EL PARADIGMA DOMINANTE EN LA CIENCIA MODERNA Por: Claudia Tamariz y Ana Cecilia Espinosa Martínez
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omando en cuenta que en ensayos anteriores hemos expuesto nuestra posición en torno a los aspectos internos de la ciencia que:
1. Parte de considerar que ésta acontece enmarcada por una estructura teórico-práctica, esto es, por un esquema conceptual o marco teórico y sus consiguientes métodos e instrumentos de trabajo – estructura que denominaremos, como Piaget y García, paradigma epistémico- y que rige en un momento histórico determinado mientras la comunidad científica lo acepte como punto de partida y como criterio para desarrollar su trabajo, y
2. Aceptando que la ciencia evoluciona por rupturas epistemológicas donde un paradigma termina sustituyendo a otro pero a su vez incorporándolo a los nuevos esquemas de conocimiento dominantes. Tenemos ya un marco teórico para analizar a la ciencia moderna desde su estructura interna1, en particular cuál es el paradigma epistémico que la rige hoy día y cuál el método con el que trabaja, elementos que 1
Aún no vamos a tomar en cuenta la perspectiva externa, esto es, su relación con el sistema social y su papel como proveedora de una cosmovisión filosófica.
favorecen una visión atomista de la realidad. En otros artículos hicimos ya una revisión histórica de los modos de conocer dominantes en la evolución de la humanidad destacando el contexto sociocultural en el que estos aparecieron. Allí vimos cómo, a partir de la llamada Revolución Científica que se desarrolló a lo largo de tres fases que abarcaron un periodo de más de doscientos años, de 1440 a 1690, se impuso un nuevo modo de conocer, el científico, que centró su atención en la naturaleza como objeto de estudio; fundamentó su validez en la observación y la experimentación como formas de aproximación al objeto y en la matemática como instrumento de formalización de los saberes; estableció la verificación empírica como criterio de verdad y revolucionó la forma de ver el mundo como regido por leyes eternas e inmutables que el hombre puede conocer para prever acontecimientos futuros y controlar la naturaleza a su favor, vinculando así el nuevo saber con las necesidades prácticas de la vida cotidiana. Estos son en esencia los rasgos del paradigma epistémico de la ciencia que inició en el Renacimiento y que discurrió en la historia moderna empapándose del racionalismo iluminista del siglo XVIII y de la filosofía positivista del XIX, de la cual adoptó el nombre con el que se conoce en el argot de la filosofía de la ciencia. El Paradigma positivista ha llegado hasta nuestros días, aunque no en su forma original, y ha sufrido los embates de nuevas visiones filosóficas desprendidas de los novedosos derroteros que ha seguido la
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ciencia en el siglo XX y los albores del XXI. En esta edición y en nuestros dos futuros artículos trataremos de seguir el cauce recorrido por este paradigma epistémico, de analizar sus características originales, de destacar sus puntos débiles y la forma como se ha defendido de las críticas que le han formulado y, finalmente, esbozaremos los rasgos del nuevo paradigma que se viene imponiendo en la ciencia y que busca suplir las deficiencias que el viejo no ha sabido saldar. El Paradigma Positivista En vista de que ha sido la ciencia física la rectora de la epistemología y la metodología científicas, es desde ésta que los filósofos de la ciencia analizan el paradigma que sentó sus reales a partir de la aparición de la ciencia moderna. El marco teórico dominante que se conformó a lo largo de los más de doscientos años de Revolución Científica es también llamado Newtoniano-cartesiano, pues fueron Newton, desde la física, y Descartes, desde la filosofía, quienes le confirieron sus rasgos esenciales. a) Newton desarrolló una teoría, sintetizada en una fórmula matemática, que estableció un concepto mecanicista de la naturaleza con la que englobó las explicaciones de Copérnico, Kepler, Bacon, Galileo y Descartes. La clave de su teoría fue comprender que la misma fuerza que atrae a una manzana a la tierra atrae a los planetas al sol, esto es, supuso que las leyes a las que obedecen los cuerpos de tamaño medianamente grande son las mismas que rigen a cada partícula de materia, sea cual sea su tamaño.
Dentro del universo mecanicista de Newton se establecen como conceptos básicos que: El espacio es tridimensional a la manera euclidiana. Es también absoluto, constante y siempre está en estado de reposo. El tiempo es absoluto, autónomo e independiente del mundo material y se manifiesta como un flujo constante del pasado al futuro. El universo se maneja como un gigantesco mecanismo de relojería completamente determinista y todo el universo material se explica a través de cadenas interdependientes de causas-efectos. Este modelo será posteriormente trasladado a la biología y la sociedad humana por los empiristas ingleses. b) Descartes, por su parte, estableció un dualismo absoluto entre la mente y la materia que llevó a la creencia de que el mundo material puede ser descrito objetivamente, sin referencia alguna al sujeto observador. Por otro lado, estableció la idea rectora de fragmentar todo problema en tantos elementos simples y separados como sea posible para conocerlos mejor. “Las leyes newtonianas de mecánica celeste y las coordenadas cartesianas (...) crearon la impresión de que todo se podía describir en términos matemáticos o mecánicos” (Briggs y Peat, 1994:21). De estos dos personajes que proveyeron los cimientos del edificio teórico de la ciencia obtuvo ésta rasgos tales como su concepción de que el mundo es
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determinista porque se comporta de manera mecánica; su tendencia a buscar, no el por qué de las cosas (la búsqueda de sus causas últimas y de su esencia, como lo pretendían en la Antigua Grecia o en la Edad Media) sino el cómo, el rastreo de sus causas próximas (a través de cadenas causaefecto); una concepción empirista de conocimiento que estima como posibilidad real el conocer al objeto tal como éste es, sin intervención del sujeto: la objetividad, lo que implica dar un peso decisivo a la experiencia sensible en el conocimiento; el recurso a la matemática y a la lógica como garantía de sistematización y rigor en los procesos mentales y la idea de que la mejor manera de conocer el mundo es fragmentarlo en tantas partes como sea necesario, pues el estudio de las partes nos reporta las características del todo, principio que dará sustento a la especialización dentro de la ciencia. “Si tuviéramos que sintetizar en pocos conceptos el modelo o paradigma newtoniano-cartesiano, señalaríamos que valora, privilegia, defiende y propugna la objetividad del conocimiento, el determinismo de los fenómenos, la experiencia sensible, la cuantificación aleatoria de las medidas, la lógica formal y la verificación empírica” (Martínez, 98: 76). Y en opinión de otro autor el positivismo se caracteriza por: “la seguridad en la validez absoluta de la ciencia; la isión de leyes naturales absolutamente constantes y necesarias; la uniformidad de las estructuras de la realidad; la continuidad en el tránsito de una ciencia a otra y la tendencia a la matematización y al mecanicismo” ( Guzmán, 1983 :238 ). Para la filosofía del siglo XIX, particularmente para el pensador francés Augusto Comte, una vez que este nuevo
