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- Señor, el viejo se ha desmayado o ha muerto. ¿ Deben se... guir apaleándole? - No. Hacedle volver en sí y conducidle a mi presencia. Vinicio esperó largo rato. Por fin trajeron a Quitón entre dos esclavos. Estaba pálido como un muerto, y a 10 largo de sus piernas corrían hilillos de sangre. Cayó de rodñlasy, con falsa humildad, exclamó: - Gracias, señor. Eres grande y misericordioso. - ¡Perro! - replicó Vinicio -. Si te perdono es por Cristo, a quien yo también debo la vida. - A Él y a ti os serviré siempre, señor. - Calla y escucha: saldrás conmigo y me enseñarás la casa donde vive Ligia. . - Señor, estoy hambriento. Iré, pero me faltan las fuerzas, Vinicio ordenó que le dieran de comer y le recompensaran con una moneda de oro. Pero Quilón estaba debilitado y las piernas no le sostenían. El vino le hizo recobrar las fuerzas y entonces' salieron, El camino era largo, pues Lino vivía en el Transtíber, como la mayoría de los cristianos. Pasaron por delante de la morada de Miriam, y cuando se hallaban delante de una casita aislada, cuyos muros estaban cubiertos de hiedra, Qui1ón se detuvo diciendo: - Aquí vive, señor. . - Está bien; aléjate. Pero antes escucha. Olvida que has estado a mi servicio; olvida el sitio donde viven Miriam, Glauco y Pedro. y olvida igualmente esta casa y a todos los que la habitan. Ve una vez al mes a mi casa, donde Dámaso, mi liberto, te entregará dos monedas de oro; pero si continúas espiando a los cristianos te haré descuartizar. . Quitón se inclinó, murmurando: - Lo olvidaré todo. Pero apenas Vinicio desapareció en un recodo de la calleja, cerró los puños y, extendiéndolos hacia él con ademán amenazador, ~ritó lleno de ira: - Por las Furias. te prometo que no olvidaré nada. Y cayó desvanecido.
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XXIX Vinicio se encaminó primero a casa de Miriam. 'Ante la puerta encontró a Nazario, que se turbó al verle; pero. él le saludó con afecto y le rogó que le condujera a presencia de su madre. En la estancia que ya le era conocida estaban Miriarn, Pedro. Glauco, Críspulo y Pablo de Tarso. La entrada del tribuno produjo general sorpresa. . .- Os saludo en nombre de Cristo, a quien adoráis - dijo ViCInto.
- Que su nombre sea glorificado por los siglos de los siglos - respondieron. - Testigo de vuestra virtud y de vuestras bondades, vengo a visitaros como amigo. - Y como a amigo te recibimos, señor - dijo Pedro -. Siéntate entre nosotros y comparte nuestro almuerzo. Eres nuestro huésped. - Me senta ré y compartiré vuestro pan; pero antes escuche, Pedro y Pablo, y conoceréis mi sinceridad. Sé dónde está Ligia, y acabo.de pasar por delante de su puerta; sobre ella tengo derechos que me ha concedido César. Paseo en Roma cerca de quinientos esclavos que podrianrodear la casa de Lino, donde vive, para apoderarme de Ligia, y, sin embargo, no lo he hecho ni lo haré. - ¡ Que la bendición del Señor descienda sobre ti y tu corazón sea purificado! - Escuche aún. Aunque vivo atormentado y suspiro por ver a Ligia, no podría apelar a la violencia contra ella. Antes lo hubiera hecho; pero vuestras virtudes y vuestra fe, que no comparto todavía, han cambiado mi alma. No sé cómo ha ocurrido eso; pero ya no soy el Que era. Así. pues, me dirijo a vosotros, que servís de padres a Ligia, para deciros: dádmela por esposa, y os juro que no solamente no le impediré adorar a Cristo, sino que yo también comenzaré a instruirme en sus enseñanzas. Hablaba con la cabeza erguida y con voz firme; pero temblábanle las piernas bajo el oscuro manto que vestía. Al ver que todos
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se callaban, prosiguió con vehemencia, queriendo prevenir una respuesta favorable: - Sé los obstáculos que nos separan, pero amo a Ligia como a las niñas de mis ojos. No soy cristiano, pero tampoco enemigo vuestro ni de Cristo. Quiero Que entendáis mi sinceridad, para que tengáis en mí confianza. Mi vida está empeñada en esta contienda; pero me presento a vosotros tal corno soy. Otro en mi lugar os diría: j Bautize ! Yo os digo : i Instruidrne ! Creo que Cristo resucitó, pues así 10 afirman gentes que 10 vieron y que adoran la verdad. Lo creo, porque yo mismo puedo atestiguar que vuestra doctrina engendra virtudes, y no crímenes. como algunos creen. Cuando pienso que Ligia es pura como la nieve de las montañas, aumenta mi amor por ella; y cuando pienso que es así por ser cristiana, amo vuestra doctrina y deseo entenderla. Pero como no la conozco ni la entiendo, e ignoro si podré acomodarme a ella, vivo en inquietud perpetua, en tortura constante V rodeado de tinieblas. ' Un nliezue doloroso se marcó en la frente de Vinicio : tifié.ronse de púrpura sus mejillas y prosiguió, con exaltación creciente: ' j Ya. 10 veis! i Vivo atormentado por el amor. nor las tinieblas oue me rodean! Me han dicho Que vuestra doctrina es enemiga de la vida. de la felicidad, del derecho. del poderío de Roma: Que son insensatos los nue la profesan. y os pregunto: ~Cuáles son vuestras ideas? ; Ouiénes sois ? ; Es pecado el amor? ; Es pecado la felicidad? ; Sois enernizos de loe; hombres? ~Hav ene aceptar la pobreza para ser cristiano? ¿ Qué verdad es la nue proclamáis? Vuestros hechos y vuestras palabras son como agua cristalina; pero qniero ver su fondo. Ya veis que ~oy sincero: a vosotros os toca disipar mi iznorancia. Me han dicho más aún: oue Grecia creó la belleza: Roma, la fuerza, v vosotros. nada. Si se encuentra la luz detrás de vuestra puerta, abridmela, Decidme : entonces, ¿ qué traéis a los hombres? - Les traernos el amor - respondió Pedro: y Pablo diio : _ Aunque yo hablara el lenguaje de los ángeles, si no supiese amar. serían vanas mis palabras. El corazón del apóstol Pedro se conmovió ante el sufrimiento de aquella alma que, como pájaro enjaulado, buscaba la libertad y el sol. Extendió las manos sobre el tribuno y murmuró: _ ¡Llamad y se os abrirá! ¡La gracia del Señor está contigo!
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Yo te bendigo, y bendigo tu amor en nombre del Salvador del mundo. Al oir estas palabras, Vinicio se arrojó a sus plantas. ¡ Cosa rara! Aquel descendiente de quirites, que no consideraba como hombres a los extranjeros, tomó la mano del pobre galileo y se la llevó a los labios con vehemencia. .. Animóse la faz de Pedro, pues comprendía que la semilla iba a germinar en el surco, que en su red de pescador entraba una nueva alma. Todos los presentes se regocijaron con él,' y exclamaron: - i Gloria a Dios en las alturas! Irguióse Vinicio, se levantó y murmuró con serena alegría: - Veo que la dicha puede reinar entre vosotros, pues yo me siento feliz. Como me habéis convencido de esa verdad, me convenceréis de otras muchas; pero- no puedo escucharos en Roma, pues por orden del César tengo que acompañarle a Ancio. Desobedecerle, ya sabéis que es morir. Y yo os digo: pues que me sois propicios, acompañea Ancio, y allí podréis instruirme. Entre la multitud pasaréis inadvertidos y correréis menos peligros que yo. En la misma corte de César podréis extender vuestra influencia. Dicen que Acté es cristiana y que contáis con hermanos entre los pretorianos; debe de ser cierto, pues yo he visto unos soldados arrodillarse ante ti, Pedro, en la puerta Nomentana. En mi palacio de Ancio podremos reunirnos a escuchar tu palabra. Glauco me dijo una vez que estáis dispuestos a ir hasta el fin del mundo en busca de un alma. i No abandonéis la mía! Los cristianos consultaron la proposición de Vinicio entre sí largo rato. Consideraban con júbilo la victoria de su doctrina y la resonancia que tendría en el mundo pagano la conversión del descendiente de una de las más antiguas familias de Roma. Estaban prontos a ir hasta los confines del mundo ROr salvar un alma, y no habían hecho otra cosa desde que murió El; pero Pedro- era el pastor de toda la comunidad y no podia abandonar su rebaño de Roma. Pablo, que hacía poco había regresado de Aricia y estaba en vísperas de emprender un nuevo viaje a Oriente para visitar las iglesias e inspirarles nuevo fervor, podría acompañar a Vinicio, y desde Antia embarcarse para Greda. Vinicio, aunque lamentando que Pedro no fuera con él, agra .. deció que no le desoyeran y formuló un último ruego: - He podido entrar a ver a Ligia y preguntarle, corno es de razón, si me querrá por esposo cuando mi alma sea cristiana;
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pero he preferido pedirte que me permitas verla y me conduzcas a su presencia. . El A"p6stol sonrió bondadosamente y dil'o : . - ¿ <.¿uiénpodría negarte esa natural fe icidad, hijo mío? Vinicio se Inclinó de nuevo para besarle las manos. Pedro le levantó y colocando las suyas en la cabeza del tribuno añadió: _ Ve; no temas al César, porque en verdad te digo que no caerá un solo cabello de tu cabeza. Luego encargó a Miriam que fuera en busca de Ligia, rogando a la santa mujer que no le dijera a la joven quién se hallaba entre ellos, para que así, con la sorpresa, le fuera más grata la presencia de su amado. A poco vieron aparecer entre los mirtos del jardín a Miriam, que traía a Li~ia de la mano. . Vinicio qUIS0 ir a su encuerttro; pero .la emoción le paralizó. Ligia .avanzaba tranquilamente, pero al verle se detuvo como si se hubiera clavado en tierra. Su rostro se cubrió de vivo color, y luego de palidez marmórea. Paseó una mirada atónita por los cristianos y observó en todos una sonrisa de contento. Pedro, acercándose a ella, le preguntó: - ¿ Ligia, le amas todavía? Los labios de la joven temblaron como los de un niño apun ... to de romper a llorar al verse obligado a confesar una falta. - Responde - insistió el Apósto1. Entonces Ligia cayó de rodillas, y con voz humilde y temerosa respondió: .. -Sí. En aquel instante Vinicio se arrodilló juntó a ella, y Pedro, colocando sus manos sobre las cabezas de ambos, exclamó con solemne acento: . - i Amaos en el Señor y. para gloria suya, pues no hay pecado en vuestro amor !
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xxx Al anochecer de aquel mismo día, Vinicio, que paseaba por el Foro, vio la litera de su amigo Petronio conducida por ocho esclavos bitinios y se aproximó a ella. - Que Júpiter te conceda un dulce sueño - dijo sonriendo, al ver que Petronio iba adormilado. Su amigo despertó y no tardó en sonreirle, restregándose perezosamente los ojos. Le dijo que venía de recorrer las bibliopok» (librerías), buscando un ejemplar perdido de las Sáti:a-r de Persio, y le dolían los dedos de revolver tanto papiro. Hablaron, como de costumbre, del César, y Petronio le dijo que se preparase para partir pasado mañana temprano, pues estaba impaciente por realizar su proyectado viaje. Esto les sirvió de pretexto para criticarle un poco, como tenían por costumbre cada vez que estaban juntos; ridiculizaron una vez más su vanidad, su envilecimiento y aquella. mezcla de ateísmo y superstici~n. que le car~cterizaba. Sorprendido del tono en que hablaba VIniCIO, Petronio le preguntó: - ¿ Qué te sucede hoy? Estás tan alegre como cuando eras un muchacho . .- Soy dichoso - contestó el tribuno -~ y si vienes a mi casa te comunicaré la noticia. . - ¿ Pues qué hay de nuevo? - Algo que no cambiaría por el lmperium Proconsdore. Al oir esto, Petronio dio orden a sus esclavos' de que se desviasen del camino y.se dirigiesen a casa, de Vinicio. Al ver el inusitado cambio operado en el ánimo del joven, después de haberle visto días antes tan desesperado y abatido, Petronio estaba sorprendido, como si .terniera por su razón. Vinicio seguía diciendo: - ¿ Recuerdas cuando en casa de Aula Plaucio viste por vez primera a una divina adolescente, a la que recitaste unos versos de Homero? ¿ Recuerdas su belleza, incomparablemente superior a la de todas vuestras muj eres y de vuestras diosas? - N aturalmente, rne acuerdo de Ligia. - Pues bien: sabe que soy su prometido.
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¿ Qué dices?
- Sí. Y ahora mismo llamaré a mi presencia a todos, absolutamente a todos mis esclavos. Quiero mostrarme generoso con ellos.
Instantes después, habiendo llegado a la casa, Vinicio convocó en el atrio a todos sus esclavos de ambos sexos y de todas edades: acudieron hombres maduros, jóvenes, mujeres y niños. En los corredores se los oía llamar en varios idiomas; y cuando aquella muchedumbre se hubo extendido a lo largo de los muros entre las' columnas, V inicio, de pie al lado del imPluvium, se dirigió a su liberto Dámaso y le dijo : , - Todos los esclavos que llevan veinte años en mi casa se presentarán mañana al pretor y recibirán la libertad. A los que lleven menos tiempo les darás tres monedas de oro por cabeza y doble, ración durante una semana. Irás luego a las ergástulas, y harás salir a los prisioneros y castigados; que se les quiten las cadenas y que coman en abundancia. Vuestro señor os participa que ha llegado para él un día feliz y quiere que en su casa reine la alegría. Los esclavos guardaron, atónitos, silencio durante unos momentos, 110 dando crédito a sus oídos. Después se produjo una manifestación inaudita. Unos sollozaban; otros, sin atreverse a reir, se agitaban de un modo extraño y lastimoso. Los más afectados eran los que llevaban más de veinte años en la casa; los desgraciados, no acostumbrados a la dicha, no sabian manifestarla más elocuentemente. Petronio movió la cabeza y dijo : - A veces me dan más lástima los hombres poseídos de j úbilo que los declamadores de la tragedia. No mecabe duda: la alegría y el dolor son más perfectos en el teatro. En la realidad tienen siempre algo que no acaba de quedar nunca bien expresado.
.•* * Cuando Petronio se hubo retirado, Vinicio entró en subiblioteca y escribió a Ligia estas líneas: "Hoy es el día más hermoso de mi existencia; y antes, de partir con el César he querido participar mi felicidad a todos mis esclavos: los que llevan veinte áños en mi casa serán libres mañana. ¿ Verdad que mi conducta responde a tus dulces creencias? "Les diré que te deben la libertad, y bendecirán tu nombre.
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Yo, en cambio, 110 quiero dejar' nunca de ser esclavo tuyo, y ojalá llegue antes el día de mi muerte que -el de mi libertad. i Mal
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"El esclavo Flegón, que te entregará esta carta, es cristiano, y será uno de los que de tus manos recibirán la libertad, amada mia. Es un antiguo servidor de mi casa en quien puedo confiar ' enteramente. "Te escribo desde Laurento, donde nos hemos detenido a causa del calor. Otón tenia aquí una magnífica quinta, que regaló a Popea, y ésta, aunque divorciada, se quedó con el es.pléndido regalo. "Cuando pienso en ti y veo estas mujeres que me rodean, me imagino que de las rocas de Deucalión salieron especies de hombres diferentes unas de otras, y que tú perteneces al grupo de seres que nacieron de un cristal. Te iro y te amo: sólo quisiera hablar de ti; pero preciso es que me esfuerce para darte cuenta de mi vida y la de la corte. "César reside en la quinta de Popea, que ha preparado a su regio huésped un recibimiento digno de él. No invitó a muchos cortesanos, pero Petronio y yo fuimos de los elegidos. Después de la comida, en doradas barquillas surcamos el mar, azul como tus ojos. Remábamos nosotros, pues halagaba a la Augusta 'que le
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sirvieran de remeros cónsules e hijos de cónsules. César, de pie en la proa, y revestido de púrpura, entonaba un himno al mar, compuesto la noche antes, y al cual pusomúsica con Diodoro. En otros botes nos seguían esclavos indios, hábiles en sacar sonidos armoniosos de las conchas marinas, y saltaban en torno nuestro multitud de delfines que parecían salir de las profundidades de Anfitrite, atraídos por la música. ¿ Sabes qué hacía yo mientras? Pensaba en ti, suspiraba por ti, y hubiera deseado poder ofrecerte aquel mar, aquel cielo y aquella música. " ¿ Quieres, Augusta mía, que algún día vayamos a vivir a la orilla del mar, lejos de Roma? Tengo en Sicilia un pedazo de . tierra con bosques de almendros que se llenan de blancas flores en primavera, y tan cercanos al mar, que las ramas de los árboles , casi se bañan en las aguas de la orilla. Allí te amaré infinitamente y practicaré la doctrina de Pablo, que ya sé que no es contraria al amor y a la alegría. ¿ Querrás? Antes de oir la respuesta de , tus amados labios, te explicaré 10 ocurrido durante el paseo marítimo. Cuando ya nos habíamos alejado mucho de la orilla, distinguimos en el horizonte. el velamen de una embarcación, que unos dijeron que era un botecillo de pesca, y otros, el gran barco llegado de Ostia. Yo le distinguí primero. "Entonces Augusta me dijo que para mis ojos no había nada , oculto, y tapándose el rostro me preguntó si la reconocería encubierta. Petronio respondió con viveza que el mismo sol, detrás de las nubes, es visible. Ella, sonriendo, respondió que sólo el amor , podia cegar ojos tan penetrantes como los míos, y enumeró unas , cuantas damas de la corte, preguntando de cuál estaba enamorado. •Respondí con tranquilidad; pero al fin pronunció tu nombre de~, cubriéndose el rostro y mirándome con fijeza con sus ojos pérfidos y curiosos. "Petronio tuvo la habilidad de hacer que, el bote se inclinara peligrosamente, y su maniobra distra j o de mí la atención de los presentes. Le agradecí muchísimo a Petronio que me sacara del apurado trance, pues si hubiera tenido que oir con respecto a ti algún concepto malévolo, no sé si hubie.ra contenido el impulso qe golpear la cabeza de esta perversa mujer con mi remo. Petronio teme que si la irrito y la desairo se vengue cruelmente de P1í; pero Petronio ya no me entiende, ni concibe que para mí tan sólo tú existas. Has cambiado de tal modo mi alma, que si quisiera volver a mi vida anterior no podría hacerlo. N? temas por 1?í. P?pea no me ama, ni es capaz de amar, y sus caprichos pasan SIn dejar hue-
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llas. Está, enojada .con César, que acaso la quiere aún, pero no le oculta sus veleidades. "Te diré, además, que Pedro me dijo al salir que no tuviera miedo de César y que nada malo me ocurriría. Creo en él, y una voz interior me dice que todas sus palabras han de cumplirse. Él bendijo nuestro amor, Ligia; de modo que ni César ni siquiera el Destino lograrán separarte de mi lado. Cuando pienso en esto, soy feliz como el Cielo mismo, que es todo calma y dicha. ¿ Te desagrada que hable así del Cielo y del Destino? Perdóname, porque si peco lo hago sin querer. "EI bautismo no me ha purificado aún, pero mi corazón es como un vacío que Pablo va a llenar con la dulzura de vuestra doctrina. Halle gracia a tus ojos, porque sediento extiendo mi copa para llenarla del agua purísima. "Pablo adquiere cada día mayor influencia entre mi gente, que le considera como un ser sobrenatural. Ayer estaba su rostro radiante, y al preguntarle qué le sucedía me contestó: "Estoy sembrando." . "Petronio desea conocerle, y también Séneca, que ha oído hablar de él. Ya palidecen las estrellas y el matutino Lucifer despide fulgores cada vez más vivos. Van a sonrosarse con la aurora las tranquilas aguas del mar , y todo duerme en torno mío en tanto que. pienso en ti y te adoro. "Te saludo al mismo tiempo que la aurora, amada mía."
XXXII V INICIO
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" ¿ No has estado en Ancio con Aulo Plaucio y con Grecina? Si no conoces este lugar, ¡qué feliz se~é mostrándotelo a~ día t
Desde La.urento empiezan a verse los interminables palacios y los pórticos, cuyas arcadas se reflejan en el mar cuando hace buen tiempo. Yo tengo también aquí mi casa: tras ella se extienden grandes olivares y un bosque de cipreses. Al pensar que esta casa va a pertenecer.te me parecen sus mármoles mas blancos, más grata
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la sombra del jardín, más azul el mar que la acaricia. ¡Oh Ligia, qué hermoso es vivir y amar! "En seguida de nuestra llegada hablamos mucho Pablo y yo, primero de ti y luego de vuestra doctrina. Yo le escuchaba, y te digo que aunque tuviera la inteligencia y talento de Petronio no acertaría a explicarte 10 que )asaba por mi mente al escucharle. "¡ Nunca me figuré que existiera en el mundo tanta dicha, tanta hermosura, tan dulce paz, desconocidas de los hombres! ¡Con qué gusto hablaré contigo de esto, apenas pueda hacer mi primera escapada a Roma! "Dime, en tanto: ¿ Cómo es posible que, al mismo tiempo, puedan caber en la tierra hombres como Pedro, Pablo y Nerón ñ A poco de llegar, ¿ sabes 10 que oi de labios de César? Estábamos en palacio, y nos leía un poema del incendio de Troya, en el cual envidiaba a Príamo y le calificaba de dichoso mortal porque había asistido a la devastación de su ciudad. "Al quejarse de que nunca había podido presenciar espectáculo semejante, exclamó Tigelino: "- Di una 'sola palabra, divino César, y tomo una antorcha que convertirá en llamas a Ancio antes de que termine la noche. "Pero César le llamó imbécil y dijo: "- ¿ Dónde iría yo a respirar la brisa del mar y a fortificar esta voz que los dioses me han dado y que el mundo ruega que conserve para felicidad de los hombres? ¿ Por ventura no es Roma la que me perjudica? ¿ No son los miasmas pestilentes de la Suburra y del Esquilino la causa de mis ronqueras? Además, el incendio de Roma sería un espectáculo más grandioso y más trágico que el de Ancio. . . "Todos estuvieron de acuerdo en que sería un· terrible cataclismo ver la ciudad conquistadora del mundo convertida en montón de cenizas. "César añadió que entonces su poema sería más hermoso que los de Homero, y que haría construir una ciudad que fuera el asombro de siglos futuros y jamás soñada por los hombres. "Algunos cortesanos borrachos gritaron: "j Hazlo! ¡ Hazlo ! "Y César respondió: "- Tendría que contar con amigos más fieles y mejores que vosotros. "Te confieso que al escuchar tales palabras sentí miedo. ¡Tú estás en Roma!
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"No creo que César y sus detestables cortesanos se atrevieran a cosa tan terrible corno sería destruir a Roma; pero, aun así, quisiera mil veces que no vivieras en ese rincón del Transtíber, que, por habitarlo gentes extranjeras, sería descuidado en caso de peligro. "El mismo Palatino, con sus tesoros, no me parece mansión para ti. ¿ Cómo quieres que sin inquietud te vea carecer de todo en casa de Lino? Vete a casa de Plaucio, Ligia mía. He pensado mucho en eso, y no veo en ello peligro alguno estando César fuera de Roma. ' "Lino y Urso pueden acompañarte y vivir alli contigo. "Vivo y me alimento con la esperanza de que antes que César vuelva al Palatino, tú, divina mia, estarás en tu propio hogar, en las Carinas. ¡ Que sean benditos el día y la hora en que traspases el umbral! Si Cristo, a quien aprendo a conocer y amar, me concede tal ventura, bendigo también su nombre. Me consagraré a su servicio, y por Él daré mi sangre y mi existencia. Le serviremos los dos mientras vivamos, Te amo con el alma entera. ¡ Salve!"
XXXIII Entretanto, Petronio sobresalia en Ancio sobre los demás cortesanos que se disputaban los favores y la amistad de Nerón. La influencia de Tige1ino estaba de baja notablemente. Era el hombre indispensable para Nerón cuando quería suprimir personas que pudieran ser peligrosas, o de arrebatarles sus bienes, de resolver cuestiones de interés público, preparar fiestas o satisfacer sus monstruosos caprichos. Sin embargo, ahora, en Ancio, César se había entregado a la dulzura de la vida helénica. Se pasaba los días cultivando la poesía, la música y el drama. En este ambiente, el talento, la cultura y el gusto refinado de Petronio no podían dejar de ser apreciados por el César, que siempre seguia sus consejos y le mostraba tal preferencia que los cortesanos creyeron consolidada para siempre la influencia del joven. Por eso todos preferían ser gobernados por el César refinado, a serlo por el César bestial de Tigelino.
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Con su aire indiferente, Petronio no parecía darse cuenta de su posición privilegiada. A veces parecia que se burlaba de sí mismo, de César y de todo lo que le rodeaba, y en ocasiones se permitía atrevimientos increíbles. Pocos días después del retorno de Vinicio, Cesar leía a vanos de sus cortesanos unos trozos de su Trova .. cuando hubo acabado todos prorrumpieron en exclamaciones de entusiasmo. César interrogó a Petronio con la mirada y éste le dijo: - i Estos versos sólo sirven para ser arojados al fuego! Todos los presentes se estremecieron de terror. Nerón, que nunca había oído un insulto como éste. se nuso pálido, y el rostro de Tigelino se iluminó con intensa alegría. Vinicio palideció y, 10 mismo Que los demás presentes, creyó que Petronio, que no se emborrachaba nunca. estaba ebrio. Con voz fingida, en laque vibraba el enojo del amor propio ofendido. Nerón preguntó: - ¿ Qué encuentras de malo en ellos? - Éstos no entienden nada en cuestión de poesía - dijo Petronio señalando a los demás oyentes -. ¿ Me preguntas qué hay de malo en tus versos? Si quieres saber la verdad. escúchame: esos versos serían buenos para Virgilio, para Ovidio, para el mismo Homero. pero no para ti. Tú tienes la obligación de escrihirlos mejor. Ese incendio que pintas no alumbra lo suficiente. Tu fuego no es lo bastante voraz. Tienes que ser más exigente contigo mismo, porque estás mucho más alto que todos los poetas. pues los dioses te 10 han concedido todo. Pero te has entregado a la pereza; duerrnes la siesta después de comer. cuando debieras trabajar sin descanso. Tú puedes escribir una obra que deje pequeñas a todas las demás, y por eso te digo : i Escribe obras mejores! Hablaba como si no quisiera dar importancia a sus palabras, en un tono mezcla de ironía y de reprensión; pero los ojos de César estaban húmedos de gozo. - Los dioses no me han neg-adoalgún talento - dijo -: pero me han concedido algo más: un verdadero conocedor de la belleza y un amigo único que dice la verdad. . César extendió su mano gorda y velluda para coger un candelabro con intento de quemar el poema; pero Petronio se 10 impidió, exclamando: - ¡No. no! Aunque esos versos no son dignos de ti, pertenecen al género humano. j Déjarne que los guarde '
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- Entonces, te los enviaré en una caja de mi invención - respondió Nerón, dando un tierno abrazo a Petronio. Todos callaron y el tirano continuó: - Tienes razón, en efecto. Mi incendio de Troya no es bastante brillante. Sus llamas no arden lo suficiente. Me hubiese contentado con igualar a Homero; pero estoy perdido porque soy tímido y demasiado modesto también. Tú eres el único que me ha abierto los ojos. ¿ Sabes por qué es imperfecta mi obra? Cuando un artista quiere modelar una estatua busca ante todo el modelo. Yo nunca he visto arder una ciudad y por esto mi descripción carece de realismo. Dime: ¿ lamentas tú el incendio de Troya? . - Ni por asomo, Y sabrás por qué: prefiero la existencia de un hermoso poema sobre el incendio de un mísero poblado, a la existencia misma de ese poblado miserable sin el poema. - Eso se llama ser razonable. Por el arte debe sacrificarse todo. Éste es también mi pensamiento. i Dichosos los troyanos, que sirvieron de tema a Homero para su poema, y dichoso Príamo, q?e vio arder su propia ciudad! Yo, en cambio, no he visto arder nInguna. . - Ya te lo ofrecí una vez, César - insistió Tigelino con solicitud -. Una orden tuya, y mandaré incendiar Ancio. Si te ha de apenar ver cómo arden tus palacios y jardines, incendiaré los barcos del puerto de Ostia o mandaré construir una ciudad de madera en los montes Albanos ... Nerón lanzó a Tigelino una mirada de sangriento desprecio. - ¿ Yo contentarme con ver el incendio de cuatro miserables tablones? Estás perdiendo la inteligencia, Tigelino, y, 10 que es peor aún, veo que no sabes apreciar mi talento ni mi poema. Tigelino palideció ante aquellas terribles palabras que podian ser, a la corta o a la larga, una sentencia de muerte. Pero Nerón, cambiando de tono, prosiguió : - El verano se echa encitna, y cuando viene el calor Roma huele que apesta. ¡Y pensar que para las fiestas del circo tendré que volver allí ! Un , relámpago extraño. cruzó por los ojos de Tigelino, y murmuro: - Después, divino César, quisiera hablar a solas contigo.
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Cuando regresaban del palacio de César, Vinicio dijo a Petronio: - Hace un instante que tuve miedo por tu cabeza. Te creí borracho y perdido sin remedio. No olvides que juegas con la muerte. - Ése es mi batallar, muchacho, mi Corbulón, mis catapultas y mis bárbaros. Me alegro de que hayas sabido apreciar mi valor en arriesgarme. Ya ves que se corre más peligro en el palacio de César que en los bosques de Germania. Pero, ¡ah,en premio he tenido una gran victoria! Mi influencia ha aumentado muchísimo esta noche, y ya verás cómo el pelirrojo me envía ahora sus cochi- . nos versos en una arqueta de oro y pedrería. Pienso servirme de ella para encerrar el botiquín. Tambien me había propuesto incitar a Tigelino a que, queriendo imitarme, me imite mal y fracase en este peligroso juego. Si tuviera verdadero empeño en eso, acabaría por arruinar a ese necio y yo sería prefecto del pretorio. Pero hay cosas que me molestan, y no serán nunca para mí. - ¿ Es que son realmente malos los versos de esta noche? Ya sabes que yo no entiendo una palabra de esto. - No son peores que los otros. A mí no me convence, en realidad, ni el mismo Lucano. Y no creas que los versos de Nerón son malos del todo. Son, más que nada, desiguales. Algunas expresiones son realmente felices. Las lamentaciones de Hécuba son conmovedoras. ¡Por Pólux ! A veces ese hombre me inspira lástima. Se apreciarían más sus versos si no procedieran de un verdadero monstruo . j Tú sí que me das lástima, Petronio! - Pues no te doy tanta como siento hacia ti mismo. Antes te hallabas a gusto entre nosotros, muchacho. Cuando guerreabas en Armenia suspirabas por Roma. - Y ahora suspiro también. . .- Sí, porque te has enamorado de una vestal cristiana que te hace tener el semblante triste. - Pues te juro, no por la rubia cabellera de Dionisos, pero sí por el alma de mi padre, que jamás me he sentido tan feliz como ahora. Sólo me hace sufrir el estar separado de Ligia, y presiento que la amenaza un gran peligro... No sé por qué, es un temor loco e irracional, pero me crispa los nervios oir el rugido de esa!
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fieras y no puedo por menos de asociar esos rugidos con la imagen de mi amada como si estuviese al borde de un precipicio espantoso. Intuyo que necesita mi auxilio. Ló~rame ese permiso cuanto antes, porque de 10 contrario me iré sin el. . _ Aún no hemos llegado al extremo de que los hijos y las mujeres de los consulares sean entregados a los leones. La muerte puede salirnos al encuentro en cualquier momento, pero no. creo que sea en esa forma. Además, 10 que oíste bramar anoche no eran leones, sino uros. Lo mejor es que te rías de los presagios. Anoche vi uno que hubiese puesto los pelos de punta a Séneca, con toda su filosofía. Parecían llover estrellas. Nuestros padres; sin duda, habrían hecho una hecatombe si hubiesen visto cosa semejante. Pero hoy nos reírnos de ello. Se me ocurrió pensar que si entre aquellas estrellas que se precipitaban estaba la mía, caería, sí) pero muy acompañada. Después, en el ceño del árbitro de las elegancias se dibujó una arruga desacostumbrada en él. - Además, si vuestro Cristo resucitó, ¿ por qué no ha de libraros a vosotros de la muerte? - Puede hacerlo - respondió Vinicio, y alzó los ojos al firmamento.
