Las Leyes Del Amor 9g23

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© 1997 Margaret Mayo © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Las leyes del amor, n.º 973 - julio 2021 Título original: Ungentlemanly Behaviour Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier

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I.S.B.N.: 978-84-1375-872-5

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Índice

Créditos Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

HALLAM Lane no era en absoluto como Abby había imaginado. Después de hablar con su hijo, se había creado la imagen de un tirano de rostro severo, no muy alto e insensible a las necesidades de Greg, pero nada podía estar más lejos de la verdad. El padre de Greg superaba el metro ochenta de estatura y era increíblemente atractivo, pese a tener una nariz un tanto aquilina y la mandíbula muy marcada. Con sus ojos negros de gruesas pestañas podía cautivar a una mujer sólo con mirarla, y eso era precisamente lo que estaba haciendo en aquellos momentos. Durante unos minutos, Abby había podido observarlo sin que él lo supiera. Se presentó a la cita antes de la hora y su ama de llaves le hizo pasar a una sala de estar que daba a los extensos jardines de la mansión de los Lane y le dijo que iría a avisarlos. Sin embargo, una llamada de teléfono la entretuvo y mientras Abby esperaba de pie contemplando los jardines, los dos hombres aparecieron tras los amplios ventanales de la sala. Greg se estaba riendo por algo que había dicho su padre y Hallam Lane le había pasado el brazo por los hombros amigablemente. Luego Greg se había apartado para darle un puñetazo de broma en respuesta a un comentario de su padre y se habían dirigido a la casa riéndose y abrazados como buenos camaradas. Al entrar en la sala de estar, Hallam Lane pareció un poco sorprendido al ver a una joven desconocida de pie esperando. Luego, miró su reloj. –La señorita Sommers, si no me equivoco. Ha llegado antes de tiempo. –Lo siento –dijo Abby, y luego dedicó a Greg una sonrisa afectuosa–. Hola otra vez. Greg parecía intranquilo y le sonrió débilmente, pero Abby no tuvo tiempo de preguntarse cuál podía ser el motivo porque Hallam Lane le tendió la mano cirniéndose sobre su metro sesenta y siete de estatura. Unos ojos de terciopelo negro la escrutaron con atención.

–Por favor, siéntese –le dijo. Tenía una voz grave tan sexy como su cuerpo y Abby se sintió aún más confundida. Había ido convencida de que Hallam Lane le desagradaría y con la intención de interceder por Greg ante él, y en cuestión de minutos, no sólo había presenciado una afabilidad inesperada entre padre e hijo sino una atracción muy peligrosa. Algo raro en ella. En sus años de universidad, había salido con muchos compañeros pero no había tenido ninguna relación seria porque había pasado la mayor parte del tiempo tratando de demostrar su valía, de combatir los prejuicios y tener éxito en un mundo regido por hombres. Lo había conseguido, no en vano había heredado el espíritu luchador de su padre, y a la edad de veintinueve años ya había adquirido una excelente reputación en su profesión. Disfrutaba siendo abogada. Cada caso que aceptaba era un nuevo reto y, aunque no lo había planeado, los jóvenes se habían convertido en su especialidad, posiblemente porque Abby era todavía joven y le resultaba muy fácil conectar con ellos. Cuando Greg fue a verla, simpatizó con él enseguida y aceptó su caso de inmediato, pero el joven sugirió que conociese primero a su padre para poder tener su aprobación. –Creo que cuando me aconsejó que recurriera a su firma, pensó que Sommers era un hombre –había dicho Greg con ironía–. Mi padre está en contra de que las mujeres trabajen en profesiones liberales y tendrá que persuadirlo de que es la persona apropiada para este caso. Abby señaló entonces que a sus dieciocho años no necesitaba el consentimiento de su padre, pero Greg se encogió de hombros con ansiedad. –Prefiero no contradecirlo. Fue entonces cuando Abby imaginó a Hallam Lane como un pequeño tirano, y en ningún momento se le pasó por la cabeza que se hallaría ante aquel ejemplar perfecto de la especie masculina. Tenía el pelo grueso y negro, plateado en las sienes, y vestía un jersey de cachemira y pantalones de lana de color negro que resaltaban su cuerpo musculoso. Estaba sentado enfrente de ella, al lado de Greg, y era evidente que no había parecido entre ellos. Greg tenía el pelo castaño, ojos grises y serenos y un rostro afable: nunca dejaría sin aliento a una mujer sólo con mirarla. Abby supuso que había salido a su madre y se preguntó por qué no

estaba presente. Abby dejó a un lado aquella extraña atracción hacia Hallam Lane y adoptó una pose de total eficiencia, alegrándose de haber escogido bien el vestuario para su cita. Normalmente, en el bufete, vestía de manera informal para que sus jóvenes clientes no se sintieran intimidados, pero aquella mañana, con idea de impresionar al padre de Greg, había escogido uno de los trajes de corte severo que reservaba para sus apariciones en los tribunales. Se había recogido su melena pelirroja en una trenza y no llevaba pendientes, en realidad la única joya que lucía era un anillo de granates heredado de su madre. Salió de casa convencida de que el padre de Greg no podía pasar por alto su aspecto conservador y responsable, pero lo que Abby no imaginaba era que ningún traje podía ocultar el hecho de que era una mujer increíblemente sensual. –Vayamos al grano, ¿le parece, señor Lane? –dijo Abby con tono enérgico y rostro deliberadamente inexpresivo–. Su hijo me ha expresado su deseo de que nos conociéramos. Parece considerar necesaria su aprobación antes de que acepte el caso. Hallam Lane asintió lentamente, turbándola con su penetrante mirada. –Es cierto, pero parece extrañada. –Es mayor de edad –dijo Abby, y se encogió de hombros para sofocar la excitación que aquel hombre le provocaba–. Los padres no suelen interferir, aunque conocerlo me ayudará a formarme una idea mejor de Greg y de sus circunstancias. –¿Interferir? –repitió Hallam Lane frunciendo el ceño–. No estoy interfiriendo, Sommers, sólo defiendo los intereses de mi hijo. Quiero asegurarme de que cuenta con la mejor representación legal posible. –Por supuesto –se disculpó Abby enseguida–. Ha sido una elección desafortunada de palabras, señor Lane. Le aseguro que no lo he dicho con ánimo despectivo. –Me alegro de oírlo –dijo con sonrisa glacial–. Pero la cuestión sigue siendo la misma, que no estoy preparado para permitir que una mujer lleve el caso de mi hijo. Me temo que ha hecho el viaje en balde.

–¿Y por qué no? –repuso Abby. Se había enfrentado a discriminaciones como aquélla en muchas ocasiones. Con su figura esbelta y pelo de color vivo, y el balanceo inconsciente de sus caderas al andar, ningún hombre la tomaba en serio ni creía que era abogada. Frunció el ceño–. ¿No cree que es su hijo quien debe tomar la decisión? –No cuando será mi dinero el que pague sus honorarios –señaló Hallam Lane en tono resuelto. Era una respuesta innecesariamente áspera y Abby se la tomó como una ofensa personal. Alzó la barbilla y lo miró con chispas en los ojos. –¿Acaso tiene la impresión de que en mi profesión las mujeres no trabajan tan bien como los hombres? Desgraciadamente, mientras hablaba, Abby sintió que una horquilla se salía de su sitio. Maldijo en silencio y levantó rápidamente la mano para comprobar que no se había despeinado, pero vio que los ojos negros de Hallam Lane contemplaban con aprobación cómo su pecho sobresalía con el movimiento del brazo. Era una típica reacción masculina y a Abby le hirvió la sangre. Bajó la mano inmediatamente, pero los ojos negros siguieron con el escrutinio y recorrieron su cuerpo centímetro a centímetro, sin detenerse hasta llegar a sus pies menudos enfundados en zapatos de cuero negro. Abby se sintió como si la estuvieran desnudando e inspiró con irritación. –Si ha terminado ya, señor Lane, me gustaría que contestara a mi pregunta. Lo miró con ojos verdes brillantes de indignación, y sus pestañas cubiertas de rímel temblaron, como todo su cuerpo. Empezaba a comprender por qué Greg había insistido en conseguir la aprobación de su padre. –La verdad es que no tengo fe en las abogadas. ¿Qué le ha pasado a Neville Sommers? ¿Se ha jubilado? –Mi padre murió –dijo Abby con expresión sombría. –Lo siento –repuso Hallam Lane inmediatamente–. No lo sabía. Era un buen hombre, el mejor. –Y yo he ocupado su puesto –añadió Abby con orgullo, retándolo con sus ojos verdes.

–Dadas las circunstancias, lo lógico es que su firma eligiera a uno de los socios más antiguos. Y con más experiencia, quería decir, ¡no una mujer bonita y femenina! A Abby le temblaron las aletas de la nariz, era evidente que aquel hombre era un auténtico machista. –¿Y cómo va a saber lo buena que soy si no me pone a prueba? –replicó Abby, dispuesta a no dejarse achantar. Le había costado mucho llegar hasta donde estaba. Los ojos de terciopelo negro la miraron con un brillo enigmático. –¿Cuántos años tiene, señorita Sommers? –Los suficientes –respondió Abby con serenidad, aunque sabía que no aparentaba tener veintinueve años–. Creo que la decisión recae en su hijo, señor Lane –añadió–. Está contento de poder recibir mi ayuda. Greg había permanecido callado, pero en aquel instante la miró con ansiedad, como tratando de advertirla, pero fue demasiado tarde. –Dudo que Greg tenga nada que decir en esto –gruñó su padre–. Ya se ha metido en bastantes líos como para que una mujer incompetente empeore su situación. –No estoy de acuerdo –dijo Abby manteniendo un tono sereno y profesional, aunque empezaba a montar en cólera por dentro–. Estoy acostumbrada a defender a jóvenes y personalmente creo que Greg y yo podríamos… –Yo no lo creo –la interrumpió Hallam Lane. –Pero, padre, pienso que… Era la primera vez que el chico hablaba, pero una mirada glacial de su padre lo silenció al instante. –Lo que tú pienses no tiene nada que ver con esto –declaró Hallam con firmeza. –Pero la señorita Sommers me cae bien, estoy seguro de que…

–Greg, déjame que yo me encargue de este asunto. Abby no podía comprender por qué aquel hombre no dejaba a su hijo hablar por sí mismo y sintió lástima por el joven. –Considero que mi edad está a mi favor en lo que respecta a su hijo –le dijo a Hallam Lane, tratando de ser razonable–. Puedo conectar con los jóvenes mucho mejor que los socios más antiguos, como Grypton o Evans, y creo que ello redundaría en beneficio de Greg. ¿Podría hablar con su mujer? Debería ser una decisión conjunta. –No hay ninguna señora Lane –dijo Hallam con el ceño fruncido, y Abby supo que había puesto el dedo en la llaga. Seguramente, su matrimonio no había durado, y si era así de machista, podía comprender perfectamente por qué–. Y creo que es hora de que se vaya. Puede comunicar a sus socios el motivo de mi negativa… y si tienen algo de sentido común, se librarán de usted. Abby abrió la boca para objetar, vio que Greg le suplicaba con la mirada que no dijera nada más y la cerró. Si aquélla era la decisión de Hallam Lane, y su hijo estaba dispuesto a aceptarla, no tenía sentido discutir aunque pensara que estaba cometiendo un grave error. Se puso en pie, tomó su bolso y salió de la habitación. Cuando llegó a la entrada principal, le tendió la mano y le sonrió cortésmente: –Adiós, señor Lane. Siento que piense así. Al tocarlo sintió como si le corriera lava por las venas. A pesar de la hostilidad que le había mostrado, era un hombre peligrosamente atractivo y Abby retiró la mano a toda prisa. Hallam Lane sonrió con satisfacción, como si supiera el efecto que estaba produciendo en ella y pensara que respondía a un patrón preconcebido de mujer. A no ser que fueran imaginaciones suyas, pensó Abby. –Greg debió imaginar cuál sería mi parecer –dijo bruscamente con los ojos fijos en Abby–. No debió hacerle perder tiempo. Adiós, Sommers. Abby miró al chico sintiendo verdadera lástima por él. –Adiós, Greg –se despidió, y caminó hacia su coche consciente de que Hallam Lane seguía observándola.

Una vez en el interior de su Rover azul metálico, inspiró hondo, encendió el motor y se alejó tan bruscamente que levantó grava. La verja de hierro forjado enclavada en el alto muro que rodeaba la finca se abrió automáticamente al acercarse y Abby no pudo evitar preguntarse qué tenía que ocultar aquel hombre para que su casa fuese una fortaleza. No solía pensar mal de nadie, pero le había parecido un hombre muy poco razonable. Cuando regresó al edificio elegante pero discreto de la firma Grypton, Sommers & Evans de la ciudad inglesa de Shrewsbury, Abby seguía pensando en la injusticia de lo ocurrido. Se quitó la chaqueta, la colgó con impaciencia en el perchero, arrojó el expediente Lane a la basura y se dejó caer en su silla. Cuando sonó el teléfono, se sorprendió al oír decir a su secretaria que se trataba del señor Lane. –¿Hallam Lane? –preguntó, sin pararse a pensar por qué le había venido primero su nombre a la cabeza. –No, creo que es Gregory –respondió Linda. –Entiendo –dijo Abby lentamente–. Pásamelo –quizás hubiera convencido a Hallam Lane para que recapacitara–. Hola, Greg, qué sorpresa, ¿ha cambiado tu padre de idea? –Qué va –repuso enseguida el joven–. Pero ha salido y quería decirle lo mucho que siento que hiciera el viaje en balde. Realmente pensé que al conocerla… –No tienes que disculparte –lo interrumpió con suavidad–, en mi trabajo trato con toda clase de personas. Pero te agradezco que hayas llamado. Hubo una pequeña pausa antes de que Greg volviera a hablar. –No llamaba sólo para disculparme… la verdad es que quiero que me represente. ¿Lo hará? –preguntó con ansiedad. Abby anticipó en su cabeza las consecuencias de lo que le estaba pidiendo. Ir en contra de los deseos de Hallam Lane podía causarle muchos problemas y, como poco, provocaría fricciones entre padre e hijo. –No creo que sea una buena idea. Tu padre…

–La decisión es mía –la interrumpió Greg, sorprendiéndola con su determinación. –¿Y por qué no te opusiste delante de él? –replicó Abby frunciendo levemente el ceño. –Porque lo respeto, imagino –le dijo con ironía–, y raras veces le contradigo… Además, no lo consideré prudente, teniendo en cuenta el lío en el que ya estoy metido. Pero, en serio, quiero que me ayude, así que he pensado que no podrá hacer nada ante un hecho consumado. Yo no he robado nada, se lo aseguro. Estaba… –Greg –lo interrumpió Abby con firmeza–. Lo haré, pero sólo con la condición de que tu padre esté de acuerdo. Habla con él otra vez, dile lo que me has dicho, que confías en mí, y luego ven a verme. ¿A las diez de la mañana te parece bien? Gregory aceptó de mala gana y, después de colgar el teléfono, Abby se quedó pensando en cómo sería el siguiente encuentro entre padre e hijo. Para ella había sido toda una sorpresa sentirse atraída por Hallam Lane. Personalmente, le parecía que casi todos los hombres eran arrogantes, dominantes y despreciativos delante de una profesional con éxito y había levantado su propia barrera ante ellos. Entonces, ¿por qué había sentido aquella fascinación instantánea? Podía ser peligroso, sobre todo si Greg conseguía convencer a su padre de que cambiara de idea. Sólo de pensar en volver a ver a Hallam Lane sintió un escalofrío. Pasó deliberadamente a pensar en Greg, y se preguntó cuánto tiempo hacía que no tenía madre. Podría ser parte de su problema… ¿habría sido un niño problemático? Tendría que averiguar el pasado de aquel joven, ¿y quién mejor que su padre para desvelárselo?

Pocos minutos antes de las diez del día siguiente, su secretaria le anunció por teléfono que el señor Lane estaba esperando a que lo recibiera. –Hazle pasar –dijo Abby enseguida, contenta de que Greg hubiese convencido a su padre. Le parecía increíble. Pero la sonrisa que desplegó cuando se abrió la puerta desapareció al ver a Hallam Lane entrar en su despacho. Se puso inmediatamente de pie para no sentirse en desventaja ante aquel hombre alto y

fornido, y no hubo preliminares por parte de ninguno de los dos. –Si ha venido a prohibirme que lleve el caso de Greg está cometiendo una estupidez –dijo con firmeza–. Greg confía en mí y quiere que sea yo… –Está gastando saliva. –No lo creo –replicó Abby frunciendo el ceño. Hallam Lane llevaba un traje gris oscuro que realzaba las formas delgadas pero fuertes de su cuerpo; tenía razón al pensar que era peligrosamente atractivo–. Da la casualidad de que tengo fe en su hijo. –No he venido a denigrarla, Sommers. Puede ocuparse de los asuntos de Greg. –No entiendo –repuso Abby, sintiéndose por un instante en desventaja, y deseó haberse vestido de otra forma. Se había puesto un vestido de algodón de color verde esmeralda que hacía juego con sus ojos… y que le hacía parecer aún más joven. Además, llevaba el pelo suelto y le caía por los hombros como un torrente de fuego rojo de gruesas ondas–. ¿Qué le ha hecho cambiar de idea? –Greg me recordó que es mayor de edad y que puede tomar sus propias decisiones –explicó Hallam Lane con ironía–. No es que esté del todo de acuerdo con él, ya ha cometido algunos errores trágicos en su corta vida. Mientras hablaba, aquellos ojos negros hicieron un cuidadoso estudio de sus labios y luego se deslizaron lentamente hacia sus senos, claramente moldeados por la fina tela de algodón. Era una acción deliberada y destinada a saber cómo reaccionaba ella, y se indignó. –Si pretende utilizar el sexo como arma, está perdiendo el tiempo –le dijo fríamente, poniéndose a la defensiva. No podía negar que sentía cierta excitación en su interior, pero no iba a permitir que se diera cuenta. –¿Quién habla de sexo? –preguntó sonriendo con sarcasmo. –No me gusta la forma en que me mira, señor Lane. De hecho su actitud me resulta extremadamente ofensiva. Abby nunca había hablado así a un futuro cliente ,o al padre de un cliente, pero había algo en aquel hombre que la irritaba. ¿O acaso tenía miedo de su propia

sexualidad, del modo en que conseguía excitarla sin ni siquiera proponérselo? Hallam Lane sonrió ampliamente, dejando ver unos dientes de un blanco inmaculado. –Soy un hombre de carne y hueso, Sommers, que ira a una mujer hermosa. Si quiere ver algo más, eso sólo confirma lo que imaginaba. –¿Qué quiere decir con eso? –dijo Abby levantando la cabeza. –¿Acaso no todas las mujeres son iguales? Sobre todo cuando trabajan en un mundo de hombres. Supongo que un hogar e hijos es lo último que desea. Gana mucho dinero y es libre de tener tantas relaciones como guste, e imagino que a ciertos hombres les resulta emocionante salir con mujeres de éxito. Yo personalmente prefiero a las que se comportan como mujeres de verdad. Abby se preguntó cómo había surgido todo aquello. –Estoy segura de no haber querido provocar nada de esto, señor Lane –dijo con voz tensa–. Creo que lo que dice está totalmente fuera de lugar y que será mejor que se vaya. Sabía que estaba echando a perder la oportunidad que le había dado de llevar el caso de Greg, pero, cielos, no tenía por qué aguantar sus insultos. Se dirigió a la puerta y la abrió, y para su sorpresa descubrió que su hijo estaba en la sala de espera. Pero antes incluso de que pudiera decir palabra o esbozar una sonrisa, una mano más fuerte que la suya la volvió a cerrar. Abby se volvió hecha una furia. –¿Qué demonios se ha creído que…? –Sólo quiero probar algo –murmuró Hallam Lane, y la estrechó contra su férreo cuerpo, inmovilizándola con una mano en la espalda y otra en la nuca. Buscó sus labios sin vacilación. Abby se sorprendió tanto que durante los primeros segundos se quedó inmóvil, permitiendo que la besara aunque le pareciese una locura, y cuando finalmente se resistió y empezó a aporrearlo exigiendo que la soltara, se turbó al ver pequeñas llamas de deseo en la negrura de sus ojos. Pero lo que más la asustó fue descubrir su propia respuesta ardiente a la sensualidad de aquel hombre.

–Bueno, bueno, Sommers –dijo con una sonrisa de satisfacción y ojos burlones cuando la soltó finalmente–. No me ha decepcionado. Abby le lanzó una mirada salvaje, aunque en realidad era consigo misma con quien estaba enfadada. –Es usted despreciable. –Y usted, Sommers, está preciosa cuando se enfada… y también es una mujer muy predecible. –Está muy equivocado, señor Lane. ¿Y sabe una cosa? Siento que Greg tenga un padre como usted, tan amoral. Hallam sonrió peligrosamente sin parecer molesto por sus rudas palabras. –Se lo advierto –le dijo con un brillo de acero en la mirada–, no quiero que condenen a mi hijo. –Depende de si es inocente, señor Lane –repuso Abby con expresión fría y desdeñosa. –Es su trabajo demostrar que lo es –le recordó Hallam. –¿Lo dice por preservar su buen nombre? Abby sabía que estaba jugando con fuego, pero hacía tiempo que había dejado a un lado la discreción en lo referente a aquel hombre. Los ojos negros centellearon. –Limítese a hacer el trabajo por el que se le paga. Abrió la puerta de golpe e hizo un gesto a su hijo para que pasara. Greg miró a su padre, luego a Abby, y su expresión preocupada dio a entender que les había oído discutir. –Hasta luego, hijo –gruñó Hallam antes de salir del despacho. Abby habría agradecido disponer de unos segundos para recobrar la compostura antes de hablar con Greg.

–Mi padre parecía muy enfadado –dijo el joven en voz baja. –Lo estaba. –¿No habrá cambiado de idea sobre…? –Por supuesto que no –lo tranquilizó Abby enseguida. –¿Entonces por qué…? –No tiene importancia, Greg –lo interrumpió nuevamente, y le habló en tono suave y amistoso, sintiéndose otra vez dueña de sí misma–. Siéntate. Tenemos mucho de que hablar.

Capítulo 2

ABBY rezó para no volver a ver al padre de Gregory Lane. Se sentía muy confusa por los sentimientos que suscitaba en ella: estaba enfadada con él porque se hubiese atrevido a besarla, y furiosa consigo mismo por haberlo permitido. Hallam Lane le resultaba tan atractivo que lamentaba que no le agradaran las mujeres con carrera, y desde luego, era el primer hombre que la había impactado. Pero por desgracia para su paz mental, no se mantuvo al margen. Asistió a la vista preliminar y acompañó a Greg cuando fue a verla días después. Cuando padre e hijo entraron en su despacho, Abby sintió que se deshacía por dentro, pero con aire resuelto se puso en pie, endureció el tono y pasó directamente al ataque. –Creo que debería dejar que Greg llevara sus propios asuntos, señor Lane. Aquel día llevaba una blusa de seda rosa y una falda a juego que deberían haber chocado con el color de su pelo pero que, en cambio, le conferían un aspecto deliciosamente femenino. Se había recogido el pelo en la nuca con un pasador rosa y dorado y llevaba unos aros de oro, aunque de haber sabido que el padre de Greg iba a aparecer se habría puesto un traje negro y unas gafas de carey. Los ojos negros se clavaron en los suyos después de su acostumbrado examen, durante el cual todos los sentidos de Abby se resentían. Era alarmante saber cómo su cuerpo reaccionaba ante él y deseó poder hacer algo al respecto. –Considero muy necesaria mi presencia –dijo retándola con la mirada–. Y seguiré dejándome ver hasta que me haya asegurado de que tiene experiencia suficiente como para llevar el caso de mi hijo. Parecía tan arrogante y pomposo, que Abby se olvidó de todas sus sensaciones y se enderezó, preparada para la batalla. –Tal vez quiera hablar con alguno de mis socios –dijo con aspereza–. Estoy

segura de que estarán encantados de responder de mí. Greg estaba de pie junto a su padre, moviendo nerviosamente los dedos. Abby sintió lástima por que se viera atrapado entre dos fuegos, aquello sólo podía mermar su moral. –No creo que sea necesario –contestó Hallam Lane–, pero quisiera que Greg nos dejara solos un momento. Desearía hablar con usted en privado. Greg pareció a la vez sorprendido y receloso, igual que Abby, y la miró con vacilación, como para preguntarle qué debía hacer. Abby no veía ningún motivo por el que Greg debiera salir de la habitación ni imaginaba por qué Hallam Lane no podía hablar delante de su hijo, pero sabía que no se iría hasta que no hubiese soltado lo que tenía que decir. Asintió a Greg y le sonrió débilmente tratando de tranquilizarlo. Cuando se quedaron solos, permaneció de pie, con la barbilla alta, mirada cautelosa y los dedos apoyados en la mesa. Hallam Lane llevaba un traje azul marino con camisa y corbata a juego que parecía realzar su altura y corpulencia. Abby sintió que se le resecaba la boca sólo con verlo. –¿Le ha dicho Greg que ya había estado metido en líos? –preguntó con brusquedad. –La verdad, no. Pero ha venido hoy aquí para poder seguir hablando… –No se lo habría contado –la interrumpió Hallam con un tono áspero en la voz que dejaba ver lo decepcionado que estaba con su hijo. –Lamento contradecirle –dijo Abby enseguida con decisión–. En cuanto me haya ganado toda su confianza y Greg se dé cuenta de lo importante que es que lo sepa todo, estoy segura de que no me lo ocultará. Debería tener fe en su hijo, señor Lane. –Debo reconocer que el chico se encuentra a gusto con usted. –Es importante que así sea –contestó Abby, sorprendida y complacida por su afirmación–. Y, a decir verdad, creo que insulta su inteligencia acompañándolo a todas partes. ¿Por qué no le deja respirar?

–¿Acaso se ha quejado? –replicó Hallam con mirada recelosa y tono áspero. –En absoluto. –¿Pero considera que tiene derecho a decirme lo que debo hacer? –le espetó, y avanzó hacia Abby a grandes pasos hasta que sólo les separaba el escritorio. –Por supuesto que no –dijo Abby con cautela, sintiendo que trataba de intimidarla con la fuerza de su musculatura y una mirada negra como el carbón–. Pero me parece que… –Le agradecería que se guardara sus opiniones para usted –gruñó Hallam–. ¿Cómo voy…? En aquel momento sonó el teléfono y Hallam Lane se vio obligado a permanecer en silencio mientras Abby contestaba la llamada. No dejó de mirarla ni por un momento, y Abby sintió con incomodidad cómo observaba su tez de porcelana salpicada de pecas, los ojos verdes almendrados, su pequeña nariz recta, los labios gruesos y las orejas, pequeñas y delicadas. Y por si fuera poco, deslizó la mirada por la esbelta columna de su cuello hasta los senos, que resaltaban bajo la seda de la blusa, dejando claro que estaba viendo sus curvas redondeadas y no las prendas que llevaba. Abby sintió que le ardía la piel, y se odió a sí misma por dejar que aquel hombre la afectara de aquella manera. En cuanto colgó, miró la hora y señaló su reloj. –Ahora me gustaría hablar con su hijo, señor Lane. Tengo que ver a otro cliente en media hora. –Nadie me despacha hasta que he terminado, Sommers –replicó arqueando las cejas. Su tono era muy pomposo. –Cuanto más tiempo hable usted, menos le quedará a su hijo. –Tal vez debiera venir a casa y hablar con él. Venga a cenar y… Abby lo interrumpió levantando rápidamente la mano, horrorizada ante aquella idea. ¿Sufrir aún más sentada a la mesa con él? –No, gracias, señor Lane. Es evidente que le gustaría intervenir y eso no serviría

de ayuda. Lo mejor es que vea a Greg aquí… y a solas –hizo una pausa y luego prosiguió en tono suave–. A decir verdad, creo que usted lo intimida. Hallam Lane frunció sus gruesas cejas con incredulidad. –¿Que lo intimido? ¿Yo? Eso es absurdo, ¿se puede saber qué le hace pensar eso? –He tenido esa impresión –contestó Abby encogiéndose de hombros. –Impresiones, impresiones –se burló Hallam–. Yo creía que los abogados trabajaban con hechos, no con suposiciones. Le aseguro, Sommers, que si mi hijo no insistiera tanto en que usted lo defendiera no estaría perdiendo ni un segundo de mi tiempo hablando con usted. Abby levantó la barbilla. –El sentimiento es mutuo, señor Lane. Por eso no creo que sea una buena idea ir a su casa. ¿O acaso eran sus propios sentimientos los que la asustaban, el hecho de que Hallam Lane despertara en ella una reacción que no deseaba? En aquel momento, Hallam rodeó la mesa y Abby sintió la amenaza de su peligroso magnetismo. –¿Cómo si no va a disponer del tiempo suficiente para estar con mi hijo? – inquirió con el rostro tan próximo que Abby pudo ver todos los poros de su piel e inhalar su aroma masculino–. Media hora es menos que suficiente, no es nada. –Podríamos haber adelantado mucho si no hubiera insistido en hablar conmigo primero –le dijo bruscamente, defendiendo su postura–. Ya le ha hecho perder más de diez minutos. –Por los que sin duda me pasará factura –dijo mirándola fijamente. –Sin duda. –Entonces, dado que voy a pagar por su tiempo, insisto en que entreviste a mi hijo en la intimidad de su propia casa donde no habrá interrupciones ni límite de tiempo.

