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Ratones Blancos

Miguel Fuentes García

Ratones Blancos Miguel Fuentes García

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© Miguel Fuentes García, 2021

Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

www.universodeletras.com

Primera edición: 2021

ISBN: 9788418675447 ISBN eBook:

Muriendo cada uno en la vida del otro. Viviendo cada uno en la muerte del otro. Girando siempre una rotación dentro de otra.

Heráclito Barcelona, 27 de junio (EFE).- Una mujer de 34 años fue hallada muerta ayer tarde en su domicilio del barrio de Horta, según ha informado el servicio del 112; el cadáver fue hallado por una vecina del inmueble que dio aviso a emergencias que, a su vez, ha alertado a los mossos de escuadra. El cadáver que no presentaba aparentemente signos de violencia se encontraba desnudo y en posición decúbito supino en la cama del dormitorio. Esperamos que las pruebas de la autopsia y las investigaciones policiales arrojen luz sobre este luctuoso suceso.

1

Cástulo del Valle, sí, ese soy yo ¿A que el nombrecito se las trae? Pues tiene su historia, sí, una historia entre cómica y absurda, historia que ahora no me apetece contar. El hecho tiene su intríngulis, y lo que pareció en un principio ser un capricho sin sentido de mi padrino, luego resultó ser una sorprendente realidad. Que ellos -ellos son mi padrino y mi padre- nunca llegaron a conocer, y que a mí me desconcertó. Si es que tenían cada idea, que ya les valía. Estoy en la cafetería del hospital. Es una clínica privada en la zona alta de Barcelona, un edificio de seis plantas, de construcción moderna, todo blanco. Grandes ventanales, rodeado de jardines de verde césped, setos de romero y árboles, pinos en su mayoría, algún chopo y una mimbre llorona con ramas que cuelgan hasta el suelo. Han puesto unos pedruscos enormes, aquí y allá, a modo de jardín Zen japonés, dicen que relaja mucho, pues vale, no soy yo quien, para poner en duda lo que dicen los que entienden de estas cosas. Los que no tenemos ni idea de jardinería, mejor hacer mutis, aunque creo yo que quien venga con un cólico nefrítico no se va a fijar mucho en las piedras, precisamente en estos casos las piedras, mejor ni mentarlas. Inmerso en mis cuestiones, aquí, sentado a la mesa que hay próxima al ventanal. He pedido en la barra un café con leche y una tostada con aceite de oliva, me gusta más el aceite que la mantequilla, a veces, Manolo, el camarero, le pone unas lonchitas de jamón serrano. —Así está mejor ¿no? doctor — dice cuando deposita el plato en la mesa. —Gracias, Manolo. Siempre que está libre esta mesa, me siento en una de las sillas de plástico que con otras tres conforman el mobiliario que la rodean, la mesa está situada cerca del ventanal y orientada hacia la puerta de entrada. A través del Cristal se pueden ver los árboles de la calle, mayormente olmos negrillos, y algún arce, ver la gente que pasa por la calle distrae y me sacan de mis preocupaciones laborales, los veo como se acercan, pasan y se alejan, ya no volveré a verlos jamás, aunque algunos son habituales, y cada día pasan a la misma hora, más o menos. Sin

embargo nunca sabré sus nombres, ni lo más mínimo acerca de su vidas. Son sólo imágenes que pasan. Un caleidoscopio humano, mirándolos me apartan de la rutina, y me abstraen de quirófanos y pacientes, con sus dolencias e historias personales. Así que aquí estoy, con mi café con leche que me ha preparado la Tata, la mujer de Manolo, la tostada, el aceite de oliva y la sal, además del aceite, siempre la pongo un poco de sal, esto un médico no debería decirlo, no está bien, me refiero a lo de ponerle sal a la tostada, es malo para la tensión, sí, puede subir la tensión y eso es cosa poco recomendable. Soy médico, ¿saben?, trabajo en esta clínica. ¿Lo había dicho antes? Ojeo el periódico de la cafetería medio distraído, en el desayuno, el periódico me hace compañía, mayormente desayuno solo. Leo de pasada, el diario cuenta cosas, noticias, que la mitad interesan poco o nada, y la otra mitad son mentira, noticias inventadas para rellenar las páginas del diario, a veces hasta leo los horóscopos, me divierte las tonterías que dicen, bobadas y generalidades, pero ayudan a matar el tiempo hueco del café y la tostada, generalmente el diario es la mejor compañía, mejor que el latoso de turno que da el coñazo. Prefiero estar solo. ¿Antisocial? Quizás. Abro las hojas del periódico. ¡Oh!, sorpresa, vaya, vaya, si no lo veo no lo creo, ¿esto qué es? Leo una nota aquí, en la página central, dice que Montse ha muerto. La nota de prensa no dice que sea Montse, vamos, que no pone su nombre y apellidos, pero yo lo sé, a pesar de no mencionar su nombre, sé muy bien que es ella, ¿Qué por qué lo es? Por lo que dice la nota ¡joder!, cierto que no dice mucho pero para mí es más que suficiente. A buen entendedor… Aparto la taza del café y el plato de la tostada a un lado, hago sitio en la mesa para extender mejor el diario, que no es necesario, porque la nota es escueta y apenas ocupa espacio. Leo y releo la noticia, pero, por mucho que lea el mensaje dice lo mismo, que no es gran cosa, una breve nota de prensa, en una de las páginas centrales, sin explicitar ni añadir motivo alguno sobre cómo Montse ha fallecido. La nota dice que “no presentaba signos de violencia”. Claro que esperaban, ¿un baño de sangre? Pues no, eso sería fácil de investigar, pero sucedió sin sangre, sin ensañamiento, sin crueldad… no hubo nada de eso. ¿Entonces qué es? Es algo mucho más enrevesado. ¿Muerte natural? Quizás. ¿Es esto noticia? ¿Un asesinato? No, no dice nada de asesinato. ¿Entonces, es esto de interés como para que sea noticia de periódico?

Yo no lo veo. ¿Interés, para quién? ¿Para la policía? Quizás ahí esté la finalidad de la noticia, a ver si alguien que sepa algo se descubre y aporta alguna pista. Se delata o bien denuncia y revela a ese supuesto autor del hecho, vamos a ver, ¿de qué hecho? No habíamos quedado que no presentaba signos de violencia. También es verdad que se puede matar a alguien sin violencia. Hay maneras, con veneno, por ejemplo, un veneno con el que no sufra, se duerme plácidamente y no vuelve a despertar. Aquí lo que pasa es que por ahora no tienen autor, homicida o asesino, y hasta que la policía no esté absolutamente segura que no haya nadie a quien inculpar, detener y poner a disposición judicial, mientras tanto tienen que utilizar todas las argucias que tengan a mano, y el diario es un medio tan válido como otro cualquiera.

2

Día 23 de junio, víspera de San Juan, y esta noche es noche de verbena, la verbena de San Juan. ¿Qué ya lo saben? Claro, claro, lo sabe todo dios. Esta es la noche más grande del año, la más festiva, la más estruendosa, con petardos, cohetes y pólvora por doquier, es la más corta en horas, pero bien, muy bien aprovechada. La del fuego purificador, el fuego donde quemar lo malo del año anterior, lo inútil, lo inservible, la noche del solsticio de verano. Se considera la noche del amor. Los cuerpos ligeros de ropa por el calor, el cava que corre a raudales, la abundancia de comida, la música, el ruido, el baile… estos ingredientes hacen que la libido exude por los poros y la lujuria se haga dueña de la noche. La geografía del país cuenta con innumerables leyendas; raro es el pueblo, villa o aldea que no tenga cuentos de brujas o aparecidos, tradiciones mágicas, un buen número giran en torno a una dama que se aparece con un peine en la mano acicalándose una larga cabellera que, tras encontrarse con un caminante, pastor o lugareño, desaparecía. En las plazas de muchas ciudades se hacen hogueras con mueble viejos, las playas relucen con el fuego, también saltan sobre las hogueras, tiran ruidosos petardos, cohetes con colores, fuentes luminosas, y tracas atronadoras; las gentes comen, beben y con el calor y las copas de cava, el ardor, pues… eso, que la vida son dos días. El día ha amanecido soleado con algunas nubes que van desapareciendo; será un día caluroso y una noche jaranera. Aunque no creáis que me apetece mucho, pero me he comprometido con Montse para cenar esta noche, para celebrar la verbena, por lo tanto tengo que prepararme y pensar en todos los movimientos preparatorios. No puedo dejar ningún cabo suelto, no puedo descuidar los detalles, por si pasa algo, por no dejar pruebas inculpatorias. Lo primero que tengo que pensar será qué ropa me pongo. Si desaparezco como Frank, mi ropa y los objetos que lleve quedarán en casa de Montse, aunque difícilmente me pueden relacionar con el doctor Del Valle. No van a poder vincular, de ninguna de las maneras posibles, el escenario que quedará después

de la verbena con el doctor Cástulo del Valle. Lo que me gustaría es que la policía pensase que Montse ha cenado con su nuevo noviete y, después de cenar y echar un polvo, éste se marchó, a Montse le dio un infarto y se quedó fiambre. Así que aquí paz y después, vaya usted a saber. Que con las pruebas que tenga la policía del lugar de los hechos es lo que van a pensar. No cabe otra posibilidad, no van a elucubrar ni especular otra alternativa. Esto, claro, en el caso que se produzca el efecto de la ratona. Decido ponerme, pantalón blanco de lino, y camisa igualmente blanca de lino, de la marca Polo Ralph Lauren, ropa fresquita que estamos a final de junio y hace calor, en los pies sandalias abarca, no llevaré ningún objeto ni reloj, cadena o pulsera y dinero el justo para el taxi. Luego, en casa de Montse, solo quedará la camisa y el pantalón que colgaré en una percha y colocaré dentro del armario del dormitorio, también las sandalias. Así la policía pensara que la ropa es del novio de ella. No es de extrañar que la novia tenga algo de ropa en su casa, ropa de su novio, para casos en que se quisiera cambiar o si surge algún imprevisto. Huellas quedarán por todos sitios, huellas de Frank, las mismas huellas que las del motorista; nada que ver conmigo. Si por un casual, si se llegara a descubrir que las huellas son idénticas a las de un motorista que falleció en la misma clínica donde trabajaba Montse… una posibilidad entre millones. Cómo se puede explicar que el mencionado motorista, que había fallecido un mes antes, dejara huellas por la casa. Incomprensible. ¡No podía ser! Un rompecabezas de difícil solución. Se podrían volver locos. Un muerto incinerado es totalmente imposible que resucite aunque sea para ir de verbena. Por muy noche mágica y muy lo que tú quieras ¡ostias! que los muertos no van de verbena. Suena el móvil. —Hola, Frank. Quedamos que el vino lo traes tú, ¿verdad?— me pregunta Montse por teléfono —Sí, sí, no te preocupes, ¿necesitas que lleve algo más?—contesto —No, nada más. El cava ya lo he puesto a enfriar; compré las cocas en el obrador de la esquina, que tanto te gusta; hay hielo en el congelador y yo estoy a punto de caramelo. Te espero, hasta luego, un beso—se despide. —Hasta luego, Montse.

Pensaba que tenía el mundo en mis manos, que el descubrimiento de la clonación era la panacea, y en parte lo ha sido, y tanto que lo ha sido, pero todo pro tiene su contra y hay que pagar peaje, o como yo decía: aceptar los efectos colaterales. Pero ¡joder! es un peaje muy caro, un efecto colateral excesivo. Hay que resignarse. Las cosas son como son. Esto ya no tiene vuelta atrás. Estoy pensando que no volveré a clonar un ser humano. Clonar un perro es otra cosa, es una cosa simpática, eso no me traerá ningún problema, supongo, puedo clonar a Sultán, el perro de Jaime y cuando me canse de husmear en la vida de mi amigo y de Lisa me apareo con alguna perra de los alrededores, que habrá muchas, y se acaba el problema. Ya había comprado el vino y una caja de trufas que pongo en una bolsa del Corte Ingles, por aquello de no dejar pistas, una bolsa de unos almacenes no les van a decir nada, las hay a miles. Sé que a Montse le encantan las trufas y a mí el vino. El Vega Sicilia es un vino que me gusta mucho. Son las nueve de la noche, cojo un taxi, y en quince minutos estoy en casa de Montse. Me recibe con bata de estar por casa y delantal. Un conjunto muy doméstico, pienso. —Qué guapo estás. Me encantas así, de informal—.Termino de preparar la cena y me cambio. Me da un beso en la boca, paso y cierra la puerta. —Descorcha y decanta esta botella, por favor— le digo entregándole las botellas y las trufas. —¡Trufas, me encantan!—exclamó cogiendo las botellas y las trufas. Me hace pasar al comedor. Todo está preparado, el mantel de hilo, platos, cubiertos y servilletas. Huele a flores. ¿Jazmín, quizás? Creo que habrá quemado una varilla de incienso. Un olor agradable flota en el ambiente. —¿Una cerveza mientras termino?—me dice plantándome una Voll Damm en una mano, y una copa helada en la otra. Ya casi estoy

Le iba a decir que la cerveza no se debe beber en copa helada, pero me pareció que no era el momento. Mientras tomo la cerveza miro los libros; cojo uno de Pedro Salinas, siempre me ha gustado especialmente la poesía del 27, García Lorca, Aleixandre, Pedro Salinas… abro una página al azar, y leo algo del poema La voz a ti debida, leo unos versos que parecen premonitorios. ¿Lo de la voz es una coincidencia, tal vez un presagio? Presiento que en la noche de San Juan hay algo mágico, un augurio imperceptible, una sensación que presagia sucesos indefinibles. Leo.

No pueden vivir así ya más: están al borde del morir de las sombras, que es la nada. Acude, ven, conmigo.

Un escalofrío me recorre el cuerpo y cierro el libro, que dejo en el estante. Montse, que me ha visto, pregunta. —¿Te gusta Pedro Salinas? A mí también, es uno de mis poetas favoritos. —Sí, sí me gusta mucho, en especial el poema La voz a ti debida, un largo poema al amor—contesto. Mientras Montse desaparece camino del dormitorio. “La voz a ti… sí, sí, la voz. Mortal y rosa. ¿Será casualidad lo de la voz?”, pienso. —La cena ya está lista. Voy a cambiarme, quiero ponerme presentable para la cena—anuncia Montse desde el dormitorio Termino la cerveza, enciendo las velas y espero a Montse que aparece de blanco. Vestido blanco de lino, muy fino, semitransparente, que dejan entrever o adivinar

ropa interior también blanca. ¡Qué buena está, coño! —Me he vestido a juego contigo, los dos de blanco; esta noche tan especial es como un renacer, y el blanco simboliza el renacimiento, la pureza—dice girando coqueta sobre sí, imprimiendo vuelo al vestido. —¿Nos sentamos?; un brindis por nosotros— dice Montse. Está pletórica, feliz. La cena trascurrió entre brindis, besuqueos, distendida y de tonteo, con ese aire festivo que corresponde a un día así. El entusiasmo no se puede evitar, ni se quiere. Griterío y jaleo por la calle; hay epidemia de alegría, a golpe o más bien a explosión de petardos. No me quito de la cabeza qué puede pasar y me invade una cierta tensión, un desasosiego, ¿cómo diría?, ¿fatídico?, No sé, no sé. En mi cabeza se había instalado el introito del Requisen, y sonaba con fuerza, sentía cada una de las notas, y de las voces del coro

Introtus. Primer tema, en re menor, cálido, quiere dar consuelo al difunto ante el momento supremo, trágico, entran los fagotes para remarcar el momento final, la tragedia de la muerte.

Requiem aeternam dona eis, Domine et lux perpetua luceat eis.

(soprano)

Te decet hymnus, Deus, in Sion et tibi reddetur votum in Ierusalem.

(Coro)

exaudi orationem meam, ad te omnis caro veniet.

Montse estaba feliz. Bebíamos y brindábamos por mil cosas, dábamos buena cuenta del plato de ibéricos, jamón, lomo… y de los mariscos, percebes, camarones…todo de primera, exquisito. Bailábamos algo de la música que había puesto Montse, a ritmo de salsa, se pegaba y se frotaba en mí, contra mí, que casi me sacaba brillo con tal energía y fruición, se metía mi pierna entre las suyas y se frotaba, frotaba su coño en mi rodilla. ¡Bebamos y jodamos!, gritaba. Con la copa de cava en la mano, eufórica, desbordaba alegría, otra copa de Gramona III lustros, y otro trozo de coca. Aunque ella, se puede decir, que estaba absolutamente descocada, se levantaba el vestido blanco hasta la cintura, enseñando las bragas, cogía mi mano y se la llevaba a su entrepierna por encima de las bragas; ¿te gusta? decía entre risas. Me metió mano al paquete, y nos abrazamos en un larguísimo beso, intenso, ardiente y desenfrenado. Caemos rendidos en el sofá donde continuamos enardecidos. Estábamos a punto de pasar a mayores, ¿dejamos algo para luego? le pregunto. Vale, me contesta, y volvemos a la mesa y lleno las copas de cava. El Kirie eleison, llena de sonidos neobarrocos la estancia, una doble fuga sobre un tema en re menor resuelta en perfecto equilibrio.

Kyrie eleison. Christe eleison.

Montse escribe algo en un papelito, lo dobla y lo lleva a la llama de la vela. —¿Tu no pides un deseo y quemas lo negativo que te ha pasado?— me pregunta —. Yo he pedido un deseo, pero no te lo puedo decir porque si te lo digo no se cumple —añade en tono cómplice acercando el papel a la llama de la vela que

prende rápidamente y vuelan pavesas negras sobre el cenicero donde deja el papel, casi consumido por las llamas. Imagino lo que habrá pedido, por la forma de decirlo, seguro que es algo relacionado con nosotros. Si ha puesto que quiere pasar el resto de su vida conmigo o que estemos juntos hasta la muerte no sabe ella que es casi seguro, que se cumplirá su deseo. La imito con un papelito doblado; solo he escrito gracias. Arde sobre el cenicero y se extingue en un abrir y cerrar de ojos. Nos abrazamos, nos besamos y de la mano me lleva al dormitorio donde ha puesto un montón de velitas que hacen que la estancia tenga una atmósfera especialmente romántica. Abrazados, nos desvestimos con dificultad, entre beso y beso, a trompicones. Montse se ha desnudado en un santiamén y yo, que tenía intención de doblar y guardar la ropa, la dejo tirada en el suelo. De pie, los dos en pelotas, me la coge, la mueve y la cosa en un momento está lista para el combate, en toda su envergadura, se arrodilla y con delicadeza, lame, chupa y succiona, le cojo la cara, me mira con la polla en la boca y su cara se transfigura, siempre le pasa, el sexo la transfigura, y la hace aún más hermosa.

La música sigue dentro de mí con más fuerza

Dies irae solvet saeclum in favilla, teste David cum Sibylla. Quantus tremor est futurus quando iudex est venturu cuncta stricte Acaba el Dies Irae; terrorífico, y empiezan las notas de la Tuba mirum que aporta cierta paz con un solo de trombón de sereno lirismo.

(bajo)

Tuba mirum spargens sonum per sepulcra regionum coget omnes ante thronum. (tenor) Mors stupebit et natura cum resurget creatura judicanti responsura. Liber scriptus proferetur in quo totum continetur unde mundus iudicetur.

(contralto)

Iudex ergo cum sedebit quidquid latet apparebit, nil inultum remanebit.

(soprano y cuarteto)

Quid sum miser tum dicturus? Quem pratonum rogaturus, cum vix iustus sit securus?

Rex tremendae majestattis, es una súplica, un grito, una plegaria suplicante de angustia y desesperanza, ya en el Confutátis, aunque llega un poco de serenidad, hay una evocación a las llamas del infierno

Rex tremendae majestatis qui salvandos salvas gratis, salva me fons pietatis!

Montse se tumba en la cama y yo sobre ella. Las manos se multiplican, las bocas besan y muerden con pasión, ensalivados y sudados en una escaramuza de medida y delicada violencia. Ella espera la penetración con ansiedad como la culminación a sus deseos, lo ha estado esperando desde hace demasiado tiempo,

casi desde que nos conocimos que, aunque no hace mucho, es como si llevaremos años por la intensidad de la relación. Tras los juegos previos llega el momento de la verdad, la estocada, la suerte suprema. Juego un poco al engaño, la penetro un momento y la saco rápido, para crear ansiedad, es un divertimento perverso, ella está deseosa de la estocada final. De que entre a matar. Lo de entrar a matar, quizás sobra.

Confutatis maledictis, flammis acribus addictis, voca me cum benedictis. Oro supplex et acclinis, cor contritum quasi cinis, gere curam meiun Dolor y desolación en el Lacrimosa. Cuenta la leyenda que en el octavo compás Mozart murió.

Lacrimosa dies illa qua resurget ex favilla iudicandus homo reus.

Pie Iesu, Domine, dona eis requiem. Amen.

La penetro, y Montse lanza un gritito de placer. Ahora está feliz. Cumplidos sus deseos, quiere mantenerme dentro y me aprieta con fuerza, me dice que no me mueva, que me quede quieto dentro, que ella se moverá; me quedo quieto pero con toda la polla dentro de su coño, fundidos uno con otra; poco a poco noto unas suaves contracciones de su vagina que me presiona la polla en un suave masaje. Mientras ella me sonríe con traviesa picardía su rostro ha sufrido la metamorfosis del amor trasmutado, ¡está bellísima! Es una sensación increíble: los dos estamos inmóviles, pero ¡me la está chupando con el coño! —¿Qué es esto?— exclamo fascinado —Esto es la pinza birmana— me pregunta acelerando el ritmo de las contracciones— ¿Te gusta?

—¿Que si me gusta? ¡Estás de broma! Me pone a cien, me vuelve loco, es el paraíso. Los dos cuerpos totalmente fusionados retrasando el momento cumbre, alargando el tiempo de placer, el delirio que va llegando, gime y se revuelve enloquecida, grita, y gime, y grita… va encadenando orgasmos uno detrás de otro, Me vas a matar, grita más, más, más. Está insaciable. Yo retraso mi orgasmo todo lo que puedo, miro las velas y pienso: “velas para nuestro velatorio”. —¡Me matas!, ¡me muero, me muero!—gritaba multiorgásmica. Insistía en que se moría, una y otra y otra y otra… en la séptima muerte dejé de contar. Quedó exhausta, y no era para menos. Finalmente, un grito ahogado. —¡Que me corro!, ¡que me voooy!,Y te fuiste. Te fuiste para siempre. Tánatos y Eros, placer y muerte, sexo y tránsito unidos por los siglos de los siglos. Amén. Transfigurada y encantada se queda laxa, la cara relajada y una leve sonrisa. En ese momento yo me acabo, me corro. Desconecto y me esfumo, me desintegro.

Esta corporeidad mortal y rosa donde el amor inventa su infinito

Pedro Salinas

Domine Jesu Christi, un enfrentamiento entre sonoridades infernales y celestiales, algo que ya se había apuntado en el Confutatis, y la magistral fuga final en el Hostias.

Domine Iesu Christe, gloriae, libera animas omnium fidelium defunctorum de poenis inferni et de profundo lacu. Libera eas de ore leonis, ne absorbeat eas tartarus, ne cadant in obscurum, (cuarteto) sed signifer sanctus Michael repraesentet eas in lucem sanctam, (coro) quam olim Abrahae promisisti et semini Hostias et preces (coro) Hostias et preces tibi, Domine, laudis offerimus. Tu suscipe pro animabus illis. quarum hodie memoriam facimus. Fac eas, Domine, de morte transire ad vitam, quam olim Abrahae promisisti et semini eiuSanctus, sanc sanctus Dominus Deus sabaoth. Pleni sunt coeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis.enedictus (cuarteto) Benedictus qui venit in nomine Domini. (coro) Hosanna in excelsis.nus Dei

Agnus Dei, extraordinaria combinación de la madera en re menor y un tenso movimiento de la cuerda, pero pronto viaja al fa mayor y la calidez de los trombones “da nobis réquiem”

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi miserere nobis.

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona nobis pacem.

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona eis requiem sempiternam aeternam

El lux aeterna arranca con un gran aria para soprano que sigue con la coral, para el final la apoteosis Cum Sanctis tuis una magnifica fuga que retoma el Kyrie. Termina la misa para difuntos más solemne jamás escrita

Lux aeternam luceat eis, Domine, cum sanctis tuis in aeternum, quia pius es. Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis, cum sanctis tuis in aeternum, quia pius es

Dormida en el sueño de los justos, sin apariencia de cadáver, con esa transfiguración que tanto me gustaba, con una sonrisa ¿Gioconda? que parecía que estuvieras soñando el más placentero de los sueños, como encantada. Que dios te tenga en su gloria. Dios o lo que sea, es lo que se dice en estas ocasiones, y aunque sea ateo no cuesta nada decir dios, fuerza, ente, ser… algo tiene que haber porque la materia no se destruye sino que se transforma; esto me da cierta tranquilidad, tu materia no muere, se trasforma, y hasta es posible que vagues transformada por otra dimensión, como la encantada errante, por la eternidad, asustando a pastores y labriegos. Visto así, tu muerte es menos muerte y el “asesinato”, si quisiéramos darle tal nominación, sería “menos asesinato”. ¿Es esto un asesinato? Pregunto Yo también me fui, me corrí y me desvanecí, desaparecí sin dejar rastro. Esto, yo

era consciente que podía pasar, es más, estaba casi, casi seguro que pasaría. ¡Joder! yo también he muerto un poco ¿no? Solo te dejé un poco de semen, de recuerdo, que además exculparía a tu novio, y de paso confundiría a la policía. Noche mágica: nit de Sant Joan, hogueras y petardos, revetllas (verbenas), toda Barcelona ardía entre la música de los terrados, las calles engalanadas de farolillos, el estruendoso petardeo de la chiquillería (y no chiquillería), cohetes anárquicos y tracas ensordecedoras. Noche de San Juan, considerada como la noche del amor, del ruido y la pólvora. Fue nuestra noche de amor, y nos consumió la hoguera de la pasión. Como en la obra de teatro de Byron, Sardanápalo, en esta obra de teatro el rey Asirio Sardanápalo tras perder la última batalla contra sus enemigos muere con su amante Myrrha en una pira que manda construir alrededor de su trono. Ha vuelto a pasar, ha pasado lo mismo que pasó con la ratona. Estoy tomando un té verde japonés, aquí en casa, he tenido una noche muy intensa con Montse, que se ha ido, se ha ido del todo y feliz. Me hallo en un extraño estado de relajada excitación, culpable y satisfecho, veo la muerte con otra perspectiva. Todas las muertes no son iguales, nada que ver con las muertes que se producen en el hospital, o con muertes violentas. No sé explicarlo, pero me siento bien, como si hubiese hecho una buena obra y cerrado un paréntesis ¿Qué era necesario cerrar? No lo sé, pero está cerrado para siempre. La leche ordeñada, no puede volver a la ubre.

Comunio

Lux aeternam luceat eis, Domine, cum sanctis tuis in aeternum, quia pius es. Requiem aeternam dona eis, Domine,

et lux perpetua luceat eis, cum sanctis tuis in aeternum, quia pius es.

3

Andaba yo con mis elucubraciones, con estos rollos mentales y estrujándome las meninges, cuando vi entrar, -lo vi entrar porque tenía la mesa mirando hacia la puerta y se veía a todo el que entraba y salía- pues eso, que vi entrar a un hombre, sin nada destacable en su porte o que llamara la atención, de mediana edad, andaría ya por la cincuentena, tenía pinta de policía, y no me pregunten por qué me dio en la nariz que era policía, no sabría decir el motivo, barrunté que el tipo era un inspector de policía. Tenía un cierto aire de despistado, miraba como si buscara a alguien, o solo miraba al personal. El tipo se dirigió a la barra de la cafetería, habló con Manolo el camarero que, con gestos, indicaba la mesa donde yo estaba, sé que estaban hablando de mí, ¡joder! estaba claro, las miraditas, el cuchicheo. Pues vale, no me preocupaba ni lo más mínimo que hicieran algún comentario, si el poli quería algo, aquí estoy. El recién llegado se encamino hasta mi mesa.. —¿Doctor Del Valle? Soy el inspector Melero. —Cástulo Del Valle—me presento, levanto la mirada y sonrío sin afecto. El tal Melero no tiene acento catalán, más bien un cierto deje gallego; parece un hombre ordinario, metro setenta, delgado, cincuentón, con entradas pronunciadas, barba de una semana, pantalones tejanos, camisa de cuadros de manga corta mal planchada (seguro que es soltero o separado, y lo de planchar no lo lleva muy bien), porte vulgar, nada relevante. Pues sí, lo había adivinado, tiene pinta de policía y es policía corriente y moliente. Si antes lo pienso antes viene y, por cierto, me viene que ni pintado, así que se va a enterar este quien es Cástulo del Valle. Ya le tengo ganas por la tontería del periódico, a quien se le ocurre semejante memez. —Le he preguntado al camarero, si había algún medico en la sala y me ha indicado que usted es médico ¿cierto? —Cástulo del Valle— repito manteniendo la sonrisa de compromiso—y, sí, soy médico. ¿Dígame inspector Melero?— añado con cierta sorna.

—¿Puedo sentarme?— dijo por pura cortesía, sentándose antes de terminar la frase y señalando el periódico. —¿Ha leído la noticia, no? —Siéntese por favor —. Digo con socarronería ya que se ha sentado antes de preguntar— Claro que sí, sí la he leído, yo y todo el hospital. Nos ha sorprendido la noticia, algo así, tan inesperado, nos deja desconcertados, por lo imprevisto, es un choque repentino, un shock lamentable, y poco a poco nos vamos haciendo a la idea. —El diario no dice el nombre de la infortunada, pero desde primera hora, ya corría de boca en boca el nombre de Montse, parece ser que alguien, ya sabía de la muerte de nuestra compañera, antes que saliera la noticia, y cuando la hemos leído en el periódico, no ha hecho más que confirmar el rumor del suceso. ¡No puede ser! ¿Es broma? ¿Cómo, la Montse? Era la comidilla que circulaba por el hospital. Andaba el personal revuelto, yo no sabía que pasaba, soy un poco despistado y a veces no me entero de la misa la media. Luego el periódico me dio la información, nadie esperaba, ni remotamente algo así, ella tan joven y tan sana, tan lozana. El 23 estuvo trabajando, normal, como siempre, incluso se notaba más contenta, más dicharachera de lo habitual, se acercaba la verbena, y tendría planes para una noche verbenera, ¡coño! la verbena es la verbena y todo el mundo tenía planes de fiesta para esa noche. Ya sabe usted la que se lía la noche se San Juan. Lo cierto es que todos lamentamos la perdida de Montse—dije sin mayor énfasis. —Una chica en la flor de la vida. Es una pena—dice el inspector con una frase hecha, de indolente resignación. —El periódico dice que murió de muerte natural, no entiendo, inspector, ni el interés periodístico ni el de la policía por la gente que muere de forma natural y en su cama, ¿quizás muerte súbita? Dígame porque ahora se interesan por los que mueren de muerte, digamos, natural, pues aquí no van a dar abasto día sí, día no, tenemos algún fallecido de muerte natural— Hacia yo especial hincapié en lo de… natural—Tal vez la muerte de nuestra compañera no fue… ¿tan natural? Dice el periódico: El cadáver no presentaba aparentemente signos de violencia. ¿Es posible que no hubiera violencia y que muriera de forma no natural? Esto

también es chocante, una noticia, de una muerta sin aparentes signos de violencia ¿qué cosa más rara no?, y me sorprende su presencia aquí investigando una muerte no violenta, ¿no natural? ¿Envenenada? Así que con estos mimbres el cesto que hacemos es que la muerte pudo ser de todo menos natural. No me encaja, no me encaja está investigación tan poco lógica, ustedes sabrán. Doctores tiene la iglesia ¿verdad? —Verá usted, siempre que hay una muerte, así, de repente, sin un motivo aparente, violenta o no, sin nada que explique lo que pasó, intentamos averiguar que sucedió, investigamos las causas y si han sido naturales, como parece ser que fue este caso, cerramos el expediente. Digamos que es pura rutina —dice el inspector acercándose a mí a modo de confidencia, y poco creíble. El policía decía estas cosas, sin afectación, monótonas, -pura rutina-. Era la muletilla que repetía el inspector con frecuencia. —Y, en este caso ¿ha llegado a alguna conclusión?— pregunté para ver por donde andaban y que habían hilvanado de momento —. Sin duda la autopsia dirá si hubo veneno o alguna sustancia letal, que haya influido en la muerte de nuestra compañera. —Es pronto para deducir y conjeturar, no existe aún ninguna hipótesis, estamos recogiendo indicios, opiniones de las personas que la conocían; es por eso que estoy aquí. Datos de la escena donde apareció el cadáver, y ahí es donde hay una pieza que se sale del puzle, aunque intentaremos encajarla, además los informes del forense nos van a ser útiles, yo diría que en este caso pueden ser decisivos, o no, ya veremos. —Usted la conocía ¿verdad? ¡Claro!—continúa Melero con su reflexión—. Trabajaban juntos, qué tonterías digo ¿Sabe si tenía alguna dolencia, si le afectaba alguna enfermedad o bien seguía algún tratamiento?… Todo apunta a que fue una muerte sin agresión, quizás un infarto; la muerte súbita es lo más probable —reitera el inspector volviendo a la postura anterior y apoyando la espalda sobre el respaldo de la silla de plástico. Y continúa. —En la escena que nos encontramos no había el menor indicio de violencia todo estaba en orden, bueno, en relativo orden —dice el inspector. —Hombre, usted dirá. Claro que la conocía. No la trataba mucho, trabajábamos los dos aquí, en este hospital, desde hacía años; yo no sabía que padeciera

dolencia, mal ni enfermedad alguna—.Le aclaro—Yo apenas tenía relación con ella, me temo que no le voy a ser de mucha ayuda, no conocía datos sobre su vida. —¿Quiere tomar algo, un café, un té o alguna otra cosa? Sí, conocía a Montse desde que empezó a trabajar aquí, en la recepción, pero nunca tuvimos ninguna relación fuera de lo puramente profesional. Y no se crea, que no me hubiese gustado—, dije con cierta malicia y medio en broma— pero yo no entraba dentro de sus expectativas, de amistad me refiero eh, no piense mal.—que ustedes los polis quieren sacar agua aunque el pozo esté seco—añadí con sorna, intentando relajar el ambiente. —No, no me apetece tomar nada, de momento. Gracias. Entiéndame doctor, nuestro trabajo es recoger toda la información que nos pueda ayudar a resolver este caso, para archivarlo lo antes posible puesto que no parece que haya habido motivo para pensar en la intervención de algún tercero que hubiera motivado el fallecimiento de su compañera. Tenemos que preguntar a compañeros de trabajo, amigos, conocidos… pura rutina. Y, como Ud. dice, de donde no hay no se puede sacar—se justifica sin convicción el inspector Melero. —Me da la ligera impresión, de que no hay, pero si hay, que el caso no está tan claro, ¿o me equivoco, inspector? Es evidente que usted tampoco me va a contar a mí por dónde van los tiros, las pesquisas, quiero decir. Por mi parte poca cosa le podré aportar, algunos días no cruzábamos más de dos palabra, hola y adiós. Ella no trabajaba en mi equipo de quirófano ni me ayudaba pasando visita a los enfermos en planta, ella era de recepción, de todas formas me tiene a su disposición. —Cierto doctor, no está tan claro. Le confieso que no tenemos nada concreto, solo algunos vestigios, en la escena del caso que nos ocupa, que no cuadran; como ya le decía, que no son lógicos. Creo que nos enfrentamos, y se lo digo en confianza, a un caso complicado de resolver, a pesar de lo simple que parece. No hay nada, ni el menor indicio que nos aporte datos de lo que pudo pasar. A ver que nos dice la autopsia. Aunque, por lo que me han adelantado, no parece ser que nos vaya a aportar algo importante o significativo. Me ha comentado el forense que no hay restos de veneno y nada que nos ayude u oriente en la investigación, Fíjese, aparentemente todo lógico, sin violencia, ni signos que indiquen nada extraño: una cena de san Juan con alguien, con un novio, un amigo, un amante, hicieron el amor después de la cena, cosa habitual en una

noche festiva. Quizás demasiado normal. Mi olfato de tantos años dedicado al oficio me dice que algo no está…— dejó colgada la frase y miraba hacia al techo de la cafetería, pensativo. —No está…— intentaba buscar la salida y repitió la frase, sin finalizar, moviendo la cabeza, buscando el final de lo que intentaba decir, que no encontró. “Parece que está perdido, no atina ni a terminar la frase, o quizás quiere que yo se la acabe. Pues mira, igual la acabo y le digo: si está, y tanto que está, clarito como el agua. O a lo mejor le complico la vida, a lo mejor o a lo peor, eso ya será cosa suya y depende como se lo tome”. Pienso. —Inspector, parece que va a tener que hacer un esfuerzo extra para encajar las piezas de este puzle, a no ser que…— le dejo la frase a medias con intención. El policía pone ojitos interrogantes, —¿A no ser que…? ¿Qué?, ¿Qué es lo que puede ser?—dice el inspector. Miro al policía y creo que he dado en el clavo; se está rompiendo la cabeza, —A no ser que… que no le ponga tanto empeño a esta cuestión —continuo —. Quizás otro policía, menos sagaz que usted, hubiera dado carpetazo al caso y no se complicaría la vida. Muerte súbita y tema zanjado. Haga lo mismo, seguro que no le pagan tanto como para que se deje la piel en casos tan difíciles. Lo mejor será que, si no hay indicios de asesinato, si todo parce tan, tan de muerte natural, déjelo, olvídelo y no se enrede, igual no merece la pena. A propósito, ¿fue suya la idea, de publicar la noticia en el periódico? —No, fue idea del comisario. Pensó que, quizás si alguien había participado, por ejemplo, cenando con la víctima o había tenido algo que ver, podría delatarse. A mí no me pareció ni bien ni mal. A lo que me decía de dar carpetazo, de momento, no es mi idea, no podría dormir pensando que hay algún cabo suelto, un caso cerrado en falso, que si hay alguien culpable se vaya de rositas. Soy así de puñetero.

4

Sí, es cierto, tan cierto como que sale el sol cada día, que Montse y yo estuvimos juntos, cenando y celebrando la noche de San Juan, una velada verbenera, para nosotros sin petardos ni cohetes, cálida como corresponde a finales de junio y lo pasamos de puta madre. ¡Completita, si señor!, Buena comida, buena bebida y sexo, también bueno pero… con desafortunado final, y pasó lo que pasó, que no fue lo mejor, no. La muerte era más o menos ¿irremediable?, no era del todo seguro, eran muchas las posibilidades, sí muchas. ¿Morir por un polvo? Pero no es eso, no es tan simple. Claro que ha sido muy jodido; morir siempre es jodido sea como sea, ya sea una muerte placentera o traumática. La muerte, si es agradable, pues mejor que mejor, ya quisiéramos muchísimos; peor es que te parta un rayo o que te caiga un piano encima ¿no?, por decir alguna tontería. Frivolidad aparte, morir tras una buena corrida, después de un orgasmo, en el que has muerto de placer, y de lo otro, has expirado feliz, ¡joder! ¿Puede existir mejor muerte? Yo no la conozco, y yo me apunto a este final. Aquí en el hospital vemos muertes lamentables, con el moribundo lleno de tubos, que mantienen una vida artificial, con cuidados paliativos, un desahuciado sin apenas capacidad cognitiva y en un trance doloroso ¿tiene sentido fallecer así?, no, qué coño, qué sentido va a tener, ningún sentido, y puestos a elegir, creo que está claro. En la primera planta de la clínica está la cafetería, es amplia y funcional, no tiene nada relevante; entrando, a la izquierda, la barra con taburetes, y a la derecha un espacio amplio con mesas y sillas de plástico, con mensajes de bebidas que promocionan el mobiliario, amplios ventanales a la calle hacen de la cafetería un sitio luminoso. Es la hora del desayuno, una hora muy concurrida, un cierto jaleo de entrar y salir de gentes, un ir y venir, con prisas: hay poco tiempo para tomar algún café, infusión o zumo y alguna pasta, bollo o tostada, para reponer fuerzas. Manolo vocea: ¡café con leche! ¡Un cortado! ¡Tostada! ¿Aceite o mantequilla? La Tata maneja la máquina del café con habilidad y diligencia, la Paqui, de aquí para allá, pone cafés y lo que se tercie. La Paqui —

es la hija de Manolo y de la Tata—es pequeñita y muy nerviosa, no para tras la barra, aunque no haya clientes, siempre está haciendo algo, friega vasos, limpia la barra, ordena estanterías… De su físico destacan sus enormes ojos grises en una cara pequeña, de suaves facciones; su pelo castaño claro siempre lo lleva recogido, a veces en una cola y otras en una trenza, aunque no muy largo, le cae por debajo de los hombros. Graciosa y pizpireta, pero siempre solícita y servicial, se maneja con soltura a la hora en la que la cafetería es un follón de batas blancas, verdes y azules, una policromía de profesionales hambrientos e impacientes. Un trajín de personal diverso, mesas con médicos, enfermeras/os y familiares de enfermos que desayunan y parlotean de sus trabajos, problemas y demás. Una olla de grillos que apenas dura una hora; después calma chicha. Me incliné sobre el diario en el que había leído la noticia. Releo otra vez, de pasada, la nota de prensa ¿Por qué coño leo otra vez la nota si ya me la sé de memoria? Por más que la lea no va a cambiar nada, ya está impresa, y así se va a quedar ad eternum. ¡Bah!, pienso, y doblé las páginas de papel impreso con olor a tinta; lo que se hizo, bien o mal, hecho está, y ni dios lo puede cambiar, y yo ni soy un asesino ni nada que se le parezca. Asesino…, homicida circunstancial…, mejor “asesino” entre comillas, ni comillas ni ostias, aunque suene mejor, mejor homicidio involuntario o circunstancial. Involuntario si existe pero circunstancial ¿no se?, al fin y al cabo es prácticamente lo mismo. Lo de involuntario chirría un poco, decididamente circunstancial, me gusta más, es como decir: lo hice sin querer, o como si dijéramos, sin mala intención, que es lo que realmente fue, porque la intención no era mala, y creo que la no intencionalidad debe ser un atenuante. ¿Atenuante, agravante? Ahora mejor es que dejemos la verborrea legalista, ya me contarás lo que eso importa ahora. No tuve la intención de matar a Montse, ya lo hemos visto ¿ no?, pero, joder, es que una cosa llevaba a la otra, y había un condicionante queno se podía separar, por eso ahora nos vemos en esta tesitura, con Montse muerta, y sí fue premeditado o no, pues sí que lo fue, habíamos quedado, ¿no? Con nocturnidad, sí, coño, fue la verbena y las verbenas, que yo sepa, son de noche, hacia días que lo teníamos planeado para cenar esa noche verbenera. Eso son agravantes ¿no? Agravantes, atenuantes, la cháchara de los letrados para ellos se queda. Mejor será pasar de legalismos jurídicos que no me gustan nada, pero que nada. Esa charlatanería la utilizan para entenderla solo ellos, y dárselas de listos; pues conozco yo a más de un leguleyo que padece cretinismo agudo.

Nunca en mi vida he tenido intención de matar a nadie, ¡joder! Quién no ha dicho alguna vez: ¡cabrón, cabrón que te mato! Gritas en alguna acalorada discusión, pero esas no son ganas de verdad, no de las de matar, matar, eso es el fruto de un altercado o pelea; aunque a veces con la sangre caliente, no sé yo. Soy médico, yo curo a la gente ¡coño!, salvo vidas, opero un cáncer, una hernia, una perforación de estómago… un grano en el culo, lo que haga falta, y alguien jodido, sentenciado a muerte, a una vida de mierda, o a sentarse con dificultad, a más corto o a más largo plazo vuelve a tener la esperanza y la ilusión de vivir, de vivir algo mejor. Qué mes podem demanar. Pero mira por donde, una chica, ¡un pedazo de tía!, porque buena estaba a rabiar, joven, sana y plena de vida, de pronto fallece, ¿qué putada no? Sí, sí Que se li va ha fer. Los médicos somos útiles, útiles a la sociedad y eso tiene su importancia, y tan, y tan, que te importancia. Las persona tenemos que ser útiles, nacemos para ser útiles, joder, como los animales, las plantas y las cosas, ¡todos!, si no eres útil no tienes sitio, eres un estorbo, un trasto, un parasito y si desapareces, pues a la mierda, nadie te va a echar en falta. En el futuro, cuando dejemos de ser útiles, seremos sustituidos por las maquinas, sí, por los robots y la inteligencia artificial. Cuando ya no seamos útiles seremos animales en extinción. Los animales que habían sido útiles, como los borricos, van desapareciendo, sustituidos por maquinaria. Antes se veían por la calles de los pueblos, con sus serones cargados, en los campos tirando del arado, en las eras, trillando o sacando agua de la noria; ahora, si los quieres ver, tienes que ir a un santuario. Ya veo yo el futuro, sí, cuando la inteligencia artificial y los robots lo hagan todo, nosotros al santuario, sí, como los borricos.

5

El inspector parecía un buen tipo. Un tanto puntilloso en esto de perseguir a los malos, minucioso en las investigaciones que le asignaban, ¡un tocacojones! Seguro que había sido buen marido, y un padre comprensivo y tolerante; puedo equivocarme, claro, esto son imaginaciones mías. No le había preguntado por su estado civil, no era el momento, aunque juraría que vivía solo, la camisa lo delataba, quiero decir el planchado de la camisa, no parecía hecho por alguien con cierta práctica. Dejemos el atuendo del policía, ahora estábamos con el asunto de Montse, y no venía a cuento preguntarle por la familia, no encajaba en la conversación. —Inspector, me parece buena gente, sí. Usted me ha caído bien, y como le veo devanarse los sesos en este caso me gustaría ayudarle: no merece la pena, de verdad se lo digo, todo es más fácil de lo que parece, o también puede ser muy complejo, depende como se mire. De lo que puede estar seguro es que es totalmente atípico, sí, sí, vamos, lo que se dice un perro verde. Sea lo que sea, lo que sí que es, es algo totalmente diferente a los casos que normalmente usted lleva, a los que se enfrenta a diario, olvídelo. Porque, además, este caso no lo va a poder resolver nunca. Entonces ¿para qué va a quemar energías gratuitamente? —en mi pregunta había una afirmación de total rotundidad —más vale un culpable en libertad que un inocente en la cárcel. ¿No cree usted? —añadí. —Eso dice la formula Blackstone: es mejor que diez culpables escapen a que un inocente sufra y, aunque Bismark dijera todo lo contrario, yo estoy más del lado de Blackstone. Pero…, no le sigo doctor del Valle. ¿Cómo puede afirmar que no voy a resolver nunca este caso? — pregunta el inspector algo confuso. —Verá usted, inspector, es difícil de explicar, sobre todo cuando no se puede contar la totalidad del asunto. Todos, y seguro que usted también, llevamos en nuestro interior secretos inconfesables, algunos por vergüenza y otros porque socialmente no son convenientes divulgarlos y, algunos otros, porque son o rayan la ilegalidad. Serían esos hechos herméticos que guardamos con celo. Hechos que no revelaríamos así que nos maten, aunque nos fuera la vida. Esos secretos, que ni con tortura confesaríamos, forman parte de nuestro fuero interno y morirán con nosotros, nos los llevaremos al otro mundo.

