Pizza Veloz 6c1e2e

PIZZAVELOZ José Luis Castilla García

© Pizzaveloz © José Luis Castilla García ISBN papel 978-84-686-1238-6 ISBN ebook 978-84-686-1239-3 Impreso en España Editado por Bubok Publishing S.L.

1 El timbrazo de uno de los teléfonos rasga el aire de la tienda como una especie de taladradora acústica. Trini se apresura a contestar. -Pizzaveloz buenas noches. Le atiende Trini ¿Qué desea? -Quisiera una pizza mediana cuatro quesos- suena la voz de un hombre joven, casi adolescente. -¿Para llevar a casa? -Sí. -¿En qué calle vive. Número...? -Jazmín, número 7, tercero "d". -¿Tercero "b"? ¿"B" de Barcelona? -No, no, no. "D" de dedo. Tercero "d". -¿Qué tipo de masa la pizza? ¿Normal, fina, pan? -Pfff... Yo que sé. No sé. La normal, la de toda la vida. En la voz del cliente se detecta cierta inseguridad. Una inseguridad quizá fruto de su excesiva juventud, o quizá por tratarse de alguien no muy acostumbrado a pedir pizza por teléfono o con algo de timidez. Trini no puede evitar el jugar con la imaginación y visualiza al interlocutor como un chico de alrededor de dieciocho o veinte años, delgado, de aspecto vulnerable. Siente de pronto cierta ternura hacia el cliente, pero sabe que debe de tardar el menor tiempo posible en atender la llamada, pues además ya ha sido amonestada en alguna ocasión por la jefa de tienda por tardar demasiado en atender las llamadas. "Tú tarda lo menos posible, guapa. Qué en un momento dado empiezan a sonar todos los teléfonos, hay un montón de pizzas por hacer y todas las manos son pocas". Le había dicho Macarena. "No te entretengas en empezar a contarle al cliente la vida, ni él a ti la suya, ni cosas

que no vengan al caso. Tú rápido, tratando siempre al cliente con mucha educación pero rápido. Le dices lo imprescindible para hacer el pedido y fuera, a otra cosa mariposa” y con la palma de la mano hacia arriba movía ligeramente los dedos. “No te enrolles que esto no es un consultorio telefónico de videncia o tarot como el de Aramís Fuster. Aquí tardar mucho no interesa, lo contrario ¿eh?". Sacudida por el recuerdo de la advertencia la voz de Trini se vuelve un poco más estentórea y habla más rápido -¿alguna otra cosa? ¿algún helado, debida...?- con un no se qué robótico o de contestador automático. -No. -Hay una oferta de una caja de trufas gratis con la mediana. ¿La quiere? -¿Gratis?... Bueno vale. Trini como es nueva no tiene todavía mucha experiencia en el manejo del programa informático para meter los datos del pedido. Los va introduciendo con cierta inseguridad y al seleccionar la oferta se equivoca. Aparece en la pantalla un mensaje que ordena machaconamente “seleccione bebidas”. Trini se pone un poco nerviosa -¿pero qué “seleccione bebidas” ni qué “seleccione bebidas”? si el cliente lo que quiere es una caja de trufas- dijo entre dientes. Todavía tenía al cliente al otro lado del teléfono y enseguida se disculpó -perdone-. -No pasa nada- contestó aquel chico con voz tranquila. Mientras, en la mesa de elaboración Mónica, Lola y Jaime hacen pizzas. Van echando los ingredientes y en sus gestos y en sus caras se refleja ya el cansancio. -Estoy hasta el coño- dice Lola. -¡Qué barbaridad! Las doce menos veinte un lunes y la gente sigue

llamando- mientras habla al mismo tiempo coloca trozos de beicon con un poco de rabia sobre la enorme masa circular cubierta de salsa de tomate y queso granulado. Mónica la mira. -¿Las doce menos veinte? Si son casi en punto. Jaime se acerca más hacia donde están ellas para coger rodajas de peperoni y dice sin mirarlas: -A la gente se la ha olvidado ya cocinar, que es lo que pasa. -De verdad. Ya no saben ni hacerse un bocadillo-. Sentenció Mónica que metía una bandeja de papel de aluminio con alitas de pollo en el horno, en la boca de entrada -como las marujas son una especie en extinción en las casas ya no hay nadie que quiera cocinar. El ama de casa tradicional ya no existe, ha desaparecido. -Ahora es cuando la gente se va a enterar de lo importantes que eran y de lo que valían- apostilló Lola que parecía estar hablando con la pizza que estaba haciendo -todo lo de la dieta mediterránea, que era más sana, se va con ellas. -Bueno, que era más sana y más barata, no te jode, que los guisos hechos en casa salen mucho más baratos que la comida precocinada y no digamos pedida por teléfono... donde vas a parar, pues anda que no se ahorra guisando en casa- continuó Mónica un poco emocionada en su afirmación. -Pero lo que hay es lo que hay, la gente ya no cocina- remachó Lola y espolvoreó queso granulado sobre la pizza que había hecho. Inclinó un poco la cabeza a un lado, viendo la lluvia de pequeños trocitos -ni siquiera con la crisis. En el otro lado del horno, en el de salida, está Macarena con la pala en mano, sacando las pizzas y demás complementos ya hechos y preparando los

pedidos, como es fina de oído oye las conversaciones aunque esté el horno con su ronroneo constante de por medio, y como jefa de tienda siempre tiene que estar al loro de lo que se comenta. Su cerebro repite como un eco “la crisis, la crisis…esta crisis que trajo este año, el 2008 ¡quién lo iba a decir!”, y recuerda como hacía tan sólo unos meses el nivel de ventas era mucho mayor. No terminó de quedar conforme con lo que habían dicho los otros, y levantando un poco la voz para que la oyeran comenta -hombre... pero pedir una pizzita de vez en cuando, una vez por semana... tampoco pasa nada, nadie se ha muerto, además si en una casa trabaja el marido y también la mujer ¿Quién hace la comida? ¿el espíritu santo? Se lo planificarán como puedan, pero de vez en cuando tendrán que tirar del teléfono. -¡Y vaya que si tiran!- exclamó Jaime mirando con una sonrisa de complicidad a Lola y a Mónica. Macarena replicó -vosotros lo que queréis es no trabajar, que es lo que os pasa. Como los de arriba decidan cerrar esta tienda ya veréis… ya…-. Lola intervino -si yo creo que no ha variado mucho la cantidad de ventas-. Macarena la miró bruscamente y se alteró un poco -¿que no? ¡un montón!- dijo frunciendo el ceño, y realizó un despliegue de movimientos enérgicos sacando una pizza del horno con la pala y armando una caja de cartón para meterla dentro. La excesiva energía de los movimientos expresaba una disconformidad o contrariedad por lo que había dicho Lola, pero al mismo tiempo se demostraba una destreza, una agilidad forzada por la costumbre. -Yo creo que lo que pasa es que antes llamaba mucho la gente normal, de clase obrera, y ahora como tienen menos dinero ya no llaman, pero ahora llaman

los pijos que antes no llamaban porque consideraban que esto era demasiado poco para ellos. Pero al tener menos dinero también ellos empiezan a recurrir a cosas como éstas- explicó Jaime, y al decir “cosas como éstas” hizo unos gestos con las manos señalando de forma desdeñosa las pizzas que estaban haciendo, como mostrándoselas a alguien imaginario que también opinara de ellas con ese mismo menosprecio. Macarena se alteró un poco más todavía -¡venga, venga! Tú no te pases de listo. Las ventas han bajado porque han bajado, y ya está. Y poneos a hacer pizzas ya, y a echar ingrediente, ya está bien de cháchara-. Jaime se calló y empezó a aparentar interés en la pizza que estaba haciendo, luego dijo sonriendo en voz baja a Lola que tenía al lado y casi sin mover la cabeza -ésta es peor que Hitler-. Lola susurró -sssshhh… calla que te oye-. Trini termina de atender el pedido -Son 9.45 euros. -Vale. -¿Con qué va a pagar por si el repartidor debe llevar cambio? -Pagaré justo. Tengo suelto. Después de la cascada de preguntas y la dificultosa introducción de datos se dirige a la mesa de elaboración para seguir haciendo pizzas junto a sus tres compañeros. Todavía pensaba en el cliente "parecía un chico majo". Aunque en el instante siguiente Trini, que era tan joven o puede que incluso más que ese chico, tuvo que itir con la perplejidad amarga de las personas que llevan poco tiempo viviendo en este mundo, pero que empiezan a comprender como funciona, que no todos los clientes que había atendido lo eran. “En alguna ocasión te puedes encontrar con el típico chulito que va de

gracioso y que encima de todo quiere quedar siempre de listo…o con la típica enterada que también quiere quedar siempre de lista”. Pero en un esfuerzo por ser optimista termina concluyendo con que a pesar de todo la mayoría de la gente es agradable. Se permitió el lujo de imaginar que si ella fuera repartidor iría con una moto a entregarle el pedido al cliente que acababa de atender y podría aprovechar para ver como era, ver su cara por curiosidad. En este sentido por un momento sintió un punto de envidia hacia los repartidores. Al venir Macarena le grita para superar el obstáculo del horno. -¿Qué ha salido? -Una mediana cuatro quesos. -Yo digo la calle. -Un Jazmín. -¡Huuuu! ¡Cómo se va a poner Sergio cuando venga! ¡Menudo es! Sergio es un repartidor. Uno de los chicos que llevan las pizzas a los domicilios en moto. -¿Por qué?- dijo Trini con la ingenuidad característica de las personas que llevan poco tiempo trabajando en un sitio. Se acercó un poco adonde estaba Macarena casi con reverencia o timidez. -Porque eso está en el quinto coño, donde Cristo perdió el mechero, hija, y va a tardar en volver y luego tiene que hacer algunas cosas que hacen los repartidores cuando se echa el cierre como limpiar las mesas del local. Pero es que se pueden coger pedidos hasta las doce- respondió Macarena y quedó un momento pensativa. -Bueno, le diré que yo le hago el cierre de repartidor para que no pierda tanto tiempo, que se le va a hacer...- continuó diciendo, como hablando para ella misma, mientras sostenía la pala en una mano y con la otra apoyada en la cadera

miraba al suelo con gesto de desánimo. Macarena tenía algo de madre, de madre que de vez en cuando regaña cariñosamente o con firmeza y regatea para que las cosas no se descarríen demasiado. Desde su expresión confiada en sus propias decisiones, desde una posición privilegiada que sólo da la experiencia, replicaba cuando hacía falta a pizzeras y repartidores como si se trataran de hijos remolones. Bruscamente salió de su ensimismamiento y orientó la cabeza y la mirada al fondo de la estancia, donde estaba la mesa de elaboración, y gritó en general, para que lo escucharan los cuatro: -Echar menos y más repartido el ingrediente que esto parecen tartas. Que además estamos gastando muchísimo ingrediente. Parecéis nuevos, joder-. Se dio una palmada en el muslo para enfatizar su sentencia. Macarena cuando se alteraba un poco solía darse una palmada en el muslo que retumbaba en toda la tienda. -Sobre todo menos beicon y menos ternera- volvió a vociferar, esta vez alargando la duración de las palabras, como diciéndolo un poco a cámara lenta, para así asegurarse de que iba a ser mejor entendida. -Que no lo tenga que repetir más veces ¿eh?- avisó por último. La que era la jefa de la tienda tenía una voz potente, una voz de soprano. Trini pensó que esto era una ventaja, ya que la verdad era que eso facilitaba la comunicación dentro de la tienda por lo que ella había visto. -Es que no puede ser lo que estamos gastando- dijo en voz baja ahora hablando otra vez para sí y perdiendo la mirada en el vacío mientras movía la cabeza ligeramente en gesto de negación. Repentinamente miró a Trini que todavía estaba cerca de ella y su expresión cambió tomando o de nuevo con la realidad inmediata. Resueltamente, con desenvoltura de regenta, le dijo Bueno anda, no te quedes ahí parada, ponte a hacer

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pizzas que no se hacen solas- haciendo el consabido gesto con la palma de la mano hacia arriba y moviendo los dedos, el gesto que siempre hacía cuando quería que la gente se espabilara. Trini se volvió para dirigirse a la mesa de elaboración y iró esa seguridad en sí misma que demostraba Macarena y que tenían característicamente las personas mayores, esa seguridad que deseaba para ella misma como el más valioso tesoro. “Las personas mayores… ¿las personas mayores? ¿he dicho las personas mayores?”. Se avergonzó de pensar todavía en términos infantiles, como si todavía fuera una niña. Pero Trini era demasiado joven, demasiado recién salida de la adolescencia. Le vino a la memoria lo que algunas veces le decía su abuela: "el diablo no es sabio por listo sino por viejo". Macarena aún le dijo: -Y tú abreviando con el teléfono, ya sabes, abreviando. -Sí- contestó Trini con docilidad mientras se alejaba. Efectivamente, aunque Macarena no era una mujer muy mayor, tan solo de mediana edad, había en la jefa de tienda una cierta expresión de sabiduría ancestral, de conocimiento que no se aprende en los libros de texto, sino con el transcurso de la vida. Eso era por lo menos lo que le parecía a Trini, una estudiante de primer año de carrera que decidió complementar su actividad con un trabajo a tiempo parcial. Esta era la primera vez que trabajaba. Trini sentía que a veces su excesiva juventud le pesaba como una losa. Al igual que le pasaba con los profesores del instituto o de la facultad tampoco podía evitar ahora el percibir a Macarena como revestida de esa madurez envidiable. De todas formas Macarena era la persona de mayor edad y con más antigüedad en la empresa que había

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en la tienda. Los otros tres bromeaban al acercarse Trini. Habían oído lo último que dijo Macarena. -No, si tú serías una mina de oro en una línea de videncia o tarot. -Tú piénsatelo, hija, que lo mismo tendrías mucho futuro es eso. Trini se tensó -muy graciosos, ja ja ja. Será que he tardado mucho ahora- aunque luego bajando la mirada continuó diciendo con una expresión más contrita bueno, en el ordenador me equivoqué con la oferta, pero luego di con la que era, a parte de eso…- sintió una punzada mezcla de rabia y vergüenza por reconocer la propia incompetencia. Pero pensó que quizá la actitud más digna de todas es reconocer los propios errores. De todas formas prefería que pensaran que si había tardado era por no encontrar la oferta en el ordenador que por hablar más de la cuenta con el cliente. Dejaron tranquila a Trini y hubo un silencio motivado por la necesaria concentración en el trabajo. Siguieron echando ingrediente a las pizzas, cabizbajos, como en un extraño abatimiento. Trini observaba la rapidez y la destreza con que los otros iban colocando las rodajas y los pequeños trozos cuadrados y rectangulares y demás condimentos sobre las pizzas. Los dedos volaban sobre las superficies circulares cubiertas de salsa de tomate y queso y hacia los boles ya medio vacíos, y con movimientos ágiles y seguros las lonchas de beicon, jamón de York, láminas de champiñón y resto de ingredientes iban ocupando la posición ideal y perfecta. Las pizzas quedaban completadas y listas para meter en el horno en un momento y ofreciendo un aspecto bonito, "de anuncio" pensó Trini. Los comparó

con la forma de hacer de ella. Sus movimientos al lado de los de sus compañeros resultaban torpes, ineficientes. Eran crispados y tardaba mucho más en hacer las pizzas que no quedaban tan bien, ya que los ingredientes terminaban en posiciones más irregulares. El resultado de la comparación la azoró. Se puso nerviosa al pensar en que evidentemente los otros notaban su peor hacer, y este nerviosismo acentuó, si cabía, más todavía la crispación y desorganización de sus movimientos. Y el que se hubiera equivocado al seleccionar la oferta en el ordenador tampoco ayudaba. Mónica notó lo que le pasaba a Trini. -Con el tiempo ya cogerás manejillo de echar ingrediente y para lo demás. Eso nos ha pasado a todos. Al principio al hacer las pizzas vas muy lenta y distribuyes mal los ingredientes, luego con el tiempo te vas soltando en esto y en todo. Trini se sintió reconfortada. Evidentemente alguien que está empezando a desempeñar un trabajo no puede saber hacerlo todo bien desde el principio, pero las personas con tendencia a sentirse inseguras como Trini no pueden evitar el verlo todo negro en un momento dado. Jaime que también parecía dispuesto a apoyarla la miró esbozando media sonrisa y ladeando ligeramente la cabeza señaló a Mónica bueno... ésta al principio dos horas para hacer una pizza, si la hubieras visto... La aludida le dio una patada en la pierna -¡cállate ya! El petardo éste... Tenías que haberlo visto a él. Los clientes se podían morir de hambre esperando-. Jaime hizo un gesto cómico llevándose las manos a la pierna atacada y exagerando el dolor. Suena el rugido del motor de una de las motos. Las farolas de la calle iluminan la noche cerrada y a través

de los cristales del escaparate se ve a Sergio aparcando la moto y quitándose el casco. Entra por la puerta de los repartidores. En ese momento le parece a Trini como si un soplo de aire varonil y masculino hubiera entrado en la estancia, pues aunque evidentemente Jaime era un hombre, sin embargo los repartidores, los "moteros" como los llamaban bromeando, tenían un algo especial más varonil. Quizá por su oficio que siempre estaba más vinculado a los hombres, aunque le comentaron que había habido mujeres repartidoras, sin embargo había que itir que eran raros estos casos. Sergio además era más robusto que Jaime, sus hombros eran más anchos y bien redondeados. La verdad es que Jaime, sin estar mal constituido, al lado de Sergio parecía un alfeñique. Con cierto aplomo dejó el casco en un rincón y se puso la gorra, se acercó andando con las piernas algo separadas a la mesa de elaboración con esas maneras tan distintivas de hombre, cogió de un bol una rodaja de peperoni y se la comió. En el momento en que cogía la rodaja y se la llevaba a la boca tenía algo de niño. A Trini le hizo gracia. -Tienes que llevarte un Jazmín- le dijo Macarena con cara seria pero serena. -¡Un Jazmín! ¡Un Jazmín ahora! ¡Joder...! Tú estás loca. ¿Tú sabes lo que voy a tardar?-. Contestó Sergio mientras terminaba de mascar la rodaja de peperoni. Como vaticinó Macarena, que como experimentada matriarca rara vez se equivocaba, éste se puso hecho un basilisco. -¿Quién ha cogido el Jazmín?- preguntó impaciente y a Trini le dio un sobresalto pues evidentemente había sido ella. Se quedó paralizada y callada. -Tío no te quejes que te voy a hacer tu cierre de repartidor. Te lo hago y así no pierdes tanto tiempo

¿vale?- dijo Macarena calmándolo. Sergio quedó un momento callado, en apariencia conforme, pero aún volvió a preguntar -¿Quién ha cogido el Jazmín?-. Trini se escuchó a sí misma diciendo -yo. -¡Tú! ¡Qué cabrona!- dijo entre enfadado, asombrado y divertido. Trini con todo su aspecto frágil y modoso de chica tímida era la que había cometido el delito. ¡Claro! Era nueva, y como novata había cometido el error que no se debe cometer. Sergio se acercó a la chica, su cabeza se aproximó a la de ella. Mira no cojas un domicilio para una calle que esté muy lejos unos segundos antes de que den las doce que se tarda mucho en ir allí y luego encima hay que venir aquí a hacer el cierre: barrer el local, cambiar las bolsas de basura y toda la pesca- en la voz de Sergio se detectaba un retintín, un afectado tono de paciencia -y yo además me tengo que levantar a las siete de la mañana porque trabajo en una mensajería por la mañana-. Sergio seguía tenso. Trini se sintió intimidada, no se atrevía a mirar a Sergio a la cara ni a decir nada. Mónica, salvadora, intervino defendiéndola -oye, pues habérselo dicho tú antes. -¿Y vosotras es que no tenéis boca para decírselo?- dijo Sergio volviéndose hacia Mónica bruscamente. -Bueno ya está bien, te he dicho que te voy a hacer el cierre y ya está- sonó contundente la voz de Macarena, la voz del indiscutible matriarcado que sabe cuando en un momento dado el castaño pasa a oscuro. -Quéjate encima, tío. Trini en su corta trayectoria vital de chica casi adolescente aprende que las cosas no tienen límites completamente exactos y precisos, que las cosas no son completamente blancas o completamente negras como en los libros de matemáticas, sino que iten

cierta flexibilidad: hay que coger pedidos hasta las doce, pero si son casi y la calle adonde hay que llevarlo está muy lejos hay que tener cuidado porque el repartidor se puede mosquear, y puede traer más cuenta soltar un "lo siento, pero ya no se cogen pedidos para llevar a domicilio". Sergio mira hacia el suelo, se calma, habla otra vez a Trini, su tono de voz es más bajo y suave ahora, parece intentar disculparse o reconciliarse con ella arrepentido de su dureza anterior -es que no veas la mierda motos que tenemos, son más lentas que el caballo del malo, son auténticas cafeteras andantes, dos horas para ir a cualquier sitio- y haciendo un chiste intenta definitivamente rebajar la tensión creada echas un poco de café en el depósito y te sale un café delicioso- dijo acercándose una mano a la boca y uniendo la punta de los dedos en gesto de aprobación culinaria. Consiguió hacer sonreír a Trini. Se acercó Jaime quizá un poco celoso del éxito del chiste de Sergio -¡qué dices!- y dirigiéndose a Trini con gesto de mofa dijo -lo que pasa es que éste es lento como él solo. El que es más lento que el caballo del malo es él, no la moto. Que le echa la culpa a la moto, que es otra cosa. -¡Qué dices, chaval! Yo soy el repartidor mejor de toda la tienda- replicó Sergio casi enfadado, aunque la cosa iba de broma. Se apoyó con un codo en la mesa donde se estiran las masas y adoptando un aire fanfarrón dijo mirando a Trini -yo soy el repartidor más rápido al oeste del Manzanares-. Y cual cowboy motero se ajustó un poco la gorra tomándola por la visera. Trini no pudo evitar el volver a sonreír. -Tengo los mejores tiempos de reparto de toda la tienda, mejores que los de Alberto o el Gringo-. Alberto y el Gringo eran dos repartidores que también trabajaban

en la tienda. Al Gringo lo llamaban así porque era muy rubio y con los ojos azules, pareciendo de un país nórdico, aunque realmente era de Vallecas. Alberto en cambio era sudamericano, peruano, como él mismo le dijo en una ocasión a Trini, su pelo era negrísimo y liso, sus ojos igualmente oscuros y con esa expresión oblicua siempre presente en los descendientes de los incas, el color de su piel era también bastante moreno. Contrastaba con el Gringo, no sólo en el aspecto físico, uno muy rubio y el otro muy moreno, sino también en su personalidad: el Gringo era de carácter alegre y extravertido, parecido al de Sergio, con un aspecto total de macho confiado, en cambio Alberto era un peruano serio e introvertido, de actitud prudente, quizá con esa prudencia que acompaña a las personas que están trabajando en un país que no es el suyo, pero que a pesar de todo conservaba cierta suavidad de formas típica de los sudamericanos. -Tienes los mejores tiempos esta semana, la semana pasada los tuvo el Gringo y la anterior Albertoreplicó Jaime desafiante. -¿Y tú que sabes? Si tú no eres repartidor. Si eres un pizzero jodido por el culo. Qué sabrás tú quien es el mejor repartidor-. Todo el mundo pensó que esto estaba dentro del tipo de respuesta esperable de Sergio. Sergio, el Gringo y Alberto no eran los únicos repartidores de la tienda, también estaba César, pero al ser más lento que los otros ni siquiera fue digno de ser mencionado en la discusión. César estaba estudiando periodismo. Mónica que hasta el momento se había mantenido al margen de la conversación entre los dos chicos, pero que se veía que había estado escuchando con interés, intervino impaciente queriendo advertir a

Sergio -sí, vosotros correr mucho con la moto para ver quien se lleva el primer puesto en los tiempos de reparto y veréis el castañazo que os termináis dando. Lola le dio la razón -¿para qué queréis correr tanto? Para veros luego así- e hizo un gesto levantando los dos brazos a la altura de la cabeza y echando un poco la espalda hacia atrás queriendo imitar la postura de un hospitalizado en una cama con múltiples fracturas en casi todos los huesos -lo primero es ser prudentes. Más listo es César que no corre-. Trini recuerda que cada lunes se saca un listado con el promedio de tiempo que tarda cada repartidor en realizar los pedidos. Al salir, cuando se llevan un pedido, introducen un código en un teclado y al volver lo vuelven a introducir. El tiempo transcurrido queda almacenado como dato en un ordenador. "Claro, como hoy en día está todo informatizado", piensa Trini y no se le escapó el interés de la empresa por controlar la rapidez con que los repartidores hacían su trabajo. "Como todas las empresas. Todas las empresas quieren controlar a sus empleados. Eso de toda la vida" recuerda que dijo alguien una vez, alguien que sabía ya de la vida. La voz de Macarena los devolvió otra vez al mundo de la eficiencia laboral, aunque ya no había mucho trabajo por hacer -¡Vamos, Sergio! Llévate ya el pedido, que ya está preparado-. Sergio en un vuelo cogió la bolsa térmica y se puso el casco. Antes de que saliera por la puerta de reparto Macarena se sintió obligada a realizar un comentario sobre la polémica de los tiempos de reparto como máxima responsable de la tienda que era. Sin mirar a nadie en especial dijo en voz alta -oye, la lista de los tiempos de reparto se saca para que sepáis un poco como vais, pero yo tampoco quiero que vayáis como locos-. Se la veía un poco

atrapada entre aspectos éticos (no sacar la lista de los tiempos para no fomentar de forma peligrosa la rivalidad entre los repartidores por ocupar el primer puesto) y de beneficio empresarial (hacerlo y aprovecharse de esto para prestar un mejor servicio al cliente en forma de mayor rapidez). Se intentó justificar de alguna forma -además todas las tiendas de la cadena sacan una lista, no voy a ser yo la única que no la saque-. -Mal de muchos...- dijo Mónica haciendo alusión al famoso dicho. -Bueno, no me toquéis las narices ¿eh?- soltó Macarena con un bufido. Cuando quería poner punto y final a una conversación lo ponía, vaya que si lo ponía. Se oyó el rugir de la moto de Sergio. Lola se acercó a Trini y le comentó en voz confidencial -¿por qué son así los hombres? Dispuestos a matarse por intentar quedar unos por encima de los otros, por destacar-. Trini piensa que quizá sea cierto. Entre los hombres con mucha facilidad se establece una rivalidad. Luchan por demostrar que son más fuertes, o más listos, o más rápidos, o más graciosos o ingeniosos que los demás, sobre todo cuando están en presencia de del sexo opuesto. No pudiendo evitar la influencia académica de colegiala que todavía no se ha despegado de ella recuerda que en el libro de Ciencias Naturales que tuvo no hace mucho se describían las luchas que típicamente se dan entre los machos en diversas especies animales de mamíferos en época de celo compitiendo por demostrar su supremacía. Una supremacía que les permitiría copular con el mayor número posible de hembras. "Total, que somos como animales" concluye. "Con la corteza cerebral algo más desarrollada, pero como animales. No hay mucha diferencia, al fin y al cabo

somos mamíferos. Como en el reino animal en la especie humana esta actitud de dura competencia parece ser exclusiva del sexo masculino. Pero ¿sólo se da rivalidad entre los del sexo masculino? ¿y no se da también una rivalidad entre las mujeres por ser más bonita que las demás, por resultar más elegante que las demás, por haber conseguido un marido de más dinero, de más prestigio social y ser la envidia de las envidias? Tradicionalmente siempre ha sido así. Fulanita adelgaza y se regodea al lado de Sutanita que está más gorda. Menganita va a una fiesta y presume de las lujosas joyas o costosísimo abrigo de pieles que le ha podido comprar su marido o su novio. Quizá en el fondo también en el sexo femenino hay rivalidad, lo que cambia es sólo en que aspectos se da esa rivalidad, en que forma. Aunque la sociedad moderna ha cambiado mucho los roles tradicionales del hombre y la mujer es evidente que todavía quedan muchos vestigios de lo que siempre ha sido, y no sabemos si algún día se llegarán a eliminar totalmente los estilos de comportamiento ancestrales". Ya hay muy poco trabajo por hacer y Trini se puede permitir el lujo de quedar enfrascada en sus reflexiones sobre comportamiento social y sexual. La tienda está a punto de cerrar al público. Mientras, Jaime de pronto se da cuenta de que no sabe a que hora entra mañana porque no copió el horario. Entra en la minúscula oficinita que hay a medio camino entre la mesa de elaboración y donde están los teléfonos. Se dispone a buscar el horario. Empieza a husmear en el ligero desorden que reina en el sitio. Revuelve algunos papeles y carpetas mirando por todos lados. ¿Dónde está el horario?-. No lo encuentra. -¿Donde estará el puto horario?- murmura ya con un poquitín de

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cabreo. Se oye un tintineo metálico -¿Qué será eso?-. Sigue buscando.-¡Ha! Aquí está-. La oficinita dispone, como todas las de la cadena, de un cristal unidireccional. Con la luz apagada se ve perfectamente el local: el mostrador, la caja y todas las mesas y sillas donde la gente que viene se puede sentar a esperar para recoger su pedido o a tomar las pizzas, pero desde el local sólo se ve un espejo. – Entro a las ocho y media, vale-. Desvía la mirada del papel hacia el local a través del cristal unidireccional y allí hay algo que atrae su atención de una manera vital. Hay dos chicas que han venido juntas, son los últimos clientes que quedan esperando llevarse su pedido: dos pizzas familiares. No son para tomar en el local, sino que se las llevarán a casa. Aguardan de pie en el mostrador, al lado de la caja. Jaime las observa inmovilizado por su propia concentración. Una de ellas se arregla un poco el pelo mirándose en el cristal para ella espejo, distraídamente le dice algo a su acompañante, luego se fija en algo del mostrador; un servilletero con propaganda de colores chillones. La otra se mantiene inmóvil, erguida, hierática, con la mirada perdida. Jaime juzga. La envuelta en un aire hermético tiene unos senos preciosos. Se siente un poco espía, un poco voyeur. -¡Dios! Qué pechos tan bonitos tiene...-. Erguidos, voluptuosos. Su cara es de facciones proporcionadas y armoniosas y sus ojos son claros, amplios, hermosísimos, unos ojos enormes que atrapaban, que expresaban serenidad y al mismo tiempo un profundo misterio. Queda absorto contemplándola y la otra, de aspecto más anodino, queda como borrada de su campo visual. En un momento dado la cabeza de la bella esfinge gira ligeramente resaltando su cuello de cisne, un cuello que podría acariciarse, morderse con lujuria como si

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uno fuera un vampiro, y su mirada termina coincidiendo con la de Jaime. Paralizado, todavía con el papel del horario en la mano, Jaime siente en ese instante una sensación eléctrica. Pareciera como si ella lo estuviera mirando expresamente a él. Su mirada daba la impresión de tener una intensidad provocadora, un brillo de intencionalidad. Es un instante que se convierte en una eternidad. Pero no, obviamente lo que mira esa chica es un espejo, y nada más que un espejo, y si sus miradas han coincidido ha sido por casualidad. Ella vuelve a desviar otra vez sus amplios ojos y ahí acaba todo. Jaime deja el horario y sale de la oficinita sintiendo una absurda decepción. Al salir se cruza con Macarena que se dirige al local. Allí ésta empieza a barrer, y a limpiar sillas y mesas haciendo el cierre de Sergio y lleva unas bolsas de basura nuevas para poner. Tiene gesto de cierto fastidio -¡Qué barbaridad! ¡Qué guarra es la gente! Está esto que parece un vertedero de basura- dice quejándose en voz alta. Había un trozo de pizza pegado en el borde de una mesa. -Es que ensucian que parece que lo hacen adrede, oye, a mala idea para jorobar-. Jaime que era el que estaba más cerca de por allí responde asintiendo un poco desganado ¡ya te digo!- y recordó que la primera vez que tuvo que limpiar el local, hace unos meses, al despegar unos trozos de pizza medio comidos de una bandeja por poco le da una arcada. “Luego te acostumbras”. Se quedó en la zona de los teléfonos, cerca del local, ordenando o limpiando algo por ahí como una excusa para poder seguir echándole el ojo a la deslumbrante belleza, para poder estar más cerca de ella. Pero la mirada de ella no se posaba en la de él. Llegó Mónica para darles las pizzas a las dos chicas que permanecían en el local esperando y que parecían

impermeables a las quejas de Macarena y casi empujó a Jaime que no terminaba de quitarse de en medio. Las atendió con una amabilidad profesional y éstas se marchan con sus dos familiares con extra de peperoni. La que se retocaba el peinado llevaba las pizzas, dando una apariencia más práctica, más pragmática, y miró de soslayo a Macarena justo antes de salir por la puerta, la otra imperturbable siguió envuelta en su enigmática y seductora expresión, como un cisne indiferente e hipnotizado. Jaime le dedicó un callado adiós. Mónica volvió para ayudar a Lola y a Trini que estaban sacando los ingredientes de los boles y guardándolos en la cámara frigorífica. Se guardaban allí para volver a sacarlos al día siguiente. -Tú, pasmado. Anda, vete a ayudar a las otras a guardar ingrediente- le dijo Macarena a Jaime. Este junto con el cierre del repartidor eran los últimos rituales de la actividad en la tienda. La matriarca mientras se afanaba haciendo el cierre de Sergio murmuraba acordándose de sus protestas -y encima que se queje el tío, y encima que se queje-. Como se suele decir: cuando se habla de alguien que no está presente se lo invoca. Así se oyó de nuevo el rugir de la moto de Sergio y en un instante éste entró raudo por la puerta de repartidores, y muy ufano dijo -voy al garaje a guardar la moto-. Contento de no tener que hacer su cierre se veía ya en su casa descansando. Con la energía que da el optimismo entró en la oficinita para coger la llave del garaje. Justo al entrar se lo veía desde la posición del local en la que estaba Macarena limpiando, que lo miró de reojo un poco revenida. Sergio una vez dentro empezó a buscar y rebuscar en la pequeña jungla de papeles y otros objetos que suele haber desperdigados por allí. -¿Donde está la llave del

garaje?- Al finalizar su jornada cada repartidor debe guardar su moto en el garaje. Es obligatorio, no se pueden dejar toda la noche aparcadas fuera, en la calle. -¿Donde está la mierda de la llave?-. Una de las cosas más infalibles que suelen ocurrir en la tienda es que el que entra en la oficinita siempre se exaspera un poco buscando algo que no aparece. No falla. -¡Dios! Y ahora donde coño está la llave-. Una vez César, el que está estudiando periodismo, dijo que la oficinita era como el Triángulo de las Bermudas. Las cosas parecía que se volatilizaban, que se desmaterializaban. Sergio sale de la oficinita con cierto cabreo y le grita a Macarena que donde está la llave del garaje que no la encuentra. Macarena que está terminando de hacer lo del local se queda un rato mirándolo -Tiene que estar en la oficina. La llave del garaje la tenéis que dejar en la oficina- . Sergio vuelve a entrar. Vuelve a revolver aquí y allí cada vez con un mayor grado de cabreo. No la encuentra y se oye alguna que otra maldición. Macarena interrumpe bruscamente lo que estaba haciendo y va derecha a la oficinita para ver si la puede encontrar. Están los dos buscando desesperados y la llave sigue sin aparecer. La llave del garaje la tenéis que poner encima de la mesa, al lado del ordenador ¡Claro! Como ponéis las cosas donde os sale de los cojones luego pasa lo que pasa, que no la encuentra ni Dios- y al terminar la frase Macarena se dio su característica palmada en el muslo que resonó en la oficinita y casi en la tienda entera, si no lo hiciera no sería ella, sería otra persona. Sergio se impacientaba y se quería ir ya -no me voy a quedar aquí toda la noche buscando la puta llave del garaje. Aparco la moto en la calle y que os den-. -Ni se te ocurra. Eso no se puede hacer- le advierte Macarena. Pizzaveloz es una empresa muy grande, es

una cadena con muchas tiendas que tiene una serie de reglas y normas que hay que cumplir. De pronto la voz de Sergio parece más calmada -se la habrá llevado el melón del Gringo. La habrá metido en la riñonera y luego se le habrá olvidado sacarla. Como si lo estuviera viendo. Si ya hemos tenido movidas de estas...- y miró a Macarena e hizo un gesto con la mano y la expresión como diciendo "que te voy a contar que tú no sepas ya a estas alturas". El Grinfo fue el último repartidor en salir y era posible que se la hubiera llevado en un descuido. -Llámalo, que venga y meta la moto, por cabrito, así aprenderá, yo me voy-. Macarena piensa un instante, en una fracción de segundo de inmovilidad -no porque yo he visto la llave cuando él ya se había ido. La vi aquí- señala con cierto desden un lugar encima de la mesa -pero luego yo no sé que hacéis que...-. Pero la jefa de tienda, que por algo es jefa, es previsora: existe una copia de esa llave. -Dame la copia- dice Sergio intentando poner una voz lo más neutra y natural posible, intentando reproducir la voz del sentido común, el acento del que dice algo que proviene directamente del pensamiento lógico, el gesto de quien es apoyado ineludiblemente por la razón. Intenta resultar lo más convincente posible porque sospecha la reacción de Macarena. -¡sssttchchchcheeeeeéééé! La copia no la toca ni Dios- Macarena levanta su mano derecha señalando con el dedo índice el techo y más allá de él al mismísimo Dios celestial testigo de sus palabras -que si se pierde la bronca que yo me llevo es bestial. Figúrate: una cerradura nueva o una puerta nueva. El supervisor me mata. Esa llave tiene que aparecer porque tiene que aparecer-. Asomó la cabeza fuera de

la puerta y gritó a Trini y a los otros -buscar vosotros también la llave del garaje por ahí a ver si la encontráis-. Empiezan a mirar en la mesa de elaboración y por la que se utiliza para estirar las masas. -Es muy raro que la hayan dejado por aquídice Lola con desgana -por aquí no suelen pasar los repartidores. Mónica, mira en el otro lado del horno donde se cortan las pizzas, a ver si ahí...-. Están cansados y más que buscar hacen como que buscan. -Mira tú- replica la aludida. -Ya estamos... Si te lo he dicho es porque tú estabas más cerca del sitio- dijo la otra. Jaime mira por la zona de los teléfonos pero enseguida claudica. Se los ve fastidiados y envueltos en la desidia. Solo Trini parece estar más nerviosa, casi asustada. -Voy yo- dice Trini y se acerca al otro lado del horno, donde había dicho Lola. Jaime la sigue para buscar también. Es fácil sentir simpatía hacia Trini, su timidez y su vulnerabilidad arrebata. Jaime la mira. Puede que no tenga unos pechos tan bonitos como los de la chica que vio en el local, son más pequeños la verdad, pero están bien formados, y que su cara no posea unos rasgos tan armoniosos: una barbilla demasiado pequeña y huidiza quizá, pero tiene una fragilidad que hace que uno sienta deseos de abrazarla cuando está al lado de ella, de protegerla. Se acerca a Trini y mirándole a las pupilas le dice con un tono de voz casi íntimo -la verdad es que yo antes entré en la oficina para mirar mi horario y revolví algoahora que está tan próximo a ella sus ojos verdes le parecen mucho más grandes y luminosos y sus pestañas negras larguísimas y espesas -yo es que soy muy malo para buscar. Puedo tener delante de mis narices algo que estoy buscando y no lo veo-. Trini se queda un momento mirándolo con sus ojos amplios, callada y quieta, atenta, como un personaje femenino

de una serie de dibujos animados japonesa, y luego con un movimiento grácil se dirige a la oficinita -voy a ver. A lo mejor yo…- y entra. Macarena la mira un momento -es una llave que tiene un llavero metálico con forma de pepino, pero hueco como un tubo-. -¿Como un tubo? -Sí, como un tubo, como un tubo- dice Sergio impaciente -para metérselo por el culo- y ya fuera de sus casillas. En una ráfaga de pensamiento Trini reflexiona entre la Psicología y la Antropología: la introducción de un objeto por el ano es para el macho heterosexual como un símbolo de sometimiento, sumisión y explotación, y recuerda algunos chistes de los repartidores acerca del llavero. Aún con estas reflexiones se sorprende de lo fácilmente que se puede sentir intimidada por una actitud grosera. -Bueno, bueno... no te pongas así ¿he? Que encima de que te están ayudando a buscar...- dice Macarena, que no olvida nunca su papel de árbitro, aunque un poco alterada también, y Trini se siente un poco estúpida porque piensa que eso mismo lo tenía que haber dicho ella. Macarena mirando expresamente a Trini y señalando a Sergio le dice -tú no te cortes. Tú dile al energúmeno este lo que sea-. A Sergio siempre le pasa lo mismo, su carácter tosco le hace ser desconsiderado o hiriente en determinadas ocasiones, pero luego se da cuenta e intenta arreglarlo. A modo de disculpa se dirigió a Trini y sus palabras sonaron con suavidad -puedes llamarme lo que sea, hijo de puta, cerdo...-. Trini se da cuenta de que empieza a conocerlo. De pronto como una campanada que da un vuelco al corazón suena una melodía politónica que no puede ser más hortera. Evoca la canción en su momento famosísima, durante los ochenta, de Gorgi Dan "Mami

qué será lo que quiere el negro...". Es el móvil de Macarena que estaba por ahí, en la oficinita. Lo coge enérgicamente con un gesto de contrariedad -¿sí? ¿qué pasa?-. Trini observa a Sergio levantando unos papeles de la mesa para mirar debajo. Detalla sus brazos robustos, en los que se distinguen las fibras musculares y una mata de vello de dirección perpendicular a las fibras. Las muñecas son muy anchas. La voz de Macarena suena estridente dirigida a un interlocutor que no se encuentra presente en ese sitio -¿Cómo? no, no, no. Ni hablar-. Trini piensa que si Sergio y Macarena han estado mirando por encima de la mesa hay que empezar a mirar por otros sitios. Se produce algún aspaviento enérgico de Macarena Que he dicho que no. Mira, no me vengáis con tonterías ¿eh?-. Trini empieza a mirar por el suelo. A ella siempre se le ha dado bien lo de buscar. Cuando a alguna amiga se le perdía un pendiente o algo ella siempre miraba y lo encontraba. -Parece mentira que tú precisamente me digas eso, que eres la mayor-. Macarena está casada y tiene dos hijas. Es como si tuviera dos familias, una la de su casa y otra la de la tienda de Pizzaveloz. -¿Como lo digo, en francés o en inglés? que no. Me tenéis ya muy hartita ¿eh? ¿y que hacéis levantadas tan tarde si mañana tenéis que ir al instituto?-. Trini mira al lado de la papelera, y luego detrás, se distingue un brillo que fue casi como un relámpago. Se agacha un poco para ver mejor. -Mira, no me calentéis la cabeza que no está el horno para bollos- la alteración de Macarena no remite. Sergio mira a Trini y dice burlón -que no está el horno para pizzas, mejor dicho-. Macarena lanza una mirada reprobatoria a Sergio -que han perdido la llave del garaje, bastante con lo que aquí tengo. Así que no, no me molestéis más y a la cama-. Trini se va acercando

a aquello que brilla. Se va acercando cada vez más, como si eso fuera un potente imán y ella fuera atraída con más y más fuerza -¡aquí está!-. Macarena se vuelve hacia donde estaba Trini y suspira aliviada. Miró a Sergio -menos mal, anda mete ya la moto, que me tenéis frita-. Trini le da la llave con su famoso llavero a éste que sonríe en éxtasis de gozo, exhibiendo una impecable hilera de dientes blanquísimos. De pronto vuelve a parecer un niño, un niño que se desborda de alegría cuando recibe algo, una golosina, un juguete, que anhelaba grandemente. -Te has portado Trini. Te perdono lo del Jazmín-. Trini experimenta cierto alivio. El alivio de los novatos que son perdonados cuando meten la pata. De la oficinita sale Sergio silbando y detrás Trini para ayudar a sus compañeros en lo que quede por recoger. Dejan a Macarena dentro murmurando -me van a matar entre unos y otros, de verdad-. Trini que la ha escuchado al salir vuelve a recordar, y no sabe bien porqué, a su abuela que en situaciones de agobio decía "no gana una para disgustos". Jaime que no era completamente ajeno a todo lo sucedido le soltó a Sergio -mira que contento se va con la llave..., y ahora no te entretengas en el garaje metiéndote el llavero por el ano-. Lo dijo para que lo oyeran Trini y las otras. Sergio le replicó con igual tono de cachondeo -¡cállate ya maricón! Y a ti no te hace falta el llavero, si a ti ya te dan por el culo todos los del barrio, que tienes el ano más dilatado de todo Hortaleza-. Y desapareció rápidamente por la puerta de repartidores para no dar tiempo a Jaime a contestar.