XXXIV El César se recreaba cantando un himno en honor a Venus. Cuando hubo terminado paseó la mirada con voluptuosidad por el auditorio, corno si quisiera sorber sus alabanzas. Después salió a la terraza apoyado en el brazo de Petronio y seguido de Vinicio. El arbiter iba lanzándole elogios que parecían burlas y burlas que parecían adulaciones. - Esta noche estoy dispuesto a ser sincero,amigo mío, y voy a abrirte mi corazón- dijo de pronto César, volviéndose a Petronio -. ¿ Me creerás tal vez un ciego o un loco?' ¿ Tal vez te figuras que' ignoro que en las paredes de Roma se me escriben insultos tratándome de asesino, de parricida 'y monstruo desnaturalizado? Sí, querido amigo; sé que me consideran todo esto. Pero esa gente no comprende que a veces los actos de un hombre
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pueden ser crueles, sin que llegue a serio su persona. Nadie creería que, cuando estoy inspirado y pulso las cuerdas de la lira, mi corazón es tan tierno como el de un niño.¡ Nadie sabe cuánta bondad hay encerrada en este corazón. y qué tesoros de ternura encuentro en él al conjuro de la música] . Petronio, que no dudaba de que en aquel momento Nerón era sincero, dijo: - Eso que dices de la música es cierto. Orfeo amansaba las fieras. De nuevo todos los cortesanos se estremecieron. y el César se paró en seco afectando no comprender. Poco después-todos vieron que ninguno de ellos había comprendido. Petronio prosiguió con una serenidad asombrosa: - En efecto: tú eres Orfeo, y serías capaz de amansar los peores instintos de la plebe romana. Por ello no debes enojarte de que existan en el mundo otros artistas que cultivan el mismo arte que tú. ¿ Acaso te igualan? i Ni remotamente! - Siendo así, que vivan - diio Nerón. que se sentía g-eneroso aquella noche -. Después de todo, si los condenara a muerte tendría que reemplazarlos. j Reemplazar tú a esos infelices. divino César! 'I'endrías nue escribir versos malos como ellos, y por muy malos que los hicieses iamás conseguirlas imitarlos. - ¡Qué distinto eres de Tigelino ! Precisamente porque soy artista en todo no puedo vivir la vida ordinaria de los demás seres. - Y aproximando sus labios al oído de Petronio le diio en . tono de misterio -: ¿ Sabes cuál fue la verdadera causa nne me imoulsó a dar muerte a mi madre v a mi mujer? Quise hacer, en los umbrales del mundo desconocido, la mayor ofrenda posible. Quería hacer algo que sonase comorm toque de trompeta en PI mundo de las sombras. Pero el sacrificio humano no ha bastado para abrirme ese imoerio. Pues bien estov dispuesto a hacer sacrificios mayores. ¡Sea así. y cúmplase mi destino! - -; Qué' intentas hacer? - Lo verás; 10 verás antes de 10 que te figuras, Entretanto. sabe que hay dos Nerones: uno, al que los hombres conocen y cubren de insultos; otro, al que sólo conoces tú y que destruirá a sangre y fuego la vulgaridad y el tedio que corrompen el arte moderno. Pero sufro atrozmente; a veces mi alma se pone tan sombría como esos cipreses fúnebres; y de veras te digo que es
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duro y terrible para un solo hombre tener tan gran talento y tan omnímodo poderlo corno el de César. - Te compadezcode todo corazón - dijo Petronio - y conmigo te compadecen todos los elementos, la tierra y el mar, sin contar a Vinicio, que te adora calladamente. - Siempre me fue simpático Vinicio, aunque sirve a Marte: y no a las Musas. - Sí, pero también sirve a Afrodita: está enamorado como Troilo de Créside. Permítele, divino 'César ~ que regrese mañana mismo a Roma. Se consume de impaciencia, pues desea tomar por esposa a aquella muchacha dada. en rehenes por los ligios, y como es hija de reyes no hay desigualdad en la unión.Y como Vinicio por encima de todo es romano, sólo espera el' permiso de su 1mperatOt". . - El Imberator no elige las esposas de sus soldados ; por tanto no necesita mi permiso .. - Te repito, señor, que Vinicio te adora. - Entonces puedes estar tanto más seguro de que no se 10 negaré. ¿ Es Ligia aquella jovencita demasiado estrecha de caderas? Popea la acusó de haber hechizado a nuestra hija en los jardines del Palatino. - Ya le expliqué al ilustre Tigelino que los conjuros y las hechicerías de los mortales no alcanzaban alas divinidades como tú. ¿ Te acuerdas de oue le dejé sin saber qué contestar? - Me acuerdo. Pi, Vinicio: ¿ es verdad que amas tanto a Ligia? - La amo, señor. - Entonces te ordeno que mañana mismo salgas para Roma, la desposes, y no vengas a mi presencia sin el anillo nupcial. - ¡Gracias, señor' i Con todo mi ser, te doy las gracias! - ¡Qué dulce es hacer felices a los mortales! ¡No quisiera hacer otra cosa en mi vida.! - Concédenos otro favor, César - contestó Petronio -; haz saber tu voluntad a Augusta. Vinicio no se atreve a desposarse con una persona por la que ella siente cierta prevención. Y una palabra tuya desvanecerá las dificultades. - Está bien, No podría negaros nada a ti ni a tu amigo. 'Regresaron a palacio, y en el atrio encontraron al joven Nerva y a Tulio Seneción conversando con Popea, mientras los cortesanos templaban las citaras. Nerón se sentó en una magnífica silla incrustada de conchas y dio una orden reservada a Un paje-
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cillo grueso, el cual se fue, y volvió al poco rato llevando una gran caja de oro macizo. La abrió Nerón, y, sacando un collar de hermosos ópalos, murmuró: - ¡ Mirad esas joyas, dignas de esta noche! - Brillan como mensajeros del alba - respondió Popea, pensando que el collar era para ella. César contempló el collar alejándolo y acercándolo a los ojos, y al fin dijo : - Vinicio, regala de mi parte este collar a la joven princesa ligia, que te ordeno tomes por esposa. Popea fijó su ojos encolerizados en Nerón, en Vinicio y luego en Petronio. Éste, con la cabeza inclinada, se entretenía en pasar su aristocrática mano por las molduras del ~rr-a, como si quisiera apreciar todo su primor . Vinicio expresó vivamente su gratitud por el presente. Luego se acercó a Petronio y le dijo : . - ¿Cómo pagarte 10 que has hecho por mí esta noche? - Ofrece a Euterpe un par de palomas, alaba a César sin medida y ríete de los malos presagios. Después de este valioso presente, supongo que ya no te preocuparán los feroces rugidos de los leones. - No. Ahora estoy completamente tranquilo. - Que la fortuna no se aleje de ti ; pero ahora atiende. César vuelve a tomar la cítara. Procura no respirar; escucha, y derrama una lágrima. En efecto: Nerón se había levantado con las manos y los ojos fijos en el cielo. Todos callaron; permanecían inmóviles como si estuvieran petrificados. Sólo los dos' acompañantes de 'César, Terpnos y Diodoro, movían la cabeza para mirarse uno a otro y para mirar a César, esperando las primeras notas del cantor. De pronto se oyó en el vestíbulo un griterío enorme, y levantando la cortina penetró Faón, liberto del emperador, seguido del cónsul Lecanio, Nerón frunció el ceño. - - Perdona, divino emperador - dijo Faón -. ¡Roma está ardiendo' las llamas devoran la mayor parte de la ciudad! Todo~ se pusieron en pie horrorizados, y Nerón exclamó: - i Oh dioses! j Veré arder una ciudad y acabaré mi poema troyano! - Y volviéndose al cónsul le preguntó -: Y si salgo ahora m}smo, ¿~dré ver el incendio en. todo su horror? El cónsul, pahdo como un muerto, dijo :
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- Señor, Roma es un mar de llamas. El humo asfixia a los ciudadanos, y el que quiere huir precipitadamente no consigue sino arder vivo. ¡Roma perece, señor! Después siguió un trágico silencio, interrumpido de pronto por la voz de Vinicio, que gritó: - ¡Ay, desdichado de mí! Y recogiéndose la toga salió precipitadamente, mientras N erón abría los brazos en un ademán teatral, exclamando: - ¡Oh mísera ciudad de Príamo, sacrosanta!
XXXV Después de una cabalgata frenética en medio de la noche, Vinicio llegó a Roma. Por el camino había reventado un caballo. Con riesgo de su vida, el joven alcanzó la Vía Apia ; pero vio que por la puerta Capena .le sería imposible entrar, no sólo por la turba que allí se aglomeraba, sino por el fuego mismo que ardía tras ella. Comprendió, pues, que le era preciso volver atrás, dejar la Vía Apia y tomar la Portuense, que conducía directamente al barrio transtiberino. El Transtíber estaba lleno de humo y sus vías ocupadas por la muchedumbre, entre la cual era difícil abrirse paso. Continuamente descendían por la. orilla opuesta torbellinos de humo candente q.ue ocultaban hombres y edificios; pero el mismo viento del incendio lo barría a veces, y entonces lo aprovechaba para avanzar hacia la callejuela en que se encontraba la casa de Lino. Al reconocer a un augustano por su rica túnica, la muchedumbre empezó a gritar: - ¡Mueran Nerón y sus incendiarios! Centenares de brazos se tendían hacia Vinicio, amenazándole; pero el espantado corcel que montaba" arrollándolo todo a su paso, le sacó del tumulto al mismo tiempo que un torbellino de humo dejaba en completa oscuridad la calle. Vinicio comprendió que era imposible pasar a caballo y, desmontando, avanzó pegado a los muros. Recordó que la casa de Lino estaba rodeada de un jardincillo detrás del cual se extendía hacia el Tiber un campo
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yermo y no muy extenso. Le animó la idea de que quizá las llamas se hubieran detenido ante aquel espacio vacío. Con esta esperanza comenzó a correr, aunque cada -ráfaga de aire le traía consigo, además de humo, centenares de chispas que podían llevar el incendio al otro extremo de la callejuela y cortarle la retirada. No obstante, pudo advertir que la casa de Lino estaba todavía intacta. No había en el jardín alma viviente, y la misma casa parecía completamente desierta . .,Con el humo y el calor se habrá desvanecido", pensó Vinicio. - ¡ Ligia! ¡Ligia! - gritó. Nadie le contestó; en aquella soledaa sólo se oía el lejano fragor del incendio. Entró en la casa y, al no hallar en ella a Ligia, Vinicio se lanzó a la calle y corrió sin perder momento hacia la Vía Portuense, en la misma dirección que había traído. Aquella desaforada carrera le dejaba sin fuerzas, y le corría el sudor por todo el cuerpo, abrasándole como si fuera agua hirviendo. El velo rojo que cubría sus ojos se hizo más -rojo todavía, le faltó el aire y cayó desplomado. Dos hombres que le habían visto fueron hacia él con calabazas llenas de agua; V inicio se apoderó de una de ellas, y de un solo trago- se bebió la mitad de su contenido. - ¡ Gracias! - dijo -. Ponedme en pie y ya podré seguir solo. Uno de los trabajadores le roció la cabeza con agua, yentre ambos le condujeron donde estaban los demás compañeros, que le rodearon preguntándole si tenía alguna herida grave. Sorprendido de tanta solicitud, que contrastaha con la ferocidad que había encontrado en todo el camino. no pudo menos de preguntar: - ¿ Quiénes sois? ¿ Qué hacéis? - Derribamos las casas para cortar el fuego, para evitar que se extienda por otro lado. - Habéis venido a socorrerme y os doy las gracias por ello. - A nosotros no nos es permitido abandonar al necesitado. - Vinicio los comparó otra vez con aquella desalmada multitud que se aprovechaba del incendio para cometer brutalidades, y volvió a decir: - ¡Cristo os lo premie! - ¡Que su santo nómbre sea alabado! - respondieron a una aquellos hombres.
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qué ha sido de .Lino? - preguntó emocionado, Pero no pudo oir 10 que respondían, porque, debido al exceso de fatiga, cayó desvanecido. Cuando ·volvió en sí estaba rodeado por varias personas en un jardín del campo Codetano. Las primeras palabras que pronunció fueron éstas = - ¿ Dónde está Lino? De momento nadie respondió, pero luego una voz que le era muy conocida murmuró a su lado: - Está más allá de la puerta Nomentana, en el Ostriano, desde hace dos días. ¡Que la paz sea conti~o, rey de los persas! Vinicio, con asombro, reconoció a Quiton, que siguió hablando en aquel tono pérfido: - Tu casa ha debido de desaparecer, pero siempre serás rico como Midas. ¡Qué terrible desgracia! Los cristianos venían anunciando desde hace ya mucho tiempo que el fuego destruiria Roma. Lino, con la hermosa hija de Zeus, se refugió en el Ostriano. Vinicio, emocionado y casi desfallecido, preguntó: - ¿ Los viste tú? . - Con mis propios ojos, señor. Gracias sean dadas a Cristo y a todos los dioses por la b,uena nueva q~e te doy e~ pagQ de tus beneficios, ¡Pero yo sabre serte agradecido! i Oh divino OSIris,· te lo juro ante esta Roma que arde! Caia la noche, pero la claridad del incendio rasgaba las tinieblas con un resplandor fatídico. -
¿ Sabéis
*•• El resplandor del fuego invadía todo el espacio que se proyectaba ante la vista, y la luna y las colinas, Impasibles, tenían un aire un poco cruel, como de indiferencia, ante tanta devastación. De aquel océano de fuego surgían espiras incandescentes, y la matanza parecía no haber comenzado, porque las llamas atraian casi toda la atención. Pero en la sombra, como escudados en el desorden, una turba de esclavos facinerosos, olvidando que Roma disponía de millones de hombres escalonados en sus fronteras, estaban apostados para entregarse al saqueo como si obedeciesen a un jefe invisible: la sombra de Espartaco, muerto en la época de Pompeyo el Grande. Junto a las puertas de la ciudad circulaban las noticias absurdas, los rumores falsos, 198-
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prodigios que engendra el miedo. Se decia que César se había vuelto loco, que en lugar de Roma la nueva ciudad se llamaría N eronia, que se habían abierto las tumbas, y otros prodigios semejantes. Elefantes enloquecidos de terror y búíalos que atropellaban a la multitud corrían por las calles. En los barrios céntricos el fuego prendía de tantos sitios a la vez que las gentes, necesariamente acorraladas, tenían que perecer en las llamas. La cólera de la plebe se manifestaba sobre todo contra los antiguos dioses romanos, que en su concepto estaban obligados de modo más especial a velar por la ciudad. Otros invocaban a los dioses orientales, como Baal o Serapis, Los viejos entonaban el canto de los Salios, cuyas palabras, de sentido incomprensible, se habían perdido en la noche de los tiempos. De pronto prendió el fuego en los almacenes de cordelería y cáñamo y en los depósitos de alquitrán inmediatos al anfiteatro de Pompeyo. Las llamas tornaron una luz amarillenta, y las turbas enloquecidas, que habían perdido la noción del tiempo, creían que aquella construcción universal había confundido el día y la noche. Poco a poco los resplandores rojizos empezaron a domi.. nar los demás colores, y de aquel océano de llamas subían al cielo surtidores incandescentes que se convertían en ramilletes y pe_ nachos que parecían las rojizas cabelleras de las Furias. La noche tenía un hálito cada vez más abrasador. El Tiber parecía arrastrar olas de fuego. El incendio lo invadía todo, las colinas, la llanura, las hondonadas, como una hidra fulminante.
XXXVI El tejedor Macrino, huésped de Vinicio .por unos momentos, después de lavarle le dio otras ropas y le hizo tomar un poco de c~mida. El. tribuno,. ,luego de expr.e~rle s~, gratitud, obtuvo de el al~una lnformaclo~ acerca ~e Ligia, Qul~on !l~había mentido: LIno, con el presbítero Críspulo, se habla dirigido al Ostriano, donde el Apóstol iba a bautizar a varios neófitos. Para Vinicio estaba claro que Ligia y Urso habían seguido al Apóstol; comenzaba a estar tranquilo y daba gracias a Cristo
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desde el fondo de su alma. Resolvió ir al Ostriano y Macrino le proporcionó dos mulas que. podrian facilitar el regreso de Ligia. Emprendieron la marcha por un atajo que les hizo 'dejar pronto el fuego a la espalda. La verborrea y exclamaciones del filósofo molestaban profundamente a Vinicio, que le preguntó.a qué venían todas aquellas palabras, que lanzaba como si refunfuñase. - Lloro a Roma que perece, señor ; a la divina ciudad de Júpiter. - ¿ Has visto a alguien arrojar teas encendidas en las casas? - ¿ Y qué es lo que no habré visto, nieto de Eneas? - este requiebro erudito aludía a la hazaña de Eneas al sacar de entre Troya incendiada a su padre Anquises -. He visto hombres que, espada en mano, se abrían paso por entre la multitud; otros peleaban, dejando las entrañas en el campo. Parecía que los bárbaros nos entraban a sangre y fuego. Unos se volvían locos, otros luchaban con desesperación, porque hay en el mundo mucha gente mala que no goza al ver la autoridad suprema con que vosotros os apoderáis de lo de los demás. La canalla no quiere aceptar la voluntad de los dioses. Abstraído en sus pensamientos, Vinicio no se dio cuenta de la ironía del cínico. V olvió a preguntarle: - ¿ Viste con tus propios ojos al Apóstol y a Ligia? - Sí, hijo de Venus; vi a la doncella, al bueno de su esclavo, al santo varón Lino y al apóstol Pedro. - ¿ Antes del incendio? - ¡Sí, oh Mithra! Temiendo, de pronto, que aquel tunante le engañase, Vinicio detuvo su cabalgadura y, mirándole a los ojos, le dijo: - Y tú, ¿ qué bacías allí? . Qui16n, recordando las terribles amenazas con que el tribuno le había prohibido espiar a los cristianos, contestó: - ¿ Por qué te empeñas en no creer que amo a esas buenas gentes? Estaba allí porque soy ya casi un cristiano. Pirrón me inició en la virtud, y ahora busco el trato de las gentes virtuosas. Además, señor, soy pobre, y muchas veces los cristianos han remediado mi necesidad. Dan más limosnas que todos los demás habitantes de Roma juntos. 1dás tranquilo Vinicio con esta respuesta, prosiguió: - ¿ Y no sabes dónde se ha ocultado Lino?
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- Una vez me castigaste cruelmente por mi curiosidadrespondió Quitón con voz sorda. Medió un silencio y poco despues el filósofo prosiguió -: Si no fuera por mí, no encontrarías el paradero de la doncella. Si la encontrarnos, ¿ no te olvidarás de este pobre sabio? - ¡Te regalaré una casa con una viña cerca de Ameriola! - ¡Gracias, oh Hércules! ¿ Con una viña? ¡Oh, sí, gracias! Pasaban cerca del monte Vaticano, enrojecido por las flamas, cuando Quilón se detuvo y dijo: . - Tengo una idea, señor. Hay unos subterraneosentre las colinas del J anículo y del Vaticano" hechos a fuerza de cavar para sacar los materiales con ~ue ha de construirse el circo de Nerón. Recientemente los judíos del Transtíber, envalentonados con la protección de Augusto, se dedican a oprimir a los cristianos; los denuncian al prefecto, los acusan de degollar niños, adorar una cabeza de asno y propagar doctrinas contrarias al Senado. Además los maltratan de tal forma que aquéllos tienen que ocultarse para hacer sus prácticas religiosas. - Y ¿ adónde vas a parar con esto? . - Quiero decir, simplemente, que así como los judíos son respetados en su sinagogas, los cristianos tienen que esconderse por esos lugares que te he dicho. N o estaría de más que ahora pasáramos por allí. , - Pero ¿ no me has dicho antes que Lino se dirigió al Ostriano? - Sí, pero como me has ofrecido una casa y una viña ... te digo que seguramente estarán orando en los subterráneos; y aunque así no fuera, éste sería el mejor medió de averiguar su paradero. . - Pues vamos allá - dijo el tribuno. Quitón torció a mano izquierda sin vacilar. Ahora la colina les ocultó un instante el incendio, y avanzaron en la oscuridad, si bien todas las alturas vecinas estaban intensamente iluminadas. Dejando atrás el circo, cogieron otra vez a la izquierda y . penetraron en un estrecho paraje donde sólo reinaban las tinieblas. Al poco rato pudo observar Vinicio que en aquella oscuridad se movían multitud de tenues lucecillas. - ¡Ahí están! - exclamó Qui1ón -. ¡Y en mayor número que nunca! - Sí; oigo sus cantos. Qui1ón se acercó a un muchacho y le dijo: 12
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- Soy sacerdote de Cristo, un obispo. Cuida de estas mulas, y recibirás mi bendición y el perdón de tus pecados. Poco después Vinicio se mezclaba entre los cristianos; que llegaban de todos lados, y ambos se internaron en el subterráneo, donde al poco rato se detuvieron a la entrada de una gran puerta. Allí había más claridad. De las piedras de los muros ~ndían candiles y teas que alumbraban el recinto, donde los cristianos, de rodillas y con las manos elevadas al cielo, cantaban himnos repitiendo constantemente el nombre de Jesús y, dándose golpes de pecho, parecían esperar algo sobrenatural. De pronto enmudecieron todos los concurrentes. La presencia deCríspulo, que apareció en el hueco que había dejado una piedra enorme al ser extraída, impuso silencio sepulcra1. Avanzó el presbítero con la faz pálida, la mirada dura y ademán severo, y empezó a hablar, condenando con exaltación los pecados del mundo. De pronto resonó en la caverna una detonación, seguida de otras varias. Era que en la ciudad se derrumbaban calles enteras de casas calcinadas. La mayoría de aquellos cristianos creyeron que había llegado el Juicio final y se apoderó de ellos un inmenso terror. Todos gritaban: - ¡Cristo, ten piedad de nosotros! ¡Misericordia, Redentor nuestro! Algunos confesaban en voz alta sus pecados, yotros se abrazaban a los que tenían más cerca, como si en aquel terrible trance quisieran tener a su lado un corazón amigo. .. Una detonación más fuerte que las anteriores hizo retumbar las catacumbas. Todos cayeron de bruces, con los brazos en cruz. En aquel silencio sólo se oían las fuertes respiraciones, y algunas voces que murmuraban: ": Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!" Todos estaban aterrorizados. De pronto se levantó una voz que dijo: . - ¡La paz sea con vosotros! - y la venerable figura de Pe .. dro apareció entre su rebaño, que le rodeaba amorosamente. Sus palabrasdisíparon el terror. Todos se levantaron y los más cercanos se abrazaban a sus rodillas. El Apóstol extendió hacia ellos las manos, diciendo: - ¿ Por qué tenéis tanta inquietud y tanto miedo? Nadie sabe lo que va a suceder. El Señor ha castigado a Babilonia; pero sobre nosotros, a quienes purificó el bautismo y redimió la
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sangre del Redentor, caerá su misericordia. ¡Paz a vuestro espíritu conturbado! Después de la arenga amenazadora y de las imprecaciones de Críspulo, las palabras de Pedro fueron como un bálsamo consolador para aquellas gentes afligidas, que se volvían hacia el Apóstol exclamando: . - ¡ Somos tus ovejas, no nos abandones! Vinicio se acercó al venerable anciano, e inclinándose mur, muro: - ¡Señor, socórreme! ¡La he buscado entre el humo y la multitud, y no he podido encontrarla, pero creo firmemente que me la puedes devolver! - Ten fe_- respondió el Apóstol poniéndole la mano en la cabeza - y sígueme. .
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Ardía la ciudad. Se había derrumbado el Circo Máximo y tras él las casas que 10 rodeaban, y cada nuevo hundimiento aumentaba las llamas y alzaba una columna de fuego que se perdía entre el humo. Había cambiado el viento y venia ahora de la parte del mar, en dirección al Celio, el Esqui1ino y el Viminal. Por orden de Tigelino, que llegó al tercer día del incendio, se empezaron a derribar innumerables casas en el Esqui1ino para cortar el camino al fuego; pero era ya tarde para salvar nada, si no era .}O poco que había quedado en pie. Al arder los depósitos de víveres, que eran grandiosos, y no habiendo nadie pensado en procurar nuevas provisiones, se empezó a sentir el hambre al segundo día. Y aunque Tigelino, al ilegar, mandó a Ostia la orden de aprovisionamiento, el pueblo se ernpezaba a mostrar amenazador. Cuando llegaron de Ostia y otras poblaciones los primeros víveres, el populacho derribó la puerta del Emporio por la parte del Aventino, para poder llegar a ellos. Entre las llamas del incendio se podía ver cómo luchaba la gente por apoderarse de los panes, que pisaban los que defendían los víveres y los que los \
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robaban, y cómo cubría la harina el piso. Hasta que los soldados no dispersaron a la multitud a flechazos, no dejó de saquearse 10 que tanto bien hubiera hecho de ser mejor repartido, Mientras tanto se demolían las casas del Esquilino, del Celio y del Transtíber, por lo cual se salvaron muchas- casas de estos barrios. Pero las llamas no pudieron ser contenidas en el centre de la ciudad, donde se perdían los inmensos tesoros acumulados allí por muchos siglos de victorias: tem(>los, obras de arte, joyas, todos los mejores recuerdos de un glorioso pasado de Roma. A pesar -de que los derribos eran necesarios para librar del incendio 10 poco que quedaba en Roma, la gente, obcecada, decía que era Nerón quien mandaba arrasar por entero la ciudad, y se mostraba amenazadora. Tigelino estaba presa del miedo y no dejaba de enviar mensajes a Nerón pidiéndole que se presentara en Roma para, con su presencia, calmar al pueblo encolerizado; pero César no empezo su viaje hasta que el fuego no invadió la Domo Transitoria. Entonces hizo el camino a toda prisa, para poder llegar a tiempo de ver el incendio en todo su esplendor. Como tenía el propósito de llegar de noche para poder apreciar mejor el incendio, paró en las inmediaciones de las Aguas Albanas, y mandó ir a su tienda al trágico Alituro para estudiar su postura, su mirada, su expresión, y para poder aprender los ademanes más inspirados para cada verso que declamaba de su poema. Mientras Roma estaba en unos instantes de angustia, el César se preocupaba por saber si cuando dijese: i Sacra ciudad que eterna parecía.s, más firme que el monte Ida en sus cimientos! I
debía levantar las manos al cielo, o bien dejar caer una a lo largo del cuerpo y alzar la otra hacia la altura. No dejaba de interesar también a Nerón si - y aquí tomó parte Petronio - en el poema dedicado al incendio debía intercalar algunos duros motes a losdioses, pues desde el punto de vista del arte era casi natural que blasfemase un hombre que ve desaparecer a su patria ante sus ojos. . . Mediada la noche, llegó a los muros de Roma ton su largo séquito de esclavos, cortesanos, libertos, quirites, senadores, mujeres y niños. Dieciséis mil pretorianos, a lo largo del camino que' había de seguir el emperador, protegían a éste contra la mu-
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chedumbre, que silbaba, gritaba y maldecia, pero no cometía ninguna violencia. Hubo algún lugar en que le aplaudieron con 'entusiasmo, pues la plebe, que nada poseia, y sí esperaba de él reparto de trigo, aceite, ropas y dinero, podía adularle. Pero tanto los silbidos como los aplausos fueron acallados por el ruido de las trompetas que sonaron por orden de Tigelino. Nerón aborrecia a la ciudad y a sus habitantes: sólo sentíá amor por su canto y por sus versos, y en el fondo de su corazón sentía una alegría inmensa de poder contemplar una catástrofe verdadera. Levantó los brazos, y, pulsando las cuerdas, pronunció las palabras de Príamo: i Man.sión de mis padres, mi amada cunat Al aire libre, y entre el fragor del incendio y los gritos 'lejanos de la multitud, la voz de Nerón se oía de una manera muy débil y el sordo ,acompañamiento de los laúdes parecía zumbido de insectos. Pero -senadores y augustales le escuchaban con la cabeza inclinada en muda delectación. Cantó durante largo rato, y, poco a poco, su voz fue llenándose de tristeza. Cuando se detenía para tomar aliento, los cantores repetían a coro las últimas ' estrofas, y entonces Nerón, con ademán estudiado, se echaba el manto sobre el hombro, tocaba un acorde y volvia a cantar. Al acabar estalló una tempestad de aplausos; pero a lo lejos respondió la plebe con formidables alaridos. Entre el pueblo ya nadie dudaba de que César había ordenado el incendio de la ciudad para presenciar el espectáculo y cantar himnos. Al oir aquel clamoreo de la multitud, Nerón se volvió hacia los augustanos, y con J~ triste y resignada sonrisa de hombre incomprendido dijo: , t Ved cuán poco aprecia el pueblo mi poesía! - ¡ Villanos! - exclamó Vatinio -. ¡ Manda, señor, que carguen sobre ellos los' pretorianos! Nerón se volvió hacia Tigelino y le preguntó: . - ¿ Puedo contar con la fidelidad de los soldados? -. Sí, divino -' contestó el prefecto. Pero Petronio añadió, encogiéndose de hombros: - Con su fidelidad, sí; pero no con su número. Quédate aquí, señor, porque es 10 más prudente. Hay que conseguir a toda costa calmar a este populacho, Séneca y el cónsul Licinio también fueron de esta opinión.
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Entretanto la agitación de la multitud iba creciendo, y se armaban con piedras, estacas de las tiendas de campaña, palos y cuantos objetos hallaban a mano. Algunos tribunos llegaron diciendo que los pretorianos apenas podían contener el empuje de la multitud. - Dame un manto oscuro y un capuchón =: dijo Nerón-. ¿ Acabará esto en batalla? - César·- dijo Tigelino con voz insegura _. , he hecho cuanto ha sido posible, pero el peligro es inminente. Habla tú, señor, al pueblo, y hazle algún ofrecimiento. - ¿ Yo hablar a la plebe? Que hable cualquiera en mi nombre. ¿ Quién quiere hacerlo? . - ¡Yo! - respondió Petronio con calma. - ¡ Siempre eres el más fiel en los momentos de peligro! Ve, y promete cuanto quieras. Petronio echó una ojeada al cortejo, y dijo con aire indiferente y acento ligeramente burlón: - Que vengan conmigo los senadores aquí presentes, y además de ellos, Pisón, N erva y Seneción. Petronio pidió un caballo blanco, montó en él y se dirigió hacia la compacta muchedumbre, sin armas, llevando solamente en la mano el bastoncillo de marfil que no abandonaba nunca. Rompió la línea de los pretorianos y se internó por entre la amenazadora turba. Infinidad de manos le amenazaban con palos, picas y hasta espadas; pero Petronio, impávido, se abría paso entre la multitud. De todos los lados salían silbidos, amenazas y gritos; manos crispadas cogían por momentos las "bridas del caballo. Petronio las golpeaba finamente con su bastón de marfil, y, sereno y despreciativo, avanzaba como si le rodeara unamultitud de curiosos. Al fin le reconocieron, y muchas voces dijeron a la vez: - ¡Es Petronio! j Es Petronio! Entonces se produjo un movimiento de expectación y los ánimos se calmaron. Petronio agitó su blanca toga orlada de escarlata, en señal de que iba a hablar. . -j Silencio! ¡ Silencio! gritaban todos. Entonces Petronio, erguido sobre el caballo, habló así, con voz potente y serena: - i Ciudadanos! i Los que estén más cerca y me oigan, rc-
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pitan mis palabras a los que están más lejos, y que todos se porten como hombres, y no como fieras en el circo! - ¡Escuchamos! ¡Escuchamos! _. Bien. Sabed que la ciudad será de nuevo edificada, que tendréis libre a los jardines de Lúculo, de Mecenas, de César y de Agripina. Desde mañaria se os repartirán cereales,_ vino y aceite, en abundancia. Además, César os prepara en el circo diversiones como no habéis conocido hasta ahora, y después de ellas habrá banquetes y regalos. En una palabra: seréis más ricos después del incendio que antes de él. Un sordo .murmullo se extendió por entre la multitud, y después . , de algunos gritos aislados atronó el espacio esta exc1ama-
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¡Pan y juegos de circo!