“Es bien cierto que el inspector no podrá resolver este caso nunca, jamás. Ni tiene, ni tendrá la llave que pueda abrir este enigma. Por otra parte me pregunto ¿puedo confiar en el señor Melero y revelarle parte de un secreto? o su celo policial estará por encima de todo y complicará las cosas. No sé, creo que me arriesgaré, aunque el riesgo prácticamente no existe, no hay ni el más mínimo riesgo para mí, entonces juguemos un poco”. Pienso, y continúo. —Créame, de verdad que me gustaría ayudarle, pero… Imagínese por un momento que he cometido un delito, sí, yo, y se lo confieso; esto es un caso hipotético, una suposición. ¿Qué haría usted? tendría que detenerme ¿no? Por otra parte, si solo cuenta con mi declaración no tiene ninguna prueba, y yo voy a negar siempre, ante cualquiera, mi confesión; sería mi palabra contra la suya ¿Qué haría usted? —pregunto al inspector —Menuda papeleta me quiere endosar. Vamos a ver, si no hay ninguna prueba que confirme su culpabilidad, aunque usted mantuviera ante el juez que es culpable de este o aquel crimen o delito, su enjuiciamiento no tendría mucho recorrido. Porque, además de su confesión, hace falta algo más, alguna prueba fehaciente que justifique que ha sido usted, el arma homicida, el veneno que usó… alguna evidencia que demuestre que es Ud. el autor y no otro quien ha cometido la falta, crimen u homicidio. Piense que ha habido quien se ha inculpado de algo, incluso de un asesinato, por afán de protagonismo o para proteger al auténtico culpable; se dan casos —contesta el policía. —No sé, no sé, a ver si por querer quitarle un problema le creo otro; mi intención es que se olvide del asunto y que no le quite el sueño—. le digo, y continúo —Otra hipótesis: usted investiga un asesinato y sabe quién es el asesino, lo conoce, sabe a ciencia cierta que ha sido él, pero no tiene ninguna prueba y lo peor es que sabe perfectamente que nunca la tendrá, es como si no existieras pruebas, pero sin el cómo, no existen pruebas y nunca existirán. ¿Cuál sería su actuación? ¿Detendría al culpable? —Ya no es una papeleta, es un papelón y de los gordos, lo que me plantea; la verdad, no lo sé, no sé, lo que sí sé es que antes de rendirme intentaría buscar algo que pudiera inculpar al criminal. Pero si no hay, ni habrá posibilidad alguna, tendría que darme por vencido, no tendría ningún sentido detener a alguien sin la más mínima prueba, el juez me mandaría al siquiatra. Soy una persona normal, no tengo poderes como los superhéroes de las películas; también le digo que ese supuesto es muy difícil que se dé, por no decir imposible.

—Bien, bien. Y si yo le dijera que tuve algo que ver en la muerte de Montse, que participe de algún modo —y sin darle más vueltas le solté a bocajarro —: yo soy el culpable de la muerte de Montse. Y digo culpable porque no me gusta la palabra asesino, que suena muy fuerte, y además porque tampoco es eso, yo no soy un asesino. En todo caso fue un asesinato leve, un “homicidio” venial, como sin querer/queriendo; parece un lío pero yo me entiendo —añadí, algo confuso. —Se entenderá usted, porque lo que es yo, ni papa —dice el poli completamente desorientado —no sé qué me quiere decir, qué significa ¿asesinato leve?, ¿homicidio venial? ¿Eso qué es? Además, usted no me encaja como asesino, no da el perfil, que no tiene pinta, vaya, y las pruebas que tenemos lo descartan. Y ahora va usted y me dice que es el asesino, homicida o lo que sea, cuando todas las pruebas y algún testimonio indican que la persona que pudo estar implicada era físicamente diferente a usted. No me confunda, hombre. Esto no hay dios que lo entienda — se queja el inspector. —Ya le digo que no fue un homicidio al uso, fue… diferente. Nada de violencia, a no ser que califiquemos de violencia los embates propios que se dan en el acaloramiento y natural fragor de la práctica sexual o sea, follando. Montse se corrió y falleció, eso fue todo —le contesto con convicción. —¿Que se tiró a Montse? ¿Que Usted le pego un polvo a la enfermera más deseada del hospital? Perdone que me ría, pero no lo veo yo a usted… Ahora sí que no me encaja nada. Muy bueno, sí señor, vaya broma. ¿No pretenderá que le crea? Además le pegó un polvo mortal, la mató con una pistola sin balas —. Ríe el policía —Pero piense, hombre de dios, que si yo le presento al juez el arma homicida, o sea, su miembro, se descojona de la risa. —Sí, sí, ríase, igual le corto la risa de golpe. Ya vera, ya, se ríe porque no ve, de ninguna de las maneras, a un tío como yo con una tía como Montse, y no se lo reprocho, una hembra de armas tomar con alguien como yo no le cuadra ¿no?, ya le digo yo que cosas más raras se han visto. Acerca del caso le puedo aportar datos que solo puede saber la persona que estuvo con ella, el homicida, el responsable o lo que sea ¡joder! No, No me gusta nada la palabreja “homicida”. ¿Vale? ¿Quiere que le dé una muestra de lo que digo? Por ejemplo….el —me interrumpo y me quedo pensativo. —A ver, a ver qué me puede decir que no sepa nadie, algo que solo sepa el

asesino y también usted, por supuesto; venga un ejemplo —me reta el inspector, con cierta ironía. —Pues mire, señor inspector, al lado derecho de la cama había unos pantalones de lino blanco, sin marca, una camisa blanca, también de lino, marca Ralph Lauren, unas sandalias, unas abarcas, y no había calzoncillos, el tipo, yo, no llevaba. ¿Qué me dice? Esto no la ha publicado el periódico, aunque puede pensar que me lo ha contado alguien ¿sí? ¿Quien? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Qué tal se le ha quedado el cuerpo? —digo, arrogante. El inspector pegó un repullo de no te menees. —Necesito un carajillo, ¿usted quiere tomar algo? ¿Un carajillo a estas horas? Pensará usted que estando de servicio y en ayunas bebo alcohol, que soy un alcohólico. Aunque el momento lo justifica, más que de sobra, no sabe usted, no puede saber, claro, que desayune hace un rato. Enfrente de comisaría hay una cafetería que hacen unos churros cojonudos, todos los polis desayunamos allí y, además de los churros, la mujer del dueño nos alegra la vista de buena mañana con sus escotes, exhibe un canalillo más que generoso, así que no estoy en ayunas, he desayunado café con leche y un chucho, que los traen de la pastelería de al lado y tiene una crema buenísima. Y sobre el alcohol, no creo que con dos gotas de Torres 10 nadie se emborrache —se justificaba —la cosa estaba más que complicada y ahora me la ha complicado mucho más con su declaración, doctor. Todo muy raro, muy raro, y muy extraño —murmuraba camino a la barra. Un café sólo le había pedido al inspector antes de que se levantara y fuera hacia la barra, a pedirle a Manolo los cafés. Miro al policía mientras estaba pidiendo y que, sin disimulo, de vez en cuando, echaba miradas de soslayo con gesto incrédulo. Le sirvieron el carajillo y el café que sujetó por el borde de los platillos y fue hacia la mesa donde yo le esperaba pensando si no la habría cagado. ¿Habré hecho una estupidez confesándole al policía algo de lo que había pasado? Bueno, solo una pequeña parte de lo que había pasado, y omitiendo detalles. El inspector parecía un buen hombre, y además inteligente, nada que ver con aquellos policías de la político-social, de recortado bigotito, que te daban dos ostias y después te preguntaban el nombre, esos tipos y esos tiempos ya habían pasado, ahora eran educados funcionarios.

—Doctor, es usted muy bromista; casi me lo llego a creer. La verdad es que con lo de la ropa me ha dejado fuera de juego, sí, sí, totalmente descolocado —dijo poniendo el carajillo y el café en la mesa con cierto nerviosismo; las tazas titilaban sobre los platos—. su café doctor. ¿Cómo puede saber eso? Se lo habrá contado alguien, claro ¿Quién se lo ha contado, doctor? La forense, el secretario del juzgado, un compañero… en el levantamiento del cadáver hubo demasiada gente. —Sí, a veces gasto alguna broma —digo llevándome la taza de café a la altura de la boca —aunque no soy muy dado a ello, no se crea, pero lo que acabo de decirle es verdad, verdad de la buena. No conozco a nadie de los que ha mencionado ni de los que ha omitido, que seguro que también los hubo, periodistas, fotógrafos, algún compañero suyo. Pues no, no me lo ha contado nadie pero yo estuve allí, puede creérselo o no —añado mientras le doy un sorbo al café — Convénzase, inspector, que yo estuve en el momento que Montse falleció. Pero la pregunta es ¿cómo era mi presencia en ese momento? Claro, esa es la cuestión ¿no? Porque, según sus informes, el tipo que salía con Montse era físicamente muy distinto a mi ¿verdad? Cómo es posible que no haya nadie que relacione a Montse conmigo. Sí que la habían visto con otra persona, pero no era yo, era su nuevo novio, y esa persona era muy distinta a mí. Como comprenderá eso no se lo voy a desvelar, entienda que eso no se lo pueda decir. No le voy a decir nada más, no soy tan estúpido. El resto pertenece al “secreto del sumario”, que dirían ustedes. Estoy segurísimo, apostaría mi mano derecha y hasta la izquierda, que no me coge —Y sigo con el órdago—¿Usted ha visto a los magos esos de los teatros que con trucos de magia consiguen engañarnos y nos hacen ver cosas increíbles? Sólo son trucos, nada es real; imagínese a David Copperfield, que hizo desaparecer un avión de pasajeros delante de miles de personas, incluso creo que hizo desaparecer la estatua de la libertad, pero si no es esto fue algo parecido, algo muy grande. Pues algo similar, salvando las distancias, y eso que Montse no desapareció, bueno sí, del mundo de los vivos sí. Yo no creo haber cometido una estupidez que me delate, mire usted —digo con condescendencia —. Le he contado solo una parte, la otra es esa parte hermética (el truco del mago) que está cerrada con siete llaves, que nadie contaría aunque le costara la vida y, como puede imaginar, yo tampoco se la voy a contar. Si yo le contara esa parte, que nunca va a conocer, le crearía un problema adicional, aunque lo entendería todo, lo entendería perfectamente, claro que eso lo tiene que descubrir usted y es imposible que lo descubra por lo tanto aquí paz y después… y lo que sería peor, peor para usted, claro, que

descubre mi culpabilidad y, ay, el crimen no se puede juzgar. No hay nada legislado sobre ese delito y tampoco hay jurisprudencia. Sigo con mi discurso: “Por eso me ofrezco voluntario a que me realicen análisis de sangre y de ADN, que comprueben mis huellas y a todo lo que necesiten para su trabajo de investigación. No le voy a poner la más mínima cortapisa a que usted realice su trabajo, con toda la minuciosidad que quiera y deba. ¿Hay que estar muy seguro, verdad? Por lo tanto nunca podrán probar que esa noche estuve con Montse, que cené con ella y que hicimos el amor. ¿Sucedió así o quizás no?” Juego un poco al gato y al ratón: “Créame, jamás podrán probarlo. Entienda que es un caso fuera de lo normal, extraordinario, un caso entre un millón, pero que digo entre un millón, entre mil millones. Piense que aunque usted supiera todos los pormenores del suceso quizás no haya delito, por lo que, si no hay delito, no hay culpable. Podría encontrarse con el primer caso: un delito no puede ser juzgado pues la ley no tiene regulado este tipo de crimen; y todo su trabajo sería en vano.” —¿Cómo puede estar tan seguro? Siempre se comete algún error, algún detalle, algo que nos lleve a solucionar el caso; no existe el crimen perfecto, aunque con la seguridad con que me habla perece que sí, que ha sido el crimen perfecto — dice el inspector con resignación. —Yo no cometo errores, al menos en cosas importantes. Mire, le desafío, le incito a que me descubra. Hallará por mi parte toda la colaboración que me pida, bueno toda no, pero casi. Y en lo se refiere a pruebas, como le he dicho, no pondré la más mínima cortapisa; análisis de sangre, ADN…todo lo que crea conveniente, no pondré ninguna traba, cumpla con su deber. No temo nada porque el crimen perfecto sí existe, es este, o quizás no es un crimen y habría que buscar la palabra para el crimen no-crimen. De cualquier manera, sea o no sea, yo lo he cometido, créame que no fue intencionado, pero salió así, y nada se puede hacer a estas alturas. —Doctor, usted también me cae bien, parece buena persona, y no le veo yo… aunque en este oficio se lleva uno cada chasco. Pero me falta lo más importante ¿cuál fue el móvil? No hay crimen sin móvil ¿Por qué iba usted a cometer este homicidio? ¿Qué necesidad tenía de asesinar a Montse? —Puesto que tanto le interesa el motivo de la muerte de la enfermera, es el no-

móvil, no existía ningún motivo, tampoco hubo intención, en cualquier caso, lo sucedido pudo ser… por la libertad, por mi libertad —digo con énfasis.

—¿Por la libertad? ¿Por su libertad? -repite el policía pensativo. —Tenga, inspector — digo mientras le entrego una tarjeta— aquí tiene mi teléfono y mi dirección; me puede llamar o visitar cuando quiera. Y sé que lo hará, un caso así no se lo encuentra uno cada día ¿verdad? Si me disculpa, ahora tengo que atender mis obligaciones, mis pacientes me esperan. Me levanto y lentamente me dirijo hacia la salida de la cafetería, sin prisa, siempre ando despacio; saludo a otro médico con el que me cruzo por el camino, es Luis el oncólogo, y desaparezco de la vista del inspector de policía.

6

Desde el carrer Sant Gervasi de Cassoles se puede ver parte de la segunda planta y la tercera planta completa; es una casa de estilo modernista, de las muchas que abundan por la zona, está rodeada por un muro de piedra de más de dos metros y medio de alto, un portón metálico y una puerta lateral para paso peatonal. El portón se utilizaba para el paso de vehículos; ambas puertas dan a un gran jardín y un pequeño sendero bordeado de árboles, que lleva hasta tres escalones, da a la entrada porticada de la casa. Una gran puerta de madera labrada es el paso al interior de la vivienda. En un lateral una construcción un poco discordante en el estilo, es de construcción posterior, con un gran portón, es la cochera, muy grande por lo menos caben 5 o 6 coches. Demasiado grande esta casa ¿no, Cástulo? No, nunca una vivienda es demasiado grande. Mira las mansiones de la avenida Tibidabo, son impresionantes. Esta es modesta, ni siquiera destaca al lado de esos caserones y palacetes que se construyeron en el siglo XIX y a principio del siglo XX por la alta burguesía barcelonesa. Habría que ser tonto del culo para preferir vivir en un piso, con vecinos. Solo de pensarlo me da grima, debe ser horrible; a la mierda tú intimidad viviendo rodeado de gente, el cotidiano dimes y diretes, y el chafardeo repugnante de marujas y correveidiles que viven las vidas ajenas con más pasión que la propia. ¿Por qué la gente tiene tanto interés por la vida de los demás? Nunca lo he entendido. ¿Envidia? ¿Complejo de superioridad o de inferioridad? ¿Aburrimiento? Lo cierto es que gastan una cantidad de energía vigilando y criticando a sus vecinos que bien podían emplear en vivir la vida propia. Has visto al del tercero que ha cambiado de coche; pero si era nuevo, pues lo ha cambiado por otro Mercedes ¡el último modelo! No sé de dónde sacan tanto, vaya usted a saber. Dicen que la mujer… no digo más, porque a mí no me gusta criticar. Buenos días, vecino, parece que tendremos un día soleado, y con esta humedad… demasiado calor para la apoca que estamos, ¿no? Y, hablando de calor, el del quinto anoche venia calentito, sí, Jaime, el del puerto, el estibador, menudo tablón traía. Esta puede ser la conversación de ascensor de a diario, entre vecinos.

“No, no podría vivir en ese entorno. El infierno son los otros, dice Sartre. Cuánta razón tenía Sartre, tenía y sigue teniendo, eso es una atmósfera asfixiante; sería insoportable. Bueno, Cástulo, tú porque tienes la suerte de esta casa que te dejaron tus padres, que tampoco es que tú te la hayas currado mucho, si no vivieras aquí y no tuvieras más remedio que vivir en uno de esos pisos del ensanche, que no están mal, eh, pero no son para ti. —pienso en un dialogo conmigo mismo— Cierto que no son para mí, esta es la casa donde nací y donde siempre he vivido, y donde tengo intención de vivir hasta que la palme. Sí, Cástulo, uno se acostumbra a sus espacios, y aunque sea demasiado grande para mí, es muy cómoda, estoy acostumbrado a ella y no me veo en un piso, aunque, es verdad que uno se acostumbra a todo, pero de momento no es necesario. Por otra parte, en un piso, dígame usted ¿dónde coloco mi laboratorio y sala de investigación?” Para mí la investigación es transcendental; gracias a mi constante dedicación, a mi curiosidad, a explorar campos de la medicina, como la cloración, he descubierto cosas hasta ahora secretas, porque moralmente son inaceptables, y la medicina ha vetado esas investigaciones, pero yo, por mi cuenta, he hecho descubrimientos que me han cambiado la vida. Por otra parte ¿dónde mi biblioteca? Repleta de libros, miles de volúmenes ocupan las estanterías, y necesitan su espacio. Mis bonsáis distribuidos por un muy cuidado jardín, del que se encarga Cecilio, el jardinero, currante como él solo, que me cuenta historias de su tierra, nació y vivió su juventud en la alpujarra granadina; es buena gente. Además mantiene la piscina impoluta, el césped perfectamente recortado… y mis bonsáis regados, justos de humedad. Tuve suerte de nacer en esta familia, pues claro, esto es la de dios, tengo todo y más, el dinero si no sirve para darte libertad, es un dinero inútil. Imagínate, Cástulo, por un momento, de haber nacido en una tribu de África, pues mal, muy mal, quizás no habría sobrevivido, en esas zonas la mortandad infantil es enorme. O simplemente en un barrio obrero de pisos de cincuenta metros, donde malviven hacinados. ¡Unos santos! Son unos santos. ¡Coño! El mundo está mal distribuido, unos tanto y otros tan poco; es inhumano y hasta criminal la dramática injusticia social, y los que pueden solucionar, o mejorar esta enorme desigualdad, no tienen el más mínimo interés. He tenido ofertas de compra de la casa, particulares y estamentos públicos; estos

últimos son los que pueden pagarla, con dinero público claro; pero no la venderé, no necesito dinero, tengo más que suficiente, no me lo acabaría ni viviendo cien vidas. Por otra parte a dónde iría, estoy tan habituado a vivir aquí, que de no estar respirando el aire de estas estancias, la salita, la biblioteca, el laboratorio y el frescor del jardín estaría como pez fuera del agua. La casa fue construida por un arquitecto, ¿Jujol?, ¿Díaz…? No recuerdo el apellido; oí decir que era alumno del arquitecto don Luis Domenech i Montaner, no, no fue Gaudí, me acordaría seguro, fue un arquitecto modernista que realizó una imitación parcial de la casa Rull de Reus, que ahora es sede de algún organismo oficial, pero que fue construida a primeros de siglo por el notario de Reus para uso de vivienda privada. Aunque no es una copia fidedigna sí tiene cierta semejanza y mantiene el estilo modernista. La casa de tres plantas se erige en la zona alta de Barcelona. Planta baja y dos pisos; destaca en la fachada la gran balconada del primer piso, también se cuidó mucho la iluminación natural de la casa: una enorme claraboya con vitral colorista ilumina la escalera y parte del recibidor de la planta baja, grandes ventanales permiten la entrada de luz a las diferentes estancias. Mi padre hizo algunos cambios y modificaciones, ampliando el número de dormitorios para invitados, en el piso alto, reformas que yo deshice dejando prácticamente todo el piso superior para biblioteca; el piso inferior, segunda planta o piso intermedio, cuatro dormitorios, dos baños y un aseo, y la planta baja, salón, cocina, laboratorio, salita de música y también un aseo. Fuera, un jardín con piscina, el césped muy cuidado, algunos pinos, buganvillas, mimosas…y bonsáis situados sobre troncos cortados a modo de mesa, estratégicamente situados, y una gran cochera. Uno tiene que adaptar el sitio donde vive a sus necesidades, sus gustos y hacerla un lugar confortable ¿no crees Cástulo? Salgo al jardín a través de las enormes puertas de cristal que lo separan del gran salón, que yo lo llamo la salita. Suena mi obra favorita, el réquiem de Mozart. Una misa de difuntos que Mozart escribió sin llegar a terminarla, una obra envuelta en gran misterio. Un raro encargo que le realizara un personaje enmascarado que, luego se supo, era un músico aficionado, no era Salieri como aparece en la famosa película Amadeus de Milos Forman.

Primeros compases y el coro. La misa para difuntos invade la salita y el jardín donde el doctor observa a Cecilio el jardinero que quita hojas y agujas de pino que flotan en el agua de la piscina.

Introitus.

Los fagotes y clarinetes comienzan con un tempo adagio, ritmo y armonía en las cuerdas, chelos y contrabajos, tiempo de recogimiento, los trombones dan paso al coro. Los bajos y tenores, contraltos finalmente los sopranos dan paso a la fuga. Recogimiento. Contrapunto muy expresivo. Intimo.

Introitus Requiem aeternam dona eis, Domine et lux perpetua luceat eis. Te decet hymnus, Deus, in Sion et tibi reddetur votum in Ierusalem. exaudi orationem meam, ad te omnis caro veniet.

La voz solista repite un final de Lux perpetua, Lux perpetua… Cuatro voces del coro inician el kirie.

7

Y ahora, ¿qué? Rendida incondicionalmente, comía en mi mano, ¡vaya cambio! Del buenos días y adiós, así, sin más, sin afecto, rutinario, al vamos a la cama que estoy caliente como una perra. Embargada por la lujuria, nada que ver. Claro, es como el día y la noche, dos situaciones totalmente opuestas ¡qué diferencia! Sí, sí, era la misma, Montse, la enfermera, y lo que son las cosas, ella, la misma de siempre, la tía buena de recepción, y yo, el mismo. El mismo, el mismo, no exactamente. ¿Qué había sucedido? Un milagro. Era para gritar ¡milagro!, ¡milagro! Montse y yo, sí señor. ¿Qué les parece? Los milagro existen, ahora sí creo que existen, claro que también me lo he currado, a los milagros hay que ayudarles un poco, darle un empujoncito si no,… no va la cosa. Ella enamorada de mí hasta las trancas, algo ni remotamente previsible. Montse y yo: un sueño hasta hace poco imposible. Montse y Frank o sea yo, sí, yo, Cástulo. Frank Morte y Cástulo del Valle son la misma persona. Y lo dos, que somos uno, follaba con Montse a saco, sin penetración vaginal, porque ya les contare, no es manía, no, suponía cierto riesgo, pero había mil maneras de satisfacernos. Siempre nos quedaba la imaginación y la puerta trasera. Cástulo del Valle, o sea yo, era otro, y era otro en todos los sentidos. Físicamente muy diferente, más joven, más atractivo, claro, otro muy distinto era Frank, aunque el gran cambio físico era lo de menos, mi atractivo residía en la voz, estoy casi seguro que con la voz no hubiera necesitado a Frank, yo, Cástulo, con esa voz hubiera enamorado a Montse. Pero, claro, eso a priori no lo sabía, de todas formar así está bien y corro menos riesgos. La voz era una consecuencia de la clonación, una mutación con un efecto fascinante en la palabra. Mi voz, la palabra, me hacía irresistible; cosas de la clonación. Era un clon de mí mismo en un cuerpo diferente, en un cuerpo joven, y con la capacidad de seducir solo con abrir la boca, algo que jamás hubiese ni siquiera soñado, lo que darían muchos por tener ese poder, y ligarse a la secretaria, que está como un tren, a la camarera del bar de enfrente, que menudo culo, o a la vecina del tercero, que va de estrecha la muy zorra y se baja las bragas a la primera de cambio con todos, menos conmigo. Me hubiese gustado enamorar a Montse desde mi cuerpo, bajito y pelirrojo, ser la envidia del resto de médicos y demás fauna masculina del hospital, pero

seamos realistas, las posibilidades eran cero multiplicado por cero. Ahora, lo importante, vanidad aparte, era que el objeto de deseo de los compañeros, o sea de Montse, a la que ellos nunca tendrían la posibilidad de llegar ni en sueños, Montse se pirraba por Frank Morte, o el doctor Cástulo del Valle. Era igual, dos y uno, uno y dos. Qué le vamos a hacer. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Hace algún tiempo, trabajando en mi laboratorio, en las investigaciones que llevo a cabo sobre clonación de células, ya había conseguido clonar órganos, como riñones, corazón y pulmones, siempre de cerdo, podía clonar órganos de humanos puesto que el proceso es el mismo, pero no se había dado el caso. Ahora quería probar con un animal completo, un animal vivo; esto no sería un descubrimiento puesto que ya había precedentes en clonación de animales, como la famosa oveja Dolly. Pero para mí era un reto importante. Probé con un ratón blanco, de los que tenía para mis experimentos, y por fin conseguí clonar un ratón, un animal vivo; fue una clonación con un desarrollo in vitro, o sea fuera del cuerpo materno. Fue muy rápido, tres días desde la manipulación de la célula de uno de los ratones que tengo en laboratorio. Como decía, en tres días, tenía un clon completo de ratón; no era una cría de ratón, era un ratón adulto, un ratón idéntico al original que correteaba alegremente por la jaula donde lo tenía confinado. Perseguía, como finalidad en mis investigaciones, clonar, desde una célula, a tejidos y órganos, cosa que ya había resuelto con relativo éxito. Esto significaba que, en el futuro, podíamos tener un almacén de repuestos de órganos humanos a la carta, lo que salvaría una gran cantidad de vidas al no depender exclusivamente de las donaciones. Como una cosa lleva a la otra, uno se va animando, y pasar de una célula a un ratón, y de un ratón a un ser humano, no iba a ser un salto tan difícil. Así que, manos a la obra. Vayamos paso a paso, para la clonación del ratón tuve que reproducir, en laboratorio, las condiciones idénticas o muy parecidas al útero materno, de temperatura y humedad, adecuar un medio donde el feto pudiese desarrollarse sin el menor problema y así, en estas condiciones, la gestación se reproduciría sin ninguna interferencia. Omitiremos toda clase de tediosas cuestiones técnicas que solo interesaría a científicos y no aburrir con fórmulas y datos que no son de interés general. Digamos que la reproducción o mejor dicho la clonación del roedor no tuvo mayor complicación.

Aunque, al principio, tenía algunas dudas sobre el resultado del acelerador celular que yo mismo había fabricado; tras años de fracasos ahora funcionaba bastante bien gracias a mis conocimientos técnicos en maquinaria de precisión, que son bastante aceptables; me ha llevado muchos años fabricar esta máquina. Ahora era el momento de probarla. Mi intención era que en 21 días de gestación el mus musculus, hubiera generado otro mus musculus. Es un ratón albino que utilizo en el laboratorio para mis investigaciones, estos ratones albinos proceden de la cepa BALB, especialmente reproducidos para uso en laboratorio, poseen un genoma similar al de los seres humanos y su sistema inmune es muy parecido al nuestro. Pero, como digo, de 21 días quería pasar a una gestación de solo 3 días y, por lo tanto, debía de acelerar 7 veces la gestación del ratoncillo. En este caso los cálculos, por tratarse de un animal tan pequeño, eran sencillos, para animales de mayor tamaño o seres humanos, los cálculos son mucho más complejos ya que tiempo de gestación, tamaño, peso del individuo y edad, nos obliga a realizar fórmulas más elaboradas. Todo marcho según lo previsto, y en tres días un ratoncillo curioso, exactamente igual, y tan igual, era un clon del original, husmeaba por su jaula en el laboratorio; éxito rotundo. No grité Eureka ¿para qué?, tampoco me escuchaba nadie y gritar solo en el laboratorio me pareció un poco tonto; si me auto felicité y me premié con un lingotazo de mi whisky favorito. Al día siguiente, mientras lo examinaba, el muy ladino se me escapó, corría como alma que lleva el diablo; la puerta del laboratorio estaba entornada, cruzó el salón y por una rendija de la puerta que da al jardín escapó. Salí tras del bicho, pero entre la espesura del jardín desapareció. Nunca más he vuelto a verlo; vaya usted a saber la vida que habrá llevado el fugitivo ratón. Este contratiempo no hizo que me viniera abajo, ni me abatió. Claro que me tocó los pelendengues, faltaría más, un insignificante ratón no me iba a estropear el éxito de haber hecho una copia de ratón albino; tenía la fórmula del acelerador ADC para reproducir otro u otros congéneres del desagradecido bichejo roedor, solo era cuestión de poner en marcha la fotocopiadora. Simplezas aparte, el volver a crear, reproducir o clonar otro ratoncillo, no debía representar mayor complicación, pues copiar al prófugo no me daría ningún quebradero de cabeza. Por lo tanto, sin dilación, mañana mismo me pongo

manos a la obra, me propuse. Ya es noche cerrada, enciendo las luces del jardín, una de las farolas ilumina la buganvilla que despide un intenso amarillo, claroscuro entre las sombras de los pinos, el agua rectangular de la piscina tiene un brillo de luna pálida, alrededor de otra farola, vuelan irregulares murciélagos, el jardín, en semipenumbra, está fantasmagórico, sombras alargadas proyectadas en distintos sentidos según las luces de las farolas. Me sirvo otro whisky, me siento en mi sillón favorito y contemplo el jardín que emana un frescor a hierba recién cortada, Cecilio ha pasado esta tarde el cortacésped.

Contrapunto rítmico de las cuerdas y el domine Jesús Christie del coro la orquesta realiza las voces de una fuga genial

Offertorium Domine Iesu

Domine Iesu Christe, Rex gloriae, libera animas omnium fidelium defunctorum de poenis inferni et de profundo lacu. Libera eas de ore leonis, ne absorbeat eas tartarus, ne cadant in obscurum, (cuarteto) sed signifer sanctus Michael repraesentet eas in lucem sanctam, (coro) quam olim Abrahae promisist

Hostias et preces

(coro)

Hostias et preces tibi, Domine, laudis offerimus. Tu suscipe pro animabus illis. quarum hodie memoriam facimus. Fac eas, Domine, de morte transire ad vitam, quam olim Abrahae promisisti et semini eius.

Quam olim abrahae promisisti, bajos tenores contraltos y sopranos Magnifico coro

8

En el colegio mi relación con los compañeros no fue buena, nada buena. Estudié hasta el ingreso en la universidad en las escuelas pías de Sarriá; decían que era una escuela para niños pijos, y era cierto, iban los hijos de la burguesía de Barcelona. El colegio era estupendo, las instalaciones magnificas, y en el cuadro de profesores había de todo, desde muy buenos, que eran los menos, hasta imbéciles redomados, con unos lo pasaba bien y a los otros los soportaba estoicamente. Con los profesores que merecía la pena aprendía con satisfacción, a veces, fuera de hora de clase, les preguntaba dudas y planteaba cuestiones que debatíamos. Don Luis me dijo en una ocasión: aprendo tanto de ti como tú de mí, tú puedes aprender de mis lecciones y yo aprendo con los debates que tenemos, con tus preguntas Era profesor de matemáticas y además buena persona. Mis notas no bajaban de sobresalientes en todas las materias, me gustaba estudiar, tenía verdadero interés por todo, todo me interesaba, tenía auténtica curiosidad de conocer, de saber, y esa curiosidad hacia que aprendiera sin esfuerzo alguno. Mis calificaciones eran las mejores del colegio excepto en educación física, donde mi manifiesta apatía en eso de correr tras una pelota, saltar un burro de madera, o hacer flexiones, no le veía yo la gracia. No tenía aptitudes y tampoco me producía satisfacción alguna, por lo tanto era y sigo siendo bastante torpe en estos menesteres deportivos. El asunto de mis notas los compañeros lo llevaban muy mal, ya se sabe, en esa edades ya apuntan las envidias con cierta virulencia, yo tenía la facilidad de memorizar y aprender las asignaturas con facilidad y sin clavar codos, no era un mérito achacable a mi esfuerzo personal, sino a mi bendita curiosidad, la que decía Einstein: no dejéis de hacer preguntas, no perdáis la bendita curiosidad. Yo no memorizaba las lecciones como un loro, eso no me interesaba, yo quería saber, el cómo y el porqué de las cosas y hasta que no conseguía entenderlas no quedaba satisfecho. No trabajaba, como pensaban algunos compañeros para los que aprender una lección les costaba un mundo. Parece ser que la envidia es primer pecado de este país, se hace patente desde los primeros años de nuestra vida. Decidí ponerme a la altura de la mayoría, pensé

que si me hago, aunque sea aparentemente, un cretino como ellos quizás no se sentirán tan distintos. Bajé mis puntuaciones a caso hecho; al fin y al cabo que alguien pusiera nota a mis conocimientos no me preocupaba demasiado, yo sabía lo que sabía y las notas no iban a alterar mis conocimientos. Me dije, si bajo mis notas quizás me verán como uno de ellos, un cretino más, y no me echaran cuentas; tenía la esperanza de mejorar mi relación con la caterva de zangolotinos que conformaban el alumnado, y no porque me interesaran, pero sería más cómoda la convivencia en el colegio, más llevadera la relación con los que tenía que lidiar a diario. Pero ni por esas. Y a pesar de mi voluntad de convivencia las cosas siguieron igual, seguían ignorándome en el mejor de los casos, cuando no insultándome o acosándome. Entonces pensé, que les den… mis notas no iban a depender, de la aceptación o rechazo que provocaban en mis colegas de curso. Me acosaban a diario, me llamaban, castulín, castulón, panochín, panochón, con musiquilla y todo, y si dieran notas a la simpleza sacaban matrícula cum laude, seguro; también me llamaban cuatro ojos, llevaban gafas para la miopía. Sí, eran muy originales y esto seguro les costaba un gran esfuerzo mental. Como no jugaba al futbol me decían mariquita, que me dijeran eso no me preocupaba, yo sabía lo que era, no sé si alguno de ellos lo tenían tan claro; para mí eran un grupo de energúmenos pateando una pelota. De aquellos compañeros de colegio no continúe ninguna relación; casi todos dejaron las carreras a medias y algunos, con mejor o peor fortuna, se hicieron funcionarios, algunos llegaron a hacer carrera política ya que sus padres tenían influencias que utilizaban sin rubor, y ni el más mínimo pundonor para colocar a sus vástagos en algún negociado, notaría o banco; uno llegó a subsecretario de algún ministerio, era el bravucón, el matón de la clase, de nombre Lorenzo y de apellidos Expósito Pujol. Desde entonces ya se le veía al pájaro que apuntaba maneras; la tomó conmigo y me chinchaba continuamente, yo hacía caso omiso. Un día me llamo maricón y yo le llame hijoputa, y eso que aún no sabía que su madre era un zorrón de mucho cuidado, imagino que él si estaba al tanto. Y, claro, nos peleamos; me estaba dando una buena zurra, me tenía tirado en el suelo y me daba de puñetazos, su envergadura era muy superior a la mía y me tenía totalmente inmovilizado y yo me defendía como dios me daba a entender, me sangraba la nariz, cosa que me enrabiaba aún más, me tenía agarrotado de pies y manos, solo la boca tenía libre, no podía hacer nada, solo podía morder, así que

le di un mordisco en la cara que de milagro no le arranque el carrillo. Sangraba como un cerdo y, claro, nos llevaron ante el director. El director al verlo gritó asustado ¡que lleven a esa criatura al médico! Y es que, ya se sabe, la sangre es muy escandalosa, ¡De prisa que se desangra! vociferaba don Hermógenes, el director, al ver al futuro subsecretario en el penoso estado que tenía la cara, que no paraba de sangrar, empapando el pañuelo y la camisa como si lo hubieran degollado. Le dieron un puñado de algodón con el que intentaba cortar la sangre. Le quedo una cicatriz y nunca volvió a dirigirme la palabra, cosa que agradecí. Sigue igual de bravucón y de imbécil; un gilipollas integral, aunque en el discurso político, que imagino le asesorará alguien, así le hace parecer otra cosa, hasta parece inteligente. Se le veía venir. Mis amigos se pueden contar con los dedos de una mano, me sobrarían dedos, y hasta manos ¿Mea culpa, Cástulo?, sí, es posible, y no creas que es porque voy mordiendo a la gente -a veces dan ganas-, pero aquello fue un caso aislado. La gente me aburre: tanto cretino suelto, cantidad de frases hueras, de frases prefabricadas, de preguntas y respuestas de cortesía, siempre repetidas ocupan una conversación habitual, llega a límites sorprendentes; es tedioso, me cansa. Soy de mediana estatura, 1.69 m., no llego ni al metro setenta; tengo el pelo ralo de color rojo, sí, soy pelirrojo, panocho, o panochin-panochón, como me llamaban los entupidos de los escolapios, aquellos memos del colegio; ahora no me lo llaman, será porque no los trato mucho, ni mucho ni poco, nada. Ojos gris claro que escondo detrás de unas gruesas gafas, nariz recta, normal ni grande ni pequeña, esto en una cara plana, sin gracia, y algunas arrugas que delatan el paso del tiempo y la piel pecosa como corresponde a un pelirrojo. Tengo 59 años, ando despacio y un poco encorvado, como si cargara una pesada mochila y mí vestimenta es convencional: trajes grises, azul marino o negro y camisas y corbatas discretas. Eso sí, relojes de marcas suizas de prestigio que no llaman la atención porque la gente ni se fija. Puedo llevar un Patek Philippe de 500.000 € y nadie dice nada; algunas veces algún entendidillo ¡tío, llevas un Rolex!, no será bueno, ¿no?, como va a ser bueno, es una imitación muy lograda pero imitación, quien se atreve a llevar uno bueno en estos tiempos, acostumbro a contestar. No me gusta llamar la atención. Prefiero ser transparente, lo que se dice un tío corriente. Tengo, como creo que casi todo el mundo tiene, filias y fobias, la peor de mis fobias, la más acusada, es la ornitofobia, sí, sí los pájaros me dan terror y asco.

Ya lo sé, Cástulo, no es racional, pero soy incapaz de coger un pájaro con las manos, ¡qué asco!; el tacto de las plumas, ese toque seco, como a cartón, me pone enfermo, aunque sea un gorrión o una golondrina. El otro día había un vencejo en el suelo y, como tienen una envergadura tan grande, son como el albatros, si caen al suelo no pueden remontar el vuelo, pues no pude cogerlo y lanzarlo al aire, donde vuelan y planean con verdadera maestría; pues allí se quedaba el bichejo. Gracias a una señora que bajaba por la calle a la que pedí que si podía coger al pájaro, cosa que hizo sin reparo lanzándolo al aire, y el vencejo voló feliz; yo ni un colibrí sería capaz de coger, me producen una repugnancia que podría vomitar. Es un “miedo” irracional. Que no es miedo, es otra cosa, igual que quien le tiene miedo a un ratón, qué puede hacer un ratón, pues lo mismo que una golondrina, nada de nada. Se cree que las fobias tienen un origen traumático, no recuerdo si mi fobia a los plumíferos, fue tras ver la película de Hitchcock, sí, la de los pájaros que atacaban a las personas. Pero no, esta fobia la recuerdo de siempre, no tengo ni repajolera idea del motivo, ni el porqué de esta manía, no me preocupa demasiado, con evitarlos ya está, los pájaros cuanto más lejos mejor. En el lado opuesto de la moneda, digamos la cara, lo otro es la cruz. ¿no?, tengo mis filias, mis aficiones con las que me lo paso muy bien. Con las que disfruto. Una es el cultivo de bonsáis, árboles en macetas, de origen chino o japonés, la realidad es que los primeros en el cultivo de árboles en maceta fueron los chinos, los japoneses copiaron este cultivo y lo refinaron. Me paso horas trasplantado, podando, alambrando…dando forma a mis árboles; es un trabajo que nunca termina, a pesar de lo pequeños que son dan mucho trabajo o quizás dan tanto trabajo por eso, porque son enanos; el tamaño puede ir desde 8-10 cm hasta 120 cm; digamos que los más pequeños, son los más difíciles de cultivar. Tengo, sin saber por qué, cierta afinidad con Japón, con lo japonés, quiero decir, como los bonsáis, los suisekis o piedras paisaje, me gusta leer haikus, que es un tipo de poesía de origen japonés y mi infusión favorita es un té verde, un té muy especial, Giokuro se llama, es de cultivo imperial y cómo no, también japonés. Me viene a la memoria un caso que me sucedió en la clínica, con un paciente al que había operado de un problema digestivo, un caso de cirugía menor. Estaba yo escribiendo el documento del alta cuando me dijo: “Usted, en su anterior vida, fue japonés” Me dejó pasmado. ¿Y eso?, le pregunté. “Es por su forma de escribir y por su letra”, añadió muy seguro de lo que decía. “Es posible, tengo yo cierta afición hacia lo japonés” le conteste sin atreverme a preguntarle como

sabía lo de mi vida anterior, y que yo, como es lógico, desconocía completamente. Otra de mis aficiones son los relojes: colecciono relojes suizos principalmente de movimiento mecánico, automático, aunque tampoco le hago ascos a otras nacionalidades, hasta de la India tengo alguno, y me gustan mucho los relojes rusos; siempre o casi siempre los prefiero de movimiento mecánico aunque, por algún motivo, cómo diseño, prestaciones o capricho, también incluyo en la colección alguno de cuarzo, o de carga solar. Mi coeficiente intelectual está en unos niveles, digamos altos; y no es alardeo ¿Presunción? ¿Prepotencia? No lo sé, pero uno se siente orgulloso de algunos logros conseguidos, y la suerte de tener una cabeza bien amueblada. Un poco de soberbia, quizás sí, no voy a perder el tiempo negándoselo, la falsa modestia me irrita. Verán, yo les cuento: tengo tres carreras, y otras tantas especializaciones, medicina, física y también ingeniería; hablo cinco idiomas, sin contar latín y griego, que estudie para leer a los clásicos en su idioma, sin necesitar traducciones, traducciones que, en algunas ocasiones, dejan mucho que desear. He dedicado mucho tiempo a la investigación. Con trabajo y esfuerzo he conseguido descubrimientos y avances inimaginables en el campo de la medicina, que mantengo en secreto; la sociedad no está preparada para asumirlos. Lo tengo todo, o casi, pero ¿me faltaba algo?, siempre falta algo, me consuelo; Cástulo, nadie lo tiene todo, no me puedo quejar, ¿el amor, quizás?, pues quizás, pero existe un amor que no te condicione, ¿que no te pida, que no te exija? Pues eso. El amor se paga siempre con libertad, ¿sabes, Cástulo?

9

Con la segunda clonación no tuve ninguna dificultad, ya tenía la experiencia de la primera, la del ratón que huyó hacia la libertad. No me desanimó en su momento la desaparición del bicho, todo lo contrario, me estimuló para realizar otra clonación de inmediato. Hice todos los preparativos, prepare la máquina, escogí el ratón del que extraje las células y, cuando todo estaba listo, sucedió algo imprevisible, un accidente del que nunca podía sospechar ni remotamente la trascendencia. Un hecho fortuito, un despiste (al que no le di la menor importancia), llegara a ser tan importante en mi vida. Decir importante es quedarme corto, ha sido importantísimo y trascendental, decisivo, diría yo, ha cambiado mi vida por completo. Quién me iba a decir que un accidente fuera a cambiar tanto el resultado de la clonación. Pero todo a su tiempo, pasito a pasito, piano, piano si va lontano, ¿no crees Cástulo? Sucedió que estaba manipulando las células del ratón, preparándolo todo para la clonación cuando, de una forma tonta, tonta e imprevista, unos preparados que tenía con células mías se mezclaron con las que tenía ya listas para clonar al roedor. Estos accidentes en laboratorio son peligrosos y hay que tener mucho cuidado para que no ocurran; pueden tener graves consecuencias. Separé las células del ratón de las mías, las mías las guarde y las del ratón las metí en la máquina de clonar, la ADC, que puse en funcionamiento, ajusté el acelerador de células, y a esperar tres días. Esa era la noche del tercer día y había salido de la clínica antes de tiempo, había pasado visita a mis pacientes y había dado instrucciones a las enfermeras que ante cualquier contrariedad me llamaran. Al salir cogí un taxi que me llevó a casa, al llegar arrumbé el maletín en la entradita, de cualquier manera, tenía prisa en ver si la clonación se había producido. Entré al laboratorio, paré la maquina ADC, y sí, había un ratón albino, pero no se movía, no daba señales de vida y pensé que esta vez, quizás, no había salido bien. Lo cogí, y aunque no se movía, estaba vivo; lo deje en una jaula y a esperar. Me senté en un butacón, recosté la cabeza en el respaldo y cerré los ojos, estaba cansado, había tenido un día complicado y si a esto le añadimos la tensión que produjo el desánimo al ver el resultado de la clonación que, de momento, no parecía del todo satisfactoria.

No sé cuánto tiempo había pasado, me había quedado un poco traspuesto en un agradable duermevela, y, de pronto, algo me está sucediendo, algo extraño: yo tenía los ojos cerrados, pero estaba viendo el laboratorio ¿estaba viendo visiones? No había tomado ni una gota de alcohol ¿era un sueño?, quizás no estaba aún del todo despierto… Mi visión era diferente, veía las cosas de otra forma, no, las cosas eran igual, las formas, los volúmenes, la distancias entre los objetos, ¿entonces, qué era diferente? ¡Era el color!, sí, era un color extraño, apenas tenía rojos, el color rojo había desaparecido, las cosas aparecían casi en blanco y negro, de no ser por algunos tonos verdes y azules. Asustado, abrí los ojos y respiré aliviado, recupere la vista normal, mi visión era perfecta, no había porque preocuparse, era un sueño. Volví a cerrar los ojos y el sueño volvió a repetirse. Entonces, no podía ser un sueño, ahora estaba completamente despierto, tal vez otra de mis pesadillas, no, nunca había tenido pesadillas despierto; abrí los ojos y recobré la visión normal, abría, cerraba, abría, cerraba… me di cuenta que con los ojos cerrados, además de ver en gris, azul y verde, sin rojo, colores muy apagados, casi grises, la visión se producía desde el interior de un enrejado, como desde el interior de una jaula. A través de los barrotes, mire la jaula donde había dejado al ratoncillo. ¡Era yo!, estaba viendo desde los ojos del ratón. Volví a cerrar los ojos, quedé totalmente perplejo, tenía otra vez la visión de colores apagados sin color rojo, y a través de los barrotes, pero estaba viendo desde fuera de mí, ¿Qué me estaba pasando, Cástulo? Tenía que tranquilizarme. Voy a relajarme y a pensar en lo que está pasando. Me acomodé en el butacón; necesitaba asumir e intentar comprender lo que sucedía. ¿Yo estaba dentro del ratón? Tenía que ser eso, sino como podía ver como si yo estuviera dentro de la jaula, dentro de la jaula solo estaba el ratón que acababa de clonar, por lo tanto la única explicación, y aunque parezca imposible, es que yo estaba dentro del ratón. Podía ser ratón o Cástulo a voluntad ¡No puede ser! Tiene que ser un sueño, aunque a veces los sueños son tan reales que distinguir lo real de lo onírico es muy difícil, ¿Cabe la posibilidad que sea realidad lo que está pasando? Sería el mayor descubrimiento de la historia de la clonación: un animal y un ser humano mezclados, pudiendo el humano decidir a voluntad ser animal o persona. Tengo que tomarlo con calma, esto es difícil de asimilar, la transcendencia de un hallazgo de este calibre es incalculable, las consecuencias son impredecibles. Estaba muy excitado, y quién no, tengo que sosegarme, este suceso es muy difícil de digerir.

Poco a poco, me fui calmando. Dándole vueltas a la cosa, seguí haciendo prácticas de conectar y desconectar con el ratón. Seguía sin dar crédito a lo que estaba pasando, yo podía estar, a voluntad, dentro del cerebro del ratón, dentro del ratón. Esto debía tener un motivo lógico. Siempre buscamos la lógica de las cosas, aunque a veces no haya lógica; algo había salido mal, afortunadamente mal, este fallo había generado algo portentoso y de consecuencias que aún no soy capaz de valorar. En esta segunda clonación, sí, todo había sido exactamente igual que con el primer ratón ¿dónde estaba la diferencia, que había fallado? Recordé el accidente donde se mezclaron células mías con las del roedor albino. ¡Claro, esa era la diferencia! Vistos los resultados era evidente que mis células habían quedado mezcladas y habían entrado a la máquina de clonar junto con las del ratón. Por lo tanto, el accidente que se produjo con las células del ratón y las mías, que en su momento yo pensé que las había separado, no había resultado efectivo, era evidente que no, que alguna debió quedar, alguna me pasó inadvertida, mezclándose con las otras, con las del ratón. Conclusión, las células que puse a clonar no eran exclusivamente de ratón, también había células mías, ese era el motivo por el cual se había producido esta mutación, alteración o lo que fuese. Mutación que, en este momento, no era consciente del alcance que podría tener, sabía que las posibilidades que se abrían eran infinitas. Una sensación de miedo y felicidad expectante me invadía. Junto a una alegría malsana. Pensaba en las expectativas que surgían ante este “error”, y las travesuras que podía cometer desde el cuerpecillo de un ratón, de un gato, de un perro, de un caballo… de un hombre, o de una mujer. Estaba claro que la clonación que yo quería hacer, simplemente clonar un ratón, había tenido un cambio, un giro y un resultado fascinante, el resultado había sido muy diferente a lo que esperaba. Es verdad que el clon de ratón estaba ahí, en su jaula, pero ni remotamente hubiera imaginado que, por un descuido en el laboratorio, la mutación que se había producido fuese a ser tan importante. ¡Las posibilidades que esta mutación podían suponer en mi vida! Y aun me esperaban más sorpresas, sabes Cástulo.