2 -Definimos sistema social como un grupo de personas unidas por un compromiso común en algún tipo de actividad social, y relacionadas entre sí de diversas formas-. La profesora de derecho político recita de forma convincente, su voz suena clara y firme, se desplaza con agilidad por la tarima y sus gestos resultan graciosos y elegantes. Se desenvuelve con una expresión que irradia inteligencia y viveza. Su media melena de color negro, lisa pero con algunas ondas, se mueve a veces cuando ella gira la cabeza con una cadencia de mechones que caen en cascada. Se ve que tiene tablas de haber estado años dando clases. Los profesores en cierta forma son como actores, su oratoria es una especie de monólogo teatral y también desarrollan una solera en la interpretación de su papel. Es delgada, grácil. Lleva un suéter ceñido y unos pantalones a la moda que resaltan su silueta esbelta que muchos alumnos siguen con la mirada. -No está mal la piba- le dijo en voz baja uno que había sentado en la primera fila a su compadre que tenía al lado. -Tiene treinta y dos años pero parece más joven- habían comentado en un corrillo de chicas sentadas unas filas más atrás. Es inicio de curso y siempre se mira a los nuevos profesores con cierta curiosidad. -Parece maja- dijo alguien poniendo también esperanza en que la asignatura le fuera bien. Los alumnos intentan adivinar enseguida con que clase de profesor o profesora se van a enfrentar durante todo el curso y no pierden ocasión para cotillear y hacer pronósticos. -Sí, pero creo que suspende un montón. Los del año pasado dicen que la tía es un hueso, que mete muchísima materia y exige en los exámenes que te cagas.

A

Jaime tiene un poco dolorida la mano de haber estado toda la mañana tomando apuntes. Menos mal que ésta es ya la última clase. La profesora concluye, termina por fin -pensad. Para el próximo día quiero que me digáis ejemplos puestos por vosotros mismos de sistemas sociales. Elegiré a algunos de vosotros al azar-. La gente comienza a recoger y a ponerse de pie, se levanta un murmullo cada vez más intenso de los alumnos que empiezan a hablar entre sí liberados ya del obligatorio silencio que impone la clase, al mismo tiempo que estalla un estruendo compuesto por los golpes de los asientos abatibles de los pupitres al chocar contra la madera de los respaldos. Se oyen unas risas agudas de una chica en animada conversación con otros alumnos. Algunos se acercan a la profesora para preguntarle cosas con el fin de orientarse mejor en la asignatura. Esta queda rodeada de un pequeño corro. En ese grupo hay uno que tiene toda la pinta de ser un pelota, mueve la cabeza y asiente sonriendo a lo que dice la profesora con gesto de sumisión, casi como si estuviera haciendo reverencias. El pelota dice cosas, pero se ve que para llevarle a la profesora la corriente y resultar agradable. Los que deciden no quedarse para formar parte del corrillo se van marchando lentamente. Uno que era repetidor en esta asignatura pone cara agria y amparado en el silencio roto por el estruendo se atreve a decir en voz alta a una chica que tenía al lado -esa tía parece muy guay y muy tal…- moviendo los hombros en una especie de contoneo -parece que va de tía que se va a tirar el buen rollo ¿sabes?... y luego resulta que es una asquerosa, una hija de puta, el año pasado nos hizo perder muchísimo tiempo con unas prácticas que eran voluntarias y que nos dijo que servían para subir nota, y luego no subió nada de nota.

B

No sirvieron para nada, no subió nada la nota del examen. -Que putada- dijo la otra. Jaime extiende y contrae la mano intentando sentir alivio. Después de todo un verano sin tomar apuntes cuesta acostumbrarse otra vez. Su mano está caliente y temblorosa, llena de venas y arterias rebosantes de sangre -como dictan los cabrones, cada vez más rápido- murmura condenando a todo el profesorado que le ha tocado. Con todo, todavía es un gusto. Es principio de curso y todavía está presente esa curiosidad por saber en que consisten las nuevas asignaturas, y aún no hay esos agobios de exámenes y prisas por ponerse a estudiar. Se levanta, y al dirigirse a la puerta del aula para salir se cruza con unos compañeros que lo saludan. Jaime se despide de ellos. -Hasta luego. -Nos vemos mañana en Teoría del Derecho. -¿Y Teresa que todavía no la he visto? -Está en su pueblo pero viene ya la semana que viene. -Ah, vale, luego nos pedirá apuntes, pero bueno... -Oye, porfa, mándame un correo diciéndome cuales son los manuales que tenemos que no me he enterado muy bien ¿donde los vas a comprar tú? -Mejor chateamos, estoy conectado casi todos los días entre las siete y las ocho. Sale del edificio de la facultad y lo primero que hace es recrearse viendo los árboles y el verde, al fondo el edificio A de Filosofía y Letras, donde está Filología y Filosofía. "Federico García Lorca, Camilo José Cela, Platón, Aristóteles, qué se yo...". Intenta repasar algo, aunque está estudiando derecho no quiere perder su cultura de humanidades, pero le

embarga la pereza e inevitablemente vuelve a abstraerse en el verde. Es relajante después de haber estado toda la mañana tomando apuntes como un loco el poder perder la vista entre los árboles y arbustos. Muchos estudiantes se agolpan en la parada del autobús que hay al lado. Viendo aquel mogollón no era apetecible pensar en cómo se iba a llenar el autobús. De todas maneras Jaime prefiere ir hasta la estación de metro de Ciudad Universitaria andando, que está más lejos, al final de la avenida de la Complutense. Es un paseito, pero piensa que es agradable poder ir andando entre los árboles de la avenida y al lado del jardín botánico hasta la boca del metro, además se hace un poco de ejercicio que no viene mal. El cielo está despejado, hace sol, pero un sol de octubre, que no molesta. Cruza el semáforo que hay pasado Filosofía y Letras y continúa su camino. La pequeña sucursal bancaria está como siempre llena de pintadas comunistas, anarquistas y reivindicativas de diversa índole, haciendo blanco sobre ella precisamente por ser una sucursal bancaria. Las limpian o pintan lisa y enteramente la sucursal, pero al cabo de poco ya está otra vez igual, llena de garabatos aquí y allí. A su lado, en dirección contraria a la que él lleva, pasa con una marcha ni demasiado rápida ni demasiado lenta una chica. "Se parece a Trini". Jaime cree que en efecto, se parece, pero no sólo en el físico, sino también en la actitud, había en la chica una cierta expresión de timidez o fragilidad similar a la de Trini. "No sé, en su forma de mirar, en su forma de coger los libros". Se le hace un poco raro pensar ahora, en pleno contexto universitario, en cosas de Pizzaveloz. Es como cambiar el chip completamente. Pensar en una chica como Trini hace que sus pensamientos tomen una

nueva deriva, y así ensimismándose reflexiona en que cuando realmente nos gusta una persona no es sólo por su físico, sino también por su aspecto psicológico. De acuerdo, eso es ya un tópico, una frase muy gastada, pero no por más tópico deja de ser más verdad. Jaime tiene su propia teoría sobre la atracción que podemos sentir hacia otra persona. Piensa que en el enamoramiento hay como varios momentos, en una primera fase el físico como mínimo te tiene que decir algo, tiene que transmitirte algo, si no es muy difícil llegar a enamorarse de esa persona. Puede pasar que el físico de esa persona te parezca impresionante, irresistible, o que no, pero como mínimo tiene que haber algo en él que te guste. En una segunda fase descubres el aspecto psicológico de la persona. Quedas impresionado por una serie de atributos: su bondad, su sinceridad, su inteligencia, su humildad, su generosidad... Para cada persona existe un determinado patrón de cualidades que resultará el más atractivo. La tercera fase vendría una vez que se ha producido la atracción psicológica. En ella empiezas a ver a esa persona de otra forma. Su aspecto físico de pronto queda como amplificado. Percibes sus rasgos mucho más atractivos que antes. Los que eran hermosos los percibes más bellos aún quedando resaltados, y los defectuosos se empiezan a descubrir como graciosos y peculiares, simplemente como características distintivas de esa persona, de la persona que amamos. Es como si su físico se transformara en un proceso de redescubrimiento. Avanzaba el autobús por la avenida lleno a más no poder de estudiantes. Jaime volvió la cabeza al oír el estrépito que produjo al pasar por encima de unos baches. Iba repleto, parecía que iba a reventar. Se veía a la gente comprimida y aplastada contra los

cristales de las ventanas. “Lo típico, a hora punta y a principios de curso…” pensó. Distinguió allí a uno de los amigos a los que saludó al final de clase. Estaba apretado entre un tío muy corpulento y el cristal de la ventana. Parecía como si estuviera siendo sodomizado por el tío. El amigo miró a Jaime y sonrió burlón moviendo ligeramente la cabeza, levantando la barbilla, en señal de reconocimiento o saludo. Jaime aprovechó para hacerle con la mano el gesto ordinario que representa los genitales masculinos mientras gritaba -¡anda jódete!-. El otro para responder a Jaime, mientras lo miraba fijamente, enfatizó con los movimientos de los labios la palabra “cabrón”. Cerca del amigo una chica igualmente apretujada intentaba desesperadamente quitarse su abriguito por el inmenso calor que debía de hacer allí dentro. En la siguiente parada había un buen número de aspirantes a pasajero que se quedaron con las ganas de subir pues el autobús ni siquiera paró, pasó de largo. Obviamente no podía coger a más gente. Las caras de decepción eran variadas, algunos se veía que lo hubieran cogido aún yendo apretado como una sardina en lata. Un descontento lanzó una queja en forma de exclamación dirigida al conductor -¡pero qué haces tío!-. Otros se veía que preferían que pasara de largo de lo repleto que iba y coger el siguiente no tan lleno e ir más cómodos. Entre estos últimos sobre todo se encontraban las chicas que no querían exponerse a ser victimas de los rozamientos de algún aprovechado. Jaime no pudo evitar el sentirse orgulloso por haber preferido ir andando hasta la parada de metro y no meterse en aquella sauna enlatada y acabar como su amigo, comprimido entre un tío enorme y el cristal de la ventana. Luego mientras sus pies seguían marcando los pasos vigorosamente volvió otra vez a

sus reflexiones anteriores sobre las fases del enamoramiento e intentó defender sus especulaciones con algo más concreto, con un ejemplo, con un caso determinado. Así, Trini sin ser tan espectacularmente bella como la chica que vio ayer en el local, puede resultar bonita. De acuerdo que sus pechos no son tan preciosos, la verdad son más pequeños, pero siguen resultando apetecibles, y aunque no es tan guapa de cara sus ojos verdes resultan muy expresivos, son grandes, de pestañas largas y con unas cejas bien dibujadas. Siendo de estatura mediana tiene una cintura y unas caderas bien cinceladas con un físico que no pierde cierto aspecto de fragilidad que invita al abrazo, a la protección. Su personalidad llena de matices entre la dulzura, la inocencia y el deseo de sentirse útil, hacen que se pueda sentir, por ejemplo, ternura hacia ella. Una vez que has reconocido estos aspectos psicológicos entonces su físico se percibe más deseable aún. Jaime se queda perplejo de pronto y detiene bruscamente su marcha "¿Pero qué estoy diciendo? ¿Es que me estoy enamorando de Trini? ¿Me estoy enamorando de ella?". Echa a andar de nuevo y tan absorto iba en sus pensamientos que tropieza con un chico que salía de la facultad de Ciencias de la Información y que iba hablando por su móvil -¡Ten cuidado pasmao!...¿que?... Nada un tío que va andando sin mirar-. César que también salía de esa facultad y pasaba por allí para dirigirse a la boca del metro lo ha visto y lo llama -¡Jaime! ¿qué haces que vas tropezando con la gente?- se ríe. -Ah, ¡Hola! ¿Qué pasa tío? ¿Qué tal el inicio de curso?- Se saludan estrechándose la mano. Entre ellos hay una relajada relación de amistad. Era curioso para Jaime, ahora precisamente que había quedado

perturbado por sus pensamientos sobre Trini, encontrarse con otra persona que también trabajaba en Pizzaveloz como era César. -Psss... Bien. Claro que los inicios siempre son buenos. Los profesores por eso de dar al principio una buena impresión se muestran más amables, empiezan la materia a un ritmo todavía no muy rápido y tal, luego conforme el curso va avanzando ya sabemos que es otra cosa-. Se van acercando a la parada de metro. ¡Qué me vas a contar a mí!... Oye, que suerte tienes cabronazo, tienes la parada de metro al lado de tu facultad, igual que yo que me tengo que chupar toda la avenida de la Complutense desde la mía para llegar aquí. -Qué quieres que te diga, privilegios que tenemos los estudiantes de periodismo- dijo César con humorístico fanfarroneo. -Privilegios, privilegios… puta casualidad. Justo al lado de la boca hay un hombre de unos cincuentaytantos años con un puestecillo de chucherías: chicles, gominolas, caramelos, frutos secos y delicias por el estilo siempre apetitosas para bocas casi adolescentes. Es alto, bien parecido y tiene el pelo gris. A Jaime le parece que por su aspecto físico podría pasar por un profesor de universidad. Lo único que va demasiado mal vestido. Pero un poco más arreglado se podría comentar de él que es catedrático de Física de la Partículas y nadie tendría dificultad en creerlo. Van bajando por las escaleras, y al llegar a las puertas de cristal y acero las empujan para entrar dentro de la estación. Se les hacen un poco pesadas. César sacando la lengua exagera con un gesto cómico el esfuerzo al tener que empujar. -Bueno- dice Jaime en algunas paradas de metro pesan como si fueran

muertos. -Sobre todo en ésta, yo creo, con eso de que los estudiantes somos gente joven… éstos que tiren. Lo primero con lo que se encuentran al pasar al recibidor de la estación es un intenso olor a bollería que procede de la pequeña cafetería que hay a su izquierda. En su mostrador también están expuestos bocadillos preparados con diversos fiambres que hacen que las miradas de los estudiantes se desvíen involuntariamente hacia ellos. Teniendo en cuenta que son las dos y media, que han desayunado los dos chicos más bien de forma ligera porque se les hacía tarde para ir a la facultad y que todavía no han comido, se explica que piensen que es un crimen que les lleguen en ese momento semejantes efluvios y visiones. -¡Dios! Qué bien huele...- dice Jaime inhalando ansioso. -¡Qué hambre!- exclama Cesar con más desesperación todavía -esto me mata, esto me mata, pasar por aquí todos los días-. Piensan en las comidas que les aguardan en sus respectivas casas mientras sus estómagos rebullen protestones. Avanzan en silencio por el vestíbulo. Casi por olvidar el hambre se ponen otra vez a hablar. -¿Trabajas en Pizzaveloz hoy?- pregunta Jaime sin mirar a la cara a César. Pregunta por preguntar, sin mucho interés realmente. -Sí- contesta César con cara de estar todavía pensando en comida. -Nos veremos luego allí. -Qué remedio. Hay que trabajar. Si queremos sacar unos pavos para nuestros gastos, para salir... y tal no nos queda otra que currelar en algo. -Aunque sea en una mierda. Sacan sus abonotransportes y pasan por los torniquetes: "bataclac", "bataclac". La señora de la

taquilla con el pelo teñido de rubio, de un rubio demasiado artificial, y muy maquillada se lima las uñas de color fucsia distraídamente. Sus ojos están pintarrajeados y atosigados de sombras multicolores. “Para darle un susto al miedo como dice mi tía Marta” pensó Jaime, que tiene una tía que tampoco acaba de darle el punto a esto del maquillaje. Un vigilante bien constituido, de hombros anchos y guapete deambula con expresión aburrida. Se acercó a la taquillera y se puso a hablar con ella. Los dos amigos van bajando las escaleras mecánicas y esparciendo su mirada por los transeúntes. Dejan atrás a un chico muy delgado con gafas y aire de despistado que inspeccionaba una papelera y recogía de ella un periódico de difusión gratuita. El periódico tenía pegado un chicle e intentaba quitarlo sin tocarlo, presionándolo contra un borde de la papelera. A Jaime sobre todo le gusta mirar a la gente, analizarla, pero sin frialdad. Es como un vicio que no puede evitar por donde quiera que vaya. Se fija en una chica con rastas y un arete en la nariz que prefiere subir las escaleras andando. Va vestida muy informal con un peto de franjas de colores. Su apariencia refleja cierta actitud transgresora. "Tiene pinta de ser estudiante de Filosofía o algo de humanidades…o quizá de Bellas Artes". A Jaime le parece que los estudiantes de Filosofía van con unas pintas muy anticonvencionales. Otro con una carpeta negra, con el pelo engominado y muy repeinado se lo ve de pié abajo muy serio esperando a que llegue el metro, y al contrario que la chica tiene una apariencia muy burguesa con su polo y pantalones de tergal con un cinturón puesto, y hay algo peculiar en su expresión que indica quizá una excesiva seguridad en sí mismo. "Pudiera ser estudiante de ingeniería". Jaime no deja de

asombrarse de la variabilidad de personalidades que nos podemos encontrar, cada individuo con su propio estilo, con su propia forma de ser y estar en el mundo. También se maravilla de la gran diversidad de carreras que existen en el panorama universitario. Sólo en la Complutense y en la Politécnica nos podemos encontrar prácticamente con todo tipo de titulaciones. "Cada carrera es como cada persona, con sus propias características, singularidad, forma de ser". César mientras disfruta del panorama de una tía buenorra de pantalones ajustados y buen culo que baja en la escalera mecánica unos peldaños delante de ellos. El otro se dio cuenta. "El metro te puede suscitar el pensar en determinadas cuestiones relacionadas con la gente, ya que ves mogollón de ella, pero también se puede aprovechar para recrearse la vista, ya que por él pasan tantísimas personas es fácil encontrar a alguien en quien fijarnos que nos parezca sexy". Sin embargo, y sin explicárselo del todo, su pensamiento volvió a Trini, sus divagaciones sobre la naturaleza de la gente terminaron volviendo a ella. "¿Y cómo es la forma de ser de Trini? ¿Cómo es su estilo? Educada y sencilla, discreta y dulce al mismo tiempo. Es maravillosa". Los dos amigos se dirigen al mismo andén, e incluso se bajarán en la misma parada "Mar de Cristal" ya que viven los dos cerca de esta parada, y también de la tienda de Pizzaveloz. Al llegar y quedarse de pié en el andén esperando la llegada del metro retoman su conversación. -Los pijos tienen arreglado el asunto: le piden dinero a su padre o a su madre y ya está, pero nosotros...- dijo Cesar. -Nosotros una de dos: o decides no trabajar, sólo estudiar, más cómodo pero a cambio sabes que tienes

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que estar siempre más tieso que la mojama y que te tienes que aguantar sin un céntimo, o currelar en lo que hay, que son trabajos basura como Pizzaveloz, y encima que tampoco dan mucho, luego para cuatro euros- en el gesto de Jaime se refleja cierta rabia, una rabia que viene de la impotencia de los que pertenecen a la clase desfavorecida. -No..., si te pagan una mierda, si este trabajo es una basura, ya lo sabemos, el problema es encontrar algo mejor. Es que otras cosas en el panorama no hay. -Ya... lo único que te encuentras son cosas parecidas. Sales de la sartén para meterte en el fuego. -Yo de Pizzaveloz no pienso irme. Más vale malo conocido que bueno por conocer. -Y encima de todo tenemos que estar agradecidos por poder trabajar, porque la cosa no está pintando muy bien últimamente. Está subiendo la tasa de paro que da miedo. Hay empresas que han disminuido mucho su volumen de trabajo y han tenido que despedir a gente, incluso las hay que han tenido que cerrar. Habría que ver también las alternativas que van quedando-. Estamos en Octubre de 2008, se empiezan a acumular datos económicos negativos a nivel mundial y en España. La crisis financiera ya ha aparecido en escena y las perspectivas económicas empiezan a ser temibles. Se le empiezan a ver las orejas al lobo de la recesión más brutal, y se tiende a valorar cada vez más cualquier trabajo por humilde que sea. -Sí, sí, sí, sí…- Cesar animado por la conversación mueve la cabeza asintiendo y mira a Jaime con cierta viveza mientras prosigue convencido de la aportación que va a realizar -mi vecina del tercero, una tía que tenía una tienda en el centro comercial del barrio. Una

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tienda de moda, de ropa de mujer, no sé qué, la ha tenido que cerrar porque dice que ya no vendía nada, dice que ya no vendía un comino. Y unos chicos que yo conozco que habían montado un chiringuito de software informático en la avenida de San Luis tres cuartos de lo mismo. Una pena. -Bueno... y mis padres dicen que todavía tenemos suerte, que en su época la cosa estaba mucho peor, que si había una tasa de paro muy alta, mucho más alta que la actual, que si era mucho más difícil encontrar trabajo, que si patatín, que si patatán. -Ya, igual que los míos. Eso es lo que más me jode. Ellos siempre piensan que los tiempos más duros fueron los que les tocaron a ellos- los dos chicos como están en el anden de la parada de Cuidad Universitaria y están rodeados de personas jóvenes, estudiantes como ellos, hablan desinhibidamente de esta cuestión intergeneracional -yo creo que están esperando a que terminemos la carrera para exigirnos, bueno, exigirnos no, pero casi, que encontremos inmediatamente un buen trabajo. Como si fuera tan fácil. -Hombre, no te pases, ellos tampoco son tontos, también se dan cuenta de que la cosa se está poniendo jodida. Intentan que nos espabilemos…- dice Jaime mirando con la vista relajada a los raíles del metro, se quedó callado un instante y luego prosiguió claro que nuestros padres también tuvieron que aguantar las palizas que les dieron a su vez sus padres, nuestros abuelos, con lo de la época de la posguerra, la época del hambre… Bueno, mi abuela me ha contado en alguna ocasión unas cosas que yo no sé si creérmelas, que si se comían la piel de los plátanos…- se acerca un hombre con pinta de tener alrededor de 50 años con el uniforme de los empleados del metro, probablemente conducirá el

convoy que venga ahora para sustituir al otro conductor. Se queda de pié parado cerca de ellos a esperar con expresión de rutina y aburrimiento. Al percatarse César y Jaime de la presencia de alguien de la generación anterior empiezan a hablar en voz más baja, de forma más prevenida. Lo perciben como alguien extraño, como si por tener una edad similar a la de sus padres fuera alguien muy distinto a ellos, una especie de extraterrestre. -Lo mismo se quieren desquitar con nosotros- dice César y Jaime casi se ríe por la situación de complicidad. -Los padres siempre serán padres, no lo pueden evitar. El sermón al final siempre te lo echan, ya sea por una cosa o por otra. A saber las palizas que les daremos nosotros a nuestros hijos- dijo Jaime mirando al suelo y sin haber podio eliminar del todo la sonrisa de sus labios, pero el gesto de Cesar indicaba cierta disconformidad -oye, pues yo no, yo no pienso darles la paliza porque me la hayan dado a mí mis padres. -Eso es lo que tú dices ahora. Luego ya veríamos. Yo creo que estas cosas son muy difíciles de evitar, cuando quieres lo mejor para tus hijos, protegerlos y guiarlos, es muy difícil no caer en la tentación de querer controlarlos, de los sermones y demás. Los aconsejas desde tu perspectiva, desde tus experiencias y entonces…-. Cesar lo interrumpió -Bla, bla, bla…yo creo que eso depende mucho de la persona- y adoptando un tono más desenfadado añadió -así que ya te estás preparando para ser padre ¿eh? No me gustaría nada ser tu hijo-. Jaime se rió. La conversación vuelve a declinar y se produce otro silencio. Miran de forma distraída a sus compañeros de espera. Entre los metronautas expectantes Jaime distingue al chico del pelo engominado y negrísimo

que mira su reloj muy serio con aire impaciente, y a la chica buenorra que deambula anden para arriba, anden para abajo, andando como una gacela indiferente entre la gente, entre los grupos de estudiantes diseminados por el andén. Cerca un grupo de tres, compuesto por dos rubias y uno con perilla y aire de bohemio hablan de forma muy animada. Una de las chicas sostiene una carpeta y unos manuales con los dos brazos, oprimiéndolos contra sus pechos y mueve la cabeza haciendo gestos que expresaban vivo interés en lo que hablaban. Hasta ellos llegan retazos de su conversación, comentarios sobre una asignatura, sitios donde poder irse de marcha o cotilleos sobre un compañero de clase…-me da una rabia Andrés, siempre presume de que se prepara todos los exámenes con tres días de antelación y que tiene de sobra para aprobar, todos los años lo mismo. Luego aprueba, pero según él con unos pocos días ya tiene- dijo la que abrazaba sus libros. La otra chica que mascaba un chicle hizo una pompa y acto seguido intervino -ya, ya, ya… ¿ése? Si ése es un alcornoque. Ese es más torpe que yo, que ya es decir, que yo es que tampoco tenga mucha de aquí- dijo señalándose la cabeza. Acusó el gesto de desdén y prosiguió -si ése es un farolero, que va de tirarse el farol, pero nada más. Luego habría que verlo en su casa, a lo mejor está estudiando como un loco todos los días. -Ese tío está en una residencia universitaria porque es de un pueblo de Ávila. Conozco a un amigo suyo que es del mismo pueblo y que también está en esa residencia, le pregunté por Andrés y dice que se pasa todo el día metido en su habitación estudiando, todos los días, que no sale de su habitación casi nunca, como si fuera un monje de clausura- explicó el de la

perilla. -Fíjate- dijo la chica que mascaba el chicle, mirando a la que abrazaba sus libros y dándole con la mano un pequeño golpe en un brazo. -Además los estudiantes realmente inteligentes, los cocos de verdad, que son muy pocos, como uno o dos o tres de cada cien, que son los que de verdad necesitan muy poco tiempo para prepararse los exámenes, son los que precisamente nunca van a ir por ahí presumiendo de ello- añadió el de la perilla. -No como el tío ese que es justamente lo contrariodijo con sorna la que mascaba el chicle con el que realizó una nueva pompa que hizo estallar armando un pequeño estruendo. -Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces- concluyó la otra mirando a los otros dos alternativamente mientras daba pequeñas sacudidas con la cabeza inclinada hacia delante y levantaba las cejas. Jaime y César siguen en silencio. El empleado de metro perseverante sigue de pié cerca de los dos amigos. Se podía haber ido a otro sitio, pero no, se quedó todo el rato cerca de ellos. La expresión de Jaime denota ya cierta impaciencia a la espera del metro que tarda en llegar. ¡Que mala suerte! Debieron de llegar al andén justo cuando se acababa de marchar uno. La mente de César en cambio ha estado activándose durante este paréntesis de declive conversacional con algo muy distinto, bulle algo en ella. Son muchas cosas significativas las que han ocurrido en el mundo en los últimos tiempos, sobre todo para él, un estudiante de periodismo, y siente la necesidad de romper el silencio entre los dos para poder darles salida -hay que ver el tinglado que se ha armado con el tema de la debacle financiera, es

increíble que haya podido ocurrir algo así. Yo no lo comprendo ¿Cómo se ha podido montar semejante follón? ¿Cómo ha podido ocurrir semejante grado de descontrol, de imprevisión?- dijo al fin. Por fin se oyó el estrépito de un metro que llegaba. Las compuertas se abrieron y se subieron en un movimiento de compenetración con la masa. Como era hora punta no había ni un asiento libre. Aunque como estaban acostumbrados a ese fastidio no les importó mucho. -¡Yo que sé!- contesta Jaime ya dentro del vagón y un poco desbordado por el tema que saca a relucir César -se han hecho muchas chapuzas financieras, una detrás de otra, una sobre otra, se han vendido productos financieros a un precio desorbitado, su peso en oro, productos que en realidad no valían ni para limpiarse el culo con ellos, se han hecho determinadas operaciones financieras y se han declarado como si se hubieran hecho otras diferentes. Se han ido amontonando las malas prácticas que las han ido disimulando para que no se notaran mucho como han podio y mientras han podio. Han liado una chapuza gordísima que al final ha terminado reventando por todos sitios. -Y lo más grave es que esto aunque se ha originado en Estados Unidos está afectando a toda la economía mundial, es que parece que no se va a salvar ni el gato. La mierda esta ha salpicado a todos los países y a todas las entidades financieras por lo visto, o a casi todas, ¡yo que sé! -Ya te digo, como si se hubiera echado un montón de mierda sobre las aspas de un ventilador. Esparciendo por todos sitios. Y encima en España tenemos además lo de la burbuja inmobiliaria que estalló, por si fuera poco…

-Sí, aquí se ha juntado una cosa con la otra. En el asunto de la burbuja inmobiliaria yo no sé donde tenían la cabeza los políticos de este país como para no darse cuenta de la que se estaba liando y de la que se nos iba a venir encima. -Y lo peor es que en estas situaciones los peor parados como siempre somos las clases sociales más desfavorecidas, que es donde se ceba el aumento del paro, donde se nota más el descenso del poder adquisitivo, donde se nota más todo. Una señora ya mayor con el pelo cardado y sentada en un asiento al lado de ellos estaba escuchando lo que decían. En un arrebato les dijo -a los que siempre nos toca pagar el pato es a la gente pobre, a la gente humilde, hijo. Los ricos nunca salen demasiado mal parados en estos trances. Jaime y César sintieron condescendencia hacia la señora espontánea y expresaron con el gesto su acuerdo. César buscó la mirada de la señora -diga usted que sí, que somos la gente pobre la que siempre sale peor parada. A Jaime le hizo gracia la expresión castiza de César “diga usted que sí”. Le parece que algunas veces César tiene la habilidad para sacarse de la manga frases castizas que le dejan un poco alucinado. Lo hace para hablar con personas mayores que él percibe con un nivel cultural bajo. Jaime vuelve a mirar a su amigo y retomando el asunto dice -eso es lo que ha ocurrido siempre. En otras crisis económicas que ha habido con anterioridad, en otras épocas ha pasado lo mismo, por ejemplo, en la del 93 las estadísticas dijeron que como efecto de esa crisis la diferencia entre pobres y ricos aumentó. Los pobres se volvieron más pobres pero los ricos apenas si se vieron afectados.

-Y el tema es cuanto tiempo va a durar esto. Tengo un amigo que está estudiando economía y dice que mi puta idea, que los economistas no tienen ni puta idea de lo que puede durar esta crisis. También los economistas… mucha teoría, mucha teoría pero luego a la hora de la verdad… -No, si tampoco han podido prevenir, supervisar, ni avisar de nada de la mierda que se nos venía encima. Poder de predicción nulo, pero nulo, oye. -Bueno… tampoco hay que ponerlos a parir. Las ciencias sociales avanzan muy despacio. Desgraciadamente hoy por hoy estás no tienen el grado de desarrollo que tienen por ejemplo la física, la química o medicina. -¡Qué van a tener! ¡ojalá!- dijo Jaime perdiendo su mirada por el vagón. Luego prosiguió -a quién habría que poner a parir es a los grandes jefazos, a los peces gordos de las altas finanzas que son los responsables de este desaguisado por las chapuzas y los trapicheos que se han dedicado a hacer. Todo por su codicia. El metro va pasando por sucesivas estaciones: Metropolitano, Guzmán el Bueno, Cuatro Caminos... Las compuertas se van abriendo y cerrando y la gente entra y sale. La señora de la intervención espontánea se levantó trabajosamente para salir. Era su parada. Llevaba un bolso cogido de un brazo y con la otra mano sujetaba una bolsa de plástico que contenía algunos paquetes. Se agarró casi con ansia a uno de los barrotes que tenia más cerca para apoyarse. César y Jaime se retiraron para facilitarle el paso. Miró consecutivamente a los dos amigos -esto de la artrosis…los años que no pasan en balde-. César quiso despedirse de ella -adiós señora-. Con pasos vacilantes sobre sus zapatos de tacón salió al andén junto con otros viajeros que más ágiles la esquivaban.

El diálogo entre Jaime y César experimenta otro paréntesis. Miran con aire distraído a otros pasajeros o se quedan ensimismados. El vagón donde van sigue abarrotado y el asiento dejado libre por la señora ha sido automáticamente ocupado por una chica por lo visto ávida de sentarse y que escuchaba música por su MP3. Movía la cabeza rítmicamente y tarareaba de vez en cuando retazos de la canción que estaba escuchando. Al lado de ellos sentada otra señora, quizá no tan mayor como la de la intervención espontánea, entradita en carnes y muy arreglada lee una novela, de vez en cuando levanta la vista del libro como oteando a sus compañeros de viaje, luego se sumerge otra vez en la lectura. Está erguida sobre su asiento, sujetando su libro con firmeza, en disposición animosa hacia la lectura. Lleva las uñas largas y pintadas de un rojo intenso que contrasta con la portada azul del libro, y en sus manos se distinguen algunas sortijas de piedras de diversos colores y una pulsera de eslabones que brillan intensamente en la luz eléctrica del vagón. En un momento dado a los chicos les llegó el olor fuerte y dulce de su perfume. A su izquierda también sentado un señor de pelo gris elegantemente vestido con corbata y chaqueta impecables permanece con la mirada perdida en el infinito. Jaime analiza su aspecto “a lo mejor es un jefazo al que se le ha estropeado el coche y se ve contra su voluntad obligado a viajar en metro por las circunstancias, o lo mismo tiene muy cerca de su casa y del trabajo las paradas de metro y se ha dado cuenta de que es una tontería no aprovecharlo. Claro que a lo mejor no es un jefazo”. Jaime tiene un primo que trabaja como representante. Va hecho un señor, en plan ejecutivo, pero sabe que es por su trabajo. Tiene que dar siempre ante los clientes o posibles clientes

muy buena imagen, se ve obligado a ello. “Para captar clientes tienes que dar una apariencia de mucha solvencia, como si la empresa a la que representas fuera la más seria e importante del mundo” le dijo un día. Aunque a decir verdad su primo ganar mucho dinero, lo que se dice ganar mucho dinero, no gana mucho, en realidad lo que saca es aproximadamente como el sueldo de un obrero, que es lo que desgraciadamente suelen sacar la mayoría de los representantes. Vuelve a mirar al señor del pelo gris y de repente parece como si su aspecto hubiera cambiado, de pronto lo encuentra como más pequeño, más vulnerable. “Lo mismo es un pintas. Mucha presencia pero luego un desmayado sin cinco céntimos. Sabe Dios…”. En el silencio entre los dos amigos Jaime termina por reflexionar sobre su propio futuro, ese fantasma oscuro de incertidumbre que está siempre ahí, por alguna parte, cerca, y que no puede marcharse nunca del todo. Y piensa en que cuando termine la carrera si no encuentra trabajo como abogado quizá tenga que trabajar como representante, como su primo, que podría ayudarle a iniciarse en eso. No se le escapa que es un trabajo duro “hay que ir por ahí tocando puertas y más puertas… pero oye, es una opción, lo mismo se me da bien. Vamos a ver lo que pasa, si no puedo encontrar trabajo como abogado… aunque hay que intentarlo, hay que intentarlo, lo primero es eso, intentar encontrar trabajo como abogado, como sea manquesea”. Como fondo al ensimismamiento de Jaime se oyen y se sienten los traqueteos del metro, esos traqueteos que cuando estás ya muy acostumbrado a viajar en metro terminan resultando relajantes. Cerca de los chicos un trabajador de rasgos sudamericanos de pié sostiene una mochila entre sus

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piernas, y con una mano se agarra a una de las barras asideras. Se adivina en él una mezcla de sentimientos entre la resignación, el cansancio y la firme determinación. Al mirarlo Jaime recuerda a Alberto, aquel repartidor sudamericano de la tienda de Pizzaveloz. Según le contó tiene que mandar periódicamente ciertas cantidades de dinero a su país. De él dependen ahora mismo muchas cosas allí como por ejemplo la educación de sus hermanos. Le explicó que por el cambio de moneda lo que aquí son sólo unos cuantos euros allí es una fortuna. Durante un breve momento César también miró al sudamericano pero como de reojo. Jaime recordó que César también era repartidor como Alberto. Y entonces ocurrió algo especial; el pensamiento de Jaime volvió a evocar a Trini. Los pensamientos se han encadenado, algo le ha hecho recordar a Pizzaveloz, y al pensar en Pizzalevoz ha pensado de nuevo en Trini. La verdad es que para Jaime era difícil pasar bastante tiempo sin volver a pensar de nuevo en Trini. Ella le dijo que estaba estudiando en la facultad de Ciencias de la Educación hace unos días, cuando en un momento que no había nada que hacer se pusieron a hablar y él le preguntó si estaba estudiando. “¿Dónde está esa facultad?” de pronto se pregunta con ansia “eso está en Ciudad Universitaria seguro. Tengo que enterarme. A lo mejor puedo coincidir algún día con ella en algún sitio de Ciudad Universitaria o en el metro”. Jaime se descubre en la ilusión de esperar un encuentro, y recordando que se perdió en el verde de sus ojos y que deseó acariciar su figura, sus caderas, su cintura grácil, cae en la certidumbre de que esta noche cuando esté en la cama inevitablemente su mano estimulará su miembro inflado por el recuerdo de ella, duro y rígido por los sentimientos de ternura y de

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lujuria hacia ella, y que un trozo de papel higiénico, como otras veces anteriores en las que pensó en otras chicas, le ayudará a capturar el espeso líquido vertido como resultado de sus anhelos para evitar así manchar las sábanas y el colchón. Un brusco frenazo del metro al entrar en una parada interrumpió la ensoñación de Jaime, y el chico sudamericano tuvo que agarrase con fuerza a la barra para no caerse. Pero Jaime vuelve a sumergirse en su abstracción y rememora que el verano del año pasado folló con una chica. Era una amiga de una vecina suya. Ésta dio una fiesta en su casa y allí se la presentó. Enseguida se puso a hablar con él muy animada de cosas intrascendentales. En un momento en el que estaban sentados los dos en el sofá, uno al lado del otro, ella posó la yema de sus dedos sobre el dorso de la mano de él mientras seguía diciendo cosas imparablemente, moviendo la cabeza y gesticulando con la otra mano. Jaime asentía de forma educada fingiendo un interés que realmente no tenía por la conversación, pero esa iniciativa en aquel o físico le dio que pensar. Luego ella con la débil excusa de que quería preguntarle algunas cosas sobre una asignatura -tú tienes pinta de ser muy empollón, seguro que puedes ayudarme- se lo llevó a su casa que tampoco estaba muy lejos. Se veía que era una fresca. La piba había estado estudiando durante semanas latín como una loca para preparase un examen y quería desfogarse un poco. Tenía incluso preservativos preparados. “Esta me cogió a mí como podía haber cogido a otro” pensó Jaime un poco arrastrado por un cierto sentimiento de decepción. Pero no estaba mal la chica. “Cuando cae una breva no hay que desaprovechar la oportunidad, yo es que tampoco sea muy ligón. Hay que reconocer que

comerme muchos roscos tampoco me he comido, la verdad”. Era para considerarse más que afortunado. Jaime echó allí dos polvos, pero fue una cosa muy rara. No significó nada para él, y para ella tampoco, de hecho la vio en el supermercado del centro comercial unas semanas después y ella se hizo la despistada y él sintió de pronto una especie de pudor y no se atrevió o no quiso saludarla, y además le asaltó la duda de si debido a su poca experiencia supo estimularla y excitarla sexualmente y satisfacerla tan bien como ella hubiera deseado, como lo habría hecho un hombre más experimentado. “Si pudiera hacer el amor con Trini sería algo muy diferente… sería algo que realmente tendría significado, un significado enorme para mí, sería algo que querría repetir una y otra vez. La pasión supliría toda falta de experiencia y desearía tenerla a ella siempre conmigo, entre mis brazos, retenerla a mi lado, y tener la seguridad de poder amarla en cualquier momento”. El primer amor es siempre el amor más puro, el más intenso, y es el que ahora está experimentando Jaime. La chica que escuchaba su MP3 chilló más de la cuenta en su entusiasmo musical al tararear la canción que estaba disfrutando y Jaime fue despertado de nuevo de su particular mundo interior. El convoy llega a la estación de Nuevos Ministerios. Ahí Jaime y César deben hacer trasbordo para coger la línea ocho que los dejará directamente en Mar de Cristal. Se levantan y se preparan para salir. Las compuertas se abren. El señor del pelo gris, como Jaime, como tantos otros pasajeros que aprovechan los momentos del trayecto que hagan para sumergirse en sus pensamientos, interrumpe su abstracción y vuelve a la realidad. Es curioso; cada uno en su mundo. El señor se levanta, se alisa un poco la

chaqueta y se dispone también a salir al igual que otros viajeros que no quieren proseguir su viaje en la línea circular. Los chicos y el señor salen casi empujados por la gente. Nuevos Ministerios es una de las estaciones más transitadas. La señora peripuesta, el emigrante sudamericano y la chica del MP3 se quedan, y una nueva oleada de viajeros invade el vagón. Jaime reflexiona en que ocurre algunas veces, cuando has viajado durante un trayecto más o menos largo en metro con determinadas personas en un mismo vagón, aunque no hayas hablado siquiera con esas personas, simplemente por haberlas observado, por haber compartido ese espacio durante un tiempo con ellas, que al darte cuenta que tienes que bajarte porque es tu parada y que ellas se quedan, que sientes cierta nostalgia de perderlas, de quizá no volver a verlas nunca. Es como si se desarrollaran ciertos lazos, cierta simpatía hacia ellas, simplemente por haber estado ahí durante un tiempo contigo. Los dos chicos van por el largo pasillo de suelo mecánico que se quiebra en un ángulo seguidos del señor del pelo gris. Allí hay un músico callejero que toca una pieza de Bach con un violín ayudado por un reproductor que emite el resto de instrumentos musicales, al lado una lata para pedir la voluntad. Parece que toca bien. Es delgado, con el pelo largo. Su vestimenta es extraña, llamativa, de un estilo que se acerca al punk o al siniestro, predominando el negro pero con algunos toques de color y con una apariencia claramente andrógina o unisex. El señor del pelo gris se acercó para echarle unas monedas. El músico se veía que aparte de por la pinta que tenía debía de ser gay porque dijo muy contento y con acento sarasa -gracias guapo, señor elegante de muy buen ver- mientras le arrastraba sensualmente la

mirada de abajo arriba. Éste se azoró un poco y reanudó la marcha con cierta brusquedad sin saber que decir. César y Jaime se miraron y sonrieron. De pronto la cara de César cambió de expresión bruscamente -oye ¿qué pasó ayer en Pizzaveloz?, que me han contado que hubo un follón con Sergio, que se mosqueó, y con la chica nueva, no sé qué... yo es que ayer no trabajé-. Jaime sin poder explicárselo bien experimenta un desconcierto repentino, una cierta reacción de alarma no prevista. -¿Cómo se llama la nueva que no me acuerdo? ¿Trini?- continuó César. Jaime se descubre analizando, calibrando, como nunca antes lo había hecho las reacciones emocionales y las expresiones de su amigo. Contesta con una dosis de duda, un titubeo -sí..., se llama Trini-. César se impacienta un poco -bueno, ¿pero qué pasó?-. Jaime piensa en la posibilidad de que a César también le pueda gustar Trini. "¿Por qué pregunta por ella? ¿por qué se interesa por ella? Realmente es fácil que a cualquier hombre le pueda gustar Trini". Por primera vez siente el zarpazo de los celos, y percibe a su amigo ¿amigo? de otra forma, como un posible competidor. En un instante su amigo César, deja de ser su amigo César y se convierte en otra persona, en un desconocido. Esta reacción de sospecha y desconfianza repentina que experimenta, y que él mismo reconoce que quizá sea exagerada e infundada, le produce una perplejidad que sin embargo no invalida el recelo que siente. Contesta intentando aparentar inmutabilidad -ah, que Trini cogió un Jazmín unos minutos antes de las doce, y claro a Sergio le sentó como un tiro. Le echó una bronca, ya sabes como es... Bueno, tú lo conoces mejor que yo que eres repartidor igual que él. Luego se perdió la llave del garaje. No sé si fue por culpa mía

que entré en la oficina a buscar mi horario y revolví algo. Trini la encontró y Sergio le perdonó lo del Jazmín. -¿Y ésa qué está estudiando? ¿Está estudiando algo, no?- continua César y Jaime que sigue en su perturbación particular articula unas palabras en un esfuerzo -está estudiando Pedagogía, una carrera que se centra en el análisis de los sistemas de enseñanza, la educación…y todo eso- mientras sus pupilas se mueven escrutando el rostro de César, buscando vestigios del posible interés de éste por la chica. En ese instante César llega a captar esa inquietud, esa cierta aprensión, que experimenta su amigo, pero de momento prefiere no comentarlo. Le interesa más charlar sobre temas universitarios -¡buahh...!, esa es de las carreras que tienen muy pocas salidas profesionales- dijo con gesto de desdén -son las típicas carreras que las estudia la gente y luego pueden acabar trabajando como camarero. Una cantidad de subempleados que hay... Sí, pedagoga, pero luego búscate la vida...- y sus labios se curvaron por la sorna. Su gesto despectivo paradójicamente alivió a Jaime "si Trini le gustara no habría contestado de esa forma tan desdeñosa". Éste intentando superar su recelo se apresuró a responder ya más tranquilizado, y centrándose en la lógica de la conversación dijo -claro que en el fondo nosotros estamos casi igual, derecho, periodismo... pero luego nada hay garantizado. Lo que hablábamos antes. La verdad es que sale mucho licenciado de la universidad y la sociedad no tiene capacidad para absorber a tanto titulado-. Sintió de pronto otra vez ese agobio por el futuro y esa especie de pudor por contar la verdad desnuda, por llamar a las cosas por su nombre. Es difícil ser joven, los sentimientos y las emociones son

demasiado intensos, y más en los tiempos que se avecinaban, tiempos difíciles que también se vivieron en otras épocas. -No, si ya lo sé. Aunque tampoco hay que dejarse arrastrar por el pesimismo, si no nadie hubiera hecho nada en la vida. A pesar de que sea difícil encontrar un trabajo relacionado con tu carrera, hay que intentarlo. -Por supuesto, eso por descontado- dijo Jaime con cara de obviedad. -Ahora que hay que reconocer que no todas las carreras tienen el panorama tan incierto. Hay algunas que están mejor, que tienen mejores perspectivas. Las que más garantizan son carreras como Ingeniería Industrial, Informática, Telecomunicaciones, Medicina. -¡Hombre claro! No te jode... Pero es que son muy difíciles y piden mucha nota en selectividad- dijo Jaime, y a pesar del tema de conversación tan preocupante en su cabeza todavía perduraban los ecos de la inquietud por el posible interés de César por Trini. La cinta mecánica terminó y los dos echaron a andar. La música del violinista se perdía ya en la distancia. Jaime mirando hacia el suelo y en un intento por aclarar la duda que le atosigaba preguntó a su amigo -oye ¿a ti que te parece Trini?-. César se paró y el otro lo imitó. Se quedaron los dos de pie, uno enfrente del otro, mirándose a la cara, inmóviles. La gente pasaba a su alrededor como si ellos fueran estatuas a las que no es necesario prestar atención. César con sus ojos clavados en el rostro expectante de Jaime empezó de forma casi imperceptible a mover los labios. Una sonrisa tenue se fue formando cada vez con mayor precisión en su boca. La sonrisa que al principio era tímida e inadvertida se fue evidenciando cada vez con mayor intensidad en una progresión continua hasta hacerse ostentosa, casi grotesca, y en

un instante se rompió en una carcajada que fue seguida de otras. Jaime se quedó mirándolo atónito y César en un esfuerzo por contener la risa consiguió articular unas palabras -¡que no! ¡Que no! ¡Que no me gusta Trini!-. Le puso una mano en el hombro -¡que no me gusta Trini!-. Siguió riéndose y Jaime fue sustituyendo paulatinamente su confusión por alivio. César continuó con el mismo desenfado -puedes quedarte tranquilo que no me gusta. Si es que se te nota mucho que estás colado por Trini. Casi desde el primer día en que llegó a Pizzaveloz se ve que te quedaste loco por ella-. Aunque el recelo anterior de Jaime se transformó en una sensación de tranquilidad en la que se apaciguó cómodamente una nube de incertidumbre provocada por nuevas preguntas cruzó veloz su mente otra vez “¿tendrá Trini novio? Parece demasiando joven. Por lo que yo sé no, claro yo no la conozco casi nada ¿se habrá dado cuenta ella de todo lo que me gusta?”. Pero su intuición le decía a Jaime que ella todavía no se había dado cuenta de nada, además era nueva y estaba demasiado ocupada en intentar hacer las cosas bien y en aprender, demasiado nerviosa. Con estas cuestiones en mente Jaime se volvió hacia César que continuaba con una expresión divertida en su cara y con cierto temor le preguntó -¿tú sabes si Trini tiene novio? -¡Yo qué sé, tío! Que yo sepa no…pregúntale a Lola o a Mónica. Las pibas hablan mucho entre ellas. De todas formas, esa tía tiene toda la pinta de ser virgen todavía. Como tú…casi. -Oye ¿y tú qué sabes lo que yo he ligado? Habló quien pudo. Tú que tienes pinta de tener mucha práctica en meneártela. Aunque Jaime estaba ya más relajado a sabiendas de la indiferencia de César hacia Trini le dio cierta

rabia de que éste lo conociera tan bien. “¡como se ha dado cuenta el jodido de lo mucho que me gusta Trini!”. Su amigo siempre parecía darse cuenta de como se sentía, de lo que quería y lo que no quería. Era transparente ante él. Parecía poder leer su mente, su estado de ánimo. La verdad es que los dos chicos se conocían desde hace ya mucho tiempo, desde el instituto, pero aún así Jaime nunca llegó a ser tan bueno adivinando lo que le pasaba a César como César lo era para adivinar lo que le pasaba a él. "El cabrón me conoce como si me hubiera pario" pensó. Reanudaron la marcha. César, que seguía en tono de charanga, haciendo gestos supuestamente afeminados dijo -te puedes quedar tranquilo respecto a mí y a Trini, si además yo soy gay, si yo en lo que me fijo es en el paquete de los vigilantes del metro, con esos pantalones del uniforme ajustadillos que llevan marcando todo el bulto y el culete-. Se estaban ya aproximando al andén de la línea ocho, sólo quedaba subir una escalera, y el metro estaba parado con las puertas abiertas. La gente entraba. Se lo veía desde el sitio donde estaban ellos. Sonó el primer pitido de advertencia y los dos lo miraron bruscamente -¡Vamos Jaime! que el metro está ahí, ¡Vamos corre! -Déjalo, que ya no nos da tiempo a cogerlo, no pasa nada tío, cogemos el próximo y ya está. César le tiraba de la cazadora a Jaime -que nos da tiempo. ¡Vamos! ¡Mueve ese culo, que te pesa mucho!-. Echaron a correr, César delante y Jaime detrás suyo un poco de mala gana -que no nos da tiempo ya. -Cállate y corre-. Subían las escaleras a zancadas, de dos en dos escalones. Empezaron a sonar los últimos pitidos de advertencia. César aceleró y agarró de nuevo por la cazadora a Jaime que lo seguía con la

lengua fuera. Las puertas empezaron a cerrarse y César consiguió entrar en el vagón, y cuando éstas estaban ya tan próximas que casi no dejaban pasar a una persona Jaime consiguió colarse de refilón. Las puertas terminaron de cerrarse completamente y el metro empezó a avanzar con los dos ya dentro. Jaime experimentó una vaga sensación de ser feliz.

