Un Tranvia Llamado Deseo [tennessee Williams] 625p5e

[1] UN TRANVÍA LLAMADO DESEO (A streetcar named Desire) Tennessee Williams Traducción José Emilio Pacheco La versión mexicana está dedicada a Margarita y a Sergio. J.E.P. Edición con fines académicos, no lucrativos. Y de este modo entré en el mundo roto Para buscar la compañía visionaria del amor. Un segundo en el viento duró su voz (Ignoro en dónde aullaba). Durante breve tiempo pude asirme A mi elección desesperada. Hart Crane: The Broken Tower Personajes: Blanche Dubois Stanley Kowalski Stella Kowalski Mitch Eunice Hubell Steve Hubell Pablo Gonzalez Una negra Un joven cobrador Una mexicana Un doctor Una enfermera

color blanco roído y casi grisáceo; muestran porches y tejados con ornamentos extravagantes. El edificio en que transcurre la acción consta de dos departamentos: planta baja y primer piso. Desgastados escalones blancos conducen a la entrada de ambos. Anochecer a principios de mayo. El cielo que rodea el pálido edificio blanco es de un azul muy tierno, casi turquesa, que envuelve la escena en una especie de lirismo y delicadamente mitiga la atmósfera de decadencia. Puede sentirse el aliento cálido del río más allá de las bodegas con sus tibias fragancias de café y plátanos. La música de unos negros que tocan en el bar de a la vuelta subraya esta atmósfera. Es una parte de Nueva Orleans en que uno siempre se encuentra a pocas puertas de un pianito que los dedos de un negro tocan con fluidez apasionada. El “blue-piano” expresa el espíritu de la vida en esta ciudad. Dos mujeres, una negra y otra blanca, toman el fresco en los escalones del edificio. La blanca se llama EUNICE y ocupa el departamento del primer piso. La negra es una vecina porque —cuando menos en la parte vieja— Nueva Orleans es una ciudad cosmopolita donde las razas conviven de manera afectuosa y relativamente fácil. Las voces de la gente en la calle se escuchan mezcladas con el “blue-piano”. Dos hombres dan vuelta a la esquina: STANLEY KOWALSKI y MITCH. Tienen de veintiocho a treinta años y visten ropa de mezclilla. STANLEY lleva en el brazo su camisa de boliche y un paquete sanguinolento traído de la carnicería. Se detienen al pie de los escalones. STANLEY: (Aullando) ¡Stella, Stella: ya vine! (STELLA aparece en el descanso de la planta baja. Es una joven delicada de unos veinticinco años. Su extracción resulta obviamente superior a la de su esposo.) STELLA: (En tono suave): No grites así. Qué tal, Mitch. STANLEY: Ahí te va. STELLA: ¿Qué es? STANLEY: Carne.

La acción de esta pieza en once escenas, con intermedios después de la cuarta y la sexta, se desarrolla en Nueva Orleans durante la primavera, el verano y el comienzo del otoño. La época es la que sucedió inmediatamente a la Segunda Guerra Mundial. ESCENA I Exterior de un edificio de dos pisos en la esquina de Campos Elíseos, una calle de Nueva Orleans que corre entre las vías del ferrocarril y el Mississippi. A diferencia de sus equivalentes en otras ciudades norteamericanas, aunque es un barrio pobre, tiene cierto encanto perverso. La mayoría de las casas son de un

(STANLEY le arroja el paquete, ella protesta pero logra atraparlo, luego ríe sofocada. Su esposo y su amigo ya han comenzado a dar vuelta a la esquina. STELLA le grita:) STANLEY: Al boliche. STELLA: ¿Te acompaño? STANLEY: Si quieres. (Sigue su camino.) STELLA: Ya voy. (A Eunice.) Hola, Eunice, ¿cómo estás? EUNICE: Bien. Dile a Steve que se compre un sándwich porque me acabé toda la comida.

Tennessee Williams Un tranvía llamado Deseo

[2] (Las tres mujeres ríen. STELLA se va.) NEGRA: ¿Qué hay en ese paquete? (Se levanta de los escalones y ríe más fuerte.) EUNICE: Cállate. NEGRA: (Imitando a Stanley) “Ahí te va”. (Continúa riendo.) (BLANCHE DUBOIS da vuelta a la esquina. Trae una maleta. Mira alternativamente a un papel y al edificio. Tiene una expresión de alarma. Su aspecto es incongruente en este decorado. Está vestida de blanco con una camisa vaporosa, collar y aretes de perlas, guantes y sombrero como si llegara para asistir a un té o un cóctel en el barrio más elegante. Es cinco años mayor que STELLA. Su belleza sutil debe evitar las luces fuertes. Hay algo en su indecisión y en sus ropas blancas que recuerda a una mariposa de luz.) EUNICE: ¿Qué le pasa, linda: se perdió? BLANCHE: (ligeramente histérica) Me dijeron que tomara un tranvía llamado “Deseo”, transbordara a otro llamado “Cementerios” y a las seis cuadras me bajara en Campos Elíseos. EUNICE: Pues ya llegó. BLANCHE: ¿Esto es Campos Elíseos? EUNICE: Sí, claro. (La negra ríe.) BLANCHE: Tal vez no me entendieron. EUNICE: ¿Qué número buscaba? BLANCHE: (Releyendo el papel que trae en la mano): 632. EUNICE: Aquí es. BLANCHE: (Sin entender lo que sucede) Vine a ver a mi hermana, Stella DuBois, es decir la señora Kowalski. EUNICE: Acaban de salir. BLANCHE: ¿Aquí viven? ¿De verdad ésta es su casa? EUNICE: Ellos viven abajo y mi esposo y yo arriba. BLANCHE: Ah, ¿Stella salió? EUNICE: ¿No vio un boliche que está aquí a la vuelta? BLANCHE: No, creo que no. EUNICE: Pues allí está, viendo jugar a su marido. Si quiere, déjeme su maleta y vaya a buscarla. BLANCHE: No. NEGRA: Voy a avisarle que llegaste. BLANCHE: Gracias. NEGRA: No hay de qué. (Se va.) EUNICE: ¿No la esperaban, verdad? BLANCHE: No, no sabían que iba a llegar esta noche. EUNICE: Bueno, es mejor que pase y descanse mientras regresa Stella. BLANCHE: No me atrevo. EUNICE: Mi esposo y yo somos los dueños del edificio, así que tengo derecho a dejarla entrar.

(EUNICE se levanta y abre la puerta de la casa de Stella. La luz que se enciende tras las persianas vuelve azul-claro el ambiente mientras las otras áreas se oscurecen. BLANCHE sigue lentamente a EUNICE y entran en el departamento de STELLA. En él pueden verse dos ámbitos aún indefinidos. El primero en que penetran es la cocina pero tiene una cama plegable que será usada por BLANCHE. El cuarto contiguo es la habitación conyugal y afuera está la puerta estrecha de un baño.) EUNICE: (A la defensiva al notar la expresión de Blanche): Ahora está hecho un tiradero. Cuando lo limpian es muy agradable. BLANCHE: ¿Sí? EUNICE: Ajá. De modo que usted es la hermana de Stella. BLANCHE: Sí. (Con ganas de que Eunice se vaya). Gracias por dejarme pasar. EUNICE: De nada. Stella me ha hablado mucho de usted. BLANCHE: ¿Ah, sí? EUNICE: Me contó que es usted maestra. BLANCHE: Sí. EUNICE: ¿Viene de Misisipí, verdad? BLANCHE: Sí. EUNICE: Stella me enseñó una foto de la plantación en que nacieron ustedes. BLANCHE: ¿Belle Revé? EUNICE: Una casa enorme de columnas blancas. BLANCHE: Sí. EUNICE: Debe ser dificilísimo mantener un lugar como ése. BLANCHE: Discúlpeme, pero me estoy muriendo de cansancio. EUNICE: Claro, linda. ¿Por qué no se recuesta? BLANCHE: Quise decir que me gustaría estar sola. EUNICE: Bueno, si es por eso me voy. BLANCHE: No fue mi intención ofenderla, pero... EUNICE: Voy a darme una vuelta por el boliche para decirle a Stella que se apure. (Sale por la puerta de la calle.) (BLANCHE se sienta muy rígida en un sillón con los hombros ligeramente caídos y las piernas muy juntas. Ciñe su bolsa como si tuviera mucho frío. Un momento después una venda parece caer de sus ojos y lentamente comienza a mirar a su alrededor. Un gato maúlla. BLANCHE se sobresalta. De pronto descubre algo en un clóset entreabierto. Se levanta, va hacia él, toma una botella de whisky. Se sirve un gran trago, bebe, devuelve la botella a su lugar y dice suavemente, para sí misma:) BLANCHE: Tengo que dominarme. (STELLA aparece en la esquina, corre hacia la puerta de su casa y dice alegremente:)


[3] STELLA: ¡Blanche, Blanche! (Por un momento las dos se miran. Enseguida BLANCHE se levanta y se apresura al encuentro de su hermana gritando:) BLANCHE: ¡Stella, Stella; mi niña, mi estrella! (Empieza a hablar con febril vivacidad como si temiera que alguna de las dos se detuviese a pensar. Están envueltas en un abrazo espasmódico.) BLANCHE: Déjame verte pero tú no me veas. No, no, no, ahora no. Después, cuando me haya bañado y esté descansada. Y apaga esa luz espantosa; apágala, no quiero que me mires bajo su resplandor implacable. (Stella se ríe y la complace).Ven, ven, oh Stella, mi niña, mi estrella. (Vuelve a abrazarla). Todo me imaginé menos que vivieras en un lugar tan horrible... ¿Qué dije? No quise decir eso, traté de ser amable y decir: “qué buena ubicación” o algo así. Ja, ja. Cariño, no me has dicho una palabra. STELLA: Pero si no me dejas. (Ríe pero observa con cierta ansiedad a Blanche.) BLANCHE: Bueno, pues habla. Abre tu boquita mientras busco un trago. Debes tener por aquí alguna botella. ¿Dónde estará? (Como una niña.) Ya la vi, ya la vi. (Se dirige rápidamente al clóset y toma la botella. Trata de reír pero se estremece y jadea. La botella está a punto de caer de sus manos.) STELLA: (Dándose cuenta) Siéntate, Blanche, y déjame servirte. No sé con qué podemos mezclarlo. Tal vez haya una coca en el refrigerador. ¿Por qué no buscas mientras yo...? BLANCHE: No, coca no. Con lo nerviosa que estoy esta noche, mejor no. ¿Dónde, dónde está...? STELLA: ¿Stanley? Jugando al boliche. Le encanta. Participa —encontré agua mineral— en un torneo. BLANCHE: Me basta con agua natural, cariño. No te preocupes. No vayas a creer que tu hermana se ha vuelto una borracha. Lo que pasa es que está acalorada, sucia y hecha un manojo de nervios. Ahora siéntate y explícame qué significa este lugar. ¿Qué estás haciendo en un sitio como este? STELLA: Por favor, Blanche. BLANCHE: No quiero ser hipócrita: con toda sinceridad, debo hacerte una crítica. Nunca, jamás —ni en mis pesadillas— pude imaginar nada semejante a este horror. Sólo Poe —únicamente Edgar Allan Poe— podría imaginar algo así. Supongo que allá afuera está el bosque de Weir lleno de monstruos y de espectros. STELLA: No querida: afuera sólo están las vías del tren.

BLANCHE: Stella, hablando en serio: ¿por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no me escribiste? ¿Por qué no me avisaste? STELLA: (Sirviéndose cuidadosamente una copa) ¿Qué tenía que avisarte? BLANCHE: Bueno, pues que vivías en estas condiciones. STELLA: ¿No crees que exageras? Esto no es tan malo. Nueva Orleáns es diferente de otras ciudades. BLANCHE: No tiene nada que ver con Nueva Orleáns. Es como si dijeras... (De pronto se detiene). Perdóname, perdóname, mi niña linda. No se hable más del asunto. STELLA: (Con cierta sequedad) Gracias. (Durante la pausa BLANCHE mira a STELLA y ésta le sonríe). BLANCHE: (Observa su vaso y lo sacude) Eres todo lo que tengo en el mundo y no te alegras de verme. STELLA: (Sinceramente) No, Blanche, sabes que no es cierto. BLANCHE: ¿No? Ya no me acordaba de que eras tan callada. STELLA: Nunca me diste oportunidad de decir gran cosa, Blanche. De modo que delante de ti me acostumbré a guardar silencio. BLANCHE: Una buena costumbre. (Abruptamente.) No me has preguntado por qué me salí de la escuela antes de terminar el curso. STELLA: Bueno, supongo que si quieres decírmelo, no hay necesidad de preguntártelo. BLANCHE: ¿Creíste que me habían corrido? STELLA: No, creí que habías... renunciado. BLANCHE: Estaba tan agotada por todo lo que sufrí que mis nervios estallaron. (Golpeando la punta de un cigarrillo apagado). Estuve al borde de la locura, casi al borde. De modo que el señor Graves —el director de la secundaria— me sugirió que pidiera una licencia. En un telegrama no podía darte detalles. (Bebe rápidamente). Ah, qué bien me estoy sintiendo con esto. STELLA: ¿Te sirvo otra? BLANCHE: No, una copa es mi límite. STELLA: ¿En serio? BLANCHE: No me has dicho una palabra sobre mi aspecto. STELLA: Te ves muy bien. BLANCHE: Dios te bendiga por ser tan mentirosa. Nunca se ha visto bajo el sol una ruina como esta. Tú has engordado, sí; estás llenita como una paloma, pero te sienta muy bien. STELLA: Ya, Blanche. BLANCHE: Así es, así es; de lo contrario no te lo diría. Sólo tienes que cuidarte un poquito las caderas. A ver, levántate. STELLA: Ahora no. BLANCHE: Te dije que te pusieras de pie. ¿Me oyes? (Stella se levanta de mala gana.) Niñita cochina, quién sabe qué porquería derramaste en ese cuello


[4] de encaje. Debes cortarte el pelo para que luzcan tus delicadas facciones. Stella, ¿tienes sirvienta, verdad? STELLA: No, con sólo dos cuartos... BLANCHE: ¿Cómo? ¿Dijiste dos cuartos? STELLA: Este y... (Parece muy cohibida.) BLANCHE: ¿El otro? (Ríe agudamente. Se hace un silencio embarazoso). Voy a tomarme la segunda copita. Nada más para no quedarme con el antojo. Después guardas la botella; así no me tienta. (Se levanta.) Quiero que observes mi figura. (Se da la vuelta.) Stella, ¿Sabes que en diez años no he aumentado un gramo? Peso exactamente lo que pesaba aquel verano en que te fuiste de Belle Revé. El verano en que murió papá y tú nos dejaste. STELLA: (Con cierto cansancio) Blanche, es increíble lo bien que te ves. (Las dos ríen incómodamente.) BLANCHE: Pero, Stella, sólo hay dos cuartos: no veo dónde vas a meterme. STELLA: Te pondremos aquí. BLANCHE: ¿Qué es esto? ¿Una de esas camas plegadizas? (Se sienta en ella.) STELLA: ¿Estás cómoda? BLANCHE: (Dudosa) Estupendamente, querida. No me gustan las camas muy blandas. Pero no hay puerta entre los cuartos, y Stanley... ¿será correcto? STELLA: Stanley, como sabes, es polaco. BLANCHE: Sí, claro. Son como irlandeses, ¿no es cierto? STELLA: No exactamente. BLANCHE: Digamos, ¿un poquito menos refinados? (Las dos ríen del mismo modo). Traje mi mejor ropa. Supongo que me presentarán a sus encantadoras amistades. STELLA: Presiento que no te parecerán muy encantadoras. BLANCHE: ¿Cómo son? STELLA: Amigos de Stanley. BLANCHE: ¿Polacos? STELLA: Hay de todo. BLANCHE: ¿Tipos heterogéneos? STELLA: Sí, claro; tipos. Tipos es la palabra exacta. BLANCHE: Bueno, de cualquier modo traje vestidos muy bonitos y los luciré. ¿Esperas que te diga que voy a alojarme en un hotel? Pues no voy a alojarme en ningún hotel. Quiero estar cerca de tí, necesito estar con alguien, no puedo estar sola porque, como habrás notado, yo... no estoy muy bien. (Su voz desfallece, Blanche adquiere un aspecto atemorizado.) STELLA: Pareces un poco nerviosa, muy exaltada o algo así. BLANCHE: ¿Le caeré bien a Stanley? ¿O seré nada más la cuñada que viene a darles lata? Esto me parecería insoportable. STELLA: Se llevarán muy bien, siempre que no trates de... bueno, de compararlo con nuestros pretendientes de Belle Revé. BLANCHE: ¿Es tan distinto?

STELLA: Como si fuera de otra especie. BLANCHE: ¿En qué sentido? ¿Cómo es? STELLA: Nadie puede describir al ser amado. Mira su retrato. BLANCHE: ¿Es militar? STELLA: Sargento del cuerpo de ingenieros. Fíjate en sus condecoraciones. BLANCHE: ¿Las llevaba puestas cuando lo conociste? STELLA: Te aseguro que no fue el latón lo que me deslumbró. BLANCHE: No quise decir eso. STELLA: Más tarde, por supuesto, tuve que acostumbrarme a ciertas cosas. BLANCHE: ¡Por ejemplo, a sus antecedentes civiles! (Stella ríe inciertamente.) ¿Qué dijo cuando supo que iba a venir? STELLA: Todavía no lo sabe. BLANCHE: ¿No se lo has dicho? STELLA: Está de viaje casi siempre. BLANCHE: Ah, ¿es agente viajero? STELLA: Sí. BLANCHE: Qué bien. Digo... ¿no te parece bien? STELLA: (Casi para sí misma) No soporto que se aleje de mí, ni siquiera una noche. BLANCHE: Pero, Stella... STELLA: Si se tarda una semana enloquezco. BLANCHE: Válgame Dios. STELLA: Y cuando vuelve, lloro abrazada a él como una criatura. (Sonríe.) BLANCHE: Supongo que eso es estar enamorada. (Stella la mira con una sonrisa radiante). Stella... STELLA: ¿Qué? BLANCHE: (En incómoda precipitación) Tal vez no te he hecho las preguntas que esperabas... Ojalá entiendas lo que quiero decirte. STELLA: ¿Qué es, Blanche? (Vuelve el rostro ansiosamente). BLANCHE: Bueno, Stella... Vas a llenarme de reproches, lo sé, pero antes que me digas cualquier cosa debes tomar en cuenta que te fuiste. Yo me quedé y luché. Tú viniste a Nueva Orleáns y arreglaste tu vida. Yo permanecí en Belle Revé e intenté que aquello no se derrumbase. De ninguna manera te lo echo en cara; pero todo el peso cayó sobre mis hombros. STELLA: Lo único que podía hacer era arreglar mi propia vida. (BLANCHE vuelve a temblar intensamente). BLANCHE: Lo sé, lo sé. Pero tu abandonaste Belle Revé, yo no. Me quedé y luché, di mi sangre por nuestra casa y estuve a punto de morir por ella. STELLA: Basta de arranques histéricos y cuéntame qué pasó: ¿Qué significa eso de que luchaste y diste tu sangre? ¿Qué clase de...? BLANCHE: Sabía que ibas a decirme eso, Stella. Me imaginé que tomarías esa actitud. STELLA: ¿En relación a qué?


[5] BLANCHE: (Lentamente) La pérdida, la pérdida. STELLA: ¿Belle Revé? ¿Se perdió? ¡No! BLANCHE: Sí, Stella. (Se miran una a otra sobre el mantel se linóleo. BLANCHE asiente y STELLA mira sus manos cruzadas. Aumenta la música del “blue-piano”. BLANCHE se lleva el pañuelo a la frente.) STELLA: Pero ¿Cómo fue? Dime, ¿qué pasó? BLANCHE: Mira quién me pregunta qué pasó. STELLA: ¡Blanche! BLANCHE: ¡Mira nada más quien me acusa de la pérdida! STELLA: ¡Blanche! BLANCHE: Yo, yo, yo, recibí todos los golpes en mi cara y en mi cuerpo; todas esas muertes, todo ese interminable cortejo. Papá, mamá, Margaret. El cadáver espantoso de Margaret. Estaba tan hinchada que no cupo en ningún ataúd. Tuvieron que incinerarla como basura. Tú sólo volviste a casa para esos funerales; y los funerales son una maravilla comparados con las muertes. Los funerales son silenciosos, las muertes no. A veces su respiración es ronca, a veces hay estertores, a veces lloran y gritan: “no me dejen ir”. Incluso los viejos dicen: “no me dejen ir”, como si una pudiera detenerlos. Los funerales son callados, hay flores hermosas, y en qué cajas tan elegantes los meten. Pero nunca podrás imaginarte lo que es la lucha por respirar y la pérdida de sangre, a menos que hayas estado junto al lecho de muerte cuando los agonizantes gritan: “deténganme”. Tú ni siquiera puedes imaginártelo; pero yo lo vi, lo vi, lo vi. Y ahora me estás diciendo con la mirada que Belle Revé se perdió por mi culpa. ¿Con qué diablos crees que pagamos todas esas enfermedades y todas esas muertes? La muerte es cara, señorita Stella. Y después de Margaret, murió la prima Jessie. Ay, la sombría segadora alzó su tienda en nuestra escalinata... Stella, la muerte puso su cuartel general en Belle Revé. Por eso la casa se me escapó entre los dedos como arena. ¿Quién nos dejó un seguro? ¿Quién nos legó una herencia? Sólo la pobre Jessie: cien dólares para pagar su féretro. Eso fue todo, Stella. Y yo con mi sueldo miserable de la secundaria... Sí, acúsame. Veme con malos ojos y sigue pensando que dejé que se perdiera Belle Revé. Que dejé que se perdiera. Mientras tanto, tú ¿dónde estabas? Revolcándote en la cama con tu... polaco. STELLA: (Levantándose) Blanche, cállate, ya basta. BLANCHE: ¿Adónde vas? STELLA: Al baño, a lavarme la cara. BLANCHE: Ay, Stella, Stella: estás llorando. STELLA: ¿Querías que me riera? BLANCHE: Perdóname, no fue mi intención...