10

En vida de mis padres la casa era un ir y venir de gentes, amigos, y conocidos. Casi a diario, mi padre invitaba a compañeros de negocios y colegas que le podían aportar algo lucrativo, inversión, compra o venta, no siempre limpio. Mi padre, hijo de indiano, el padre de mi padre, el abuelo, de joven había emigrado a Cuba para hacer fortuna y, sí, tuvo suerte, hizo una gran fortuna ¿Cómo la hizo? Sus negocios no se comentaban mucho por casa; imagino que serían de índole especulativa o poco limpios, y sin mucho pundonor; al respecto había un gran silencio, yo nunca oí hablar del asunto. ¿Negocios de tabaco?, ¿de caña de azúcar? ¿Como sicario? El secreto ya nunca lo sabré. Sebastián Del Valle i Corominas, que así se llamaba el abuelo Sebas, era un hombre afable, aunque le trate poco. Murió joven,yo tenía pocos años, y además estaba muy metido en mis estudios; coincidíamos en las paellas de los domingos, donde se reunía toda la familia. Recuerdo la imagen del abuelo con su sombrero Panamá, sombrero como el que lució Roosvelt y se le presupone al gran Gatsby, eran de palma jipijapa, están hechos en Ecuador y lo popularizaron los trabajadores ecuatorianos que trabajaban en el canal que le dio el nombre. Vestía siempre con americana de color claro y, en verano, Guayabera. Yo lo veía muy alto, aunque no media más de metro setenta y cinco; la cabeza poblada de pelo gris y sin entradas, nariz recta, ojos grises muy expresivos y un poblado bigote que retorcía con las puntas hacia arriba; en invierno calzaba botas altas que le daban un aire de patrón de plantación de tabaco o de caña de azúcar, con látigo enrollado en la mano, y rodeado de esclavos negros. Imagen que, lo más seguro, distaba un abismo de la realidad; que yo sepa nunca tuvo ninguna plantación de nada en absoluto e imagino que lo identificaba con algún personaje que vi en el cine. La abuela (se hablaba poco de ella), una cubana criolla que, según comentarios, era guapísima, y un tanto ligera de cascos, dicen que muy morena, de ojos negros muy grandes, de cuerpo exuberante y sangre caribeña, sangre caliente, decían. No llegué conocerla. Murió antes de que yo naciera, en accidente de coche; tampoco se hablaba del tema, nunca delante de mí se habló de cómo fue el accidente. Dicen que la abuela no conducía el coche en el que tuvo el percance, que lo conducía un señor del que nuca se supo el nombre, o al menos

yo nunca llegué a saberlo. De todo esto me enteré de tapadillo. Cuando el abuelo regresó de Cuba se instaló en Barcelona, construyó esta torre en la zona alta de la ciudad, en la calle Sant Gervasi. Invirtió bien la fortuna que trajo de Cuba. Entró en el negocio textil donde multiplicó su fortuna gracias a la Gran Guerra. Fabricaba mantas para el ejército y tal era la demanda que no daba abasto, sus fábricas no paraban las 24 horas del día, y aun así no podía cubrir todos los pedidos. Los precios se disparaban y los beneficios se multiplicaban. Las mantas que fabricaba tenían muchos y variados usos para los militares de trinchera, los protegía de la lluvia, del frío, del barro de las trincheras, terminando finalmente envolviendo cadáveres de soldados, antes de ser enterrados. El abuelo murió joven, creo que de una embolia; fue una muerte rápida, yo, casi ni lo recuerdo. Heredé una gran fortuna de mi padre, Jaime Del Valle Rodríguez, hijo único, igual que yo. La fortuna del abuelo la mantuvo y amplió; probó suerte en múltiples negocios, sobre todo inmobiliarios, con diferente fortuna, en unos bien, en otros regular, y en algunos mal, unos limpios, los menos, y otros no tanto. En los últimos tiempos su suerte cambio y le fue todo sobre ruedas, nunca mejor dicho, dedicándose al negocio de la automoción, de maquinaria industrial y de obras públicas. Era la época de las grandes obras estatales, el país se estaba modernizando, construyendo carreteras y autopistas. Si eras listo y no tenías escrúpulos el dinero te llovía; eran tiempos de sobornos, mordidas y chantajes. Cualquier funcionario que tuviera algún poder de decisión era untado generosamente si su firma aceleraba trámites. Todo valía, todo lo que le diera cuantiosos beneficios. Al fallecer se repitió la historia: dejó una gran fortuna que yo, hijo único, heredé y que disfruto sin desasosiego ni inquietud. Mi padre y yo nunca nos llevamos bien, aunque agradezco la herencia que me dejó, la cual me permite vivir en absoluta libertad haciendo y deshaciendo a mi antojo. Periódicamente, y con cierta regularidad, mi padre recibía a amigos, empresarios, políticos e intelectuales que en animada cháchara politiqueaban en la biblioteca. Ésta está presidida por el escudo de armas de la familia Del Valle. Se cree que el apellido Del Valle desciende del valle de Trasmiera, cerca de Laredo y el escudo heráldico trae: escudo partido, 1º, en sinople, una cabeza de moro cortada por alfanje de plata, y, 2º, en plata, un águila rampante, de su color; bordura, la mitad diestra de azur, con letras de oro, y la mitad siniestra de gules, con letras de oro y plata que dicen:

El que más vale no vale tanto como Del Valle vale.

Suena el tuba mirum. Primero el trombón, entra el bajo y entablan un dialogo con las cuerdas de fondo.

gaturus, Tuba mirum spargens sonum per sepulcra regionum coget omnes ante thronum.

Mors stupebit et natura cum resurget creatura judicanti responsura. Liber scriptus proferetur in quo totum continetur unde mundus iudicetur.

Iudex ergo cum sedebit quidquid latet apparebit, nil inultum remanebit.

Quid sum miser tum dicturus? Quem pratonum ro cum vix iustus sit securus?

Finaliza el tuba mirum con los cuatro solistas en una suave cadencia. Rex tremendae, retoma el introito, el coro entra fortísimo exclamando Rex

Rex tremendae majestatis qui salvandos salvas gratis, salva me fons pietatis

Finaliza en un grito del coro en pianissimo, una plegaria: sálvame fuente de piedad.

11

El accidente con el segundo ratón había provocado un descubrimiento portentoso. Sabemos que la historia está llena de descubrimientos que han sido decisivos para el ser humano, descubrimientos fortuitos: serendipity le llaman los ingleses. El término proviene de un cuento tradicional persa: tres príncipes que vivían en la isla de Serendip -nombre árabe de la isla de Ceylán, actual Sri Lanka- solucionaban sus problemas a través de casualidades. Lo que en castellano diríamos de chiripa, de chamba, o de carambola, también le llamamos serendipia a tener potra o de pura chorra. Hasta Albert Einstein confesó que algunos de sus descubrimientos se debían al azar. Fleming descubrió la penicilina cuando investigaba como combatir la gripe; no encontró el remedio para la gripe pero este descubrimiento salvaría a millones de personas. Y qué me dicen de la manzana de Newton y la gravedad, uno de los descubrimientos más importantes acerca de cómo se rige el universo. En 1895 Wilhelm Roentgen, investigando el efecto de los electrones sobre placas de metal, vio proyectados los huesos de su mano en la pared, con anillo incluido: acababa de descubrir los rayos X. Y, para no extendernos mucho, qué decir del descubrimiento de América, cuando Colón buscaba un camino más corto para llegar a las indias y se topó de bruces con el continente americano. Tenía mis dudas sobre si podría dormir; entre los nervios del descubrimiento y el hecho de que al cerrar los ojos conectaba con el ratón/humano. ¿Ratón/yo?, ¿yo/ratón? o lo que sea… pero ¡sorpresa!, me metí en la cama y dormí profundamente. Sin pesadillas.

12

En el hospital, entre paciente y paciente, me retiraba un momento a la sala de médicos, a tomar un té de máquina, un té infame, y conectaba con el ratón, podía ver una parte del laboratorio, detrás de las rejas de la jaula y con los colores ratoniles, sin rojo, en gris, era como tener una cámara a distancia, podía dejar uno en casa y tendría vigilancia con control remoto. El día en la clínica fue rutinario, excepto por una visita; vino a verme Javier, antiguo compañero de carrera, y cuando Javier venia de visita seguro que era para pedirme algún favor, algún favor o el favor de siempre. Tomé un té de máquina, asqueroso, y Javier tomo café. —Pasaba por aquí y me he dicho, voy a ver a mi amigo Del Valle- mintió. Yo sabía que me pediría algo. Me preguntó qué tal me iba, y a ver si me decidía de una vez, y me iba a trabajar con él, a su clínica. Javier tiene una clínica de cirugía estética, en la zona alta, por Pedralbes, y se está forrando. Lo de trabajar con él me lo dice con la boca pequeña, él sabe que no me gusta usar el bisturí en cosas frívolas, reparando las arrugas que el tiempo va dejando, sobre todo en las féminas que se resisten a envejecer, esto de trabajar con él me lo dice con cierta prepotencia, se ufana de ganar mucho más que yo, y eso no me preocupa, lo más mínimo. Si él supiera. —Conmigo ganarías como cuatro o cinco veces más que en esta clínica. Es una pena que un muy buen cirujano, se desperdicie. Javier es, necio, engreído, parlanchín, o sea, un gilipollas. No deja hablar a nadie, si no es el centro de la reunión, la reunión no le interesa; procura moverse en círculos donde pueda brillar como una estrella, como el sol, él es el centro del universo alrededor del cual gira todo, ególatra sin paliativos, Mujeriego, guaperas y fantasma, vamos, lo tiene todo para triunfar entre el sexo contrario. Está casado con una chica monísima, mucho más joven que él, era modelo y

muy rubia; la conoció en la clínica. La chica, que se llama Lisa, llegó hasta la clínica de Javier porque quería hacerse algunos retoques, no sé si llegó a retocarla, pero se la quedó. Lisa, encantada de la vida, pensó, si me caso con este tengo gratis los retoques de por vida: era como un seguro de juventud. Acababa de descubrir la piedra filosofal, la fuente de la eterna juventud. Lisa es, por lo menos, 15 años más joven que él, Lisa es guapa, Lisa es rubísima, Lisa es magra de carnes, Lisa es de una belleza Barbie, ramplona y Lisa también es tonta; lo de guapa, rubia, y tonta, a pesar de ser un tópico machista, Lisa lo es, sin machismo que valga. La buena yunta: dios la cría y ella sola se junta, y en este caso se cumple a rajatabla. ¿Envidia?, no, no tengo envidia. Aunque debo reconocer que Lisa tiene un revolcón, que una cosa no quita la otra, pero hasta aquí hemos llegado, la cosa no tiene más recorrido, un polvo o dos o una buena mamada y hasta luego; muy limitada en sus posibilidades, no da más juego, soportable mientras no hable, ideal como macetero. —¿Este año también vais a Menorca, para san Juan?— le pregunto con intención. Ya me sé la respuesta. —No lo sé, ya lo tenemos muy visto, sabes, la fiesta de los caballos cada año es lo mismo, sabes; Ciudadela me aburre. Yo, si voy es por Luís, ya sabes, Luís Pineda, mi socio, el marido de Reyes, a ellos les encanta ir, a mí no es que no me guste pero se me hace un poco cansino. Lo único que me atrae del viaje es el viaje en sí mismo, navegar sí me gusta, sabes, me gusta mucho. ¡Qué sensación de libertad! El mar para sentirse libre y el barco para controlar y dirigir tu libertad, sabes, es maravilloso. Ya estaba tardando el majadero de hablarme de libertad y del mar. Mira mentecato, los que cruzan el mar en una patera que caben diez y van más de veinte, o treinta ¿qué buscan?, ¿libertad? Háblales de esa sensación libertad que te da el mar, cretino; ellos buscan otra libertad, la libertad de poder comer. Háblales de tu libertad burguesa de navegar en velero, libre, solo tú y el mar; ellos te hablarán de la libertad de los que se ahogan ¡sabes, cretino! A mí me vas a hablar tú de libertad. Luís, su socio, no es tan necio como Jaime pero le va a la zaga. Le pierde el bebercio, cuando se le sube el vino, el whisky, la ginebra… o lo que caiga, sí, cuando el alcohol se le sube a la cabeza le da por contar chistes, entonces se

pone insoportable, es malo y pesado y, aunque es sevillano, tiene muy poca gracia. Reyes, la mujer de Luís, es también sevillana, andaluza por los cuatro costados, apretada de carnes, culibaja, exigua de falda y pelirroja a lo Gilda, pelirroja de bote, claro, de mirada insinuante, se comenta que le pone los cuernos a Luís con su socio Jaime, y hasta con el sursuncorda, si se le pone a tiro. Un zorrón, buenorra y pendón. Tienen una hija, de nombre Maca, de Macarena claro. Dicen —las malas lenguas—, que Luís consiente, que ella, Reyes, es la que tiene el dinero, que Luís dio un braguetazo y que aguanta lo que le echen; es la comidilla de conocidos y extraños, cuernos, sí, pero de oro y mientras haya whiskey, que los cuernos bebiendo son menos. Los padres de ella, terratenientes sevillanos, camisas viejas del antiguo régimen, con empresas en Andalucía y Suramérica. Jaime ya está tardando en decirme “si vamos a Menorca, no te importara quedarte con nuestro Sultán, ¿verdad?” (originalísimo nombre de perro), un Golden Retriever. —¿Te gustaría venir con nosotros, en el supuesto que naveguemos a Menorca? —me pregunta Jaime. Me tiene sorprendido, ha cambiado la estrategia, ahora me invita a sabiendas que le voy a decir que no. —Me gustaría mucho, pero no voy a poder, ya sabes, mis compromisos me lo impiden—le contesto irónico. —En ese caso, no te importara quedarte con Sultán ¿verdad? Os lleváis muy bien, es un perro muy educado y no te causará molestias. —No me importa quedarme con Sultán, es muy bueno, y muy cariñoso y se lleva muy bien con los míos; tráemelo cuando quieras. Ahora las obligaciones y mis pacientes me reclaman—. —Bien doctor, me marcho, yo también tengo trabajo, pero me apetecía saludarte y ya que pasaba por aquí. Nos dependimos con un falso abrazo.

Al medio día comí algo en la cafetería del hospital, que no es una maravilla aunque la Tata cocina bien; la variedad del menú es escasa, pero está cerca, ahí mismo, dentro del hospital y no tengo que salir; tenía pereza de ir a otro bar. Terminé de pasar las visitas pendientes a mis enfermos y salí. Di un paseo y tomé un café en una terraza del Paseo de Gracia, continué con mis conexiones y desconexiones con el ratón y el laboratorio: todo seguía igual. Hacía un día espléndido, un día de verano, las terrazas abarrotadas y las aceras eran un hervidero de gentes, una multitud amorfa e impaciente. Hice tiempo deambulando por las Ramblas, camino de casa paré en el Corte Inglés de Plaza Cataluña, tenía que comprar algunas cosas, aproveche para comprar un plato preparado para la cena y marché para casa. El jardín olía a hierba recién cortada; no había duda, Cecilio, el jardinero, había cortado el césped, lo cortaba casi a diario, ahora con el calor y mucho riego crece a diario, casi lo veo crecer, decía Cecilio que había plantado algunos geranios en los arriates, que peor parte llevaban en cuanto a cuidados; había recortado el seto y dirigido con tutores las buganvillas que inundaba una parte del jardín de color malva y amarillo. Cené el plato que había comprado, tomé una fruta de postre y recogí los platos dejándolos en el lavavajillas.

13

Ya en el laboratorio observé a mi hermano de sangre, de células…o lo que sea, el bicho albino que había clonado, ya era el segundo ratón que clonaba, el primero me la jugó y se escapó: ratonil freedom. ¿Sería que me había salido un clon libertario, o un ratón anarquista? Cosa que nunca voy a criticar. Yo soy el primero en defender el derecho que todo ser viviente tiene en ser libre. A pesar de que está más seguro en la jaula. Elige ratoncillo ¿seguridad o libertad? En libertad se corren ciertos peligros que enjaulado no existen, porque la libertad tiene su precio, y hay que asumir el riesgo de vivir en libertad. A pesar de todo, el ratón que fue mi primer clon, decido emanciparse, lejos del laboratorio: salió aventurero. Ahora, este segundo clon de ratón me miraba con la mirada perdida, no era tan vivaracho como el primero, como el prófugo. Pensé en conectarme con él, con el diminuto bichejo, que, aunque era producto de clonación, semejaba idéntico a los demás ratones que correteaban ajenos a lo que sucedía a su alrededor. Decidí entrar en el animalillo y me conecté con él. Esta posibilidad de entrar/conectar en el ratón la había practicado ya numerosas veces y lo hacía con relativa facilidad; sucedía al instante, podía cambiar de mí a clon y de clon a mí, de ratón a Cástulo y Cástulo a ratón en fracciones de segundos; ahora yo me veía desde el interior de la jaula, era una visión extraña, muy diferente a la de verme en un espejo, no sé muy bien porqué era distinta a la que te envía el espejo, pero era diferente. Como desde un espejo transparente. Me estuve observando un rato a través de los barrotes de la jaula que, desde la visión ratonil era como desde una cárcel, los alambres de la jaula se convertían en un descomunal enrejado carcelario, y me sentía un recluso sin posibilidad alguna de escapar. Los colores seguían grises, sólo los más intensos, como el verde, conservaban algo del color original, pero muy difuminado, recuerdo que esto se llama dicromatismo; era como ver la televisión de antes, aquella tele que ahora ya ni recordamos, la televisión en blanco y negro Decidí ponerlo en o con los otros ratones: quería ver el comportamiento de sus congéneres. Si era bien aceptado o, por el contrario, rechazado, si existía algún tipo de agresividad hacia el clon. Los ratones tienen muy poco desarrollado el sentido de la visión y muy desarrollados otros sentidos, quizás a través del olfato podían descubrir que era un ratón diferente, un impostor, por

eso sería interesante observar la actitud. Yo miraba a los otros ratones, que me parecían enormes, y algo monstruosos, un hocico desmesurado y unos bigotes grandiosos; pero me aceptaron como uno más de la colonia. Volví a mi condición humana. Decidí ponerlo/ponerme con una ratona. Desde mi posición de hombre cogí al roedor, que ahora era casi insignificante, y lo puse en otra jaula esperando a la hembra. Quería comprobar si se producía el efecto Witten, esto es que, cuando un macho ratón está con hembras, estas entran en celo en dos o tres días, este efecto está motivado por el olor de la orina del macho que estimula el ciclo reproductivo de la hembra y entra en celo. De una jaula con un grupo de ratones hembra escogí una al azar y la puse conmigo/ratón. Nada, no pasaba nada, yo la miraba desde dentro del ratón, con ojos de ratón, y me parecía una ratona bellísima, y ella me miraba con ojos de ratona, claro. No reaccionaba, se puede decir que pasaba de mí. Habría que esperar unos días para ver si la ratona entraba en celo, o no, o si se producía algún cambio en el ánimo de mi compañera de jaula. Yo me sentía cómodo, tenía una sensación agradable, estaba con una hembra y hasta existía la posibilidad de tener relaciones sexuales con ella. Me desconecto del ratón, y desde mi condición humana, sin influencia ratona, pienso: “¡Me estoy volviendo loco! Estoy pensando en tener relaciones sexuales con un ratón hembra como si fuese una cosa normal, soy un pervertido, a pesar de que la zoofilia nunca fue una opción que yo me planteara ni de lejos.” Esta relación con los animales, en el medio rural, sí se da, por la cercanía y el vínculo que tienen con los animales, el pastor, tantas horas con las ovejas y tantos días fuera de casa, por los prados de pastoreo, ante la ausencia de relaciones con hembra humana y con tantas hembras (ovejas) donde escoger. Se dice el pastor, ya estoy harto de matarme a pajas, y piensa, por qué no con una cordera, al fin y al cabo tiene un agujero cálido y húmedo, alguna diferencia habrá con el de hembra humana, pero si hace el apaño, por probar qué puede pasar, siempre será mejor que la mano llena de callos, y un coño siempre será un coño, aunque sea de oveja. Así que vamos a ver qué tal responde la borrega; el pastor se aplica a la hembra lanuda, le da unos cuantos envites, y la cordera no muestra el menor interés, lo acepta con aburrimiento de oveja, el ovejero, que llevaba una larga sequía sexual, el coño de la oveja le ha parecido gloria bendita. Un coño cálido en el que se corrido en un momento. Diferencia hay, pero no tanta. Mira el rebaño de más de cien ejemplares y piensa que ya tiene un harén a su disposición, y los días de pastoreo se le van a hacer más llevaderos. En el medio

rural esta parafilia es comprensible, otra cosa es en la ciudad donde eso es más difícil, se da menos. Pero también está la opción de los perros. Es evidente que cada día aumenta el número de mascotas, sobre todo de perritos falderos, y quién no ha visto a esa señora mayor que vive sola, con su perrito faldero, que lo trata como a una persona, qué digo, mejor que a una persona, como a un amante, lo mima en exceso, le compra chuches y ropita de verano, y de invierno, y no sé si de entretiempo: lo tiene a cuerpo de rey. Dicen las malas lenguas que los adiestran untándose miel en la parte que quiere que el perro le lama, atraído por el olor y el sabor dulzón el can lame y lame, y la señora despatarrada goza y goza de los lametones que el perrito aplica con entusiasmo sobre la parte untada, que suele ser una zona sensible a lamidas. En vista del éxito lo adiestra en estos menesteres y no tiene que usar consolador ni artilugios. Estas filias son perversiones más o menos entendibles y hasta justificables por la necesidad de quien las practica, que se alivia y consuela como dios le da a entender. Necesidad que todo ser viviente tiene y que cubre con relaciones “normales”, por llamarlas de alguna manera, pero, no fastidies, con una ratona no es habitual; estoy desvariando, se me va la olla. ¿Cómo se me puede pasar por la mente algo así? Aunque, bien mirado, puede ser una experiencia interesante, digna de figurar en el libro Guinness; no conozco a nadie que haya follado con una ratona. Quizás porque físicamente es complicado, difícil e incluso imposible ¿no? Hasta me hace recordar el chiste del oso hormiguero. Tengo que calmarme y pensar con claridad. Veamos, si tengo deseos de ratona cuando soy yo-ratón es normal, ¿no?, es lo lógico, incluso diría que es lo sano, es decir, el ratón está sano, por lo tanto la clonación, en este sentido, ha funcionado bien. Cuando soy yo-persona mis deseos son de hembra, mujer, también normal. No le demos más vueltas, las cosas funcionan como debe ser, cuando soy ratón tengo necesidades y comportamiento de roedor, aunque controlado con mi mente, y cuando no soy ratón, solo soy yo sin más ¿me estoy justificando? Mira, al final me da igual, al fin y al cabo es hembra y macho con deseos que la naturaleza impone. Deseos reproductivos que mantienen la pervivencia de la especie -aunque no sea el caso. Qué sería si los animales carecieran de estos deseos, no habría reproducción, se rompería la cadena ¿el fin del mundo? Podría ser Me lo pensaré dos veces antes de volver a convertirme en ratón, pero ¿por qué? Las investigaciones debían continuar, todo sea por la ciencia, y ya sin excusas, la verdad, me apetece tirarme a la ratona, que de tanto pensarlo me he ido poniendo cachondo y ya le tengo ganas. Otra vez yo/el, clon/ratón husmeaba por la jaula; noté que me bajaban los testículos, que estaban alojados en el vientre, a través

del canal inguinal hasta el escroto, ¡claro!, ahora recuerdo que los ratones, a diferencia de otros mamíferos, tienen los testículos en la barriga y que los bajan poco antes del apareamiento con la finalidad de producir espermatozoides, y que cumplan su objetivo reproductivo, esto, en Román Paladino, quiere decir que me estaba poniendo con ganas de hembra, o sea, cachondo. La ratona seguía husmeando por la jaula sin prestarme la menor atención, emití un sonido, un grito, un ultrasonido solo audible para mí/ratón y para la ratona, que me miraba fijamente, quieta, inmóvil: se estaba poniendo caliente; parece ser que el grito le ha estimulado el deseo de que la monte. Un olor intenso se fue extendiendo por la jaula, un olor excitante, la ratona estaba emitiendo feromonas, era un olor que, traducido al olor humano, sería como una mezcla a piel femenina, un intenso perfume a cítricos, bergamota, especias y sexo de mujer, pero en versión ratona. Quizás tampoco era así, era mucho más intenso, indefinible y muy, pero que muy excitante. La insignificante ratona me estaba poniendo con unas enormes ganas de apareamiento, me entraban deseos irresistibles de cubrirla, me excitaba de tal manera que la monta iba a ser inminente. Ella, la muy ratona, se dio la vuelta invitándome al apareamiento, estaba preparada y deseosa de que la montara, yo no podía resistir la fuerte atracción sexual que la roedora ejercía sobre mí con el olor, era como un irrefrenable deseo, más fuerte que la voluntad, yo no era dueño de mis actos, imposible de controlar, no podía decidir si quería o no, no tenía voluntad, no podía ir contra la naturaleza, había que cumplir su mandato. Sin pensarlo dos veces ¡hala! la cubrí, cubrí a la hembra de ratón; unos movimientos rápidos, rítmicos, un fuerte orgasmo, y se quedó todo en negro. La duración del apareamiento fue de unos 9 segundos, aunque la sensación que tuve fue de muchos minutos, casi una hora. Ya desconectado, aun sentía los efectos del orgasmo, fue un orgasmo “bestial”. No es por comparar, pero la insignificante roedora se había portado mejor que alguna de mis anteriores relaciones. Sentado en el sillón del laboratorio solo me faltaba el cigarrillo de después, pero no fumo cigarrillos. Pasado un buen rato y repuesto de los últimos sucedidos me acerque a la jaula y, ¡sorpresa!, el ratón, o sea, yo, ¡no estaba!, y la ratona parecía muerta; la cogí y en efecto estaba finiquitada. Tenía que analizar los hechos detenidamente, había cantidad de conclusiones a sacar de mi experiencia ratonil. Pensé, que bien lo he pasado tirándome a la ratona, qué polvazo ¡joder!

Cogí mi libreta de apuntes, busque en la página final donde ponía: el segundo clon, a pesar del accidente habido con las células del ratón y algunas células mías, ha funcionado bien. No se observan diferencias físicas respecto al primer clon. Y continúe escribiendo:

1º.- El hecho de haber mezclado células del mus musculus con células humana, y debido a la fuerte aceleración del ADC, la mezcla de células humanas y de animal ha producido importantes mutaciones. El ser humano se fusiona con el mus musculus predominado la mente del ser humano sobre la del ratón clon; los instintos animales también forman parte del clon, aunque el cuerpo es de ratón. El ser humano puede entrar dentro del citado roedor y dirigirlo a su antojo. (Nota al margen: La ADC es una máquina de diseño personal que, tas muchos años de estudio y desarrollo, y gracias a mi formación en ingeniería , pude perfeccionar, montar y que empezara a funcionar, no sin antes muchos errores y cientos de pruebas. Logré secuenciar todo el proceso de laboratorio e integrarlo en un solo aparato. Ese éxito me ha permitido clonar tejidos, órganos humanos y animales vivos)

2º.- El clon, así llamaremos de aquí en adelante a la fusión mus músculos/ser humano, como decía, el clon ha ejercido a través de un ultrasonido, forma de comunicación de los ratones, una atracción especial sobre un ratón hembra que, de inmediato, ha entrado en celo emitiendo una fuerte concentración de feromonas que han excitado al clon.

3º.- El apareamiento del clon con el ratón hembra ha dado como resultado la muerte de la ratona y la desaparición del clon. Se ha desintegrado, no queda nada, solo ha quedado una leve mancha rojiza sobre el cuerpo del ratón hembra. En posteriores análisis de la piel podremos definir la etiología de esta mancha.

Conclusiones: Podemos deducir que el clon resultante de la segunda clonación ha sufrido una mutación originada por la fusión de dos tipos de células. Las alteraciones derivadas de la mutación parecen apuntar a una fuerte atracción

sexual provocada por los sonidos emitidos por el ratón macho sobre el ratón hembra. Estos sonidos son el medio de comunicación de los ratones, es, como si dijéramos, la voz en los humanos. Este sonido/voz ha hecho que la ratona entre en celo inmediatamente emitiendo una altísima concentración de feromonas, excitando al ratón e induciendo al apareamiento. No sabemos si este efecto de comunicación/voz-excitación de la hembra se producirá en todos los clones machos, y será extrapolable a hembras clon. Hasta que no clonemos a humanos no podremos verificar estos efectos también en personas.

Finalizado el apareamiento el clon se ha desintegrado y la hembra a muerto. Desconocemos, de momento, el origen de tales efectos. Parece ser que si el clon y la hembra mantienen relaciones reproductivas, y por motivos insospechados, la hembra muere y el macho desaparece. Se desintegra, se esfuma, se volatiliza. Este efecto debemos atribuirlo a efectos secundarios no deseables. Es evidente que uno de los efectos de la mutación que presenta el clon es un efecto contra natura; si la unión macho- hembra provoca o puede provocar la procreación de un nuevo ser vivo, o sea, crear vida, la mutación provoca el efecto contrario: muere la hembra y el macho se desintegra. Se puede decir que en lugar de dar vida, mata. Miro el reloj, las dos menos cuarto de la madrugada, no tengo sueño, la temperatura en muy agradable y no me apetece irme a la cama. Me preparo otro Giokuro, que da una infusión verde jade de un agradable sabor herbal con matices afrutados. Cambio el disco. Pongo a Carlos do Carmo, fado de saudade; suenan las guitarras portuguesas y la voz única de Carlos do Carmo. Melancólica, en un lamento de saudade, barrios de Alfama, Madragoa…

Nasce o dia na cidade – que me encanta Na minha velha Lisboa – de outra vida //:E com um nó de saudade – na garganta Escuto um fado que se entoa – à despedida:……

Sentado tomo el té verde a sorbos cortos. Que bien se está cuando se está bien, que decía Paco. Don Francisco Rabal.

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Si la muerte de Montse había sido un accidente, o no, no está muy claro, y difícilmente podamos llegar a ninguna conclusión. ¿Por qué? Porque es un caso fuera de lo común, no hay un caso, ni remotamente parecido en toda la historia de la humanidad, ¿Qué me he pasado? pues no, no me he pasado, y luego me daréis la razón, ¿Qué, por qué? Vamos a ver, para empezar, las personas que estuvieron esa noche en la verbena tenían una característica muy especial, las personas no, solo la persona, solo una. Es verdad que Montse era la enfermera de siempre, la Montse que trabajaba en la clínica; hasta ahí nada raro, el raro era yo, el doctor Cástulo del Valle, que en esta ocasión era Frank Morte ¿Cómo es posible? ¿Tenía doble personalidad? Por ahí vamos bien, a partir de aquí nos llueven las preguntas, sí, en ese momento tenía doble personalidad. Después de esa noche Frank -que era yo, Cástulodesapareció, mi otro yo se esfumó en el aire, y dejó de existir. Por muy complicado que ahora parezca esto, por muy ilógico, y por incompresible, tiene, digamos, un razonamiento absolutamente racional. Cuando cuente cómo pasó veremos como no hay nada mágico, ni de brujería, aunque sí dentro de lo que son avances científicos; quien nos iba a decir que habría impresoras 3D, o robots y que lo veríamos como una cosa normal. La ciencia es impredecible, y nos sorprenderá cada vez más. En el caso que nos ocupa se dan circunstancias tan novedosas, que no existe ni antecedentes ni jurisprudencia al respecto. ¿Fue la muerte de Montse un accidente?, es posible. ¿Se puede llamar accidente a algo que podía haberse evitado?, probablemente. Hombre, si se hubiese evitado ahora no estaríamos aquí con este runrún ¿no? Y, por otra parte, yo no estaría ahí dale que te dale, dando vueltas como un tiovivo que si sí, o que si no. ¿Homicidio involuntario o circunstancial? Estas posibilidades ya las hemos analizado sin llegar a conclusión alguna; creo que por mucho que sigamos dando vueltas a la noria, esta noria no nos va a dar agua, Montse ha muerto y ha salido en el periódico, ha sido noticia, fútil noticia, pero ahí está en las páginas del periódico. Por otra parte yo también cuento, ¡joder!

que si cuento, como que soy uno de los protagonistas, Montse y yo somos los actores de esta historia. Montse ha muerto y ha sido noticia del periódico y yo, que sigo aquí, vivito y coleando y no he salido en ningún periódico, ni puta falta que hace. Tampoco tiene sentido que yo salga en el periódico ¿Por qué iba yo a salir en las páginas del diario? no tiene lógica alguna. Hemos visto que yo no estaba…, aunque si estaba, ¿Que no hay dios que lo entienda, verdad? Es que yo estaba invisible, como si fuera otro, o dentro de otro, y el otro era visible. ¿Sigues sin entender nada?, poco a poco, todo tiene explicación, aunque la explicación sea complicada al final las cosas se entienden. Cuando finalizó la verbena yo me esfumé, desaparecí, me desintegré, solo quedó Montse en la cama muerta, decúbito supino. Y como ya nos hemos preguntado repetidas veces si fue un caso fortuito, o un accidente fortuito, redundancia que diría el avezado periodista de turno, no vamos a seguir que si sí o que si no, fortuito o no: hay veces que es difícil afirmar en un sentido u otro. Decidir la dirección a tomar a veces es complejo, las situaciones más claras e irrefutables, en según qué situaciones, dan un giro que hace tambalear la certeza de las afirmaciones. Ahora recuerdo una película donde se juzga a un chico por el asesinato de su padre, donde se exponen hechos irrebatibles, que resultan no ser tan incuestionables. ¿Os acordáis? , sí, hombre, “Doce Hombres sin Piedad”. Doce de un jurado que creen estar ante un caso clarísimo de asesinato, y por lo tanto van a emitir el veredicto de culpable por unanimidad. Pero, de pronto, la unanimidad deja de serlo puesto que uno de los jurados tiene una duda razonable, y todo se va al carajo. No les voy a contar la película, y sí les digo que en el caso de Montse puede también existir la duda razonable ¿Por qué no? Tanto si fue muerte natural o no, incluso yo no sabría pronunciarme en un sentido u otro, y como nunca lo sabremos a ciencia cierta: in dubio pro reo. Que en traducción libre viene a decir que si hay duda no tomes decisiones que condenen al presunto culpable. En caso de duda a favor del reo. La libertad es lo más sagrado que tenemos y no estoy yo dispuesto a perderla por nada ni por nadie. No es fácil, no, mantenerse libre, a veces cuesta, hay quien no la soporta. Que cada uno tenga tanta libertad como pueda soportar -el ser humano debe aspirar y conquistar su libertad. Algo que nadie te puede quitar, aun estando preso puedes ser libre, porque aunque tu cuerpo esté encerrado tu

ser puede estar en libertad. Hay presos libres y personas libres que están presas. Presas de ella mismas. De forma indivisible van libertad y responsabilidad por lo que el ejercicio de libertad tiene que ir unido a la responsabilidad, desde una ética personal, y sin moralina. Yo, en el tema que nos ocupa, actué con absoluta libertad, pero con dudosa responsabilidad, no fui del todo responsable al tomar la decisión que llevó a una persona a la muerte, que llevó a la muerte a Montse. Intentaré que puedan entender qué me llevo a actuar de la manera en la que procedí. ¿Los sentimientos condicionan la libertad? Creo que merman la capacidad de ser libre. ¿Se tiene que poner la libertad por encima de los sentimientos? Creo yo que si buscas la libertad incondicional, si quieres ser libre, absolutamente libre, los sentimientos deben ocupar un segundo plano. Es indudable que este asunto cada uno debe gestionarlo con absoluta libertad.

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Repantigados en la biblioteca, en sofás de cuero Chester y sillones también de cuero, tapizado capitoné, bebían coñac o whisky o cualquier otra cosa con alcohol, fumaban habanos y arreglaban el mundo. Chismorreaban de señoras, amantes o meretrices, entre puta y puta estaba el negocio, decía. Machista convencido, y no es que fuera franquista, pero decía que con el régimen del movimiento era fácil hacer negocios, era un régimen corrupto, lleno de advenedizos y lameculos que comprabas por cuatro duros. De Franco pensaba que era un payaso disfrazado de capitán general con voz de maricón. Compraban licencias de obras o de cualquier cosa con la que ganar una buena suma de dinero al edil de turno correspondiente. Estas reuniones tenían una frecuencia casi diaria, mi padre pasaba más tiempo en casa que en la oficina, decía que allí tenía gente de confianza que le llevaban las cuentas al dedillo ¡más les valía! Pero los negocios, los buenos negocios, se hacían en un ambiente distendido y con una copa en la mano. Mi madre, María de los Ángeles Conesa Cárdenas, Angelines le llamaban, hija de hacendado agricultor y de humilde señora hija del alcalde, era de Torre Pacheco, Murcia. Recibía a sus amigas todos los viernes por la tarde, hacían obligada partida de cartas en la salita, tomaban el té con pastas, chafardeaban sin dejar títere con cabeza, se ponían al corriente de los últimos dimes y diretes de la añeja burguesía catalana, o comentaban las últimas tendencias de la moda, trapos, zapatos, bolsos… Mis padres se conocieron en la universidad de Barcelona donde ambos cursaban estudios de derecho, carrera que ninguno de los dos ejerció nunca. Cástulo me lo puso mi padrino, el que me sacó de pila, que se decía entonces, y que era de Jaén, de Linares concretamente. Su nombre no lo recuerdo, siempre le llamábamos padrino. Fue el responsable de que yo me llame Cástulo, el porqué del nombrecito me enteré ya de mayor. La historia es que, cuando yo nací, mi padre y mi padrino, para celebrarlo, se fueron de putas, cogieron una jumera de las que no se habían visto por esos pagos, y cuando fueron a inscribirme al registro civil, con la turca que llevaban, a mi padrino se le ocurrió el nombre de

Cástulo. Cástulo le vamos a llamar Cástulo, Cástulo, Cástulo, mi ahijado se llamará como yo quiera y no se hable más, repetía al funcionario del juzgado de paz con lengua trapajosa por los efectos de los caldos de bodegas Torres que habían pimplado sin mesura; lo de Cástulo se le ocurrió a mi padrino por un poblado ibero-romano del que quedan unas ruinas cerca de Linares. Se le metió en la mollera y el empleado del registro, bien por no discutir, bien porque conocía a mi padre, que repetía con su amigo, sí, sí, Cástulo, porque lo digo yo, y ya está, agarrándose al mostrador para no pegársela; y así quedé inscrito, aunque no existía San Cástulo en el santoral, requisito indispensable en aquella época. Pese a todo, y aunque se pasaron el santoral por el arco de triunfo, quedé inscrito con el nombre de Cástulo, igual que el poblado ibero-romano jienense. La historia volvió a repetirse en el bautizo. Padrino y progenitor se enfrentaron por el dichoso nombrecito con el cura; este decía que no conocía ningún San Cástulo, usted no va a conocer a todos los santos del mundo, decía mi padrino, ¡qué razón tenía, sin saberlo! y mi padre zanjo el tema: si no lo quiere bautizar nos vamos a otra iglesia. El cura, que era conocedor de los jugosos donativos que mi padre hacia a la iglesia, no se opuso. Tampoco hay que ponerse así, se apresuró a decir el cura, y con la concha de vieira en ristre: Cástulo, yo te bautizo en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, amén, amén repitieron todos a coro; pues ya es miembro de la iglesia católica, apostólica y romana, finalizando el cura la ceremonia. —Padre, está Ud. invitado a la celebración del bautizo de Cástulo; será en nuestra casa de la calle Sant Gervasi — dijo mi padre, conciliador. —Sí, ya, ya sé dónde está —contestó el cura. Mi padre invito a la celebración, que fue en casa, a familiares, amigos y hasta enemigos que no podían hacerle un feo a mi padre. Aquello debió de parecerse mucho a las celebraciones de la mafia, que después he visto en películas, y que en más de una ocasión me han hecho recordar alguna de las reuniones que hubo en casa. Durante muchos años viví pensando que mi nombre era fruto de una, de una, no, de dos cogorzas y del nombre de unas ruinas de la provincia de Jaén pero, mira por dónde, después me enteré que había, y hay, una iglesia en Praga, la iglesia de san Cástulo, que fue construida en el siglo XIV. San Cástulo mártir también está en la vía Labicana de Roma, una iglesia y un cementerio llevan mi nombre. San Cástulo sufrió martirio y murió en esta vía, por lo tanto, sin saberlo, sí que me

pusieron el nombre de un santo. San Cástulo mártir, eso, mártir tenía que ser, con lo poco dado que soy yo al sufrimiento. Ya de mayor hice obligada visita a los venerables sitios de donde salió mi nombre. Sin saberlo ni mi padre ni mi padrino, que siempre pensaron que se debía al poblado en ruinas de la provincia de Jaén, pero no llegaron más allá. A la muerte de mis padres, que fallecieron con solo once meses de diferencia, heredé la casa y todos los bienes que tenían, mucho más de lo hubiese imaginado, además, no tuve discusión alguna con mis hermanos sobre el reparto de la herencia, soy hijo único. Las relaciones con mis padres fueron desiguales; mi padre era exigente y mantenía conmigo una relación fría desde una férrea disciplina, y exigía un respeto absoluto, tanto si tenía razón como si no. Creo que en el fondo me quería, y esa era la manera de demostrármelo, pero yo no podía comprender el porqué de esa educación cástrese, no entendía que mientras para mí era inclemente, él gozaba de todas las indulgencias posibles, no predicaba precisamente con el ejemplo. Viajaba mucho, por negocios, decía él, y unas veces por negocios y otras por placer lo cierto es que se ausentaba con frecuencia. Mi madre, al principio, sufría, pero el tiempo la volvió indolente y nunca reñía con mi padre, creo que a mi padre esta situación aún le dolía más, más que si se hubiera enfadado y recriminado por sus devaneos. Mi padre y yo nos parecíamos mucho físicamente, solo físicamente, él tenía una gran habilidad con los negocios, era un empresario de éxito, disfrutaba en operaciones de riesgo, invirtiendo, comprando y vendiendo, era un mago del dinero, y yo me dedico a la medicina. Lo que más me gusta es la investigación, investigar en el campo de la clonación. Dos mundos muy distintos, como decía, éramos parecidos físicamente, pelirrojos, pecosos y no muy altos, el parecido era solo físico, en lo demás no nos parecíamos en nada; nunca entendí el éxito, que dicen, tenía con las mujeres. Sería porque gastaba el dinero a manos llenas. Y, siendo tan parecidos físicamente, a mí me pasa todo lo contrario. Las juergas y el alcohol le pasaron factura: una cirrosis alcohólica fue el diagnostico. Murió con el hígado deshecho, entubado, y en una dolorosa agonía. Que yo acorté desconectando la máquina que lo mantenía vivo. Si a eso se le

podía llamar vida.

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Con mi madre la relación fue totalmente diferente, volcó todo su afecto, todo su amor en mí; yo era hijo único y creo que me veía débil, inseguro y solitario. Era morena de piel, pelo castaño oscuro, melena ondulada hasta debajo de los hombros, de ojos grandes y vivarachos, de color marrón, nariz latina, boca grande, de labios carnosos y sensuales, de una belleza racial, recordaba ligeramente esas pinturas de mujeres andaluzas al estilo de Romero de Torres, algo entrada en carnes, era físicamente deseable, por lo que tuvo que espantar a más de un moscón que se insinuaba con intenciones perversas, o de llevársela al huerto; ella los ahuyentaba con elegancia y saber estar. Hablaba despacio, como construyendo las palabras. No sé qué vio en mi padre pero estuvo muy enamorada de él; las ausencias, las borracheras, las putas y las queridas motivaron el alejamiento de mi madre, y todo su amor me lo daba a mí. Durante algunos años mantuvimos una relación incestuosa, silenciosa y libre de culpa. Todo empezó aquel verano. Andaba yo entonces por los once años. Los veranos, mi madre y yo, pasábamos unos días en la finca que mis abuelos tienen en el campo. El verano es época de cosecha y la huerta daba mucho trabajo: había que recolectar pimientos, tomates, melones, sandias… contrataban jornaleros para estos trabajos. Era una finca de hortelanos de las muchas que había por la zona, con un caserón rustico, grande, donde pasaban todos los veranos para controlar la recogida de hortalizas. Por la tarde, un camión cargaba la recogida diaria y partía, suponía yo, que hacia algún mercado. Mi abuelo se pasaba casi todo el día en el campo, daba órdenes a Torcuato, el manigero; a la una en punto venía a comer, que lo hacía siempre solo, y mi abuela se sentaba con él y comentaban cosas del trabajo, de la huerta, de los precios a que estaban vendiendo los diferentes productos, “no sé dónde vamos a llegar, apenas cubrimos gastos”, era la queja que se escuchaba cada día y año tras año. Nosotros comíamos más tarde. Él hacia una siesta corta y por la tarde volvía al campo hasta que el camión partía; volvía a la caída del sol, se sentaba debajo de la higuera con su transistor, que escuchaba hasta la hora de la cena, cena que también hacia solo, ensalada y pescado frito que le preparaba mi abuela casi todas las noches. Se llamaba Ginés y yo siempre le llame abuelo, era bajito, no llegaría al metro setenta, pelo

castaño muy corto, nariz pequeña y ojos pequeños marrones y redondos y llevaba barba de dos o tres días. Lo que me llamaba la atención eran las manos, unas manos enormes y duras como de corteza de roble. Cuando terminaba de cenar se sentaba a escuchar la radio y a las once en punto se retiraba a dormir. Mi relación con él fue muy superficial, era un hombre de pocas palabras. —Un día de estos te vienes conmigo a cortar melones, ¿qué te parece? —me decía. O también: —Tú estudia que el campo es muy esclavo. Y poco más. A lo que yo le contestaba con un muy bien o vale. La abuela se llamaba María, yo siempre la llamé abuela, y alguna vez que la llame yaya me dijo que, como no era catalana, ella era la abuela y no la yaya; regordeta y bajita se peinaba siempre con rodete, y de su cara emanaba dulzura; era muy nerviosa, no paraba, siempre tenía algo que hacer, se pasaba media vida en la cocina preparando las comidas o haciendo conservas de las cosas de la huerta. “que en invierno va muy bien tener de tó cuando ya no hay de ná”, decía.

