, yo mismo saldré a buscar casa. Podríamos unir fuerzas. Dos personas buscando una sola casa. Summer lo miró fijamente. Estaba muy cerca, con un brazo apoyado sobre el borde de la puerta abierta, y los dedos de la otra mano jugueteaban con los de ella. -Por casualidad, ¿estás pidiéndome que viva contigo? -le preguntó, tratando de emplear un tono ligero. Steve negó con la cabeza. -No.
-¿No? -Creí que estábamos de acuerdo en que esto era para siempre. -Sí, es verdad. -Bueno, entonces... lo que estoy pidiéndote es que te cases conmigo. Summer quedó atónita. No esperaba eso. -Pero... pero... -farfulló-. Hace sólo una semana que nos conocemos. -A veces, no hace falta más tiempo. Summer levantó la vista hacia él, observó la mandíbula prominente y dura, los labios finos, la nariz delgada, los ojos oscuros que una vez le habían parecido sin alma... pero ahora sabía que estaba equivocada. Y también sabía otra cosa: que Steve tenía razón. A veces, no hacía falta más que una semana. -Sí -dijo, y se puso de puntillas para abrazarle el cuello y posar sus labios sobre los de él. La besó hasta dejarla sin aliento, allí mismo, a plena luz del día veraniego, en el agitado estacionamiento del Holliday Inn de Murfreesboro. Capitulo 46
"Al fin, Dios nos da la paz." JOHN GREENLEAF WHITTIER
Deedee se sentía muy débil. Sabía que en cualquier momento llegaría la llamada... pero, ¿desde dónde la llamarían? ¿Al Cielo, o a esa nada en la que había existido antes? Había cumplido la misión que la ataba a la tierra: había arreglado las cosas de Steve. Pronto sería hora de partir. ¿De reunirse con Mitch? Si, en efecto, había comprendido cómo funcionaba el universo, suponía que debía de estar en su propia nada. Tenía que hacer algunas cosas antes de ser convocada, pero era difícil lograr que sus átomos la obedecieran. Ya no podía pensar en materializarse... no tenía fuerza suficiente. Sólo quería llegar a donde necesitaba ir.
Con un tremendo esfuerzo de voluntad, se concentró en la casa de su madre. Le llevó cierto tiempo -el tornado también era débil-, pero, al fin, llegó. Su madre estaba en la cocina, preparando la comida. Supuso que se trataría de la cena, porque afuera estaba oscureciendo. Por un momento, Deedee la contempló con cariño, viendo cómo cortaba un pollo para freírlo. Su madre ya tenía el cabello gris acerado, la cara arrugada. Estaba envejeciendo. La tía Dot estaba en la sala, mirando las noticias. El tablero Ouija estaba sobre la mesa de café, olvidado, por el momento. Deedee se concentró intensarnentc. Poco a poco, el señalador empezó a moverse, describiendo círculos azarosos sobre el tablero. Si bien le llevó unos minutos atraer la atención de la tía Dot, cuando lo logró, fue completa. -¡Sue! -gritó la inujer, con una fuerza capaz de despertar a un tronco, y se levantó de un salto. -¡Dios mío, Dot!, ¿qué pasa? La madre se acercó corriendo, limpiandose las manos en un gastado paño de cocina. Sin decir palabra, Dot le señaló el tablero Ouija. Por si acaso, Deedee hizo dar otra vuelta fantasiosa al indicador. -¡Oh, Dios mío, es Deedee, otra vez! ¡Siéntate aquí, Dot! ¡Deedee, chiquilla, háblame! De prisa, acercó un taburete, Dot se dejó caer en el sofá, y las dos se concentraron de lleno en el seòalador tembloroso. Los dedos gruesos y gastados de la madre también temblaban. -H-O-L-A-M-A -empezó. -¡Oh, Dios, es Deedee! -gimió la madre. -¡Cállate, Sue! ¿Qué trata de decir? -E-S-T'-A-N-O-C-H-E-V-E-N-A-C-A-V-A-R-M-I-T-U-M-B-A. -¡Que vayas a cavar su tumba! -chilló tía Dot. -¡Calla, Dot, calla! ¡Deedee, nena, te quiero! ¡Sigue! -H-A-Y-D-I-N-E-R-O-A-H-I-MU-C-H-O-D-I-N-E-R-O. -¿Dinero? ¿En tu tumba? -murmuró la madre. -N-O-S-E-L-O-D-I-GA-S-A-N-A-D-I-E-E-S-P-A-R-A-T-I. -¿Qué esta diciendo?