(Se escuchan voces. STELLA entra en el baño y cierra la puerta. Cuando aparecen los hombres y BLANCHE se da cuenta de que regresa STANLEY, avanza indecisa de la puerta del baño hacia el tocador y mira opresivamente hacia la entrada. Entra STANLEY seguido por STEVE y M1TCH. STANLEY se detiene cerca de la puerta. STEVE, al pie de la escalera de caracol y MITCH a la derecha de ambos, a punto de salir. Mientras entran los hombres escuchamos el diálogo siguiente:) STANLEY: Así que se sacó la lotería. STEVE: Con un billete de seis números, dio en el blanco y se llevó trescientos dólares. MITCH: No se lo digas a Stanley porque va a creer que él también puede sacársela. (Se dispone a salir.) STANLEY: (Deteniéndolo) Mitch, no te vayas. (BLANCHE, al oír las voces, se retira hacia el fondo del dormitorio. Toma la foto de STANLEY que está en el tocador, la observa y la repone en su lugar. Cuando STANLEY entra en el dormitorio, BLANCHE se oculta tras el biombo, junto a la cabecera de la cama). STEVE: Oigan, ¿jugamos póquer mañana? MITCH: (Al escuchar lo anterior, vuelve rápidamente al pasamanos de la escalera) No, no se puede en mi casa. Mi madre sigue enferma. STANLEY: Bueno, entonces en la mía. (Mitch intenta irse de nuevo.) Pero tú traes las cervezas. (MITCH finge no haberlo oído: grita “buenas noches a todos”, y se va cantando. Se oye tu voz de EUNICE en el primer piso.) EUNICE: Ya párenle allá abajo. Hice espagueti y como no llegaste me lo comí todo. STEVE:(Subiendo la escalera) Te avisé que no vendría a comer y luego te llamé por teléfono desde el boliche. (A los hombres.) Que sea cerveza oscura. EUNICE: Mentira; no me hablaste. STEVE: Te lo dije en el desayuno y te llamé a la hora de comer. EUNICE: Bueno, no importa. Pero hazme el favor de venir a tu casa de vez en cuando. STEVE: No grites. Se va a enterar todo el mundo. (Hay más risas y gritos de despedida entre los hombres. Stanley abre la puerta de alambre de la cocina y entra. Es de estatura mediana, cuerpo fuerte y compacto. Hay en sus movimientos y actitudes un goce animal de existir. Desde su adolescencia el centro de su vida ha sido el dar y recibir placer con mujeres, no de manera débil y dependiente sino con el poder y el orgullo de un gallo en su gallinero. Como ramificaciones de este centro completo y satisfactorio figuran


[6] todos los canales auxiliares de su vida: su cordialidad con los hombres, su apreciación del humor burdo, su amor por la comida, la bebida y el juego; su coche, su radio, todo lo que es suyo, y tiene el emblema de este atractivo garañón. Una mirada le basta para medir a las mujeres, clasificarlas sexualmente, llenar su imaginación de crudas imágenes que determinan el modo en que les sonríe. BLANCHE, mientras retrocede involuntariamente ante su mirada:) BLANCHE: Usted debe ser Stanley. Soy Blanche. STANLEY: ¿La hermana de Stella? BLANCHE: Sí. STANLEY: ¿Qué tal? ¿Dónde está mi vieja? BLANCHE: En el baño. STANLEY: No sabía que usted iba a venir a Nueva Orleáns. BLANCHE: Este... yo... STANLEY: ¿De dónde viene, Blanche? BLANCHE: Bueno... vivo en Laurel. STANLEY: (Que ha llegado al clóset y toma la botella de whisky) Con que en Laurel, ¿eh? Ah, sí, sí, en Laurel. Eso es. No queda en mi zona (alza la botella para ver cuánto whisky sobra). Caray, que rápido se va el whisky cuando hace calor. ¿Quiere un trago? BLANCHE: No... Yo rara vez me acerco a la botella. STANLEY: Hay gente que rara vez se le acerca, pero sí deja que la botella se le acerque. BLANCHE: (Débilmente) Ja, ja. STANLEY: El sudor me ha pegado la camisa. ¿Le molesta si me la quito? BLANCHE: No, por favor: adelante. STANLEY: Mi lema es sentirme cómodo. BLANCHE: El mío también. Es difícil mantenerse fresco. Ay, qué pena. Ya llegó usted y ni siquiera me he lavado la cara ni me he polveado. STANLEY: ¿Sabe?, uno puede resfriarse si se queda con la ropa húmeda, sobre todo después de un ejercicio tan duro como es el boliche. ¿Usted es maestra, verdad? BLANCHE: Sí. STANLEY: ¿De qué da clases? BLANCHE: Lengua y literatura inglesas. STANLEY: Nunca fui bueno para esa cosa. ¿Cuánto tiempo va a estar en Nueva Orleáns, Blanche? BLANCHE: No sé, no sé todavía. STANLEY: ¿Piensa quedarse con nosotros? BLANCHE: Si no molesto... STANLEY: No, está bien. BLANCHE: Los viajes me agotan. STANLEY: Tómelo con calma. (Un gato maúlla cerca de la ventana, BLANCHE salta).

BLANCHE: ¿Qué fue eso? STANLEY: Un gato. Oye, Stella... STELLA: (Débilmente, desde el baño) Dime, Stanley STANLEY: ¿Te fuiste por el excusado? (Le sonríe a Blanche. Ella trata en vano de devolverle la sonrisa. Hay un silencio.) Va a pensar que soy muy poco refinado, ¿No es cierto? Stella me habla muchísimo de usted. Estuvo casada, ¿verdad? (Remota en la distancia se escucha una polca). BLANCHE: Sí, cuando era muy joven. STANLEY: ¿Qué pasó? BLANCHE: El muchacho, el muchacho murió. (Se hunde en el sillón). Me están dando náuseas, me siento mal. (Deja caer la cabeza entre los brazos). TELÓN ESCENA II Al día siguiente, a las seis de la tarde. Mientras BLANCHE se baña, STELLA termina su arreglo personal. El vestido floreado de BLANCHE está sobre la cama de STELLA. STANLEY llega del exterior entra en la cocina y deja abierta la puerta de manera que se escuche el perpetuo “blue-piano” de a la vuelta. STANLEY: ¡Hasta que te arreglaste! STELLA: ¡Stan! (Salta de su asiento y le da un beso que Stanley acepta con actitud señorial.) Voy a llevar a Blanche al “Galatoire”, luego a ver un show porque es tu noche de póquer. STANLEY: ¿Y quién va a darme de cenar? Yo no voy a ir a ningún “Galatoire”. STELLA: Te dejé carnes frías en el refrigerador. STANLEY: (Con sorna) ¡Ah, qué bien! STELLA: Trataré de no regresar con Blanche hasta que termine tu partida. Quién sabe cómo le caerían tus amigos. Iremos a uno de esos teatritos del Barrio Francés, ¿me das dinero? STANLEY: ¿Dónde está Blanche? STELLA: Tomando un baño de tina para calmar sus nervios. La veo muy alterada. STANLEY: ¿Por qué? STELLA: Ha pasado por una prueba muy dura. STANLEY: ¿Ah sí? STELLA: Stan, hemos...perdido Belle Revé.


[7] STANLEY: ¿La plantación? STELLA: Sí. STANLEY: ¿Cómo? STELLA: (Vagamente) Bueno, hubo necesidad de... sacrificarla o algo por el estilo. (Hay una pausa mientras Stanley medita. Stella se está cambiando de vestido.) Cuando Blanche salga del baño, por favor dile que se ve muy guapa. Ah, y no menciones al bebé. Aún no le he dicho nada. Estoy esperando a que se tranquilice. STANLEY: (Ominosamente) ¿Ah sí? STELLA: Y trata de entenderla y ser amable con ella, Stan. BLANCHE: (Cantando en el baño) “From the land of the sky blue water / They brought a captive maid”. (“Trajeron una doncella cautiva de la tierra en que el agua es azul-celeste”.) STELLA: Blanche no esperaba encontrarnos en un departamento tan pequeño. Te imaginarás que en mis cartas traté de presentarle la versión rosa. STANLEY: ¿Ah sí? STELLA: Y dile que su vestido es precioso y que ella se ve de maravilla. Eso es muy importante para Blanche: es su debilidad. STANLEY: Entiendo. Ahora volvamos a la liquidación de Belle Revé. STELLA: Sí, claro. STANLEY: ¿Qué me dices de eso? Dame más detalles. STELLA: Es mejor no hablar mucho del asunto hasta que Blanche no se haya calmado. STANLEY: ¡Con qué esas tenemos! ¡A la hermana Blanche no se le puede molestar con detalles de negocios! STELLA: Va viste cómo se puso anoche. STANLEY: Humhum. Vi cómo se puso. Ahora vamos a echarle un ojo a la escritura. STELLA: No he visto nada. STANLEY: ¿No te mostró documentos, una escritura de venta o esas cosas? STELLA: Parece que no la vendió. STANLEY: Entonces, ¿qué carajos hizo?: ¿la regaló, la dio de caridad? STELLA: Shht, no te vaya a oír. STANLEY: Que me importa sí me oye. Quiero ver los papeles. STELLA: No hubo papeles. No me enseñó nada. Me tienen sin cuidado los papeles. STANLEY: ¿Has oído hablar del Código Napoleónico? STELLA: No, Stanley, no he oído hablar del Código Napoleónico. Y aunque hubiera oído hablar de él no veo con qué objeto... STANLEY: Déjame explicarte algo, nena. STELLA: Dime. STANLEY: En el estado de Luisiana nos regimos por el Código Napoleónico, según el cual lo que es de la esposa también es del marido, y viceversa. Por ejemplo: si yo tengo una propiedad o tú tienes una propiedad... STELLA: Me estoy mareando.

STANLEY: Muy bien. Esperaré a que Blanche salga de la tina y le preguntaré si ella conoce el Código Napoleónico. Se me hace que te estafaron, nena. Y según el Código Napoleónico si te estafaron también me estafaron. Y a mí nadie me va a ver la cara. STELLA: Hay tiempo de sobra para preguntarle todo lo que quieras. Pero si lo haces ahora, Blanche volverá a derrumbarse. No entiendo qué pasó con Belle Revé; sin embargo, no te imaginas qué ridículo te pones cuando insinúas que mi hermana o yo o cualquiera de nuestra familia somos capaces de estafar a alguien. STANLEY: ¿Vendieron la propiedad? ¿No? Bueno, entonces ¿dónde está el dinero? STELLA: No la vendieron: se perdió, se perdió. (Stanley entra con pasos apresurados en el dormitorio y ella lo sigue). ¡Stanley! (STANLEY abre el baúl-mundo que está a la mitad del cuarto y saca violentamente un montón de vestidos.) STANLEY: Mira esto, abre bien los ojos. ¿Tú crees que Blanche lo compró con su sueldo de maestra? STELLA: Baja la voz. STANLEY: Fíjate en estas plumas y estas pieles con que viene a presumirnos. ¿De qué es este vestido? Parece de oro macizo. ¿Y este otro? ¿Qué hay aquí? Zorros, auténticas pieles de zorro de una cuadra de largo. Zorros blancos, nada menos. A ver, ¿dónde están tus zorros blancos? STELLA: Son pieles baratas. Blanche las tiene desde hace mucho. STANLEY: Conozco un tipo que vende esta clase de cosas. Voy a traerlo para que las valúe. Te apuesto que hay miles de dólares invertidos aquí. STELLA: No seas idiota, Stanley. (STANLEY arroja las pieles a la cama, luego abre violentamente un cajoncito del baúl y saca un puñado de joyas de fantasía.) STANLEY: ¿Y esto? ¡El cofre del tesoro! STELLA: Por favor, Stanley. STANLEY: Perlas, montones de perlas. ¿Qué, tu hermana bucea? También brazaletes de oro macizo. ¿Dónde están tus perlas y tus brazaletes de oro macizo? STELLA: Shht, cállate, Stanley. STANLEY: Y diamantes. ¡La corona de una emperatriz! STELLA: Una tiara de bisutería que llevó a un baile de disfraces. STANLEY: ¿Qué es bisutería? STELLA: Punto menos que vidrio. STANLEY: ¿De veras? Conozco a un tipo que trabaja en una joyería. Voy a traerlo a tasar esto. Aquí está nuestra plantación o lo que quedó de ella: aquí.


[8] STELLA: No tienes idea de lo estúpido y desagradable que te estás portando. Cierra ese baúl antes de que Blanche salga del baño. (STANLEY patea el baúl semicerrado y se sienta en la mesa de la cocina.) STANLEY: Los Kowalski y los DuBois piensan distinto. STELLA: (Furiosa) Claro que sí, gracias a Dios. Voy a salir. (Toma su sombrero blanco y sus guantes y va hacia la puerta de la calle.) Ven conmigo mientras se viste Blanche. STANLEY: ¿Desde cuándo mandas tú en esta casa? STELLA: ¿Vas a quedarte aquí para insultarla? STANLEY: Me quedo donde me da la gana. (STELLA va al porche. BLANCHE sale del baño con una bata de satín rojo.) BLANCHE: (Alegremente) Hola, Stanley. Míreme: recién bañada y perfumada, me siento como nueva. (STANLEY enciende un cigarro.) STANLEY: Qué bueno. BLANCHE: (Corriendo las cortinas de la ventana) Discúlpeme un instante mientras me pongo mi precioso vestido nuevo. STANLEY: Adelante, Blanche. (Blanche termina de correr la cortina que separa los cuartos.) BLANCHE: Tengo entendido que habrá una partidita de póquer a la cual las damas están cordialmente desinvitadas. STANLEY: (Ominosamente) Ajá. BLANCHE: ¿Dónde está Stella? STANLEY: En el porche. BLANCHE: Voy a pedirle un favor. STANLEY: Dígame. BLANCHE: Abrócheme los botones de la espalda. Puede pasar. (STANLEY pasa entre las cortinas.) BLANCHE: ¿Qué tal me veo? STANLEY: Se ve bien. BLANCHE: Muchas gracias. Los botones ¿sí? STANLEY: No puedo abrocharlos. BLANCHE: Todos los hombres son igual de torpes. Con esas manos tan grandotas. ¿Me da una fumadita? STANLEY: Mejor tome un cigarro. BLANCHE: Ay, gracias. Parece que estalló mi baúl.

STANLEY: Yo y Stella la ayudamos a desempacar. BLANCHE: Pues hicieron un trabajo rápido y concienzudo. STANLEY: Parece que vació las tiendas elegantes de París. BLANCHE: Ja, ja. Sí, los trapos son mi pasión. STANLEY: ¿Cuánto cuesta una sarta de pieles como esa? BLANCHE: Bueno, fue un obsequio de un irador. STANLEY: Debe haber tenido mucha...iración. BLANCHE: Es que...en mi juventud provoqué cierta iración. Pero míreme ahora. (Le lanza una sonrisa radiante.) ¿Usted cree posible que en otros tiempos me hayan considerado...atractiva? STANLEY: Pues no está mal. BLANCHE: Estaba tratando de que me piropeara, Stanley. STANLEY: Yo no juego a eso. BLANCHE: ¿No juega a qué…? STANLEY: A echar piropos. Nunca he conocido una mujer que no sepa si es guapa o no, sin necesidad de que se lo digan. Y algunas se creen mucho más de lo que son. Una vez salí con una vieja que me dijo: “tengo un tipo muy glamoroso”. Le contesté: ¿y eso qué? BLANCHE: Y ella ¿qué respondió? STANLEY: Nada. No volvió a abrir la boca. BLANCHE: ¿Y allí acabó el romance? STANLEY: Simplemente acabó la conversación. Hay hombres a los que les gusta el glamur y esas cosas de Hollywood y otros a los que no. BLANCHE: Seguramente usted es de estos últimos. STANLEY: Exacto. BLANCHE: No puedo imaginarme a ninguna hechicera encantándolo con sus sortilegios. STANLEY: Por supuesto que no. BLANCHE: Usted es una persona simple, franca, honesta. Quizá, si me permite, un poco primitivo. Para interesarlo una mujer tendría que... (Se interrumpe con gesto indefinido.) STANLEY: (Lentamente)...Poner todas sus cartas sobre la mesa. BLANCHE: Bueno, a mí nunca me ha gustado la gente indecisa. Por eso, al verlo entrar anoche, pensé: “Mi hermana está casada con un hombre de verdad”. Desde luego es todo lo que pude pensar de usted en ese instante. STANLEY: (Estallando) Bueno, basta de pendejadas. BLANCHE: (Tapándose las orejas) ¡Ay! STELLA: (Desde el porche) Stanley, sal y deja que Blanche termine de vestirse. BLANCHE: Ya terminé, querida. STELLA: Bueno, entonces vengan. STANLEY: Tu hermana y yo estamos conversando. BLANCHE: (Amablemente) Linda, hazme un favor: ve a la farmacia y tráeme una coca con limón y mucho hielo picado. ¿Me haces ese favor, hermanita? STELLA: (De mala gana) Bueno. (Sale y da vuelta a la esquina.)


[9] BLANCHE: La pobrecita estaba allí afuera escuchándonos, y se me hace que no lo entiende a usted tan bien como yo...Muy bien, señor Kowalski sigamos adelante sin evasiones. Estoy dispuesta a contestar a todas sus preguntas. No tengo nada que ocultarle. ¿De qué se trata? STANLEY: En el estado de Luisiana hay algo llamado Código Napoleónico según el cual todo lo que pertenece a mi esposa es también mío y viceversa. BLANCHE: Caramba, tiene un aire de juez impresionante. (Se perfuma con su atomizador; luego, como jugando, rocía a STANLEY, quien toma el atomizador y lo asienta violentamente en el mueble. BLANCHE echa hacia atrás la cabeza y ríe.) STANLEY: Si no fuera la hermana de mi esposa, quién sabe qué pensaría de usted. BLANCHE: ¿Por ejemplo? STANLEY: No se haga la tonta: usted sabe qué. BLANCHE: (Pone el atomizador en su lugar) Muy bien: cartas sobre la mesa. Me conviene. Sé que digo muchas mentiritas. Después de todo, el encanto de una mujer, está hecho de ilusión en un cincuenta por ciento. Pero cuando se trata de cosas importantes digo la verdad, y la verdad es que: no he estafado a mi hermana ni a usted ni a nadie en mi vida. STANLEY: ¿Dónde están los papeles? ¿En el baúl? BLANCHE Todo, lo que tengo en el mundo está en el baúl. (Stanley va hacia el baúl, lo abre y comienza a hurgar en sus compartimentos.) Por amor de Dios, ¿en qué está pensando? ¿Qué hay en el fondo de su cerebrito infantil? ¿Cree que oculto algo o intento traicionar a mi hermana? Déjeme hacerlo. Será más rápido y sencillo... (Llega al baúl y extrae una caja.) Guardo mis documentos en esta caja de latón. (La abre.) STANLEY: ¿Qué hay allí abajo? (Indica otro paquete de documentos.) BLANCHE: Cartas de amor, amarillentas de vejez. Todas las escribió el mismo hombre. (Stanley se las arrebata. Blanche dice con furia:) ¡Devuélvamelas! STANLEY: Primero déjeme verlas. BLANCHE: El roce de sus manos las infama. STANLEY: No me venga con pendejadas. (Arranca el listón que las unía y comienza a examinarlas. BLANCHE se las arrebata. Las cartas caen al suelo.) BLANCHE: Las quemaré porque usted las ha tocado. STANLEY: (Mirando azorado) ¿Qué carajos son? BLANCHE: Poemas que me escribió un muchacho que ha muerto. Lo herí como usted quiso herirme. Pero no podrá. Ya no soy joven ni vulnerable. Mi esposo lo era y yo...Bueno, qué importa. Devuélvamelas. STANLEY: ¿Por qué dice que va a quemarlas?

BLANCHE: Perdóneme. Por un momento perdí la cabeza. Todos tenemos algo que no dejamos que nadie toque a causa de...su naturaleza íntima. (Parece a punto de desfallecer. Se sienta con la caja de metal, se pone los lentes y examina metódicamente una serie de papeles). BLANCHE: Ambler and Ambler. Hummm... Crabtree... Más papeles de Ambler and Ambler. STANLEY: ¿Qué es eso? BLANCHE: Una compañía que nos prestó dinero sobre el valor de la propiedad. STANLEY: ¿De modo que se perdió por una hipoteca? BLANCHE: (Se toca la frente) Sí, eso es lo que debe de haber pasado. STANLEY: No me importa lo que debe haber pasado sino lo que pasó. ¿Dónde están los otros papeles? (BLANCHE le da la caja. STANLEY la lleva a la mesa y comienza a examinar los papeles.) BLANCHE: (Tomando un gran sobre que contiene más documentos) Hay miles de documentos que se remontan a cientos de años y hablan de cómo nuestros imprevisores abuelos y padres y tíos y hermanos, poco a poco fueron destrozando Belle Revé. Permutaron la tierra parcela tras parcela a cambio de sus épicas fornicaciones, para hablar claramente. (Se quita los lentes con risa exhausta) Por esa mala palabra nos fuimos quedando sin nuestra plantación, hasta que finalmente —Stella puede comprobarlo— nada más sobrevivieron la casa grande y unas 50 hectáreas de terreno que incluye un cementerio donde se encuentra toda la familia, excepto Stella y yo. (Derrama el contenido del sobre en la mesa.) Aquí está cuanto quedó de Belle Revé. Por medio del presente acto, lego a usted todos mis documentos. Lléveselos, estúdielos, memorícelos si le da la gima. Me parece maravillosamente adecuado que Belle Revé terminé reducida a un montón de viejos papeles en sus competentes y enormes manos. ¿Ya habrá venido Stella con mi refresco? (Se echa hacia atrás y entrecierra los ojos.) STANLEY: Conozco a un abogado que estudiará todo esto. BLANCHE: Regáleselos junto con un frasco de aspirinas.


[10] STANLEY: (Volviéndose en cierto modo dócil) Comprenderá usted que de acuerdo con el Código Napoleónico, un hombre tiene que interesarse en los asuntos de su esposa, sobre todo ahora que vamos a tener un hijo.

sandía en la mesa, vasos y botellas de whisky. El dormitorio está relativamente oscuro, iluminado sólo por la luz que se filtra entre las cortinas de la puerta y la amplia ventana que da a la calle. Por un momento hay un silencio absorto mientras se echa una mano de póquer.

(BLANCHE abre los ojos. El “blue-piano” suena más fuerte.) BLANCHE: ¿Stella? ¿Stella va a tener un hijo? (Como en sueños.) No sabía que iba a tener un hijo. (Se levanta y sale a la puerta de la calle. STELLA da vuelta a la esquina. Trae el refresco en un vaso de cartón. STANLEY entra en el dormitorio con el gran sobre y la caja metálica. Los cuartos interiores se oscurecen. Se hace visible la pared exterior de la casa. BLANCHE y STELLA se reúnen al pie de los escalones que llegan a la acera.) BLANCHE: ¡Stella, mi estrella! ¡Qué maravilloso tener un hijo! Todo está bien. Todo está muy bien. STELLA: No sabes cuánto me apena que Stanley se haya portado grosero contigo. BLANCHE: Bueno, supongo que no es de esos que se perfuman con jazmín; pero quizá tenga lo que necesitamos para mezclarlo con nuestra sangre ahora que hemos perdido Bulle Revé. Ya le pusimos punto final a este asunto. Me siento un poco nerviosa pero creo que manejé bien el problema. (STEVE y PABLO aparecen con un cartón de cerveza.) BLANCHE: Le dije a Stanley que era un niño y me reí y coqueteé. Sí, estuve coqueteándole a tu marido. (Cuando se acercan los hombres.) Llegan los invitados a la partida de póquer. (Los dos hombres pasan junto a ellas y entran en la casa.) ¿Por dónde nos vamos ahora?, ¿por aquí? STELLA: No, por acá. (Toma del brazo a Blanche.) BLANCHE: (Riendo) La ciega lleva a otra ciega. VOZ DE LA TAMALERA: Tamales calientitos. TELÓN ESCENA III Hay un cuadro de Van Gogh, “Interior de café, en la noche”. La cocina sugiere ahora esa especie de ardiente brillantez nocturna, los colores crudos de la infancia. Sobre el linóleo amarillo de la mesa cuelga un foco que arroja una vivida sombra de cristal verde. Los jugadores —STANLEY, STEVE, MITCH y PABLO— visten camisas de colores, azules sólidos, o púrpura, o rojo y blanco en combinación, o verde pálido. Son hombres en la plenitud de su hombría, tan vulgares, directos y poderosos como los colores elementales. Hay pedazos de

STEVE: ¿Cuál es el comodín? PABLO: Los jotos bigotones. STEVE: Dame dos cartas. PABLO: Y ¿tú, Mitch? MITCH: Yo paso. PABLO: Una. MITCH: ¿Nadie quiere un trago? STANLEY: Yo. Viene. PABLO: ¿Por qué no va alguien a traer chop-suey? STANLEY: Se te antoja tragar cuando voy perdiendo. Pago. ¿Quién abre? Baja las nalgas de la mesa, Mitch. En la mesa de póquer sólo debe haber cartas, fichas y whisky. MITCH: ¿Por qué estás tan bravero? STANLEY: ¿Cuántas? STEVE: Tres. STANLEY: Una. MITCH: Paso otra vez. Tengo que irme pronto. STANLEY: Cállate. MITCH: Tengo enferma a mi mamá. Si no llego no se puede dormir. STANLEY: Entonces mejor quédate a acompañarla. MITCH: Salgo porque me lo pide. Pero no me divierto. Me paso todo el tiempo preocupado por ella. STANLEY: Oh, caramba, pues vete a tu casa. PABLO: ¿Qué tienes? STANLEY: Flor de espadas. MITCH: Ustedes cuentan con sus esposas. Yo me quedaré solo cuando se muera mi mamá. Voy al baño. STANLEY: Si vuelves pronto te compramos un chuponcito. MITCH: Vete al carajo. (Atraviesa el dormitorio rumbo al baño.) STEVE:(Dando una mano) Póquer abierto. (Cuenta su chiste mientras reparte.) Bueno, un viejo granjero estaba en el corral echándole maíz a sus pollos. De repente se oyó un gran cacareo y apareció una gallinita a toda velocidad. El gallo venia pisándole los talones. STANLEY: (Impaciente) Reparte. STEVE:(Lo hace y sigue su cuento) Pero el gallo, al ver el maíz, se paró en seco. Se olvidó de la gallinita y se puso a tragar como loco. Y entonces el granjero dijo: “Dios mío, te ruego que nunca llegue a estar tan hambriento.” (STEVE y PABLO se ríen del chiste. BLANCHE y STELLA aparecen en la esquina).