Petronio se envolvió en su toga y guardó silencio; inmóvil sobre su caballo parecía una estatua irable, modelada en mármol. El griterío iba en aumento; pero como todavía tenía algo que decir, hizo al fin un ademán para que la muchedumbre callara, y añadió: _. Os he ofrecido pan y juegos de circo; pero ahora dad un viva al César, que os viste, os rnantiene y os divierte, e idos a dormir, que ya .está próximo el nuevo día. Hizo dar media vuelta a su caballo, y tocando ligeramente con su bastoncito la cabeza de los que se hallaban al paso, atravesó lentamente por entre las compactas filas, .hasta llegar donde estaba César y su cortejo. Nadie creyó que volviera sano y salvo, pues las'exclamaciones de la muchedumbre que quería pan y juegos las habían tomado por hostiles. - ¿ Qué ocurre? ¿ Ha empezado una sublevación? - preguntó César, adelantándose hacia Petronio. Éste, aspirando con avidez el aire fresco de la noche, contestó: j Por Pólux! ¡CÓn10 sudan y qué mal huelen esos animales! j Que me den sales y perfumes, si no me desmayo de asco! - Y volviéndose a César, añadió -: Les he prometido trigo, aceite, entrada en los jardines y espectáculos. Te adoran de nuevo y te aclarnan ; pero, ¡dioses inmortales, qué horrible olor despide esa chusma! - Los pretorianos estaban prontos al ataque: de no haber
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apaciguado tú la plebe, hubiera ocurrido un desastre. Es lástima, César, que no me dejaras emplearla fuerza - dijo Tigelino. - No hay nada perdido - contestó Petronio con frialdad-. Quizá mañana tengas ocasión de emplearla. - ¡No, ' no! - gritó César -. Ordenaré que se abran mis jardines, repartiré trigo; habrá juegos y cantaré en público' el himno que os he cantado esta noche. Puso la mano en el hombro de Petronio y le preguntó: - Dime con franqueza': ¿ cómo estuvo mi canto de esta noche? -Estuviste digno del espectáculo, así como el espectáculo era digno de ti. - Y mirando el incendio añadió -: ¡Contemplemos las llamas, y despidárnonos para siempre de la vieja Roma!
XXXVIII Las suaves palabras del Apóstol mitigaron la angustia de los cristianos, que creían llegado el fin del mundo, y poco a poco fueron dispersándose en busca de sus albergues provisionales. Algunos se dirigieron al Transtíber, porque corría la voz de haberse detenido el .fuego por soplar el aire hacia el río. Seguido de Vinicio y Quilón, Pedro salió también de las catacumbas. 'Cuando las mujeres y los niños caíana sus pies besándole las manos yel borde de sus vestidos, con divina dulzura elevaba los ojos al cielo impetrando para su rebaño la gracia del Señor. 'Salieron al camino. El Apóstol bendijo tres veces a Roma, y dijo al tribuno: j No temas nada! Cerca de aquí está la barraca donde se refugiaron Lino y Ligia con su fiel criado. Cristo te la destinó y la ha salvado para ti.' Vinicio sintió que las piernas le flaqueaban, y, arrojándose a los pies del Apóstol, se abrazó a sus rodillas sin poder articular palabra,' aunque la gratitud y el contento llenaban su corazón. - No es a mí a quien debes dar las gracis. Es a Cristo - murmuró con humildad Pedro -. Levántate y sígueme. Vinicio se levantó. Al resplandor del incendio veíanse las lágrimas correr por sus demacradas mejillas, '<,
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_ Señor - dijo Quilón -, ¿ qué llago con las mulas? ¿ Acaso este honrado profeta no preíeriria ir montado a ir a pie? Vinicio contestó: - Llévalas a casa de Macrino . . _ Perdona señor, si te recuerdo que me prometiste una casa en Arneriola. En momentos de tal confusión y abrumado por el horror de la catástrofe, nada más fácil que olvidar tal pequeñez.' - Tendrás 10 que te prometí. - ¡Oh nieto de Numa Pompilio! Nunca dudé de que cumplírías tu promesa, pero ahora que este buen Apóstol la ha oído, ni siquiera te recordaré que con la casa me ofreciste una viña. ¡Ya te buscaré señor! ¡ La paz sea con vosotros! - Y contigo -le contestaron. Metiéronse por un sendero tortuoso, al fin del cual brillaba una tenue lucecita. El Apóstol, extendiendo la mano, murmuró: - He ahí la barraca del trabajador que nos dio asilo. Era una specie de antro formado en la roca por una parte y un muro de tierra por la otra. La puerta estaba cerrada; pero el agujero que hacia de ventana estaba abierto y se veía el .interior, alumbrado por el fuego del hogar. . Una figura gigantesca se adelantó a los que llegaban, preguntanda: - ¿ Quiénes sois? . - Servidores de Cristo - respondió el Apóstol-. ¡ La paz sea contigo, Urbano! Urso se arrodilló ante el Apóstol, y tomando una mano a Vinicio se la llevó a los labios, diciendo: - ¡ Bendito sea el nombre del Cordero, por la alegría que tu presencia causará a Callina! Abrió la puerta de la miserable barraca y todos entraron. Lino estaba echado sobre un montón de paja, enfermo y pálido como un muerto. Junto al fuego, que iluminaba la pobrisima choza, estaba Ligia con un cordel en las manos, del que pendían menudos pececillos destinados a la cena. Ocupada toda su atención en la tarea de ir soltándolos d cordel, y creyendo que era Urso el que entraba, no se movió. Vi . cio se acercó a ella; al. llamarla, saltó Ligia de su asiento con e rostro radiante de alegría, sin pronunciar palabra alguna, y arrojó en sus brazos, como un niño extraviado que encuentra sus padres después de muchos días de terror. El patricio la besó e la frente y ambos prorrumpieron en frases de alegría y cariño.
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Como si no pudiese creer en la realidad, Vinicio repitió cien veces aquel nombre querido, y puesto de rodillas ante ella, enajenado por una felicidad infinita como su amor, contó su. salida de Ancio, su viaje y todas las peripecias por que había pasado hasta que dio con el Apóstol, y expresó sus deseos de no dejar a Ligia en Roma. - Ya que he dado contigo, no quiero dejarte - dijo -. Te pondré a salvo a ti y a todos. ¿ Quieres, Ligia mía, venir conmigo a Ancio? Allí nos embarcaremos para Sicilia.Mis tierras y mis casas son vuestras. En Sicilia nos reuniremos con Aulo Plaucio y con Pomponia. Te pondré en sus manos y después te devolverán a las mías. No temas, Ligia, pues aunque no he recibido el bautismo, le he rogado a Pedro que me lo imponga, y él mismo puede decírtelo. Ten tú, y tened todos vosotros confianza en mí. Ligia le besó las manos en señal de respeto y murmuró: . - ¡ Tu hogar será mi hogar! Y avergonzada de haber pronunciado aquellas palabras, que, según la costumbre romana, sólo las desposadas decían, quedó confusa y ruborizada, temiendo haber desagradado a Vinicio o a los cristianos. Pero Vinicio la contemplaba con arrobamiento. Después, dirigiéndose al Apóstol, siguió diciendo- Roma arde por mandato de César. Venid conmigo y lue~o volveréis a sembrar de nuevo. ¿ Quién sabe si tras la destruccion de Roma vendrán otras calamidades? En esto se escucharon gritos lejanos, y el dueño de la barraca . entró diciendo: - La gente se mata junto al Circo de Nerón. Los esclavos, unidos a los gladiadores, atacan a los ciudadanos. - ¿ Lo oís? - añadió Vinicio. - Se colma la medida - respondió Pedro -, y los desastres serán como un mar insondable, sin límites. Coge a esa joven que. Dios te ha destinado y sálvala. Lino y Urso te seguirán. Vinicio, que amaba al Apóstol, exclamó con vehemencia: - i Te juro, maestro, que te dejaré perecer aquí! ~ El Señor bendecirá tu buena voluntad; pero ¿ no has oído que Cristo me repitió por tres veces: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas" ? Y si tú, a quien nadie te encargó velar por mí, dices que no quieres dejarme, ¿ cómo pretendes que abandone mi rebaño en el día del peligro? Cuando en el lago Ttberíades nos sorprendió la tormenta y nuestro corazón se sobrecogió de terror,
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Él no nos abandonó un momento. ¿Y yo, su discipulo, no he de imitar su ejemplo? . Vinicio se pasó las manos por la frente, y tornando luego las de Ligia exclamó con energía de soldado romano: - ¡ Oídme todos! Mis humanos sentimientos me dictaron 10 que habéis oído; pero los vuestros ven y alcanzan más que los míos, y os hacen pensar, no en vosotros, sino en el Salvador. He errado, porque mis ojos no se han abierto aún del todo a la luz de la verdad; pero como amo a Cristo y anhelo servirle, aquí, de rodillas ante vosotros, juro que, queriendo cumplir sus mandatos de amor, tampoco abandonaré a mis hermanos en los momentos de peligro. Arrodillóse y, elevando los brazos al cielo, mientras caían abundantes lágrimas de sus ojos, dijo: - ¡ Señor, ya te comprendo! Ahora ¿ soy ya digno de Ti? En _aquel momento el Apóstol tomó un ánfora de barro llena de agua, y acercándose al joven pronunció con solemnidad: .- ¡Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! ¡Amén! Los presentes, embargados por un éxtasis religioso, vieron entonces iluminarse las paredes de la cabaña con una luz celestial y creyeron escuchar divinas melodías. Fuera seguía el ruido del combate.
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XXXIX El pueblo entraba en los hermosos jardines de César, que habían sido de Domicio y Agripina, en el Campo de Marte y en los jardines de Pompeyo, de Salustio y de Mecenas. Desde Ostia llegaron provisiones en cantidad y el trigo fue distribuido al increíble precio de tres sestercios, y gratuitamente a los más pobres Se almacenaron inmensas cantidades de aceite y castañas; todos los días llegaban de la montaña rebaños de bueyes y de carnero y la clase indigente de la Suburra vivía mejor que antes del incendio. Se alejó el espectro del hambre; pero no pudoevitarse el saqueo, el robo y el abuso. Con todo esto quedaron satisfechos los miserables, los ladro-
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nes ,y los vagabundos; pues bebían y comían hasta la hartura, y pod:an robar ~ cometer toda clase de excesos; pero ni el a los jardines, ni los repartos de ropas y alimentos, ni las promesas de espectáculos públicos podían calmar la sed de venganza de los que en el incendio habían perdido seres queridos y todo cuanto tenían. . Nerón estaba inquieto, lo mismo que los augustanos, y para encontrar solución a este problema se celebró un consejo en la morada de Tiberio, que había sido respetada por el incendio. La opinión de Petronio fue abandonar todas aquellas preocupaciones y emprender su viaje a Grecia para continuar luego visitando Egipto y el Asia Menor . Ya hacía tiempo que el viaje estaba proyectado y no se podía aplazar más. Esta proposición le gustó mucho a César desde el primer momento; pero Séneca hizo la objeción de que era fácil salir, pero que el volver no 10 sería tanto. - ¡ Por Hércules! - contestó Petronio -. j Si es necesario, volveremos a la cabeza de las legiones asiáticas! - Así 10 haré - contestó Nerón. Petronio volvía a ser dueño de la situación, lo cual hizo que Tigelino tomara la palabra. - Te ruego, César, que no sigas tan desatínado consejo. Antes de que llegues a Ostia habrá estallado la guerra civil. Mis soldados han oído decir entre el pueblo que debiera proclamarse emperador a un hombre como Traseas. Nerón se mordió los labios y dijo: - ¡ Pueblo ingrato e insociable! Puesto que tienen todo el trigo que desean, ¿ qué más quieren? j La venganza! contestó Tigelinc, - ¡ Sí; la venganza pide víctimas! ¿ Ql!~os parece, si ent.rezáramos a Vatinio en manos del pueblo, diciendo que el ha sido ~l autor del incendio? • j Y quién soy yo, oh divino! ',. - Es verdad; habría que buscar alguien mas importante. ¿ Qué os parece Vi te1í? ?, . ,.. . El aludido se quedo livido ; pero se echo a reír y dijo : j Oh! j Mi grasa haría estallar un nuevo, incendio l Nerón seguía buscando en su :nente un~ víctima .que calmase la cólera del pueblo, Y. la encontro en seguida, - ¡Tigelino, tú has incendiado a Roma! Todos los augustanos quedaron sobrecogidos, comprendiendo
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que César no bromeaba. El rostro de Tigelino se contrajo como el hocico de un perro. - He incendiado a Roma... por orden tuya, César - contestó. Aquellos dos hombres infernales se miraron como dos demonios, y se produjoun silencio aterrador. - Tigelino - prosiguió César -. ¿ Me quieres de verdad? - ¡Tú sabes cuánto te quiero, señor! - ¡Pues sacriíicate por mí! - Divino César, ¿ por qué me ofreces una cosa que no puedo aceptar? El pueblo murmura y se subleva. ¿ Quieres que también se subleven los pretorianos? Estas palabras, en boca del·prefecto de los pretorianos, eran una amenaza: así 10 comprendio Nerón, que se puso lívido. En aquel momento entró Epafrodito, liberto de César, llamando a Tigelino de parte de la divina Augusta, en cuyas habitaciones le esperaban varias personas para hablarle de asuntos importantes. Tigelino se inclinó ante el César y salió, muy satisfecho de haber enseñado los dientes, y seguro de que, por su cobardía, .Nerón no intentaría nada contra él. César quedó silencioso un momento, pero en tanto que sus cortesanos esperaban sus palabras dijo: - ¡He abrigado una serpiente en mi pecho! Petronio se encogió de hombros, como dando a entender que todo tenía fácil solución. - ¡Habla, pues; dame un consejo! - exclamó Nerón-. Tengo en ti toda la confianza, porque posees más talento que los demás juntos. Petronio tuvo la respuesta en los labios: "N ómbrame prefecto de los pretorianos y yo apaciguaré la ciudad en un solo día, entregando a Tigelino al populacho." Pero se sobrepuso y contestó, guiado por su molicie: - ¡Te aconsejo que vayamos a Grecia! - ¡ Ah ! - contestó Nerón con despecho -. Esperaba de ti algo mejor. . En aquel momento entró Papea, seguida de Tigelino, quien con la altivez reflejada en el semblante, acercándose a César, le dijo, con voz clara y estridente: - Oyeme, César. Ya encontré lo que deseabas. El pueblo pide venganza y una víctima; mejor dicho, millares de víctima s. ¿ No
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has oído hablar alguna vez de Cristo, a quien Pilatos hizo crucificar en Judea? ¿ Sabes qué han hecho los cristianos, de cuyos crímenes ya te he hablado algunas veces, así como de sus hechicerías, según las cuales el mundo ha de terminar por el fuego? El pueblo los odia y empieza a sospechar de ellos. Son enemigos del género humano, de la ciudad y de ti. El pueblo murmura de ti; pero tú, César, no has dado la orden de incendiar a Roma, ni yo por mi parte la he incendiado. Hay que saciar la venganza del pueblo y de este modo cesarán de sospechar. Entonces todos los presentes gritaron: - ¡Justicia, César! i Castiga a los incendiarios! , Nerón permaneció inmóvil un instante,. como si le. hubiese anonadado el conocimiento de aquellos crímenes. Después gritó, agitando los brazos: - ¿ Qué castigo podré hallar para tan nefandos .crímenes ? ¡ Yo lo hallaré-dando a mi pobre pueblo un espectáculo tal, que me quedará eternamente agradecido! Petronio se sobrecogió considerando que, en la orgía de sangre y muerte proyectada por el monstruo, podían caer las cabezas' de Ligia y de Vinicio, y se decidió a jugar el todo por el todo en la lucha más peligrosa de su vida. En el tono despreocupado qu-e siempre empleaba para criticar algo antiestético del Cesar o de sus cortesanos, empezó a decir: - ¡Conque ya aparecieron las víctimas! ¡ Muy bien! Pero oídme: tenéis poderío, fuerza y pretorianos, y asfalta una sola cosa: ¡sinceridad! Sed sinceros, al menos, cuando nadie os oye, y no os engañéis vosotros mismos corno intentáis engañar al pueblo. Entregad los cristianos a la chusma, martirizadlos cuanto queráis ; pero tened el valor de decir que no fueron ellos los que incendiaron a Roma. Como árbitro de las elegancias, cuyo título ostento, os digo que no s01?orto las malas comedias ni los comediantes de la Porta Asinaria, que representan para el populacho, y después de haber hecho de dioses y de reyes se atracan de cebolla con vino agrio.' Vosotros podéis permitiros ser reyes y dioses de verdad, y en cuanto 'a- ti, j oh César!, no olvides que ha de juzgarte la posteridad. 'Se ha de. saber que Nerón, dios y dueño del mundo, incendió a Roma porque era tan poderoso en la tierra como Júpiter en el Olimpo, y que fue tan amante de la poesía que sacrificó a ella su patria. Desde el principio del mundo nadie se atrevió a una tal hazaña. i Yo te conjuro en nombre de las nueve Libétridas a que no renuncies a esa gloria para que hasta
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el fin del mundo resuenen himnos en tu alabanza! Poco importa que el incendio de Roma haya sido un hecho malo o bueno: es una cosa inaudita por 10 grandioso. Té aseguro que el pueblo no se atreverá contigo. ¡Sé valiente! No realices actos indignos de ti, porque sólo la posteridad tiene derecho a juzgarte, y no tienes que dar ocasión a que diga: "¡ Nerón incendió a Roma ;.pero después de aquel acto tan grandioso, digno de un poeta y de un César, pero siempre superior a él, tuvo la debilidad de negarlo y de hacer recaer la culpa sobre unos inocentes!" Reinó un profundo silencio durante unos instantes. Nerón es-:taba indeciso. - Señor - exclamó Tigelino -, permite que me vaya, pues que te incitan a arriesgar tu persona en el mayor de los peligros. Ya te tratan de César timorato, de poeta pusilánime, de incendiario y de comediante. ¡Mis oídos no pueden oir tales cosas! "He perdido", pensó Petronio, pero se volvió hacia Tizelino y, mirándole con profundo desprecio, le dijo : - Tigelino, si a alguien he podido tratar de comediante es a ti, que en este momento estás fingiendo. Finges amor al César, y hace unos instantes le amenazaste con sublevar a los pretorianos. Todos lo hemos entendido así, incluso el mismo César. Este ataque inesperado hizo palidecer a Tigelino, que no supo qué contestar; pero había de ser la última victoria de Petronio, porque en aquel acto medió Popea exclamando: . - Señor, ¿ cómo puedes permitir semejantes discusiones en tu presencia? N uevamente quedó Nerón indeciso, pero volviéndose hacia Petronio fijó en él sus vidriosos ojos y le dijo: . - ¿ Es así como me pagas la amistad que siempre te he profesado? - Si no es verdad 10 que digo, pruébamelo - contestó Petronio -, pero ten presente que cuanto he. dicho me 10 ha inspirado el amor que te profeso . .- ¡Castiga al insolente! - dijo Vitelio. - Sí, castígale - repitiron los demás. Todos se apartaron de Petronio, incluso Tulio Seneción, que tanto le apreciaba, y el joven N erva, que tanta amistad le profesaba. El árbitro de las elegancias quedó solo en la parte izquierda del atrio. 'Con la sonrisa en los labios, y arreglando los pliegues de su toga, esperó a que César hablara. Al fin dijo Nerón:
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¿ Cómo queréis que le castigue, si es mi amigo y compañero?
Aunque me ha herido en 10 más íntimo, sepa que mi corazón en- . cierra clemencia para sus amigos. "He perdido ... y estoy perdido", pensó Petronio. Nerón se levantó, dando por terrninado el consejo.
XL Petronio se fue a su casa, y N: erón y Tigelino fueron al atrio de Popea, donde los esperaban dos rabinos del Transtíber, ricamente vestidos, un escriba y Quilón.Al ver a César inmutáronse los sacerdotes judios y se inclinaron profundamente. - ¡ Salve, rey de reyes, dueño del mundo, protector de tu pueblo y del nuestro! - dijo el más viejo. - ¿ No me llamáis dios? Palidecieron los judíos, y el viejo prosiguió: - Tus palabras, señor, son dulces como racimos de uvas y como higo maduro, porque Jehová llenó de bondad tu corazón. Pero tu antecesor, Claudio, fue cruel, y, sin embargo, nuestros enviados no le llamaron dios, prefirieron morir a ofender nuestra religión. --- ¿ Venís a acusar a los cristianos de haber incendiado Roma? - Venimos a decir tan sólo que son nuestros enemigos, enemigos tuyos y de la humanidad, y a atesti~uar que hace tiempo amenazan con el fuego a la ciudad. Lo demas te 10 dirá este hombre veraz, por cuyas venas corre sangre del pueblo elegido. Nerón, dirigiéndose a Quilón, le preguntó: - ¿ Quién eres? :- Tu más ferviente irador, divino Osiris, y un pobre estoico. - Detesto a los estoicos -. dijo Nerón - y me son repugnantes sus teorías, su desprecio de las artes, su voluntaria pobreza y su suciedad. . - Pero yo, señor, soy estoico por necesidad. Adorna con rosas, ¡oh resplandeciente Febo !, mi estoicismo; coloca ante .mi un
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jarro de vino, y cantaré a Anacreonte con elocuencia que asombre a los epicúreos. Nerón, a quien el título de resplandeciente le cayó en gracia, sonrió y dijo : - Me places. - ¡ Este hombre vale en oro 10 que pesa! - exclamó Tigelino: - ¡ Procura, señor, aumentar mi peso con el de tu generosidad, si no quieres que me lleve el viento, divino Apolo! - Veo que tu religión no te impide llamarme dios. - ¡Oh inmortal! i Mi religión eres tú! Los cristianos hablan mal de ti y por eso los detesto. - ¿ Qué sabes de ellos? - ¿ Me permites llorar, divino? - No. Las lágrimas me fastidian. - Y tienes mil veces razón. Los ojos que llegaron a verte no debieran volver a verter lágrimas. ¡Señor, defiéndeme de mis enemigos l - Habla de los cristianos - repuso impaciente Popea. - i Obedezco, Isis! Desde mi juventud me he dedicado a la filosofía y a buscar la verdad. La he buscado en los sabios de la antigüedad, en la Academia de Atenas, y en el Serápeo de Alejandría. Pensando que los cristianos pertenecían a una nueva secta en la cual hallaría algunos granos de la verdad apetecida, hice conocimiento con ellos, por mi desgracia. El primer cristiano que conoci fue un tal 'Glauco, médico de Nápoles, Por él supe que adoraban a 'Cristo, el cual les había prometido destruir la raza humana y arrasar todas las ciudades de la tierra. Por eso odian a los hombres, envenenan las aguas y fundan en la destrucción de Roma su esperanza de reinar. Así se 10 prometió Cristo, que fue crucificado, pero que volverá para los que en Él creen. - Ahora comprenderá el pueblo por qué ha sido incendiada Roma - repuso Tigelino. - Muchos 10 saben ya, señor - dijo Quilón -, porque yo lo he propalado por los jardines y en el Campo de Marte. Pero si te dignas escucharme hasta el fin sabrás los motivos gue tengo para vengarme. El médico Glauco no me dijo al principio que su doctrina ordenase odiar al género humano. Por el contrario, repetía constantemente que Cristo era una buena divinidad y que el amor era la base de su religión. Mi bondadoso y sensible corazón se abrió por completo a tales enseñanzas; amé a Glauco, confié en él por completo y con él compartí mi ,pan y mi dinero. ¿ Y sabes, señor,
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cómo me ha pagado? Hiriéndome a mí con un cuchillo en nuestro viaje de Nápoles a Roma, y vendiendo a mi mujer, mi Berenice, tan joven y bella, a un mercader de esclavos. ¡Ah! ¡ Sófocles hubiera podido conocer la historia de mis desdichas!... Pero ¿ qué digo? Me escucha alguien más grande que Sófocles. - ¡ Pobre hombre! - exclamó Popea. - Quien ha podido, ¡oh divina!, contemplar el rostro de Afrodita, ya no es pobre; y ese rostro 10 contemplo en este instante. Pero en aquel tiempo yo buscaba consuelo. en la filosofía. Al llegar a Roma me dirigí a los cristianos, con la esperanza de que Glauco me devo1viera a mi mujer, ¡Fue inútil! He conocido a su pontífice y a otro nombrado Pablo, que ya estuvo aquí preso y fue puesto en libertad. He conocido a muchos más; sé dónde habitan ahora, y los lugares en que se reúnen para hacer sus sacrílegas ceremonias. Puedo indicar un subterráneo en la colina del Vaticano y un cementerio más allá de la puerta Nomentana. Allí encontré también a Ligia, la ahijada de Pom.ponia Grecina, que, con sus maleficios, causó la muerte de vuestra hija, la pequeña Augusta. - ¿ Lo oyes, César? - murmuró Popea. - ¿ Es posible eso? - exclamó Nerón. - Al recordar ese terrible crimen quise, para vengaros, clavar un puñal en el corazón de Ligia; pero me 10 impidió el noble Vinicio, que la ama. - ¿ Vinicio? j Si huyó de él! - H uyó, pero como él no puede vivir sin ella, se echó en su busca, y fui yo quien dio con su escondite en un rincón del Transtíber. Allá nos dirigimos en compañía del gladiador Crotón; pero Urso; un esclavo que posee extraordinaria fuerza, estranguló a Crotón. Es un hombre temible, pues retuerce la cabeza de un uro como si fuera el cuello de una gallina. Por eso le estimaban P1au4 cio y Pornponia. j Por Hércules! j El hombre que ha sido capaz de estran_guIar a Crotón es digno de que se le erija una estatua en el Foro! Pero te equivocas o mientes, anciano, pues Crotón fue acuchillado por Vinicio. . -¡ Oh, cómo los hombres engañan a los dioses! Señor, por mis propios ojos vi cómo los huesos de Crotón se rompían entre las terribles manos de Urso, que luego acometió a Vinicio y hubiera dado fi-n de él de no impedirlo Ligia, El tribuno tuvo que estar mucho tiempo curándose, Los cristianos, queriendo catequi-
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zarle, le cuidaron con mucho esmero, y Vinicio se hizo cristiano. - Acaso Petronio 10 sea también - indicó insidiosamente Tigelino. , Qui1ón, frotándose las manos, contestó, después de breve vacilación: - ¡ Pudiera ser ¡ Muy bien pudiera ser! - ¡Ahora comprendo por qué defendía con tanto calor a los cristianos! , -¿ Petronio, cristiano? - exclamó, riéndose, Nerón -. ¿Petronio enemigo de la vida y de sus deleites? ¿ No seas necio! ¡Si repites esa tontería, me reiré de cuanto diga este viejo! . - Señor, te juro por la divina luz qu~ de ti se des~:ende q.ue digo la verdad pura: que Pornponia es cristiana, y su hIJO Aulo y Ligia ; y cristiano es, como ellos, el tribuno Vinicio. En pago de los servicios que le presté me hizo apalear, sin tener lástima de mi vejez y de que me hallaba enfermo y hambriento. ¡ Oh César! ¡Venga mis sufrimientos, y yo te entregaré a Pedro el Apóstol, a Lino, a Glauco, a Ligia, y a cientos de cristianos, pues conozco todas sus guaridas! Popea, que no había olvidado los desdenes de Vinicio ni la peligrosa belleza de Ligia, ansiando la perdición de ambos, exclamó con voz doliente: - ¡ Señor, nuestra hija clama venganza! - ¡Apresúrate - agregó Qui1ón -, porque, si no, Vinicio esconderá a su amada! - Te daré diez hombres: ve inmediatamente con ellos - dijo Tigelino. - Señor, tú no viste a Crotón en manos de Urso, y por eso me ofreces esa compañía. Si pones a mi disposición cincuenta, sólo de lejos enseñaré dónde se oculta. Pero aun aSÍ, si no prendes a Vinicio, mi perdición es segura. Tigelino miró a Nerón. . - ¿ No crees, divino, que ha negado el momento de terminar de una vez con tío y sobrino? ' - No, ahora no. El pueblo no creería que Petronio, Vinicio y Pomponia incendiaron a Roma. Tenian casas demasiado ma~nlficas. Hoy necesitamos otras víctimas. A ésos ya les tocara el turno. El rostro del traidor reveló su contento, ymurmuró con voz enronquecida: ' - ¡Os los entregaré! ¡Pero apresuraos! j Todos caerán!
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XLI Al separarse de César, Petronio se hizo conducir a su casa, en las Carinas, que, gracias a los jardines que la rodeaban y a la plaza que la precedía, se había salvado milagrosamente del incendio. Por este motivo los augustanos que habían perdido sus casas y sus riquezas artísticas envidiaban a Petronio, llamándole dichoso y predilecto de la Fortuna. . Pero, camino de su primorosa biblioteca, aquel hijo predilecto de la Fortuna pensaba en la proverbial volubilidad de su madre. "Si mi casa hubiese ardido - se decía a sí mismo -, y con ella mis riquezas, .mis vasos etruscos, mis cristales alejandrinos y mis cobres corintios, puede que Nerón no hubiera tomado tan a pechos mis palabras. i Y pensar que hubo un momento en que hubiera podido ser prefecto de los pretorianos y salvar a los cristianos, que ahora caerán !Creo que debí aprovechar la ocasión, siquiera por Vinicio. Si el cargo de pretor me daba mucho trabajo, podía cedérselo a él, que bautizaría a todos sus pretorianos, y quizá catequizara al mismo Nerón. i Nerón virtuoso, misericordioso, creyente! i Qué espectáculo!" Se echó a reir, y varió el curso de sus ideas. Le parecia estar en Ancio, y vibraban en sus oídos estas palabras que le había dirigido Pablo de Tarso: "Nos llamáis enemigos de la vida. Dime, Petronio: ¿ si César fuese cristiano y obrara según nuestras enseñanzas, no seríais más felices? ¿ No correría vuestra vida menos peligro ?" Vinicio, cuya casa había sido arrasada por el incendio, habitaba en la de Petronio" y allí se hallaba cuandóIlegó su pariente. - ¿ Has visto a Ligia? - fue 10 primero que le preguntó el -poeta. - V uelvo de su lado. - Escucha lo que voy a decirte, y no pierdas el tiempo en preguntarme nada. Hoy ha decidido César dar la culpa a los cristianos del incendio de Roma, y los amenaza con la persecución y el martirio. Toma a Ligia y huye con ella, aunque sea a África.
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Pero date prisa, pues el Transtíber está más lejos de aquí que del Palatino. ' Vinicio escuchó con el ceño fruncido, pero sin miedo. - Voy - dijo simplemente. - i Una palabra! - añadió Petronio -. Toma todo el oro que tengas y unos cuantos de tus esclavos cristianos. En caso de necesidad, recóbrala a la fuerza. No dejes de enviarme noticias de lo que pase. Petronio empezó a recobrar la confianza. Cierto que resistir con las armas a los pretorianos equivalia a declarar la guerra a César, pero no le importaba; antes bien le alegraba la idea de que podia desbaratar los planes de César y de Tigelino. Resolvió no escatimar hombres ni dinero para conseguir su propósito, y sabía que sus esclavos no habían de negarse a ayudarle, pues casi todos ellos se habían convertido al cristianismo en Ancio, durante la estancia entre ellos de Pablo de Tarso. La entrada de Eunice interrumpió sus reflexiones. Al verla olvidó a César, a la desgracia en que había caído, a los infames augustanos y hasta la persecución que amenazaba a los discípulos de Cristo. - ¿ Qué ti enes que decirme, divina? - preguntó tendiendo las manos hacia ella. Eunice inclinó su rubia cabeza y replicó: - Antemio ha venido con sus cantores, y pregunta si deseas escucharle hoy. - i Que espere! Cuando estemos en la mesa nos cantará su himno a Apolo. ¡Por los bosques de Pafos! j Cuando te veo .asi, me pareces Afrodita vestida con un retazo del cielo! - ¡Oh dueño mío! - murmuró Eunice. -¿Me amas? .- i No querría más a Zeus! - ¿ Y si tuviéramos que separarnos? Eunice le miró con angustia y balbució : - ¿Cómo, señor? - No tengas temor alguno. Pero ¿ quién sabe si tendré que emprender un largo viaje? - i Llévame contigo! Cambió Petronio de conversación y preguntó: - Dime: ¿ hay asfódelos en el jardín? - No; los cipreses y el césped están amarillentos desde e
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incendio, los mirtos han perdido la hoja y todo eJ jardín parece muerto. ; - Lo mismo está la ciudad entera, que dentro de poco será un cementerio. ¿ Sabes que va a publicarse un edicto contra los cristianos, que se los va a perseguir y que morirán a millares? - No sé por qué se ha de perseguir a los cristianos, que son buenos y pacíficos. - Precisamente por eso. - Vámonos a la orilla del mar, señor. La vista de la sangre no es ag-radable a tus ojos. - i Ya veremos! Entretanto quiero tomar un baño. Una hora después, coronados de rosas, estaban a la mesa, cubierta con una vajilla de oro y servida por adole ..centes vestidos de amorcillos. Mientras bebían en copas orladas de hiedra, escuchaban el himno dedicado a Apolo, que cantó la gente de Antemio, acompañándose de arpas. ¿ Qué les importaba a ellos que en aquel momento se hubiera convertido la ciudad en un montón de.escornbros humeantes, ni que el viento esparciese cenizas por todas partes? Eran dichosos, y no pensaban más que en el amor, que convierte toda la vida en un sueño divino. Pero antes que hubiese terminado el himno entró un esclavo, diciendo: - Señor, pn centurión, por orden del César, desea hablarte. Callaron los cantos, así como las arpas, y todos los presentes se sintieron invadidos de terror, porque César no so1ía servirse de los pretorianos para comunicarse con sus amigos, y su llegada no podía presagiar nada bueno. Sólo Petronio permaneció tranquilo, aunque molesto por aquella inoportuna intromisión. - i Podían dejarme comer en paz! i En fin, que entre el centúrión! A poco se oyó un paso recio y cadencioso, y el centurión Aper. conocido de Petronio, armado de férrea loriga y cubierto con el yelmo, se presentó ante el triclinio. - Noble señor - dijo -, he aquí una carta de César. Petronio extendió con indolencia su blanca mano, y después de leer la tablilla, se la dio tranquilamente a Eunice, murmur~nd.o: - Va a leer esta noche un nuevo canto a Troya, y me invita a oirle. :'~~ - Solamente tengo orden de entregar este escrito - añadió el centurión.