modo de conocimiento humano adopta como parte de su método el modelo de abstraer en leyes el comportamiento de la naturaleza, el hombre ha llegado al Estado Positivo y ha dejado atrás las fases teológica y metafísica. Pues en el primer caso, o etapa teológica, el “espíritu humano (...) dirige esencialmente sus búsquedas a la naturaleza íntima de los seres, a las causas primeras y finales de todos los efectos, (...representando) los fenómenos como si fueran producidos por la acción directa de agentes sobrenaturales, más o menos numerosos, cuya intervención arbitraria explica todas las anomalías aparentes del universo” (Defilippe, 1977 :48). En el segundo caso, o etapa metafísica, se sustituyen los agentes sobrenaturales por fuerzas arbitrarias (el alma, el éter...). En cambio, la tercera etapa, capaz de lograr la felicidad de sus , es racional, experimental y científica. “En el tercer estado -positivo- por fin dominarán las ciencias, la experiencia y una visión racional del mundo” (Defilippe, op. cit :48). De este modo: “El estado positivo se caracteriza porque el hombre se atiene a los hechos e intenta explicarlos conociendo sus leyes. En él se desarrollan las ciencias y se produce el desenvolvimiento industrial” (Guzmán, op.cit. :239). Así, el conocimiento positivo es el que proviene de la ciencia, es útil y práctico y sirve para mejorar a la humanidad. Por eso para Comte, como para el mundo Occidental, es el conocimiento valioso. La ciencia es pues positiva, atiende a la experiencia, a las leyes que rigen el acontecer de los hechos y las relaciones entre ellos y mantiene una visión empírica
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que hace derivar todas las verdades de la observación del mundo físico. Retomando a autores como Hernández Rojas, Martínez, Thuillier, Geymonat y otros, podemos sintetizar las características del paradigma positivista de la siguiente manera: La objetividad del conocimiento La experiencia sensible como fuente de saber. La posibilidad de verificación en la experiencia El determinismo de los fenómenos La lógica formal como garantía de un procedimiento correcto La posibilidad de separar el todo en partes para su estudio En este artículo abordaremos el primer punto, dejando el resto para una ocasión posterior. La objetividad del conocimiento y el recurso a la experiencia sensible La idea central del paradigma es que fuera de nosotros existe una realidad acabada y plenamente externa y objetiva que nuestro aparato cognoscitivo puede reflejar dentro de sí, como un espejo. El paradigma se fundamenta entonces en el modelo empirista o materialista del conocimiento.
materiales como las sensaciones, pero hay otros que escapan a tal posibilidad de verificación objetiva, como las emociones o los aspectos metafísicos, que por ello no son campo de estudio para la ciencia. El objetivo de la ciencia es, entonces, conocer a la Naturaleza sin deformarla y la verdad consiste en la fidelidad de nuestras imágenes interiores a la realidad que representan. Esto es posible porque la estructura del pensamiento racional y la estructura de la realidad representada son análogas (idea que proviene del pensamiento griego), por lo que la manipulación de las palabras y conceptos permite la manipulación de la realidad, y esta idea fue respaldada por el pensamiento de Ludwig Wittgenstein en su obra el Tractatus2, con el que proporcionó las bases filosóficas al pensamiento del Positivismo Lógico. Para alcanzar la objetividad los positivistas de los últimos siglos -Hume, Locke, J.S. Mill, Comte, entre otros- recurrieron al análisis de la sensación como base segura, estableciendo un fundamento sensorial para el conocimiento científico. Partiendo de la experiencia sensible, la postura empiricista, iniciada por John Locke, sostiene que la mente del científico 2
Partiendo de que tal realidad existe y podemos conocerla fielmente, el paradigma establece que el objeto de conocimiento de la ciencia moderna es la Naturaleza, entendida, como afirma Ruy Pérez Tamayo (1989), como aquello cuya existencia puede verificarse objetivamente, sea en forma directa o indirecta.
El filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein sentó las bases epitemológicas del Positivismo Lógico cuando en su obra el Tractatus Lógico-Philosophicus de 1921-22, analiza las relaciones entre las palabras y las cosas y al respecto postula, como idea central de su filosofía, que una proposición es una imagen, figura o pintura de la realidad, lo que significa que la naturaleza esencial de las proposiciones es describir la realidad, así la proposición puede representar o estar en lugar del hecho al que representa y esta es la tesis fundamental de Wittgenstein en esta obra. El gran valor de esta filosofía para el Positivismo Lógico es que en ella se afirma que el lenguaje representa casi físicamente la realidad, por lo que, manejando el lenguaje podían manipular directamente a la realidad.
Pérez Tamayo afirma que dentro de esta condición se encuentran fenómenos no Visón Docente Con-Cienca Año IV, N° 25, Julio-Agosto 2005
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es una tábula rasa donde éste registra todo lo que hay en su entorno y de esta acumulación de datos saldrán principios generales para explicar las experiencias registradas, hasta formar teorías o leyes. Esta es la postura que también hemos llamado “inductivista” y según la cual el investigador, libre de cualquier prejuicio teórico, es capaz de acercarse a la realidad a través del recurso metodológico de la observación y registrar los datos que ésta le entrega en forma de sensaciones, a partir de los cuales, mediante el razonamiento inductivo, puede erigir leyes generales del comportamiento del mundo. Por ello, nos dice Hernández Rojas: “El objetivo de la ciencia es establecer leyes universales o generalizaciones. Esas <
> universales se establecen por medio de estudios observacionales de los hechos. Una vez que las verdades son establecidas, generan nuevas hipótesis que serán comprobadas en posteriores estudios observacionales” (Hernández, 1998:84). Y afirma también: “Para la teoría positivista los hechos o datos están libres de teoría y no tienen influencia de los prejuicios políticos, raciales o morales. Pueden ser descritos en un lenguaje observacional, el cual está exento de supuestos teóricos y presuposiciones de cualquier clase” (Hernández, op.cit. :84). Así pues, la objetividad implica no sólo el sustento puro en la experiencia sensible sino también un estado privilegiado de neutralidad teórica y cultural, por parte del científico, para no prejuzgar el producto de sus observaciones y la capacidad lógica de desprender, de un cúmulo de datos sin aparente organización, un patrón común que le permita encontrar cuáles son las leyes a las que obedecen los fenómenos naturales.