[11] STELLA: Todavía están jugando. BLANCHE: ¿Cómo me veo? STELLA: Muy linda, Blanche. BLANCHE: Hace tanto calor y estoy tan cansada. No abras la puerta: Deja que me polvée. ¿Me ves muy mal? STELLA: Qué va: estás fresca como una lechuga. BLANCHE: Sí, en la ensalada que sobró de ayer. (STELLA abre la puerta y entran.) STELLA: Veo que siguen dándole. STANLEY: ¿Adonde fueron? STELLA: A ver un show. Blanche, te presento al señor González y al señor Hubell. BLANCHE: Por favor no se pongan de pie. STANLEY: No se preocupe, nadie se va a parar. STELLA: ¿Cuánto les falta? STANLEY: Hasta que se nos dé la gana. BLANCHE: El póquer me fascina. ¿Puedo ver? STANLEY: No, no puede. ¿Por qué no suben a platicar con Eunice? STELLA: No es hora: son casi las dos y media de la mañana. (Blanche entra en el dormitorio y cierra parcialmente las cortinas.) ¿Por qué no le paran al terminar esta mano? (Rechina una silla. Stanley le da una nalgada a Stella.) STELLA: (Furiosa) No me hizo ninguna gracia, Stanley. (Los hombres ríen. STELLA entra en el dormitorio.) STELLA: Me enfurece que haga esas cosas delante de la gente. BLANCHE: Voy a bañarme. STELLA: ¿Otra vez? BLANCHE: Tengo los nervios de punta. ¿Está ocupado el baño? STELLA: No sé. (BLANCHE toca a la puerta. Sale MITCH secándose las manos con una

(Lentamente vuelve a la cocina pero mira hacia atrás a BLANCHE y tose tímidamente. Se da cuenta de que se ha quedado con la toalla y con una risita penosa se la pasa a STELLA. BLANCHE lo mira con cierto interés.) BLANCHE: Este...se me hace... mejor que los demás. STELLA: Lo es. BLANCHE: Parece una persona muy sensible. STELLA: Su madre está enferma. BLANCHE: ¿Es casado? STELLA: No. BLANCHE: ¿Es un conquistador? STELLA: ¡Ay, Blanche! (Blanche ríe.) No creo. BLANCHE: ¿A qué se dedica? (Se desabrocha la blusa.) STELLA: Está en la misma fábrica de la que Stanley es agente viajero. Trabaja en el departamento de refacciones, sección de precisión. BLANCHE: ¿Es un buen puesto? STELLA: No: de todos ellos Stanley es el único que tiene posibilidades de mejorar. BLANCHE: ¿Por qué crees que Stanley va a mejorar? STELLA: Míralo. BLANCHE: Ya lo vi. STELLA: Entonces deberías saberlo. BLANCHE: Discúlpame, pero en la frente de Stanley no he visto la señal del genio. (Se quita la blusa y queda bajo la luz que filtran las cortinas, vestida con su brassier rosado y su falda blanca. El juego continúa a base de sobrentendidos.) STELLA: No se llama genio ni lo tiene en la frente. BLANCHE: Bueno, entonces di me qué es y en dónde está. No me dejes con la curiosidad. STELLA: Stanley posee algo. Blanche, estás parada bajo la luz. BLANCHE: Ay, sí.

toalla.)

(Se aparta del haz amarillo. STELLA se ha desvestido y se ha puesto un kimono de satín azul-claro.)

BLANCHE: Ay, buenas noches. MITCH: Qué tal. (La mira fijamente.) STELLA: Blanche, te presento a Harold Mitchell. Mi hermana, Blanche DuBois. MITCH: (Con torpe cortesía) Mucho gusto, señorita DuBois. STELLA: ¿Cómo sigue tu mamá, Mitch? MITCH: Más o menos igual, gracias. Te agradece mucho el flan que le mandaste. Discúlpenme, por favor.

STELLA: (con risita infantil) Debieras ver a sus esposas. BLANCHE: (riendo) Me las imagino. Deben ser unas fodongas. STELLA: ¿Conoces a la de arriba? (Risa.) Una vez (risa) partió el yeso del cielorraso. (Más risa.) STANLEY: ¡A ver si se callan esas cotorras! STELLA: No puedes escucharnos. STANLEY: Pero ustedes sí pueden y he dicho que se callen la boca.


[12] STELLA: Esta es mi casa y hablo cuando se me da la gana. BLANCHE: Stella, no pelees. STELLA: Ya está medio borracho. En seguida vuelvo. (Entra en el baño. BLANCHE se levanta y lentamente llega hasta un radio blanco y lo enciende.) STANLEY: Te toca, Mitch. MITCH: ¿Cómo? No, estoy fuera. (BLANCHE vuelve al haz de luz. Alza los brazos y se estira, mientras regresa indolente al sillón. Se escucha una rumba. En la mesa de póquer MITCH se levanta.) STANLEY: ¿Quién encendió el radio? BLANCHE: Fui yo. ¿Le molesta? STANLEY: Apáguelo. STEVE: Hombre, deja que oigan su música. PABLO: Sí, déjalas, está bien. STEVE: Creo que es Xavier Cugat. (STANLEY se levanta de un salto, va hacia el radio y lo apaga. Se detiene al ver a BLANCHE en el sillón. Ella le sostiene la mirada sin pestañear. STANLEY vuelve a sentarse en la mesa de póquer. Dos de los hombres han comenzado a discutir acaloradamente.) STEVE: Pues yo no te oí apostar. PABLO: ¿No dije cuánto, Mitch? MITCH: No escuché. PABLO: ¿Qué estabas haciendo? STANLEY: Fisgoneaba por entre las cortinas. (Salta y va violentamente hacia las cortinas y las corre.) Ahora vuelve a repartir y juguemos o aquí la dejamos. Hay gente que nomás gana y ya quiere irse. (MITCH se levanta mientras STANLEY vuelve a su silla.) STANLEY: (Aúlla) Siéntate. MITCH: Voy a orinar. No me den cartas. PABLO: Seguro que quiere irse. En el bolsillo tiene hechos bolita siete billetes de cinco dólares. STEVE: Mañana lo verás pidiéndole al cajero que se los cambie en monedas de veinticinco centavos. STANLEY: Y después los meterá en el cochinito que le regaló su mamá. (Da cartas.) Gana quintilla.

(MITCH ríe incómodamente. Avanza. Pasa entre las cortinas y se detiene en cuanto las ha franqueado.) BLANCHE: (Quedamente) ¿Qué le parece? El cuarto más pequeño de la casa es el más concurrido. MITCH: Es que...hemos tomado tanta cerveza... BLANCHE: Detesto la cerveza. MITCH: Es...buena para el calor. BLANCHE: No creo. A mí me acalora aun más. ¿Trae cigarros? MITCH: Sí. BLANCHE: ¿De cuáles fuma? MITCH: Luckies. BLANCHE: Ah, muy bien. Qué cigarrera tan bonita. ¿Es de plata? MITCH: Sí, sí. Lea la inscripción. BLANCHE: Ah, ¿tiene una inscripción? No la distingo. (Mitch enciende un cerillo y se lo acerca. Blanche lee con fingida dificultad) “Y si Dios no es más fuerte/he de seguirte amando hasta la muerte”. Ah, está tomado de mi soneto predilecto de Elizabeth Barret Browning. MITCH: ¿Se lo sabe? BLANCHE: Claro que sí. MITCH: La inscripción tiene su historia. BLANCHE: Me suena a un gran romance. MITCH: Un romance muy triste. BLANCHE: ¿Por qué? MITCH: Ya murió la muchacha. BLANCHE: De veras lo siento. MITCH: Cuando me dio la cigarrera ya sabía que estaba muriéndose. Era una muchacha muy extraña y muy dulce. Muy dulce. BLANCHE: Debió quererlo mucho. Los amores de los enfermos son muy profundos y sinceros. MITCH: Sí, eso que usted dice es muy cierto. BLANCHE: Creo que el dolor nos hace más sinceros. MITCH: Sí, como que saca lo mejor que hay en nosotros. BLANCHE: Lo poco bueno que hay en el mundo se debe a las personas que han sufrido. MITCH: Sí, tiene usted razón. BLANCHE: Estoy absolutamente segura. Muéstreme a alguien que no haya sufrido y le demostraré que es una persona shuperficial. Oiga, se me está enredando la lengua. Es culpa de ustedes. El show terminó a las once y no podíamos volver a casa para no interrumpir su juego. De modo que nos fuimos por ahí a tomarnos unas copitas. No acostumbro tomar más de una. Dos es mi límite. Y si me tomo tres... (Ríe.) Bueno, esta noche me tomé tres copas. STANLEY: Mitch. MITCH: No me den cartas. Estoy conversando con la señorita...


[13] BLANCHE: DuBois. MITCH: ¿DuBois? BLANCHE: Es un apellido francés. Quiere decir “bosque”. Blanche, por supuesto, es Blanca. De modo que usted podría traducir Blanche Du Bois como “Bosque Blanco”. Haga de cuenta una arboleda en primavera. Así recordará mi nombre. MITCH: ¿Es sa? BLANCHE: De origen francés. Nuestros antepasados eran Hugonotes ses que vinieron a América. MITCH: ¿Usted es hermana de Stella, verdad? BLANCHE: Stella es mi hermanita preciosa. La llamo hermanita aunque es un poco mayor. Un poquito. Menos de un año. ¿Puede hacerme un favor? MITCH: Cómo no. Dígame. BLANCHE: En un bazar de Bourbon Street compré esta maravillosa pantalla china de papel. ¿No sería tan amable de cubrir el foco? MITCH: Encantado. BLANCHE: No soporto un foco desnudo. Me es tan intolerable como una vulgaridad o un acto grosero. MITCH: (Mientras ajusta al foco la pantalla): Hemos de parecerle un grupito bastante siniestro. BLANCHE: Soy muy adaptable a... las circunstancias. MITCH: Es una buena cualidad. ¿Se quedará algún tiempo con Stanley y Stella? BLANCHE: Stella no se ha sentido muy bien últimamente. Está muy decaída y vine a ayudarla un poco. MITCH: ¿Usted no tiene...? BLANCHE: ¿Esposo? No, no. Soy una maestra solterona. MITCH: Será maestra, pero desde luego no parece solterona. BLANCHE: Mil gracias, caballero. Aprecio su cumplido. MITCH: De modo que da clases. BLANCHE: Sí, sí. MITCH: ¿Primaria, secundaria o...? STANLEY: (A gritos) ¡Mitch! MITCH: Ya voy. BLANCHE: Por Dios, qué pulmones tiene ese hombre... Doy clases en la secundaria de Laurel. MITCH: ¿Cuál es su materia? BLANCHE: Adivine. MITCH: Apuesto a que es música o dibujo. (Blanche ríe delicadamente.) Claro que puedo equivocarme. A lo mejor da clases de aritmética. BLANCHE: No, señor: aritmética nunca. (Ríe.) Ni siquiera me sé las tablas de multiplicar. No, tengo la desgracia de ser maestra de Lengua y literatura inglesas. Trato de inculcarles devoción por Hawthorne, Whitman y Poe a muchachitas de tobilleras y Romeos de nevería. MITCH: Me temo que se interesan más por otras cosas.

BLANCHE: Tiene toda la razón. Ciertamente su herencia literaria no es lo que más aprecian en la vida, pero son tan tiernos. Y en la primavera es maravilloso ver en qué forma descubren el amor. Como si nadie antes lo hubiera conocido. (Se abre la puerta del baño y sale STELLA. BLANCHE sigue hablando con MITCH.) BLANCHE: Ah ¿terminaste? Voy a encender el radio. (Lo hace. Comienza a sonar “Wien, Wien, nur der allein”. BLANCHE valsea al ritmo de la música con gestos románticos. MITCH, fascinado, se mueve imitándola con la torpeza de un oso bailarín. STANLEY, furibundo, entra en el dormitorio, arranca el receptor y mascullando una maldición lo arroja por la ventana.) STELLA: Estás borracho, borracho. Eres una bestia. (Stella corre hasta la mesa de póquer.) Ustedes, por favor, váyanse. Váyanse si les queda una gota de decencia. BLANCHE: (Muy alarmada) Stella, ten cuidado: está... (STANLEY se arroja sobre STELLA.) HOMBRES: (Débilmente. Ad libitum) Cálmate, Stanley... Vamos, hombre... Déjala, Stanley. STELLA: Atrévete a tocarme y verás. (Retrocede hasta perderse de vista. STANLEY avanza y desaparece tras ella. Se escucha el sonido de una bofetada. STELLA llora. BLANCHE grita y entra en la cocina. Los hombres se apresuran hacia donde están, invisibles, STELLA y STANLEY. Hay forcejeos y maldiciones. Algo se cae y se rompe.) BLANCHE: (En un chillido) ¡Mi hermana va a tener un hijo! MITCH: Es terrible. BLANCHE: Está loco. Es un perfecto demente. MITCH: Tráiganlo para acá, muchachos. (Dos de sus amigos toman por los brazos a STANLEY y lo llevan a fuerzas al dormitorio. El está a punto de derribarlos. Súbitamente se rinde y no opone resistencia a quienes lo sujetan. Ellos le hablan con mucha calma y afecto y él reclina su rostro en el hombro de uno de ellos.) STELLA: (A quien no vemos todavía. En voz aguda y fuera de lo común): ¡Quiero irme de aquí! ¡Quiero irme de aquí! MITCH: No se debe jugar póquer donde hay mujeres.


[14] (BLANCHE se apresura a entrar en el dormitorio.) BLANCHE: Denme la ropa de mi hermana. Nos vamos con la señora de arriba. MITCH: ¿Dónde está su ropa? BLANCHE: (Abriendo el clóset) Ya la encontré. (Se vuelve rápidamente hacia Stella.) Stella, Stella linda, mi querida hermanita, no tengas miedo. (La abraza y la lleva hacia la puerta de salida y por la escalera de casa de EUNICE.) STANLEY: (Torpemente) ¿Qué es esto? ¿Qué pasó? MITCH: Se te subieron las copas, Stan. PABLO: Ya está bien. STEVE: Claro que sí. MITCH: Acuéstenlo y pónganle una toalla mojada. PABLO: Creo que será mejor darle café. STANLEY: (Con la lengua trabada) Quiero agua. MITCH: Hay que bañarlo. (Los hombres le hablan suavemente mientras lo llevan hacia el baño.) STANLEY: Ya no me estén jodiendo, cabrones. (Se escucha sonido de golpes y el ruido de una regadera fluyendo.) STEVE: Vámonos de aquí.

oscurecen y las paredes exteriores surgen bajo la luz nocturna. Durante un breve intervalo escuchamos el "blue piano". Finalmente, STANLEY trastabillea, semidesnudo por el porche, baja los escalones de madera y desde la banqueta frente al edificio echa hacia atrás su cabeza como un perro aullante y brama el nombre de su mujer): STANLEY: ¡Stella, Stella, Stella, mi amor, Stella! ¡Stellaaaaaaaaaaaa! EUNICE: (Desde la ventana de su departamento) ¡Cállate y vete a la cama! STANLEY: ¡Quiero que venga mi nena! ¡Stella, Stella! EUNICE: Ni creas que va a salir. Y ya deja de gritar o llamo a la policía. STANLEY: ¡Stella! EUNICE: Primero le pegas a tu mujer y luego le pides que vuelva. No irá. Y pensar que va a tener un hijo. Estás jodido, polaco de mierda. Espero que te metan en la cárcel y te bañen a manguerazos como la otra vez. STANLEY: (Humildemente) Eunice, quiero que mi nena venga conmigo. EUNICE: ¡Ja! (Cierra furiosamente la ventana.) STANLEY: (Con violencia capaz de rajar los cielos) ¡STELLAAAAAAAA! (Solloza el clarinete bajo. Se abre la puerta de arriba. STELLA, vestida con su kimono, desciende los escalones tambaleantes. Sus ojos resplandecen de lágrimas, sus cabellos se enredan en el cuello y los hombros. Se miran. Van la una hacia el otro con sordos quejidos animales. STANLEY cae de rodillas en los escalones y oprime su cabeza contra el vientre de STELLA, doblándose casi fetalmente. Los ojos de STELLA brillan con ternura mientras levanta la cabeza de STANLEY y la alza hasta que se encuentran sus ojos. STANLEY abre de un zarpazo la puerta metálica. Alza en vilo a STELLA y la introduce en su casa. BLANCHE aparece en el descanso superior vestida con su bata y baja temerosamente los escalones.)

(Se apresuran a ir hasta la mesa de póquer y recoger sus ganancias antes de irse.)

BLANCHE: Stella, Stella. ¿Dónde está mi hermanita?

MITCH: (Con melancólica firmeza) No se debe jugar póquer donde hay mujeres.

(Se detiene ante la entrada en tinieblas del departamento. Lo que ve le corta la respiración. Se apresura a retirarse hasta la acera frente a la casa. Mira hacia todas partes como si buscara dónde refugiarse. La música se desvanece. MITCH da vuelta a la esquina.)

(Salen. Cierran la puerta. El escenario queda en silencio. Los músicos negros de a la vuelta tocan "Paper Doll", lenta y melancólicamente. Tras un momento, STANLEY sale del baño chorreando agua y vestido con sus calzoncillos de bolitas rojas.) STANLEY: ¡Stella! (Pausa.) ¡Me dejó mí nena! (Rompe a sollozar, ya al teléfono y marca, estremecido por los sollozos.) ¿Eunice? Quiero a mí nena. (Espera. Cuelga. Marca de nuevo.) Eunice, voy a seguir llamando hasta que no hable con mi nena. (Se escucha indistinguible una voz chillona. STANLEY arroja el teléfono al suelo. Hay sonidos distantes de piano y metales mientras los cuartos se

MITCH: ¿Señorita DuBois? BLANCHE: ¡Ay! MITCH: ¿Se calmaron las cosas? BLANCHE: Ella bajó corriendo y entró con él. MITCH: Claro que sí. BLANCHE: Estoy aterrada. MITCH: No, hombre. No hay porqué asustarse. Se adoran. BLANCHE: No estoy acostumbrada.


[15] MITCH: Caray, me apena que haya pasado precisamente cuando usted acababa de llegar. Pero no lo tome en serio. BLANCHE: La violencia es algo tan... MITCH: Siéntese en la escalera y fúmese un cigarro conmigo. BLANCHE: No estoy correctamente vestida. MITCH: Eso no importa en este barrio. BLANCHE: Me encanta su cigarrera de plata. MITCH: ¿Le enseñé la inscripción, verdad? BLANCHE: Sí. (Pausa. Mira hacia el cielo.) Hay tanta, tanta confusión en el mundo. (El tose tímidamente.) Gracias por ser tan bondadoso. Hoy me hace falta la bondad.

BLANCHE: ¿Preguntas por qué? Stella, casi enloquezco cuando vi que habías cometido la locura de regresar después de lo que pasó. Iba a entrar a buscarte. STELLA: Me alegra que no hayas entrado. BLANCHE: ¿En qué estabas pensando? (Stella hace un gesto vago.) Contéstame: ¿en qué, en qué? STELLA: Blanche, por favor, siéntate y deja de gritar. BLANCHE: Muy bien, Stella. Voy a repetirte con toda calma la pregunta. ¿Cómo pudiste haber vuelto aquí anoche? Eres capaz de haberte acostado con él.

TELÓN

STELLA: Blanche, ya no me acordaba de lo nerviosa que eres. Estás haciendo un escándalo por nada. BLANCHE: ¿Tú crees? STELLA: Sí, Blanche. Comprendo lo que debe haberte parecido y lo siento muchísimo; pero no es tan grave como te imaginas. En primer lugar, todo puede suceder cuando los hombres se emborrachan y juegan póquer. Siempre es como un barril de pólvora. El no supo lo que hacía... Cuando bajé estaba apenadísimo y manso como un corderito. BLANCHE: ¿Y eso... arregla el problema? STELLA: Bueno, no está bien que nadie haga escenas... pero la gente las hace a veces. Stanley tiene la manía de romper cosas. Figúrate que en nuestra noche de bodas, apenas entramos aquí me arrancó un zapato y destrozó todos los focos. BLANCHE: ¿Cómo? STELLA: Rompió todos los focos con el tacón. (Ríe.) BLANCHE: ¿Y... dejaste que lo hiciera? ¿No saliste corriendo ni pegaste de gritos? STELLA: Me sentí —como te diré— excitada al ver aquello. (Espera un momento.) ¿Te dio de desayunar Eunice? BLANCHE: ¿Crees que tengo ganas de desayunarme? STELLA: Queda café en la estufa. BLANCHE: Lo... tomas con tanta naturalidad, Stella. STELLA: ¿Y qué más puedo hacer? Ya están componiendo el radio. No cayó en el pavimento, sólo se rompió un bulbo. BLANCHE: ¡Y te quedas sonriente ahí parada! STELLA: ¿Qué esperabas? BLANCHE: Que te domines y te enfrentes a la situación. STELLA: ¿A qué te refieres? BLANCHE: A que te casaste con un loco. STELLA: No es cierto. BLANCHE: Sí, con un loco. Tus problemas son peores que los míos, sólo que no te das cuenta. Yo voy a hacer algo: controlarme y empezar una nueva vida. STELLA: ¿Ah sí?

ESCENA IV Primeras horas de la mañana siguiente. Hay una confusión de pregones callejeros semejante a un canto coral. STELLA yace en su cama. El sol ilumina su rostro sereno. Una mano yace sobre su vientre que empieza a mostrar signos de maternidad. En la otra tiene un comic. Sus ojos y sus labios poseen la placidez casi narcótica que vemos en los ídolos orientales. La mesa está congestionada con los restos del desayuno y los deshechos del juego de póquer. La piyama chillona de STANLEY cuelga en la puerta del baño. La puerta exterior entreabierta deja ver un cielo de brillantez estival. Allí aparece BLANCHE. Ha pasado una noche insomne y su aspecto contrasta con el de STELLA. Se muerde los nudillos en un gesto de nerviosismo, y mira sin atreverse a entrar. BLANCHE: ¿Stella? STELLA: (Desperezándose) ¿Eh? (BLANCHE da un grito como un gemido, entra corriendo en el dormitorio y, en un arranque de histérica ternura, se arroja al lado de STELLA.) BLANCHE: ¡Mi hermanita, mi niña! STELLA: (Apartándose de ella) Blanche ¿qué te pasa? (BLANCHE se endereza lentamente y se para junto a la cama, mirando a STELLA y mordiéndose los nudillos.) BLANCHE: ¿Salió? STELLA: ¿Stan? Sí. BLANCHE: ¿Volverá? STELLA: ¿Por qué no va a volver? Sólo fue a engrasar su coche.

(STELLA se levanta serenamente.)