Había una alberca, alberca que yo disfrutaba como la mejor de las piscinas, con niños y niñas de las fincas vecinas, y de las visitas que con frecuencia se presentaban en la casa con la excusa de ver a mi abuela o a mi madre, que había venido de Barcelona. Cuando se marchaban iban cargadas de melones sandias y hortalizas. No me pongas tanto, mujer, decían con la boca pequeña a mi abuela o a mis tías que preparaban cajas bien surtidas de los productos de la huerta. La alberca tenía un tamaño considerable y se utilizaba para el riego de las hortalizas, tomates, pimientos, melones, árboles frutales… Cerca de la casa, una enorme higuera daba sombra, que en las horas de solana servía de refrescante refugio, la sombra era enorme, enorme como la higuera, que extendía sus ramas en todas direcciones; yo trepaba por tronco y ramas para, esquivando las avispas, coger los higos maduros. Venían algunas amigas de mi madre a pasar el día y chismorrear sobre las cosas de la ciudad; mi padre no aguantaba más de dos días seguidos. Decía que el campo lo agobiaba y se volvía a Barcelona. Yo me pasaba el día en la alberca, jugando con niños y niñas hijos de amigos de mis abuelos, de mi madre y de mis tías. Mi madre tenía dos hermanas solteras; yo las veía muy guapas, Fuensanta

era la más guapa, se parecía a mi madre pero un poco más gordita, y con dos buenas tetazas, Laura era más delgada y menos agraciada, pelo corto en la cabeza, y largo en los sobacos, no se depilaba, creo que era lesbiana, machorra se decía antes. Después de comer subían a las cámaras, en la parte alta de la casa, donde tenían almacenado de todo: melones colgados junto a ristras de pimientos secos, panochas roseteras (para hacer palomitas de maíz), ajos… Yo tardaba un poco en subir; me escondía y las espiaba cuando dormían la siesta, en colchones tirados en el suelo. Se quedaban solo con sujetador y bragas, por el calor; en las cámaras era donde hacía más fresquito porque las cámaras no tenían ventanas, era como una gran terraza techada. Yo las atisbaba, escondido entre enormes pilas de sacos, botas de aceite, y vino. Me la cascaba mirando los culos de mis tías, e imaginando mil guarrerias, estaba en la edad. Algunos días mi madre subía también a hacer la siesta, siempre más tarde porque ayudaba a mi abuela a recoger la cocina. Yo me hacia el dormido aunque estoy seguro que ella sabía que espiaba a mis tías, pero se hacia la longuis; dormía también la siesta en algún colchón, y a veces en la mecedora. El día de marras estábamos en la alberca Josefita y yo, jugando en el agua. Josefita era un año mayor que yo, tenía doce años, yo había cumplido once y a esa edad un año marca unas diferencias descomunales; ella era una mujercita muy formada, con tetitas ya de cierto volumen, y yo un niño, muy niño, al menos físicamente. Llevaba ella un bañador azul que sería del año anterior y le quedaba un poco pequeño, y le marcaba todo. A esa edad, de un año para otro, los cambios son muy visibles. Le habían crecido los pechos que me enseñaba apartándose el bañador con malicia hacia a un lado y aparecían, violentas, unas tetitas que me miraban con cierta agresividad. Josefita era hija de una amiga de mi tía Fuensanta. La niña no estaba muy alta para su edad; ya crecerá, decían. Regordeta y bizca, llevaba unas gafas con el cristal del ojo derecho tapado con esparadrapo, -es que tiene un ojo vago, decía su madre. ¿Vago?, yo creo que está medio muerto, pensaba. Me despistaba mucho; cuando me decía algo nunca me miraba, era como si estuviera hablado con la higuera, eso era por lo del ojo vago, creo. —Ya me falta muy poco para ser mujer, me lo ha dicho mi madre; tienes que tener mucho cuidado con lo que haces con los niños, me lo ha recalcado más de una vez —decía. Y siguió… —Ya tengo muchos pelillos en… ya sabes dónde ¿no?

—Claro— contesté con cara de tonto. —Y tú ¿tienes ya pelillos ahí?—Y me señalaba el bañador. —¿Quieres que te enseñe los míos?, ¿quieres verlos? —me dijo Josefita alardeando de su supremacía de mujer que estrenaba tetitas, ya de buen tamaño, y eso da una indiscutible autoridad; y pelillos un poco más abajo y que eran su orgullo. —Aquí, en el agua, no se ven bien, vamos al maíz y allí me los enseñas —dije con picardía señalando un maizal que se extendía a la derecha de la alberca, con cañas de maíz de más de dos metros de altura. Josefita asintió; estaba loca por mostrar su cuerpo que maduraba de niña a mujer por días. Saltamos de la balsa y en un santiamén estábamos dentro del maizal, pisando verdolagas que habían crecido descontroladas; las cañas de maíz nos resguardaban y nos dejaban a salvo de cualquier mirada. Josefita se bajó el bañador, y sus tetitas inhiestas me apuntaban con sus pezones sonrosados. Siguió bajándose el bañador hasta las rodillas y sí tenía pelillos, ¡coño!, tenía muchos pelillos, pero muchos, muchos, una alfombra de pelillos alrededor de su rajita, que apenas se dejaba ver. —¿Me los dejas tocar? —dije ansioso. —Bueno, pero solo los pelillos, ¿eh? —asintió. Sí, sí, pensé yo. —A ver, sí que tienes, rizaditos… y qué negros—. Los acariciaba mientras con el dedo buscaba su hendidura, con poco éxito, que se escondía tras el denso y negro matorral. —Ya está bien —me dijo apartándome la mano—.Ahora bájate tú el bañador, a ver si te están saliendo los pelillos —añadió autoritaria y con aire de persona mayor Me negué. Es que yo, aún no…Me sentía acomplejado y, además, la naturaleza había hecho aparición y en el bañador se notaba un bulto que antes no había. —A ver qué tienes ahí.

De un tirón me bajó el bañador quedando completamente indefenso, y con la cosita totalmente erecta apuntando hacia arriba con descaro. Josefita la cogió y le movió la piel arriba y abajo, lo que hubiera dado para que la chupara como si fuera un polo. —¡Qué dura está!—decía, moviéndola arriba y abajo como si no me perteneciera, como si fuera un animalito por el cariño y la delicadeza con que manejaba el asunto. Estuve a punto de decirle: “Si te la metes en la boca te regalo mi colección de tebeos de Azucena”. Yo sabía que le gustaban esos tebeos, pero me daba vergüenza. Ella seguía moviendo la mano arriba y abajo, arriba y abajo, arriba… Aquello estaba a punto de estallar. Me abalancé sobre ella con la intención de meterla en aquel sitio que estrenaba pelillos negros y rizaditos, y del que tanto se enorgullecía la niña/mujer. Y es que con tanta tontería de pelillos me había puesto más caliente que palo de churrero, y su chochito, escondido entre los pelillos, era un imán para la cosita con la que la niña había estado jugando arriba y abajo, abajo y arriba, sin saber que ese juego tenia consecuencias imprevisibles. Rodamos por el suelo, entre las cañas de maíz y el frescor de las verdolagas; de un empujón, la muy pu….puñetera se libró de mí y salió gritando con el bañador a medio bajar o medio subir. —¡Me la quiere meter, me la quiere meter, me la quiere meter! —gritaba y corría, como poseída por mil diablos, hacia la terraza donde estaban los adultos tranquilamente tomando limonada y refrescos. La muy imbécil. Primero me provoca y luego se hace la ofendida; para darle de ostias. Primera lección sobre algunas féminas, Cástulo. El revuelo que se montó fue mayúsculo. Me sentía un violador, o algo peor. Todos trataban de consolar a Josefita que se sentía como una heroína que había defendido su honra: era una mártir y virgen. Virgen porque no conseguí mi objetivo, que si no se me escapa…, mártir sí, pero virgen… Mientras tanto, yo me había escondido en las cámaras esperando la reprimenda y el castigo ejemplar que merecía por mis desmanes, y que aceptaría sin rechistar. Con el peso de la culpabilidad criminal me sentía reo patibulario por el intento de violación de la virginal Josefita, ejemplo de honestidad y virtud. Entonces pensé: lección aprendida.

La amiga de Fuensanta se marchó, llevándose a la ofendida Josefita, ya más calmada; la habían consolado con un bocadillo de chorizo de tamaño más que generoso. Mi madre, que sabía dónde me había escondido, subió al granero y me pidió que le contara lo que había sucedido. Se lo conté, avergonzado, con pelos (¡qué desafortunado!) y señales. Me hizo prometer que no volvería a hacerlo. —No te va a hacer falta, para eso está tu madre, yo te protegeré y te daré todo lo que necesites —sentenció mi madre. Mi madre y yo dormíamos en la misma habitación, ella en una cama de matrimonio y yo en una cama pequeña, a sus pies, en una habitación enorme. Las dos camas, dos sillas y un armario de cuatro puertas, que ocupaba todo un lateral de la habitación; en la cabecera de la cama un cuadro de un Nazareno. Decían que era una reproducción del Cristo del Paño de Moclín, en la provincia de Granada, al que se le atribuían algunos milagros, entre ellos, haber curado al sacristán de su ceguera. Anualmente se celebra una romería de la que se decía que la mujer que no conseguía quedar embarazada, por más que lo intentaba, yendo a la romería, al poco quedaba preñada. Al final, la romería terminaba con le exhibición del cuadro en procesión, rodeado de una ferviente multitud, y alguna recién preñada. Ahora, no tanto, pero antes el cuadro me daba miedo, me aterrorizaba. El cuadro es de un cristo con su cruz, caído, con una mano se apoya en el tronco de un árbol cortado; todo el cuadro es muy oscuro. El cristo dirige la mirada hacia el que lo estamos contemplado, y a mí esa mirada me daba pánico. Procuraba no entrar solo al dormitorio, esa mirada acusativa del cristo me ponía los pelos de punta; ahora ya no me produce ninguna sensación, solo veo un cuadro feo y nada más. En el dormitorio había una cómoda con el sobre de mármol, situada al fondo, ese era todo el mobiliario del dormitorio. Había una ventana balcón que daba al patio de la higuera, la que podías tocar sus ramas desde el balcón. Había perales y un enorme nogal, un pozo con su cubo de cinc cogido del asa con una soga y apoyado en el brocal. ¿Te quieres acostar conmigo?, me preguntó mi madre esa noche, y yo asentí con la cabeza. Esto era algo normal; cuando mi padre estaba de viaje dormía muchas noches con ella. Ya los dos en la cama me dijo que me quitara el pijama, que hacía mucho calor; obedecí quitándome el pantalón corto del pijama que era

todo cuanto llevaba por ropa, y quedé desnudo en la cama, tapándome con la sabana. Mi madre dormía siempre con camisón, largo en invierno y corto en verano, pero siempre sin bragas. Me abrazo; tenía el camisón en la cintura quedando completamente desnuda y muy juntos. Noté su piel pegada a la mía; ya no era la piel de mi madre sino la piel de una hembra que me producía escalofríos, era una sensación tan placentera que, como un resorte, me produjo una erección involuntaria. Ella abrió la puerta de su sexo y yo entre con facilidad. Entrar en una mujer es el vértigo de la carne, es entrar en un mundo inexplorado: una muerte dulce de fuego lúbrico. Mi viaje iniciático con ebriedad de hembra. Eso fue lo que sentí, en ese momento.

Hallelujah! Hallelujah! Hallelujah! Hallelujah! Hallelujah! :| |: for the lord god omnipotent reigneth. Hallelujah! Hallelujah! hallelujah! hallelujah! : |For the lord god omnipotent reigneth. |: hallelujah! Hallelujah! Hallelujah! Hallelujah! Hallelujah! Hallelujah! Hallelujah! :| The kingdom of this world is become the kingdom of our lord, and of his Christ, and of his Christ; and he shall reign for ever and ever, for ever and ever, forever and ever, King of kings, and lord of lords, |: king of kings, and lord of lords:| and lord of lords, and he shall reign, and he shall reign forever and ever, king of kings, forever and ever, and lord of lords, Hallelujah! Hallelujah! And he shall reign forever and ever, |: king of kings! and lord of lords! :| and he shall reign forever and ever, king of kings! and lord of lords!

Hallelujah! Hallelujah! Hallelujah! Hallelujah! Hallelujah!

George Frideric Handel

¡Y dios siempre reinara!

La fuerza de la sangre no impidió algo que es más fuerte, la fuerza de la naturaleza, el deseo de hembra del macho. La llamada natural del sexo de la hembra, para el macho, es irresistible. Solo la moral establecida puede impedir el ayuntamiento carnal; en este caso no lo hizo. La naturaleza dicta que un animal hembra y un animal macho, cuando se aparean, obran de forma natural, siguiendo su mandato, sin distingos de parentela. Yo me sentía bien, sin sensación culpable: empezaba a notar la ausencia de moral. Mi ética decía que eso era bueno. Desde esa noche, mientras estuvimos en la finca, dormíamos juntos y repetíamos lo mismo de la primera noche. Todo lo hacíamos en absoluto silencio, procurando no hacer ruido; solo se escuchaba el sonido lubrico del sexo en movimiento, entrando y saliendo. Nunca, entre mi madre y yo, hablamos del tema; lo hacíamos sin más, sin palabras. De vuelta a Barcelona seguimos durmiendo juntos cuando mi padre salía de viaje, viajes que se producían con demasiada frecuencia para ser creíble que el motivo siempre fueran los negocios. Viajes que a mí me venían muy bien porque significaba que podía dormir con mi madre. Mi padre se iba a follar a sus putas y queridas, y yo follaba con mi madre. Esta relación duró algunos años, y terminó igual que empezó, sin palabras, sin decirnos nada. Se acabó, sin más. Nunca supe si mi madre alguna vez sintió placer, nunca lo noté y nunca lo hablamos. Si sintió algún placer no lo expresó; a veces yo notaba algún estremecimiento y no dejarme salir de ella después de mi orgasmo. Creo que lo más le satisfacía era que me hacía un hombre sin la necesidad de recurrir a otras féminas: ella era todo; ella era entrega, ella era posesión y ella era generosidad. A mí, esa relación me marco profundamente,

jamás la olvidare; es más, la recuerdo con frecuencia y cuando la comparo con otras relaciones ninguna tiene parangón con la de mi madre. Desde entonces vivo mi sexualidad en pretérito, con sosiego. Ahora vivo mi sexualidad de forma natural, sin pasiones amorosas ni condicionantes de ningún tipo, en absoluta libertad. Difícilmente la sociedad puede entender esto. Un incesto es un crimen, que no sé si estará penado, ni me importa; penado por la iglesia, seguro, y por las demás religiones, también. Viven aferrados a los barrotes de su moral, prisioneros de ellos mismos, de condicionantes sociales, religiosos y políticos que les impiden ser libres. Deberíamos seguir el ejemplo de la Iglesia, la del papa Alejandro VI que, por cierto, era español, natural de Játiva, Valencia. Rodrigo Borja, o sea, Alejandro VI cometía incesto con su hija Lucrecia, que a su vez también se acostaba con su hermano Cesar; una familia ejemplar y libertina, que se decía, o libre que digo yo. Papas que gozaban las carnes de concubinas y meretrices son legión, sí, sí, es la misma iglesia, la que para que dos primos hermanos pueden casarse tienen que pedir dispensa papal. Condena la sexualidad ya que solo por nacer te hace pecador, naces en pecado original. Todo muy coherente. Doctores tiene la iglesia que os sabrán responder. Pues eso. Yo nunca creeré, ni mucho menos voy a seguir doctrina o credo, sea cual sea, que me prohíba hacer alguna cosa, solo faltaría. Ningún ente, por muy sagrado que sea, tiene que vedar o condenar la libertad, hasta ahí podíamos llegar. Desconfía de quien te prohíba algo; solo la ética personal puede condicionar tus actos. Mi madre me dio el amor absoluto, la sublimación del amor, la entrega total en cuerpo y alma; ella restableció la castración sicológica que Josefita me produjo. Tampoco es que me creara un trauma con el montaje que hizo la muy estúpida, aquel proyecto de mujer, que ahora sí, ahora no: aclárate guapita y no montes circos ni y escándalos para demostrar ¿qué?, ¿que eres muy decente? ¡Pindonga! Mi relación incestuosa ni respeta ni sigue precepto de la moral establecida y, como es de suponer, la llamada moral no me importa un comino; puedo ser amoral, ateo y ácrata. ¿Qué? Un mal bicho ¿no? Pues, mira por donde, me produce enorme regocijo y complacencia trasgredir y desobedecer leyes y preceptos estúpidos; sigo solo los dictados de mi ética que son pocos, naturales, razonables y justos. No tengo

depresiones ni sentimientos de culpa, no confieso mis pecados, no los tengo, ni comulgo nunca, no me hace falta, ¿Soy católico porque me bautizaron?, pues lo que diga la iglesia, de la que paso olímpicamente, ¿eso es ser apostata? No sé, lo que se, es que soy ateo, no creo en ningún dios, ser superior, o ente divino. Que si lo hubiera es su problema. Naces con el pecado original, y ahí están los curas para redimirte y salvarte, salvarme no sé de qué, sí, hombre, del fuego eterno, ¡por “dios” no me salvéis! Eva eligió la libertad con todas sus consecuencias: ganar el pan con el sudor de su frente y parir los hijos con dolor; eso, a diferencia de una vida cómoda y contemplativa pero sin libertad, sin la libertad de comer la manzana del árbol que le apeteciera. Dios lo había prohibido y esa prohibición le impedía ser libre: si había una prohibición no había libertad; escogió la libertad y las repercusiones que la acompañan. Tuvo que ser una mujer la que nos enseñó el camino. Es por eso que la mujer ha sido repudiada, marginada y condenada por las religiones como ser impuro, contagiando su impureza al hombre que tiene relaciones con mujer; solo los hombres célibes se mantienen castos y puros a pesar que este precepto es contra natura. Sueño: “¡El método! ¡Lo más importante es el método y no aceptaré ninguna excusa, para saltarse el método!” En mi pesadilla estoy en una clase de un colegio añejo, lúgubre. Pupitres de madera con manchurrones de tinta, antiguos, con tinteros de porcelana blanca, ventanas altas casi cerradas por donde apenas se filtran hilillos de luz mortecina; cuatro bombillas iluminan la estancia, hace frío, mucho frío, de los tejados de las casas cuelgan carámbanos que cogíamos a modo de polos de hielo. Hay una estufa de hierro, redonda, con tapa, y al lado un gancho para destaparla y avivar el fuego de cáscaras de almendra que calienta la clase, la estufa está situada en el centro del aula; ahora está apagada, un helor glaciar inunda la sala. El profesor, calvo con cara de pájaro, de cuervo, de gorrión, de vencejo… se va transformado mientras habla del método; los brazos, como alas de murciélago, y sostiene una regla con la que golpea los pupitres que suenan como estallidos, como disparos. Los alumnos tienen todos la misma cara de frío; la bufanda de lana alrededor del cuello, la nariz roja de frío y las orejas con sabañones. Saquen el libro de matemáticas y el cuaderno de problemas. Ahora el profesor se ha convertido en una monja, toda de negro, con cara de abubilla y con la regla de madera golpea a un alumno que ha sacado el cuaderno de problemas. ¡El método, el método!, grazna convertida en grajo. ¡Primero el

libro, luego el cuaderno! continúa graznando. Nadie se puede saltar el método, el método es sagrado, es Dios y Dios es el método, lo es todo. Dime la tabla del ocho, ocho por uno es ocho, ocho por dos dieciséis, ocho por tres veinticuatro, ocho por cuatro…ocho por cuatro…cuatro por ocho treinta y dos, la monja córvido, encolerizada, descarga una somanta de golpes con la regla que acaba partiéndose. ¡Ocho por cuatro y no cuatro por ocho! El resultado es el mismo, coreamos todos. ¡Malditos, malditos, el resultado no importa, lo que importa es el método! Entran Horus egipcios, hombres con cabeza de halcón que nos azotan con látigos y corean un mantra: el método es sagrado, el método lo es todo, el método es sagrado, el método lo es todo... Estas pesadillas, me traen por calle de la amargura, son tan nítidas, que parece que estoy dentro del sueño, me despierto sudando, aterrorizado, no puedo hacer nada para evitarlas. El sueño de la razón produce monstruos, pintaba Goya.

17

—Muchas gracias por recibirme, doctor del Valle — dijo el policía a modo de saludo, con un apretón de manos. —Ya me estaba extrañando a mí que su llamada no se hubiera producido antes. Y llegué a barruntar que hubieran cerrado el caso, cosa, por otra parte, lógica. No hay asesino. No hay caso —solté a modo de contestación al saludo del inspector Melero, manteniendo aún las manos apretadas. —Tenía yo ciertas reservas de si me recibiría tan pronto dado que su trabajo le ocupa tanto tiempo; no me gusta molestar. Lo mío, al fin y al cabo, no es nada importante ni trascendental, digamos que es una visita de cortesía —dice el policía, que hoy viste polo azul marino sin marca y pantalones chinos. —Pero hombre, cómo no lo iba a recibir, si ya estaba yo en ascuas por saber por dónde van esas pesquisas sobre el caso que ya sabemos usted y yo, y que nos concierne a los dos. Pero, pase, pase, no se quede ahí en la puerta, pasemos a la salita —le digo, acompañándolo. Anduvieron el espacio que separa la puerta de la de las cristaleras que dan al jardín y a la salita. —¡Joder!, a esto llama usted “salita”, así, en diminutivo; no le miento si le digo que es más grande que el piso donde yo vivo —exclama el poli llevándose una mano a la cabeza. Lo que yo llamo salita es un amplio salón que ocupa buena parte de la planta baja, con enormes puertas correderas de cristal que dan al jardín, estanterías repletas de libros, un equipo de música, tres sofás tipo Chester en capitoné de piel marrón, y una mesita en el centro con algunas revistas, diversos muebles, un jarrón con rosas en agua sobre una mesa del fondo y una vitrina de unos dos metros de altura con dos puertas de cristal y cinco baldas repletas de relojes perfectamente alineados. Las paredes decoradas con cuadros de muy diversos estilos: el perro, de Goya, él origen del mundo, de Corbett, un Genovés…

El inspector de policía esta asombrado ante tantos libros y relojes que tengo en la vitrina, Coge un libro que estaba de cualquier manera, fuera de las filas bien alineadas, y daba la impresión como si lo acabara de dejar; lo había estado ojeando y lo había dejado ante la llegada del inspector. Melero lee en voz alta: William Godwin . —Lo siento, pero no tengo la menor idea de este autor - dice ojeando el libro —. Mi incultura literaria me avergüenza; la verdad es que tampoco tengo mucho tiempo para la lectura; este trabajo me ocupa mucho tiempo, mí horario no es de ocho a dos, qué más quisiera, con un canto en los dientes me daba yo —se justifica el policía. —No lo sienta, inspector Melero, no es de los filósofos más conocidos. Ese libro es una biografía que Godwin escribió sobre su esposa, la también filosofa Mary Wollstonecraft, y a pesar de no ser muy populares sí tienen una obra muy interesante —. Cojo el libro que me entrega el policía. —William Godwin fue un importante pensador anarquista, pero lamentablemente es más conocido por ser el padre de Mary Shelley; esta escritora le sonará más, ¿verdad? Sí, la autora de la novela Frankenstein o el moderno Prometeo. Una novela muy interesante, novela de ciencia ficción aunque se ha catalogado en el género de terror; creo que fue la primera novela de ciencia ficción. El cine ha ayudado a la divulgación de la novela; la popularizó como película de miedo, aunque a mí me interesa más por los planteamientos sobre la ética científica, los limites acerca de dar vida a un ser, el intentar ser como Dios, crear vida; no engendrar sino crear. Interesante y erróneo planteamiento. Pero sentémonos y tomemos algo. ¿Una copa? ¿Whisky? —digo indicándole e invitándole a sentarse en el sofá Chester. —Por favor —asintió el poli que husmeaba la salita con curiosidad para, finalmente, tomar asiento en el borde del sofá. —Pesaba que me iba a decir: no puedo, estoy de servicio —le digo ya en la mesa donde tengo botellas de licores, vasos y cerca un congelador con el hielo. —Es que no estoy de servicio, hoy tengo el día libre, por lo tanto… le voy a aceptar esa copa. Veo como el inspector se va sintiendo más cómodo, se reclina sobre el respaldo del sofá y cruza las piernas que dejan ver uno calcetines negros. Reímos y se

crea una atmósfera amable y un tanto cómplice. ¿Propicia para que el doctor baje la guardia y le pueda sacar algo?, creo que debe pensar el policía. —¿Ha leído el libro de Frankenstein?, inspector —pregunto. —No, he visto la película. Estoy en la mesa, miro diferentes botellas; este seguro que le gusta. Cojo una botella de Macallan 25, dos vasos y una cubitera que lleno de hielo, —¿Hielo? —pregunto. —Dos cubitos, por favor —me contesta mostrándome dos dedos a modo de v de victoria para asegurarse que le he entendido —¿Y qué le pareció la película? ¿Le gustó? —Vierto el whisky en los vasos sobre los hielos. —Aunque es una película clásica, de la que se han hecho varias versiones, a mí no me parece una gran película de terror; a decir verdad, muy pocas películas llamadas de terror lo son, y la mayoría bastante malas. Se salvan pocas. Me gusta mucho La semilla del diablo, de Polanski —dice el policía. —Esa es una gran película, junto al Exorcista, El Resplandor y alguna más, pocas en realidad. Frankenstein está mal encasillada, no es una película de terror, o quizás sí, no sé, a mí lo que más me interesa, como le decía antes, es el planeamiento ético de crear un ser humano. —Se han clonado animales, por lo tanto, se pueden clonar personas, al fin y al cabo somos animales, usted qué piensa ¿estaría a favor de la clonación de personas? —pregunto dejando los vasos sobre la mesita, delante del inspector. Los hielos tintinean en el whisky. —No tengo conocimientos suficientes para formarme una opinión. De todos modos, desde mi modesto pensamiento, no creo que se debiera llegar a eso — contesta con el vaso en la mano e imitándome moviendo los hielos con el dedo índice. —¿Y si fuese para salvar vidas? Un ser humano, un clon, sería una fuente de órganos, podría salvar unas cuantas vidas; se podrían hacer trasplantes de

corazón, de hígado, riñones… —Dejo de mover el hielo con el dedo y me siento delante del inspector. —Pero el clon moriría, ¿no? —Da un sorbo del vaso. —Sí, bueno, es que no tendría conciencia; quiero decir que no sería consciente de tener vida. “Nacería”, lo de nacer es un decir porque no nacería, y se crearía ya dormido, inconsciente, como anestesiado, y no despertaría jamás. Después de ser extraídos los órganos, el resto sería incinerado; tendríamos 3, 4, 5…personas que iban a morir vivitos y coleando. ¿Sería magnífico, no? —explico eufórico y bebiendo un poco de whisky. —¿Y si se despierta? ¿Qué pasaría si se despierta? Le decimos, te vamos a dormir porque no eres una persona, eres un almacén de recambios —dice el policía crítico. —Reconozco que es un tema muy delicado y éticamente complicado. Y, moralmente, no digamos; la iglesia estaría frontalmente en contra, crearía una cruzada contra los herejes que practicaran tales crímenes —digo —Porque a ver, ¿quién gestionaría la creación de los clones? ¿Habría suficientes órganos para cubrir toda la demanda? ¿Sería gratuito o habría que pagar? Estas y muchísimas otras preguntas hay que responder ante de intentar, ni siquiera, plantearlo —dice el poli poniendo pegas al asunto y dejando el vaso en la mesita. —Tiene razón. Uno ve enfermos que mueren esperando un trasplante y se pregunta ¿se podría haber salvado si…?, si dispusiéramos de órganos clonados —digo apesadumbrado. —Cambiando de tema. ¿Qué tal el whisky? —pregunto. —Excelente; usted sí que sabe vivir doctor. Esto es la ostia —elogia el policía. —Doctor, por más vueltas que le doy, no creo que usted matara a Montse, no me encaja, no cuadra; es más, no creo que nadie haya cometido el crimen; nada, absolutamente nada, lo demuestra —dice el inspector entrando al tema que le interesa. —Pues qué bien, ¿no? Ya tiene el caso resuelto. No hay criminal por lo tanto no

hay crimen —digo resolutivo. —Sí, pero no. A pesar de todo o de nada, hay algo…algo extraño, misterioso, algo que no llego a entender, algo como una fusión de la verdad con la mentira, de lo falso con lo real, del crimen con el no crimen… No me haga caso, no sé ni lo que digo; este caso me hace decir tonterías —dice el policía volviendo a coger al vaso, dando un trago, ahora más largo. —Le entiendo mucho mejor de lo que usted se imagina. Es como si yo hubiese intervenido en la muerte de Montse desde la distancia, con control remoto o algo parecido. Nadie, nunca, me ha visto con ella, ni en su casa ni en ningún sitio público, y eso lo han investigado a conciencia, lo sé de buena tinta, pero tiene dudas acerca de mi intervención en los hechos. ¿Es así o no es así? —pregunto, imitando al inspector y dando un trago más largo y dejando el vaso en la mesita.

Suavemente empieza a oírse el “Recordare” del réquiem

Recordare, iesu pie Quod sum causa tuae viae Ne me perdas illa die Quarens me, cediti Lassus, redemiste crucem us; tantus labor non sit cassus. Iuste iudex ultiunis, Donum facremissionis Ante diem rationis. Ingemisco, tancuam reus, Culpa rubet vultus meus Supplicanti parce, deus. Qui marian absolvisti Et latronem exsaudisti Mihi cuoque spem didisti. Preces meae non sunt dignae Sed tu bonus fac benigne Ne perenni cremer igne. Inter oves locum praesta Et ab aedis me secuestra Estatuens in parte dextra

Se produce un silencio, ahora la música lo invade todo, es una música tranquila

quizás sea la parte más tranquila del réquiem. Primero la contralto y después el bajo, las cuerdas instrumentan el interludio, canta el cuarteto el tema fugado. Es una súplica de perdón, gimo como un reo ¡perdona Dios a quien te implora! Perdonaste al ladrón, colócame a tu derecha.

Doctor y policía siguen, en silencio, fascinados por la hechizante musca de Mozart. —Es una música fantástica; no la oigo con frecuencia, no escucho habitualmente música clásica, tengo poco tiempo, siempre el maldito tiempo. Con una hija veinteañera escucho la música que pone ella cuando está en casa, y no es música clásica, como puede imaginar, aunque, la verdad cuando la oigo me gusta. ¿Es una misa para difuntos, verdad? —interpela el inspector, vaso en mano, recostándose en el sofá. —Así es. La obra musical más maravillosa que jamás se haya escrito; es sublime, excelsa, majestuosa…me faltan calificativos ante la grandeza del réquiem. Mozart fue un gran compositor, el mejor, pero el Réquiem, que no llegó a terminar porque murió antes, debió llegarle por inspiración divina. Y se lo dice un ateo —digo al poli —Se inspiraría en la muerte, en la grandeza de la muerte; nada hay más extraordinario y aterrador ¿no cree doctor? —¿Le da miedo la muerte, inspector? —Me horroriza, doctor, a pesar de tener un oficio de riesgo, un oficio donde en cualquier momento me pueden enviar al otro barrio. No parece lógico, ¿verdad? Pero cambiemos de tema, este me da repelús. No se imagina hasta qué punto me impresionó el cadáver de Montse; era muy hermosa, me impactó verla allí, inerte, en la losa, su cuerpo desnudo, bellísima, completamente depilado, soberbio, muy deseable. ¿Quién podría acabar con la vida de una mujer así?, nadie que esté en su sano juicio, y perdone usted por la parte que le toca, por eso, entre otras cosas, creo que murió sin ayuda: no lo hizo nadie. Nadie puede hacer una cosa así, y usted menos; no le veo capaz.

—Lo veo tan convencido de la muerte natural de la enfermera que, si no hay caso ¿porque le sigue dando vueltas? —Porque, a pesar de no haber caso, sí me extrañan algunas cosas. El enrojecimiento de la piel solo por el frente, por delante, quiero decir, y nada por la espalda; poca gente toma el sol así. Además, la autopsia dice que no eran quemaduras, era como una… como le diría, como ceniza sobre el vientre, pechos, pubis y piernas, no era ceniza de cigarrillos, ella no fumaba, y la autopsia no saben decir a que materia orgánica o no pertenece la dichosa ceniza. ¡Déu n’hi do! —se lamenta el inspector. —Tengo que decirle — continua el inspector — que hemos interrogado al novio de Montse, aunque quizás debería decir exnovio, porque, al parecer, las relaciones las había roto Montse; se habían enfriado bastante. Me confesó que él hacia un tiempo que andaba con la mosca tras la oreja. Una noche se acercó a casa de Montse y, aunque tenía llave, no pudo abrir: había otras llaves puestas por dentro. Llamó varias veces pues sabía que ella estaba dentro, pero no le abrió. Se marchó y esperó en su coche que lo tenía aparcado en la calle y cerca de la casa. Esperó un buen rato y la espera dio resultado: vio salir del portal a un tipo que miraba a un lado y a otro, receloso e imaginó que era el fulano que estaba con ella. Le pedí que me lo describiera y me dijo que era un tipo de más de metro noventa, moreno, vestido con traje, de unos noventa y tantos kilos, calculó, y que se marchó en un coche, qué digo, coche, en un cochazo, un deportivo de los que no se ven muchos, un Aston Martín o algo así; era el primer coche que veía de esa marca. Lo siguió con intención de ver donde vivía, pero le dio esquinazo y lo perdió; me confesó que estaba seguro que era el rollete o amante con el que se estaba acostando Montse. Entonces pensó, si ella quiere cortar que me llame. Como usted puede imaginar, le pregunté dónde estuvo la noche de la verbena; me dijo que el 23 a medio día se marchó a casa de su hermano. Había terminado pronto en el banco, trabaja en el banco de Sabadell, de comercial y, como le iba diciendo, su hermano lo había notado un poco depre, por lo de Montse, sí, por la ruptura, le invitó, y le rogó que por favor pasara la verbena con ellos, en el apartamento que tienen en Comarruga. Dudó mucho antes de ponerse en camino y se tragó un buen atasco hasta llegar a Comarruga. Era el peor día del año para ir hacia la costa pero ya estaba en la carretera, y lo esperabasu sobrino con una buena reserva de petardos, al que tenía ganas de ver, así que, paciencia. Llegó ya por la tarde, estuvo tirando petardos por la playa con su sobrino, un chaval de diez años al que adora, Oriol, se llama, se parece mucho a la madre, su cuñada, que sin ser muy guapa es atractiva y muy simpática. Cenó

con ellos y una pareja de amigos de su hermano. Después de la coca y el cava de Sant Joan bajó con su sobrino a tirar más petardos, cohetes y alguna fuente luminosa; se les hicieron las tantas y ya, agotada la pirotecnia, y un poco a regañadientes de su sobrino, subieron a casa, a dormir. Carlos durmió esa noche en el apartamento de su hermano. Al día siguiente se quedó para ir a la playa con Oriol, al que estaba enseñando a bucear. Tiene la coartadaperfecta. Carlosqueda descartado como posible autor del homicidio o lo que sea que le pasó a Montse —terminó el relato el inspector. Se levantó del sofá, fue hasta la cristalera, miró el jardín y volvió a sentarse, dio un trago de whisky, que ya quedaba poco. Era indudable que estaba nervioso; el caso de Montse le ponía nervioso. —Bien acabado estaría si, en el caso que usted fuera el asesino, lo pudiera detener y ponerlo a disposición judicial; cosa que tampoco me apetece. Estoy en un mar de dudas. Bien acabado está cuando detienes al delincuente, al asesino, y lo pones a disposición judicial sabiendo que va a pagar por lo que ha hecho; ese día uno se siente bien, bien con uno mismo y con la sociedad, ese día crees que has hecho algo bueno, y que el mundo es un poquito mejor. Este caso me ha puesto mis convicciones patas arriba, cosas en las que creía ahora se tambalean; pero da igual, no hay caso —y añade en tono de resignada queja —.El comisario ha archivado el caso puesto que no se puede demostrar que hubo homicidio y tenemos mucho trabajo, otros casos que investigar y resolver. —Ve usted como hay gente razonable; lo que no se puede, no se puede —digo zanjando el tema. —¿Puedo salir al jardín? Me gustaría fumar —dice Melero levantándose y dirigiéndose hacia la puerta de cristal abierta, y sacando un paquete de cigarrillos del bolsillo. —Le acompaño —digo al poli. Salimos —¿Matar a alguien, puede estar justificado en algún caso? En defensa propia, para evitar una agresión. Por miedo… ¿se puede exculpar a alguien de matar si con ello evita un mal mayor? —pregunto al policía que ha encendido un cigarrillo —.Es más, usted mismo mataría. Creo estar seguro de lo que digo; mataría a un terrorista si, con la muerte de ese individuo, evita una masacre e impide que arroje una bomba sobre una multitud. Eso provocaría un número importante de muertos y una buena parte de su trabajo es evitarlo, ¿no? Por lo tanto, tenemos una línea que separa lo que es una muerte justificada y la que no

lo es; ¿está siempre bien definida esa línea? ¿O se puede mover por alguna razón?; por interés personal, por algún condicionante inevitable o razonablemente ineludible. Creo que todo no es blanco o negro sino que hay una múltiple gama de grises. ¿Puede estar la muerte de Montse catalogada en alguno de estos capítulos? —piénselo, le digo —No creo que esté justificada en ningún caso, eso es lo que creo; basándome en la información que tengo. Muerte natural y a fer punyetes —contesta evasivo el poli, un poco hastiado, a la vez que suelta una bocanada de humo que en una voluta desaparece. El inspector ha contestado la pregunta con desgana y volvemos a quedarnos en silencio; miramos al jardín. Las sombras de la tarde empiezan a invadirlo casi todo, las sombras de los pinos se alargan sobre la piscina mientras el jardinero recoge herramientas que va llevando a una caseta llena de aperos, en un rincón. —¿Eso son bonsáis? —pregunta el inspector —¿Los cultiva usted? —dando otra calada al cigarrillo. —Sí, son bonsáis. Hace años vi uno, bueno, no uno, había muchos, en el Corte Ingles, y fue un flechazo. Compré un arbolito que no duró mucho, yo no tenía ni idea de cómo cultivarlo y se murió. Compré otro que también se secó, seguí comprando y ya hace años que no se mueren, aprendí a cultivarlos. Desde entonces no he dejado de cuidar y mantener estos árboles en maceta; yo los podo, trasplanto, abono…del riego se cuida Cecilio —digo mientras el policía me mira interrogante —. Sí, el jardinero; este hombre se pasa aquí todo el día, el jardín, la piscina, las plantas, esto da mucho trabajo y en verano ya ni le cuento. Él lo lleva bien y a veces trae a alguien que le ayuda —le aclaro al poli mientras doy otro sorbo de whisky. —Lo veo muy difícil; hacer unos árboles tan pequeños, reducirlos ¿no es un poco de tortura? Tengo entendido que hay que cortarles las raíces, ¿no? — cuestiona el inspector. —No, no hay tortura. A mí no se me ha quejado ninguno. Es cierto que hay que recortar las raíces pero, como soy cirujano, les pongo un poco de anestesia y cuando están completamente dormidos procedo a trasplantar. Bromas aparte (ambos reímos), los trabajos que realizo sobre los árboles, porque aunque sean pequeños siguen siendo árboles, como decía, los trabajos se hacen con mucho

cuidado: se recortan las raíces demasiado largas que solo sirven para anclar el árbol, se dejan las raíces capilares que son las que el árbol utiliza para vivir, etc. En definitiva, lo que hacemos es sanear el árbol, quitar lo que no necesita procurándole el mejor hábitat posible. Son árboles mimados, tienen la mejor tierra, akadama mezclada con kiryu, es la que yo utilizo; de esta manera conseguimos un sustrato perfectamente oxigenado y con el drenaje perfecto, manteniendo la tierra húmeda pero no encharcada, así el árbol está feliz. Para alimentarlos utilizo bio gold, es un abono orgánico fermentado; tanto la tierra como el abono son japoneses y si a esto le añadimos los mejores cuidados, ya me dirá, que más quisieran los árboles que viven en la naturaleza tener los cuidados de mis bonsáis. —Este está lleno de alambres, señala el policía a uno próximo. ¿Es normal? — pregunta el inspector. —Se utiliza alambre de cobre para guiar, y dar forma a las ramas, imitando las formas de la naturaleza. Utilizamos medios artificiales para darle la forma más natural posible. ¿Paradójico no? Ese junípero tiene más de cien años; me lo trajeron de Japón — digo acercándome a un bonsái que hay encima de una mesa de piedra, de una altura suficiente para que el árbol quede a la altura de la vista —.Alguna vez he traído un maestro japonés para que me ayude en la remodelación de algún árbol que a mí se me resistía, y en uno de esos viajes me trajo este bonsái: conoce mis gustos y mis posibles. Porque si le digo el precio igual se me escandalizaba usted; pero hay cosas que no tienen precio porque su valor, que siempre es subjetivo, va a superar el precio —comento con auténtica pasión. —Impresiónate, realmente impresionante —dice el policía con asombro —¿Y estas piedras tan curiosas? —pregunta mirando en todas direcciones buscando un cenicero. —Son suisekis, también se les llama piedras paisaje. Son piedras recogidas de la naturaleza, de ríos, playas, montes… sin ningún tipo de manipulación, están como se recogieron; estas piedras por su forma o color nos evocan paisajes, como montañas, islas, mesetas…la mayoría las he recogido de la playa, por la Costa Brava abundan, o de los cauces secos de ríos. Después de limpiarlas se les hace una especie de mesita de madera, una peana, como esta, se las hago a mano, para que se ajusten a la base siguiendo las irregularidades de la piedra, y

lista para exponer. Los japoneses las utilizan de acompañamiento de algún bonsái, que exponen en el tokonoma, una especie de altar donde ponen un bonsái o un ikebana, el ikebana es un arreglo floral, un sui Seki y, a veces, la fotografía de algún antepasado. Esto es casi la única decoración de alguna casas tradicionales japonesas. Este tiesto le servirá de cenicero —le digo ofreciéndole un pequeño macetero vacío, que había en una mesa, al lado de un bonsái.

18

—¿Otro whisky, inspector?, este ya se ha calentado. —No, gracias. Tengo que marcharme. Ya sabe, el caso ha quedado cerrado. No sé si volveremos a vernos —dice el policía, resignado —. Si me permite, me gustaría hacerle una pregunta. Cuando le pregunté por el móvil para asesinar a Montse Ud. me contesto ¡por la libertad! ¡Por mi libertad! No lo entiendo —dice el inspector, que deja la colilla en el macetero. —Espere un momento que le voy a contar algo. Siéntese mientras le pongo un poquito de este whisky ¿le ha gustado, verdad? Cojo los vasos, me acerco a la mesa donde están las botellas, pongo dos hielos y un chorrito de güisqui en cada vaso. El inspector está sentado. Le doy su vaso y me siento frente a él. —Vamos a ver, cómo se lo podría yo explicar. La libertad es difícil de definir, es intangible, y sin embargo la utilizamos en cada una de las decisiones que tomamos, y tomamos muchas decisiones durante el día. En general, la libertad es algo a lo que se le tiene miedo; procuramos delegar nuestra libertad a terceros para que la usen, sin preocuparnos demasiado del uso que hagan después de ella. Por ejemplo: votamos; y el ejercicio del voto es toda la libertad y responsabilidad que nos permitimos, delegando en otros nuestra libertad para tomar decisiones. ¡Que las tomen ellos!, es lo que estamos diciendo. Libertad es la que cada uno está dispuesto a soportar —digo casi enojado. Y, a continuación, le relaté el caso que, en una ocasión, me describió Cecilio. Pienso que viene al pelo para ejemplificar el asunto. En su pueblo, un pueblecito de la baja alpujarra, allá por los años cincuenta o se sesenta, no recordaba muy bien, vivía un jornalero muy pobre, no tenía ni para dar de comer a sus hijos. Era viudo, su mujer había muerto de un disparo de la guardia civil mientras cogía una talega de habas verdes de unas matas ya muy crecidas, y sembradas en una haza propiedad del señorito del pueblo. Don Arturo, que así se llamaba, y también así le llamaban los lugareños, era jefe de falange, falangista, claro, y debía ostentar algún cargo dentro de la organización sindical. La guardia civil

relató que al ver a una mujer robando habas en la finca del señor Don Arturo le dieron el alto, alto al que la mujer hizo caso omiso. El cabo de la guardia civil, Fulgencio Bocanegra, no tenía intención de permitir que la ladrona escapara, se tiró el Ma a la cara y disparó al “aire” en señal de advertencia, con tan mala fortuna que la bala atravesó el pecho de la fugitiva cayendo esta de bruces, fulminada, sin que la pareja de la guardia civil, que corrieron en su auxilio, pudieran hacer nada por la desdichada señora, pues había fallecido en el acto. El episodio quedó cerrado como un lamentable accidente provocado en la huida de una señora que estaba robando en la finca de Don Arturo. Lo que no dijo el guardia civil, ni nadie, es que la señora era sorda, y que al ver a la guardia civil tiró la talega de habas y salió corriendo para que no pudieran acusarla de robo. Sí afirmó el guardia civil que la señora no atendió a la petición de alto de la pareja de guardias civiles, emprendiendo la huida. Y este es el escrito redactado por el guardia civil de guardia, de la casa cuartel de esa villa:

En Torvizcón, a tal de tal del año tal. El cabo, don Fulgencio Bocanegra Trescastros, y el guardia, don Basilio Gómez Hijares, ambos de la pareja de la Guardia Civil

DECLARAN

Que hallándose de ronda por caminos de esta población, vigilando hazas y sembrados, al ver a alguien, en una de las fincas de Don Arturo, jefe provincial de falange y secretario del movimiento, que ese alguien resultó ser una vecina de esta villa, estaba robando habas. El cabo de la Guardia Civil, Fulgencio Bocanegra, realizó un disparo de aviso para que la vecina depusiera su actitud y no siguiera robando. Declara, asimismo que, accidentalmente y de forma fortuita, el disparo de aviso realizado con el fusil reglamentario, marca Ma, por el mencionado cabo, alcanzó a la infortunada causándole la muerte. Los auxilios practicados por la pareja de la Guardia Civil no pudieron impedir el fatal desenlace.

Firmado: El Comandante del puesto

Este fue el escrito oficial con el que se archivó el incidente. Pero aún no ha concluido la historia. Volvamos al viudo Joaquín, Joaquín el cojo, que así le llamaba. Joaquín fue a la finca de Don Arturo donde este se hallaba dando instrucciones a los peones que empezaban la jornada de la escarda del ajo y de las cebollas. El susodicho, que padecía una acusada cojera del remo derecho tenía tres vástagos: dos niños y una niña. Acercándose a Don Arturo, jefe de falange, tembloroso y estrujándose la gorra entre las manos en señal de respeto le dijo: “Don Arturo, por Dios, deme trabajo, que no tengo nada para darle de comer a mis niños, que tengo tres criaturas; Dios se lo pagará”. A lo que este le contestó: “¡Eso se piensa antes! Que os gusta mucho menear la manta. Pero espera, que hoy me has pillao con el día tonto. Si quieres trabajar, ¿has traído almocafre?” Joaquín contestó que sí, señor. Al tajo, le dijo el otro, pero como estás cojo te pagare media peonada. Mientras, Joaquín iba pensando: “Si no fuera por lo que es, por media peonada iba a trabajar tu puta madre” Sin embargo no fue eso lo que dijo sino que se lo agradeció con reverencias, le dio las gracias en nombre de sus hijos e hizo referencias a que Dios lo guardara

muchos años. Al caer la tarde Joaquín el cojo se dirigía a su casa tan contento pues había comprado una hogaza de pan y un huevo. Bien, al menos esta noche cenaremos algo, iba pensando. Se había gastado la mitad de la media peonada, porque hay que dejar algo para mañana. Anunció a bombo y platillo a los dos niños y a la niña que esa noche huevos fritos. Ni cortos ni perezosos se sentaron alrededor de la mesa mientras el padre freía el huevo en abundante manteca de cerdo y cortaba migajones del pan que había comprado para mojar en el huevo, puso el plato con la vianda en el centro de la mesa y repartió a partes iguales los migajones de pan. ¡Ahora a comer!, y mojar también el aceitillo que así llena más, dicen que dijo entusiasmado el padre.

Cecilio terminaba la historia con una reflexión: “¿Sabe qué pienso, doctor? y perdóneme si le ofendo, que el dinero debiera durar lo que duran los ajos. —No sé si con esta triste narración le ha quedado lo suficientemente claro lo que yo entiendo como libertad —digo y doy un buen trago de whisky —Creo saber por dónde va, y lo que me quiere decir con la historia de su jardinero —dice, imitándome en lo del trago de whisky. —Yo soy yo y mi circunstancia, dice Ortega y Gasset. Solo la circunstancia que no me reste libertad será parte de mi yo. Mi fortuna, por ejemplo, me da libertad, muchísima libertad; sin embargo, la familia, mujer e hijos, de alguna manera, me condicionan mi libertad: se les tiene que procurar alimento, vestido, un sitio donde vivir. Dependiendo de la situación económica serás más o menos libre, nunca totalmente libre —sentencio, dejando el vaso sobre la mesita.

Se oye el coro de los esclavos de la opera Nabuco de Verdi.