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3 Macarena está como siempre, o casi siempre, atendiendo el horno en la boca de salida, que es como una enorme vagina por la que salen los productos que vende la tienda. Ella ejecuta diligentemente como una especie de experimentada matrona o partera. En su gesto se refleja la costumbre y la rutina de manejar la pala y de preparar los pedidos para que el repartidor de turno se los lleve. Los va llamando cuando toca con su voz potente, la voz de la autoritaria matrona. Sus movimientos demuestran una gran seguridad, una eficiencia milimétrica producto de haber hecho ese mismo trabajo ya bastantes años, y su ojo clínico no deja de supervisar todo lo que con la pala va extrayendo, y si algo no va saliendo bien y hay que llamara la atención, la llama, vaya que si la llama. Mónica, Lola, Trini y Jaime están haciendo pizzas. En ese momento los repartidores están fuera, llevando pedidos. Está ya casi anocheciendo. El cielo empieza a teñirse de colores violeta en un día templado en el que el otoño todavía no está muy avanzado. En el local hay diseminadas algunas personas. Entra en él un chico de veintipocos años, se destaca del resto de los clientes que esperan por una cierta distinción en su aspecto. De pie un corro formado por tres señoras de mediana edad que no cesan de hablar está en el lado de la caja. -La Gertru es una tía rarísima, a mí no me gusta nada- dijo una de ellas mientras movía la cabeza a un lado y a otro en gesto de negación. Sus pendientes metálicos de complicado diseño de aros y péndulos tintinearon. Están tan concentradas en su conversación que ni siquiera se dan cuenta de que ha entrado el chico. -El otro día estábamos hablando en el portal la del cuarto, la del segundo, ésta- dijo otra de

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las tres con largas uñas pintadas señalando a la de los pendientes tintineantes, volviéndose un poco hacia ella y arañando el aire. Prosiguió -yo y Gertru, tan normales, y va y de pronto suelta la Gertru que si le podemos prestar dinero-. Le dio un golpecito en el brazo con la mano a la tercera del grupo que era una teñida de caoba que escuchaba con una atención infinita. Bajo la luz eléctrica el esmalte rojo sangre produce unos brillos desproporcionados. -¿Cuanto dinero era...? No me acuerdo...- mira a la de los pendientes tintineantes para ver si ella se acordaba que por su gesto dio señas de tampoco acordarse. -¿Pero para qué quería el dinero?- preguntó la teñida de caoba intrigada. -Dijo que para pagar el colegio de sus niños- e hizo un gesto la interrogada con la mano para enfatizar su frase y sus uñas enormes volvieron a ser protagonistas -hace poco también pidió para no se qué y consiguió que se lo diéramos. Claro que era poca cantidad. Yo no sé que problemas tendrá pero así no se puede ir por la vida. Es que no se puede abusar de la amistad de las personas- y se ajustó la rebeca que llevaba puesta por encima de los hombros. -Bueno, pero el marido trabaja ¿no?- volvió a insistir la caoba igual de intrigada que antes. -Sí, pero ella no, y si además tienen muchos gastos... Hoy en día hay cosas muy raras, imagínate si el marido es ludópata, drogadicto o cualquier cosa rara... ¡qué se yo!... Lo que sea que pide- se ajustó la rebeca de nuevo y miró a la de los pendientes como demandando un comentario de ella. Ésta terminó interviniendo -de todos modos a esa tía se la veía venir desde el principio. Siempre hablando muy amable con las vecinas, muy suavona, así como con muchas ganas de agradar, contando muchas cosas de

su intimidad, cosas que las demás no teníamos porqué saber, muy aduladora, explicando problemas que ella tuvo..., como queriendo cosechar mucha amistad..., para luego utilizar la amistad para sacar dinero-. Agitó su cabeza y sus pendientes cascabeleros tintinearon de nuevo. La de las uñas volvió a decir -así no se puede ir por la vida-. Cerca, en una mesa, hay dos hombres en chándal y un niño de unos once años sentados mirando la pantalla digital que hay instalada en el local. Están viendo un resumen de noticias de fútbol. La voz del locutor va desgranando eventos y acontecimientos relacionados con el mundo del deporte rey. Uno de los señores pierde un poco la compostura -si el tío ese no da una, hombre..., si es un negao, ¿cómo lo ponen de delantero? hombre-. El chico que entró va vestido de forma correcta, quizá demasiado elegante para un contexto de barrio de clase obrera en el que están, va con un corte de pelo de última moda, de esos de media melena, su gesto es serio y educado, pero en su forma de andar y de moverse se le nota un aire, un punto de ambigüedad. Es un afeminamiento sutil que sólo se detecta si se presta atención. Se dirige al mostrador. Macarena, ojo avizor, se percata de su presencia. Dice con un tono de voz calculado para que lo oigan los pizzeros pero no el cliente -Lola, anda por favor, sal al local que está ahí la prima-. Lola presta se dirige a donde está el chico para atenderlo -Hola, dime ¿qué quieres?-. El chico titubea un poco y mira hacia la parte del horno y de la mesa de elaboración que se puede ver desde el local, como si quisiera buscar a alguien en la tienda con la mirada. -Por favor, me pones una pizza pequeña cuatroquesos, para llevar, y una lata de cocacola-. Trini se quedó un poco perpleja,

preguntó en voz baja -¿la prima? ¿por qué Macarena lo ha llamado la prima?-. En su voz entonada en un hilillo apenas audible, no vaya a ser que el chico la oyera, se denotaba un exceso de prudencia, de persona que preferiría matarse antes que herir los sentimientos de los demás. Jaime se descubrió otra vez mirando a Trini con ternura. Mónica esboza una sonrisa mientras intercambia una mirada de complicidad con Jaime y explica -es que ése es mariquita. Lo llamamos la prima. Una parida... no se quién dijo, ya sabes a cachondeo, que se parecía a su prima, por lo que fuera, por la chorrada que fuera, y se quedó con el mote-. Lola cobró y le dio el cambio al cliente, volvió y rauda empezó a hacer la pizza pequeña. No dijo nada. El chico se quedó esperando, pero no se sentó en una de las sillas del local, como suelen hacer los clientes, sino que se quedó de pié al lado de la caja, donde lo atendió Lola, cerca del corrillo de las tres señoras que seguían cotorreando -a Maripili, la del 5ª A, se lo dejé caer el otro día-. De vez en cuando miraba hacia la parte del horno y de la mesa de elaboración que su perspectiva le permitía divisar. Aunque quería disimular se lo veía ansioso. Una de las tres señoras lo miró de reojo. Trini se acercó un poco al local para verlo por pura curiosidad, pero de forma disimulada, fingiendo coger algo de por allí, siguiendo esa estrategia tan vieja y tan gastada por los trabajadores del sector de la hostelería y que ahora ella empezaba a utilizar. Luego vino otra vez a la mesa de elaboración -parece que va muy elegante ¿no?-. Jaime la miró un poquitín contrariado y quizá también algo celoso, de nuevo celoso -¿muy elegante? Bueno... los gays son así, les gusta estar muy pendientes de su aspecto físico-. Casi temía que a

Trini le pareciera guapo el otro, claro que si era gay no era rival. Lola, que ya metía la pizza que había hecho por el horno, cogió onda de la conversación -muy pijo, muy pijo, tampoco es que sea. Trabaja en la farmacia que sus padres tienen en la calle Bacares. No sé cuanto dinero puede dar una farmacia, ahora que muertos de hambre tampoco van a estar. De todas formas sí, se ve que le gusta ir bien vestido-. Trini seguía intrigada en él -parece que mira mucho para acá-. Jaime que quería decir algo gracioso a Trini, algo que la hiciera reír, sentenció -mira mucho para acá para ver si me puede ver, que le gusto un montón-. Las chicas rieron y él se puso un poco colorado sintiéndose algo estúpido a causa de su propio comentario pretendidamente chistoso. -¡Ay! ¡Qué presumido eres! No te creas que eres tan guapo, que no lo eres tanto. No creo que se fije en ti, y si se fija en ti es que no debe de tener muy buen gusto- se mofó Mónica. Lola lo azuzó -sal, sal, que te vea, que te vea-. Jaime intentó defenderse pero continuando el tono de broma -a ver, a vosotras no os va a querer mirar, si es gay querrá mirar a un hombre, vamos, digo yo- y un poco avergonzado, pero al mismo tiempo sin poder evitar un deseo irreprimible, miró a Trini que parecía simplemente divertida. Aunque su sonrisa no podía ocultar esa cierta timidez siempre presente en su carácter, y sus inmensos ojos verdes de largas, espesas y negras pestañas le dijeron que ella era todavía completamente ignorante de sus intensos sentimientos. Macarena vigilante terminó saltando, aunque está al otro lado del horno lo oye todo -¡venga! dejaros de guapos ni de feos y poneros a hacer pizzas, que los que nos van a empezar a poner caras feas son los clientes que están esperando como no salgan las

pizzas que han pedido-. Los otros reaccionaron aplicándose en su trabajo, pero Macarena al final no pudo evitar el participar en la conversación y mirando a Trini añadió -el chico ése está que se muere por los huesitos de Sergio. Que le gustan mucho los tiarrones macizos, fuertotes, tipo Sergio, así... muy machotes, robustos- e hizo un gesto con los brazos y hombros intentando caricaturizar la fortaleza física masculina que es lo que le pasa. Y está a ver si lo ve-. "Pues de momento se va a quedar con las ganas porque Sergio está fuera repartiendo" pensó Trini, y luego sintió una ternura, una condescendencia, hacia el chico gay al darse cuenta de que era víctima de su anhelo, de un anhelo que no podría ser correspondido, pues Sergio tenía toda la pinta de ser hetero. Los pedidos del local van saliendo. Lola, que hoy le ha tocado caja, los va sacando. Canta los números -¡el 55! ¡el 55!-. Uno de los señores que veía las noticias de fútbol se dispone a recoger su pizza. Se acerca pero con la cara vuelta hacia la pantalla del televisor: notician que Ronaldiño, el famoso futbolista, se va al Milán. La señora teñida de caoba está contrariada, le dice a Lola -¡oye! que yo estaba antes, que tengo el 53, yo estaba antes-. Lola le dice con paciencia -es que usted ha pedido dos familiares que se tardan más en hacer que una mediana que ha pedido este señor, por eso su pedido tarda un poco más-. El hombre del chándal pone cara de póquer y se apresura a llevarse su pedido por si acaso. La de los pendientes tintineantes recalca mirando a su comadre -mujer, que una familiar se tarda más en hacer que una mediana, y tú además has pedido dos-. La señora de caoba pareció quedar conforme -bueno, es que yo no tengo mucha costumbre de comprar pizzas- y en la mente de las presentes quedó una vaga rememoración de la

cola de la carnicería del hipermercado. En el momento en el que el señor que había cogido su pedido salía por la puerta del local su móvil sonó. Lo llevaba en el bolsillo de atrás del pantalón, y como con una mano sujetaba la pizza y con la otra una bolsa de plástico con unas latas de cocacola y unos helados se le hacía incómodo cogerlo -cago en la leche-. Haciendo un esfuerzo pudo atender la llamada -¿sí? ¿quién es?- su cara reflejaba la curiosidad por una posible urgencia. De repente su expresión cambió y se volvió cansina que sí,... que ya voy con la pizza,...que ya estoy cogiendo el coche-. Al cabo de un rato se oye el rugido de la moto de Sergio. La aparca y entra por la puerta de repartidores. Las chicas están dentro de la cámara frigorífica cogiendo más ingredientes y Macarena está en la oficina buscando un rollo de papel para la pequeña impresora que hay en la parte de salida de horno. Los pedidos del local han sido atendidos ya casi todos. Sólo queda el chico gay, que era el último. Jaime no sabía bien porqué se sentía animado, casi eufórico, y seguía con ganas de broma. Contempló a Sergio que se quedó de pié, cerca de la puerta por donde salen los repartidores, apoyado por un hombro en la pared y con los brazos cruzados, con un gesto tranquilo y confiado. Jaime se acordó de que hace como una semana Sergio le gastó una broma. Fue una tontería, pero deseaba tomarse la revancha. Cuando se le ocurrió como se iba a desquitar su pulso empezó a acelerarse y se acercó a Sergio como quien no quiere la cosa. Conteniéndose le dijo en voz baja -hay en el local una tía que está buenísima, ¡que tía...!, tiene unas tetas…, que pibón..., lo que te estás perdiendo... tiene un culo respingón de esos que dicen tócame...-. Sergio sin más dilación se dirigió al local. El deseo de

recrearse contemplando a una tía buena siempre está ahí, latente. Coge una bayeta que había en el fregadero para disimular haciendo como que limpia las mesas. Pero al salir a la caja repentinamente se encuentra con la mirada del chico gay, en el local no hay ninguna tía buena, no hay nadie, sólo está el chico gay que además se lo está comiendo con los ojos. El sujeto que desea de pronto se convierte en objeto de deseo, del deseo de un veinteañero homosexual. Sergio desvía la mirada rápido, esquivando la del chico, y retrocede instintivamente. Masculló -te vas a enterar, gracioso- y se acerca a Jaime soltando unas risotadas premeditadamente fingidas y que sonaban amenazadoras, a sed de venganza. Jaime regocijado por la tomadura de pelo le dice -anímate hombre, a falta de pan buenas son tortas-. Sergio se posiciona otra vez cerca de la puerta de repartidores. Cuanto más lejos del local mejor... por si acaso... y le larga a Jaime -y yo para qué quiero maricones, contigo ya tengo bastante. -ya, pero a mi no me gustas tanto como le gustas a ése- replicó Jaime siguiendo la chirigota. Macarena sale de la oficinita con el rollo de papel. Abre la impresora y procede a colocarlo -y menos mal que se ha acabado el papel ahora que hay poco trabajo, porque siempre se acaba cuando estamos desbordados, es que siempre, en el peor momento, oye, por una vez…- dice para quien haya por allí y pueda escucharla. Macarena algunas veces dice sus pensamientos en voz alta, aunque ni siquiera ella misma esté segura de que haya alguien que pueda escucharla. Es su forma de desahogarse. Las chicas salen de la cámara con los ingredientes y empiezan a colocarlos en los boles de la mesa de elaboración. La pizza del chico gay está saliendo del horno. Es Lola la

que tenía que sacar la pizza al local y entregársela, pues hoy le ha tocado a ella caja, pero ahora está ocupada rellenando boles. Jaime está cerca de la puerta de repartidores hablando con Sergio. La puerta de repartidores está al lado de la salida del horno. Macarena duda. Decide -Jaime, saca tú la pizza de la prima y entrégale el pedido que Lola no puede ahora, está ocupada-. Jaime obedece. Coge la pala, la saca y la introduce en una caja de cartón. Sergio se le acerca y le dice a media voz burlón -¡que te folle!-. -Que te folle a ti, que tú le gustas más. -¡Cabrón! Macarena se impacienta -¡vamos! esa pizza fuera ¡ya!-. El chico gay se va con su pedido, no sin antes volver a echar otro vistazo para ver si podía vislumbrar a Sergio. El macho de sus fantasías eróticas. El mundo está lleno de deseo. Irremediablemente el ritmo de trabajo sigue, los teléfonos vuelven a sonar, entran nuevos clientes en el local que se había quedado vacío por un momento, hay nuevas pizzas por hacer. Se oye la moto del Gringo y un instante después éste traspasa la puerta de repartidores. Se quita el casco y aparece una cabeza con la forma de un adoquín, de pelo rubio, muy corto y rígido que tapa enseguida con la gorra. Sus ojillos azules chispean alegría. Y como si lo estuviera persiguiendo aparece Alberto, descubriendo, esta vez, un pelo negro azabache al quitarse el protector. Este último detectó la expresión radiante del Gringo y dirigiéndose a él le dijo -¡Qué suerte, cabrón! Mañana empiezas tus vacaciones-. -Os voy a perder de vista 15 días, que os den. -¿y los otros 15? ¿Ya los gastaste? -No. Los disfrutaré en Diciembre.

Sergio lo miró con cierto desdén -¿pero tú porqué te vas de vacaciones en Octubre y en Diciembre? Mira que irse de vacaciones en Octubre y en Diciembre, en vez de irse en verano como todo el mundo... -¿Y yo para qué quiero irme de vacaciones en verano? Si el verano es la mejor época para trabajar como repartidor. Hace buen tiempo, y vas con la moto muy a gusto. -Muy achicharrado. Alberto miraba al Gringo con empatía, fijamente, con la boca abierta como preparándose para decir algo, en su gesto se veía, al contrario que Sergio, que estaba de acuerdo con su opinión. Al fin expuso -lo que dice el Gringo es cierto, en el verano se trabaja muy bien, en invierno llueve y hace mal tiempo. No está mal pensado disfrutar las vacaciones en invierno-. El Gringo animado por el apoyo de Alberto continuó anda que no. En invierno los repartidores lo pasamos fatal con el frío y la lluvia, chaval, y con la moto para arriba y para abajo hechos una sopa. ¡Aaahgg! ¡Qué asco! Ya me quitaré yo unos días de lluvia de esos asquerosos- y mirando esta vez a Sergio dijo moviendo el brazo flexionándolo y con el puño cerrado en señal de jodienda -cuando esté lloviendo ya me acordaré de vosotros… toma, que os den. -Con lo bien que se pasa en la playa en veranodijo Sergio. -A quien le guste- apostilló Alberto. -Anda ya. Con lo que me gusta a mi ver pibas en bikini pululando por la playa- susurró Sergio desviando la mirada hacia un lugar inconcreto de la estancia con un gesto entre fastidiado y aburrido. Macarena termina de colocar unas cajas vacías al lado de la salida del horno y comenta -la verdad es que el invierno es muy puñetero para los repartidores-.

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-Y vosotras y el mariquita de Jaime aquí dentro de la tienda, calentitos y secos... ¡qué cabrones!- dijo Sergio acercándose un poco a la mesa de elaboración, intencionadamente, para que lo oyera mejor Jaime. Jaime que estaba echando ingredientes, y que no era completamente ajeno a la conversación, saltó al sentirse aludido -oye, oye, oye... un respeto. ¿Tú sabes el calor que hace aquí en verano con el horno al lado?-. Macarena lo secunda levantando el índice y señalando el techo con gesto solemne -eso es verdad ¿he? ponte tú aquí todo el verano a sudar la gota gorda y verás... Si vosotros pasáis un invierno soportando la lluvia y el frío con la moto, nosotros pasamos un verano de agobio con el horno al lado que más que un horno parece esto una central nuclear ¿Tú sabes los grados centígrados que alcanza esto? Si salen los ingredientes completamente derretidos y pegados a las pizzas en un momento-. Lola intervino alzando la voz para que lo oyeran los otros –y el pestazo a pizza que al final terminas echando. Se te pega el olor al pelo, a la piel, a todo, y con el tiempo terminas echando un tufo a pizza que marea. Aunque te duches, que no se va del todo. A vosotros eso no os pasa-. Mónica la secundó -mi novio me lo detectó al principio de empezar a trabajar aquí-. Miraron las dos a los ingredientes que estaban poniendo en las pizzas con cierta aprensión, como culpabilizándolos. Trini dijo con cierta timidez -todos los trabajos tienen sus ventajas y sus inconvenientes- sin levantar la cabeza, sin dejar de mirar la pizza que estaba haciendo. El Gringo no la había oído bien por el tono de voz demasiado bajo y el horno que estaba casi justamente entre ambos. Miró a Jaime que estaba cerca de ella -¿qué dice?-. Jaime repitió en voz alta lo que había dicho Trini que se sintió incomodada por su

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propia timidez e inseguridad, y luego la miró un momento un poco extrañado y en todo caso enternecido. Pensó que porqué Trini se avergonzaba de hablar. Hubiera querido decirle: "eres inteligente, no tiene porqué darte reparo en hablar". Pero no encontró en ese momento las palabras adecuadas. Macarena sacaba ya con la pala una pizza del horno y al hilo de lo dicho por Trini dijo -¡hombre!... yo tengo una amiga que trabaja como vendedora en El Corte Inglés, y ahí ni frío ni calor ni malos olores que se te peguen, pero la han puesto al lado de la megafonía, así que la pobre con el hilo musical todo el rato acaba con la cabeza como un bombo. Sergio no está conforme con la conclusión que parece haber tomado el pequeño debate -ya... pero a mí que no me digan, que hay trabajos que no tienen inconveniente ninguno, un tío trabajando en un buen despacho con su aire acondicionado, con su secretaria, ganando un sueldazo, a ver que inconvenientes...-. Trini replica y su tono de voz se vuelve algo más firme, más seguro, que en su última intervención, venciendo así su apocamiento inicial y queriendo enmendar o compensar de alguna manera la imagen de excesiva timidez que había dejado -sí, pero esos trabajos hay que reconocer que entrañan un mayor grado de responsabilidad-. Jaime irado de la reacción de Trini la secunda -de mayor responsabilidad y de mayor preparación, implican tener unos estudios, una formación-. Macarena pone el colofón -hombre... claro... son trabajos que tienen muchas responsabilidades, si las cosas salen mal se te cae el pelo. No..., si todo trabajo tiene su puntito, aquí no se libra nadie-. Pero hablando de trabajos ella no olvida que ellos están allí precisamente para trabajar, está bien hablar un ratito, pero lo primero es

lo primero, así que cambia el chip y se dedica un poco a poner a la gente en órbita -¡Sergio! Cógete dos latas de cocacola y una ensalada de cangrejo, que vas a salir ya-. Sergio abre el pequeño frigorífico que hay cerca de la puerta de repartidores, por su gesto se nota que sigue sin quedar conforme con el punto y final de la conversación. Mientras coge las latas y las mete en una bolsa de plástico no puede evitar el decir -¡joder! pero hay trabajos que son peores que otros. Mira los jefazos de Pizzaveloz que se quedan con todo el dinero y nosotros aquí currelando para cuatro euros que nos dan-. Macarena replica con un gesto de resignación -si ya lo sabemos, nosotros somos unos pringaillos que estamos aquí en la mina mientras los jefazos se llevan casi toda la tajada, pero aún así, hay que reconocer que esos puestos son de mucha responsabilidad-. Sigue sacando pizzas del horno teniendo permanentemente presente que hay que estar a lo que hay que estar -¡Tu! Gringo, cógete tres latas de cerveza y dos helados de chocolate que sales tú también ahora-. Luego le tocó el turno a Alberto, casi siempre más silencioso que los demás. Mientras se movilizaba por efecto de las órdenes de Macarena por su cabeza pasaron las razones que lo llevaron a venir a España. Perú estaba muy mal. ¡Eso si que eran condiciones lamentables! Se acordó de cuando rebuscaba en la basura de las zonas comerciales de Lima objetos que pudieran tener algún valor, como botellas de cristal íntegras o de plástico, que recolectaba para luego venderlas. Ahora que está aquí su ilusión es ahorrar y conseguir suficiente dinero como para montar un negocio en su país. Le gustaría tener un taller de motos. Compraría un local. El cambio del euro a la moneda de Perú le es favorable. Un euro allí es muchísimo dinero. Trabaja por la mañana en

otro sitio y luego aquí. Es duro, pero si quiere ahorrar…. Rápidamente, bajo las indicaciones de Macarena preparó su pedido. “Aunque lo mismo me quedo aquí para toda la vida” pensó a continuación de una forma casi frívola. Jaime va colocando trocitos de piña en una hawayana -también es verdad que debe de haber muchos jefazos que primero trabajaron aquí, en las tiendas como nosotros, que primero fueron cocineros antes que frailes, y que fueron ascendiendo... digo yo que por lo menos algunos empezarían desde abajo-. Macarena replica, en cierta forma se siente obligada a ello, como jefa de tienda tiene mayor o con los jefazos de arriba -también los hay, también los hay, no todos pero los hay...-. Sin embargo tiene ganas de zanjar de una vez la conversación y bruscamente su expresión se vuelve más enérgica -bueno venga, esas pizzas, que es para hoy, un poco de vidilla ¿he?- y con un gesto de impaciencia se dirige a los repartidores dando una palmada -y vosotros venga, desfilando con los pedidos-. Jaime y las chicas se enderezan como si una corriente eléctrica pasara por sus cuerpos y la velocidad con que los ingredientes encuentran su lugar en las pizzas aumenta. Los repartidores cogen las bolsas térmicas y los complementos, se ponen los cascos y se marchan. Hay que trabajar. Hubo un prolongado silencio. Macarena reconfortada agradece la ausencia de charla y la concentración en el trabajo. Trini piensa que Macarena es como una profesora en una clase de secundaria que tiene que estar diciendo a los alumnos que se callen para que sigan atendiendo o trabajando y no se distraigan, como una profesora pero en plan cutre, en versión vulgar, sin ese halo de nivel cultural alto. El silencio continúa, aunque empieza a durar ya

demasiado. Las cabezas empiezan a pensar que ya ha sido suficiente para contentar a Macarena y que además ¡qué caramba! se puede hablar mientras se trabaja. Mónica salta con algo que estaba barruntando sobre la conversación anterior mientras en su cara aparecía media sonrisa, y aprovechando que tenía al lado a Jaime le dice -¿así que cocineros antes que frailes? ¿eh? no, si ya sabía yo que tú querías picar alto- y mirando a Lola y a Trini alternativamente con expresión maliciosa dijo -éste quiere promocionar, quiere llegar alto-. Ladeó la cabeza un poco hacia donde estaba Jaime -se le ven las intenciones-. El aludido soltó una loncha de beicon con brusquedad en la salsa carbonara de su pizza con una expresión entre la risa contenida y la rabia -¿y a ti quien te ha dicho que yo me quiero quedar aquí? enterada, que eres una enterada. Yo acabaré mi carrera y luego ya veremos. Si yo aquí no me quiero quedar- luego miró a Trini y a Lola -yo lo dije porque, oye, en cualquier empresa la gente es muy libre de querer promocionar, eso pasa en todos sitios-. Trini asintió -¡claro!- le resultaba lógico. Lola, en cambio, parecía divertida ¡uuuuhhh! yo ya me veo de ejecutiva agresiva de Pizzaveloz-. A través de las cristaleras que separan la mesa de elaboración y el local se ve entrar a un cliente que se dirige a la caja. Mónica lo detecta y recuerda que ese día era a Lola a quien le había tocado atender local -ejecutiva agresiva, anda, sal al local que hay un cliente-. Lola se movía y Jaime le dijo antes de que se alejara del todo -¡y procura atenderlo bien!, piensa en tu promoción... hay que hacer méritos-. Lola se volvió para responderle algo, pero se contuvo porque estaba ya muy cerca del cliente. Macarena intervino ¡scchhheeeéé...! ¡Callaros ya niños! que os va a escuchar el cliente, que el pobretico no tiene culpa de

nada. Hubo otro lapso de tiempo mudo. Se acercó Macarena un momento a la mesa de elaboración para coger unas pinzas que estaba buscando y que estaban por allí. Trini le preguntó con esa típica entonación suya de voz más baja que la de los demás -¿y tú has pensado alguna vez en promocionar Macarena?-. -¡Pppuuufff...! Pues no es difícil... pues no me queda nada todavía...y encima con lo mal que se está poniendo la cosa. Cada vez es más difícil que quede por ahí un puesto vacante de nada, tesoro- contestó Macarena que luego se marchó detrás del horno, en su posición habitual para continuar con sus quehaceres. Jaime miró con condescendencia a Trini y le explicó que el puesto superior inmediato a jefe de tienda es supervisor. Sería al que promocionaría Macarena. -¿Supervisor?- dijo Trini mientras sus apetitosos labios carmín se movían al pronunciar la palabra. Miraba expectante con sus amplios ojos verdes, como lagunas esmeralda, el rostro amable de Jaime. -Sí, vienen aquí y como su propio nombre indican supervisan que se cumplan todas las normas de elaboración y demás que impone Pizzaveloz. Tú todavía no has visto ninguno porque llevas muy poco tiempo aquí-. Mónica terció interrumpiendo a Jaime -sí hija, y lo peor es que se presentan sin previo aviso, de sopetón-. Jaime se incomodó un poco por la intervención de Mónica, interrumpía una conversación que pretendía establecer una ambiente cálido entre él y Trini. Se dirigió a Mónica molesto -¡hombre! claro que tienen que venir sin avisar, no te jode, si quieren hacer bien su trabajo de supervisión se tienen que presentar sin avisar, de otro modo no hacen nada, se

arreglarían todos los desaguisados o se disimularían antes de que llegaran-. Lola volvía de atender al cliente y cogía onda de la conversación -de todos modos son unos pesados: "ponte bien la gorra", "reparte mejor el ingrediente", van de un pedante..., son un rollo, y encima cuando ellos están delante la gente está como muy tensa, más nerviosa-. Macarena, que había oído algo de lo que dijo Lola, gritó venciendo el obstáculo del horno -¡oye! a ver si me vais a asustar ahora a Trini. Tú no te preocupes nena, haciendo bien tu trabajo no pasa nada, normalmente no tiene porqué haber problemas. Con la conversación sobre el supervisor, y con la posibilidad de que evalúe su quehacer, a la mente de Trini vuelve la amenazadora observación de que ella no era tan ágil haciendo pizzas como sus compañeros. Aunque piensa que ha mejorado, que ha ganado rapidez poniendo ingredientes y que va consiguiendo que queden bien colocados, todavía subsiste esa preocupación por alcanzar un nivel de destreza similar al de sus compañeros. Además ahora está empezando a aprender a estirar masas y la historia se repite. Se asombra con disgusto de que las masas le salen siempre apepinadas o cuadradas, de todo menos redondas. Se vuelve a sentir avergonzada de su falta de destreza al compararse con sus compañeros. Claro que está empezando y nadie las hace a la perfección desde el primer momento en que se pone, nadie nace sabiendo, pero de todos modos no puede evitar el sentirse torpe, y ahora que se ha enterado de que hay supervisor el inquietarse un poco. De todas maneras parece que Macarena y sus compañeros en general la apoyan, especialmente Jaime. ¿Jaime? Lo tiene al lado ahora mismo. Sus pensamientos de súbito giran hacia él. "Estaba

estudiando creo. ¿Qué es lo que estudia? Derecho... Sí, ahora recuerdo, está estudiando Derecho, me lo dijo el otro día. Parece inteligente ¿Qué pensará de mí? Tímida y encima con la imagen de torpona que estoy dando... pensará que soy tonta. ¡Qué se la va hacer! Derecho parece una carrera bastante dura. Yo también estoy estudiando una licenciatura: Pedagogía. Claro que tampoco es la carrera más difícil que se pueda estudiar en la universidad, ni tampoco la que tenga más futuro profesional garantizado que digamos". Jaime con rapidez iba colocando trozos de jamón de York en una mediana. Trini se fijó en sus brazos y en sus manos. "Sus brazos no son tan fuertes como los de Sergio, pero indudablemente se ve que son los de un hombre, igual que sus manos”. Y de la observación de aspectos de su físico pasó a preguntarse sobre su futuro profesional. ¿Conseguirá él triunfar? ¿Llegará a ser un abogado de éxito?". En un instante Jaime miró a Trini y le sonrió. Trini le devolvió la sonrisa efímeramente y siguió ocupándose de su pizza al tiempo que sus pensamientos volvían a sumergirse otra vez en su particular mundo interior. "¿Triunfar? ¿Ése es el sentido de la vida? Conseguir un trabajo de prestigio, un buen sueldo, poder demostrar un alto nivel adquisitivo, poder comprar un buen coche, una casa en un barrio residencial, disfrutar de una serie de bienes materiales y de un reconocimiento social. ¿Ése es el sentido de la vida? Se supone que es a lo que todo el mundo aspira. Algunos lo consiguen y otros no. ¿De qué depende? De la inteligencia de la persona, del esfuerzo que haya dedicado a preparase y a formarse, de su lucha y perseverancia por conseguir ascender...y de la suerte, también influye la suerte hay que itirlo". En el local entra un hombre de mediana edad,

aunque con una apariencia todavía juvenil, quizá con veintimuchos o con treintaypocos años, con aspecto de profesional, va con un impecable traje con chaqueta y corbata. Trini recuerda que cerca, al lado del centro comercial del barrio, hay un edificio empresarial. Se trata de una construcción funcionalista e impresionante recubierta toda ella de un acristalamiento de color caoba, un prisma de cristal oscuro con reflejos rojizos. Ve al señor a través de la cristalera que separa la mesa de elaboración del local. "Seguramente vendrá de allí, edificio master… ¿cómo se llama ese edificio? Master no se qué. Tiene el aspecto típico de triunfador, de hombre que ha sabido situarse bien: muy elegantemente vestido tipo ejecutivo, con aires de sentirse seguro de sí mismo”. Trini detalla sus zapatos negros y relucientes y su reloj caro de caballero ceñido a una muñeca ancha y velluda. “Podemos decir que por lo menos a juzgar por su apariencia ha conseguido el objetivo que supuestamente nos marca la sociedad en la que vivimos, aquello que desean nuestros padres para nosotros". El señor se acerca a la caja y Lola lo atiende correcta y profesionalmente. Pero los pensamientos de Trini volvieron otra vez a Jaime "¿llegará Jaime a ser como ese señor?” y al futuro incierto “¿y yo? ¿llegaré a tener un trabajo que se corresponda con el nivel de cualificación de la carrera que estoy estudiando?". Experimentó aprensión ante la idea de una sociedad competitiva, agresiva y clasista, una piña de gentes preparándose, buscando oportunidades incesantemente, luchando por conseguir la posición mejor posible, luchando por ascender. Lola volvía a la mesa de elaboración después de haber atendido al distinguido hombre. Se dio cuenta de que Trini lo había mirado, y al pasar al

lado de ella le dijo picarona y en voz baja para que no lo oyera Jaime, aprovechando que éste se había apartado un poco para estirar una masa -no está mal el ejecutivo ¿eh? en mi vida había visto una mandíbula cuadrada tan perfecta, tipo superman… y no veas el culo tan bonito que tiene. Viene todos los viernes a esta hora aproximadamente-. Trini iba a decir algo que sonara con un tono pícaro para corresponder al comentario de Lola, pero no le dio tiempo porque ésta se fue corriendo a la cámara para coger alitas de pollo para el pedido del cliente y dejó a Trini extendiendo salsa carbonara en una familiar .“Que salidilla la Lola” pensó, aunque reconoció que el señor no tenía mala presencia, y observó que en la expresión de los ojos se parecía un poco a Jaime. Como siempre el trasiego de clientes sigue, y al cabo de un momento entró también en el establecimiento aquella chica de físico impresionante y de elegancia enigmática que llamó tanto la atención el otro día a Jaime. Iba con la misma acompañante que la otra vez. Jaime estaba colocando rodajas de peperoni en una familiar intentando superar el tedio, y entonces volvió a fijarse en ella, esta vez a través de las cristaleras de la mesa de elaboración. Como estos cristales no son unidireccionales decidió ser más discreto en su observación. Eran los mismos pechos firmes, el mismo cuello esbelto, la misma bella presencia, pero ya no sintió lo mismo. Ya no sintió esa atracción irresistible. Su interés por Trini, su deseo obsesivo por ella, había eclipsado y difuminado el arrobamiento que pudiera sentir hacia la otra, o hacia cualquier otra chica o mujer. Miró involuntariamente a Trini que se esforzaba por hacer bien su trabajo, como siempre. La tenia tan cerca ahora, y al mismo tiempo tan lejos, esa chiquilla era tan ajena a sus

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sentimientos... Fuera de la tienda el viento fresco de la noche no llega a resultar frío del todo, y la luz eléctrica del alumbrado tiene un brillo como estimulante. Sergio acelera. La moto ruge de forma más estridente. Va por la calle Valdetorres del Jarama y tiene que llevar el pedido que está guardado en el cajón de la moto a Cuevas del Almanzora; una calle que está más o menos lejos de la tienda "¿qué numero? ¿qué número era? ¡ah! El 60. Sí, creo que ese portal está detrás de un jardincillo, como metido en un recodo que forman varios portales al final de la calle. Sí, ya me acuerdo...". Es un portal que está bastante escondido, de espaldas a la calle a la que pertenece. La primera vez que fue tardó un montón, pero un montón en encontrarlo, dio más vueltas que una peonza, y tuvo que preguntar a varias personas que le pusieron cara de punto de interrogación hasta que dio con una maruja que supo indicarle, por poco se come a la maruja a besos -sí, hijo, sé donde está, que vive ahí una cuñada mía que tiene una peluquería al lado del portal, está ahí, al fondo a la izquierda-. Se acuerda de que en aquella ocasión llevaba una pizza familiar y que en un momento llegó a pensar “esta pizza va a llegar más fría que si hubiera ido al polo norte y hubiera vuelto”. Claro que desde entonces no se le ha olvidado donde está el jodido portal. “La verdad es que hay algunas calles que tienen colocados los portales que no lo entiende ni un pintor de cuadros abstractos”. Aún con estos pasajes en la mente de Sergio todavía le quedan los ecos de las últimas frases proferidas en la tienda. ira la capacidad de Macarena para controlar cuando hace falta y conseguir que la gente cumpla con su obligación "¡qué mujer! ¡como se pone cuando tiene que mandar a la gente a

