El autoconcepto es básicamente la imagen que tenemos de nosotros mismos. Esta imagen se forma a partir de un buen número de variables, pero es particularmente influenciado por nuestras interacciones con las personas importantes en nuestras vidas. Incluye la percepción de nuestras capacidades y nuestra propia singularidad, y a medida que envejecemos estas auto-percepciones se vuelven mucho más organizadas, detalladas y específicas. Componentes del autoconcepto Al igual que ocurre con otros muchos términos en psicología, diferentes acercamientos teóricos han propuesto diferentes formas de definir y pensar sobre el autoconcepto. De acuerdo con una teoría conocida como la teoría de la identidad social, el autoconcepto se compone de dos partes fundamentales: la identidad personal y la identidad social. Nuestra identidad personal incluye cosas tales como los rasgos de personalidad y otras características que hacen a cada persona única. La identidad social incluye los grupos a los que pertenecemos dentro de la comunidad, la religión, la universidad o la propia familia. Para el Psicólogo humanista Carl Rogers el concepto de sí mismo se compone de tres factores diferenciados: 1. La imagen de ti mismo, o cómo te ves. Es importante darse cuenta de que la autoimagen no coincide necesariamente con la realidad. La gente puede tener una autoimagen inflada y creer que son mejores las cosas de lo que realmente son. Por el contrario, las personas también son propensas a tener auto-imagen negativa y percibir o exagerar los defectos o debilidades. 2. La autoestima, o cuánto te valoras. Una serie de factores puede afectar a la autoestima, incluso cómo nos comparamos con los demás y cómo responden los demás ante nosotros. Cuando la gente responde positivamente a nuestra conducta, somos más propensos a desarrollar una autoestima positiva. 3. El Yo ideal, o cómo te gustaría ser. En muchos casos, la forma en que nos vemos y cómo nos gustaría vernos a nosotros mismos no coincide.
Como se mencionó anteriormente, los auto-conceptos no siempre están perfectamente alineados con la realidad. Según Carl Rogers, el grado en que el autoconcepto de la persona coincide con la realidad determina el grado de congruencia o incongruencia.
Rogers cree que la incongruencia tiene sus primeras raíces en la infancia. Cuando los padres ponen condiciones al afecto que ofrecen a sus hijos (sólo expresan su amor si los niños “lo ganan” a través de ciertos comportamientos, o satisfacen las expectativas de los padres), los niños empiezan a distorsionar los recuerdos de experiencias en los que se han sentido indignos del amor de sus padres. Por contra, el amor incondicional, ayuda a fomentar la congruencia. Los niños que experimentan este tipo de amor no sienten ninguna necesidad de falsear continuamente sus recuerdos para creer que otras personas los aceptan como realmente son. El entusiasmo puede entenderse como el motor del comportamiento. Quien está entusiasmado con algo, se esfuerza en sus labores y exhibe una actitud positiva ya que tiene un objetivo por cumplir. Un trabajador redoblará sus esfuerzos si sabe que puede acceder a un aumento de salario gracias a un buen desempeño; en cambio, si descubre que cualquier esfuerzo será en vano, es probable que pierda el entusiasmo. La felicidad y el bienestar interior también se asocian al entusiasmo, que puede surgir de manera natural y espontánea, sin que existan motivos concretos o específicos. Durante las épocas alegres y positivas de nuestra vida, solemos afrontar el día a día con un entusiasmo espontáneo, que parece ser un rasgo de nuestra personalidad. En cambio, los momentos de mayor dificultad a nivel emocional o económico suelen atentar contra los deseos de luchar, y en ellos se encuentra la clave para salir adelante. Existen diversas formas de entender el concepto de entusiasmo, y en gran parte se encuentra ligado a la vocación, en cuanto a que en cada individuo se manifiesta de manera particular y, muchas veces, impredecible. Hay quienes creen que todos nacemos con un talento especial, y que solo algunos lo descubren; por otro lado, existe la teoría de que unos pocos afortunados llegan a este mundo con habilidades sobresalientes, y que siempre oyen el llamado de la vocación, aunque decidan ignorarlo. Se trata de un aspecto de nuestra vida muy difícil de comprender, dada su naturaleza intangible y las infinitas combinaciones que se dan en la construcción de cada personalidad, lo cual deriva en infinitos caminos para analizar la mente y sus características. Sin personas más reservadas embargo, incluso las sienten debilidad por una
actividad, y emanan una alegría capaz de iluminar una ciudad entera cuando tienen la posibilidad de llevarla a cabo. Ni siquiera quienes se muestran más apagados, aquellos que evidencian una sensación de derrota ante los desafíos de la vida, pueden esconder su felicidad si se les presenta un objetivo que toque esa parte tan profunda de su ser que, muchas veces, solo ellos conocen. El entusiasmo se despierta por motivos y de formas diferentes en cada uno y, a diferencia de la vocación, parece estar al alcance de todo ser humano. La vida moderna, que nos sumerge desde nuestro nacimiento en una sociedad consumista, suele conducirnos a una espiral de inconformismo y decepción ante la idea de no poder alcanzar nuestros objetivos, tanto a nivel emocional como profesional. Todo comienza cuando permitimos que otros decidan cuáles son nuestras necesidades, qué nos hace felices, con quiénes queremos compartir nuestra existencia. En la mayoría de los casos, dado que dichas elecciones no son propias, llega un punto en el cual perdemos el entusiasmo y se desmorona toda la estructura a nuestro alrededor; la solución, por lo tanto, es tan simple como desgastante: cuestionar cada aspecto de nuestra vida, para dar con la combinación de objetivos ynecesidades que verdaderamente nos corresponde.