[16] BLANCHE: Pero tú has claudicado. Y eso no está bien, no eres vieja. Puedes liberarte. STELLA: (Lenta y enfáticamente) No quiero liberarme de nada. BLANCHE: (Incrédula) ¿Qué estás diciendo? STELLA: Dije que no quiero liberarme de nada. Mira el desorden de este cuarto. Y todos esos cascos. Se tomaron dos cartones de cerveza. Stanley me prometió esta mañana que no volvería a jugar póquer, pero ya sabes cuánto tiempo mantendrá su promesa. Oh bueno, después de todo, es su diversión, como a mí me gustan el cine y el bridge. Supongo que debemos ser tolerantes con los gustos ajenos. BLANCHE: No te entiendo. (Stella se vuelve hacia ella.) No puedo comprender tu indiferencia. ¿Has... cultivado una filosofía oriental? STELLA: ¿Qué dices? BLANCHE: Todo esto: arrastrar los píes de un lado a otro murmurando quién sabe qué cosas; un bulbo roto, cascos de cerveza, caos en la cocina, como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo normal. (STELLA ríe vagamente, toma la escoba y le da vueltas.) BLANCHE: ¿Me estás amenazando con esa escoba? STELLA: No. BLANCHE: Basta. Déjala. No quiero que limpies lo que él desarregló. STELLA: ¿Y quién va hacerlo? ¿Tú? BLANCHE: ¿Yo? ¿Yo? STELLA: Claro que no ¿verdad? BLANCHE: Ay, déjame pensar. Si al menos me funcionara el cerebro. Tenemos que conseguir dinero. Esa es la solución. STELLA: Siempre es bueno conseguir dinero. BLANCHE: Oye, se me ocurre una idea. (Temblorosamente coloca un cigarro en su boquilla.) ¿Te acuerdas de Shep Huntleigh? (Stella niega con la cabeza.) Claro que te acuerdas. Fuimos compañeros en la universidad y por algún tiempo usé su anillo. Bueno... STELLA: Bueno qué. BLANCHE: Pues me lo encontré el invierno pasado. ¿Sabías que estuve en Miami en Navidad? STELLA: No. BLANCHE: Bueno, pues fui. Consideré el viaje una inversión, pensé que me encontraría un millonario. STELLA: ¿Y lo encontraste? BLANCHE: Sí. Me encontré a Shep Huntleigh. Nos topamos en el bulevar Biscayne en Nochebuena... Shep estaba a punto de subir a su automóvil: un Cadillac convertible como de una cuadra de largo. STELLA: Debe causar muchos problemas de tránsito. BLANCHE: ¿Has oído hablar de pozos petroleros? STELLA: Sí, vagamente.

BLANCHE: El tiene pozos petroleros en todo Texas. Literalmente puede decirse que Tejas arroja manguerazos de oro en sus bolsillos. STELLA: Qué bien. BLANCHE: Sabes que no me interesa el dinero sino lo que te permite obtener. Pero Shep puede hacerlo, ya lo creo. STELLA: ¿Hacer qué, Blanche? BLANCHE: Ponernos un negocio. STELLA: ¿Qué clase de negocio? BLANCHE: Una tienda... no sé. Podría hacerlo con la mitad de lo que su mujer derrocha en el hipódromo. STELLA: ¿Es casado? BLANCHE: Querida ¿crees que yo estaría aquí si Shep fuera soltero? (Stella ríe. Blanche se levanta y toma el teléfono. Habla chillonamente.) Operadora: comuníqueme con la oficina de telégrafos. ¿Oficina de telégrafos? STELLA: Querida, es un teléfono automático. Tiene disco. Tú misma tienes que marcar el número. BLANCHE: No puedo marcar. Estoy tan... STELLA: Nada más marca el cero. BLANCHE: ¿El cero? STELLA: Sí, la “O” de operadora. (BLANCHE medita un instante. Deja el teléfono.) BLANCHE: Dame un lápiz. ¿Dónde hay un papelito? Tengo que redactar el telegrama. (Va al tocador y toma algunos clínex y un lápiz de cejas.) Déjame ver. (Muerde el lápiz de cejas.) "Querido Shep: Hermana y yo situación desesperada". STELLA: ¿Cómo dijiste? BLANCHE: "Hermana y yo situación desesperada. Detallaré luego. ¿Te interesaría?". (Arroja el lápiz y se levanta.) No, con peticiones tan directas no se llega a ningún lado. STELLA: (Riéndose) No seas tan ridícula, querida. BLANCHE: Pero idearé algo. Debo encontrar algo. No te burles de mí Stella. Te suplico que no te burles de mí. Quiero que veas todo lo que tengo en mi bolsa. (La abre.) Mira: sesenta y cinco míseros centavos. Es todo. STELLA: (Va hacia el tocador) Stanley no me pasa gasto fijo: prefiere pagar él mismo las cuentas; sin embargo...esta mañana, para arreglar las cosas, me regaló diez dólares. Toma cinco, Blanche, y yo me quedo con el resto. BLANCHE: No, Stella, de ninguna manera. STELLA: (Insistente) Sé cuánto nos levanta la moral traer un poquito de dinero. BLANCHE: No, muchas gracias...Venderé mi cuerpo. STELLA: No digas estupideces. ¿Cómo pudiste quedarte sin dinero? BLANCHE: El dinero se va...se va como agua. (Se talla la frente.) Necesito un calmante. STELLA: ¿Te lo traigo?


[17] BLANCHE: No, todavía no. Debo seguir pensando. STELLA: Deja las cosas como están, al menos por un rato. BLANCHE: Stella, no puedo vivir con él. Tú sí: es tu esposo. Pero ¿cómo voy a quedarme aquí con él, después de lo que pasó anoche, con sólo esas cortinas de por medio? STELLA: Blanche, anoche lo viste en su peor momento. BLANCHE: Al contrario, lo vi en su mejor momento. Cuanto puede ofrecer un hombre como Stanley es fuerza animal; y él dio una exhibición maravillosa. La única manera de vivir con un hombre así es acostándose con él. Y eso es asunto tuyo —no mío. STELLA: Si descansas un poco verás que todo saldrá bien. Mientras estés con nosotros no tienes que preocuparte por nada. Me refiero...a los gastos. BLANCHE: Stella, tengo que ver la manera de que las dos salgamos de aquí. STELLA: Das por descontado que quiero liberarme de algo. BLANCHE: Doy por descontado que todavía recuerdas lo suficiente Belle Revé como para que te resulte insoportable vivir en esta casa y con estos jugadores de póquer. STELLA: Bueno, entonces supones demasiado. BLANCHE: No puedo creer que hables en serio. STELLA: ¿Por qué no? BLANCHE: Entiendo lo que pasó, hasta cierto punto. Lo viste de uniforme, cuando era un militar, no aquí sino... STELLA: No estoy segura de que importe en dónde lo vi. BLANCHE: No vas a decirme que fue una de esas misteriosas descargas eléctricas que atraen a la gente. Si lo dices me voy a reír en tu cara. STELLA: No voy a decir una palabra más al respecto BLANCHE: Muy bien. No digas nada. STELLA: Pero hay cosas que suceden en la oscuridad entre un hombre y una mujer. Frente a ellas ninguna otra cosa tiene importancia. (Pausa.) BLANCHE: Estás hablando del deseo animal. Nada más. Deseo: el nombre de ese tranvía destartalado que avanza ruidosamente por el barrio, sube una callejuela y baja otra. STELLA: ¿Te has subido a ese tranvía? BLANCHE: Me trajo aquí —en donde estoy de sobra y me avergüenza estar. STELLA: ¿No te parece que lo que sale sobrando es tu aire de superioridad? BLANCHE: Stella: no soy ni me siento superior para nada. Créeme. No lo soy. Lo que pasa es esto y yo así veo las cosas: Un nombre como él es alguien con quien te acuestas una...dos...tres veces, cuando tienes el diablo en el cuerpo. Pero ¿vivir con él, tener un hijo suyo? STELLA: Te dije que lo amo. BLANCHE: Entonces, me estremezco por ti. Simplemente me estremezco por ti. STELLA: Si insistes en estremecerte no puedo impedirlo. (Pausa.) BLANCHE: ¿Puedo... hablar... francamente? STELLA: Sí, adelante, con toda la franqueza que quieras.

(Se aproxima un tren. Quedan en silencio hasta que el estruendo se aleja. Ambas están en el dormitorio. Mientras dura el estruendo STANLEY entra de la calle, se queda de pie en la cocina sin ser visto por las mujeres. Lleva en sus manos algunos paquetes y escucha la siguiente conversación. Viste camiseta y pantalones de sirsaca manchados de grasa.) BLANCHE: Bueno, si me perdonas, es muy vulgar. STELLA: Pues sí, supongo que lo es. BLANCHE: Supones. Stella, no puedes haber olvidado a tal punto nuestra educación como para que simplemente supongas que en su naturaleza existe algo propio de un caballero. No, no tiene ni una partícula. Ay, si sólo fuese ordinario, vulgar pero decente y buena persona. Sin embargo, no es así: hay en él algo francamente bestial. ¿Me odias por decirte esto, verdad? STELLA: (Fríamente) Ya de una vez dilo todo. BLANCHE: Actúa como animal, tiene costumbres de animal, come como bestia, se mueve como bestia, habla como bestia. Incluso hay en él algo subhumano, algo que todavía no ha alcanzado la etapa humana. Sí, algo simiesco, como una de esas láminas en los libros de antropología. Miles y miles de años pasaron a su lado sin tocarlo, y allí lo tienes: Stanley Kowalski, sobreviviente de la edad de piedra, llevando a su cubil la carne sangrante de la bestia que acaba de matar en la selva. Y tú aquí, esperándolo. Tal vez te golpee o quizá gruña y te bese; si es que ya se han descubierto los besos. Cae la noche y los antropoides se reúnen. En la boca de la caverna todos gruñen como él y beben y mastican y se mueven torpemente. Llamas su partida de póquer a lo que es una fiesta de monos. Alguien gruñe, alguno de esos simios intenta arrebatar algo y empieza la pelea. Dios mío, puede ser que nos falte mucho para estar hechos a imagen y semejanza de Dios; pero, Stella, hermana mía, ha habido algunos progresos desde entonces. Cosas como el arte, la poesía y la música, nuevas luces han alumbrado el mundo desde entonces. En algunas personas han comenzado a nacer sentimientos más tiernos. Tenemos que acrecentarlos y aferramos a ellos y enarbolarlos como nuestra bandera. En esta oscura marcha hacia lo que sea, hacia lo que nos aproximamos, no te quedes atrás junto a las bestias. (Pasa otro tren. STANLEY vacila lamiéndose los labios. De pronto se da vuelta y sale. Las mujeres aún ignoran su presencia. Cuando el tren ha terminado de pasar llama a través de la puerta cerrada.) STANLEY: Stella, Stella, ¿me oyes? (STELLA, que ha escuchado muy seriamente a BLANCHE.) STELLA: Ya voy, Stanley. BLANCHE: Stella, yo...


[18] (STELLA ha acudido a la puerta de entrada. STANLEY entra despreocupadamente con sus paquetes.)

EUNICE: Yo te vi correteándola por el pasillo. Voy a denunciarte al escuadrón del vicio. STEVE: Oye, no me vengas con esas cosas. EUNICE: (Con chillidos) ¡Me pegaste! Llamaré a la policía.

STANLEY: ¿Qué tal, Stella? ¿Regresó Blanche? STELLA: Sí, ya volvió. STANLEY: ¿Cómo está, Blanche? (Sonríe.) STELLA: Por lo que se ve, te metiste a componer el coche. STANLEY: Esos pendejos mecánicos no saben ni dónde tienen el culo. Oye...

(Se escucha el golpe de un utensilio de aluminio que golpea la pared, el rugido furibundo de un hombre, gritos, estruendos de muebles derribados, algo que se despedaza, luego hay relativo silencio.) BLANCHE: (Alegremente) ¿La mató?

(STELLA lo ha enlazado con ambos brazos fieramente y a la vista de BLANCHE. STANLEY ríe y oprime la cabeza de STELLA contra su hombro. A la distancia le dedica una sonrisa a BLANCHE. Mientras las luces se desvanecen y un resplandor se demora en los dos que se abrazan, se escucha la música del "blue-piano", trompeta y tambores.)

(EUNICE aparece en la escalera con una furia demoníaca.) STELLA: No, ahí viene. EUNICE: ¡Llamen a la policía! ¡Voy a llamar a la policía! (Corriendo, da vuelta a la esquina.)

TELÓN ESCENA V BLANCHE está sentada en la habitación dándose fresco con un abanico de palma. Lee una carta que acaba de terminar. Estalla en una carcajada. STELLA se está vistiendo. STELLA: ¿De qué te ríes, querida? BLANCHE: De mí misma, de mí misma por ser tan mentirosa. Le estoy escribiendo a Shep. (Lee la carta:) “Querido Shep: Me paso el verano yendo de un lado a otro. Y, quién sabe, a lo mejor en una de esas te caigo en Dallas. ¿Cómo te sentaría?”. Ja, ja. (Ríe nerviosa y alegre, se toca la garganta como si en verdad le estuviera hablando a Shep.) “Sobre advertencia no hay engaño, como suele decirse”. ¿Qué te parece? STELLA: Pues... BLANCHE: (Continúa nerviosamente)”Muchos amigos de mi hermana veranean en el norte, pero algunos tienen casas en el golfo de México, y con ellos ha habido una serie interminable de recepciones, tés, cenas, cócteles". (Se escucha un pleito conyugal en el departamento de arriba.) STELLA: Eunice se está peleando con Steve. EUNICE: (Su voz resuena con una ira terrible) Sé todo lo que pasó con esa rubia. STEVE: Mentira, no hubo nada. EUNICE: A mí no me engañas. No me importa que vayas a emborracharte a ese maldito bar de “Los Cuatro Diablos”; pero siempre que vas subes a los cuartos de las putas. STEVE: ¿Quién me ha visto subir?

(Se ríen un poco. STANLEY aparece en la esquina con su camisa de boliche verde y escarlata. Sube apresuradamente los peldaños y entra en la cocina. Su llegada inquieta a BLANCHE.) STANLEY: ¿Qué le pasa a Eunice? STELLA: Se peleó con Steve. ¿Llamó a la policía? STANLEY: Qué va: se está echando un trago. STELLA: Eso es mucho más práctico. (STEVE baja sobándose un golpe en la frente y mira al interior de la casa.) STEVE: ¿Está aquí? STANLEY: No: en “Los Cuatro Diablos”. STEVE: Ese antro de mierda. (Mira a la vuelta de la calle con timidez, luego se lanza con fingida audacia tras EUNICE.) BLANCHE: ¿Oyeron? Dijo “antro”. Voy a anotarlo en mi libretita. Estoy haciendo una lista de todas las palabras y frases raras que he escuchado aquí. STANLEY: Aquí no vas a oír nada que no hayas escuchado antes. BLANCHE: ¿Puedo contar con eso? STANLEY: Puedes contar hasta quinientos. BLANCHE: Es un número muy alto. (STANLEY abre el cajón del tocador, lo cierra de un golpe y arroja un par de zapatos a un rincón. A cada ruido BLANCHE pestañea. Finalmente habla.)


[19] BLANCHE: ¿De qué signo eres? Apuesto a que eres de Aries. Los Aries son enérgicos y dinámicos. Les encanta el ruido. Les gusta golpear cosas. Debes haber golpeado a muchos hombres cuando estabas en el ejército, y ahora lo compensas tratando con furia a los objetos inanimados.

nuevo el pañuelo a su frente. STEVE y EUNICE dan vuelta a la esquina. STEVE la trae abrazada. Ella solloza lujuriosamente mientras él le dice palabras de amor. Se escucha un trueno a medida que ellos suben lentamente a su departamento sin dejar de abrazarse.)

(Durante esta escena STELLA ha entrado y salido del clóset. Ahora asoma la cabeza.)

STANLEY: (A Stella) Te espero en “Los Cuatro Diablos”. STELLA: Oye, ¿no merezco ni un beso? STANLEY: No delante de tu hermana. (Se va.)

STELLA: Stanley nació exactamente cinco minutos después de Navidad. BLANCHE: Capricornio: el macho cabrío. STANLEY: Y tú ¿de qué signo eres? BLANCHE: De Virgo: mi cumpleaños es el mes próximo, el quince de septiembre. STANLEY: ¿Qué es Virgo? BLANCHE: La Virgen. STANLEY: (Desdeñosamente) ¡Ja! (Avanza un poco mientras se anuda la corbata.) Dime, ¿conoces a alguien que se apellida Shaw? (El rostro de BLANCHE muestra un leve sobresalto. Toma el agua de colonia y humedece su pañuelo a medida que responde cuidadosamente.) BLANCHE: Bueno, todo el mundo conoce a alguien apellidado Shaw. STANLEY: Pues este Shaw tiene la impresión de que te conoció en Laurel; pero me imagino que te confunde con otra persona, porque a esa otra persona la conoció en un hotel llamado “Flamingo” (BLANCHE ríe hasta quedarse sin aliento mientras humedece sus sienes con el pañuelo empapado en colonia.) BLANCHE: En efecto, me confundió con “otra” persona. El hotel “Flamingo” es uno de esos lugares en los que no me atrevería a dejarme ver. STANLEY: ¿Lo conoces? BLANCHE: Lo he visto y lo he olido. STANLEY: Pues para olerlo debes haberte acercado mucho. BLANCHE: El olor a perfume barato es muy penetrante. STANLEY: ¿A poco el que usas es finísimo? BLANCHE: Veinticinco dólares la onza. Y ya casi se me acabó. Es una indirecta por si quieres acordarte de mi cumpleaños. (Habla alegremente, pero en su voz hay una nota de miedo.) STANLEY: Shaw debe haberse confundido. El va y viene de Laurel constantemente, de modo que si se trata de un error puede verificarlo y aclararlo. (STANLEY se da vuelta y cruza entre las cortinas. BLANCHE entrecierra los ojos como si fuera a desmayarse. Su mano tiembla cuando lleva de

(BLANCHE se levanta del sillón. Parece desfalleciente. Mira en derredor suyo con expresión casi de pánico.) BLANCHE: Stella, ¿qué te han dicho de mí? STELLA: ¿Cómo? BLANCHE: ¿Qué te ha dicho de mí la gente? STELLA: ¿De ti? BLANCHE: ¿No te han contado chismes... malévolos? STELLA: ¿Cómo crees, Blanche? Por supuesto que no. BLANCHE: Querida, en Laurel se hablaba mucho... STELLA: ¿De ti? BLANCHE: No me porté tan bien en los últimos años, cuando Belle Revé empezó a escurrírseme entre los dedos. STELLA: Todos hacemos cosas que... BLANCHE: Nunca fui lo bastante firme ni independiente. Las personas débiles deben brillar y resplandecer. Tienen que usar colores suaves como las alas de las mariposas y poner pantallas de papel sobre la luz. No basta con ser débil. Hay que ser débil y atractiva. Y yo me estoy marchitando ahora. No sé hasta cuándo me durará el truquito. (La tarde se ha convertido en crepúsculo. STELLA va al dormitorio y enciende el foco cubierto por la pantalla china. Lleva una coca-cola en la mano.) BLANCHE: ¿Oíste lo que dije? STELLA: No te escucho cuando dices cosas enfermizas. (Se acerca a ella con la coca.) BLANCHE: (En un cambio abrupto hacia la alegría) ¿Es para mí esa coca? STELLA: Para nadie más. BLANCHE: Ay, cuánto te lo agradezco. ¿Es coca sola? STELLA: (Dándose la vuelta) ¿Quieres ponerle algo? BLANCHE: Bueno, querida, un chorrito de alcohol nunca le ha hecho daño a la coca. Pero déjalo, tú no debes servirme. STELLA: Me encanta servirte, Blanche. Me haces sentirme en nuestra casa. (Va a la cocina, toma un vaso y sirve whisky en él.) BLANCHE: Debo confesarlo: me fascina que me sirvan.


[20] (BLANCHE entra corriendo en el dormitorio. STELLA va tras ella con el vaso. BLANCHE de pronto toma la mano libre de STELLA y con un quejido se la lleva a los labios. STELLA se siente muy incómoda ante tal despliegue de emoción. BLANCHE habla con voz ahogada.)

STELLA: Blanche, ¿tú lo necesitas? BLANCHE: Necesito descansar. Necesito volver a respirar tranquila. Sí: necesito a Mitch. Lo necesito desesperadamente. Imagínate. Si las cosas pudieran funcionar con él. Podría irme de aquí y no ser un estorbo para nadie.

BLANCHE: Eres tan... tan buena conmigo... Y yo... STELLA: Blanche. BLANCHE: Ya lo sé, no voy hacerlo. Odias mi sentimentalismo. Pero créeme, querida, siento las cosas de una manera que no puedo expresarte. No me quedaré mucho tiempo, te lo prometo, no lo haré. STELLA: ¡Blanche! BLANCHE: (Histérica) ¡No lo haré, te lo prometo, me iré, me iré muy pronto, de veras, no esperaré hasta que él me eche! STELLA: ¿Vas a dejar de decir tonterías? BLANCHE: Sí, querida. Cuidado: ese vaso se está derramando.

(STANLEY da vuelta a la esquina. Ya se ha tomado una copa.)

(BLANCHE ríe agudamente y toma el vaso, pero su mano tiembla al punto de que el vaso casi se le cae. STELLA sirve la coca-cola en el vaso. Espumea y se derrama. BLANCHE da un grito agudo.) STELLA: (Alarmada por el grito) ¡Cielos! BLANCHE: ¡Y tenía que caerme justo en mi falda blanca! STELLA: Usa mi pañuelo. No lo talles mucho. BLANCHE: (Recobrándose lentamente) Ya sé. Suavecito, suavecito. STELLA: ¿Te manchó? BLANCHE: No, para nada. Ja, ja. ¿Verdad que tuve suerte? (Se sienta, temblorosa. Experimenta alivio al tomar la bebida. Se aferra al vaso con ambas manos y sigue riendo levemente.) STELLA: ¿Por qué gritas así? BLANCHE: No sé por qué grité. (Continúa nerviosamente). Mitch... Mitch viene a buscarme a las siete. Creo que me ponen nerviosa nuestras relaciones. (Comienza a hablar sin detenerse.) Lo único que ha obtenido de mí es un besito de buenas noches. Es todo lo que le he dado, Stella. Quiero que me respete. Y a los hombres no les gustan las cosas que consiguen fácilmente. Por otra parte, pierden muy pronto el interés. En especial con las mujeres mayores de... treinta años. Los hombres suponen que una mujer mayor de treinta años está fuera de combate, como dicen vulgarmente. Y yo no estoy fuera de combate. Por supuesto, él no sabe... Quiero decir: no le he dicho mi verdadera edad. STELLA: ¿Por qué te preocupan tanto los años? BLANCHE: Por tantos duros golpes que ha sufrido mi vanidad. Lo que trato de decirte es que... Mitch supone que yo soy casta y decente ¿sabes? (Ríe ásperamente.) Quiero engañarlo lo suficiente para que... me necesite.

STANLEY: (A gritos) ¡Steve, Eunice, Stella! (De arriba le contestan alegre y afectuosamente. Desde el bar de a la vuelta se escuchan trompeta y tambores.) STELLA: (Besando impulsivamente a Blanche) Todo saldrá bien. BLANCHE: (Dudosa) ¿Tú crees? STELLA: Claro que sí. (Va hasta la cocina y se vuelve para ver a BLANCHE.) Claro que sí, claro que sí... Pero no tomes otra copa. (Esto lo escuchamos mientras sale a recibir a su esposo. BLANCHE se hunde en su asiento con el vaso en ¡a mano. EUNICE da grititos y se ríe mientras baja las escaleras. STEVE viene tras ella con una especie de bramidos caprinos y la persigue dando vuelta a la esquina. STANLEY y STELLA se toman del brazo y los siguen riéndose, hasta perderse de vista. El anochecer se hace más denso. La música que proviene de "Los Cuatro Diablos" es lenta y melancólica.) BLANCHE: Dios mío, Dios mío, Dios mío. (Entrecierra los ojos. El abanico cae de sus manos. Dos veces golpea el brazo del sillón. Hay un pequeño resplandor en torno a la casa. Un JOVEN viene por la calle, sube las escaleras y toca el timbre.) BLANCHE: Adelante. (El JOVEN aparece entre las cortinas. BLANCHE lo mira con interés.) BLANCHE: ¿En qué puedo servirlo? JOVEN: Soy el repartidor de “La Estrella”. Vengo a cobrar la suscripción. BLANCHE: ¿Puede uno suscribirse a las estrellas? JOVEN: No, yo decía del periódico. BLANCHE: Claro, hombre, no me entendió la broma. ¿Gusta una copa? JOVEN: No, gracias, señora. Cuando trabajo no tomo. BLANCHE: Bueno, entonces déjeme ver... No, no tengo un centavo. No soy la dueña de la casa. Soy su hermana del Misisipí. Una de esas parientas pobres de las que usted habrá oído hablar. JOVEN: No se preocupe. Vuelvo otro día. (Comienza a irse. Blanche se aproxima un poco a él.)