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hacer su trabajo! Parece una leona... y anda que alguien se atreva a replicarla. Eso sí que es una mujer". Recuerda como los pechos de Macarena, pechos de pezones puntiagudos que se delatan a través de la ropa, se mueven exuberantes con el ajetreo, cuando saca las pizzas del horno y las mete en las cajas cerrándolas rápido y bien. Se extasía recordando el movimiento voluptuoso de esos melones cuando la tigresa maneja la pala o extiende salsa o esparce queso sobre una pizza, con esa cadenilla de oro con un crucifijo que se hunde en el canalillo “quién fuera la cadenilla y el crucifijo”, y está tan abstraído que casi no ve ya ni las calles por donde va pasando. Pero la moto sigue avanzando y se mete ya por la avenida de San Luis. El semáforo que hay en la rotonda desde la que sale la carretera que va al barrio de Sanchinarro está en rojo. Sergio para y se levanta un momento del sillín. Se siente un poco incómodo. Su miembro se ha inflado y endurecido por las lujuriosas evocaciones de Macarena, y se estira la tela del pantalón por la zona para aliviarse. Se lamenta "joder con los pantalones del uniforme de Pizzaveloz... que estrechos son...de cintura parece que te quedan bien pero luego te aprisionan mucho en las bajuras. Mónica dice que es que están diseñados como los pantalones de los camareros, para que hagan un culo bonito a los hombres. Pues será verdad, pero yo tengo los huevos molidos". Sergio ya ha pedido en varias ocasiones a Macarena que le traigan unos pantalones de una talla más grande, pero todavía no los han recibido. El semáforo se pone en verde. Cambia de carril para dirigirse en línea recta avenida de San Luis adelante. A un coche que iba por detrás no le gustó la maniobra y le pitó. Sergio no tardó en contestar -¡¿qué pasa...?! ¡gilipollas!-. Unos minutos después mascullaba -

cuidado con el pito que me ha pegado el tío chalao, encima de todo tenía una pinta de gilipollas-. El incidente por lo menos sirvió para rebajar su erección. Al avanzar, de forma casi violenta contra las tonalidades moradas del cielo crepuscular aparecen de pronto imponentes los cuatro nuevos rascacielos que se han construido en la zona norte del Paseo de la Castellana. El fresco viento otoñal ha limpiado la atmósfera y las cuatro torres se distinguen con absoluta claridad. Sergio no puede evitar el sobrecogerse un poco "¡joder! ¡que pedazos de rascacielos que han hecho! Desde este tramo de la avenida de San Luis se ven como si se pudieran tocar con la mano". Como es casi de noche las lucecitas de los despachos de los enormes edificios ya se destacan fulgurantes. Sergio aunque trabaja por la mañana en una mensajería todavía no ha entrado en ninguno. "Bueno... es una cuestión de tiempo. Más tarde o más temprano ya me mandarán ir a entregar o recoger algo ahí". La verdad es que siente curiosidad por entrar en alguno de esos monstruos. "Son los rascacielos más grandes de Madrid, se ven desde el barrio de Hortaleza hasta Casa de Campo. Trini dice que son como el símbolo del crecimiento económico y financiero que ha tenido Madrid en los últimos tiempos, desde mediados de los noventa hasta primeros del 2008, es decir, hasta el momento en que la cosa se empezó a jorobar, porque la cosa parece que se jorobado pero bien, se ha jodido pero de verdad. La burbuja inmobiliaria que ha pinchado, el petróleo que ha subido, luego fue la crisis financiera internacional, lo que sea... el caso es que la cosa se chafó y la gente está ahora puteada". Sergio recuerda un matrimonio joven, amigos suyos, que están que no saben como pagar la hipoteca porque el pequeño negocio que

tienen no va demasiado bien, también a su mente le llega una vez más la situación de su cuñado que trabajaba en la construcción y que ahora está en el paro “está buscando trabajo pero el hombre todavía no ha encontrado nada”. Sintió lástima y preocupación. “Están cerrando empresas, despidiendo a gente...". El propio Sergio estuvo durante una época en el paro, durante el 93, y rememora la depresión y la impotencia que sintió “eso no se lo deseo ni al peor de mis enemigos”. Tuerce el gesto con la mirada todavía fija en los enormes edificios, mirándolos pero sin verlos. "Se está poniendo la cosa fina, fina filipina”. Piensa que al final se va a tener que sentir afortunado de poder trabajar aunque sea de repartidor de pizzas y de mensajero “trabajos que no es que sean una maravilla, pero al lado de no tener.... Oye, y encima cuando ves que otros están en el paro y te acuerdas de la época en la que tú estuviste te vuelves más cumplidor en tu trabajo, más disciplinado y más todo, te agarras a tu trabajo como a un clavo ardiendo”. Sergio acelera un poco más la moto, y luego sin darse cuenta vuelve a concentrarse en la apariencia de los rascacielos dejándose hipnotizar por ellos "a mí al principio como que no me gustaban mucho, pero ahora que me estoy acostumbrando un poco me parecen más bonitos. Jaime dice que estos rascacielos se planificaron y se construyeron en la época en la que parecía que todo iba muy bien, y había buenas expectativas, y que ahora que estamos entrando en crisis a lo mejor se quedan medio vacíos por no haber suficientes empresas que quieran meterse allí. Trini también piensa así. Si lo dicen ellos que están estudiando...¡que putada!”. Sergio mientras realiza su trabajo como mensajero ha visto en varios edificios empresariales de la ciudad carteles avisando

de la existencia de oficinas libres para alquilar o vender. “Pero bueno, España ha salido de otras peores ¿no?; de la del 93. Tampoco va a ser esto el fin del mundo, vamos, digo yo, ya saldrá el país adelante". La moto sigue comiendo metros de avenida -¡eeeyyyy! que me paso la entrada de Cuevas del Almanzora-. Iba tan ensimismado en sus pensamientos que casi se pasa la entrada de la calle a donde tiene que llevar el pedido "no, si me descuido un poco acabo donde las torres". Con un giro un poco forzoso logra por fin entrar en Cuevas "las torres, las torres...y luego para que vengan cuatro moros en un avión cada uno y las echen abajo como hicieron con los rascacielos gemelos de Nueva York" y avanzando llega hasta el portal "bueno...vamos a centrarnos un poco que estamos trabajando". Llama al portero automático cargando ya con la bolsa térmica y demás complementos. Contesta al instante una voz femenina -¿siiii?-. -Pedido de Pizzaveloz-. Se oye de inmediato el ruidillo de la apertura eléctrica del portal y Sergio pasa. Se sorprende por la rapidez con que han ido a contestar y han abierto "estos se ve que tienen mucha hambre. En algunas casas no me han dado a mí un mordisco de milagro". Coge el ascensor y sube hasta la planta correspondiente. Llama al timbre y enseguida abre una chica de unos veintitantos años, vestida con un jersey de cuello alto y unos pantalones tipo capry. Lleva una melena estilo Greta Garbo que le sienta bien. Es delgada pero bien proporcionada. En conjunto resulta elegante, sencilla pero elegante, y Sergio aprovecha para resbalar su mirada por el cuerpo estilizado de la chica, aunque sólo el tiempo justo "en un momento dado hay que contenerse para evitar que la piba pueda sentirse incómoda, no deja de ser una

clienta y uno está trabajando". -Buenaaas...aquí está el pedido. -Hola, las pizzas...muy bien-. Sergio se las da junto con los complementos "de todas formas no es mi tipo, a mí me gustan más mujer, con más culo, más tetas...". -Son 26.70 euros. La chica le alarga un billete de 50 euros. -No tengo cambio para 50 ¿no tienes sueltas las 26.70 ó al menos 30 euros? Para 30 euros sí tengo cambio. -Lo siento, sólo tengo un billete de 50- vacila, esboza un gesto de duda y retrocede un poco -espera un momento...¡Patricia! ¡Patricia!- se asoma otra chica que salía del interior de la casa. Llevaba una camiseta ajustada marcando unos pechos exuberantes y una cintura bien pronunciada, y unos pantalones vaqueros resaltando unas caderas maravillosamente contorneadas. Pelo largo y lacio. "Esto ya es otra cosa. Ésta ya es más mujer". -Oye, el repartidor no tiene cambio de 50 euros. ¿No tienes tú 26.70 ó 30 euros?...Mira, ahora que recuerdo tengo un billete de 20, no tienes tú aunque sea uno de 10 ó 6.70 euros? La chica impresionante empezó a buscar en un bolso que había en la entrada y que debía de ser suyo y entonces vino lo mejor. Al volverse mostró un culo como una ciruela, respingón, rebosante y que decía "tócame". Sergio se emocionaba “¡Cómo está esta tía! está que muerde” y empezó a mirarla y remirarla, a ella y a su culo, ya sin poderse controlar. El calentamiento fue en aumento y sin poderlo evitar se le empezó a alborotar el pajarito "estate quieto picha, tranquilo pichica...y como son estos pantalones, así: estrechitos, que se nota un montón cuando uno se

empalma". Y lo peor era que con la presión de la tela la excitación aumentaba, y no servía de nada ponerse a mirar a la de la melena Greta Garbo, porque, aunque no estaba tan buena, fea tampoco era "y uno una vez que ya entra en inspiración...". Sintió una vergüenza masculina. Menos mal que las chicas no se daban cuenta del empalme, al menos de momento. La tremendona cuando terminó de examinar completamente su bolso dijo: -No tengo, tengo un billete de 5 euros sólo- y dirigiendo la mirada a Sergio, mirada que éste temió que terminara por dirigirse a su abultada entrepierna pero que afortunadamente no llegó a ocurrir, dijo ¿cómo no has traído cambio? -En el albarán no pone aviso de traer cambio. Pone cambio justoreplicó Sergio intentando desesperadamente mantener la mirada de las chicas hacia sus ojos. Intervino la otra para explicar a Sergio -es que el pedido lo ha hecho mi cuñada-. Se volvió rápidamente hacia la buenorra para especificarle a ella de qué cuñada se trataba -la Carmen- y volvió a mirar a Sergio -que sí tenía el dinero justo, pero le ha surgido algo muy urgente y se ha tenido que marchar, así que te tengo que pagar yo ahora-. Sergio se deleita mirando a las chicas, especialmente a la tremendona, pero empieza a desesperarse un poco; a un repartidor no le interesa perder mucho tiempo en un pedido, le interesa dejarlo, cobrar y salir pitando cuanto antes, cuantos más pedidos haga mejor, más dinero gana, y por otra parte en la tienda pueden echarlo en falta. Empieza a maldecir para sus adentros "joder, lo que me faltaba ahora", pero como perro viejo que es en esto del reparto de pizzas ya sabe lo que hacer. Recuerda que tiene un billete de 50 euros de otro

pedido que hizo antes y dirigiéndose a las chicas dijo bueno, mira, quedaos con las pizzas y yo voy a cambiar un billete de 50 euros que tengo en algún bar o comercio, cuando consiga suelto vengo, me pagáis y os doy el cambio-. Las dos chicas se miraron un momento y la de la melena Greta Garbo respondió bueno-. Sergio se marchó no sin antes echar una última ojeada a la buenorra. Cuando iba bajando por el ascensor murmuraba -¡que tía! ¡como estaba!- y saliendo del portal ya se quiso centrar en lo de conseguir suelto “a ver que bares hay por aquí...comercios que todavía estén abiertos...Lo malo es que estamos a primeros de mes y que son muy jodidos los primeros de mes para los cambios”. Esta preocupación y el no tener ya a las chicas a la vista hace que la tensión de la entrepierna vaya aflojando y que se sienta más aliviado, aunque todavía persisten rebeldes en su mente las imágenes de la piba tremendona "con un poco de suerte la vuelvo a ver cuando vaya para darles el cambio. Parece que no se dieron cuenta del empalme. Menos mal, se hubieran reído…”. Sergio está saliendo ahora con una chica muy jovencita, novios, lo que se dice novios formales tampoco es que sean, pero hacen sexo. A la chica le divierte y se muestra asombrada al contemplar como el miembro de Sergio algunas veces se agranda y se pone duro, adquiriendo unas dimensiones que a ella le parecen inverosímiles, y otras veces se empequeñece y pone fláccido. Lo ve como un asombroso fenómeno de la naturaleza -¿cómo ocurre? ¿por qué pasa? ¿cómo puede estar tan gorda y dura en determinados momentos y luego pequeñita en otros?- pregunta pasmada con una ingenuidad de inexperta en el sexo chica, porque es así, cuando un hombre se pone cachondo, se excita, se empalma, pero en las

situaciones en que esto no ocurre se te baja. Ya fuera del portal decide ir andando en vez de coger la moto "y me voy metiendo por los chiringuitos que vaya encontrando por el camino". Acera adelante lo primero con lo que se encuentra es con una tienda de unos chinos que parece de bebidas y comestibles. Se trata de una de esas tiendas cutres que montan y que tienen abiertas más horas que nadie. "Pero lo mismo tengo suerte y aquí tienen cambio, voy a preguntar". Casi en la puerta, detrás de un pequeño mostrador, una chica china que despacha lo mira con una sonrisa comercial. Dice -¿qué desea?- con ese acento raro, con esa cierta indefinición al pronunciar las vocales y las consonantes de los chinos que ensayan hablar en español. Al fondo de la estancia, repleta de estanterías con los productos alimenticios más variopintos, un compatriota suyo coloca ordenadamente unas latas de refrescos en un frigorífico. Es quizá algo más joven que ella y se volvió mirando a Sergio con cierta desconfianza. Éste saca el billete de 50 euros -¿tenéis para cambiarme este billete en otros más pequeños?-. Lo dice en voz alta y despacio, para favorecer la comprensión por parte de la chica china, intentando resultar también amable. Pero la expresión de la chica cambia repentinamente, la sonrisa comercial se borra de golpe y aparece en su lugar cierto gesto de decepción e incluso de desagrado. "No es un cliente, no viene a comprar nada". Miró el billete como quien mira un montón de platos sucios que hubiera que fregar. Sus ansias vendedoras no pueden quedar satisfechas y además no le sobran los billetes pequeños -no tener cambio, no tener- dijo con cierta brusquedad. La mirada del que estaba al fondo se torna más desconfiada y dura, casi amenazante. -Vale, vale, gracias de todas formas-

. Sergio sale apresuradamente de la tienda de los chinos y sigue otra vez andando calle adelante "joder, que ariscos se ponen cuando se dan cuenta de que no vas a comprar nada. Y eso que van a ser los nuevos amos del mundo, la nueva superpotencia número uno. Sí, porque yo creo que esto es sólo una cuestión de tiempo, más tarde o más temprano adelantarán a todos. A ver como resultan, que no sean peores que los norteamericanos, si no lo llevamos claro...". Sergio se encuentra unos metros más adelante con un viejo establecimiento que resulta ser un bar. Entra con decisión "a ver que tal aquí ahora". Hay algunos clientes sentados a unas mesas gastadas por el uso. Los vasos de vino y de cerveza fueron dejando marcas en ellas a lo largo del tiempo. Unos pocos parroquianos hablan sobre política acaloradamente, pero se veía que lo que decían eran tópicos y trivialidades, y en un rincón un grupo de jubilados juega a las cartas. En la barra, atendiendo, hay un señor calvorota con aspecto de parecerse algo a Hommer Simpson "se le da un aire". Tiene las manos apoyadas en el viejo y descolorido mostrador y la mirada perdida en el más profundo e infinito vacío. No hace ni caso de lo que discuten los otros. -Perdone, ¿tuviera para cambiarme un billete de 50 euros en otros más pequeños?-. El señor interrumpe su inopia y mira a Sergio con cara de aburrimiento. Le dice en tono amigable, casi paternal -lo siento hijo, pero estoy muy mal de cambio, si te doy lo que tengo es que me quedo sin nada de cambio-. Sergio sale del bar ya mosqueado "¡que mierda! ¡que mierda!". En ese lado de la calle no se ve ya ningún comercio "y ahora ¿donde voy?". Empieza a sonar la sintonía de la serie norteamericana ‘urgencias’, es su móvil -¿si? ¿quién es?-.

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-Soy Macarena. ¿Qué pasa? ¿Dónde coño te metes que tardas tanto? Que hay un montón de domicilios para llevar. -Estoy buscando cambio. -¡Date prisa! joder... ¡espabila! que van a llegar las pizzas hasta el techo. Ante la situación que empieza a ser incómoda de verdad a Sergio se le enciende una lucecita. Recuerda que cerca de allí está la farmacia de la prima "yo sé que soy su tipo. Si de verdad le gusto a ese maricón ése me da cambio en cuanto se lo pida, lo saca de donde sea. Por probar no se pierde nada". Tomó la decisión de intentarlo pero cuando echó a andar para dirigirse hacia la farmacia le dio una especie de repelús que lo paralizó, aunque no le quedó más remedio que superarlo. Había que conseguir cambio como fuera, que además Macarena ya se estaba mosqueando. Haciendo un último acopio de valor traspasó la puerta de la farmacia y allí estaba el chico gay, detrás del aséptico mostrador completamente iluminado por potentes tubos fluorescentes, con cara de profesional de vender antiinflamatorios y analgésicos, la verdad. No había ningún comprador en ese momento. La soledad del establecimiento había que reconocer que era oportuna, pero atenazaba. El de la acera de enfrente se sorprendió en cuanto reconoció a Sergio, seguramente una taquicardia le sacudió el pecho y durante un breve momento quedó inmovilizado, absorto por la contemplación. Su mirada se iluminó con la ilusión de ver aquello que anhelamos, aquello que es objeto de nuestras fantasías más íntimas y pensamientos masturbatorios. Venciendo su timidez natural dijo a Sergio -hola, dime ¿qué deseas?- con ese acento extraño de los sarasas, como si vinieran de

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un país sudamericano imaginario e imposible, y en la última ese algo arrastrada se notó un ligero temblor que delataba la ansiedad de su deseo. De forma inmediata, con la rapidez del que quiere apurar un momento, una ocasión, que quizá no volviera a repetirse en mucho tiempo, repasó acariciando con la mirada el físico robusto de Sergio, su cara de ojos de expresión varonil, casi escondidos detrás de las cejas, y de mandíbula bien desarrollada, cuadrada, fuerte, prominente, su cuello vigoroso, sus hombros anchos, su pecho abombado. A Sergio en la mensajería donde trabaja por la mañana siempre que hay que acarrear paquetes que son muy pesados se los endosan a él, dan por hecho automáticamente por su robustez que es él quien tiene que cargar con ellos, "una gracia por otra parte" opina Sergio. Éste supo percatarse de la mirada libidinosa del chico gay, y no dejó de resultarle paradójica la situación en que se encontraba ahora delante de él. Volvió a recordar lo que pensó cuando lo vio antes en el local: que el sujeto de deseo se puede volver objeto de deseo “yo antes miraba a la tremendona del pedido y ahora éste me mira a mí. En este mundo todos quieren sexo, de una forma u otra todos queremos sexo. Eso es lo que pasa. Aunque preferiría que fuera una mujer la que me mirara con deseo”. Pero el ensoñado en su preocupación por conseguir cambio era consciente de que se tenía que dejar mirar y irar "éste me tiene que dar cambio, éste me tiene que dar cambio...¿le gusto? pues que me mire y remire y disfrute del panorama". Antes de que la situación ya empezara a ponerse violenta por el prolongado silencio, pero dejando un margen de tiempo estudiado para que tuviera lugar el solaz del chico gay, Sergio empezó a pronunciar midiendo las palabras -buenaaas, mira tengo un problema, a ver si

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pudieras ayudarme, es que he estado preguntando en algunos comercios...-. Los ojos del gay saliéndose de sus órbitas ya se posaban en el bulto de los por naturaleza grandes genitales de Sergio, los pantalones además, problemáticamente ajustados, marcaban el paquete de forma indiscreta. Sintió éste de pronto cierto azoramiento por la intensa focalización de la lujuriosa mirada en el sitio, pero intentó proseguir con su explicación -necesito cambiar un billete de 50 euros en billetes más pequeños- y una extraña timidez hizo que se girara un poco hacia un lado y levantara levemente una pierna como queriendo ocultar y proteger sus genitales de proyectiles invisibles salidos de las pupilas del chico gay -para darle la vuelta a unos clientes ¿me lo podrías cambiar tú, por favor?terminó diciendo con esa postura levemente encogida. "Pero no, hay que enderezarse, hay que mostrar el bulto, que mire, que mire, le gusta, interesa que mire, hay que regalarle la mirada" y rectificando su postura volvió a mostrar su paquete al anonadado gay incluso adelantando un poco las caderas "así, con valentía" convirtiendo su bulto en el blanco perfecto de miles y miles de proyectiles invisibles surgidos directamente de los ojos inyectados de deseo del chico gay. -¿50 euros?... Espera voy a ver si tengo cambiodijo el sarasa sin dejar de mirarlo en el sitio. Se trasladó apenas un metro y abrió la caja. Casi le costó trabajo tener que desviar la mirada de Sergio y de su bulto para ver el dinero que tenía y las posibilidades del cambio. Puso cara de apuro, se veía que no debía de tener mucho. Volvió a repasar la presencia varonil y anhelada de su gladiador fantaseado, volvió a mirar la caja. Surgió de nuevo un gesto de duda y de inseguridad, de conflicto. Balbuceó algo, pero Sergio se adelantó con el billete de 50 euros y le sonrió "hay

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que resultar agradable". Una dentadura blanquísima se resaltó enmarcada en la poderosa mandíbula. El chico gay claudicó al fin ante el atractivo de su macho deseado y le dio los billetes solicitados. Sergio con un movimiento rápido y preciso cogió los billetes, pronunció un escueto -gracias- y salió de allí deprisa como alma que lleva el diablo. Cuando el chico gay le devolvió un -hasta luego- largo y sonoro, de cierta musicalidad que sonaba a esperanza e ilusión, el otro ya estaba atravesando el umbral de la puerta de la farmacia y ni siquiera se volvió. “Lo que hay que hacer para conseguir cambio… me quedo un segundo más y ya me está metiendo mano. Me veía ya con un pitón así de grande metido por el culo, o a lo mejor no, y lo que le gusta a él es que se lo follen, sabe Dios… Y ahora volado a la casa de las otras, a dar el cambio y luego pitando a la tienda. Ojalá le gustara yo tanto a la piba tremendona esa como le gusto al mariquita. Pero las cosas no son nunca como uno quiere. Esa es la jodida verdad. Y de esto que no se entere el Jaime, ni nadie, si no se están cachondeando de mí hasta el día del juicio final".

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4 Hay un chiringuito en la zona de Huertas, lejos del barrio, que le gusta a Macarena, a Lola y a Mónica. Se trata de un local modesto, pero que tiene un ambiente que les agrada, medio heavy medio punk pero sin resultar demasiado radical. Están con el Gringo y con un amigo de ellos, Nico, que es mecánico de motos. Al terminar la jornada en Pizzaveloz se dieron cuenta de que les apetecía salir. Algunas veces van a un karaoke que hay en el barrio, pero hoy decidieron ir a este otro sitio. Llamaron a Nico y están ahí. Se encuentran sentados en taburetes formando una especie de círculo, en medio una mesa baja sobre la que hay unos cubatas que van consumiendo lentamente. Hay un ambiente de semipenumbra relajante en el local y de fondo suena la música del grupo Amaral. Llevan ya un rato charlando distendidamente. En la mesa de al lado un tío con pinta de heavy se hace disimuladamente un porro. Al poco empieza a llegar hasta ellos el olor a la maría quemándose. -Vaya diíta, no ha habido casi nada hasta las diez, y de pronto han empezado a salir un montón de pedidos, ¡ala! Todos de golpe. Eso es lo que más me fastidia, que estemos todo el rato parados y después en un momento salgan todos de golpe- dice Macarena. -Eso es lo peor. Lo mejor es que salgan repartidos a lo largo de todo el tiempo. Si no primero te aburres y luego te toca estresarte- continuó Mónica mirando a Nico que como no era de pizzaveloz era al que más a novedad podía sonarle esto. -Sí, te estás tocando los cojones todo el rato y luego de golpe…- terminó diciendo el Gringo, haciendo un gesto obsceno con la mano que quería representar el masaje, y al acabar la frase levantándola, como

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indicando desmesura, pero ya sin mucho interés en la conversación y con la mirada perdida en el algún sitio inconcreto del establecimiento. Ése era un tema de conversación ya sabido para él. -Quién hay que reconocer que no se ha portado mal es Trini. No ha estado mal la chica, no ha estado mal la chica…Al principio en estas situaciones se agobiaba un poco, se ponía nerviosa. Claro que siendo nueva…normal, pero se ve que ya va cogiendo cierta seguridad, que va cogiendo el tranquillo al temaobservó Macarena mientras tensionaba los párpados de los ojos en algunos momentos como quien quiere recordar con precisión algo que está extrayendo de la memoria. -Sí, sí, sí- confirmó contundente Lola -ha estado muy serena y rápida la chavala. -¿Quién es Trini? ¿la conozco yo?- preguntó Nico mientras cogía de la mesa su bebida. Éste trabaja en el taller de motos donde reparan las de Pizzaveloz y con el tiempo ha terminado conociendo a la gente de la tienda y haciendo amistad con ellos. -¿Trini? Buuaahh…Una pava que hay allí en Pizzaveloz. No, creo que no la conoces todavía- soltó el Gringo desplegando un gesto desdeñoso que reflejaba la antipatía que sentía hacia ella. Las otras lo miraron un poco sorprendidas. Mónica le dijo -¿por qué una pava? no. -No me jodas, esa tía es una cursi y una pedante, por favor…- volvió a insistir el Gringo, y empezó a imitarla diciendo con voz de pito como si fuera ella -los puestos de trabajo que tienen un mayor grado de cualificación y también un mayor grado de responsabilidad…- y añadió ya con su voz normal -ésa es una gilipollas. Macarena le contestó -oye, ella tiene derecho a

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expresar su opinión como todo el mundo. En la tienda mientras las cosas se digan de buenas maneras, con educación, todo el mundo puede decir lo que piensa- y en la contundencia con la que hizo esta afirmación se notó un poco su ramalazo autoritario de jefa de tienda. El Gringo seguía en sus trece, y como no conseguía eco de las otras miró a Nico como esperando encontrar una empatía por parte de éste yo sé lo que le pasa a la tía esa. Ésa es una universitaria que va de dárselas de sabionda. Habla así, como queriendo quedar de muy culta o algo por el estilo. Intentando que quede claro que es intelectual o algo así. Me repatea. Nico estaba expectante. Se limitaba a escuchar y a observar a los demás pero prefirió callar. No era universitario y su nivel cultural no era bueno, así que pensó que no podía juzgar con facilidad el comportamiento de una persona universitaria y menos sin conocerla. -No hombre, no seas así. Ella se expresa de esa forma porque es una persona que está estudiando, le salen esas palabras sin darse cuenta, no lo hace adrede, intencionadamente- volvió a insistir Macarena. Lola miró al Gringo con decisión y alzando la mano en el aire con un ademán de rechazo le dijo -que tú seas un burro y hables como un burro no quiere decir que todo el mundo tenga que hacerlo, oye. El Gringo se incomodó un poco y se dispuso a replicar -vamos a ver, Jaime y Cesar también están estudiando en la universidad y no se dan ese pedante, van más de tíos normales- y al decir “universidad” se enderezó y levantó la cabeza adoptando una expresión muy seria con la intención de caricaturizar la importancia y la solemnidad de la institución. Las otras se quedaron un rato calladas pensando vagamente en

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lo que había dicho. Mónica fue la primera en romper el silencio -lo que pasa es que los otros están acostumbrados a salir con todo el mundo, contigo, con Sergio, con Alberto, no sé…se les pega la forma de hablar vuestra, y cuando están con vosotros hablan como vosotros- y Lola añadió -en cambio Trini se ve que es más bien tímida, se ve que ha estado con poca gente. Ella habla de la única forma en que ha aprendido-. El Gringo se quedó mirando al frente, al mismo sitio indeterminado de antes, con la misma mirada perdida pero ahora acompañada de un gesto de escepticismo -no me vais a decir ahora que la niña ha salido de un convento de clausura o algo así-. Macarena no hizo caso del último comentario del Gringo y dijo mirando a Mónica -anda que los otros no han salido con gente de los más normalita, con Raúl, con el Melenas…vamos, que catedráticos de universidad tampoco son el Raúl y el Melenas- y con su vaso entre las manos y acercándose un poco más a ella aunque sin levantarse de su taburete continuó acuérdate, esos que te conté que fueron repartidores en la tienda, que tú los viste en alguna ocasión porque pasaban mucho para saludarme y charlar un ratín-. Lola empezó a trabajar en la tienda antes que Mónica y recordaba al Melenas que fue sustituido cuando se marchó por Alberto. Dijo casi sintiéndose orgullosa de su mayor antigüedad -sí, el Melenas, ése estaba cuando yo empecé-. La antigüedad en una empresa siempre da una especie de rango, de prestigio o superioridad, es algo de lo que se puede presumir que por cierto tenía una cabeza que parecía una pelota de grasa, teniéndose que poner el caso para coger la moto, con todas las greñas sebosas que tenía aplastadas contra las sienes… encima yo creo que no lavaba nunca el casco.

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-Y yo creo que la cabeza tampoco- remató Macarena, y añadió -por supuesto, a ninguno de los otros se le ocurría coger su caso. El Gringo se impacientaba. Como no había encajado las argumentaciones y los comentarios que Macarena, Mónica y Lola habían ido desgranando sobre el asunto de Trini, y como éstas seguían hablando entre sí ignorándolo, su sensación de incomodidad fue en aumento. Así, dijo contrariado -¿y qué si Jaime y César salían con quien fuera? eso qué más da. Qué más da que ellos salieran con esos o con nosotros-. No se bajaba del burro, y volvió a mirar a Nico que como también era amigo de Jaime y de César hubiera podido darse por aludido, pero Nico seguía prudente sin decidirse a intervenir en la conversación. Macarena miró fijamente al Gringo con media sonrisa -aunque yo te digo una cosa- y con la mano derecha señaló con el dedo índice hacia la izquierda como si hipotéticamente estuviera señalando a Trini que se encontrara físicamente ahí -si la chica sigue trabajando con nosotros durante mucho tiempo tú verás como acaba la pobre gritando ordinarieces como la más vulgar verdulera, con el lenguaje más soez, peor que Sergio-. Las otras y Nico se rieron. -Que todo se pega menos la hermosura- y dio Macarena su característica palmada en el muslo. -Aunque luego irá a su facultad y hablará de la forma más educada y más fina- añadió Lola, -más académica- recalcó Mónica con gesto supuestamente solemne pero en broma. -Sí, porque como vaya a su facultad y hable como vosotras está apañada. La echan- dijo el Gringo sin mirarlas con gesto entre burlón y desdeñoso. Se veía que hizo ese comentario para desquitarse de ellas de

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alguna forma. -Oye guapo, que aquí el más burro eres tú. Nico intervino -ése es el tema, ése es el tema, tener la capacidad para hablar en distintos niveles según la situación y la circunstancia en que te encuentres, según donde estés y con que personas estés, poder hablar como un coleguita en el barrio o como un catedrático de universidad según convenga. Eso es lo mejor. -Por ejemplo, para hablar con el Gringo habría que emplear el lenguaje de un pardillo destripaterrones para ponerse a su mismo nivel- dijo Lola en tono jocoso pero un poco insegura al mismo tiempo por si el comentario le sentaba demasiado mal al aludido, las otras rieron también un poco prevenidas, y Nico optó por quedarse mirando a su vaso sonriendo e intentando adoptar una expresión más neutral, pero al Gringo no pareció afectarle mucho la impertinencia acostumbrado ya al tono desenfadado y satírico que con frecuencia se daba entre ellos. Se limitó a decir sin mucho énfasis -cállate ya, habló quien pudo, que eres una pendeja. El Gringo seguía sin cambiar su opinión con respecto a Trini, se limitó a pensar que lo que pasaba era que las chicas, hasta cierto punto, se habían dejado seducir por la imagen modosa de Trini, aún así la conversación parecía haber encontrado su término y declinó. El heavy que había al lado seguía fumando y hasta a ellos llegaba el olor del porro cada vez con mayor intensidad. Saludó a unos colegas suyos que llegaban con unas pintas de heavy similares a las de él. Uno de ellos empezó a liarse otro porro y a fumar. Marena cogió su cubata de encima de la mesa y antes de echar el trago hizo con la otra mano unos aspavientos como intentando espantar el humo y el

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olor a porro -que me coloco- dijo a media voz, y luego señalando ligeramente con la cabeza a los heavy añadió -a esos les queda ya poco, creo que están preparando una ley antitabaco que no se va a poder fumar ni debajo de las alcantarillas, y porros menos todavía. Mónica se había quedado interesada por el caso del Melanas -Oye y el Melenas ese ¿tenía el pelo muy largo?-. Lola le contestó -sí, le llegaba hasta media espalda, negro, muy lacio, algunas veces se hacía una coleta-. Mónica miró a Macarena -pero yo no recuerdo que hablara contigo ningún chico que tuviera el pelo largo. -No porque se lo cortó. Ahora está trabajando en otro sitio, no me acuerdo donde… El caso es que cuando se marchan de la tienda parece que se formalizan, hija, pero mientras estuvo de repartidor tenía el pelo largo. -¡Joder! También son ganas, con el pelo largo y grasiento y teniéndose que poner el caso para trabajar ¡Qué asco! A lo mejor en invierno le abrigaba algo, pero en verano…- Mónica puso cara de repugnancia y miró al Gringo que al ser repartidor sabía lo que implicaba tener que ponerse el caso una y otra vez en la jornada de trabajo. Reparó en su práctico pelito corto de cepillo. El Gringo que estaba sosteniendo su mirada se sintió extraño al darse cuenta de que estaba siendo observado en ese aspecto de su apariencia física y desvió la mirada bruscamente. Macarena dijo eso fue porque hasta hace poco estuvo de moda entre los hombres llevar el pelo largo y hacerse una coleta, se creían que así iban a resultar más enrollados. Ya ves tú la tontería. A mí que nunca me gustaron los hombres con el pelo largo. Y luego resulta que a muchos el tema de la coleta les fue dejando calvos.

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Menos mal que ya ha pasado de moda toda la cuestión esa. -Ahora lo que se lleva en el hombre es la media melena. Claro que es casi lo mismo de incómodo que el pelo largo para llevar casco- añadió Mónica. Nico, al igual que el Gringo, llevaba el pelo corto, como mecánico tampoco le atrae la idea de llevarlo largo pues podría ensuciársele con la grasa de las motos, la grasa que se pega en todas partes. Miró sus uñas, en las hendiduras que hay entre las uñas y la piel de los dedos queda un resto de grasa que no sale por más que te laves las manos, le pasa a todos los mecánicos. Algunas veces cuando está en una cafetería o en un establecimiento más elegante del habitual, en presencia de personas de cierta clase, esto le hace sentirse un poco avergonzado e inseguro. Quiso alejar esos pensamientos grisantones de su mente y volviendo al aquí y ahora menos intimidador preguntó a Macarena -¿y le pediste que se cortara el pelo?-. Nico sabe que Macarena es jefa de tienda. Esta reaccionó -¿yo? No. Eso es cosa personal de cada repartidor. Yo ahí no me meto-. El Gringo con media sonrisa soltó de broma -ni te atrevas- como reivindicando la postura de los repartidores, su libertad para decidir sobre su aspecto físico en el trabajo. -Además la reglamentación de Pizzaveloz no dice nada sobre el asunto- dijo Macarena ignorando al Gringo y mirando a Nico y a las otras -de todas formas es que hay que reconocer que hay hombres a los que le sienta bien en pelo cortito: los que tienen anchas las vértebras del cuello, la nuca recta, robusta, que casi no se nota., los que tienen la cabeza con la forma de un adoquín como el burro este- dijo señalando al Gringo que se sintió entre halagado y ofendido -pero a otros hombres no les sienta bien el pelo cortito, los que

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tienen el cuello más delgado, la nuca más pronunciada, como era el caso del Melenas. Es que hay hombres que con el pelo muy cortito parece que fueran judíos recién salidos de un campo de concentración nazi. -Y bonico era el Melenas para decirle que se cortara el pelo. Yo una vez se lo insinué y se puso hecho un basilisco, por poco me mata- añadió el Gringo que por su antigüedad en la tienda también llegó a conocerlo, igual que a Raúl. El Nico sonrió y luego preguntó -¿entonces los repartidores pueden ir a trabajar como quieran? Con tal de llevar su uniforme lo demás no importa ¿no? -No te creas, no te creas, el tal Raúl, que es amigo de éste- Mónica señaló al Gringo -llevaba encima un montón de piercing, pero por todas partes, varios en cada oreja, en las cejas, en el labio, en la nariz, bueno... -En la punta del nabo- dijo el Gringo con cachondeo -yo creo que a ese tío le ponías un imán cerca y quedaba pegado-. Mónica y Lola rieron. Esta última dijo balanceando ligeramente la cabeza hacia delante y hacia atrás -hay que ver también los personajes que han pasado por la tienda. -Así que un día llegó el supervisor y le llamó la atención. Le dijo que se los quitara para trabajar, y que luego cuando saliera que se los pusiera si quería, que eso no era una buena imagen para Pizzaveloz por la cosa de la higiene- explicó Macarena. -Tardaría dos horas- dijo Mónica alegrándose de que los repartidores que había ahora en la tienda no fueran tan raros. -Pero lo estuvo haciendo, no te creas- replicó Macarena. Las bebidas se iban agotando y hubo un silencio

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que fue interrumpido por Lola -Oye Macarena, ¿y tu marido y tus hijas? -Mi marido acuesta todos los días a las niñas. Les calienta antes en el microondas la cena que dejo preparada. Qué haga algo, para eso se tiene a un marido, vamos digo yo. Por otra parte es que en mi casa hace falta el dinero que yo gano. Hoy en día, y tal y como están las cosas, como no sea que el marido gane mucho dinero tienen que trabajar los dos, el marido y la mujer, si no, no se llega a final de mes, si no es que es imposible salir adelante. -¿Y qué dice de que salgas con nosotros?preguntó esta vez Mónica. -No tiene que decir nada. El tiene que comprender que yo tengo que salir con la gente de la tienda de vez en cuando. El Gringo intervino con cierto tono burlón -tráetelo para que lo veamos, que no nos lo vamos a comer. -Quita, quita. Que sois capaces de aficionármelo a irse de marcha un día sí y otro también y para qué quiero más. -Te lo pervertimos- añadió el Gringo con chunga. “No me imagino de todas formas a mi marido con los fieras estos” pensó Macarena. Su marido trabajaba en una sucursal bancaria y tenía un carácter bastante introvertido a parte de que era algo más mayor que ella “desentonaría un montón con éstos”. A Nico le parecía genial que Macarena, la jefa de tienda de Pizzaveloz, saliera con los repartidores, pizzeros y pizzeras. En el taller mecánico donde él trabaja el encargado es un hombre con una actitud más fría y distante con los chicos que trabajan allí. Repentinamente sonó el móvil del Gringo, éste se puso a rebuscar en su cazadora que dejó en un rincón cercano hasta que dio con él -¿quién es?-. Al otro lado

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se oía -soy Alberto ¿Dónde os habéis metido? Estoy con el Obama y los de Pizzaveloz de la tienda de López de Hoyos-. En el barrio existe otra tienda de la cadena de Pizzaveloz que está situada en la calle López de Hoyos. Los chicos y chicas de las dos tiendas confraternizan en cierto grado y en ocasiones salen juntos. -Estamos en un chiringuito de la zona Huertascontestó el Gringo. -¿Qué coño hacéis allí, tan lejos, en la otra esquina de Madrid? -Nada, que como les gusta a éstas hemos venido aquí- dijo el Gringo mirando a las chicas un momento. -¿Quién es?- dijo Macarena. -Alberto y el Obama que están con los de la tienda de López de Hoyos. Macarena al oír mencionar a la otra tienda recuerda al jefe de tienda de allí “un chico bastante majete, parece que se sabe organizar bien. ¿Cómo irán allí las ventas? Supongo que también estarán notando el bajón por la crisis”. La preocupación por la crisis es como un gusanillo que está siempre latente, esperando la menor oportunidad para manifestarse, para hacerse notar, incluso en los momentos menos pensados, como ahora, cuando están relajadamente en un garito. El Gringo dirigiéndose otra vez al móvil preguntó ¿y vosotros donde estáis? -Estamos en Pupus- Pupus era un pub que estaba por el barrio, no lejos de la tienda donde trabajan, y que era conocido por todos ellos -era por si podíamos acercarnos, pero como estáis en el culo del mundo…se quejó Alberto. Mónica miró divertida a los otros -el Obama…¡oy!...¿quién es ése? ¿por qué le llaman el

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Obama? Será muy listo, vamos, digo yo-. Rió casi histéricamente e intercambió una mirada de complicidad femenina con Macarena y Lola. Se le vio un poco el plumero que le debía de gustar bastante Obama, y hubiera querido ser un poco más disimulada. El Gringo la miró de reojo con un asomo de recelo y le dijo precipitadamente -es un negrillo de República Dominicana que está con estos- sin perder al mismo tiempo el hilo de la conversación que estaba manteniendo con Alberto a través del móvil. -¿Ganará Obama las elecciones en los Estados Unidos?- dijo Mónica intrigada y con un rastro de ilusión en su gesto y en su cara. -¡Yo que sé, tía!... a lo mejor- respondió Lola. La voz de Alberto sonó a través del móvil pidiendo al Gringo -dile al Nico que se ponga un momento, porfa. -Nico ponte, es Alberto, que quiere decirte algo-. Le pasó el móvil a éste. -Hola ¿qué pasa tío? -Oye tengo la moto un poco rara, parece que se me va a calar en los semáforos, no sé, parece que pierde fuerza en algunos momentos. ¿Qué puede ser? -No puedo saberlo en este momento. Puede ser el carburador que a lo mejor está sucio… Macarena iró la profesionalidad de Nico como mecánico, pero no le pareció bien que lo molestaran con consultas cuando estaba tranquilamente tomándose unas copas con unos amigos. Lo miró con condescendencia. No pudo evitar el decir -hay que ver, a los mecánicos no los dejan tranquilos ni cuando están descansando-. Nico le respondió con una sonrisa y quedó callado e inmóvil unos instantes aguantando las explicaciones de Alberto. En ese momento el Gringo aprovechó para cogerle el móvil.

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Nico no opuso resistencia, se veía que no estaba por la labor de estar atendiendo consultas de averías y en el fondo agradeció que el Gringo le hubiese arrebatado el aparato aun haciéndolo con cierta brusquedad, después de todo Macarena tenía razón, estaba descansando. Al ponerse el Gringo otra vez el móvil en la oreja Alberto dijo -mira quien viene ¿a que no sabes quién acaba de entrar aquí? El mismísimo Sergio- se oyó como Alberto saludaba a Sergio y como le ponía al corriente de dónde y con quién estaba el Gringo ¿dónde dices que está el capullo ese?- le pasó el móvil -¿qué hacéis? ¿cómo os habéis ido tan lejos? ¿que me queréis perder de vista y os vais tan lejos a ver si no os encuentro? -No hombre, nada aquí hablando, cotilleando un poco, ya sabes como son las chicas. -Como eres tú. No te digo el otro- replicó Macarena. -Me habréis puesto verde… el impresentable del Sergio que es un tal y un cual. Como si os estuviera viendo- dijo Sergio con su habitual tono de broma a través del móvil. -No hombre, si yo muy presentable tampoco es que sea. Nada del Melenas y de Raúl, al principio empezamos a hablar de la pava de la Trini- las chicas miraron al Gringo con gesto de desaprobación al oírle decir las últimas cuatro palabras. -Oye, chaval, con la Trini no te metas que es una tía cojonuda. El otro día perdieron la llave del garaje, estábamos todos desesperados buscándola y ella se puso y la encontró. Yo estaba que me cagaba en el copón bendito. Si no es por ella yo que sé- dijo Sergio muy enfáticamente, sin perder el tono de broma acostumbrado pero con una firmeza que denotaba cierta advertencia, en voz alta, en una voz tan alta que

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fue suficiente para que las chicas lo oyeran a pesar de que el sonido de sus palabras de macho extrovertido salieran por el móvil que sostenía el Gringo, y rieron agradecidas por el comentario. Miraron a éste como sintiéndose un poco victoriosas “hasta Sergio habla bien de Trini, para que veas”. El Gringo quedó un poco confuso por la reacción de Sergio, pero al final se contagió del desenfado de las chicas y del propio Sergio y mientras las miraba ensayando un gesto socarrón dijo acercándose el móvil a la boca -vaya con la Trini, así que os tiene a todos metidos en el bolsillo ¿eh? Y parecía una mosquita muerta. No, si la chica ha hecho méritos… Decidieron todos que ya era muy tarde y se marcharon. El Gringo y Nico se montaron en sus motos y Lola y Mónica se fueron con Macarena que las acercaría a sus casas en su coche aparcado a unas manzanas de distancia. Se trataba de un viejo vehículo de la década de los ochenta. Cuando ya se estaban subiendo dijo Lola con una expresión entre despectiva y divertida -este coche parece que lo has sacado de un museo- y Macarena introduciendo la llave de o le devolvió una mirada rápida -y espérate que arranque, el otro día se me paró en un semáforo en rojo en el barrio, intenté arrancar varias veces y no podía, menos mal que era una calle con poco tráfico, esperé un rato y pude arrancar, pero no veas-. Mónica se acomodaba en el asiento del copiloto animosa, un poco excitada por el viaje hasta el barrio. Macarena esta vez la miró a ella -uno de los misterios más grandes para mí es la mecánica del motor, me moriré sin saber una papa de eso- y las tres se acordaron de Nico. El motor comenzó a rugir y el coche empezó a desplazarse.