Se concibe entonces al científico como un contemplador de la naturaleza, un observador paciente y atento, por lo que: “...el verdadero científico no tiene necesidad de inventar, el verdadero científico no es subjetivo” (Thuillier, 1990:21). En cambio, posee una especie de genialidad que le permite leer entre líneas a través de los hechos, echando una mirada objetiva para radiografiar la naturaleza en un estado de total neutralidad. Al respecto afirma Thuillier: “...el hombre de ciencia se comporta como si no tuviese un perfil psicológico singular; como si no tuviese una afectividad, pasiones, cultura, convicciones personales heredadas de su ambiente y su educación, como si no tuviese historia y, por supuesto, inconsciente” (Thuillier, op.cit. :21). En una palabra, para este paradigma el científico es imparcial. Para Pierre Thuillier tal neutralidad científica ha sido exaltada por la sociedad moderna como parte de una imagen mítica de la ciencia como actividad asceptizada de ideología y prejuicios: el sabio (científico) es un espíritu puro, frío, neutro y objetivo que se mueve en un vacío cultural e ideológico perfecto, que se vale un poco de su imaginación y de un don especial para formular con éxito geniales hipótesis. Para algunos antropólogos culturales esta imagen es parte de una idealización de la ciencia a la que en algunas épocas (siglos XVIII y XIX) se la revistió, incluso, de un carácter trascendente. Thuillier asegura que se trata de una larga tradición que invita a los profanos a adorar a la ciencia y que continúa hasta nuestros
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días, pero con un estilo más sobrio cuya finalidad, es exaltar el valor de quien posee el conocimiento para justificar su influencia o su poder. Con respecto a la neutralidad científica Ludovico Geymonat maneja otra idea en torno a este concepto, que es también totalmente aplicable al paradigma positivista y que le llama Neutralidad teorética, refiriéndose con ello al total desinterés de los científicos por cuestiones filosóficas, que surge especialmente a partir de que la ciencia se fragmenta en disciplinas y especialidades desde las cuales los especialistas rehuyen enfrentar problemas globales, generales (que sí toca la filosofía), cuando su campo de acción es muy específico. Volveremos a tocar este punto cuando abordemos el tema de la especialización científica. Muchos de los principios fundamentales de este paradigma han sido cuestionados por los filósofos de la ciencia a partir de los avances y descubrimientos más novedosos en las diferentes disciplinas (especialmente la física que, como ya mencionamos, es la ciencia que marca los derroteros de la epistemología), particularmente en el siglo XX. En artículos anteriores revisamos algunas de estas críticas, en particular al método inductivo y al principio de objetividad en la observación científica que permite una adecuación total de las teorías, erigidas a partir de la experiencia sensible y de la lógica inductiva, a la realidad, y llegamos con Thuillier a la conclusión de que: “Si la historia de la ciencia ha podido sacar a la luz un hecho importante, es sin duda éste: ¡jamás existe una adecuación perfecta entre las teorías y los hechos!” (Ibidem. :9)
Las objeciones principales al empirismo y la objetividad en la ciencia son las siguientes: La observación está cargada de teoría. Para las posturas filosóficas modernas en torno a la ciencia la observación neutral y objetiva es imposible pues la observación está cargada de teoría y. en función de la teoría de que se trate, un hecho o dato se destacará en primer plano mientras otro se ignorará por completo. Esto significa que todos los conceptos con los que entendemos a la naturaleza no son rasgos de la realidad sino creaciones nuestras, como dice Martínez: son mapas del territorio, pero no son el territorio Los científicos no registran pasivamente datos sensoriales sino que elaboran un marco teórico mediante principios y conceptos que ellos eligen. Según Thuillier esta concepción se denomina constructivista y no sólo tolera la subjetividad sino que ite que es inevitable y legítima (modelo piagetiano del conocimiento y de la génesis de la ciencia). Para ella no existe un puente lógico entre los fenómenos y los principios que los deben explicar. Pero estos principios si no son sacados de la experiencia tampoco son productos a priori de la “Razón” sino que son resultado
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de la actividad intelectual humana, condicionada psicológica y socialmente. Así, la génesis de las teorías científicas no proviene sólo de la epistemología y la lógica sino también de la psicología, la sociología y la antropología cultural. Así pues, en la actividad científica real el investigador corre riesgos pues se decide a apoyar determinada concepción de la naturaleza, a postular relaciones quizá inexistentes e incluso a manipular hechos. El mismo Einstein itía el papel del sujeto en el conocimiento científico al afirmar: “Es necesario (...) que el científico ponga sus conceptos en relación con el mundo de la experiencia de la forma más directa y necesaria posible. Pero la teoría no puede deducirse lógicamente de la experiencia, se inventa libremente. En este sentido el científico es también un racionalista: debe dar pruebas de una imaginación especulativa, forjar unos principios y unos conceptos que se anticipen a la experiencia(...) me parece inevitable (...) una oscilación entre estos dos extremos” (Thuillier, op.cit. :504). Ya hemos mencionado que la moderna postura positivista ite la inexistencia de la observación pura y de la posibilidad de deducir de ella las leyes de la naturaleza (inducción): “... los principios que regulan el decurso de un grupo cualquiera de fenómenos no podrán ser otra cosa que principios hipotéticos, sugeridos por la experiencia y no ya deducidos de ella...” (Geymonat, op.cit.:36). Aunque aún defiende la objetividad del conocimiento en algunos momentos, así lo testimonia Pérez Tamayo en la siguiente cita: “...muchas veces (en especial cuando se inicia la investigación en un campo nuevo)
la actividad científica es la de un observador de lo que ocurre en la naturaleza, por lo que su “creatividad” es mínima; en otras ocasiones, el hombre de ciencia se tropieza con fenómenos más o menos inesperados (es decir, no incorporados a las posibilidades consideradas en su marco teórico) y entonces actúa una vez más como observador de la realidad. Pero el científico invierte la mayor parte de su tiempo profesional en averiguar hasta dónde los esquemas teóricos que ha construido para explicar los fenómenos reales que percibe, coinciden con la naturaleza” (Pérez, 1989:13). Y para Thuillier la labor científica se realiza en dos pasos: Uno que corresponde a la invención de las hipótesis y que, como vimos, parte de un paradigma que rige los conceptos, la cosmovisión y los métodos de trabajo del investigador. El otro posterior, que implica acercarse a la realidad en busca de su confirmación en la experiencia. Así el moderno paradigma positivista ite que la actividad de los científicos en su mayor parte consiste en la verificación empírica de hipótesis establecidas previamente; no obstante, aunque ite la subjetividad en la elaboración de hipótesis, continua abogando por la objetividad del conocimiento científico en tanto la verificación de éstas implica dejar “hablar” a la experiencia. Igualmente aún defiende la pureza de la observación en ciertos casos, particularmente en los inicios de una ciencia novedosa y en la llamada serendipia (descubrimientos casuales),
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aunque para pensadores como Thuillier estos descubrimientos tienen significado sólo si el investigador ha hecho una reflexión anterior que le permite leer las señales de la naturaleza y convertir un hecho nuevo, que en otros casos pasaría inadvertido, en un “hecho científico”.
Vimos ya como Kuhn fundamenta el dominio de un paradigma en un momento histórico concreto en este consenso de los científicos, lo que demuestra la importancia del factor sociológico y psicológico en el progreso científico, tal vez más que el factor “objetivo”. Igualmente la subjetividad se manifiesta en el carácter convencional de los axiomas de que parten las teorías científicas. Sobre el particular abundaremos más adelante. Pero en este punto también nos referimos a la necesidad de cierto poder de persuasión del investigador para “mostrar la evidencia” de sus descubrimientos.