[21] BLANCHE: Oiga. (El joven se da la vuelta tímidamente. Blanche pone un cigarro en su boquilla.) ¿Me lo enciende? (Ella va hacia él. Se encuentran en la puerta que divide los dos cuartos.) JOVEN: Con mucho gusto. (Saca un encendedor). Este no siempre funciona. BLANCHE: ¿Es temperamental? (Enciende.) Ah, gracias. (El joven trata de irse.) Oiga. (El joven se vuelve, aun más confundido. Ella se le acerca todavía más.) ¿Qué hora es? JOVEN: Las siete y cuarto, señora. BLANCHE: ¿Tan tarde? ¿No le encantan estos anocheceres lluviosos de Nueva Orleáns cuando una hora no es simplemente una hora sino un trocito de eternidad que cae en nuestras manos —y no sabemos qué hacer con él? (Le pone la mano en el hombro.) ¿No se mojó con la lluvia? JOVEN: No, señora. Entré en un lugar. BLANCHE: ¿Una farmacia? ¿Y se tomó un refresco? JOVEN: Humjum. BLANCHE: ¿Una leche malteada de chocolate? JOVEN: No señora: de cereza. BLANCHE: (Riendo) ¡Cereza! JOVEN: Un refresco de cereza. BLANCHE: Se me hace agua la boca. (Le acaricia levemente la mejilla. Luego va hacia el baúl.) JOVEN: Bueno, tengo que irme. BLANCHE: (Deteniéndolo) Joven. (Se vuelve. BLANCHE toma del baúl una bufanda grande y finamente tejida y lo envuelve en ella. En la siguiente pausa se escucha el “blue-piano”. Continúa durante el resto de esta escena y el comienzo de la próxima. El JOVEN tose y mira muy confundido hacia la puerta.) BLANCHE: Joven, joven, joven: ¿nadie le ha dicho que usted parece un príncipe de las Mil y Una Noches? (El JOVEN ríe incómodamente y permanece quieto como un niño tímido. BLANCHE le habla con dulzura.) Sí, parece usted un príncipe, un corderito de miel. Acérquese. Quiero darle un beso, un solo beso, dulce y delicado en la boca. (Sin esperar su aceptación se apresura a ir hacia él y besarlo.) Ahora huye, vete corriendo. Me encantaría retenerte pero debo ser buena y no tocar a los niños.

(Él la mira azorado por un momento. Ella abre la puerta y mientras el joven baja los peldaños le manda un beso y lo mira desconcertada. Se queda allí un instante, en actitud soñadora, mientras el joven se pierde de vista. Poco después aparece Mitch en la esquina, con un ramo de rosas en las manos.) BLANCHE: ¡Miren quién viene ahí: Mi caballero de las Rosas! Hágame una reverencia primero y luego entréguemelas. Aaah-Mercí. (Lo mira coquetamente a través de las rosas y las besa. El se siente orgulloso y resplandeciente ante ella.) TELÓN ESCENA VI Son las dos de la mañana del día siguiente. La pared exterior del edificio se ha hecho visible. Entran BLANCHE y MITCH. En la voz y la conducta de BLANCHE es evidente la absoluta fatiga que sólo una personalidad neurótica puede conocer. MITCH parece impasible y a la vez deprimido. Probablemente pasaron la noche en el parque de diversiones junto al lago Pontchartrain porque MITCH trae en la mano, bocabajo, una estatuilla de yeso de Mae West: el tipo de premio que se gana en los puestos de tiro al blanco y en los juegos de azar. BLANCHE se detiene exánime en los peldaños de la entrada. BLANCHE: Bueno... (MITCH ríe incómodamente.) Bueno... MITCH: Creo que es tardísimo... y tú estás muy cansada. BLANCHE: Hasta la tamalera se ha ido de la calle, y eso que siempre se queda hasta muy tarde. (Mitch vuelve a reír incómodamente.) ¿Cómo vas a regresar a tu casa? MITCH: Caminaré hasta Bourbon Street y tomaré el tranvía nocturno. BLANCHE: (Riendo tristemente) A estas horas ¿sigue traqueteando sobre sus rieles ese tranvía llamado Deseo? MITCH: (Apesadumbrado) Me temo que esta noche no te divertiste para nada. BLANCHE: Yo te la eché a perder. MITCH: No, de ninguna manera; pero todo el tiempo me pareció que no te sentías a gusto conmigo. BLANCHE: Simplemente no me porté a la altura de las circunstancias. Eso fue todo. Creo que nunca me había esforzado tanto por mostrarme alegre, pero me salió mal. Cuando menos lo intenté. Merezco un diez por haberlo intentado. MITCH: Si no estabas contenta ¿para qué fingiste? BLANCHE: Obedecí a la ley natural. MITCH: ¿Cuál ley?


[22] BLANCHE: La que dice que la dama debe divertir al caballero o no se juega... A ver si encuentras en mi bolsa la llave de la puerta. Cuando estoy cansada me vuelvo muy torpe. MITCH: (Hurgando en la bolsa) ¿Es ésta? BLANCHE: No querido. Esa es la llave de mi baúl, en el que muy pronto estaré empacando todas mis cosas. MITCH: ¿Eso quiere decir que te irás dentro de poco? BLANCHE: Ya no soy persona grata en esta casa. MITCH: ¿Y esta otra? (La música se desvanece.) BLANCHE: ¡Bravo! Esa es. Querido: abre la puerta mientras miro por última vez el cielo. (Se apoya en el barandal del porche mientras Mitch abre la puerta y se queda torpemente tras ella.) Estoy buscando las Pléyades: las Siete Hermanas, pero esas niñas no salieron esta noche. Ah, no: ahí están, ahí están. Benditas sean. Regresen a casa muy juntitas después de su partida de bridge. ¿Ya abriste la puerta? Muy bien. Supongo que... ya querrás... irte. MITCH: (Tose y arrastra los pies) ¿Puedo, puedo darte un beso de buenas noches? BLANCHE: ¿Por qué siempre tienes que pedirme permiso? MITCH: Porque no sé si quieres. BLANCHE: ¿Por qué eres tan indeciso? MITCH: La noche en que nos detuvimos a la orilla del lago y te besé, tú... BLANCHE: Querido, no objeté el beso. El beso me encantó: fue la otra... familiaridad la que yo... me vi obligada a desalentar. No, no creas que me molestó. En realidad, de algún modo me halagó el que tú me... desearas; pero, querido, sabes tan bien como yo que una muchacha soltera, una muchacha sola en el mundo, tiene que controlar firmemente sus emociones, pues de otro modo está perdida. MITCH: (Solemnemente) ¿Perdida? BLANCHE: Supongo que estás acostumbrado a muchachas fáciles de esas que se acuestan en la primera cita. MITCH: Me gusta que seas exactamente como eres porque en toda mi... experiencia jamás conocí a nadie como tú. (BLANCHE lo mira gravemente, luego rompe a reír y se tapa la boca con la mano.) MITCH: ¿Te estás riendo de mí? BLANCHE: No, querido. El señor y la señora no han vuelto todavía; de modo que pasa. Nos podemos tomar la última copa. ¿Qué te parece si dejamos las luces apaga MITCH: Bueno... como tú quieras.

(BLANCHE entra en la cocina. Desaparecen los muros exteriores de la casa y el interior de los dos cuartos puede verse en la penumbra. BLANCHE permanece en el primer cuarto.) BLANCHE: El otro cuarto es más cómodo... Pasa. No te preocupes por los ruidos en la oscuridad: soy yo buscando licor. MITCH: ¿Quieres beber? BLANCHE: Quiero que bebas. Toda la noche has estado inquieto y solemne como yo. Hemos estado inquietos y solemnes los dos y ahora, en estos últimos momentos de nuestra vida en común... quiero crear... joie de vivre. Encenderé una vela. MITCH: Muy bien. BLANCHE: Seremos muy bohemios. Fingiremos que estamos sentados en París en un cafecito de artistas de la Rive Gauche, (Enciende una vela y la pone en una botella.) Je suis la Dame aux camellias; vous êtes Armand! ¿Sabes francés? MITCH: (Gravemente) No, no, yo... BLANCHE: Voulez-Vous coucher avec moi ce soir? Vous ne comprenez pas? Ah, quelle dommage! Quiero decir: qué buena suerte. Encontré un poco de licor. Suficiente para dos tragos. MITCH: (Gravemente) Está bien. (BLANCHE entra en el dormitorio con las bebidas y la vela.) BLANCHE: Siéntate. ¿Por qué no te quitas la chamarra y te desabrochas el cuello? MITCH: Así estoy bien. BLANCHE: No, quiero que te sientas a gusto. MITCH: Me da vergüenza porque sudo muchísimo. Tengo la camisa pegada al cuerpo. BLANCHE: Sudar es saludable. Si la gente no sudara se moriría en cinco minutos. (Le quita la chamarra.) Qué bonita chamarra ¿De qué es? MITCH: De algo que llaman alpaca. BLANCHE: Alpaca, ah sí, alpaca. MITCH: Es una alpaca muy liviana. BLANCHE: Sí, muy liviana. MITCH: No me gusta usar chamarras lavables, ni siquiera en verano, porque las mancho con el sudor. BLANCHE: Ah. MITCH: Además, no creo que me queden. Para no verse demasiado torpe un hombre corpulento debe ser cuidadoso con lo que se pone. BLANCHE: Tú no eres muy corpulento. MITCH: ¿De veras no lo crees? BLANCHE: Tampoco eres un alfeñique. Tienes una estructura ósea maciza y un físico impresionante.


[23] MITCH: Gracias. En Navidad me aceptaron como miembro del Club Atlético de Nueva Orleáns. BLANCHE: Qué bien. MITCH: Fue el mejor regalo que he recibido. En el club hago pesas y nado y me conservo en forma. Cuando entré se me estaba aflojando la panza; pero ahora tengo el vientre muy duro. Tanto que pueden golpearme sin lastimarme. Pégame, ándale, pégame. ¿Ves? (BLANCHE lo golpea débilmente.) BLANCHE: Dios mío. (Se lleva la mano al pecho.) MITCH: Blanche, ¿cuánto crees que peso? BLANCHE: ¿Qué te diré? ¿Unos ochenta y tres kilos? MITCH: No, adivina... BLANCHE: ¿No tanto? MITCH: Más... BLANCHE: Bueno, como eres tan alto puedes pesar bastante sin verte gordo. MITCH: Descalzo mido uno ochenta y siete, y desnudo peso noventa y cinco kilos. BLANCHE: Qué bárbaro, es como para tenerte miedo MITCH: (Apenado) Mi peso no es un tema de conversación muy interesante. (Vacila por un momento.) Y tú ¿cuánto? BLANCHE: ¿Cuánto peso? MITCH: Sí BLANCHE: Adivina. MITCH: Déjame levantarte. BLANCHE: A ver, levántame, Sansón. (Mitch se coloca tras ella. Pone las manos en su cintura y la levanta en vilo unos centímetros.) ¿Ya adivinaste cuánto? MITCH: Peso pluma. BLANCHE: Ja, ja. (Mitch la deposita en el suelo pero conserva las manos en su cintura. Blanche habla fingiendo gazmoñería.) Ya puedes soltarme. MITCH: ¿Cómo? BLANCHE: (Alegremente) He dicho que me suelte, caballero. (Mitch la abraza torpemente. La voz de Blanche suena amablemente reprobatoria.) Oye, Mitch, el hecho de que Stanley y Stella no estén en casa no es razón para que no te portes como se debe. MITCH: Dame una bofetada si me propaso. BLANCHE: No será necesario. Tú eres por naturaleza un caballero. Uno de los pocos que quedan en el mundo. No me gustaría que pensaras que soy puritana o una maestra solterona, ni nada por el estilo. Lo que pasa es que... MITCH: ¿Qué? BLANCHE: Bueno, simplemente que tengo... ideas anticuadas.

(BLANCHE hace girar los ojos sabiendo que MITCH no puede verle el rostro. MITCH se dirige a la puerta de salida. Hay un gran silencio entre ambos. BLANCHE suspira y MITCH tose incómodamente. Por fin dice:) MITCH: ¿Dónde están Stanley y Stella? BLANCHE: Salieron con los Hubbell. MITCH: Sí, pero ¿adónde? BLANCHE: Creo que pensaban ir a una función de media noche en Loew's State. MITCH: Una de estas noches debiéramos salir todos juntos. BLANCHE: No, no me parece un buen plan. MITCH: ¿Por qué? BLANCHE: ¿Hace mucho que eres amigo de Stanley? MITCH: Estuvimos juntos en el regimiento 241. BLANCHE: ¿Hablan con franqueza? MITCH: Por supuesto. BLANCHE: ¿Te ha hablado de mí? MITCH: No, no mucho. BLANCHE: Por cómo lo dices, se me hace que sí te ha hablado. MITCH: Pues no, no me ha dicho gran cosa. BLANCHE: Pero ¿qué te ha dicho? ¿Cómo definirías su actitud hacía mi? MITCH: ¿Por qué me lo preguntas? BLANCHE: Bueno... MITCH: ¿No te llevas bien con él? BLANCHE: ¿Tú qué crees? MITCH: Creo que Stanley no te entiende. BLANCHE: Esa es una manera piadosa de decirlo. Si no fuera porque Stella va a tener un hijo, no me hubiese quedado aquí. MITCH: ¿No es...amable contigo? BLANCHE: Es insoportablemente grosero. Hace hasta lo imposible por ofenderme. MITCH: ¿En qué forma, Blanche? BLANCHE: Uf, en todas las formas imaginables. MITCH: Me sorprende oír eso. BLANCHE: ¿Te sorprende? MITCH: Bueno, me parece increíble que alguien pueda ser grosero contigo. BLANCHE: Realmente es una situación espantosa. Verás, aquí no existe la menor intimidad. De noche, entre los dos cuartos, sólo hay estas cortinas. Stanley se pasea en calzoncillos... Tengo que rogarle que cierre la puerta del baño...Estas groserías son innecesarias. Probablemente preguntarás por qué no me largo. Bueno, voy a hablarte con toda sinceridad: el sueldo de una maestra apenas alcanza para los gastos más indispensables. El año pasado no pude ahorrar un centavo, de modo que no me quedó más remedio que venir aquí a pasar el verano. Por eso tengo que aguantar al marido de mi hermana. Y él tiene que aguantarme, al parecer contrariando todos sus deseos...Sin duda Stanley te ha dicho que me detesta.


[24] MITCH: No creo que te deteste. BLANCHE: Me odia. De lo contrario no me insultaría. La primera vez que lo vi pensé: este hombre es mi verdugo, este hombre me destruirá a menos que... MITCH: Blanche... BLANCHE: ¿Si, querido? MITCH: ¿Puedo hacerte una pregunta? BLANCHE: La que tú quieras. MITCH: ¿Cuántos años tienes? BLANCHE: (Hace un gesto nervioso) ¿Por qué quieres saberlo? MITCH: Le he hablado de ti a mi madre y me preguntó: “¿Cuántos años tiene Blanche?” No pude contestarle. (Pausa.) BLANCHE: ¿Le hablaste de mí a tu madre? MITCH: Sí... BLANCHE: ¿Por qué? MITCH: Le dije a mi madre lo encantadora que eres y qué bien me caes. BLANCHE: ¿Fuiste sincero? MITCH: Sabes que sí. BLANCHE: ¿Por qué quería saber mi edad? MITCH: Mi madre está enferma. BLANCHE: Cuánto lo siento. ¿Es grave? MITCH: No vivirá mucho. Quizá es cuestión de meses. BLANCHE: Oh... MITCH: Le preocupa que no haya sentado cabeza. BLANCHE: Oh... MITCH: Quisiera que sentara cabeza antes de que ella... (Su voz se ha enronquecido, se aclara la garganta, se mueve nerviosamente de un lado a otro, mete y saca las manos de los bolsillos.) BLANCHE: La adoras, ¿No es cierto? MITCH: Si. BLANCHE: Creo que tienes una gran capacidad de amor. Cuando ella muera te vas a sentir muy solo, ¿verdad? (Mitch se aclara la garganta y asiente con la cabeza.) Comprendo lo que eso significa. MITCH: ¿Sentirse solo? BLANCHE: Yo también amé y perdí a la persona amada. MITCH: ¿Murió? (Ella va hasta la ventana, se sienta en el antepecho y se sirve otro trago.) ¿Era un hombre? BLANCHE: Era un muchacho, apenas un muchacho cuando yo era una jovencita. A los 16 años hice el gran descubrimiento: el amor. En forma repentina y total. Quizá fue demasiado. Fue como si te mostraran, bajo una luz cegadora, algo que siempre había estado en penumbra. Así el amor me iluminó el mundo. Pero tuve mala suerte. Me desilusioné. En aquel muchacho había algo distinto: un nerviosismo, una suavidad, una ternura que no parecían masculinas. Aunque no tenía nada de afeminado en su

aspecto, aquello siempre estaba presente. Vino a mí en busca de ayuda. Yo lo ignoraba. No encontré nada extraño hasta después de casarnos, cuando nos escapamos y volvimos y lo único que supe es que, de alguna manera misteriosa yo le había fallado y era incapaz de darle el auxilio que necesitaba pero del que no podía hablar. Estaba hundido en arenas movedizas y se aferró a mí. Pero en vez de sacarlo, resbalé y caí junto con él sin darme cuenta. No sabía nada; nada, excepto que lo amaba insoportablemente pero sin poder ayudarlo ni ayudarme a mí misma. Más tarde descubrí lo que pasaba. Lo descubrí en la más atroz de las formas posibles: al entrar de repente en una habitación creyendo que estaba desocupada. No, no estaba desocupada: había dos personas en ella: El muchacho con quien me casé y un hombre maduro que era su amigo desde hacía muchos años. (Se escucha el estruendo de un tren que se aproxima. BLANCHE se tapa los oídos y se dobla sobre sí misma. El faro de la locomotora ilumina la habitación a medida que pasa. Cuando el ruido se aleja BLANCHE se endereza lentamente y sigue hablando.) BLANCHE: Fingimos que yo no había visto nada. Sí, los tres fuimos en coche al casino del Moon Lake, muy ebrios y riéndonos durante todo el camino. (Suena música de polca en tono menor, débil a la distancia.) Bailamos la Varsoviana. De pronto, en pleno baile el muchacho con quien me había casado se apartó de mis brazos y salió corriendo del casino. Unos instantes después se escuchó un disparo. (La polca cesa abruptamente. BLANCHE se levanta en actitud rígida: entonces la polca vuelve a sonar en tono mayor.) Salí corriendo, todos corrimos y rodeamos aquella cosa terrible a orillas del lago. La multitud me impidió acercarme. Alguien me tomó del brazo. “No te acerques, regresa, no mires”. ¿Mirar? ¿Mirar qué? Entonces escuché voces que decían: “Allan, Allan, Allan Grey”. Se metió el revólver en la boca y disparó... De modo que su cabeza... Voló en pedazos. (Desfallece, se cubre el rostro.) Fue porque... en la pista de baile, incapaz de contenerme le dije: “Lo sé todo, lo vi todo, me das asco”. Y a partir de esa noche el resplandor que iluminaba él mundo se apagó de nuevo. Y desde entonces nunca, ni siquiera por un instante, ha habido para mí una luz más intensa que la de esa...vela.


[25] (MITCH se levanta torpemente y se acerca un poco a ella. Aumenta la polca. MITCH queda junto a BLANCHE.) MITCH: (Abrazándola lentamente) Tú necesitas a alguien y yo también necesito a alguien. Blanche... ¿crees que tú y yo...? (BLANCHE lo mira por un instante con la mirada perdida. Luego, con un grito apagado se acurruca en sus brazos. Intenta hablar pero los sollozos ahogan sus palabras. Lo besa en la frente, en los ojos y por último en los labios. Se desvanece la polca. BLANCHE aspira y exhala largos, agradecidos sollozos.)

STANLEY: Ya me lo han dicho y redicho un millón de veces. ¿Sabes que desde que llegó tu hermana nos ha contado puras mentiras? STELLA: No sé ni me... STANLEY: Pues sí, nos ha estado mintiendo. Pero ahora ya salieron a relucir las cosas. Hice algunos descubrimientos. STELLA: ¿Cuáles? STANLEY: Los que me sospechaba. Nada más que ahora tengo pruebas de buena fuente... Y las verifiqué. (En el baño BLANCHE canta una dulzona canción popular que se empleará como contrapunto de los parlamentos de STANLEY.)

BLANCHE: Hay veces... en que Dios... se hace visible. TELÓN ESCENA VII Anochecer a mediados de septiembre. Las cortinas están abiertas y la mesa puesta para una cena de cumpleaños con pastel y flores. En el momento en que entra STANLEY, STELLA concluye los arreglos. STANLEY: ¿Y esto? STELLA: Querido, es cumpleaños de Blanche. STANLEY: ¿En dónde está? STELLA: En el baño. STANLEY: (Como un remedo de Blanche) “¿Lavando mis cosas?” STELLA: Supongo. STANLEY: ¿Cuánto tiempo lleva en el baño? STELLA: Toda la tarde. STANLEY: (Parodiando otra vez) “¿Remojándome en la tina caliente?” STELLA: Sí. STANLEY: Hace un calor de casi cuarenta grados y ella se remoja en la tina caliente. STELLA: Dice que así queda fresca para la noche. STANLEY: Y tú vas corriendo a la farmacia a traerle sus cocas para servírselas en el baño a su majestad. (STELLA se encoge de hombros.) Siéntate un minuto. STELLA: Stanley, tengo mucho quehacer. STANLEY: Siéntate. Ya lo sé todo acerca de tu hermana. STELLA: Stanley, deja de hablar mal de Blanche. STANLEY: ¡Y pensar que esa mujer me llama corriente! STELLA: Últimamente has hecho lo imposible por molestarla, Stanley. Y Blanche es muy sensible. Debes comprender que Blanche y yo crecimos en condiciones muy diferentes a las tuyas.