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- En efecto, no necesita respuesta. Pero podrías descansar un momento y beber una copa de vino. - Gracias, noble señor. Acepto el vino; pero no puedo detenerme, porque estoy de servicio. - ¿ Por qué has sido tú el encargado de traerme este aviso, en vez de enviármelo con un esclavo? - Lo ignoro, señor. Acaso aprovechando la ocasión de quehabía de venir por este lado de la ciudad para cumplir otro encargo. - Ya lo sé -, dijo Petronio -; vas en busca de cristianos. - Así es. - ¿ Hace mucho que ha empezado la persecución? - Algunos destacamentos nuestros fueron al Transtíber antes del mediodía. - El centurión vertió unas gotas de vino en honor de Marte, y lo apuró, diciendo al fin -: Señor, que los dioses te concedan cuanto desees. - Llévateesa copa como recuerdo mío - respondióle Petro, nio; e hizo seña de que siguiera el interrumpido himno. Resonaroñ "las dulces melodías, y Petronio pensó: "Barbarroja empieza a jugar con Vinicio y conmigo; pero adivino su plan. Se proponía asustarme enviando su mensaje con un centurión, al cual preguntarán esta noche cómo he recibido la invitación. i Pero no has de tener esa alegría, monigote malvado y cruel ! Bien sé que n1Í pérdida está decretada, pero si te imaginas que has de leer en mis ojos la menor súplica, ni en mi rostro el miedo y la humildad, te engañas." - Señor, César te escribe que vayas" si te place". ¿ Irás?dijo Eunice. - ¡ Sin duda! Estoy de muy buen humor y puedo escuchar hasta sus versos. Iré, y con tanto más motivo porque Vinicio no asistirá a la velada. Terminada la comida, entregóse Petronio en manos de sus esclavos .para que le vistiesen y le arreglasen, y con el pelo rizado' y perfumado y la toga artísticamente plegada, hermoso como un dios, se hizo conducir al- Palatino. Era ya tarde, y la noche estaba tibia y serena. Era tal la claridad de la luna, que los esclavos que alumbraban la litera apagaron las antorchas. Varias veces tuvieron que abrirle paso pronunciando el nombre de su señor, porque en algunos lugares el populacho era inmenso. Entonces la turba le saludaba cariñosamente, pues era grande la popularidad que gozaba entre la gente.
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Petronio confiaba que Vinicio, adelantándose a los pretorianos, habría conseguido huir llevándose a Ligia, o, por 10 menos, que se Ia hubiera arrancado de las manos si acaso la habían ya apresado; pero le hubiese gustado saber de cierto 10 ocurrido, para poder contestara ciertas preguntas que temía habían de hacerle, y para las cuales le convenía estar preparado. Estaba entregado a estos pensamientos cuando llegó a la casa de Tiberio, donde residía César. Descendió de la litera y entró en el atrio, que estaba lleno de cortesanos. Sus antiguos amigos, aunque asombrados, disimularon, pero él avanzó entre ellos, arrogante, despreocupado y con el mismo aire de seguridad que si estuviera en el auge de la privanza. Algunos se sintieron inquietos y como temerosos de habérsele demostrado demasiado esquivos: hasta tal punto los desconcertó su aire desenvuelto. . César fingió que no le veía entrar, y no contestó al saludo de Petronio; pero en cambio Tigelino se acercó a él y le dijo: - ¡ Buenas noches, árbitro de las elegancias! ¿ Sigues afirmando que no han sido los cristianos quienes incendiaron él. R0111a? Encogióse Petronio de hombros y, dándole una palmadita en la espalda, como lo haría con un liberto, respondió: . - Sabes tan bien como yo 10 que se debe pensar en este asunto. - No puedo compararme contigo, que eres tan sabio en todo. - Y haces bien; pues si no, cuando César nos lea su nuevo canto a Troya, en vez de chillar como un pavo, tendrías que dar tu parecer, que sería de seguro una necedad. Tigelino se mordió los labios y rnaldijo la ocurrencia de Nerón de declamar la segunda parte de su Trá yado, pues concedía a su enemigo una ocasión de lucirse. Y en efecto, durante la lectura del poema, Nerón dirigía interrogativas miradas a Petronio, como siempre había hecho. El poeta escuchaba atento y sin pestañear, aprobando algunas veces, criticando otras, y exigiendo en talo cual pasaje lnayor precisión y pulcritud en la frase. Nerón sabía que era el único inteligente, y que mientras los demás oyentes le adulaban aplaudiendo su poesía, sólo Petronio estaba atento a la composición y apreciaba su verdadero mérito. Sin darse cuenta entró en discusión con Petronio; y cuando éste puso en duda la propiedad de ciertas frases, César le dijo : - Verás en el último 'canto por qué las he empleado.
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"¡ Hasta eF último canto! - pensó Petronio -. Es decir, que. todavía tengo algún tiempo de vida." Pensando 16s cortesanos que Petronio podía volver a la gracia de César y perder a Tigelino, rodearon solícitos al árbitro, pero el final de la velada los desconcertó. Al despedirse Petronio, César le dijo con expresión de perversa alegría: - ¿ Por qué no ha venido Vinicio? Estuvo a punto Petronio de responderle: "Se ha casado, con tu permiso, y se ha ido." Pero ignorando qué había sido del joven, y notando la infernal sonrisa de César, respondió tranquilamente: - Cuando recibí tu invitación no estaba en casa. - Pues di1e que le veré gustoso, y le aconsejo que no deje de asistir al circo, donde los cristianos van a representar un papel importante. . Petronio se sintió intranquilo al oirle, pues en sus palabras había para él una alusión directa a Ligia. Montó en la litera y dispuso que le llevaran aprisa a su casa. Pero no era fácil, pues delante de la casa de Tiberio se agolpaba un turba compacta y amenazadora. Dejábanse oir a lo lejos gritos que Petronio no entendió de pronto, pero que poco a poco iban haciéndose más claros. - i Los cristianos a los leones! "i Vil rebaño - dijo Petronio para sí -, mereces ser gobernado por tal César!" Al llegar a su casa preguntó: . - ¿ Ha vuelto el noble Vinicio? - Hace un instante, señor. Le halló sentado en el atrio y con la cabeza entre las manos, Al ruido de sus pasos alzó el joven los ojos, que brillaban febrilmente .. - ¿ Llegaste tarde? j Sí, se la llevaron presa antes de mediodía! - ¿ La has podido ver? - Sí. - ¿ Dónde está? - En la prisión Mamertina. Petronio se estremeció y dirigió a su sobrino una mirada interrogadora. El joven comprendió. - No - dijo -; no la han encerrado en el Tuliano, ni aun
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en el calabozo. He sobornado al guardián para que le dejara su celda, y Urso se ha echado ante su puerta y vela por ella. - ¿ Por qué no la defendió Urso? - Enviaron cincuenta pretorianos. Además, Lino se lo irnpidió.
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Lino?
Se está muriendo y le han dejado libre. - ¿ Qué piensas hacer? - Salvarla o morir con ella. Yo también soy cristiano. Vinicio hablaba con calma; pero su voz delataba tan desgarradora pena, que a Petronio se le rompió el corazón. - Te comprendo muy bien. ¿ Cómo pretendes salvarla? . - He gratificado a los guardianes para que no la ultrajen y para que faciliten su fuga. . - ¿ Y cuándo será eso? - Me dijeron que no podían entregármela inmediatamente, por miedo a ser castigados, pero que apenas se llene la prisión podrán entregármela. Como ves, es _un recurso extremo. Tú, como amigo de César, puedes salvarla y salvarme. Él mismo me la otorgó por esposa. Por toda respuesta, Petronio ordenó que les llevaran dos. mantos (oscuros y dos espadas, y, disponiéndose a salir, le dijo : - Por el camino te explicaré. Ahora torna ese manto y esa arma y vamos a la prisión Mamertina.Allí darás a los guardianes cien mil sestercios, quinientos mil, un millón, si es necesario, para que la dejen salir inmediatamente. De otro modo, será tardé U na vez en la calle, prosiguió: - Oveme. Desde aver estoy en desgracia, y mi vida pende de un hilo: por eso no puedo pedir nada a Cesar, que haría 10 contrario de 10 que yo deseara. En otro caso no te aconsejaría la íuerza, pues ya comprendes que, de conseguir tu propósito, la cólera de César recaeria sobre mí. Procura sacarla de la prisión y huye. Si no 10 consigues, .a?? podre!U?s intentar otr?s. medios; pero ten presente que la pnsion de Ligia no ha SIdo únicamente - a causa de su religión; ella y tú sois víctimas de Papea. De otro modo, ¿ cómo explicar que Ligia haya sido detenida antes que los demás? ¿ Quién ha podido denunciar la casa de Lino? Te digo que hace tiempo que la espiaban. Ya sé que te destrozo el corazón quitándote esta última esperanza} pero te advi~~to que. si no consigues libertarla antes de que 10 sospechen, estáis perdidos. -
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¡ Demasiado
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tarde 10 comprendo! _. dijo sordamente
Vi-
nICIO.
Era ya muy tarde y la calle estaba desierta. De pronto 'la conversación de los dos patricios fue interrumpida por un gladiador borracho que venía en sentido contrario. Tambaleándose se agarró al brazo de Petronio y, echándole al rostro el vinoso hálito, dijo con voz ronca: - ¡ Grita como yo o te rompo la cabeza! ¡A los leones los cristianos! Los delicados nervios de Petronio estaban en tensión con los clamores de la plebe, su olor y sus gritos. Al ver alzarse sobre su cabeza una mano gigantesca, se le acabó la paciencia y gritó: - ¡Amigo, apestas a vino y me enojas! Y acompañó sus palabras hundiendo su espada en el pecho del gladiador, y, tomando del brazo a Vinicio, continuó como si nada hubiera ocurrido. - César me ha dicho hoy: "Dile a Vinicio de mi parte que no deje de asistir a las fiestas del circo, en que tomarán parte los cristianos." 'Como ves, esto indica que quieren darse el espectáculo de tu dolor. Por esto quizá no nos han encerrado a ti y a mí. ¡ Si no logras sacarla inmediatamente, quién sabe! Quizás Acté . pueda hacer algo por ti. Tus tierras de Sicilia acaso tentarán a Tigelino. ¡Prueba.! - ¡Le daré cuanto paseo! . No era largo el camino entre las Carinas y el Foro. Habían llegado a la cárcel. De pronto, al torcer hacia la prisión Mamertina, se detuvo Petronio exclamando: - ¡Hemos llegado tarde! i Están ya los pretorianos! Rodeaba la prisión una doble hilera de soldados. La claridad del alba naciente brillaba en la punta de sus lanzas y en sus armaduras. - ¡Acerquémonos l - dijo Vinicio, pálido como la muerte. Aproximáronse a la soldadesca, y Petronio, que tenia excelente memoria y que conocía no sólo a los oficiales, sino también a casi todos los soldados, hizo seña a un centurión y le preguntó: - ¿ Qué es esto, Niger? ¿ Os han ordenado vigilar la prisión? - Así es, noble Petronio. El prefecto temía que intentaran libertar a los incendiarios. - ¿ Os han ordenado no dejar entrar a nadie? -. preguntó Vinicio. "
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- Al contrario. Los amigos de los presos vendrán a verlos y de este modo caerán en las redes más culpables. -. Entonces déjarne entrar -. exclamó el joven, y estrechando . la mano de Petronio añadió -...;..:Vea ver a Acté. V olveré a saber el .resultado de tu entrevista. j Bien! - respondió Petronio. En aquel instante, a través de los gruesos muros de la prisión y de los profundos subterráneos, se oyeron cantos que poco a poco llenaron el espacio de melodías. Voces de mujeres, de hombres, de niños, se coordinaban armoniosamente, como si desde las lobregueces de la mazmorra los presos dirigieran un saludo al nuevo día. No era un canto de desesperación ni desconsuelo, sino de triunfo y de alegría. Los pretorianos mirábanse unos a otros, asombrados.
XLII Todo fue en vano. Vinicio se rebajó incluso a solicitar la influencia de los libertos antiguos esclavos del César. Comenzó por el primer marido de Popea, Rufo Crispino, del que obtuvo una recomendación ; después pasó al segundo marido. Otón, a la sazón en España. Por fin comprendió que los cortesanos jugaban con él y q':1e.hubiera sid? mejor fin~i~ que !la le importa~a el destino de Ligia, A esta misma conclusión llego Petronio, Mientras tanto, se e~h~ba encima la hora inminente. A juzgar 'por la abun?ancia ~e víctimas que se preparaban, aquellos espectaculos parecian destinados a durar meses. Las fosas comunes, donde se sepultaba a los esclavos, estaban llenas hasta los bordes. 'Se decidió apresurar el comienzo de los festejos por temor de que una peste se extendiese sobre Roma. Estas noticias, al llegar a oídos de Vinicio, extinguían en él toda esperanza. Había cambiado hasta su fisonomía; se había vuelto huraño, taciturno, y caminaba encorvado como un viejo. Siempre rezaba a Cristo, que era su última esperanza, golpeándose la frente contra las piedras. . Sin embargo" veía aún las cosas 10 bastante claras para confiar en la promesa de Pedro. Aquel hombre le había bautizado, le ha-
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bía prometido a Ligia ; aquel hombre hacia milagros. ¿ Por qué no pedirle protección una vez más? Después de consultar con el tejedor, decidieron asistir a una reunión de cristianos que se celebraba en las propiedades de Cornelio Prudente. Asistieron a la plegaria común, y Pedro unía la suya a la de ellos, suplicando: "i Cristo, ten piedad de nosotros! "'Vinicio esperaba un milagro efectivo, inminente, palpable: se abriría la tierra, descenderia Cristo sobre un carro de fuego, y Nerón sería precipitado en el abismo. Pero el silencio de la capilla y el sollozo aislado de una mujer le volvieron a la triste realidad. En vez de claridades celestes, brillaba en la cabaña la luz mezquina de dos pobres antorchas, y los rayos de la luna que penetra- ' ban por una abertura del techo. Fuera sanaban los silbidos que eran la contraseña para saber si los cristianos eran vigilados. En aquella piadosa multitud, aunque era de gentes convertidas, flotaba por unos momentos una sombra de incertidumbre. Vinicio pudo oir los lamentos de algunos y hasta hubo quien dejó escapar algunas. palabras de vacilación. Pero Pedro les dijo : - Hijos míos, yo vi crucificar al Salvador en el Gólgota, Oí los golpes de martillo, y vi levantar la cruz en alto para que la multitud presenciara la muerte del Hijo del hombre. ¿ Por qué os quejáis? ¿ Si Dios mismo se sometió al martirio, queréis que os libre de sufrirlo? ¡Hombres de poca fe! Sembrad en el dolor para cosechar en el gozo. No es en jerusalén, sino en esta ciudad del infierno donde el Señor quiere fundar su sede. Aquí es donde, con lágrimas y con sangre, quiere edificar su iglesia. i Oh Señor! ¡ Tú infundes en los ánimos más .pequeños la íuerza sublime que los convierte en poderosos, y me mandas apacentar aquí tu rebaño hasta la consumación de los siglos! j Hágase tu voluntad! ¡Venzamos' ya que así 10 ordenas! Pedro volvió en sí de un éxtasis después de aquel discurso, y su rostro se vio iluminado por la luz divina. Después de algún tiernpq, dirigiéndose a Vinicio, le puso una mano sobre el hombro y le dijo: - Ya sé que te han quitado a la virgen a quien amas. ¡Reza por ella! - i Señor! Si yo soy un miserable gusanov; qué pueden mis oraciones? ¡Intercede por ella tú, que has conocido a Cristo! Pedro recordó que también Ligia había implorado misericordia a sus pies, y murrnuró : - Hijo mío, rogaré por ella ; pero 110 olvides que el mismo
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Cristo fue crucificado, y que después de esta vida empieza otra eterna. - Lo sé, 10 he oído - díjo Vinicio con los labios resecos-. j Pero no puedo más! ¡ Si hace falta sangre; ahí está la mía! Yo soy soldado; mi oficio es dar mi sangre. ¡ Que Cristo tome mi vida en lugar de la suya! ' El santo anciano le contemplaba con una mirada profunda, y sonrió de un modo enigmático. Después se alejó, hasta que su silueta se perdió entre las sombras del crepúsculo. Por oriente el 'cielo empezaba a amarillear con la proximidad de la aurora.
XLIII Al separarse Vinicio del Apóstol se dirigió a la prisión con el espíritu henchido de nuevas esperanzas. , "Creeré que Dios puede salvarla, aun viéndola entre' las garras de los leones", se decía ; y aunque un sudor helado corría por sus sienes al imaginarse a Ligia en el circo, cada latido de su cotazón equivalía auna plegaria. En la prisión le dieron malas noticias. Los pretorianos, que le conocían y noIe oponían dificultades para entrar, le cerraron el paso. Un centurión le dijo : - Perdona, noble tribuno; pero hoy tenernos orden de no dejar entrar a nadie. Hay muchos enfermos en la cárcel y el César teme que se propague la peste. -' ¿ No has dicho que esa orden es sólo para hoy? - A mediodía se releva la guardia. 'Calló Vinicio y se quitó el yelmo, que le pesaba corno si fuera de plomo. :' - En esto, un soldado se acercó a él y murmuró a su oído: - ¡ Cálmate, señor: dos guardianes y Urso velan por ella! Dicho esto, trazó un pez en el suelo con su espada. Miró Vinicio atentamente al soldado, y exclamó: ' - ¿ Eres pretoriano? -Hasta que me encierren ahí. -'y señaló la cárcel. - Yo también creo en Cristo.
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- ¡Que sea alabado su santo nombre!
Ya que no puedo dejarte entrar, si le escribes una carta la haré llegar a su destino. - ¡Gracias, hermano ! - repuso Vinicio, y estrechando la mano al soldado salió es.peranzado de nuevo. Mirando por sobre los muros de la prisión y por encima del Capitolio y templo de Júpiter, exclamó, con los ojos fijos eñ el cielo: - ¡Hoy no la he visto, Señor; pero confío en tu misericordia! En casa le aguardaba Petronio, que, fiel a su costumbre de hacer de la noche día, acababa de entrar y se disponía a dormir, después de haberse bañado. . - Tengo que decirte que he estado en casa de Tulio Seneción, donde también se hallaba César. No sé por qué, ,se le ocurrió a Augusta llevar consigo a su hijo Rufo, acaso para que su belleza ablandara el corazón de Nerón; pero, por desgracia, el niño se durmió durante la lectura, como en otra ocasión Vespasiano. Al notarlo César, le arrojó un vaso y le hirió gravemente en la cabeza. Se desmayó Popea, y todos oyeron estas palabras, que equivalen a una orden de muerte ee ¡ Ya estoy harto de ese chiquillo !" - Cae sobre Augusta el castigo de Dios. Pero ¿ por qué me cuentas eso? -. Para que comprendas que Popea, preocupada ahora con su desgracia, se olvidará de su venganza, y quizá se deje ablandar. Hoy la veré y hablaré con ella. . - ¡ Gracias, Petronio! '- Ahora báñate y duerme. Tienes amoratados los labios, y . más que hombre pareces una sombra. - ¿ No sabes cuándo serán los primeros juegos matutinos? - Dentro de diez días. Desocuparán otras prisiones antes que la Mamertina. Cuanto más tiempo tarden, mejor. No hay nada perdido. Aunque Petronio decía esto a su sobrino, queriéndole infundir ánimo, estaba plenamente convencido en su interior de que para Ligia no había salvación posible. - Le diré a Augusta, sobre poco más o menos: "Salva a Ligia para Vinicio y yo salvaré a tu Rufo." E intentaré hacerlo como lo digo. Tratándose de Barbarroja, una palabra dicha oportunamente puede dar la muerte o la vida. De todos modos, tenemos tiempo por delante. - ¡ Gracias l - El mejor modo de agradecerme lo que haga es dormir y
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alimentarte. ¡Por Minerva ! En sus mayores desgracias, Ulises no dejaba de comer y dormir. De seguro que has pasado la noche en la prisión. . - He tratado de entrar, pero hay orden de no dejar pasar a nadie. Entérate de si no es más que para hoy, o si ha de durar hasta que empiecen los juegos del circo. -. Me enteraré y te lo diré mañana. Ahora voy adormir, y te aconsejo que me imites. Vinicio escribió una carta a Ligia, y fue él mismo a llevársela, entregándosela al miS1TIO soldado pretoriano, quien se encargó de ponerla en manos de Ligia. Al volver de su encargo le dijo: - Ligia te saluda, y dice que te contestará hoy mismo. Yo te llevaré la respuesta. / , Vinicio, demasiado impaciente para volver a su casa, prefirió esperar la respuesta de Ligia sentado en una piedra. El sol estaba ya nlUy alto, y acudía la gente al Foro por el Clibo Argentarlo. Pasaban los vendedores ambulantes, pregonando sus mercancías, y los decidores de la buenaventura, ofreciendo sus servicios, mientras ciudadanos en gran número se dirigían gravemente hacia los Rostros a oir a los oradores callej eros y a enterarse de las últimas noticias. Muchos grupos de ociosos se resguardaban de los rayos del sol en los peristilos de los templos. Bandadas de palomas revoloteaban por los aires, manchando con su nívea blancura el azul intenso del cielo. , El calor, el ruido y el cansancio rindieron a Vinicio. Las exc1amaciones monótonas de los pilluelos que cerca de él jugaban a la morra y el paso cadencioso de los soldados que de cuando en cuando pasaban' contribuyeron a adormecerle. Varias veces alzó la cabeza y dirigió la vista a la prisión. Por último, apoyado contra una esquina de la roca, se quedó dormido. Le despertaron los rayosdel sol yel ruido que hadan los .transeúntes en torno suyo. La calle estaba llena de gente. Abriendo paso a una magnífica litera que llevaban cuatro gigantescos esclavos egipcios; dos esclavos corredores, vestidos con túnicas amarillas, gritaban blandiendo largos juncos: - ¡Paso al noble augustano l En la litera iba un hombre vestido de blanco, cuyo rostro no se distinguía bien por tapárselo un enorme papiro que iba leyendo con gran atención, 14
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repetían los esclavos, que se abrían paso con dificultad a través del gentío. Entonces el augustano se asomó y dijo : - ¡Apalead a esos pillos l j De prisa! Vinicio se quedó pasmado. Había reconocido a Quil6n. Al instante comprendió muchas cosas. Y acercándose al griego dijo: .- ¡Te saludo, Quilón! . Éste, esforzándose por parecer tranquilo, respondió: -- j Salud, joven! j Pero no me detengas, pues tengo prisa por ver a mi amigo el noble Tigelino! Apoyándose en la litera con ambas manos,Vinicio miró al viejo con fijeza, y murmuró en voz baja: .- ¡Tú has entregado a Ligia l . j Coloso de Memnón l exclamó Quilón, aterrado. Pero como la mirada de Vinicio no era amenazadora, se desvaneció su espanto. Además, siendo protegido de Tigelino y estando rodeado de esclavos atléticos, nada tenia que temer del tribuno, que se le presentaba indefenso y quebrantado por el dolor. Fijó el griego con atrevimiento sus ojos enrojecidos en el tribuno y le dijo : - Y tú me hiciste apalear cuando me moría de hambre. - Fui injusto contigo - repuso con voz sorda Vinicio. El griego irguió la cabeza y replicó en alta voz: ~ Amigo, si quieres pedirme algo, ven a verme a mi casa del Esquilino, donde por la mañana recibo a los conocidos y clientes. Rizo una señal a sus esclavos para que continuaran su marcha. y los egipcios agitando sus varas de junto.. gritaron: . ¡Paso, paso al noble Quilón Quilónides! -
¡Paso al noble augustano!
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XLIV Ligia, en una larga' carta escrita con apresuramiento, se despedia de Vinicio. Sabía que no volveria a verle hasta encontrarse en la arena del circo, y le rogaba, pues, que asistiera al espectáculo para poderle ver por última vez en esta vida; 'la carta terminaba. diciendo: Poco importa que Cristo me Ubre o no de la muerte. Por boca del Apóstol me ha prometido a ti; somos, pues, el uno H
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del otro." Después le exhortaba a no dejarse vencer por el dolor ni entristecerse por su muerte; Toda la carta respiraba esperanza y felicidad. Sólo expresaba un deseo: que su cuerpo fuese enterrado en la misma tumba en que descansaría un día el de Vinicio, por lo cual le rogaba que él mismo retirase su cadáver del espo-
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Vinicio la leyó con el corazón destrozado, pero al 'mismo tiempo le parecía imposible que Cristo no hiciese un milagro. De regreso a su casa se apresuró a contestar a su amada diciéndole que no dejaría de visitarla en la prisión, esperando que se desplomasen sus muros. El centurión, que había de entregar a Ligia la misiva, se acercó a él cuando llegaba a la prisión y le dijo : _ - ¡ Albricias, mi señor! Cristo te da pruebas de su gracia. Esta noche han venido los libertos del César a buscar a las doncellas cristianas; pero cuando preguntaron por Ligia y supieron que estaba enferma de fiebre, la dejaron. Ayer por la tarde estaba ya sin sentido. Vinicio se emocionó tanto, que para no caerse se apoyó en el hombro del centurión, que añadió: - ¡ Da gracias al Señor misericordioso! A Lino se 10 llevaron ay.er para darle tormento, pero viendo que agonizaba nos 10 han devuelto. Tal vez ocurra lo mismo con tu amada. , - Tienes razón,' centurión - respondió Vinicio -. Cristo, que la ha librado de la vergüenza, sabrá librarla de la, muerte. , Vinicio permaneció j unto a las prisiones hasta el anochecer. Después se fue a su casa y mandó a sus esclavos que buscasen a Lino y le llevaran a una 'de las quintas de los arrabales. ' Por su parte, Petronio seguía con sus gestiones. Visitó a Papea, y C011)O la encontrase, absorta de dolor, junto a la cabecera. de su hijo enfermo, empleó una estratagema muy romana: - Augusta, me temo que has ofendido a una divinidad nueva que no conoces. Parece ser que tú adoras al Jehová de los hebreos; pero como los cristianos dicen que Cristo es hijo de J ehová, ¿ quién sabe si tal vez has p.~ovocado el ~noJO del Padre persiguiendo a los que adoran al HIJO? j Ten CUIdado, no sea que la - vida de Rufo dependa de lo que hagas! - ¿ Y qué quieres que haga? - Que apacigües a esas divinidades enojadas. ~ ¿Cómo? .., - Ligia está enferma. Apela a tu influencia con el Cesar para que se la devuelvan a Vinicio.
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¿ Y me crees capaz de conseguirlo?
.- Creo que una madre es capaz de todo; a menos que tú te consideres distinta de las demás. ¡ Cómo no lo hadas, si vieses que de pronto tu hijo palidece y comienza a lanzar estertores de muerte! " Popea se levantó corno movida por un resorte. ' _ - ¡ Silencio! Estas solas palabras podrían matarle. ¡Ya lo creo que 10 haré! Ni tú, ni el César, ni' Tigelino me conocéis. Pero ...
*** - No es' poco 10 que he conseguido - dijo Petronio a Vinicio cuando estuvo de vuelta -. Le he dicho tales cosas, que la creo capaz de todo. Ahora puedes descansar; la misma Augusta trabajará en favor de tu causa. - i La librará Cristo! - contestó Vinicio con ojos que le brillaban de fiebre. Popea, que por salvar a su hijo era capaz de ofrecer hecatombes a todos los dioses del universo, fue aquella misma noche a ver a las vestales del Foro, y dejó a su nodriza Silvia al cuidado del niño. Pero la muerte del infeliz había sido decretada en el Palatino. Apenas se alejó la litera de Augusta, dos esclavos de César entraron en las habitaciones, 'amordazaron a Silvia y la dejaron sin sentido de un golpe en la cabeza. Después se acercaron a la camita del inocente, que había abierto los ojos y sonreía a sus verdugos corno si los conociera ; le rodearon el cuello con el cinturón de la nodriza y apretaron. El niño llamó una vez a su madre y expiró dulcemente. Después los criminales envolvieron su cadáver en una' sábana y se dirigieron al puerto de Ostia, donde le arrojaron al mar. Papea, no habiendo hallado a la vestal mayor, volvió al Palatino, y al ver el lecho vacío de su hijo y el cuerpo. aturdido de Silvia, se desmayó. Cuando volvió en sí comenzó a gritar. Sus terribles alaridos no cesaron en toda la noche y durante todo el siguiente día; pero al tercero, César la obligó a asistir a .un banquete. Vestida con túnica de amatista, tomó parte en la orgía; estaba muda, petrificada, y parecia el ídolo de la venganza; hermosa y terrible como el áng~l de la muerte. '1
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Para celebrar sus espectáculos, Nerón hizo edificar un inmenso circo de piedra, qu~ se ~istinguía de todos l0.s ante:iores,. que eran de madera y hablan sido devorados por el Incendio. Hablan traído para ello enormes troncos de árboles de la región del Atlas. lodo se preparaba para las más refinadas voluptuosidades. Chorros de agua llevados en. caños desde las montañas correrían a lo largo de las gradas, y mediante un artificio ingenioso lloveria sobre el público un rocío de agua de azafrán y de verbena. Un enorme toldo los resguardaría de los ardores del sol y perfumes exóticos serían quemados en braseros. No tenía, pues, nada de extraño que el pueblo se agolpase ante la entrada desde el amanecer. Trozos de carne cruda eran paseados ante las jaulas de las fieras para excitar su furor; Otro rumor distinto se elevaba en los aires mezclándose al clamoreo de las turbas ya los rugidos. Era el cántico de los cristianos. El pueblo los oia con estupefacción y murmuraba de un modo incomprensible. Se aproximaba el momento de abrirse' los vomitorios, y los nervios de la masa estaban en tensión. Comenzaron las apuestas; quién se pronunciaba en favor de los gladiadores samnitas, quién por los galos, quién por los germanos. Desde muy temprano comenzaron a llegar al anfiteatro los gladiadores, conducidos por sus maestros, que eran a la vez entrenadores,' capataces y una especie de chalanes de aquel triste ganado hu:n,ano. El público conocía a muchos de ellos y los saludaban llamandolos por sus nombres. Algunas mujeres les dirigían miradas amorosas, a las que ellos respondían con la mayor tranquilidad, como' si no estuvieran -en las fauces de la muerte; Después desaparecían en las profundidades del anfiteatro. Los seguían los que; disfrazados de Caronte o de Mercurio, se encargarían de rematar a los heridos. Durante horas, los vomitorios estuvieron abiertos, pasando por ellos la gente sin cesar. Cuando hubo entrado toda la plebe, por orden de jerarquías, comenzaron a desfilar las literas, los empleados palatinos, c6nsules, ediles, pretores y augustanos ; después
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los sacerdotes de los diferentes templos, y ya sólo se esperaba al César para dar comienzo. Aquel día Nerón llegó con puntualidad desusada para no cansar al pueblo. Acompañába1e Papea, y entre sus cortesanos no faltaron Vinicio y Petronio, que iban en la misma litera. Aquél sabía que Lizia estaba enferma. pero, como habiarí cambiado los guardias de la prisión, nadie podría asegurar si la doncella estaría entre las víctimas de aquel día. El tribuno había sobornado ';l los esclavos del anfiteatro. v convenido con los bestiarios que dejarían a la [oven abandonada en cualquier rincón nara dar tiempo a que él y sus hombres se la llevasen. Petronio le aconsejó que anrovechando la confusión .g-eneral se deslizara en los calabozos v él mismo señalara a los quardianes la muchacha, para evitar una equivocación. Disponiéndose a hacerlo, le hicieron nasar por una puertecilla excusada. v uno de los que le g-uiaban, llamado Siro, le llevó al lug-ar donde estaban los cristianos. Penetraron en una estancia espaciosa, y por todas nartes estaban hacinadas ·lasfuturas víctimas. a las cuales se había envuelto en pieles de animales. y hahia muchas mu [eres con el cabello suelto sobre la espalda. y madres oue llevaban en brazos a sus hijos, metidos en sacos de piel, semejantes a lobatos. La mirada de aquellos infelices brillaba como transfigurada. Vinicio les preguntaba Dar Lizia. uero ellos le miraban como adormecidos, o sonreian imnoniendo silencio con el dedo. No eran va casi de este mundo. Sólo los niños lloraban, asustados por el ruzir de las fieras y por el extraño aspecto de sus nadres. A Vinicio se le heló la sangre en ]~S venas v no hizo más (fue acabar de ponerse enfermo en aquella triste búsqueda. Las plezarias, los cánticos, y sobre todo la sonrisa de aquellas gentes. le hadan daño, mucho daño. Cuando vo1vió a estar de regreso en las gradas le pareció que un jirón de su alma se había quedado allí. Le dijo a Petronio: - Ligia no ha venido; se quedó enferma en la prisión. ---- Se me ha ocurrido una cosa, Vinicio ... Pero haz como que miras a Nigidia, para que parezca que hablamos de ella, pues Tigelino y Quilón no nos quitan ojo de encima. Mira; mira qué peinado tanalto lleva Nigidia; parece ... En fin, tendrias que hacer meter a Ligia en un ataúd, y que la saquen de noche de la prisión como si hubiera muerto. Tú te encargarás dé enterrarla, ¿ me entiendes? . - Te entiendo. .