La Teoría de la Relatividad. Quizá el argumento más demoledor contra el objetivismo en la ciencia lo constituye uno de los descubrimientos físicos más importantes del siglo XX: la Teoría de la Relatividad, que elimina la posición de privilegio del sujeto observador (el investigador) al considerar que lo observado depende del punto de referencia desde el que se observe. Más adelante analizaremos con mayor detalle las aportaciones de esta teoría al cambio de visión en la física. El consenso científica.
de
la
comunidad
Otro elemento que apoya el aspecto subjetivo dentro de la labor científica es la necesidad del consenso de la comunidad para aceptar una nueva teoría o descubrimiento.
“La ciencia es una empresa esencialmente social” (Pérez, op.cit. :39) nos dice Ruy Pérez Tamayo refiriéndose a la necesidad de que las teorías y observaciones de un científico deben ser discutidas y aceptadas, primero por sus colegas más cercanos, luego por el sector científico interesado de su país y, posteriormente, por la comunidad científica internacional. Y para convencer a sus colegas, nos dice Thuillier, el investigador necesita “vestir” los resultados, pues se requiere persuadir a los expertos y no sólo mostrarles una “evidencia”. He aquí una prueba más de que la experiencia sensible no habla por sí sola, pues para convencer de sus teorías el científico debe presentar “los hechos” bajo una luz seductora y minimizar o delimitar las objeciones, para lo cual hay que organizar la exposición de modo conveniente. Así, aunque la investigación científica parte de un marco teórico general a partir del cual efectuar observaciones, cuando se llega a resultados palpables el científico debe atenerse a ciertas reglas para que éstos, no parezcan especulaciones sin
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fundamento y que obtenga el respaldo anhelado. Estas reglas para la presentación de resultados responden al paradigma positivista, pues: “De forma general, en las condiciones actuales, el <<modelo>> ideal parece ser éste: el primer plano lo ocupan los <
> establecidos neutral y desinteresadamente, y las consideraciones teóricas deben ser tan sobrias y <<económicas>> como sea posible” (Thuillier, op.cit.:529). En pocas palabras, para que resulte convincente, el científico debe argumentar que su punto de partida lo constituyen los hechos y no revelar ninguna preferencia o compromiso teórico a la hora de analizarlos y extraer conclusiones, aunque justamente su proceder sea el contrario. Así, se continúa recurriendo a una postura netamente empirista para “convencer” de la objetividad de las investigaciones, aunque el procedimiento real y la forma de obtener el consenso apele más a un factor subjetivo.
Fuentes consultadas: Briggs, John y F. David Peat (1994) Espejo y Reflejo. Del caos al Orden. Guía ilustrada de la Teoría del Caos y la Ciencia de la Totalidad Edit. Gedisa. Grupo ciencias naturales y del hombre. Subgrupo Divulgación científica Vol. 10 2ª. Edición. Barcelona. 222 pp.
Gutiérrez Pantoja, Gabriel. (1996) Metodología de las Ciencias Sociales. T. I Colección Textos Universitarios en Ciencias Sociales. Harla. 2a. Edición. México. 268 pp. Hernández Rojas, Gerardo (1998) Paradigmas en Psicología de la Educación. Editorial Paidos educador. México. 267 pp. Martínez, Miguélez, Miguel (1998) La Investigación Cualitativa Etnográfica en Educación. Manual teórico-práctico Editorial Trillas. 3ª edición. México. 175 pp. Geymonat, Ludovico (1993) Límites Actuales de la Filosofía de las Ciencias Edit. Gedisa. Colección Límites de la Ciencia #9 2ª edición. Barcelona. 181 pp. Pérez Tamayo, Ruy. (1989) Cómo Acercarse a la Ciencia. Consejo nacional para la Cultura y las Artes/ Edit. Limusa y Noriega. Gobierno del Estado de Querétaro. México. 150 pp. Thuillier, Pierre (1990) De Arquímedes a Einstein. Las Caras Ocultas de la Invención Científica. Alianza editorial/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México. 538 pp.
Deffilipe, Mercedes. (1977) Alianza entre Ciencia, Tecnología e Industria. Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior. ANUIES. México. 128 pp.
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El Paradigma dominante en la ciencia moderna: 2ª Parte
Estos tópicos nos permitirán, en un tercer momento, la descripción de la metodología de la ciencia moderna.
“S
La concepción tradicional de la ciencia considera que existe una uniformidad de la naturaleza en tiempo y espacio, una conducta mecánica establecida mediante cadenas de causa-efecto, en una palabra, que está regida por leyes universales que la razón puede descubrir.
i la historia de la ciencia ha podido sacar a la luz un hecho importante, es sin duda éste: ¡jamás existe una adecuación perfecta entre las teorías y los
hechos!” (Thuillier) En la edición anterior iniciamos, amable lector, la revisión de las características que distinguen al paradigma positivista de la ciencia, concretamente, analizamos la objetividad del conocimiento y el recurso a la experiencia sensible, cuya idea central es que fuera de nosotros existe una realidad acabada y plenamente externa y objetiva que nuestro aparato cognoscitivo puede reflejar dentro de sí, como un espejo, fundamentando el paradigma en el modelo empirista o materialista del conocimiento. En este artículo terminaremos esa tarea, mediante el abordaje de las temáticas siguientes: El determinismo de los fenómenos, La lógica formal como garantía de un procedimiento correcto y la matematización de las teorías La verificación experimental La posibilidad de separar el todo en partes para su estudio. La especialización en la ciencia.
EL DETERMINISMO FENÓMENOS.
DE
LOS
“El mundo definido por la ciencia ha sido tradicionalmente un mundo de pureza casi platónica. Las ecuaciones y teorías que describen la rotación de los planetas, la elevación del agua en un tubo, la trayectoria de una pelota o la estructura del código genético contienen una regularidad y un orden, una certidumbre mecánica que hemos terminado por asociar con leyes naturales” (Briggs y Peat, 1994:14). Este orden natural, que subyace debajo del aparente caos de los fenómenos complejos, se puede explicar mediante un esquema de causa-efecto representado por una ecuación diferencial. Fue Newton quien introdujo, dentro de su esquema mecánico del mundo, la idea de lo diferencial que relacionaba las razones de los cambios en la naturaleza con diversas fuerzas. Para los científicos pronto resultó una práctica común describir fenómenos diversos a través de ecuaciones diferenciales lineales donde los cambios se relacionan con las fuerzas de manera proporcional, ya que este tipo de ecuaciones expresan que: “...pequeños cambios producen pequeños efectos y los grandes efectos se obtienen mediante la suma de muchos cambios pequeños” (Briggs y Peat, op.cit :23).