STELLA: (A Stanley) Baja la voz. STANLEY: Canta como un pajarito ¿no? STELLA: Bueno, ahora hazme favor de decirme sin gritar lo que supuestamente descubriste acerca de mi hermana. STANLEY: Mentira número uno: Todo ese aire quisquilloso y delicado. Debías estar al tanto de las cosas que le ha hecho creer a Mitch. El pensaba que Blanche sólo se había dado besitos con los hombres. Pero la hermana Blanche no es una blanca paloma. Ja, ja. Vaya que no es una blanca paloma. STELLA: ¿Quién te lo dijo? ¿Qué te contaron? STANLEY: Un proveedor de la fábrica ha ido a Laurel durante años y años. Sabe cuánto hay que saber acerca de Blanche. Y también lo sabe todo el mundo en Laurel. Blanche es más famosa en el pueblo que el presidente de los Estados Unidos. Sólo que nadie la respeta. El proveedor suele alojarse en el hotel “Flamingo”. BLANCHE: (Cantando feliz) “Say, it's only a paper moon/ Sailing over a carboard sea/ But it wouldn't be make-believe/ If you believed in me.” (“Es sólo una luna de papel/ Navegando sobre un océano de oropel./ Pero si no crees en mí/ Ya no será oropel”). STELLA: ¿Qué tiene que ver el hotel "Flamingo"? STANLEY: Allí vivía Blanche. STELLA: Mi hermana vivía en Belle Revé STANLEY: Todo empezó cuando la mansión familiar se le escapó entre sus dedos de azucena. Entonces se metió al “Flamingo”. Un hotelucho de segunda que tiene la ventaja de no entrometerse en la vida íntima de los personajes que se hospedan en él. El "Flamingo" está acostumbrado a todo tipo de cosas. Pero hasta la gerencia quedó escandalizada con madame Blanche. Tanto los impresionó que la echaron y le dijeron que jamás volverían a permitirle la entrada. Esto ocurrió quince días antes de su aparición en nuestra casa. BLANCHE: (Cantando) “It's a Barnum and Bailey world,/ Just as phony as it can be./ But it wouldn't be make-believe / If you believed in me”. (“Es un


[26] mundo de carnaval. / Más falso no puede ser/ Pero si crees en mí/ Ya no será oropel”). STELLA: Son mentiras, calumnias despreciables. STANLEY: Claro, me imaginé qué mal te iba a sentar. Blanche te vio la cara y se la vio también al pobre Mitch. STELLA: Son cuentos. No es verdad una sola palabra de lo que te contaron. Si yo fuera hombre y un monstruo se atreviera a inventar esas cosas en mi presencia... BLANCHE: (Cantando) “Without your love, / It's a honky-tonk parade! / Without your love / It's a melody played in a penny arcade...” (“Sin tu amor/Es un mundo de carnaval./ Sin tu amor/la comparsa no tiene fin”.) STANLEY: Mi amor, te dije que verifiqué cuidadosamente todos estos rumores. Todavía no acabo. El problema de madame Blanche fue que en Laurel ya no pudo seguir representando su farsa. A la segunda o tercera vez que salían con ella, los hombres se daban cuenta de todo y huían. Entonces Blanche buscaba otro incauto para engatusarlo con las mismas palabras, la misma farsa, las mismas patrañas. Pero como el pueblo es muy pequeño esto no pudo continuar eternamente. Con el paso del tiempo, Blanche se convirtió en uno de los grandes personajes locales. La consideraban no sólo rara sino absolutamente chiflada, loca de remate. (Stella retrocede.) Y desde hace uno o dos años la han mantenido a distancia como si fuera veneno. Por eso está aquí, por eso ha llegado en plan de alteza real que se digna visitar a sus vasallos. Ha venido a montar su teatrito porque el alcalde de Laurel prácticamente la echó del pueblo. ¿Sabías que en los alrededores hay un campamento militar y que la habitación de tu hermana era uno de los sitios más concurridos por los soldados? BLANCHE: (Cantando) “It's only a paper moon,/ Just as phony as it can be/ But it wouldn't be make believe / If you believed in me!” STANLEY: Bueno, hasta aquí lo que concierne a su refinamiento y a su modo tan especial de ser. Lo cual nos lleva a la segunda mentira. STELLA: Me niego a seguir escuchándote. STANLEY: Blanche no va a regresar a su escuela. Es más, te apuesto a que ni siquiera tiene intenciones de volver a Laurel. No pidió licencia en la secundaria a causa de sus nonios. ¡Qué va! Ni pidió licencia ni renunció: la echaron a patadas antes de que acabara el curso. Me duele decirte por qué razón tuvieron que hacerlo: Blanche se había enredado con un alumno de diecisiete años. BLANCHE: (Sigue cantando) “It's a Barnum and Bailey world,/ Just as phony as it can be...” (En el baño se escucha más fuerte el correr del agua. Hay grititos y estallidos de risa como si un niño se divirtiera bañándose.) STELLA: Todo esto me da náuseas.

STANLEY: El padre del muchachito se enteró y fue a hablar con el director de la escuela. Cómo me hubiera gustado estar en la oficina cuando llamaron a madame Blanche para cantarle sus cuatro verdades. Me hubiera encantado verla tratando de escurrirse del lío en que se metió. Pero esta vez la agarraron con las manos en la masa y no pudo zafarse el anzuelo. Le dijeron que lo mejor que podía hacer era cambiar de aires rápidamente. Haz de cuenta que la expulsaron por decreto. (Se abre la puerta del baño. BLANCHE asoma la cabeza envuelta en una toalla.) BLANCHE: Stella. STELLA: (Débilmente) Dime, Blanche. BLANCHE: ¿Me prestas otra toalla para que acabe de secarme el pelo? STELLA: Ahí voy. (Con aire de aturdimiento, va a sacar la toalla del clóset y se la da a BLANCHE.) BLANCHE: ¿Qué te pasa, querida? STELLA: No, nada. ¿Por qué? BLANCHE: Tienes una expresión rarísima. STELLA: (Trata de reír) No...Bueno, es que estoy cansada. BLANCHE: ¿Por qué no te das un baño en cuanto termine? STANLEY: (Desde la cocina) Pero ¿es que piensas terminar de bañarte algún día? BLANCHE: Me tardo menos de lo que crees. Enséñale a tu alma la virtud de la paciencia. STANLEY: No se trata de mi alma sino de mis riñones. (BLANCHE da un portazo. STANLEY ríe roncamente. STELLA regresa lentamente a la cocina.) STANLEY: Bueno ¿qué piensas de todo esto? STELLA: No creo en esas historias y me parece que el proveedor fue mezquino y canalla al contártelas. Mira, es posible que haya algo de verdad. Mi hermana siempre ha hecho cosas que desapruebo y que causaron muchos sufrimientos a nuestra familia. Ella siempre ha sido... veleidosa. STANLEY: ¿Veleidosa? STELLA: Es que cuando era joven, muy joven se casó con un muchacho que escribía poemas... Era guapísimo. Creo que Blanche no sólo lo adoraba sino que veneraba el suelo que él pisaba. Lo adoraba y lo veía demasiado perfecto para ser humano. Pero luego descubrió... STANLEY: ¿Qué? STELLA: Que aquel muchacho tan guapo y talentoso era un degenerado. Esta información ¿no te la dio tu proveedor? STANLEY: Sólo hablamos de cosas recientes. Eso debe haber pasado hace mucho tiempo. ¿No?


[27] STELLA: Si, hace mucho tiempo. (STANLEY se acerco a ella y la toma muy suavemente de los hombros. Con la misma suavidad ella se aparta. Automáticamente STELLA empieza a clavar velitas rosadas en el pastel.) STANLEY: ¿Cuántas velas vas a ponerle a ese pastel? STELLA: Me detendré al llegar a veinticinco. STANLEY: ¿Invitaste a alguien? STELLA: Invitamos a Mitch a comer pastel con helado. (STANLEY se ve incómodo. Enciende un cigarro con la colilla del otro.) STANLEY: Mejor no esperes a Mitch. (STELLA no deja de insertar las velitas y lentamente se vuelve a mirar a STANLEY.) STELLA: ¿Por qué? STANLEY: Mitch es mi amigo. Estuvimos en el mismo regimiento: el 241 de ingenieros. Trabajamos en la misma fábrica y ahora estamos en el mismo equipo de boliche. ¿Crees que me atrevería a mirarlo a la cara si...? STELLA: Stanley, Stanley Kowalski, ¿fuiste capaz de decirle, de contarle...? STANLEY: Claro que le conté. Me hubiera remordido la conciencia para siempre si sabiendo todo eso hubiese dejado que atraparan a mi mejor amigo. STELLA: Entonces Mitch, ¿no volverá a verla? STANLEY: ¿Tú qué harías si estuvieras en su lugar? STELLA: Lo que te pregunté es si Mitch rompió con ella. (La voz de BLANCHE se levanta de nuevo, serena como una campana. Canta: "But it wouldn't be make-believe / if you believe in me...")

STANLEY: Viajará en autobús. No hay de otra. STELLA: No, no irá. STANLEY: Irá. Punto. Posdata: se va el martes. STELLA: (Lentamente) ¿Qué...hará? ¿Qué demonios va a hacer? STANLEY: Su futuro está asegurado. STELLA: ¿Qué quieres decir? (BLANCHE canta.) STANLEY: Ándale canarito, con un carajo, ¡SALTE DEL BAÑO! (Se abre la puerta del baño y aparece BLANCHE con una alegre carcajada, pero cuando STANLEY se acerca a ella y pasa a su lado un gesto de terror aparece en su rostro. STANLEY ni siquiera la mira pero da un portazo cuando se mete en el baño. BLANCHE, mientras toma un cepillo para el pelo.) BLANCHE: Ah, me siento tan bien después de mi largo baño caliente. Tan bien, tan fresca y tan descansada. STELLA: (Triste y dudosamente desde la cocina) Qué bueno, Blanche. BLANCHE: (Cepillándose vigorosamente) Sí, me siento tan refrescada. (Hace sonar los hielos en su vaso de jaibol.) Un baño caliente y un buen trago frío me dan siempre una nueva perspectiva de la vida. (Mira por las cortinas entreabiertas a STELLA, que está de pie entre ellas, y lentamente BLANCHE deja de cepillarse.) Algo ha pasado, ¿qué fue? STELLA: (Alejándose rápidamente) No ha pasado nada, Blanche. BLANCHE: Mientes: algo pasó. (Mira temerosamente a STELLA, que pretende estar ocupada en poner la mesa. El piano distante concluye en un final febril.) TELÓN ESCENA VIII

STANLEY: Bueno, no creo que pueda decirse que no volverá a verla; simplemente que está al tanto. STELLA: Stanley, ella creía que Mitch iba...iba a casarse con ella. Yo también lo esperaba. STANLEY: Pues no, no va a casarse con ella. Tal vez iba, pero ahora no va a meterse en la jaula de los leones. (Se levanta.) Blanche, ¿serías tan amable de dejarme entrar en mi baño? BLANCHE: Sí señor, claro que sí. ¿Podría esperar un segundo a que me seque? STANLEY: Ya que he esperado una hora, bien puedo esperar un segundo. STELLA: Y si Blanche se quedó sin trabajo, ¿qué va a hacer entonces? STANLEY: A partir del martes ya no estará aquí, lo sabes, ¿no es cierto? Para asegurarme, yo mismo le compré el boleto: un pasaje de autobús. STELLA: En primer lugar, Blanche no querrá viajar en autobús.

Tres cuartos de hora más tarde. La visión a través de los ventanales se desvanece gradualmente en un crepúsculo todavía dorado. Una antorcha de luz solar brilla junto a un gran tanque de agua o un depósito de petróleo en el lote baldío que está hacia la zona comercial salpicada de ventanas encendidas o que reflejan el crepúsculo. Los tres personajes concluyen una patética cena de cumpleaños. STANLEY se ve sombrío; STELLA incomodísima y triste. BLANCHE tiene una sonrisa rígida y artificial en su rostro tenso. En la mesa hay un cuarto lugar que se quedó vacío. BLANCHE: (De repente) Stanley, cuéntanos un chiste, algo divertido que nos haga reír. No sé que nos pasa... Todos estamos tan solemnes. ¿Será porque mi galán me dejó plantada? (STELLA ríe débilmente.) Es la primera vez en


[28] toda mi experiencia con hombres —y he tenido que vérmelas con toda clase de tipos— en que realmente alguien me deja plantada. Ja, ja, no sé cómo tomarlo. Cuéntanos un chistecito, Stanley, algo que nos anime. STANLEY: No sabía que te gustaban mis chistes, Blanche. BLANCHE: Me gustan cuando son divertidos, no cuando son indecentes. STANLEY: No me sé ninguno lo bastante refinado para tu gusto. BLANCHE: Entonces déjame contarlo. (La música se desvanece.) STELLA: Sí, cuéntalo, Blanche. Tú te sabías muchos muy buenos. BLANCHE: Déjenme ver. Tengo que revisar mi repertorio. Ah, sí, me encantan los de pericos. ¿Les gustan los de pericos? Bueno, este es el de una solterona dueña de un perico groserísimo que conocía más expresiones vulgares que el señor Kowalski. STANLEY: ¡Bah! BLANCHE: Y el único modo de callarlo era ponerle una capucha a su jaula para que el perico se durmiese creyendo que había caído la noche. Bueno, pues una mañana la solterona apenas acababa de quitarle la capucha a la jaula cuando llegó, ¿quién creen ustedes?: El predicador. Entonces ella corrió a tapar al perico y fue a recibir al predicador. Mientras conversaban, el perico permaneció totalmente quieto, silencioso como un ratón. Pero ella le preguntó al predicador cuánta azúcar quería en su café, y el perico rompió el silencio gritando: “¡Coño, qué poco me duró este pinche día!” (BLANCHE echa hacia atrás la cabeza y ríe. Stella también se esfuerza en vano por parecer alegre. STA NLE Y no presta atención al chiste pero se arroja sobre la mesa para tomar con un tenedor una chuleta sobrante que devora sin cubiertos.) BLANCHE: Al parecer mi chiste no le gustó al señor Kowalski. STELLA: El señor Kowalski está ocupadísimo tragando como un cerdo y no puede pensar en ninguna otra cosa. STANLEY: Correcto, nena. STELLA: Tienes la cara y los dedos llenos de manteca. Ve a lavarte y ayúdame a levantar la mesa. (STANLEY toma su plato y lo arroja al suelo.) STANLEY: Así te voy a limpiar la mesa. (La toma por el brazo.) No me vuelvas a hablar en esa forma: “cerdo”, “polaco”, “vulgar”, “repugnante”, “cochino”. Estoy harto de oír estas palabras en tu boca y en la de tu hermana. ¿Quién demonios se han creído ustedes que son? ¿Un par de reinas? Recuerden lo que dijo Huey Long: “Todo hombre es un rey”. Aquí

yo soy el rey y no lo olviden. (Arroja una taza y un plato al suelo.) Ya limpié mi lugar, ¿quieren que limpie también el de ustedes? (STELLA comienza a llorar débilmente. STANLEY sale con pasos furibundos al porche y enciende un cigarro. Se escucha a los músicos negros de a la vuelta.) BLANCHE: Stella ¿qué pasó mientras me estaba bañando? ¿Qué te contó? STELLA: Nada, nada, nada. BLANCHE: Supongo que te dijo algo sobre Mitch y sobre mí. Tú sabes por qué no vino Mitch pero no quieres decírmelo. (Stella mueve la cabeza con gesto de impotencia.) Voy a llamarlo. STELLA: Yo que tú no lo haría, Blanche. BLANCHE: Pues yo voy a llamarlo. STELLA: (Tristísima) Preferiría que no lo hicieras. BLANCHE: Necesito que alguien me explique. (Va rápidamente hacia el teléfono en el dormitorio. STELLA sale al porche y mira recriminatoriamente a su marido. STANLEY gruñe y le da la espalda.) STELLA: Mira tu obra: ya estarás contento. En mi vida me costó tanto trabajo pasar un bocado viendo la cara de esta muchacha y la silla vacía. BLANCHE: (En el teléfono) ¿Sí? Con el señor Mitchell, por favor... Ah. ¿Puedo dejarle mi número? Magnolia 90-47. Dígale que es muy urgente. Sí, muy urgente. Gracias. (Permanece junto al teléfono con mirada perdida y de terror. STANLEY se vuelve lentamente hacia su mujer y la abraza torpemente.) STANLEY: Stella, todo se compondrá cuando Blanche ya no esté y haya nacido el niño. Todo volverá a marchar bien entre tú y yo, como antes. ¿Te acuerdas cómo era nuestra vida? ¿Las noches que pasábamos juntos? Dios mío, qué maravilla será poder hacer ruido de noche, como antes, y prender las luces de colores sin que ninguna hermana esté oyéndonos detrás de las cortinas. (Los vecinos de arriba empiezan a reír casi bramando. STANLEY ríe:) STANLEY: Steve y Eunice. STELLA: Vamos a entrar. (Entra en la cocina y comienza a encender las velitas del pastel.) Blanche. BLANCHE: Ya voy... (Va del dormitorio a la mesa.) Ay qué hermosas velitas. No las quemes, Stella. STELLA: Para eso son.


[29] (STANLEY entra.) BLANCHE: Guárdalas para los cumpleaños del niño. Espero que en su vida brille la luz y que sus ojos sean como velas; como dos velas azules encendidas en un pastel blanco. STANLEY: (Sentándose) Qué poético. BLANCHE: (En una pausa reflexiva) No debí llamarlo. STELLA: Pueden haber pasado muchas cosas. BLANCHE: No hay excusa, Stella. No tengo por qué soportar insultos. No debe tratarme como si fuera su esclava. STANLEY: Qué calor hace aquí con los vapores de ese baño. BLANCHE: Ya me disculpé tres veces. (El piano se desvanece.) Tomo baños calientes para mis nervios. Es lo que llaman hidroterapia. Tú, polaco saludable, sin un nervio en tu cuerpo, naturalmente ignoras lo que significa la ansiedad. STANLEY: No soy polaco. Polacos son los que nacen en Polonia. Pero yo soy norteamericano ciento por ciento. Nacido y criado en el país más grande del mundo y orgullosísimo de ello. De modo que tío vuelvas a llamarme polaco. (Suena el teléfono. BLANCHE se levanta expectantemente.) BLANCHE: Seguro que es para mí. STANLEY: No estés tan segura, quédate sentada. (Va lentamente hacia el teléfono.) ¿Sí? Ah, sí, que tal, Mac. (Se reclina en la pared y contempla insultantemente a BLANCHE. Ella se hunde en su silla con mirada de terror. STELLA se inclina y le toca el hombro.) BLANCHE: No me toques, Stella. ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras con aire compasivo? STANLEY: (Aullando) ¡Ya cállense...! (Al teléfono.) Perdona: tenemos aquí metida a una vieja escandalosa. ¿Qué decías, Mac? ¿En el boliche de Riley? No, no quiero jugar allí. La semana pasada tuve un problema con Riley. Soy el capitán del equipo, ¿no? Bueno, entonces mejor jugamos en el "Gala" o en el "West Side"... Muy bien, Mac. Nos vemos. (Cuelga y vuelve a la mesa. BLANCHE trata de dominarse bebiendo agua de su vaso. El no la mira, pero mete la mano en su bolsillo. Luego habla lentamente y con fingida amabilidad.) STANLEY: Hermana Blanche, le tengo un recuerdito de cumpleaños.

BLANCHE: ¿De verdad, Stanley? No esperaba ninguno. Yo... no sé por qué Stella quiere celebrar mi cumpleaños... Cuando una llega a los veintisiete, la edad es un tema que prefiere ignorar. STANLEY: ¿Veintisiete? BLANCHE: (Rápidamente) ¿Qué es? ¿Es para mí? (STANLEY le muestra un sobrecito.) STANLEY: Sí, espero que te guste. BLANCHE: Pero, pero, pero es... STANLEY: Un boleto de regreso a Laurel... En Greyhound para el martes. (La música de la “Varsoviana” se introduce suavemente y continúa sonando. Stella se levanta abruptamente y da la espalda, BLANCHE trata primero de sonreír y luego de reír. Después renuncia a ambas cosas. Se levanta de la mesa y corre al dormitorio. Se lleva la mano a la garganta y enseguida se lanza hacia el baño se escuchan toses y ahogos.) STANLEY: Bueno... STELLA: No había ninguna necesidad de llegar a esto. STANLEY: Ya he aguantado bastante, ¿no crees? STELLA: No tenías por qué ser tan cruel con alguien tan indefenso como ella. STANLEY: Sí, es muy delicadita. STELLA: Lo es. Lo fue. Tú no la conociste cuando niña. Nadie fue más tierna y confiada que Blanche; pero gente como tú la maltrató y la obligó a cambiar. (Él entra en el dormitorio, se quita la camisa y se pone una brillante camisa de boliche, STELLA lo sigue.) STELLA: ¿Y ahora te largas a jugar boliche? STANLEY: Pues claro... STELLA: No irás. (Lo toma por la camisa.) ¿Por qué le hiciste eso? STANLEY: No le he hecho nada a nadie. Suéltame. Ya me rompiste la camisa. STELLA: Quiero saber por qué, dime por qué. STANLEY: Cuando yo y tú nos conocimos te parecí vulgar. Tenías toda la razón, nena. Yo era vulgar como la mugre. Me enseñaste una foto de la casa de las columnas. Yo te bajé de esas columnas y cómo te encantó ver brillar las luces de colores. ¿Acaso no fuimos felices? ¿Acaso no marchó todo bien hasta que ella apareció aquí? (STELLA hace un leve movimiento. Súbitamente su mirada parece ir hacia adentro, como si una voz interior la llamara por su nombre. Comienza un lento proceso de arrastrar los pies del dormitorio a la cocina, apoyándose con mirada ciega en el respaldo de las sillas y después en los bordes de la mesa. STANLEY, arreglándose la camisa, no se da cuenta de la reacción de STELLA.)


[30] STANLEY: ¿Acaso no fuimos felices juntos? ¿No estuvo todo bien hasta que apareció tu hermana con sus grandes pretensiones y vino a decirte que tu marido era un gorila? (De pronto advierte lo que le sucede a STELLA.) Oye, ¿qué te pasa, Stella? (Se acerca a ella.) STELLA: (Serenamente) Llévame al hospital. (Él y ella están juntos ahora. Ella se apoya en su brazo y STANLEY le dice palabras inaudibles mientras salen a la calle.)

te perdono porque verte es un alivio. Detuviste la polca que resonaba en mi cabeza. ¿Alguna vez te ha sucedido que algo se te quede encerrado en la mente? No, por supuesto que no: con esa facha de angelote, nada malo puede anidar en tu mente. MITCH: ¿Tiene que estar prendido el ventilador? BLANCHE: No. MITCH: No me gustan los ventiladores. BLANCHE: Entonces lo apagamos, querido. No soy fanática de ellos. (Aprieta un botón y el ventilador se va parando. Ella se aclara incómodamente la garganta mientras MITCH se acuesta en la cama y enciende un cigarro.)

TELÓN ESCENA IX La noche del mismo día, un poco más tarde. Blanche está en una incómoda posición arqueada en una silla del dormitorio que ella ha recubierto con bandas diagonales verdes y blancas. Tiene puesta su bata de satín escarlata. En la mesa, junto al sillón, hay una botella de licor y un vaso. Se escucha rápida y febril la polca "La Varsoviana". La música está en su mente. BLANCHE bebe para escapar de esa música y de la sensación de desastre que se cierne sobre ella. Parece susurrar la letra de la canción. Un ventilador va y viene. MITCH da vuelta a la esquina en ropa de trabajo, camisa y pantalones de mezclilla azul. No se ha afeitado. Sube los escalones y toca el timbre. BLANCHE se sobresalta.

BLANCHE: No sé qué puedo ofrecerte de beber. No he... visto que hay. MITCH: No quiero tomar licor de Stan. BLANCHE: No es de Stan. No todo lo que hay aquí es de Stan. En realidad muchas cosas que hay en este departamento son mías. ¿Cómo sigue tu mamá? ¿Ya está mejor? MITCH: ¿Qué? BLANCHE: Algo pasa esta noche pero no te preocupes. No voy a interrogarte como si fueras un testigo; sólo (se toca la frente, recomienza la polca) fingiré que no advierto nada distinto en ti. ¡Ay, esa música de nuevo! MITCH: ¿Cuál música? BLANCHE: “La Varsoviana”. La polca que tocaban cuando Allan... Espérate.

BLANCHE: ¿Quién es? MITCH: (Roncamente) Yo, Mitch.

viada.)

(Cesa la música de polca.) BLANCHE: Un momento. (BLANCHE se apresura frenéticamente a abrirle, pero antes guarda la botella en el clóset, se detiene ante el espejo, se polvea y se pone agua de colonia. Se halla tan exaltada que su respiración se escucha mientras va rápidamente a la puerta de la cocina y la abre para que entre MITCH.) BLANCHE: Mitch, ¿sabes? No debía dejarte entrar después de la forma en que me has tratado esta noche. ¡Fuiste tan poco caballeroso! Pero ¿cómo estás, guapo? (Le ofrece sus labios. El no la besa y la hace a un lado para entrar. Ella lo mira temerosa mientras entra en el dormitorio.) BLANCHE: Válgame Dios, qué indiferencia y qué aspecto tan tosco. Caramba, ni siquiera te rasuraste. Insulto imperdonable para una dama. Pero te perdono,

(Se escucha a la distancia un disparo de revólver. BLANCHE parece aliBLANCHE: El disparo. Siempre se oye el disparo y después la música cesa. (La polca vuelve a morir.) Sí, ya no se oye. MITCH: ¿Estás delirando, Blanche? BLANCHE: Veré qué puedo encontrarte para... (Va hacia el clóset y finge buscar la botella.)A propósito, perdóname por no estar vestida, pero ya no te esperaba. ¿Se te olvidó que estabas invitado a cenar? MITCH: No quería volver a verte. BLANCHE: Un momento, no te oigo y hablas tan poco que cuando lo haces no quiero perderme una sílaba... ¿Qué estoy buscando? Ah sí, el licor... Esta noche ha habido aquí tanta agitación que me siento de lo más confusa. (Finge haber encontrado repentinamente la botella.) Encontré algo. ¿Qué tal estará? MITCH: (Sube un pie a la cama y la mira con desprecio.) Si no lo sabes, debe ser una botella de Stan. BLANCHE: Baja el pie de la cama. La colcha está recién lavada. Por supuesto los hombres nunca se dan cuenta de esas cosas... Desde que llegué he mejorado este departamento como no te imaginas. MITCH: Claro que sí.