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Tulio Seneción interrumpió el diálogo, para preguntar: _ ¿ Sabéis si dan armas esos cristianos? - No sé - contestó Petronio. _ Deberían dárselas - repuso Tulio, que era un deportista -. Si no, el espectáculo no tendrá interés para mí. Será una simple carnicería. Pero ¿ no veis qué aspecto tieneel circo hoy? Y así era, en efecto. El espectáculo era deslumbrador e imponente. Las graderías interiores estaban como nevadas de las blancas togas. Podían apreciarse allí, como en un libro abierto, todas las jerarquías de la monstruosa urbe. Más arriba, la muchedumbre, , inmensa colmena humana, dejaba salir de su seno un zumbido que parecía un trueno prolongado. Por fin se vieron colmadas sus ansias. El prefecto de la ciudad, que con su comitiva había dado la vuelta a la arena, hizo una señal con un pañuelo, señal que fue acogida con un prolongado "¡ Ah !", .lanzado al mismo tiempo por miles de bocas. Los juegos em'pezaban generalmente por cacerías de fieras, en las que sobresaltan diferentes esclavos bárbaros. Pero esta vez, por excepción, el es.pectáculo comenzó con los andábatas, gladiadores que, a diferencia de todos los demás, llevaban el rostro tapado y tenían que luchar a ciegas. Los entendidos' despreciaban aquello, que se les antojaba bufonada. La turba soez los azuzaba con sus .gritos, divirtiéndose en darles indicaciones falsas. Algu110S se habían encontrado ya y la sangre cornenzaba a enrojecer la arena. Los que caían levantaban las manos para implorar la piedad del público; pero éste era implacable con los andábatas, y exigía su muerte; tanto más que, corno llevaban el rostro cubierto, no incitaban la compasión de aquellos brutos. Después de los an .. dábatas salieron los gladiadores veteranos, que tenían ya afectos entre el público y suscitaban ruinosas apuestas. Sonaros las trompetas y un individuo disfrazado de Caronte dio tres solemnes martillazos en la enorme puerta por donde los gladiadores habían de entrar en la arena, como llamándolos a morir. Su salida fue acogida con una gran ovación, y después volvió a hacerse el silen-cio, en el que resonaron las apuestas: . _ ¡QU1nientos sestercios por el galo ~ - ¡ Quinientos por Calendio! - ¡ Mil! - ¡Dos mil! El combate tenía lugar ahora entre Calendio, el reciario, ligero y casi desnudo, y el gigantesco Lanio, armado pesadamente,
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que procuraba no perderle de vista por entre los agujeros de su visera calada. Parecía un combate entre un gigante y un enano. El de la red agitaba ésta graciosamente, subiendo y bajan.do el agudo tridente, y canturriaba el acostumbrado estribillo: "Busco a un pez y no a ti, galo; ¿ por qué me huyes?" Pero el galo en realidad no huía. Se detuvo, girando lentamente sobre sí mismo, para tener frente a frente a su enemigo. El gigante se preparaba para un ataque decisivo y a fondo. A su vez, el reciario se aproximaba o se alejaba, haciendo girar el tridente sobre su cabeza con fantástica rapidez. Varias veces tocó con el tridente el escudo de su contrario, pero éste no se movió siquiera, pues lo que le preocupaba era la red. De repente, se lanzó como una torre que se desmorona sobre su ágil rival, el cual esquivó el golpe y trató de envolverle a su vez con la red, pero Lanio la paró con el escudo. Ambos golpes fallidos, los combatientes saltaron hacia atrás, disponiéndose a comenzar de nuevo la pugna. La multitud prorrumpió en aplausos. En breve, se reanudó el combate y parecía que ambos contrarios, en lugar de querer quitarse la vida, querían hacer gala de destreza. El galo acometió y los espectadores vieron cómo el brazo del reciario se teñía de sangre. Éste vaciló sobre sus rodillas, y pareció que la ted iba a caer. Entonces el galo se lanzó hacia adelante como si quisiera rematarle, pero Calendio, que había fingido más debilidad de la que tenía, esquivó el encuentro e introduciendo el tridente entre las rodillas de Lanio le hizo caer al suelo. El galo, viéndose cogido, hizo esfuerzos sobrehumanos para enderezarse, pero su adversario ya le tenía pasada la red alrededor del cuerpo, y cuanto más se agitaba, más se ataba él mismo. Por último se dejó caer de espaldas, y Calendio, sujetándole en el suelo con las púas del tridente, se volvió hacia las tribunas del César. La multitud gritaba de tal modo que hacia retemblar el circo. Calendio era en aquel momento figura más importante que la del mismo Nerón; pero por este motivo se había borrado en el ánimo del combatiente todo rencor hacia su rival, que sólo había contribuido a llenarle el bolsillo. Los pareceres estaban divididos. Unos espectadores pedian clemencia, .y otros la muerte, volviendo el pulgar al suelo. Por desgracia para Lanio, Nerón no le apreciaba. En los últimos juegos le había hecho perder una gran apuesta. El César hizo el signo de muerte, y entonces el vencedor, dejando el tridente y sacando un cuchillo, por una de las escotaduras del . arnés, clavó su hoja hasta el pomo en la garganta del caído. La ¡
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multitud exclamó, como si cantase a coro: "Peractum. est," Mercurio no necesitaba tocar1econ un hierro candente para comprobar que estaba muerto. Con rapidez se llevaron arrastrando el cadáver. Después siguieron otros combates, y por fin hubo uno colectivo entre dos bandos de gladiadores, que fue una verdadera batalla. Se vieron en él los mismos horrores que en los asaltos cuerpo a cuerpo. Algunos gladiadores jóvenes, principiantes,' huían despavoridos de aquel horror; pero los mastigóíoros.. con sus látigos de puntas de plomo, los hadan volver al combate. La arena se cubría de enormes charcos de sangre negruzca y losvivos .. combatían por encima de los rnuertos ; el pueblo, ansioso, deli-. '. rante, parecia un sanguinario dios asiático que recibiese aquellas emanaciones de sangre caliente con voluptuosidad. Por fin acabó todo y hubo un intermedio en que .se encendierbn los pebeteros y se' repartieron a los vencedores coronas de olivo. La lluvia de perfume. era una ironía más sangrienta aún que la misma sangre. Los augustanos se divertían al ver el' pavor que dominaba aQuilón, que hacia supremos esfuerzos para.conservar la serenidad ante el . horrible espectáculo. En vano se mordía los labios y apretaba los puños hasta clavarse las uñas. Su cobardía innata no podía resistir aquella carnicería, y acabó por desplomarse en su silla entre espasmos y bañado -en sudor frío. . Cuando volvió en sí, las cuchufletas de los circunstantes no le dejaban en paz:· " . _ ¿ Qué es eso, griego? ¿ Note gusta ver las tripas al aire? _ ¿ No quisieras ser perro, para morder a los cristianos? . Quilón respondía como podía con otras burlas a las de sus· amigos, por llamarlos de alguna manera, y murmuraba entre · , . . dlentes: - Resistiré hasta 10 último. El sonido de las trompetas anunció que había terminado el intermedio. Ahora les tocaba el turnoa los cristianos. Esperábanse cosas extraordinarias y enteramente nuevas. En la plebe latía un odio sordo hacia los supuestos incendiarios, acusados de envenenar las fuentes y de sacrificar niños para alimentarse con su sangre. El sol, ya muy alto, se filtraba a través del toldo de púrpura, imprimiendo al anfiteatro una sangrienta claridad. Cuando apareció aquella multitud extraña y serena, íntimamente desconocida, el populacho, generalmente bullicioso, permaneció en silencio. A una señal del prefecto, el individuo' disfrazado de Caronte atravesó pausadamente la arena y fue a dar en las puertas los tres 'consaI
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bidos martillazos. Rechinaron los férreos batientes y se oyó a los mastigóforos que gritaban desde los corredores: "¡ A la arena! j A la arena!" - ¡ Son los cristianos, los cristianos! - murmuraban miles de bocas; el circo cornenzó a llenarse de máscaras horribles, indefinidas, mitad fieras, mitad seres humanos, como silvanos o sátiros. Cuando llegaron al centro del redondel, cayeron de rodillas con las manos levantadas al cielo. El pueblo, creyendo que pedían piedad, cornenzó a silbar y a patear: .- ¡ Las fieras! ¡ Que suelten las fieras! Ocurrió entonces una cosa inaudita. El grupo de las víctimas, apretado, compacto, prorrumpió en un himno religioso que resonaba allí por primera vez. "Christus reqnat ! ... " El pueblo no tardó en darse cuenta de que no pedían gracia, y que sus rostros, transfigurados, expresaban algo que era muy distinto del terror. El grandioso coro llenaba la inmensa amplitud del circo y se elevaba en los aires. Las gentes se preguntaban quién era aquel Cristo que infundía tantovalora los suyos en el momento de la muerte. Entretanto, por una puerta lateral, salieron a la arena con salvaje ímpetu jaurías de perros. Los había de todas las razas: grifones de Hibernia, que parecían lobos; pirenaicos, ágiles y rayados; dogos de la Maremrna y molosos de Esparta. Estaban hambrientos, con los ojos inyectados en sangre y los ijares cóncavos. Sus ladridos hicieron retumbar el circo, en cuyo centro los cristianos clamaban a coro: "Pro Christo !" . Los perros, que olfateaban la carne humana bajo las pieles.• no se atrevían a atacarlos. Pero. por fin, uno de ellos tonib la inidativa y mordió a una mujer, Los demás, al ver correr la sangre, cnloquecieron de repente; fue una orgía infernal de desgarrados, de aullidos, de gritos, -mientras las fieras se llevaban de aquí. para allá, disputándoselos, los restos informes. Vinicio, que al ver salir a los cristianos se había vuelto de espaldas, no se atrevía ya apenas a rogar por Ligia ; le parecía que era pecado querer salvar una gota de sangre en aquel océano de sufrimientos. Luego perdió toda noción de tiempo y de lugar; le pareció que aquella sangre inundaba Roma entera y no oyóa los augustanos que gritaban: - ¡ Quitón se ha desmayado ! En efecto, el cínico se hallaba tendido en el suelo y parecía un cadáver. Un nuevo grupo de víctimas apareció en la arena, pero
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los canes, fatigados y ahítos, no los atacaron. Impaciente' la plebe. rugió con impulso de demencia: - ¡Los leones, los leones! Es verdad que los leones estaban destinados para el día siguiente, pero en el circo quien mandaba era el pueblo, no el César; además, Nerón tenía ganas de aplausos y no les negó nada. Se decía que una sola vez Calígula se había opuesto, en pleno circo, a las demandas de la plebe, mandando azotarla colectivamente; pero eso era casi un mito. No tardaron por tanto en comparecer los leones. Eran ejemplares magníficos.vque anarecieron con aspecto so- . ñoliento, ante los reflejos rojos del toldo, que les hadan entornar los ojos. Algunos bostezaban mostrando sus agudos colmillos; pero pronto les dio en el hocico el olor' de la sangre y comenzaron a excitarse. Uno de ellos saltó sobre el cadáver de una mujer y lamió sus heridas. Otro se acercó a un cristiano que tenía en sus brazos un niño. Los gritos de la pobre criatura le llamaron la .atención y la destrozó de un zarpazo. Después, poniéndose en pie, partió en dos el cráneo del padre. Entonces se produjo la' arremetida colectiva; no tuvocomparación con la de los perros. Algunos espectadores no podían reprimir los gritos de espanto; las cabezas desaparecian en las fauces de las fieras; a sus zarpazos, , quedaban al descubierto los corazones y los pulmones; oíase el crujir de los huesos, y el pueblo, frenético, se ponía en pie para contemplar la escena. Muchos saltaban de sus asientos y corrían a las gradas inferiores, como locos, tal vez como deseando convertirse en fieras y saltar también a la arena. , César miraba la escena, con gesto estudiado, a través de su esmeralda. Petronio tenía en la boca un rictus de infinito desprecio. A Quilón se lo habían llevado del circo; entretanto, las puertas no' cesaban de mandar nuevas víctimas a la destrucción. De pronto el César, bien fuera por crueldad, o para sobrepujar en aquel espectáculo a todos los que Roma había visto hasta entonces, dijo algunas palabras al prefecto, que salióde la tribuna 'imperial y se dirigió con rapidez hacia los cunículos. ' , Al poco rato la multitud, asombrada. veía. llenarse la arena de las más vasiadas fieras que podían imaginarse: tigres de Mesopotamia, panteras númidas, lobos, osos, hienas y chacales. El espectáculo era extraordinario, inverosíinil, hasta sobrepujar la realidad. Un verdadero mar de pieles manchadas, rayadas y nunca vistas. Un caos en que se perdía la mirada en un torbellino de pelaje ..~
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bestial. Los gritos y aullidos .formaban un concierto espantoso. Las fieras se atacaban entre si, agotada la carne humana, y dirigían a las graderías miradas poco tranquilizadoras. Los tigres llegaban a encaramarse a las más bajas, aunque volvían a caer; el público empezó a sentir miedo y algunas mujeres lanzaban gritos histéricos. j Basta !¡ Basta! clamaba la gente. Peto era más fácil soltar a las fieras que volver a encerrarlas; Nerón, sin embargo, lo había previsto todo y proyectaba terminar aquello con un espectáculo nuevo. A una señal suya, brotaron de las graderías arqueros negros de N umidia, que llevaban pendientes en las orejas e iban coronados de plumas multicolores. Se colocaron estratégicamente en torno al redondel y .comenzaron a disparar. Las gentes que no habían estado en la guerra ignoraban que las flechas silbasen, creyendo que aquello era sólo una frase de los poetas; pero pronto los silbidos formaron un estruendo ensordecedor. Los rugidos de los animales heridos y los gritos de los bárbaros que disparaban variaron un poco aquella atroz sinfonía; la imprevista cacería duró varias horas,y después un verdadero ejército de esclavos armados . de palas, escobas, azadones, cestas y sacos bajó a la pista para barrer la sangre, retirar los despojos y recubrirlo todo de arena nueva: Una nube de amorcillos esparció hojas de rosa, lirios y otras flores. Se encendieron nuevamente los pebeteros, y como el sol se ponía, se recogió el toldo de púrpura. Los espectadores se preguntaban ahora qué nueva sorpresa les preparaba el César, y él en persona los sacó de dudas. . Vestida de púrpura" coronado con una diadema de oro, el rey de los verdugosapareció en la pista alfombrada de rosas. Llevaba en las manos un laúd de plata, y le seguían doce cantores con cítaras, como las Horas siguiendo a. Apolo. Saludó al público varias veces, y elevando los ojos al cielo quedó inmóvil, como si aguardase la inspiración. Poco después vibraron las cuerdas y entonó unas estrofas en honor del hijo de Latona, la de hermosa cabellera. El circo entero enmudeció ; después de una breve pausa . el divino César cantó' la destrucción de Troya con acento inspirado. Tembló su voz y asomó el llanto a sus ojos. Las vestales lloraban y el público aplaudía con frenesí. El. apóstol Pedro, oprimiéndose la cabeza con las manos; exclamaba : - ¡ Señor, Señor! ¿ A quién has dado el imperio del mundo'
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XLVI Al ponerse el sol terminó el espectáculo. El pueblo se amontonaba a las salidas, y los augustanos, no queriendo mezclarse con él, esperaban a que saliese aquel humano oleaje. Se agruparon en torno del podio, donde de nuevo apareció César para recoger los elogios de sus iradores. Nerón no estaba satisfecho de los aplausos, pues esperaba un entusiasmo frenético, delirante, rayano en la demencia, En vano le elogiaban con exceso los augustanos; en vano las vestales besaban .sus manos divinas; faltábale algo. El silencio de Petronio le inquietaba. Una palabra de elogio de éste, una frase que hiciera resaltar alguna de las bellezas del himno, hubiera sido en aquel momento un gran consuelo para Nerón. Por último, no pudiendo contenerse, hizo una señal al árbitro, y cuando éste se le acercó le dijo: j Habla! Petronio contestó fríamente: _ Cano, porque no encuentro palabras para expresar 10 que siento. Te has excedido a ti mismo. . _ Ése es mi parecer; sin embargo, el pueblo ... _ No se puede exigir de la canalla que entienda de poesía. ~ ¿De modo que has notado también que no me han aclamado como merezco? - El momento no era propicio. ' - ¿Por qué? _ Porque, trastornados con el vaho de la sangre, los cerebros no estaban en disposición de oir ni de entender. Nerón cerró los puños y exclamó: _ j Ah l j Odiosos cristianos! i Han quemado a Roma, y ahora son culpables de' mi fracaso! ¿ Qué tormento inventaré para castigarlos? . Queriendo Petronio apartar a César de sus Infernales pensamientos, se inclinó hacia él y murmuró a su oído: _ Tu himno es en exceso hermoso; mas, permíteme que te haga una observación ; en el cuarto verso de la tercera estrofa está algo flojillo el ritmo.
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Enrojeció Nerón como si le hubieran sorprendido en flagrante delito. Echó en torno suyo una mirada recelosa, y también en voz baja respondió: - ¡ No se te escapa nada ! Ya 10 sabía. Corregiré este verso. Pero ¿ crees que alguien más 10 ha notado? ¿ Estás seguro? En cuanto a ti, te conjuro por todos los dioses que no se 10 digas a nadie si... si estimas en algo tu vida. Petronio frunció el ceño, y dando rienda suelta a su hastío y a su cansancio exclamó: - Divino, me puedes condenar a muerte si te estorbo; pero no me amenaces, por favor, porque ya los dioses saben que la muerte no me espanta. Y al decir esto miraba a Nerón de hito en hito. Éste dijo entonces: - ¡Note enfades; ya sabes que te aprecio! ": Mala señal!", se dijo Petroruo para su interior. - Quisiera invitarte hoya un banquete, pero prefiero encerrarme y pulir ese maldito verso. Por si 10 nan echado de ver Séneca y Carinas, voy a enviarlos lejos. Llamó a Séneca y le hizo saber que, en unión de Acrato y Segundo Carmas, fuera a las, provincias de Italia en busca de dinero, que lograría de las ciudades, de las aldeas, templos, de todas partes. Pero Séneca, comprendiendo que aquella misión era propia de bandidos y sacrílegos, se negó rotundamente en esta torma :
. - Señor, pienso retirarme al campo para esperar la muerte, pues soy viejo y estoy enfermo de los nervios. Los nervios del íbero Séneca resistían' más que los del griego Quilón; pero era evidente que el filósofo no tenía buena salud; parecia un espectro y en poco tiemposu cabeza había blanqueado por completo ..Nerón reflexionó que, en verdad, no se haría esperar su muerte, y le respondió: _ - Puesto que estás eníermo, no quiero exponerte a viajar; pero, deseoso de tenerte cerca de mí, en vez de ir al campo te encerrarás en tu casa, de la cual no volverás a salir. - Se echó a reir y añadió -' : Si envío solos a Carinas y a Acrato, sería lo mismo que enviar lobos a las ovejas. ¿ A quién podría mandar " con ellos en lugar de Séneca, para acompañarlos y vigilarlos? - A mí, señor - dijo Domicio Afro . ..,- No. No quiero atraer sobre Roma la ira de Mercurio, a
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quien enojarían tus bribonadas. Necesito un filósofo estoico como Séneca o como mi flamante amigo Quilón. ¿ Dónde está? . . Quilón, a quien el aire libre había devuelto el conocimiento, pudo llegar al anfiteatro a tiempo de oir el himno entonado por César. Al oir que preguntaba por él se le acercó y le dijo: _ ¡ Heme aquí, hijo esplendente del Sol y de la Luna! Me encontraba mal, pero tu canto me ha curado. _ Voy a enviarte a Acaya -le dijo Nerón -. Tú debes sa... ber casi puntualnlente los recursos de cada uno de sus templos. _ ¡ Hazlo, Zeus ! Los dioses te darán lo que no han dado a nadie. _ Cierto es; pero no puedo privarte de los juegos . ...-;¡ Oh Baal! . Los augustanos, al ver que Nerón volvía a tener buen humor, comenzaron a bromear y a reir. Uno de ellos exclamó : _ ¡Señor, no prives a este valiente de esos espectáculos tan de su gusto! _ ¡Pero líbrame, señor, de la presencia de estos gansos del Capitolio, cuyos sesos reunidos no llenarían la cáscara de una bellota! - respondió Qui1ón -.' ¡Oye, hijo primogénito de Apolo! Estoy escribiendo en tu honor un himno en griego, y por eso quiero pasar unos días en el templo con las Musas, implorando lnsplraclon. _ ¡ Lo que tú quieres es no presenciar los juegos, pero no te saldrás coa la tuya! _ ¡Te juro que estoy componiendo un himno en honor tuyo! _. Pues 10 escribirás de noche. Pide inspiración a Diana, que es hermana de Apolo. Quilón bajó la cabeza lanzando furibundas miradas a los augustanos, que reían a carcajadas, mientras César, volviéndose a Tulio Seneción y Suilio N erulino, les decia : _ Figuraos que, de los cristianos destinados al día de hoy, apenas hemos dado cuenta de la mitad. . . En esto el viejo Régulo, gran conocedor en asuntos de juegos de circo, dijo: ' . _ Estos espectáculos en que salen los hombres desarmados y sin arte no durarán mucho y son menos interesantes que los otros. . _ Ordenaré que les den annas. El supersticioso Vestinio, saliendo de un largo ensirmsma. miento, murmuro ' : wo
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_ ¿ Habéis observado que los cristianos parecen observar. alguna cosa consoladora al tiempo de morir? Miran a la altura y mueren como si no sintieran dolor alguno. Seguro estoy de que ven algo. Hablando así miró al circo, sobre el cual se extendía el manto de sombra de la noche, salpicado de estrellas. Pero los demás le contestaron con risas y chanzas sobre lo que podían ver los cristianos en el momento de morir. César hizo una señal a sus esclavos, que esperaban con antorchas encendidas, y salió seguido de las vestales, senadores, altos oficiales y augustanos. Hada una noche clara y serena. Ante el circo, aguardando para ver al César, estaba una muchedumbre de curiosos. Continuaban saliendo delespoliario carros cargados con los ensangrentados restos de los cristianos. Petronio y Vinicio iban juntos y en silencio. Cerca ya de su casa, dijo Petronio a su sobrino: - ¿ Has pensado en 10 que te dí j e ? - Sí. - Has de saber que para mí, personalmente, la salvación de Ligia es algo de enorme interés ; quiero libertarla contra la voluntad de César y Tigelino.Está empeñada una partida entre ellos y yo, y quiero l:;anarla, aunque me cueste la vida. - i Gracias! i Que Dios te lo pague! Mientras hablaban llegaron a 'la casa de Petronio, y un hombre que se destacó de la sombra les salió al encuentro, preguntanda: - i Está aquí el tribuno Vinicio? - Soy yo. ¿ Qué quieres? .- Soy. ~azario,. e~ hijo de Miriam, Vengo de la prisión y te traigo noticias de LIg1é1. . . . y~nici.o apoyó ambas manos en los hombr~s del joven, y le miro intrigado a la luz de las antorchas, pero S1n poder articular ni una palabra, , . . -. :V,ive - respondió N azari?, adivinando el pensamiento de V 1nIClO -, . Urso me-envía a decirte que, en el delirio de la calentura, reza y repite fu nombre. . - i Alabado sea.Cristo, que puede devolvérmela! Penetraron .en la!.!biblioteca de Petronio. - La enfermedad - añadió Nazario - la ha salvado de los ultra j es de sus verdugos ; U rso y Glauco la cuidan de noche v de día . .; - ¿ Son los mismo~ carceleros? I
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_ Los mismos, señor, y ella está en su habitación. Todos los que estaban en los calabozos subterráneos han muerto de fiebre o asfixiados. _ ¿ Quién eres? - preguntó Petronio al joven. _ El noble Vinicio me conoce. Soy hijo de la viuda qUL tuvo a Ligia en -su casa. _ ¿ Y eres cristiano? El muchacho dirigió a Vinicio una mirada de embarazo; pero al observar que estaba orando, alzó la cabeza y dijo : - Sí. . _ ¿ Cón10 puedes entrar libremente en la prisión? _ Me han itido para llevar los muertos a las fosas. De este modo puedo ayudar 3 mis hermanos. Petronio contempló con atención el bello rostro del muchacho, sus ojos azules, sus negros y abundantes cabellos, y le preguntó: - ¿ De qué país eres? - Soy galileo, señor. _ ¿ Y deseas ver libre a Ligia? _ i Aunque yo muriera al instante! Vinicio dijo entonces: _ Di a los guardianes que la metan en un ataúd, como si estuviera muerta. Busca quien te ayude, y de noche sacáis la caja de la prisión. En las cercanías de las fosas encontraréis a quien entregar la caja. Di a los guardianes que recibirán tanto oro como quepa en sus mantos. La esperanza devolvió a Vinicio su antigua energía de soldado. Su rostro había perdido la expresión taciturna de los últimos tiempos. _ i Que Cristo le devuelva la salud, porque será libre! - dijo Nazario. .! _ ¿ Crees que no se opondrán los carceleros? - dijo Petronio. _ Señor ,mientras se les garantice que no han de' sufrir cas. tigo algu~o... . . , .., .' / _ Es indudable - lnterrumplo V inicio -. S1 ya antes consentian en su fuga, con mayor motivo accederán a qué se la saque como muerta. I • _ Hay un hombre que comprueba con un hierro candente si en verdad son verdaderos cadáveres los cuerpos que sacamos _ advirtió Nazario -.Pero si le dieran unos cuantos sestercios, no tocaría el rostro con el hierro, y por unamonetla de oro, sólo tocaría el féretro. . .' q
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- Dile que recibirá una bolsa de áureos - añadió Petronio -. ¿ Sabrás elegir gente segura? . - Eligiré a algunos que, por dinero, son capaces de vender a su mujer y a sus hijos. - ¿ Dónde los hallarás? - En la misrna prisión o en la ciudad. Los guardianes sobor- nados dejarán entrar a quien yo quiera. . - Entonces iré yo contigo - dijo Vinicio. . Pero Petronio protestó, diciendo que los pretorianos podrían reconocerle y echarlo' todo' a perder. - Ni a la prisión ni al cementerio - decía Petronio -. Es preciso que todo el mundo, y principalmente César y Tigelino, estén persuadidos de que ha muerto; sólo podemos desvanecer la sospecha haciendo que se la lleven a los montes Albanos, o más lejos aún, a Sicl1ia, y permanecer nosotros en Roma. Dentro de una o dos semanas estarás tú enfermo y harás que te visite el médico de Nerón, que te prescribirá los aires de montaña. Entonces podrás volver a verla, y después ... después quizás haya cambiado todo. - ¡Cristo tenga piedad de ella !- dijo Vinicio -. Hablas de enviarla a Sicilia, cuando está muy enferma y puede morir. - Por de pronto, la ocultaremos más cerca. El "aire libre y puro la curará. ¿ No tienes en las montañas un colono que te merezca confianza? - Sí, tengo uno - dijo 'Vinicio -. En las montañas, cerca' de Coriola, tengo uno que me llevó en brazos cuando era niño, y que me es por completo fiel. Petronio le dio una tablilla diciendo: -:- Escríbele que venga mañana. En seguida envía un correo. Algunos momentos después salia un esclavo a caballo, camino de Coriola. - Quisiera que Urso la acompañara - dijo .Vinicio. - Señor - exclamó Nazario -. Ese hombre de fuerza extraordinaria romperá fácilmente una reja que hay en 10 alto del muro, y que no está guardada. Daré una cuerda a Urso, y él hará lo demás. _ - i Por Hércules!exclamó Petronio -. Que se escape si le da la gana; pero no al mismo tiempo que ella salga corno muerta, ni siquiera tres o cuatro días después. ¿ Queréis que nos perdamas todos? Os prohibo que le habléis de Coriola, o me lavo las manos.