Va pensiero Va, pensiero, sull’ali dorate; va, ti posa sui clivi, sui colli, ove olezzano tepide e molli l’aure dolci del suolo natal! Deliordano le rive saluta, di Sionne le torri atterrate...

Oh mia patria sì bella e perduta! Oh membranza sì cara e fatal! Arpa d’or dei fatidici vati, perché muta dal salice pendi? Le memorie nel petto raccendi, ci favella del tempo che fu! O simile di Solima2 ai fati traggi un suono di crudo lamento, o t’ispiri il Signore un concento che ne infonda al patire virtù. che ne infonda al patire virtù che ne inf

—No quiero quitarle razón en lo que dice, doctor, pero el amor, los afectos, el cariño, las relaciones familiares… el calor del hogar, ¿qué pasa con eso? Necesitamos querer y que nos quieran —dice el poli. —No me cuente milongas. Eso es lo que nos ha imbuido la moral católica: tener una familia y muchos hijos, o sea, mano de obra barata —digo zanjando el tema y cambiando de conversación —. He estado pensando, inspector, en una forma para que usted sepa con seguridad que fui yo la persona que influyó, o que llevó a la muerte a Montse; lo que pasa es que es un tema muy delicado. No sé si planteárselo, mejor ni se lo digo. —Ahora me deja en ascuas —contesta el policía jugando con el vaso entre las manos. —Usted, moralmente, no lo aceptaría, además, su profesión se lo impide totalmente; ni siquiera se lo voy a comentar —le digo para intrigarlo. —Si le parece bien, dígame de que se trata. Yo decidiré si me parce moralmente aceptable —dice moviendo los hielos con el dedo. —La única manera para que usted no dude de mí sería repitiendo lo de Montse. Sí, sí, es lo que está pensando: tendría que haber otra víctima, con el mismo escenario, o muy parecido. Es decir, que yo tendría que volver a intervenir en la muerte de alguien —digo con cierta reserva. —En ese, caso prefiero vivir con la duda. Esa propuesta es una aberración, por nada del mundo aceptaría algo así —dice el inspector, tajante y dando un largo sorbo.

—Sabía yo que le iba a sentar como un tiro. Pero, piénselo. Alguna conocida a la que no soporta, una vecina insufrible, su mujer, que le pone los cuernos; esto último es solo es una suposición —digo. —Cómo puede usted pensar, ni por un momento, que aceptaría semejante perversión Y, para su saber, le digo que estoy separado; lo de los cuernos no cabe en este caso. Pero lo que me ha planteado es de todas, todas, inasumible, ¡es un asesinato! —Piénselo. A veces las ideas más descabelladas, con el tiempo, se van suavizando, pierden asperezas, se van, o las vamos modificando, y algo que en un principio nos parece horrendo, poco a poco, vamos itiendo que no es tan espantoso; incluso nos parece aceptable. ¡Un asesinato!, lo dice de una manera tan cruda. Sería, simplemente, que alguien muere en pleno acto sexual, sí, en un orgasmo mortal, sin nada de violencia, disfrutando el polvo —digo apurando el vaso. —Nunca me va a parecer aceptable un hecho tan deleznable. Un asesinato, sí, un asesinato, y por mucho que lo maquille es un crimen, lo disfrace como lo disfrace —dice el inspector contrariado y apurando también su whisky. —En ese caso, olvídelo. No he dicho nada. —Por hoy ya está bien de darle a la lengua. Me tengo que marchar y con la cháchara se me ha hecho tarde. Como le he dicho antes el comisario ha cerrado el caso y la investigación oficial queda suspendida. Aunque yo no me pueda quitar este caso de la cabeza, que ha sido algo muy especial, ¡pero que muy especial! —Bueno, inspector, le acompaño hasta la puerta. Espero que vuelva a visitarme cuando usted desee y, sin acritud, podamos ser amigos. Sería una rara amistad, una amistad entre un policía y un asesino, pero… —digo como despedida.

19

Hoy es el día. Me he levantado decidido a hacer la prueba, la prueba que me confirmará mis temores o certezas acerca de lo que yo llamo efecto ratona. Tengo día libre en la clínica, por lo tanto iré a la clínica pero no iré a trabajar ni a operar ni a pasar visita a mis pacientes, iré a ver a Montse; quiero ver su reacción, su comportamiento ante Cástulo, pero no como yo sino como Frank. Tengo mucho interés en este tanteo que se puede convertir en un buen o mal trago. Me visto informal, de pantalón chino y polo a juego, no quiero que mi vestimenta destaque, zapatos náuticos y reloj Casio, todo muy casual. Atravieso el jardín, saludo y me despido de Cecilio con la mano alzada. Cecilio ya me conoce, se lo presentó el doctor Cástulo, o sea, yo, y sabe que estoy pasando unos días en casa de mi amigo. Salgo, cojo un taxi, y bajo en la puerta de la clínica. Entro y me cruzo con enfermeras y un médico compañero, no me saludan, claro, no me han reconocido. Me dirijo a recepción donde Montse está atendiendo a una señora mayor que va acompañada de una niña, espero en la cola y cuando la señora y la niña se marchan me acerco al mostrador, miro a Montse y ella me mira: ni el menor gesto de reconocerme. La sigo mirando y nada: soy un perfecto desconocido; cosa lógica. Entre Cástulo y Frank el parecido es como el que hay entre un huevo y una castaña. Finalmente pregunta: —Buenos días, dígame, ¿qué desea? —dice muy profesional —Quisiera saber si está ingresado aquí el señor Antonio García —pregunto, inventándome el nombre y apellido más corriente del mundo. Montse desvía la mirada hacia la pantalla del ordenador y teclea algo —Antonio García, a ver, a ver, Antonio Gil, Antonio Gómez, me parece que… no, no encuentro ese…pues no señor, no está en la lista, ¿ha entrado hoy? —me pregunta volviendo la mirada hacia mí. De momento no percibo ninguna reacción a mi voz. —Que yo sepa, debe llevar ingresado una semana o diez días, pero si no aparece no se preocupe, me habrán informado mal —digo y observo. Noto cómo ha cambiado la mirada, es más intensa, más deseosa. Creo que se está produciendo

el efecto ratona, el efecto de fascinación que produce la mutación sobre la voz; me sigue mirando embelesada. Ahora sí estoy seguro que Montse se ha convertido en la ratona. —Siento mucho no poder ayudarle —me dice deslumbrada. —No te preocupes, ¿a qué hora sales? —Mi turno termina a las ocho—me dice fascinada, y evidentemente satisfecha por la propuesta. —Te espero a las ocho en la puerta. ¿Te apetece que tomemos algo? —me atreví a preguntarle, en tono seco, intencionado. No quería mostrarme amable ni simpático, formaba parte del experimento, quería saber hasta qué punto la seducción se debía a la clonación, al efecto voz/palabra y no a la simpatía que podía trasmitir o por el contrario me mandaba a freír espárragos. —Vale, espérame —me contestó poniéndome ojitos. ¡Ya está, Cástulo! Cástulo no, Frank, ¿vale? Sí, sí. Vale. Vale. Pero ha funcionado, con la voz la tengo rendida ¿o no? Sí, la expresión de su cara es inequívoca, he pasado de no ser nada significativo para ella como Cástulo pero como Frank no sabíamos. Pero ahora sí sabemos que la voz enamora, eclipsa, se convierte en Cupido o Eros lanzando dardos, que desarma toda defensa de la fémina en cuestión, en este caso, Montse. Ahora debe estar meditando, ¿cómo le ha ocurrido? ¿Qué le ha pasado de pronto? Ella, que creía tener muy en orden sus sentimientos, que no la enamoraba cualquiera, así, de pronto, pero llega alguien que le ha cambiado los papeles. Pero se sentía cómoda, contenta y una incomprensible felicidad se estaba instalando en ella. Me daba tiempo de volver a casa, ducharme, cambiarme de ropa, perfumarme y, la verdad, estaba contento, muy contento. A las ocho me esperaba Montse, sí la Montse que ponía cachondo a medio hospital, el otro medio eran mujeres, aunque a alguna también la pondría caliente. Maqueado y listo para lo que haga falta. Cogí el Mercedes descapotable que, aunque no lo necesitaba para deslumbrar a Montse, ella ya estaba deslumbrada, siempre da un poco de clase, un cierto empaque y, por aquello de si alguien la ve, piense ¡joder! la Montse como se las gasta. Salí y volví a saludar a Cecilio con la mano. Llegué un poco

pronto,aparqué y baje, la vi salir, la estaba observando desde la distancia, oculto trasunos arbustos. Andaba nerviosa y consultaba el reloj repetidas veces, como una vez cada segundo. Y antes de que le diera un ataque de histeria salí de mi escondrijo, me dirigí decidido hacia ella. Ahora me sentía seguro, había jugado mis cartas y había ganado la partida. Ya tenía la experiencia del ratón y había conseguido lo que sospechaba: fascinarla. Tanto poder tenía la voz que rendía a la más dura en esto de conquistar y seducir féminas. La másindolente pasaba de la indiferencia al apasionamiento en un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué era lo que ejercía ese misterioso poder? Sabía, o mejor dicho, intuía que la voz y la palabra podrían seducir, y eso era lo importante. Había pasado con el ratón, cuando emitió un ultrasonido la ratona entró en celo, y con mi voz, Montse había cambiado repentinamente la actitud: pasaba de ser la eficiente y distante funcionaria a alguien amable, entusiasmada y hasta enamorada recepcionista. O sea, se le caía la baba. Por lo tanto, podía deducir sin riesgo a equivocarme que se trataba de una mutación del gen FOXP2, gen que tiene una importante relación con el lenguaje, y que compartimos con los ratones y con todos los vertebrados. Esta particularidad que se había producido en los clones era indudablemente una alteración o mutación, con los efectos que estamos viendo. Maravillosos efectos. ¡Eureka!, que diría Arquímedes. Yo tenía que decirlo también: ¡lo he hallado!, o, ¡lo descubrí! ¡La Voz! Era la voz. Y ahora estaba ejerciendo parecidos efectos que con el segundo clon (el ratón), pero el efecto en seres humanos era mucho más visible; lógico, la mayoría de los humanos somos más expresivos que los ratones, y digo la mayoría aunque puedo pecar de generoso. Tras oír mi pregunta en la recepción Montse había caído en un visible embelesamiento, noté que mis palabras ejercían una atracción irresistible, que la dejaba como hipnotizada. ¿Sería el tono? ¿Grave o agudo? ¿Quizás el timbre? ¿Tal vez el acento…? Y a mí que más me da, tú a lo tuyo, Cástulo, sea lo que fuese, la mutación del gen actuaba de manera especial sobre la parte receptora de sonidos del cerebro produciendo un efecto como de canto de sirena. Encantador y mortal (ya vimos como acabó la ratona). Montse no me quitaba ojo de encima. Yo diría que se estaba poniendo… eso, a tono. El efecto de la voz había disparado los niveles de endorfinas, serotonina, dopamina y oxitocina y demás inas; un chute que ríete tú del opio y todos sus derivados. Según la Odisea, el canto de las sirenas ejercía una fuerza sobre quien lo oía que, sin poder resistirlo, orientaba su barco hacia dónde provenía tal canto -la voz- y

terminaban naufragando contra los arrecifes. Ulises, que de esto ya sabía un rato, hizo tapar a sus marineros los oídos con cera con el fin de que no pudieran oír el canto de las sirenas, y él mismo se hizo atar al mástil del barco: no se fiaba ni de sí mismo. En el momento en que las sirenas entonaron su canto Ulises gritaba a los marineros para que lo soltaran, estaba totalmente seducido por la voz de las sirenas; menos mal y gracias a que los marineros, como ya dijimos, se habían tapado los oídos no pudieron oírlo, salvándose así de un naufragio seguro. Mi voz, mi palabra, tiene un efecto similar, como si yo fuera un sirenio seductor con un magnetismo irresistible, como el canto de sirena. Esto cambiaba las cosas, las cambiaba y mucho. Llevábamos años, como quien dice, viéndonos a diario, sin más intercambio verbal que monosílabos, palabras sueltas, saludos prefabricados y miradas perdidas, aun viéndonos a diario, yo para ella era prácticamente transparente. —Hola. Hola —Adiós. Adiós —Los datos que me pidió, doctor… —Gracias, Montse. Y ahora existía la posibilidad de tenerla rendida a mis pies. Qué digo, existía, la tengo en un sin vivir, lo he notado enseguida. Y ha claudicado sin condiciones, estaba yo infatuado, me sentía un Don Juan y no era para menos. Y todo esto gracias al ratón blanco, al ratón clon, que fue todo un hallazgo. Ahora yo era otro, y era otro en todos los sentidos: físicamente muy diferente, más joven, más atractivo, aunque eso era lo de menos, mi atractivo residía en la voz; mi voz y mi palabra eran irresistibles. Soy un clon de mí mismo en un cuerpo diferente. Soy un cuerpo joven, y con la capacidad de seducir sólo con abrir la boca; algo que jamás hubiese ni siquiera soñado. Pasé de ser un mindundi a un don Juan. Me hubiese gustado enamorar a Montse desde mi cuerpo, ya casi sesentón y pelirrojo, ser la envidia del resto de médicos y demás fauna masculina del hospital, pero lo que importa, vanidad aparte, era que el objeto de deseo de los compañeros, o sea Montse, a la que ellos nunca tendrían la posibilidad de llegar ni en sueños, estaba enamorada de mí.

Me ve y viene hacia mí, paso firme y un contoneo muy femenino y sensual. Viste pantalón y camisa tejana que le da un aire más juvenil. Llega sonriente, complacida y feliz. —Hola, ¿cómo te llamas? —Me saluda con dos besos —Frank, me llamo Frank Morte —respondí un poco inseguro, a lo James Bond, y con un beso en cada mejilla —. Y tú, te llamas Montse, ¿verdad?—Cómo lo sabes- dijo algo sorprendida —Lo llevabas prendido en la bata, en recepción —dije disimulando. ¿Cómo no iba a conocer su nombre? —Claro, no me acordaba —asiente despreocupada. —¿Te apetece que tomemos una cerveza? ¿Hay algún lugar que prefieras? —No, me da igual —Contesta entusiasmada. —Vamos al Tibidabo, hay un lugar muy tranquilo, con una terraza panorámica desde donde se ve toda Barcelona. —Lo conozco, es un sitio perfecto. Roto el hielo, salvado el protocolo de las presentaciones y decidido el sitio donde ir, sólo quedaba coger el coche, el Mercedes, y poner rumbo al Merbeyé. Una cafetería muy agradable, tiene una terraza con vista panorámica de Barcelona, parece que ella ya lo conoce, no es de extrañar es un sitio muy conocido, sobre todo por su terraza. Pasadas las presentaciones, empezaba el tanteo de conocimiento mutuo. Se empieza hablando de temas banales como del tiempo: este año parece ser que nos espera un verano muy caluroso; esta primavera ha llovido poco; se está nublando, no me extrañaría que lloviera; del trabajo, ¿te gusta tu trabajo? ¿Estás a gusto con lo que haces? y entre cosa trivial y cosa banal, algo más personal, ¿tienes novio/a? Esta fase se caracteriza por entremezclar temas y preguntas banales, con otras de más calado. Pero no adelantemos acontecimientos y volvamos, al punto de partida, al

encuentro en la puerta de la clínica. —¿Este es tu coche? —pregunta Montse señalando el Mercedes. Subimos al coche, salimos del aparcamiento y nos incorporamos al denso tráfico de la ciudad, era hora punta, esas horas en las que la circulación puede romper los nervios si tienes prisa, pero no teníamos prisa, charlábamos de trivialidades. El perfil de Montse recortaba contra la ventanilla: la nariz recta, romana, unos labios carnosos levemente pintados, ojos verdes en una cara bellísima, la melena color castaño con reflejos caoba le caía suelta por los hombros, con gracia. Sonreía, estaba feliz. Unas gotas gordas cayeron con fuerza sobre el parabrisas repiqueteando nerviosas contra el cristal, y un denso olor a humedad, se coló para hacernos compañía en el coche. —Vaya, se ha puesto a llover, y está apretando —dijo ella, levemente contrariada. —Voy a poner la capota, es tormenta, no creo que dure mucho —contesté un pelín pedante. Llegamos y aparcamos, bajé del coche, rebusque en el maletero y había tres paraguas pero cogí solo uno. —Este paraguas nos resguardará hasta la terraza —le digo mostrando el paraguas. Abro la puerta del coche a Montse que baja y se pega a mí como una lapa, cogiéndome por la cintura. —Llueve mucho —Se justifica por el achuchón. La rodeo por los hombros con el brazo, ella se pega aún más a mí, siento su cuerpo y noto su calor. Llegamos a la terraza, una terraza totalmente acristalada, a salvo de la lluvia, hay pocas mesas ocupadas y podemos elegir sitio; nos sentamos en una mesa, la más alejada de las otras dos parejas que ocupan sendas mesas, elegimos una en un rincón, desde donde se ve casi toda la ciudad que bajo la lluvia se ve aún más gris, como sumergida en una laguna de vapores de asfalto. La lluvia había escampado, fue una tormenta fugaz, cuatro gotas mal contadas. La ciudad, con las luces nocturnas, parecía aún más grande y se desbordaba por los lados, al frente la contenía el mar, tenía un aspecto de cielo

inverso, de cielo que se había precipitado entre la montaña y el mar Montse me miraba con ojos de corza herida, hablaba y me miraba interrogante, hablaba con voz susurrada, melosa, me contó que era de un pueblecito del Valles, de Rubí y que hacía casi diez años que vivía en Barcelona. Al principio, recién llegada a Barcelona, escapando del pueblo que la asfixiaba, salía mucho, salía con amigos y amigas todas las noches, bebía, fumaba tabaco, y no tabaco, tonteaba con unos y otros, lo había probado todo y al final, pasado el sarampión de ciudad, llego la rutina, el tedio y el novio, hacía más de tres años que tenía novio formal, y hacían proyectos para casarse. Pero la relación se había ido enfriando, y ahora no tenía tan claro eso de casarse, formar una familia, tener niños y una vida aburrida, aunque tampoco le apetecía volver a las andadas, a salir, conocer gente, eso ahora la agotaba, lo que necesitaba era ilusionarse de nuevo y creía que era posible, y no andaba muy lejos. —¿Y tú, tienes novia? —me pregunto de golpe —No, no tengo novia. —dije un poco sorprendido por la inesperada, aunque siempre previsible pregunta. Creo que mis palabras la aliviaron, le quitaron un peso de encima, y respondían a algo que deseaba escuchar. Debió pensar, está libre, así que al ataque. Estaba tan cerca que le costó muy poco besarme en la boca, creo que con timidez estudiada, muy femenina; yo la besé con más intensidad y la intensidad fue un crescendo por ambas partes. El ambiente empezaba a caldearse. La presencia del camarero que nos traía las cervezas cortó nuestro apasionado momento. —Te invito a cenar —Lo dije de forma que parecía que le estaba agradeciendo que tomara la iniciativa y me besara.

—Me parece perfecto, muy buena idea —Contestó con una sonrisa prometedora, cogiéndome la mano. Cenamos en un restaurante del Port Olímpic, entre arrumacos, carantoñas, achuchones y besuqueo; la noche estaba tranquila. Los veleros mecían acompasados sus mástiles y una agradable brisa hacia que pasaran las horas sin

darnos cuenta. Tomamos una o dos copas en un pub de la zona alta, y ya de madrugada le dije de acompañarla a su casa, idea que aceptó encantada. A medio camino una pareja de mossos de escuadra nos paró. —Control de alcoholemia —dijo el agente, severo y de forma mecánica. Parecía cansado de controlar al personal que volvía a casa, algunos más cargados de la cuenta. Hice un recuento mental rápido: había tomado las cervezas en el Tibidabo, el vino de la cena, y dos whiskys en Joanot, el pub de donde acabábamos de salir. Además sin documentación y el coche no estaba a mi nombre… llevaba todos los números para que me empapelaran; pensé que el puro que me iba a caer sería de padre y muy señor mío. Claro que le van a cobrar la sanción al maestro armero. El agente me dio las instrucciones precisas para llevar a cabo el test, que si la boquilla, que tome aire, que sople, todo ello con la mayor seriedad e, incluso, severidad. Hice lo que me dijo y le entregué la maquinita a la espera que el guardia me dijera, que sobrepasaba el límite de alcohol permitido, que por lo menos lo doblaba y que por favor le entregara mi permiso de conducir y la documentación del coche. La había cagado. —Cero, muy bien, no ha bebido nada de alcohol. Puede continuar —dijo el poli con más ganas de irse a su casa que de estar controlando borrachos. No me lo podía creer, o la maquina estaba averiada, o la mutación también tenía estos efectos. Muy agradables y oportunos, por cierto. —Gracias, agente —respondí un poco perplejo. —¿Cómo la has hecho? —preguntó Montse sorprendida —La máquina debe estar averiada; mejor, así nos hemos escapado —dije ya con el coche en marcha y dirección a Horta, donde vivía Montse. Aparcamos en la puerta: más besos, abrazos y manoseos, a los que ella no se resistía sino todo lo contrario, le ponía tanto o más empeño que yo. Las manos avanzaban explorando terrenos cada vez más recónditos, y la pregunta no se iba a hacer esperar mucho.

—¿Quieres subir a casa y tomamos otra copa, un café o lo que quieras? — preguntó deseosa, entregada y muy cariñosa —Será mejor que lo dejemos para otro día, es muy tarde y estoy un poco cansado. —Como quieras —dijo desairada. Bajó del coche y se dirigió hacia el portal del piso donde vivía. Esperé hasta que la vi entrar, metí primera y me puse en marcha. Ahora te toca a ti sentir en tus carnes el rechazo, rechazo que iba a ser temporal, ella sabía que sería temporal. Se conocía y conocía sus armas de hembra y pronto darían sus frutos; era cuestión de tiempo. Es bueno que sufra un poco, no se lo quiero poner tan fácil, un poco de espera no le vendrá mal y, por otra parte, cuanto más tiempo tardemos, en el fondo, mejor para ella. Llegar llegaremos porque además esa es la finalidad que pretendo. Dejemos las cosas madurar lentamente hasta que todo esté a punto.

20

Me tomó algún tiempo tomar la decisión de clonar a un ser humano, tenía muchas dudas. Hablamos de palabras mayores, mejor dicho, clonaciones mayores; no era clonar un ratón, era un reto mucho más complejo, y los resultados de una trascendencia incalculable, Tras la experiencia y el desenlace del segundo ratón había que esmerar los cuidados al máximo; otro accidente incontrolado y los resultados podían ser imprevisibles, o aun peor, incontrolables. En un ratón la importancia era relativa, en un ser humano no sabría decir hasta dónde podría llegar un error. Una decisión de tal calibre tenía que ser muy meditada, y la atención y vigilancia escrupulosamente perfecta. Tomada la decisión, prometiéndome esta vez que la minuciosidad en la próxima clonación seria extrema, debía construir un recipiente donde, a modo de útero maternal, se desarrollaría el clon. El tamaño de una persona difiere mucho a la de un ratón, por lo tanto tenía que encargar la construcción de un recipiente de metacrilato o material similar de al menos 2,5 x 1,5 metros y de un grosor aproximado de 3 cm. Debía ser, en tamaño y resistencia, el adecuado para la gestación, desarrollo y nacimiento de una ser humano. Había previamente adecuado el espacio en la máquina para que pudiera entrar un recipiente suficientemente grande como para albergar una persona adulta. Hice el encargo en un taller de cristalería que ya conocía, me habían hecho algunos trabajos para el laboratorio; trabajaban muy bien, eran serios en las entregas y el precio me parecía razonable. Me dijo el encargado que tardarían un par de semanas, —No puedo esperar tanto tiempo. Lo necesito en tres o cuatro días —le dije. —Como es un buen cliente, lo menos que podemos tardar son cinco días; eso saltándonos algunos pedidos y dándole absoluta prioridad al suyo —dijo el encargado, haciéndome un poco la pelota. No podía dejar escapar un cliente que pagaba puntualmente y nunca regateaba el precio. Quedamos finalmente que en cinco días me llamaría para entregármelo en casa.

A los cinco días del encargo el recipiente lo tenía encima de una de las largas mesas del laboratorio y empecé a realizar las pertinentes pruebas de estanquidad. Pruebas que fueron satisfactorias. Tras las pruebas lo instale en el interior de la maquina ADC. Ya lo tenía todo listo; lo único que faltaba era lo más importante: las células humanas que mezclaría con una mía. No podía ser alguien conocido, de ser algún conocido complicaría mucho la movilidad y las posibilidades de ser reconocido. Esta posibilidad había que descartarla por los problemas que presentaba, por lo tanto tenía que ser alguien desconocido; eso era más difícil, pero paciencia y a esperar algún candidato que reúna las cualidades para el proyecto. Hasta que se presentara la ocasión ideal el hospital era un lugar idóneo para mis fines. Fantaseaba pensando en clonarme en Luís y, aprovechando alguno de sus viajes, darle un repaso a fondo a Reyes, la sevillana culibaja, que tenía un revolcón, o clonarme en Javier y beneficiarme a Lisa, la tontita, la muñequita Barbie, la mujercita de Javier. Y, como imaginar no cuesta nada, mi imaginación volaba e imaginaba mil y una posibilidades de hacer diabluras. De momento me conformaba con soñar despierto. Ya llegaría el momento. Ahora tocaba pensar en serio. Tenía que clonar un ser humano, pero no valía cualquier persona. Tenía que pensar muy bien qué persona clonar, no podía duplicar a una persona viva que sea fácilmente identificable. Una persona muerta o que iba a fallecer era la elección adecuada. Afortunadamente estaba en el sitio perfecto. Descartada la persona viva porque podían darse situaciones equivocas o confusas; incluso que original y copia se encontraran frente a frente. Eso sería un auténtico problema y una situación complicada de solventar. Lo mejor, un desconocido. Sí, un desconocido que esté a punto de morir. Y si y muere en la clínica, mejor, en ese caso conseguir una célula no me supondría ninguna dificultad; si tiene poca familia o ninguna, y si la familia vive lejos, mejor que mejor. Hay que analizar todos los riesgos, con sus pros y sus contras, los riesgos que supone tener una copia de alguien. Para que la clonación llegara a buen puerto todas las precauciones son pocas; era muy importante. Para que una vez clonado no hubiera riesgos intentaría seducir a alguien que no fuese muy difícil, y mejor si vivía sola. ¡Montse!, la chica de recepción, que está de muerte, no es muy simpática pero está muy bien, tiene un

cuerpazo y un culo que quita el hipo y sé que vive sola. Aunque creo que tiene novio; si este hecho complicara las cosas siempre puedo dar marcha atrás, improvisar, buscar alguna salida airosa, al fin y al cabo no soy yo quien da la cara. En el caso de que las cosas se complicaran, me detuviera la policía y me metiera en la cárcel, yo estaría libre, en la cárcel habría un yo de decorado, de atrezo. Como veis imaginación no me falta, y fantasía hay de sobra. Poniéndonos en el peor de los casos, que en alguna riña, un novio despechado, un marido en ataque de cornamenta, una navaja o un disparo acabara conmigo, yo seguiría vivito y tan tranquilo; por lo tanto, riesgo cero. Me frotaba las manos de contento, y de lo divertido que me las prometía, aunque aún quedaban incógnitas por resolver. Los días pasaban, y no se presentaba momento ni ocasión, no se me ocurría ninguna salida al proyecto que me rondaba por la cabeza. Habían pasado más de diez días desde que la urna de metacrilato estaba lista y esperando inquilino para entrar en acción, con el acelerador de células a punto para darle al interruptor y empezar una de las etapas más apasionantes de mi vida, que digo una, la etapa de mi vida más rica y apasionante. Al día siguiente, por la mañana, entró por urgencias una camilla con un motorista: accidente de moto. Venía muy mal así que directamente a quirófano; pensé que se ajustaba a lo que estaba buscando. Había entrado por urgencias por lo tanto Montse no lo había visto, aunque si lo hubiese visto dudo mucho que por el aspecto en el que entró, que difería muchísimo de su aspecto normal, no creo que lo reconocería fácilmente. Se veía a las claras que las posibilidades de sobrevivir del motorista eran escasas; había que esperar acontecimientos. Salió de quirófano en coma, y directamente a la UVI. Esa noche tenía guardia, por lo tanto todo venia rodado. De madrugada di una ronda y me pasé por la UVI, cogí un poco de cabello y algo de sangre del motorista que guarde cautelosamente. No me vio nadie y al motorista seguro que no le dolió la extracción de tres o cuatro cabellos con su folículo y un tubito con sangre que saque de una vía del brazo y de donde podía extraer las células que necesitaba. Al día siguiente el motorista fallecía. Tenía 35 años y era de un pueblo de la provincia de Girona, eran todos los datos que tenía; no necesitaba más. Así que vía libre para empezar la clonación de un ser humano, de una persona de carne y hueso. Estaba en un estado mezcla de excitación y extraña felicidad y si

todo salía bien ¡las cosas iban a cambiar mucho! Preparé todo lo necesario, la células del motorista y las mías cuidosamente mezcladas, la urna de metacrilato con todo lo necesario para el desarrollo del clon, la ADC a punto para entrar en acción y los cálculos matemáticos necesarios para programar la aceleración necesaria, y que unas células se conviertan en un corto espacio de tiempo en un ser humano adulto, es decir con 35 años, que es la edad del motorista. Los cálculos de edad, altura y peso son de una complejidad tal que necesitaría muchas páginas para explicarlo, que realmente interesan poco y carecen de relevancia en este momento. Ajusté los mandos a: edad 35 años, altura 1.91 m, peso 90 Kg. Y, en aproximadamente una semana, el clon estaría dando sus primeros pasos, si todo salía según lo previsto y no había durante el proceso ningún percance, y esperemos que no lo haya. Alea jacta est. Esta tontería de latinajo es porque con los nervios me pongo pedante, y hasta gilipollas, pero lo que quiero decir, es que la suerte estaba echada; solo falta saborear los laureles del éxito, si todo salía según lo esperado y previsto ¡Y sigo pedante! Es por los nervios. Había pasado el plazo, entré al laboratorio con cierto nerviosismo, era el día D hora H, faltaban pocos minutos. Había pasado ya una semana para que mi otro yo, el clon, despertara al mundo. Miré la urna y allí estaba él, y ahí estaba yo, físicamente respondía a los parámetros que había fijado en la máquina. La cuenta atrás llegaba a su fin, la maquina se paró. Se produjo un silencio que invadía el laboratorio, nunca había oído un silencio parecido, expectante, tenso, denso. El clon abrió los ojos, y en ese mismo momento decidí llamarlo Frank Morte. Frank por Frankenstein, era un reconocimiento a Mary Shelley y su novela Frankenstein, y Morte por lo letal que podía ser. Conecté con el clon y a través de sus ojos veía el techo del laboratorio, giré la cabeza y me miré desde dentro de la urna, ahora la visión era perfecta, veía todos los colores, sin gafas y con perfecta nitidez, me veía a mí mismo, desde diferentes ángulos, tenía la sensación de verme desde fuera de mí, claro, es que me veía desde fuera de mí, desde la perspectiva de otra persona, era una sensación muy rara, inexplicable, me podía ver el culo. Volví a mí y observaba a Frank, un tío de metro noventa, cuerpo no muy atlético, pero bien, buen tipo, con poco vello, bien dotado y atractivo sin ser guapo. Habrá que comprar ropa de su talla, la mía no le vale, habrá que equiparlo de todo: trajes, camisas, corbatas, zapatos, calcetines

calzoncillos, no, no uso…relojes tampoco, relojes ya tengo.

Benedictus qui venit omini.

(coro)

Hosanna in excelsis Agnus Dei.

(coro)

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis. Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona nobis pacem. Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona eis requiem sempiterna Lux aeternam

(soprano y coro)

Lux aeternam luceat eis, Domine, cum sanctis tuis in aeternum, quia pius es. Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis,

cum sanctis tuis in aeternum, quia pius es.

Que la luz eterna los ilumine. El coro y las cuerdas acompañan la doble fuga a cuatro voces Cum sanctus tuis Cadencia de fuga y apoteósico final.

21

Recuerdo los días pasados con Montse, apasionados y vívidos, inolvidables. Recordar es volver a vivir, el recuerdo no envejece. Montse me llama por teléfono Es casi mediodía —Hola Frank, qué tal. Bueno, la verdad, no sé qué decir, tenía tantas cosas pensadas para decirte y ahora no me sale nada. Tengo una hora para comer, si no tienes nada que hacer y te apetece comer conmigo, en el comedor de la clínica no se come mal, y podemos charlar un rato. —Lo siento, Montse, pero no voy a poder, tengo cosas que hacer —dije con intención de castigarla levemente, aunque tenía muchas ganas de estar con ella, más ganas que un corzo en plena berrea. Hay que pausar un poco los encuentros, esto incrementará su deseo de verme, sabrá quién manda y quién obedece, yo mando, ella obedece. ¡Joder! me ha salido la vena autoritaria. ¿Machista? No sé. La castigaba a ella pero me castigaba a mí, ¿esto tiene sentido o soy un gilipollas? Además no tenía nada que hacer y comería en cualquier sitio, aunque en la cafetería de la clínica se come aceptable no me apetecía en absoluto; creo que iré al bar de la Boquearía, al restaurante la Garduña, hoy tocaba pescado, toca pescado porque me apetece no porque lleve un orden de comidas, ni tengo memorizado el menú del restaurante, sí, me apetecía pescado y en la Garduña era muy fresco, y tenían variedad tanta como paradas había en el mercado ¿Y cenar esta noche, te apetece cenar en casa? salgo a las 8, si me das dos horas a las diez tengo preparada la cena ¿Qué te parece? Bien, a las diez en tu casa. Pensé, ¡qué coño!, vamos a dejarnos de castigos. Y le iba a decir cualquier cosa menos pescado, pero me callé. Yo la había visto esta mañana, desde mis ojos, los de verdad, no los del clon, los del doctor Cástulo Del Valle, al entrar en la clínica. Estaba radiante, se había acicalado más que de costumbre, imagino que se pintó y maquilló, por si nos veíamos al mediodía. La saludé como cada mañana.

—Buenos días—Buenos días, doctorMe contesto más simpática, más alegre, con una sonrisa nada habitual. ¿Me habrá reconocido?, no, mi voz es la mía, la de Cástulo, imposible que asocie a Frank conmigo, cómo se me puede pasar semejante tontería por la cabeza, es imposible que relacione una cosa con la otra, a Frank conmigo, no tiene sentido, aunque seamos la misma persona digamos, en esencia, físicamente somos dos personas diferentes. Muy diferentes. Como en el dogma de la Santísima Trinidad: tres personas distintas y un solo dios verdadero.

Si, Dios es uno y trino, yo soy uno y dúo.

Y no es que yo quiera compararme con Dios, aunque, pensándolo bien, ¿por qué no? Pedantería aparte, y salvando las distancias, la verdad, me siento un poco dios: puedo crear vida y también quitarla, quitarla puede cualquiera, que tonterías digo, pero crear vida, eso ya es harina de otro costal, así que en algo nos parecemos, ¿no? Dios y yo somos colegas. Él necesitó una costilla de Adán para hacer a Eva. Es decir, hizo un clon de Adán en femenino y lo llamo Eva, en esto lo he copiado, con la diferencia que yo solo necesité una célula y cree a Frank. Lo de Frank es por Frankenstein una cortesía a Mary Shelley. Creo haberlo dicho ya en algún sitio. Y de apellido Morte por la parte potencialmente letal del individuo. Sigamos con lo de Eva que era, como decíamos, un clon del mismísimo Adán o, en el mejor de los casos, su hermana; carne de la misma carne ¿no? O me equivoco. Con la que tuvo tres hijos, Caín, Abel y otro del que no recuerdo el nombre, Set, creo, sí fue Set, esto según la Biblia, por lo tanto la primera relación entre hombre y mujer fue un incesto, ¡el germen de la humanidad fue un incesto! Y se fue repitiendo en hijos, hermanos, nietos… Y no paró ahí, continuaron reyes, reinas, en general la noble endogamia, luego, a pesar de tantas incongruencias, esta patraña, la de Adán y la costilla, los cristianos se la creen. ¿Y yo me voy a sentir culpable por haber tenido una relación incestuosa con mi madre? Venga hombre, tonterías las justas que no somos gilipollas; yo no me siento nada culpable, nada de nada. De esto Freud sabía un huevo.

Compro dos botellas de vino, un blanco Albariño, y un tinto de la ribera del Duero, son las diez menos cuarto, pongo rumbo a casa de Montse. Antes he pasado por casa, había que hacer algunos cambios. Me visto con traje, solo tengo tres que compre en el Corte y otras tiendas de la zona; Frank y yo tenemos tallas distintas y había que vestir al clon. Una tarde fui de compras al Corte, a Leos, Furest… sin tener que desplazarme a la Roca Village, me apañé comprando en Barcelona mis trapitos, me coloqué el que más me gustaba de los tres; no está mal a pesar de no estar hecho a medida, como los míos, daba el pego, elegí uno azul marino raya diplomática, corbata de seda y reloj Patek Philippe Nautilus esfera azul y rayas, a juego con el traje. Cojo el Aston Martín V8, es el más deportivo de los automóviles de mi cochera, me gusta poco conducir, siempre me muevo en taxi, pero hoy tenía el día caprichoso, me apetecía impresionar, y había puesto empeño, que le vamos a hacer. Como no sé el piso donde vive la llamo al móvil, me dice piso y puerta, aparco y llamo al timbre, piso 2º puerta B. —Te abro —contesta a través del interfono. Suena un clic, empujo la puerta y se abre sin dificultad. —¡Ya! —contesto acercándome al interfono. Subo por las escaleras -quiero causar buena impresión de forma física- y este cuerpo responde perfectamente, seguro que practicaba algún deporte. Cuando llego al rellano, la puerta del piso B esta entreabierta, llamo con los nudillos en la puerta. —Pasa, está abierto. Vaya hombre, no me ha visto subir por las escaleras y yo que quería impresionarla, qué le vamos a hacer. Entro, sale Montse de la cocina secándose las manos con un trapo. Me saluda con dos besos, a los que yo correspondo con otros dos. ¡Qué elegante te has puesto! me dice repasándome de arriba abajo, y yo de trapillo, dice. Aunque veo que se ha arreglado para la ocasión, vestido amarillo, ajustado, corto, cuello camisero y sin mangas, como de un punto finísimo, cae con naturalidad sobre la exuberante geografía de Montse, con mensaje: debajo está el paraíso. —He traído un poco de vino —digo entregándole las dos botellas. —¿Pongo a enfriar el blanco, o prefieres el tinto?-

—Pon a enfriar el blanco y abre el tinto que se oxigene un poco —dije con tono autoritario. —Estoy terminando la cena, pasa al comedor y ponte cómodo, yo voy enseguida —dice mientras me indica la dirección del comedor. Paso al salón-comedor, no muy grande, aunque lo suficientemente espacioso, mesa rectangular, madera color cerezo, cuatro sillas a juego tapizadas color mostaza, en un rincón un sofá cheslón y un sillón de polipiel color crema, una tele en el mueble librería, libros, algunas figurillas y cuadros de paisajes urbanos. La estancia es confortable, la mesa esta puesta, mantel de hilo blanco, dos bajo platos, cubiertos, servilletas, copas, y una vela sin encender. Hay que reconocer que le ha puesto ganas y ha cuidado los detalles. Me desprendo de la chaqueta, que tiro en el sofá de cualquier manera, y enciendo la vela color rojo que hay en el centro de la mesa —Tienes un piso muy acogedor —le digo levantando la voz para que me oiga desde la cocina. —Gracias. Me contesta. Curioseo la estantería con libros: la Catedral del Mar, el Hereje, de Delibes, cojo uno pequeño, de poesía: Joan Margarit, lo hojeo, leo un poema que termina con estos tres versos:

Ni calles ni caminos. Ancho, el cauce desnudo, abandonado, espera el agua brutal, furiosas de las avenidas.

—Me gusta la poesía de Margarit —interrumpe Montse mis pensamientos. —Te he preparado un vermú, y no intentes ayudarme con la cocina, soy muy machista y me gusta que el hombre, que mi hombre, sea el señor, quiero que te sientes, te tomes este piscolabis, y te pongas cómodo, estás en tu casa. Pero qué desastre de hombre —dice cogiendo la chaqueta del sofá—. Te la cuelgo en la habitación.

Lo de “mi hombre” lo ha dicho acentuando las sílabas con energía. Ha sonado posesivo, cosa que me gusta mucho, por esta vez pase y que no se acostumbre. Se le nota contenta, muy contenta. Deja una bandeja en un rincón de la mesa, dos vasos con vermú de Reus, una cubitera con hielo y algunos platillos: anchoas, berberecho, aceitunas gordales, un plato con ibéricos, jamón, lomo y morcón. —¿Te pongo hielo? —pregunta, pinza en ristre —Si, por favor, dos o tres —le contesto. Deposita dos cubitos de hielo en cada vaso y un chorro de vermú, toma el suyo que choca con el mío. —Por nosotros —.Brinda —Por nosotros —contesto. Después del brindis, me besa intensamente. —Ves picando algo, ahora vengo. Me dice con cierto aire de culpabilidad inocente, y desaparece en la cocina. A ti te iba yo a picar; me ha puesto burro, que buena está la cabrona, pienso. —¿Te gusta más la carne o el pescado? —grita desde la cocina. —Yo me lo como todo —digo con doble intención. Se oyen risas desde la cocina, y ruido de platos y de cubiertos. La cena transcurrió desenfadada y de tonteo, entre brindis por nosotros y choque de copas. ¿Un poco de vino blanco?, le ofrecía yo; toma esta almeja y me la metía en la boca ella, riendo, nos besábamos, bebíamos y comíamos; ella estaba feliz, y yo caliente como una plancha. Primero ensalada templada de queso de cabra y salmón, unas almejas vivas en hielo picado. Miradas cómplices y picaronas, y risas cuando degustábamos las almejas.

¡Mira cómo se mueven!, se ponen como locas cuando les cae la gotita, refiriéndose a las gotas de limón, y reía con picardía. Retiró los platos que habían quedado vacíos. —Voy por el segundo —dijo dirigiéndose hacia la cocina cargada de platos, sin dejar que la ayudase. Ni se te ocurra me dijo ante el intento de ayudarla. Apareció con una bandeja de costillitas de cabrito lechal rebozadas; tomamos vino blanco y tinto sin mirar mucho el maridaje, ella casi no probó el tinto y finalizamos con un sorbete de cava. Y algún brindis más. Me dijo durante la cena que había decidido dejar la relación con Carlos, su novio, la relación se había ido enfriando y no tenía razón continuarla, ya no me pone, y creo que yo a él tampoco. Teníamos fecha de boda para final de año pero los dos nos alegraremos al suspenderla. Me soltó de plano que se había enamorado de mí. De una forma como nunca le había pasado, no sabía cómo, ni porqué, ni dónde ni cuándo, lo cierto es que estaba colada por mi… y me preguntó si yo sentía algo por ella. —Me gustas mucho, siempre… (siempre me has gustado, iba a decir, pero rectifiqué a tiempo) siempre me han gustado las mujeres como tú… —¿Y cómo soy yo? —Eres simpática, guapa, sensual, deseable, decidida, independiente, cualquier hombre se sentiría feliz a tu lado, y para colmo tienes un cuerpo que…que pa qué. —Muchas gracias. ¿Puedo tener esperanzas de que te enamores de mí? —Me gustas mucho, que no es mal principio, el enamoramiento de verdad viene un poco más lento. Me he llevado muchos palos en la vida, y no es que esté resentido, pero si dolorido, y en este tema voy con pies de plomo. El conocimiento mutuo, el aprecio a las virtudes, así como la tolerancia a los defectos, es el camino necesario para llegar al enamoramiento. Pero hay que ir despacio, solo hace dos días como quien dice que nos conocemos, pero si me tengo que enamorar de alguien, llevas todas las papeletas —dije intentando no mentir.

—Lo mío ha sido un flechazo, es increíble. Y, aunque hace poco que nos conocemos, tengo la impresión de conocerte de toda la vida, no conozco ni tus virtudes ni tus defectos, prácticamente nos conocimos ayer, y no sé si prefieres el café solo o con leche, si la luz encendida o apagada… sin conocerte estoy enamorada de ti hasta las trancas; nunca me había pasado nada igual, que digo igual, ni remotamente parecido. —Lo que deprisa entra, deprisa se va, y para recorrer el camino, si es largo, mejor andando que corriendo —dije en tono sentencioso y pedante. —Tienes razón; apenas sabemos uno del otro; por cierto, me dijiste que eras medico ¿cirujano, verdad? —dijo Montse. —Sí, soy cirujano, especialista en cirugía reparadora y reconstructiva; ahora estoy de vacaciones, me he tomado unos días; es un trabajo muy estresante, hay operaciones que pueden durar ocho o diez horas, es un trabajo muy delicado, minucioso, y necesito tomar distancia y airearme de vez en cuando. —Qué bien, cuando necesite unos retoques, quitar una arruguilla, un poco de papada, bolsas en los ojos… —Yo no me dedico a eso. Trabajo con quemados o accidentados que han quedado con lesiones, que les afecta para llevar una vida normal: reconstrucción de manos, brazos… Además, aún tienen que pasar muchos años para que necesites algún retoque —.Seguíamos a la mesa y yo apuraba un poco de vino —Gracias. ¿Y dónde vives? —dijo Montse poniéndose vino blanco —Trabajo en una clínica de Valencia y vivo en un piso cerca de la clínica. Como está muy cerca no tengo que coger coche, voy andando, y ahora estoy pasando unos días en casa del doctor del Valle. Tú lo conoces, trabajáis en la misma clínica. —Sí, es verdad, es un hombre muy callado, raro, diría yo, apenas se relaciona con la gente del hospital —dijo bebiendo un poco de vino “Qué poco te imaginas lo cerca que tienes al “raro” doctor del Valle”, pensé. —Es buena persona. Yo lo conozco desde la época de estudios; yo terminaba la carrera, él hacía años que había acabado, pero coincidimos en una

especialización de cirugía, aquí en Barcelona, en el hospital Clinic. Hicimos buenas migas desde el principio. Por eso te conozco de vista, alguna vez he ido a visitarlo y te vi en recepción —mentí. En realidad no había mucha verdad en lo que le estaba contando pero necesitaba una identidad creíble, y todo iba sobre la marcha, improvisaba intentando recordar todo lo que le decía para no caer en contradicciones o, si se producían, que pudiera salir airoso del trance. —Yo no lo conozco lo suficiente como para darte una opinión, y no quiero hacer ninguna valoración basada en prejuicios o comentarios —dijo ella. —¿Y qué se comenta? —pregunté, como quien no quiere la cosa. —Pues eso, que es un tío raro. Por lo visto es una eminencia, un cerebrito, vamos, pero apenas se relaciona con nadie; educado y cortés, nunca niega un favor a nadie, y algún caradura se aprovecha de su amabilidad —dice Montse, que continúa —. Está soltero, no se le conoce novia ni relación alguna, ni con mujer ni con hombre, hay quien asegura que es homosexual, aunque no tiene pinta, ni modos, pero de esto tampoco hay que fiarse —y añade —.Se comenta que está forrado y que vive en una casa, más que una casa, un palacete en la mejor zona de Barcelona. Esto lo sabrás tú mejor que nadie ya que te alojas en su casa —decía esto con la mirada baja y jugando con la servilleta. —Es verdad que tiene una casa grande y muy bonita, pero yo diría que tanto como un palacete, no. Y de lo de maricón, en la medida que yo lo conozco, aseguraría que nada de nada, al menos, yo no lo creo —dije en tono de medida indiferencia, para añadir —.Cambiando de tema: la cena ha estado magnifica; te felicito, eres muy buena cocinera y mejor anfitriona —dije cambiando el tono. No quería que me pillara en algún renuncio. La miraba y me excitaba su boca carnosa, sus dientes tan blancos y mi imaginación tan perversa. —Al hombre se le conquista por el estómago, dicen, y yo digo que por el estómago, también —dijo con una sonrisa seductora. Se levantó, quitó los platos y de camino a la cocina me dio un beso y me pidió que no me levantara, que iba a la cocina a por algo más. Fue hacia la cocina. Un contoneo airoso hacía que el vestido amarillo se moviera con feminidad estudiada, marcando sus encantos; un culo sensual y provocativo, y ella lo sabía. Pensé, no hay duda, Montse es toda una hembra. Reapareció con una bandeja de trufas que dejó en la mesa.