[31] BLANCHE: Tú lo conociste antes de que llegara. Bueno, pues míralo ahora. El cuarto está casi elegante. Quiero conservarlo así. Me pregunto si esta bebida debe mezclarse con algo. Hum, es dulce, demasiado dulce, terriblemente dulce. Es un licor de sobremesa. Sí, es un cordial. (Mitch gruñe.) Me temo que no te va a gustar, pero pruébalo a lo mejor te gusta. MITCH: Ya te dije que no quiero licor de Stan y hablo en serio. No debes tocarlo. Stanley dice que te has pasado el verano sorbiéndole su licor a lengüetadas ' como un gato. BLANCHE: Qué afirmación tan absurda. Es absurdo que él lo diga y tú lo repitas. Ni siquiera puedo contestar a una acusación tan vulgar porque sería ponerme a su nivel. MITCH: Ugh. BLANCHE: ¿En qué piensas? Veo algo en tus ojos. MITCH: (Levantándose) Está muy oscuro. BLANCHE: Me encanta la oscuridad. Me consuela. MITCH: Creo que nunca te he visto bajo la luz. (Blanche ríe sin aliento.) Sí, nunca te he visto. BLANCHE: ¿De veras? MITCH: Nunca te he visto a la luz del día. BLANCHE: ¿De quién es la culpa? MITCH: Nunca quieres salir de tarde. BLANCHE: Claro que no, Mitch: por las tardes trabajas en la fábrica. MITCH: No los domingos. A veces te he pedido que salgamos en domingo pero siempre encuentras excusas. Jamás quieres salir conmigo antes de las seis y siempre vamos a un lugar poco iluminado. BLANCHE: Hay en tus palabras una intención que no capto. MITCH: Quiero decir que nunca te he visto bien a bien, Blanche. Vamos a prender la luz. BLANCHE: (Temerosa) ¿Luz? ¿Cuál luz? ¿Para qué? MITCH: El foco que tiene puesto ese papel. (Arranca la pantalla de la bombilla. Ella da un grito aterrado.) BLANCHE: ¿Por qué lo hiciste? MITCH: Para poder verte bien y claramente. BLANCHE: Por supuesto no te propones ser ofensivo. MITCH: No, nada más realista. BLANCHE: No quiero realismo. Quiero magia. (MITCH se ríe.) Sí, sí, magia. Trato de darle eso a la gente, tergiverso las cosas, no digo la verdad, sino lo que debería ser verdad. Si eso es pecado, que me condenen por él. —No enciendas la luz. (MITCH va hacia el interruptor, enciende la luz y la observa. Ella grita y se cubre el rostro. MITCH apaga la luz.) MITCH: (Lenta y amablemente) No me importa que seas más vieja de lo que pensaba; pero todo lo demás —Dios mío. Toda esa farsa, todo ese numerito

sobre tus ideales a la antigua y la sarta de imbecilidades con que me has estado aturdiendo todo el verano. Claro, sabía que cumpliste dieciséis años hace ya mucho tiempo. Pero fui lo bastante imbécil para creer que eras decente. BLANCHE: ¿Quién te dijo que yo no era... “decente”? ¿Mi afectuoso cuñado? Y tú le creíste. MITCH: Al principio le dije que era un mentiroso. Luego comprobé lo que Stanley me había contado. En primer lugar, le pregunté a nuestro proveedor que se ocupa de Laurel. En seguida llamé por larga distancia a ese comerciante. BLANCHE: ¿Cuál comerciante? MITCH: Kiefaber. BLANCHE: Kiefaber, el comerciante de Laurel. Sé quién es: me hizo proposiciones deshonestas. Lo puse en su lugar. Ahora se venga inventando calumnias. MITCH: Tres personas: Kiefaber, Stanley y Shaw, me juraron que decían la verdad. BLANCHE: Los tres cochinitos revolcándose en su chiquero. ¡Y qué chiquero! MITCH: ¿No viviste en el hotel “Flamingo”? BLANCHE: ¿“Flamingo”? No: se llama “Tarántula”. Viví en un hotel llamado “Tarántula”. MITCH: (Estúpidamente) ¿“Tarántula”? BLANCHE: Sí, una araña gigantesca. Era la red en que atrapaba a mis víctimas. (Se sirve otra copa.) Sí, me acosté con muchos extraños. Después de la muerte de Allan, acostarme con extraños era lo único que podía hacer para llenar mi corazón desierto. Creo que fue el pánico, simplemente el pánico, lo que me llevó de uno a otro en busca de protección; aquí y allá; en los lugares más inverosímiles. Terminé buscándola en un niño de diecisiete años pero alguien escribió al director de la secundaria: “Esta mujer carece de solvencia moral para ocupar el puesto que desempeña”. (Arroja hacia atrás la cabeza con risa convulsiva y sollozante. Luego repite:) “Esta mujer carece de solvencia moral para ocupar el puesto que desempeña”. (Jadea y bebe.) ¿Era verdad? Supongo que sí. De algún modo carezco de solvencia moral. Va qué importa. Así pues, vine a casa de mi hermana. ¿A qué otro lugar podía ir? Estaba acabada. ¿Tú sabes lo que significa estar acabada? Mi juventud se había esfumado de pronto, como el chorro del surtidor se deshace en el agua de una fuente. Y...te conocí. Me dijiste que necesitabas a alguien. Yo también necesitaba a alguien. Le di gracias a Dios por haberte encontrado, porque parecías tan bondadoso: una concavidad en la roca del mundo, un hueco en que podía refugiarme. Supongo que pedía demasiado, esperaba demasiado. Kiefaber, Stanley y Shaw ataron un bote de hojalata al cometa y no pudo elevarse. (Hay una pausa. Mitch la observa estúpidamente.) MITCH: Me engañaste, Blanche. BLANCHE: No digas que te engañé.


[32] MITCH: Me dijiste mentiras, puras mentiras. BLANCHE: No en mi interior. Mi corazón no te mintió jamás. (La VENDEDORA MEXICANA da vuelta a la esquina. Es una ciega envuelta en un rebozo negro que carga ramos de esas flores de hojalata que los mexicanos humildes despliegan en sus funerales y otras ocasiones. Su llamado es apenas audible. Su figura casi no se ve afuera de la casa.) MEXICANA: Flores. Flores para los muertos. Flores. Flores. BLANCHE: ¿Qué es eso? Oh, hay alguien afuera (Sale, abre y mira a la MEXICANA que está a la puerta y le ofrece flores.) BLANCHE: (Aterrada) No. No. Ahora no. Ahora no. (Vuelve a toda velocidad de nuevo hacia la calle repitiendo su pregón:) “Flores para los muertos”.

después MITCH se levanta de la cama y va a su lado. Se desvanece la música de polca. MITCH pone sus manos en la cintura de BLANCHE y trata de obligarla a volverse hacia él.) BLANCHE: ¿Qué quieres? MITCH: (Intentando abrazarla) Lo que he esperado todo el verano. BLANCHE: Entonces cásate conmigo. MITCH: No, ya no quiero casarme contigo. BLANCHE: ¿No? MITCH: (Dejando caer las manos que enlazaban la cintura de Blanche) No eres pura, no podrías vivir bajo el mismo techo que mi madre. BLANCHE: Entonces, lárgate. (El mira fijamente.) Vete de aquí inmediatamente, antes que empiece a gritar “fuego”. (Su garganta está congestionada de histeria.) Lárgate de aquí antes que empiece a gritar “fuego”. (El sigue mirándola. De pronto ella corre hacia el ventanal en que se recorta el azul-pálido de la suave luz del verano y grita salvajemente):

(La música de polca recomienza.) BLANCHE: ¡Fuego, fuego, fuego! BLANCHE: (Como para sí misma) Desmoronamiento y evanescencia, remordimiento y recriminación... “Si hubieses hecho esto, no me hubiera costado tanto aquello...” MEXICANA: Coronas para los muertos. Coronas. BLANCHE: Herencias. Ah...y otras cosas, por ejemplo fundas de almohadas manchadas de sangre. “Hay que cambiar la ropa de esa cama”. “Sí, mamá; pero ¿no podríamos pagarle a una negrita para que lo hiciera?” No, claro que no podíamos pagarle, lodo se había perdido menos... MEXICANA: Flores. BLANCHE: ...menos la muerte. Yo me sentaba aquí, ella ahí. La muerte estaba tan cercana como tú...Ni siquiera nos atrevíamos a itir que habíamos oído hablar de ella. MEXICANA: Flores para los muertos. Flores, flores. BLANCHE: Lo opuesto de la muerte es el deseo. ¿Lo dudas? ¿Cómo es posible que lo dudes? No muy lejos de Belle Rêve, antes de que la perdiéramos, había un campamento donde entrenaban reclutas. Los sábados por la noche iban al pueblo a emborracharse. MEXICANA: (Quedamente) Coronas... BLANCHE: ...y antes de volver al campamento se acercaban tambaleantes a mi jardín y me llamaban: “Blanche, Blanche”. La vieja sorda, la única que había quedado no sospechaba nada. Pero a veces yo respondía a sus llamados... Más tarde el camión de la policía militar los iba recogiendo como margaritas... para emprender el largo regreso al campamento...

(Con un jadeo, MITCH sale por la puerta de la calle; ruidosa y torpemente baja los peldaños y desaparece por la esquina. BLANCHE se aparta tambaleante de la ventana y cae de rodillas. El piano distante suena lento y melancólico.) TELÓN ESCENA X La misma noche, algunas horas después. BLANCHE ha estado bebiendo casi ininterrumpidamente desde que MITCH se fue. Ha arrastrado su baúl hasta el centro del dormitorio. Está abierto y rebosa de vestidos estampados. A medida que bebía y empacaba la fue dominando una exaltación histérica y se ha puesto un traje de noche de satín blanco, hasta cierto punto sucio y arrugado, y un par de zapatos plateados con falsos brillantes en los tacones. Ahora se está poniendo una diadema frente al espejo del tocador y murmura excitadamente como si la escuchara un grupo de iradores espectrales. BLANCHE: ¿Qué les parece si vamos a nadar a la luz de la luna en la cantera abandonada? ¿Hay alguien que sepa manejar y no esté borracho? Ja, ja. Es la mejor manera de ahuyentar los zumbidos de la cabeza; pero tengan cuidado al zambullirse en la parte honda porque si se golpean con una roca no volverán con vida a la superficie.

(La MEXICANA se vuelve lentamente y desaparece con sus suaves gritos luctuosos. BLANCHE va al tocador y se inclina sobre él. Un momento Tennessee Williams Un tranvía llamado Deseo

[33] (Temblorosamente alza el espejo de mano para verse de cerca. Respira hondo y estrella el espejo con tal violencia que lo rompe. Se queja e intenta levantarse. STANLEY da vuelta a la esquina. Aún lleva puesta la camisa de seda con que juega boliche. Comienza a oírse la música de segundo orden que continuará tenuemente a lo largo de la escena. STANLEY entra en la cocina dando un portazo. Al descubrir a BLANCHE lanza un leve silbido. Rumbo a su casa bebió unas copas y trae consigo botellas de cerveza.) BLANCHE: ¿Cómo está mi hermana? STANLEY: Todo va muy bien. BLANCHE: ¿Y el bebé? STANLEY: (Sonriendo amablemente) El bebé no llegará antes de la mañana, de modo que me mandaron a descansar un rato. BLANCHE: ¿Quieres decir que vamos a quedarnos solos toda la noche? STANLEY: Sí, yo y tú, Blanche. A menos que tengas a alguien escondido bajo la cama. ¿Para qué te has puesto todos esos plumajes? BLANCHE: Ah, claro, es que saliste antes que me llegara el telegrama. STANLEY: ¿Recibiste un telegrama? BLANCHE: Sí, de un viejo irador. STANLEY: ¿Buenas noticias? BLANCHE: Naturalmente: una invitación. STANLEY: ¿Para un baile de disfraces? BLANCHE: (Echando la cabeza hacia atrás) No: para un crucero en yate por el Caribe. STANLEY: ¡Mira nada más! Quién se lo hubiera imaginado. BLANCHE: Es la mayor sorpresa de mi vida. STANLEY: Supongo. BLANCHE: Llegó como caído del cielo. STANLEY: ¿De quién dijiste que era el telegrama? BLANCHE: De un antiguo pretendiente. STANLEY: ¿El mismo que te regaló los zorros? BLANCHE: El señor Shep Huntleigh. Cuando éramos compañeros en la universidad me dio su anillo. No habíamos vuelto a vernos hasta que en la pasada Navidad nos encontramos en el bulevar Biscayne. Después, justamente ahora, me manda un telegrama para invitarme a un crucero por el Caribe. Mi problema es la ropa. Corrí al baúl a ver que tengo adecuado para el trópico. STANLEY: ¿Y sacaste esa...suntuosa... tiara de diamantes? BLANCHE: ¿Esta vieja reliquia? Ja, ja. Pura bisutería. STANLEY: Caramba, creí que eran diamantes de Tiffany's. (Se desabrocha la camisa.) BLANCHE: Bueno, de todos modos me agasajarán como es debido. STANLEY: ¿Ya ves? Uno nunca sabe lo que le espera. BLANCHE: Justo en el momento en que creí que me abandonaba la suerte... STANLEY: ...Entra en escena el millonario de Miami.

BLANCHE: No es de Miami sino de Dallas. STANLEY: ¿Dallas? BLANCHE: Sí, de Dallas, donde el oro brota a chorros de la tierra. STANLEY: Bueno, lo importante es que tu millonario sea de alguna parte. (Comienza a quitarse la camisa.) BLANCHE: Cierra las cortinas antes de seguir desvistiéndote. STANLEY: (Amablemente) Por ahora no me quitaré nada más. (Saca una botella de cerveza.) ¿No has visto el destapador? (Ella avanza lentamente hacia el tocador y allí se queda de pie, con las manos enlazadas.) STANLEY: Tuve un primo que destapaba botellas con los dientes. (Intenta destapar la botella contra el borde de la mesa.) Era su único mérito, era lo único que sabía hacer, era nada más un destapador humano. Y una vez en una boda se rompió todos los dientes. Desde entonces quedó tan avergonzado que se iba de la casa en cuanto llegaban visitas. (La corcholata cede y la espuma se derrama. STANLEY ríe feliz levantando la botella por sobre su cabeza.) STANLEY: Ja, ja: lluvia celestial. (Le ofrece a Blanche la botella.) ¿Enterramos el hacha de la guerra y bebemos la copa de la paz? BLANCHE: No, muchas gracias. STANLEY: Bueno, es una noche excepcional para los dos: yo estoy a punto de tener un hijo y tú un millonario. (Va al clóset y se pone en cuclillas buscando algo.) BLANCHE: (Retrocediendo) ¿Qué haces ahí? STANLEY: Es lo que me pongo en ocasiones especiales como esta: la piyama de seda que usé en mi noche de bodas. BLANCHE: Oh, oh, oh... STANLEY: Cuando suene el teléfono y me digan: “fue niño”, me la arrancaré y la haré ondear como una bandera. (Hace ondear la camisa de la piyama.) Creo que ambos tenemos derecho a emperifollarnos esta noche. (Regresa a la cocina con la camisa de la piyama en el brazo.) BLANCHE: Me dan ganas de llorar de alegría cuando pienso en que será divino tener intimidad de nuevo. STANLEY: Y ese millonario de Dallas ¿no va a interferir en tu intimidad? BLANCHE: No es lo que te imaginas. Ese hombre es un caballero y me respeta. (Con febril improvisación) Lo que necesita es mi compañía. La gente rica a veces vive muy sola. Una mujer culta, de gran inteligencia y buena crianza, es capaz de enriquecer inconmensurablemente la vida de un hombre. Puedo ofrecerle todas esas cosas que nadie me quitará. La belleza física es pasajera, es un bien transitorio; pero la belleza moral y la abundancia del espíritu y la ternura del corazón —y yo tengo todas esas cosas— no nos son


[34] arrebatadas sino que crecen, aumentan con los años. Es absurdo que me consideren indigente cuando tengo encerrados en mi corazón todos esos tesoros. (Se le escapa un sollozo ahogado.) Me considero rica, muy rica, pero he sido una estúpida al derrochar mis perlas entre los cerdos. STANLEY: ¿Entre los cerdos? BLANCHE: Sí, cerdos, cerdos. Y me refiero a ti y a tu amigo el señor Mitchell. Vino a verme esta noche. Se atrevió a presentarse en ropa de trabajo y a repetirme calumnias, chismes infames que tú le contaste. Lo puse de patitas en la calle. STANLEY: ¿Ah, sí? BLANCHE: Luego volvió; volvió con un ramo de flores, a pedirme perdón; pero hay cosas que no se pueden perdonar. La crueldad deliberada es imperdonable. En mi opinión es lo único imperdonable y la única cosa de la que siempre, siempre, mi conciencia ha estado tranquila. Y así se lo dije. Le di las gracias, pero fue una estupidez de mi parte creer que podíamos adaptarnos el uno al otro. Nuestras maneras de vivir son completamente distintas. Nuestras actitudes y nuestros orígenes son incompatibles. Tenemos que ser realistas acerca de estas cosas: de modo que adiós para siempre, amigo mío, y vamos a despedirnos sin rencores. STANLEY: ¿Esto fue antes o después de que llegara el telegrama del millonario petrolero? BLANCHE: ¿Cuál telegrama? No, no: después. En realidad el telegrama llegó en el momento preciso en que... STANLEY: En realidad el telegrama no llegó jamás. BLANCHE: Oh, oh. STANLEY: No hay tal millonario y Mitch no volvió con ningunas flores porque yo sé dónde está. BLANCHE: Oh. STANLEY: Todo es pura imaginación... BLANCHE: Oh. STANLEY: ...mentiras, fantasías, inventos. BLANCHE: Oh. STANLEY: Y mírate, mírate con ese vejestorio carnavalesco alquilado a un ropavejero por cincuenta centavos. Y con esa ridícula corona en tu cabeza. ¿De qué crees que eres reina? BLANCHE: Dios mío. STANLEY: Desde el principio adiviné tu juego. Nunca pudiste tomarme el pelo. Entraste y llenaste mi casa con tu talco y tu atomizador de perfume y cubriste el foco con una pantalla de papel, y por arte de magia el lugar se convirtió en Egipto y tú en la reina del Nilo. Sentada en tu trono y tragándote mi licor. Me río de ti: ja, ja, já. ¿Me oyes?: ja, ja, já. (STANLEY entra en el dormitorio.) BLANCHE: No entres.

(Reflejos atroces se proyectan en la pared, en torno a BLANCHE. Sombras de forma grotesca y amenazante. Toma aliento, va hacia el teléfono, golpea el interruptor. STANLEY entra en el baño y cierra la puerta.) BLANCHE: Operadora, operadora. Deme larga distancia, por favor. Quiero hablar con el señor Shep Huntleigh, de Dallas. Es muy conocido, no hace falta su dirección. Pregunte a cualquiera. Un momento. No, no estoy en condiciones de buscarlo en el directorio. Por favor entiéndame. Yo...No, no, espere. Un momento. Alguien está...No cuelgue por favor, no cuelgue. (BLANCHE deja el teléfono descolgado y va cautelosamente hacia la cocina. La noche se llena de voces inhumanas como gritos en la selva. Las sombras y los reflejos siniestros se mueven sinuosamente como llamas que lamieran los muros. A través de la pared trasera de los cuartos, pared que se ha vuelto transparente, podemos ver la calle. Una prostituta ha estafado a un borracho, éste la persigue por la acera, la detiene y luchan. El silbato de un policía deshace el combate y las figuras desaparecen. Un momento después la negra da vuelta a la cuadra: lleva la bolsa de lentejuelas que la prostituta dejó caer y la esculca con entusiasmo. BLANCHE se muerde los nudillos y vuelve lentamente al teléfono. Habla con un ronco murmullo.) BLANCHE: Operadora, operadora. Deje la larga distancia. Comuníqueme con la oficina de telégrafos. No hay tiempo que perder. Telégrafos, Telégrafos. (Espera ansiosamente.) ¿Telégrafos? ¿Sí? Quiero poner un telegrama: En situación desesperada, desesperada. Ayúdenme. Estoy en una trampa, una trampa. Oh... (Se abre la puerta del baño y sale STANLEY vestido con su brillante piyama de seda. Le sonríe mientras se anuda el cinturón con borlas. La mira durante diez segundos, luego el sonido del teléfono se vuelve audible y molesto.) STANLEY: Dejaste descolgado. (STANLEY va hacia el teléfono y cuelga. Vuelve a mirarla. Su boca lentamente dibuja una sonrisa mientras se mueve entre BLANCHE y la puerta exterior. El “blue-piano” que apenas habíamos escuchado suena mucho más alto. Su sonido se convierte en el estruendo de una locomotora que se aproxima. BLANCHE se dobla sobre sí misma tapándose los oídos hasta que pasa el tren.) BLANCHE: (Enderezándose finalmente) Déjame salir, déjame salir. STANLEY: Claro que sí, adelante. (STANLEY da un paso atrás.) BLANCHE: Quédate allí, quédate allí. (Señala una posición más lejana.) STANLEY: (Sonriente) Te sobra espacio para salir. BLANCHE: No pasaré si te quedas ahí, pero tengo que salir en alguna forma.


[35] STANLEY: ¿Crees que voy a impedírtelo? Ja, ja. (El “blue-piano” se va suavizando. BLANCHE se vuelve confusamente y hace un gesto de desmayo. Se levantan las voces inhumanas de la selva. STANLEY da un paso hacia BLANCHE mordiéndose la lengua, visible entre sus labios.) STANLEY: (En voz baja) Pensándolo bien...Tal vez no estarías mal para...impedírtelo. (BLANCHE retrocede hasta volver al dormitorio.) BLANCHE: No te muevas. Si das un paso más te... STANLEY: ¿Me qué...? BLANCHE: Van a pasar cosas horribles, cosas horribles. STANLEY: ¿Y ahora qué farsa estás representando?

— sentados a la mesa. La atmósfera de la cocina es tan cruda y siniestra como en la noche de la desastrosa partida anterior. La casa está enmarcada por el cielo color turquesa. STELLA ha llorado mientras acomodaba los vestidos en el baúl abierto. EUNICE baja los escalones de su departamento y entra en la cocina. Un grito sale de la mesa de póquer. STANLEY: Me pegué a color y llegó. PABLO: Maldita sea tu suerte. STANLEY: (Repentinamente alborozado) ¿Sabes qué es la suerte?: Creer que la tienes. Por ejemplo en la batalla de Salerno. Yo estaba seguro de que iba a tener suerte. Supuse que cuatro de cada cinco morirían pero que yo iba a sobrevivir. Y así fue. Lo convertí en mi regla. Para mantenerte a la cabeza en esta carrera de ratas que es la vida, debes creer que tienes suerte. MITCH: Estoy harto de tus fanfarronadas.

(Ambos se encuentran ya en el interior del dormitorio.) (STELLA entra en el cuarto y comienza a doblar un vestido.) BLANCHE: Te lo advierto, no te acerques, estoy en peligro. (STANLEY da un paso más. BLANCHE rompe la botella que STANLEY había dejado en el tocador y se enfrenta a él blandiéndola como un arma.) STANLEY: ¿Para qué haces eso? BLANCHE: Para clavarte los vidrios rotos en la cara. STANLEY: A que no. BLANCHE: Lo haré si tú... STANLEY: Ah, ¿quieres pelea? Muy bien, vas a tenerla. (Avanza hacia ella derribando la mesa. BLANCHE grita y lo ataca con la botella rota pero él le detiene el brazo en el aire.) STANLEY: Fiera, fiera. Suelta ese casco roto, tíralo, déjalo. Hicimos esta cita al conocernos.