–Eso supondrá un recargo por horas extras. Y aun así, deseo verlo a solas –dijo Abby con firmeza. Los ojos negros se entornaron hasta convertirse en dos líneas delgadas y brillantes que la miraban entre unas pestañas extrañamente largas para un hombre tan viril–. Insisto. Finalmente se encogió de hombros. –Como quiera. ¿Le parece bien el viernes a las ocho? Vendrán a buscarla en coche. –No, gracias –replicó Abby apresuradamente–. Conduciré yo misma. –Si no lo hace, podrá tomar una copa. –No bebo. Bueno… a veces un poco de vino –reconoció. Pero tenía que tener cuidado, porque enseguida se le subía a la cabeza. –E imagino que, dada la ausencia de ceniceros en esta habitación, tampoco fuma. Qué mujer tan virtuosa –dijo en tono de burla–. ¿Por qué no se ha casado? Abby se quedó sorprendida por la pregunta y volvió a levantar la barbilla. –Digamos que nunca he conocido al hombre adecuado. Abby no tenía intención de casarse con un hombre que tratara constantemente de desmoralizarla, y todos lo hacían, al menos los que había conocido. Hallam Lane no era diferente. –Si no tiene cuidado –la advirtió–, se convertirá en una amarga solterona. Y eso sería una lástima para una mujer tan… –extendió la mano y le pasó un dedo por la mejilla– hermosa como usted. Había bajado el tono y su voz grave y sensual hizo que Abby se estremeciera. Se echó hacia atrás, pero no lo bastante deprisa, y sintió el calor punzante de sus dedos. ¡Que Dios la ayudara si todos sus encuentros iban a ser iguales! –Por favor, salga de mi despacho –dijo con los dientes apretados. Una sonrisa turbadora asomó a los labios de Hallam y no se movió un milímetro.

–Es una mujer intrigante, Sommers –repuso con el mismo tono sensual–. Estaré ansioso de volverla a ver. Y acto seguido, para su sorpresa y profundo alivio, Hallam Lane se alejó, abrió la puerta y dejó a Abby con el corazón palpitante y sumida en la confusión. Greg pareció igual de perplejo cuando su padre lo condujo a la salida, y en los días siguientes, Abby siguió pensando en aquel hombre que la había impactado más que ningún otro y que parecía disfrutar tanto provocándola.

Abby pasó el viernes en los tribunales. Fue un día difícil y agotador, y habría dado cualquier cosa por pasar la tarde descansando y no temiendo una nueva confrontación. Sin embargo, a las ocho menos cinco paró el coche delante de la verja de hierro forjado. Una cámara que no había visto antes detectó su presencia y la verja se abrió; en su anterior visita se había visto obligada a anunciar su presencia a través de un interfono instalado en la pared. Detuvo el Rover delante de la magnífica mansión de ladrillo rojo que debía costar una fortuna y apagó el motor, pero antes de que pudiera salir del coche, Hallam Lane le estaba abriendo la puerta. No lo había visto llegar y Abby lo miró con sorpresa. –Es puntual, eso me gusta. Iba vestido de manera informal, con una camisa de seda de color azul pálido de mangas cortas y con el cuello abierto, y un par de pantalones de tela de color azul más oscuro. Era la primera vez que Abby lo veía con prendas de tonos claros y pensó en lo bien que le sentaba el azul. La verdad era que parecía más imponente que nunca y sabía que iba a ser una velada difícil. Abby había optado por ponerse un traje de falda y chaqueta de color tostado con una blusa crema, todo muy sencillo y muy profesional; no se había puesto maquillaje y llevaba el pelo recogido en un moño. No se sentía muy cómoda con prendas serias, tan opuestas a su naturaleza, pero no quería que Hallam Lane volviese llevarse la impresión equivocada. Tuvo la desgracia de que la falda se le subiera por encima de las rodillas al salir del vehículo y, como siempre, Hallam Lane no perdió detalle. De hecho, fijó la vista en sus piernas durante más tiempo del necesario, y cuando Abby se inclinó dentro del coche para sacar su cartera, supo que estaba observando su trasero. Aquella atrevida inspección prendió un

fuego en su interior y lo acompañó a la casa con la cabeza bien alta como para negar lo que sentía. La condujo a la misma sala de estar que daba a los jardines de atrás de la mansión y Abby no vio al joven Lane por ninguna parte. Supuso que se reuniría con ellos enseguida. –¿Una copa, Sommers? –preguntó, indicándole con un gesto de la mano que se sentara en los sillones próximos a los ventanales. –No, gracias. –Claro –repuso en tono de burla mientras se servía una buena copa de whisky escocés–, olvidaba que era abstemia. Abby dudó de su afirmación; le parecía la clase de hombre que no olvidaba nada. –¿Dónde está Greg? –preguntó. No tenía intención de quedarse sentada perdiendo el tiempo cuando tenía trabajo que hacer. –Se reunirá con nosotros más tarde –dijo Hallam Lane, y se acercó a la chimenea de mármol, apoyó el codo en la repisa y la observó con indolencia. –¿Más tarde? –inquirió Abby frunciendo el ceño, pero al mismo tiempo se percató del modo en que la tela de sus pantalones revelaba sus férreos muslos; era el ejemplar masculino más poderoso que había visto y tardó uno o dos segundos en volver la vista a su rostro y recordar de qué estaba hablando–. ¿Qué quiere decir con que más tarde? Habíamos quedado a las ocho –dijo con chispas de irritación en los ojos. –Lo han entretenido –contestó Hallam con un placer extraño en la voz. –No lo creo –dijo Abby poniéndose en pie inmediatamente y atravesando la habitación para encararse a él–. Si Greg no está, entonces no tiene sentido que me quede. Una misteriosa sonrisa asomó a los labios de Hallam Lane. –Pensé que podíamos pasar un rato conociéndonos mejor –dijo con una

insinuación turbadora en la voz. –Pues ha pensado mal –replicó con firmeza–. Tengo muchas cosas más interesantes que hacer que charlar con usted. Hallam tomó un sorbo lento del líquido ámbar, observándola con atención mientras lo hacía. –Me gustaría que habláramos de usted. Tengo curiosidad por saber por qué escogió el Derecho como profesión. Con su belleza y figura, habría imaginado que desearía trabajar en algo con más glamour. –La respuesta es fácil –dijo Abby mirándolo con dureza–, sigo los pasos de mi padre. –¿Y es feliz sin un hombre en su vida? ¿O acaso hay alguien? ¿Ve? Sé muy poco de usted. –Mi vida privada es sólo mía –replicó con aspereza; no tenía ninguna intención de hablar de su vida privada con aquel hombre–. He venido para conocer mejor a su hijo, no para que me conozca mejor a mí. ¿Cuánto tardará en llegar? Hallam Lane tomó otro sorbo de whisky, y luego contestó con deliberada vaguedad: –La verdad es que no lo sé. –¿Que no lo sabe? –replicó Abby con ojos de un brillo febril–. Esto es del todo irregular, señor Lane –empezó a decir, y de repente, lo miró con recelo–. No le habló de nuestra cita, ¿verdad? Me invitó a venir sabiendo que su hijo no estaría en casa. La furia la invadió y se maldijo por ser tan tonta, debía haber sabido que no podía confiar en él. Hallam Lane se encogió de hombros, reconociéndolo, pero no pareció desconcertado. –Puedo responder yo mismo a sus preguntas. –¿Sabe exactamente lo que pasó la noche en cuestión? –inquirió con la barbilla levantada y ojos llameantes. Dios, que estúpida había sido.

–Sé lo que me ha contado mi hijo. –Pero eso no tiene que ser necesariamente toda la verdad –señaló Abby fríamente. –¿Por qué iba a mentir? –Yo no he dicho que haya mentido –replicó–, pero podría fácilmente haberse guardado algo. Su hijo lo respeta, señor Lane, no sé si se ha dado cuenta. No querría herirlo más de lo necesario. Hallam sacudió la cabeza, como si negara que aquél pudiera ser el caso. –No creo ni por un momento que mi hijo pudiera ser tan tonto. Creo que es hora de cenar –añadió cambiando bruscamente de tema, y Abby se puso rígida y frunció sus delicadas cejas con incredulidad–. La invité –le recordó Hallam con ironía. –Y recuerdo perfectamente que rechacé su invitación. Y como Greg no está en casa, no veo que tenga sentido que me quede. Abby se dirigió a la puerta, pero la voz de Hallam Lane lo detuvo. –Todo está preparado, sería muy descortés que despreciara una buena comida. Y… siempre cabe la posibilidad de que Greg regrese antes de que hayamos terminado. Debió de saber que aquello la persuadiría. Abby exhaló un suspiro y se volvió, y para su inquietud, descubrió que Hallam se había movido de la chimenea y estaba a un paso de distancia. –La verdad es que tengo hambre –dijo a regañadientes–. Pero en cuanto hayamos terminado, si Greg no ha vuelto, me iré. Hallam sonrió y, agarrándola del codo, la condujo fuera de la estancia. A Abby se le hizo un nudo en el estómago sólo con aquel débil o y deseó no haber aceptado tan rápidamente. Si Hallam Lane no quería que defendiera a su hijo, ¿por qué se molestaba en invitarla a cenar? El comedor era la habitación de al lado, que también daba al jardín. La mesa

estaba cubierta con un mantel de damasco de color crema y servilletas a juego rematadas con encaje de tono burdeos. Las velas también eran de color rojo intenso, así como la rosa que había en el centro… ¡y sólo había dos servicios! Abby inspiró profundamente. –Parece que todo estuviera preparado para una escena de seducción, señor Lane, y le aseguro que no quiero tomar parte en ella. Me niego a sentarme aquí y comer con usted fingiendo que sentimos mutuo agrado. –No quiero agradarle, Sommers –dijo Hallam con un repentino tono tajante en la voz–. Sólo creo que sería en mutuo beneficio que pasáramos un rato hablando de mi hijo. ¡Y un minuto antes había dicho que quería hablar de ella! –Eso es una excusa y lo sabe –exclamó, con ojos centelleantes de hostilidad, y se volvió para salir de la habitación. –No va a huir de mí ahora –gruñó Hallam Lane agarrándola del brazo y obligándola a encararse a él. –Si cree que puede obligarme a quedarme, está cometiendo un grave error – masculló Abby, tratando en vano de soltarse–. Debí imaginar que tenía una doble intención al invitarme. –No la tengo –le dijo con firmeza, posando sus ojos negros sobre los de Abby, verdes y luminosos–. Y no tengo intención de obligarla a quedarse. Pero hay ciertas cuestiones relativas a la infancia de mi hijo que considero claves para comprender el lío en el que se ha metido ahora. Me gustaría hablarle de ellas. Una vez más, Abby sintió que no tenía otra elección. ¿Pero por qué demonios no podía habérselo dicho en su despacho en vez de utilizarlo como una excusa para hacer que se quedara a cenar? Lo miró con cautela, dejándole bien claro que no lo aprobaba. –Muy bien –dijo a regañadientes. –Perfecto –repuso Hallam Lane soltándole el brazo con una sonrisa de satisfacción–. Déme su chaqueta.

Abby habría preferido quitársela ella misma, pero por desgracia Hallam ya había hecho ademán de ayudarla y se vio obligada a soportar la proximidad de su cuerpo musculoso. No tenía por qué turbarla, pero un estremecimiento le recorrió la espalda. Y cuando le ofreció una silla y Abby se sentó, le rozó los hombros con las manos. Fue muy leve, pero aun así, le produjo otro temblor aún más intenso. ¿Acaso era un presagio de lo que iba a suceder? ¿Habría cometido un peligroso error quedándose a cenar?

Capítulo 3

DE CARA a los ventanales, Abby gozaba de una excelente vista del jardín, pero Hallam se había sentado de espaldas a ellos y su rostro estaba sumido en sombras. Se sintió en clara desventaja, y se preguntó si Hallam habría escogido su asiento a propósito. –Tiene un hermoso jardín, señor Lane –dijo Abby mirando por los ventanales para intentar disipar la tensión que sentía. Comprendía que quisiera hablar de Greg, pero entonces, ¿por qué molestarse con las velas y la vajilla de porcelana? Tal vez quisiera averiguar qué clase de mujer era, y recordó su desafortunada reacción al beso que le había dado la primera vez que estuvo en su despacho. ¿Habría pensado que hacía lo mismo con cualquier hombre? Cuando volvió a mirar a Hallam, la estaba observando con una leve sonrisa cínica en los labios. Abby tuvo la inquietante sensación de que sabía perfectamente lo que pasaba por su cabeza. –Sí, estoy muy satisfecho con los cambios realizados. Cuando vine aquí, los jardines eran mucho más austeros. Podemos dar un paseo más tarde si lo desea y le enseñaré algunas de las innovaciones. –No, gracias –contestó Abby fríamente–. No me quedaré tanto tiempo, a no ser que Greg regrese, claro. Pero no lo creo. Me parece que ha planeado toda esta velada por razones que no llego a comprender. Hallam arqueó una ceja, pero antes de que pudiera responder, se oyó la voz de una mujer. –¿Les parece bien cenar ya, señor Lane? Abby se sobresaltó: la puerta estaba a sus espaldas y no había oído los pasos de la mujer. –Nos parece perfecto, Emily –contestó afablemente.

Emily entró en la habitación. Era una mujer delgada y bien arreglada, con pelo corto y canoso y expresión alegre. –Es usted la hija de Neville Sommers, ¿verdad? –preguntó observando a Abby de cerca–. Eso me pareció el otro día, pero no estaba segura. –Así es, ¿lo conocía? –preguntó Abby. –Se ocupaba de los asuntos de mi difunto esposo –confesó Emily–. Lamenté mucho saber que había fallecido, fue muy bueno conmigo. Abby sonrió con melancolía, complacida de oír sus buenas palabras. –Lo echo mucho de menos. –Y me alegro de que siga sus pasos, señorita Sommers –añadió–. Si se parece en algo a su padre, el joven Greg no podría haber elegido a nadie mejor. Abby miró a Hallam Lane con el rabillo del ojo y vio que hacía una mueca de desaprobación. –La comida, Emily –dijo en tono autoritario–. Me muero de hambre. Emily salió enseguida del comedor y Hallam miró a Abby con curiosidad. –No sabía que la señora Renfrew conociera a su padre. –¿Acaso cambia las cosas? –repuso ella mirándolo directamente a la cara–. ¿No me dirá que piensa que puedo ser buena en mi trabajo, sobre todo, tan buena como mi padre? –Sé que es buena, de lo contrario no habría accedido a los deseos de Greg – contestó, y Abby dedujo que había investigado su trayectoria profesional. Pero no la sorprendió, nada de lo que hiciera aquel hombre la sorprendería nunca–. Sin embargo… Su ama de llaves escogió ese momento para reaparecer y Hallam permaneció en silencio mientras colocaba en la mesa dos filetes de lenguado de aspecto delicioso bañados en una salsa blanca y cremosa con ciruelas. El olor de la comida era tentador. Abby probó un bocado.

–Sin embargo –continuó Hallam–, habría preferido a un hombre como abogado de Greg. Abby le lanzó rápidamente una mirada de indignación, deseando poder verlo más nítidamente. Aunque el sol de la tarde no entraba directamente por los ventanales, el cielo estaba muy brillante y su rostro en sombras. –¿Rechaza a las mujeres en general o sólo a las mujeres que ocupan, según usted, puestos propios de los hombres? –No, las mujeres me gustan –dijo Hallam con una lenta sonrisa, y bajó la vista a sus senos. Fue un examen largo y deliberado, y le produjo una intensa reacción de calor en la piel. Abby se preguntó si aquello sería un avance de lo que tenía planeado para más tarde, de lo que tenía planeado desde el principio, ¡aunque ella había estado tan ciega que no se había dado cuenta! No sabía nada de aquel hombre, excepto que era peligrosamente atractivo, y la verdad era que nadie le había inspirado tanto pavor en toda su vida. –¿Deduzco de ello que tiene una amiga, señor Lane? –inquirió Abby tratando de controlar sus emociones para no dejar traslucir su miedo. –Llámame Hallam, por favor –dijo volviendo a posar los ojos en su rostro con evidente esfuerzo–. Y no, la verdad es que no hay nadie especial. –¿Cómo así? Torció los labios con repentina amargura. –Digamos que ya lo probé una vez. –Ah, ¿su mujer, señor Lane… Hallam? –Abby sabía que lo que decía estaba fuera de lugar pero las palabras salieron de su boca sin ningún control consciente–. La verdad, no la culpo por que te abandonara, eres el hombre más arrogante que he conocido en mi vida. Ninguna mujer en su sano juicio… –Mi mujer está muerta –la interrumpió con voz gélida, cortando al instante su explosión de enfado. Abby deseó que la tierra se la tragara y se sonrojó. –Lo siento, no… no lo sabía –¿por qué había dado por hecho que estaban separados, que era un hombre divorciado y no viudo? ¿Y por qué Greg no se lo

había contado? Señor, qué insensible había sido–. Te ruego que me disculpes, no sabía… –Dejemos el tema, ¿te parece? Sus ojos brillaban con una luz que no podía discernir, y durante unos minutos reinó un incómodo silencio. Cuando terminaron el primer plato, Hallam volvió a hablar. –¿Vives con tu madre? –inquirió en tono afable, como si no hubiese ocurrido nada. –No –contestó Abby suspirando de alivio–. Mi madre ha conocido a otro hombre y están muy enamorados, así que, para no perturbar su mutua compañía, he comprado una casa. –Con el dinero que les sacas a idiotas como mi hijo –comentó con repentina amargura en su tono de voz. –Alguien tiene que hacer el trabajo. No te comprendo, Hallam, ¿por qué siempre haces comentarios ofensivos? Hallam sonrió con ironía. –Es un pasatiempo divertido. ¿Por qué no tienes novio? Aquel brusco cambio de tema la dejó momentáneamente perpleja, y Abby lo miró con el ceño fruncido antes de contestar. –Como ya te he dicho antes, mi vida privada es sólo mía. No es asunto tuyo. –¿Te satisface vivir como una monja? Aunque estaba mirando deliberadamente por la ventana, Abby sabía que Hallam la estaba observando con atención y, para pesar suyo, sintió un hormigueo por todo su cuerpo. Tenía la alarmante habilidad de excitarla sólo con mirarla, haciéndole sentir más consciente de su propio cuerpo que nunca. –No tienes ni idea de la clase de vida que llevo –le dijo con aspereza.

–¿Entonces tienes novio? –insistió. Abby no sabía mentir y lo negó con la cabeza. –No. –¿Es por culpa del trabajo? –¿Qué quieres decir con eso? –inquirió Abby frunciendo el ceño. –¿Acaso los hombres no se asustan de ti porque eres una eminente abogada? –Por supuesto que no –contestó con firmeza, y en sus ojos saltaron chispas de indignación. –¿Cuándo fue la última vez que saliste con un hombre? Abby sintió un hormigueo de deseo en el estómago y lo sofocó al instante. –¿Dios mío, se puede saber qué es esto? –preguntó en un tono más agresivo del que hubiese querido–. ¿Un interrogatorio? ¿Qué interés puedes tener en saberlo? –Digamos que me intrigas –sonrió Hallam–. Nunca había conocido a una mujer tan poco interesada en el sexo opuesto. ¿O es una farsa? ¿Una careta que acompaña tu imagen de mujer profesional? –después de una pausa, cuando se hizo evidente que Abby no iba a contestar a su pregunta, Hallam continuó–. El otro día cediste enseguida. Tuve la impresión de que… –se interrumpió cuando su ama de llaves entró con el segundo plato, pero en cuanto salió del comedor completó la frase–. De que, si seguía adelante, no iba a ser rechazado, precisamente. –Pues estás completamente equivocado –replicó Abby. La furia le hizo alzar la voz y rezó para que no adivinara las sensaciones que recorrían su cuerpo cada vez que lo miraba. La pechuga de pollo, bañada en otra de las maravillosas salsas de Emily Renfrew, desprendió su delicioso aroma, y Abby se sirvió un poco de verdura de una fuente agradeciendo la oportunidad de desviar su atención de Hallam Lane. –¿No deberíamos estar hablando de tu hijo? –inquirió en un intento deliberado de cambiar de tema, pero Hallam le contestó con otra pregunta.

–¿Te ha dicho alguien alguna vez que tienes unos ojos de un verde increíble? Muy poco frecuente. Y cambian de color según tu estado de ánimo. Cuando estás enfadada, son tan oscuros como un mar tormentoso, pero son tan claros como la esmeralda más pálida cuando estás… Se calló a propósito, y una sonrisa perspicaz asomó a sus labios. Abby se horrorizó al darse cuenta de lo bien que la conocía. –¡Eres despreciable! –exclamó, lanzándole una mirada furiosa, y se preguntó de qué color estarían sus ojos en aquel momento. –Sólo estoy declarando hechos –repuso Hallam, y la sonrisa persistió en las comisuras de sus labios–. Come antes de que se enfríe. Abby descubrió que había perdido el apetito repentinamente. Aun así, cortó un trozo de pollo y se lo metió en la boca, y al ver que Hallam observaba todos sus movimientos, sintió el impulso de volcarle el plato en la cara. De hecho, la idea le hizo tanta gracia que tuvo que contener una risita, aunque no puedo disimular una pequeña sonrisa. –¿Qué te hace gracia? –le preguntó mientras también él cortaba un trozo de pechuga. –No tiene importancia. –Te doy un penique por tus pensamientos. –Tal vez no te guste lo que oigas. –Prueba. Estuvo realmente tentada… no a decírselo, sino a dejarse llevar por su impulso. Hasta podía imaginar la expresión de sorpresa que pondría… pero tenía que mantener la discreción. Sacudió la cabeza. –Prefiero no hacerlo. –Al menos, te ha hecho sonreír. Abby presentía que iba a ser una cena interminable con ella como tema central, y

no veía por qué. –Hallam, tengo curiosidad por saber –dijo haciendo otro intento por cambiar de tema– a qué te dedicas. Tienes una casa magnífica, bien protegida, y das la impresión de nadar en la abundancia. Abby no pensó que contestaría, más bien esperaba una reacción de ira. Parecía un hombre muy reservado, más interesado en hacer preguntas que en contestarlas, pero para su sorpresa, se encogió de hombros con indolencia y respondió. –Nada emocionante. Compro y vendo piedras preciosas. –¿Y dices que no es emocionante? –dijo Abby con ojos repentinamente iluminados por el interés–. A mí me parece maravilloso. ¿Viajas por todo el mundo? Hallam asintió. –De ahí que necesite tantas medidas de seguridad para cuando estoy de viaje y Greg está en la universidad. –¿Greg va a seguir tus pasos? –Me haría feliz si así fuera –contestó con una mueca irónica–. Desgraciadamente, no ha mostrado ningún interés. –Tal vez no le hagas lo bastante partícipe. –Él asegura que sus estudios ocupan todo su tiempo. –¿Qué inquietudes tiene? –inquirió Abby. Al menos estaban hablando de su hijo. –Ninguna –contestó Hallam en tono repentinamente áspero–. Mi esposa fue quien lo educó en los años en los que se formó su carácter, si «educar» es la palabra adecuada. –No entiendo –Abby frunció el ceño–. ¿Dónde estabas tú? –Nos separamos… varios años antes de que muriera –dijo Hallam en tono

tajante y amargo, y Abby vio que un músculo de la mandíbula le palpitaba de forma espasmódica–. Y la considero culpable del lío en que está metido ahora. –De verdad, Hallam, no creo que estuviera implicado –repuso Abby tratando todavía de digerir el hecho de que Hallam y su mujer, a fin de cuentas, se hubieran separado–. Es más, estoy convencida de que no lo estuvo. Creo todo lo que me ha dicho, los demás chicos lo están utilizando de chivo expiatorio. Hallam emitió un bufido de incredulidad. –¿Recuerdas que te dije que Greg ya había estado metido en otro lío antes? Fue cuando vivía con su madre, robó en una tienda. Tuvo suerte en aquella ocasión, pero dudo que la tenga ahora. –Pretendo hacer todo lo que esté en mi mano para que no lo condenen –le dijo con serenidad. Los ojos negros se clavaron en los suyos durante varios segundos y Abby creyó que iba a sacar otra vez el tema de su falta de confianza en ella, pero no lo hizo. Permaneció en silencio durante un tiempo, sumido en sus pensamientos, y luego dejó a un lado su ánimo sombrío y empezó a hablar de otras cuestiones. De hecho, demostró que su charla podía resultar a la vez amena e interesante, sobre todo después de que Abby lo incitara a hablar de su trabajo. –Mi tío me dio un diamante en bruto cuando era un muchacho… a la edad de Greg, imagino. Me fascinó por completo y quise averiguar de dónde procedía. Así empezó mi vocación. Prosiguió hablando de los yacimientos de ópalos de Australia y de las minas de diamantes de Sudáfrica, y cuando se llevaron el café a la sala de estar, Abby se sintió por primera vez completamente relajada en su compañía. Se estaba poniendo el sol y Hallam abrió la puerta de cristal que daba al jardín. Se oía el canto de un pájaro y la madreselva que trepaba detrás de la puerta dejó entrar su intensa fragancia. Abby no había tomado vino durante la cena, pero cuando Hallam sacó una botella de coñac y sin preguntarle le presentó una hermosa copa con el líquido, no pudo negarse. Escogió su asiento deliberadamente, sospechando que Hallam se sentaría a su lado si optaba por el sofá de dos plazas. Sabía que estar tan próxima a él y percibir el calor de su cuerpo y su aroma viril a almizcle, sería su

perdición, pero no contó con que se colocara justo enfrente de ella y que, sentados como estaban en la penumbra, no pudiera saber si la miraba. Aquello era aún más desconcertante. –Me encanta esta hora del día, ¿a ti no? –preguntó, sorprendiéndose del tono ronco de su voz. –Es mi favorita, ésta y el amanecer. ¿Sueles levantarte temprano, Abby? La había llamado Abby, no Sommers, sino Abby, y se sintió exageradamente complacida. –Supongo que sí, me gusta ir a nadar o a correr a primera hora. Así me pongo en marcha para la jornada. ¿Haces deporte? –inquirió, sin poder creer que estuvieran teniendo aquella conversación ni que se estuviera mostrando afable de verdad. Nunca pensó que fuera posible. –Cuando tengo tiempo juego al squash –itió–, y también me gusta nadar – hizo una pausa y enarcó las cejas con sarcasmo–. Imagínate, tenemos algo en común. Sin embargo –continuó antes de que Abby pudiese replicar–, es mi estilo de vida lo que me mantiene en forma. Siempre estoy de un lado para otro. Abby quiso preguntarle si ésa era la razón por la que no había encontrado a otra mujer, pero no se atrevió para no echar a perder la frágil armonía que había entre ellos. ¿Cómo habría sido su esposa? Había visto la faceta desagradable de Hallam, ¿habría sido esa la causa de su divorcio, o la culpa la habría tenido su mujer? –¿En qué piensas? –le preguntó–. Pareces muy seria. Estoy seguro de que tus pensamientos valen más de un penique esta vez. –¿Quieres saber la verdad? –Por supuesto. Abby inspiró profundamente y decidió ir a por todas. –Me estaba preguntando cómo era tu mujer –dijo con vacilación–, qué ocurrió para que os separarais. Sé que no es asunto mío, pero…

–Y tanto que no es asunto tuyo –masculló Hallam, y Abby supo inmediatamente que se había equivocado. De hecho, habría sido mejor volcarle el plato de comida que aquello–. Pero me alegro de que lo menciones porque así he vuelto a la realidad. Corría el grave peligro de olvidar quién eres y por qué estás aquí. ¿Qué tenía ella que ver?, se preguntó Abby. Parecía que, por alguna razón, la relacionaba con su mujer, lo cual era extraño. ¡A no ser que se pareciera a ella! ¿Sería por eso por lo que la había rechazado desde el principio? Por desgracia, no había fotografías en la habitación, de lo contrario, habría buscado una excusa para mirar. Abby frunció el ceño, tomó su copa de coñac y, desgraciadamente, dio un sorbo más largo de lo que había pretendido. El fiero líquido le llenó los ojos de lágrimas y le hizo toser, y cuando Hallam vio que el ataque de tos no remitía, se acercó para darle palmaditas en la espalda. El roce de sus manos hizo que se estremeciera de arriba abajo, y cuando vio que no podía más, le dijo: –Ya estoy mejor, gracias. Se había sentado en el brazo del asiento y estaba lo bastante cerca como para percibir el suave aroma a madera de su aftershave, que era a la vez masculino y estimulante. Pero su proximidad le resultaba incómoda, y al ver que no hacía intención de moverse, Abby se puso en pie. –Creo que es hora de que me vaya. –Tal vez lo sea –dijo Hallam con voz ronca, levantándose él también. –¿Podrías traerme la chaqueta? Al salir de la sala de estar, encendió las lámparas de mesa y ella cerró la puerta de la terraza para que no entraran insectos atraídos por la luz. Hallam regresó antes de que hubiera terminado y Abby pudo ver su reflejo en el cristal. Para pesar suyo, la estaba observando por detrás… y era indudable la mirada de deseo que había en sus ojos. Sintió que el corazón le daba un vuelco, pero cuando se volvió hacia él, no vio más que la sonrisa educada con la que le tendía la chaqueta. Introdujo los brazos pensando que había sido su imaginación, o sus ilusiones, hasta que, con un gemido, Hallam deslizó los brazos alrededor de su cintura y la apretó contra su pecho musculoso.