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Vinicio y el muchacho comprendieron que Petronio tenía ra .• zón. Despidióse el galileo, murmurando al oído de Vinicio: - Señor, no hablaré a nadie de nuestro plan, ni aun a mi madre; pero se lo confiaré al apóstol Pedro, que me prometió ir a ver desde el anfiteatro. - Puedes hablar en voz alta - dijo Vinicio -. Pedro el Após. tol estuvo en el circo entre las gentes de Petronio. Voy contigo a verle. Petronio se quedó solo y respiró con fuerza, pensando: "He deseado que la calentura arrebatara a esa pobre criatura, pues esa muerte sería menos espantosa que la otra; pero ahora estoy dispuesto a ofrecer a Esculapio un trípode de oro para que le devuelva la salud. ¡Ah! ¿ Tú, Enobarbo, te preparas a gozar con el dolor de un amante? ¿ Y tú, divina Augusta, pues envidias la belleza de Ligia, ahora la destrozarías de rabia porque pereció tu Rufo? ¿ Tú, Tigelino,por odio hacia mí, quieres ver a Ligia en las fauces de la muerte? ¡Os digo a todos que no tendréis el placer de verla en la arena, pues si no muere en la prisión, os la arrancaré de vuestras garras, y me reiré de vosotros!" y. satisfecho de sí mismo pasó al triclinio, donde cenó con Eunice. Zumbaba el viento, interrumpiendo la calma de aquella noche con el estruendo de una tempestad estival. De cuando en cuando retumbaba el trueno. Ya se preparaban al dulce reposo. cuando antes de retirarse llegó Vinicio. Petronio le salió al encuentro y le preguntó: - ¿ Qué ocurre de nuevo? - Nazario fue a buscar la gente que necesita, ;y yo he visto al Apóstol, que me ha recomendado que rece y tenga esperanza. - Si salen bien las cosas, mañana por la noche podremos sacarla de la cárcel. ~ El hombre que ha de venir de Coriola llegará al romper el día. - El camino es corto. Ve ahora a descansar. Vinicio entró en su cubículo y se puso a orar. Al amanecer -llegó de Coriola el montañés Nigro. A los cuatro esclavos que le acompañaban los dej ó de intento en una. posada de la Suburra, guardando las mulas y la litera. ,Al \ ver. á"Vinicio, emocionado le besó las manos y los ojos,' di~ébdole : . .. - ¿ Qué te pasa, amado señor? ¿ Estás enfermo, o te .han quebrantado las penas? ¡Trabajo me ha costado reconocerte! Vinicio le llevó al interior y le puso al. corriente de todo. Ni-
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gro le escuchó con atención, y su rostro curtido reveló una emor ción intensa. . - ¿ De modo que es cristiana? - exclamó, sin poderse contener. - Y yo también lo soy. Llenáronse de lágrimas los ojos de Nigro, y, alzando 101' brazos al cielo, murmuró : - ¡ Gracias te doy, oh Cristo, por haber abierto los ojos de quien, nle eS más querido! ' '~ . , , Y besó muchas veces la cabeza del patricio. A poco llego Petronio, llevando con él a Nazario. - ¡Buenas noticias! - gritó desde lejos. , Y lo eran de verdad. G1auco aseguraba que Ligia curaría de la fiebre, que todos los días causaba la muerte de centenares de personas en el Tuliano y en las demás prisiones. Y tanto los carceleros como el hombre encargado de probar la muerte con el hierro candente estaban comprados, y también-un ayudante. - Hemos abierto agujeros en el féretro - dijo Nazario-. No hay otro peligro que algún gemido o palabra que pudiera resonar dentro del féretro al pasar cerca de los pretorianos, pero Glauco le istrará algún narcótico. No se clavará la tapa del féretro, y así podréis levantarla fácilmente y llevaros a la enferma en vuestra litera, y nosotros pondremos en su lugar un saco de arena. ' Vinicio escuchaba al joven con extraordinaria atención y pálido como un mármol, - ¿ No sacarán otros cuerpos al" mismo tiempo? - preguntó Petronio. - Esta noche han muerto más de veinte prisioneros, y de aquí a la noche morirán más. Nosotros iremos con el cortejo de enterradores, pero nos quedaremos atrás. Esperadnos junto al pequeño templo Libitino. ¡Que Dios nos dé una noche oscura! - Dios la dará - dijo .Nigro -. Ayer se levantó de pronto una tormenta, y hoy, aunque no ha llovido, hay bochorno, y 110verá con certeza por la noche. - ¿ Vais sin luces? - preguntó Vinicio. - Los que van en el 'cortejo llevan antorchas. Estad donde os he dicho en cuanto anochezca, aunque casi siempre es poco antes de medianoche cuando sacamos los cadáveres. Callaron: únicamente se oia la anhelosa respiración de Vinicio. Petronio le dijo :
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-Aunque ayer insistí en que debíamos esperar aquí el resultado, mi impaciencia no me 10 permitiría. Además, si fuera una fuga habría que guardar todas las precauciones, pero sacándola como muerta ... - Sí, sí; iremos. ¡Yo mismo la-sacaré de la caja! - En cuanto la tenga en mi casa' deCoriola, respondo de ella -murmuró Nigro; después se fue a ver a su gente, y, Nazario volvió a la prisión con un bolsillo lleno de oro. Petronio dijo: - El intento no puede fracasar, pues está planeado' a la perfección. Pon cara triste y vístete toga oscura r pero no dejes de , asistir al circo; es preciso que te vean. - Todo está previsto. - Dime : ¿ tienes confianza en el montañés? - Es cristiano. -'¡ Por Pólux ! ¡.Cónlo se extiende esa doctrina y se apodera de las almas! Bajo la amenaza de una incesante persecución, otros hombres habrían renegado de todos los dioses griegos, ro ... manos y egipcios. j Es curioso! Si creyera que nuestros dioses' hacen algo por nosotros, ofrecería a cada uno de ellos seis toros blancos, y doce a Júpiter Capitolino. Por tu parte, no le niegues las promesas a tu ·Cristo. ' , - i Ya le he dado mi alma! , Dicho esto se separaron. Vinicio fue a contemplar los muros de la prisión, y luego se encaminó a-la colina del Vaticano, a casa del cantero' donde le había bautizado el Apóstol. Creyendo 'que allí sería oída mejor por Cristo su oración, pasó horas enteras pidiendo misericordia con todas las fuerzas de' su alma dolorida. Al mediodía le hizo volver -de su éxtasis un ruido de trompas que partía del circo de Nerón. Salió de la barraca. El aire era bochornoso, y en la lejanía de los montes Sabinos subían al cielo densas nubes oscuras. Volvió a casi" y en el atrio le dijo Petronio, que le esperaba : . - He estado en el Palatino, yi hasta me he aventurado en tina partida de dados. Anicio da esta noche un banquete, y anuncié que asistiriamos ; pero después de medianoche, pues antes he dicho que tenia necesidad de dormir un rato. , - ¿ No ha habido noticias de r Nigro ni de Nazario? - preguntó Vinicio.. : ' _ " - No; no los veremos hasta medianoche. Mañana habrá exhibición 'de cristianos crucificados, pero es posible que la lluvia
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impida el espectáculo. - Cogiendo el brazo de Vinicio añadió - : La verás, al cabo; rero no en la cruz, sino en Coriola. j Por Cástor! No cambiaría el placer de libertarla por todas las pie-· dras preciosas que hay en Roma. La noche se acerca. En efecto: iba anocheciendo, y la ciudad se envolvía en sombras, contribuyendo a ello las negras nubes que cubrían el firmamento. Poco después cayó un chaparrón. Pero al o de las piedras caldeadas por el ardiente sol de aquel día el agua se evaporaba, convirtiéndose en densa niebla que invadía las calles. Siguieron alternativas de calma y de bruscos aguaceros. - Vamos aprisa - dijo Vinicio -. A causa de la tormenta pueden sacar antes los cadáveres. , La ciudad estaba desierta por efecto de la tempestad. De cuando en cuando el vivo fulgor de un relámpago iluminaba el espacio, y bajo la luz de uno de ellos descubrieron la colina en que se alzaba el templo Libitino. Allí encontraron un grupo de mulas y caballos. j Nigro ! Ilamó Vinicio. - Yo soy, señor. -" ¿ Está -todo preparado? - Todo: desde el anochecer esperarnos. Pero protegeos de la lluvia. ¡Qué tempestad más espantosa! Me parece que tendremos granizada. En efecto, al poco rato cornenzó a caer granizo, al principio menudo, luego grueso y espesísimo. - Aunque alguien nos viera - decía Nigro -, no desper- \ tariamos sospechas, pues creerían que nos guarecemos del temporal. Pero mucho me temo que dejen para mañana el transporte de cadáveres. -, El granizo cesará pronto - repuso Petronio -; pero, de todos modos, aquí esperaríamos hasta el alba. ' Cesó el granizo, al que siguió una lluvia torrencial. A veces el viento esparcía el hedor de las sepulturas donde se descomponían. a flor de tierra, los cuerpos enterrados a toda prisa. - Veo entre' la niebla una lucecita ... , dos ... , tres ... Es el cortejo. j Cuidado con las mulas! - murmuró Nigro. , Las luces se hicieron más visibles, y a poco se distinguió ,la' movible llama de las antorchas. Adelantóse la lúgubre cornitiva.. que se detuvo cerca del templo Libitino, Petronio, Vinicio y Nígro retrocedieron' unos pasos, ignorando qué síznificaba aquella
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parada. Observaron, y vieron que aquellos hombres se tapaban las narices y la boca para no percibir aquel hedor insoportable. En seguida volvieron a emprender -la marcha. Sólo dos quedaron rezagados frente al templo. Corrió hacia ellos Vinicio; pero no los había alcanzado cuando oyó en la oscuridad la voz dolorida de Nazario, que decia : - ¡ Señor, la han trasladado con Urso a la. cárcel Esquilina! Aquí llevamos otro cuerpo. A ella la sacaron antes de medianoche. Petronio regresó a su casa sombrío como la tempestuosa noche, y ni siquiera procuró consolar a Vinicio. Comprendía que Ligia no podría evadirse de los calabozos del Esquilino. Adivinaba que la habían trasladado para que no muriera de la fiebre, a fin de que no se librase del suplicio a que estaba destinada, prueba de que tenian puesta en ella especial atención. En el fondo de su alma Petronio se compadecía de Ligia y de Vinicio. Era la primera vez que .fracasaba en una empresa. - i La fortuna me abandona! - se decía; y volviéndose a Vinicio, que tenía los ojos terriblemente dilatados, añadió -: ¿ Qué te sucede?¿ Tienes fiebre? Vinicio respondió con voz extraña: - Tengo confianza en que Él puede devolvérmela .
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La reanudación de los festejos trajo encontrados sentimientos entre la multitud. Los cristianos, vestidos de gladiadores, se habían negado a combatir entre sí, abrazándose unos a otros, Y, preparándose a morir juntos. Entonces ~el César .ideó cuadros mitológicos a lo vivo, que no eran por cierto la parte menos - cruel del programa. Se vio a Hércules morir abrasado en el monte Etna, entre auténticas llamas. Vinicio se estremeció de pensar que hubiesen elegido a Urso .para representar el papel de Hércules; pero aún no le había tocado el turno al fiel servidor de Ligia. En cambio, Quilón, a quien César seguía obligando a que presenciase los juegos, pudo ver en el cuadro siguiente al-
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gunos conocidos suyos. Se representaba la muerte dé Dédalo y de Icaro.. Dédalo debía representarlo Euricio, aquel pobre viejo . que antaño había enseñado a Quilón el significado del símbolo cristiano; y el papel de Icaro 10 representaría Quarto, hijo del mismo Euricio. Padre e hijo fueron levantados mediante un aparejó especial, para precipitarlos después de gran altura. El _ joven cayó tan cerca del palco imperial, que su sangre salpicó los adornos delanteros. Quilón, que había cerrado los ojos, no vio el golpe, pero después, al. ver la sangre, casi se desmayó. Los cuadros se sucedían rápidamente. Infamantes martirios de jóvenes cristianas, y los de otras de menor edad, destrozadas por caballos salvajes. Cuadros históricos, como el de Mucio Scévola quemándose la mano en el brasero; pero aquél era un verdadero Scévola: se mantuvo en pie sin lanzar un gemido, con los ojos elevados .al murmuraban , cielo, mientras sus labios amoratados una oracion. Cuando recibió el golpe final y su cadáver fue llevado al espoliario, cesó el espectáculo y se anunció el descanso de mediodía. Nerón con su corte pasó a ocupar una enorme tienda de color púrpura, donde tenía preparado un espléndido .banquete. El público rodeó la tienda imperial para regalarse con los manjares sobrantes de la fiesta y Que se le distribuían gratuitamente. Durante la comida se rastrilló la arena y se abrieron hoyos cuya última fila llegaba hasta cerca del palco del emperador. Al reanudarse el espectáculo salieron a, la arena numerosos cristianos . enteramente desnudos y llevando cruces al hombro. Ancianos que avanzaban medio sucumbiendo bajo el peso de los maderos : hombres en plena juventud ; mujeres Que trataban de ocultar su desnudez con la cabellera suelta; adolescentes e incluso niños. Los criados del circo los hadan caminar a latigazos: aquellos desdichados, que por su excesivo número no había sido posible entregar a las fieras, iban' a morir crucificados. Se encargaban de ·la brutal operación unos esclavos negros, peritos en la materia, que se daban mucha prisa, pues había" mucho trabajo. El ruido de los martillazos se mezclaba al griterío de los brindis en la tienda, donde se solazaban, burlándose de Quilón. Aquel día entre las víctimas figuraba Críspulo.· Enérgico como siempre, con su cuerpo descarnado y ojos brillantes, se alegraba de ver llegar su día final. Desde el cunículo se mostra .. ha siempre dispuesto a arengar a todos, exhortándolos a dar
... iban a morir crucificados.
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gracias al Señor por permitirles morir en el mismo suplicio que Él; pero les decía también9ue temblasen, pues había llegado el día de la justicia y de la calera. Le interrumpió una voz tranquila y solemne, 'que salía de una de las gradas próximas, a la arena, diciendo': - No es el día de la cólera, sino el de la misericordia; el de _ la salvación y felicidad eterna, porque en verdad os digo que Cristo ha de llevaros a su lado "para consolaros y sentaros a su derecha." Tened fe, porque he "aquí que las puertas del cielo se aboen ante vosotros. Todas las miradas se dirigieron hacia la gradería, incluso las de los ojos lacrimosos y macilentos de los crucificados. Era Pablo, el Apóstol, que ,se acercó hasta la valla que cerraba la liza y los hendija haciendo la señal de la cruz. Al correr la voz, todos los cristianos se arrodillaron; Pablo de Tarso prosiguió diciendo: ~ Críspulo, no los amenaces, porque hoy mismo todos estarán contigo en el" Paraíso. ¿ Por qué temes que sean condenados? ¿ Quién los ha de condenar? ¿ Será ese Dios que para salvaros dio la vida de su Hijo en rescate? ¿ Quién podrá decir que su propia sangre está maldita? - ¡Yo he odiado el mal! - dijo el viejo. - ¡Pero Cristo: por encima del odio, encareció el amor! - ¡He pecado en la hora de la muerte! - respondió Críspulo golpeándose el pecho. . Uno de 1.05 guardianes del circo se acercó a Pablo, preguntándole: " - ¿ Quién eres, que así hablas a éstos? - Un ciudadano romano -" respondió tranquilamente Pablo; y volviéndose a Críspulo prosiguio -: Ten esperanza'. Hoy es día de misericordia. j M uere en paz, fiel criado de Dios! Dos negros se acercaron a Críspulopara clavarle en la cruz, y él, volviéndose a' sus compañeros, les dijo : - i Hermanos míos, orad por mí ! " S? dura e~presión fue suavizada' por una dulzura. i~ef3:ble. 111mismo tendió las manos para que se las clavaran y ni siquiera se movió cuando los clavoslas traspasaron. Rezaba contemplando el cielo; rezó hasta el fin: sólo cuando, con infernal griterío, la turba ~de los paganos volvia a ocupar sus puestos, arqueó lig:eraz:nente las cejas como protestando.de que turbaran la suavidad de su muerte. .El circo parecia un bosque de hombres crucificados. La cruz v-
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de Críspulo se destacaba sobre las demás 'por su tamaño y sus adornos; como correspondiendo a un jefe. El "atractivo" de aquel espectáculo consistía en ver agonizar a las víctimas, y hacer apuestas sobre su resistencia física". Pero ning-uno gemía ni imploraba piedad; unos, con la cabeza inclinada sobre el pecho, parecían dormir; otros parecían meditar. El espectáculo no sólo era horripilante, sino también extrañamente aburrido, desde el punto de vista de los verdugos, y el mismo César, con el rostro soñoliento, manoseaba perezosamente su collar. Fue entonces cuando Críspulo abrió los ojos y vio a Nerón. Su faz se 'animó con expresión tan implacable que los augustanos lo notaron y le señalaron con el dedo, murmurando entre sí. El mismo César le miró sorprendido a través de su esmeralda. Se hizo un gran silencio. Críspulo movía la mano como' si intentase desclavarla; se dilató su escuálido pecho y, con una voz que retumbó en todos los ámbitos del circo, gritó: , -¡Ay de ti, parricida! ¡Ay de ti. Anticristo! ¡Ay de ti, cadáver viviente, quemorirásen el terror y se abrirá el abismo a tus pies! ¡ La medida está colmada y ya se acerca tu fin! ¡Cúbrete la- cabeza de cenizas, pues se acerca el día de la eternidad! Por unos momentos pareció que la mano de Críspulo iba a desprenderse, amenazadora. Pero de pronto su cuerpo esquelético quedó paralizado y la cabeza exangüe se desplomó sobre el pecho. En el bosque de' cruces" los demás mártires iban sumiéndose en el sueño eterno.
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XLVIII decía Quilón a César -, ahora está el mar como una balsa de aceite, y parece que duermen sus olas. j Vámonos a la Hélade l Allí te espera la gloria de Apolo; allí te adora la gente,mientras aquí ... Un temblor convulsivo del labio inferior impidió al griego continuar. - Iremos en cuanto terminen los juegos del circo. Empieza a murrnurarse que los cristianos son gente inofensiva, y ese ru-
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mor podría propalarse si me ausentara. Pero ¿ de qué tienes miedo, hongo podrido? César miraba a Quilón, fingiendo una sangre fría que estaba muy lejos de tener, pues desde la última representación le quitaban el sueño las palabras de Críspulo, y sen tía vergüenza, rabia.:y pavor. Tomó parte en la conversación el supersticioso , Vestinio, quien, mirando en torno suyo corno temeroso 'de que le oyeran, dijo con aire de misterio: j No desoigas, señor, a ese viejo! ¡ Hay algo de extraño e incomprensible en los cristianos! ¡.Su divinidad da una muerte tan tranquila! ¿ No temes que se le ocurra vengarlos? . Nerón replicó con viveza: - No soy yo quien organiza los espectáculos; es Tigelino. -' Así es - respondió éste -. Yo misrno ; y me río de todos los dioses cristianos. Vestinio es una vegija henchida de supersticiones, y este valeroso griego es capaz de morirse de miedo en presencia de una gallina que defienda a sus polluelos. - Está bien; pero en adelante haz arrancar la lengua a .los cristianos o amordázalos -le dijo César. - El fuego los amordazará, divino. - ¡Pobre de mí! - gimió Qui1ón. . . César, a quien la tranquilidad de Tigelino había devuelto su valor, se echó a reir s. señalando al viejo, dijo : - Ved qué figura tiene el descendiente de Aquiles. Y, en efecto, Quilón estaba horroroso. Su escaso cabello se . habia vuelto blanco y su cara denotaba inmensa inquietud, terror '.insuperable. . - Haced conmigo 10 que queráis - dijo -, pero no 111ehagáis ir más al circo. Nerón le miró unmomento y, volviéndose a Tigelino, ordenó: - Procura que en los jardines esté cercano a mí este estoico. Quiero ver qué impresión le causan nuestras antorchas. - Señor - dijo aterrado el viejo -, no veré nada: de noche no veo. ' - La noche será clara como el día - contestó con sonrisa pérfida Nerón; y se volvió a los augustanos para explicar con todo detalle la iluminación que proyectaba como fin de 'fiestas. Quilón escuchaba despavorido. En esto se acercó Petronio y le dijo : . '-¿ Ves cómo ·no resistes hasta el fin? , YQuilón contestó:
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- Quiero embriagarme. Con mano temblorosa cogió un vaso de vino; pero no pudo llevárselo a los labios, tanta era su agitación. Al verlo, Vestinio le dijo : '- ¿ Qué te ocurre? ¿ Te persiguen las 'Furias? - No- dijo el griego -, ; pero la noche seextiende sobre mí. - i Qué noche! j Apiádense de ti los dioses! ¿ De qué noche hablas? -, ¡ De una noche terrible, insondable, en el fondo de la cual veo una sombra que me espanta! - Siempre tuve a los cristianos por hechiceros. ¿ Te dan lástima? ' - No creí que los castigarían de ese modo. ¿ Por qué vertéis tanta sangre? ¿ Oísteis 10 que dijo aquel viejo desde la cruz? ¡Desdichados de nosotros! - Lo he oído -- respondió quedó Vestinio -; pero son incendiarios. - No es verdad. - Y enemigos del género humano. -- No es verdad. - y, envenenan las aguas. - Noes verdad. - Son asesinos de niños. - No es verdad. - ¡ Cómo! Tú mismo los acusaste de todo esto y los entregaste a Tige1ino. - Por eso durante la noche se me acerca la muerte con rostro amenazador. A veces me parece que ya estoy muerto y vosotros también. ~ No; los que mueren son ellos. Nosotros vivimos. Dime: ¿ qué es lo que ven al morir? - A Cristo. '- ¿ Su dios? ¿ Es un dios poderoso? .Quilón preguntó a su vez: - ¿ Qué antorchas son esas que han de arder en los jardines? ¿ Has oído lo que dijo Nerón? ....:.... Son .los cristianos vestidos de túnicas impregnadas de pez y atados a postes, donde sufrirán el suplicio del, fuego. ¡Con tal que su dios no envie nuevas desgracias sobre la ciudad! ¡Es un martirio atroz!
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- Prefiero eso, pues así no habrá sangre - replicó Quilón -. Di a un esclavo que me acerque la copa a los labios. Tengo sed; pero derramo el vino, porque mi mano tiembla a causa de la vejez. Los demás hablaban también de los cristianos. El viejo Domicio Afro se burlaba de ellos. - Son tantos -. decía - que hubieran podido hacer estaílar una guerra Civil. Hasta ahora se llegó a temer que trataran de armarse y defenderse; pero ya veis quemueren como corderos. - ¡ Que traten-de hacer otra cosa! - dijo Tigelino, con voz amenazadora. Petronio, que formaba parte del grupo, añadió: - Os engañáis, pues también se arman. -¿De qué? . - De paciencia. -. j Buenas armas! , _. En efecto'; pero no podéis decir que mueren como criminales. Al contrario, parece que los asesinos son los que los condenan; es decir, 'nosotros y el pueblo romano. - - ¡Qué necedad.! - exclamó Tigelino. _. Hic Abderat - respondió Petronio. Los augustanos, sorprendidos por la actitud de Petronio, se miraron extrañados y dijeron : - Cierto. Hay algo de sin~ular en su muerte. - Os aseguro que ven a Dl0S - añadió Vestinio. Algunos se volvieron a Quitón, diciéndole: - Tú, griego, que los conoces bien, explicanos qué es lo que ven al morir. El griego contestó: - ¡La resurrección! ..
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Hacía ya varios días que Vinicio pasaba las noches fuera de casa, y Petronio, creyendo que proyectaba algún nuevo plan, no le preguntaba nada, por temor a que su mala estrella influyera sobre la suerte del joven. La cárcel del E squilino , improvisada
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de prisa, poniendo en comunicación las cuevas de las casas derribadas para. atajar el incendio, no era tan horrible corno el vetusto edificio del Tuliano, pero, en cambio, estaba más custodiada, y Petronio" comprendía que si habían trasladado allí a I .igia era para evitar que la muerte la librase del anfiteatro. Pensaba que Cesar y Tige1ino la reservaban para algún horrible espectáculo, más cruel que los anteriores, y Vinicio sólo conseguiría perderse, sin salvarla. También el joven tribuno había perdido toda esperanza en sus medios de acción. Creía que sólo Cristo podría salvar a Ligia, y 10 único que intentaba era verla en la prisión. Sabía G.ue Nazario había conseguido entrar en el Tu1iano como conductor de cadáveres, y este pensamiento le sugirió la idea de valerse del mismo subterfugio. Mediante el pago de una enorme suma, el guardián de las fosas acabó por recibirle en la cuadrilla de jc r'naleros que iban por las noches a recoger cadáveres en las cá:celes. Disfrazado de esclavo y envuelta la cabeza en un lierzo empapado de trementina, no podía ser reconocido en la oscuridad de la noche, ni aun con el escaso' alumbrado de las prisione ... Además, ¿ quién podía pensar que todo un patricio, descendiente de cónsules, se atreviera a formar parte de una cuadriilla r.e enterradores, expuestos a las emanaciones de la cárcel y del cementerio, y entregado a un trabajo que sólo a la fuerza aceptaban esclavos o personas que habían llegado a la más baja miseria? Al llegar la noche, Vinicio se disfrazó con verdadera alegría, y junto con su cuadrilla, palpitándole el corazón, se dirigió al Esquilino, Los pretorianos examinaron una por una las contraseñas que llevaban, y 'momentos después se abrían para ellos las férreas puertas de la prisión. Al entrar, vio Vinicio una vasta cueva que daba paso a otras muchas. Algunas lámparas alumbraban con su escasa luz los subterráneos, que estaban atestados de prisioneros. Unos, arrimados a las paredes, parecían dormir: tal vez estuvieran- muertos. Otros, se apiñaban para apagar la sed 01 torno de una artesa llena de agua que había en medio del antro; otros estaban sentados en el suelo, con los codos apoyados en las. rodillas y la cara tapada por las manos. Acá y allá se veían niños que descansaban al lado de sus madres. Oianse hipos de enfermos, sollozos, murmullos de oraciones, himnos cantados en voz baja, y blasfemias de los carceleros. La atmósfera estaba impregnada de olor de cadáveres, de. sudor humano. En los oscuros rincones se movian. sombrías siluetas, y más cerca, a la débil luz
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de las lámparas, se entreveían lívidos semblantes, labios amoratados, enmarañados cabellos, hundidas mejillas y ojos apagados o febriles. Algunos enfermos deliraban y lanzaban gritos roncos e inarticulados; unos pedían agua; otros, la muerte. ¡Y, a pesar de todo esto, aquella cárcel era menos horrible que el Tuliana! . Vinicio sintió que le flaqueaban las piernas y se le oprimía el pecho al pensar que su adorada Ligia pudiera hallarse en aquel hediondo y terrible antro. El anfiteatro, las fieras, la cruz, todo era preferible a aquellos terribles subterráneos, donde se respiraban miasmas pestilentes y donde sin cesar se oía la desgarradora frase: j Llevadnos al suplicio! Exasperado, Vinicio se clavó las uñas en las palmas de las manos, pensando que todo 10 sufrido hasta entonces, su inmenso amor, sus angustias,' se convertía de, pronto en un ardiente deseo de morir. - ¿ Cuántos cadáveres hay? - preguntó el capataz de los sepultureros, . - Una docena - respondió el guardián de .la cárcel -; pero de aquí al amanecer caerán algunos más. A lo largo de los muros hay ya muchos enfermos en los estertores de la agonía. Y comenzó a renegar de las mujeres que, para no separarse de sus hijos, los retenían después de muertos hasta que apestaban. .- Preferiría - añadió - ser esclavo en una ergástula de aldea, a vigilar estos perros podridos envida. El' capataz le respondió que su tarea no era .rnás agradable. Vinicio, mientras tanto, repuesto de su turbación, escudriñaba inútilmente por todos los rincones del subterráneo buscando a Ligia, y pensando que quizá ya no la vería viva. Una docena de cuevas se comunicaban entre sí por medio de grandes boquetes recién abiertos, y. los ent,erradores sólo tenian
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.tenemos que dormir. Te dejaré cuatro de mis ilTIOZOS, para que registren las cuevas de noche y saquen a los que mueran. _ Te convidaré a beber mañana si haces eso; pero ten en cuenta que a todos los muertos hay que llevarlos a la prueba, pues tenernos orden de atravesarles el cuello antes de conducirlos a la fosa. -Convenido ~ respondió el 'capataz de los enterradores, y eligió a cuatro de sus hombres, entre ellos a Vinicio, para que vigilaran. El tribuno respiró; por 10 menos tenía ocasión de encontrar a Ligia. Empezó registrando minuciosamente la primera. cueva, sin encontrar 10 que buscaba. Igualmente le ocurrió con la segunda y la tercera. Al llegar a la cuarta, que era más pequeña, le pareció a Vinicio ver la gigantesca figura de Urso bajo una ventana. Apa'gó la luz y se acercó a él, diciendo: . - ¿ Eres, tú,U rso ? El gigante movió la cabeza y respondió: - ¿ Quién me habla? - ¿ N o me reconoces? _ Has apagado la luz. ¿ Cómo quieres que te conozca? Pero Vinicio, que en aquel instante había descubierto a Ligia, dormida junto al muro, se arrodilló ante ella en .silencio, y Urso le reconoció entonces. _ ¡Alabado sea Dios! ¡ No la despiertes, señor! Con los ojos llenos de lágrimas, pudo ver Vinicio en la penumbra del calabozo su cara como alabastro, sus hombros enflaquecidos" y, penetrado de amor y ternura, puso sus labios en el borde del manto en que reposaba la joven. Urso le, miró largo rato y luego dijo: _ Señor,¿ cómo has llegado, hasta aquí? ¿Vienés a salvarla? - Indícarne el medio. . _ Creí que tú 10 hallarías. A mí sólo uno se me ocurre. _ Y con los ojos indicó la reja que tenía sobre su cabeza; pero como respondiéndose a sí mismo, añadió -: Sólo que detrás de ella hay soldados. - Cien pretorianos. - ¿ No podríamos pasar?
-No.
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El ligio se limpió el sudor de su frente e insistió: _ Entonces, ¿ cómo has llegado hasta aquí? _ Soy uno de los enterradores. i Por el suplicio del Salvador!
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Que ella tome mi túnica y salga, con la cabeza cubierta de este manto. Yo me quedaré en su sitio. Nadie la conocerá; y una vez en casa de Petronio estará a salvo. - No consentirá en ello. Te ama. Además, está tan débil, que no puede tenerse de pie. Si tú y el noble Petronio no habéis logrado sacarla de la prisión, ¿ quién podrá hacerlo? j Cristo! i Sólo Cristo! Callaron. Vinicio volvió a arrodillarse al lado de Ligia. Por la reja entraba un rayo de luna, que iluminaba pobremente el calabozo. La enferma abrió los ojos y, poniendo sus abrasadas manos en las de Vinicio, murmuró: - ¡Te veo! i Sabía que habías de venir! . -, ¡Aquí estoy, Ligia mía l i Que Cristo te proteja y te salve, . mi bien amada! . No pudo decir más, tanto era su dolor. Ella prosiguió: - i Sabía que vendrías! ¡El Salvador ha permitido que nos despidamos aquí! Voy hacia Él; pero te amo y te amaré siempre. Vinicio se dominó, y ahogando su dolor dijo, con acento que trató de que pareciera tranquilo: -, No, amada mía, no morirás. El Apóstol me dijo que tuviera fe, y me prometió rogar por ti. Él conoció a Cristo, que le amaba, y que no le negará lo que le pida. Si hubieras de morir, no me habría dicho Pedro que tuviera fe. No, Ligia ; Cristo tendrá piedad de' mí. No quiere que mueras ; no lo consentirá. ¡Te juro por el nombre del Salvador que Pedro reza por ti! Habíase extinguido la luz de la única lamparilla que había a la entrada de la cueva, pero la luz de la luna penetraba por la ventana. Un niño empezó a llorar, pero al poco tiempo calló, y todo quedó en silencio. Del exterior llegaban las voces de los pretorianos, que se habían puesto a jugar, después del relevo, alas scripta duodecim, junto a los muros de la cárcel. , Después de un momento de silencio dijo Ligia, cogiendo las manos de Vinicio, que se llevó a los labios: -¡Marco! - i Amada mía! - ¡No me llores! Acuérdate de que vendrás a reunirte conmigo en el cielo. No ha sido larga mi vida, pero en cambio Dios me ha dado tu alma y quisiera poder decir a Cristo que, aunque yo haya muerto y tú hayas quedado en la mayor desolación, no has blasfemado de su santa voluntad. Quiero que le ames siempre,
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y ~l, que es bueno y misericordioso, nos reunirá a su lado. Te
amo y quiero estar contigo para siempre. Le faltó el aliento, y después de unos instantes añadió, con voz apenas' perceptible: - ¡Te lo juro! . De nuevo se llevó Ligia a los labios las manos de Vinicio, y , lTIUrmuro: ' - ¡ Soy tu mujer, sí, tu mujer!
L Durante tres noches nada turbó la calma de Ligia. Vinicio acudía a. su lado y estaba con ella hasta el amanecer. Hablaban del amor y de la muerte, e insensiblemente, con su diálogo, se alejaban de la tierra y perdían la noción de la vida. Cuando por la mañana salía Vinicio de la prisión, le parecía verlo todo como a través de un sueño: hombres y cosas. Incluso los suplicios que los amenazaban habían dejado de infundirle temor. Sus amores iban adquiriendo un carácter celestial, ultraterreno. Hablaban del mundo .como dos viajeros. Dominaba en ellos la idea de que Cristo los , . ~ umria para siempre. Petronio iraba la tranquilidad de Vinicio; llegaba a figurarse que había descubierto una estratagema para libertar a Ligia, y se dolía de que su amigo se mostrase tan reservado. En cierta 'ocasión le dijo : - ¿ Sabes que los cristianos van a servir de antorchas para iluminar ·mañana los jardines del César? Vinicio quedó aterrado pensando que aquélla ?odía ser la última noche que le fuera dado, ver a Ligia. Le falto tiempo para ir -a ver a su amigo el sepulturero, y después, no habiendo podido burlar la contraseña, se quedó sin poder entrar en la prisión, donde un centinela le reconoció y le cerró el paso. - Señor, te he reconocido; vuélvete a tu casa. Callaré para no perderte. Que los dioses teconcedan la calma. - Si no puedes dejarme entrar, compañero, déjame al menos . estar aquí y ver a los cristianos que llevan al suplicio.