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Estas nociones conllevan el concepto de que el Universo es continuo, esto es, que todos los fenómenos están relacionados a través de líneas de causa-efecto. Así, para la física clásica el Universo es continuo en tanto causal. El comportamiento regular del Universo, a la manera de un mecanismo de relojería perfectamente previsible, permite hablar de un determinismo en la naturaleza. Laplace aseguraba que el estado presente del universo es producto de su estado pasado y causa de su estado futuro, y afirmaba que si una inteligencia conociese todas las fuerzas que animan a la naturaleza y la situación que guardan todos los seres que la componen podría saber, mediante cálculos precisos, los movimientos futuros de los más grandes cuerpos del universo y del átomo más pequeño. Esta aspiración ha animado durante mucho tiempo a los científicos, en particular a quienes trabajan en el campo de la física teórica, a descubrir un principio único que unifique todas las teorías existentes y dé cuenta de cuanto ocurre, ocurrió y ocurrirá en el universo. “En la época de Napoleón, el físico francés Pierre Laplace pudo imaginar razonablemente que un día los científicos deducirían una ecuación matemática tan poderosa que lo explicaría todo” (Ibid. :21). Estas ideas son la base de la concepción determinista del paradigma positivista. El determinismo en física consiste en descubrir una fórmula capaz de calcular el futuro a partir del presente. Este principio ha sido cuestionado a partir del descubrimiento de la física cuántica y, concretamente, con la formulación del Principio de Indeterminación de Heisenberg, que analizaremos en el
apartado sobre los nuevos paradigmas de la ciencia. Este principio, formulado para la realidad de lo microfísico, acaba con la causalidad lineal, unidireccional de la física newtoniana y con el determinismo. Si a esta teoría le aunamos la visión de Ilya Prigogine (que también analizaremos con más detenimiento en un próximo apartado), según la cual vivimos en un mundo improbable, en un mundo en evolución emergente, de emergente novedad, donde el tiempo no es reversible, como lo considera la física newtoniana3, sino que es como una flecha donde es imposible volver atrás y el presente condiciona al futuro, un único futuro nuevo y singular, veremos que en la nueva concepción científica el determinismo es imposible.
LA LÓGICA FORMAL COMO GARANTÍA DE UN PROCEDIMIENTO CORRECTO Y LA MATEMATIZACIÓN DE LAS TEORÍAS.
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Para el paradigma newtoniano el hecho de que el universo se comporte como un mecanismo de relojería lo convierte en un mundo constante y repetitivo donde las leyes que lo rigen garantizan que lo que ocurrió en el pasado sucede en el presente y seguirá sucediendo en el futuro; por ello su concepción del tiempo es, a decir de Illya Prigogine (1983), reversible. Prigogine afirma que en tanto para la física clásica los principios que rigen a la realidad material son eternos, luego entonces, aplicables al Universo en cualquier momento del tiempo, éste resulta reversible, no en el sentido de vuelta atrás desandando lo andado, sino en el sentido de que no importa qué momento del tiempo se elija, los principios físicos aplicaran igual. Para este paradigma las leyes que rigen al cosmos se aplican hoy como se aplicarán mañana y se aplicaron ayer. Así, en tanto el comportamiento de la naturaleza es uniforme en tiempo y espacio, el tiempo no resulta un factor determinante para esta visión, es independiente del espacio y es absoluto.
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Si bien se considera que las teorías científicas deben partir de la experiencia y luego volver a ella a través de la verificación experimental, a nivel teórico deben revestirse de una sistematización y un rigor lógico que garanticen su validez. De hecho, la experiencia no confirma o verifica principios físicos aislados sino que éstos deben incorporarse a un cuerpo estructurado: la teoría física, y son las deducciones de ésta las que se confirman en la experiencia. Y es que una única proposición de una ciencia empírica no puede ser comprendida en todo su significado si no se la refiere al marco general de la teoría de la cual forma parte. Por ello no se pueden verificar aisladamente. “No es común que los principios erigidos en base de las teorías sean directa e individualmente controlables; es en cambio todo el sistema teórico por ellos constituido que, en sus consecuencias, puede ser verificado” (Geymonat, op.cit. :137). Es por ello que es necesario que los principios físicos estén contenidos en una sola teoría que posea coherencia interna, y para garantizar tal coherencia las ciencias empíricas recurren a la lógica y más concretamente a la matemática como disciplinas que poseen rigor y solidez en sus discursos. De esta manera, cuando una teoría física se expone en términos matemáticos se presenta como un edificio lógicamente construido donde cada parte sostiene a las demás. Uno de los recursos matemáticos empleados para establecer un esquema lógico de pensamiento dentro de la teoría es la axiomatización.
La axiomatización consiste en establecer como punto de partida de una construcción teórica un cierto número de postulados básicos o axiomas válidos para todas las ciencias, basados en evidencia intuitiva (por ejemplo: si dos cosas son iguales a una tercera son iguales entre sí), de los cuales se derivan, por argumentaciones lógicamente rigurosas, todas las consecuencias posibles. De esta manera la matemática se sustenta en dos elementos: La intuición; y El discurso lógico En matemáticas fueron éstas las bases para desarrollar la geometría euclidiana que por muchos años constituyó el paradigma en que debían inspirarse todas las ciencias para erigir verdades incuestionables, era el modelo para exponer cualquier asunto en forma exenta de dudas. Sin embargo, dentro de la matemática pronto empezó a cuestionarse el argumento de la evidencia como una propiedad psicológica más que lógica y, por tanto, como un criterio subjetivo que varía de individuo a individuo. Tales cuestionamientos, surgidos a partir del desarrollo de geometrías no euclidianas4 puso en crisis, en el siglo XVIII, el recurso a axiomas evidentes obtenidos por intuición, pues: Se demostró que la aceptación de este tipo de axiomas era fruto de un acto
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En la geometrías no euclidianas se deja fuera el argumento de que dos líneas que corren paralelas jamás llegarán a tocarse. Igualmente, la teoría de conjuntos llegó a afirmar un postulado que íba contra la evidencia: son tantos los puntos de un segmento, por pequeño que sea, como los de la recta entera.
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voluntario, esto es, de una convención entre los científicos. Surgieron dudas sobre la aceptación de la geometría euclidiana como modelo verdadero que explicaba la realidad física Sin embargo, tales críticas llevaron a la exigencia de que la matemática aplicara el máximo rigor, no sólo para sus demostraciones, sino también en sus definiciones, no aplicando un criterio de intuición sino haciendo un escrupuloso análisis crítico de todos los conceptos “intuitivos” heredados de la matemática tradicional que, por cierto, no fueron descartados sino que se consideraron un punto de partida para elaborar conceptos más precisos. En este nuevo sentido, la función de la intuición va a ser sugerir la elaboración de conceptos rigurosos y exactos, perdiendo su función anterior de constituirse como criterio de verdad. Por supuesto las ciencias empíricas, a diferencia de las matemáticas, no se quedan en el discurso lógico, aunque echan mano de él para dar solidez a sus teorías, sino que su principal fundamento lo constituye el recurso a la experiencia, la posibilidad de verificación empírica. Así, aplicada a las ciencias empíricas (empleando como modelo las físicas) la axiomatización no parte de principios evidentes e intuitivos sino de una serie de enunciados y proposiciones elementales sobre un fenómeno, obtenidos mediante observación y a los que son reducibles toda clase de proposiciones acerca del mismo. Estas proposiciones se erigen como axiomas de los cuales derivar, por deducción, toda la teoría sobre el fenómeno.