Era lo que había soñado desde que lo conoció y lo que deseaba por encima de todo. Tanto si había sido ésa su intención al invitarla a su casa como si no, no le importaba, la creciente atracción que sentía por él era innegable. –Eres irresistible, Sommers –murmuró con voz gruesa, y empezó a acariciarle con los labios la piel delicada e infinitamente sensible de detrás de las orejas. Su voz grave fue como terciopelo para sus sentidos, una sensación peculiar que Abby no había experimentado antes. Se sorprendió relajándose en sus brazos, apoyándose en aquel cuerpo recio e inhalando su aroma viril. Fue una sensación turbadora que puso en peligro su cordura. Y cuando la hizo girar para tenerla de frente, sus ojos negros y sensuales se clavaron en los suyos, despertando un hormigueo en todo su cuerpo. Con una mano empezó a acariciarle la espalda, y con la otra le sostuvo la cabeza al tiempo que sus labios apresaban su boca. Había algo excitante y distinto en los besos de aquel hombre. Hallam sabía exactamente lo que hacía y la reacción que provocaba en ella. Abby emitió un pequeño gemido de satisfacción al sentir que le entreabría los labios con la lengua y se estremeció de placer, enroscando la suya libremente con la de Hallam. Ningún hombre la había besado tan íntimamente. No supo exactamente cuándo le quitó las horquillas, sólo se dio cuenta de que lo había hecho cuando la acercó a él agarrándola del pelo. Había algo pagano y erótico en aquella acción, y Abby se acomodó lenta y sensualmente contra su cuerpo. Se quedaron mirándose a los ojos, viendo el deseo y la tortura que sentían ambos. Cuando Hallam deslizó las manos a sus glúteos y la estrechó con fuerza, Abby se dio cuenta de que las cosas podían írsele de las manos. –Ya es suficiente –gritó, pero había perdido toda posibilidad de moverse. Era prisionera de unos brazos de hierro y de un cuerpo viril y palpitante. –¿Cómo puede ser suficiente? –gruñó–. Nunca podré tener suficiente de ti. Sus labios siguieron asaltando los suyos, y su lengua continuó explorando y creando nuevos torrentes de placer y deseo. Pero entonces, tan súbitamente que Abby se sintió castigada, la soltó, murmuró algo entre dientes y sacudió la cabeza como si tratara de librarse de una emoción no deseada. –Ha sido imperdonable por mi parte, Sommers –dijo con voz gruesa y bastante furiosa–. No tenía que haber pasado. Creo que los dos necesitamos algo de aire

fresco. –Será mejor que me vaya –susurró Abby. –¡No! –exclamó Hallam con aspereza, y la agarró del brazo para conducirla a los vastos jardines de su mansión. Abby se preguntó qué impulso lo había llevado a dejar de besarla tan bruscamente… a no ser que hubiese recordado quién era ella, ¡una mujer profesional de las que tanto odiaba! Había tenido un lapsus y estaba furioso consigo mismo, pero, entonces, ¿por qué insistía en pasear con ella en vez de dejarla ir a su casa? Hallam caminaba unos pasos por delante, sumido en sus pensamientos y con la mirada al frente. El jardín próximo a la casa estaba bañado en luz, los focos se habían encendido automáticamente cuando salieron, y Abby miró a su alrededor con ávido interés. El césped desaparecía en la distancia y más allá de la terraza, detrás de un espeso seto, descubrió una piscina con forma ovalada. Las luces de debajo de la superficie y las colocadas estratégicamente en los arbustos le conferían un aire mágico, y Abby no pudo evitar alzar la voz de la emoción. –No sabía que tenías una piscina, ¿por qué no me lo dijiste? –le dijo con expresión vibrante y ojos iluminados de agrado al contemplar el lugar: las estatuas clásicas de mármol, las tumbonas, las mesas y sillas blancas. Hallam Lane era la primera persona que conocía que tenía una piscina, ¡y cómo le gustaría nadar en aquellas aguas!–. ¿Está climatizada? –preguntó con ansiedad. Sabía que ni siquiera en los veranos más calurosos de Inglaterra la temperatura del agua de las piscinas al aire libre era la idónea. –Por supuesto –contestó Hallam–. ¿Te gustaría nadar ahora? –añadió observando con una sonrisa irónica la emoción de su rostro. Abby no se daba cuenta de que estaba dando brincos y que parecía cualquier cosa menos una abogada. –Me encantaría –le dijo–… si no fuese tan tarde y me hubiese traído el bañador. –¿Lo necesitas? –preguntó con voz sombría, y Abby enrojeció súbitamente. –Claro, ¿no querrás que me bañe desnuda? –replicó, y la mera idea la hizo estremecerse. Habían salido al jardín para huir de una situación difícil, no para exponerse a algo más arriesgado e intenso.

–No sería la primera vez que lo hago –comentó Hallam en voz baja. ¿Con quién?, se preguntó Abby. ¿Con su hijo? ¿Solo? ¿Con una amiga? ¿Con su mujer? No le gustaba pensar que lo hubiera hecho con otra mujer, con muchas mujeres. Prefería imaginarlo solo deslizando su cuerpo ágil y fuerte por el agua sin apenas esfuerzo, sin apenas contraer los músculos, y con el vello negro de su cuerpo como seda sobre su piel. La boca se le resecó sólo de pensarlo. –Me lo imagino –dijo finalmente–. Está muy retirada. Incluso teniendo invitados en la casa, podrías nadar sin que te vieran. –Así es como me gusta –gruñó–. Entonces, ¿qué decides? ¿Darte un baño? – inquirió con suavidad. Abby se sintió terriblemente tentada. El paseo no había servido para sofocar el tormento de sus besos, tal vez el agua lo haría. Todo su cuerpo estaba sensibilizado y seguía respondiendo a su proximidad; incluso en aquellos momentos lo único que deseaba era volver a estar en sus brazos, sentir sus labios, inspirar su aroma puro y viril. –Creo que no –contestó. Era una locura, una absoluta locura. Lo único sensato que podía hacer era volver a casa. –Pero te gustaría, ¿verdad?, en el fondo lo deseas –la voz de Hallam estaba muy cerca, y era mucho más ronca y urgente; le puso las manos en los hombros y empezó a quitarle la chaqueta, dejándola caer en una silla antes de girarla en sus brazos para mirarla a los ojos–. Lo único que te lo impide es la modestia, ¿verdad? –Y el sentido común –gritó Abby presa de pánico cuando se dio cuenta de que le estaba desabrochando la blusa para quitársela–. ¿Se puede saber qué haces, Hallam Lane? Afortunadamente, la cordura había ido a rescatarla. Se apartó de él rápidamente, pero con las prisas no se dio cuenta de lo cerca que estaba de la estatua de Venus. Fue a chocar con ella, se movió para esquivarla… y cayó a la piscina.

Capítulo 4

ABBY se sintió estúpida, y cuando emergió a la superficie, vio que Hallam se estaba quitando los zapatos para lanzarse al agua y salvarla. –Estoy bien –le dijo, y empezó a reírse al ver el lado gracioso de la situación. No había previsto que nadaría completamente vestida. Pero sus palabras no lo detuvieron, Hallam se tiró a la piscina. –¿Estás segura? –le preguntó cuando apareció a su lado con una expresión preocupada en el rostro. –Completamente –sonrió, y prorrumpió otra vez en risas al pensar que él también se había empapado la ropa, y sin necesidad. Luego adoptó una expresión repentinamente grave, ¿cómo podía esperar que la tomara en serio si se estaba comportando como una adolescente?–. Lo siento –le dijo–, es lo absurdo de la situación. Y posiblemente también una reacción histérica. Necesitaba a toda costa salir de allí y distanciarse de Hallam Lane y del tormento al que la estaba sometiendo, ¿pero cómo iba a hacerlo si estaba empapada? Se encaramó al borde de la piscina rechazando su ayuda para salir y se quedó de pie, chorreando, mientras esperaba a que Hallam hiciese lo mismo. –Supongo que ha sido culpa mía –dijo Hallam con sarcasmo, pero Abby sabía que no lo lamentaba de verdad; lo cierto era que también parecía estar conteniendo una sonrisa–. Será mejor que volvamos a la casa y nos sequemos. Y eso llevaría tiempo, pensó Abby con ansiedad. La idea de ponerse uno de los vestidos de corte antiguo de Emily Renfrew la impulsó a reír otra vez, pero logró controlarse. Agarró su chaqueta y buscó los zapatos con la mirada… hasta que comprendió que seguían en la piscina. Habían quedado inutilizados y los acababa de comprar. Tal vez debiera incluirlos en sus honorarios, pensó con ironía.

Hallam ya se había dado cuenta de que estaban en el agua y los recuperó; luego los llevó en la mano junto con los suyos. Entraron en la casa por una puerta lateral que daba a un pasillo de baldosas de piedra que conducía a la cocina. Emily se echó las manos a la cabeza nada más verlos. –¡Que Dios nos proteja! ¿Qué ha pasado? –exclamó. Era evidente que nunca había visto a Hallam Lane en aquel estado. –La señorita Sommers se ha caído a la piscina –declaró en tono solemne. –¿Y la rescató? –inquirió Emily con adoración en la mirada. –Lo intenté –repuso Hallam con ironía–, pero esta joven es muy independiente. Abby tuvo la impresión de que empezaba a sentir agrado por ella, que su hostilidad inicial se estaba disipando. Se sintió complacida, aunque enseguida se aseguró que era por el bien de Greg, para que se sintiera más a gusto llevando su caso. –Llevaré a la señorita Sommers al piso de arriba para que se quite la ropa antes de que agarre una pulmonía –dijo Hallam–. Se la traeré para que pueda… La mujer frunció el ceño mientras le daba a Abby una toalla para que se secara el pelo, que estaba chorreando. –Tal vez debiera atender a la señorita Sommers yo misma, señor. Abby supo por la expresión de sorpresa de Hallam que era raro que su ama de llaves lo llamara «señor», y que eso indicaba que su sugerencia le parecía inaceptable. Aun así, sacudió la cabeza. –No será necesario, Emily –dijo con voz serena y tono adecuadamente serio–. No temas, no voy a desnudar a la señorita Sommers yo mismo, ni siquiera esperaré en la habitación a que se desvista. Todo será muy decoroso. Sólo que había estado más que dispuesto a desnudarla junto a la piscina, pensó Abby, sintiendo otra vez los calores sólo de pensarlo. –Claro –contestó Emily ruborizándose levemente–. No quise decir eso, señor, sólo pretendía ahorrarle la molestia.

–Eres una joya, Emily –dijo Hallam con una sonrisa, y le dio unas palmaditas en el hombro. Abby subió las escaleras tras él, consciente de las huellas húmedas y el agua que chorreaba sobre la gruesa moqueta de color beige. A Hallam pareció no importarle, y cuando llegaron al rellano del primer piso, abrió una de las puertas y la condujo a un amplio dormitorio con muebles antiguos empapelado con motivos florales. –El baño está aquí mismo –anunció abriendo una puerta adyacente–. Hay un albornoz detrás de la puerta. Si te quitas la ropa mojada, me la… –Cuando te hayas ido –declaró Abby con firmeza, que no estaba convencida de que sus intenciones fuesen tan honorables como le había prometido a su ama de llaves. –Vamos, Sommers –le dijo–. Éste no es el momento de ser recatada. Por desgracia, escogió aquel instante para fijar la vista en su blusa mojada. Abby se miró y se horrorizó al ver que el agua había vuelto casi transparente la blusa y el sujetador de color crema. Se le veían claramente los pezones, que sobresalían bajo las prendas húmedas, y Hallam los estaba mirando fijamente. –¡Sal de aquí! –exclamó, tratando de no gritar–. Dejaré la ropa fuera cuando haya terminado. –¿Acabas de recordar quién eres, Sommers? –inquirió Hallam con una mueca. –Me acabo de dar cuenta de lo canalla que eres tú –replicó–. Y deja de provocarme, por el amor de Dios. En cuanto antes me quite la ropa, antes se secará y antes podré volver a casa. ¿Que crees que dirá tu hijo si vuelve y me encuentra en uno de tus dormitorios? Para su sorpresa, Hallam sonrió. –Seguramente comprenderá la situación. –¿Quiere eso decir que tienes por costumbre pasar las veladas con el sexo opuesto? –se burló, consciente de los celos que le causaba aquella idea.

–No quiere decir nada de eso –contestó Hallam–. Estás sacando conclusiones precipitadas, jovencita, ¿acaso no te han entrenado para no hacerlo? Abby se dio cuenta de que aquella conversación no conducía a ninguna parte y, después de lanzarle una última mirada de enojo, entró en el cuarto de baño, corrió el cerrojo y, sólo entonces, se permitió relajarse. Hasta que se miró en el espejo. Señor, estaba hecha un desastre, con el rímel corrido por el rostro, el pelo enredado y húmedo, y la blusa exponiendo todos los secretos de su cuerpo. ¡Que vergüenza! Era la abogada de su hijo, por el amor de Dios, ¿cómo iba a tratarla con respeto viéndola así? Se desnudó con irritación, dejando la blusa, la falda, el sujetador, las braguitas, el liguero y las medias en un montón, y luego se puso el albornoz blanco y se quedó abrazándose durante unos segundos. Recordaría aquella noche toda la vida. –¿Todavía no has terminado? –preguntó Hallam llamando a la puerta con impaciencia. Abby volvió a la realidad, tomó el montón de ropa y, después de abrir la puerta, se lo tiró con fuerza. Para su sorpresa, Hallam ya se había desnudado y también llevaba un albornoz. Era corto, de color crema y con rayas de color burdeos, y dejaba ver unas piernas fuertes y musculosas salpicadas de vello negro. Los ojos de Hallam se posaron en el liguero que, por desgracia, había quedado encima del montón, y al ver que arqueaba una ceja, Abby lamentó no haber envuelto la ropa en una toalla para salvarla de su mirada fisgona. –Será mejor que te duches –dijo con voz ronca, y Abby tuvo la alarmante impresión de que no quería marcharse, de que quería quedarse allí y… ¿y qué? Era una pregunta que no se atrevía a plantearse.

El agua caliente fue como seda sobre su piel desnuda, el bálsamo que necesitaba para suavizar sus nervios. Con los ojos cerrados, levantó la cara hacia el suave chorro de la ducha, dejando que el agua la envolviera durante largos y placenteros minutos. Luego se lavó el pelo con champú y se enjabonó todo el cuerpo, se aclaró y salió de la bañera. Se secó con una toalla y al salir al dormitorio, estuvo tentada de meterse en la cama y hacerse un ovillo, pero la puerta se abrió y Hallam Lane entró en la estancia. Abby se alegró de llevar puesto el albornoz y de que Hallam se hubiese

cambiado de ropa, pero le molestó que entrara sin llamar. –¿Es que no se puede tener intimidad? Todo esto ha sido culpa tuya. Si no me hubieses… Se quedó sin palabras. ¿Cómo iba a decir «si no me hubieses besado» cuando había respondido tan apasionadamente? Era tan culpable como él. –Emily ha metido tu ropa en la secadora –dijo Hallam, ignorando su reproche–, y hay una tetera llena abajo esperándonos. Es su remedio para todos los males – declaró con ironía. –¿Y voy a bajar así? –preguntó Abby con aspereza. ¿Realmente pensaba que iba a desfilar por su casa llevando puesto nada más que un albornoz? –Podríamos tomarlo aquí –contestó con una mueca. –Está bien, iré –repuso enseguida, tratando de controlar un pánico inesperado–. Sólo me falta peinarme. Regresó al cuarto de baño y escogió un peine de púas anchas de entre los muchos que había colocados en una de las baldas, pero se vio obligada a salir al dormitorio porque los cristales estaban empañados. Hallam permaneció de pie a sus espaldas, observándola, y Abby anunció que había terminado antes de quedarse realmente satisfecha. –Nunca había conocido a una mujer que tuviese tantas pecas como tú –dijo de repente. Su observación la tomó por sorpresa y se quedó con el peine en la mano, mirándolo por el espejo–. Tampoco pensaba que tuviesen ningún atractivo especial –añadió–, lo que demuestra lo equivocado que se puede llegar a estar. ¿Bajamos? El tono ronco de su voz sugirió que sus pensamientos estaban discurriendo hacia otras cuestiones, y Abby sintió una oleada de suave calor sobre su piel. Lo siguió escaleras abajo en silencio. Después de la segunda taza de té, Abby se preguntó cuánto tiempo faltaría para que su ropa se secara, y si se atrevería a preguntarlo. No habían hablado mucho y era evidente que Hallam estaba controlando con mano de hierro sus sentimientos. Abby imaginó que era comprensible, que sus hormonas

masculinas, como las de cualquier hombre, le estarían causando estragos sabiendo que no llevaba nada debajo del albornoz. Ella tampoco se encontraba a gusto con la situación. Y se sintió aún menos a gusto cuando oyó el ruido de una puerta y la voz animada de Greg. –¡Hola, padre, ya estoy aquí! ¿Dónde estás? Miró a Hallam con nerviosismo, preguntándole en silencio si era posible escapar antes de que Greg la viera vestida así, pero Hallam lo negó con la cabeza y mientras lo hacía la puerta de la sala de estar se abrió de golpe y su hijo irrumpió en la estancia. Se paró en seco, miró a su padre, miró a Abby, y volvió a mirar a su padre. Era fácil saber lo que se le estaba pasando por la cabeza, y Abby tuvo la certeza de que se había puesto colorada de vergüenza. Hallam, por el contrario, mantuvo la serenidad. –Abby se ha caído a la piscina –declaró con naturalidad–. Su ropa se está secando. Greg sonrió en aquel momento, y su tensión remitió. –¿En serio? ¿Es eso cierto? –repuso, y luego miró a Abby–. Supongo que debería decir que lo siento, pero… –se echó a reír–. No puedo creerlo. ¿A qué ha venido, por cierto? Abby recordó de repente cómo Hallam la había engañado. Enderezó la espalda y habló con chispas en los ojos. –Se suponía que iba a ser una reunión de trabajo y que tú ibas a estar presente. Por alguna razón, a tu padre se le olvidó decírtelo. Disculpe, voy a buscar a Emily. Estoy segura de que mi ropa ya estará seca –declaró, sin importarle si provocaba tensión entre padre e hijo. Hallam Lane se lo merecía, y después de echarle la culpa, se sintió mejor. Después de recoger su ropa y vestirse, volvió a aparecer en la sala de estar y anunció que se iba. Percibió la tensión entre Greg y su padre, y cuando Hallam la acompañó a la pesada puerta de roble de la entrada, supo que estaba realmente enfadado. Nadie hubiera dicho al verlo que habían compartido algunos momentos de ternura.

–Lo que le has dicho a mi hijo no ha sido muy inteligente. –Tampoco lo que me has hecho ha sido muy inteligente –replicó Abby–. Te lo mereces. Espero que piense lo peor de ti. Dile que venga a mi despacho el lunes a primera hora de la mañana. Y solo. No fue de extrañar que a Abby le costara conciliar el sueño aquella noche, no podía apartar a Hallam y las sensaciones que despertaba en ella de sus pensamientos. Había sido una locura responder a su beso como lo había hecho, y debía asegurarse de que no volvería a ocurrir. Pero Abby tenía la certeza de que Hallam Lane no le daría otra oportunidad, lo había puesto furioso y la volvería a considerar como una abogada, nada más.

Sin embargo, cuando se dispuso a iniciar su jornada de trabajo el lunes por la mañana, Abby rezó para que Hallam no acompañara a su hijo. Sus súplicas fueron escuchadas y Greg apareció puntualmente y sin acompañante, y Abby suspiró con alivio. –Siento que mi padre la hiciera venir a casa con un pretexto falso –dijo enseguida–. No entiendo por qué… a no ser que se interese por usted. ¿Cree que puede ser por eso? –inquirió con mirada ansiosa, como si le complaciera que fuera ése el caso–. Hace tanto tiempo que no se interesa por una mujer que… –Por supuesto que no –lo interrumpió Abby con firmeza. Cualquier pensamiento de esa clase debía ser erradicado de inmediato–. Quería hablar de ti, eso es todo. Me dijo que habías estado metido en líos en otra ocasión, ¿por qué no me lo contaste? Greg se sonrojó. –No creía que tuviera importancia, sólo tenía doce años cuando ocurrió –dijo con esfuerzo–, y vivía con mi madre. Me dejaba mucho tiempo a mi aire… tenía un nuevo compañero –dijo en un tono despectivo que lo decía todo–. Robé un juego de ordenador, sólo para matar el aburrimiento, no porque no tuviese el dinero para comprármelo. Cuando mi madre me preguntó de dónde lo había sacado, no pude mentirle y me hizo devolverlo y pedir disculpas. Afortunadamente, el encargado de la tienda no tomó represalias.

–Tuviste mucha suerte –dijo Abby. –Lo sé –reconoció con pesar–. Pero es la única vez que he robado, de verdad. Fue una llamada de atención, necesitaba el afecto de mi madre y no me lo daba. –Tu padre mencionó que… falleció –tanteó Abby con cautela. –Sí –asintió Greg con expresión de dolor–, en un accidente de coche. Peter iba al volante… era su compañero, y los dos murieron. –¿La echas de menos? –Por supuesto –repuso Greg totalmente sorprendido por su pregunta. –¿Tus padres estaban divorciados? –No, mi padre nunca accedió, seguía queriéndola mucho. –¿Entonces por qué se separaron? –Porque estaba viendo a otro hombre –contestó Greg sin rodeos–. No era Peter, otro antes que él. Discutían mucho sobre ese tema y al final mi madre se fue de casa. Mi padre luchó a brazo partido por obtener mi custodia y se quedó muy abatido cuando mi madre la ganó. Le echa la culpa de que ahora esté metido en otro lío. –Lo sé –dijo Abby en voz baja. –Pero no he tenido nada que ver –la aseguró–. Ya se lo dije, me paré un momento a hablar con Dean, que estaba vigilando mientras los otros robaban, y cuando llegó la policía, me vi envuelto en el asunto. Me cree, ¿verdad? Abby lo creía, pero no tenía pruebas, ni testigos, y el resto de la banda le estaba echando la culpa a él. –He preparado tu expediente, pero por ley no me corresponde a mí defender tu caso ante el tribunal –le informó segundos más tarde–. Harriet McDonald será la que lo haga. Es muy buena, ya la conocerás. –¡Otra mujer! –declaró, abriendo mucho los ojos–. A mi padre le encantará.

Abby se daba perfecta cuenta de ello y había evitado decírselo a Hallam a propósito, pero Harriet tenía una reputación excelente, además de ser una buena amiga. Trabajaban juntas a menudo, y la verdad era que Abby había quedado en verla al día siguiente por la tarde. Era una de las raras ocasiones en las que las dos tenían la tarde libre y habían planeado salir a cenar juntas. Harriet miró a Abby con el ceño fruncido cuando fue a recogerla. –Pareces exhausta. Harriet era delgada, pasaba de los cuarenta, tenía el pelo castaño y corto, con algunas canas, y llevaba unas gafas de carey que utilizaba con bastante frecuencia para hacer énfasis en alguna observación. No se había casado y tampoco tenía intención de hacerlo, la mayoría de los hombres se sentían intimidados por ella. Cenaron en un restaurante tranquilo de las afueras de Shrewsbury. Hasta que no se levantaron para irse Abby no vio a Hallam. No sabía si acababa de llegar o si llevaba allí toda la noche. Estaba sentado solo en un rincón apartado y parecía estar sumido en pensamientos muy turbadores. De pronto, levantó la vista y la vio. Abby le brindó una escueta sonrisa al ver su mirada fría, y supo que no sentía afecto ni placer por verla. Por eso se horrorizó al sentir una oleada de calor por todo su cuerpo sólo de verlo, y salió del restaurante sin decir palabra. –¿Quién era? –preguntó Harriet en cuanto salieron al aparcamiento. Abby se encogió de hombros, tratando de parecer indiferente. –El padre del joven Greg Lane. –Mm –dijo Harriet con expresión pensativa–, parece todo un hombre, deberías habernos presentado. Háblame de él. –No hay nada que contar –dijo Abby de inmediato–. Hallam no quiere que lleve el caso de su hijo, tiene algo en contra de las mujeres profesionales, pero ha accedido a los deseos de su hijo. –Entonces no le agradará saber que yo también entro en juego –comentó Harriet mientras abría la puerta del coche y las dos se acomodaban en los asientos–.

Pero tengo la impresión de que hay algo más que todo eso. Pareces muy tensa. ¿Estás segura de que…? –Lo estoy –la interrumpió Abby con fiereza–. Ahora, vámonos, no quiero seguir hablando de Hallam Lane. Al ver que el coche no arrancaba, Harriet miró a su amiga con desconsuelo. –Iba a llevarlo mañana al taller –le dijo en tono pesaroso, girando la llave una vez más–. Me ha dado problemas desde que lo compré. –Si me lo hubieras dicho, podríamos haber venido en el mío –dijo Abby–. ¿Y ahora qué vas a hacer? –Llamar a la Asociación del Automóvil, imagino –dijo Harriet, y empezó a teclear el número en su teléfono móvil. –¿Necesitan ayuda? La puerta del conductor se abrió de par en par y el espacio fue ocupado por el cuerpo fornido de Hallam Lane. Harriet le lanzó una sonrisa radiante. –El señor Lane, ¿verdad? Abby me ha dicho quién era. Soy Harriet McDonald. Es raro que aparezca un caballero con brillante armadura en el momento preciso, pero tal vez no le importe llevarnos a casa. Mi coche parece haber perecido por muerte súbita, pero como tengo que llevarlo al garaje mañana, no merece la pena molestarse con él. Abby contuvo el aliento, lo último que quería era aceptar la ayuda de aquel hombre. La Asociación del Automóvil no habría tardado mucho en llegar, ¿a qué estaba jugando Harriet? –Será un placer –contestó con la mayor de sus sonrisas. Las puertas del BMW de Hallam se abrieron automáticamente al darle a una tecla del control remoto, y Abby se introdujo rápidamente en el asiento de atrás. Harriet levantó las cejas con expresión interrogante y luego subió detrás de ella. Pero se había equivocado pensando que en el asiento de atrás estaría más segura. Los ojos de Hallam la escrutaron por el espejo retrovisor y todos los sentimientos de la otra noche estallaron en su interior. El corazón empezó a

latirle con demasiada celeridad y se pegó a la esquina del asiento, donde no podían establecer o visual. Era imperativo que mantuviera sus sentimientos bajo control. Harriet, que no tenía reservas en lo referente a aquel hombre, charló con él alegremente mientras le indicaba cómo llegar a su casa. –La verdad, me alegro de haberlo conocido, señor Lane –dijo en tono animado–, ya que Abby me ha pedido que represente a su hijo ante el tribunal. El silencio no pudo ser más estridente. Abby se hundió más aún en el asiento y esperó a oír la explosión. –¿Qué demonios pasa, Sommers? –dijo Hallam en tono gélido y acusador–. Sabe cuáles son mis sentimientos en lo referente a ese tema. –No creo que los sentimientos tengan que ver en esto siempre que las personas hagan bien su trabajo –le respondió en tono sereno–. Harriet es una abogada defensora excelente, casi nunca pierde un caso. –Tal vez Sommers no se lo haya explicado, señorita McDonald –dijo centrando su atención en ella–. No apruebo que las mujeres hagan el trabajo de los hombres. –Sí, ya me lo ha dicho –dijo Harriet en tono amistoso–. Creo que vive en la edad de piedra, señor Lane, si me permite decírselo. Ah, ya hemos llegado… la casa blanca del final. Muchas gracias por su ayuda, ha sido muy amable. Salió del BMW en cuanto Hallam paró el coche, sin darle oportunidad para que dijera nada más. Sonrió de manera irritante a Abby diciéndole adiós, consciente del lío en que la había metido. –¿Quieres sentarte delante? –la invitó Hallam con aspereza. –No, gracias, no merece la pena. Sólo vivo a tres kilómetros de aquí. –Lo sé –dijo para sorpresa de Abby–. En Atcham, ¿no es así? Abby levantó la cabeza bruscamente.

–¿Cómo lo sabes? –dijo mirándolo a los ojos por el espejo retrovisor–. No tienes derecho a husmear en mi vida privada –protestó, y se puso rígida de resentimiento–. Entiendo que investigues sobre mí en lo relacionado con mi trabajo, pero fuera de él, es inisible. –Cuando el nombre de mi hijo está en juego, nada es inisible para mí –dijo con voz tensa–. Y quiero que lo represente otra persona, ¿está claro? –Cometerás un grave error si no dejas que Harriet lo haga –dijo Abby–. Y me niego a decirle que has cambiado de idea. Si ése es tu deseo, entonces hazlo tú. ¿Qué es lo que tienes exactamente en contra de las profesionales como nosotras? Hubo un silencio tenso antes de que hablara, y cuando lo hizo, su voz pareció opaca y llena de una emoción que no comprendió. –No tengo intención de explicarte mis motivos. Abby no lo entendía, pero tampoco importaba… siempre que eso no interfiriera en su trabajo. Cuando llegaron al pequeño pueblo de Atcham, Abby se acongojó al ver que aparcaba delante de su casa sin necesidad de recibir indicaciones. –¿Acaso me has estado espiando? –inquirió en tono fiero y agresivo. –En absoluto. Abby no supo si creerlo, pero sí sabía que no tenía sentido continuar hablando de ello. –Muchas gracias por traerme –le dijo, y salió del coche sin mirarlo. Sólo cuando metió la llave en la cerradura se dio cuenta de que la había seguido–. Puedo entrar yo sola –dijo en voz alta y clara, temerosa de que se volvieran a repetir los acontecimientos del viernes por la noche. –Nunca se puede estar seguro –contestó Hallam, abriendo la puerta de par en par después de que Abby hubiese sacado la llave. Entró en su pequeño salón y encendió la luz. Aquella casa no estaba hecha para hombres como Hallam Lane, tan dinámicos y con una presencia tan arrolladora. Llenaba la habitación, la dominaba por completo, tanto así que Abby sintió que no podía respirar con facilidad. Y

tampoco parecía tener ganas de marcharse. De hecho, estaba contemplando la estancia con curiosidad, como si fuese importante para él ver cómo era el hogar de la abogada de su hijo. –¿Te apetece un café? –preguntó Abby, sin querer realmente que se quedara más de lo necesario, pero sabiendo que era una grosería echarlo cuando las había sacado a Harriet y a ella del apuro. –Gracias, eres muy amable –le dijo, tan educadamente, que Abby se sintió recelosa. Cerró la puerta con desgana. Su casa consistía en una sala de estar y una cocina en la planta baja, y en un dormitorio y un cuarto de baño en la de arriba, y aunque era pequeña, a Abby le venía como anillo al dedo. Hasta que Hallam entró en ella. Empezó a sentir claustrofobia, sobre todo al ver que la seguía a la cocina y que se acomodaba cómodamente en el umbral para ver cómo ponía agua al fuego. –Espero que no te importe que sea instantáneo –le dijo. –Lo que te resulte más fácil. ¡Y rápido!, pensó Abby, que no se sentía cómoda con la forma en que miraba cada centímetro de su cuerpo. Se había quitado la chaqueta antes de entrar en la cocina y se estaba arrepintiendo de haberlo hecho, porque sus senos se habían henchido bajo su escrutinio y sus pezones erectos sobresalían con anhelo por debajo de la seda de su blusa. Darle más pruebas de la habilidad que tenía para excitarla era lo último que Abby deseaba, y se alegró de poder darle la espalda para sacar las tazas y los platos. –Tienes una casa muy hogareña –dijo con un tono ronco que acrecentó su recelo–. ¿Pero nunca te sientes sola? –La verdad es que no –contestó poniendo café en las tazas aún sin mirarlo–. Tengo muchos amigos, hobbies, no tengo tiempo de sentirme sola. –¿Qué clase de hobbies? ¿Además de nadar y correr? ¡Un tema neutro! Lo miró y sonrió, pero se quedó helada al ver el deseo en sus ojos. Lo enmascaró al instante, pero Abby ya lo había visto y le recorrió un escalofrío al recordar lo que había pasado la última vez que había visto aquella mirada.