-¡Que no lo cuentes! ¡Ahora, cállate! -M-I-T-C-H-L-O-E-S-C-O-N-D-I-O-A-H-I-E-S-PA-R-A-T-I. -¿Mitch lo escondió? -¿Cállate, Dot! Deedee, tú no te suicidaste, ¿no es cierto? Nena, yo sabía. ¡Siempre lo supe! -M-I-T-C-H-M-E-M-A-T-O. -¡Lo sabía! ¡Lo sabía! -gritó la madre-. ¿Acaso no te he dicho siempre que Mitch lo hizo? -E-L-D-I-N-E-R-O-N-O-E-S-D-E-N-A-D-I-E-Q-U-E-D-A-T-E-C-O-N-E-L. -¿Dónde estás? ¿Estás en el Cielo? ¿Estás con los ángeles del Señor, nena mía? -¡No llores, Sue! -Q-U-E-D-A-T-E-C-O-N-E-L-D-I-N-E-R-O-E-S-U-N-R-E--A-L-OQ-U-E-T-E-H-A-G-O-Y-O. -¿Estás con los ángeles, Deedee? -¡Deja los dedos en el señalador, Sue! -E-S-T-O-Y-BI-E-N-G-U-A-R-D-A-D-A-E-L-D-I-N-E-R-O-T-E-Q-U-I-E... -¡El señalador se mueve con rnás lentitud! -¡Deedee, no te vayas! Deedec sintió que se debilitaba. Por pura fuerza de voluntad, terminó: -R-O... Y entonces, fue absorbida hacia el crepúsculo que oscurecía. Esta vez, sin la menor voluntad de su parte, sino que el torbellino la escupió, apareció sobre un escenario iluminado por luces cegadoras. Las cámaras de televisión se agolpaban a los costados, y esta-ban montándolas sobre plataformas, entre los lugares donde estaría el público. La multitud, palmoteando desde sus asientos de terciopelo sintético, era como una burbuja ansiosa, sin rostro. Un hombre salió al escenario, y estrechó la mano de otro que acababa de terminar de cantar y tocar la guitarra. Cuando salió el guitarrista. Deedee lo reconoció: era Jerry Wood. una estrella country en ascenso. Un cartel con letras de neón de un rosado fosforescente sobre la cortina de terciopelo marrón le aclaró dónde estaba. Decía: NASHVILLE LIVE. Deedee supo que estaba a punto de presenciar el debut de Hallie Ketchum corno cantante, ante un público nacional, a través de la televisión. De inmediato, convocó a sus
átomos. Si pudiera reunir la fuerza que había tenido antes, ayudaría a Hallie. ¿Dónde estaría Hallie? En alguna parte de los sectores laterales, seguramente. Deedee la buscó, pero no la encontró por ningún lado. Podría ser que estuviera en el cuarto de vestir... Encontró a Hallie allí, echada sobre el tocador, con el rostro apoyado en medio de un mar de frascos de cosméticos, pinceles y bolas de algodón. Tenía rizadores eléctricos en el pelo rubio. Estaba muerta. Con una profunda e inmediata certeza, supo que el alma había abandonado el cuerpo unos momentos antes. Dos líneas de polvo blanco y una nava de afeitar sobre la tapa de vidrio de la mesa le explicaron la historia. Asustada ante la pers pectiva de cantar ante una audiencia en vivo, y sabiendo que no estaba hecha de la materia de las estrellas, Hallie había recurrido a las drogas para darse coraje. Y. en cambio, se había provocado la muerte. En ese preciso momento, Deedee lo sintió... era un tirón invisible que la arrastraba de regreso. Se oyó un golpe en la puerta. -Tres minutos, señorita Ketchum. El tirón fue más fuerte. Deedee se resistió, contemplando el cuerpo inerte. ¿Habría algo que pudiera hacer? De pronto, vio la luz. No se parecía a nada que hubiese visto hasta entonces, era un haz de luz blanca, pura, que irradiaba calor y la atraía hacia ella. Resplandecía a través del techo, reparadora, beatífica, y le prometía una eternidad de dicha. La escalera al Cielo. Lo había logrado. Deedee miró otra vez el cuerpo yacente de Hallie Ketchum, y de pronto entendió por qué se le presentaba una elección: el Paraíso, o Nashville. Vaciló. Miró la luz. La atraía como un imán. -Un minuto, señorita Ketchum.