—He comprado estas trufas, ¿te gustan? Aunque engordan un poco; pero de momento no necesitamos, ni tú ni yo, controlarnos el peso. ¿Quieres un café, una copa, whisky, o prefieres… otra cosa? —dijo picarona y jugando con el tono de “otra cosa”. —Un café corto y un poco de whisky, por favor; aunque yo soy más de gin tonic — dije tomado una trufa. Tardó pocos minutos en aparecer con dos tacitas de café, la cubitera con hielo hasta arriba, una botella de Chivas y dos vasos, en una bandeja que dejó sobre la mesa. —Lo siento, ginebra no tengo; la próxima vez no me pillarás. ¿Dos cubitos, verdad? —preguntó, dejando en el vaso dos tintineantes cubitos de hielo. —Sí, gracias. Montse estaba al quite para que no faltara nada, se desvivía por complacerme, la cosa marchaba sobre ruedas. Seguimos charlado, entre sobos, de temas intrascendentes. Sonó su teléfono, lo miró y dejó que sonara un rato. Descolgó y contestó con voz como de dormida mientras me hacía un gesto para que me mantuviera en silencio; supuse que sería su novio y acerté. Le dijo que se encontraba mal, que le dolía la cabeza, que estaba ya durmiendo y colgó. Me comentó que desde que le había planteado dejar la relación, al menos por un tiempo, Carlos no lo había encajado muy bien. Montse creía que todo sería más fácil ya que ambos se habían enfriado, pero quizás le molestó que no fuera él quien tomara la iniciativa y se estaba poniendo muy pesado. —¿Te importa que fume? —le pregunté mostrándole un habano. —En absoluto, me gusta el olor de los puros. Quité la vitola del Montecristo y lo encendí. Volutas de humo se esparcieron por la habitación. Quitó lo que quedaba en la mesa, puso el Chivas, la cubitera y los vasos en la mesita baja de delante del sofá. —Ponte cómodo —dijo, indicándome el sofá—.Vuelvo enseguida. Y desapareció por el pasillo, con idéntico contoneo, esta vez en dirección al

dormitorio. Me senté en el sofá con un vaso de whisky en la mano y el puro en la otra. —Creo que tenemos tormenta —digo en voz alta pero no me responde. Un perro ladra afuera, gime el viento que fallece en una lluvia repentina y sucia tormenta; un aguacero breve. Montse aparece con un largo camisón negro, transparente, debajo, ropa interior también negra, y mínima, medias y ligueros; está que quita el hipo. Baja la intensidad de la luz, pone un CD de Leonard Cohen, me mira con ojos traviesos, se sienta en mi regazo y me susurra al oído besuqueándome. —Te voy a seducir Mis manos acarician su cuerpo, la piel suave y cálida me excita sobremanera. Ella me desabrocha la camisa y acaricia mi torso mientras nos besamos con furia, me desabrocha el cinturón y los botones del pantalón; su mano se pierde bajo la bragueta y me mira con ojos de sorprendida complacencia al encontrar lo que busca. Tengo que parar, pienso, o será demasiado tarde. No sé qué efecto tendrá la mutación/clon; la ratona murió, pero con humanos ¿qué pasará? No puedo; el olor de su cuerpo me embriaga, es como las feromonas de la ratona para el ratón; recuerdo la poderosa atracción del ratón hembra y, salvando las distancias, Montse es tan seductora para mí como para el ratón lo fue la ratona. Valga la comparación. Se oye un ruido en la puerta y detenemos nuestros sobos y besuqueos. Nos miramos con sorpresa; parece como si alguien intentara abrir la puerta. Montse, de puntillas, va hacia la puerta y vuelve también de puntillas; baja la música, y me susurra: —Es Carlos, está intentando abrir con su llave, pero tuve la precaución de dejar la mía puesta y no podrá abrir. Ya se cansará y se marchará. Vuelve al sofá y continuamos lo que Carlos había interrumpido. Juguetea con mi polla que está tiesa y dura, la besa y la chupa con ansia, se la traga toda, hasta la garganta, la saca y vuelve a tragar. Con la mano sobre su cabeza la mantengo

pegada a mí, mientras, con la otra, investigo su sexo que esta húmedo y cálido; se había puesto cachondísima. Manoseo y meto los dedos, que agradece abriéndose más, se mueve frotándose, permitiendo que mis dedos entren y salgan de su coño; estamos entregados al placer, y a punto, de un momento a otro, de una corrida sublime. Sigue empleándose a fondo moviéndola, chupando y entregados con deleite llagamos al orgasmo. Me derramo en su boca que ella traga sin remilgos.

Trombones fagotes y clarinetes doblan las voces del coro

Sanctus, sanctus, sanctus Dominus Deus sabaoth. Pleni sunt coeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis.

Hosanna en las alturas, aleluya y júbilo

Agotados y satisfechos nos quedamos inertes un tiempo impreciso en el sofá. Cuando recobramos el resuello Montse se levanta me besa y va al baño. Me recompongo la ropa, me abrocho la camisa y el pantalón. —Mañana sin falta le pido la llave y, si no, cambio el bombín —dice Montse al salir del baño El ruido en la puerta ya no se oye, parece que se ha marchado. —Me tengo que marchar —le digo besándola. —Como quieras. Espera un momento que se marche, no sea que esté escondido en el pasillo. Espero unos quince minutos, me acompaña a la puerta, sale y mira.

—Ya puedes salir, no hay nadie ¿Cuándo nos veremos? —Mañana te llamo. Un último y largo beso de despedida y bajo por las escaleras. Mientras camino hacia el coche voy pensando que me he corrido en Montse y no ha muerto como la ratona. Esto querría decir que con seres humanos la hembra no muere y yo, el clon, vaya, no me desintegro. Otra posibilidad sería que el efecto ratona solo funciona cuando se practica sexo con fines reproductivos; de ser así se abren un montón de posibilidades de tener relaciones sin riesgo. Tengo que seguir investigando en este sentido. Ya dentro del coche veo que la tormenta de barro me lo ha dejado hecho un asco; eso me pasa por querer alardear. Ni ha visto el coche ni se ha fijado en el reloj; me está bien empleado por querer seducirla con objetos, que no son necesarios ni le importan; solo le importo yo. Salgo del aparcamiento y me pongo en marcha; un coche viene detrás y creo que me está siguiendo. Reduzco la velocidad para que me adelante, el ancho de la calle lo permite, pero no me adelanta, adecúa su velocidad a la mía. Bien, si quiere jugar, jugaremos. Acelero, callejeo un poco, calle Dante, plaza Ibiza, sigo callejeando, no hay duda, el coche me sigue, no sé si parar a ver qué hace; me da igual, que haga lo que quiera. Ahora estoy en calle Padilla con Diagonal, tomo dirección Gran Vía y circulo a la altura de la plaza de toros Monumental; buen sitio para alguien con un ataque de cuernos, pienso, para Carlos, que me sigue, no sé qué intención llevará. Llego a Plaza Tetuán; parece que ya no me sigue, ¿se habrá quedado en la Monumental? Buen sitio para un sobrero. Río mi maldad y dirijo el coche hacia casa.

22

—¡Que casa tienes, chico! Es la mejor casa de Barcelona; si algún día decides venderla, avísame, aunque no creo que pueda pagarla, pero tú avísame, eh — dice Jaime, en plan de peloteo. En plan de peloteo y repitiéndose; siempre que viene a casa me dice exactamente lo mismo. Es su saludo. Su originalidad brilla por su ausencia. Lisa me saluda con dos besos al aire. —No te preocupes, serás el primero en saberlo, en el caso que algún día decida venderla —le digo con desgana. —¿Está un poco vieja, no? —se atreve a opinar la sosa de Lisa. Que viene monísima, como siempre. Mini pantalón blanco, que enseña más que oculta, y tan apretado que pienso que debe hacerle daño, o molestarle la entrepierna. Lleva la costura del pantaloncito tan apretada que casi, o sin casi, la lleva dentro, marcando perfectamente unos labios muy expresivos que sonríen verticales. Ella, de vez en cuando, da unos tironcitos para sacar la costura, que ya ha cogido vicio y retorna al mismo sitio rápidamente. Una camiseta a rayas blancas y azules horizontales, muy ajustada, que realza sus pechos justos de tamaño, medida y no sé si de peso, pero sin sujetador, libres de ataduras, saltarines. Y se movía con un cierto balanceo que descomponía el paralelismo de las rayas blancas y azules de la camiseta. Muy marinera, ella. —Antigua, Lisa; no es vieja, es antigua, sabes, o vintage, que se dice ahora, corrige, Jaime. Sultán ya está lamiéndome las manos y moviendo la cola, dando saltos de alegría al verme. —¿Nos invitas a tomar algo? —Se auto invita Jaime. —Desde luego —contesto un poco preocupado de que la cosa se alargue, porque he quedado, como Frank, a las 8, con Montse, y estos parecen no tener prisa.

Entramos en la casa y los conduzco a la salita. —Desde aquí podemos ver a Sultán —les digo indicándoles el gran ventanal desde el que se buena parte del jardín, y a Sultán correteando por el césped y jugando con mis rottweiler, un macho y una hembra: Mirko y Aika. —Un whisky de ese que tienes para los amigos, sabes —dice Jaime sin darme tiempo a preguntarle qué era lo que quería tomar, y acomodándose en el sofá —Y tú, Lisa. —Coca cola, por favor —dice con su vocecita aflautada y peleando con su pantaloncito que no consigue sacar de tan delicada parte. El pespunte le ha cogido querencia a los medios y vuelve una y otra vez al sitio, al centro del… ruedo Sirvo las bebidas y me siento en el sillón frente a Jaime y Lisa, que se han acomodado en el sofá a la pata la llana. Jaime habla de su proyectada travesía a Menorca, con su socio y su mujer, y este año se les ha unido una pareja amiga, un director de Banco con esposa. Siempre la misma historia. Y cada año se les une un director de banco o un director de negociado; a este chico se le multiplican los directores. Disculpe un momento; enseguida vuelvo, les digo. Y conecto un momento con Frank para llamar a Montse y decirle que me voy a retrasar; estos no tienen prisa. Mientras Jaime sigue con su perorata yo le sigo la conversación con cara atenta, pero estoy en otro sitio, He hablado con Montse, me dice que se va a casa y que cuando pueda que la llame para pasar a recogerla. Jaime se ha tomado la copa en un abrir y cerrar de ojos. —¿Te pongo otra? —le pregunto —Por favor, gracias —contesta. Tres cuartos de hora más tarde Jaime y lisa se marchan. Nos dependimos: abrazo de Jaime y Lisa que me sigue dando dos besos al aire. Y en plena lucha con el pantaloncito que empecinado sigue metiéndose en la madriguera.

Sultán se queda a mi lado moviendo la cola en señal de despedida de sus amos. Lo miro, es un buen perro, noble y cariñoso. Podría clonarlo, qué tontería, pienso mientras entro en casa. ¿Tontería?, pues no es ninguna tontería; esta noche, sin más dilación, lo preparare todo para clonar a Sultán; puede ser divertido ver a Jaime y Lisa en la intimidad sin percatarse que los estoy observando. Una fantasía muy humana. Mirar, ver a los demás desde la impunidad. Voyeurismo; se ha escrito libros y se han hecho películas sobre el tema. Cojo un taxi para recoger a Montse y desde el taxi llamo para que baje. Son las 10.05 de la noche, llegamos al edificio donde vive, le digo al taxista que espere un poco y enseguida aparece: vestido negro, de tubo, muy ajustado y corto y los zapatos y el bolso beige le dan un aire de elegancia natural. Bajo del taxi para que me vea y me localiza de inmediato; nos acomodamos en el asiento trasero del taxi. —¿A dónde les llevo? —pregunta el taxista. —A Botafumeiro —contesto. —He reservado mesa en Botafumeiro, pero si prefieres otro sitio, podemos cambiar —le digo. —Fantástico, es uno de mis restaurantes preferidos, de los que más —me contesta entusiasmada. Botafumeiro es un restaurante en la calle Gran de Gracia, cocina gallega especializado en pescados y mariscos de muy alta calidad, y con un servicio exquisito. Suponía que a Montse le gustaría. Si, tal y como me adelantó por teléfono, me quiere contar como van sus relaciones con Carlos yo quería que estuviera cómoda, y un poco en mi terreno. Escogemos unos primeros para compartir y de segundo rodaballo plancha para ella y espardeñas para mí, que regaremos con un albariño. Montse está muy animada y dicharachera, me cuenta que tuvo una charla con Carlos, le comentó que no quería engañarlo y que estaba enamorada de otro (de mí), que hacía tiempo su relación se había enfriado de tal manera que no tenía sentido mantener algo que no les llevaba a ningún sitio, algo que estaba muerto.

Por su parte, Carlos reconoció que él también se había relajado en la relación y aunque seguía enamorado de ella ya no era lo mismo y que quizás era buena idea dejarlo, tomar distancia, darse un tiempo, y si en el futuro volvían a reencontrarse, y de las cenizas volvía a brotar llama, entonces merecería la pena retomar la relación. Le iba a decir: “Carlos es un poeta además de un ave Fénix”, pero me contuve. —Me ha llamado una amiga, Gloria, para salir mañana a cenar. Le he dicho que lo iba a consultar contigo y le diría algo. Gloria está casada con Sergio, subsecretario de algún negociado de la Generalitat, y ella tiene una boutique de ropa de firma, ropa muy exclusiva y carísima, yo me aprovecho de la amistad y consigo buenos descuentos. Son muy simpáticos, llevan algo más de tres años casados y Gloria sigue tan enamorada de Sergio como el primer día, o más. —¿Los señores tomaran café? — Interrumpe el camarero. —Si, por favor, dos cafés; ¿también quieres café, verdad? — pregunto a Montse. —Sí, café cortado—Si te hace ilusión queda con ellos, aunque prefiero que salgamos solos —le contesto, pensando el efecto voz/palabra. De funcionar con Gloria tendríamos un problema; sería un dilema aunque, sí como dice Montse, está tan enamorada de Sergio, quizás el enamoramiento anule los efectos. Por otra parte, si funciona se puede producir una situación verdaderamente divertida, o comprometida; cosas de los efectos secundarios: para unas cosas va bien pero para otras te condiciona. Es cuestión de ir probando hasta dónde puedellegareste efecto de voz y sus consecuencias. Tomamos los cafés, tras los cafés un par wiskis y un habano. Habano que me enciende el camarero con todo el ritual, que yo bien conozco. Porque yo, como doctor Del Valle, no fumo, es decir, en ese sentido tenemos los mismos gustos, somos muy parecidos, pero algunas de las veces que he comido o cenado aquí, que son muchas, he visto a un camarero encender el puro a algún cliente y, créanme, es todo un espectáculo. Coge el habano, corta la boquilla con guillotina, lo enciende con madera de cedro, girándolo, para que el encendido sea uniforme y, una vez encendido, procede a avivar el ascua con movimientos del brazo y la mano, subiendo y bajando el brazo mientras que, con giros rotacionales de la muñeca y de la mano, realiza una serie de fintas con brazo y mano que dejan caprichosas volutas de humo en el aire. ¡Espectacular!. Puro

encendido, señor, dice entregando el habano al comensal. —Hazlo por mí —me dice Montse en tono meloso y plantándome un beso en la boca. Beso intencionado reivindicando lo de salir con su amiga. —Está bien, como tú quieras; mañana me llamas y me dices donde quedamos — le contesto como si no me apeteciera, pero una curiosidad malsana me reconcomía por dentro. Terminada la cena, bajamos andando por Gran de Gracia. Hacía una noche muy agradable, una ligera brisa dejaba una temperatura ideal, aún no habíamos entrado en plena canícula veraniega y la noche era primaveral. Antes de llegar a la Diagonal entramos en un Pub discoteca donde parecía que hacía años que no pagaban la luz, la iluminación, más que escasa era casi inexistente. Sentados en un sofá y con un par de whiskys Montse no dio tregua. Lanzó un ataque frontal en toda regla aprovechando el anonimato protector que proporcionaba la densa oscuridad de la sala. Abrazos, besos, sobos y trasteos, la oscuridad nos amparaba; igual que nosotros no veíamos a otras parejas repartidas por los sofás de la sala, las otras parejas tampoco nos verían a nosotros. Se les oía gemir, algún gritito y ruidos. Montse, protegida por las sombras, si en algún momento la vergüenza le reprimía sus ansias de o físico, ahora entraba a saco, la vergüenza se había ido con las sombras. Se había soltado el pelo y las bragas, sus manos subían y bajaban, no había botón ni cremallera que le resistiera, casi sin darme cuenta y en cuestión de minutos me tenía medio despelotado; su lengua recorría toda mi piel, y yo, por mi parte, hacia lo posible por imitarla: el vestido por la cintura, una teta al aire que yo mordía con avidez el pezón erecto, y el tanga por los tobillos. Ella masajeaba mis zonas pudendas con singular destreza, acompasadas y rítmicas, las manos dejaron paso a la boca y movía su lengua con habilidad de ofidio. Yo estaba totalmente entregado; esperaba un final que suponía llegaría pronto, intentaba alargar el momento pero temía que no iba a ser mucho, la subí a mi regazo y tanteando le metí la polla por el culo. Una descarga eléctrica, un latigazo que me recorrió todo el cuerpo; eyaculé dentro, quedé exhausto; era hombre muerto, fallecido, cadáver, occiso -metafóricamente hablando, claro-. Montse me besaba y se movía, sin que yo la sacara, hasta que noté que se corría. Se quedó inmóvil, exhausta y viva. El efecto ratona no había funcionado, afortunadamente. Cada vez me reafirmaba más en mi presunción: el efecto ratona, de funcionar, puede ser al tener relaciones con intención reproductora. Lo cual nos daba la opción de

pasarlo bien, pero que muy bien, sin riesgo. Como tras la tormenta viene la calma, y esta había sido la tormenta perfecta, exhaustos y ya más relajados tomamos unos sorbos de whisky repantigados en el sofá, retomando fuerzas. Yo había tenido un orgasmo y Montse medio orgasmo, medio polvo que era como definía ella sus orgasmos sin penetración. ¡Pero lo más asombroso era que estábamos vivos! ¿No ejercía el mismo efecto en humanos que en ratones? ¿O solo funcionaba cuando se producía la penetración? Porque la mutación solo actuaba cuando la relación sexual se producía con finalidad reproductiva, y para eso era necesaria la penetración vaginal. Esta teoría, posiblemente, fuera la más acertada. Había que seguir averiguando los efectos de las mutaciones que el clon sufría. —Yo sin penetración me corro poco, no es una corrida en toda regla, si acaso una novillada sin picadores, ¿entiendes? —dijo con perfecto conocimiento del argot taurino —; es un polvo light, una cosa descafeinada, como pan sin sal. Por eso tengo tantas ganas de hacerlo bien, en casa, sin prisas y sin pausas. Y siguió con una clase magistral: “Se dice, por expertos en la materia, sexólogos y profesionales del tema, que existen dos tipos de orgasmo femenino: el clitoriano y el vaginal, aunque una gran mayoría de mujeres unen los dos en uno solo. No diferencian, pero es porque no se conocen a sí mismas, no analizan las relaciones individuales de sus estímulos. También afirman estudios sexológicos serios que el orgasmo provocado por estímulos del clítoris es más primario, más infantil, es lo que practicamos de niñas, poco evolucionado, rápido y de baja intensidad; sin embargo, el orgasmo vaginal es mucho más desarrollado, tiene un proceso más complejo, más lento, por ese motivo es de una intensidad mucho más fuerte; las que tenemos ese tipo de orgasmos, una inmensa mayoría, somos multiorgásmicas y lo pasamos de muerte”, dijo entre risas al finalizar. Pero a mí no me hizo gracia, por eso, por lo de muerte, digo. —No tenía ni idea de esto que me estas contado; nosotros somos más simples, no tenemos esas diferencias —respondí —. Nosotros pin, pan, y a otra cosa; qué complicadas sois ¡coño! —Es más, ¿sabes cómo distinguir si una mujer es vaginal o clitoriana? Solo fijándote en la forma de andar —me pregunta.

—No tengo ni la más mínima idea de cómo, viéndote andar, puedo saber cómo te corres. No imagino cómo se puede distinguir una de otra solo viéndoles el trotecito cochinero. —Es muy fácil; solo tienes que ser un poquitín observador. Cuando veas a una señora o señorita, o sea, una hembra, andando, te tienes que fijar en el culo, el culo es el indicador. Según se le mueven los glúteos al andar nos está diciendo, en un lenguaje clarísimo, clarísimo para quien lo entienda, soy clitoriana o yo, para correrme, me la tienes que meter a fondo; porque, en esto, el culo es un exponente inequívoco —dice, se queda tan pancha y sigue — Antropológicamente, ya desde los tiempos de las cavernas, las hembras desarrollaron el movimiento del culo para atraer al macho, era el arma que utilizaban para seducir; la que desarrollaba el arte de moverlo de manera más atrayente, era la que se llevaba al mejor cazador al huerto y de esta manera se aseguraba el mejor abastecimiento de comida. Fíjate, si una chica va andando y el culo no se le mueve apenas, no sube y baja, ni se desplaza lateralmente, diagnostico: clitoriana; seguro que no te equivocas. Pero, si lo mueve lateralmente con ese movimiento rotacional tan femenino, si además los glúteos, de forma independiente, suben y bajan, si cuando suben dan como un saltito, no hay error posible: vaginal. Y además tiene muchas posibilidades de ser multiorgásmica. —Curiosa teoría; ahora no voy a quitar ojo de los culos de las señoras. —¡Ni que yo me entere! —dijo Montse, mientras reíamos abrazándonos y besuqueándonos. —¿Qué te parece si nos marchamos, y de paso te miro el culo? —pregunté haciéndome el despistado. Aunque me lo conocía perfectamente, no era la primera ni la segunda…y respondía a la definición que me acababa de dar: vaginal. —Pues vamos, no perdamos tiempo —dijo levantándose del sofá y recomponiéndose el vestido. Caminaba delante de mí con la intención de que observara su trasero: el vestido negro y muy ajustado hacia fácil observar. Los movimientos confirmaban la tesis descrita en su teoría: ciertamente lo movía tal y como ella había descrito, y creo que acentuó aún más el meneo al saberse observada, imprimiendo a sus

movimientos más vigor y una sensualidad altamente explosiva. Anduvimos un poco antes de parar a un taxi para acompañarla a su casa; la noche había refrescado pero se mantenía a una temperatura muy agradable. Ya en el taxi me suplica ir mañana a la playa; sabe que para mí la playa no es uno de mis gustos preferidos, sin embargo le digo que vale, que lo que quieras —¿No tenías la regla? —le pregunto. —Mañana estaré perfecta, ya lo veras. ¿A qué hora quedamos, a las diez es buena hora? —Me parece bien, te paso a recoger a las diez —La dejo en su casa y continúo en el taxi hasta la mía. Alrededor de las once llegamos a la playa que estaba como siempre, azul y aburrida, con su arena, y sus olitas que van y vienen. Hoy el mar estaba tranquilo y las olas rompían con desgana en la arena; esto es la playa, un paisaje plano, sin altibajos, con un sol vengativo que nos ataca sin piedad abrasando cuerpos tendidos sobre la arena, que quema o broncea, según criterio. A veces la monotonía la rompe algún velero en lontananza. Lo mejor para soportar el tedio es un libro o untar crema a Montse que tumbada, ahora por delante, ahora por detrás, embadurno untándole una crema lechosa. Me gusta más la montaña; es un paisaje muy distinto. Nada que ver con la playa. La montaña, con sus bosques de hayas, de castaños o de arces, y chopos en las riberas, diferentes, mutables en cada estación del año; desde el frío y fantasmagórico paisaje de invierno, al verde claro de primavera que rebrota en verde intenso en verano, y en otoño una explosión de colores componen una paleta policromada de verdes, amarillos, rojos, granates, marrones… la playa varía poco, la misma arena, de color arena y la misma agua, de color agua, que puede estar en calma o algo más movida. La brisa que, como hoy, es más que brisa levanta ráfagas de arena, y la alegría que da la chiquillería, que estrenan vacaciones, cubo, pala y pelota aventando la arena con la pala, que ni los mejores braceros en la era, cuando la trilla -esto lo vi en una película-, y con incansables ganas de jugar siempre demasiado cerca; la chiquillería juega feliz amargándole el día al más pintado, ni Job con su mítica paciencia los soportaría. Montse hoy se encuentra perfectamente y luce tipo, en seco y en mojada. Tendida sobre la arena luce monte de Venus; está fantástica y a más de un mirón

se le van los ojos. Por verla lucir tipo y disfrutar del agua ha merecido la pena soportar la playa. A eso de la una nos tomamos un vermut en un chiringuito cercano. Desde el móvil llamo y reservo mesa en Can Majó, en la terraza; no hace mucho calor y la brisa que en la playa es un poco molesta al ayudar a los mocosos en eso de aventar arena, en la terraza del restaurante es muy agradable. En Can Majó los arroces son obligados; de entre la variada carta, el arroz negro es sublime. Unos langostinos a la sal y unas almejas marinera de primeros a compartir y de segundo el preceptivo arroz negro, que anota el camarero con diligencia y profesionalidad. No tomamos postre pero sí café y unas copas para la sobremesa que alargamos por la bonanza de la temperatura. —En unos días tenemos aquí la verbena de San Juan; cenaremos en casa como tenemos previsto, ¿verdad? —me pregunta Montse. —Dios mediante —le contesto —Cómo un ate… —Imagino que quería decir: cómo un ateo puede decir Dios mediante, pero se quedó a medias, no pudo terminar la frase. En la acera de enfrente una joven ha dado un grito y se ha desmayado. La chica y el chico que la acompañan me miran fijamente como si yo fuese el culpable; el chico, medio a rastras, trae a la desmayada hasta una de las sillas libres de la terraza; la chica que le acompaña me mira como si estuviera viendo un espectro. El joven atiende a la desmayada y me mira también perplejo. No puede ser, dicen los dos casi al unísono, no puede ser, no puede ser repiten una y otra vez casi como un mantra. La chica se me acerca. —Perdona que te miremos así, pero es que te pareces tanto a Alberto… Era el marido de Chelo y murió hace poco en accidente de moto; eres idéntico; si Alberto hubiese tenido un hermano gemelo no se parecería tanto. Chelo, cuando te ha visto, le ha impresionado tanto que se ha desmayado. Precisamente hoy hemos estado haciendo unas gestiones en el notario sobre su testamento, y qué casualidad, íbamos a tomar un café y al verte no ha podido resistir la impresión. Eres idéntico a Alberto, no es un simple parecido, eres igual, igual que su marido.

Chelo, la viuda, es atendida por dos camareros que le dan un vaso de agua, una señora de la mesa contigua aporta aire con un abanico mientras el joven le da sombra. Yo no sé cómo hacer mutis sin levantar sospechas. Montse contempla la escena con cara de incrédula; está tan atónita como yo. La viuda, Chelo, aún está medio aquí y medio allí; ojos entornados y nervioso parpadeo. Pasa la gente que curiosea, murmullos, preguntas al aire. ¿Qué ha pasado? Ha sido un desmayo. ¿Algo grave? Nada, una chica que se ha desmayado, habrá sido el calor, nada, no ha sido nada, con este calor no me extraña, no se pongan encima, dejen que circule el aire, solo un desmayo… Tengo que marcharme antes de que la viuda vuelva en sí totalmente y dé más señales sobre el parecido entre su marido muerto y yo que, sin lugar de dudas, era el motorista que falleció en la clínica. Y ahora el motorista soy yo, el clon; llevo su carrocería. Con razón dice que me parezco, como no me voy a parecer, si soy el mismo. La viuda, conocerá con pelos y señales hasta las partes más íntimas de su marido, aunque no creo que me haga bajar los pantalones para enseñarle una peca intima, una peca que tengo en salva sea la parte o la cicatriz de la pierna derecha, que tiene toda la pinta de estar motivada por una rotura de fémur, que no me extrañaría que hubiese sido por otro accidente de moto. No sería nada excepcional, los motoristas llevan la carrocería algo estropeada. Solo faltaría que para asegurarse de que no soy Alberto me pida que le muestre las pruebas, y eso confirmaría que soy su marido, aunque hace días que lo incineraron. Lo mejor es no tener que dar explicaciones y ahuecar el ala lo antes posible. Los camareros están más por la viuda que por los clientes; habría que echarle morro a la cosa y pirarse. Pero como no me parece bien aprovechar el desconcierto decido ir a pagar. ¡Es igual, es el mismo, es idéntico!, repite Chelo retomando el mantra y con cara de espanto. Mejor nos marchamos, le digo a Montse; voy a pagar la cuenta. Entro al restaurante y pido la cuenta. Mientras la prepara, pienso que como no nos marchemos pronto esto se puede poner feo, además, mejor que no abra la boca

porque como la viuda me pregunte algo, yo le conteste, y la voz haga el efecto que ya conocemos, entonces sí que puedo tener problemas. Me traen la cuenta que abono y salgo. Montse, dile que lo sentimos pero nos tenemos que marchar, le digo señalando hacia donde se encuentra Chelo, sus acompañantes y algunos curiosos. Nos alejamos mientras sigue el soniquete: es igual, es el mismo, es idéntico, es él… Bajamos andando por la calle Almirante Aixada hasta el paseo de la Barceloneta, o el paseo Joan de Borbón, donde tomamos un taxi. —Al Ideal, en la calle Aribau —ordeno al taxista. —Tomamos la copa dentro, ¿eh? —me comenta Montse. Mejor, vaya ratito nos ha dado la viudita, pienso. La pobre tenía toda la razón, imagínate, hace cuatro días, como quien dice, enterró o incineró a su marido y yendo por la calle, tan tranquila, ve a su marido con otra sentado en una terraza tomando una copa tan campante. Para mearse y no echar gota. Y, como dice la rumba, que no estaba muerto, que estaba tomando cañas, lere, lere… La verdad es que la cosa no es para tomársela a broma. Llegamos al Ideal, entramos; se respira un aire de tranquilidad que nada tiene que ver con el pollo que nos han montado en la terraza de Can Majó, donde habíamos comido y tomábamos café, tan relajados y charlando de nuestras cosas y proyectos. Nuestro atuendo playero desentona un poco con el lugar. Montse lleva un cesto grande con las toallas, pantalón corto amarillo a juego con el bikini, que ahora no se le ve, camiseta negra de los Ramones y zapatillas playeras blancas, y yo con bermudas de militar mimético, polo verde y sandalias de piel. Hay poca gente; una mesa con dos trajeados encorbatados con pinta de ejecutivos o viajantes de maquinaria industrial y otra mesa con una pareja, él con traje pero sin corbata, como más casual, y ella parece salida de una foto-novela de Corín Tellado que me niego a describir por lo farragoso del vestuario; ambos un tanto talluditos. Pedimos dos gin tonic de Giró. El camarero me ofrece Tankeray, Bombay Sapphire, prefiero Giró, por favor. El camarero se aleja, e imagino que irá pensando o este tío es un gárrulo o un tacaño y no se merece el pedazo de tía con la que va. Qué le voy a hacer, me gusta el gin tonic de Giró, es una ginebra

modesta, sin clase, dirán, pero a cada uno le gusta lo que le gusta y no voy a pedir otra por aparentar o por dármelas de algo; sería una gilipollez. Tras la tormenta llega la calma y en este ambiente fresquito, silencioso, con un gin tonic que invita a la conversación larga y sosegada continuamos lo que habíamos interrumpido. —Decías que si mantenemos lo de cenar para la verbena en tu casa, por supuesto, por mí parte no tengo inconveniente. Celebraremos una verbena a dos, que tres son multitud y odio las multitudes —le digo a Montse —¿Te quedaras a dormir después de la revetlla, verdad? —Me quedaré a dormir y a lo que tú quieras —contesto adulador y con picardía. —¿Qué va a pasar con nosotros cuando tengas que volver a Valencia? —dice de sopetón. —No hagamos planes. Aún me quedan días de vacaciones. Si decidimos seguir juntos o te vienes a Valencia conmigo o yo me vengo a Barcelona, ninguno de los dos tendríamos demasiado problema para encontrar trabajo. ¿Qué te parece? —le digo para contentarla sabiendo que después de San Juan existe la posibilidad que ya no tengamos que plantearnos esta cuestión. —Yo voy donde tú quieras, Frank. Nos quedamos dos gin tonic más en el Ideal. Sigo inmerso en un mar de dudas: verbena con todas las consecuencias o desaparecer; that is the question. Montse seguiría con vida, lo pasaría mal un tiempo, pero no hay mal que cien años dure. Que conste que no estoy enamorado de ella, aunque algo se está moviendo en mi interior, y no son gases. Claro que se le coge cariño, tanto roce, que quieras o no, uno se va encariñando pero de ahí al enamoramiento, eso es otra cuestión pero…quien sabe.

23

En el jardín, Cecilio y yo comentábamos acerca del riego de los bonsáis. Que había días que se secaban mucho los árboles, que más que el calor es el aire, me decía el jardinero, que los días con viento tenía que regar dos veces, por la mañana y volvía a regar por la tarde porque estaban secos como un ripio. El viento es malo pa las plantas, las seca mucho, y da igual que sea un viento caliente o un viento frío, eso dependerá de si es seco o húmedo, porque un viento frío puede ser muy seco; nos confiamos en invierno pensando que no necesitan riego y se nos van, se secan, pa que usted vea lo malos que son los vientos; ya lo dicen por mi tierra, cuando quieren algo malo pa alguien le dicen que mal viento se lo lleve, me decía Cecilio. A estas horas tenía los perros en los cheniles, detrás de la casa, a la sombra de las mimbres, que les dan frescor a los animales. Me comentaba Cecilio que quería mucho a los perros; siempre había tenido alguno, y aunque el piso no sea muy grande no me puede faltar algún perro, decía, y añadía, son mejores que las personas; ahora no tengo. El último fue un bóxer, que tuve desde cachorro, se llamaba Arrugas y murió de viejo. Ahora, como estoy todo el día con estos, pues como que no lo echo en falta. Departíamos estas cuestiones domésticas cuando sonó el timbre de la puerta. Cecilio se apresuró para ir abrir; atravesó con presteza el trozo de jardín que lo separaba de la puerta y vi asomar a la inconfundible traza del inspector Melero ¡Cecilio!, dile que entre, dije alzando la voz desde el borde de la piscina. Pase, inspector, me dirigí al policía que me saludaba con la mano, pase, pase repetí gesticulando a mi vez con la mano; se acercó y nos saludamos con un efusivo apretón de manos. —Vamos a la salita, estaremos más cómodos —dije invitándolo a pasar. —¿Está hoy de servicio o le puedo poner un whisky? —pregunto. —Hoy tengo el día libre, y si me ofrece un whisky como el de hace días aceptaré encantado; es magnífico, le confieso que no había probado nada igual en mi vida; mi sueldo no me llega para ciertas exquisiteces —contesta el policía en tono humilde. —Pues nada, hombre, cuando quiera tomar una copa esta es su casa. Como siempre o casi siempre, estoy solo; una buena compañía y un rato de charla es de

agradecer. Tome asiento mientras los preparo. ¿Dos hielos, verdad? El inspector Melero toma asiento frente a la vitrina donde se exhibe una colección de relojes que ya, en su anterior visita observo y iró por lo numerosa y por la calidad de las piezas. —Sí, dos o tres hielos por favor. Estoy mirando, qué digo mirando, irando sus relojes; es una colección fantástica —dice el policía. —Es una de mis pasiones, los relojes. Son unas máquinas de perfección; que sirven de ejemplo: funciona como un reloj, es la frase habitual para calificar algo de inmejorable funcionamiento, algo de puntualidad rigurosa. Sabe usted, amigo Melero, que si no existiera la muerte no existirían los relojes. Dice Juan de Mairena: de todas las maquinas que ha construido el hombre, la más interesante es, a mi juicio, el reloj; artefacto específicamente humano, que la mera animalidad no hubiera inventado nunca. Sí, el hombre es el animal que usa relojes; el hombre no hubiera inventado el reloj si no creyera en la muerte. El reloj es, en efecto, una prueba indirecta de la creencia del hombre en su mortalidad. Porque solo un tiempo finito puede medirse. Es una maquina increíble: en cuatro centímetros caben cientos, miles de piezas, que se mueven sin ningún tipo de energía externa, sólo con el movimiento del brazo reciben la fuerza que los hace funcionar; el reloj que tiene el record en número de componentes un Vacheron Constantin con más de 2.800 componentes, era un reloj de bolsillo. Capítulo aparte son los de cuarzo, que sí toman energía de una pila eléctrica. —Asombroso. ¿Cuáles son sus preferidos? —pregunta el inspector. —Los que más me gustan son los mecánicos Suizos, aunque hay verdaderas joyas en otros países, pero Suiza es el país por excelencia en esto de la artesanía relojera, tanto por la calidad como por la cantidad de marcas ¿le gustan los relojes? —pregunto dándole el vaso con el whisky y sentándome frente al poli. —Gracias. Sólo tengo dos relojes: este Seiko de cuarzo y un Omega que compré hace años. Es un modelo que me atraía especialmente por ser el que llevaron los astronautas a la luna, me hacía gracia, me ilusionaba tener un modelo de reloj que viajó a la luna. Tuve que ahorrar un tiempo; en una guardiola fui metiendo monedas y algún billete hasta que llegue a calcular el importe de reloj; llegado el día la rompí, pero aún me faltaba, por lo que tuve que esperar un poco más hasta

conseguir el total del importe; el día que pude lucir el Omega en la muñeca fue un día de los más felices de mi vida. A usted le parecerá una cosa muy infantil, y quizás un poco ridícula, si lo comparamos con su colección. —En absoluto, me parece que sacrificarse para conseguir algo que gusta, es digno de elogio —le contesto. Mientras tanto me levanto y cojo un reloj de la vitrina —¿Es como este? Es el Omega Speemaster, el reloj que viajó a la luna —le pregunto entregándole el reloj al inspector. El policía coge el reloj casi con reverencia, lo observa, se quita el Seiko y hace el gesto de ponérselo. —¿Puedo? —me pregunta Claro, póngaselo con toda libertad, como si fuera suyo, ese y cualquiera de los que hay en el mueble; no se corte —digo. —Es exactamente como el mío, es un modelo al que le tengo especial cariño, y que sólo me pongo en contadas ocasiones. El inspector Melero se ha puesto el reloj, lo mira y se lo quita, lo lleva a la vitrina que mira con auténtica reverencia, coge otro que mira, es un Rolex submariner de esfera azul, lo deja y toma uno de esfera muy grande, de marca UBoat, italiano, esfera negra, marcas horarias y manecillas amarillas. —Ese que tiene en la mano es un reloj que ganó el concurso para equipar a la tripulación de los submarinos italianos en la Segunda Guerra Mundial. Como puede ver cada uno de los más de cien relojes de la colección tiene una historia; podríamos estar hablando de relojes durante horas. —¡Es fantástico! —exclama el policía con verdadero asombro. —Creo que me pasa como a los que tienen hijos, que los quieren a todos por igual, pero siempre hay algún preferido. Tengo relojes desde 100 hasta 500.000€; este Patek Philippe Sky Moon Tourbillon ronda ese precio y este Vostok Anfibian ruso sobrepasa, por muy, poco los 100 € y, para colmo de precio, este reloj mecánico, el HMT, fabricado en india, se puede conseguir por menos de 15 € y a pesar de las diferencias de precio son tres auténticas joyas —

digo al poli. —Dígame, de entre todos, cuál es su favorito. —Mire, este Patek Philippe es, quizás, el que en caso de incendio salvaría primero. Es el modelo Nautilus. Como puede ver es un reloj sencillo, tiene una caja con forma de escotilla de barco, la esfera de color azul que recuerda el color del agua del mar, y rayas horizontales que asemejan las olas; creo que es la perfección de diseño, y con una mecánica única; lo remata un brazalete de acero inoxidable que supera el diseño de Rolex y, aunque no tiene un precio, digamos, popular, tampoco es muy caro: ronda los 50.000€ —le explico al inspector. —De verdad que es sencillo, muy bonito, y con su explicación aún más. Este otro me gusta mucho, es muy elegante. —Es, como puede ver, un Rolex modelo Celine; caja de oro, esfera negra con marcas y manecillas de oro, y correa negra de piel de cocodrilo, sí, es muy elegante. Si le gusta, se lo regalo —le digo al policía que me mira desconcertado. —¿Como dice? ¿No estará hablando en serio? Esto vale un dineral —dice el policía asombrado bebiendo un poco de whisky. —Sí, le hablo en serio. Y que conste que no lo estoy sobornando, usted sabe que no me hace falta. Simplemente a usted le gusta y yo tengo muchos, pues se lo regalo; usted feliz y yo también. Sigo teniendo muchos más de los que pudiera ponerme en un mes —digo dando un sorbo. El inspector Melero mira y remira el Rolex entre ufano e incrédulo, con la ilusión de un niño ante una golosina. Reflexiona y pone el reloj en el mueble. —Muchas gracias, pero no puedo aceptar, es demasiado, no es un bolígrafo o un llavero es una joya que costara muchísimo. Es demasiado. —Cojo el reloj y se lo pongo. No ve qué bien le queda. No padezca, no es de los más caros pero, si le gusta otro, elija el que más le guste; para mí no es ningún sacrificio. Se lo digo de verdad y no acepto que me lo rechace. —Pues… muchas gracias, aunque no debería aceptarlo, me gusta mucho, es muy elegante, aunque sigo pensando que es demasiado ¡Se ha pasado! —dice

encantado con el regalo. —No, hombre, no. He visto que usted es de los míos y que aprecia estas pequeñas, pero no por eso menos complejas maquinas, que se pueden llevar en la muñeca, que sin ninguna energía externa, solo con el movimiento del brazo, funcionan; como un reloj, ¡quién lo diría! Nos dan la hora exacta, el día, el mes y algunos hasta el año y todo en un diámetro de 4 a 5 cm. ¿Puede haber maquina más perfecta y más hermosa a la vez? —A riesgo de hacerme pesado, le repito que es excesivo el regalo, y que no debería aceptarlo, pero vista su insistencia… muchísimas gracias, le estoy muy agradecido. Aunque seguiré usando el Seiko para diario, este lo guardaré para según qué ocasiones —dice el policía, deshecho en gratitud, volviendo a beber un poco de whisky. —Aunque su visita para mí es muy agradable, ¿hay algún motivo específico, o simplemente le apetecía tomar un whisky, o un poco de cada cosa? —La propuesta que me hizo en la visita anterior me tiene, como diría, ¿perplejo?, ¿confundido? No sé, no sé…es evidente que, ni remotamente he pensado aceptar su propuesta, me sigue pareciendo aberrante. Sería un asesinato por su parte, y yo cómplice o inductor de crimen. Claro que despejaría todas las dudas que tengo, porque dudas tengo, aunque el caso esté cerrado oficialmente y que para mí no lo esté. La duda está ahí, machacona, se va y viene, y me jode, sí, me jode mucho. Como usted me dijo, la propuesta me pareció monstruosa y, ciertamente, el tiempo modifica y suaviza las cosas, pero, aun así olvídese de semejante barbaridad; no cuente conmigo. ¿Usted se atrevería? —Déjelo estar Melero, ¿por cierto cuál es su nombre? —José, me llamo José; los que no me llaman Melero me llaman Pepe, raramente me llaman José. —Como decía, Pepe, déjalo estar, es lo más sensato. La opción que le aseguraría que soy el asesino de Montse queda descartada, a mí también me parece una opción exagerada. ¿Qué queda? Aunque usted deje la duda de lado, o descartada, y sin prueba alguna de mi autoría se convenza que yo soy el asesino ¿Qué puede hacer? La declaración que le he hecho a usted ha sido confidencial, no la voy a repetir ante nadie y, aunque lo hiciera ante un juez, qué pruebas hay que me inculpen, ninguna. El juez me podía tomar por loco, por un desequilibrado con

afán de notoriedad, o vaya usted a saber con qué fines me inculpo. Si es que hay gente pa to, que decía el torero, el pasmo de Triana, don Juan Belmonte. —Esto es lo nunca visto: un policía tomando copas con un asesino confeso, tan a gusto, porque la verdad es que me siento muy a gusto con usted doctor, y no por el whisky, que también. —dice el inspector con una sonrisa cómplice. Casi apurando el líquido del vaso. —Tarea complicada es esto de crímenes, asesinatos, homicidios…por un homicidio te puedes pasar un puñado de años en la cárcel… Deme el vaso, que le pongo un poco más de este licor de malta. Decía que por un delito, un homicidio, te comes unos años a la sombra, sin embargo, por crímenes contra la humanidad no solo te vas de rositas sino que eres reconocido, irado, escribes libros, das discursos que cobras generosamente, perteneces a consejos de istración que, por no hacer nada, cobras más que un obrero trabajando jornada completa más horas extras, en todo un año, si me permite una pregunta a sabiendas que no me va a contestar. Suponiendo que esté usted convencido de que soy el asesino de Montse, completamente seguro que soy el homicida, me consideraría más o menos criminal, y le pongo uno de los muchos que hay, como, por ejemplo, el señor José María Aznar. Lo de señor es una cortesía que no se merece esa bestia; y como le he dicho entenderé que no me conteste. —Evidentemente tengo mi opinión de lo que me plantea, aunque no le conteste. El oficio de policía, al menos en mi caso, no me pone unas anteojeras, como llevan los borricos, hacia cosas que no interesan. Aunque las leyes sí que siguen el ejemplo del borrico, y nos orientan para ver sólo a algunos delincuentes y no mires a otros para que queden campando a sus anchas. Porque la ley los ampara; y los que hacen las leyes no van a tirar piedras a su tejado; no sé si me explico. Y sí le voy a contestar a su pregunta: es cien veces más criminal Aznar que usted, y como puede ver no le he dado trato de señor a la cosa Aznar. Chocamos los vasos en un espontáneo brindis.

24

Habíamos quedado con Gloria y Sergio en la terraza del Anahuac, de la calle Tuset, una cervecería de moda, a las 10 de la noche. Llegamos un poco tarde; ellos nos estaban esperando sentados en una mesa de la terraza. Las presentaciones de rigor. Yo apenas había abierto la boca. Montse enfrascada en la conversación con Gloria y Sergio, que si cuanto tiempo que no nos vemos, que cómo andamos de salud, qué tal el trabajo…y yo mudo. Gloria me mira. —Y tú qué tal, no dices nada —Me provoca Gloria Le hubiese dicho levántate y anda un poco que te mire el culo, guapa, que es para ver qué tiene de cierto una teoría de tu amiga Montse, aunque siendo amigas quizás tú también conozcas la teoría de clitoriana… Que no te pase nada, guapita, pienso, como abra la boca te vas a enterar de lo que vale un peine. Gloria es más bajita que Montse y un poco más gordita, pechugona, chatita, cara redonda, muy simpática y una sonrisa muy sexi, cuando sonríe, y lo hace constantemente, la cara se le ilumina; melena rubia y elegantemente vestida. Pero dije medio balbuceando: “Os estaba dando tiempo para que pusierais al día vuestras cosas”. Dicho esto, me quedé atentamente mirando a Gloria, a ver si el efecto ratona cachonda, palabra/voz, tenía algún efecto en la rubia simpática aunque, si como decía Montse estaba tan enamorada de Sergio, quizás el efecto fuese menor o nulo. Tras unos segundos en los que Gloria estaba pendiente y entusiasmada en las cosas que Montse estaba explicando, me miró. Tenía una mirada un poco perpleja, creo que no se podía creer lo que le estaba pasando; eso a ella no le podía pasar, ella que adoraba a su amadísimo Sergio y algo le había puesto patas arriba cosas que tenía muy claras, muy claras y muy firmes. Todo se le había trastocado y ahora, en un momento, se pirraba por el novio de su amiga Montse, por Frank, un total desconocido. Esto quería decir que la mutación de la voz, en Gloria, había hecho un efecto fulminante; yo apenas había abierto la boca y la rubita me miraba con cara de vicio.