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5 Trini está en el cuarto de estar de su casa estudiando. Sus padres y su hermano mayor están fuera en este momento. Ese silencio en la casa es ideal para estudiar. Los temas de sociología resultan entretenidos: “sí, es una disciplina interesante para aplicarla al mundo de la educación”, pero lleva ya bastante rato con esas lecciones y empieza a vencerle un poco el cansancio. Sin poderlo evitar su mente empieza a divagar y rememora al profesor de la asignatura en su apariencia, en su aspecto. Se trata de un catedrático a punto de jubilarse. Sus gestos tienen algo de cura, de sacerdote. Esa forma de cogerse las manos, de tocárselas, amorosamente, como si fueran dos seres que se buscan uno al otro para cobijarse del frío mediante un tierno e íntimo abrazo, esos gestos suaves y ampulosos con frecuencia con las palmas de las manos hacia arriba, como bendiciendo o queriendo rogar a Dios… Un compañero de clase comentó que es un cura arrepentido. Fue sacerdote, pero tuvo una crisis de fe, colgó los hábitos y se comprometió con movimientos políticos de izquierdas. Pero indudablemente le quedó ya para siempre ese deje clerical en sus gestos y en su forma de hablar, ese ramalazo de cura que lo envuelve como si fuera un perfume cargado y denso, dulzón y atosigante que no se pudiera quitar. Los ojos de Trini involuntariamente se desvían de los apuntes en los que ya no puede concentrarse a las paredes con papel pintado que su madre hace ya muchos años puso. Su mirada se pierde en los arabescos y motivos vegetales de color beis y luego en un cuadro en frente de ella de una escena bucólica que representa un pequeño pueblo de la España árida, y decidida ya a

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tomarse un descanso da del todo rienda suelta a sus pensamientos que sin embargo seguirán teniendo cierta relación con lo que ella estudia: “desde luego la educación no es sólo lo que los profesores enseñan en clase, o lo que se aprende en los libros, fuera de los sistemas educativos también hay una educación. Se da por hecho que hay que intentar que los sistemas educativos sean los mejores posibles, pero fuera de ellos también hay cosas que nos educan. Nos educa la familia y también los sitios donde vamos, los amigos o las compañías que elegimos”. Reflexionando sobre la influencia de la familia Trini piensa en la suya propia, en sus padres. Es un matrimonio que siempre fue bien avenido. Vinieron de un pueblo pequeño de Ciudad Real y se instalaron en Madrid antes de que nacieran ella y su hermano. Su historia es la historia de muchos emigrantes que vinieron a Madrid a probar suerte huyendo de una comarca en aquella época atrasada y aislada, sin muchas perspectivas de futuro. Trabajaron muy duro para levantar un pequeño negocio en el que también trabaja el hermano. Ven con buenos ojos que ella estudie -ya que se te dan bien los estudios, estudia una carrera- le dijeron. No hay mucho más que contar, son gente sencilla que se quieren entre ellos. Trini piensa que su familia ejerció una influencia positiva sobre ella. Percibe a sus padres y a su hermano como seres íntegros y al mismo tiempo cariñosos. Pero retomando el hilo de sus reflexiones atiende a la idea de que la familia no es lo único que influye: “los sitios donde la gente decide ir a divertirse es muy importante en este sentido y también los acompañantes que se eligen para ir a los sitios escogidos”. Recuerda que una vez estuvo discutiendo de estos temas con una amiga con la que acostumbra

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a chatear. Empezaron hablando de otras cosas pero al final la conversación terminó derivando en este asunto. “Sí, definitivamente hay muchas cosas que pueden influir en la persona, que la pueden ir moldeando en un proceso educativo inadvertido en la mayoría de los casos, lo que ocurre es que estas influencias pueden ser en algunos casos negativas” en ese momento Trini piensa en la gente que acaba enganchada a las drogas y recuerda que en la fiesta que se dio en el campus para celebrar el inicio del curso universitario había unos por ahí que estaban pasando drogas. Se lo advirtió una compañera de clase que también fue, todavía recuerda sus ojos muy abiertos, desorbitados, con una expresión excitada por algo misterioso, terrible y alucinante. Se acercó a su oído y le dijo con un susurro estridente -¡mira! ¡mira! esos que de ahí están pasando porros y cocaína- “aunque esa influencia no tiene porqué ser siempre negativa, en otros casos puede ser positiva, por ejemplo los amigos pueden hacer que te metes en una ONG y así fomentar tu solidaridad y compromiso con causas justas”. La excesiva juventud de Trini la lleva a tener una actitud casi infantil ante la vida, a percibirla con asombro y fascinación, a verla como un descubrimiento lleno de peligros y también de cosas maravillosas. Sus pensamientos de pronto giran hacia ella misa. Cree que su decisión de trabajar a tiempo parcial mientras estudia su carrera puede ser uno de estos ejemplos de influencia positiva, y se reafirma en la idea de que puede ser una oportunidad para madurar más como persona. “A parte de quitar cierta presión económica a tus padres facilita la conexión con el mundo real, la relación con personas que pueden ser muy distintas a ti, pero con las que te tienes que

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entender, que poner de acuerdo, para sacar adelante el desempeño de las tareas que te hayan encomendado. La universidad fundamentalmente es teoría y puedes quedarte como encerrada en un nivel teórico, abstracto, conviene poner un pié en la tierra, en el mundo real. Además tratar con todo tipo de personas que te puedas encontrar en tu lugar de trabajo, como compañeros y clientes, y acatar la disciplina de ponerte bajo las órdenes de un jefe o jefa propicia el tener que comprender más a los demás, y el adoptar una actitud más flexible y más humilde, actitud que nunca viene mal. No es lo mismo que la relación con los compañeros de clase. Con ellos vas a clase, tomas apuntes, cambias impresiones, vas a algún sitio de diversión, pero de ahí no pasa. En cambio en el lugar de trabajo la relación con las otras personas es distinta, hay un mayor grado de presión y exigencia que puede producir situaciones de roce y de conflicto, y ahí es donde se pone a prueba tu madurez como persona, tu capacidad para comprender que cada persona puede ver una determinada situación de manera diferente y que tu forma de ver las cosas no es la única. Es una situación que también supone la ocasión para limar determinados defectos como por ejemplo el excesivo orgullo. Luego que te quite un poco de tiempo para estudiar se compensa no viendo la televisión, que total para lo que echan, o no perdiendo el tiempo en internet”. Trini se siente satisfecha de sus reflexiones y se queda más convencida que nunca de que ha hecho algo positivo para ella misma al entrar a trabajar en Pizzaveloz. De pronto le sobreviene una ligera ansiedad y mira su reloj -¡son las ocho y diez!-. Se alarma “¡Dios mío, que tengo que marcharme ya!”. Ha estado disertando sobre la conveniencia de su trabajo en Pizzaveloz y

resulta que tiene que irse ya allí corriendo porque se le hace tarde; entra a trabajar a las ocho y media. Tan embelesada se había quedado en sus propias reflexiones que no se había dado cuenta del paso del tiempo “encima soy capaz de llegar tarde”. Recoge y guarda apresuradamente el manual y los apuntes y sale pitando, menos mal que vive cerca de la tienda. Al lado de la mesa de elaboración Macarena habla con Mónica que hoy tiene que atender caja. Explica realizando gestos enfáticos -mira Mónica, tesoro, han llamado los de marketing; han dicho que a todo cliente que haga un pedido en el local hay que preguntarle el número de teléfono, que den un número de teléfono con el que habitualmente se pueda poner en o con ellos, un fijo, un móvil… el que sea. -¿A todos?- el gesto de Mónica revela estupor y sorpresa. -Sí, a todos, guapa. Hay que pedírselo después de que hayan hecho el pedido- dijo Macarena con gesto de resignación. -Pero eso es un coñazo ¿no? -Claro que es un coñazo, hija, pero los de marketing quieren que lo hagamos para poder tener un listado de números de teléfono para luego poder hacer encuestas o bien poder ofrecer ofertas ¡yo que sé! -Pppuuffff…- Mónica mira hacia arriba y pone los ojos en blanco del fastidio, se queda un rato pensando sin salir de su asombro -¿pero esa gente a qué mundo vive? claro, como no tienen que estar aquí- se calló un instante y después preguntó -¿y si alguien no quiere darlo? -se le dice que es para llevar una cuenta de los pedidos que ha realizado esa persona y que si se llegan a una determinada cantidad se les hace un regalo o una oferta especial, o algo así ¿entiendes?

Que vean que puede tener una consecuencia beneficiosa para ellos, pero eso sí todo con mucha educación y diplomacia, que yo sé que a ti no te falta, hija. -Bueno…si no queda otra. -No queda más remedio, cielo. Los de marketing son los de marketing, y cuando dicen que hay que hacer una cosa es que hay que hacerla por naricesdijo Macarena tocándose los dedos índice y pulgar y trazando de forma descendente una línea vertical en el aire para enfatizar la rotundidad de la orden, y luego con la mano ya abajo se dio su característica palmada en el muslo. Continuó -coméntaselo a Jaime y a Lola...y a Trini…- dudó -bueno a Trini no hace falta, como lleva muy poco tiempo no la quiero poner todavía en caja, aunque el otro día le enseñé a coger caja, pero bueno, mejor cuando coja un poco más de experiencia, ya la pondré más adelanterepentinamente Macarena se volvió hacia un lado y hacia otro, en su gesto había cierta impaciencia hablando de Trini ¿Dónde está? Tenía que entrar ya ¿no? ¡que raro! Generalmente la chiquilla suele ser muy puntual-. Mónica también la buscó con la mirada. En ese momento Trini salió apresuradamente de los vestuarios con el uniforme de Pizzaveloz ya puesto y llegó casi sin aliento a la mesa de elaboración. Macarena la miró de reojo -Triniiiii, vamos-. Había una familiar barbacoa a medio hacer y se puso a terminarla -hola- dijo con la voz un poco temblona y entrecortada por el esfuerzo de haber corrido. Al cabo de un rato se presentaron Jaime y Lola que por su horario de aquel día entraban más tarde que Trini. Los ojos de Jaime brillaron cuando vieron a Trini -hola-. Trini lo miró a su vez mientras seguía echando ingrediente a su pizza -hola-. Mónica también

respondió quizá de forma más distraída -hola-. Lola que venía justo detrás de Jaime dijo inmediatamente con voz saltarina -hola cara de bola- para hacer un chiste con tanto “hola”. Trini sonrió y dijo -lo de “hola cara de bola” lo decía una que hacía de un personaje, un duende, que salía en “la bola de cristal”, lo dice mi hermano algunas veces. -Efectivamente- dijo Lola dándole a la sucesión de sílabas cierto énfasis musical. Jaime miró con un poco de fastidio a Lola y le replicó -hola cara de boniato-. Pero Lola no le hizo mucho caso y se puso alegremente a echar tomate y queso a una pizza mientras canturreaba la sintonía del muy famoso en su momento programa infantil. Entró en el local un cliente y Mónica metió en el horno la pizza que acababa de terminar y salió a la caja a atenderlo. Un teléfono sonó y Lola decidió interrumpir la familiar que estaba haciendo y atender la llamada. Jaime se quedó parado al lado de Trini, se veía que quería decirle algo, algo relacionado con sus sentimientos hacia ella, pero en ese momento lo que fuera a decirle no terminaba de salir y quedaba trabado en su interior. Su respiración se hizo más fuerte y agitada, y su mirada más ansiosa y densa, sus labios se despegaron pero quedaban mudos. Trini lo miró un momento de reojo un poco extrañada mientras esparcía la carne picada por la redonda base. Repentinamente Macarena apareció salida de la cámara donde entró para coger algo. Su vitalidad y energía imponen, y rompieron ese instante de intimidad que quería aprovechar Jaime -¡venga, venga! ¡Jaime! coge el albarán de la impresora ¡ya! y ponte a hacer esa pizza, que me ha llegado tarde Trini y si tú encima te quedas parado no veas- y la interrupción ya no tiene marcha atrás, hay que

empezar a currar. Jaime cogió resignado el albarán y fue leyendo los ingredientes que tendría que llevar la pizza, miró fugazmente a Trini y pensó “quizá en otro momento. Ya buscaré otro momento”. -¡Uuuuuhhhh! ¡Dios!- Macarena se dio cuenta de que se le estaban acumulando pizzas para sacar en la parte de atrás del horno y cogiendo la pala se fue allí corriendo. Cuando volvió de la caja Mónica empezó a explicar a Lola y a Jaime lo que Macarena le dijera antes sobre la petición de números de teléfono a los clientes. Trini se percató de que la cosa no iba con ella y discretamente decidió ir a por más ingrediente a la cámara., pero oyó algo. Cuando ella estaba ya dentro de la cámara Mónica explicó a los otros la excusa que había que decir cuando algún cliente se negara a dar el teléfono. Trini, por tanto, no pudo enterarse de esto último y ese fue el germen de una situación embarazosa. Dentro del edificio empresarial que hay cerca de la tienda de Pizzaveloz, en la planta número 12, hay un bufete especializado en los sectores empresarial y financiero. El edificio está situado dentro ya de la zona más pudiente del barrio, la única zona de Hortaleza donde hay bloques de casas con piscina particular y portero automático con video. Es como una especie de atalaya que señala orgullosa donde comienza la zona mejor del barrio. Allí, en un despacho de elegantes muebles caoba y de cuadros de estilo abstracto un directivo habla con su secretaria atando los últimos cabos de la jornada de trabajo. Le habla sin mirarla, como se habla con las personas con las que ya tenemos mucha confianza, y su voz después de la larga jornada suena ya cansada, monótona, pero sin perder cierto tono de autoridad, de firmeza -llama mañana a los de la comisión para decirles

que tienen que venir a la reunión del viernes, recuérdales los puntos que se van a discutir…están en la hoja que te saqué antes por la impresora- se levanta del sillón de detrás de su escritorio y coge su chaqueta del perchero. Mientras se la pone sigue hablando a su secretaria -¡ah! por favor, llama también a Carlos y dile que traiga cuanto antes los informes que le pedí el otro día. Los quiero ya, pero ya. -Sí, don Antonio-. La secretaria responde con esa sumisión revestida de eficiencia, de profesionalidad que se espera como algo natural en ellas. Es una mujer de edad indefinida, uno no sabe si joven o madura, pero que resulta bonita de todas formas. Va bien vestida, bien arreglada, sus modales son finos y encaja perfectamente en el ambiente de despachos elegantes que hay en todo el edificio. Es como si fuera un elemento más de ese entorno exclusivo. El directivo se despide brevemente de ella y sale de la habitación, por el pasillo llega hasta el ascensor. Cuando va bajando al parking se mira en un espejo que hay en la espaciosa y bien iluminada cabina. Tiene suerte, es un hombre sin calvicie. Mira orgulloso su pelo gris todavía abundante. Otros a su edad están ya como bolas de billar. De todas formas utiliza un buen champú contra la caída. Con un poco de regodeo se compara con algunos compañeros de trabajo que tienen prácticamente todo el cráneo en cueros. Como un acto reflejo, forzado por la costumbre, comprueba que su corbata sigue bien anudada, y su aspecto en general no le desagrada, incluso le satisface, pero al situarse de perfil ve de pronto reflejada su demasiado abultada barriga. -Estás ya de siete meses- le dijo Juan, el consejero delegado, el otro día, gastándole el consabido chiste, y lo peor es que no se lo dijo de mala fe. “Se ve que últimamente he engordado algo”.

Ésa era la realidad. Su gesto refleja cierta decepción y disgusto y en una reacción casi automática ahueca inmediatamente su estómago para intentar disimular algo la panza. Ya en el parking se introduce en su gigantesco y ostentoso monovolumen, un lujoso búnker rodante, un vehiculo diseñado para poder presumir de él. Al volante se siente poderoso y seguro de sí mismo, e intenta olvidar el vergonzoso tamaño de su barriga. Cuando va conduciendo por la Gran Vía de Hortaleza le asaltan implacables unos terribles deseos de comer lo que sea. Hoy ha sido un día muy ajetreado en el bufete y apenas si ha podido tomar algo que le subió su secretaria. Ve la tienda de Pizzaveloz y se acuerda de que una vez un repartidor trajo una pizza de allí que estaba muy rica “¿Cómo se llamaba? ¿carbonera? No… carbonara, sí, creo que era carbonara. Es una nueva pizza que han sacado, creo. ¿Entro y pido una? Pero si quiero rebajar barriga tengo que hacer un esfuerzo y no comer cosas que engorden” se queda una rato atrapado por este conflicto mientras con su mano derecha se da pequeñas palmadas en su desmesurada barriga y con la izquierda sostiene el volante, pero al final decide “bueno… con no pedir nada de postre yo creo que tampoco me va a engordar mucho la cena, total, lo que más engorda siempre es el dulce”. Y convenciéndose de esta forma aparca y entra en la tienda. Hay poca gente ya que es martes, tan solo unas mujeres y un hombre de mediana edad que esperan a que salgan sus pizzas. Por su aspecto y vestimenta reflejan su pertenencia a una clase social popular. De pronto se produce una tirantez inevitable entre personas pertenecientes a distintos estamentos sociales. El directivo por su apariencia muestra claramente su

posición privilegiada y los otros lo miraron de reojo, de arriba a bajo con cierto gesto de antipatía. Brotó un recelo, una desconfianza o quizá una envidia de personas que se perciben a sí mismas como de clase inferior hacia un sujeto percibido como de clase superior. “No debía de haber entrado aquí tan trajeado” se arrepintió un momento, pero decidió ignorar las miradas y se dirigió a Mónica que estaba en caja para atender. Ésta dijo cortés y profesionalmente -hola, buenas noches ¿qué desea?quizá intentando mitigar la tensión sutil. -Hola, me pones una carbonara mediana para tomar aquí. No quiero nada más que la pizza y una cerveza, me da igual la marca, la que tengáis. Después de que Mónica le pidiera el teléfono, a lo que él respondió dando uno sin más, se acercó a una de las mesas que estaba a cierta distancia de los otros clientes, y colgó cuidadosamente su chaqueta en el respaldo de un asiento y se sentó a esperar a que saliera su pizza. Al cabo de poco mirando las musarañas conseguía distenderse y relajarse. Trini salió un momento al local a poner servilletas de papel en los servilleteros que hay en las mesas y en el mostrador como le había mandado Macarena. El directivo miró sonriente a Trini mientras ésta colocaba las servilletas. Trini por pura educación pensó que debía responder a estas sonrisas con otra como un acto de cortesía, “a los clientes hay que tratarlos con amabilidad” recuerda que le dijo Macarena el primer día que trabajó, a lo que el directivo reaccionó con sonrisas más abiertas e insistentes al sentirse correspondido. Tantas fueron las sonrisas que Trini quedó un poco confusa y en cuanto terminó su tarea se marchó inmediatamente para seguir su trabajo en la mesa de elaboración. La chiquilla es demasiado joven,

tiene que ir aprendiendo que a la mayoría de los hombres les interesa mucho el sexo y que están dispuestos a interpretar cualquier indicio como un deseo o un interés en este sentido hacia ellos. Al pasar al lado de Mónica ésta, que debió de haberse dado cuenta de algo, le susurró -creo que es un jefazo de una empresa del edificio Master City. Está divorciado. Se divorció hace poco-. Trini la miró con asombro -¿cómo lo sabes? -Mujer, porque ha venido alguna vez con compañeros de trabajo y al hablar con ellos lo ha comentado. Yo no es que sea especialmente cotilla pero la gente habla muy despreocupadamente cuando vienen aquí a pedir pizzas. El comentario del divorcio reciente lo hizo Mónica como queriendo advertir a Trini de que muchos hombres en esa situación especial están dispuestos a desmelenarse y a estar a salto de mata en tema de sexo, dispuestos, al sentirse libres del yugo matrimonial, a la primera aventura sexual que se pueda presentar. Trini ya en la mesa de elaboración empezó a estirar una masa. En ese momento en la tienda entró otro hombre, al igual que el directivo iba trajeado y encorbatado, con el mismo aspecto solvente de ejecutivo o profesional pero era más joven. A través de las cristaleras Trini lo contempló mientras iba aplastando la masa contra el mármol. Sus manos y sus dedos inseguros intentaban dar una forma redonda a algo que parecía tener cada vez más una forma lo menos parecida posible a algo redondo. El directivo se dirigió al recién llegado con grata sorpresa -¡hombre Carlos! ¡qué pasa! que coincidencia, macho-. El otro lo saludó condescendientemente y empezó a hablar con él. El directivo le ordenó con suavidad que se sentara a su lado y continuó con la conversación -

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así que te gustan las pizzas ¿no? No están mal, no están mal… hombre, hay que alimentarse-. Le pidió que cenara junto a él, y el ejecutivo joven aceptó con expresión de agradecimiento. Después el más mayor cambió ligeramente su expresión -oye ¿y los informes esos que te pedí? ¿que tal? Te advierto que los quiero mañana- dijo con firmeza pero sin llegar a resultar desagradable. -Es que había más empresas implicadas de las que en un principio suponíamos, y he tenido que ir evaluándolas una por una- contestó el interrogado con una voz que transmitía diligencia y seguridad, pero al mismo tiempo respeto y consideración. -Bueno siendo así...- el directivo pareció quedar conforme, y siguieron charlando en tono amigable. De pronto Trini reconoció al hombre más joven de los dos, era el que entró el otro día en la tienda, cuando Lola le dijo a ella que él solía venir los viernes. Sí, se fijó en su mandíbula, cuadrada, perfecta, amplia pero bien desarrollada. Era él. En un momento dado el hombre sonrió al que debía de ser su jefe como respuesta amable a un comentario supuestamente gracioso o chistoso por parte de éste, y una dentadura bien formada y absolutamente blanca contrastó con la piel ligeramente bronceada de su rostro bien afeitado aunque de barba cerrada, varonil. La verdad es que se lo podía considerar guapo, atractivo. Después se acercó a la caja para pedir su cena. Cuando se aproximaba miró por las cristaleras que separan la mesa de elaboración del local, como hacen muchos clientes, por curiosidad para ver como se elaboran las pizzas ya que estas cristaleras no son unidireccionales como las de la pequeña oficina. “Esto tiene algo de espectáculo turístico” le comentó a Trini una vez Macarena “con eso de lanzar la masa al aire mientras

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se la hace girar para extenderla la gente se queda alucinada, tuve una vez un chico que lo hacia de muerte, la gente se quedaba mirando embobada”. Trini pensó que si ella alguna vez sería capaz de llegar a hacer semejante cosa “de momento yo me conformo con estirar las masas sobre la mesa de elaboración y que me salgan redondas, no estoy todavía para hacer semejantes proezas” y tuvo que itir que algunas veces la observación de la gente la incomodaba. El trajeado más joven le dirigió su mirada un momento a ella que seguía medio desesperada luchando por dar una forma coherente a la base de la pizza. La mirada de Trini se cruzó con la de él y ella intentó fingir más seguridad y profesionalidad en su quehacer. La sonrió un instante y acto seguido desvió su atención a Mónica para realizar su pedido. A Trini esta sonrisa tan fugaz le supo a poco después de la machacona insistencia de las del jefe. Nuevos clientes habían estado entrando en la tienda y realizado sus pedidos. Jaime terminaba de colocar los ingredientes en la pizza que estaba haciendo y necesitaba una nueva base para continuar con el trabajo. Miró a Trini ladeando ligeramente la cabeza hacia un lado, donde estaba ella, y levantando las cejas. Extendió la mano, indicándole con este gesto que le pasara una masa estirada. Con su expresión también quería advertirla con suavidad de que procurara no ser tan lenta. Trini le pasó con una sonrisa nerviosa la masa que acababa de estirar. No estaba segura de que el estirado de la masa fuera lo que se dice muy bueno. Jaime detectó el nerviosismo de Trini. Mientras cogía la masa le sonrió y le dijo para animarla -no está tan mal, no está tan mal. Deja el borde de las masas un poco más alto, así, para que luego no se desparrame la salsa de tomate por los

bordes-. Trini asintió atenta, con sus amplios ojos verdes muy abiertos, como si fuera una alumna aplicada, y la boca ligeramente abierta expresando cierto asombro, formando los labios una apetitosa flor de pétalos encarnados. Un sentimiento de ternura y de deseo se apoderó de Jaime que tuvo que hacer un esfuerzo por continuar con sus quehaceres de pizzero. Al poco entró un repartidor que acababa de llevar un pedido, era César. Se acercó a la mesa de elaboración y saludó a Trini y a Jaime. Se dirigió otra vez a Trini y le preguntó fingiendo un interés que realmente no sentía -¿Creo que estás estudiando pedagogía? ¿no? Debe ser una carrera muy interesante. Tengo una vecina que está estudiando psicología y dice que en tu carrera tienes que estudiar muchas asignaturas de psicología. -Bueno, la parte de la psicología más relacionada con los temas educacionales, pero también estudiamos otras cosas como sociología o antropología de la educación. -muy interesante- dijo César. Trini sonrió y se volvió para seguir estirando masas. En ese momento César con media sonrisa y con cierta expresión de malicia dirigió una mirada fugaz a Jaime. Éste lo miró a su vez un poco alertado, como queriendo prevenir. No quería que el muy bocazas le dijera a Trini que ellos habían estado hablando sobre ella, ni mucho menos sobre el interés que él sentía hacia ella. No debía de enterarse de esa forma. César por su parte volvió a mirar a Jaime con cara de expectativa y luego a Trini que se afanaba en su quehacer ignorante del diálogo de miradas que se estableció entre los dos chicos. Estaba claro que a César le divertía la situación y otra vez sonrió casi burlonamente a Jaime como queriendo decir “¿qué

tal? ¿cómo te va con tu amada Trini?” o como queriendo animar a éste para que abordara de alguna forma a la chica. Jaime en cambio le devolvió de nuevo un gesto serio, si cabía más serio todavía que el anterior, con la intención de seguir advirtiéndole de que no hiciera ningún comentario inoportuno o dijera alguna tontería. Pensó “¿por qué será que cuando se establece una relación amorosa o alguien se enamora de alguien a otras personas les puede parecer divertido o cómico? Es jodido porque pueden meter la pata por decir una gracia”. Como una orden que desgarró el aire Macarena reclamó a César para llevar un pedido y Jaime se quedó más tranquilo, volvía a estar casi a solas con Trini en una esquina de la mesa de elaboración. Por una vez la interrupción de Macarena había sido oportuna. Al repartir rodajas de peperoni sobre una familiar su brazo rozó el hombro de Trini y el codo casi le toca un pecho. Jaime sintió una oleada de excitación, pero Trini no acababa de adivinar los sentimientos de Jaime hacia ella, simplemente lo veía como un compañero agradable, universitario, igual que ella, tal vez inteligente o ciertamente inteligente, e interpretaba su comportamiento hacia ella como el de un hermano mayor, orientándola y ayudándola en su trabajo en Pizzaveloz, con una intencionalidad protectora más propia de un sentimiento paternal que otra cosa. Los trajeados ya con sus cenas hablaban animadamente mientras mordisqueaban de vez en cuando una ración de pizza y bebían un poco de cerveza. El más joven asentía ante las disertaciones del jefe pero al final se lo veía ya un poco cansado o aburrido aunque perseveraba en intentar mantener una actitud de aparente interés. Sonó el móvil del jefe. Este contestó sin dilación y empezó a gesticular

aparatosamente, enfrascándose en una conversación con un interlocutor que no se encontraba presente. En este momento su acompañante miró como por casualidad a las cristaleras evadiéndose, en el fondo agradeciendo esa llamada que le permitía desconectarse aunque fuera por un momento de la verborrea del jefe, y al detenerse en Trini la volvió a sonreír aunque con la misma brevedad que la otra vez. Sin embargo ella volvió a darse cuenta. Seducida por el atractivo del observador ocasional sus pensamientos empezaron a cavilar sobre él. Se siente impresionada por su apariencia de haber conseguido un buen trabajo. “Seguramente dentro de unos años se convertirá en un jefe, como el que ahora tiene al lado, y será él el que hable despreocupadamente y otra persona más joven la que asienta cortésmente”. Al compararlo con su jefe se dio cuenta de la desproporción de la barriga de este último, y de que los hombros del más joven eran más anchos, más desarrollados. “¿Estará casado? ¿tendrá novia?”. Se le acabaron las masas para estirar y se fue al interior de la cámara a coger más. Allí coincidió con Mónica que entró también para coger una ración de croquetas y meterlas en el horno. Al verla se preguntó si Mónica sabría contestar estas preguntas, ella que parece tan enterada de las historias de los clientes habituales. La verdad es que la cámara era un buen sitio donde mantener una conversación privada, un buen lugar donde intercambiar confidencias. Si estás a solas con la persona con la que quieres hablar y la compuerta está cerrada puedes hablar de lo que sea que fuera no se oye nada en absoluto. Es como un habitáculo insonorizado. Aunque no se puede uno entretener mucho hablando ¡si no te quedas congelada! Así que sin más dilación le dirigió a Mónica los interrogantes

sobre el joven trajeado. -Por lo que yo sé no está casado, esas cosas se notan, ya sabes…si estuviera casado no vendría con tanta frecuencia por aquí solo. Novia por los comentarios que hacen al hablar entre ellos no tengo constancia de que tenga. En el rostro de Trini se reflejó una punzada de inquietud. -Pero no pongas esa cara hija, tampoco creo que sea gay. No es gay. Le gustan las mujeres que el otro día miró a una tía buena que entró en la tienda, una que iba vestida como una guarra. Se le salían los ojos de las órbitas, ya sabes como son los hombres- las pupilas de Mónica se fijaron con más intensidad en las de Trini -te interesa ese tío ¿no?- Trini no supo que contestar, y Mónica continuó -hay que reconocer que está bastante bien, pero yo lo encuentro un poco estirado para mi gusto, no se… pero si a ti te interesa tienes oportunidades de encontrártelo aquí, ya sabes que viene con cierta frecuencia- con gesto rápido se dispuso a abrir la compuerta de la cámara -¡vamos! que nos quedamos congeladas como dos croquetas, si seguimos hablando nos sacan muertas por hipotermia, además que a lo mejor Macarena nos reclama. Menuda es, esa en cuanto estás dos segundos sin trabajar se da cuenta. Ésa es el ojo que todo lo ve-. Luego cada una siguió en su quehacer; Trini estirando y Mónica atendiendo caja. Los trajeados se habían marchado ya, y cuando Trini miró tímidamente a través de las cristaleras buscando al hombre atractivo un sentimiento de desánimo le sobrevino. Entró otro repartidor en la tienda, esta vez era Sergio. Con gesto animoso saludó a Trini -¡Hey! Trini ¡qué pasa! Mi amiga Trini-. Trini correspondió a su saludo -hola Sergio- empleando una entonación que

pretendía estar en el mismo tono de animosidad. Jaime miró al repartidor de reojo. Ahora que estaba tan interesado por Trini era muy difícil no sentirse suspicaz, y más después de lo de César, y de todas formas aunque Sergio no se hubiera percatado de nada no le gustaba su trato típicamente rudo para Trini. Lola que esparcía queso granulado por una pizza de pronto dejó de hacerlo y se quedó sorprendida contemplando a Jaime -¿qué haces aquí todavía? Si creo que hoy trabajabas sólo dos horas ¿no?- lo vio en la hoja de horarios. Era cierto, éste pidió a Macarena trabajar hoy sólo dos horas porque tenía que ir con sus padres a ver a unos familiares y necesitaba marcharse pronto, pero al lado de Trini el tiempo pasaba volando. Jaime, teniéndola tan cerca, apenas podía resistir la tentación de abrazarla, de sentir en su propio cuerpo el cuerpo cálido y meloso de ella. Y experimentó otro momento de explosión sensual cuando tuvo que estirar un brazo para dejar en su sitio el cucharón que estuvo utilizando para esparcir las salsas sobre las masas que le fue pasando Trini y rozó la delicada y suavemente ondulada espalda de ella. Macarena que oyó algo dijo -si te tienes que marcharte ya márchate, yo es que ya no me acordaba, hijo-. Lola le comentó por la bajo a Trini -ésa siempre hace igual, cuando llegas tarde bien que te lo dice y te regaña, pero cuando no te das cuenta y te quedas más tiempo de tu hora por un despiste se hace la tonta y se calla como una puta, menuda…- Jaime se despidió de Trini intentado retener su mirada. Ella le devolvió otra, pero de agradecimiento, de compañerismo. Se despidió de los demás de forma más breve y se marchó un poco precipitadamente, sintiendo una mezcla de ilusión y frustración. Se cambió rápidamente en los vestuarios y cuando salía por la puerta del local el Gringo que

estaba bajándose de su moto lo vio. Mientras se quitaba el casco le dijo -oye, oye, oye ¿tú donde te vas tan pronto?- sonreía burlón -¿tú dónde te crees que vas? Vuelve dentro inmediatamente a seguir trabajando-. Jaime le replicó el comentario chistoso casi sin mirarlo -hoy trabajo sólo dos horas pedazo de cabrón. No, si tu tienes madera de jefe de tienda, le podrías quitar el puesto a Macarena- luego con un tono más cariñoso le dijo -venga, que se te de bien. -Hasta luego. Jaime se alejó andando por la acera y el Gringo entró por la puerta de repartidores muy ufano. Lo primero que dijo para que lo escuchara todo el mundo fue -¡A que no sabéis la propina que me acaban de dar! ¡Casi 5 euros! Eran catorce con quince céntimos. El tío me dio un billete de 20 euros y me dijo que me quedara con el resto-. Macarena lo miró con asombro y envidia -¡qué suerte! anda que os quejareis-. Sonó la voz de Trini con una ligera timidez -querría celebrar algo; alguien que haya aprobado unas oposiciones, un negocio que haya salido bien… yo que sé-. El Gringo la miró chulescamente -que va… eso se debe a mi rapidez como repartidor y a mi encanto personalmientras con una mano se señalaba con ligereza a sí mismo. Lola soltó unas carcajadas mientras esparcía salsa de tomate por una familiar -¡uy! Mi encanto personal dice…eso es que el tío ese estaría borracho o se equivocaría en el cambio. Lo que sea… a lo mejor lo que dice Trini. Todos los tontos tienen suerte-. Sergio que quería participar en la chunga terminó interviniendo -No. Lo que le pasa a éste es que sabe chuparla muy bien. Le habrá hecho una buena mamada al tío ese y el resultado ha sido una buena propina-. Las chicas rieron de forma contenida y Trini un poco más cortada que las otras. El Gringo

acostumbrado a las bromas soeces del compadre tampoco se alteró mucho pero se vio obligado a replicar y precipitadamente dijo -higos, higos, lo que a mí me gusta chupar son higos, las pollas te las dejo a ti que eres un mariconazo. Mónica que estaba en la caja se acercó un momento a la mesa de elaboración. Se tocaba el estómago con una mano, había perdido el color y su cara y gesto reflejaban sentir un agudo dolor en esa zona. Mientras se apoyaba en el mármol le dijo a Lola -me están dando unos retortijones... mira que soy estreñida, pero cuando me suelto es que me suelto, no sé que habré comido pero me va a dar una cagalera que me muero. Porfa, si aparece alguien en el local atiéndelo tú, ¿vale? -No te preocupes, caga tranquila, caga contenta. Mónica se marchó rápidamente al baño antes de que ocurriera lo peor que podía ocurrir en estos casos. Sergio dijo -¿qué le pasa a Mónica? Menuda diarrea ¿no?- y el Gringo en broma -no hombre, lo que le pasa es que tiene la regla-. Lola miró al Gringo con sonrisa forzada y antipática, intencionadamente fingida -ja, ja, ja, que gracioso-. Macarena se acercó con la pala en una mano y una caja de cartón en la otra y se quedó mirando a los dos chicos -y vosotros ¿qué? como no hay pedidos para llevar ahí entreteniendo a las chicas e incordiando ¿no? Poneos a echar ingrediente a las pizzas inmediatamente, vamos-. Se pusieron. Trini observaba los gestos torpes, lentos y descoordinados de los dos chicos colocando rodajas de peperoni uno de ellos en una familiar y trozos de jamón de York el otro en otra. Resultaban un poco cómicos, como niños traviesos a los que se les regaña y se les impone un ligero castigo. Los repartidores tienen poca costumbre de echar ingrediente, sólo lo hacen ocasionalmente

cuando no tienen nada que hacer y el jefe o jefa de tienda mosqueado ya de verlos no hacer nada los pone. Se acordó de sí misma las primeras semanas. “Lo hacía como éstos” pensó maravillándose un poco de que ella misma hubiera podido progresar. La verdad es que le resultaba consolador ver a otros que lo hacían peor que ella. El Gringo mientras iba colocando los trozos de jamón de York se metió unos cuantos en la boca. -Y no os comáis los ingredientes, por favor, en la mesa de elaboración no se puede comer nada- vociferó Macarena que lo había visto de refilón por el borde del horno. “Seguramente se lo estaba viendo venir, y ha estado mirando. Es extraño, a mí nunca se me ha ocurrido comer ingrediente, debe ser porque he estado demasiado nerviosa como para pensar en eso” reflexionó Trini. El Gringo puso cara de fastidio pero no volvió a picar ingrediente, se sintió además molesto porque le hubieran llamado la atención delante de Trini a la que consideraba pedante. Macarena entró un momento en la oficina para coger cajas de cartón. Lola dijo cuando estaba metiendo una pizza en el horno -¡como sois! nada más que pensando en comer-. El Gringo replicó -claro, como vosotras estáis nada más que pensando en adelgazar para mantener el tipín no picáis nunca-. Trini no dijo nada pero Lola se quiso volver para contestar al Gringo y en ese momento la red de la pizza se inclinó demasiado y esta cayó al suelo. Fue un pequeño desastre ver la masa, los ingredientes y la salsa de tomate desparramados por el suelo. Los granitos de queso mezclados con el tomate y esparcidos le conferían a aquello un aspecto como de vómito. Para colmo era una familiar. Siempre es una familiar.

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-¡Hala, hala…!- exclamó Sergio -¡como ha salpicado por todos sitios! Puuff…- se miró a sí mismo por si hasta a sus pantalones o jersey hubiera llegado algún salpicón -habrán llegado las salpicaduras hasta al retrato de la Virgen de la Paloma- y empezó a mirar alrededor buscando algo con lo que poder ayudar a recoger aquello, pero Lola le cortó las intenciones. Dijo secamente -yo lo recojo, vosotros seguid echando ingrediente-. Había un cliente en el local, estaba delante de la caja y llevaba un ratito esperando, pero debía de tener prisa porque se lo veía ya con aspecto de impaciencia. Era un hombre de unos cuarentaytantos años -por favor, por favor ¿hay alguien que me pueda atender?con la punta de los dedos empezó a dar golpecitos en el mostrador como si estuviera escribiendo en un teclado. Estrellaba las uñas contra la madera con cierta rabia. Pero no iba nadie, Lola estaba un poco nerviosa intentando limpiar todo el estropicio, Mónica no aparecía y debía de estar consumiéndose con su diarrea en el retrete, Macarena entró en la oficina a por cajas pero seguramente se entretuvo allí con alguna cosa pendiente de hacer, de esas cosas que se van dejando siempre para más adelante, pero que en un momento dado ya hay que hacerlas porque si no, no se hacen nunca, el caso es que no salía de la oficinita, y Sergio y el Gringo no tenían ni idea de cómo se manejaba el ordenador para atender el local pues eran repartidores. El hombre miró su reloj, y luego bruscamente, con cierto grado de exasperación, con el cuerpo tenso y la cabeza erguida giró sobre sí mismo hasta dar una vuelta completa como un pingüino histérico e impaciente. El caballero a parte de tener prisa también tenía mal genio -¡que barbaridad! por favor, que no tengo toda la noche- dijo meneando la

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cabeza con cabreo. Las quejas llegaron hasta los oídos de Trini y de Sergio y el Gringo que eran los que estaban más cerca del señor. Los chicos miraron a Trini con cara de punto de interrogación. Trini dudó, no sabía si llamar a Macarena o alguna de las otras a ver si podían salir, pero decidió dejar de estirar la masa a la que estaba intentando dar forma, de momento infructuosamente, y salir ella misma a atender al cliente “después de todo Macarena ya me explicó el otro día cómo atender pedidos en el local”. Trini pensó que ya le costó lo suyo aprender el manejo del programa informático para atender las llamadas telefónicas, pero que lo aprendió no sólo atendiendo las instrucciones de Macarena o de Jaime o de las otras, sino también practicando. “Las cosas se aprenden poniéndose, practicando, si no te pones y practicas no aprendes. Hay que echarle un poco de valor al asunto, si no, no sales adelante”. Cuando estaba ya delante del cliente empezó a realizarle la rutina de preguntas que se hacen para coger un pedido, pero inevitablemente, y como ella misma se estaba temiendo, empezó a equivocarse en la introducción de los datos o bien tenía que buscar el sitio en la pantalla donde meterlos, para colmo el pedido era largo, estaba compuesto por un montón de pizzas y complementos para los que había que buscar las ofertas correspondientes. Esto la obligaba en algunos momentos a pedir al cliente que repitiera información. El nerviosismo de Trini aumentaba y el cliente se exasperaba más todavía. -¡Y encima me ha tocado la que no sabe!- dijo, y soltó un resoplido. Después de la dificultosa toma del pedido Trini se acordó de lo que comentó Mónica a Lola y Jaime de que había que pedir el número de teléfono a los

clientes al final, después de que hubieran hecho el pedido. A Trini le pareció cansino y tedioso el tener que preguntarle ahora al irritado cliente eso. “Oye, pero si hay que hacerlo, hay que hacerlo, ya que la hago la hago completa” pensó, e hizo un último acopio de valor y con la voz ligeramente temblorosa le preguntó al señor un número de teléfono habitual de o. Este se quedó un momento mirándola, inmóvil. Su expresión que se suavizó un poco al haber conseguido por fin terminar la realización del pedido se volvió otra vez tensa y comenzó a soltar palabras como escupiéndolas -¿y yo para qué quiero daros mi número de teléfono? ¿vosotros para qué queréis mi número de teléfono? ¿a ti qué te pasa? ¿es que eres tonta?-. Trini se quedó contrariada, paralizada sin saber qué responder. Únicamente siguió la instrucción que oyó de Mónica y no pensó en nada más. Oyó la instrucción pero el caso es que no llegó a escuchar la excusa preparada para estos casos. El cliente siguió con su recriminación vomitando más palabras que taladraban el aire y que llegaban hasta Trini como salpicones de alquitrán -yo no tengo porqué daros mi número de teléfono, demasiado que no he pedido la hoja de reclamación porque habéis tardado un montón en atenderme y lo habéis hecho fatal. Me hacéis esperar un montón y encima me salís con preguntas estúpidas. Sergio estaba lo suficientemente cerca como para oír al cliente, que además más que hablar lo que hacía era gritar. De pronto sintió como le hervía la sangre al darse cuenta de la humillación por la que estaba pasando Trini. El Gringo hundiéndose en la situación embarazosa y sin saber como actuar lo miró como avergonzado. Sergio sabe que en principio hay que ser amables con los clientes, pero en un rapto de

vehemencia se acercó a la caja y se encaró con aquel tipo. -¿qué pasa? usted no tiene porque insultar a nadie. Si no quiere dar su número de teléfono pues no lo dé y en paz, pero no tiene porque insultar a nadie. A ver si tenemos un poquito más de educación que es lo que hace falta. El cliente empezó a enzarzarse en una discusión con Sergio que fue aumentando de tono. Las palabras del repartidor comenzaron a volverse cada vez más soeces y malsonantes y las del cliente más insultantes y broncas. Trini seguía inmóvil sin decir ni hacer nada. Estupefacta los miraba a uno y al otro alternativamente. Más que nada en el mundo hubiera querido parar la discusión, y sentía una enorme una impotencia por no saber como hacerlo que la retenía como si fuera una camisa de fuerza. No le salían las palabras. La situación la desbordó. Era tal el escándalo que llegó a oírse hasta en la oficinita. Macarena alarmada salió. Se acercó apresuradamente, con seguridad y energía pero al mismo tiempo con templanza, con una actitud de moderación y contención. Como máxima responsable de la tienda que era debía de hacerse cargo de la situación. Con un gesto indicó a Sergio y a Trini que se marcharan. Sergio se marchó de mala gana, a regañadientes, hubiera querido darle una hostia al tío ese, Trini se marchó en cambio aliviada, pero también confusa. Macarena al quedarse sola ante el cliente le explicó de forma diplomática la excusa preparada para justificar la petición del número de teléfono y de forma escueta pidió disculpas. Cuando el cliente se sentó en una silla del local a esperar para recoger sus pizzas todavía se lo veía tenso, con ganas de saltar a la menor provocación.