Capítulo 5

ABBY volvió a posar los ojos en las tazas y colocó las cucharas en los platos sintiendo que le latía el pulso en la base del cuello con tanta fuerza que corría peligro de asfixiarse. Nunca había estado tan agradecida de ver un cazo de agua hirviendo. –No has contestado a mi pregunta –le recordó Hallam en voz baja. Seguía de pie en el umbral, sin moverse un centímetro, y aun así conseguía turbarla hasta tal punto que apenas sabía lo que hacía. –¿Qué era? –inquirió Abby, lamentando de verdad haberlo invitado. Realmente había sido un error. –Te he preguntado qué haces en tu tiempo libre –le dijo con una voz tan grave y baja que le erizó el vello de la nuca. –La verdad es que mis aficiones son variadas y numerosas –dijo Abby, y mientras echaba agua en las tazas trató de insuflar cierta firmeza a su voz–. Pero supongo que bailar es una de mis favoritas. ¿Con leche y azúcar? –Así está bien. ¿Las llevo al salón? –preguntó, y Abby sintió estremecimientos devastadores por todo su cuerpo al oírlo tan cerca. Era mucho peor de lo que había imaginado. –Como quieras. Colocó las dos tazas en una bandeja y se echó atrás para evitar todo o físico con él. El salón no era muy grande y pareció aún más pequeño cuando Hallam se sentó. Corrió las cortinas y se dejó caer en una silla tan lejos de él como le fue posible, sintiendo a cada momento su escrutinio. Hallam había dejado la bandeja en una mesita auxiliar de roble, y Abby se alegró exageradamente de que se interpusiera entre ellos. –¿Qué clase de baile te gusta? –le preguntó. Había estirado las piernas y parecía

sentirse en casa y relajado, como si estuviera dispuesto a quedarse un buen rato, pensó Abby con intranquilidad. Todavía tenía el café en la bandeja, aunque ella ya había tomado su taza llevada por la necesidad de tener algo en las manos. –Todos, la verdad, aunque imagino que mis favoritos son el tango y el pasodoble. Solía pertenecer al equipo local, y ganamos algunas competiciones. ¿Y por qué estaba trabando conversación cuando lo único que quería era que se tomara el café y se fuera? Hallam asintió lentamente, observándola con ojos entornados. –Te imagino llevando uno de esos vestidos provocativos, tienes el cuerpo perfecto para una bailarina. Eres tan ágil y ligera que en cuanto te vi supe que tenías que dedicarte a algo así. Debo confesar que me resulta mucho más difícil verte como abogada. Es una extraña combinación. –¿Tú no tienes hobbies? –le retó Abby fríamente, sintiendo que seguía tratando de desmoralizarla en lo referente a su trabajo. –Supongo que no tengo mucho tiempo libre –dijo con una mueca en los labios que indicaba que todavía la imaginaba en traje de baile. –Mis hobbies y mi trabajo son facetas separadas de mi vida –lo informó con altivez–. Necesito las dos, a todos nos hace falta relajarnos de alguna manera. –¿Tienes hermanos? Fue una pregunta sorpresa y Abby lo miró con ojos muy abiertos. –Un hermano pequeño, sí. Vive en Estados Unidos, trabaja para una empresa editorial. –¿No quiso seguir los pasos de su padre? –repuso Hallam alzando las cejas–. Vaya, habría sido lo más lógico. –Eres un machista –dijo Abby con un brillo extraño en la mirada–. Yo trabajo igual de bien que un hombre. Mi padre estaba orgulloso de mí. –No me cabe duda, cualquier padre estaría orgulloso de tener una hija como tú: inteligente, ágil, hermosa… pero desde luego, no con madera de abogada.

¿Cómo esperas que alguien te tome en serio con tu aspecto? –¿Y cómo es mi aspecto? –le retó Abby con el cuerpo tenso y mirada colérica. Estaba siendo insufriblemente grosero aquella noche. –Fascinante –gruñó–. Tentador, cautivador, ¿hace falta que siga? Abby cerró los ojos durante un segundo. –Creo que deberías tomarte el café y luego irte. –¿No te gustan los piropos? –No cuando provienen de un hombre como tú –replicó–, lleno de prejuicios y de miras estrechas, que no puede aceptar que los tiempos cambian, que la igualdad de la mujer es ya una realidad, y que además se cree con derecho a irrumpir en mi intimidad. Hallam tomó su taza de café y miró a Abby con ojos penetrantes. Era una pena que tuviese unos ojos tan bonitos, pensó Abby, no le hacían ningún bien a su corazón. Tomó un sorbo de café para humedecer los labios, que se le habían resecado de repente, y lamentó profundamente no haber mantenido la relación a nivel profesional desde el principio. Pero, ¿por qué Hallam había creído necesario hablar de cuestiones personales? Debió imaginar que causaría problemas entre ellos. –Algo me dice –observó con los ojos negros fijos en ella–, que la razón por la que no quieres que esté aquí es porque te resulta difícil controlar tus sentimientos. –Qué tontería –exclamó, horrorizada de pensar que pudiera leerle los pensamientos–. Propia de un hombre engreído. Estoy cansada, eso es todo, y mañana me espera un día de mucho trabajo. Hallam miró su reloj. –No son más que las diez, no es muy tarde. Creo que mientes. –¿Por qué iba a hacerlo?

Hallam sonrió; una sonrisa leve pero confiada. –Para protegerte. Tendrías que ser inhumana para no sentir algo después de lo que pasó el viernes por la noche. –¿Acaso tienes la impresión de que significó algo para mí? –inquirió en tono sarcástico–. Para lo único que sirvió fue para demostrarme que el acoso se produce de mil maneras distintas. –¿Crees que se trataba de eso? –¿Qué si no? –replicó–. Era evidente que tratabas de demostrar que no soy una abogada competente. Tal vez debería dejar claro aquí y ahora que no me suelo comportar de esa forma. No tengo ni idea de qué me pasó, pero puedes quedarte tranquilo, que no volverá a ocurrir. Y desde luego, no volverás a llevarme a tu casa bajo falsos pretextos. Hallam inclinó la cabeza a un lado y la miró con aire sombrío. –Sentía la necesidad de hablar contigo, Sommers, para poder averiguar lo más posible sobre la mujer a la que tanto alaba mi hijo. A decir verdad, averigüé muchas cosas. –Maldito seas –exclamó Abby con furia–. Creo que tratas de denigrarme, de llegar a la conclusión de que mi ética no es lo bastante buena para mi trabajo. Creo que fue por eso por lo que me besaste, y que emplearías cualquier medio para quitarme el caso de Greg de las manos –Abby echaba chispas de irritación por los ojos, y tenía todo el cuerpo tenso–. Pero no lo conseguirás, no me rebajarás a tu nivel. Mi trabajo es toda mi vida, no permitiré que me perjudiques. Las cejas negras se alzaron con reproche. –No tengo intención de demostrar que no estás capacitada para tu trabajo, el tiempo lo hará. Pero eres sin lugar a dudas una mujer muy hermosa… una distracción demasiado poderosa para la paz mental de cualquier hombre. –No hago alarde de mi sensualidad, si es eso lo que pretendes insinuar –dijo Abby mirándolo con nerviosismo–. Y creo que no deberíamos estar hablando de esto. Me gustaría que te fueras –dijo poniéndose en pie.

Hallam se levantó, pero para total sorpresa de Abby, en vez de alejarse hacia la puerta se dirigió hacia donde ella estaba, quedándose tan cerca que no había forma de eludirlo. Sus ojos inescrutables se clavaron en los suyos. «Podría emborracharme inhalando el aroma de este hombre», pensó Abby dolorosamente. Era el hombre más viril que había conocido y deseaba que se fuese. Estaba despertando en ella emociones en las que no quería pensar. Para horror suyo, levantó una mano y tocó sus cabellos, de un rojo llameante, que le enmarcaban el rostro y caían sobre sus hombros en abundantes ondas. Pareció embelesado con su pelo. Luego tocó sus mejillas con las yemas de los dedos, una caricia tan suave que desencadenó una respuesta eléctrica. Era una locura permitir que la tocara, pero durante unos momentos Abby se sintió incapaz de moverse. Se sentía hipnotizada, presa de su hechizo, y por eso se sorprendió al ver que contraía los músculos de la cara y que un rubor oscuro y salvaje cubría sus facciones. Hallam dejó caer la mano a un costado. –Supongo que es hora de que me vaya. Ninguno de los dos habló mientras Abby le abría la puerta y la cerraba suavemente a sus espaldas, para luego apoyarse en ella mientras esperaba a que arrancara su coche y se fuera. Sólo entonces, cuando supo que estaba a salvo, recogió las tazas y se las llevó a la cocina. Lamentó de verdad que Hallam la hubiese tocado, estaba segura de que no lo había animado a hacerlo, sólo se había quedado quieta mirándolo durante unos segundos. Era una situación difícil y le resultó prácticamente imposible dormir aquella noche. Ya estaba amaneciendo cuando por fin consiguió conciliar el sueño, y al oír la alarma a las siete y media, se levantó como una zombie. A medida que pasaba el día se sintió mejor, pero Hallam Lane seguía atormentándola. Como era de esperar, Harriet llamó por teléfono para saber qué había pasado después de que la dejara en su casa la noche anterior. –Supongo que solté la bomba antes de que estuvieras preparada –le dijo en tono maligno. –Quería que te dijera que no representaras a Greg –repuso Abby. –¿En serio? ¿Y qué le dijiste?

–Que hiciera él mismo el trabajo sucio. Harriet se rió. –Es todo un caballero, la verdad. ¿Y sabes qué creo? Que está interesado en ti. Tal vez me equivoque, pero pienso que es ahí donde radica el problema. Ha declarado que no le gustan las mujeres con profesiones liberales y ahora no sabe cómo escapar. Por eso está siempre tan enfadado. –Estás completamente equivocada –dijo Abby en tono fiero–. Es una sugerencia absurda y lo sabes. Hallam Lane está igual de interesado en mí que yo en él. Y cuando el caso haya terminado, no espero ni quiero volverlo a ver. Pasaron las semanas y el juicio se avecinaba y, para alivio de Abby, Hallam Lane se mantenía fuera de su vida. Greg y ella habían hablado largo y tendido con Harriet, y su amiga parecía muy segura de que ganarían. Abby consiguió dormir mejor, aunque todavía había ocasiones en las que recordaba la excitación de sus besos y deseaba que se hubieran conocido en otras circunstancias. El día del juicio, se vistió con un traje azul marino de corte severo y una blusa azul pálida, se recogió el pelo y se puso zapatos de tacón moderado. Se aplicó el maquillaje con tanto cuidado que parecía que no llevaba nada, y terminó colocándose un par de pendientes de perla. Sabía que volvería a ver a Hallam y la idea le ponía nerviosa. Aunque era Harriet la que iba a hacer la defensa, debía estar atenta a lo que pasaba, ¿y cómo iba a conseguirlo si se sentía atraída sexualmente por el padre de su cliente? No debía permitir que aquella obsesión por Hallam Lane mermase su concentración. ¡Obsesión! Abby se horrorizó al pensar en aquella palabra. Le resultaba vagamente atractivo, pero eso era todo, ¿verdad? Entonces, ¿por qué su corazón se volvió loco cuando, horas más tarde, saludó a Greg y a su padre en el tribunal? Procuró no reflejarlo, teniendo cuidado de mantener una imagen digna, y estrechó las manos de los dos hombres como dictaba la formalidad de la situación. Greg estaba obviamente nervioso; su rostro afable parecía pálido y se retorcía las manos. Hallam, por el contrario, no reflejaba ninguna emoción. Estaba, como siempre, bajo control, y aunque miró a Abby con atención, se mostró adecuadamente solemne. Harriet apareció en la sala de espera pocos minutos después, contempló a aquel trío tan serio y se echó a reír.

–Ánimo, vamos a ganar este caso –les dijo–. No temáis. No sólo se trataba del caso, pensó Abby, sino de las emociones. Era la tensión entre Hallam y ella, aunque si él la sentía o no, era otra historia. Tal vez sólo estuviese preocupado por Greg, ya había aireado sus dudas sobre su capacidad para elaborar una defensa. Por fin llegó su turno. La vista fue breve, Harriet estuvo brillante y a Greg lo declararon inocente. Todos sonrieron. Hallam estrechó la mano de Harriet y le dio las gracias, y lo mismo hizo con Abby. Pero Greg la abrazó con afecto y alegría. –Mi padre y yo vamos a almorzar para celebrarlo, ya me lo había prometido, ¿viene con nosotros? –le preguntó con ojos brillantes. Abby estuvo a punto de rechazar la invitación, pero cambió de idea al ver el ceño fruncido de desaprobación de Hallam. Sería interesante ver qué actitud mantenía con ella una vez que su hijo había quedado exculpado y ella no era una persona necesaria en sus vidas. Abby intuía que sería: «Muchas gracias y adiós, Sommers». No más besos, no más nada, pero tenía curiosidad por ver cómo lo hacía. Le brindó al joven una amplia sonrisa. –Sí, Greg, me encantaría, gracias. ¿Harriet también está incluida? Pero antes de que pudiera responder, Harriet lo negó con la cabeza. –No contéis conmigo, tengo mucho trabajo –les dijo, y cuando Abby se quedó un poco apartada, se dirigió a ella–. Ahora que el caso está resuelto, tal vez Hallam y tú os llevéis mejor. Buena suerte. –No la necesito –dijo Abby en voz baja pero enérgica–. Me alegraré de que salga de mi vida. –¿Entonces por qué has aceptado la invitación? –Para complacer a Greg. La expresión de Harriet sugirió que no la creía, y sonrió a Abby antes de salir a toda prisa en dirección al aparcamiento.

–Será mejor que nos acompañes –dijo Hallam en tono cortante. «Gracias por hacerme sentir bienvenida», pensó Abby, y casi deseó que no haber aceptado la invitación de Greg. –Os seguiré en mi coche, gracias. –Como prefieras –repuso Hallam encogiéndose de hombros con indiferencia. –Es lo más sensato –replicó. De lo contrario, tendría que depender de él o llamar a un taxi para volver a su despacho, ¿y por qué iba a hacerlo? Greg los miró con cara de preocupación, sintiendo su mutuo rechazo y preguntándose, seguramente, si había hecho lo correcto. Abby supuso que había sido una invitación impulsiva, y enseguida sintió pena por el joven. Lo había pasado muy mal en los últimos meses y no necesitaba más contrariedades, así que le sonrió afectuosamente. –¿A qué estamos esperando? Vamos. La expresión del rostro de Greg daba a entender que prefería ir en el coche con ella, pero cuando su padre lo llamó con tono autoritario, se dio media vuelta enseguida y subió al BMW. Hallam condujo velozmente al salir de los tribunales, y como a Abby no se le había ocurrido preguntarle a dónde iban, se vio obligada a seguir su ritmo. Finalmente, a las afueras de Shifnal, llegaron a una enorme y antigua casa solariega que habían convertido en hotel restaurante. A Abby le gustó de inmediato. El servicio era muy discreto y eficiente, y mientras tomaban el aperitivo, ella había pedido sólo agua mineral, paseó la mirada por la habitación de techos altos. –Me alegra poder decir que mi desconfianza hacia ti no estaba justificada, Sommers. –¿Es un cumplido? –preguntó Abby volviendo rápidamente la atención a sus acompañantes, y miró a Hallam Lane con ojos muy abiertos por la sorna. –Supongo que sí. Es mi agradecimiento por haber dejado sin mancha el nombre de mi hijo.

Parecía estar itiendo muy a regañadientes que Harriet y ella habían hecho un buen trabajo, pensó Abby, pero habría sido mejor que no hubiese dicho nada. –Sólo he hecho aquello por lo que se me paga –respondió con aspereza. –Claro –repuso en tono irónico, y sus ojos negros resultaron insondables. –Pues yo le estoy muy agradecido –intervino Greg con urgencia–. Y también a la señorita McDonald. –Gracias, Greg –le dijo Abby con una sonrisa victoriosa–. Eres muy amable. –No se puede imaginar lo preocupado que he estado. Parecía que todo estaba en mi contra, pensé que no tenía ninguna posibilidad. –Sabía que eras inocente –le dijo en voz baja. –Le agradezco que tuviera fe en mí. –Ya basta de cumplidos. Nuestra mesa está lista. La actitud menos que amistosa de Hallam agrió todo el almuerzo, pero así al menos Abby supo a qué atenerse. No habría más besos ni más cafés a última hora del día. Sería la última vez que vería a Hallam Lane, y aunque en parte estaba decepcionada, también lo agradecía. Se ahorraría muchos disgustos. De repente, oyó que Greg le estaba diciendo a su padre. –Creo que le encantaría, es lo mínimo que podemos hacer por ella, teniendo en cuenta lo mucho que ha trabajado para defenderme. Por favor, padre. Abby miró a Greg y luego a Hallam, y deseó saber de qué estaban hablando. El joven parecía ansioso y emocionado, su padre mucho menos. De hecho, Hallam tenía los labios apretados y era evidente que no aprobaba lo que su hijo le pedía. –Estoy seguro de que la señorita Sommers está muy ocupada –dijo Hallam lanzándole una mirada tan penetrante que Abby sintió dolor físico–. ¿No es así? –Si supiera de qué estáis hablando, tal vez pueda contestar. –Greg acaba de sugerir que nos acompañes a Francia –dijo en tono inexpresivo.

–¿A Francia? –repitió Abby, mirando con ojos muy abiertos a Hallam y a su hijo. –Sí, tenemos una casa de verano –explicó el joven–. Vamos a pasar allí el resto de las vacaciones. Me encantaría que viniera –añadió tímidamente. –¿Pero por qué? ¡Unas vacaciones en Francia! ¡Con Hallam! Todo su cuerpo se estremecía en aquellos momentos, y le invadió un calor incómodo. –Porque me… –¡Greg! –lo interrumpió su padre con aspereza–. Deja que la señorita Sommers hable por sí misma –le ordenó, y luego miró a Abby–. Tú decides. Era evidente que no esperaba que aceptase, y que no aprobaba que su hijo la hubiese invitado, aunque era demasiado educado como para decírselo delante de ella. –¿Cuándo os vais? –inquirió, y Hallam entornó los ojos al oír su pregunta. Era evidente que había esperado oír un no rotundo. –Mañana –dijo con gran satisfacción. Abby se sintió profundamente decepcionada. No había forma de que pudiera reorganizar su agenda de trabajo en tan poco tiempo si es que aceptaba… y cómo deseaba hacerlo. Sabía que era su corazón el que hablaba, pero la verdad era que necesitaba unas vacaciones. –Podría reunirse con nosotros dentro de unos días –insistió Greg al ver la decepción en su rostro. Abby sabía que era muy peligroso, porque aunque Hallam no dijera palabra durante toda la estancia, sólo su compañía la excitaba… y atormentaba. Era una tonta por planteárselo siquiera, pero Greg estaría con ellos y su padre no haría nada con él delante. ¿Pero acaso ella quería estar a salvo? ¿No era la necesidad física que sentía por aquel hombre la razón por la que quería ir? –Bueno, Sommers, estamos esperando.

La voz grave de Hallam caló en sus pensamientos, y lo miró con una débil sonrisa, anticipando la sorpresa ante su respuesta. –La verdad es que creo que me gustaría ir. Me merezco unas vacaciones, aunque por supuesto, no podría irme mañana. Tendría que arreglar algunos asuntos. Hallam se quedó con el rostro inmóvil, y su mirada era tan gélida que Abby sintió frío. Había esperado una reacción adversa, pero, desde luego, no algo tan intenso. Se estremeció y se preguntó si debía retractarse, pero Greg ya había empezado a hablar. –Es estupendo, me alegro tanto. Le encantará nuestra casa, ¿verdad, padre? Está justo al borde del mar y… –Ya basta, Greg –tronó Hallam, e incluso su hijo pareció sorprendido por la ferocidad de su tono–. Te daré el número de teléfono de la casa para que puedas llamarme cuando estés lista. Mi reactor privado te llevará a Francia. –¿Jet privado? –repitió Abby, abriendo la boca de asombro. –Y ahora, si habéis terminado, podemos irnos –continuó Hallam como si no la hubiese oído–. Yo también tengo que arreglar algunos asuntos antes de que nos vayamos. De regreso a su bufete, Abby puso en duda su buen juicio. No podía creer que acabara de aceptar pasar unos días en Francia con un hombre que no tenía tiempo para ella. Se había equivocado. No iría, aunque hiriera los sentimientos de Greg. Y durante el resto del día le costó mucho concentrarse, de modo que fue un alivio volver a casa. Se quitó el traje y se envolvió en un kimono de seda, se dejó caer en el sillón y cerró los ojos. Su cabeza era un caleidoscopio en el que todas las escenas del día se mezclaban formando dibujos confusos y coloridos. Y en ese instante sonó el timbre de la puerta. El corazón le dio un vuelco y confió en que no fuese ni Hallam ni Greg. Pero no era ninguno de los dos. Era Harriet, que se pasaba para preguntar qué tal había ido el almuerzo. –Ha sido horrible –gimió Abby–. He cometido el error más grande de toda mi vida. Pasa y siéntate. Estoy haciendo café, si te apetece una taza. –¿Tienes una cita con Hallam? –sugirió su amiga con entusiasmo, declinando su ofrecimiento del café, y se sentó en el brazo de un sillón.

–Peor que eso. He aceptado a ir de vacaciones con él. Harriet soltó una carcajada. –Dios mío, desde luego no te van las medias tintas. Es increíble, ¿cómo…? –Pero no voy a ir –la interrumpió Abby con firmeza–. Me he vuelto loca, no hay duda. ¿Cómo he sido capaz de aceptar la invitación? –Espera un momento –dijo Harriet–. Necesitas unas vacaciones, y lo sabes. Hace años que no has tenido unas como es debido. –Tal vez –dijo Abby encogiéndose de hombros–. Pero pasar unas vacaciones con Hallam Lane es lo último que quiero. –¿Entonces por qué aceptaste? –Su hijo me invitó –contestó a regañadientes–, y en ese momento me pareció una buena idea. –¿Por qué? –Dios mío, Harriet –rió Abby–. No estoy en el banquillo de los acusados. –Pero debe de haber una razón por la que aceptaras, tú no sueles ser impulsiva. Estás enamorada de ese hombre, ¿verdad? ¿Enamorada? ¿De Hallam Lane? Qué idea tan ridícula. –Por supuesto que no –replicó. –Creo que sí –dijo Harriet–. Mírate, Abby. Nunca te había visto tan nerviosa por ningún hombre. –No estoy nerviosa. –¿No? –dijo Harriet levantando las cejas con escepticismo. –¡No! –repitió Abby con firmeza. –Sé lo que veo.

–Y yo lo que siento. –¿Y qué es exactamente lo que sientes? –repuso mirando a su amiga fijamente. –No estoy enamorada de Hallam Lane, ¿cómo podría querer a un cerdo machista como él? Lo odio. Harriet se quitó las gafas e hizo un ademán enfático con ellas en la mano. –Ésas son palabras muy fuertes, amiga mía. Demasiado fuertes. Ya sabes lo que dicen de la gente que protesta demasiado. –No estoy enamorada de Hallam –insistió Abby, aunque sabía que sentía algo. –Tal vez no lo estés ahora –dijo Harriet con una sonrisa misteriosa y perspicaz–, pero te estás acercando, y si no te tomas esas vacaciones, lo lamentarás. Es la oportunidad de averiguar exactamente qué sientes por ese hombre. De cualquier forma, Greg será tu carabina, así que, ¿por qué te preocupas? Arriésgate, mujer, y ve.

Capítulo 6

TIEMPO después de que Harriet se hubiese ido a su casa, Abby se quedó pensando en lo que su amiga le había dicho. ¿Podía ser cierto que se estuviese enamorando de Hallam Lane? ¿Que no fuese una simple atracción física sino amor? Y si aquél era remotamente el caso, ¿unas vacaciones con él no sería lo peor que podía hacer? Se delataría y haría el ridículo. Pero no, se negaba a aceptar que estuviese enamorada. ¿Cómo podía amar a un hombre que había dejado bien claro que el poco interés que había mostrado en ella era por el bien de su hijo? La había estado utilizando, eso era todo, asegurándose de que hacía lo posible por Greg. Y una vez que el caso estaba ganado, su actitud hacia ella había cambiado por completo. No quería que fuese de vacaciones con ellos, ni tan siquiera volverla a ver. Lo había dejado bien claro. Le resultó imposible dormir aquella noche, e imposible concentrarse en su despacho a la mañana siguiente. Volvió temprano a casa y nada más llegar sonó el teléfono. –Soy yo, Greg –dijo una voz ansiosa–. Sólo llamaba para asegurarme de que no había cambiado de idea. Me gustaría mucho que vinieras, Abby. Puedo llamarla Abby, ¿verdad? Ya sé que mi padre la llama Sommers, pero no hay tantos años de diferencia entre nosotros y… –Greg, Greg –lo interrumpió Abby–. Por supuesto que no he cambiado de idea. ¿Pero por qué le decía eso después de la decisión que había tomado? –Entonces, ¿cuando vendrás? –preguntó enseguida. –No te lo puedo decir ahora mismo –contestó Abby–. Tengo muchas cosas que hacer en el bufete. –Creo que no piensas venir –dijo Greg en tono repentinamente pesimista.

–He dicho que iría, ¿no? –Pero la gente no siempre mantiene su palabra. –Yo sí –le dijo con firmeza, preguntándose por qué insistía tanto. –¿Sí? –inquirió otra vez con ansiedad. –Sí, Greg. Y ya no había marcha atrás. Estaba cometiendo un grave error, lo sabía, pero no podía soportar herir los sentimientos de Greg. Al menos, ésa era la excusa que se daba una y otra vez. Y le resultó más fácil de lo que había imaginado reorganizar su agenda. Grypton y Evans eran partidarios de que se tomara unas merecidas vacaciones, y afortunadamente, después del viernes, no tenía que comparecer ante los tribunales en tres semanas. Por tanto, una semana después de su almuerzo con Hallam y Greg, Abby tecleó el número de teléfono de su casa de verano. El corazón le latió con fuerza sólo de pensar que Hallam en persona pudiera contestar, no había pensado en otra cosa más que en él desde que había aceptado ir. Pero cuando oyó la suave voz femenina, una voz ronca y muy sexy, Abby volvió a poner en duda su buen juicio. ¡Tenía una amiga! ¿Sería por eso por lo que Greg había insistido tanto? ¿Se sentiría desplazado porque su padre pasaba todo el tiempo con su amiga sa? Pero luego recordó que Greg había dicho que su padre hacía tiempo que no mostraba interés por ninguna mujer. ¿Sería entonces una amistad reciente? Había tantas preguntas sin respuesta. –¿Qui est à l’appareil? –Eh… Abby Sommers –contestó a regañadientes. –¡Mais oui! Hallam la espera –le dijo, aunque a juzgar por el tono de su voz, no le hacía mucha gracia–. Un momento, por favor, iré a buscarlo. Momentos después, la voz áspera de Hallam Lane resonó en su oído. –¿Sommers? –Sí –dijo Abby, y pareció casi un graznido. Si había esperado una bienvenida

desde luego no la iba a tener. –¿Estás lista? Aquella era la última oportunidad que tenía para cambiar de idea y caviló durante unos segundos antes de cerrar los ojos, inspirar hondo y decir: –Sí, estoy lista. –Entonces mi avión te estará esperando en el aeropuerto de Shawbury a las ocho y media de la mañana. Colgó antes de que Abby pudiera decir nada más. Ya no había marcha atrás. Pero la idea de que habría otra mujer presente persistió en su cabeza. Se vería obligada a ver a Hallam en su compañía, y Abby se dio cuenta de que los celos la estaban aguijoneando. Se sintió totalmente confusa. ¿No se había estado convenciendo de que no lo amaba? Tal vez no fuese demasiado tarde, pensó Abby a la mañana siguiente mientras se preparaba. Lo único que tenía que hacer era no presentarse en el aeropuerto… pero la curiosidad la perdía. Quería ver por sí misma qué clase de mujer prefería Hallam, aunque eso significase clavarse un puñal ella misma en la espalda. Y tal vez pudiese disfrutar de unas vacaciones relajantes, tomando el sol y sin hacer nada. «¿A quién estoy tratando de engañar?» se dijo cerrando la maleta. Le resultaría imposible relajarse viendo a Hallam con otra mujer. Metió la maleta en el coche, cerró la casa y se fue. Tenía tiempo de sobra. Apenas había dormido en toda la noche y se había levantado al amanecer. Había bebido litros de café pero había sido incapaz de probar bocado. A las ocho en punto llegó al pequeño aeropuerto que no estaba a muchos kilómetros de distancia de su casa. Había un avión en la pista y, al dejar el coche en el aparcamiento, un joven se acercó hasta ella. –¿Abby Sommers? –le dijo. Abby asintió, un poco sorprendida. Pensaba que tendría que quedarse sentada esperando hasta las ocho y media–. Su avión la espera. Permítame que la ayude con el equipaje. En pocos segundos había cruzado la pista y subía al aparato. Cuando vio a Hallam Lane sentado detrás del piloto, se quedó boquiabierta.