Me di cuenta que había funcionado (gracias ratonacachonda) porque a Gloria no se le caía la baba de milagro. —¡Gloria, estás en Babia! —le dijo Sergio —Perdona Sergio, ¿me decías? —Que, si os parece bien, que cenemos algo en José Luís, está aquí cerca, y hace mucho que no vamos. Todos asentimos y Sergio quedo satisfecho como líder del grupo en cuanto a lo de aportar ideas sobre sitios ideales para cenar. Sergio era un chico joven, alto, guapo, barba como de un mes, bien cuidada, y con dinero. En la primera impresión me pareció superficial y prepotente, se sabía un tipo interesante, todo un subsecretario, le había costado llegar a donde estaba, había medrado y se había hecho su espacio a codazos, ahora el partido le respetaba. Y, además, tenía éxito entre la población femenina. Estoy seguro que pensaría: Montse tiene envidia de Gloria; qué suerte tienes Gloria, estará pensando Montse. Claro, todas no pueden aspirar a tipos como él, qué le vamos a hacer, cada uno se tiene que conformar con lo que le toca en el reparto; así es la vida. Y a Montse le había tocado un tipo muy corriente. Ese era yo. Como es habitual José Luís estaba muy concurrido, aunque tuvimos la suerte de que de una mesa de la terraza pagaba la nota al camarero y se marchaban. Pudimos ocuparla sin ningún problema y sin tener que esperar. Pedimos un tapeo, tapas frías y calientes. También a la hora de pedir Sergio hizo de portavoz erigiéndose en experimentado conocedor de los secretos culinarios de José Luís, llevando la voz cantante. El jamón es auténtico Joselito, mejor que el de Jabugo, un jamón de bellota único, decía con arrogancia y sapiencia como si los demás fuésemos idiotas. Así dimos buena cuenta de excelentes tapas y pinchos entre abundante cerveza, que no defrauda, como es habitual en tan fina y elegante taberna (que diría Sergio). Gloria, sentada a mi izquierda, me miraba con el rabillo del ojo mientras Sergio alardeaba de la enorme, y casi inhumana, cantidad de trabajo que tenía en la subsecretaría, y de los éxitos políticos, que dada la complejidad del momento social y político, y de las dificultades que la oposición les estaban creando para llevar a buen término las modificaciones del articulado referente a los… No había duda: este llegaría. Por lo menos, a secretario. En su discurso insertaba

alguna frase ocurrente y supuestamente graciosa; Montse lo escuchaba con atenta cortesía, yo ponía cara de prestarle atención, pero estaba más pendiente de Gloria la que, por momentos, aumentaba su atención hacia mí, y su pie derecho liberado del zapato, se colaba por debajo de mi pantalón acariciándome la pantorrilla, poniendo ojitos pillines y sonriéndome con erótica maldad. Sergio no se percataba de nada, no se enteraba de la película, ejerciendo claramente de cabecilla del grupo e intentando deslumbrar y seducir de manera sibilina a Montse. —¿Y tú, a que te dedicas? —me pregunta a mí con aire de superioridad, con esa superioridad natural que tienen los políticos, y más los subsecretarios, cuando descienden de su atalaya para dirigirse al vulgo, como para hacerles un favor. —Soy cirujano —le digo sin especificar. —¡Medico! eso está muy bien, aunque dicen que los cirujanos son un “poco” sádicos —dice Sergio dándole un tono especial a la palabra poco. No sé por qué me ataca, quizás sea su forma de ver y actuar en la vida, posiblemente de esta manera ha llegado a donde está, pero, si quiere guerra, tendrá guerra. —Sádico es quien disfruta con el daño o el dolor ajeno; yo disfruto cuando la operación ha salido bien y el paciente queda contento, restablecido del mal que le aquejaba y encantado con la intervención. Procuramos que el paciente no sienta dolor mientras operamos, el dolor viene en el postoperatorio, cuando ya nuestra intervención ha terminado, aunque les aplicamos analgésicos que calman el dolor. ¿No crees que la palabra les encaja mejor a los políticos? Esos gobiernos que crean leyes contra los trabajadores, o contra los menos favorecidos, no sé si la palabra adecuada sería sadismo, ¿quizás, hijoputez sea más adecuada? Me parece que le he tocado la fibra ¿sensible? Noto como se prepara para atacar con todas su artillería verbal. Me mira con condescendencia, como dándole pena. —Si hay una profesión de entrega a los demás, de altruismo, de lucha democrática por la libertad, esa profesión es la política. Los representantes de la voluntad popular elegidos libremente en sufragio democrático, representan los deseos ciudadanos, sus votantes, que identificados con un programa ideológico,

presentado por un partido, estos dan su confianza refrendando en las urnas el proyecto programático de cambios sociales dirigidos a mejorar la vida de los ciudadanos, de todos los ciudadanos, sin distinción de clases; esto es la democracia, a la que nuestros políticos se han entregado en cuerpo y alma y a los que tenemos que estar agradecidos por estar disfrutando de este estado del bienestar al que nos han llevado —dice acabando el mitin. Fantástico; me dan ganas de aplaudirle (la cara). Ha sido un discurso dicho del tirón, casi sin respirar, un poco estresado. Conoce perfectamente el discurso, en el que la palabra democracia debe aparecer de manera reiterada. Bebe un poco de cerveza y queda expectante como diciendo: contéstame si puedes. Sí, le voy a contestar, pero quiero relajar el discurso. Le llamaré por su nombre para crear cercanía y después directamente un torpedo a la línea de flotación. —Sergio, puedes suponer que mis conocimientos de política son nimios, comparados con los tuyos, pero me gustaría decir que una democracia, donde el ciudadano goza de libertad para votar cada cuatro años a los partidos de siempre, es una libertad castrada; esta es toda la participación ciudadana en las decisiones que se toman en la gobernanza del país. Gobiernos formados por mediocres a los que se les da todo el poder. Sin ir más lejos, el triunvirato mundial, formado por la mediocridad eminente, los de la famosa foto, nos ha llevado a una guerra ilegal, inmoral e injusta con la mentira de las armas de destrucción masiva. Armas que no han encontrado ni encontraran, y no encontraran porque no existen; las armas de destrucción masiva son ellos. Ya que puede provocar una crisis mundial de consecuencias imprevisibles. Como dice la cosa Aznar: sin complejos. Sergio ha acusado el golpe y se dispone a contestarme. —Siendo sincero, yo no estaba de acuerdo en la entrada de nuestro país en esa guerra, pero tenemos un gobierno que tiene mayoría absoluta, y el juego democrático le permite tomar esas decisiones, decisiones que tenemos que respetar. Y que el gobierno habrá decidido pensando en lo que es mejor para nuestro país —contesta más relajado y un poco rendido. Continúo yo. —La libertad individual emana del respeto del estado hacia el individuo, pero ni estado ni gobierno respetan la libertad individual y colectiva. El país estaba en contra de esta decisión y no se le tuvo en cuenta, no se respetó, esta es una

libertad secuestrada por un gobierno legítimo, pero espurio y torticero. Si esto lo permite la democracia, la democracia no es buena, porque si, además, esta democracia tolera que las palabras dadiva, coacción, soborno, depravación, corrupción, cohecho, prevaricación… ¿sigo? sean exclusivamente de uso político, algo está fallando. Y lo que falla es la ciudadanía ignorante, la masa cobarde y gilipollas que los vota. Estaba esperando que el subsecretario, al que tenía contra las cuerdas, me replicara, pero interrumpió Montse. —Ya está bien de política, ¿dónde queréis ir a bailar? —dijo rompiendo la conversación. Montse se percataba que su amiga Gloria estaba un poco rara. —Gloria, esta noche, no está pendiente de Sergio. Normalmente, Sergio podía decir la chorrada más sublime que gloria siempre aplaudiría, le daría la razón, y esta noche está como embobada, rara, estaba muy rara —me comentó Montse al oído Al piececito en la pantorrilla le siguió la mano en mi muslo, eso sí, muy discreta. Yo me barruntaba que esto podía acabar como el rosario de la aurora. Intenté romper la dinámica que se estaba creando con la excusa de ir al servicio. Gloria dijo que tenía necesidad imperante (yo, ya sabía de qué tenía necesidad la rubia) de ir al servicio porque la cerveza le pedía salida urgente. Montse, que empezaba a mosquearse, dijo que acompañaba a su amiga, que a ella le pasaba lo mismo. Sergio se quedó con sus cavilaciones políticas sobre el mantel y más solo que la una. En el servicio, pensaba: esta situación, con dos copas más, se puede complicar y mucho. Así reflexionaba mientras ejercía obligatorio ejercicio mingitorio, o meada cervecera. De vuelta a la mesa, Sergio continuaba solo, me senté y me disculpé diciendo que yo de política no entendía y que mejor hablábamos de otra cosa; creo que a él también le apetecía cambiar el tercio y se interesó por mi trabajo de cirujano. El tono prepotente del principio había bajado su nivel y ahora solo era un poco soberbio y algo distante. Mientras tomábamos café y una copa planeábamos a que “disco” ir. Se barajaban

algunas de las cercanías; en la zona había suficientes para elegir sin tener que desplazarnos mucho. De todas las opciones que se barajaban ganó la propuesta por Gloria, y además era una de las que estaba más cerca y no había que coger vehículo, lo que nos permitía librarnos de los molestos controles de alcoholemia. Montse se encargó de contar con pelos y señales nuestra “aventura” en el control del otro día, que lo que nos había sucedido no tenía explicación posible, que con lo que habíamos bebido, que era para dar positivo de largo, di cero. —Estas máquinas se averían con mucha facilidad, si lo sabré yo. —sentenció Sergio con seguridad prepotente, sin aclarar de dónde le venía el vasto conocimiento acerca de las maquinitas que usa la policía para los controles de alcoholemia. Supongo que los subsecretarios lo saben todo. La discoteca era enorme y ruidosa y llena de gente, como todas, con zonas y ambientes diferenciados. Buscamos acomodo en una parte de la pista más tranquila. Aquí los decibelios bajaban un poco, de todos modos para la comunicación verbal, había que elevar considerablemente el tono de voz, o sea, a gritos. —Voy a por unas copas. —dijo Sergio, en plan líder, y se lanzó a la barra sin preguntar qué era lo que queríamos tomar; se habría fijado en las copas que habíamos tomado en José Luís, porque a un chico listo no se le escapa nada o, por el contrario, quizás quería sorprendernos con algunos originalísimos cócteles. Yo seguía pendiente de Gloria que por momentos notaba que subía su temperatura, pensaba yo, otra copa más y esta la lía. En el fondo la situación me divertía, me divertía y mucho. Volvió Sergio sosteniendo cuatro vasos con tanta dificultad que pensé que los vasos no llegan vivos; esquivando como pudo al personal, dejó los vasos en la mesa. —Whisky para todo el mundo, etiqueta negra, ¿eh? —gritó. Las chicas no le hicieron caso, y yo le di las gracias. Saqué a Montse a bailar, ante el visible, para mí, cabreo de Gloria. Montse se me pegó y cruzó sus brazos por detrás de mi cuello mientras yo la asía por la

cintura. —Gloria está un poco rara esta noche, no sé qué le pasa, se comporta de manera diferente, extraña, igual tiene la regla. Y Sergio parece que me quiera ligar; la verdad, siempre ha sido un poco pulpo; parece como si quisiera competir contigo. Le has dado un buen rapapolvo, con lo creído que se lo tiene; con Carlos no le pasaba —me decía Montse fundiéndose conmigo. Qué cosas tiene la vida, reflexionaba yo, antes ninguna de estas dos chicas hubieran dado un céntimo por mí, y ahora las tenía a las dos rendidas y entregadas. Montse ha dejado al novio, que aunque la relación estaba en horas bajas, en cuanto me conoció, no dudó ni un momento en mandarlo…y qué decir de Gloria, tan enamorada de su maridito, ahí está sentada al lado de él y bebiendo los vientos por mí, y yo soy el mismo. Es cierto que físicamente soy más joven, más atractivo, tampoco un Clooney ni un Banderas, ni falta que me hace, tengo la voz del clon, la mutación ha producido ese efecto tan especial que encandila, sí, pero, ¿hasta este extremo? Pues sí, hasta este extremo. Quizás los grandes seductores, Casanova y don Juan, en el terreno amoroso, Hitler y Gandhi, en lo político y como líderes de masas, debían tener algo que los diferenciaba de los demás, ¿alguna mutación?, ¿algo que quizás nunca conoceremos?, porque sobre todo los últimos citados, no eran precisamente Adonis, en lo que únicamente se parecen es en que tuvieron una muerte violenta. Gloria y Sergio bailaban a nuestro lado, con los que intercambiábamos miradas y sonrisas. —¡Cambio de parejas! —dijo Gloria abrazándose a mí mientras Montse y Sergio obedecían la orden y bailaban a junto a nosotros. La rubita se me pegaba de manera que ni con agua caliente la despegaba, se frotaba contra mi muslo derecho, abierta de piernas. Yo notaba el calor de su sexo que debía estar a punto de ebullición. Tras una canción de esta guisa, y algunas miradas de Sergio, que debía notar un par de protuberancias en la frente y Montse insistiendo en subir la mano de Sergio que dejaba caer hasta la altura de su culo con calculada indolencia, dije por fin a Gloria que nos sentáramos. —Como quieras —me contestó, cogiéndome el paquete con total descaro, sopesando, calibrando y evaluando el contenido del bulto que tenía en la mano y

que yo intentaba contener en su imparable crecimiento, todo ello al amparo de la penumbra de la “disco”. Sergio no se enteraba de nada, ocupado intentando deslumbrar a Montse, ni siquiera se percataba del puteo de su queridísima, honestísima y enamoradísima, de él, claro, mujer. —¿Gloria, por qué haces esto? —le dije. Pregunta estúpida; bien sabía yo porqué lo hacía y lo que andaba buscado. —Quiero que me folles como a una perra —me dijo. Daba miedo, parecía poseída, fuera de sí, y sin soltar el paquete. Le iba a decir que con perras no tengo experiencia, si quieres como a una ratona sí, ahí sí tengo algo de experiencia, pero el momento no estaba para ocurrencias. Desasido de la mano de gloria, nos sentamos. Bebí un sorbo de la copa e intenté tomarme las cosas como vinieran; la situación era algo violenta, sí, pero me gustaba, me lo estaba pasando en grande. La rubita seguía mirándome con ojos de carnero degollado, sentada muy cerca de mí, demasiado cerca. Llegaron Montse y Sergio quejándose del calor y tomado sus vasos que apuraron del tirón. Intercambiábamos algunas frases cortas; el ruido de la música y de la gente no permitía mantener conversaciones largas. Sergio sugirió ir a por unas copas, ¡que estamos secos! dijo mostrando el vaso vacío. Cogí la indirecta; me estaba pidiendo que fuese yo a por las bebidas, pregunte que querían tomar, y me levante para ir hasta la barra, que estaba abarrotada. —Te acompaño para ayudarte a traer las bebidas —dijo Gloria levantándose de un salto. Esto ya me lo temía yo, lo veía venir La barra estaba imposible, no había el más mínimo hueco por donde colarse. Fui hasta una esquina al final de la barra que estaba menos concurrida; la barra terminaba en un tabique y más a la derecha había una puerta de entrada a los servicios. Gloria se recostó sobre el tabique, a mi derecha, y yo a gritos intentaba llamar la atención de las camareras que servían copas a una velocidad de vértigo. Gloria me cogió la mano y se la llevo a su entrepierna levantando sin pudor la falda y acompañando mi mano con la suya hasta su sexo cálido, hambriento y libre de bragas. La miré, tenía cara de satisfacción, los ojos cerrados y se mordía los labios. —¡No llevas bragas! —dije con toda mi mano en su centro “neurálgico” que Gloria frotaba con fruición y nervioso placer. Dirigía, con habilidad, su mano

sobre la mía hacia la zona más sensible entre sus ingles, que de húmedas habían pasado a chorreosas; con la otra bajaba la cremallera de mi pantalón y rebuscaba con afán. No quiero ni imaginar si en lugar de dos manos tuviera tres o cuatro. —Me las quité en José Luís —me contestó en plan golfa. —¿Qué les pongo? —preguntó la camarera, una morena pequeñita, moviéndose al ritmo de la música. Le hubiese pedido una cama, un apartado, o algún sitio íntimo donde poder acabar esta empresa en la que estamos la rubita y yo mismo. —Dos whiskys Chivas, un ron Pujol con cola, y un Giró con tónica —pedí con voz trémula. La morenita seguía moviéndose al compás de la música y sin echarnos cuentas mientras estrellaba hielos contra el fondo de los vasos, siguiendo la música y manejando las botellas con estudiada destreza. Me grita el importe que abono con la mano libre; la otra sigue en el empeño…o sea en el coño. Un grito, casi como un quejido, de Gloria que se acaba de ir al nirvana y aprisiona mi mano entre sus muslos como queriendo retener y estrujar el orgasmo hasta la última gota de placer. Aprieta de tal forma que me hace daño en los dedos. Los ojos cerrados y una cara como de haber visto a la virgen se la había quedado a Gloria, que estaba en el séptimo cielo, o el nirvana, con las almas contemplativas de la Divina Comedia de Dante. La transposición le dura unos minutos en los que no está en este mundo. Cuando se recupera me mira con una sonrisa perversa; está guapísima; que bien le ha sentado la corrida a la tía. Se agacha y su boca me atrapa por los bajos succionando acompasada y rítmicamente mi, hasta ese momento, exánime orgullo que, en fracciones de segundo, multiplica su tamaño de manera exponencial hasta su total envergadura. Me rindo, me dejo hacer, que sea lo que dios quiera, la carne es débil y si la carne la manipula, chupa, liba y traga la voracidad de Gloria, aún más frágil es la… Estaba yo en pleno ascenso, y casi llegando a la cima, cuando a estas que aparece Montse de entre un bullicioso grupo de jóvenes que intentaban que les sirvieran unas copas, quizás ya un poco mosca por la tardanza. En un principio no ve a Gloria; mira en todas direcciones buscándola afanosamente entre el gentío hasta que al mirar hacia abajo ve a su amiga aplicada con “vocación” en mi bragueta.

Montse se enciende, la coge por el pelo e intenta levantarla con tal mala fortuna que yo acababa de escalar hasta a la cima del volcán que, en plena erupción, eyectaba con tal fuerza que emulaba el cipote de Archidona. El vestido de gloria quedo hecho unos zorros, y la cara y el pelo con restos de la corrida. —¿Qué haces guarra, zorrón, no tienes bastante con el tuyo, con el baboso de tu Sergio? —le grita Montse. A veces preguntamos cosas tan obvias… lo que hacía era evidente y no cabía lo de: esto no es lo que parece. Gloria no contesta, preocupada por su aspecto se mira como le ha quedado el vestido. Yo intento guardar la cosa y la compostura. La gente se arremolina a curiosear y también se acerca Sergio, que pregunta ¿qué pasa? —¿Qué pasa?, pues que te acaba de adornar la frente con dos hermosos pitones tu queridísima esposa que, o no tiene bastante contigo, o no le das al pendón de tu mujer lo que necesita y le tiene que quitar el novio a otra, en este caso a mí, ¡a su amiga!, me parece que tú mucha planta pero poca picha —le grita Montse fuera de sí. Sergio coge a Gloria, que sigue preocupada con su aspecto, pelos revueltos del tirón que le ha dado Montse y con el vestido, carísimo, todo manchado. Sergio arrastra, literalmente, a Gloria que lleva cogida de un brazo y salen de la disco. Como puta por rastrojo. —¿Te parece bonito; en que pensabas? —me pregunta Montse menos enfadada de lo que la situación requeriría. —No sé qué decirte. Ha sido todo tan rápido, se lanzó y yo, yo… no sabía qué hacer —me disculpe penosamente. —No te preocupes, cariño, desde el principio me di cuenta que iba a por ti; esa forma de mirarte tan descarada me decía que al menor descuido se te lanzaba al cuello o a otro sitio que le gusta más; tu eres muy hombre y te has portado como tal. —Toma —Le di una copa de Chivas con hielo —, bebe un poco y cálmate. —No sé qué le ha podido pasar. Ella nunca se había comportado así, siempre tan enamorada de Sergio, solo tenía ojos para él, pero te ha visto y ha perdido el oremus. Y no me extraña, es que enamoras solo con verte.

Terminamos las copas y la acompañé a su casa en taxi y en el mismo taxi continúe para mi casa. Reflexionaba sobre lo ocurrido. En el fondo, lo ocurrido me infatuaba; la mutación que me hacía irresistible con la palabra funcionaba a la perfección aunque tenía un cierto riesgo. El grado de fascinación es tan alto que enajena la mente y son capaces de cualquier cosa con tal de satisfacer su deseo sexual. Gloria ha sido víctima, bueno víctima y verdugo, y se le desató tal deseo de lujuria que no le importaba ni que el marido, subsecretario por más señas, estuviera delante. ¡Y que buena estaba, la jodida! Se confirmó la teoría de Montse. Cuando íbamos hacia José Luís, Gloria y Montse caminaban delate de nosotros y me acordé de vaginal o clitoriana. ¡Qué diferencia en el movimiento de los culos! Mientras que Montse lo movía tal y como ella lo describió, con esa alegría de glúteos como lo mueven las vaginales, Gloria apenas lo movía, sus nalgas no tenían la alegría y el movimiento saltarín del de su amiga, era mucho más estático, por lo tanto, clitoriana. Esto, después lo pude comprobar: se corrió con la mano, y menudo corrida se pegó la rubita; se quedó en la gloria, ensimismada. Y había vuelto a suceder, Gloria tuvo su orgasmo clitoriano, que diría Montse, y yo la aparatosa e inoportuna corrida que puso a Gloria hecha un pingo. Pero no había muerto nadie. Vivitos y coleando a pesar de las corridas, por lo tanto, la única prueba que faltaba hacer era la penetración. Creo que, en este caso, pasará como pasó con la ratona; si no, al tiempo. Días después me llama Montse sobre el medio día —¿Has leído la noticia? —me pregunta —No sé a qué noticia te refieres, puedes ser más explícita. —Ha salido en las revistas del corazón; dice más o menos: subsecretario, y siguen las iníciales, de la Secretaria Para la Defensa de los Derechos de la Mujer abofetea en público a su esposa en la puerta de una céntrica discoteca, y continúa, con especulaciones sobre la paradoja de que alguien de la oficina de los Derechos de la Mujer sea un maltratador, y que el juez va a decretar orden de alejamiento. Te das cuenta se refiere a Sergio y Gloria —me comenta muy exaltada. —Cálmate Montse, ¿has hablado con Gloria?-

—No sabía qué hacer, ¿crees que debo llamarla? Sergio nunca había maltratado a Gloria, y la prensa lo ponen como un monstruo —me pregunta Montse, alterada. —La prensa siempre exagera; de una anécdota hacen una historia que, aunque la mayor parte sea inventada, creo que deberías llamarla. Por si puedes hacer algo, para eso sois amigas. Yo no creo que Sergio sea un maltratador. Que le diera dos guantazos en un ataque de cuernos no hace a nadie maltratador, claro que está mal pero, coño, no es plato de buen gusto ver a tu mujer con la boca en bragueta ajena; y cualquiera pierde los nervios. Los cuernos alteran al más pintado. —Que haya salido en las revistas puede acabar con la carrera política de Sergio —dice Montse. Yo la sigo animando a que llame a su amiga. —Vale, la llamo y te cuento. Hasta luego. Un par de horas después me llama Montse. Ha hablado con Gloria y le ha agradecido la llamada, que está muy mal y Sergio está completamente abatido; le han llamado de la subsecretaría para que se coja unas vacaciones y que le llamarán cuando pase el revuelo. ¡Está acabado, Montse, está acabado!, dice que le repetía Gloria. Seguía devanándome la sesera con el episodio de Gloria. Sí, fue gloria bendita. Frivolidades aparte, está muy bien el poder seducir de manera tan fácil, pero tiene su cara B, su cruz. Si quiero fascinar con la voz tendría que poder hacerlo a voluntad, cuando yo lo desee, voz seductora, y cuando no, voz normal; de momento esto no es posible. Me crea un problema. Si ese es mi deseo, perfecto, pero cuando sucede lo contrario, cuando no quiero utilizar este poder, bien porque la chica sea demasiado joven, ¿a partir de qué edad empezará el efecto?, o demasiado mayor, ¿a qué edad el efecto dejara de funcionar? ¿Se producirá el efecto en mujeres familiares directos, madres, hijas, hermanas…? son demasiadas preguntas que tengo sin repuesta. Si no puedo controlar la voz tendré que usarla solo cuando quiera aprovechar el efecto seductor, vamos, para ligar, para llevarme a la hembra de turno al huerto. Eso sí, con mesura, no sea que me desmadre y esté todo el día dale que te pego al asunto. Lo de Gloria fue la ostia. ¿Cómo puedo saber? ¿Quién me puede decir? ¿Alguien que sepa, quizás? ¿Dónde puedo averiguar? ¿Podré consultar en algún

sitio? ¿Hasta dónde pueden llegar los efectos de la clonación? Mis dudas se multiplican y las mutaciones que se producen por tal efecto, nadie, nadie, ni en ningún sitio, ni hemeroteca ni tratado médico; sencillamente, no existe. La única manera es la experiencia propia y personal, arrostrando todas las consecuencias, tanto para bien como para mal. Bien y mal, dos caras de la misma moneda, opuestas, pero se complementan: el uno no existiría sin el otro. Son la misma entidad, son la misma cosa, actuamos en un sentido u otro según nos convenga, nos interese o apetezca. Hacemos el mal por egoísmo, para satisfacer algún deseo o necesidad y por el mismo motivo hacemos el bien, dirigimos nuestras acciones, en sentidos opuestos, para satisfacer nuestro ego. Nos reprimimos de hacer el mal por la reprobación social o incluso el castigo que la ley nos impone, en el caso de que ese mal este tipificado en el código penal como delito. Y hacemos el bien por el reconocimiento social, por vanidad, y por el premio que los estamentos nos conceden en merito a nuestras virtudes. Esto no es universal, difiere de una a otra cultura. Actos reprobables en unos países, en otros, no solo no es censurable sino más bien todo lo contrario, es aconsejable y está bien visto. Con la religión volvemos a topar. Por ejemplo la ablación del clítoris a las niñas de corta edad. En algunos países africanos está visto como un bien que se le hace a la niña, mientras, en Europa está tipificado como delito. ¿Quién tiene razón? Evidentemente pensamos que es una mutilación, y por lo tanto un crimen sin excusa posible. El padre de la niña que es sometida a esta práctica cree obrar según le dicta su religión que no solo es bueno sino que es una práctica sagrada, que hay que defender de los infieles. De toda la mala influencia de los países depravados de occidente. Debía saber que donde está el bien, íntimamente unido, está el mal, igual que sin blanco no hay negro y sin noche no hay día. Es natural que así sea. El bien y el mal son dos caras del mismo prisma, que contemplemos uno u otro, solo es cuestión de perspectiva. Es sábado y hace calor. Sultán II ya corretea junto a Sultán I y juega con Aika y Mirko por el césped del jardín. Hago las pruebas de rigor: me conecto a Sultán II. Todo perfecto. La visión es parecida a la del ratón, sólo se ven colores azules y verdes, no se ve el rojo, por lo que los colores son más apagados, tienen menos

viveza, casi en blanco y negro. Puedo ver a mis perros desde otra perspectiva, a su altura, soy uno más, un perro más. Cuando vuelvan en su barquito de la mar salada les llamaré para que vengan a recoger a Sultán. Como hoy que es sábado y Cecilio no viene les daré el cambiazo y diversión asegurada. Se llevaran a Sultán II pero, cual caballo de Troya, llevará sorpresa dentro, al que yo controlaré; Sultán seré yo y yo seré Sultán. Y a ver qué pasa. No sé qué le voy a decir a Cecilio para que no se sorprenda con dos Sultanes, que dos Sultanes son muchos Sultanes; algo se me ocurrirá. Tendré que actuar en fin de semana, ja veuren; sobre la marcha. Dejo de jugar con los perros para atender el teléfono que me reclama con insistencia. Oigo la voz del comisario Melero. —Hola doctor; perdone que le moleste. Quería preguntarle si conoce a una amiga de Montse, se llama Gloria y por lo visto eran muy amigas. —¿Gloria, dice? Pues no recuerdo, no creo conocerla, igual la vi alguna vez por la clínica si vino a visitar a Montse, pero por el nombre no, a no ser que tenga usted alguna foto —digo haciéndome el sueco. —No tiene importancia. He quedado con ella, en un principio estaba algo remisa y muy afectada, hace poco el marido se suicidó y ahora lo de Montse. Pero al final ha accedido por mi insistencia; a ver si me puede aportar algo sobre la enfermera —me dice el policía. —Muy bien inspector; ya me contará si ha merecido la pena y qué le ha contado la tal Gloria. —Ya le contaré. Hasta luego. —Hasta luego —digo colgando el teléfono. Vaya, vaya, con el poli. Cómo habrá localizado a Gloria; fácil, eran muy amigas. ¿Qué le puede contar? Que Montse tenía un nuevo novio, que se llamaba Frank y que la noche de la disco le hizo una mamada sublime. No, no creo que le cuente esto, lo de Frank sí se lo contara, pero sin detalles, que cenaron y que fueron a una disco a bailar, sin más pormenores. Melero es muy listo; imagino que sabrá el escándalo de la discoteca la noche de marras, y qué relación tiene con el suicidio de su marido, con el escándalo de esa noche, que salió en las

revistas del corazón y que a raíz de dicho escándalo Sergio entró en una fuerte depresión que terminó en el suicidio de éste. Pues sí, el subsecretario se suicidó, y no voy a decir que lo siento porque no lo siento, el tipo no me caía bien, era el clásico cretino metido a político, porque no servía para nada más, estos elementos son numerosos, ¿numerosos?, ¡son legión!, sobre todo en los partidos de derechas. Gloria no creo que se lo cuente todo. ¿Y a mí qué?, qué me importa a mí que le cuente todo al policía, a mi amigo Melero. Qué tiene que ver esto conmigo, yo no tengo ni idea de nada de esto, que le pregunte a Frank. Esta es la versión, llamemos oficial, aunque ya sabemos que yo estuve cenando con ellos, en la disco y todo lo que pasó después. Esto quedara entre nosotros, ¿no, Cástulo?

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Buenos días, Adela, saludo a la señora de las faenas a la puerta de casa. Adela es la asistenta, criada, mucama… o como se le quiera llamar, en fin, la señora que me tiene la casa en condiciones habitables a pesar del desastre que estoy hecho, que lo dejo todo manga por hombro. —Buenos días doctor ¿se marcha? —Sí, Adela, voy a la clínica. Viene hoy bien acompañada —le digo haciendo alusión a una joven de unos 16-18 años que la acompaña. —Es mi nieta; que viene a echarme una mano. Vamos a hacer zafarrancho, que de vez en cuando una limpieza a fondo viene bien. —Muy guapa su nieta, ¿cómo se llama? —Adelita le puso mi hijo, quería que se llamara como yo; y va a cumplir 14 años; ya está hecha una mujer —contesta Adela —Y que lo diga, parece mucho más mayor —le digo con asombro y pienso: joder con la niña, que 14 años tan bien aprovechados; está para comérsela, si no fuera menor, y aunque lo sea, ¡qué coño!. —Vamos a la faena doctor —dice Adela, entrando. —Hasta luego, Adela —le digo, saliendo. No me quito la imagen de Adelita; 14 años, me repito, 14 años. ¡Cómo está la criatura! Debe estar cerca del metro setenta y pico, delgada pero con formas, tetas y culo de mujer, de mujer que esté buena. A veces la naturaleza gasta unas bromas... Cojo un taxi hacia la clínica que hoy tenemos un día movidito. Hay una enfermera que colabora con el equipo de quirófano y que también forma parte de mi equipo de digestivo, se llama Cristina. Es una persona muy trabajadora, muy eficiente en su trabajo, siempre de buen humor, de carácter alegre y siempre dispuesta a hacer favores, cambiar turnos y guardias; una

persona muy agradable. Pues bien, una persona de esta valía me entero que ha sido despedida por el director de la clínica, el señor Joan Vila i Más. Me pongo en o con Cristina para saber el motivo de su despido. Me dice Cristina que la carta de despido pone por reajuste de personal. Le pregunto qué tontería es esta y me responde que es lo que pone como causa de su despido. —Cristina, eso no puede ser cierto —le argumento. Me enseña la carta, y cierto, pone lo que ella me ha dicho. Yo no tenía dudas de lo que me decía Cristina, del redactado de la carta, pero tenía que verlo. —Ve lo que pone —me contesta. —No dudaba de tu palabra, es que no me lo puedo creer —le digo —, que tiene que haber algo más. —No lo sé, bueno sí que lo sé. Hace tiempo que el señor Vila me hace proposiciones a las que yo no hago caso, y desde mi divorcio han ido en aumento, incluso me ha ofrecido ayuda económica si me porto bien con él. Cristina está divorciada, el marido, quiero decir el exmarido es un jugador empedernido, todo el dinero que gana es poco para el bingo y las timbas de póker; tienen un hijo de 12 años que estudia y la madre de Cristina está mayor, diabética, y medio ciega; está en una residencia subvencionada, pero que aun así tiene un coste importante. El ex no le pasa ni un duro para la manutención del hijo por lo que Cris se las ve y se las desea para afrontar los gastos. Imagino que el director ha pensado que es terreno abonado para ayudarla y llevársela a la cama. Tranquilizo a Cristina prometiéndole que en breve volverá a su puesto de trabajo. El director del hospital, el señor Joan Vila, es un tirano con sus inferiores a los que trata con desprecio, con la mayoría de doctores mantiene una relación de distanciamiento, aunque tengo que reconocer que a mí siempre me ha tratado con respeto. Pero no le voy a consentir lo que ha hecho con Cristina, entre otras cosas porque no se lo merece. Lo primero que hice fue pedirle al señor director que reitiera a la enfermera despedida, rogándole que para mí era una colaboradora muy importante, imprescindible, le dije. Me contestó que la decisión estaba tomada, que había otras enfermeras que podrían ocupar su puesto y que eran tan efectivas como Cristina. Le pregunté si era su última palabra y me contesto que ante una decisión que él tomaba no se retractaba jamás. Te has

caído con todo el equipo, pensé. Y yo tampoco me retractaré de la decisión que pienso tomar en breve. El día menos pensado te vas a enterar de quién es Cástulo. Sí. Sí, el día menos pensado. Di instrucciones precisas a mi equipo de abogados e inversores para que compraran las acciones necesarias y suficientes con la finalidad de hacerme con la mayoría del consejo de istración del hospital. Y lo tenían que hacer con premura y sin regateo del precio. Lo segundo es conseguir células del señor director antes de que se marche; uno nunca sabe si las puede necesitar, y creo que sí las voy a necesitar. Ya se me ocurrirá como. El taxi para en la puerta de la clínica, pago y bajo del coche. ¡Joder con Adelita! Va a cumplir 14 años, vuelvo a recordar a la nieta de Adela, no se me va de la cabeza. Es increíble, es una menor pero está para comérsela en crudo, o vuelta y vuelta, es decir, por todos lados. Pero la fruta está verde y si la comes te puede sentar mal, ¿vale, Cástulo? Estando en estas cavilaciones entro al hospital, miro a recepción y en el lugar de Montse hay otra enfermera. Siento una extraña sensacióny, automáticamente, la imagen de Montse vuelve a su puesto. —Buenos días, doctor. —Buenos días, Mon… —iba a decir Montse, pero sólo me quedo en el saludo, sin nombre; aun no sé el nombre de la nueva. Me dirijo a la sala de reuniones, donde, los de consejo, imagino ya sentados y rumoreando. Menuda sorpresa se van a llevar; no saben quién es el nuevo consejero, aunque deben sospechar que algo gordo se está cociendo para haber convocado está reunión de manera extraordinaria y urgente. —Buenos días señores y gracias por su asistencia a esta reunión extraordinaria. Ustedes ya me conocen, soy Cástulo del Valle, trabajo en esta clínica, esto creo que ya lo saben, lo que no saben es que ahora soy el accionista mayoritario. A través de mi gabinete de abogados he conseguido hacerme con el paquete de acciones que me da la mayoría. Por lo tanto, y a partir de este mismo instante, tomaré las decisiones que crea son lo más conveniente y rentable para esta clínica. Se miran los seis consejeros que conforman el consejo de istración con sorpresa y aceptación.

—En nombre de mis compañeros y del mío propio le damos la bienvenida y esperamos que su gestión al frente de este hospital sea lo más fructífera posible —dice el portavoz del grupo. —El único punto del día a debatir es referente al Sr. Joan Vila gerente de esta clínica. Quien, desde este mismo momento, queda destituido de su cargo. Ni ocupará, en el futuro, cargo alguno mientras la composición de este consejo se mantenga como en la actualidad. Someto esta propuesta a votación a mano alzada. Yo levanto mi mano y las manos de los seis consejeros se levantan casi de forma unánime (no necesito la aprobación del consejo puesto que tengo mayoría, pero me gusta hacer las cosas bien). Queda aprobada por unanimidad le destitución de la gerencia de este hospital del Sr. Joan Vila. ¿Alguna pregunta? Se miran entre ellos y al final el Sr. Oriol se atreve a preguntar. —¿Cuál ha sido el motivo para tomar la decisión por la que se ha despedido al Sr. Director? ¿El motivo?, porque me sale de los cojones, pienso. Y digo que es porque el nuevo socio, o sea, yo, no está de acuerdo con la gestión del Sr. Joan Vila al frente de esta clínica. ¿Alguna pregunta más? Se miran los consejeros, que no dicen ni mu. Se levanta la sesión. Llegó el día menos pensado, pienso, esbozando media sonrisa. —Hola Cástulo, qué tal, hemos vuelto de Menorca y, si te parece bien, puedo pasar mañana, domingo, a recoger a Sultán. ¿No tendrás guardia? —me pregunta Javier, al teléfono. —No, no tengo guardia. Mañana es un día perfecto para llevarte a Sultán, y no es que me estorbe, se lleva muy bien con los míos, y se porta genial. Te espero por la tarde, ¿vale? —le contesto. —Vale; pasaré a última hora, cuando no haga tanto calor. —Muy bien; nos vemos mañana. Cuelgo Mañana, domingo, Cecilio no está y no verá que se llevan a Sultán. Pero queda otro. Conecto con el golden de Javier y todo perfecto; veo a Mirko, que juega con Aika y no me hacen mucho caso; los perros tienen los sentidos muy desarrollados y a Sultán II no lo tienen en cuenta. Juegan los tres, Sultán I y mis perros pero al clon no le echan cuentas, pasan de él, como si no estuviera; deben

ver u oler algo raro, algo que no les encaja, como pensando a nosotros no nos engañáis, no cuela, esto no es un perro, parece un perro, pero no lo es. Es curioso cómo las personas no sospechan nada anormal del clon, como en el caso de Frank; Montse jamás tuvo ni la más leve sospecha, ni la más ligera duda del clon, del clon como algo distinto a una persona, nada de nada, es más, estaba muy enamorada de Frank y yo disfrutaba de la relación. Pero los perros son diferentes, tienen los sentidos más desarrollados y perciben cosas que para nosotros pasan de largo A ver si Javier sospecha algo, si ve distinto a su perro, si lo ve diferente en su comportamiento, menos cariñoso o menos juguetón. Mañana saldremos de dudas, y satisfaré mi curiosidad de cómo son Javier y Lisa en la intimidad, y con este calor seguro que la rubita andará en pelotas por su casa. El lunes no iré a la clínica; llamaré para que no cuenten conmigo y dedicare todo el día a estar con mis amigos, como su perro fiel. Adela ha venido está mañana con Adelita, su nieta; los sábados por la mañana me hace comidas que guarda en tuper. Y así tiene para unos días, me dice. —No hace falta que venga también los sábados, mujer. —Me ha pedido mi nieta que le pregunte si se puede bañar en la piscina —me dice. —Pues claro. Eso no me lo tiene ni que pedir; esta es su casa, Adela. —Ya has oído al doctor, Adelita; puedes bañarte en la piscina. Pero con cuidado. —Voy a la salita a leer un poco, Adela. Adelita si necesitas algo, toalla o lo que sea, pídeselo a tu abuela que ella sabe dónde están las cosas mejor que yo. Adelita sale al jardín, se despoja de la ropa que deja sobre una hamaca y se queda en bikini. Un bikini negro, mínimo. Un hilo entre los glúteos que deja libres y perfectos y un triangulito que tapa lo justo, y otros dos triangulitos unidos por un cordón hacen de sujetador que muestran más que tapan. Está completamente depilada; del exiguo triangulito de la braguita no se le sale ni un pelo, se habrá hecho eso que llaman ingles brasileñas, pienso. Luce en todo su esplendor. Si no fuera porque es nieta de Adela…

Vuelve a sonar el teléfono; descuelgo. —¿Doctor Cástulo? —preguntan al otro lado del hilo —Dígame, inspector — He reconocido la voz del policía. —Tuve una entrevista muy interesante con Gloria, sí, la amiga de Montse. Después de hablar con ella sigo pensando que el caso es muy raro, hay cosas que no están claras como, por ejemplo, el novio misterioso de Montse, un tal Frank. Ha desaparecido como por arte de magia, se lo ha tragado la tierra, ¿cuándo podemos vernos? —El martes estaría bien. Puede venir por la mañana a la clínica, le haré un hueco, o por la tarde en casa, como usted prefiera —le digo. —Vale, nos vemos el martes en su casa. Estará bien; además si me invita a eso que usted sabe quedaré encantado. Por cierto, estoy más que contento con el reloj. Nos vemos —se despide. Era previsible que Gloria le contara lo de Frank. ¿Qué le habrá contado? No creo que mucho, si no inventa cosas poco puede contar, a no ser que se haga la interesante y se invente alguna historia. Que estuvimos cenando, que tuve una acalorada discusión de política con su marido y poco más; lo de la discoteca, no creo. Si no se lo cuenta ella me gustaría contárselo yo: “Gloria me hizo una mamada sublime en la disco a la que fuimos después de cenar”, esto diría Frank. ¿Y qué se yo de ese tal Frank? ¿De qué lo conozco? No puedo decir nada. A ver como se yo lo que pasó en la discoteca; ni yo estaba allí, ni nadie me lo pudo contar. Esperemos a ver qué explicación me da de la entrevista con Gloria mi querido inspector Melero. Me sirvo un whisky de los que tanto le gustan al poli. ¡Joder!, cómo no le va a gustar un Macallan de 25 años, es néctar de dioses, que dice mi amigo el inspector. Vaso en mano me dejo caer en mi sillón preferido, un orejero tapizado de piel. Pongo un disco y contemplo el magnífico espectáculo de Adelita tumbada al sol, despatarrada y mojada al borde de la piscina, e imagino cosas guarras de sexo guarro.

Suena la voz pausada y grave de Leonard Cohen.

For trying to change the system from within I’m coming now, I’m coming to reward them First we take Manhattan, then we take Berlin.

I’m guided by a signal in the heavens. I’m guided by this birthmark on my skin. I’m guided by the beauty of our weapons. First we take Manhattan, then we take Berlin

I’d really like to live beside you, baby. I love your body and your spirit and your clothes. But you see that line there moving through the station? I told you, I told you, told you, I was one of those

Primero tomaremos Manhattan, después tomaremos Berlín.

Sueño: “veo a una niña de unos cinco años, vestida con andrajos, sentada en el tranco de una casucha de aspecto muy pobre. Está comiendo un mendrugo de pan. Todo está ambientado como en un comic o tebeo. Por la calle entra un cochazo negro brillante, como recién lustrado con cera; es casi de largo como una limusina. Chofer con gorra de plato y chaqueta con doble botonadura; detrás el ricachón clásico de los tebeos, un señor bajito, orondo, de poblado bigote blanco con las puntas hacia arriba y sombrero de copa que fuma un enorme habano que despide volutas de humo bien dibujadas. El coche y los personajes se mueven como en dibujos animados. Al pasar a la altura de la niña que muerde el chusco con avidez, a una orden del ricachón, el chofer detiene el cochazo y baja; se dirige hacia la niña que lo mira con ojos temerosos; el chofer, de un golpe, le arrebata el mendrugo de pan dejando a la niña confundida y llorando. El chofer se dirige al cochazo y arranca. La niña ve como el vehículo se aleja por la calle

de casas humildes, puertas y ventanas desvencijadas y tejados de paja. Ahora el cochazo llega a la casona del ricachón, una casa enorme, un jardín enorme, una piscina enorme, y enormes árboles. Al fondo del jardín, en un rincón apartado, hay una enorme pila, casi una montaña, de chuscos, bocadillos, barras de pan… El chofer, con el panecillo que le arrebató a la niña, lo tira a la pila de bocadillos que crece hasta hacerse una montaña. Crece tanto que engulle al chofer. Sentado en el jardín, el ricachón contempla la escena mientras fuma un enorme habano. Una sirvienta con cofia y delantal blanco se acerca al ricachón y le dice algo; el orondo, bajito y con sombrero de copa asiente con la cabeza y la sirvienta se aleja. Entra un hombre vestido con harapos que se dirige al ricachón; hablan pero no se oye lo que dicen; el hombre va hacia la montaña de mendrugos, el ricachón lo sigue haciendo aspavientos. El hombre rebusca hasta encontrar el chusco, que coge para llevárselo. El ricachón sigue haciendo aspavientos y dando enormes saltos. De la montaña de mendrugos sale el chofer con una enorme tarjeta de crédito que, de un tajo corta, la cabeza del ricachón. La cabeza cae al suelo, y dando saltos persigue al hombre vestido de andrajos que lleva el chusco en la mano. La cabeza del ricachón va dando gritos y de su boca salen esos bocadillos que se ven en los comics y dentro va diciendo, al ladrón, al ladrón, al lad…” Me despierto sudando y con el vértigo que me producen las pesadillas. Son los monstruos producto del sueño de la razón de las pinturas de Goya. El domingo ha despertado nublado pero con calor. Una calima húmeda invade la casa. Javier vendrá hoy a llevarse a Sultán y de paso se llevará una sorpresa que él ignora, y que a mí me tiene con nerviosa intriga. Son las dos menos cuarto cuando se presentan Javier y Lisa. Esta ha cambiado el pantaloncito agresivo por una minifalda plisada que le da un cierto aire de colegiala. Tras los saludos pasamos a la salita. —¿Un vermut? —pregunto. —Gracias, Cástulo —Acepta Javier sentándose en el sofá. Para mí una coca cola, por favor, dice Lisa sentándose también en el sofá de forma descuidada. La exigua faldita no ayuda en tapar esa zona intima entre las ingles, dejando sus piernas visibles y sus braguitas blancas descuidadamente ostensibles. Le sirvo la coca cola en un vaso con hielo y una rodaja de limón, es así como te gusta, ¿verdad? Ella contesta que sí, gracias.

Pongo dos vermut con hielo en la mesita, un sifón y algunas fruslerías de picoteo. Javier toma su vaso y añade un chorrito de sifón. Sultán II corretea por el Jardín, Sultán ven aquí, lo llama Lisa; me acerco obediente y me tumbo a los pies de Lisa cual perro faldero; ella me acaricia la cabeza, yo apoyo mi cabeza en su pierna cerca de la blancura textil que muestra sin recato; me llega el olor de su sexo y me excita. Javier llama mi atención con alabanzas al vermut y a los berberechos, ¡qué buenos están, coño!, no tienen nada de arena. —Esta marca sale bastante bien; es raro que tengan tierra —le contesto un poco disperso entre perro y doctor, entre las largas piernas de Lisa con final de braga y los berberechos sin tierra. Tras dos vermuts y tres latas de berberechos por nuestra parte, tres coca colas a secas, porque el picoteo engorda, según Lisa, deciden volver a su casa con Sultán II. Y conmigo que les acompañaré curioso y voyeur. Subo al maletero del Range Rover; tengo espacio sobrado y me siento al estilo perro. Tras la despedida y los besos de Lisa al aire, suben al coche y nos marchamos. —Menuda sesión de bragas le has dado al pobre doctor — recrimina Javier a Lisa. —Ni se ha fijado el pobre doctor, no se va a escandalizar porque le enseñe las bragas, tal vez si no hubiera llevado. —Como en el barco, ¿no? —dice Javier —En el barco todos íbamos en pelotas. Por cierto, no le quitabas ojo a Reyes, y los jueguecitos que tenías con ella, en el agua, los dos a pelo —dice Lisa. —Somos amigos; no veo nada malo en jugar y bucear juntos. Claro, como a ti no te gusta el agua te quedabas tomando el sol con Luis. Que te miraba con unos ojitos —comenta Javier. —Qué tonterías dices. Que Luís me miraba, sí, pero Luís solo miraba, las cervezas, los Martinis, el whisky… con tanto alcohol seguro que no se le pone dura. Si no, pregúntaselo a Reyes. Claro que a ella le da igual, ya le apañas tú el cuerpo. —Está bien dejemos el tema, no tiene sentido.