Con la misma prontitud, Deedee supo que no podía irse. El único paraíso que deseaba estaba allí. Un cielo de fantasía para un ángel de fantasía. Deedee sintió el cosquilleo, y tuvo la súbita sensación de que sus átomos se disolvían. Entones, de repente se encontró dentro del cuerpo de Hallie Ketchum, probando el tamaño, por así decir, levantando la cabeza y contemplando con interés aquel rostro desconocido, que ahora era el suyo. "No está mal", pensó, y con dedos asombrosamente firmes, empezó a quitarse los rizadores. Capitulo 47 Era sábado por la noche. Hallie Ketchum estaba sobre el esce-nario de Nashville Live, embelesando al público con la potente versión de su mayor éxito: "Agony". Entretanto, en un cementerio de campo, no lejos de allí, dos mujeres ancianas, una de las cuales se enjugaba las lágrimas de vez en cuando, estaban arrodilladas junto a una tumba. Ataviadas con ropa de gimnasia negra, pañuelos también negros en la cabeza, removían el césped y parte cíe la tierra con herramientas de jardín, echán-dolos a un costado. Por fin, una azada puso al descubierto una pequeña bolsa plástica de basura, pegada con cinta adhesiva. Las mujeres se miraron, y la sacaron de la tierra. Una de ellas la desgarró con manos trémulas y miró dentro. -¡Dot, tal como dijo Deedee! ¡Aquí hay dinero! -¡No levantes la voz, Sue! ¡Y sigue cavando! Una hora después, habían desenterrado un pequeño montón de bolsas idénticas. y se afanaban por volver a acomodar el césped sobre la sepultura. -¡Dot, aquí debe de haber millones! -dijo una, con voz temblorosa y maravillada. -¡Shh! ¡No se lo digas a nadie! -¿Podremos conservarlo? -Deedee dijo que sí. Deedee dijo que era para nosotras... Las dos mujeres se miraron, y asintieron al mismo tiempo. Entonces, comenzaron a trasladar el botín al viejo Plymouth aparcado en el prado oscuro, no muy lejos de la sepultura.
En otro camino de Nashville, Steve conducía en medio de la oscuridad, hacia la casa que en otra época compartió con su ex esposa. Las cosas estaban resolviéndose. Había un pequeño embrollo, pues el muchacho al que le habían sacado el Chevy'55, y que había terminado destrozado en mil pedazos, amenazaba con denunciarles. Además, estaba el conductor del furgón, que había quedado ensangrentado e incosciente, pero no muerto, en el estacionamiento de Harmon Brothers y que, al recuperarse, afirmaba que era inocente, que había pasado por casualidad, que no tenía la menor relación con el asunto, y vociferaba que presentaría acusaciones de agresión contra el que le había roto la nariz. Pero su hija estaba profundamente dormida en el asiento de atrás, acurrucada con su nueva mascota pequinesa que, por fortuna, también dormía. Junto a él, con la cabeza apoyada contra el respaldo del asiento, la cara vuelta hacia fuera, contemplando las estrellas que titilaban allá arriba, estaba el amor de su vida. Summer debió de sentir el peso de su mirada, porque volvió la cabeza y le sonrió. De pronto, Steve cobró aguda conciencia de estar rodeado por el resplandor tibio de la felicidad, y le pareció una emoción tan insólita que creyó poder sentirla, como el calor de una manta eléctrica. Sin proponérselo, pensó en Mitch. "¿Te habré conocido alguna vez, viejo amigo?", pensó. Luego, miró a su alrededor, vio a las dos personas que significaban todo para él, sintió el peso de la felicidad dentro del automóvil, y obtuvo la respuesta. Casi podía oír a Mitch diciendo: "Los ganadores se llevan todo, nena.".