–No te esperaba, Hallam. No hacía falta que prescindieras de unas horas de tus vacaciones. Tenía una expresión en la mirada que no pudo descifrar, una especie de brillo de anticipación, ¿o era desagrado? Desapareció al instante, y fue reemplazada por una mirada inexpresiva. –Como lo he hecho –contestó–, será mejor que te relajes y disfrutes del viaje. ¡Relajarse! Imposible con el corazón latiéndole tan deprisa. Por mucho que intentó controlar sus emociones, todo volvió a la vida nada más verlo, y cuando se acomodó a su lado, fue todavía peor. Podía sentir su olor viril, su calor, y ser consciente de su excitante presencia. No era un buen presagio, y si hubiese podido echarse atrás en aquel momento, lo habría hecho. Pero el piloto tenía vía libre y el avión ya estaba rodando por la pista; despegó y cruzó el cielo como un águila. Abby no estaba acostumbrada a pequeños reactores como aquél y se sintió muy nerviosa. Al menos trataba de convencerse de que era el avión y no Hallam lo que la hacía contraer los músculos y cerrar los puños. –¿Está disfrutando Greg de las vacaciones? –preguntó, aunque en realidad quería saber si la joven sa se había instalado cómodamente en la casa. –Eso creo –contestó–, aunque parece aburrirse con facilidad. La verdad es que no suele venir a Francia conmigo, creo que preferiría pasar las vacaciones con sus amigos. Pero le hace mucha ilusión que tú vayas. «Pero a ti no», repuso Abby en silencio. Lo veía en sus hombros, en lo tenso que estaba. Y viendo lo distante y frío que parecía, estaba segura de que las vacaciones iban a ser un desastre. En ese preciso instante, como si pudiera leer sus pensamientos, Hallam dijo: –¿Qué te ha hecho venir a pasar las vacaciones con nosotros? Abby se encogió de hombros. –A Greg parecía hacerle tanta ilusión, y hace mucho tiempo que no… –¡Greg! –la interrumpió con incredulidad–. ¿Ha sido por Greg? Y no por él, eso era lo que quería decir; preferiría creer que había aceptado la

invitación para estar a su lado. Abby sonrió y le hubiese encantado confundirlo aún más diciendo que sí, que era por su hijo, pero no pudo hacerlo. –Porque necesitaba unas vacaciones, eso es todo. Y la invitación de Greg llegó en el momento justo. Supongo que a ti no se te hubiese pasado por la cabeza. –¿Tú qué crees? –replicó, mirándola a la cara con atención. Llevaba pantalones de algodón de color ocre y una camisa blanca de mangas cortas que realzaba el bronceado que había adquirido. –Creo que te alegraste de que el juicio hubiese terminado y que no querías volverme a ver –dijo mientras pensaba que estaba, si era posible, más imponente que nunca. Y se preguntó cómo iba a poder controlarse durante las dos semanas siguientes. –Pero pensaste que podrías sacarme unos cuantos peniques más, ¿verdad? –le espetó con sorna–. ¿Cuánto supondrían unas vacaciones como éstas? Una casa de verano amplia y hermosa al lado del Mediterráneo, con todas las comodidades, comidas, doncella, un coche a tu disposición… –hizo una pausa y la miró pensativamente–. Mucho dinero, ¿no crees? Muchísimo dinero, a decir verdad. Sí, ya entiendo por qué aceptaste la invitación. Mucho antes de que hubiera terminado, Abby se había puesto hecha una furia. –¿Cómo te atreves a decir eso? –exclamó–. Si quieres que pague por las vacaciones, lo haré. Y si pensabas de esa forma, debiste decirle a Greg que no era buena idea. No tenías por qué haberle seguido la corriente. –La verdad es que no –dijo Hallam, y sus labios insinuaron una sonrisa–. Sólo pensaba que podía ser… interesante. –¿Interesante? –repitió–. ¿Qué quieres decir con eso? –Creo que lo sabes –dijo en tono sombrío. Abby se movió nerviosamente en su asiento. Al menos parecía que no estaba del todo en contra de su presencia, pero no podía permitirse tener una relación que terminaría al tiempo que las vacaciones. ¿Y qué pasaba con la joven sa? Todo era muy inquietante.

–¿Puedes pilotar tú mismo el avión? –preguntó haciendo un esfuerzo deliberado por cambiar de tema. –Ah, sí –contestó–. Conseguí la licencia de vuelo hace muchos años. –¿Lo utilizas para tu trabajo? –A veces –le dijo–, depende de lo lejos que vaya. Sobre todo lo uso para viajes de placer. –¿Cuántos años hace que tienes la casa en Francia? Hallam sonrió, dando la sensación de que lo divertían sus preguntas. –Doce años. ¿Es tu vena de abogada o siempre sueles hacer tantas preguntas? –Lo siento –contestó Abby con sorpresa–. Sólo trataba de trabar conversación. No tienes que decirme nada que no quieras. –Tal vez debiéramos hablar de ti –le dijo–. Empecemos por saber cuántos años tenías cuando tuviste tu primer novio. –Dios mío, eso no es justo. Yo no he hecho preguntas personales. –Pero tal vez te hubiese gustado hacerlas –comentó, observando con atención su reacción. Abby no pudo ocultar la verdad en su mirada. Claro que hubiese querido preguntarle sobre su esposa, sobre su amiga sa, sobre muchas otras cosas. –Es evidente que tengo mejores modales que tú –se defendió. –O menos valor –dijo riéndose entre dientes–. ¿No me vas a contestar? –Está bien, si eso es lo que quieres –dijo Abby sonriendo para sus adentros–. Tuve mi primer novio a los cinco años. Empezamos a ir juntos al colegio y juramos que nos casaríamos cuando fuésemos mayores. Se llamaba Adrian Beckett y era… –Eso no es exactamente lo que te había preguntado –la interrumpió, fingiendo estar enfadado, aunque Abby pudo ver en sus ojos que la ocurrencia lo había

divertido–. Hablo de tus novios de verdad. Abby adoptó expresión pensativa. –Está bien, veamos… Primero fueron Tony y Brian, luego Andy, Wayne… y después de él vino Robert, ah, y John. Casi me olvido de John, era divertido. Y también estaba Chris y… –¿Tantos novios has tenido? –dijo Hallam, volviéndola a interrumpir, pero en aquella ocasión parecía realmente sorprendido. Abby se rió al ver su expresión. –Por supuesto que no, no he tenido tiempo. Me ha costado mucho llegar hasta donde estoy hoy. Sólo que me niego a que me preguntes sobre mi vida privada. –Entonces, ¿nunca has tenido ninguna relación seria? –le dijo Hallam sin apartar los ojos de ella–. Me resulta difícil de creer. No imagino cómo… –Pues será mejor que lo creas –lo interrumpió Abby con firmeza–, porque es cierto. ¿Podemos hablar de otra cosa? –No tardaremos en llegar. Abby miró por la ventanilla y pudo ver el paisaje de Francia, el color verde y dorado de los campos y el centelleo ocasional del agua. Se alegró de poder desviar la atención de Hallam. En poco tiempo conocería a su amiga y sabría si iban a ser unas vacaciones placenteras o insufribles. El avión aterrizó en una pista privada y en un abrir y cerrar de ojos, se pusieron en camino en un coche deportivo descapotable de color rojo. Los últimos días del verano estaban resultando calurosos en Inglaterra, pero en Francia era mucho peor, el calor era húmedo y pegajoso, y Abby agradeció la brisa refrescante que levantaba el coche al avanzar a toda velocidad. Se quitó las horquillas impulsivamente y dejó que su melena flotara al viento, sintiéndose maravillosamente libre. –Me gusta verte con el pelo suelto –dijo Hallam para sorpresa de Abby–. Parece que tuvieras dieciocho años. –Lo cierto es que estoy pensando en cortármelo –lo informó. A veces tener el pelo largo era muy molesto, y estaba planteándose seriamente cambiar de

imagen. Seguramente porque Hallam no hacía más que decir que no parecía una abogada. –¡No! –exclamó enérgicamente–. No lo hagas, es tu rasgo más atractivo. Tengo un cuadro de Ticiano y la joven se parece mucho a ti. Está un poco más rellenita, quizás, pero tiene un pelo tan fascinante como el tuyo. Abby se sintió confusa, no estaba acostumbrada a recibir halagos de Hallam Lane, y se alegró de ver que salían de la carretera principal y tomaban una vía bordeada de árboles. Aparecieron en un promontorio de la costa, cerca de una colonia residencial que parecía concebida para millonarios. Abby no podía creer lo que veía. Todas las casas daban al Mediterráneo, estaban lo bastante separadas unas de otras como para respetar la intimidad, y eran tan grandes que parecían poder dar cabida a todo un ejército. ¡Y una de esas casas era la de Hallam Lane!, pensó Abby mientras se adentraban por una carretera privada que conducía a la entrada de la última vivienda. No era la más grande, pero sin duda magnífica. Tenía columnas de mármol todo a lo largo de la fachada, como soldados haciendo guardia, pensó Abby. Hallam sacó su maleta del asiento de atrás y ella lo siguió a la parte posterior de la casa. Daba a las aguas azules y cristalinas del Mediterráneo, y una serie de peldaños empinados conducían a una playa en forma de media luna. La casa también contaba con piscina propia, y Greg, que estaba nadando, los divisó de inmediato y se acercó al borde para saludarla. Salió del agua y habló con repentina timidez. –Hola, señorita Sommers, me alegro de verla –dijo Greg. Era delgado pero atlético, y el sol brillaba en el agua que se deslizaba por su piel levemente bronceada. –Abby –le recordó–. Y yo también me alegro de verte. Nunca imaginé que podía existir un lugar así. Es maravilloso. Greg continuó mirándola de forma extraña y Abby se preguntó si estaba avergonzado porque sólo llevaba puesto el bañador mientras que su padre y ella estaban totalmente vestidos. –Llevaré a la señorita Sommers a su habitación –dijo Hallam en tono súbitamente brusco–. Dile a Jeanne que he vuelto y que nos gustaría tomar el té en la terraza dentro de diez minutos.

Arrastró a Abby antes de que pudiera decir nada más al interior de la casa. Las paredes y suelos eran de mármol, advirtió, aunque no le dio la oportunidad de contemplarla ni irarla. Por alguna razón que sólo él conocía, tenía una prisa increíble. Abby agradeció el aire acondicionado y supo que al principio no podría pasar mucho tiempo al sol porque su tez pálida se resentiría. En el piso de arriba, el rellano de forma semicircular daba a varias puertas, cada una con una flor dorada y esmaltada en el centro. Hallam abrió la puerta adornada con una azucena y entraron en una habitación enorme y luminosa, también con suelos de mármol y paredes pintadas de color verde pálido. Todo lo demás era blanco como la azucena. Abby se preguntó si las demás habitaciones estaban decoradas del mismo color de la flor que había en la puerta. La idea la intrigó. El dormitorio, elegante y hermoso, era tan distinto de su pequeña casa de vivos colores que Abby no pudo hacer otra cosa más que quedarse de pie mirando. Posiblemente fue la amplitud lo que más la impresionó. –¿No te gusta? Casi había olvidado que Hallam estaba a su lado. –Ah, sí… lo siento, claro que me gusta. Es… magnífica. Hallam dejó la maleta en un taburete alargado y bajo de patas doradas que estaba a los pies de la cama. –El baño está detrás de esa puerta –anunció–. No te molestes en deshacer la maleta, Jeanne lo hará más tarde. Aunque no dudo que querrás ponerte algo más fresco. Te esperaremos en la terraza. Hallam se fue y Abby se quedó pensando y irando lo que veía. Su casa de Inglaterra la había impresionado con sus altos muros y verjas de seguridad, pero aquello era diferente, y no podía creer que la usara sólo para las vacaciones. A no ser que su amiga viviese allí… ¿permanentemente? Jeanne era la doncella, evidentemente, y no había rastro de haber nadie más en la casa, ¿pero cuánto tiempo pasaría hasta que conociera a la joven de voz sexy? Los ventanales ocupaban toda la pared y se abrían a un balcón corrido que comprendía toda la fachada posterior. La única separación entre las habitaciones era una fila de tiestos, y a Abby no le hizo mucha gracia. Cualquiera podía pasar de una habitación a otra sin que los demás ocupantes de la casa lo supieran, así

que se aseguraría de dejar la puertas de cristal bien cerradas. Pero no, Hallam Lane no se atrevería a irrumpir en su habitación, no cuando ya tenía una amiga. Además, aquél era un lugar mágico, se alegraba de que Greg la hubiese invitado y no estaba dispuesta a que nada le estropeara las vacaciones. Se dio una ducha rápida en un baño que era más grande que el dormitorio de su casa y que disponía de grandes toallas mullidas y todos los productos de aseo imaginables. Como era la hora de más calor del día, Abby decidió cubrirse y se puso un vestido de manga larga de color crema, fresco y holgado. Lo combinó con un cinturón estrecho de color dorado y unas sandalias también doradas, y después de retirarse el pelo hacia atrás con una banda, se dirigió al encuentro de los dos hombres. Greg le brindó una amplia sonrisa de bienvenida, y Hallam la examinó detenidamente, sobre todo el pelo, y luego la invitó a tomar un té frío. También él se había cambiado y llevaba únicamente unos pantalones cortos de color blanco. Tenía el tórax tan bronceado como el rostro y las piernas, que estaban cubiertas de fino vello negro. A Abby le resultó difícil apartar los ojos de él y tuvo que hacer un esfuerzo para mirar a la mesa. Se sentía hambrienta y se preguntó cuándo almorzarían. No había ni siquiera una galleta que poder picar con la bebida y su estómago emitió un rugido de protesta. Por desgracia, Hallam lo oyó. –Almorzaremos dentro de media hora. ¿No has desayunado? –le dijo, y Abby lo negó con la cabeza–. ¿Porque no podías esperar a venir aquí? –se burló. Abby esperaba que no siguiese pensando que quería pasárselo bien a sus expensas. –Estaba demasiado nerviosa, la verdad –dijo sin pensar. –¿Por qué? –inquirió Hallam frunciendo el ceño–. ¿Por el vuelo? –No. –Entonces, ¿qué te ponía nerviosa? «Tú», quiso decir Abby, «tú y mis pensamientos irrefrenables». Siempre que estaba cerca de él, sus entrañas le decían que quería acostarse con aquel hombre, aunque se negaba a aceptar que fuese amor. Sin embargo, sentía una fuerte

atracción que, por suerte o por desgracia, era lo que la había llevado a aquel lugar. –No me gusta ser una invitada no deseada –le dijo finalmente. Hallam alzó las cejas, como si no pudiera creerla, pero antes de que pudiera hablar, Greg intervino. –Abby, claro que deseamos que estés aquí, ¿verdad, padre? Siempre has dicho que esta casa necesita llenarse de gente. Seguramente había planeado llenarla con sus propios hijos, pensó Abby, y no había imaginado que pasaría la mayor parte de sus vacaciones solo. Era increíble que no la hubiese vendido… a no ser que la utilizase como nido de amor. La idea era inquietante. –Tienes razón, Greg –contestó Hallam, aunque su respuesta implicaba que prefería que fuesen personas de su elección–. ¿Quieres limón con el té, Sommers? –Sí, gracias. Le dolía cuando le hablaba en tono tan cortante, y miró a Greg mientras su padre preparaba la bebida. Su hijo le sonrió comprensivamente, como si supiera lo mal que lo estaba pasando, aunque Abby estaba segura de que no podía imaginar lo intensos que eran sus sentimientos. Le devolvió la sonrisa y luego miró a Hallam, que estaba observándolos con el ceño fruncido. –Gracias –le dijo al aceptar el vaso que le ofrecía. –Creo que es hora de que te duches, Greg –dijo Hallam en tono repentinamente áspero–, para que no se te haga tarde para el almuerzo. El joven pareció no querer irse, pero hizo lo que su padre le decía, y cuando desapareció, Abby no pudo quedarse callada. –¿Por qué lo has echado? No va a tardar media hora en ducharse. Me hacía ilusión charlar con él. –Tendrás mucho tiempo para hablar –le dijo en tono distante–. ¿Es que prefieres

a los chicos jóvenes? –¿Qué quieres decir? –inquirió Abby con ojos muy abiertos. –Dijiste que habías venido por Greg. He visto la forma en que os mirabais hace un momento y no soy tonto, Sommers, así que no me tomes por uno. Supongo que ésa es la razón por la que insistió tanto en que defendieras su caso. ¿Es algo mutuo? Abby no podía creer lo que estaba oyendo. –Estás loco, ¿Greg y yo? Por el amor de Dios, tengo once años más que él. –No veo que eso signifique gran cosa. –Si esto es un adelanto de cómo van a ser estas vacaciones, entonces he cometido un grave error –le espetó Abby con furia–. No será muy agradable que me acuses de intentar seducir a tu hijo cada vez que hablo con él. Era tan absurdo, ¿cómo se le habría pasado por la cabeza? –Esperemos que me equivoque –dijo Hallam con arrogancia–. ¿Más té? Abby ni siquiera había tocado el vaso que le había servido. –No, gracias. ¿Hay alguien más alojándose en la casa? –No –dijo Hallam frunciendo el ceño. Era su turno de estar sorprendido–. ¿Por qué lo preguntas? Abby se encogió de hombros, complacida por su respuesta. –Mera curiosidad. ¿Sueles recibir a gente? –¿Quieres saber si vamos a estar solos todo el tiempo? –preguntó, empezando a comprender. –Es una casa muy grande. –Tal vez pienses que hago de anfitrión para una multitud de jovencitas.

Hallam era tan extrañamente preciso que Abby se sonrojó. –No exactamente una multitud. –¿Pero piensas que… me divierto durante mi estancia? –inquirió, observándola con atención–. ¿Qué te ha hecho pensar eso? Abby torció los labios con ironía. ¿Por qué siempre se dejaba arrinconar? ¿Es que no podía guardarse sus pensamientos para ella sola? –La joven que contestó el teléfono… pensé… –¡Jeanne! –exclamó–. ¿Pensaste que Jeanne era mi amante? Abby asintió. Daba la impresión de estar haciendo el ridículo, pero cuando había telefoneado no sabía que tenía una doncella y, cuando lo supo, no lo relacionó con la voz que había oído. –Una teoría interesante –dijo Hallam, repentinamente sonriente–. ¿Y qué dirías si lo fuera? –No es asunto mío –replicó con aspereza. –Es cierto, no lo es. Cuando Jeanne, una joven morena, menuda y muy bonita, se acercó minutos después para llevarse los vasos vacíos y anunciar que el almuerzo estaba listo, Abby no pudo evitar darse cuenta de cómo miraba a su jefe con expresivos ojos castaños. Hallam las presentó educadamente y Jeanne le brindó una escueta sonrisa, como si la estuviera catalogando y viendo hasta qué punto suponía una amenaza. Tal vez Hallam Lane no estuviera interesado en ella, pero parecía que la joven sí que lo estaba, y mucho. Pero minutos más tarde, Abby se dio cuenta de que Hallam no había llegado a negar que tuviese una aventura con la joven sa.

Capítulo 7

ABBY casi tuvo miedo de mirar a Greg durante el almuerzo, e incluso de hablar con él. Era absurdo que Hallam Lane pensara que estaba interesada en su hijo. ¡Su hijo, ni más ni menos! Y por si fuera poco, cada vez que Jeanne entraba en el comedor, entornaba los ojos pensativamente cuando miraba a Abby. Tenía que estar pasando algo, algo que Hallam no quería decirle. ¿Por qué si no iba la joven a mirarla con tanto recelo y hostilidad? ¿Acaso vivía en la casa de forma permanente? La sola idea de que pudiera entrar en la habitación de Hallam por la noche por el balcón hacía que se le helara la sangre. Después del almuerzo, Hallam sugirió que se echaran una siesta, pero Abby no podía dormir, ni siquiera descansar. Se sentía demasiado agitada. Al final, se levantó, se colocó un sombrero de paja que había comprado durante sus últimas vacaciones en el extranjero y, después de bajar de puntillas por las escaleras, salió de la casa sin hacer ruido. La piscina azul era tentadora, pero el mar lo era aún más, y decidió explorar la zona fuera de los límites de la propiedad. Unos peldaños de madera gastados bajaban en zigzag por el acantilado hasta el muelle. Un poco peligrosos, si uno se había tomado una copa, pensó Abby, y se agarró con cuidado a la barandilla hasta que llegó abajo del todo. El promontorio en curva daba cobijo a una bahía y cada casa parecía contar con su franja privada de playa. Todo estaba desierto. En un extremo, había un pequeño puerto marítimo con varios yates de aspecto lujoso. Abby se preguntó si alguno de ellos pertenecería a Hallam y pasó varios minutos mirando sus nombres, tratando de decidir cuál sería el suyo. Pensó que tal vez fuese Fast Lady o Emma-Jane, que eran los únicos que tenían nombres en su idioma. Cuando ya estaba a punto de dar media vuelta con la idea de ir a meter los pies en las tentadoras aguas del mar, Abby oyó una voz masculina procedente de uno de los barcos. –Una hermosa visión, motivo de mi tormento. Abby había creído que estaban vacíos, y miró con sorpresa para ver quién le

hablaba. Enseguida vio aparecer una cabeza a bordo del Fast Lady, seguida de un cuerpo alto y atlético cubierto nada más que por un par de pantalones vaqueros cortos y deshilachados. No era el atuendo que había imaginado en alguien que viviese en aquellas casas de lujo, pero tal vez no fuese uno de sus inquilinos. Quizás se tratara de un mecánico que había ido a arreglar un motor. Pero tenía un rostro amistoso y Abby le brindó una amplia sonrisa. –Hola, pensaba que no había nadie. –Y además inglesa –dijo el joven–. Hoy es mi día de suerte –saltó del yate y se acercó a ella tendiéndole la mano con dientes blancos resplandecientes–. Soy Rod Duvall. Tenía el pelo rubio y corto, ojos azules, y era aproximadamente de su edad. –Abby Sommers –repuso Abby, y Rod le estrechó la mano durante más tiempo del necesario. –¿Abby? –repitió, pareciendo saborear la palabra–. Un nombre encantador para una mujer encantadora. Me encanta tu pelo. Dios mío, eres preciosa. –Y tú no eres más que un adulador –dijo con una carcajada, pero el piropo le agradó. –¿De dónde eres? ¿Qué haces aquí? ¿Cuánto tiempo piensas quedarte? Y no llevas anillo, no puedo creer que tenga tanta suerte. Hizo las preguntas una detrás de otra, y Abby meneó la cabeza, todavía riéndose. –¿Siempre eres tan curioso? –Sólo con una mujer tan hermosa como tú –dijo con solemnidad–. ¿Y por qué no? Hay que decir lo que uno piensa. La vida es demasiado corta como para perder el tiempo. ¿Hay algún hombre en tu vida? Seguro que ahí acaba mi suerte, como siempre –añadió con aire resignado. –La verdad es que no hay nadie –le dijo Abby, que no vio ningún motivo por el que no debía ser totalmente sincera–. Estoy con Hallam Lane y su hijo… una especie de compensación por algo que hice por ellos.

La sonrisa de Rod estuvo a punto de dividirle la cara en dos. –Cuanto más oigo, más me gusta. ¿Qué haces esta noche? Abby sintió ganas de reír ante tanta impetuosidad, pero levantó la barbilla y lo miró con expresión dura e interrogante. –Tal vez debiera hacerte algunas preguntas, Rod Duvall. Podrías estar felizmente casado y con dos hijos. –No lo estoy, te lo prometo –dijo sin dejar de sonreír–. Soy libre como el viento. Mis padres tienen esa casa de ahí, la segunda empezando por el final, y en principio iba a venir con mi novia, pero me dejó plantado en el último minuto, así que he venido de todas formas. –¿Estás solo en la casa o con tus padres? –inquirió Abby. Le gustaba aquel hombre, era un cambio refrescante, pero también daba la impresión de ser bastante mujeriego y no tenía intención de entablar ninguna relación con él. –Sí, claro que están mis padres. Nunca se fiarían de mí. Piensan que si estuviera solo organizaría orgías desenfrenadas y destrozaría la casa –dijo levantando las manos con expresividad–. Como si pensara hacerlo. –A mí sí que me pareces un poco desenfrenado –dijo Abby, riendo mientras hablaba. –¿Porque no siempre me ajusto a las normas? Demonios, la vida hay que vivirla, ¿por qué no sacarle el máximo partido? Supongo que un día sentaré la cabeza y tendré los dos coma cuatro niños de media, pero hasta entonces, quiero divertirme. –¿Trabajas? –preguntó Abby. Si sus padres eran lo bastante ricos como para tener una casa en aquel lugar, tal vez también le pagaran sus gastos. Daba la impresión de pasarse la vida viajando con una mochila a la espalda sin hacer nada en particular. –No soy un rico playboy, si eso es lo que estás pensando. Tengo que ganarme el pan con el sudor de mi frente, mis padres no me dan ni un penique. Soy corredor de bolsa, para pesar mío.

Abby volvió a reír. –No lo pareces. –Una respuesta típica –gimió–. ¿Quieres que me ponga un traje gris y corbata y me eche gomina en el pelo? ¿Eso te convencería? –No tienes que ir tan lejos, te creo –contestó Abby. –Bien. ¿Puedo preguntarte a qué te dedicas? Abby contuvo una sonrisa, sabiendo que obtendría la misma reacción. –Soy abogada –contestó recatadamente. –¡No! ¿En serio? –dijo Rod abriendo mucho los ojos–. Estás de broma. –No, es cierto –le dijo con convicción. –¿Ves? Estamos hechos el uno para el otro. Dos personas serias dispuestas a soltarse el pelo en cuanto nos dejan. ¿Qué te parece si nos vemos esta noche? Podríamos… –No, gracias –lo interrumpió Abby enseguida–. Es el primer día que estoy aquí – le dijo. Hallam probablemente montaría en cólera si le decía que iba a salir con un perfecto extraño. Y aunque Rod parecía divertido, no la atraía especialmente ni estaba segura de poder fiarse de él. –En otra ocasión, entonces –dijo Rod encogiéndose de hombros–. Tal vez podáis venir los tres por casa una tarde y tomar algo, así podremos conocernos. A mis padres les encantará, lo sé. Creo que conocen a Hallam Lane bastante bien, aunque yo no he tenido ese placer. ¿Cómo es? –Alto, corpulento, atractivo, moreno –le dijo Abby. –¿No vive con su esposa? –Es viudo. –Ah –comentó con aire pensativo. Resultaba fácil adivinar lo que estaba pensando–. ¿Cuántos años tiene?

–Unos cuarenta, supongo –rió Abby–, pero no está interesado en mí, si es eso lo que estás pensando. –¡Magnífico! –dijo con convicción–. Detestaría tener que vencer a la oposición. Abby decidió que ya era suficiente y, al oír la voz de Hallam que la llamaba desde lo alto del acantilado, le dijo adiós rápidamente y subió corriendo la escalera. Llegó a la cima sin aliento y sudorosa, consciente de que Hallam la había estado observando durante todo el camino. Tenía el ceño fruncido, y sus ojos estaban negros como el azabache. –¿Con quién estabas hablando? –Dijo que era un vecino –contestó, sorprendida de ver lo enfadado que estaba; hablar con uno de los Duvall no podía ser un delito. –Nunca lo había visto, deberías tener cuidado. Y en cualquier caso, no deberías haberte alejado de la casa din decírmelo. Abby lo miró con furia. –¿Realmente esperabas que fuese a tu habitación para decir que salía? –Podrías haberle dejado un mensaje a Jeanne. –No vi a nadie –replicó. –Sólo un irresponsable saldría fuera con este calor. –Entonces soy una irresponsable –le dijo–, pero no podía dormir y decidí dar una vuelta. No tiene nada de malo, ¿verdad? Hallam seguía mirándola con dureza. –Te he estado observando, y los dos parecíais llevaros muy bien. ¿De qué hablabais? ¿Te ha invitado a salir? –Pues sí, lo ha hecho –dijo Abby levantando la barbilla y lanzando chispas por los ojos–. ¿Tienes algún problema? –Sí, lo tengo. ¿Y qué le has dicho?

–Que no –contestó, y Hallam pareció levemente aplacado, pero no mucho–. Por el momento –añadió Abby en tono desafiante. Hallam la agarró de los hombros y la agitó como si fuera una niña que hubiese hecho una diablura. –Demonios, Sommers, no lo conoces. –A ti apenas te conozco, ¿qué diferencia hay? –preguntó fríamente con los ojos fijos en él. Experimentó un estremecimiento de placer al sentir sus manos–. Me he arriesgado lo mismo viniendo aquí que si saliera con Rod Duvall. –¿Duvall? –inquirió Hallam Lane hundiendo los dedos en sus hombros un poco más. –¿Lo conoces? –Conozco a su… familia. –Rod sugirió que fuésemos los tres a tomar algo a su casa. –No –dijo Hallam en tono tajante. –¿No te caen bien? –No es eso, es que… Bueno, tengo mis razones –le dijo.¡Razones que no iba a decirle!, pensó Abby. Había muchas cosas que no estaba dispuesto a contar–. Quiero que me prometas que no saldrás con él. Abby trató sin éxito de soltarse. –No entiendo por qué, no eres mi guardián. –Aun así, me siento responsable de ti mientras estés en mi casa. Abby alzó las cejas con escepticismo. ¿Hallam, responsable de ella? Tenía que ser una broma. –No parece tener malas intenciones –insistió–. Parece muy divertido, la verdad. –Uno nunca puede estar seguro –la advirtió.