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El soldado consintió. Cerca de medianoche empezaron a salir los cristianos entre las filas de pretorianos. La luna Ilena permitía ver sus rostros. Vinicio reconoció entre otros al médico Glauco; pero no salieron de la prisión ni Urso ni Ligia.
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Aún no había cerrado la noche cuando los jardines del César, cargados de lujo insensato, iban llenándose de curiosos. Roma conada ya el espectáculo de las antorchas vivas; pero nunca 10 habían presenciado en tan gran número. Tigelino y Nerón querían acabar a la vez con los cristianos y con la epidemia, que comenzaba a propagarse de modo alarmante, y vaciar las cárceles, dej ando sólo' algunas docenas de víctimas para los juegos. finales. Las magníficas alamedas estaban erizadas de horribles postes un- . tados de resina, a los que estaban amarrados los cristianos. Ante aquel espectáculo monstruoso, el otro monstruo, la multitud, enmudecíó. Al darse la señal de que comenzase el espectáculo, ·los esclavos prendieron fuego a los postes, e innumerables llamaradas azules comenzaron a lamerlos subiendo por los pies de las víctimas. Un horrendo coro de alaridos de dolor llenaba los aires; pero pronto se transformó en un himno, ensalzando el nombre del Señor. Las plantas, iluminadas con el resplandor fatídico, proyectaban sombras danzantes como espectros. Desde un principio, el inimitable Nerón había hecho su entrada triunfal en los jardines vestido de auriga y guiando un magnífico carro tirado por cuatro potros blancos. Le seguía una comitiva de lo mejor de la sociedad romana, todos ebrios. Después venían los negros, lasbacantes, los disfrazados de faunos y sátiros, y amorcillos que deshojahan flores ante las cuadrigas de las matronas, ebrias también. El cortejo avanzaba por la alameda central, entre el humo y las llamas de las antorchas vivas. César guiaba sus caballos al paso, y se detenía de vez en cuando para contemplar algún cuerpo' carbonizado, llevando a su lado a Tigelino y a Qui1ón, que estaba medio sordo de espanto. Por fin-se detuvieron .ante un leño grandísimo, cubierto de mirtos y enredaderas. En él había atado un anciano, abrasado hasta las rodillas, y su cara cubierta por el humo no se . distinguía. De pronto, una bocanada de aire barrió la humareda' y Quilón, al ver el rostro del viejo, se retorció como una serpiente herida y lanzó un grito más parecido al graznido de un cuervo que a la voz humana: .
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¡Glauco! ¡Glauco!
Desde su antorcha, el médico Glauco le miraba fijamente. Con el rostro contraído de dolor, miraba al hombre que le había traicionado, arrebatado mujer e hijos, hecho caer en una celada de asesinos, y que, después de haber sido perdonado en nombre de Cristo, le había denunciado a los pretorianos. Nunca hubo unhombre que hubiese hecho tanto daño a su prójimo, y ahora la víctima, sujeta a un poste ardiendo, tenía a sus pies al verdugo, mirándole aterrorizado. A veces el humo volvía a ocultar aquellos ojos vivos, penetrantes, pero tarde o temp'rano la mirada volvía a abrirse paso, y seguiaquemando a Qutlón.Éste se levantó y quiso escapar, pero no pudo. Estaba clavado a la tierra como si él también fuese una antorcha. Sentía que algo en su ser' aumentaba enormemente de volumen y en s'u comparación -desaparecían el César, la corte, todo; sólo quedaba un vacío negro, una tiniebla sin fondo en la que fulguraban los ojos del mártir, que parecian emplazarle ante el Juez Supremo. . Inclinando la cabeza cada vez más, Glauco le miraba sin cesar, y todos comprendieron que entre aquellos dos hombres mediaba algo terrible. Las risas cesaron, porque el rostro de Qui1ón se había vue1tomás espantoso que nunca, y parecia que era él el que se estaba abrasando vivo. De pronto, irguiéndose y tendiendo los brazos, gritó de una manera desgarradora: - ¡Glauco, en nombre de Cristo, perdóname! , Un estremecimiento de terror recorrió a los circunstantes, y alzaron los ojos hacia el moribundo. La cabeza del mártir se movió Iigeramente, y desde 10 alto del poste descendió una voz dolorida que dijo : _ - ¡Te perdono! ' Quilón cayó a tierra aullando como un lobo herido, y comenzó a echarse sobre la cabeza puñados de polvo. Las llamas se elevaron de súbito, rodearon el pecho y el rostro del mártir, y el mástil ardió por completo con claridad deslumbradora. Cuando Quilón se levantó, su semblante estaba transfigurado; ya no parecía el mismo. Sus ojos brillaban con un fulgor extraño; su frente, surcada de arrugas, parecía reflejar un éxtasis de serenidad. Aquel griego, que poco antes era un guiñapo, semejaba ahora un sacerdote inspirado por la divinidad que iba a pronunciar un oráculo. - ¿ Qué le ocurre? ¿ Está loco? - dij eron algunos. Quilón 'se volvió hacia los espectadores, y levantando la nla~o
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derecha comenzó a decir con una voz vibrante, nueva, que dominaba la multitud cortesana y hasta las turbas: - ¡Juro por mi .muerte que los cristianos son inocentes, y el incendiario es éste! - y señaló a César. ' Siguió un silencio espantoso. La mano temblorosa del griego seguía señalando a Nerón. Estalló un verdadero motin ; unos gritaban: "¡ Prendedle !" Otros decian : "¡Desdichado pueblo ro-
mano!" Comenzaron 'a caer los postes, consumidos por su base, desprendiendo gran cantidad de pavesas y hedor de carne carbonizada. Las tinieblas invadían los siniestros jardines. Pero 10 más grave era que el pueblo comenzaba a manifestar su disgusto, y el , rumor de que los cristianos eran inocentes se esparcía con rapidez. Las 'matronas protestaban en voz alta de la cruel matanza de niños, arrojados a las fieras, crucificados o quemados, y empezaba el pueblo a preguntarse qué dios era aquel que daba tanto valor para soportar el martirio. Quilón anduvo corno una sombra, vagando por los jardines desiertos y oscuros, sin saber adónde dirigirse. Tropezaba con cadáveres achicharrados o con tizones que le envolvían en multitud de chispas. Se filtraban algunos rayos de luna que iluminaban las siluetas carbonizadas; pero el viejo huía de la luz porque creía ver en ella los ojos fulgurantes de Glauco. Por último, impulsado por fuerza invencible, se dirigió hacia la fuente donde quedaba aún en pie la antorcha del mártir. De pronto sintió una mano que se posaba sobre su hombro. Volvió la cabeza y se' encontró frente a un desconocido. - ¿ Quién eres? - Pablo de Tarso. - ¿ Qué quieres de mí? Estoy maldito. - Salvarte. Quilón se apoyó en un árbol para 110 caer, y dijo con voz - sorda: - i No hay salvación para mi ! . - ¿ N o has oído decir que Dios perdonó a Dimas, crucificado junto a Él? ' - Pero¿ tú sabes 10 que yo he hecho? - He visto que sufres, y te he oído proclamar la verdad . .- i Oh, señor! ' '. - Y si un servidor de Cristo te perdona a la hora ele la 111Uerte, ¿ cómo te negarla Él su perdón 1
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Qui1ón se apretaba la cabeza entre las manos, y balbuceaba, entre incrédulo y enloquecido: - ¡El perdón! ¡Yo perdonado! _ Apóyate en mi brazo y sigueme - dijo el Apóstol. Aquella noche Pablo de Tarso, antiguo perseguidor de J esucristo y apóstol de los gentiles, bautizó al filósoío-cinjco Quilón Qui1ónides, antiguo delator y espía del César. Después 1e impartió su bendición para la prueba que le aguardaba. Al dirigirse a su casa, .Quilón la encontró rodeada de pretorianos que le detuvieron y le llevaron al Palatino. César dorrnia, pero Tigelino, que le esperaba, recibió al griego con semblante tranquilo y terrible. _ Has incurrido en la tez majestatis, y si quieres evitar la pena de muerte declararás mañana públicamente, en el anfiteatro, que estabas borracho, y que los incendiarios fueron los cristianos. Así, el castigo se reducirá a apalearte y desterrarte luego. . - ¡No puedo hacer eso, señor! _ ¡Cómo que no puedes, perro griego! ¿ Sabes 10 que te espera? ¡ Mira allí! Le señaló un rincón del atrio, donde había un largo banco de madera y unos verdugos tracias con cuerdas y tenazas en las manos. Quilón ·repitió: - ¡ No puedo! _ ¿ Has visto cómo muer en los cristianos? ¿ Quieres morir .como ellos? - preguntó con furia Tigelino. Quilón irguió la cabeza y después dijo: - Yo también soy cristiano. Tigelino no se esperaba esto, y antes de romper en insultos permaneció un instante asombrado. .., _ ¡Ah, perro! Ahora sí que te creo realmente loco. - Y sin poderse contener cogió a Quilón de la barba, le derribó en el suelo y le pisoteó cruelmente, repitiendo -: i Has de retractarte! _ ¡ No puedo! - gemía el griego, retorciéndose. - ¡Al tormento con él !. . ¿', Los verdugos tracias se apoderaron del viejo .y, tendiéndole en el banco, le ataron y le atenazaron las tibias. Mientras tanto, él . besaba humildemente las manos de sus verdugos; después cerró los ojos y quedó como muerto. Sin embargo, aún vivía, y cuando Tigelino se inclinó sobre él para preguntarle si se retractaba, sus lívidos labios temblaron y de ellos volvió a salir la misma respuesta: - i No puedo l
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Tigelino mandó suspender el tormento y comenzó a pasear por el atrio. De pronto se le ocurrió una idea nueva: dirigiendose a los tracias ordenó: - ¡Arrancadle la lengua!
tr El drama Aureolas se representaba aquella noche con una afluencia de gente nunca vista; había que presenciar en él la muerte de un esclavo clavado en una cruz, que iba a ser devorado por un oso. En el drama hacía de oso un actor convenientemente disfrazado; pero aquel día iba a figurar un oso de verdad, nueva crueldad cuya invención se debía al ingenio de Tigelino. El pueblo acudió al anfiteatro atraído por un sinfín de halagos, si bien estaba ya harto de sangre. Nerón había pensado estar ausente, pero cambió de. opinión al exhortarle a ello Tigelino, diciéndole que Qui1ón no le insultaría como había hecho Crispulo. Al anochecer, el circo volvía a estar Ileno ; estaban allí los augustanos, presididos por Tigelino en persona, para dar prueba de lealtad al César, y de paso para murmurar del caso de Quilón, . que era tema de todas las tertulias. Se decía que asaltaban al César visiones terroríficas y hablaba de marcharse a Acaya, para huir del teatro de sus crueldades, Se temía que aquel. incidente produjese terribles consecuencias, y los mismos augustanos daban a Tige1ino augurios lTIUypesimistas. • - Ahora se dice que los cristianos son inocentes - añadió Antistio Vero ~; si a esto 10 llamáis política; hay que confesar que Quilón estaba en 10 cierto cuando dijo que teníais menos cerebro que él en el, codo. - Pero ¿ qué le ha ocurrido a ese griego? - preguntaba otro augustano -. ¿ Es que se ha vuelto loco de repente? - No se ha vuelto loco, sino cristiano - respondió Tigelino. - Matad a los cristianos, pero no toquéis a su dios - interrumpió V estin~o. a!limado por u!l celo sincretista -. . No se puede Jugar con las divinidades ; ya veis 10 que ocurre. Yo no he incendiado ROl11a,pero si César me 10 permitiera, ofrecería al dios de los cristianos una suouetcurilia y hasta una hecatombe.
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- Tigelino se rió cuando le dije que los cristianos estaban a la defensiva - dijo Petronio -. Pues ahora digo más: atacan. ¡Hacen conquistas! - ¿ Qué quieres decir? - preguntó Tigelino con mirada torva. - Quiero decir que si una rata cobarde como Quilón se transforma en un gigante capaz de acusar al César y renunciar a la piel, como Régulo, ¿ quién podrá resistirlos? Vuelve a tu cuadra, donde eras arriero de mulas, y sabrás la verdadera opinión del pueblo, ¡oh ilustre! Tigelino apretó los puños, pero no se atrevió a mirar a los ojos a Petronio. Se sentía aplastado en su presencia. -.¿ Qué propones entonces ? - preguntó Barco. - Una cosa muy sencilla. ¡Basta de sangre! - Un poco más todavía, ¡y basta! - murmuró Tigelino entre dientes. - La mia, por ejemplo - dijo Petronio -. ¿No es eso? Si quieres otra cabeza además de la tuya, corta la de ese mulo de marfil que te sirve de bastón.¡ Te otorgo el [us imaginum! En esto llegó el César acompañado de Pitágoras, interrum. piendo el alarmante diálogo, y cornenzó la representación de Au-' reolus. El pueblo, q.ue no estaba para escenas literarias, embrutecido por la efusion de sangre, se aburría, silbaba, pateaba y pedía la intervención del oso. Llegó por fin el esperado momento. Los esclavos sacaron una cruz de madera 10 bastante corta para que un oso, poniéndose en pie, alcanzase al rostro de la víctima. Después, dos hombres sacaron a Quilón, que no podía andar por haberle roto las piernas. Le clavaron rápidamente y cuando alzaron la cruz nadie le hubiese reconocido, tan cambiada estaba la expresión de su rostro. Tenía la barba ensangrentada por la brutal operación de arrancarle la lengua. Los huesos parecían transparentes a través de la piel diáfana. Su. cara, que antes fue maliciosa y desconfiada, tenia ahora una expresión transfigurada, como las personas dormidas o los muertos. Tal vez, lleno de fe, estaba pensando : "Señor, he mordido como una víbora, pero toda mi vida fui un miserable; sufrí hambre y sed, fui pisoteado y ahora me martirizan y me hacen 1110riren una cruz. Ten piedad de mí, y no me rechaces en esta hora de la muerte." . Ante aquel viejo humilde, resignado, indefenso, los espectadores se preguntaban por qué martirizar así a los que ya de por síparecían moribundos. Aparcció en la arena el oso, que salió
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bajando la cabeza y balanceándola de un lado a otro, de un modo terrible. Parecía reflexionar o buscar algo. Al ver la cruz, y en ella el cuerpo desnudo, se puso sobre las patas traseras, se aproximó, y de pronto se echo a sus pies, comenzando a gruñir de una manera extraña. Los empleados del circo le daban voces incitándolo al ataque, pero el animal seguía quieto, y el pueblo guardaba silencio. Entonces Quilón levantó la cabeza, y abrien-do los ojos paseó su mirada por las graderías. La fijó en una de las últimas, donde estaba Pablo de Tarso, y ocurrió algo que desconcertó a todos. Su rostro se animó en una sonrisa angelical; su frente resplandeció con un nimbo de luz, y dos gruesas lágrimas rodaron por su rostro marchito. Después expiró. En aquel. instante una voz potente y viril resanó en la altura diciendo: - ¡Paz a los mártires! En el anfiteatro reinaba el silencio de la tumba.
LII Petronio estaba descorazonado. Hacia pocos días había tenido noticia, por su amigo el senador Scevino, de que se tramaba una consp'iración contra el César. Esta noticia habría podido dejarle indiferente y aun regocijarle, pero de momento le obligó a tomar precauciones. La visita de Scevino a su casa habría, sin duda, despertado sospechas entre los ..espías de Nerón, que se encontraban en todas partes y estaban enterados de todo. En su visita a Nerón, en vísperas de que se celebrase la última representación circense, tuvo motivos serios para abandonar toda e~peranza por 10 que se refería al asunto de Vinicio y Ligia. - El navío me espera en Nápoles - dijo César -, quisiera irme; partir mañana mismo. - Antes me permitirás, divino César, que dé -un festín de himeneo. - ¿ De qué himeneo? - El de Vinicio con la hija del rey de los ligios. Ahora ella está encarcelada, pero como es un rehén no puede ser prisione-
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ra nuestra. Antes permitiste a Vinicio que la desposara, y tus mandatos, como los de Zeus, son inapelables ... Tigelino intervino, veloz como un perro de presa, para sacar del atolladero a su amo. _ Ella está en la cárcel por orden del César, y acabas de decir ~ue sus mandatos son inapelables. _ Si está en la cárcel no es por orden del César, sino por tu ignorancia del jus gentium. No se puede gobernar sin ser, al menos, pasante de abogado, y tú entiendes mucho de cuadrúpedos, no lo niego, pero en cuestión de leyes estás muy por debajo de tus mulas. Si los bárbaros nos declaran la guerra, será gracias a que, en vez de diplomáticos, tenernos arrieros. Entonces serás maqisier equitum, ascendido de du» mulorwm. Pero mientras tanto ... no te mezcles en política extranjera, y deja qué las personas prudentes reparen los atropellos que tu inepcia comete a cada paso. . Tigelino respondió, echando chispas por los ojos: _ Sabio Petronio, yo no sabré discutir de leyes con literatos, ni adular como sólo saben hacerlo los poetas de oficio; pero siestallase esta g~erra con los ligios, iría a ella con mis pretorianos mientras t.ú te quedarías en Roma limando tus versos y satirizando contra el valor. . _ ¡Oh insigne soldado! ¿ Sabes hacia qué punto cardinal cae el país de los ligios? ¿ Hacia oriente o hacia occidente? - Hacia ... oriente: Sí, oriente. _ Has tenido que pensarlo mucho. Mientras te orientabas; los bárbaros habrían tenido tiempo de caer sobre tus legiones de mulas y venderlas en subasta. Y ahora escúcharne : no te atreverás a afirmar que Ligia ha incendiado a Roma. Y si así 10 dices, 'César no te creerá. Los presentes, que conocían .la historia de Vinicio, callaban es.perando el fin de la contienda. Nerón fruncía el ceño para disimular su diversión. Gozaba. inmensamente viendo sudar a Tigelino y oyendo las audaces ironías de Petronio. Pero de pronto, envalentonado, con un atrevimiento de cobarde, y guiñando los ojos' miopes con malvada expresión, intervino y dijo : - Me parece que tiene razón Petronio. Tigelino le miró con asombro, y Nerón repitió: _ Sí; Petronio tiene razón. Las puertas de la prisión serán mañana franqueadas a Ligia. En cuanto al festín de himeneo, hablaremos de él otra vez, mañana mismo ... en el anfiteatro.
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Perdí de nuevo!", pensaba Petronio de regreso a su casa. Esta vez no era la fatalidad ni otra cosa que no fuese la crueldad del César. Ahora estaba ya tan seguro de la muerte deLigia, que envió secretamente un esclavo al espoliario para que comprase por adelantado el cadáver de la j oVfn y se 10 entregase a Vinicio. . . "j
LIII . Se habían puesto de moda en la época neroniana las representaciones circenses, a las que eran muy aficionados los augustanos, en especial por los magníficos banquetes que las seguían y que duraban hasta el amanecer. -Aquella tarde, aunque el pueblo estaba ya harto de crueldades, la noticia de que los espectáculos tocaban a su fin atrajo al circo una gran multitud. Los au~tlstanos acudieron también, presintiendo que César había destinado aquella fiesta para recrearse en la desesperación de Vinicio. Tigelino no había dejado transparentar nada sobre la clase de suplicio destinado a la prometida del tribuno, y su mismo silencio excitaba la curiosidad general. Nerón llegó al circo antes de 10 que acostumbraba. Iba con Tigelino y Vatinio, y además le acompañaba Casio, centurión corpulento y de íuerza prodigiosa. Su guardia pretoriana era ahora más numerosa que nunca y la mandaba un tribuno: Subrio Flavio, que era ciegamente adicto a César. Con toda evidencia, Nerón se había preparado contra un arranque de desesperación de Vinicio, cosa que excitaba aún más la curiosidad. Todas las miradas se dirigían a él, que, con su aspecto cadavérico y empapado de un sudor frío, sentía bramar en su interior el deseo de salvar a Ligia. Sin estar informado concretamente, Petronio le había preguntado si asistiría al espectáculo y si estaba preparado a todo. Vinicio le dijo que sí, pero se estremeció ele pies a cabeza al comprender que no era simple curiosidad la causa que había motivado esta pregunta de su amigo. Hada tiempo que Vinicio apenas pertenecía a este mundo. Se había acostumbrado a la idea de la muerte, teniendo la de su amada por inevitable. En la muerte de ambos veía su liberación. Aquel
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estado de ánimo' le había permitido esperar tranquilamente el final de su aventura. Pero ahora, hallándose frente al lugar del suplicio, el loco impulso de hacer algo volvía a agitar todo su ser . .Ya por la mañana había intentado penetrar en los cunículos para cerciorarse de que estaba allí; pero una consigna especial de los pretorianos había imposibilitado su entrada. Le parecia 'que la incertidumbre acabaría con él antes de que llegase el momento definitivo; pero estas visiones alternaban con la imagen de Cristo, al que suplicaba mentalmente y casi con violencia i" ¡Tú puedes salvarla! ¡Tú todo 10 puedes !'" Su cuerpo se había vuelto rígido y parecia perder toda' sensibilidad, cuando de pronto le volvió en sí el estruendo de la multitud, que pateaba rabiosamente. El espectáculo iba a comenzar. El prefectus urbi tiró el pañuelo rojo a la arena. Rechinaron las puertas que estaban frente al estrado imperial, y del oscuro interior salió a la arena un hombre que todos los circunstantes tomaron por el mismo Hércules: el ligio Urso. La claridad súbita, desde la prisión a la arena, le había deslumbrado momentáneamente y entornaba los ojos, mirando a su alrededor como si buscase el suplicio o el adversario que le destinaban. La mayor parte de los espectadores, noticiosos de que aquel hombre había estrangulado a Crotón, callaban como muertos. Los gladiadores de elevada estatura no eran raros en Roma ; pero nadie había visto aún a un hombre como aquél, y los peritos en la materia iraban sus formidables músculos, el tórax semejante a dos escudos cóncavos, y los brazos como columnas. Inmóvil en el centro de la liza, semejante en su desnudez a una estatua de granito, aguardaba algo, y su rostro estaba sereno y triste. Al ver que nadie le esperaba en la arena, pasaba asombrado sus ojos azules con expresión infantil sobre los espectadores; miraba al César y después a los cunículos de donde suponía que habían de salir sus verdugos. Por unos momentos se había sentido animado por la esperanza de ser crucificado; pero al no ver ninguna cruz, se creyó indigno de tal suerte, imagi. nándose destinado a otro género de suplicios : sin duda sería arrojado a las fieras. Estaba desarmado y se resolvía a morir pacientemente, como buen cristiano. Quiso rezar por última vez y se arrodilló alzando los brazos y los ojos al cielo, que brillaba, cuajado de estrellas, por entre las aberturas del toldo. La plebe se sintió molesta al ver que un hombre como aquél observaba la misma actitud de súplica que los niños y las mujeres. Al-
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gunos silbaron; otros llamaron a los mastigóforos; pero en definitiva volvió a reinar el silencio. Todos dudaban de que aquel hombre estuviese .dispuesto a luchar. Al fin, resanaron de modo estridente las trompetas. Ante el estrado imperial se abri6 otra puerta, y apareció en la arena, excitado por los gritos de los bestiarios, un enorme uro de Germa-nia, un toro salvaje que llevaba atada sobre la cabeza una mujer desnuda. - ¡ Ligia! ¡Ligia! - gritó Vinicio con un acento como si hubiese recibido un latigazo en las entrañas. Después se llevó las manos a las sienes y exclamó furiosamente -: ¡Tengo fe! i Tengo fe! ¡Cristo, un milagro! Ni siquiera se dio cuenta de que, en aquel instante, Petronio le cubrió la cabeza con la toga. Creyó que la muerte o el dolor le habían cegado. Sintió como un vacío espantoso. Ninguna idea iluminaba su mente; sólo sus labios se movían de modo automático, repitiendo: - ¡ Tengo fe! ¡Tengo fe! De pronto, toda la multitud que llenaba el circo se puso en pie como un solo hombre, pues había ocurrido un verdadero prodigio. Al ver a su princesa atada a las astas del uro, el esclavo ligio, que hasta entonces parecía humilde y resignado a morir, dio un salto como si le quemaran vivo y, con el formidable torso contraído, se dirigió rápidamente, en marcha oblicua, hacia el furioso animal y lo agarró con ambas manos por los cuernos. De todos los pechos salió un grito de estupor, seguido de un mortal silencio. Petronio, arrancando la toga de la cabeza de Vinicio, ledijo : - ¡,Mira! . El .bárbaro, con los pies hundidos en la arena hasta el tobillo, en tremenda tensión la espalda, que parecía un arco, hundida la cabeza entre los hombros y con los músculos tan tirantes que parecía iban a saltar bajo la piel, había parado en seco al toro. El hombre y la bestia estaban en inmovilidad absoluta, de tal n:tanera, ~ue los espectadores creían tener ante los ojos una estatua helenística representando los trabajos de Hércules o de Teseo. Pero en su aparente quietud se adivinaba la tremenda tensión de dos íuerzas contrarias. El uro tenía también las cuatro extremidades hundidas en la are~a, y su cuerpo pardo e hir'.suto parecia una bola peluda. ¿ Cuál de ambas colosales fuerzas
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cedería antes? Para los fanáticos aficionados a las luchas, aquel . problema tenía ahora más interés que el destino de Roma misma, el destino del Imperio, el destino del mundo. El esclavo ligio había quedado convertido automáticamente en un semidiós. El mismo N eróu se había puesto en pie. Él y Tigelino habían dicho antes: "Veremos si el vencedor de Crotón vence también al toro escogido que vamos a soltarle." Unos espectadores estaban con los brazos levantados, y otros en actitud de imbéciles, sin saber qué hacer con ellos, y con la lengua afuera. Parecían estar ellos mismos empeñados en una lucha titánica. En el circo sólo se oía el chisporroteo de ·las lárnparas y de las antorchas. Los ~e~ndo~ p'arecían sigl.os. . El hombre y la fiera seguian inmóviles, como SI estuvieran clavados en el suelo. De pronto resonó en la arena un mugido quejumbroso y sordo. La multitud creía soñar; entre los férreos brazos del ligio, la cabeza del uro iba doblegándose. El rostro de Urso, su nuca y sus brazos eran de color de púrpura. Estaba más encorvado todavía, y se adivinaba un esfuerzo supremo. El mugido del uro, cada vez más ahogado, más ronco, se oía al mismo tiempo que los resoplidos del atleta. El cuello de la fiera fue doblándose más y más hasta que salió colgando de su boca una enorme lengua llena de baba. Luego, los. espectadores de las primeras filas oyeron el crujido de las vértebras del cuello al descoyuntarse. El uro se desplomó como una masa inerte ante los ojos atónitos de la multitud. El gigante, en un abrir y cerrar de ojos!, soltó las ligaduras . que sujetaban el cuerpo de su señora, y tomandola en brazos se dirigió con ella al público. Parecía una nodriza mostrando a su niño. Tenia el semblante pálido, y el sudor que empapaba sus cabellos corría con abundancia por todo su cuerpo. El público perdió la cabeza. El circo retemblaba como en un terremoto. Los espectadores de las graderías altas saltaron como fieras a la valla para ver de cerca al hércules. Llenaban el aire gritos pidiendo gracia, gritos apasionados, frenéticos, que no tardaron en ser un clamor general. Urso se había convertido en el ídolo de aquella muchedumbre, que no tenía más dios que la íuerza, y a sus ojos era la primera figura de Roma. El esclavo se daba cuenta de que el pueblo pedía su libertad y su vida; perQ no eran éstos sus deseos. Por un momento vaciló; pero después se acercó al estrado imperial con el cuerpo de Ligia en los bra-
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zos, y alzó los ojos suplicantes, como diciendo': "Perdón para ella. Todo 10 que he hecho ha sido sólo por ella." Los espectadores comprendieron en el acto lo que deseaba. Al ver aquella muc~cha desmayad~~ cuyo ,cuer.~ al lado de} enorme gigante parecia el de un nmo, la emoción se apod~r? de todos; senadores, caballeros y plebe, lloraban. Aquella délril criatura, su desvanecimiento, el peligro espantoso. de que aca.. baban de librarla, su belleza y la fidelidad que le había demostrado el ligio habían cautivado los corazones. Algunos creían que era su padre. La piedad se propagó como un incendio. Todo el mundo estaba harto ya de sangre, de muertes a mansalva, de su": plicios cobardes y torpes. Entre aquellos millares de voces que pedían clemencia, había muchas entrecortadas por sollozos. Mientras tanto, el coloso daba vuelta a la liza llevando siempre a Ligia en sus brazos e implorando el perdón con el gesto y con la mirada. No tardó ensumársele otro suplicante: Vinicio, saltando la valla, se había rasgado la túnica, y después .de cubrir con su toga el cuerpo .desnudo de su amada, mostraba las heridas que había contraído luchando contra los bárbaros, como se hacía en Roma para captarse los votos del pueblo. Entonces el entusiasmo llegó al delirio. Comenzáronse a oir gritos, patadas y silbidos, y las voces de los que pedían clemencia se tornaron amenazadoras, Muchos puños cerrados parecían amenazar el estrado del César. Nerón estaba desconcertado. En realidad, no abrigaba ningún resentimiento contra Vinicio ni contra Ligia; pero su refinada crueldad se hubiese complacido en ver el cuerpo alabastrino de la doncella destrozado por las astas del uro. Por otra parte, su orgullo le invitaba a rebelarse contra la muchedumbre, aunque su cobardía y su política le aconsejaban lo contrario. El que estaba verdaderamente loco de furor era. Tigelino, que a todo trance queda vencer a Petronio, porque le había visto con el brazo extendido pidiendo clemencia. - ¡No .cedas, divino César! ¡Los pretorianos están de nuestra parte! Nerón se volvió hacia su guardia para comprobarlo· pero cuando vio a Subrio Flavio; que le era fiel como un perro, con el rostro bañado en lágrimas y pidiendo gracia, quedó más desconcertado todavía. Con menos miramientos, le pedía el pueblo, que inundaba el anfiteatro con sus maldiciones, gritándole: "¡ Barbas de Cobre! ¡Parricida! ¡Incendiario!" Estas exhorta-. .
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ciones le sobrecogieron de temor. El pueblo era dueño incontestable del circo. Habían pasado los tiempos en que Calígula mandaba azotar simbólicamente a las turbas, y, además, ni Calígula ni el mismo Julio César habían presenciado una escena semejante. Nerón, que necesitaba a toda costa halagar a la plebe, después de mirar otra vez a Subrio Flavio, a sus fieles guardianes y a los demás, viendo por todas partes entrecejosfruncidos, lágrimas y miradas provocadoras, dio la señal de gracia. Entonces una tempestad de aplausos estalló en todo el anfiteatro. La vida de los condenados estaba asegurada. y éstos quedaban bajo la protección del pueblo. Nadie, ni aun el mismo César, se hubiese atrevido a perseguirlos. ' . -:«:
LIV Cuatro esclavos bitinios llevaban con el mayor cuidado a Ligia hacia la casa de Petronio. Vinicio y Urso, a ambos lados de la litera, caminaban en silencio. Vinicio no podia creer aún en la .realidad : se inclinaba de vez en cuando para ver bien, a la claridad de la luna, el rostro de su amada; ésta iba adormecida, y el joven se decíaa cada. instante: "¡ Es ella, es ella! ¡Cristo la ha salvado y me la ha devuelto!" . . Recordaba que un médico había dicho que Ligia vivía y vi-. viria, y, al oirlo, la 'emoción que sintió fue tal, que tuvo que apoyarse en Urso para andar. La comitiva avanzaba presurosa por entre las casas de nuevo edificadas que blanqueaban a la luz de la luna. La ciudad estaba desierta y sólo acá y allá se veían grupos que, al son de flautas, bailaban ante los pórticos aprovechando el. último día del período festivo comenzado con los juegos del circo. Ya cerca de la casa, se volvió Urso a Vinicio diciéndole en voz baja: _ Señor, es el Redentor quien la ha salvado. Cuando la vi entre las astas del toro, una voz interior me dijo : "¡ Defiéndela l", y era, seguramente, la voz del Cordero. El en~~rcelamiento me había quitado las fuerzas, pero Él me las devolvió en el momento terrible. y es Él quien hizo al sanguinario populacho ponerse de nuestra parte.