Trini volvió a su puesto en el estirado de masas y Sergio al lado del Gringo echando ingrediente a pizzas. Trini sintió cierta lástima de sí misma y una tristeza abrumadora que intentaba controlar para no hacer demasiado evidente. No quería que pensaran que ella era tan frágil. Miraba para abajo intentado dar forma redonda a una masa que parecía como siempre más informe que nunca. Pretendía sin conseguirlo concentrarse en ese quehacer para superar su estado de ánimo intentando hacerse la fuerte pero de forma infructuosa. Se vio a sí misma como una tonta -no tenía que haber salido a atender el local tan alegremente. Tenía que haber llamado a Macarena. Es evidente- murmuró al fin en un hilo de voz medio quebrado. Sergio le dijo -tú no hagas caso que ese tío es un gilipollas, eso es lo que le pasa, que es un gilipollas-. Trini casi sintió una punzada en los ojos pero perseverante siguió estirando su masa. Se sintió conmovida por el apoyo de Sergio. Sergio, el repartidor al que en un primer momento consideró tosco y desconsiderado y que sin embargo reaccionó con contundencia para intentar defenderla de la agresividad del cliente. El Gringo la miró un momento, no sabía que decirle, iró su entereza y por primera vez experimentó pena por ella. La imagen de niña engreída y estúpida que se había forjado de ella se desmoronó en ese momento. Macarena después de haber realizado la explicación y la disculpa ante el cliente volvía a su puesto habitual detrás del horno. Al pasar delante de Trini y los otros dos dijo -tened cuidado, porque si alguien por lo que sea ha tenido un mal día y está de mala leche puede armar el pollo a la menor, y así pagarlo con nosotros- avanzó unos pasos más pero volvió a retroceder para seguir advirtiéndolos -y por

favor, si hay algún problema o situación difícil, por la razón que sea, me llamáis enseguida- miró a Sergio no discutáis con los clientes- miró a Trini -tú tranquila guapa, si ese tío se ha levantado con el pie izquierdo o está amargado nosotros no tenemos la culpa, pero, por favor, atiende el local cuando yo te lo diga, no te pongas por tu cuenta-. El tono al mismo tiempo firme y suave de la jefa de tienda tranquiliza. Lola se incorporaba a la mesa de elaboración después de haber limpiado todo y Mónica llegaba del cuarto de baño. Macarena le dijo -Mónica, guapa, creíamos que te habías colado por la taza del váter ¡que barbaridad! Todo parecía volver a la normalidad. “La que se puede liar en un momento, madre mía” pensó Trini. Al rato Macarena llamó a los chicos para que se llevasen pedidos. Apareció por la puerta el otro repartidor, César, que venía de llevar un pedido y por tanto se había perdido todo el numerito. Su sonrisa y su gesto animoso en ese momento a Trini le resultaron extraños. El que éste hubiera manifestado momentos antes un interés porque ella estuviera estudiando Pedagogía hizo que las cavilaciones de Trini giraran de rumbo, y mientras realizaba el estirado de la última masa se acordó de lo que pensó en su casa justo antes de venir a Pizzaveloz, aquello sobre los aspectos positivos de realizar un trabajo a tiempo parcial como el de Pizzaveloz, patatín y patatán. Lo encontró ahora casi ridículo después de la bronca del cliente antipático “¿no querías madurar como persona? ponerte en un trabajo a tiempo parcial para favorecer tu maduración como persona, ayudarte a ti misma a convertirte en una persona más adulta ¡pues toma maduración! ¿humildad? ¡pues toma! para que aprendas humildad”. Miró por las cristaleras que daban a la calle y la luz eléctrica de las farolas producía

brillos intensos en los coches, ya se encontraba más tranquila y de pronto la situación anterior casi le pareció cómica. Miró su reloj, se iba acercando la hora de marcharse, mañana sería otro día.

6 Es media mañana. Macarena hace un ratito que está en la tienda de Pizzaveloz preparando las cosas para empezar el turno del mediodía. Un camión de reparto trajo ingredientes y otros enseres necesarios para prestar el servicio. Macarena se ajetrea quitando y poniendo, colocando y ordenando. Está con ella Blasa, una limpiadora casi a punto de jubilarse que viene una vez por semana para limpiar a fondo la tienda. Salvo ellas dos no hay nadie todavía. La vieja radio situada en un estante cercano emite los grandes éxitos de la música pop de los años 70, 80 y 90. Blasa está fregando el suelo. Ésa es la tarea con la que comienza siempre su rutina. Con la cabeza gacha mirando el embaldosado habla con Macarena mientras pasa la fregona en zig-zag. -Pues ya te digo, está la pobre chica desesperadita, pero desesperadita. Se ha tenido que meter en casa de sus padres con el niño... que si no yo no sé lo que iba a hacer la criatura. -¿Y el marido? -El marido se ha tenido que ir a casa de su hermano, con su cuñada, que como no tienen hijos todavía allí tienen por lo visto espacio para él. ¡No pases por ahí, por favor! pasa por ese otro sitio que está seco. Sí, por ahí. Bueno, pues eso, que como donde su hermano parece que tienen espacio se va a quedar de momento ahí. -¡Qué barbaridad! -Ya ves... la mujer y el niño por un lado y el marido por otro, y menos mal que tienen familia donde echar mano que si no a ver donde van. -Cuando no se tiene dinero para pagar la hipoteca... fíjate. No se andan con contemplaciones.

-¡Qué se van a andar con contemplaciones!- la fregona con agilidad y rapidez pasa por rincones todavía por fregar y Blasa sigue con su explicación -y el hombre está buscando trabajo por todos sitios, preguntando aquí y allá, vamos… por todos sitios, de lo que sea, como loco, pero dice que es que no sale nada, nada, nada, por ningún lado. Y mira que se lo ve un chico apañado, formal, pero están las cosas tan mal… Ahora que con el hermano le puede salir alguna chapucilla con la furgoneta para arriba y para abajo, pero claro como algo ocasional, no como un trabajo fijo. -Algo es algo. -Ya, pero no es plan. Son trabajillos que salen más bien de higos a brevas, no algo con lo que se pueda contar de verdad. Pero en fin, mejor eso que nada. Claro que el muchacho sigue buscando. Macarena seguía escuchando atenta sin descuidar del todo sus quehaceres -ya, ya, ya...- mientras, en el aire flotaba uno de los éxitos más célebres del grupo musical La Unión. -Y claro, el niño necesita cosas- Blasa se interrumpió bruscamente -¡Uuuuuhhhh! Macarena se volvió -¿Qué pasa? La buena señora, ya casi anciana, se fijaba atónita en un rincón cercano a la mesa de elaboración -¡cómo han puesto esto perdido de salsa de tomate! Macarena se acercó a mirar -¡Claro! Eso fue de ayer. No sé que estaban haciendo que se les cayó al suelo una familiar. Además yo creo que se pasaron y echaron medio bote de salsa de tomate en la pizza que salpicó por todos lados. Se ve que limpiaron por todas partes pero que se les olvidó ese rincón. ¡Ay, los chicos estos de verdad!

Blasa cogió una bayeta y comenzó a limpiar los salpicones. Macarena continuó contando sobre el incidente mientras iba abriendo una gran lata de atún yo no sé que estaban haciendo, de verdad, si es que estaban discutiendo entre ellos, o estaban de bromas, yo que sé, el caso es que por uno o por la otra la pizza acabó en el suelo. Blasa meneaba la cabeza con media sonrisa ¡oooooob!-. Pensó por un momento en la dificultad y responsabilidades del trabajo de Macarena -entonces ¿te dan mucha guerra? -Ppppsss…son chicos muy jóvenes, tanto ellos como ellas. En fin, que se la va a hacer- dijo Macarena al mismo tiempo que extraía el atún de la lata y lo depositaba en un bol -me ha entrado hace poco una chiquilla que tiene una cara de cría... si la vieras… La radio sigue sonando y se escucha ahora la voz animosa y estridente de un locutor y la de una fiel oyente. -¿y a quién quiere dedicar la canción? -a mi hija Nuria que ha cumplido veintitrés años y que le gusta mucho, a mi hermano y a mi cuñada Vanesa, y a mi marido que además cuando lo conocí en aquella época estaba muy de moda esa canción. A esa misma hora en un aula de la facultad de Ciencias de la Educación la profesora de Estadística de primer curso gesticulaba de forma ligeramente crispada mientras precipitaba las palabras de una explicación en la que estaba invirtiendo más tiempo del que pensaba. Su voz aguda resonaba en la sala. -Cuando las puntuaciones de una variable son altas y las de la otra variable tienden a ser también altas para cada individuo decimos que las dos variables están correlacionadas positivamente.

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Es rubia y muy joven, con unas gafas de gruesa montura negra detrás de la cual quizá quiere esconder cierta timidez. Trini toma apuntes considerando que ésta es una asignatura importante “La estadística es un instrumento esencial para el análisis de datos en cualquier disciplina”. En ese momento ella, llevada por la relevancia de los conocimientos que está aprendiendo, se siente casi importante. Está estudiando una carrera que analiza los sistemas de enseñanza y que utiliza la estadística como parte esencial en su metodología. Mientras sigue tomando apuntes fugazmente se acuerda de la situación de ayer en Pizzaveloz con el cliente antipático que la increpó. El contraste resulta evidente. Ayer se vio a sí misma como una criatura inepta y desdichada, una infeliz, y ahora en cambio se siente alguien que está adquiriendo una formación superior. Recuerda ahora el incidente como si se hubiera producido en otro mundo, con un halo de irrealidad, como si hubiera sido tan solo un sueño desagradable. Tan distintos son los ambientes de Pizzaveloz y el de la facultad que parecen mundos inconcebibles cada uno de ellos cuando se está en el otro. De inmediato vuelve a dirigir toda su atención a las explicaciones de la profesora para seguir con interés el desarrollo de la clase. Su compañera de al lado, escribiendo velozmente al igual que ella fórmulas matemáticas y resultados que van apareciendo en la pizarra, parece por su gesto un poco más cansada o aburrida. La clase termina. Cuando Trini ya va saliendo del aula su compañera precipitadamente la sigue ¡Espera! ¡Espera! ¡Trini!-. Trini se volvió rápidamente y sonrió amable -Amparo, ¿vamos juntas andando hasta el metro?-. Amparo se paró en seco y su gesto cambió bruscamente en una mueca cómica de desagrado -

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¡hija por Dios! ¡andando hasta el metro! que ganas de andar tienes tú también. Todo el mundo coge el autobús para ir al metro. Pero bueno vamos. Vamos que te acompaño- y echó a andar hacia ella -de paso a ver si adelgazo un poco que me hace falta-. Cuando estuvo ya a su altura se acercó y aproximando su cabeza a la de Trini dijo en tono más confidencial ¡vaya coñazo la asignaturita esta! ¿eh? Yo que soy de letras puras es que me muero. Apenqué con el Latín y el Griego en su momento para poder librarme de las Matemáticas y ahora me encuentro con esto, pero bueno, ya que me he metido aquí intentaremos tirar paralante- Amparo parecía con ganas de desahogarse y cogía a Trini como chivo expiatorio que pacientemente la escuchaba -al final me tendré que matricular en una academia, ya lo estoy viendoprosiguió la chica meneando la cabeza con gesto de resignación. -Hombre, si te pones a estudiar muy duro no tienes porqué… además la asignatura empieza desde un nivel muy básico- dijo Trini. -Ni aún así, yo me conozco que soy muy burra para las Matemáticas. Encima esta tía es el primer año que da clase ¿sabes? Se le nota un montón ¡Qué mal explica! Si creo que hace poco presentó su tesis doctoral. Oye, me tienes que dejar los apuntes de hoy que yo no sé si lo he cogido bien todo. Tú que pareces tan aplicada seguro que apruebas esta asignatura. -Te los dejo. De todas formas en el manual también viene lo que se va dando. Lo dijo la profesora el otro día. Amparo calló un momento. Siguieron andando un rato acompañadas por el silencio y al lado el jardín botánico como mudo testigo de su incipiente amistad. El sol brilla, pero sopla un ligero viento otoñal que ya

empieza a ser fresco. Algunos transeúntes, estudiantes, igual que ellas, deambulan también por la Avenida de la Universidad Complutense. De pronto Amparo rompió a hablar deseando preguntar algo que con anterioridad había deseado formular a su amiga pero que por “h” o por “b” no se había acordado de hacerlo, o no había tenido oportunidad de hacerlo. -Oye, cuéntame algo del sitio donde estás trabajando. ¿Cómo se llamaba…? Pizzanosequé. -Pizzaveloz. -Pizzaveloz, eso. Bueno, cuéntame algo de ahí ¿qué tal? -No sé, bien. Creo que es interesante trabajar a tiempo parcial, puede fomentar el desarrollo de valores relacionados con el trabajo, como el compañerismo. Son experiencias que...- Amparo la interrumpió bruscamente con una risa medio contenida -para el carro, para el carro. Oye, a mí no me sueltes ahora una retahíla teórica sobre los beneficios de los trabajos a tiempo parcial para la formación de los universitarios, que ya es lo que me faltaba. Suficientes rollos teóricos ya nos sueltan ahí- dijo señalando hacia la facultad que quedaba ya muy atrás -mujer, cuéntame en general si el trabajo te resulta agradable, como es la gente de allí. ¿Cuánto dinero ganas? ¿y el horario?-. Trini comenzó a responder a tales preguntas y vio que el gesto de su amiga oscilaba entre una aprobación y una reserva. Se veía que estaba interesada en la posibilidad de trabajar a tiempo parcial pero por razones mucho más pragmáticas: dinero, y que calibraba con detenimiento si el trabajo en Pizzaveloz hacía perder mucho tiempo y lo duro que era. No, no todas las personas estaban tan interesadas como Trini en otros aspectos más vinculados con el crecimiento personal. Le decepcionó un poco que a Amparo, a

pesar de ser compañera suya en la carrera de Pedagogía, no le interesaran tanto como a ella estas cuestiones. Pero no dejó traslucir esto y continuó hablando sobre Pizzaveloz. -Lo que pasa es que ahora mismo en la tienda donde yo trabajo no necesitan a nadie. Yo tuve suerte, pregunté justo en el momento en que se marchaba una. Yo trabajo en una tienda que tienen en el barrio de Hortaleza. ¿Tú en que barrio vives? Amparo desplegó un gesto de sinsabor y frustración. -Y encima el tema de la crisis y el paro… está una pensando que a lo mejor sería interesante trabajar a tiempo parcial, ya te digo que a lo mejor tengo que coger una academia y no quiero presionar mucho en casa pidiendo dinero, y resulta que no va a haber si quiera posibilidad. ¡Qué mierda! Ooohhhh… Vivo en a. Sí, hay una tienda de Pizzaveloz allí. Una vez me fijé. Preguntaré a ver si necesitan alguna pizzera. Pero como yo tengo la negra encima… Siguieron otro rato caminado en silencio. Amparo no quedaba del todo conforme con lo que le contaba Trini. La verdad es que esta nueva amiga, Trini, era bastante reservada, parecía buena persona, agradable, pero era bastante reservada. Cuando se estaba con ella siempre era una la que terminaba hablando más. Ella escuchaba, pero raramente se manifestaba, y menos cuando eran temas más íntimos. Amparo reclamaba de Trini una conversación más íntima. Era imposible tener a alguien como amiga y no conversar con ella de temas más íntimos. Así que se decidió a romper esa última barrera. -Me dijiste que no tenías novio ¿no? -No- respondió Trini ligeramente extrañada por la pregunta. Recordó que hace unos días estuvieron

ellas dos con otras compañeras de clase en la cafetería de la facultad, y que las otras se pusieron a hablar sobre sus novios y sobre los hombres en general, y Amparo que participaba animadamente en la conversación en un momento dado le preguntó a ella por su novio, a lo que Trini respondió sin más que no tenía. Amparo intentaba indagar en la expresión de la cara de Trini pero sin ningún resultado. Aparte del pequeño desconcierto por la pregunta inesperada no parecía que reflejase ningún estado emocional particular. Ante el hermetismo de su nueva amiga Amparo decidió proseguir su peculiar ataque -la verdad es que en clase hay poco donde mirar. Ya te habrás dado cuenta de que en Pedagogía la mayoría del alumnado es mujer. Casi todas somos tías, y luego los pocos chicos que hay no valen un comino. ¡Son más feos…!- esperó un breve momento para ver si Trini decía algo. Pudiera ser que alguno de esos chicos le hubiera llamado la atención. Sobre gustos no hay nada escrito. Pero no decía esta boca es mía. Se limitó a sonreír un poco por el comentario supuestamente pícaro y nada más. Amparo continuó ¿y en Pizzaveloz que tal? ¿cómo son los chicos de allí? ¿son majos? Trini pensó fugazmente en todos: Sergio, el Gringo, Alberto, César y Jaime… ¿Jaime? Sí, era muy majo, siempre parecía dispuesto a ayudarla o enseñarle algo. Esa presencia atenta y reconfortante que nunca decaía, que nunca fallaba en él, y esa forma de hablar al mismo tiempo firme y agradable… sus ojos siempre pendientes de ella cuando le explicaba algo con paciencia… Sintió de pronto, no sabía bien porqué, una especie de timidez o de pudor a la hora de arrancar a hablar sobre él, como si algo de su

intimidad se violara. Pero sentía a su amiga expectante, demandando algún comentario suyo. Prefirió entonces empezar a hablar de Sergio -sí, lo son. Algunos algunas veces pueden parecer toscos en sus maneras pero luego son muy nobles. Hay uno que se llama Sergio, que trabaja por la mañana como mensajero, que tiene un trato bastante bronco pero luego resulta que tiene un gran compañerismorecordó como ayer se enzarzó con el cliente que la increpó. Al hablar sobre la profesión de Sergio la embargó inesperadamente un sentimiento de modestia por la humildad de su ocupación “mensajero”. Pero Amparo no era ninguna niña pija como las que había visto algunas veces en la facultad, vestidas a la ultimísima moda, desplazándose en coche, envanecidas, mirando por encima del hombro a las personas pertenecientes a las clases sociales inferiores. Agradeció en ese momento que Amparo fuera como ella, una chica de clase obrera. Trini prosiguió. El silencio atento de su amiga, por otro lado habitualmente muy habladora, le seguía pidiendo que continuara contando. -Claro que algunos están estudiando en la universidad, por ejemplo, uno que se llama César está estudiando Periodismo y es repartidor y otro- volvió a pensar en Jaime y por estar ya más metida en terreno no pudo eludir el hablar sobre él -que se llama Jaime y es pizzero está estudiando Derecho-. Le explicó a Amparo cómo él la había ayudado desde el principio a desenvolverse en Pizzaveloz. La amiga aguzó el oído. Trini terminó concluyendo -parece inteligente-. Amparo entonces fue directa. -¿Te gusta? Trini se sintió durante un momento confusa. No había pensado antes en ello de esa manera. No

acertaba a decir nada a su amiga y ésta ante esta situación prefirió seguir preguntando otras cosas. -¿Y el resto de la gente? ¿cómo son las chicas de allí? ¿trabajas bien con ellas? Trini se rehizo -sí, también son muy majas- y le contó lo divertidas que le parecían las chicas y la jefa de tienda, la carismática Macarena. -Oye, pues entonces parece que estás ahí muy bien. Yo me alegro por ti. -No te creas. Hay días que pueden resultar desagradables, porque una mete la pata, por un incidente, por lo que sea. -Ya, como en todos sitios, y además de cara al público que te puedes encontrar con cualquier cosa... Tengo una amiga que acaba de terminar Filología Hispánica y que la pobre está trabajando de camarera porque de momento no tiene otra cosa, y no veas con los clientes que se encuentra algunas veces, de lo más gilipollas y de lo más borde. Ella dice que la mayoría de la gente es amable pero que siempre hay un o una gilipollas de turno que no veas. Trini sintió que se identificaba con esas palabras que la reconfortaron. Sí, la mayoría de la gente era amable, pero algunas veces esa regla se rompía. Amparo continuaba. -Aunque la chica dice que como la cafetería donde trabaja está en la zona del Paseo de la Castellana, fíjate, en pleno centro financiero de Madrid, pues que entran de vez en cuando unos tipos ejecutivo atractivos, elegantísimos, trajeados y encorbatados, una cosa como George Cloony ¿sabes? Y se queda con la baba caída. Trini pensó en el ejecutivo procedente del edificio empresarial que había cerca de la tienda de Pizzaveloz, aquel que solía venir los viernes y que

aguantó pacientemente la charla del que debía de ser su jefe. La verdad era que resultaba muy atractivo. Recordó su mandíbula cuadrada, su presencia y comportamiento impecables, su porte elegante y varonil. Se lo comentó a su amiga, a la que veía ansiosa de tales confidencias. -¡Uy! Hija. Un novio así no estaría mal, la verdad. Tú déjate ver y estate pendiente de si se interesa por ti. Caminaron otro rato sin decir nada. Pasó raudo el autobús que tenía una parada al lado de la boca del metro. Amparo protestó señalándolo envidiosa de los que iban dentro -¡mira! si lo hubiéramos cogido… -Pero si ya hemos llegado prácticamente a la boca del metro. Está ahí al lado- dijo Trini, y era cierto; la parada del metro estaba ya muy cerca. Amparo miró un momento al suelo, había algo que había quedado pendiente en la conversación y que su curiosidad incansable no le permitía olvidar. -Oye, antes cuando te pregunté si te gustaba el tal Jaime no me contestaste… Trini volvió a sentir esa especie de extraña confusión. -Ya te he dicho que me ha ayudado mucho en Pizzaveloz y que me parece agradable e inteligente, pero no creo que se pueda fijar mucho en mí. Yo no soy ninguna mujer de bandera, y he dado una imagen de torpona a más no poder, encima también he quedado de tímida, de torpona y de tímida. No creo que se pueda interesar mucho en mí. -Vamos a ver tesoro. En primer lugar fea tú no eres. De acuerdo que no eres ningún pibón pero fea no eres, no tienes mal físico y puedes resultar bonita, sobre todo si te maquillaras y te arreglaras más. Y luego el otro si ha estado tanto tiempo explicándote

como se hacían las cosas ahí en Pizzaveloz es que como mínimo tiene que tener cierto interés por ti. Además tú misma has dicho que era agradable. Nadie dedica mucho tiempo a estar detrás de una persona y a ser agradable con esa persona si no siente cierta atracción. -Yo creo que sólo lo hace porque soy nueva y ve que necesito ayuda. -A ver, a ver. Otras personas de la tienda también podrían haberse dedicado a enseñarte ¿no? Si se ha querido dedicar él especialmente es por algo. Por el gesto Trini expresaba que no estaba muy convencida de lo que pretendía decir su amiga. Iban bajando ya los escalones de la boca. Las chicas cogerían andenes distintos de la línea de metro ya que se dirigían a barrios que estaban en extremos casi opuestos de Madrid. Se tendrían que separar y no quedaba mucho tiempo. Amparo se apresuró. Quería rematar lo que estaba intentado explicar a Trini. -¡Uy! ¡Uy! ¡Uy! Tú eres como mi primo Cristóbal me parece a mí. Muy bueno como teórico, muy bueno teorizando, pero luego un desastre para desenvolverse en la vida real, en la vida cotidiana. A los tipos teóricos os pasa eso, muy buenos para el pensamiento abstracto pero luego en la vida real muy despistados, no os dais cuenta de muchas cosas que pasan a vuestro alrededor, enfrente de vuestras narices. Trini sintió un poco de rabia, quiso protestar pero se oyó el estrépito del metro que llegaba por el anden que iba a coger Amparo. Apenas si le dio tiempo a articular algún sonido cuando Amparo echó a correr despidiéndose con la mano. -¡Uuuhhh! ¡El metro! ¡Hasta luego! Trini se despidió de ella con cierta frustración, hubiera querido replicarle algo, después fue

dirigiéndose a su anden. Reconocía que no le gustó lo último que le dijo su amiga. “¿Yo despistada? ¿abstraída sin enterarme de lo que ocurre a mi alrededor? ¿por qué ha dicho eso?” Sopesaba el sentimiento de desagrado. Surgió una voz interior, una frase ancestral escuchada de personas pertenecientes a generaciones anteriores: “las verdades duelen…”. Siguió caminando. “Quizá tenga razón. Puede que tenga demasiada tendencia a encerrarme en mis pensamientos, en mis propias reflexiones, y que ello me lleve a no prestar tanta atención a las cosas que ocurren a mi alrededor. De todas formas Amparo parece una buena chica, un poco entrometida, pero buena. No creo que haya mala intención en ella.” Se oía el atenuado estruendo anunciador de la llegada de un metro en el otro andén, el que Trini debía coger. Ella seguía andando “la verdad es que los amigos, los verdaderos amigos se supone que están para eso; para decirnos la verdad, aunque en algunas ocasiones la verdad nos duela o nos moleste”. La gente empezó a moverse de prisa, a correr en carrera hacia el andén. Todo se llenaba de gestos apresurados. “¡El metro!”. Trini echó a correr como los demás. Traspasó velozmente las compuertas que permanecían todavía abiertas del vagón más cercano. En un instante se cerraron y el convoy empezó su viaje con su acostumbrado traqueteo. Había un asiento libre que ocupó rápidamente, y ya sentada recuperó el aliento. Después miraba distraídamente a través de las ventanas del vagón como iban pasando los anuncios en las paredes bajo la aséptica luz de los tubos fluorescentes. Algo que había estado en su conciencia, como esperando, volvió repentinamente “¿y Jaime? ¿será verdad lo que dice Amparo? ¿hay alguna posibilidad de que pudiera interesarse por mí?”.

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Los anuncios mostraban la nueva moda de la temporada otoño-invierno. Modelos increíblemente delgadas lucían los elegantes diseños y galanes de apariencia aristocrática trajes de caballero. “No sé. Cualquiera sabe… Lo mismo Amparo se pasa de lista”. Uno de los modelos le recordó ligeramente a Jaime. Tenía una expresión de los ojos parecida. Mirándolo se atrevió a repetirse la pregunta cuya contestación le reclamó su amiga “¿me gusta Jaime? ¿me gustaría como novio?... No lo sé. Me parece agradable e inteligente, pero ni siquiera estoy segura de que yo le pueda gustar a él”. El modelo tenía una forma de las cejas que se asemejaba a las de Jaime. Su mirada era directa y sincera como la de él.

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7 Por la mañana el Gringo trabaja en la misma mensajería que Sergio. Tiene que ir por todo Madrid trayendo y llevando sobres y pequeños paquetes en su moto. Ahora está en pleno trajín y ha parado un momento en una de las medianas del Paseo de la Castellana para atender una llamada de su mensajería. Sostiene su móvil entre la oreja y el casco. La calle llena de tráfico y ruidos está bañada por un nítido sol otoñal. Cerca hay unas obras de la construcción de unos aparcamientos subterráneos, y como amortiguados por el bullicio llegan hasta él los sonidos metálicos de una taladradora. El Gringo perdiendo su mirada en el vacío intenta concentrase en las instrucciones que se emiten por el móvil. Han salido una serie de servicios que le ha ido pasando su jefe de mensajeros, y siguen saliendo más. Hoy está resultando ser un día bastante cargado de trabajo. Suena a través del aparato una voz masculina, autoritaria, pero con esa relajación típica de las conversaciones entre personas ya muy conocidas y familiares. -Preguntas allí, en la sucursal esa, por un sobre para el señor Martínez. El sobre lo llevas a la otra sucursal que tienen en Bravo Murillo 279. Antes subir a Bravo Murillo entrega lo que tienes pendiente por esa zona donde estás y recoges en General Perón 7 otro sobre a la atención de la señorita Manoli que lo dejas es una empresa que se llama retrotest que está en Capitán Haya 50. Luego… - el jefe de mensajeros titubeó -yo no sé si te va a dar tiempo… -Dime, dime…- al Gringo, como a todos los mensajeros, le interesa hacer servicios, cuantos más

haga mejor, así gana más dinero. Hay que aprovechar, y más con la crisis. -Es que mira, sería para recoger en Plaza de Castilla y entregar en la avenida de Ramón y Cajal, pero es que tendrías que estar allí antes de las tres, porque se van. No se si te va a dar tiempo. Vas a ir muy ajustado ¿no? Mejor le paso el servicio a otro mensajero. -¡Que dices! Dame ese servicio a mí. -¿Y si no te da tiempo? Chaval. -Oye, mira, estas hablando con un profesional, capullo. Que llevo ya mucho tiempo en esto. No me jodas. Claro que me da tiempo, conozco esa zona perfectamente- dijo el Gringo con una entonación un punto achulada. -¿Seguro? -Tu tranquilo. Confía en mí. Me puedo trazar una ruta muy buena. -Es que ese sobre si no está ahí antes de las tres la cagamos. Es muy importante que llegue allí antes de las tres, porque además a esa hora se marchan. Hemos dado nuestra palabra. Si no nos meten un puro ¿sabes? El Gringo seguía insistiendo en que no había ningún problema, asegurando que el sobre llegaría a destino antes de las tres. -Bueno, vale. Te asigno el servicio. Pero como ese sobre no llegue a su hora te corto los huevos. El Gringo colgó y guardó rápidamente el móvil con gesto de satisfacción. Se había salido con la suya. “No hay problema hombre, esto me lo tengo más que dominado” pensó mientras se acomodaba en el sillín. Se puso en marcha acelerando la moto. No había tiempo que perder y tampoco había que confiarse. Se desplazaba velozmente por entre las calles del

intrincado centro financiero y istrativo madrileño. Su moto de pequeña cilindrada esquivaba fácilmente los atascos pasando entre los coches. Iba entrando y saliendo de los correspondientes edificios ágilmente, dejando en las empresas destinatarias los documentos esperados. La verdad es que son ya algunos años haciendo esto y el Gringo ha cogido mucha soltura. Antes de tirar para General Perón entra en la última empresa que le quedaba de la zona por donde estaba. Después de salir precipitadamente del ascensor que lo había subido a la 13ª planta se dirige con paso ligero a un mostrador elegante de maderas nobles de colores rojizos y oscuros, con una iluminación intensa y blanca, irradiada por unos grandes es situados en las zonas superiores de las paredes. La recepción es grande y el efecto que se consigue es un ambiente amplio y diáfano. Con la recepcionista de allí había más confianza. Era una chica a la que sentaba su uniforme de puta madre. Sus pechos se marcaban espectacularmente en la bonita blusa, notándose provocadores sus puntiagudos pezones, y la chaquetilla corta tipo torero y la falda ajustada resaltaban su estrecha cintura. Ella lo miró con unos ojos negros y vivos entre los que había algunos mechones lacios de un color rubio dorado, mechones que caían traviesos de su rebelde flequillo -¿donde vas con tantas prisas? Que me vienes embalado- dijo con un asombro pícaro. -Aquí vengo, con el tiempo pegado al culo para variar, a la especie de platillo volante éste. Oye, se mete uno aquí y parece que entra uno en un nave espacial alienígena o algo parecido- respondió el Gringo echando un vistazo alrededor para luego recrearse de nuevo contemplando a esa niña bonita.

-Anda, anda, anda… Dame el sobre, platillo volante. ¿Para quién es? -Para Antonio Ramírez, el extraterrestre de tu jefe. La recepcionista cogió el sobre comprobando el nombre del destinatario y lo depositó junto con otros debajo del mostrador. Mientras hacía esto dijo sin mirar al Gringo -pues ahora sí que has dado en el clavo, porque mi jefe es un rato raro- luego volvió esos luceros negros otra vez hacia él y añadió -es rarillo, la verdad. -¿Si?- preguntó el Gringo apoyando los codos en el mostrador y perdiéndose en los chispeantes ojos de la chica. -Es vegetariano, dicen que practica yoga en su despacho o meditación trascendental o cosas raras por el estilo, ¡yo que sé! Creo que se metió hace años, cuando estuvo muy de moda toda la movida de la nueva era, en asuntos de esos. El Gringo estaba embebido con la chica y se sentía galante -ten cuidado, a ver si te van a raptar los extraterrestres estos, que eres preciosa-. La otra se rió -me van a raptar…les doy un mamporro. Pues no soy yo difícil- luego se puso un poquitín más seria -oye ¿tú no tenías prisa?-. El Gringo volvió a la realidad -es verdad, me voy volado- fue casi corriendo hasta el ascensor y antes de entrar lanzó un último piropo -es que me tienes embobado de lo guapa que eres-. Cuando bajaba en el ascensor miró el reloj con gesto algo apurado “no me tengo que entretener. Si me doy prisa voy bien”. Circulaba de nuevo con su moto. Estaba tenso, pero al mismo tiempo confiado en su capacidad para cumplir lo prometido al jefe de mensajeros. El tráfico se hacía más espeso. La hora punta de las salidas de oficina se acercaba. En el cruce entre el Paseo de la

Castellana y General Perón el semáforo estaba en rojo y había una discusión entre dos conductores. A uno de ellos se lo veía más crispado y abroncaba más que el otro. Dirigía insultos con la cara adelantada por la ventanilla y los ojos saltones de ira. Gritaba enrojecido con las venas del cuello hinchadas. Esta expresión grotesca le hizo recordar al Gringo el pollo que montó el otro día en Pizzaveloz aquel cliente asqueroso que se enzarzó con Trini. “¡Cómo chillaba el energúmeno! Total, tampoco era para tanto”. Rememoró la reacción de Trini en esa situación, su prudencia, su autocontrol. “No se puso histérica, ni nada parecido. Quizá Sergio tiene razón, la Trini no es tan gilipollas como yo creía”. El semáforo se puso en verde y los conductores que seguían discutiendo tuvieron que dejarlo forzosamente para continuar sus respectivos caminos. La empresa de General Perón 7 era pequeña. Constaba de una sola sala, quizá de un tamaño un poco más grande que el del cuarto de estar de una casa, donde había metidos, casi comprimidos, un grupo de oficinistas, demasiados quizá para un sitio tan pequeño, y una serie de mesas, cada una con su ordenador, y otros muebles auxiliares de oficina. Los numerosos trabajadores en su incesante actividad se veían obligados a moverse con cierta dificultad por la falta de espacio. Cuando entró el Gringo, nada más atravesar la puerta, se encontró, casi tropezó, con una de aquellas mesas. Encima de ella había unas pilas de sobres, papeles y carpetas junto con la pantalla del ordenador. En ese momento no había nadie sentado en ese sitio. Sin duda, por la proximidad a la entrada, la persona que debía de ocupar ese puesto tenía que realizar también las veces de recepcionista, pensó el Gringo. El ritmo de trabajo en la estancia parecía frenético. Personas jóvenes y más maduras no

paraban de hablar por teléfono, manejar programas informáticos, dirigirse instrucciones y comunicar datos, y también alguna que otra excusa -es que no sé que pasa que el programa no me deja modificar las tarifas. Tengo que salir y volver a entrar cada vez, por eso he tardado tanto tiempo-. Aquello asemejaba a una especie de revoltijo empresarial y profesional. Estaban tan ocupados que nadie reparó en la presencia del Gringo. Éste dijo en voz alta que era mensajero y que venía a recoger un sobre con la esperanza de que alguien le hiciera caso. Cómo nadie parecía hacerle mucho caso el Gringo tuvo que hacer un esfuerzo adicional para que pudiera ser atendido, y se adentró algo en la sala y dirigiéndose específicamente a una persona al azar, la primera que tuvo más cerca, una chica que llevaba unas hojas de impresora, le dijo que él era mensajero. Le explicó que tenía que recoger un sobre a la atención de la señorita Manoli para llevarlo a Retrotest, Capitán Haya 50. La empleada puso cara de higo. -Pues no tengo ni idea. Yo es que no llevo eso. Espera un momento. Ella se acercó a un compañero que había por allí, y le comentó el tema, y éste a su vez se lo dijo a otro. Así la información fue pasando en cadena hasta llegar a un señor encorbatado con el pelo ya encanecido ¡Ah! Sí. El sobre para Retrotest ¿Por qué no se lo ha dado Mario? ¿Dónde está Mario? ¿Dónde se ha metido? -¡Yo que sé! Creo que se fue un momento a arreglar algo en el banco- dijo un joven con gafas que acababa de colgar un teléfono. El señor encorbatado se acercó a la mesa que hacía de recepción y empezó a buscar el sobre por allí levantado las carpetas, sobres y papeles

amontonados. No lo encontraba. El Gringo empezó a mirar su reloj alarmado. Los minutos pasaban volando. El señor también se exasperaba -¡Donde habrá puesto el tontolculo ese el sobre!-. Algunos de los oficinistas que había por allí también se pusieron a buscar. -Es un sobre que pone Retrotest- dijo el hombre del pelo gris, y otros repitieron como un eco esas mismas palabras. Al final este señor dio con el sobre. Estaba debajo de la mesa, encima de la caja del disco duro del ordenador -¡mira que ponerlo aquí!-. Se lo dio al Gringo que lo cogió y salió corriendo como alma que lleva el diablo sin apenas despedirse. Se montó en la moto “ahora sí que tengo que correr de verdad”. Entre pitos y flautas había echado más minutos de lo que pensaba. Aceleró todo lo que le permitía el denso tráfico que lo obligaba a filtrarse entre los coches como podía. Al pasar más cerca de la cuenta al lado de una furgoneta, por una estrechez, le dio sin querer con un espejo retrovisor un pequeño golpe al espejo retrovisor de la furgoneta. Salió por la ventanilla una cara agitanada -oye, ten cuidado cabrito-. El Gringo siguió velozmente entre el tráfico, no estaba para entretenerse en discusiones. En un vuelo dejó el sobre correspondiente en la empresa de Capitán Haya y cogió otra vez la moto sin aliento “sólo me queda entregar en Bravo Murillo 279 y luego zanjar el último servicio antes de las tres”. Aún con todo seguía en la convicción de que si se daba la suficiente prisa conseguiría realizar lo prometido. Entre la jungla de coches llegó a Bravo Murillo 279. La empresa estaba en el tercer piso de un edificio construido a principios o a mediados del siglo XX. Fue por las escaleras subiendo rápidamente los desgastados escalones de dos en dos “se tarda menos tiempo que en esperar a que baje un

ascensor”. Cuando llegó empujó una puerta entornada. Allí había un vigilante ya bastante mayor, pequeño y delgadito, arrugado como una pasa. Era uno de esos vigilantes que también tienen funciones de conserje. Estaba hablando tranquilamente con otra persona en una esquina de la recepción que parecía tan vieja y antigua como él mismo. El Gringo se apresuró a decir -traigo únicamente un sobre para esta empresa- casi sin aliento por el esfuerzo de subir en un vuelo por las escaleras. El vigilante se volvió lentamente, y lo miró con expresión medio agria con una ceja levantada, como si el Gringo fuera un mero intruso que lo hubiera interrumpido en la más placentera de las conversaciones, en su más amena distracción. Pero obligado a cumplir con su función se fue acercando al Gringo. Parecía que andaba y se movía a cámara lenta. “¡Vamos hombre! ¡ánimo!” exclamó el Gringo para sus adentros consumido por la impaciencia. El vigilante cogió el sobre con gesto lento y desganado y comprobó con parsimonia el nombre de la empresa y el destinatario. Lo dejo en un lado del mostrador, junto con otros sobres, luego sin decirle ni una palabra al Gringo se fue andando pausadamente hacia la persona con la que estaba hablando con la intención de continuar su placentera cháchara. El Gringo mientras salía de la recepción miró su reloj, se acercaban peligrosamente las tres de la tarde, y bajó las escaleras más rápido que las subió “ya sólo me queda lo último”. Las calles seguían abarrotadas de automóviles, y se oía el claxon de algunos coches. Pero en ese colapso había algo raro; de acuerdo que era hora punta y que por ello el tráfico estaba mal, pero el caso es que estaba demasiado mal “¿por qué está el tráfico tan espantoso? ¿qué pasa?”. De pronto el Gringo cayó

en la cuenta de lo que ocurría “¡claro! ya me acuerdo, hay cerca una calle que está cortada por obras y han desviado el tráfico por aquí ¡mierda!”. Pero con su moto siguió escurriéndose como una anguila entre los coches parados en la colapsada vía hasta llegar a Plaza de Castilla. Antes de entrar en la empresa de la última recogida volvió a mirar su reloj. “¡Dios! sólo quedan 20 minutos para que den las tres” advirtió si cabía con mayor grado de alarma, pero quiso darse ánimos “bueno, la Avenida de Ramón y Cajal está cerca”. La señora que lo recibió, una mujer de mediana edad elegantemente vestida, lo miró severamente. Era alta y delgada y estaba de pié, detrás de una mesa escritorio baja, y encima el sobre que había que llevarse. Parecía una sacerdotisa ante un altar, solemne y altiva. No había nadie más en la amplia estancia que hacía de recepción y no se oía ningún ruido o voz humana. Daba la sensación de que esa señora hubiera estado allí todo el rato esperando únicamente a que él llegara. Ella dijo secamente -¿tú eres el mensajero que viene a llevarse el sobre para la Avenida Ramón y Cajal?-. Como el Gringo llevaba su uniforme de mensajero, siempre lo lleva cuando trabaja, fue fácilmente reconocido por ella. -Sí- respondió el Gringo con una sonrisa nerviosa e insegura. -Fíjate que hora es- prosiguió la señora señalando su reloj -llevo media mañana esperando a que vengáis y llegáis un poco antes de las tres. El Gringo le respondió inmediatamente que la Avenida de Ramón y Cajal estaba muy cerca y que el sobre no llegaría más tarde de las tres. La señora se lo dio con un gesto arisco -anda, anda, llévatelo ya. El Gringo con su moto peleándose otra vez con el tráfico resoplaba y refunfuñaba “es que entre unas

A

cosas y otras me han comido los minutos” sin embargo triunfaba la actitud optimista “bah… la Avenida Ramón y Cajal está cerca, llego en un momentín”. En el trayecto dio con un cruce en el que había un semáforo en amarillo. El Gringo quería pasárselo antes de que se pusiera en rojo, pero delante de él tenía un taxi libre buscando clientes que iba pisando huevos y una furgoneta al otro lado que no le dejaba adelantarlo. Sabía que ése era un semáforo muy largo “si no me lo paso ahora me toca esperar aquí un buen rato”. La furgoneta se saltó el semáforo justo en el momento en que cambiaba a rojo, pero el taxi paró. El Gringo se situó en la posición cedida por la furgoneta y miró alrededor; no había policía a la vista y no pasaban coches por el cruce en ese momento, los que se veían estaban a mucha distancia todavía. No pudo reprimir su impaciencia y decidió saltarse el semáforo. Cuando ya marchaba por la otra parte del cruce oyó la sirena de un coche policía. No pudo ver al patrulla porque estaba parado y casi escondido por la vegetación del ajardinamiento de una parte del cruce. Se pusieron a su altura y con el gesto de la mano uno de los agentes le indicó que se parara en un lado de la vía. “¡Dios! ¡Qué mala suerte! ¡Hay que joderse! ¿pero de donde han salido?” Con gesto achulado uno de los policías que salió del coche le dijo -oye, ¿tú que estás haciendo? Saca los papeles de la moto-. Al Gringo se le vino el mundo encima. Miró al agente como un cordero que va al matadero mientras le daba los papeles. Le explicó que cometió la infracción porque debía de entregar un sobre urgentemente. El policía mientras examinaba los documentos le dijo sin mirarlo -oye, a mi no me cuentes tu vida. Tú has cometido una infracción y eso no tiene ninguna

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justificación. Lo primero es la seguridad vial, o tú que te has creído-. Le pasó los papeles al otro agente que se puso en o con la central para verificarlos. El Gringo en un hilo de voz le suplicó al policía que si podía ir a entregar ese sobre y luego volver o si lo podían acompañar hasta el sitio donde debía entregarlo. El agente puso cara de guasa -mira, parece que no te has enterado, ahora estás hablando con la autoridad. Tú no te puedes marchar de aquí hasta que nosotros te demos permiso-. El Gringo se tuvo que aguantar viendo impotente como los escasos minutos que quedaban para las tres se iban consumiendo, y luego vino la consabida charla y sermones sobre la barbaridad que había hecho -¿y ahora qué? ¿qué hacemos? ¿te ponemos una multa? ¿tú cuanto ganas como mensajero?-. El compañero le dio al Gringo los papeles ya verificados por la central bueno, mira. Por esta vez no te vamos a poner multa, pero ten cuidado. Esto no lo vuelvas a hacer ¿vale?-. El Gringo con gesto sumiso prometió no volver a cometer la infracción. Encima de todo había que reconocer que había tenido suerte porque no le habían puesto multa, pero cuando miró su reloj se le vino el ánimo al suelo, habían pasado ya muchos minutos de las tres. Recordó la amenaza del jefe de mensajeros “te corto los huevos…”. Volvió a poner en marcha su moto ya sin muchas esperanzas, pensando en la bronca gordísima que le esperaba en su mensajería y se arrepintió de haber aceptado el servicio “si es que soy gilipollas yo también”. Aunque su pensamiento siempre fiel a su naturaleza esencialmente optimista intentó dejar a un lado los negros nubarrones “a lo mejor todavía no se han marchado, en muchas empresas se suelen quedar más tiempo de la cuenta por “h” o por “b”, siempre hay gente que por lo que sea

se retrasa un poco, se entretiene con algo. Llego allí y si pillo a alguien en esa empresa a quien soltarle el sobre lo entrego y ya está, y digo yo que para el caso es como si se hubiera entregado a las tres”. Cuando llegó al edificio donde estaba la empresa donde había que entregar el sobre el conserje estaba al lado del portal barriendo. El Gringo lo cruzó velozmente como una flecha. El hombre lo miró como embobado e inmediatamente salió corriendo detrás de él -oye, oye, oye ¿a dónde vas?-. El Gringo le dijo el nombre de la empresa a donde se dirigía. -¿Euroban? Esos se han ido ya, se van a las tres en punto. -¿Seguro que no queda nadie allí? ¿vuelven luego? ¿le podría dar un sobre a usted para que se lo dé a ellos?- sonaba la voz del Gringo precipitando y atropellando las preguntas. -Ni un alma, y esos no vienen ya hasta mañana, hijo, y a mí no me dejes nada que no tengo porqué recoger sobres de nadie. Si lo quieres dejar en el buzón ahí están…- dijo señalando una zona del interior del portal. Al Gringo no le seducía esta última alternativa, pues además para dejar en el buzón primero hay que llamar a la mensajería para que se pongan en o con el cliente, la empresa de Plaza de Castilla, para pedir autorización para hacer tal cosa “¡como se iban a poner!”. De todas formas su turno de trabajo en la mensajería terminaba a las tres y tendría que llamar a su jefe de mensajeros para explicar el tema, pero se resistía. “Menudo marrón”. Iba saliendo del portal cabizbajo cuando una idea surgió inesperadamente en su cerebro como un chispazo. Se volvió y miró al conserje -¿usted sabría donde pudieran estar ellos ahora, o alguien de allí?