Abby bajó la vista a la playa. Rod seguía de pie donde lo había dejado, observándolos, seguramente preguntándose si le había dicho la verdad sobre su relación con Hallam. Abby incrementó su forcejeo para soltarse. –No te tengo que dar explicaciones –dijo con firmeza–. Si quiero salir con Rod, lo haré. Sólo Dios sabía por qué estaba diciendo todo eso cuando no tenía intención de salir con el joven rubio, pero Hallam la enfurecía y quería pagarle con la misma moneda. No le hacía gracia que le dijera lo que debía o no debía hacer. Con alarmante rapidez, Hallam inclinó la cabeza y la besó. Abby no se lo esperaba y fue como sentirse envuelta en una súbita hoguera que la consumía y la encendía de deseo… todo en espacio de pocos segundos. –¡Hallam! –consiguió exclamar Abby junto a sus labios–. ¿Qué haces? –Lo que he querido hacer desde que te recogí esta mañana –murmuró con voz opaca. Abby se sobresaltó, pero Hallam había vuelto a apresar sus labios y hablar era imposible. Desde luego, no había dado la impresión de que quisiera besarla, en realidad todo lo contrario, y Abby sabía que en aquellos momentos lo hacía porque Rod Duvall los estaba mirando. Tal vez fuese su manera de disuadir al joven, haciendo ver que ella era de su propiedad. En cualquier caso, todo su cuerpo se consumía por un ansia irracional, y los brazos de Abby se deslizaron por sí solos en torno a su cuerpo y entreabrió los labios ante su osada lengua. Aquella era la verdadera razón por la que había ido allí: no porque necesitara unas vacaciones, ni porque Greg la necesitara a ella, ¡sino porque ella necesitaba a Hallam! Su cuerpo ardió hasta límites insospechados, echó la cabeza hacia atrás y se mantuvo dócil en sus brazos, devolviéndole los besos con un ardor que debía haber sorprendido a Hallam y que hasta a ella la asustaba. Se ciñó contra su cuerpo, sintió el poder de su erección y luego, como una repetición de la última vez que se habían besado, Hallam la apartó bruscamente. –Greg te está esperando en la piscina –le dijo con voz gélida, y Abby se sintió como si le hubiesen echado un jarro de agua helada. El deseo se desvaneció y lo miró con ojos muy abiertos por la confusión.

–¿Y qué ha sido todo esto? –preguntó en un susurro. –Un desafortunado error –gruñó Hallam–. Olvida lo ocurrido. –¿Un error? ¿Estás seguro? ¿O ha sido una escena dedicada a Rod Duvall? Hallam frunció el ceño con aspereza, como si se preguntara de qué estaba hablando, y luego miró hacia la playa y vio que Rod se alejaba. –Duvall no ha tenido nada que ver –anunció con brusquedad. Pero Abby no estaba tan segura. No había ninguna otra razón para que la hubiese besado delante del joven, ya que Hallam no le parecía la clase de hombre que mostraba sus sentimientos en público. Habría elegido un lugar más retirado si hubiera querido besarla, y si había deseado hacerlo antes, ¿por qué no lo había hecho? No, era evidente que lo había hecho por Rod Duvall. Probablemente éste no volvería a invitarla a salir. Abby le lanzó una mirada cáustica e impaciente y, dándose media vuelta, se dirigió a la piscina, sin esperar siquiera a ver si la seguía. Greg levantó la vista y le sonrió al ver que se acercaba. –¿Dónde has estado? Te estuve buscando. El agua está deliciosa, cámbiate y pruébala. ¡Qué reacción tan diferente de la de su padre! ¿Por qué no podían ser iguales? Entonces sí que serían unas vacaciones fabulosas. –Ahora mismo vuelvo –le dijo, y se apresuró a entrar en la casa. Mientras se quitaba el vestido y se ponía un traje de baño con dibujos geométricos negros y verdes, Abby no pudo evitar pensar en la reacción tan irracional que había tenido Hallam con Rod. No podía haber sido solamente porque no quisiera que ella hablara con él; tal vez no le cayeran bien los Duvall y extendiera su rechazo a su hijo. Si ése era el caso, desde luego era una actitud reprobable, ¿cómo podía saber cómo era el joven si no lo conocía? Se sentía tentada a salir con Rod, si se lo volvía a pedir, sólo para fastidiarlo. Al menos se divertiría, ¡a Hallam Lane todo le parecía tan grave! Pero lo que persistía en su cabeza por encima de todo era la reacción de su

cuerpo al beso de Hallam. Había creado un remolino en su interior y excitado sus sentidos hasta tal punto que había sido incapaz de controlarse, y tenía que aprender a hacerlo; de lo contrario, pensaría que podía besarla cuando y donde quisiera. Y aunque sería bonito mientras durara, no le agradaba pensar en el dolor que sentiría después. El agua estaba fresca y fue un bálsamo para sus agitados pensamientos. Abby nadó unos cuantos largos lánguidamente y otro bajo el agua antes de darse cuenta de que Hallam estaba con ellos en la piscina. Emergió a la superficie para tomar aire y apareció a su lado. –Eres una buena nadadora, Sommers –le dijo con mirada insondable, de modo que no sabía si seguía enfadado con ella o no. –Gracias –respondió antes de salir hacia el otro extremo de la piscina, también bajo el agua. Cuando llegó, Hallam la estaba esperando. –Nadas como un pez, o tal vez debería decir como una sirena. Se dio cuenta entonces de que se había disipado su mal humor y que en su rostro había iración y una sonrisa de aprobación. Abby no sabía lo hermosa que estaba con la melena cayéndole por la espalda como una cortina de seda, más oscuro de lo normal pero todavía con un tono rojizo característico, y le resultaba difícil aceptar que le estuviese dedicando esos halagos. –Tal vez debería buscar una roca para que te sentaras –sugirió Hallam arqueando las cejas. –Y tal vez deberías dejarme en paz –le espetó Abby antes de poder contenerse. Había sido tan mordaz hacía unos minutos… Cielos, ¿cómo debía reaccionar? Era un hombre intratable. Greg, que acababa de llegar del otro extremo de la piscina, los miró con expresión interrogante y preocupada. No había oído las duras palabras que habían intercambiado antes, y no podía entender la reacción de Abby hacia de su padre. –Vamos, Greg –le sonrió Abby–. Te echo una carrera. Salió disparada, pero no sin ver el ceño de desaprobación de Hallam. Cuando

llegaron al otro extremo de la piscina, Greg sólo un segundo detrás de Abby, miró hacia atrás y vio que Hallam se había ido. –¿Qué pasa entre mi padre y tú? –preguntó el joven mientras los dos se sentaban en el borde de la piscina y balanceaban los pies en el agua–. Confiaba en que ahora que el juicio ha terminado los dos seríais amigos. –No creo que nunca lo seamos –le dijo Abby con pesar. –¿Lo odias? –inquirió Greg con un suspiro. –Yo no diría eso, pero no somos compatibles –dijo Abby con una débil sonrisa–. Me resulta un hombre difícil de comprender. Abby sentía el sol con fuerza en la espalda y el sentido común le decía que no debía quedarse sentada allí durante mucho tiempo. –Antes de que mi madre y él se separaran, no era así, era el mejor padre del mundo. Siempre jugaba conmigo, me llevaba a sitios y me ayudaba con los deberes. Pensé que seríamos siempre buenos camaradas –Greg suspiró y se quedó callado un momento antes de continuar–. No me entiendas mal, todavía nos queremos, pero cambió cuando mamá se fue y no pudo conseguir mi custodia permanente. Se ha vuelto agrio y serio, y después de morir mi madre, cuando volví con él, parecía decepcionado conmigo. Tenemos nuestros buenos momentos, naturalmente, y en líneas generales nos llevamos bien, pero hay veces… El juicio tampoco ha servido de ayuda. –Creo que lo que de verdad le preocupa a tu padre es que no tengas ambición – tanteó Abby en voz baja–. ¿No tienes planes para cuando acabes la universidad? –La verdad es que no –confesó Greg, golpeando el agua con los pies. –¿No hay nada que te interese? –le preguntó observando el reflejo del sol en las ondas–. ¿No querrías seguir sus pasos? –No me interesa la compraventa, aunque me gustaría estudiar las piedras preciosas desde un punto de vista científico. Abby lo miró con interés.

–¿Y se lo has dicho a tu padre? –Me desanimaría. No es una profesión en la que se gane mucho dinero rápidamente. –¿Y eso es lo que le preocupa a Hallam, hacer dinero? –inquirió con un ceño repentino. Greg se encogió de hombros. –Ya has visto nuestra casa, y este lugar, y tiene un apartamento en Londres. El dinero lo es todo para mi padre. Abby frunció el ceño. Nunca había creído eso de Hallam, aunque suponía que llevaba una vida lujosa. Por alguna razón, no estaba de acuerdo con Greg. –¿Crees que tus padres habrían vuelto a vivir juntos, si tu madre no se hubiese muerto? –le preguntó con suavidad. –¿Quién sabe? –dijo Greg con repentina expresión de preocupación–. Mi padre nunca le perdonó que se fuera con otro. –¿Crees que se volverá a casar? –Lo dudo. Ojalá lo hiciera, no me gusta verlo tan solo. –Supongo que tendría que ser alguien muy especial –se aventuró a decir Abby. –Muy especial –reconoció Greg con voz ronca. Después cambiaron de tema, y Abby le preguntó sobre sus amistades. Greg le contó una broma que le hizo reír a carcajada limpia, y enseguida empezaron a contarse chistes. Abby pensó que así debían ser unas vacaciones: animadas y divertidas. De repente, sintió que se le erizaba el vello de la nuca y tuvo la sensación de que alguien la observaba… y con demasiada intensidad para su paz mental. Paseó la mirada a su alrededor con naturalidad y vio a Hallam en el balcón, de pie y con las manos apoyadas en el antepecho de piedra, entornando los ojos mientras observaba con desaprobación cómo se divertían.

–Creo que es hora de volver al agua –dijo Abby–, antes de que me abrase. Se inclinó hacia delante y se tiró, y cuando volvió a mirar hacia el balcón no vio a nadie. Abby nadó unos cuantos largos más como penitencia antes de decir que ya no podía más. Greg la llamó «gallina» y siguió nadando, pero Abby salió de la piscina y se dejó caer en una de las tumbonas que estaban colocadas bajo las sombrillas blancas y azules. Agradeció el descanso. Minutos más tarde, sintió que alguien estaba de pie a su lado y, esperando que fuese Greg, levantó la vista sonriente. Se sorprendió al ver que era su padre, a Greg no se le veía por ninguna parte. Su sonrisa se esfumó y el corazón le latió con fuerza. Hallam tenía un bote de crema bronceadora en la mano y se lo estaba ofreciendo. –Gracias –dijo Abby, un poco sorprendida por el detalle. –No subestimes el poder del sol ni siquiera en la sombra –la advirtió. Se había cambiado el bañador por los pantalones cortos y, para horror suyo, se tumbó a su lado. Ya no tendría ocasión de relajarse. Se incorporó para extenderse la crema y vio que Hallam había cerrado los ojos. Sin darse cuenta, dejó lo que estaba haciendo y se dedicó a observarlo, sintiendo un intenso hormigueo al pasear la mirada por aquel magnífico cuerpo masculino. No tenía ni un gramo de grasa superflua, era fuerte y ágil, y el vello negro se rizaba suavemente sobre su pecho, bajando en triángulo hacia… El corazón le latió con más fuerza al recordar la fuerza palpitante de su virilidad y bajó la vista enseguida a las piernas, recorriendo su musculosa longitud, para luego volver a mirarle la cara. –¿Te gusta lo que ves? Abby se sonrojó de inmediato, ¡no tenía los ojos cerrados! ¿Qué podía decir? ¿Qué estaría pensando? Levantó los hombros e hizo grandes aspavientos al verter un poco más de crema en la mano. –No eres diferente de los demás hombres –dijo tratando de resultar indiferente. –¿Y a todos los observas de una forma tan íntima? Porque si lo haces, puedes tener problemas, jovencita.

–Son imaginaciones tuyas –le dijo con poca convicción–. Sólo estaba irando tu bronceado. –No te sale bien, Sommers, sé perfectamente lo que estabas haciendo. ¿Necesitas ayuda? –No, gracias –replicó, sintiéndose profundamente avergonzada. –Podría ponerte crema en la espalda –dijo en un tono súbitamente suave y persuasivo. –Puedo arreglármelas sola. –Como quieras –repuso Hallam, y volvió a tumbarse, aunque la sonrisa persistía en sus labios. Abby se dispuso a extenderse a duras penas la crema en la espalda. Se había bajado las tiras del bañador e inclinado la cabeza hacia delante para que el pelo no la molestara. No vio cómo Hallam se levantaba ni supo que se había acercado hasta que no puso la mano en su espalda. Abby sintió una oleada de calor. –¿Qué haces? –preguntó alarmada. –Ayudarte –murmuró, y su voz era como una caricia sobre su piel. Menuda ayuda, pensó Abby, sintiendo el pánico crecer en su interior. –Ya te he dicho que podía arreglármelas sola –protestó. –No me lo parecía, y ya que he empezado será mejor que siga. ¿Por qué no te tumbas y te pones cómoda? Abby decidió que era más fácil ceder que discutir y se tumbó boca abajo a regañadientes, reposando la cabeza en los brazos y poniéndose tensa sólo de pensar en que la fuese a tocar. –Relájate –murmuró Hallam mientras le apartaba el pelo suavemente, y pareció disfrutar deslizando los dedos entre los gruesos mechones de sus cabellos. Estaba casi seco.

–Estoy relajada –replicó Abby. Hallam tomó el bote de crema y vertió un poco en su espalda para luego iniciar un masaje lento y deliberado que era la peor tortura posible. Abby permaneció con los ojos fuertemente cerrados y trató de mantener la mente en blanco, pero fue en vano; todo su cuerpo estaba pendiente de él, estremeciéndose, y se le aceleró el pulso. ¿Se estaría dando cuenta? Y de repente, la presión de sus dedos se acrecentó y habló en tono cáustico. –¿Disfrutaste nadando con mi hijo? De modo que ése era el quid de la cuestión, pensó Abby. No es que quisiera acariciarla, sino reñirle. –¿Qué quieres decir? Claro que he disfrutado, me encanta nadar. –Sobre todo con Greg –le espetó–. Y te encanta hablar con él, reírte, compartir el momento, ser una persona completamente distinta –Hallam deslizó los pulgares hacia arriba y sus manos se posaron con fuerza sobre sus costillas, tanto que Abby tuvo la impresión de que estaba a punto de aplastarla–. No quiero que le des esperanzas –gruñó–. Es joven e impresionable y… –¿Qué debo hacer? ¿Ignorarlo? –preguntó Abby exhalando un suspiro de incredulidad–. Los tres estamos de vacaciones, no veo que haga nada malo. ¿Quieres quitarme las manos de encima? Quiero irme a mi habitación. –¿Es una excusa? –¿Para qué? –Para huir de mí. No creas que no sé cómo reacciona tu cuerpo con el mío. Tal vez me haya equivocado, tal vez sea yo la razón por la que estás aquí, y no Greg. No la necesidad de tener unas vacaciones sino el deseo de satisfacer tus necesidades básicas. Hallam la levantó y la tumbó boca arriba con tal rapidez, que Abby se quedó sin aliento. Luego se inclinó sobre ella con ojos centelleantes y las manos sobre los hombros, exhalando un cálido aliento sobre su mejilla.

–¿Cómo te atreves? –replicó Abby–. No puedes estar más lejos de la verdad. Eres el último hombre con el que querría tener algo que ver. –¿Y debo creérmelo? –dijo Hallam entornando los ojos–. Siento decepcionarte, mi preciosa amiga, pero tu cuerpo me ha dicho muchas veces lo que deseas, aunque tu lengua mienta. Y va a ser un placer por mi parte complacerte. Serán unas vacaciones inolvidables. Y acto seguido, atrapó su boca con los labios.

Capítulo 8

A ABBY le resultó imposible ignorar la ráfaga de emociones que desató el beso de Hallam, ni la celeridad de su pulso o el ardor de su piel, y cerró los ojos, como si al hacerlo pudiera olvidar a aquel hombre de palabras rudas que tenía la peligrosa habilidad de reducirla a gelatina. Hizo un esfuerzo sobrehumano por mantener los labios inmóviles bajo los suyos, permanecer como una estatua y fingir indiferencia, sabiendo que aquélla era la única forma de demostrarle que estaba equivocado. Finalmente, percibió la frustración de Hallam y empezó a sentir la satisfacción de saber que estaba ganando… hasta que un nuevo asalto a sus defensas la tomó por sorpresa. No había sido lo bastante cuidadosa; Hallam había sentido su leve cambio de actitud, la certeza de que estaba saliendo victoriosa, y había hundido la lengua en su boca con urgencia, bajándole el bañador para devorar con la mirada sus senos erectos. Lo hizo antes de que Abby pudiera impedírselo, casi antes de que comprendiera lo que estaba haciendo, y se estremeció de placer cuando le rodeó uno de sus senos con una mano cálida, posesiva y segura, como si ya fueran amantes. Jadeó al sentir que su pezón se endurecía con el roce, y aunque su instinto de supervivencia le decía que debía resistirse, su deseo más básico se lo impidió. En lugar de objetar, gimió de placer, y para entonces ya no había marcha atrás. –Creo que necesitamos un poco de intimidad –murmuró Hallam con voz gruesa, y con un movimiento rápido, la levantó en brazos y caminó hacia la casa. Abby no dijo ni una palabra, sólo era consciente de sus senos desnudos contra su tórax, de la proximidad de aquel cuerpo recio y excitante, y de los fuertes latidos de su corazón… y del de Hallam. Ni siquiera protestó cuando subieron las escaleras y la llevó a su habitación. Era incapaz, parecía que se hubiese hecho dueño de su voluntad. Cuando la puerta se cerró tras ellos, volvió a besarla. Abby entrelazó las manos alrededor del cuello de Hallam y respondió con una pasión que, en aquel momento, ni siquiera la sorprendió. Nada parecía importarle salvo la satisfacción

de la necesidad carnal que era tan nueva como extraña para ella. Parecía haber perdido el juicio y, de hecho, ni siquiera pensaba; se dejaba llevar por sus instintos. Abby ni siquiera se paró a considerar el hecho de que Hallam estaba tratando de demostrar que su cuerpo lo deseaba. Todos sus pensamientos se desvanecieron cuando sus labios continuaron besándola y, con una mano todavía en uno de sus senos, le acarició el pezón desatando sensaciones aún más increíbles. Y cuando Hallam prestó atención a su otro seno, Abby siguió presa de sus emociones y sólo emitió un leve murmullo de protesta. Pero eso fue todo, un murmullo, un gesto simbólico. Fugazmente pensó que las razones que tenía Hallam para hacerle el amor no tenían nada que ver con el placer, ¡o al menos eso le había hecho creer!, pero a Abby le parecía que estaba disfrutando tanto como ella y que parecía dominado por una pasión que no podía controlar. Abby no supo cómo llegaron a la cama, pero se encontró allí tumbada junto a él. Hallam le pasó una pierna por encima y con una mano le sujetó la barbilla para explorar con los labios todas las curvas de su rostro. Abby emitió pequeños gemidos de satisfacción y, cuando la lengua de Hallam exploró su boca un una urgencia excitante, arqueó el cuerpo involuntariamente, inflamándose al sentir su erección. Hallam volvió a asaltar sus senos con los labios, moldeando su redondez con las manos, mordisqueándolos y excitándolos con la lengua. Abby hundió los dedos en los cabellos de Hallam, arqueó el cuello y todo su cuerpo se estremeció febrilmente. Deslizó las manos por su espalda, clavando las uñas en la firmeza sedosa de su cuerpo, moviendo inconscientemente las caderas, y hasta que Hallam no deslizó la lengua por su vientre y empezó a despojarla por completo del bañador, no comprendió lo que iba a hacer. Volvió a la realidad con una sacudida. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo podía haber llegado tan lejos? –¡Para! –dijo con ojos verdes llameantes de furia, y lo empujó con manos temblorosas–. ¡Apártate! Durante una fracción de segundo, Hallam pareció herido, conmocionado por su súbito cambio de actitud, como si fuese lo último que había esperado… o deseado. Pero casi inmediatamente, desplegó una cínica sonrisa, y Abby creyó haber imaginado su reacción inicial. –Me preguntaba hasta dónde me dejarías llegar –dijo lentamente, mirándola con sorna y apoyándose sobre un codo.

–¡Cerdo! –dijo Abby tratando de incorporarse, y levantó una mano para golpearlo. Hallam fue más rápido y la agarró de la muñeca, y luego la inmovilizó sujetándosela detrás de la espalda. Con la otra mano le levantó la barbilla y la desafió con la mirada. –No niegues lo que realmente deseas –gruñó–. Eres mía, toda mía, cuando quiera tenerte. Ésa es la verdadera razón por la que has venido, ¿verdad? –le dijo, sin darle opción a que respondiera–. Si lo que quieres es que te haga el amor, mi apasionada Sommers, eso será lo que tendrás. Parecía enfadado, y volvió a atrapar su boca con los labios. «Que Dios me ayude», pensó Abby mientras luchaba infructuosamente por liberarse. ¿Por qué no habría peleado como una gata salvaje desde el principio? ¿Por qué había permitido que la besara y la tocara tan íntimamente? Se había dejado llevar por una marea de pasión que nunca antes había experimentado y parecía que tenía que pagar las consecuencias. –No es así ni mucho menos –insistió cuando logró finalmente levantar la barbilla y mirarlo. Pero aquel movimiento sólo consiguió que su pecho se desplazara, y el roce de los pezones contra su fuerte tórax encendió aún más el deseo… y también el pánico. ¿Acaso aquel abandono de cuerpo y alma era debido a la mera atracción física? ¿Era eso lo que quería de Hallam? ¡No! ¡No!, gritó en silencio. Quería el amor de Hallam o nada. No podía permitirle que usara su cuerpo siempre que quisiera. Movió la cabeza con violencia, ondeando su pelo cobrizo. –Lo último que haría sería irme de vacaciones con un hombre por su físico. Las cejas negras se elevaron y la miró con expresión divertida. –No he tenido mucha prueba de ello hasta ahora. Abby tragó saliva. Era increíble que casi le hubiera permitido a Hallam que le hiciese el amor el primer día, no era de extrañar que no creyera sus protestas. ¿Cómo iba a sobrevivir durante dos semanas si él seguía aprovechándose de su ventaja? Acabarían siendo amantes, era inevitable. –¿No tienes nada más que decir? –inquirió Hallam, y le acarició el labio inferior con el pulgar antes de tirar de él y darle un beso en la parte interna. Abby no

podía creer las sensaciones que corrían libremente por su cuerpo, nada parecía poder detenerlas. Pero de repente, comprendió que tenía que poner distancia entre ellos antes de que volviera a derribar sus defensas y empezaran de nuevo. El miedo le inyectó la fuerza que necesitaba y se soltó, corrió a la puerta, la abrió de golpe y salió disparada por el pasillo como si la persiguieran todos los demonios. Greg estaba subiendo por las escaleras en aquel momento, y Abby llegó a ver su expresión perpleja antes de entrar en su habitación, cerrar la puerta de golpe y apoyarse en ella como para impedir que entrara. Le palpitaba el pecho y tenía la cabeza echada hacia atrás, y sólo cuando volvió a respirar con normalidad abrió los ojos y se dio cuenta de que todavía llevaba el bañador bajado hasta la cintura. ¡Greg lo había visto todo! Sintió una oleada de humillación. ¿Cómo podría mirarlo a la cara después de aquello? ¿Cómo lo interpretaría? ¿Y qué pensaría de ella y de su padre? Señor, ¿por qué las vacaciones se estaban convirtiendo en una pesadilla? De repente se dio cuenta de que la estaban observando. Miró hacia el balcón y… ¡Hallam! Las puertas de cristal estaban abiertas aunque no recordaba haberlas dejado así, y la estaba mirando sin decir palabra. Para sorpresa de Abby, parecía lamentar profundamente la situación; pero no era posible, sabía perfectamente lo que hacía y seguramente lo había planeado todo. –Si has venido a disculparte, olvídalo –le gritó, y atravesó la habitación hecha una furia. Cerró la puerta del balcón con tanto ímpetu que fue un milagro que no se rompieran los cristales, y luego echó las contraventanas para que se quedara realmente fuera. Cerró los puños y exhaló el aire con fiereza. –¡Maldito sea! ¡Maldito sea ese hombre! Abby estaba tan furiosa que apenas podía contenerse, ¿cómo se atrevía a echarle a ella la culpa? Era Hallam el que había empezado, el que la había besado primero. ¿Por qué no podía haberla dejado en paz, por qué no había mantenido su relación a un nivel estrictamente profesional? Se quitó el traje de baño y se metió en la ducha, quedándose durante casi un cuarto de hora bajo el chorro de agua fresca frotándose febrilmente, pero eso no le hizo sentirse mejor. Quería desesperadamente volver a su casa, pero el orgullo la frenaba. No le daría a Hallam la satisfacción de llamarla cobarde. Pasó la

mano por el espejo empañado y se miró, sorprendiéndose al verse los ojos brillantes y las mejillas coloradas. Levantó la barbilla. Disfrutaría de sus vacaciones, lo haría. Hallam Lane podía hacer lo que quisiera, que ella no dejaría que la volviera a tocar, nunca más. Estaba preparada para defenderse, ya sabía cómo era. La cena fue violenta. Greg mantenía la vista fija en el plato, sin mirarlos, y Hallam estaba ensimismado en sus pensamientos y no le dijo ni media palabra a su hijo, aunque no podía saber que había visto a Abby saliendo de su habitación. Abby se comportó con silenciosa dignidad, sin reflejar la agitación que sentía ni el fuego que aún corría por sus venas, y comió aunque no tenía apetito. En un par de ocasiones, sorprendió a Hallam mirándola y tuvo la impresión de que quería decir algo, pero debido a la presencia de su hijo, se vio obligado a no hacerlo. Cuando Greg terminó, se levantó y se fue sin decir nada, y Abby no pudo seguir conteniéndose. –Me vio salir de tu habitación. Hallam emitió un gemido de desolación. –Qué fatalidad, ¿qué le dijiste? –Nada. –¿Te vio medio desnuda? Abby asintió y Hallam se pasó una mano por la frente. –Debo hablar con él. –Claro –repuso Abby, incapaz de contener el sarcasmo de su voz–. No debe creer que su padre me asaltó contra mi voluntad. –Sabes tan bien como yo que eso no es cierto. –¿Ah, no? –preguntó en voz baja, con ojos de un verde intenso impregnados de sorna. Y antes de que pudiera contestar, estrujó la servilleta, la echó sobre la mesa y salió del comedor. Necesitaba aire fresco, y mucho. En el exterior, el calor no había remitido, pero no iba a dar media vuelta por

maravilloso que fuera el aire acondicionado. Bajó rápidamente los escalones que conducían a la playa, y allí, para su sorpresa, encontró a Greg. No sabía por qué, pero había imaginado que se encerraría en su habitación. El joven la miró con nerviosismo. –Lo siento. –No lo hagas –dijo Abby amistosamente, confiando en que no notase su incomodidad–. No fue culpa tuya que subieras por las escaleras en ese preciso momento. –Pero me sentí muy avergonzado –balbució sonrojándose, y removió la arena con los pies. –Yo también –le dijo con una sonrisa forzada. –No comprendo –Greg la miró por un instante–. Pensaba que mi padre y tú no os llevabais muy bien. –Digamos que ha sido un error –dijo Abby con firmeza–. Un error que no volverá a suceder. Vamos a olvidar toda esta historia, ¿te parece? Greg suspiró. –Me gustaría, pero… si las cosas van a estar así entre mi padre y tú, no serán unas vacaciones muy agradables –dijo Greg, y empezaron a andar. El joven daba patadas a la arena y parecía estar muy abatido por la situación. –Lo siento mucho –le dijo. –Tal vez no debiera haber sugerido que vinieras. –Ninguno de los dos sabíamos que pasaría esto. Pero finalmente su conversación adoptó un cariz menos personal y, a medida que caminaban y charlaban, se sintieron mejor, y pronto Abby se estaba riendo por una de las incontables bromas de Greg. Cuando regresaron a la casa, los dos estaban de mejor ánimo. No había rastro de Hallam, pero Abby de todas formas se retiró a su habitación.

No quería volver a tropezarse con él. Plegó las contraventanas, abrió con cuidado la puerta del balcón y asomó la cabeza. Al no verlo por ninguna parte, suspiró de alivio y se aventuró a salir. Se sentó en una de las sillas pintadas de blanco y abrió una revista que había comprado en Inglaterra. Era un atardecer hermoso. El sol poniente había transformado el cielo en un óleo y el mar, en oro fundido. Abby se levantó para apoyarse en la balaustrada, observando cómo el sol pasaba del oro pálido a un rojo sangriento. Un sonido procedente del piso inferior llamó su atención, y Abby se sorprendió al ver que Hallam estaba sentado justo debajo de ella, con una copa en la mano y con la vista fija en la belleza que se desplegaba ante ellos. ¿Llevaría allí mucho tiempo?, se preguntó. ¿Habría estado allí sentado cuando Greg y ella volvían del paseo? Aquella parte de la terraza estaba protegida por una fila de arbustos; aunque ellos no lo hubieran visto, Hallam podía haberlos oído perfectamente. –Ven aquí, Sommers, quiero hablar contigo –dijo inesperadamente. Abby se echó hacia atrás y simuló no haber oído, pero Hallam habló todavía más alto–. Sé que estás ahí. Abby consideró la idea de ignorarlo por completo, pero supo que alzaría cada vez más la voz hasta que no pudiera seguir fingiendo. Se apoyó sobre la balaustrada y lo miró. –Lo siento, no me apetece hablar contigo –dijo con una voz dulce que contradecía las intensas emociones que se agitaban en su interior–. Me voy a dormir. Buenas noches, Hallam. Fue inútil. –Al cuerno las buenas noches –replicó, y se puso en pie para mirarla–. Si no bajas, subiré yo. Tenemos que hablar. –Muy bien –dijo Abby, y suspiró ruidosamente para que Hallam lo oyera–. Pero no entiendo qué es tan importante que no puede esperar hasta mañana –añadió, y su impaciencia todavía se reflejaba en su rostro cuando se presentó ante él. –¿Una copa de vino? –inquirió afablemente. Abby se dio cuenta de que había dos copas junto a la botella, encima de la mesa,

pero que sólo una había sido utilizada. ¿Había tenido la intención desde un principio de invitarla, o estaría esperando a Jeanne? Abby seguía sin estar el todo segura de que no había nada entre su hermosa doncella y él. –No, gracias. –Tan abstemia como siempre –comentó con sorna–. Siéntate, por favor. A regañadientes, se sentó al borde de una de las sillas de hierro forjado con cojines azules. –¿Qué quieres decirme que es tan urgente? Hallam tomó un sorbo del líquido dorado y la observó atentamente por encima de la copa con un brillo extraño en la mirada. –¿Qué habéis estado haciendo Greg y tú? –¿Qué quieres decir? –repuso Abby frunciendo el ceño. –Los dos volvisteis con otro ánimo, algo debe de haber ocurrido para que cambiara. Quiero saber qué ha sido. De modo que los había oído riéndose. Aun así, no tenía derecho a interrogarla. –Creo que lo que hacemos Greg y yo no es asunto tuyo –contestó con serenidad. –Si no me lo dices es porque ocultas algo –declaró Hallam en tono acusador, y frunció el ceño con fiereza. –Tienes una mente sucia, Hallam Lane. –No me agrada pensar que saliste de mis brazos para echarte en los de mi hijo. –No lo hice. –Entonces dime qué estabais haciendo. –Hablar, nada más –replicó Abby. –¿Sobre qué? ¿Sobre nosotros?