Este recurso a la axiomatización con un fundamento en la experiencia y un regreso a ella a través de la verificación de las conclusiones deducidas de los axiomas es un recurso que el paradigma positivista elaboró para salvar la crítica al inductivismo ingenuo: ya no se trata de derivar por vía inductiva las leyes que rigen al mundo, sino que ite que se parte de teoría: los axiomas, pero estos se derivan de la experiencia mediante observación. Joseph Fourier en 1822 fue el primer científico que conceptualizó así la axiomatización dentro de las ciencias físicas al estudiar las propiedades del calor y, dentro de esta línea, lo secundaron los llamados Positivistas Lógicos o Neopositivistas pues sostienen que las teorías físicas, construidas matemáticamente, deben ser expuestas en un lenguaje riguroso y preciso (lógico) a la vez que deben atenerse a la experiencia. De aquí que se les conozca también como empiristas lógicos. Basados en Wittgenstein y su Tractatus, los empiristas lógicos sostienen que estas dos exigencias: el rigor lógico y la base empírica no están en contradicción, porque un lenguaje organizado en forma lógica, aún el más abstracto, describe fielmente la experiencia, ya que existe un isomorfismo entre las palabras y la realidad que describen. Por ello el lenguaje sugerido por estos científicos para satisfacer tales exigencias es el de los símbolos de la lógica matemática, instrumento que requiere un perfecto dominio de los métodos lógicos. La matematización de las teorías en las ciencias empíricas se debe:
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Por un lado, a esta necesidad de establecer el máximo rigor, coherencia y sistematización al interior de las construcciones teóricas de la ciencia positiva, pues la matemática busca el rigor de la exactitud y precisión entre las representaciones simbólicas que logra y se caracteriza por su constante tendencia a la demostración de sus aportaciones, por lo que constituye, para las ciencias empíricas, un método de conocimiento certero y preciso “La cultura occidental se caracteriza por una suerte de mito de las matemáticas. Existe la creencia -que debemos a Pitágoras- de una virtud explicativa y casi trascendente de éstas. Para mucha gente, el hecho de describir en términos matemáticos (...) parece suficiente” (Antaki, 1997a :161). Por el supuesto carácter objetivo de las representaciones de la matemática, pues no obedecen a cuestiones subjetivas, sean psicológicas o culturales. Esta objetividad está garantizada por el manejo de propiedades cuantitativas de los fenómenos y no de cualidades de los mismos. “Las matemáticas otorgan un terreno de comprensión, son absolutas y universales, independientes de toda influencia cultural. Las nociones que cada lengua expresa dependen de datos influidos por la cultura; pero los objetos matemáticos están libres de esa cárcel cultural” (Antaki, op.cit. :161). Otro recurso moderno que las ciencias empíricas adoptan, echando mano de las matemáticas, es el empleo de modelos matemáticos.
El método de la ciencia no sólo parte de la axiomatización pues, aunque es útil como forma de sistematizar los resultados de la investigación y construir teorías, no lo es para sugerir una explicación de los fenómenos estudiados. Para ello los científicos emplean la construcción de modelos. En la actualidad los modelos no son considerados como representaciones literales de la realidad, sino que poseen dos funciones: -
-
Hacer comprensible el grupo de fenómenos estudiados, incluso a los no especialistas. Cumplir la función de una primera hipótesis acerca de la estructura del grupo de fenómenos estudiados y que resulta útil en tanto explica estos fenómenos a partir de nociones ya familiares en la ciencia, nociones que ya están sistematizadas, incluso en otro ramo de ella. Por ejemplo el explicar la estructura del átomo de hidrógeno a partir del sistema solar donde el electrón gira en torno al núcleo compuesto del protón y el neutrón.
Dentro de esta metodología es también común recurrir al empleo de modelos matemáticos a partir de la búsqueda de un isomorfismo entre determinado fenómeno natural, expuesto en lenguaje formal y riguroso, y una estructura matemática. La tarea es simular un fenómeno natural y determinar sus propiedades y consecuencias a un nivel puramente matemático para luego retornar con los resultados obtenidos de la estructura matemática al fenómeno examinado. Además, el modelo matemático permite, con ayuda de la computadora, variar las condiciones en que supuestamente se
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desarrollará el fenómeno, obteniendo consecuencias diversas de diferentes hipótesis, eligiendo finalmente la que permita simular el curso efectivo del fenómeno Como una crítica a la posición positivista a partir de su rigorismo garantizado por las ciencias formales, podemos decir: Que la axiomatización respalda el carácter subjetivo e ideal de la ciencia en tanto se trata de convenciones establecidas que deben respetarse por la comunidad científica. Y es que, aunque los axiomas de las ciencias empíricas no parten estrictamente de intuiciones evidentes sino supuestamente de observaciones, no dejan de ser hipótesis sobre el comportamiento de la naturaleza. De acuerdo a autores como Geymonat, el empleo de los modelos matemáticos es el punto más elevado de la idealización de la ciencia y un ejemplo más de su subjetividad, porque: -
Los modelos son ideales
construcciones
-
Un mismo fenómeno puede ser explicado por medio de dos modelos que resultan aparentemente contradictorios: el modelo ondulatorio y corpuscular de la luz, por ejemplo.