-¡Yo que sé, hijo!- dijo el conserje que sin embargo se quedó un momento pensado, apoyando las dos manos en la escoba y mirando al suelo como si allí hubiera algo digno de analizarse -mira, hay un bar donde suelen comer o tomar unas tapas casi todos los días justo después de salir de aquí. Se llama Churrasco, está un poco más abajo, al final de Lopez de Hoyos, casi saliendo a la M-30-. El Gringo le dio las gracias al conserje y salió para allá, había que intentarlo. Nada se perdía. Buscó el restaurante que era uno más bien de barrio, pero no de demasiada mala calidad. Cuando entró había detrás de la barra una señora con el pelo algo despeinado y que estaba preparando unas tapas y cerca dos camareros, uno de ellos limpiando una de las mesas que había por allí y otro cortando lonchas de una pata de jamón serrano, al fondo unos parroquianos hablaban distendidamente y tomaban sus copas. El Gringo saludó cortésmente a la mujer y le explicó que él era mensajero y que debía de entregar urgentemente un sobre a los de Euroban que solían comer o tomar tapas allí. Ésta interrumpió su tarea y se quedó un momento mirándolo inmóvil con los ojos muy abiertos. Luego saliendo de su ligero asombro dijo -¡ah! Sí, los de Euroban. Sí, estuvieron aquí tomando unas tapas hace nada, pero ya se han ido-. El Gringo maldecía su mala suerte “¡que putada!”. Uno de los camareros, el que estaba limpiando la mesa, le dirigió una mirada que dejaba entrever cierta curiosidad -¿los de Euroban dices? Esos vienen casi siempre por aquí, pero como ya te ha dicho la jefa se han marchado ya ¿y dices que es urgente?-. La mujer volvió a intervenir -oye, si se han marchado ya, se han marchado ya. Nosotros ya no podemos hacer nada-. El gesto del Gringo mostró profundo abatimiento. El

mismo camarero quería insistir y preguntó -pero ¿a quién va dirigido el sobre?-. Mientras, el otro camarero alertado ya cogía onda de la conversación. El Gringo miró el sobre, en él se indicaba la empresa, pero también la persona en concreto que resultaba ser el destinatario -a un tal don Ernesto Poveda- respondió. -Sí, hombre, ése es el jefe de ellos- confirmó el camarero mientras terminaba de pasar el paño por la superficie brillante de la mesa. -Don Ernesto- dijo el otro camarero intercambiando una mirada rápida con su compañero, una mirada que contenía una viveza, una sutileza casi imperceptible. La mujer empezaba a mostrarse impaciente Bueno, bueno, ¿pero notros qué podemos hacer? Don Ernesto estará ya en su casa o donde sea. Nosotros no sabemos donde vive ni tenemos idea de donde pueda estar ahora. O sea que lo siento pero no te podemos ayudar. Los dos camareros con media sonrisa en la cara se intercambiaron una mirada maliciosa que no declinaba. La mujer se iba poniendo tensa por momentos. El que partía lonchas de la pata de jamón serrano dijo con cierto tono de cachondeo -¿y dices que es muy urgente, muy urgente?-. El otro soltó unas risotadas. El Gringo no comprendía la reacción de éstos y se sintió molesto, pero por su fuerte deseo de entregar el sobre perseveró ahí para ver si la extraña interacción entre los camareros concluía en alguna información útil. La mujer violentamente terminó lo que estaba preparando y se dirigió bruscamente y con gesto indignado hacia una cortina que debía de comunicar con la cocina del bar-restaurante. Cuando ella desapareció traspasando la gruesa tela los otros le comentaron al Gringo, sin abandonar del todo la

expresión satírica, que don Ernesto solía ir mucho a un pub que estaba justo al lado del puente de la M-30 -se llama Anusska. Oye, puedes ir allí a ver si estuviera. Ésas es que abren siempre muy pronto-. El Gringo decidió ir a probar suerte, total ya puestos que más daba preguntar en otro sitio que además estaba muy cerca, y dejó a los otros con sus sonrisas cómplices. Cuando llegó reconoció enseguida el local gracias al letrero claramente distinguible de color fucsia y con letras negras, curvilíneas y femeninas que formaban el nombre de Anusska. Más que el letrero de un pub parecía el de una lencería o de una tienda de modas o una peluquería o algo así, pero no era el de una lencería, tienda de modas, peluquería o cosa parecida. Estaba sobre una pared entre amarilla y marrón. La puerta del establecimiento era pequeña, de madera, con una apariencia maciza, y con un diminuto timbre al lado. No había ninguna ventana en toda la fachada. El Gringo se dio cuenta de que aquello tenía toda la pinta de ser un puticlub, y comprendió el cachondeo de los camareros y la reacción desairada de la mujer. Con el sobre entre las manos sintió un reparo en entrar en ese búnker del sexo, quizá en hacer el ridículo, pero ya que había llegado hasta ahí que más daba, no había marcha atrás. Aunque también sentía curiosidad. El Gringo nunca se había acostado con una puta y aquello tenía para él también algo de aventura. Pulsó el pequeño botón y al cabo de un corto intervalo de tiempo la puerta se abrió sólo lo suficiente para dejar pasar a una persona de canto, no más, como si un miedo o vergüenza ancestral impidiese abrir la puerta completamente, de forma amplia. Cuando penetró en el interior todo estaba dominado por una intensa penumbra. La oscuridad era tan grande que el Gringo tuvo que aguardar unos

segundos hasta que su vista empezara a acostumbrarse a la falta de luz. Hacía calor. Alguien, no sabía quien, cerró la puerta tras él. Al principio sólo distinguía las luces rojas de unas lámparas de estilo chinesco, que eran como bolas incandescentes que simbolizaran el deseo irrefrenable, el fuego de la pasión, luego empezó a vislumbrar la barra y a una puta detrás que lo estaba mirando con insistencia. Era una furcia ya vieja, pero que todavía estaba buenorra o por lo menos pasable. Tenía unos grandes senos apenas contenidos por un escote desmedidamente generoso, que eran como suntuosas frutas maduras que se ofrecieran impúdicamente, y una cara muy pintada de cejas casi inexistentes y enmarcada por unos mechones lacios y oscuros. No se veía a ningún cliente, ni a nadie más por allí, quizá fuera porque era demasiado temprano para esa clase de locales o a lo mejor por la crisis que también les afectaba a ellas. La puta reconoció el uniforme de mensajero del Gringo y reparó en el sobre que éste llevaba entre las manos. Estaba extrañada y sorprendida y su expresión reflejaba perplejidad. Lo miró de arriba abajo. Su boca de gruesos labios recubiertos de brillante carmín permanecía abierta y las finísimas cejas enarcadas. Obviamente no esperaba que llegara allí un mensajero para entregar nada. Reaccionó y dijo con un tono de voz que por profesionalidad de cortesana no dejaba de resultar meloso -¿qué quieres cariño? El Gringo empezó a explicar titubeando que era mensajero y que debía de entregar urgentemente un sobre a don Ernesto Poveda que podía encontrarse en ese establecimiento. En ese momento fue cuando sintió con más intensidad lo absurdo de la situación. La furcia que no salía de su asombro dijo atónita -¿don Ernesto qué?-. El Gringo atrozmente avergonzado

balbuceó unos sonidos ininteligibles que querían conformar la palabra Poveda. De pronto la mujer cambió bruscamente su expresión. Ésta se volvió confiada y meliflua. La puta creyó entender “éste se ve que es un chico muy tímido, lo que le pasa seguramente es que no se atreve a decir claramente que quiere acostarse con una de nosotras, y se ha inventado la tontería esa de que tiene que entregar un sobre a no sé quién como una excusa para atreverse a meterse aquí. No sería la primera vez que entra uno muy tímido con cosas por el estilo”. La vieja cortesana llevaba ya muchos años en el oficio y había visto de todo “cosas más raras se han visto, hombre”. -No te preocupes rey mío- dijo con voz al mismo tiempo firme y aterciopelada -ahora sale una de nuestras chicas que te va ayudar un montón, ya verás…- sonrió picarona -y si no te…- la fulana iba a decir “y si no te gusta” pero se corrigió a tiempo -y si no te puede ayudar, no te preocupes, llamamos a otra ¿vale? cariño. El Gringo que no era tonto se dio cuenta de las ideas que habían pasado por aquella cabeza peinada en una peluquería de barrio, con varias capas de maquillaje y unas espesas pestañas postizas. Trató de sacarla de su error y de convencerla de que él lo único que quería era entregar ese sobre a ese señor que le dijeron solía pasar con frecuencia por allí. La puta se exasperó y alzó los brazos alterada -¡qué pesado, hijo! ¡Ernesto Poveda! ¡Ernesto Poveda!- aunque lo miró un momento, comprendiendo que realmente el chico no iba detrás de acostarse con ninguna puta. Pero continuó con su crispación -¡y yo que coño sé quién es ese tío! ¿es que te crees que le pedimos aquí el carné de identidad a todos los clientes que entran? pues estaría bueno- se quedó un rato inmóvil, con los

brazos en jarras, brazos desnudos adornados con algunas tintineantes pulseras. El Gringo decepcionado se disponía a marcharse, pero ella dijo -¿Ernesto? ¿Ernes? espera un momento… a lo mejor es Ernes, es que aquí lo llamamos Ernes- la expresión de su cara empezó a traslucir una confirmación -está ahora en un reservado- pensó un poco -quédate aquí- le dijo secamente al Gringo señalándolo con gesto imperativo con el dedo índice que terminaba en una larguísima uña pintada, y sobre sus altos tacones desapareció por un estrecho pasillo iluminado con lámparas rojas semejantes a las que había en la zona de la barra. Cuando volvió le explicó al Gringo que al final del pasillo a la derecha había un pequeña habitación donde estaba ese señor y que se encontraba todavía presentable. Cuando el Gringo llegó al reservado que tenía la puerta abierta encontró un hombre de unos cincuenta años, estaba en mangas de camisa, con la corbata desanudada, y sentado en una especie de sofá que podría utilizarse como cama, al lado una mesa baja con unas bebidas, y al fondo, de pié en una esquina, una furcia rubita con un minúsculo vestido negro, aunque al Gringo no le pareció que valiera gran cosa la chica, “un poco mosquita muerta pero depende de los gustos” pensó. El señor miró al Gringo con gran expectación -¿qué pasa muchacho? -¿es usted don Ernesto Poveda? -Sí, no sé quién te habrá dicho que estaba aquídijo sonriendo por lo extraño de la situación mientras se volvía hacia la putita que le rió la gracia -pero bueno dime- añadió mirando otra vez al Gringo. La furcia al instante, no dando tiempo si quiera a reaccionar al Gringo, se dirigió al señor con un acento extraño, probablemente debido a su procedencia de algún país del este de Europa -si quieres me voy y

habláis más tranquilos-. El señor alzando una mano y luego abatiéndola con un gesto blando le dijo -no, quédate, no te vayas-. El Gringo sin más dilación procedió a entregar el sobre -esta documentación es para usted-. El tal Ernesto Poveda con cierta impaciencia lo rasgó extrayendo una serie de folios que leía ávidamente a pesar de la poca iluminación. Su expresión de inmediato se volvió radiante. -¡Hombre! ¡hombre!- exclamó eufórico. La putita lo miró con curiosidad, incluso al propio Gringo, por si él estaba al corriente de algo. El señor se frotaba las manos y volvió a exclamar -¡hombre! fenomenal- dirigiéndose a la chica le explicó -un cliente muy importante nos acaba de encargar un pedido de los grandes, que va a suponer trabajo bien pagado durante mucho tiempo, un dineral, figúrate, de puta madre- se quedó un momento callado, abstraído, asimilando la noticia o haciendo mentalmente las primeras planificaciones en ese gran proyecto. Luego volvió a mirar a la chica -me has traído suerte, nena. Dile a la Juani que saque una botella de champán. Esto hay que celebrarlo. Si está por ahí la Susi dile que venga también-. Al Gringo le cayó una generosa propina que le dio el eufórico señor y salió del cuartito más contento que unas pascuas. Al pasar por la barra para salir del puticlub a la puta veterana que hacía de barman ya se le había pasado el enfado, y sus pechos parecían más exuberantes y tentadores que antes. Ella le dijo sonriendo -¿ése era el señor? ¿no?-. El Gringo afirmó sin poder dejar de mirar el escote, y antes de salir por la puerta de la calle esa voz aterciopelada de mujer madura añadió -oye chico, si quieres pasarte por aquí en alguna ocasión estamos aquí, pero ya sabes no como mensajero…

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Fuera habían avanzado ya mucho las sombras de la tarde, lo cubrían casi todo. El Gringo sintió cierto fresco. Dos señoras ancianas que pasaban por la acera cogidas del brazo lo miraron de forma severa y reprobatoria, y unos chavales de unos trece o catorce años que estaban con unas bicicletas en un parque que había enfrente lo observaban con curiosidad, incluso hasta con envidia o fascinación. El Gringo se apresuró a separarse de la puerta del puticlub. Cuando se montaba en la moto recordó lo que una vez le dijo Sergio que llevaba algo más de tiempo trabajando en el sector de la mensajería que él -un mensajero, si hace falta, tiene que bajar hasta los mismísimos infiernos a entregar lo que sea-. Sonrió y aceleró la moto. Más tarde, al cabo de unas pocas horas entraría a trabajar en Pizzaveloz, hoy le tocaba.

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8 ¿Qué es la justicia? Buena pregunta. Lo que puede ser justo para una persona puede ser injusto para otra. Por ejemplo, para dos personas pertenecientes a dos culturas muy diferentes una determinada sanción o castigo puede estar completamente justificado para una de ellas y ser una completa barbaridad y disparate para la otra. Incluso dentro del mismo contexto cultural puede haber un desacuerdo. En una determinada disputa los implicados, aunque pertenezcan a un mismo país y cultura, pueden tener puntos de vista muy diferentes en el conflicto debido a que se encuentren cada uno de ellos inmerso en una situación muy distinta a la del otro, sin llegar por diversas razones a comprender plenamente las circunstancias del otro. Existe pues inevitablemente un subjetivismo, y podríamos decir que hasta un egocentrismo que en mayor o menor grado todos los seres humanos tenemos, y que produce la tendencia de hacernos ver como inocentes o víctimas a nosotros mismos, y a nuestros problemas como más importantes y urgentes que los del vecino. En ese caso hay que encontrar una opinión imparcial ¿pero de dónde sale esa opinión supuestamente imparcial? ¿quién la da y cómo se garantiza que realmente es imparcial? Buena pregunta. Jaime sentado en su pupitre toma sus apuntes de Filosofía del Derecho. Su bolígrafo traza velozmente una letra inclinada que va recogiendo las ideas abstractas que el profesor va esbozando. Pero su pensamiento se va alejando de las reflexiones filosóficas sobre la justicia e inevitablemente se dirigen de nuevo hacia Trini “¡como es posible que no le haya dicho todavía que la quiero, que estoy loco por ella! Yo nunca he sido tímido, o por

lo menos nunca he pensado que lo fuera, pero no sé lo que me pasa que cuando estoy a su lado no me salen las palabras para expresarle estos sentimientos”. Rememora sus vivos ojos verdes de largas y espesas pestañas negras, de mirada ingenua y atenta, como la de una niña, su cuerpo grácil y bonito, sus pequeños pechos erguidos, fáciles de cubrir con una mano. Jaime ya sin poder dar un nuevo giro a su mente empieza a tomar sus apuntes como un autómata o un zombi escribiente. Escribe lo que el profesor dice, pero de forma mecánica, como un mero ejercicio de dictado, sin prestar verdadera atención, como si sólo una minúscula parte de su cerebro se dedicara a esta tarea y el resto no hiciera más que concentrarse en su deseo hacia Trini, en sus anhelos frustrados. “La verdad es que el ambiente de trabajo en Pizzaveloz no me facilita las cosas. Aunque en muchas ocasiones la tenga a ella al lado es muy difícil pillar un momento de intimidad. Siempre hay que hacer cosas, es casi imposible estar un momento parado. Macarena está encima de nosotros constantemente, y luego aparecen los demás en los momentos más inoportunos, y fastidiando con las tonterías más grandes” Jaime se lamenta y un sentimiento de impotencia nunca antes experimentado lo embarga. Encima recuerda que alguien le dijo que hace unos días no sé que cliente gilipollas le echó a Trini una bronca espantosa por una tontería, y que fue precisamente ése el día en el que él se tuvo que ir pronto de Pizzaveloz para marcharse con sus padres a un aburrimiento de reunión familiar “¡joder! ¡qué mala suerte tengo! Me hubiera gustado estar allí para apoyar a Trini, para decirle que ella es maravillosa y para mandar a la mierda al cretino que le chilló”. -El conjunto de normas concretas es impuesto por un

sistema judicial, pero sin embargo ese sistema judicial debe basarse en un ideal de justicia a la hora de crear e imponer esas normas- recita el profesor, y en el folio de Jaime siguen apareciendo palabras y renglones casi como si los hubiera escrito otra persona. “Ni siquiera sé el número de su móvil, ni el del fijo de su casa, ni su correo electrónico. Claro que puedo preguntarles a Lola y a Mónica, a lo mejor ellas lo tienen. Entre las chicas suele haber mucha confianza ¡Pero que estoy diciendo! no tengo que ir de hurtadillas, a escondidillas no. Eso no es lo que hace un hombre, y si no actúo como un hombre es muy difícil que luego ella quiera una relación conmigo. Tengo que ser directo, sincerarme con ella, en persona, pero intentando ganármela. Luego que ella decida si quiere iniciar una intimidad conmigo. Ese es el momento que da más temor…” a Jaime le paraliza una aprensión que casi le hace dejar de escribir “quizá sea mejor ir poco a poco, no hay que asustarla. Ella parece una chica impresionable” y al final termina reconociendo su convulsa confusión “la verdad es que estoy hecho un lío”. El profesor lo miró de reojo “este chico parece buen estudiante pero hoy está en Babia”. Un bedel entró en el aula para decirle algo al profesor y para darle unas fotocopias. Se trata de un hombre servicial que siempre suele ser muy correcto y cortés con cualquiera que llegue para pedirle algo. Es conocido por ello. En la interrupción momentánea de la clase, acompañada por un aumento del bullicio por las conversaciones entre los alumnos, Jaime evoca con ternura la educación y la dulce amabilidad de Trini al tratar a todos los clientes, pero como una sombra de duda de pronto algo lo vuelve inquietar. Ayer un cliente en Pizzaveloz pedía una mediana y una cerveza. Era un tipo a lo mejor con cerca de los treinta años, vestido

de forma impecable, con un traje azul marino y una corbata celeste. Su cara suena ya que suele entrar a cenar como una vez por semana desde hace ya algunos meses. Jaime sabe que es del bufete de abogados que se especializan en temas financieros que hay en el elegante edificio empresarial ubicado en el barrio, cerca de Pizzaveloz. Lo sabe porque una vez, como alumno de derecho, fue allí a indagar algo relacionado con un caso práctico de una asignatura relacionada con el área, y entonces lo vio, aunque ese tipo ni siquiera reparó en la presencia de él. Y ayer lo atendió Trini, con toda la amabilidad y dulzura, como hace con todo el mundo. A aquel tipo por lo visto no le gustaba algún ingrediente, y consultaba a Trini si se podía sustituir por otro en el tipo de pizza que había pedido. La sonrisa de Trini y su esmero en atenderlo y la expresión en un tono similar del otro no gustaron a Jaime. “¿Qué sentí? ¿celos? ¿sentí celos de que Trini estuviera tratando a un cliente? Puede que sí, puede que fuera eso lo que sintiera”. Además la apariencia solvente del cliente le suscitaba si cabía un mayor grado de aprensión. Existe el dicho de que las mujeres se suelen sentir atraídas hacia los hombres adinerados, de buena posición. De todas maneras Jaime no está seguro de que realmente esos celos tuvieran un fundamento “después de todo ella siempre trata a todo el mundo así, y el otro puede que sea simplemente un tipo con un comportamiento cívico, respetuoso, y nada más” aún así no puede librarse de un cierto sentimiento de desagrado que lo sigue aguijoneando. El bedel sale del aula y el profesor retoma la clase ¿por dónde estaba? ¡ah! sí, estaba diciendo que el ideal de justicia tiene que ser la base sobre la que se sustente la elaboración e imposición del conjunto de

leyes y normas-. Los alumnos comienzan a escribir de nuevo, y Jaime también, aunque sin poder evitar el seguir abstraído “sea como fuere tengo que decirle cuanto antes a Trini cuales son mis sentimientos, sin brusquedad pero tengo que decidirme, cuanto más tiempo deje pasar peor, más fácil es que otro se me adelante, otro que se pueda acercar a ella y que intente conseguir que ella se interese por él, como quiero hacer yo”. En ese mismo momento Trini está fuera de su facultad, y se dirige a una fundación que se dedica a fomentar las relaciones entre el mundo empresarial y el universitario. “Me interesa saber a qué se dedica esta fundación, me interesa primero como alumna universitaria, y segundo como estudiosa de las Ciencias de la Educación. No creo que vayan a hacer mucho caso a una mocosa como yo, una simple alumna de primero de carrera, pero bueno… a ver si consigo que me den algo más que la información que aparece en su página web que no es gran cosa la verdad y que no especifica mucho que se diga. Con que me den un folleto donde se expliquen un poco mejor las líneas de actuación de la fundación o algo por el estilo me conformo. Me inquieta el tema, desgraciadamente tenemos actualmente unas tasas de paro muy altas, ahora más que nunca es necesario poner en o el mundo empresarial con el universitario si queremos reducir la tasa de paro entre los titulados”. A Trini le desasosiega la situación general, todo lo que ha empeorado, pero le preocupa sobre todo, como a cada quien, su propio futuro, las posibilidades que tenga de encontrar un trabajo, un buen trabajo, si es posible relacionado con sus estudios. Es una preocupación que está ahí siempre presente, una incertidumbre como una pesada losa

que estuviera permanentemente sobre ella, así como sobre la mayoría de los estudiantes universitarios. Hay que espabilarse, niña, cuanto antes te vayas enterando de cosas, de posibles salidas, mejor- le dijeron sus padres, mirándola fijamente, alertándola, con una voz que advertía de que el mundo era duro y que había que prepararse e ir buscando. Con horror recuerda como se ve la amiga de Amparo, aquella que era licenciada en Filología Hispánica y que estaba trabajando como camarera en una cafetería del Paseo de la Castellana. No había habido clase de Sociología porque el profesor estaba en un congreso y por eso ella estaba ahora allí, dispuesta a dejar a un lado su inherente timidez, y a entrar en esa fundación que se encontraba en el edificio Master City, esa bonita torre de acristalamiento de color caoba que siempre llamó su atención. Era curioso que esta fundación estuviera tan cerca de su casa, en el barrio. En el ascensor repasa su imagen ante el espejo. No va mal vestida, y el pelo está bien, se lo alisó con el cepillo y el secador esta mañana. Lleva una carpeta con dibujos de colores que resulta quizá demasiado infantil, y con un poco de aprensión repara en ello “pero no voy a volver a casa sólo para cambiar de carpeta, ya entro con ella. Espero que no se fijen mucho en la carpeta”. Al salir del ascensor se encuentra con un pasillo recubierto de es de madera de buena calidad. Trini, que nunca había entrado en el edificio, opina que queda bien, que han tenido buen gusto “el efecto que se consigue es de lujo y sobriedad al miso tiempo. No se podría esperar otra cosa en este sitio” al fondo, a un lado ve una puerta con el logotipo de la fundación. “Es aquí” piensa Trini dirigiéndose a ella. Cuando había avanzado ya bastante de repente oye unas voces

masculinas conversando al otro lado del pasillo, y se vuelve. Hay un grupo de señores hablando al lado de otra puerta que era la entrada a un despacho de abogados, y que estaba entreabierta. Un cartel de considerable tamaño, pero que resultaba fino gracias al color discreto y tipo de letra, lo indicaba. Trini reconoce a uno de ellos “sí, ése es el señor joven que suele venir cada semana a cenar a Pizzaveloz” y volvió a dejarse atrapar de nuevo por su aspecto atractivo y vestimenta “como siempre tan elegante, la corbata de un color bien combinado con el del traje”. El joven abogado parece estar hablando con los otros señores del grupo que tenían la apariencia de ser clientes del bufete. Su manera de dirigirse a ellos denotaba una cortesía y diligencia extremas. Movía la cabeza ligeramente, asentía sonriente, y en los momentos adecuados intervenía introduciendo en la conversación información útil de un modo que resultara agradable. De la puerta del bufete salió otro hombre igualmente trajeado pero más maduro, y con una prominente barriga que hacía que su corbata no cayera de forma vertical sino inclinada hacia delante de manera casi cómica. Después de hablar brevemente con los clientes les dio la mano y estos se marcharon. El joven se dirigió al hombre maduro con la misma amabilidad que utilizó con los clientes. Trini también reconoció al señor barrigudo, se acordaba, cenó una vez en Pizzaveloz con el joven y debía de ser su jefe. Se repitió la escena casi calcada del chiste del jefe y las risas solícitas y complacientes del de menos edad. Se dispusieron a entrar en el bufete y ya dentro, cuando iban a cerrar la puerta, la mirada del joven se cruzó fugazmente con la de Trini y en su mandíbula cuadrada de cerrada barba bien afeitada se

esbozó una ligera sonrisa, luego se volvió hacia el jefe para seguir hablando con él. Trini dudó “¿me habrá reconocido? aunque yo sin el uniforme de Pizzaveloz soy más difícil de reconocer”. La chica no se atrevió a saludarlo, le pareció, no sabía bien porqué, que a lo mejor no era adecuado, y al desviar en un instante sus ojos hacia el hombre maduro notó la mirada perseverante de éste presionándola, una mirada insistente acompañada de un gesto abiertamente agradable, demasiado agradable, como el que contempló aquella vez que salió al local a colocar servilletas de papel en los servilleteros. Desde luego éste sí parecía haberla reconocido. Afortunadamente el joven terminó de cerrar la puerta. Trini retomó la trayectoria que la conduciría a la fundación. Una vez en la puerta tocó un vistoso timbre que había al lado. Se oyó el mecanismo eléctrico que permitía la apertura. Al entrar quedó cautivada por la bonita apariencia de la recepción: moderna y funcional, de un estilo casi futurista. La madera había sido sustituida por otros materiales de colores blanco y gris perla. La recepcionista, que llevaba un elegante uniforme, la miró fijamente -¿sí? Después de un ligero titubeo Trini empezó a pronunciar palabras -buenos días. Soy una alumna de Pedagogía y quisiera saber cuales son las líneas de actuación de esta fundación, a qué se dedica…-. La recepcionista la cortó secamente -coge uno de esos folletos, ahí lo explica- señalando un taquito de ellos que había en un lado del mostrador. Trini cogió uno y dijo con cierta timidez -gracias-. La recepcionista ocupada en actualizar unos datos en su ordenador no se molestó en responder. Debía de pensar que una estudiante con cara de cría no era lo suficientemente importante como para prestarle más atención. Pero a

Trini tampoco le importó mucho, por lo menos había conseguido alguna información, y al salir iba analizando el contenido del folleto, que estaba bien impreso y poseía un diseño atractivo. Efectivamente, más o menos, viendo por encima parecía especificar un poco más las actividades de la fundación que se correspondían en principio con lo que ella se había figurado. Pero justo al llegar al ascensor vio de nuevo la puerta del bufete de abogados que permanecía ahora cerrada, y esto trajo otra vez a su mente a ese joven de aspecto distinguido, responsable y trabajador “Mónica me ha dicho que lo han visto conduciendo un cochazo último modelo carísimo, ella no entiende de marcas de coches, claro que yo tampoco, pero le contaron que era un automóvil de color negro que parecía ser completamente nuevo y con pinta de tener que costar un dineral. Desapareció por la rampa que conduce al aparcamiento del edificio. No le deben ir mal las cosas. La verdad es que es fácil desear mantener una relación sentimental con un hombre así, desear sentirse protegida por un hombre como él, un hombre con poder económico, un hombre que a pesar de su relativa juventud ya ostenta una posición más o menos privilegiada, y que quizá tenga unas perspectivas fiables de ascender en su carrera profesional. Por lo poco que he visto su actitud aparenta ser prudente y correcta, adecuada y atenta. Eso favorecería sus posibilidades de promoción”. Trini bajando por el ascensor reconoce que es seductora la idea de un hogar con un marido de gran solvencia económica, que garantice una sensación de solidez, de seguridad, que proporcione una tranquilidad a la hora de saber que no habrá ninguna dificultad para criar y atender a los hijos que podrán jugar en un bonito y extenso jardín con columpios y en

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los calurosos veranos bañarse en la piscina de la casa. Algo se revolvió en su mente, una idea que estuvo todo el rato agazapada terminó saltando, rebelándose “¿por qué tengo necesidad o deseos de sentirme protegida? ¿es porque soy mujer? ¿o porque soy más vulnerable que otras personas? ¿los hombres sienten deseos de proteger?” Inevitablemente se sintió algo culpable. La idea de ser protegida por el varón fuerte (no sólo física sino sobre todo psicológicamente), por el hombre capaz, le pareció, la verdad, poco feminista, como si la mujer estuviera condenada a un papel subordinado de dependencia por su condición más débil. Las feministas siempre han luchado por la independencia de la mujer, por la emancipación respecto del hombre, y ha sido una lucha difícil, ardua. Ella siente un gran respeto y iración hacia estas mujeres valientes y comprometidas, y creyó que sus fantasías con hombres fuertes, de alto poder adquisitivo, protectores, traicionaban el ideal feminista. Se produce en su cerebro una lucha, un conflicto de ideas y de emociones. Trini es demasiado joven y tiene que aprender a conciliar pulsiones contradictorias y a ponerlas cada una de ellas en su sitio. Al salir del ascensor, cuando se dirigía a la salida, a su izquierda dos señores, que debían de pertenecer a, o estar relacionados con alguna empresa del edificio, hablaban. Uno de ellos preguntaba cosas al otro, y el aludido respondía. La expresión de ambos era neutra. Sus miradas eran directas, abiertas, claras, predispuestas sin más para la asimilación de información. Se trataba de un intercambio de conocimientos eficiente y conciso, limpio. De repente apareció en el pensamiento de Trini una idea extraña, casi monstruosa, como un pegote marrón o gris. Aquel

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joven abogado ¿no era demasiado amable con el jefe? ¿incluso no parecía ser excesivamente agradable con los clientes del despacho donde trabaja? Trini quiso deshacerse enseguida de esa observación que trató de ver como impropia y deformada “¿y no soy yo acaso amable con todos los clientes de Pizzaveloz? ¿no trato yo siempre de resultar cortés con cualquier persona que venga a hacer un pedido a la tienda o por teléfono? ¿no trato yo acaso de ser atenta y agradable con Macarena porque pienso que como jefa de tienda siempre hace lo que hay que hacer y dice lo que hay que decir? además siempre se mantiene como un principio que con los jefes hay que intentar llevarse bien, sobre todo si uno piensa en ascender, es lógico, y más si lo que uno siente es iración hacia esa persona que ha sido como un padre o una madre para ti en la empresa. Nada se gana siendo arisco con ellos”. De esta forma Trini se sacude esa descalificación maloliente que amenazaba sobre el joven abogado. Al salir del edificio le sorprendió un sol brillante intercalado con algunas nubes oscuras y espesas como grumos que proyectaban sombras compactas. Un viento fresco revolvió su melena oscura. Se dirigía a su casa, y en el trayecto tenía que pasar al lado de Pizzaveloz. Andado ya un trecho visualizó la tienda. Al verla levemente se configuró en su imaginación las explicaciones de Jaime sobre cosas del trabajo de pizzero que ella no sabía o no dominaba todavía “¡es increíble! a estas alturas todavía hay cosas que no sé”. Sin darse cuenta enlazó a Jaime con las ideas que antes rondaran por su cabeza. El apoyo y la expresión sincera y afectuosa de él, y sus explicaciones inteligentes y oportunas hacían que ella experimentara una sensación muy parecida a la de sentirse

protegida. Era esa misma sensación con la que ella fantaseó o por lo menos similar. Al encontrarse ya muy cerca de Pizzaveloz oyó el rugido de una moto. Era Sergio. Éste la aparcó rápidamente y se apeó, con unos movimientos ágiles y precisos, propios de los moteros que llevan ya ni se sabe trabajando encima de esas máquinas a dos ruedas. Se quitó el casco sonriéndola un poco extrañado -hola- dijo. Trini le devolvió el saludo -hola-. Sergio pensó que ella iba a entrar en la tienda y le preguntó -¡que raro! ¿trabajas hoy al mediodía? creía que tú nunca trabajabas al mediodía. Yo acabo de venir de mi mensajería. He salido antes de allí porque hoy me toca trabajar de una y media a cuatro aquí. -Nunca trabajo al mediodía. Lo que pasa es que vengo del Master City- dijo Trini señalando al edificio a ver si me entero de algo relacionado con lo que estoy estudiando, y voy a mi casa que está por allá- y señaló ahora a la zona por donde vivía -y me pillaba de camino pasar por aquí, pero pura coincidencia. -Entonces nos veremos luego ¿no? por la noche. -No, a mí hoy no me toca trabajar. Hoy lo tengo libre. La expresión de Sergio era de auténtica y divertida envidia -No trabajas hoy ¡que cabrona! -Bueno, mañana sí. -Pues nos vemos mañana. -Venga, que te sea leve. -Hasta mañana. Trini se alejaba y pensó que ya que hoy no trabajaba en Pizzaveloz debía de aprovechar para estudiar todo lo que pudiera “me encerraré en mi cuarto y no voy a encender el ordenador ni un momento, que una puede entretenerse con Internet

que es un horror”. Sí, hoy iba a ser un buen día para estudiar. Al cabo de varias horas, ya por la noche, en un momento en el que no había mucho trabajo en la tienda, Sergio y Jaime charlan, como siempre, de forma distendida. La ausencia de Trini facilitó que Sergio hablara libremente sobre ella con Jaime. -Me ha dicho el cotilla de César, que está hecho un mariquita, que a ti te gusta mucho Trini. Tampoco es que lo haya ido pregonando por ahí, por los cuatro vientos, pero a mí me lo ha contado. Jaime se quedó un momento parado, sin decir nada, mirando la mesa de mármol donde se estiran las masas pero sin verla. Sergio contempló su gesto serio pero no alterado, su quietud meditabunda, y se dio cuenta en ese instante de dos cosas: primero de cuanto sentido tenía ese famoso dicho que reza: el que calla otorga, y segundo que los sentimientos de Jaime hacia Trini parecían ser algo serio. Sergio a través del tiempo, desde que conoció a Jaime cuando empezó a trabajar en Pizzaveloz, desarrolló un sentimiento de amistad y camaradería hacia éste, que también tuvo su contrapartida en Jaime. Ese sentimiento se desarrolló y consolidó en él a pesar de las bromas y de las chanzas entre ellos. Así es que llegó a estimar mucho a Jaime y simplemente, quería ayudarlo. Trini nunca le llamó la atención demasiado a Sergio, no era el tipo de chica que a él le atrae, pero pensaba, no sabía bien porqué, que ella hacía buena pareja con Jaime, que le pegaba a Jaime. Volvió a mirar a su amigo y continuó -si te gusta mucho ¿por qué no se lo has dicho todavía? se me hace raro, pensé que eras un tío más echao pa lante-. “Sin embargo cuando está con Trini se lo ve hablando siempre tan normal con ella, no parece nada cortado o

inhibido, claro que no es lo mismo hablar de cómo se colocan los ingredientes en una pizza o de cómo se estira una masa que hablar de que uno está enamorado de la otra persona” pensó Sergio. Jaime salió de su letargo -no es tan fácil, aquí es difícil, ya sabes que no para uno desde que llega- en ese momento Lola y Mónica que venían de limpiar las mesas del local se situaron cerca, en la mesa de elaboración y se pusieron a charlar, esto obligó a los chicos a seguir hablando en voz más baja. Jaime hizo un gesto a Sergio -¿ves? -fuera de aquí entonces, en otro sitio. -ya, pero ella va de la facultad a su casa, de su casa a Pizzaveloz, y de Pizzaveloz a su casa, no sale. Lo peor es que cuando alguien te gusta mucho tienes miedo de estropearlo, de no decírselo bien, de no hacerlo bien… ¡yo que sé! -Pero ella tampoco es una monja de clausura. Aquí se organiza la fiesta de cumpleaños de alguien, o algo así, que vaya todo el mundo y se le dice a ella que venga también, tú también vienes y...- aunque esa idea ya se le había pasado a Jaime por la cabeza. De pronto Macarena que estaba detrás del horno reclamó a Sergio para llevar un pedido. Su voz se alzó potente por encima del omnipresente ruido que producía el horno, pero Sergio quiso añadir mirando a su amigo hay un pub en la zona de Huertas que les gusta mucho a Macarena y a las otras, a lo mejor también podría gustarle a Trini- Jaime casi sintió ternura al comprobar como ese compañero suyo que casi siempre parecía tan tosco y rudo quisiera ayudarlo ahora en esta situación tan especial. Macarena empezaba a impacientarse -¡Vaaamos! Sergio-. Éste se fue al sitio donde estaba la jefa de tienda y cogió su bolsa térmica ya preparada, pero antes de salir por la

puerta de repartidores se acercó un momento a Jaime, no sin poder evitar la cara de disgusto de Macarena, y le dijo en un suspiro -hombre que sí, que ya verás como…- pero Jaime le cortó -oye, prométeme que esto no se lo vas a decir a nadie. -Soy una tumba, pero prométeme tú que te vas a declarar a Trini- guiñó un ojo y salió volado mientras Macarena decía protestona que porqué hablaban justo en el momento en el que había que ponerse a trabajar. Al cabo de unos minutos por la puerta de repartidores entró César que venía de entregar un pedido. Jaime lo miró de reojo un poco resabiado “será mariquita, pues no le ha contado a Sergio lo que le ha contado”. Estuvo a punto de decirle algo, pero lo pensó dos veces, quizá no estaba tan mal lo que había hecho, después de todo Sergio era un tío con un carácter muy noble y con el que compartía una buena amistad, y sabía que podía contar con su lealtad y discreción. Desde luego, la cosa no se podía contar a las chicas porque le hubieran ido con el cuento enseguida a Trini, y era él en persona el que debía declararse. Sería un error que se enterara por otros medios. Esto era algo que no le gusta a Jaime ya que le parecía una situación que restaba romanticismo, y resultaba en todo caso poco varonil por su parte utilizar “intermediarios” o “enviados”. El Gringo tenía una forma de ser demasiado juguetona y alegre, y pudiera cometer fácilmente un desliz al contar sin querer aquello que no debía de contar. Luego quedaba descartado como confidente al igual que las otras. Y Alberto, el repartidor sudamericano, aunque era un buen chico, serio y reservado, alguien de quien uno se podría fiar, sin embargo no tenía con él la misma clase de amistad y confianza que tenía con Sergio. Sí, quizá Sergio pudiera ser el más adecuado para ayudarle.

Tuvo que itir que a lo mejor César, como otras veces, había dado en el clavo. Había que reconocer que el chico no era tonto del todo, aunque tampoco era cuestión de ir por ahí buscando alcahuetes. Vino Mónica y le puso en la mesa de estirado una masa de pizza. Cayó sobre el mármol como una enorme bola blancuzca de plastilina -¡plast!- haciendo un ruido que parecía reclamar la atención de Jaime para que se dejara de cavilaciones y bajara de las nubes poniéndose manos a la obra, o a la masa, mejor dicho. La otra le dijo sin más -hay que estirar una familiar- y allí quedó la masa de la familiar, espatarrada, más ancha que pancha, muerta de risa, esperando ser estirada. Jaime comenzó a aplastarla. Había que trabajar.

9 En un despacho del bufete el joven abogado, Carlos, habla con su jefe. Como siempre, atento, sonriente, moviendo en algunas ocasiones la cabeza hacia delante en señal de asentimiento casi como si hiciera reverencias -por supuesto don Antonio, no se preocupe, lo haremos exactamente como usted acaba de decir- utilizando un lenguaje correcto y servicial. Al lado hay otro empleado que tiene una categoría similar a la de Carlos dentro del despacho de abogados. Es de una edad aproximada a la de éste y tiene con él cierto grado de amistad por haber estado los dos bastante tiempo trabajando allí. También, al igual que Carlos, está pendiente de lo que el jefe dice, pero su expresión, reflejando concentración en las palabras del superior y aceptación de sus dictámenes, no llega a devenir en una demostración de excesiva amabilidad. El suyo resulta un gesto, una apostura, más natural. Don Antonio, de un modo autoritario que sin embargo no dejaba de resultar bonachón, termina ya de dar las últimas instrucciones para el día siguiente a los dos jóvenes. Pronuncia un último requerimiento mientras se pone su chaqueta. Es ya tarde, noche cerrada desde hace tiempo. La jornada de trabajo la da por concluida por hoy y se marcha a su casa. Su secretaria incluso hace un rato que se fue porque así se lo dijo él. Hoy ha habido más tarea de la cuenta. Mirando alternativamente a Carlos y a su compañero les dijo empleando un tono paternal -y vosotros también a casa ¿eh? no os quedéis. Guardad los informes y a casita-. Los dos jóvenes se despiden de don Antonio, pero Carlos de forma más notoria y condescendiente. Una vez marchado el jefe empiezan a recoger y ordenar algunos papeles y documentos

que había por encima de las mesas que cada uno ocupa para realizar su trabajo. Se han quedado los dos solos en el bufete, ya no queda nadie más. Carlos mete en una carpeta una serie de folios con datos, y la sostiene luego entre el codo y el costado mientras con la otra mano deposita otros papeles en un cajón. En ese momento, debido a la postura un poco forzada e incómoda que empleaba, la carpeta resbala de su precaria sujeción y termina cayendo al suelo, desparramándose todo su contenido por el parqué. El compañero que ya había terminado de ordenar su mesa se aprestó a ayudarle. -no te preocupes, yo te recojo esto. Tú sigue guardando lo demás. Carlos se volvió rápidamente y dijo contrariado ¿eh? no, deja-. Pero el otro ya se agachaba. Cuando empezó a recopilar folios para ayudar a su amigo, y teniendo ya algunos en la mano, se produjo en la expresión de su cara un cambio brusco -¿qué es esto?- miraba incrédulo las cifras y los listados que aparecían sobre las hojas. No podía entender lo que estaba viendo. Sus ojos se movían por los renglones escrutando, y luego se clavaron llenos de perplejidad en los de Carlos como una interrogación atroz. El otro nervioso intentó evitar esa mirada. El compañero empezó a mirar folio por folio analizando su contenido -¿cómo? pero esta información ¿la tenías tú?- era como si una pieza de un rompecabezas no encajara. En el bufete había pendiente de resolución un caso bastante importante que estaba llevando otro compañero del mismo rango que ellos dos que se llamaba Emilio. Los tres pertenecían al mismo departamento, uno de los varios que componían el bufete, y en este departamento dentro de poco quedaría vacante una plaza que significaba para quien

la alcanzara ascender a una categoría inmediatamente superior a la que se encontraban los tres. Se rumoreaba que el tal Emilio era el favorito para ser ascendido, pues era el de más antigüedad en su rango, y se lo consideraba eficiente por parte de sus superiores, especialmente por parte de don Antonio que era además el jefe de ese departamento. Carlos desde el principio se interesó mucho por la posibilidad del ascenso, de su propio ascenso. Era una idea que le fascinaba y que comenzó a obsesionarle. Empezó a ver esta ocasión como una oportunidad de oro que él pudiera aprovechar, pero evidentemente estaba el obstáculo de la candidatura de Emilio, ya que todo el mundo consideraba que a quien le correspondía esa escalada de posición era a Emilio. Aún así, tomó la firme determinación de intentar conseguir ese puesto, pero no lo dejó entrever para evitar el ser acusado de falta de compañerismo, y para poder tener más libertad de acción si nadie sospechaba su ambición obsesiva. Don Antonio le asignó a Emilio la responsabilidad especial de llevar este caso de cierta importancia como una especie de prueba para comprobar su capacidad y su merecimiento para ser ascendido. Durante los días en los que se empezó a recabar información sobre el caso Carlos se prestó a ayudar a Emilio de forma aparentemente ingenua, con una pretendida iración hacia el compañero más veterano, y con la excusa de ir adquiriendo experiencia en este tipo de menesteres. En una ocasión trajeron al bufete una serie de datos relacionados con el asunto muy valiosos, quizá decisivos, y así lo supo ver Carlos que los guardó para sí sin pasárselos a Emilio. Además se trataba de una información confidencial imposible o muy difícil de volver a conseguir.