–¿Por qué íbamos a hacerlo? –inquirió con aspereza. –Greg debe de sentir curiosidad. –Tal vez –contestó Abby encogiéndose de hombros–, pero te corresponde a ti contarle todos los sórdidos detalles. De mí no ha sacado nada. –¿No te preguntó? –Lo mencionó, sí –reconoció Abby–, pero sólo para disculparse por haberme visto casi desnuda. Y te puedo asegurar aquí y ahora que lo que ocurrió antes no volverá a ocurrir. Hallam adoptó una expresión solemne. –¿Serviría de algo si me disculpara? –En absoluto –replicó Abby–. No creería que fueras sincero, para empezar. –No deberías ser tan irresistible –gruñó–. ¿Qué ha de hacer un hombre para abstenerse de tocarte? ¡De modo que no le estaba echando la culpa a ella! Abby se aplacó un poco, y sintió una repentina oleada de calor por todo su cuerpo. Aun así, seguía pensando que la había tratado injustamente. –¿Puedo irme ya? –preguntó. –Necesito que me prometas una cosa. Abby lo miró con cautela. «¿Y ahora qué?», pensó. –Cerciórate de que tu relación con Greg siga siendo estrictamente platónica –la advirtió–. Es demasiado joven para ti. Abby lo miró echando chispas por los ojos. –No creo que tenga nada que decir, Hallam. Tu hijo me agrada y lo respeto, que es mucho más de lo que puedo decir de su padre. Y acto seguido, se puso en pie, le lanzó una última mirada de enojo y volvió a

entrar en la casa. Hallam conseguía confundirla, no tenía motivos para hacerle esa advertencia. Greg y ella no habían hecho otra cosa más que hablar, reír y pasárselo bien, ¿no esperaría que ignorara a su hijo durante las dos semanas siguientes? Finalmente, se metió en la cama, pero sus pensamientos eran demasiado agitados y apenas durmió, de modo que cuando se hizo de día se sentía como si no hubiese pegado ojo. La ducha la refrescó hasta cierto punto, pero era imposible ocultar las ojeras, ni el cansancio que sentía. Se puso un vestido de seda de animados colores, se hizo una trenza, y bajó las escaleras. Encontró a los dos hombres en la terraza. Hallam la miró con atención mientras se aproximaba y Greg sonrió pero no dijo nada. La mesa estaba puesta para el desayuno y la temperatura era agradable dado que el sol todavía no estaba muy alto. Para sorpresa y alivio de Abby, Hallam actuó como si nada hubiera pasado, mostrándose alegre y comunicativo, y enseguida los tres estaban charlando como viejos amigos. –He pensado que podríamos ir a dar una vuelta por los alrededores –dijo Hallam cuando terminaron de comer–, a no ser que tengas otros planes. –En absoluto, me encantaría –contestó Abby enseguida, complacida y a la vez sorprendida por la sugerencia–. No conozco Francia, así que me gustaría ver lo más posible. Jeanne salió para despejar la mesa, y anunció al mismo tiempo: –Tienes una visita, Hallam. El señor Duvall quiere… Antes de que la joven sa pudiera acabar, Rod emergió de las sombras de la casa buscando a Abby inmediatamente con la mirada. Abby se alarmó, parecía que la paz recién establecida se iba a echar a perder, y le saludó con una leve sonrisa. Hallam, al ver la mirada de Rod, se puso en pie con mirada fiera y el ceño fruncido. –No es bienvenido, Duvall. Abby es mi invitada; me pertenece. Rod pareció impasible. –En realidad no he venido a ver a Abby, aunque eso quisiera. Es preciosa –

Hallam entornó los ojos y miró al joven con expresión interrogante–. No, señor Lane, he venido en nombre de mis padres. Esta tarde celebran una pequeña fiesta y es su deseo invitarlos a los tres. Desgraciadamente, siguió mirando a Abby mientras hablaba, y Hallam se puso nuevamente furioso. –Dale las gracias a tus padres, pero no iremos –masculló, y Rod pareció sorprendido por su negativa. –Les dolerá que no vaya, dijeron que siempre asiste a sus fiestas, y que una fiesta sin usted no merece la pena. Supongo que se ha forjado toda una reputación. Abby miró a Hallam con curiosidad. ¿Qué clase de reputación? No le había dado la impresión de ser un adicto a las fiestas. –Aun así, declinaré su invitación en esta ocasión –contestó Hallam fríamente–. Ya tengo planes hechos para esta tarde. Abby estaba segura de que no era cierto, y al mirar a Greg se dio cuenta de que su hijo tampoco sabía que tuviese nada pensado. –¿Qué planes, padre? –le preguntó–. Creo que es una idea excelente. –Yo también –añadió Abby–. ¿Asistirán todos los demás vecinos, Rod? Me gustaría conocerlos. –Media Francia, imagino. Mi madre siempre lo organiza todo a lo grande. –Entonces no nos echarán de menos –se burló Hallam, pero Rod insistió. –Mis padres se sentirán heridos si no asiste, pensarán que lo han ofendido por algo. Hallam miró a Rod y luego a Abby, como preguntándose si lo hacía por ella. Al final, después de una fiera batalla consigo mismo, accedió de mala gana. –Nos dejaremos ver durante unos minutos, ¿satisfecho?

Rod asintió y brindó a Abby una amplia sonrisa. –Hasta esta noche, preciosa. A Rod parecía no importarle que Hallam lo estuviese mirando con desaprobación, y Abby se sintió intranquila de pensar que ella fuese la razón por la que Rod se había mostrado tan insistente. Cuando el joven desapareció y Hallam se dio la vuelta para mirarla, supo que él pensaba lo mismo.

Capítulo 9

NO PUEDES fiarte de Rod Duvall –le dijo a Abby con firmeza en cuanto estuvo seguro de que el joven se había ido de la casa–. No quiero que te trates con él. –¿Cómo lo sabes? –preguntó Abby fríamente, con ojos de un verde beligerante. ¿Cómo se atrevía a decirle lo que podía o no podía hacer? –Porque es de esa clase de hombres, ¿no te das cuenta? –contestó con impaciencia. –Me doy cuenta de que es simpático y de que es divertido estar con él. –¡Divertido! –exclamó Hallam, haciendo que la palabra adquiriera otros significados, y Abby lo miró con enojo. –Eres odioso. Primero me dices que me he encaprichado con Greg y ahora con Rod. ¿Cómo puedes tener la mente tan sucia? El otro día pareció sorprenderte que no hubiese tenido ninguna relación seria. Por el rabillo del ojo, Abby vio que Greg se sobresaltaba de sorpresa al oír que mencionaba su nombre, y lamentó no haberse mordido la lengua. ¿Qué pensaría el joven? Hallam también había visto la conmoción en el rostro de su hijo. –Será mejor que nos dejes solos, Greg –le dijo, y en cuanto lo hizo se dirigió a Abby–. Te agradecería, Sommers, que no hablaras así delante de mi hijo. –Si no hubieras hecho esa acusación –replicó levantando la barbilla–, nada de esto habría pasado. Pero Abby estaba enfadada consigo misma, no quería hacer daño a Greg por nada del mundo, y había visto su expresión confusa al irse. –Eso no tiene nada que ver. –¿De verdad? –inquirió Abby con mirada hostil–. Yo creo que sí. Y, ya que

estamos hablando de tu hijo, creo que deberías hablar con él sobre su futuro. Aquel cambio brusco de tema hizo que Hallam la mirara con el ceño fruncido. –¿El futuro de Greg? ¿De qué demonios estás hablando? –Lo que quiere hacer cuando acabe la universidad. Digamos que tiene más confianza conmigo, a pesar de lo poco que lo conozco, que contigo. –Habéis tenido conversaciones muy profundas, ¿verdad? –replicó Hallam, claramente molesto por que hubiese intimado tanto con Greg. –Me preocupo lo bastante como para hacer preguntas –dijo Abby encogiéndose de hombros. –¿Y crees que yo no? –rugió. –No, no es eso. Sé que los dos os queréis –se apresuró a decir–, pero Greg cree que te sientes decepcionado con él y, no sé, tal vez sea ésa la razón por la que no pueda abrirte tu corazón. Hallam seguía con el ceño fruncido. –Siempre ha dado la impresión de no interesarse por nada. He hablado con él sobre el tema y no entiendo por qué te lo ha dicho a ti y a mí no. –Supongo que tengo el don de llegar a la gente –dijo con suavidad–. Escucha a tu hijo, creo que te sorprenderá –añadió, y creyendo que ya había dicho bastante, se levantó de la mesa. –Una advertencia para esta noche –gruñó Hallam–. No estaremos mucho tiempo y no quiero que Rod te monopolice. Habrá muchas personas interesantes con las que podrás hablar. –No intentes dirigir mi vida –le espetó Abby con irritación–. No te pertenezco, Hallam Lane, ni siquiera en sueños. Hablaré con quien me plazca. Después de aquello, Abby dudaba que fueran a dar el paseo en coche, no había costado mucho echarlo todo a perder otra vez. Pero Hallam la sorprendió diciendo que saldrían en unos minutos.

–¿Todavía sigue en pie? –preguntó impulsivamente, y Hallam la miró con sorpresa. –¿Y por qué no? Abby se encogió de hombros. –Creí que tal vez no te apetecería ir después de… –¿Después de la visita inoportuna de Duvall? –inquirió con aspereza, y Abby asintió–. No tengo intención de permitir que nadie me estropee el día. Ya es una lástima que tengamos que regresar a tiempo para asistir a la fiesta de sus padres. Normalmente suelen avisar con más antelación. –¿Es que no te gusta relacionarte con tus vecinos? –preguntó Abby con curiosidad. –Solía hacerlo –reconoció Hallam–. He estado en muchas de sus fiestas, pero las cosas cambian. «Con la aparición en escena del hijo de los Duvall», concluyó Abby con amargura. Decidió no decir nada más y se apresuró a ir a su habitación, donde se lavó los dientes, agarró el bolso y volvió a salir en un abrir y cerrar de ojos. Había dado por hecho que Greg los acompañaría, y se turbó un poco al ver que, una vez en el interior del deportivo rojo, Hallam arrancaba el coche sin esperar a su hijo. –¿Dónde está Greg? –No viene –respondió Hallam. –¿Por qué? –inquirió Abby en tono de desaprobación–. No es justo dejarlo aquí solo –abrió la puerta y, sin preocuparle si le daba que pensar, salió del coche–. Si Greg no viene, yo tampoco. –Vuelve aquí, Sommers –le ordenó Hallam con irritación–. Estás haciendo el tonto. –¿Ah, sí? No lo creo –dijo volviéndose hacia él.

–¿Con quién quieres ir? ¿Con Greg o conmigo? Abby lo miró con frialdad, pero no pudo evitar que el corazón empezara a latirle con más fuerza. –Con los dos, la verdad–. Greg no tiene nada que hacer aquí, se aburrirá como una ostra. –¿De veras? –repuso Hallam–. Pues fue él quien decidió quedarse. –¿En serio? –En serio, así que, ¿por qué no te sientas otra vez para que podamos irnos? –¿Pero por qué no quiere venir? –insistió Abby–. ¿O acaso le hiciste ver que no sería bienvenido? –Por supuesto que no –dijo Hallam en tono áspero y condenatorio–. Pero estuvimos hablando largo y tendido anoche después de que te acostaras. Tenía que aclarar unas cuantas cosas con él… –«como por qué había salido corriendo y desnuda de su habitación», pensó Abby con ironía, preguntándose cómo se lo habría explicado a su hijo–. Y dijo que no vendría con nosotros. Abby se preguntó si Greg lo hacía para que estuvieran solos y arreglaran sus diferencias. Subió otra vez al coche a regañadientes Cuando salieron de la colonia, el paisaje la dejó embelesada. Hallam resultó ser una compañía muy agradable. Le señalaba los lugares de interés, paraba de buena gana cuando ella quería visitar un pueblo o una iglesia en especial y resultó ser un guía perfecto. Abby se preguntó por qué no podría comportarse así todo el tiempo, y aunque seguía sintiendo una fuerte atracción hacia él, era capaz de ocultarla mientras estaba tan sociable. Terminaron almorzando en un café del muelle de los alrededores de Saint Tropez, y vieron a los ricos tomando Martinis a bordo de sus yates. Permanecieron durante un par de horas bajo el toldo del local tomando café y charlando, y Hallam le habló de su niñez. Le contó cómo su padre había estado enfermo durante muchos años y no había podido trabajar, y cómo él había aspirado a ir a la universidad, pero se había puesto a trabajar para que sus padres tuvieran más comodidades. Siempre había estado decidido a sacarle provecho a la vida, con carrera o sin ella.

–¿Todavía viven? –preguntó Abby con suavidad. Había comprendido por qué Greg decía que el dinero era importante para Hallam. –No –itió con tristeza–. Mi padre murió hace diez años y mi madre poco después, de la tristeza. Estaban muy unidos. –Lo siento –dijo Abby. Cuando finalmente regresaron a la casa después de un día largo y sorprendentemente feliz, Jeanne les dijo que Greg había salido con Rod a navegar en el Fast Lady. Hallam no pareció muy complacido, pero no montó en cólera como Abby había creído. Era evidente que la prohibición de salir con Rod sólo era aplicable a ella. La piscina la tentó y se fue a la habitación a ponerse el bañador. Hallam ya estaba nadando cuando volvió y pasaron la siguiente media hora entrando y saliendo del agua. Abby se sintió más feliz que nunca desde que había llegado, y deseó que fuese un buen presagio para el resto de las vacaciones. Emergieron por casualidad a pocos centímetros de distancia, y Hallam la miró con anhelo. La levantó por la cintura lo más alto que pudo y luego la dejó caer lenta y sensualmente sobre la firmeza sedosa de sus cuerpo. Fue increíblemente erótico y desató en ella la excitación que había estado contenida durante todo el día, de modo que cuando la besó, Abby estaba tan dispuesta como él. Se sumergieron lentamente con los labios sellados y sólo volvieron a la superficie para tomar aire y volver a besarse, hundiéndose de nuevo en su paraíso acuático. La experiencia fue nueva y profundamente estimulante, y cuando Hallam la atormentó acariciando lentamente sus senos y deslizando las manos por su esbelta cintura, las caderas y los glúteos redondeados, a Abby no se le ocurrió detenerlo, de hecho sus propias manos también lo acariciaron sin recato. Hallam gimió y la estrechó aún con más fuerza, apretándola contra su cuerpo, y Abby creyó que se volvía loca. El corazón le golpeaba las costillas, la cabeza le daba vueltas, y desplazó las caderas hacia adelante, ciñéndose a él, teniendo la certeza de que si pudieran tener bastante aire en los pulmones, Hallam le haría el amor allí mismo bajo el agua. Pero su necesidad de respirar fue mucho mayor y emergieron aún abrazados, justo cuando Greg se acercaba a la piscina dispuesto a nadar con ellos. Pareció levemente sorprendido de verlos abrazados y felices, y cuando sonrió, Abby casi

pudo ver que se felicitaba a sí mismo. –No estaré molestando, ¿verdad? –Podrías haber elegido un momento mejor –gruñó Hallam, tratando de parecer enfadado pero sin conseguirlo –y luego le habló a Abby en un murmullo–. Esto no se queda así. Abby se sintió inmensamente feliz al ver que por una vez no se había arrepentido y los tres jugaron en el agua durante otros quince minutos. Deseaba de todo corazón que Rod no hiciese ni dijese nada aquella tarde que pudiera echar a perder la armonía entre Hallam y ella, y hasta casi prefería no ir a la fiesta. Cuando por fin anunció que ya había tenido bastante y que se iba a dar una ducha, supuso que Hallam la seguiría, pero se quedó hablando con su hijo. Pudo verlos conversando desde el balcón. Sonrió y se metió en el baño. Poco después, vestida únicamente con una bata de satén de color melocotón, se dejó caer en la cama para reflexionar sobre los acontecimientos del día… y hacer un descubrimiento sorprendente: ¡Se había enamorado de Hallam Lane! Lo que sentía por él no era una necesidad física, sino emocional. Llegaba al fondo de su alma y la alegraba al tiempo que la acongojaba. Podía rezar para que Hallam sintiera lo mismo, pero todo indicaba que lo único que deseaba era su cuerpo. La confusión reinaba en su cabeza. En ese preciso momento, Hallam apareció en la puerta del balcón. Se acababa de duchar y sólo llevaba una toalla blanca en la cintura. –¿Me estabas esperando? –murmuró con suavidad, y mientras se aproximaba a la cama, dejó caer la toalla. A Abby le entró el pánico. A pesar de que lo amaba no estaba preparada para un compromiso así, sería estúpido, una locura. Lo lamentaría durante el resto de su vida. Rápidamente, se incorporó. –Iba a prepararme para la fiesta de los Duvall –murmuró, acongojándose al oír el tono ronco de su voz y sentir el impacto que estaba causando en ella aquel cuerpo tan bien esculpido. Era tan magnífico que le costó apartar los ojos de él. –Hay tiempo de sobra para eso –le dijo Hallam con firmeza, y sin parecer nervioso por su desnudez, se sentó en el borde de la cama y la echó suavemente

hacia atrás. Abby se lo permitió, pero debió de reflejar parte de su confusión porque Hallam frunció el ceño–. No habrás cambiado de idea, ¿verdad, Sommers? Lo que le hizo cambiar de idea fue oír que la llamaba por su apellido. No podía hacer el amor con un hombre que la llamaba Sommers, pese al torbellino de sensaciones que despertaba en su cuerpo. Volvió a incorporarse con ojos llameantes de furia. –La verdad es que sí. Creo que antes me dio demasiado el sol –le dijo, pero antes de que pudiera bajar de la cama, Hallam la había agarrado con fuerza por las muñecas. –Yo creo que no, preciosa –dijo en un tono grave y seductor que desencadenó estremecimientos de placer por su espalda–. Creo que estabas siguiendo los dictados de tu cuerpo –murmuró, y empezó a acariciarle en círculos las muñecas con los pulgares. Si hubiese dicho «los dictados de tu corazón», tal vez hubiese cambiado de parecer al pensar que quizás fuese su corazón lo que también lo dominaba, pero estaba dejando claro que lo único que quería con ella era una aventura, un romance veraniego. –Mi cuerpo nunca me permitiría hacer nada contigo –dijo con firmeza, asustada de lo mucho que se había delatado. Ojalá Hallam estuviera vestido, ojalá no estuvieran en la cama, ojalá… –Vaya, vaya, sí que tienes ganas de pelear. ¿Qué te ha pasado que te ha puesto así en tan poco tiempo? –Digamos que he recuperado el buen juicio –dijo levantando la barbilla y tratando de parecer despectiva. –¿Todavía tienes miedo de que un hombre irrumpa en tu vida de burguesita? –Claro que no, nunca he tenido miedo –replicó con altivez, aunque tuvo cuidado de no mirarlo a los ojos–. Lo que pasa es que no he conocido al hombre adecuado. –Tal vez nunca hayas dejado que ninguno se acercara lo bastante como para

averiguarlo –dijo Hallam, y con la mano soltó hábilmente el cinturón de la bata para luego rodear posesivamente el suave contorno de uno de sus senos–. Tengo la impresión de haberme acercado más que nadie –murmuró en un tono cada vez más suave y persuasivo–. Y no puedes decir que no te guste. Siempre te delatas. Abby inspiró profundamente, conmocionada al sentir su mano. Todo había pasado tan rápidamente que no había podido detenerlo, y ya era demasiado tarde. Sentía una inmensa excitación en todo su cuerpo, y todos sus temblaban con anticipación. Una caricia más, y podría hacer con ella lo que quisiera. El amor la había despojado de toda capacidad para razonar. Cerró los ojos, como si pudiera hacerle desaparecer, pero fue inútil. Hallam la agarró de la nuca para atraerla con insistencia hasta sus labios y su lengua se adentró en su boca sin que ella hiciera ningún intento por impedirlo. La bata cayó de sus hombros, aunque no supo si Hallam había tenido algo que ver. En cualquier caso, sólo emitió una leve protesta cuando la volvió a tumbar sobre las almohadas, y gimió con exquisito placer cuando succionó su pezón erecto. Sabía que debía oponerse, pero en cambio lo abrazó para sentir la suave piel de su espalda y su potente musculatura. Hallam levantó la cabeza para mirarla, y sus ojos hambrientos devoraron su cuerpo desnudo lentamente, centímetro a centímetro, para luego volverla a besar. Sus labios se deslizaron deliciosamente desde sus anhelantes pezones hasta la suavidad sedosa de su entrepierna, sin saltarse un milímetro de su piel delicadamente perfumada. El deseo creció en Abby como un volcán en inminente erupción y, aunque sabía que era una locura, no pudo reunir la energía suficiente para bajar de la cama y parar aquello. En cambio, se removió bajo su cuerpo con intenso placer, sabiendo que si Hallam pensaba llegar hasta el final no podría hacer nada para evitarlo. Lo amaba sin reservas y había descubierto que el amor volvía el cuerpo débil y la mente indefensa. Cuando Hallam colocó un muslo entre sus piernas para abrirlas, el cuerpo de Abby se arqueó involuntariamente, y lo envolvió con los brazos una vez más, hundiendo las uñas en su carne. –¡Padre! ¡Padre! –la voz de Greg llegó desde la terraza y penetró en su consciencia. Hallam gimió.

–No hagas caso –le dijo a Abby, pero su hijo lo volvió a llamar con voz cada vez más alta y más urgente, y se vio obligado a levantarse–. No te muevas –dijo con voz ronca, parando un momento para darle un beso en cada pecho antes de salir al balcón. Abby se abrazó, saboreando el sentimiento de excitación y de anticipación y el ansia que Hallam había despertado en ella. Como amaba irrevocablemente a aquel hombre, nada le parecía mal, aunque era consciente de las limitaciones de sus sentimientos hacia ella. Señor, todo su cuerpo se estremecía y parecía extrañamente pesado; contraía las caderas con pequeños movimientos involuntarios y sus senos henchidos anhelaban su regreso. –Date prisa, Hallam, por favor –susurró. Estaba tan absorta en sus necesidades que no escuchó la conversación que había mantenido con su hijo, y se sintió desolada cuando le oyó decir que tenía que irse. –¿Qué ha pasado? –preguntó con los ojos muy abiertos, sintiendo un escalofrío por todo el cuerpo. –Jeanne se ha tropezado y se ha caído junto a la piscina –le dijo brevemente–. Tal vez se haya roto el tobillo, tengo que llevarla al hospital. Abby enseguida se puso alerta y olvidó sus propios anhelos. –Iré contigo. –No hace falta –le dijo enseguida–. Greg y tú id a la casa de los Duvall si no he vuelto para entonces. Me reuniré con vosotros allí. –Tal vez sea mejor que no vayamos –dijo Abby, que prefería esperarlo tumbada como estaba. Podría acurrucarse y saborear cada momento, y soñar con el tormento venidero. –Una promesa es una promesa, por muchas ganas que tenga de romperla –le dijo con ironía, y luego su voz cobró un tono mucho más denso y grave–. Pero resérvate para mí. La besó durante intensos segundos, y luego salió en silencio de la habitación.

Todo lo que quedaba de él era la toalla con la que antes se había cubierto la parte más íntima de su anatomía. Abby podría haberse sentido aliviada, pero en cambio la frustración se apoderó de ella. Durante varios minutos permaneció tendida sobre la cama, con el cuerpo todavía tembloroso y agonizante. ¿Por qué? ¿Por qué había tenido que irse justo en ese momento? Finalmente consiguió bajar de la cama y empezó a prepararse para la fiesta, y se le ocurrió pensar que Hallam podría haber utilizado la excusa del accidente de Jeanne para no ir. Así podrían haberse vuelto a ver mucho antes y no tendrían que esperar hasta Dios sabe cuándo. ¿Podría soportarlo su cuerpo? Abby escogió un vestido negro que ya tenía varios años, pero cuya elegancia no pasaba de moda. Era de escote redondo, sin mangas y le llegaba por la rodilla, y su única pretensión de adorno era una fila festoneada de perlas como remate. Una gargantilla triple y unos pendientes de perlas completaban el conjunto. Dio unos pasos hacia atrás para ver el efecto en un espejo de cuerpo entero. Con el pelo suelto y el resplandor de su rostro, que sabía se debía a Hallam, parecía tener dieciocho años. Sonrió con felicidad, satisfecha con su aspecto. Si aquello era lo que hacía el amor, bienvenido fuese. Cuando bajó las escaleras, Greg pareció tan impresionado como esperaba que estuviera su padre tiempo después. –Siento haberte arrebatado a mi padre –dijo mientras recorrían a pie el corto trayecto que los separaba de la casa de los Duvall. –No te disculpes –dijo Abby–. Era inevitable. Sólo espero que Jeanne no esté seriamente herida. ¿Qué pasó exactamente? –Tropezó con una tumbona –explicó Greg–. Estaba contemplando los geranios del balcón en vez de mirar por dónde iba. O, más bien, la doncella sabía que Hallam estaba en su habitación y no podía apartar la mirada de su cuarto, pensó Abby, y se sintió culpable, como si el accidente hubiese sido culpa suya. –Me alegro de que mi padre y tú seáis… eh… amigos –dijo Greg dejando a un lado el incidente. –No apuestes demasiado por ello –lo advirtió.

Greg le dio una patada a una piedra. –Creo que le gustas mucho, a pesar de la forma en que te trató al principio. –No estoy tan segura –dijo Abby–. La verdad es que no creo que dure. –Permíteme que te diga, Abby –dijo el joven frunciendo el ceño–, que no das la impresión de poder acostarte con alguien que no amas. Abby sintió que se sonrojaba y se volvió para mirar el mar, tratando de no delatarse ante el hijo de Hallam. No podía haber sabido que estaban juntos en la cama, ¿verdad? –¿Quieres a mi padre? –preguntó Greg, que parecía no querer dejar el tema. Abby inspiró profundamente, consciente de que no podía mentir. –Supongo que sí, pero debe ser nuestro secreto, Greg. No quiero que lo sepa. –¿Por qué no? Cuando se quiere a una persona hay que decírselo. «Si fuera así de fácil», pensó Abby. –Porque… porque no siente lo mismo por mí –dijo Abby rápidamente–. Creo que sólo soy un pasatiempo para él. No quería que viniera, como recordarás. –Creo que te equivocas –dijo Greg–. Mi padre no te haría eso. Y en cuanto a que tú estuvieras interesada en mí, enseguida le puse en su sitio. –Supongo que no le hacía gracia que nos lleváramos tan bien –dijo Abby con expresión sonriente, complacida por su sensibilidad–. Sobre todo cuando entre él y yo no hacíamos más que discutir. Pero siento haberlo soltado de esa forma, me puse furiosa. –Siempre que sigamos siendo amigos, no me importa. –Claro que somos amigos, Greg. La casa de los Duvall era tan grandiosa como la de Hallam, con habitaciones amplias y ventiladas, cuadros de un valor incalculable y obras de arte en todas partes. La combinación de colores era extraña y chillona, pero se percibía una

sensación general de sencillez que emanaba, según descubrió Abby, de Rita Duvall, una mujer regordeta y alegre que no se daba ningún aire a pesar de su considerable riqueza. Frank, su marido, un financiero jubilado, también era una persona con los pies en la tierra y Abby congenió con ellos inmediatamente. Rita preguntó enseguida por qué Hallam no estaba con ellos y pareció muy consternada al enterarse del accidente de Jeanne. Abby y Greg fueron los primeros en llegar y Rod se encargó de enseñarle a Abby la casa. –Dios mío, estás preciosa esta noche –le dijo con entusiasmo–. No es que no lo estés siempre, pero hoy estás resplandeciente. Espero que sea porque te hacía ilusión verme. Abby se echó a reír. –Pues claro. –Con un poco de suerte podremos escurrirnos más tarde y divertirnos nosotros solos. Te digo sinceramente que me alegro de que Hallam no haya venido. Teniendo en cuenta que no significa nada para ti, resulta inquietante su actitud protectora. –Vendrá más tarde –le recordó Abby. –Mucho más tarde, espero –dijo Rod, y le rodeó la cintura con el brazo para guiarla de habitación en habitación, sin darle oportunidad de ver nada pero hilvanando cumplidos y expresando su deseo de seguir viéndola en los días venideros. Una puerta se abrió de golpe a su paso y una joven morena y vivaz que llevaba un vestido esmeralda salió de la habitación. –Vicki, ésta es Abby, está pasando unos días en casa de Hallam Lane. Abby, Victoria, mi hermana pequeña. –No tan pequeña –le espetó la joven con fiereza–. Cumpliré los veinte el mes que viene. –Eso nos recuerdas a todas horas.