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Que sea glorificado su nombre! - respondió Vinicio; y enmudeció, porque los sollozos le ahogaban. Apoderóse de él una ansia. creciente de prosternarse y dar gracias al Señor por el milagro de su misericordia. Todos los esclavos de Petronio habían salido, avisados de antemano, a su encuentro. Casi todos habían sido convertidos por Pablo de Tarso, en Ancio, y estaban enterados de las desventuras de Vinicio; por eso su alegría al ver a los que habían logrado libertarse de las crueldades de Nerón fue grandísima. Esa alegría fue aún mayor cuando el médico Theocles aseguró que Ligia no tenía ninguna lesión grave, sino gran debilidad, producida por las calenturas, y que no tardaría en recobrar las fuerzas. Ligia volvió en sí aquella misma noche, y al verse en un espléndido cubículo, alumbrado por lámparas corintias y perfumado con verbena, no se daba cuenta de dónde se hallaba ni de 10 que había sucedido. Sólo se acordaba del instante en que los' verdugos la habían amarrado a los cuernos de la fiera; y viendo inclinado sobre ella el rostro de Vinicio, se figuraba que ya estaba en el otro mundo. Sonrióle, y quiso enterarse de 10 pasado; pero sus labios exhalaron vagos murmullos y Vinicio sólo pudo percibir su nombre. Arrodillóse éste junto a Ligia, y~ poniendo una mano sobre la blanca frente de la Joven, murmuro: ; j Cristo te ha salvado y te ha devuelto a mí! Se movieron de nuevo los labios de la doncella, se cerraron sus ojos y quedó profundamente dormida. Vinicio siguió a su lado, orando con fervor. Sin ver ni oir nada, oraba, oraba. Su alma, en éxtasis, se sentía como transportada al cielo. -
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Habían pasado algunos días, cuando, bañados la incierta luz del amanecer, hubieran podido verse las siluetas de dos hombresque, por la Vía Apia, desierta a aquellas horas, se dirigían hacia el llano de-la campiña romana. Eran el criado Nazario y
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el apóstol Pedro, que se alejaban de la ciudad dejando a la grey cristiana entregada a sus verdugos. Desde hacía tiempo había comenzado a perfilarse en el ánimo de Pedro el temor y la desconfianza. Su rebaño iba desapareciendo; su obra estaba casi paralizada, y la Iglesia, que antes del incendio de Roma se extendía como árbol gigantesco, se desmoronaba ante el maleficio de la bestia infernal. Muchas veces, el pescador humilde había levantado las manos al cielo clamando con angustia: - ¿ Qué debo hacer, Señor? ¿Cómo puede mi vejez luchar contra la fuerza del mal que has permitido se enseñoree de la tierra? El rebaño desaparece, Tu Iglesia se hunde. El luto y la desolación reinan hoy en los lugares donde antes se glorificaba tu nombre. ¿ Qué hacer? j Mándame, Señor! ¿Debo quedarme? ¿ O debo trasladar el resto del rebaño a otro país? . Desde la muerte del divino Cordero, el apóstol Pedro no había tenido punto de reposo. Había recorrido el mundo. con su cayado en la mano, predicando la Buena Nueva, y cuando por fin había echado sus cimientos en la capital del mundo, he aquí que un soplo del furor infernal había "dejado sólo escombros. j Y había que comenzar de nuevo la lucha! - ¡Escóndete, Rabbí! -. le decían unos. - ¡Vete! ¡ Vete !- aconsejaban otros. j La Ciudad de Dios puede ser edificada en otras partes! - opinaban los más -. La Palabra divina vibra aún en Efeso, en Jerusalén, en Antioquía .... Si pereces aquí, el- triunfo del mal será aún mayor ... Juan es joven, Pablo es ciudadano romano; pero, a ti nadie te respetaría... Si caes, los corazones des fallecerán, y se dirá: "No hay poder más fuerte que el del César." Y Pedro partió al fin. Él y Nazario caminaban silenciosos. El anciano, sumido en su dolor y en sus recuerdos. El joven, orando con los ojos fijos en las últimas estrellas del alba. Pedro pedía luz. Y de pronto salióelsol. Pero al Apóstol le pareció ver que el sol venía hacia ellos. En vez de elevarse, descendía cada vez más. Pasaba entre dos montañas y se ponía sobre el mismo camino que ellos iban siguiendo. _. ¡Nazario! ¡Mira! - ¿ Qué, señor? - ¿ Ves esa claridad que se acerca? - No veo nada, padre.
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- ¡Es un hombre! ¡Un hombre que viene hacia nosotros envuelto en los fulgores del sol l Nazario veía temblar las hojas de los árboles y, en efecto, le pareció que la llanura se iluminaba con claridad vivísima. Miró al Apóstol y exclamó con inquietud: - ¡Rabbí ! ¿ Qué tienes? Pedro había dejado caer el cayado de las manos. Sus ojos miraban con fijeza y su' rostro expresaba asombro, alegría, júbilo infinito. Cayó de rodillas y de sus labios brotaron estas palabras: ..: - ¡Cristo l ¡Cristo! ,_. Pegó la cara al suelo corno si besara unos pies invisibles, y tras largo silencio murmuró, entre sollozes : - Quo uadi«, Domine? . Nazario no oyó la respuesta. Pero Pedro escuchó una voz dulce y triste que decía: - Voy a Roma, puesto que tú huyes, para que me crucifiquen .de nuevo en tu lugar . . El Apóstol continuaba con el rostro en tierra, callado, inmóvil. Nazario creyó que había perdido el conocimiento, pero no se atrevía a tocarle. Por fin se levantó y, en silencio, dio la vuelta hacia la ciudad de las Siete Colinas. - Quo uadis, Domine? - repitió Nazario corno un eco. j A Roma? hijo mío! contestó con dulzura el Apóstol. Pablo, J uan y Lino, al verle regresar, sonrieron llenos de ., emocion y sorpresa. No tardarían, el primer Pontífice de la Iglesia y el primer Apóstol ·de los gentiles, en emprender, uno tras otro, el camino eterno del Señor.
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CARTA. DE
LVI V INICIO'
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"Hasta aquí, carísimo, llegan noticias de 10 que pasa en Roma, y tus cartas nos lasamplian y aclaran ... Me preguntas si estarnos seguros; bástete saber que se nos ha olvidado. .
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"Desde el peristilo en que te escribo estoy viendo nuestra apacible bahía, y a Urso en una barca, disponiéndose a echar la red. Mi mujer está a mi lado hilando lana encarnada, y oigo desde aquí el canto de los criados que trabajan en el huerto a la sombra de los almendros. En esta paz dulcísima se mitiga el recuerdo de los terrores y las penas sufridas. No son las Parcas, como tú dices, las que tejen los hilos de nuestra existencia; es Cristo, nuestro Salvador, quien nos bendice. "No nos faltan aquí penas y lágrimas, porque nuestra religión nos manda tomar parte en el infortunio de nuestros semejantes; pero en esas lágrimas hay algo de profundarnenrs consolador, Que vosotros ignoráis. . "Cuando terminen nuestros días nos reuniremos con todos los seres queridos que han muerto y han de morir aún por nuestra fe. Así transcurren para nosotros los días y los meses en la serenidad y la paz. "N uestros servidores y esclavos creen. en Cristo, y C01110 Él nos los ha dado para que los gobernemos y dirijamos, los amamos y ellos nos aman a nosotros. Muchas veces, a la caída de la tarde, cuando la luna empieza a reflejarse en el mar, hablamos Ligia y yo de las cosas pasadas que ahora nos parecen un sueño. Cuando pienso cuán cerca estuvo mi amor de morir en el suplicio, doy gracias con toda mi alma a Nuestro Señor ~el único que pudo librarla de la muerte. Ni Grecia ni Roma habían presumido su existencia, y al decir Roma hablo de su imperio, que comprende casi todo el mundo. La doctrina fría y seca de los estoicos hace hombres virtuosos, pero no hace hombres buenos. "Muchas veces me has dicho que nuestra fe es enemiga de la vida, pero en realidad; si yo pasase una vida entera repitiéndote que soy feliz, aún no podría darte idea de hasta qué punto lo soy. Quizá me contestarás que lo soy porque tengo a Ligia ; pero yo sé que cuando la juventud y la belleza hayan pasado persistirá nues. tro amor, pues nuestras .almas no envejecen. "Antes de que mis ojos se abriesen a la verdad habría sido capaz de quemar mi casa por Ligia, y, sin embargo, ahora me doy cuenta de que no la amaba. Mi tumultuoso deseo de entonces es una sombra de 10 que es hoy mi verdadero amor. Compara nuestra seguridad eterna con vuestra incertidumbre del mañana ; nuestro amor con vuestras insidias sangrientas; nuestro lenguaje de caridad con vuestras amargas ironías, y sabrás cuál es la felicidad de los cristíanos, .
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"Aquí. te aguardan dos coraz<;>nesque te ~ma~ de ,:eras. Tu eres noble, bueno, y mereces ser dichoso. Sabras discernir la verdad y acabarás por amarla. Ligia y yo, amig~,querido, nos alegra: mos con la esperanza de verte pronto. Conservate en salud y se feliz, pero no te hagas esperar. H
CARTA
DE PETRONIO
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"Carísimo, me alegra tu felicidad y iro tu grandeza de alma.N o creía que dos enamorados pudieran acordarse de nada ni de nadie en medio de su dicha. 'fe 10 agradezco. Si es Cristo el que os hace tan dichosos, veneradle. Pero yo no puedo ir a veros. Duraría poco mi felicidad y vuestra compañía. Barbarroja y su amigo el arriero medita-n mi muerte. Envidian mi superioridad. Nerón comprende ya mis ironías, que antes sólo hubiese podido ver a través de tela de cedazo. Me han invitado a trasladarme a Cumas con los demás augustanos. Aunque sospecho que se trata de confinarme y aislarme, obedezco porque no quiero declararme en rebeldía. Además, si procedo con serenidad, venceré a Tigelino una vez más. Mi calma es 10 que más le desespera. Me temo que, en mi ausencia, al.mulero le faltará tiempo para acusarme de conspirador. Mi antigua amistad con Scevino no era para menos. Pero no me importa. Mi peor enemigo es el miedo que me tienen, yeso los inclina a. quitarme de en medio. Te escribo, pues, desde Cumas, donde he sabido que mis bienes en Roma han sido confiscados y mis criados detenidos. Sin embargo, como a Barbas de obre no le gustan las .preguntas francas y directas, aún pienso obligarle a sonrojarse cuando le pregunte si ha sido él el que ha tnandado aprisionar a mis criados. No podrá, no sabrá, no se atreverá a responderme. "Tienes razón, j oh amigo!, en la opinión que tienes de nosotros. Yo mismo no te sé decir si creemos o no en nuestros dioses, Tus palabras me han hecho meditar profundamente, y me doy cuenta de que nuestra religión no conoce eso que tú llamas "él amor". En cuanto a los estoicos, más va1e que no los nombres. Sólo se aman a sí mismos. Su rigidez es una consecuencia de su miedo a sufrir. En realidad, me parece que nuestra' única divinidad, hoy, es el egoísmo. "Ahí tienes, si no, a Barbarroja, que se hace llamar Júpiter To?ante. Si. me l!amó su a:nigo durante ,tanto tiempo fue porque: creia en la sinceridad de mIS.alabanzas. Ahora, primero ha descu-
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bierto que me burlo, y después el arriero le ha hecho creer que Carinas entiende más que yo de poesía y de las altas cosas de Grecia ... y se apresuran a substituirme. ¿ Quién piensa en el prójimo? No sé lo que opinarás tú de tus cristianos, pero yo no he encontrado a nadie que piense en otra cosa- que en sí mismo. Cuando aplaudo es para ser aplaudido a mi vez o para aplaudir a los que aplauden que me aplauda. Tú corees que tu 'Cristo os ha salvado. No te ocultaré, sin embargo, que, a mi parecer, Urso y el pueblo romano han tenido gran parte en la liberación de Ligia; pero creyendo tú que Cristo ha sido el autor de esa buena obra, no quiero quitarte esta idea. No le escatimes las ofrendas. También Prometeo se sacrificó por los hombres; pero Prometeo, según parece, no es sino una invención de los poetas, mientras que hombres fidedignos me han afirmado haber visto a Cristo con sus propios ojos. Creo, como tú, que, de todos los dioses, el vuestro es el mejor. Recuerdo muy bien la pregunta que me hizo Pablo de Tarso y convengo que si Barbes de Cobre siguiese la doctrina de Cristo acaso tuviera yo tiempo de ir a visitaros a Sicilia. "La verdad se halla en al turas tan inaccesibles que ni los mismos dioses pueden descubrirla desde las cumbres del Olimpo. V uestro Olimpo se me antoja más alto todavía. Desde él me gritas : ¡Sube y verás lo que ni siquiera sospechaste!" Será cierto; pero me faltan las piernas para obedecer a tu llamamiento ; y en cuanto hayas leído esta carta hasta el fin verás que tengo razón. "Venturoso consorte de la princesa Aurora: i vuestra doctrina no se ha hecho para mí! De seguirla tendría que querer como a mi mismo a los siervos bitinios portadores de mi litera, a los siervos egipcios que calientan el agua de mi baño, a Barbarroja y a Tigelino, y te juro por las Gracias que no podría, aunque quisie.a. Hay en Roma cien mil individuos, por lo menos, contrahechos, estevados, patisecos, cabezones, a quienes tendría que amar tarn-. bién, según vuestra doctrina, y no me sería posible. No me imagino de dónde he de sacar un amor que no siento. Amo 10 bello y me es imposible amar lo feo. Si tuviera empeño en seguirte, creo que aún te seguiría; pero como en realidad no quiero, no hay ma- nera de concertarnos. "El mismo Pablo de Tarso me explicó que, por Cristo, había que renunciar a las coronas de rosas, a los placeres, a los banquetes. Pero yo le contesté que soy demasiado viejo para cambiar de aficiones, y Que me seguirán gustando las rosas y las violetas. "V uestra felicidad no se ha hecho para mí. Thanatos me reti
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clama. Para vosotros comienza a relucir la aurora; para mí, el sol está en su ocaso. ¡Ah ! Vosotros veréis muchos ocasos. N ada más dulce que los crepúsculos de Sicilia. A mí, Tigelino me ha vencido y mis victorias tocan a su fin. Pero he vivido como he querido y moriré como quiera. Adiós, amigo, y que tu dolor por mi muerte no traspase los límites de lo razonable. _ "Quisiera despedirme de tu esposa, la divina Ligia, con las mismas palabras que empleé para saludarla ha ce tiempo en casa de Aula Plaucio: "He visto muchos pueblos y gentes en el mundo, pero no he hallado jamas a ninguna mujer como tú," "Para terminar, amigos míos, si contra lo que piensa Pirrón queda todavía algo de nuestra alma después de 'la muerte, iré a veros. Cuando estéis rodeados de felicidad y de rosas, al anochecer, frente al crepúsculo de aquella isla dorada, contemplando en el horizonte el incendio del sol, una avecilla de alas oscuras se posará sobre la balaustra.da de tu jardín y volará después en silencio sobre vuestras cabezas, Ésta será mi señal. "Y ahora, que Sicilia sea para vosotros el vergel de las Hespérides; que los dioses de los campos, ríos y fuentes siernbrende flores vuestra vereda; y las blancas palomas, anidando en todos los acantos de tus columnas, ¡ oh amigo!, imiten vuestros arrullos.
Vale, et me ama:"
LVII Petronio no se engañaba. Dos días después. el joven N erva, que le era muy adicto, le envió un liberto de 'su confianza con un escrito ene! que le avisaba que, a la noche siguiente, un centurión le transmitiría la orden de no salir de Cumas, y poco después le sería enviado el mensaje de muerte. Petronio escuchó impasible la esperada nueva, y dijo al liberto : - Entregarás de mi parte a tu señor un vaso precioso que te darán al salir y le dirás que le agradezco con toda el alma su aviso, pues gracias a él me adelantaré a la sentencia. Y como si se le hubiese ocurrido una magnífica idea y el po-
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nerla en. práctica le causara regocijo, Petronio se echó a reir a carcajadas.' . , Aquella misma noche los esclavos de Petronio recorrieron las villas de los augustanos y damas de la corte, para invitarlos a un banquete que daba en su magnífica mansión el arbiter, ' . Pasó éste la mañana escribiendo en su biblioteca, y' luego se bañó, se hizo vestir por sus esclavos, y, atildado yresplandeciente, se dirigió al triclinio para echar un vistazo sobre los preparativos del banquete; después pasó al jardín, donde varios jóvenes y muchachas tejían coronas de rosas para la fiesta. Su rostro no revelaba la más leve inquietud. Sus gentes comprendieron que el festín había de ser de inusitada magnificencia, pues hizo 'repartir recompensas extraordinarias a aquellos servidores suyos que más apreciaba, y unos leves azotes, casi por fórmula, a los que le habían servido mal. Mandó. pagar por adelantado, con gran largueza, a los coros y citareros. Después, sentándose al pie de un árbol, cuyas ramas dejaban filtrar el sol, mandó llamar a Eunice. Compareció ésta al poco rato, vestida de blanco y hermosa como las Gracias. Petronio se sentó a su lado y, acariciándole los cabellos, la contempló embelesado por unos instantes. - Eunice -le dijo -, ya sabes desde hace tiempo que eres libre. -' Siempre soy tu esclava, mi señor. - Pero quizás ignores todavía que esos esclavos, esas riquezas y todo lo que nos rodea te pertenecen desde hoy. Eunice se agitó y se apartó de él con un movimiento brusco. - ¡ A qué viene hablarme de esta manera, señor? ' Y, acercándose de nuevo a Petronio, clavó en él una mirada llena de miedo. Él, sin dejar su sonrisa, se limitó a pronunciar estas dos palabras: .. - Así es. Siguió unprofundo 'Silencio. Las hojas de los árboles murmuraban suavemente al soplo de la brisa, y Petronio, contemplando a Eunice, se imaginaba tener ante sí, por su inmovilidad, una estatua de mármol. - Eunice - murmuró al cabo de un rato -, deseo 1110rir tranquilo. La mujer sonrió de una manera extraña, desgarradora, y dijo : - Te comprendo, mi dueño. Cuando llegó la noche, la quinta se llenó de invitados. Todos sabían que las fiestas de Petronio convertían a las del propio Cé-
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sar en una orgía torpe y bárbara, sin refinamiento ni gusto. A que todo el mundo suponía qué sobre la cabeza del arbiter ílol.a.Q. ~; la sombra del descontento imperial, nadie podia imaginar aquella fiesta iba a ser la última. Al verle, como siempre, son-·~ te, tranquilo y superior, sus amigos no podían figurarse que' bían acudido para verle morir, como una víctima más, que CII~ vez se les antojaría propiciatoria. Sería inútil describir la belllalll:.:i el lujo y el refinamiento que adornaban aquel palacio. PetrmllD charlaba, con su elegante soltura, sobre cualquier tema que se' propusiera: amoríos, divorcios, filosofía y combates' de gladiaderes. Al derramar el vino en el suelo, antes de llevarse otra COIla . a los labios, pronunció su libación en honor de Venus Ciprina, única para él verdaderamente eterna, perdurable y soberana .. ""'" .•... pués hizo una señal, y ernpezaron los espectáculos, los coros y danzas, los juegos de manos de un adivino egipcio y las prof ': de otros encantadores orientales. Acabado todo esto, Petronio se incorporó en su lecho y, apoyando el codo en el almohadón, dijo con voz soñolienta y negligente: j Amigos, quisiera haceros una súplica, y es que cada uno de vosotros se dignase aceptar como recuerdo mio la copa en q hizo sus libaciones por los dioses y por mi felicidad! Después, levantando su copa de Mirrina, aquella joya de precio enorme que' refulgia como el arco iris, añadió: j Ved lo que ofrezco a la diosa de Chipre! ¡Que jamás ot labios vuelvan a posarse en este vaso, y que nunca otras manos se sirvan de él en honor de otra deidad! . Y ante el estupor de todos, tiró al suelo la preciosa joya, q saltó en mil pedazos semejantes a las salpicaduras del mar al surgir de sus ondas Venus Anadiomena. Después, divertido de "la estupefacción que había despertado su acto, continuó : . - Amigos, estad alegres. No son para mí la vejez y sus achaques. Se me manda que abandone .pronto la compañía de un seres inoportunos, saliendo a tiempo' de la escena. - ¿ Qué te propones? - ¿ Qué piensas hacer? - Voy a .alegrarme, a beber con vosotros y a deleitarme con la música. Después me, dormiré .c?ronado de rosas. ::No creáis que no me despido del Cesar. Quisiera que escuchaseis mi último adiós.
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CA~TA DE PETRONIO A NERÓN
"Bien sé, divino César, que-me esperas impaciente, y que tu corazón de amigo leal padece con mi ausencia. No ignoro que me colmarías de honores, si pudieses, y harías que Tigelino volviera a ocupar el puesto que, por estirpe, le corresponde: arriero de mulas en la cuadra que heredaste después de envenenar a Domicia. Pero, divino, debo excusarme de' no ir a tu presencia. Por los manes de Séneca, de tu padre y de tus demás víctimas, me es imposible ir a verte. La vida es un tesoro, pero tiene cosas que me reconozco incapaz de aguantar por más tiempo. No me refiero a tus parricidios ni a los asesinatos que ordenaste contra las personas honradas de tu Imperio; no es eso, ni tampoco el incendio de Roma, la mejor de tus obras de arte. No, repito, amadísimo nieto de Saturno: la muerte es el fin natural de todos los seres que viven bajo la luna, y no era de esperar de ti que procedieses de otro modo. "N o son tus crímenes lo que me destroza, sino tu canto. Tampoco puedo sufrir el ver tu hinchado vientre de matrona prolífica, balanceándose sobre tus flacas piernas cuando bailas. Esto y el oirte tañer, declamar, recitar, jadear ... , pobre poeta de los arrabales, es superior a mis fuerzas. Me da un deseo invencible de suicidarme. Roma también se tapa los oídos por no oirte, el orbe se ríe de ti, y yo no quiero cargar por más tiempo con el oprobio de ser amigo tuyo. "¡ Adiós, divino! Comparados con tu canto, los aullidos de Cer- ' bero me resultarán dulces. El perro del Orco no es amigo mío, y no tengo el deber de avergonzarme cuando ladra. . "Salve, Augusto, y sigue mi consejo: asesina, pero no cantes; envenena, pero no bailes; incendia, pero no toques la cítara. Es lo último que te pide y te desea tu . Arbiter Elegantiarum."
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Los convidados quedaron con la boca abierta. Les constaba que la pérdida del Imperio no sería' tan cruel para Nerón como aquella carta. Con ella, -su autor firmaba su sentencia de muerte. Tal vez, incluso, la sentencia de los que la hubiesen qído leer. Ninguno se .rió, y se miraron u~os a otros p~ra ver ~~;al~uien tenía la temeridad de sonreir siquiera. En medio del SIlenCIOgeneral"
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el único que podía reir era el autor de la carta, y éste lo hizo pleno pulmón. Luego dijo : - Amigos, desechad todo temor. Ninguno de vosotros obligado a confesar que ha oído esta carta. Yo, por mi parte, ' tendré que dar cuenta de ella a Caronte cuando nle pase a la o orilla. Despuéshizo una seña a un médico griego, que estaba e los invitados, y extendió un brazo hacia él. Con rapidez prof . nal, el griego. le ató un cerco de oro al brazo y le abrió la arte ~ en la muñeca. La sangre saltó sobre los almohadones, salpica' a Eunice, que sostenía la cabeza de su señor. La mujer se incli amorosamente hacia él y murmuró: - ¿ Te figurabas, señor, que yo te abandonaría? Aunq César me regalara su Imperio, yo sólo querría seguirte. Entonces Petronio sonrió, y, con una naturalidad que pro·~1O aún mayor asombro, dijo: - ¡Entonces vámonos juntos! i Tú me has amado realment divina! ' Eunice tendió su brazo rosado al médico griego, y la sangre de ambos amantes no tardó en confundirse. Petronio hizo una señal a los músicos, y volvieron a resonar las cítaras y lo-s cantes; Los coros entona ron el "Harmodio", y después un himno de Anacreonte, en que el poeta se lamenta de la ingratitud de pido. Petronio y Eunice, hermosos como nun.ca, asidos de 1 manos y apoyados mutuamentevescuchaban sonriendo. SUS TOS'-tros iban cubriéndose poco a poco de palidez mortal. Acabado himno, el arbiter tuvo todavía íuerzas para ordenar que se sirviesen más vinos y manjares, y siguió hablan.do de nimiedades con los convidados que tenía más cerca. De pronto dijo que sen ~~ sueño y quería entregarse a H ypnos antes de que Thanatos durrniese para siempre; se hizo ligar la arteria abierta y quedó como aletargado. Cuando volvió en sí, se incorporó ligerame y se apoyó en el almohadón para contemplar a Eunice, que, COn el rostro ya exangüe y blanca como una azucena, descansaba con cabeza sobre su pecho. Entonces él se hizo abrir de nuevo la vena. El coro entonó otro himno de Anacreonte, y los invitados, que entre vinos y flores contemplaban aquellos dos cuerpos, bellos blancos cual dos maravillosas estatuas yacentes, sentían que .. ellos moría lo último que quedaba del mundo romano: la belleza y la poesía . J
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EPíLOGO be momento no se dio demasiada importancia en Roma a la rebelión de Vindex y de las legiones de la Galia. N erón sólo contaba treinta, años, y el mundo no tenia muchas esperanzas de . verse libre-de Iapesadilla de su persona. También en los reinados anteriores habían estallado revueltas sin resultado, COll10 en tienl.po.de Tiberio, cuando se rebelaron las legiones de Panonia y las .del iRin. ¿Qué sucedería ,a Nerón, después de haber .perecido durante .su .gobierno todos los descendientes del divino Augusto i Ante las .estatuas que: le representaban con aspecto de Hércules, ,t ,1 el pueblo se dejaba sugestionary le tenia por invencible. Además, " Helio y Politeto, sus lugartenientes interinos 'en Roma, se habían comportado aún con mayor crueldad que él mismo mientras estaba en Grecia. - + ' ' ~:..Continuamente llegaban de la Hélade incesantes oficias. de ,ls}ls,triuntos -literarios y poéticos. La sugestión de esa, propaganda, habiaeuajadode .tal '1110 do: que Jos romanos, en-otros tiempos tan .:\, prestosaescandalizarse, vieroncorno la cosa más natural delmun.:,~ do que, a, su-regreso, Nerón .hiciese su entrada en la Ciudad ) t :.- ',' "E terna .montado en el carro, que había usado el propio' Augusto; 1).land6derrib~lÍ· U~ arco que impedía el paso de su, comitiva, y , :~f -íueren-tales 10,$ aplausos y los gritos que sedieron en el día de su ' entradatriunfal, que la ciudad y el orbe enteroparecían haberse \ vuelto locos. . Sin' embargo, todo era, una farsa. Aquella misma noche .las columnas y las paredes de los templos se llenaron de inscripciones burlándose del César, cochero y artista. Circuló pronto el dicho popular: "Nerón cantó tanto, que acabó por despertar al gallo de la Galia." Negras y plomizas nubes se cernían sobre el horizonte. Los., augustanos Y, todos 'los patricios estaban intranquilos. El César, llegado, a la cúspide de su manía de grandeza, con la incoherencia de sus pensamientos, se imaginaba que el anuncio de otra tanda de '~""_ espectáculos bastaría a '.conju!'ª"rdpeligro.'~ Los cortesanos ..c9:~" ".' rnenzabana perder la cabeza al ver a Nerón ya por completo se-
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parado de la realidad; no le preocupaba la situación, sino encon'trar palabras 10 bastante poéticas con que poder expresarla. Se había vuelto monstruosamente indiferente a todo. En un estado de terrible demencia, no descansaba ni un minuto, cantaba, tocaba el arpa, representaba comedias, y transformaba' su. vida y la del ,',mundo en una fantástica pesadilla en que se mezclaban versos, lamentos, lágrimas y sangre. . Cuando supo la rebelión .de Galba en España le acometió un terrible de furor. Rompió vasos, derribó mesas, y dio tales '. órdenes a sus crueles ministros" que no se atrevieron a cumplirlas. '. Queda degollar a todos los galos que residían en Roma, soltar todas ,las fieras y trasladar a Alejandría la sede del Imperio. Pero "SUS días estaban .contados y sus-cómplices ansiaban ya deshacerse "\ e ,e "1 .'. " ';'"~," . De 'momento, la muerte de Vindex pareció inclinar de nuevo la balanza en favor suyo. Pero una noche, procedente del ca111pamento de los pretorianos, llegó un mensajero con un caballo jadeante y cubierto de espurria. Traía la noticia de que los soldados habían proclamado emperador a Galba. " Nerón despertó sobresaltado y llamó a su guardia, pero nadie "'" ¡le contestó: ,El palacio ~éStaba vaCÍo, y sólo quedaban algunos escla': ..,' .vos entregados 'al' saqueo', quchuyeron precipitadamente al 'verle . .' Andaba el rnisero a la ventura por los corredores, dando gritos . de-angustia, Al fin.sus libertos Faón, Spiro y Epafrodito acudieron en su 'auxilio. ,Le:dijeronque no había tiempo que perder y .' que, se: pusiera a salvo, pero él' aún titubeaba, pensando en con- . , quistar. al Senado,' presentándose ante él vestido de luto y persuadiéndolo con su elocuencia. ¿ Qué menos podía esperar, sino que le concediesen el .exarcado de Egipto? . Sus libertos, aunque veían el cuadro muy negro, como estaban , acostumbrados a adular, nosabian pintarle la realidad ni llamar las cosas ppr su nombre. Por fin le dijeron que se refugiase en su quinta, porque antes de llegar al Foro el pueblo .le habría despedazado. En vista de ello, dirigiéronse a toda carrera a través de la ciudad, envueltos en sus mantos. Iban a caballo; por todas partes se veían soldados, bien sueltos, bien .en grupos. Se notaba una '" .extraña agitación. A. lo' 'largo del camino la muchedumbre acla- . .maba a Galba, l~erón comprendió entonces que no había espe" ranza y que había llegado su hora. . ',' Unosdiéen que, cuando -hubieren llegado a la villa, se tendió en el suelo para que tornaran medida de su' cuerpo y así cavar su .t,
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sepultura. Pero otros añaden que, al ver cómo sacaban paletadas de tierra, tuvo un ataque de terror y comenzó a buscar pretextos para retardar el momento definitivo. De pronto llegó un mensajero de Faón con la noticia de que el Senado le había condenado por parricida y debía morir apaleado, con un dogal en la garganta, y ser después arrojado al Tíber. Fue entonces cuando se descubrió el pecho y pronunció la famosa frase: - Qu.alis artije» pereor t (" ¡Qué artista pierde el mundo! ") A sus espaldas se oía el galopar de un caballo que conducia a un centurión, al frente de un grupo de soldados, que venía a buscar la cabeza de Barbas de Cobre. Nerón apoyó en el cuello la punta del cuchillo, con tan poca resolución, que claramente se vio que nunca acabaría de hundirselo, Entonces Epafrodito le empujó la mano con violencia, y el cuchillo penetró hasta el pomo. Los ojos de Nerón se dilataron horriblemente, llenos de terror. . - ¡Le traigo la vida! -le gritó el centurión, que llegaba en aquel momento, para poderlo entregar al Senado vivo. - ¡Ya es tarde! - replicó él con voz débil, y añadió -. : i Oh soldados, siempre fieles! La sangre brotaba de su cuello en negros borbotones, salpicando las flores del jardín; sus pies removieron la tierra en un último espasmo, y expiró. Al siguiente día la fiel Acté envolvió su cadáver en telas preciosas y 10 quemó en una pira perfumada. Nerón había pasado como pasa la tormenta, el fuego y la peste. Desde las alturas del Vaticano, transcurridos su siglo y los de sus sucesores, reinaría sobre Roma y el mundo la Basílica de. San Pedro Apóstol. No lejos de la antigua puerta Capena se en ... cuentra una pequeña capilla con esta inscripción, casi borrada por el tiempo:
QUO VADIS, DOMINE? ..