Algunos autores señalan que un defecto del enfoque positivista es la identificación de lo racional con lo meramente lógico, pues produce una imagen estática, instantánea, de las teorías científicas, como si la racionalidad tuviera sólo como posibilidad el pensamiento lineal
sistemático y no el razonamiento relacional, sistémico y dinámico. Así, lo racional en la ciencia no puede restringirse a lo puramente lógicodeductivo sino que debe incluir otras formas como la intuición, la lógica de descubrimiento y la lógica dialéctica en la cual las partes son comprendidas desde el punto de vista del todo- y hasta tolera, según algunos autores, ciertas inconsistencias lógicas y contradicciones. “..una ciencia natural no debe ser considerada meramente como un sistema lógico, sino de modo más general como una empresa racional, que tolera ciertas incoherencias, inconsistencias lógicas e incluso ciertas contradicciones. (...) El estudio de las entidades (...complejas) requiere del uso de una lógica no deductiva; requiere una lógica dialéctica” (Martínez, op.cit.: 108). LA VERIFICACIÓN EXPERIMENTAL Uno de los rasgos fundamentales que han contribuido al enorme éxito del paradigma positivista en el mundo moderno es la posibilidad de verificar sus resultados en la experiencia. Ya vimos que, merced a numerosas críticas en torno a la idea de que la investigación científica se inicia con una observación imparcial y pura del investigador, finalmente el paradigma ha terminado por aceptar que detrás de cualquier observación hay un fundamento teórico, pero ello no le ha hecho desistir de su afán objetivista fundamentándolo esencialmente en la posibilidad de hacer hablar a la experiencia en el momento de la verificación de una hipótesis. El científico interroga a la naturaleza para que ésta le confirme o refute sus
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suposiciones, pero no se trata de un modo meramente teórico racional de interrogación que también puede ser empleado por la filosofía, por ejemplo, sino que la ciencia moderna inaugura una forma novedosa de verificación ligada a la práctica del ingeniero: la verificación experimental. Con el experimento se interroga a la naturaleza en nombre de la teoría y su respuesta se registra con precisión para determinar con ella la solidez o no de una suposición teórica. Sin embargo, para autores como Ilya Prigogine e Isabelle Stengers (1983) la experimentación como método singulariza a la ciencia moderna en tanto la constituye en un encuentro entre teoría y técnica, en una alianza entre la ambición de modelar el mundo y la de comprenderlo. Por ello, no basta la observación pasiva de la naturaleza sino la acción sobre ella, acción que practica el método experimental al manipularla. “Se trata de manipular, de poner en escena la realidad física hasta conferirle una proximidad máxima con respecto a una descripción teórica” (Prigogyne e Stengers, 1983:44). Además afirman que con el método experimental se manipula al objeto estudiado hasta convertirlo en una situación ideal que no existe en la realidad, pero que se vuelve perfectamente inteligible pues se convierte en la hipótesis teórica que guía la manipulación. Así, en el fondo de la supuesta objetividad del método continúa latiendo la decisión subjetiva del investigador, pues aunque la experimentación se erige como un juez de la teoría y los resultados del experimento se registran con precisión para emitir su
veredicto, la pertinencia de estos resultados se evalúa en referencia a la idealización hipotética que guía el experimento, siendo todos los demás efectos secundarios, despreciables. Esto se liga a las ideas de autores como Lakatos o Kuhn, que ya analizamos, que rechazan la idea popperiana de que un experimento resulta crucial para echar por tierra toda una teoría, cuando la historia de la ciencia demuestra que muchas veces estos experimentos refutadores son manipulados o ignorados, de tal forma que la teoría se mantiene; de acuerdo a Lákatos por efecto de la heurística positiva del programa de investigación; de acuerdo a Kuhn porque el paradigma dominante se mantiene hasta que son demasiados los hechos que no puede explicar y surge un paradigma paralelo que sí los incluye, dando lugar a una revolución científica. Además, afirman Prigogine y Stengers, es claro que con el método experimental la naturaleza debe confirmar el lenguaje teórico en que se le dirige la palabra (determinado por el paradigma). Y éste evoluciona en la historia de la ciencia en función de factores como el balance de las respuestas que da la naturaleza, su relación con otros lenguajes y la relación de la ciencia con la cultura a la que pertenece, esto es, la exigencia que hace la cultura para que la ciencia formule nuevas preguntas y que comprenda a la naturaleza según lo que cada época considere pertinente. Empero, aún cuando en el experimento a veces se trata de una naturaleza preparada con anticipación, manipulada en función de la hipótesis, científicos y filósofos de la ciencia que lo han criticado, como Prigogine, están de acuerdo en que ello no le impide desmentir dichas hipótesis, en ese
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aspecto el investigador no puede hacer decir a la naturaleza lo que él quiere.
comprensible para la mente humana: su racionalidad.
En otras palabras, aún cuando el experimentador ignore sus resultados o los manipule es un hecho que la naturaleza habla por sí misma y, tarde o temprano, desmiente al científico si éste la ha ignorado.
Y para simplificar lo complejo, para clarificar lo obscuro, para ordenar lo desordenado, la ciencia procede a descomponer en partes los fenómenos pues el paradigma establece que la realidad puede reducirse a sus estructuras más simples para desnudar sus mecanismos de operación, para develar las leyes que lo gobiernan.
Por ello algunos autores afirman que la adquisición del método experimental es irreversible pues garantiza que la naturaleza interrogada será tratada como un ser independiente, el cual, aunque forzado a expresarse en un lenguaje inadecuado, no da las respuestas que los científicos quieren oír. Esta posibilidad, inaugurada por el método experimental, de controlar la realidad para verificar una hipótesis fue el fundamento de otra poderosa característica de la ciencia moderna y de su paradigma: la posibilidad de dominar los fenómenos naturales, lo que contribuyó a darle la aceptación que tiene hasta nuestros días. LA POSIBILIDAD DE SEPARAR EL TODO EN PARTES PARA SU ESTUDIO. LA ESPECIALIZACIÓN EN LA CIENCIA. En un apartado anterior analizamos, como parte de las características del paradigma newtoniano-cartesiano, la idea de que el universo se comporta en forma mecánica, como un reloj con movimientos regulares y previsibles si se conocen las leyes que lo rigen. La posibilidad para la razón humana de conocer tales leyes implica hacer simple lo complejo, encontrar, en la incertidumbre, confusión y desorden de los fenómenos complejos del mundo, aquello que los hace previsibles, claros, ordenados y simples, en una palabra, aquello que poseen de
“...el ideal del conocimiento científico clásico era descubrir, detrás de la complejidad aparente de los fenómenos, un Orden perfecto legislador de una máquina perfecta (el cosmos), hecha ella misma de micro-elementos (los átomos) diversamente reunidos en objetos y sistemas” (Morin, 1998:30). El reduccionismo en la ciencia presupone la concepción de que es posible separar en partes un fenómeno o realidad para analizarlo y desentrañar, a través de sus fragmentos, los mecanismos que lo rigen. “Esencialmente, el reduccionismo ve la naturaleza como la vería un relojero. Un reloj se puede desarmar y descomponer en dientes, palancas, resortes y engranajes. También se puede armar a partir de estas partes. El reduccionismo imagina que la naturaleza se puede armar y desarmar de la misma manera. Los reduccionistas creen que los sistemas más complejos están compuestos por los equivalentes atómicos y subatómicos de los dientes, palancas y resortes, los cuales la naturaleza ha combinado en un sinfín de maneras ingeniosas” (Briggs y Peat, op.cit. :21). Para el paradigma positivista la realidad es un rompecabezas susceptible de desarmarse y armarse al antojo del investigador, cuyas piezas pueden ser estudiadas en forma
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aislada, como entes individuales, para reportar al científico las características de la totalidad. De esa forma el paradigma hace énfasis en lo interno, peculiar y singular de las cosas, propiciando el aislamiento y el individualismo. Esta característica del modo de pensar científico positivista la expresa Hernández Rojas de la siguiente manera: En ciencias sociales y naturales: “... todos los fenómenos complejos (entre ellos la educación) pueden reducirse a sus elementos constitutivos para propósitos de estudio y explicación” (Hernández, op.cit. :84). Esta posibilidad que brinda el paradigma positivista de separar la totalidad en fragmentos para su estudio, con la convicción de que estos pueden ser en cualquier momento reunidos para reintegrar el conjunto, facilitó la concentración de los estudios científicos en parcelas que, en principio, se concretaban a dividir grandes sectores de la realidad originando la aparición de diversas ciencias, pero que cada vez fueron profundizando en aspectos más y más concretos que hicieron surgir las especializaciones dentro de las diferentes disciplinas, y erigieron barreras entre ellas, especialmente al establecer lenguajes científicos distintos e incomunicables entre sí, con lo que la ciencia moderna se olvidó de reintegrar los fragmentos divididos y acabó por mutilar epistemológicamente la realidad. “Una hiperespecialización habría aún de desgarrar y fragmentar el tejido complejo de las realidades, para hacer creer que el corte arbitrario operado sobre lo real era lo real mismo” (Morin, op.cit. :30). De hecho, con la aparición del paradigma de la ciencia moderna terminó el imperio de la Filosofía como la ciencia de las ciencias,
como el saber único que englobaba una realidad holista y única. Concretamente, la separación cartesiana entre res cogitans (mente) y res extensa (materia), sujeto y objeto, estableció una diferencia aparentemente insalvable entre la Filosofía y la ciencia, pues: “En efecto, la ciencia occidental se fundó sobre la eliminación positivista del sujeto a partir de la idea de que los objetos, al existir independientemente del sujeto, podían ser observados y explicados en tanto tales” (Ibidem. : 65). Así, la ciencia se ocupó del conocimiento de los objetos sin intromisión subjetiva alguna, pues el sujeto fue rechazado como perturbación o como ruido a eliminar. Por el contrario la Filosofía, a través de la metafísica y la ética, tomó para sí el estudio del sujeto: “...rechazado de la ciencia, el sujeto se toma revancha en el terreno de la moral, la Metafísica, la ideología”. (Ibid. :66) Esta oposición entre ciencia y filosofía acabó con el concepto de una Ciencia Universal que englobaba el conocimiento existente. Sin embargo, hasta el siglo XVIII aún sobrevivió la idea de que existe una ciencia única a la que toca determinar la cientificidad o no cientificidad de las demás disciplinas. Esta ciencia era la matemática5. Pero esta postura se abandonó en el siglo XIX ante el avance de varias ciencias, y la nueva se declaró en pro de la especialización en el conocimiento. El representante decimonónico de esta tendencia es Augusto Comte, heredero de la escuela politécnica y de una sociedad industrial basada en la división del trabajo 5
Fue Kant el principal defensor de esta idea, llegando a afirmar que tanto la química como la psicología no tenían el carácter de ciencias por no contener elementos matemáticos.