–No sabía que Hallam había venido, ¿por qué no me lo ha dicho nadie? –dijo Vicki, y miró a Abby con una mirada atenta y poco amistosa, como preguntándose si era su novia. –Hay muchas cosas que no sabes, pequeña –la aguijoneó Rod a propósito. –¿Dónde está? ¿Abajo? –inquirió la joven, que ya se alejaba en esa dirección. –Me temo que no, Vicki –le dijo Rod entre risas–. No vendrá hasta más tarde, mucho más tarde, si es que viene. La joven se paró en seco y se volvió para mirarlo. –Mientes. –Pregúntale a Abby si no me crees. –Es cierto –dijo Abby–. Ha tenido que llevar a Jeanne al hospital. –¿Por qué? ¿Qué le ha pasado? –preguntó la joven bruscamente. –Se ha caído, no es nada serio. –Entonces vendrá –exclamó Vicki, y continuó andando. –Mi hermanita está locamente enamorada de Hallam Lane –le comentó Rod con ironía–. No le hagas caso. Ésta es mi habitación, ¿quieres verla? Abby no lo escuchaba, estaba pensando en Vicki y Hallam y preguntándose si alguna vez le habría dado esperanzas a la joven. No era una idea que la agradara, Vicki era muy joven. –No has respondido a mi pregunta –dijo Rod con urgencia, agitándole el brazo–. ¿Estás bien? Te has quedado muy pálida. –Estoy bien –dijo Abby–, es el calor, no estoy acostumbrada. ¿Qué me preguntabas? –Si querías ver mi habitación –repitió con una sonrisa, y sus palabras encerraban muchos significados.

–Creo que no. –Claro, tienes razón. Resultaría extraño si desapareciéramos justo ahora. Nos reservaremos el placer para más tarde. Sería terrible darle la impresión que no era, pensó Abby, y decidió dejar las cosas claras desde el principio. –Eres simpático y agradable y me divierte tu compañía –le dijo–, pero por muy bien que me caigas no quiero que nuestra relación vaya más lejos. Rod pareció decepcionado, y se llevó una mano al pecho. –Mi diosa griega me ha rechazado, estoy mortalmente herido. –Y eres mentiroso hasta la médula –repuso Abby con una carcajada–. Será mejor que bajemos. –Antes me gustaría que me dijeras una cosa –dijo Rod poniéndose repentinamente serio, al menos tan serio como le era posible–. Dijiste que Hallam no estaba interesado en ti, pero sé lo que vi en lo alto del acantilado. ¿Es él el responsable de tu aura de felicidad? –Eso creo, aunque no estoy segura de cómo acabará la cosa. –¿Y es porque dije que mi hermanita se había enamorado de él por lo que te quedaste blanca hace un momento? Era demasiado astuto, a pesar del aire cómico que adoptaba, pero Abby no estaba dispuesta a ser sincera hasta ese punto. –Por supuesto que no. Se encogió de hombros y sonrió con pesar. –Como quieras. Bueno, creo que he vuelto a perder. No importa, nos lo pasaremos bien mientras podamos. Me parece oír que llegan más invitados, así que será mejor que te los presente. Serás el centro de atención, ya lo verás, un rostro nuevo siempre es bienvenido.

A medida que transcurría la noche, Abby se sorprendió esperando la llegada de Hallam. Tardaba más de lo que había imaginado, y no pudo evitar pensar si era Jeanne quien lo detenía, aprovechando la situación. Tal vez hubiesen regresado ya a la casa y ella estaba insistiendo en que le hiciera compañía. O tal vez la hubiesen entretenido en el hospital y había insistido en que Hallam se quedara. Abby desechó aquellos pensamientos enseguida. No merecía la pena, los celos siempre interpretaban las situaciones de forma totalmente errónea. Seguramente Jeanne estaría bajo tratamiento y Hallam estaba esperando para asegurarse de que estaba bien. Era así de sencillo. –¿Desde cuándo conoces a Hallam? La hermana pequeña de Rod apareció a su lado y la sacó de sus pensamientos. Vicki llevaba un rato observándola, pero no le había dirigido la palabra hasta entonces. –Desde hace unos meses –contestó Abby, aunque era consciente de que apenas se habían visto media docena de veces antes de ir a Francia. –Nunca había invitado a una amiga a su casa. ¿Eres alguien especial para él? Victoria tenía hermosos ojos castaños, grandes y de largas pestañas, una nariz respingona y labios rojos y provocativos. No era muy alta, pero con sus tacones de aguja casi tenía la misma altura que Abby. La miraba con la barbilla levantada y los ojos brillantes y beligerantes, como poniendo en duda su derecho a estar en casa de Hallam. Abby no sabía cómo contestar a su pregunta, no sabía si Hallam Lane la consideraba alguien especial. –Nuestra relación está empezando –dijo finalmente. –¿Y qué quiere decir eso? –preguntó la joven con aspereza–. ¿Es tu amante? Aquella pregunta tan directa la dejó boquiabierta y miró a la joven con sorpresa. –No creo que debieras hacer esa clase de preguntas a una extraña. –Quiero saberlo –dijo Vicki echando la cabeza hacia atrás. Era evidente que la joven tenía mucha seguridad en sí misma.

–¿Por qué? –repuso Abby mirándola a los ojos–. ¿Porque lo quieres para ti? –¿Cómo lo sabes? –replicó al instante–. ¿Te ha dicho algo mi hermano? Dios mío, lo odio. siempre está metiéndose en mi vida. Abby trató de proteger a Rod sin llegar a mentir. –Es evidente por las preguntas que me haces que sientes algo por Hallam –le dijo–. ¿No crees que es un poco mayor para ti? –Me gustan los hombres maduros –exclamó la joven de mal humor–. La edad no tiene nada que ver cuando dos personas se aman. Abby sintió que le aplastaban el corazón. –¿Hallam te ama? ¿Es eso lo que quieres decir? –Sí –contestó Vicki con firmeza. –¿Te lo ha dicho él? –No con tantas palabras –repuso la joven encogiéndose de hombros–, pero los hechos valen más que todo eso, ¿no? ¡De modo que había estado insinuándose a la hermana de Rod! La bilis se le subió a la garganta y casi la ahogó. Cielos, debía de haber por lo menos veinte años de diferencia entre ellos, ¿en qué estaría pensando Hallam? Y había tenido el valor de acusarla a ella de tratar de seducir a Greg. El nudo que sintió en el estómago nada tenía que ver con el deseo, sino con la repulsión, y de repente comprendió con total claridad por qué no había querido ir a aquella fiesta. ¡No era porque no quisiera que ella viera a Rod, sino porque no quería que conociera a Vicki!

Capítulo 10

SUPONGO que Hallam no pensó que asistiría a la fiesta –trinó Vicki, que no parecía darse cuenta de la bomba que había soltado–, de lo contrario ya habría venido. Espero que se dé prisa. Abby tenía que irse, no podía quedarse allí escuchando cómo la joven hablaba efusivamente de Hallam. –Voy a pedir otra bebida –le dijo Abby. Otra bebida significaba otra tónica, que era lo que había estado tomando toda la tarde, aunque tenía que confesar que en aquel momento le apetecía algo más fuerte. Quería emborracharse, olvidar. Sintió que Vicki le clavaba los ojos en la espalda mientras se alejaba y, después de que uno de los camareros de torso desnudo que Rita y Frank habían contratado para la ocasión le rellenara la copa, salió a la terraza para respirar mejor. Tenía unas vistas magníficas al mar, como la de Hallam, y estaba iluminada con luces de colores. Sonaba una música suave y las parejas bailaban en la intimidad, pero Abby consiguió encontrar un rincón tranquilo donde estar a solas con sus pensamientos. Lamentaba haber ido a la fiesta, habría preferido quedarse en casa y esperar a Hallam. Estaba pensando en la horrible declaración de Vicki cuando Rod apareció a su lado. –Conque ahí estabas –le dijo animadamente–. Me preguntaba dónde te habías metido. Hay demasiado ruido, ¿verdad? –Algo así –reconoció, preguntándose por qué la gente era tan insensible a las necesidades de los demás. ¿Es que no se daba cuenta de que quería estar sola? –Te vi hablando con mi hermanita –le dijo colocándose a su lado para poder contemplar con ella el mar–. ¿Qué pasaba? ¿No estaría molestándote? Abby esbozó una sonrisa y mantuvo el tono deliberadamente alegre; no era

cuestión de decirle lo mucho que la había herido. –Quería saber qué hay entre Hallam y yo. –Eso imaginaba –dijo Rod–. No sé por qué piensa que tiene derecho sobre él. Siempre viene a veranear solo y la mocosa de ella siempre se lanza a por él. Yo que tú no me preocuparía, no hay nada serio. –¿Cómo lo sabes? –Porque mis padres nunca lo permitirían, para empezar –replicó con convicción–. Es muy mayor para ella. –¿No saben que… está enamorada de él? –Por supuesto –corroboró Rod–, pero piensan que se le pasará, y así será, mi querida Abby. Está en esa etapa en la que piensa que está enamorada de todo hombre que se halla a su alcance. –Insinuó que eran amantes. Por un instante, Rod miró a Abby con ojos muy abiertos, pero luego se tranquilizó y sonrió. –Eso quisiera ella, te lo aseguro. Yo que tú no creería ni una palabra de lo que dice. Hallam es un buen amigo de mis padres, nunca le haría eso a su hija. Abby no estaba tan segura. Sabía de primera mano que Hallam Lane no tenía escrúpulos en cuanto a hacer el amor con alguien a quien no amaba. Eran casi las once cuando Hallam apareció finalmente. Abby llevaba una hora pensando en sugerir a Greg que volvieran a casa; los «minutos» que iban a estar en la fiesta se habían convertido en tres horas. En cuanto lo vio, el corazón le dio un vuelco y su cuerpo reaccionó por sí solo, a pesar de lo que había descubierto sobre él. Hallam paseaba la mirada por los grupos de gente sonriente y habladora, buscándola a ella, confiaba Abby, ¿o estaría buscando a Vicki? De repente, la joven apareció a su lado, le tiró del brazo y, cuando él bajó la vista, le dirigió una mirada de ternura que lo decía todo. La levantó por la cintura y dio una vuelta con ella en el aire, y Vicki le plantó un beso directamente en los labios. Había una clara adoración y Abby no pudo mirar más. Volvió a salir a la

terraza y Rod la siguió. –No es lo que piensas, mi diosa de pelo llameante. Es mi hermanita la que lo acosa, Hallam no puede hacer nada para ignorarla. «Pero no tenía por qué saludarla con tanto entusiasmo», pensó Abby. –Baila conmigo, Rod –le dijo en tono frenético. –Será un placer, dueña de mi corazón. La música que salía de los altavoces era un vals lento y seductor, y Abby se dejó abrazar. Le rodeó el cuello con las manos, apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos, como si así pudiera borrar a Hallam y al resto del mundo. –Éste debe de ser mi día de suerte –murmuró Rod, ciñéndola todavía más–. Tal vez tenga que darle las gracias a mi hermana, después de todo. –Que no se te pase nada por la cabeza –dijo Abby con aspereza. –En absoluto. El vals terminó y empezó otra pieza de baile. Abby siguió escondiéndose en los brazos de Rod hasta que una voz dura resonó en su oído. –Perdona, creo que la joven es mía. Rod no la soltó inmediatamente, sino que la mantuvo sujeta por los hombros mientras Abby se separaba un poco para mirar a Hallam. –Tal vez debería ser Abby quien decida –dijo con un tono desafiante en la voz que la dejó sorprendida. No había imaginado que Rod fuese tan protector. –¿Y bien, Abby? –inquirió Hallam, mirándola con ojos acusadores negros como el carbón. Estando Hallam con aquel humor condenatorio, Abby sabía que lo mejor que podía hacer era obedecerlo. Si lo rechazaba, provocaría una escena desagradable y no sería justo para los Duvall, para empezar. Pero no podía olvidar la imagen de él con Vicki, ¿dónde se había metido la joven?, y dio un beso afectuoso a Rod

en la boca antes de soltarse de su abrazo. –Guárdame un baile para luego –dijo en tono animado pero falso. –No habrá luego que valga, nos vamos a casa. –Pero si acabas de llegar –protestó Abby con el ceño fruncido. –Ni que te hubieras dado cuenta –masculló Hallam, y le hizo daño en el brazo mientras la arrastraba–. Te has estado divirtiendo, ¿verdad, Sommers? –Maldito seas. –¿Has estado monopolizando a Rod Duvall durante toda la noche? –se burló–. ¿Le has ofrecido tu cuerpo como me lo ofreciste a mí? Abby no podía creer lo que oía y empezó a hervirle la sangre. Se soltó y se encaró a él. –No creo que tú precisamente tengas derecho a decirme eso. –¿Qué quieres decir? –repuso Hallam con ojos entornados y labios apretados en una delgada línea. –Quiero decir que lo sé todo sobre tu pequeña aventura con la hermana de Rod – le espetó–, y creo que es asqueroso, eres lo bastante viejo como para ser su padre. –¿Quién te ha estado contando chismes? –repuso Hallam contrayendo la mandíbula. Abby se encogió de hombros, consciente de que no lo había negado. –No me ha hecho falta oírlo de nadie, lo vi con mis propios ojos cuando te saludó. Y vi la forma en que la trataste, así que no intentes negarlo. Me sorprende que te haya dejado solo, ha estado buscándote toda la noche. –Victoria no significa nada para mí –declaró con firmeza, dejando a un lado el tema. –¿Quieres decir que sólo te has aprovechado de su inocencia? ¿Es por ella por lo

que no querías venir a la fiesta? Te preocupaba que dijera algo que pudiera avergonzarte, ¿verdad? –Te equivocas, Sommers –la advirtió con voz gélida. –¿Ah, sí? –repuso Abby en el mismo tono–. No lo creo. Vicki ya me ha contado todo lo que hay entre vosotros. Tuvimos una conversación muy esclarecedora. –Es muy joven e impresionable, y se inventa cosas. –Te viene bien decir eso, ¿verdad? ¿Qué había sido de aquella hermosa noche, de la armonía que había reinado entre ellos? Abby supo con tristeza que nunca volvería a recobrar aquellos preciados minutos en los que todo su futuro había aparecido de color de rosa. Su amor perecería de muerte natural, si es que lo hacía. Lo que sentía por Hallam era tan fuerte que estaba segura de llevarlo consigo durante el resto de su vida. –Es la verdad –declaró–. ¿Dónde está Greg? Le diré que nos vamos. Supongo que has estado tan entregada a Rod Duvall que no te has molestado en hacerle compañía a mi hijo. –¡Cerdo! No sabes nada –le espetó Abby, y de repente divisó a Greg en el otro extremo de la sala, ¿y con quién bailaba abrazado sino con la hermosa Victoria Duvall?–. Allí está tu hijo, y mira quién lo está acaparando. Observó con atención la mirada de Hallam al ver a Greg pero no pareció enfadado por que estuvieran juntos. Sin embargo, Abby vio que contraía levemente la mandíbula. –¿Vas a separarlos? No debe de ser muy agradable ver a tu amiguita en los brazos de tu hijo –le dijo con sarcasmo, pese a que Abby no solía hablar así. –No te muevas de aquí –dijo Hallam entre dientes–. Y si Duvall se atreve siquiera a mirarte, no respondo de mis acciones, ¿está claro? –No te pertenezco, Hallam –replicó. Le resultaba muy difícil aceptar lo que le decía. Mientras cruzaba la estancia, lentamente, porque muchas personas lo paraban

para hablar con él, Abby se dio cuenta que no quería volver a la casa con Hallam Lane, no mientras estuviera de tan mal humor. Durante toda la noche había esperado con ilusión su llegada para poder acostarse con él y hacer el amor durante horas y, al final, su furia irracional lo había echado todo a perder. Ya no había esperanza. Un pensamiento aún más inquietante se le pasó por la cabeza. ¿Y si tenía planeado hacerle el amor a pesar de todo? ¿Y si la forzaba? Un escalofrío le recorrió la espalda y sin pararse a pensar a dónde iba, Abby salió corriendo de la fiesta. La playa parecía el mejor lugar para sentarse a pensar y estar sola y, Señor, tenía mucho en qué pensar. Se había enamorado de Hallam Lane, era su primer amor a los veintinueve años, y todo se había echado a perder. Se quitó las sandalias de tacón en lo alto de los escalones de los Duvall, de madera y gastados, como los de Hallam, y bajó tan rápidamente como se lo permitieron las piernas. Fue un milagro que no se cayera, pensó Abby cuando llegó a la playa. Caminó a pasos largos por la arena, todavía furiosa. No debía haber permitido que Hallam la besara nunca, ni siquiera debía haber ido allí. Sólo ella tenía la culpa de lo ocurrido. Cuando llegó a las rocas que flanqueaban el extremo de la bahía, Abby trepó de una a otra ágilmente hasta llegar a la parte más alejada, casi encima de las aguas susurrantes del Mediterráneo. Finalmente se sentó y entrelazó las manos por debajo de las rodillas. El cielo tenía un hermoso color negro, y estaba iluminado únicamente por una luna llena plateada que relucía sobre la superficie ondulante del mar. Era muy hermoso y, aun así había una gran agitación en su cabeza y en su corazón. Se sintió nuevamente furiosa al recordar cómo Hallam había levantado a Vicki en el aire y la había besado con afecto. Había sido una prueba clara de lo que sentía por ella, y por mucho que lo negara, había visto con sus propios ojos lo que había entre ellos. En un ademán brusco de angustia, se puso otra vez en pie. Pero la ira la hizo andar sin cuidado y Abby, sin saber muy bien cómo, perdió pie, se resbaló entre las rocas y cayó hacia delante. Con un grito desgarrado, descendió sobre las profundas aguas del mar. Todo ocurrió lentamente. No tenía miedo al agua, Greg le había dicho que a menudo se tiraba desde allí y no había peligro, pero estaba demasiado cerca de la pared rocosa y sintió un dolor agudo cuando se dio un golpe en la cabeza. Todo se volvió oscuridad. Fue la voz de Hallam lo que oyó después, tan débil que apenas podía entenderlo.

–¿Abby? ¿Abby, puedes oírme? Abby, no te mueras ahora. Te amo, Abby. Te amo. Hallam la amaba, ¡la amaba! Abby trató de emerger de la pesada negrura que la envolvía, pero al hacerlo el dolor en la cabeza se hizo insoportable. Lo único que quería hacer era quedarse quieta y dormida y soñar que Hallam decía que la amaba. Pero aquello era real, no era un sueño, ¡estaba allí! Trató desesperadamente de abrir los ojos, pero era como si un enorme peso mantuviera sus párpados cerrados y supuso un tremendo esfuerzo llegar a entreabrirlos. Apenas podía ver la silueta borrosa de Hallam, su cuerpo inclinado sobre ella y su expresión de preocupación. Hizo un esfuerzo por sonreír, aunque débilmente. –Gracias a Dios –dijo respirando con fervor, y se tranquilizó un poco–. Por un momento pensé que… –Mi cabeza –exclamó Abby con una mueca de dolor al tratar de moverse. –Hay que llevarte a casa –dijo Hallam–. Te has dado un golpe en la cabeza, pero te he examinado y no tienes ningún hueso roto, así que voy a llevarte en brazos, Abby, ¿de acuerdo? –Sí –susurró–. Haz lo que tengas que hacer. Lo único que quería era que le desapareciera el dolor. Abby apenas se dio cuenta de que subían las escaleras del acantilado y que Hallam le quitaba la ropa húmeda y la envolvía en una manta. Fue atento y delicado, y ella tuvo una abrumadora sensación de ser amada. ¿Lo había dicho o lo había soñado? No podía recordarlo y le dolía la cabeza, así que prefirió dormir. Pero en algún rincón de su mente aquel pensamiento persistió. Llegó una ambulancia y la llevaron al hospital, donde le hicieron radiografías, le limpiaron la herida y le dieron varios puntos, y luego la metieron en una cama estrecha con sábanas blancas y limpias dentro de una habitación privada. Hallam no la abandonó ni un solo momento. Abby no supo decir cuántas horas habían pasado, pero la habitación estaba soleada cuando volvió a abrir los ojos. La luz brillante le hacía daño. Pestañeó y se tapó los ojos con la mano, y Hallam enseguida bajó la persiana.

–¿Cómo estás? –preguntó con voz ansiosa, y volvió a sentarse en el borde de la cama para tomar su mano. –Bien, creo –susurró. –¿Todavía te duele la cabeza? –Sí, pero no tanto. –¿Te gustaría que habláramos? –Tal vez un poco –contestó débilmente. Quería averiguar si había soñado que le decía que la amaba o había sido real. A pesar de los analgésicos, que le hacían sentirse confusa y letárgica, su cuerpo estaba reaccionando a su proximidad, a su caricia, a la mirada de desolación que había en sus ojos. –No tenía derecho a hablarte como lo hice –le dijo–, pero me puse furioso cuando vi cómo te abrazaba Rod Duvall, y cómo te apoyabas en él. Supuse que habíais estado juntos toda la noche y no pude soportarlo después de lo que había habido entre nosotros horas antes –Abby no dijo nada, pero se quedó escuchando y mirándolo–. Empecé a pensar toda clase de cosas sobre ti: que me habías mentido y que había habido otros hombres; pensé que tal vez yo era uno de tantos. Fue superior a mis fuerzas, Abby –le dijo, aunque ella siguió callada–. Supongo que ahora querrás volver a tu casa. –Supongo que sí –dijo Abby–. ¿Cómo está Jeanne? Estaba claro que había imaginado su declaración de amor, porque no había dicho una palabra al respecto. La invadió una terrible tristeza. –Está bien –contestó Hallam–. Ha ido a casa de sus padres, a París, a pasar unas semanas hasta que le quiten la escayola. Hallam no pareció perturbado por la noticia y Abby supuso que no estaba interesado en ella como había creído. Tal vez Jeanne lo deseara, ¿pero qué joven no lo haría? Vicki era un claro ejemplo, ¡y ella misma! ¿Qué tenía aquel hombre que todas las mujeres se enamoraban de él? ¿Por qué todo era tan confuso? –Hay algo que tengo que decirte, Abby –le dijo después de lo que le pareció una eternidad–. Aunque no sé si éste es el mejor momento –su voz baja hizo que

Abby volviera a mirarlo–. Posiblemente te avergonzarás, pero quiero que lo sepas. –Te escucho –dijo con suavidad, sintiendo que la esperanza empezaba a materializarse. –Te amo, Abby. –¿Cómo? –repuso ella. No había esperado que se declarara tan directamente y con tanta decisión. –Te amo –volvió a decir, pero con cierta vacilación, como si supiera que Abby lo había oído pero no sabía cómo decirle que no le correspondía. –No tiene sentido –susurró. –Para mi sí –le dijo Hallam con voz ronca–. Son las palabras más sinceras que he dicho nunca. Se inclinó hacia delante para besarla suavemente y sin forzarla, dándole a Abby la oportunidad de rechazarlo si quería, pero ella no lo hizo. Su declaración había sido como música para sus oídos, lo que tanto había anhelado y creído que nunca ocurriría. Sin embargo, al ver que no contestaba, Hallam pareció preocupado. –Tenía que decírtelo, Abby. No quería que pensaras mal de mí durante el resto de tu vida. Temía que creyeras que te quería hacer el amor sólo por atracción física. ¿Por qué crees que me contenía tantas veces? No podía hacerte eso, era injusto. Abby se preguntó si era el momento de decirle que también lo amaba, y decidió que no. Todavía había algunas cosas que quería saber de él antes de comprometerse. –¿Te importa si te hago algunas preguntas? –Adelante –dijo Hallam enseguida. –¿Por qué te dejó tu esposa por otro hombre? No debía de esperarse esa pregunta y se movió un poco antes de contestar.

–Ésa es una pregunta que yo mismo me he formulado muchas veces. Te aseguro que era un buen marido, Abby. No fue porque la maltratara ni nada parecido. –¿La amabas? –Sí, aunque el tiempo me ha enseñado que tal vez me casé demasiado joven, sólo tenía diecinueve años. El amor tiene distintos valores y lo que siento por ti no puede compararse a lo que sentía por Fiona –le explicó, y Abby se sintió complacida–. En parte ella tiene la culpa de lo mal que te lo he hecho pasar. También era abogada, y el tipo con el que se fue era un compañero de profesión. Muchas cosas se aclararon con aquella declaración. –¿Así que pensaste que todas las abogadas eran iguales? –Sí –contestó Hallam con ironía, y no sólo ellas, sino todas las mujeres con profesiones liberales. Pero me enamoré de ti en cuanto te vi, y no podía evitar querer tocarte. Abby sintió que su corazón cantaba de alegría… pero todavía no había terminado. –¿Y qué me dices de Vicki Duvall? ¿Qué sientes por ella? Hallam pareció sorprendido de que la mencionara. –Es una buena chica, pero eso es todo. –Se ha enamorado de ti… locamente. –Tal vez –reconoció–, pero nunca le he dado esperanzas, puedes estar segura. Y, por suerte, parece haber desviado su afecto hacia mi hijo. –¿Te molesta? –Claro que no, tienen la misma edad y podrán divertirse juntos. Además, me la quitará de encima. –¿No conocía a Greg? Hallam lo negó con la cabeza. Luego, al pasársele otra idea por la cabeza,

añadió: –¿Sabes que quiere ser gemólogo? –dijo con entusiasmo–. Tengo mucho que agradecerte, Abby. –Yo a ti también. Greg apareció de repente en la habitación. –Abby, ¿cómo estás? Mi padre me dejó una nota, pero no la había visto hasta ahora. La fiesta siguió durante horas. Venía muy preocupado. –Sobreviviré –le dijo alegremente, retirando la mano que Hallam tenía agarrada–. Sólo fue un pequeño golpe –añadió, y pensó si Vicki y él habrían tenido una fiesta particular después de la de los Duvall. Desde luego, parecía muy satisfecho de sí mismo. –No tan pequeño a juzgar por tu aspecto. ¿Qué pasó exactamente? Abby explicó cómo había resbalado sin decirle que había salido huyendo de Hallam. –Gracias a Dios, tu padre me salvó. –Vaya, me alegro, pero ¿qué te hizo subir a las rocas a esas horas de la noche, Abby? –inquirió el joven. –Necesitaba un poco de aire fresco –contestó con vacilación–. Por cierto, ¿qué tal te fue con Vicki? Parecíais muy ensimismados el uno con el otro cuando me fui. –Bien –dijo con una sonrisa de oreja a oreja–. Es toda una mujer. Voy a salir con ella esta tarde, cuando hayamos recuperado algo de sueño… si no te importa, padre. –Eres libre de hacerlo, hijo –declaró Hallam–. Disfruta de tus vacaciones. Abby sorprendió la mirada de Greg y el joven le sonrió. –Cuando entré, parecíais estar hablando de algo serio, así que creo que será

mejor que me vaya. Me alegro de que no haya sido nada grave, Abby. –Gracias –repuso ella, y lo siguió con la mirada hasta la puerta. Greg se dio la vuelta y le guiñó el ojo, y Abby supo que tenía su aprobación. Cuando se fue, sonrió a Hallam–. Es un buen chico. –Sí, y lo había subestimado. Siento haber pensado que estabas interesada en él. Debí imaginar que sólo estabas siendo simpática –comentó con una mueca de pesar–. Bueno, ¿dónde estábamos? Hallam volvió a tomarle la mano y a acariciarla mirándola fijamente a los ojos. Abby se estremeció y pensó que había llegado el momento de decirle lo que sentía. –¿Te interesaría saber que nadie había conseguido hacerme sentir así? –¿Estás tratando de decirme algo? –inquirió Hallam con el ceño levemente fruncido. Abby sonrió y lo miró con orgullo a los ojos. –Que yo también te amo, Hallam Lane. –¿De verdad? –inquirió con incredulidad, pero también con leve esperanza en la voz. –De todo corazón –le aseguró Abby–. Sin ti, la vida no tiene sentido. –¿Por qué no me lo dijiste antes? –dijo meneando la cabeza–. ¿Desde cuándo lo has sabido? –Creo que desde ayer por la tarde –confesó–. Hasta entonces pensé que era pura atracción física. Debí hacerle caso a Harriet. –¿A Harriet? ¿La abogada que defendió el caso de Greg ante el tribunal? Abby rió al ver su incredulidad. –Me dijo que me había enamorado de ti, pero yo no la creí. –Entonces es una mujer mucho más astuta que tú –le dijo con firmeza, y la

abrazó con cuidado, a causa de la herida, pero también con firmeza y posesividad. El beso fue hermoso, pero demasiado corto. Hallam se apartó bruscamente y Abby lo miró con perplejidad–. Quiero que te cases conmigo, Sommers. Era una petición tan directa que no pudo evitar reírse. –Nunca podría casarme con un hombre que me llama Sommers –le aseguró con actitud remilgada. –Entonces te llamaré Abby –accedió–. Pero para mí siempre serás Sommers. Mi hermosa, encantadora y adorable Sommers, una abogada excepcional. –¿Debo tomarlo como una petición de mano? –inquirió, radiante de felicidad sólo de pensar en la idea de casarse con aquel hombre al que amaba sin reservas. –Al cuerno con las peticiones –contestó–. Te casarás conmigo, mujer, que no te quepa ninguna duda. No voy a dejarte escapar. Aquél fue el turno de Abby de besarlo. Alzó el rostro con decisión, apretándose contra él, declarando su amor de la mejor manera que sabía. Hasta había desaparecido el dolor de cabeza. –Debo de ser el hombre más dichoso del mundo –dijo con voz entrecortada. –Y yo la mujer más dichosa. –Ya verás cuando se lo diga a Greg. Se sorprenderá mucho. –No sé por qué, pero creo que ya lo sabe –murmuró Abby–. Es mucho más perspicaz de lo que piensas. ¿Tú crees que nos dirán algo si te metes en la cama conmigo? –¡Sommers! –¿Sí? –Te adoro, pero esperemos a estar casados –le dijo. Abby levantó las cejas, preguntándose cómo iban a contenerse durante tanto tiempo, pero antes de que pudiera decir nada, Hallam continuó–. Nos casaremos lo antes posible, solicitaré

un permiso especial. Iré ahora mismo a organizarlo todo. Tú quédate aquí, cariño, y descansa. Se levantó de la cama y cruzó la habitación en dos zancadas. Al llegar a la puerta, se volvió. –Mi adorable y bella Sommers, te amo. –Y yo a ti –le dijo Abby, deslizándose entre las sábanas. Cerró los ojos. Era feliz, plenamente feliz. Y en poco tiempo lo sería aún más, cuando se convirtiera en la señora de Hallam Lane. Qué bien sonaba. Y sabía sin ninguna sombra de duda que Hallam era el hombre de su vida.

Si te ha gustado este libro, también te gustará esta apasionante historia que te atrapará desde la primera hasta la última página.

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