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El compañero todavía con las hojas en las manos exige de Carlos una respuesta que de momento no obtiene, pero en su cerebro se empieza a vislumbrar la maniobra deshonesta y sucia, y una pieza grotesca y fea empieza a encajar en el rompecabezas. De pronto todo se vuelve más que evidente y no hace falta casi que diga nada el otro. Carlos al principio avergonzado repentinamente se enderezó, levantó la vista hasta que su mirada se encontró con la del otro en un gesto altivo, desafiante, y entonces sus ojos transmitieron una chispa llena de rabia y de resentimiento -¿y qué? ¿y qué si quise ocultar esa información a Emilio para que vieran que no era capaz de sobrellevar el caso satisfactoriamente? Don Antonio me lo hubiera pasado a mí- se acercó al compañero, seguía sosteniendo su mirada con determinación, decidido a instruirlo en sus razones, aunque su expresión se suavizó un poco en un intento por controlarse al tiempo que rectificaba su última frase para declarar su convencimiento -don Antonio me lo pasará a mí- respiró profundamente y continuó incluso más calmado -mira, yo me estoy ganando la confianza de don Antonio a pulso- al pronunciar el nombre de su jefe repentinamente el gesto y tono de voz de Carlos reflejaron una actitud sumisa y cortés como si fuera este cambio en la expresión debido a una especie de acto reflejo, tan acostumbrado estaba a ser amable y condescendiente con él que simplemente al pronunciar su nombre se producía esa transformación en su gesto y en la entonación de su voz. Pero en ese momento Carlos y el compañero estaban solos en el bufete y nadie podía oírlos. Cuando Carlos cayó en la cuenta de ello sintió lo absurdo de seguir con esa estrategia de reverencia en el trato al jefe, y experimentó la necesidad de sincerarse con el otro, de dejar a un lado las formas

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hipócritas, aunque sólo fuera por un momento. Súbitamente liberado su rostro se deformó en una mueca de profundo desprecio -me estoy ganando la confianza del gilipollas ese a pulso, de don gilipollasdijo con rabia -aguantando todas sus idioteces, su demagogia barata, tragándome todas sus frases grandilocuentes, sus recomendaciones y consejos que él piensa que son muy inteligentes y no son más que tópicos, cosas sobreentendidas que estamos más que hartos de saber, cosas que son más que evidentes. El muy idiota encima es un vanidoso. Es muy fácil halagarle, y para colmo él no se da cuenta de nada y piensa simplemente que lo iras. Cree que eso es lo natural. En realidad me asombra que alguien tan tonto haya llegado tan alto. Debió de tener bastante suerte. El amigo se quedó mirando a Carlos paralizado por el estupor. Contemplando la desagradable y vergonzosa escena de cómo se quitaba su máscara y mostraba su verdadero ser lleno de hipocresía y falsedad. La verdad es que lo había hecho bien. Había que reconocerlo. Había engañado a todo el mundo. Consiguió que la gente creyera que él auténticamente sentía una especie de veneración hacia don Antonio, hacia don gilipollas, como lo llamó él ahora, y probablemente el primero en ser engañado fue el propio don Antonio. Carlos no quiso reparar en el estupor que reflejaba su compañero y continuó -tú eres amigo mío, y me conoces lo suficiente como para saber que puedo llevar ese caso perfectamente, incluso mejor que Emilio, y más con los datos que poseo ahora. Lo puedo ganar. Y habiendo conseguido la confianza del idiota ese el ascenso es mío. Además a ti esto no te afecta. Tú dentro de poco te vas a otro departamento que está más de acuerdo con tu

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especialización, con lo que a ti te gusta, y donde tienes más probabilidades de conseguir un buen puesto. Era cierto, el compañero se iba a otro departamento, pero esto no aminoraba su repulsa por lo que había hecho alguien en quien todo el mundo confiaba. Cuando Carlos calificó al compañero como de “su amigo” éste sintió una especie de repugnancia. A sabiendas de lo descubierto dudaba ya de que se pudiera considerar tal cosa. Se dio cuenta de que fue amigo más bien de una fachada, de una careta, y no de lo que había debajo de ella. Visualizó a Emilio recordando su apostura confiada y actitud bondadosa, siempre dispuesto a ayudar a los demás, y enardeciéndose por la gran injusticia que se iba a cometer con él dijo rebelándose -¡claro! tú consigues tu ascenso a costa de gastarle la putada a Emilio. Pues no me parece bien. Esto es una putada en toda regla ¿te gustaría que a ti te gastaran la misma guarrada? Carlos lo miró con intensidad pero su voz emergió extrañamente neutra, como la de quien explica un tema de un libro de texto -mira, lo que te voy a decir ahora no suena muy bien, es algo que no se puede decir en voz alta a los cuatro vientos, y expresado en la forma en la que te lo voy a exponer digamos que no resulta políticamente correcto, pero no por ello deja de ser más verdad, tan verdad como la vida misma. Existen dos clases de hombres: aquellos que son los que mandan, los que dirigen, que son los que están arriba, y los demás, que son los que reciben las órdenes, a los que hay que decirles lo que tienen que hacer, y cómo y cuando han de hacerlo. Simplemente, hay una clase de hombres que son superiores y otra que son inferiores, y los que están arriba controlan a los que están abajo. Así de sencillo. Esto fue así en el

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pasado, lo es en el presente, y lo será en el futuro. Será siempre así. Lo queramos o no es inevitable por mucho que algunos quieran inventar sistemas políticos e ideologías que intenten esquivar este hecho reivindicando una supuesta igualdad. Los que están arriba han llegado a esa posición por su mayor inteligencia, por su mayor perseverancia, y porque han estado dispuestos a aprovechar las oportunidades que se les presentaban, y hacer lo que sea para conseguir sus metas, sus objetivos. No hay persona que haya llegado muy alto y que no haya hecho alguna trampa o chanchullo por el camino, porque angelitos de la guarda no somos ninguno. Y los que están abajo están ahí por su incapacidad e ingenuidad, por su debilidad, y se merecen ocupar la posición inferior. La vida es así y punto. El amigo presenciaba asombrado la confesión de Carlos, la descripción impúdica y obscena de su actitud terriblemente clasista, la exhibición de sus convicciones más profundas, el centro de su psicología oculta, no manifiesta hasta el momento, y que ahora desvelaba. Como ráfagas aparecieron por su mente escenas en las que antes apenas si había reparado, situaciones que tenían algo raro pero que en el momento en que acontecieron no les prestó demasiada atención. Ahora en cambio a la nueva luz cobraban un sentido. Eran otras piezas del rompecabezas que encontraban su sitio. Recordó que cuando estaba en una ocasión con él y con otros del bufete en una cafetería cercana Carlos protagonizó un comportamiento un poco extraño. Un camarero les servía lo que pidieron mientras otro cerca con un paño limpiaba la barra de las marcas dejadas por vasos y botellas. Carlos hablaba con los compañeros del despacho de asuntos de abogacía, y repentinamente

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su cuerpo se irguió. Envarado empezó a recitar uno tras otro vocablos técnicos del ámbito jurídico, palabras sofisticadas, no fácilmente entendibles por cualquier persona, dichas con la intencionalidad de intimidar a otros. Su voz se alzó queriendo eclipsar el fondo de ruidos habituales en una cafetería, pero de forma calculada, no lo suficiente como para que alguien pudiera decir que gritaba, pero sí lo bastante como para ser oído con claridad por todo el que se encontrara alrededor e incluso más allá. Ahora comprendía mejor ese gesto altivo, ese lenguaje rimbombante. Era una forma de hacerse notar ante los camareros, de demostrar su superioridad a los que él consideraba inferiores, de hacerles ver su pertenencia a una categoría que estaba muy por encima de ellos. Como otro fogonazo rememoró la llegada de un mensajero al despacho que traía un sobre con documentación de una empresa cliente. La secretaria de don Antonio lo atendió pues además había que poner un sello del bufete en varios acuses de recibo. Carlos estaba próximo a ellos hablando con un compañero del departamento, y se volvió a repetir ese gesto lleno de soberbia, de presunción. Se enderezó como si le picara el cuerpo mientras empleaba de nuevo un lenguaje con un tono pretendidamente académico y técnico. En un momento dado miró al mensajero con un gesto despectivo, y bruscamente su cabeza giró con la barbilla alzada para seguir hablando con la persona con la que lo estaba haciendo. El compañero ahora con su mente llena de esas imágenes, de esas escenas, iba dando más sentido a la situación actual, y al volver a la realidad escrutó la cara de Carlos, su expresión, como queriendo analizar, y se sorprendió de no haberse dado cuenta

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antes de la verdadera naturaleza de éste, de no haber prestado verdadera atención a esos indicios que su memoria ahora le brindaba. Pero Carlos continuó hablando impávido ante la espantosa visión del mundo y de la vida que él mismo estaba vomitando, ante las justificaciones que estaba dando sobre su propio comportamiento de cerdo. Su voz volvió a sonar estentórea -y yo no quiero ser de los que están abajo ¿entiendes? No quiero ser un simple pasante al que los jefes digan lo que tiene que hacer, un mero mandado que se dedica a realizar trabajos rutinarios cobrando un sueldo que es una mierda. No lo podría soportar. No deseo verme como un vulgar peón en una partida de ajedrez. Quiero estar arriba y voy a hacer lo que sea para conseguirlo, hacer lo que sea con astucia, con determinación- mientras decía esto miraba a su compañero y contemplaba su expresión seria que no cambiaba, entonces un temor presente desde el principio de la discusión fue tomando cuerpo en el pensamiento de Carlos, ocupando cada vez más espacio, y repentinamente el pánico lo atenazó, y la mano invisible del miedo agarró su garganta y su boca enmudeciéndolo por un momento; no era sólo que ese compañero al que hablaba, al que estaba con firmeza tratando de instruir en el porqué de su actuación, pudiera seguir en desacuerdo con lo que él hubiera hecho, era que el compañero podía delatarlo, podía contarlo todo y como consecuencia a él podrían echarlo del bufete, uno de los mejores y más prestigiosos y grandes de Madrid. Sintió la urgencia de evitar esto. Se dio cuenta de que necesitaba convencerlo de alguna forma, de alguna manera para que no lo delatara. Su mente se movió rápido: resaltar los lazos de amistad con él, halagarlo, exponer la posibilidad de ayudarle en el futuro, había que decirle

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algo, recurrir a lo que fuera. Reaccionó. Intentó mirarlo de forma más afectuosa, su voz se volvió más suave y continuó -de toda la gente que hay aquí tú eres la persona con la que he alcanzado una mayor amistad. Te estimo mucho, pienso que tú eres de lo que más vale en este sitio, mira alrededor, lo único que se puede ver aquí son mediocridades, y como te dije antes sé de antemano que este tema no te afecta porque te irás dentro de poco a otro departamento. Si esto te afectase puedes creerme que no hubiera ni pensado en hacer esta ocultación de datos. Por otra parte si yo consigo escalar posiciones puede interesarte tener un amigo en una buena posición. En un futuro yo podría ayudarte, favorecerte en tu carrera profesional si tú lo necesitaras. Creo en ti, pienso que tienes valía. El otro lo cortó e intuyendo su estrategia le dijo secamente -no te esfuerces, yo no voy a contar nada. No me apetece, pero quiero que sepas que lo que has hecho es una guarrada-. Carlos prudentemente no dijo nada y cabizbajo terminó de ordenar y guardar lo que le quedaba. En su gesto se reflejó una actitud de sumisión, aunque sintió un alivio, pero no quería bajar la guardia, había que estar a la expectativa, vigilante; la decisión expresada del compañero de no contar nada podía no ser firme, no había que fiarse. Luego se dirigieron los dos en silencio hacia la puerta para marcharse. Avanzaban distantes dejando al aire varios metros entre ellos, por temor en un caso, y por repugnancia en el otro. El compañero iba especialmente tenso y por un momento en su cabeza pasó con ímpetu la idea de contarlo todo “para dejar a este cabrón en su sitio. No sé como pude ser su amigo”, pero las últimas palabras de Carlos, estudiadas, calculadas, pensadas astutamente,

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terminaron haciendo mella en él como si fuera un veneno de efectos retardados, y así experimentó una vacilación, una duda “lo que ha hecho este tío es una cabronada, pero hay que reconocer que parece listo. Tiene una inteligencia diplomática. Lo mismo lleva razón y dentro de un tiempo es un jefazo. Puede ser que sí” su mirada bajó hasta el suelo y de su expresión desaparecieron los rastros de cólera. El mundo le pareció de pronto difícil, tremendamente complicado, como una partida de ajedrez en la que hay que escoger cuidadosamente cada movimiento que se realiza, cada estrategia que se adopta “es cierto que a uno siempre le puede interesar tener un amigo en una posición ventajosa, en un estatus privilegiado, un amigo que puede influir de forma positiva para favorecerte en un momento determinado, un amigo que puede, por ejemplo, ayudarte a promocionar. Si yo ahora me callo y no cuento nada se puede decir que él me debe una, y es un favor que en el futuro yo puedo cobrarme. Además tampoco hay que ir de justiciero por la vida haciendo quijotadas ¡que gana uno! Por otra parte la verdad es que Carlos es mi amigo, como él mismo a dicho yo soy la persona de este sitio con la que ha tenido mayor amistad, y parece que me valora”. Estaban bajando dentro del ascensor y Carlos lo miró furtivamente, evitando cuidadosamente que el compañero se diera cuenta del intenso interés que tenía en analizar su expresión. Por lo que veía el amigo parecía estar cavilando, y al advertir como su tensión había declinado y su gesto se había suavizado supo darse cuenta de que su actitud había experimentado un cambio. Disimuladamente se regocijó. La cosa parecía ir bien. En el pequeño habitáculo que descendía el compañero terminó por querer echar tierra por encima

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de la tensa situación creada por el inesperado hallazgo de aquellos datos. Definitivamente decidió que no le interesaba enemistarse con Carlos, y quiso normalizar su relación con él. Intentó hablar de un tema intrascendente para ir dejando atrás el espinoso asunto. Cualquier cosa serviría, cualquier tontería, cualquier cosa con tal de que pudiera alejar las mentes de aquello. Se le ocurrió hablar de la nueva secretaria del departamento a donde él iría, una chica que llamaba la atención entre los hombres por su belleza. Seguro que Carlos la habría visto en alguna ocasión. Sí, la conversación sobre mujeres y sexo sería adecuada para crear un nuevo contexto fácil que desplazara lo que era violento. Es un tema que siempre ha dado resultado en estas situaciones entre hombres. Así el silencio tenso que había tenido lugar quedó interrumpido -¿has visto a la nueva secretaria del departamento a donde me voy a marchar? es una preciosidad, pero una preciosidad-. Carlos se prestó con gusto a este cambio radical en la conversación, y supo interpretar enseguida este giro como un indicio más del deseo del amigo de dejar atrás la tensión anterior. Pero ahora además era evidente su actitud de acercamiento, de reconciliación. Carlos se sentía eufórico, ganador, y deseoso de colaborar en la distensión se explayó describiendo los atributos eróticos del aspecto físico de la joven, pues él también se había fijado en ella con deseo. Explotando el tema de conversación ambos empezaron incluso a hablar de otras mujeres que trabajaban en la empresa juzgando su atractivo sexual. El ascensor llegó al parking y ambos con paso lento salieron para buscar sus vehículos. Todavía caminaban juntos y hablaban ya de forma muy desinhibida introduciéndose en una conversación cada

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vez más atrevida, pero el lenguaje cachondo, grotesco, claramente dominado por el apetito sexual que estaba empezando a emplear Carlos sorprendió al compañero. Carlos en la empresa siempre había mantenido un comportamiento intachable, una expresión hablada muy correcta, impoluta. Pero el caso es que la violenta situación parecía ir quedando ya muy atrás, y el amigo siguiendo la corriente de la superficial conversación dijo a Carlos -dicen que quien parece que se ha fijado en ti es una chica que hay en el Pizzaveloz de aquí al lado. Se rumorea que te ha echado el ojo- y se atrevió a mirarle y a sonreírle. Carlos con cierta borrachera en su sensación de triunfo recordó a Trini, las veces que sus miradas se habían cruzado en Pizzaveloz, e incluso en el edificio empresarial cuando Trini entró para preguntar en aquella fundación relacionada con temas educativos. La lengua de Carlos se desató -¡ah! sí. Esa es una putita que hay ahí. Es la típica nenita a la que se le caen las bragas cuando está delante de un hombre trajeado y encorbatado, y más si se ha enterado de que es abogado-. El compañero le rió el comentario chistoso, aunque un poco forzadamente. No le gustó del todo su tono descalificador hacia una chica que simplemente hacía su trabajo haciendo pizzas y atendiendo a la gente, pero ya no estaba por la labor de reprocharle nada, había decidido que le interesaba ser su amigo. Carlos continuó y media sonrisa entre el desprecio y la excitación se instaló en su cara -a la putita esa pienso echarle un buen polvo. Me la voy a tirar ¡ya verás! Lo que hay que tener en cuenta es que estas putitas enseguida quieren una relación seria, y no pierden la idea de casarse contigo, porque se dan cuenta de que tú tienes pinta de poder llegar alto, de poder alcanzar una buena posición. Las mujeres

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tienen como un instinto especial para eso ¿sabes? y si te pueden liar, te lían… ¡putitas!... La cosa está en ser más listo que ellas, primero te haces el que quiere comprometerse en una relación estable. Cuando consigues que ellas se lo crean te las follas y luego despareces. Si protestan les dices en toda su cara de putita: “oye nena, que te haya echado un polvo no significa que me tenga que casar contigo hasta que la muerte nos separe”, y ya está. En realidad ésta es la vieja historia de siempre, supongo que tampoco te descubro nada nuevo. Te apuesto lo que quieras a que me follo a esa nenita-. El amigo no dijo nada. Se limitó a sonreírle simulando una complicidad en la actitud pícara, complicidad que realmente no sentía. Pensó que con esos últimos comentarios Carlos delataba de nuevo su verdadero talante, su actitud despectiva hacia los demás. Como estaba ya al lado de su coche levantó una mano y se despidió de Carlos. En cuanto se metió en el vehículo se borró con brusquedad aquella sonrisa que había estado dibujada en su cara de manera artificial. Carlos siguió andando unos cuantos metros hasta llegar a su flamante automóvil. Cuando se acomodaba dentro y arrancaba su coche de alta gama la expresión de su rostro describía la satisfacción por haber controlado la situación “este tío no contará nada. He sabido aguijonearlo con la idea de mi capacidad para ascender y con la posibilidad de que en un futuro pudiera brindarle mi ayuda. Incluso esto ha podido servir para fortalecer mis lazos de amistad con él”, y envanecido por un sentimiento de superioridad no pudo reparar en esa tensión especial, sutil, que habita en las sonrisas que no son sinceras, y que se encontró en la expresión del otro, una expresión forzada que aún así supo aparentar cordialidad de forma bastante

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eficiente ocultando el rechazo comentarios jocosos sobre Trini.

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últimos

10 Llevaba una cazadora de color marrón ya un poco raída, debajo una camisa medio desabrochada, y unos pantalones vaqueros casi caídos que amenazaban con escurrirse completamente por las caderas. Era un hombre de unos cincuentaytantos años con el rostro rojizo, congestionado por el ataque de tos que suelen sufrir los fumadores empedernidos y que estaba teniendo en ese momento. Se apoyó con las dos manos en la barra del bar en el que se encontraba para facilitarse y hacerse más liviano el acto de toser. Miraba con los ojos enrojecidos el vaso de whisky que tenía enfrente entre espasmo y espasmo como en una extraña súplica. Cuando se le pasó el ataque siguió hablando, al principio con la voz rara, temblona, emitiendo algunos gallos. Tuvo carraspear para aclararse la voz. Se lo veía un poco molesto por la involuntaria interrupción. El dueño del bar, que hacía las veces de camarero, le dijo mientras secaba un vaso al otro lado de la barra -eso es del tabaco, del maldito tabaco que perjudica seriamente la salud-. Otro parroquiano que había al lado del de la cazadora marrón añadió señalándolo con el dedo pulgar -fuma como un carretero- mientras miraba al dueño del bar con gesto cómplice en la coincidencia de opiniones. El aludido se mosqueó y tuvo que dejar el tema de conversación sobre el que estaba disertando antes del ataque de tos para defenderse de lo que él consideraba una intromisión en su vida -¡y a vosotros que coño os importa que fume! yo fumo porque me da la gana, joder. No tengo porqué renunciar a este pequeño vicio. El placer que se obtiene es muy superior al pequeño perjuicio que se la pueda hacer a la salud.

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-No tan pequeño- replicó el otro parroquiano. -¿Fumo aquí acaso? No ¿Os molesto con el humo? No. Pues entonces, a vosotros que os importa que fume- respondió el de la cazadora marrón y acto seguido de un solo trago se terminó lo que quedaba de whisky en el vaso. Lo acercó hacia el que estaba al otro lado de la barra -ponme otro- le dijo en un tono más relajado, casi apagado. Pero éste mostró cierta reticencia -oye, que ya vas muy cargado. ¿Vas a coger el coche? Que llevas ya mucho alcohol encima. -¡Joder! parecéis mi padre y mi madre. Que me pongas otro whisky te digo, coño. El otro parroquiano pensó que la actitud del dueño del bar era la correcta e intervino para intentar convencer al de la cazadora marrón -mira, si el comerciante que es el primero al que le interesa vender su género te dice que no quiere servirte otra copa por algo será, hombre. Hazle caso. -No me digas gilipolleces. Parece mentira que no me conozcas. Yo sé perfectamente con que nivel de alcohol puedo conducir sin problemas. Todo es un tema de autoconocimiento. Si tú sabes hasta que nivel de alcohol puedes conducir sin problemas la cuestión es no exceder ese nivel y ya está, y ese nivel depende de cada persona, es diferente para cada persona, y yo todavía no he excedido el mío. -Como te quiten puntos del carné de conducir te vas a enterar tú si te has excedido o no. -Eso es problema mío. Es problema mío y punto. El dueño del bar accedió sin mucho convencimiento a servirle otro whisky -pero éste es el último ¿vale? el último- se acercó con la botella, la posó sobre el borde del vaso, comenzó a verter el líquido y, cuando fue a retirarla el de la cazadora marrón con el dedo índice le obligó a mantenerla en el borde del vaso para que

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siguiera vertiendo -no me seas rata. Tú echa ahí, echa-. Con un ligero temblor el dedo presionaba energizado por el ansia. En el otro extremo del barrio, en la tienda de Pizzaveloz, Macarena está como siempre atendiendo en la salida del horno, con la pala en la mano y con un ojo aquí y otro allá, sin bajar del todo la guardia, como siempre -a ver como marcha hoy el tema. Luego hay un partido de fútbol. No me está gustando mucho la cosa, no está llamando casi nadie, seguro que luego llaman todos de golpe, cuando empiece el partido- dijo meneando la cabeza con un gesto de resignación y un poquito de rabia. -Seguro- remachó Lola -otra cosa no, pero eso de fijo. Como hay poca actividad Jaime, Trini y Lola están en la mesa de elaboración intentando hacer algo para que Macarena no los vea demasiado parados. Lola ha decidido rellenar el bol del beicon y el de carne picada, y Jaime estirar algunas masas para que queden ya preparadas. Ambos se mueven lentamente, con parsimonia, tampoco es cuestión de estresarse, si hacen esas tareas demasiado rápido se quedan otra vez parados. Trini, al lado de Jaime, un poco nerviosa y sin saber muy bien que hacer, en que ocuparse, miraba alternativamente a un lado y a otro, a Jaime y a Lola. Al fin se le ocurrió algo, fue un momento al fregadero y cogió una bayeta, volvió al sitio donde estaba, cerca de Jaime, y se puso a limpiar unas manchas resecas de tomate que había por ahí. Jaime se alegró de que permaneciera a su lado. Sergio estaba parado al lado de la puerta de repartidores, apoyado por el hombro en la pared. En ese momento no había ningún pedido para llevar. Se lo veía algo

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cansado, sin ganas de hacer comentarios en tono de cachondeo como solía algunas veces. Sonó bruscamente uno de los teléfonos y Lola que era la que estaba más cerca de ellos, y que había puesto ya tanto beicon y tanta carne picada en los boles correspondientes que formaban pequeñas montañas que amenazaban con desmoronarse, salió despedida para atenderlo. Macarena recordó en ese momento que las mesas del local estaban algo sucias. Había que limpiarlas aprovechando que ahora no había mucho trabajo. Pensó “Jaime está estirando masas, mejor dejarlo” y acercándose unos pasos hacia la parte delantera del horno miró dudando a Sergio y a Trini -Sergio- dijo al fin, aunque se arrepintió -bueno, Trini. Ve al local, haz el favor, y limpia con la bayeta las mesas del local que están un poco dejadas-. Jaime sintió que Trini tuviera que separarse de su lado, y Sergio que le echó el ojo rápidamente detectó enseguida su frustración, esa esperanza rota de tener un pequeño momento de intimidad con ella, de decirle, quien sabe, lo que todavía no se había atrevido a decirle. Llevado por esa frustración vislumbrada Sergio se rebeló a la decisión de Macarena -no deja. Voy yo a limpiar las mesas del local. Hay otra bayeta en el fregadero. Voy yo. Macarena se encogió de hombros -bueno, si te hace ilusión ir tú... Trini un poco contrariada dijo -no. Voy yo, si me lo ha dicho a mí. Sergio se alteró un poco -que no, coño, que no- y empezó a desplazarse rápido al fregadero mientras continuaba convenciéndola -Trini déjalo que voy yo, coño. Tú quédate aquí. Macarena, que no comprendió la solidaridad de Sergio con un chico enamorado como Jaime, miró a

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Trini con un gesto indescriptible entre la sorpresa y la sonrisa -déjalo, si le ha dado por ahí…-. Macarena está siempre pendiente del funcionamiento de la tienda, de que el trabajo salga adelante, pero otras cosas se le escapan. Jaime cabizbajo, casi avergonzado, intuyó las razones del comportamiento en apariencia extraño de Sergio. Luego miró a Trini dejándose conmover por el deseo de sentirse útil de esa chiquilla, inundándose de ternura, sintiendo el vértigo de tenerla al lado, tan cerca, de experimentar la tentación de rozar su grácil cintura, de decirle lo bonita y lo maravillosa que era. Sergio estaba ya en el local con la bayeta, pasándola con parsimonia por la superficie de las mesas, y Macarena había vuelto a su posición detrás del horno. Pero los teléfonos sin piedad empiezan a sonar como despertadores locos, rompiendo para Jaime la oportunidad y calidez del momento, otra vez, como siempre. Trini en su dedicación al trabajo salió volada, y al lado de Lola que todavía no había terminando de atender a su cliente, descolgó uno y empezó con la rutina del interrogatorio. Jaime detrás de ella, con más lentitud y cierta confusa mezcla de sentimientos de frustración y esperanza descolgó otro de los teléfonos. Ese mismo cóctel de emociones intensas y contradictorias, de esperanza y de desesperanza, nunca lo había sentido por otra persona que no fuera Trini, y por ella empezaba a ser para él algo ya conocido. Sergio lo miró un momento captando de nuevo como se sentía. Pensó “¡que mala suerte, hombre! ya se te presentarán más oportunidades, hombre, y si no ya las inventarás tú”. De los teléfonos a la mesa de elaboración. La rapidez y destreza con que Jaime y Lola se ponen a hacer pizzas, echando sobre las masas muy bien

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estiradas por Jaime la salsa de tomate en su justa medida, la cantidad precisa, ni más ni menos, y esparciendo sobre ellas los ingredientes colocándolos en posiciones y distribución idóneas, sin que queden demasiado cargadas ni demasiado poco, sigue produciendo iración en Trini. Al cabo de poco rato Sergio intuye que deben de estar a punto de salir por el horno y que no van a tardar mucho en llamarlo, y se acerca al fregadero para dejar la bayeta. Efectivamente, oyó la voz de Macarena alzarse sobre el ruido siempre constante que produce el horno ¡Sergio! ¡nos vamos!-. Allí estaba la bolsa térmica, conteniendo varias pizzas cada una metida en su caja, y dos bolsas de plástico al lado, con bebidas y helados. Miró la dirección en el albarán que Macarena le había dejado encima. -Y aligera, que se van a poner a llamar como locos dentro de un momento cuando empiece el partido- dijo Macarena, y luego sin poder evitar un poco de zalamería añadió -¿y tú quién crees que va a ganar el partido? -Eso ni se pregunta; el Real Madrid. Les van a dar una paliza a los otros que ya verás. Luego cuando venga si quieres hacemos una porra, yo digo que tres a cero- respondió Sergio con una chispa de su jovialidad habitual recuperada, e inmediatamente desapareció por la puerta con el pedido. Al poco se oyó el rugir de su moto al arrancar y luego perderse ese ruido en la lejanía. Macarena se quedó hablando sola y refunfuñando, echando en falta a César que estaba fuera llevando un pedido -a ver cuando viene ese, que se fue hace un rato largo, pero largo, y todavía no ha vuelto. Ni que se hubiera ido a la Cochichina.

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El hombre de la cazadora marrón va conduciendo en un enorme todoterreno por la avenida de San Luis. Sergio está parado en un semáforo que hay en la avenida. Está justo detrás de un coche que también espera. La luz roja refulge con fuerza en la oscuridad de la noche ya cerrada desde hace un rato. Es un semáforo largo. Hay que esperar bastante hasta que cambie de color. El hombre en su todoterreno va acercándose al semáforo. Conduce con la mano derecha mientras con la izquierda sostiene el cigarro que fuma “¡gilipollas! ya está bien del sermón de que no puedes beber, de que no puedes fumar, ya está bien ¡gilipollas! yo sé lo que me hago. Esos no saben vivir, que es lo que les pasa, que no saben disfrutar de la vida. Son unos infelices…”. En su estado soporífero producido por el alcohol va percatándose de la luz roja, al principio un punto rojo insignificante que hay en algún sitio. Luego la va discriminado cada vez con mayor intensidad y claridad, como en un descubrimiento progresivo y enlentecido. Va acercándose cada vez más y repentinamente un fuerte ataque de tos le sobreviene de nuevo. Siente la necesidad de expulsar un gran gargajo. Se busca en los bolsillos de la cazadora un pañuelo y no lo encuentra “donde coño está…”. El todoterreno sigue acercándose al semáforo. Recuerda que en la guantera tiene que haber unos pañuelos de papel, y empieza a revolver por ahí. Toca unas gafas de sol, luego un mapa de carreteras. Sigue palpando “donde coño…”. Se produce un golpe seco y sordo. Su hombro bruscamente golpea el volante y su cabeza se estrella contra el salpicadero. El cuerpo de Sergio queda empotrado entre el todoterreno y el coche que estaba delante de él.

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11 Al día siguiente una de las vecinas del edificio en donde está la tienda de Pizzaveloz, y que algunas veces baja para hacer un pedido, se acercó para hablar unos minutos con Macarena. Como todavía no ha empezado el momento de mayor actividad en la tienda Macarena se puede permitir el lujo de conversar un poquito. En su gesto y en la expresión de su cara se refleja una lamentación. -ya le digo, era un chico muy majo, muy animoso, lleno de vitalidad, con toda la vida por delante. -¿y no pudieron hacer nada por salvar su vida? -en el hospital lo ingresaron en la UCI pero de allí no pasó. Una pena. -y el que lo atropelló ¿lo han cogido? -se dio a la fuga, y por lo que sabemos nadie cogió la matrícula. Fue el del coche que tenía delante el que lo llevó al hospital. Mónica está atendiendo un teléfono. Trini y Jaime están en la mesa de elaboración haciendo pizzas. Alberto, el repartidor sudamericano, y el Gringo están al lado de la puerta de repartidores esperando a que salga algún pedido, cabizbajos con la mirada perdida por rincones sombríos. No hay palabras. Nadie habla. Es demasiado evidente lo que ha ocurrido. Sólo se oyen las de Macarena con la vecina y las de Mónica con la rutina de preguntas. Y son palabras dichas forzadamente, sin deseo, palabras pronunciadas para contentar la curiosidad de una clienta que suele comprar y con la que hay que estar bien, palabras dichas para especificar como es la pizza que quiere el cliente, sonidos pronunciados venciendo la tristeza, venciendo la depresión que de pronto parece haberlo

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impregnado todo, como si fuera un tinte negruzco que empañara el aire y cada cosa. Trini casi no se atreve si quiera a mirar a nadie y sigue colocando trozos de champiñón en la pizza que hace. Los coloca como una autómata, se siente más crispada y torpe que nunca. En su corta trayectoria de vida es la primera vez que se enfrenta a la muerte de forma tan directa, tan brutal, la primera vez que se encara con la fragilidad de la vida humana. Un compañero de trabajo… muerto… y precisamente cuando estaba realizando su trabajo. Ahora es cuando cae en la cuenta de lo peligroso que es el trabajo de repartidor, de lo peligroso que es ir con una moto por ahí, para arriba y para abajo, todo el rato, una hora tras otra, exponiéndose al tráfico, a la irresponsabilidad de la gente que conduce. No es que no se le hubiera pasado por la cabeza antes pero no era lo mismo, ahora era encontrarse con ese hecho de manera frontal. Su mente se volcó en los otros repartidores: en Alberto, en el Gringo, en Cesar. ¿Qué pensarían ahora? ¿cómo se encontrarían? No se atrevía casi a mirarlos. “Y encima no tienen muchas otras opciones donde escoger. Ahora está subiendo mucho el paro. Tienen que hacer algo para sacar un dinero y si no hay otras alternativas no les queda más remedio que seguir en esto, quieran o no”. Al empezar a echar ingrediente en la siguiente pizza Trini cogió rodajas de peperoni y se acordó de que éste era el ingrediente favorito de Sergio. Esto la llevó a evocar con más ternura su recuerdo, el recuerdo de alguien que ya no volverá a ver. “La verdad es que Sergio al principio me pareció muy tosco, muy rudo, pero luego me di cuenta de que eso sólo era una fachada exterior, luego descubrí que realmente era muy noble, que tenía un gran corazón”. Brotaron las imágenes de

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como Sergio se encaró con aquel cliente antipático que le echó a ella aquella bronca espantosa, de como quiso defenderla indignado al ver como la ofendían. Trini sintió una punzada en los ojos y una lágrima silenciosa fue bajando por su mejilla. Jaime, al lado de ella, ocupado en otra pizza permanecía cabizbajo. Impresionado y entristecido también se dolía de la pérdida de Sergio en el terrible accidente. Le inquietaba como le podía haber afectado esto a Trini, una chica muy joven e impresionable, con esa apariencia tan frágil… pero no quiso decirle nada en esos momentos. Ni siquiera sabía que podía decirle. Era mejor dejar que ella sola asimilara lo ocurrido. Prefirió pensar que en determinados momentos sobran las palabras y no quiso forzar en ella ningún comentario, ninguna reacción. Pero el trabajo en Pizzaveloz debía continuar, había que seguir trabajando aunque todos se encontraran atravesados por la ausencia irreparable de Sergio. Entraron varios clientes y después de haber comido dejaron en algunas mesas del local las bandejas sucias con restos de pizza y dos o tres servilletas de papel tiradas en el suelo. Era extraño contemplar las expresiones desenfadadas y espontáneas de los clientes al realizar sus pedidos o al hablar entre ellos, ajenos completamente a lo ocurrido, a la tristeza que embargaba a los que se encontraban al otro lado del mostrador. Macarena que fue un momento a la caja para dejar monedas para el cambio vio aquella suciedad, y al volver a su posición habitual detrás del horno pronunció el nombre de uno de los repartidores que esperaban. Lo hizo con dulzura, casi con timidez, como una madre que es consciente del dolor de un hijo. El Gringo la miró como respuesta, aunque en su expresión trató de reflejar ecuanimidad;

no le gustaba parecer emocionalmente sensible. Macarena añadió vacilante, mirándolo con suavidad mira, cielo, cariño… haz el favor de…-. No hizo falta que terminara la frase. El Gringo supo darse cuenta enseguida de lo que quería Macarena, y se dispuso para ir al local para limpiar lo que hiciera falta por esa zona evitando así la situación incómoda para Macarena de dar una orden en esas circunstancias. Pasó por el fregadero para coger una bayeta, la escoba y el recogedor y se dirigió allí. Acabada su jornada en el bufete Carlos salía del edificio empresarial. Había dejado su flamante coche en el parking y pensó en comprar algo para cenar en algún sitio cercano al edificio empresarial. Iba ya andando por la acera de la calle cuando súbitamente su móvil empezó a sonar. Lo atendió con un gesto apresurado -¿sí?... por supuesto don Antonio, usted puede confiar plenamente en mí que yo puedo resolver con éxito ese caso… No se preocupe, no se preocupe… por supuesto, faltaría más… puedo llevarlo mejor que Emilio y le aseguro que voy a poner todo mi empeño en ello y que pienso encontrar información adicional útil para sacar adelante el caso… le agradezco que haya depositado su confianza en mí. No le defraudaré- ésa era la noticia que estaba esperando. Cuando volvió a guardar el móvil en el bolsillo de su chaqueta su cara expresó como en una especie de orgasmo toda la satisfacción por haber conseguido el objetivo que se propuso. Sus planes iban saliendo a delante, paso a paso. Así había que hacer las cosas, planificando, calculando… ésa era la forma para poder escalar, para poder ascender. Se sentía triunfador, pletórico de confianza en sí mismo. Las luces eléctricas ya encendidas de los comercios parecían relumbrar excitadas, y Carlos

llevado por su estado de ánimo exaltado empezó a marcar el paso de forma más ligera. Sin darse cuenta por la acera se iba acercando a la tienda de Pizzaveloz, hasta que al verla reparó en ella “voy a tomarme una pizza para celebra esto, hombre” y otra idea cruzó velozmente por su cabeza, una idea cachonda producida por la embriaguez de su sentimiento de euforia “y ya de paso le puedo echar un ojo a la nenita esa. A esa nenita me la pienso tirar. Esa cae. Se ve que va a ser fácil seducirla, no hay más que ver como responde a mis sonrisas, a mis miradas. Soy el príncipe azul que la nena espera, el hombre de aspecto solvente. Le echo un polvo bien echado, algún otro al cabo de poco tiempo si me apetece y luego antes de que me quiera liar la dejo… lo siento, la vida es así… ¡putita!”. Cuando Carlos entró en Pizzaveloz el Gringo estaba todavía limpiando una de las mesas y Trini al lado de Jaime seguía haciendo pizzas. Carlos a través de las cristaleras que separan la mesa de elaboración del local sonrió a Trini, ensayó su sonrisa más atractiva y su blanca dentadura resaltó deslumbrante bajo los tubos fluorescentes. Trini lo miró “el joven abogado del edificio empresarial que suele venir todas las semanas a cenar. Va tan elegante como siempre”. Trató de devolverle la sonrisa, pero más por ingenuidad, por educación, porque Macarena le dijo que había que ser amable con los clientes, más por esa inocencia que por sentir verdadera atracción hacia ese hombre. Aunque Trini podía ser la víctima perfecta, demasiado joven, demasiado inexperta, demasiado vulnerable. De todas formas su intento de sonreír se quedó sólo en eso, en intento. Sus labios se tensaron y se torcieron, se inclinaron en una especie de extraña mueca. Se sentía demasiado apenada e

impresionada por el accidente mortal de Sergio. No estaba para muchas fiestas. Y al momento sus ojos volvieron a la pizza que estaba haciendo, a su trabajo, a sus rutinas en Pizzaveloz. El Gringo estaba cerca de Carlos pasando la bayeta por la superficie de la última mesa que quedaba por limpiar. Se acercó un poco más a él sin querer para terminar de hacer esa tarea y entonces Carlos lo miró por encima del hombro. Fue una mirada despectiva, dirigida a alguien al que se considera infinitamente inferior, dirigida por alguien que se siente absolutamente seguro de su superioridad. Trini que en ese momento posó de nuevo sus ojos en el local detectó esa mirada llena de soberbia, de presunción. En un instante de telepatía brutal supo percibir la verdadera personalidad de Carlos. Pudo darse cuenta de toda su hipocresía, de su falsedad, de toda su actitud clasista, de todo su deseo de sentirse superior. En esa mirada de Carlos dirigida al Gringo pudo ver reflejada toda la verdad, toda su mentira. Le pareció tan desagradable que mirara así a un repartidor… justo cuando ella ahora se enfrentaba con la muerte de otro repartidor, Sergio. Sí, era un trabajo sencillo, humilde, pero peligroso. Carlos se volvió hacia ella ensayando una nueva sonrisa seductora, pero Trini decepcionada y con un gesto de profunda aversión y repugnancia desvió bruscamente su mirada. Carlos quedó confundido y extrañado. No comprendió la reacción de Trini. Entonces Trini sin saber bien porqué contempló a Jaime. Lo tenía a su lado, como casi siempre. Él estaba poniendo ingrediente en una familiar. Lo veía afligido y entristecido, impresionado igual que ella por el accidente mortal de Sergio. Sergio que además había sido su amigo, compañero entrañable, cómplice

de tantas bromas y comentarios chistosos. Más debía afectarle a él esto. En ese momento los pensamientos de Trini brotaron como mudas declaraciones dirigidas a Jaime, como frases que no llegaban a verbalizarse pero que hubieran tenido toda la fuerza como para convertirse en sonidos de su voz “sé que eres inteligente, me di cuenta desde el principio. Lo más probable es que termines tu carrera de derecho con buenas notas, y que llegues a convertirte en un abogado, en un buen abogado, o bien que consigas un trabajo relacionado con temas jurídicos en una empresa importante. Lo sé. Pero tú no serás como ése” y Trini volvió a sentir la náusea que le provocó Carlos, que le provocó ése cuya naturaleza repulsiva había descubierto en un instante “tú lucharás de forma sincera, con vitalidad, habilidad y fuerza, pero con honestidad. Tú no mirarás a otro con superioridad por ser el otro de un nivel profesional o clase social más baja, tú lo tratarás con respeto. Tú sentirás respeto hacia las personas de una procedencia humilde porque tú mismo realizaste un trabajo sencillo y tuviste compañeros en ese mismo trabajo que fueron entrañables para ti”. Resonaban en la mente de Trini los ecos de sus mudas palabras cuando Jaime sintió en su interior como una fuerza llena de calor que lo embargó, que le infundió ánimo. Fue como una explosión interna que le llevó en un arrebato a buscar la mirada de Trini, sus inmensos ojos verdes resplandecientes de enormes y espesas pestañas negras, sus dulces ojos de niña tímida asombrada ante los prodigios de la vida. Se quedaron los dos mirándose y de la boca de Jaime surgió la explicación de su sentimiento, de su vivir anhelante -¿sabes que pienso que eres preciosa? Eres la criatura más maravillosa que he visto en mi

vida. Eres muy bonita y me encanta tu forma de ser, tu dulzura, esa mezcla de timidez y de valentía, tu compromiso y esfuerzo por hacer las cosas bien… No quiero ser para ti simplemente un compañero de trabajo o un amigo, quiero ser algo más que eso, mucho más que eso, quisiera compartir contigo una intimidad, darnos tiempo para irnos conociendo poco a poco y entonces si tú lo desearas iniciar una relación conmigo. No quiero presionarte ni que te sientas presionada pero tienes que saber que no puedo dejar de pensar en ti. Me gustaría empezar a salir contigo, necesito que me des esa oportunidad. He pensado en invitarte el sábado a cenar a un restaurante donde podemos hablar muy tranquilamente ¿aceptas? Mil sentimientos e ideas distintas bombardearon a Trini como alocado estallido de fuegos artificiales. Nunca hubiera creído que Jaime llegara a decirle lo que le acababa de decir. En cuanto a lo de aceptar… ¿por qué no? Y los labios de Trini como pétalos de rosa se movieron para pronunciar una afirmación que fue lo más dulce que Jaime oyó nunca.

Índice

Capítulo 1...............................3 Capítulo 2……………………29 Capítulo 3……………………60 Capítulo 4……………………94 Capítulo 5………………….108 Capítulo 6………………….137 Capítulo 7………………….151 Capítulo 8………………….171 Capítulo 9………………….187 Capítulo 10………………….202 Capítulo 11………………….209