STANLEY: ¿Qué le pasa a este tipo? EUNICE: (Mientras camina cerca de la mesa de póquer) Siempre he dicho que los hombres no tienen sentimientos; pero estos son de lo peor. Verdaderamente son unos cerdos. (Aparta las cortinas y entra en el dormitorio.) STANLEY: ¿Qué se trae esta vieja? STELLA: ¿Cómo está mi bebé? EUNICE: Duerme como un angelito. Te traje uvas. (Deja las uvas y baja la voz.) ¿Y Blanche? STELLA: Se está bañando. EUNICE: ¿Cómo sigue? STELLA: No quiso comer nada, sólo pidió una copa. EUNICE: ¿Qué le dijiste? STELLA: Le...le dije simplemente que...le arreglamos una temporada de descanso en el campo. En su imaginación, el campo se confunde con Shep Huntleigh. (BLANCHE entreabre la puerta del baño.)

(BLANCHE se queja, la botella rota cae, ella se derrumba hasta quedar arrodillada. STANLEY levanta su cuerpo inerte y lo lleva a la cama. La trompeta y los tambores de “Los Cuatro Diablos” suenan muy fuerte.) TELÓN ESCENA XI Han pasado varias semanas. STELLA empaca las cosas de BLANCHE. Se oye el ruido del agua en el baño. Las cortinas están parcialmente abiertas y podemos ver a los jugadores de póquer —STANLEY, STEVE, MITCH Y PABLO

BLANCHE: Stella. STELLA: Dime, Blanche. BLANCHE: Si me llaman, apunta el número y di que hablo en cuanto salga del baño. STELLA: Muy bien. BLANCHE: Ese vestido de bucle amarillo es bastante fresco. Ve si no está muy arrugado para ponérmelo con el prendedor de plata y turquesas, el que tiene forma de caballito de mar. Sácalo del estuche donde guardo mis joyas. Y, Stella, trata de encontrar ese ramillete de violetas artificiales para que me lo prenda con el caballito de mar. (Cierra la puerta.)


[36] (STELLA se vuelve a EUNICE.) STELLA: No sé si hice bien. EUNICE: ¿Qué más ibas a hacer? STELLA: No podía creerle a Blanche y seguir viviendo con Stanley. EUNICE: No le creas, la vida tiene que continuar. Pase lo que pase todos tenemos que seguir adelante.

toda la experiencia humana se mostrara en su rostro. Finalmente BLANCHE habla con repentina histeria:) BLANCHE: ¿Qué pasa aquí? (Se vuelve hacia STELLA y EUNICE y otra vez hacia STELLA. Su voz interrumpe la concentración de los jugadores. MITCH baja aún más la cabeza. STANLEY echa atrás su silla como para levantarse. Lo detiene la mano de STEVE.)

(BLANCHE vuelve a entreabrir la puerta del baño y a asomarse.) BLANCHE: ¿No hay moros en la costa? STELLA: No, Blanche. (A Eunice, tapándose la boca.) Dile que se ve muy bien. BLANCHE: Por favor, corran las cortinas antes de que salga. STELLA: Están corridas. STANLEY: ¿Cuántas cartas quieres? PABLO: Dos. STEVE: Tres. (BLANCHE aparece bajo la luz ámbar de la puerta. Destella una trágica brillantez en su bata roja de satín que se ciñe a las líneas esculturales de su cuerpo. Cuando BLANCHE entra en el dormitorio se hace audible "La Varsoviana") BLANCHE: (Con vivacidad ligeramente histérica) Me di shampú. STELLA: ¿Ah, sí? BLANCHE: ¿Me enjuagué bien? EUNICE: Tienes un cabello divino. BLANCHE: (Aceptando el cumplido) No te imaginas qué problema es cuidarlo. ¿Nadie me llamó? STELLA: ¿Quién te iba a llamar, Blanche? BLANCHE: Shep Huntleigh. STELLA: No, no ha llamado. BLANCHE: Qué raro, yo... (Al escuchar la voz de BLANCHE, MITCH deja caer la mano que sostiene las cartas y su mirada se pierde en el espacio. STANLEY le da una palmada en el hombro.)

BLANCHE: ¿Qué pasa aquí? Quiero que me expliquen qué pasa aquí. STELLA: (Dolorosamente) Cálmate, cálmate... EUNICE: Cálmate, cálmate, querida... STELLA: Bianche, por favor. BLANCHE: ¿Por qué me miran así? ¿Tengo algo raro? EUNICE: Te ves maravillosa, Blanche. ¿Verdad que se ve maravillosa? STELLA: Sí. EUNICE: Me han dicho que te vas de viaje. STELLA: Sí. Bianche se va de vacaciones. EUNICE: Estoy verde de envidia. BLANCHE: Ayúdenme a vestirme. STELLA: (Dándole el vestido) ¿Este es el que querías? BLANCHE: Sí, está bien. Me muero por salir de aquí. Este lugar es una trampa. EUNICE: Qué bonita chaqueta azul. STELLA: No es azul, es lila. BLANCHE: Las dos se equivocan: es azul Della Robbia: el azul del manto de la Virgen en la pintura renacentista. ¿Están lavadas las uvas? (Toma el racimo que trajo Eunice) EUNICE: ¿Cómo? BLANCHE: Que si están lavadas. EUNICE: Son del Mercado Francés. BLANCHE: Eso no significa que estén lavadas. (Doblan las campanas de catedral.) Ah, las campanas de catedral. Son lo único limpio que hay en este barrio. Bueno, me voy. Estoy lista. EUNICE: (En un susurro) No se vaya a ir antes de que lleguen. STELLA: Espérate, Blanche. BLANCHE: No quiero pasar delante de esos hombres. EUNICE: Entonces espérate a que acaben de jugar. STELLA: Siéntate y...

STANLEY: Oye Mitch, a ver si despiertas. (El sonido de esta nueva voz sobresalta a BLANCHE. Hace un gesto de angustia y forma el nombre de MITCH en sus labios. STELLA lo interpreta como una pregunta, asiente y aparta la vista. Por algunos segundos BLANCHE se queda inmóvil con el espejo en la mano y un aire de doloroso perplejidad como si

(BLANCHE se vuelve, débil y vacilante, hacia todas partes. Deja que la conduzcan hasta el sillón.) BLANCHE: Huelo el aire del mar. El resto de mi vida voy a pasarlo junto al mar. Y cuando muera, moriré en el mar. ¿Saben de qué voy a morir? (arranca


[37] una uva.) Moriré por haber comido una uva sin lavar; moriré un día en alta mar con mi mano en la mano de un apuesto médico de abordo, un doctor muy joven de bigotito rubio y un gran reloj de plata. “Pobre mujer”, dirán, “la quinina no le sirvió de nada. Esa uva sin lavar se llevó su alma al cielo”. (Vuelven a oírse las campanadas.) Y me sepultarán en el mar, encerrada en una bolsa blanca muy limpia y a mediodía me arrojarán por la borda, en pleno esplendor de verano y caeré en el mar, en el mar azul como (campanadas de nuevo) los ojos de mi primer amante. (El DOCTOR y la ENFERMERA dan la vuelta a la esquina y suben al porche. Exageran la severidad de su profesión y tienen el aire inconfundible, la cínica frialdad de las instituciones. El DOCTOR toca el timbre. Se interrumpen los murmullos del juego. EUNICE, en un susurro.)

BLANCHE: ¿Esperan? ¿Son dos? EUNICE: Lo acompaña una dama. BLANCHE: No tengo idea de quién será esa dama. ¿Cómo está vestida? EUNICE: Con un, con un, con un...traje sastre. BLANCHE: Debe de ser... (Su voz se apaga nerviosamente.) STELLA: Vamos, Blanche. BLANCHE: ¿A fuerza hay que pasar por la cocina? STELLA: Te acompaño. BLANCHE: ¿Cómo me veo? STELLA: Preciosa. EUNICE: (Haciéndole eco) Preciosa. (BLANCHE se acerca temerosamente a las cortinas. EUNICE las descorre para abrirle paso. BLANCHE entra en la cocina.)

EUNICE: Deben ser ellos. BLANCHE: (A los jugadores) Por favor no se levanten, voy de paso. (STELLA se muerde los nudillos.) BLANCHE: (Levantándose lentamente) ¿Quién toca? EUNICE: (Fingiendo normalidad) Discúlpame, voy a ver quién es. STELLA: Sí. (EUNICE pasa por la cocina.)

(Cruza rápidamente y va a la puerta de la calle. STELLA y EUNICE la siguen. Torpemente los jugadores se ponen de pie, excepto MITCH, que permanece sentado mirando la mesa. BLA NCHE sale al porche. Se detiene y respira hondo.) DOCTOR: ¿Qué tal, cómo está? BLANCHE: Usted no es el caballero a quien esperaba.

BLANCHE: (Tensa) Me pregunta si vienen a buscarme. (A las puertas de la casa hay un coloquio en susurros. EUNICE vuelve agitadamente.)

(De pronto jadea y vuelve sobre sus pasos. Se detiene junto a STELLA, que está afuera de la puerta, y le habla en un susurro aterrado.) BLANCHE: Ese hombre no es Shep Huntleigh.

EUNICE: Preguntan por Blanche. BLANCHE: Ah, entonces vienen a buscarme. (Mira temerosamente a Stella y Eunice y luego a las cortinas. Se escucha débilmente la Varsoviana.) ¿Es el caballero de Dallas al que estoy esperando? EUNICE: Creo que si, Blanche. BLANCHE: Todavía no estoy lista. STELLA: (A Eunice) Dile que me espere un momento. BLANCHE: Yo... (EUNICE va de nuevo hacia las cortinas. Suenan suavemente los tambores.) STELLA: ¿Ya todo está empacado? BLANCHE: Falta mi juego de tocador de plata. STELLA: Ah. EUNICE: (De vuelta) Te esperan en el coche.

("La Varsoviana" se escucha en la distancia. STELLA contempla a BLANCHE. EUNICE tiene tomada a STELLA por el brazo. Hay un momento de silencio. No se escucha más sonido que el de las cartas que reparte STANLEY. BLANCHE vuelve a tomar aliento y se desliza de regreso a la casa con una sonrisa muy especial, los ojos muy abiertos y brillantes. En cuanto su hermana la ha dejado atrás STELLA cierra los ojos y une con fuerza las manos. EUNICE la abraza para consolarla y luego comienza a subir hacia su casa. BLANCHE se detiene a un milímetro de la puerta. MITCH no levanta la mirada de sus manos, puestas en la mesa, pero los demás hombres miran a BLANCHE con curiosidad. Finalmente ella da vuelta a la mesa y se dirige al dormitorio. Cuando lo hace STANLEY echa para atrás su silla y se levanta para impedirle el paso. La ENFERMERA entra en el departamento.) STANLEY: ¿Olvidaste algo? BLANCHE: Sí, sí, olvidé algo...


[38] (Se apresura a entrar en la recámara. Los reflejos atroces aparecen en los muros y cobran formas extrañas y sinuosas. “La Varsoviana” se distorsiona extrañamente y la acompañan los gritos y rumores de la selva. BLANCHE se aferra al respaldo del sillón, como para defenderse.) STANLEY: (En voz baja) Doctor, es preferible que pase. DOCTOR: (En voz baja y haciéndole señas a la enfermera) Tráigala para acá, enfermera. (La ENFERMERA avanza por un lado y STANLEY por el otro. La ENFERMERA, despojada de todas las suaves propiedades de la feminidad es una figura sumamente siniestra en su traje sastre. Su voz resulta imperiosa y monótona como una campana de incendios.) ENFERMERA: ¿Qué tal, Blanche? (Su saludo encuentra eco una y otra vez en misteriosas voces tras las paredes, como si retumbaran en un desfiladero.) STANLEY: Dice que olvido algo. (El eco resuena convertido en susurros amenazadores.) ENFERMERA: Está bien. STANLEY: ¿Qué olvidaste, Blanche? BLANCHE: Yo, yo... ENFERMERA: No importa, podemos recogerlo después. STANLEY: Claro, podernos mandarlo junto con el baúl. BLANCHE: (Retrocediendo en pleno pánico) No la conozco...no la conozco. Déjeme en paz, por favor. ENFERMERA: Vamos, Blanche. (Ecos que se levantan y se apagan: “Vamos Blanche; vamos Blanche”.) STANLEY: Aquí no dejas nada sino talco derramado y viejos frascos de perfume vacíos; a menos que desees llevarte la pantalla de papel. ¿La quieres? (Va al tocador, arranca la pantalla del foco y se la extiende a BLANCHE que grita como si la pantalla fuera ella misma. La ENFERMERA se acerca enérgicamente a BLANCHE. Esta aúlla y trata de librarse de la ENFERMERA. Todos los hombres se ponen de pie. STELLA corre al porche y EUNICE la sigue para consolarla, simultáneamente se escuchan las voces confusas de los hombres en la cocina. STELLA se apresura a ser recibida en brazos de EUNICE.)

STELLA: Oh Dios mío, Eunice, ayúdame. No dejes que le hagan eso, no permitas que la lastimen. Oh Dios mío, por favor, que no la lastimen. ¿Qué le están haciendo, que le están haciendo? (Trata de zafarse de los brazos de Eunice.) EUNICE: No querida, no, no, no, querida. No entres. Quédate conmigo y no mires. STELLA: ¿Qué le he hecho a mi hermana? Dios mío, ¿qué le he hecho a mi hermana? EUNICE: Hiciste lo que debías, lo único que podías hacer. Era imposible que Blanche se quedara aquí. ¿A qué otro lugar podía ir? (Mientras EUNICE y STELLA hablan en el porche, ¡as voces de los hombres se mezclan con las suyas. MITCH avanza hacia el dormitorio. STANLEY se apresura a cerrarle el paso. MITCH arremete contra STANLEY y lo golpea. STANLEY lo empuja, y lo obliga a retroceder. MITCH se derrumba en la mesa y solloza. Durante las escenas precedentes la ENFERMERA toma el brazo de BLANCHE para impedirle la huida. BLANCHE se vuelve hacia ella salvajemente y la rasguña. La ENFERMERA le sujeta los brazos. BLANCHE solloza roncamente y se desliza hasta quedar de rodillas.) ENFERMERA: Hay que cortar esas uñas. (El doctor entra al dormitorio y la enfermera lo mira.) ¿Camisa de fuerza, doctor? DOCTOR: No, a menos que sea imprescindible. (El DOCTOR se quita el sombrero y con él su condición inhumana. Ahora parece una persona. Su voz es suave y confortante mientras se acerca a BLANCHE y se acuclilla ante ella. Cuando el DOCTOR dice su nombre, disminuye un poco el terror de BLANCHE. Los reflejos se desvanecen de las paredes, los gritos y rumores inhumanos se apagan y se calma el ronco llanto de BLANCHE.) DOCTOR: Señorita DuBois... (BLANCHE vuelve el rostro hacia el DOCTOR y lo mira con desesperación implorante. El sonríe y luego dice a la enfermera:) DOCTOR: No hace falta la camisa de fuerza. BLANCHE: (Débilmente) Dígale que me suelte. DOCTOR: Suéltela. (La ENFERMERA la suelta. BLANCHE extiende las manos hacia el doctor. El la ayuda a incorporarse amablemente, le da el brazo y la conduce a través de las cortinas.)


[39] BLANCHE: Quienquiera que usted sea... yo siempre he dependido de la bondad de los extraños. (Los jugadores retroceden cuando BLANCHE y el DOCTOR atraviesan la cocina y llegan a la puerta de la calle. BLANCHE permite que el DOCTOR la conduzca como a una ciega. Cuando aparecen en el porche STELLA grita el nombre de su hermana desde el sitio en que está agazapada, algunos peldaños arriba de la escalera.) STELLA: Blanche, Blanche, Blanche... (BLANCHE sigue caminando sin volverse, seguida por el DOCTOR y la ENFERMERA. Dan vuelta a la esquina de la casa. Eunice baja hasta donde está STELLA y le entrega al bebé que está envuelto en una cobija azul-pálido. STELLA acepta al niño y solloza. EUNICE baja la escalera y entra en la cocina donde todos los hombres, excepto STANLEY, vuelven silenciosamente a su lugar en la mesa. STANLEY ha salido al porche y se queda de pie en el comienzo de la escalera, mirando a STELLA.) STANLEY: (Con incertidumbre) Stella... (STELLA solloza con abandono inhumano. Ahora que se han llevado a su hermana se rinde completamente al llanto.) STANLEY: (Voluptuosa, tranquilizadoramente) Vamos querida, vamos mi amor, vamos, vamos... (Se arrodilla ante ella y sus dedos encuentran la abertura de la blusa de Stella.) Vamos querida, vamos mi amor. (El desbordado sollozar de STELLA, el murmullo sensual de STANLEY se desvanecen bajo la música creciente del “blue-piano” y trompeta en sordina.) STEVE: Póquer abierto. TELÓN FINAL

TENNESSEE WILLIAMS: 1911-1983 Un gran artista renace a la hora de su muerte. Sus obras proyectan una sombra más vasta y perdurable que el ser humano que las escribió. Esto lo comprueba Thomas Lanier Williams, también conocido como Tennessee, quien murió en Manhattan a fines de febrero, asfixiado con la tapa de un frasco de medicamentos. Con la discutible excepción de Eugene O'Neill, Williams fue el más grande dramaturgo norteamericano. O'Neill dio al teatro de los Estados Unidos una nueva seriedad. Williams le anexó nuevos terrenos de libertad. En sus obras lo que era inmencionable quedó dicho; lo inexpresado quedó reconocido. Williams definió así la motivación que está en el núcleo de su trabajo: “Fui educado puritanamente. Trato de ultrajar ese puritanismo”. Y en efecto, ultrajó, al punto de que algunos lo vieron como una especie de erotómano gótico del sur. Williams se enfrentó a los tabúes. A menudo el tabú es la piedra de toque del drama: en la más profunda tragedia griega, un hombre asesina a su padre y se casa con su madre. Williams hipnotizó y ofendió al público en Orfeo desciende (linchamiento con antorchas), Un tranvía llamado deseo (violación, ninfomanía), Verano y humo (frigidez). La gata en el tejado de zinc caliente (impotencia, alcoholismo, homosexualidad), El dulce pájaro de la juventud (drogadicción, castración), De repente en el verano (homosexualidad, canibalismo) y La noche de la iguana (masturbación, fetichismo, coprofagia). Sin embargo, la superficie escandalosa nunca fue la sustancia en Williams. Fue y será siempre el poeta de los proscritos, de quienes llamó “la especie fugitiva”: las personas raras, solitarias, emocionalmente violadas. El sentido de pérdida y vulnerabilidad que encontramos en sus personajes quedó impreso a edad muy temprana en el dramaturgo. Williams nació en Columbus, Misisipí, en casa de su abuelo, un pastor episcopalista. Su árbol genealógico incluye una serie de románticos, aventureros y personajes célebres como el poeta Sidney Lanier (184281), algunos que hicieron la guerra a los indios de Tennessee, uno de los primeros senadores norteamericanos y, más atrás en el tiempo, un monje de la orden de San Francisco Javier. Cuando Tennessee tenía siete años los patios soleados de su niñez se cambiaron por las filas de edificios de ladrillo —color de “sangre seca y mostaza”— que caracterizan a San Luis Misuri. El trasplante fue brutal para Williams y lo llevó a convertir el sur en un pasado mítico, una expulsión del paraíso. Su madre, a la que siempre llamó “Miss Edwina”, nutrió el mito con memorias imaginarias de un pasado grandioso y elegante. Su padre fue agente viajero de una fábrica de zapatos. Bronco y brutal, en las raras ocasiones en que estaba en casa, agredía a su hijo y lo llamaba “Miss Nancy”. Rose —la hermana mayor, que inspiró varios personajes de Williams— se volvió esquizofrénica hasta que una lobotomía practicada en 1979 la encerró en un perpetuo crepúsculo mental. En una obra tan autobiográfica como El zoológico de cristal Williams tiernamente exorciza el doloroso agobio de su historia familiar. Cuando se estrenó en


[40] Broadway en 1945, El zoológico de cristal estremeció y dio nueva vida a un teatro que había agotado su fuerza creadora. Williams llevó a este tranquilo escenario un género de drama que reflejó el estado mental de una generación y la tocó en la punta de los nervios. La obra dramática de Williams combina tres elementos básicos: la sensibilidad de Chéjov y su melancólico retrato del héroe como antihéroe; el inconsciente irracional freudiano, con el caprichoso id en combate con el ego falto de voluntad; y por último, el temperamento romántico que el clasicista Murray definió como “la glorificación de la pasión —cualquier pasión— sólo porque es violenta, avasalladora, exorbitante”. La pasión es también la sangre del teatro, y Williams es a la escena lo que el león a la selva. En sus grandes momentos sus diálogos parecen cantar con la elocuencia de un poema, lejos de las formas inconexas y monótonas de nuestra habla cotidiana. Como creador de escenas Williams resulta electrizante, porque sus personajes son de aquellos que nacieron para “hacer escenas” del modo más explosivo e hiriente. En La gata Big Daddy arranca la muleta que lleva bajo el brazo su hijo Brick y lo hace rodar por los suelos entre gritos de dolor; minutos después Brick le da un golpe mortal a su padre informándole que el anciano está a punto de morir de cáncer. Los vibrantes personajes de Williams nos obsesionan. Es imposible olvidar a Maggie (La Gata), a Blanche DuBois, a Big Daddy, a Stanley Kowalski. Williams es también un simbolista moral. Sus personajes terrenales se mueven por un paisaje en que laten todas nuestras dualidades en conflicto. El duelo se establece entre Dios y el Diablo, el amor y la muerte, la carne y el espíritu, la inocencia y la corrupción, la luz y las tinieblas, el eterno Caín y el eterno Abel. En la tradición norteamericana esto liga a Williams con los tres simbolistas morales del siglo diecinueve: Hawthorne, Poe y Melville. Como dramaturgo, Williams tuvo los pequeños defectos de sus grandes virtudes. A veces escribió con la cinta roja de su máquina y dejó escapar borbotones de sentimentalismo allí donde debió haber puesto diques de contención. En ocasiones sus personajes se hallan excesivamente ocupados en adoptar actitudes y no logran tocar honestamente los veneros de la emoción. O bien, sus símbolos se multiplican tan absurdamente como las moscas de la fruta. Su principal peligro fue el malsano narcisismo de tantas obras del arte moderno cuya tendencia ha sido ver hacia adentro y contemplar no sólo el ego del artista sino también su ombligo, hasta llegar a la miopía y la alucinación. Inevitablemente, Williams sufrió el desgaste de sus poderes dramáticos que aflige a casi todos los autores teatrales una vez cumplidos los cincuenta años. En los más grandes dramas, griegos y shakespeareanos, hay una aceptación final y reconciliatoria del destino humano. Williams no pudo alcanzar esta visión serena y exaltante. “El infierno es uno mismo”, dijo en repetidas ocasiones, y la única redención que conoció fue la que ocurre cuando “una persona se hace a un lado y experimenta profundos sentimientos por otra”. En los mejores momentos de sus mejores obras, Williams logra una catarsis menor pero genuina: la autotrascendencia. Al romper el ciclo aprisionador de la preocupación consigo

mismo, el dramaturgo y sus personajes evocan una línea del Eclesiastés: “Para quien se une a todo lo que vive hay esperanza”. Tennessee Williams ya no está unido a lo que vive. En un pasaje de Un tranvía llamado deseo, Blanche ruega a su hermana: “no te quedes atrás junto con las bestias”, y le dice que “nuevas luces han alumbrado el mundo desde entonces”. Tennessee Williams fue uno de los portadores de esa luz. T. E. Kalem.


Un Tranvia Llamado Deseo [tennessee Williams] 625p5e

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