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que defiende la especialización de las disciplinas como la causa del notable desarrollo del conocimiento humano. Sin embargo, Comte aún forma parte del gran movimiento iluminista del siglo anterior y por ello expresa su preocupación filosófica de que la especialización excluya cualquier intento de generalización del conocimiento, que las grandes mentes científicas se aboquen a una parcela del saber y no se preocupen por cuestionamientos generales como los que le competían a la filosofía. De ahí que le preocupe hacer una clasificación de las ciencias para reducir el número de ellas sólo a seis: matemáticas, astronomía, física, química, biología y sociología y que considere que cualquier otra especialización particular se reduzca a una de estas seis disciplinas, sin reconocerles autonomía. “En cambio las seis ciencias fundamentales tienen funciones, métodos, estructuras efectivamente bien distintos, donde sería grave error querer reducirlos a una unidad, subordinándolos completamente a la matemática” (Geymonat, op.cit. :56). Para Comte cada una de estas disciplinas tiene el derecho de erigirse en ciencia independiente porque evolucionó según la ley de los tres estadios que ya mencionamos en líneas anteriores, y cada una de ellas se actualiza en un nuevo estadio en momentos distintos a las demás, de manera que ninguna de ellas alcanza el estado científico si antes no lo alcanzan sus predecesoras. La postura de Comte “...es una primera respuesta de la filosofía al gran fenómeno histórico de la especialización: respuesta que reconoció su ineludibilidad, pero al
mismo tiempo trataba de establecer un límite” (Ibidem. : 57). Sin embargo, el límite impuesto por Comte pronto fue sobrepasado en vías de lograr el progreso científico dentro de un modelo similar al modelo industrial (este punto lo analizaremos en el siguiente capítulo), por lo que aparecieron miríadas de especializaciones y subespecializaciones, cada una con su respectivo lenguaje, para favorecer las descripciones precisas, la exactitud de las proposiciones, el rigor de los razonamientos y la clarificación de los principios en que se basan las teorías. Como una primera crítica a esta concepción, Morin nos dice que la ciencia concebida a la manera positivista es como una inteligencia ciega que destruye los conjuntos y las totalidades aislando a los objetos de sus ambientes: “La metodología dominante produce oscurantismo porque no hay más asociación entre los elementos disjuntos del saber y, por lo tanto, tampoco posibilidad de engranarlos y de reflexionar sobre ellos” (Morin, op.cit. :31). También aparece, en boca de varios filósofos, la idea de que la especialización del conocimiento, con sus lenguajes aislantes y aislados, hace que el científico se encierre en su propia disciplina sin preguntarse siquiera si ella requiere de una coordinación o integración con el trabajo realizado en otras disciplinas y, por supuesto, sin llegar a una visión completa de lo que es la realidad. Igualmente se cuestiona la separación cada vez mayor entre ciencia y filosofía por el total desinterés de los científicos en problemas generales que afectan a toda la ciencia, desinterés filosófico que da origen a lo que ya habíamos nombrado, con Ludovico Geymonat, como “neutralidad teorética”, esto es, la negativa a itir que
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la ciencia pueda, de algún modo, comprometerse con asuntos no específicos. Tal neutralidad y desinterés del científico por cuestiones filosóficas conlleva implicaciones graves: 1. Que los científicos, al no tener una postura filosófica propia, terminen siendo manipulados por intereses de grupos específicos. 2. Que la ciencia se prive de toda posibilidad de conocerse y reflexionar sobre sí misma. 3. Que se establezca una separación e incluso una oposición entre dos culturas: la humanista y la científica, lo que contribuye a esta visión mutilada de lo real, aún en el terreno social. Se cae entonces en una disyunción entre el humanismo centrado en el conocimiento filosófico, y la ciencia preocupada por el conocimiento de lo empírico, no habiendo forma de establecer una comunicación entre ambos saberes, máxime que no existe forma de entablar dicha comunicación entre las disciplinas científicas.
Geymonat, Ludovico (1993) Límites Actuales de la Filosofía de las Ciencias Edit. Gedisa. Colección Límites de la Ciencia #9 2ª edición. Barcelona. 181 pp. Martínez, Miguélez, Miguel (1997) El Paradigma Emergente. Hacia una nueva teoría de la racionalidad científica. Edit. Trillas. 2ª edición. México. 263 pp. Martínez, Miguélez, Miguel (1998) La Investigación Cualitativa Etnográfica en Educación. Manual teórico-práctico Edit. Trillas. 3ª edición. México. 175 pp. Martínez, Miguélez, Miguel (1999) La Nueva Ciencia. Su desafío, lógica y método. Edit. Trillas. México. 271 pp. Morin, Edgar (1998) Introducción al Pensamiento Complejo. Ciencias Cognitivas. Edit. Gedisa Colección Hombre y Sociedad. Serie CIA.DE.MA. 2ª reimpresión. Barcelona. 165 pp. Prigogine Ilya e Isabelle Stengers. (1983) La Nueva Alianza. Metamorfosis de la Ciencia. Alianza Universidad. Madrid. 287 pp.
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