—Has empezado tú. ¿Te crees que soy tonta; te crees que no me doy cuenta de nada? Una cosa es pasar del tema y otra muy distinta no darme cuenta. Te crees que no me daba cuenta de las románticas noches, anclados en alguna cala y a la luz de la luna, te follabas a Reyes aprovechando que yo me acostaba antes y Luis dormía la pea en algún sitio de barco. Además Reyes es un tanto escandalosa, con sus gritos despierta hasta los peces de la cala —soltó Lisa. Se produjo un largo e incómodo silencio. ¿Porque me llaman pobre Doctor? Se van a enterar del pobre doctor cuando entre en acción. Esta situación va a ser divertida, muy divertida. —No han sido tantas las veces…, ya sabes, el alcohol, el ambiente, la ausencia de ropa, el calor, el roce de los cuerpos… y una cosa lleva a la otra —rompió el silencio Javier. —Vamos que te la follabas sin querer, ¿no Javi? Y si yo me hubiera follado a Luis así, como tú, sin querer, sí, sin querer evitarlo —dice Lisa —No me hubiera gustado —contesta Javier muy serio —A mí tampoco me gusta que le pegues algún polvo a Reyes; es verdad que está muy buena, pero y yo, es que yo no estoy buena, o es que ya no te gusto —dice Lisa, coqueta. —Claro que me gustas, y estás buenísima, mucho más que Reyes —luego te vas a enterar. —A ver si es verdad, que últimamente andas un poco pichafloja. Esto se pone interesante. Creo que vamos a tener festival y yo tengo entrada de primera fila; aunque no me voy a limitar solo a mirar, si puedo tomare cartas en el asunto. Llegamos a casa de Javier, dejamos el coche y bajamos. La casa es grande y también tiene jardín y piscina; es de diseño moderno, muy acristalada, con ese tipo de cristal espejo que desde fuera no se ve el interior y desde dentro se ve todo el exterior. Entramos a la casa; la mesa esta puesta. Una sirvienta se acerca y les dice que

cuando los señores deseen puede servir la comida. —¿Puedes poner primero la comida a Sultán? Llévatelo a la cocina y allí le pones una lata de carne. —Sí señor. Vamos, Sultán. Yo sigo a la sirvienta que tiene aspecto sudamericano. Parece peruana. La cocina es muy grande y hay otra sirvienta; está trajinando con los cacharros, cazuelas, sartenes…. Me ponen en un comedero de acero una carne que han sacado de una lata. Olfateo el condumio y el olor me gusta, lo pruebo y está muy bueno, no sé si es porque tengo el sabor de perro en mi boca o es que es realmente bueno. Me lo acabo en unas dentelladas sin masticar, claro los perros no mastican. Me siento mirando a las sirvientas que se afanan preparando la comida de los señores, mi amigo Javier y su rubita Lisa. Suena un timbre en la cocina. Los señores llaman para llevarles la comida, dice una sirvienta a la otra. Cogen dos bandejas con las viandas y salen de la cocina, yo las sigo cual perro fiel, sirven la comida a Javier y Lisa. Me tumbo al lado de Lisa que de vez en cuando me da un trocito de lo que están comiendo, carne, pan y otras cosas que no saboreo, trago sin más. Desde el comedor se ve todo el exterior de la casa, jardín, piscina y prácticamente todo lo que rodea la casa. —Estás muy cariñoso, Javi —le dice Lisa a su marido. Los dos están en la cama completamente desnudos. El dormitorio, como el resto de la casa, esta acristalado y se ve el exterior que, desde el primer piso, donde está el dormitorio, tiene unas vistas magnificas. Lisa y Javier juegan en la cama; es la hora de la siesta, y aunque fuera hace calor, el aire acondicionado mantiene una temperatura ideal. Yo estoy tumbado a los pies de la cama donde la parejita se va calentando por momentos. Lisa, inclinada sobre Javier, le está haciendo una mamada, de forma que le queda el culo en alto. Me levanto y empiezo a lamerle el culo, cosa que ella agradece acercándomelo más al hocico, y yo empleo mi lengua perruna a fondo. Ni que decir tiene que la lengua del golden nada tiene que ver con la lengua humana: de un lengüetazo le cubro todo el coño y parte del ano. Sigo con mi trabajo sobre las zonas sensibles de Lisa que cada vez está más cachonda. Sus jadeos se van acelerando. —Ahora te toca a ti, Javi —dice Lisa dejando la mamada y tumbándose en la

cama boca arriba. Despatarrada y ofreciendo su sexo a Javier, este ocupa el sitio de Lisa, y con devoción se aplica al coño que come con auténtica avidez. Ahora, donde estaba el culo de Lisa está el de Javier. Me quedo de piedra viendo que el culo de Javier es mucho más redondo, más femenino, y más apetecible que el de Lisa, ¿cómo puede ser? Mi amigo tiene un culo que muchas tías quisieran. ¡Claro! Seguro que se lo ha operado; teniendo una clínica de estética poco le ha costado operarse. Le meto la lengua a fondo en el trasero y Javier con las manos se lo abre más para que le entre bien la lengua, y yo, perro fiel, le meto la lengua entre las nalgas. Javier gime encantado. De un salto subo a la cama y, con mis patas delanteras, abrazo a Javier. De golpe le meto la verga por el culo y me muevo acompasado follándole el culo. Mi amigo Javier disfruta como un loco chillando, gimiendo, pidiendo más, más, más…No se la meto toda para no quedarnos abotonados. Media hora después de la monta Javier grita y cae en la cama rendido. Queda derrengado y casi muerto. Mientras, Lisa está dale que te pego, masturbándose con auténtica afición y no nos presta la menor atención. Ahora te toca a ti, guapa, pienso, que te tengo muy abandonada. Le pego un lametón que noto la ha puesto a cien. Insisto con la lengua en su coño, que tiene mojado, sigo insistiendo y levanta el culo para que la lengua le entre lo más dentro posible. Se da la vuelta para que la monte; se la meto por el culo y por el coño, alternativamente; creo que de un momento a otro se va a correr. Me corro en su culo. Lisa sigue en un estado de delirio; me coge la verga y se la mete en el coño, da un alarido; creo que acaba de tener un orgasmo pero no para. Me coge la cabeza y me la lleva a su entrepierna, vuelvo a lamer su vulva que la tiene enorme, se le ha hinchado, me empuja la cabeza con fuerza sobre su coño, con demasiada fuerza, me está ahogando, está enloquecida, si no me libro de la presión me va a ahogar…Le doy un mordisco en la vulva y ella grita, le doy otro mordisco y noto la sangre en la boca, ella sigue gritando, ahora no es de placer es de dolor. Salgo corriendo con la boca llena de sangre, oyendo los gritos de dolor de Lisa; creo que le he destrozado el coño. Como es la primera vez que soy perro no tengo control de la fuerza de la mordida, y creo que me he pasado; tengo que huir. Sigo corriendo, salgo del jardín a la calle, acelero y corro por la calle. Tengo que ir a mi casa; está lejos pero corro como alma que lleva el diablo; corro y corro pero no noto cansancio. Mi casa está lejos, pero no me importa, se en la dirección que tengo que correr, mi sentido de la orientación es increíble, se perfectamente hacia dónde dirigirme para ir a mi casa. Corrí y corrí no sé cuánto tiempo, no llevaba reloj. Normal, cuándo se ha visto un golden con reloj. Llegué a mi casa exhausto me senté a la puerta y pensé, ¿cómo puedo entrar? ¡Qué tonto soy! Fácil; me desconecto de Sultán y me conecto a Cástulo. Dicho y hecho. Me levanto de mi sillón orejero, salgo de la salita y voy a abrir la

puerta. Veo a Sultán sentado y jadeante. Pasa, hombre, o perro o lo que seas. Se levanta, me levanto y entra con paso lento. ¿Estás cansado, no? Es que te has portado mal, lo que le has hecho a Lisa está muy mal, eso no se hace. ¿Le estoy riñendo al perro? Pero si a quien hay que reñir es a mí, yo soy Sultán, ¿me estoy regañando a mí o al perro? Estoy perdiendo los papeles, estos cambios me descolocan un poco. Tenemos un problema, mañana cuando venga Cecilio y vea dos Sultanes ¿qué le digo? Sultán tiene que desaparecer. ¿Pero, cómo? Hay una posible solución pero no me gusta. La solución es que Sultán monte a una perra en celo, y al producirse el efecto ratona (o Montse) la perra muere y Sultán se esfuma; lo trágico del asunto es que la perra que está en celo es Aika. Vuelvo a la salita, me pongo un Whisky y me siento; no tengo prisa para dar una solución al problema. Miro a Sultán que está tumbado sobre el césped. Tras dos whiskys me decido a hacer el trabajo pendiente y me dirijo a las perreras. Miro a Sultan I a Mirko y a Aika y se me caen dos lágrimas. Tiempo después Sultán II ha desaparecido y Aika está muerta en la perrera. Ha sido un día intenso y me voy a dormir. Me despiertan los gritos de Cecilio. —¡Doctor, doctor! Me asomo a la ventana del dormitorio. ¿Qué pasa Cecilio?, pregunto, como si yo no supiera lo que pasa. —La perra, la Aika, parece que está muerta —grita. —Cálmate, ahora salgo —le digo, en aparente tranquilidad. Salgo y acompaño a Cecilio a las perreras que está hecho un manojo de nervios. —Es la Aika, doctor, parece que está muerta. Ayer estaba bien, no entiendo que ha podido pasar; a ver si usted puede hacer algo, doctor, con lo buena que es la Aika. No puede ser, no puede ser —se lamenta el jardinero. —Tranquilízate, Cecilio. A ver qué se puede hacer; haremos todo lo que esté en nuestras manos… —Sí, doctor, a ver si podemos salvarla. Aunque me temo que no hay mucho que podamos hacer.

—Lo siento, no se puede hacer nada —le digo tras fingir que examinaba al pobre animal. —¿Seguro? Está seguro que no podemos hacer nada —me suplica mientras se le llenan los ojos de lágrimas. —Lo único que podemos hacer es enterrarla. Cava un agujero en el rincón del jardín, debajo de las glicinas, allí la enterraremos —Me retiro hacia el interior de la casa mientras Cecilio sigue abrazado al cadáver de Aika. Las lágrimas caen de mis ojos. Suena el teléfono, descuelgo y suena la voz de Javier. —Cástulo, ha pasado una cosa terrible; acabo de salir del quirófano, he estado toda la noche operando a Lisa. —¿Qué ha pasado; ha sufrido algún accidente?—pregunto fingiendo asombro. Bien sabía yo lo que había pasado. —Los días que Sultán ha estado contigo, ¿estaba normal? —Completamente normal; jugado con los míos, tan alegre. Por cierto, Aika ha muerto; ha sido terrible. Y Sultán llegó esta madrugada; te iba a llamar pero pensé que no eran horas. Está aquí, con Mirko. —¿Entonces, dices que ha estado normal? Habrá sido un ataque de locura o qué se yo, pero anoche atacó a Lisa, le mordió y salió huyendo. La lleve al hospital, preparamos el quirófano y he estado toda la noche reparando los destrozos que hizo el dichoso perrito. La operación de reconstrucción ha ido bien, creo que casi no se va a notar, aunque habrá que hacer alguna operación más para que las cicatrices no se noten —me comenta Javier, muy profesional. —¿Y dónde dices que le mordió? —pregunto haciéndome el tonto. —No te lo he dicho. Le mordió en la vulva; estábamos durmiendo, Lisa estaba desnuda sobre la cama, y Sultán dormía a los pies de la cama, como lo ha hecho cientos de veces, sin saber por qué, ni porque no, se abalanzó sobre Lisa y le mordió ahí, en esa zona tan delicada. Pobrecilla, tendrías que haber visto como sangraba y como gritaba de dolor.

Me cuenta Javier como si yo estuviese ajeno a lo sucedido. Y pensé cómo se está montando este tío la película de todo el relato, lo único cierto es el mordisco, todo la demás es una trola, una falsead que se ha montado para no contar lo que ya sabemos. Lógicamente, estará avergonzado. —No sabes cómo lo siento; por nada del mundo me hubiese gustado estar ahí viendo el ataque de Sultán a la indefensa Lisa. Es muy raro que atacara de pronto, sin mediar provocación; debió ser terrible. Si necesitas algo, ya sabes que me tienes a tu disposición. —Gracias Cástulo, cuando pueda iré a recoger a Sultán. —No te preocupes, aquí está bien —le contesto.

26

Saludo a Cristina, que se ha reincorporado al trabajo y pido que me acompañe a pasar visitas. Ella no para de darme las gracias y yo le quito importancia al asunto. Está visiblemente contenta con su vuelta al trabajo y dice que no sabe cómo pagarme el favor. —Cristina, no me debes nada, creo que no era justo que te hubiesen despedido y he hecho lo posible por resolver tal atropello. Era una cuestión de justicia. —Lo sé doctor, sé que lo ha hecho con la mejor intención. Lo que no quita que yo le esté agradecida y me gustaría demostrarle mi agradecimiento —me dice la enfermera. —No es necesario; con su trabajo me doy más que pagado. Es muy eficiente y, además, con su alegría y buen humor, da gusto trabajar —le digo. —Si me permite, le invito a cenar la noche que usted quiera, a mi casa; eso hará que me sienta bien. —Te repito que no es necesario, pero si eso te hace sentir mejor, cuando quieras y te vaya bien, me avisas, y yo estaré encantado. —Muy bien doctor, yo le aviso —dice Cristina, satisfecha. Cristina es, digamos, que no muy alta, regordeta, cara redonda, ojos grandes, naricita pequeña y una sonrisa encantadora. Anda deprisa, con un movimiento de culo garboso, y por lo que me explicó Montse, yo creo que es vaginal. No me extraña que el director, ahora exdirector, quisiera trajinársela. Buena está, sí tiene una cierta sensualidad, vale, y ahí se queda la cosa, porque no voy a sacarla de Málaga para meterla en Malagón. —Doctor, ¿ya no saluda a nadie? —¡Hombre, inspector! Qué tal, como usted por estos lares — saludo al policial, que he estado a punto de tragármelo, sin verlo, absorto yo en mis cosas.

—Estaba por aquí y me he dicho voy a ver al doctor. No es cierto eso de que estaba por aquí, es un tópico. Lo cierto es que he venido exclusivamente a ver si le encontraba, por estos lares, como usted dice. —Pues aquí me tiene. Un segundo, toma Cristina, deja esto en mi despacho, por favor, luego nos vemos. Ya estoy con usted, amigo Melero. Mejor tomamos algo en la cafetería y hablamos más tranquilos, ¿no le parece? —Perfecto —asiente. Llegamos a la cafetería que a esta hora no está muy concurrida, pedimos los cafés en la barra y nos sentamos en una mesa, junto a la ventana. —Doctor, tuve una larga conversación con Gloria, sí, la amiga de Montse; ya se lo anticipé por teléfono, ¿recuerda? —Sí, sí, recuerdo que me pregunto si la conocía. La verdad es que no tengo ni idea; si la he visto alguna vez no le pongo cara en este momento —contesto, mintiendo. No voy a enseñar mis cartas, solo las que yo quiero que vea mi amigo el poli. —Por lo visto eran muy amigas. Gloria tiene una tienda de ropa, de ropa de firma, o sea ropa cara y a Montse le hacía buen precio. Habían consolidado una buena amistad hasta el punto que solían salir con sus respectivas parejas a cenar y a tomar alguna copa… Gloria está desolada, primero se suicida su marido y a los pocos días muere su amiga Montse. Alguien me ha mirado mal, se quejaba entre lágrimas la pobrecita —me explicaba el inspector. —¿Qué motivo tenía el marido para suicidarse? ¿Estaba depresivo, ataque de cuernos o se había arruinado? —pregunto. —Nada de eso, en concreto, aunque un poco de todo había. Un poco de aquí y un poco de allí, y ya la hemos liado; pero vamos por partes. Tal y como le decía, Gloria y Montse eran muy amigas, y Montse tenia novio nuevo, un tal Frank, el misterioso Frank, le llamo yo; ya verá, resulta que Montse estaba como loca con este tal Frank y quería que Gloria lo conociera, ¿normal, no? —interrumpe el poli la narración como para tomar aire.

—De lo más normal —apostillo. —Esta es la narración de Gloria tal y como ella me la contó: “Montse queda conmigo y nuestros respectivos, mi marido se llama, quiero decir, se llamaba Sergio y el recién estrenado novio de Montse se llama Frank. Montse y yo quedamos para cenar y lo que surja, después tomar una copa en un Pub, ir a una disco, en fin, pasar una noche de francachela y jarana. Y para eso fijamos sitio y hora. Sergio y yo llegamos puntuales, Montse y su novio se retrasaron un poco. Producido el encuentro y las presentaciones de rigor, una cerveza en una terraza. Decidimos cenar en José Luis, el de diagonal esquina Tusset, que nos quedaba a tiro de piedra. La cena trascurre de forma amena. Sergio que es, era, político y estaba en la Subsecretaria para la Defensa de la Mujer en la Generalitat y Frank, que era o es médico. En la cena, Sergio y Frank tienen divergencia de opiniones por cuestiones políticas, discuten, pero la sangre no llega al río y tras la cena decidimos ir a una disco a tomar una copa y limar asperezas. Yo -me dice gloria que continua narrando lo que pasó-, desde que Fran empezó a hablar notaba algo raro, me pasaba algo extraño, algo que no me había pasado nunca. Yo estaba muy enamorada de Sergio, y aunque alguna vez me habían tirado los tejos, sólo tenía ojos para mi marido. Por eso estaba un poco incomoda, pues sentía una fuerte atracción por Frank, atracción que iba creciendo y que me dejaba absolutamente perpleja, y sin poder controlarme. Después he pensado que quizás me pusieron algo en la bebida, alguna droga que me hiciera perder los papeles. Ya en la disco la atracción por Frank era necesidad, tenía que follármelo fuese como fuese. Lo siento por Sergio, pensé, pero tengo que montármelo con Frank ¡ya! Aproveché que Frank fue a por copas a la barra y le seguí. La barra estaba atestada de gente, Frank y yo estábamos en una esquina; mientras, cogí la mano de Frank, me la llevé hasta mi coño, que previamente había dejado libre de bragas ya que me las quité en José Luis, y Frank me hizo una paja que me volvió loca. Pero necesitaba más. Me agaché y le saqué la polla que me metí en la boca succionándola con ganas, con muchas ganas; estaba enajenada, había perdido el juicio. A estas que llega Montse buscando a Frank, que tardaba en llevar las copas, Montse me ve arrodillada ante la bragueta de Frank y sin pensarlo me cogió por el pelo tirando de mí, momento en el que Frank se corre y se derrama en mí. Llevaba lefa por la cara y el vestido hecho un pingajo. Sergio, que me ve toda manchada de la eyección de Frank, que se estaba guardando la polla, me ve aún de rodillas y en pleno ataque de cuernos me sacó medio a rastras a la calle.

Momento que los paparazzi aprovecharon para freírnos a fotos”. —No me puedo creer lo que me está contando; parece la escena de una película —le digo mintiéndole como un bellaco. Pienso que, la verdad, a la narración no le falta ni un punto ni una coma; sino que me lo digan a mí. —Esto es una parte importante, pero ahí no se queda todo. Días después se encuentra a Sergio en la cochera, dentro del coche, con el motor arrancado y una manguera desde el tubo de escape hasta el interior de vehículo. Y muerto. Los periódicos se habían ensañado con Sergio. Habían publicado que un cargo de la secretaría para la Defensa de la Mujer maltrataba a su mujer en la vía pública, y la noticia la ilustraban profusamente con fotos. Sergio entró en depresión. Lo habían relevado del cargo hasta nueva orden, es decir, de por vida —cuenta el policía. —Un auténtico drama lo que me está contando; pobre mujer. —Espere, que aún no he terminado. A los pocos días se entera de que su amiga Montse ha muerto de forma extraña. Y Frank ha desaparecido. Habrá vuelto a Valencia, cree Gloria, porque según Montse era médico y trabajaba en un hospital en esa ciudad. Me dice que es muy extraño que no se haya vuelto a ver a Frank, ni siquiera en el funeral de Montse. El inspector sigue relatando, dándole a la narración un cierto aire misterioso —Usted sí habrá localizado a ese tal Frank, ¿no? —pregunto a ver que me suelta mi amigo, el sagaz sabueso. —Pues no señor, no he podido localizar a Frank. Se lo ha tragado la tierra. Es más, es como si nunca hubiera existido. En Valencia no lo conocen en ninguna clínica. En los registros, ni civil ni de la policía aparece un tal Frank Morte que, según Gloria le dijo Montse, así se llamaba. Es un fantasma; se ha esfumado. —Estoy seguro que usted lo encontrará; es un policía muy perspicaz. Si usted no lo encuentra, entonces sí creeré que no ha existido —digo. Pensando, para mí: lo tienes claro, en menudo berenjenal te has metido. —Si el asunto de Montse estaba complicado ahora la cosa está que arde; es todo

un enigma imposible de resolver. Pero… yo tengo la sospecha de que usted sabe algo más del asunto. Es más, he llegado a sospechar que Frank y usted se conocen, que tienen algo en común. El hecho de que usted conociera la ropa masculina que se encontraba en casa de la enfermera, que en teoría es la ropa que llevaba Frank, aún no sé cómo encajarlo, pero tiene que haber alguna relación entre usted y Frank. Ya sé que es una locura, es una fantasía de las mías, pero he barajado posibilidades y alternativas; he llegado, dentro de mi fantasía, incluso a hacer un paralelismo del caso con el extraño caso doctor Jekyll y Mr. Hyde. No tiene pies ni cabeza, ya lo sé, no me mande al manicomio, es ficción, pero la mente elucubra desde su libertad; no tiene fin. —Es usted mucho más inteligente de lo que yo pensaba. No le dé más vueltas, el caso está cerrado y… ¡No puede ser! ¡Es imposible! —¿Qué le pasa, doctor? Está blanco como la cera, parece haber visto a un fantasma —dice el inspector. —Eso es lo que me parece haber visto. He visto a Montse pasar por la acera. Estaba mirando por la ventana y, se lo juro, era Montse. Ya sé que no puede ser, ha sido un momento, como un flash; creo que tendremos que ir juntos al manicomio —digo desconcertado. —Habrá sido alguien que se parecía y has imaginado el resto; a veces el subconsciente nos gastas estas bromas. —¡Que bromas ni que niño muerto! Yo sé lo que he visto; era Montse en carne y hueso. Vivita y muy vivita, además llevaba buen paso; casi no me ha dado tiempo a verla —digo con cierto enojo. —Me parece doctor que le voy a dar la razón; mire quién entra por la puerta. Si no es Montse es su hermana gemela. Dígame, qué le parece. O mejor diría: dígame si se parece la muchacha que acaba de entrar a Montse o no. —dice el policía. —Ahora me parece recordar que Montse tenía una hermana gemela, y la presencia de esta copia de Montse creo que lo confirma. Y me quedo más tranquilo; el pronto de ver a Montse andando por la calle ha sido de infarto, se me salía el corazón por la boca —dije más tranquilo y siguiendo con la vista a la gemela de Montse, que se dirigió a una mesa donde había tres enfermeras que, por lo visto, conocía. Se saludaron y Montse, quiero decir, la gemela, se sentó.

—Bien; enigma resuelto. Lo cierto es que impresiona ver a alguien fiambre en la mesa de autopsia y días después tomando café alegremente. Entiendo que le haya impresionado, yo, al fin y al cabo, la he visto una vez, pero usted la veía a diario. ¿Dónde nos habíamos quedado antes de la interrupción? —pregunta el inspector. —Creo recordar que estaba diciéndole que no le dé más vueltas al asunto; ahí fue cuando me pegué el sobresalto de la gemela. Y, ahora que caigo, creo que viene a recoger las cosas de Montse; por cierto, le puede pedir que se las enseñe a ver si encuentra algo, alguna pista. Aunque, por la cara que pone, usted sabe que no va a encontrar nada. Me da a mí que, más o menos, sabe lo que pudo pasar aunque no sabe cómo pasó, ¿cierto? —pregunto al policía —Más o menos. Lo que me trae de cabeza es el condenado Frank; quien coño es este pájaro y dónde se ha metido. No consigo olvidarme del personaje en cuestión desde que Gloria me contó el suceso; me trae a mal traer, está envuelto en un halo de misterio. ¿Cómo Gloria, que nunca había tenido ojos para nadie más que para su marido, de pronto, el tipo este, Frank, le habla y ella pierde el oremus? Entiendo que hay personas con gran poder de seducción y quiero imaginar que a Montse le pasó lo mismo. Porque conoció a este tipo y rompió con el novio; era un mago que seducía con la mirada, no, creo que seducía con la voz. Por lo que Gloria me dijo, cuando Frank empezó a hablar notó algo raro, algo que no le había pasado nunca. ¿Será hipnosis? —se pregunta sí mismo el inspector, para añadir —No sé, no sé, pero para que le hiciera una mamada en la discoteca estando su marido… esto sobrepasa todo sentido común; perder la cabeza de esa manera es cuando menos insólito. —Inspector, se está obsesionando de nuevo con este tema; y le digo por su bien que intente olvidarlo. Lo único que va a conseguir son cefaleas e insomnio. Y se le pueden cronificar. Piense que la salud es lo primero, y con su actitud no va a conseguir más que lo que ya le he dicho y, de verdad, no merece la pena. Venga un día que no tenga servicio por casa, tomamos una copa, charlamos de relojes, y le enseño mi última adquisición. —Tiene mucha razón. Pero es tan difícil aparcar las cosas y más difícil olvidarlas. Puedo intentarlo, pero me temo que será en vano —se queja el poli. —Le tengo que dejar, tengo una intervención. Es casi rutinaria, pero hay que poner todos los sentidos; al fin y al cabo es una vida humana lo que uno tiene en

las manos, y con eso no se juega. —Yo también me marcho que tengo que coger a los malos, que hay muchos.

27

—Blanca Roca, por favor —pregunto a un empleado en una oficina Caixa. —¿De parte…? —Cástulo del Valle. —Un momento, por favor —.El empleado entra en el despacho de la directora de la sucursal y al momento sale —En seguida le atiende. —Gracias. —Hola doctor, qué tal… Sale de su despacho, y me saluda la directora —Blanca Roca. —Muy bien. —Pase, pase —Me invita a entrar su despacho. —Siéntese por favor —Me indica un sillón situado alrededor de una mesa redonda. Ella se sienta a mi lado, presidiendo el formalismo de su mesa de trabajo. Blanca es cuarentona ya pasada, no muy alta, viste elegante, se nota que cuida escrupulosamente su imagen. Media melena perfectamente arreglada, discretamente perfumada y de trato cordial. Ha subido como la espuma en el cargo, es trepa, no le duelen prendas si tiene que cargarse a alguien para subir. Conmigo usa un peloteo servil casi humillante. Tengo un importante volumen de negocio en esta oficina y normalmente ella trata con mis asesores financieros, por eso debe estar extrañada de verme aquí. Tras las preguntas de cortesía, qué tal, cómo van las cosas, hace tiempo que no le veía, ¿el trabajo, bien?, pasa directamente al asunto que le preocupa —En que le puedo ayudar, doctor. ¿Hay algún problema? —me pregunta con una falsa sonrisa que le delata su preocupación por mi visita. —¿Problema?, no, en absoluto, casi es una visita de cortesía. Pero si le voy a pedir que me prepare una cantidad de dinero en efectivo para mañana: necesito

cinco millones de euros en billetes pequeños, de 50€. ¿Estará bien?, ¿es posible? —Creo que no habrá ningún problema. Permítame que haga la gestión pertinente; es una cantidad lo suficientemente importante y tengo que hacer las consultas oportunas. No va a haber ningún problema. Te llamo por teléfono y te lo confirmo —dice tuteándome. Ni que decir tiene que no necesito el dinero, y que este paripé que le he montado a la directora de la Caixa solo corresponde a un tanteo a fin de ver la operativa a la hora de sacar una gran cantidad de dinero en efectivo. Una información que necesitaré en un futuro. Me despido de la directora y de algunos empleados y salgo de la entidad financiera. Al volver a casa me encuentro en el jardín a Cecilio que sigue muy afectado por la muerte de Aika. —Ha venido su amigo a recoger a Sultán; le está esperando en la salita —me dice Cecilio con voz triste. —Gracias, Cecilio —contesto y me dirijo a la salita. —Hola Sergio, qué tal estas, y Lisa, ¿cómo se encuentra? —Bien. Se está curando más rápido de lo que cabría esperar; tiene buena encarnadura. —Dices que Sultán atacó de pronto, sin más; es muy extraño, un perro tan tranquilo, no sé, me parece muy raro —le digo con intención de sonsacarle. —La verdad es que estaba tan tranquilo, y siempre fue un perro muy bueno y apacible, pero no sé qué le paso, le dio un pronto, un ataque de locura. Pero no se va a repetir porque lo voy a llevar a la perrera —dijo Sergio, tajante. —No me digas, no puede hacer eso, allí lo van a sacrificar, dale otra oportunidad; es muy bueno —le digo. —No puedo llevarlo a casa porque a Lisa le da algo; le ha cogido miedo, qué digo miedo, le tiene pánico. ¿Vamos a recogerlo? —me pregunta. —Vamos —le contesto.

Sergio mete al pobre Sultán en el coche y sale a la calle camino de la perrera. Me siento en la salita. Esto tengo que arreglarlo como sea, el sacrificio de Aika no se puede repetir, y ahora el de Sultán. Tengo que buscar la manera de deshacerme de los clones sin necesidad de relación sexual, que desaparezcan igual pero por otro medio. Quizás con la ADC, la misma máquina con la que los creo, invirtiendo el proceso consiga hacerlos desaparecer. Tengo que probar, quizás con el clon que está ahora en fase de creación pueda probarlo. Faltan dos días para tener al ex director de la clínica, el señor Joan Vila, totalmente listo y andando por casa. Tengo que pensar bien como lo utilizaré; debo planificar bien todo, no puede haber fallos en mi próxima acción. Sé que tiene amistad con Blanca Roca la directora de la Caixa, por ahí, van a ir los tiros. El inspector es más listo de lo que su imagen da a entender. El viejo policía que todo se la suda, que piensa más en la jubilación que implicarse demasiado en los temas. Pero me dejó sorprendido y algo preocupado por las reflexiones que me hizo acerca de lo que le contó Gloria. Por otra parte, nunca imaginé que Gloria le iba a contar todo, con pelos y señales, a la narración no le faltaba un perejil; pensé que le darían pudor ciertos detalles de lo que sucedió, pero por lo visto ni pudor ni vergüenza, le soltó el episodio completito. Creo que Gloria pensó, le narró la odisea a ver si el policía encuentra el paradero del misterioso Frank, que está completamente desaparecido y si hay alguien que pueda encontrarlo es la pasma; tienen los medios suficientes para localizar su paradero. Tengo que llamar a mi amigo Melero que con un par de whiskys intentaré sonsacarle para saber hasta dónde llegan sus pesquisas y sus últimas elucubraciones. Estoy con estos pensamientos en el taxi camino de casa. Cada vez paso menos tiempo en la clínica; soy jefe del equipo de cirugía que funciona a las mil maravillas aunque yo no esté, y yo necesito cada vez más tiempo para mis cosas. —Hemos llegado, señor —dice el taxista Le abono la cantidad que me ha pedido, bajo y entro en casa. Cecilio está jugando con Mirko sin echarle cuentas a Adelita que toma el sol al borde de la piscina. —Hola Cecilio, qué tal está Mirko —. Saludo. —Triste. Lo noto triste. Seguro que echa de menos a Aika; de vez en cuando se

acerca allí, digo, a donde la Aika está enterrada y huele la tierra. Él sabe que está allí, y gime y olisquea y escarba la tierra, yo le regaño, deja de escarbar y se sienta sobre la tierra, no en el césped, no, en la tierra. —dice Cecilio. —No te preocupes, ya se le pasará —contesto culpable. —Sí doctor, sí, ya se le pasará —contesta el jardinero. Me dirijo hacia la salita, —Hola, Adelita —.Saludo a la niña a medio camino, antes de llegar a la salita. —Hola. Doctor —.Se incorpora. —Me puede llamar Deli, Adelita solo me llama mi abuela. —Muy bien Deli, y ten cuidado con el Sol que a estas horas es muy peligroso — le aconsejo. —Me pongo crema con factor de protección muy alto. ¿Me quiere poner un poco de crema por la espalda? Es que yo no llego. —Bien, dame la crema —digo mientras la niña se levanta y se gira ofreciéndome la espalda a la vez que me pone el bote de crema en la mano. —Tienes la espalda ardiendo —digo untándole la crema en un cuerpo modelado a capricho. El o de su piel me está provocando un principio de erección. —Sí, doctor. El sol me ha calentado mucho, y eso que a cada momento me meto al agua para refrescarme, únteme también por las piernas ya que está puesto, me dice coqueta. Me pongo un buen chorreón de crema en las manos y bajo a las piernas que unto con deleite. La erección sigue creciendo. —Un poco más arriba, si no le importa, doctor. Un poco más arriba está el culo, pienso, pero si quieres que te unte en el culo no tengo ningún inconveniente. Subo las manos a los glúteos que masajeo con la crema. Le meto el dedo por el hilo del tanga, ella lo nota, se abre más de piernas y el dedo avanza hacia su rajita. Se inclina un poco hacia adelante para ofrecer mejor ángulo de entrada y el dedo sigue explorando. Tengo que parar o esto va a acabar muy mal. La actitud de Deli me choca, no sé por qué deja que llegue

hasta su chochito con mi dedo, creo que es pura coquetería y provocación. —Bueno, ya está —le digo frotándome en las manos los restos de crema. —Gracias, doctor, lo hace muy bien —dice pícara. Ya en la salita me pongo tres o cuatro hielos y un chorro generoso de whisky, doy un trago largo y me siento en mi sillón. Miro a la niña que se ha tumbado boca abajo y un monte de glúteos me provoca indecente. Si no fuera una menor… y si lo es me da igual. Me temo que voy a caer en la tentación y acabaré follándome a Deli o Adelita, o como quiera dios que se llame. Aunque puedo ir a la cárcel por tener relaciones con una menor, pero es que si ese cuerpo tendido al borde de la piscina es de una menor… muchas mayores quisieran tener un cuerpo la mitad de sensual que el de Deli. Ni una falsa moral ni una ley pacata van a condicionar mis deseos. Pego otro tiento al whisky. Me tengo que relajar y apartar ideas que pueden crear problemas; no puedo ceder a la tentación. ¡Y de pronto se me enciende la bombilla! Claro, ya está. Pero cómo no se me había ocurrido antes. Mira que soy tonto, ¿tonto?, gilipollas es lo que soy. Tengo la solución al problema delante de mí y no lo había pensado. De tan fácil que es no lo veía; me puedo beneficiar a Deli tantas veces como me apetezca y sin el más mínimo riesgo; puedo dormir cada noche con ella aunque sea menor. Ostias, cómo no lo había pensado. Tengo que hacer un clon de Adelita-Deli. Solo de pensarlo me pongo cachondo. —Hola, doctor —Saluda Adela cruzando la salita —Hola, Adela —contesto. —Voy a buscar a esta niña que, según ella dice, me viene a ayudar, pero viene a la piscina que es lo que le gusta; trabajar poco —dice como al aire Adelita, recoge que nos vamos. La niña viene hacia la salita con la toalla al hombro. —Deja la toalla tendida para mañana —le digo con pérfida intención. —Si a usted le parece bien, doctor, como ahora están de vacaciones, me dijo que

le preguntara si se puede traer a una amiga de su edad, está en su clase y es muy buena chica; si no fuera una niña muy formal no le diría nada doctor. —Adela, si la amiga de su nieta es de su confianza, yo no tengo ningún problema. Bajo su responsabilidad quedan —digo. Y pienso, dos por una. —Hasta mañana, doctor. Adiós, doctor — se despide Deli y su abuela, saliendo. —Hasta mañana —contesto. Voy a ver como esta mi amigo Joan; creo que ya habrá acabado la clonación. Entro en el laboratorio y ahí está el exdirector, tan fresco. Pruebo, y me conecto: Ahora soy Joan Vila. Lo dejo en la cama que he instalado en el laboratorio para que estén cómodos los clones cuando no están en acción. —Hola, inspector Melero. —Hola, doctor—contesta el policía al otroladodel teléfono. —Le invito a comer el día que usted quiera, o le apetezca —Mañana no tengo servicio; si le parece bien —me dice el poli —¿Mañana? Muy bien. Quedamos en casa, si no tiene inconveniente —le contesto —Bien. Pues, hasta mañana —me confirma el inspector —Pues, hasta mañana. Sobre las dos es buena hora. —le digo. Cuelgo el teléfono, descuelgo y marco el número de la casa de Joan Vila. —El señor Vila —pregunto —El señor no está. —¿Sabe si tardara mucho? Necesito hablar con él. —El señor estará fuera unos diez días. Si es algo urgente yo le puedo pasar el mensaje; está en el pirineo y allí no tiene cobertura.

—No es necesario; cuando vuelva hablaré con él. Creo que con diez días tendré suficiente para ejecutar mis planes. Llamo al móvil de Joan, y me contesta la voz con eso de que está apagado o fuera de cobertura. Esto me confirma que tengo vía libre. Entro al laboratorio; el clon está tumbado en la cama con los ojos abiertos y la mirada perdida. Busco en un armario; encuentro un móvil con tarjeta prepago que no he usado nunca. Llamo a Blanca desde este teléfono, que no deja huella. —Hola Blanca, soy Joan Vila. Necesito hablar contigo. ¿Cuándo podemos quedar? —Hola Joan, ¿tienes algún problema? Podemos quedar cuando te vaya bien, por mí no hay inconveniente. —Si no tienes compromiso, podemos quedar esta noche para cenar y charlamos un poco. Mírame los saldos de mis cuentas, por favor, me gustaría saber cómo ando de efectivo. Te paso a recoger a las nueve y media, ¿va bien? —Mejor a las diez, que no quiero hacerte esperar. Es una buena hora, pienso. Cecilio se habrá marchado y no tendré testigos cuando vean salir de casa al señor Joan Vila; toda precaución es poca y no hay que dar pistas a mi amigo Melero, que es un buen sabueso y no se le escapa una. Ya metido en Joan subo al vestidor para ver qué traje me queda bien. Joan es un poco más alto y de peso debemos andar muy parecidos. Me pruebo algunos trajes y me quedan bastante bien. Tengo que surtir el vestidor de ropas de diferentes tallas, por si acaso los necesito, reflexiono. Estoy completamente desnudo; me miro al espejo y físicamente somos muy parecidos: él tiene menos barriga que yo y de atributos andamos más o menos. Quizás yo la tengo un poco más gorda y él un poco más larga. Le doy unos meneos para que crezca y poder valorar su tamaño y, cierto, parecidas. Podrá cumplir si se presenta la ocasión. Llamo al telefonillo del piso de Blanca. —¿Si? —Soy Joan

—Hola, Joan, ¿quieres subir? —Tengo el taxi esperando; si estás lista, te espero abajo. —Vale, ya bajo. Blanca aparece a los pocos minutos. Se ha vestido para la ocasión. Vestido de algodón color crudo, ajustado y sugerente. Reconozco que, aunque no es un cuerpazo, sabe sacarle partido a sus limitados encantos. Yo me he vestido de traje azul marino de verano y camisa celeste sin corbata. —Hola, qué guapo estás —saluda Blanca —Y tu cada día estás más joven —le contesto halagador y nos saludamos con dos besos. —Al Windsor —ordeno al taxista. —He reservado mesa en el Windsor si te parece bien. —Muy bien; perfecto —contesta Blanca ya con el taxi en marcha.

El jefe de sala nos indica amablemente nuestra mesa mientras nos presenta, comentando, las cartas. He escogido este restaurante con intención de impresionar a Blanca y creo que he acertado. Observo que está realmente deslumbrada. Pedimos el menú con maridaje de vino para cada plato. Es una opción del restaurante que, a pesar de su elevado precio, creo que ha sido una elección acertada. —No había estado nunca en este restáurate y me ha parecido sorprendentemente acertado. Todo es magnífico, tanto la comida como la bebida, que maridan con cada plato; y un servicio exquisito. Estoy asombrada, gratamente asombrada. Blanca me hace estos comentarios a los postres y voy notando que el cava la está alegrando la velada. Me sorprende que la voz del clon no le está causando efecto, o lo disimula muy bien. —Ya somos dos; yo tampoco había estado aquí y, la verdad, me ha gustado, sí, me ha gustado mucho —contesto.

—He consultado tus cuentas, tal y como me pediste, y… en este momento tienes un saldo de 1.379.000€, repartido en tres cuentas —dice Blanca —Creo que ya sabrás, seguro que te ha llegado la noticia, que no trabajo en la clínica. Bien, tengo a la vista alguna opción, alguna clínica donde, si no de director, sí de médico. Porque antes que director soy doctor y no creo que tenga problemas para encontrar trabajo —digo. Y observo el efecto ratonacachonda y nada, no muestra efecto alguno. —Estoy segura que encontraras trabajo sin dificultad —dice la directora de la Caixa. —Al margen de encontrar trabajo o no, sí he encontrado como rentabilizar el dinero, que en el banco no renta nada. Son inversiones que sin ser ilegales, tampoco son del todo legales, están entre Pinto y Valdemoro, ¿no sé si me entiendes? Pero el condicionante es que tienen que ser con dinero en efectivo, por eso quería saber con cuánto efectivo puedo contar —le digo —Posiblemente con casi todo, porque creo recordar que tenías algo a plazo, pero no era mucho. De unos 900.000€ seguro que podrás disponer. Aunque te aconsejo que mires muy bien donde inviertes, no sea que te lleves una sorpresa desagradable. Y lo del efectivo no tiene buena pinta —dice Blanca —No te preocupes, lo tengo todo muy claro. ¿Cuándo puedo pasar para recoger el dinero? —digo. —Voy a necesitar un par de días para prepararlo, te llamo cuando esté y quedamos. —Mejor te llamo yo. Perdí el móvil y el número que tienes no funciona. Empiezo a notar algo del efecto en la mirada, algo más coqueta, no es que me ponga ojitos, pero casi. —Mira, vamos a hacer lo siguiente: yo preparo el dinero y, como te debo una, porque hoy me has invitado tú, la próxima te invito yo. Quedamos en mi casa, recoges el dinero, cenamos y… lo que surja. ¿Te parece pasado mañana, a las diez, en casa? —dice Blanca. —Me parece perfecto —contesto. Efectivamente empieza a hacer efecto la voz,

me quiere llevar a su terreno. —Por nosotros —decimos al unísono. Y chocamos las copas de cava en un brindis prometedor.

28

He puesto la maquinaria de clonar en marcha. De la toalla que puso a secar Deli pude extraer cabellos que me han aportado las células necesarias, y dentro de tres días tendré una copia de la nieta de Adela. Y podremos jugar a médicos. La niña de catorce años con cuerpo de adolescente en última fase, de 18 o 19. No cometeré ningún delito si jugando, jugando hacemos cosas que la moral condena, y la ley tanto de lo mismo. Si jugamos a practicar sexo, o a follar, como es un clon no estoy violando ninguna ley, a ver ¿qué ley condena mantener relaciones sexuales con un clon? ¿Ninguna?, pues eso. No me siento un abusador sexual. Ahora recuerdo la novela de Gabo, de Gabriel García Márquez, “Memorias de mis putas tristes”, donde un anciano de 90 años, para su cumpleaños, su nonagésimo cumpleaños , se quiere regalar una puta de unos 14 años. Y no se habla de moral ni de pederastia, es como una cosa normal que un nonagenario quiera gozar la carne joven de una niña de 14 años que, además, sea virgen. Ser el primero en este asunto carnal, el estrenar a una joven, se le da un valor ingente; la virginidad, en algunas culturas, es cuestión de honor, no solo de la fémina sino de toda la familia. Cuántos no han pensado alguna vez en esa posibilidad, la posibilidad de acostarse con una menor. Pero los impedimentos, condenas y repulsa social hace que si lo piensas te lo quites rápidamente de la cabeza; y es lógico que así sea. Pero, sinceramente, quién no ha pensado alguna vez, ante una belleza de 14 o 15 años, en cosas prohibidas. Que después, realmente, no pasas de ahí, de pensarlas. ¿Qué pasaría si pudiera haber una relación consentida, incluso deseada y placentera, por parte de la adolescente, y además no fuese delito? ¿Quién se negaría? Otras culturas ven normal casar a una niña se diez, doce o catorce años, con un señor mayor, a nosotros nos parece una monstruosidad. La naturaleza hace a la hembra, hembra desde muy corta edad. La moral y la ley la hace hembra desde una edad más avanzada. ¿Quién tiene razón, la naturaleza o la ley de los humanos? Posiblemente las dos. No hay, legalmente, que yo sepa, nada legislado sobre tener sexo con una clon, de catorce años ni de ninguna edad. Por lo tanto ¿cometeré algún delito? Yo creo

que no; a ver dónde pone, en qué artículo de la ley dice: Mantener relaciones sexuales con un clon menor de edad está penado con una multa de… o con tantos años de cárcel. Evidentemente yo no voy a hacer público mi relación sexual con Adelita-clon, tampoco soy tan necio pero, si lo hiciera, no podrían juzgarme de ningún delito. Por lo tanto no seré un delincuente ni cometeré crimen alguno, puesto que no he violado ninguna ley. Suena el teléfono y oigo la voz del inspector. —Hola, doctor. Habíamos quedado para comer hoy, ¿verdad? Pero resulta que tengo a mi hija conmigo y me sabe mal dejarla sola, si le parece podemos quedar para la semana próxima. —Hola, inspector. En un principio la idea era ir a algún restaurante, pero con este calor salir es un poco coñazo, aunque el restaurante tenga climatización. Entonces pensé que el restaurante nos mande un par de cocineros y un camarero para que cocinen aquí en casa, estaremos más cómodos, más tranquilos, más confortable que en cualquier sitio. Ellos lo traen todo, las viandas y el menaje necesario para preparar y servirnos, como en el restaurante. Y su hija no es problema, se la puede traer. Si con nosotros se aburre tiene la piscina, donde se puede bañar y tomar el sol a sus anchas —le digo —Me parece un buen plan; un momento que lo consulto con Maite. —Pregúntele que yo espero —digo —Le he preguntado y me dice que estará encantada. —Pues, luego nos vemos —me despido Sigo reflexionando acerca de lo que la legislación dice sobre los clones. Nada, no dice nada, y es lógico, no se puede legislar en preventivo. Por si acaso un día… eso solo lo puede hacer la cosa Aznar y sus compinches, los del triunvirato criminal de la guerra preventiva de Irak. Pero no nos vayamos por las ramas, pero es que tanta cobardía me pone enfermo. Analicemos la situación: en el caso de que haya un culpable en la muerte de Montse este sería Frank, y resulta que Frank es un clon, entonces, si no hay ley que pueda juzgar a Frank… Como tampoco hay ley que pueda juzgar a la cosa Aznar. Así está esto de la justicia. Hay criminales que se libran de ser condenados porque las pruebas no se ajustan a derecho; los jueces son de la misma camarilla, son intereses creados.

Entro en el laboratorio, examino la maquinaria y todo va bien y a buen ritmo. Joan descansa tranquilo. Llegan los cocineros y el camarero con cajas que llevan a la cocina. Me preguntan que si pueden instalar la barbacoa en el jardín y les contesto que se instalen como quieran, pero que la comida tiene que quedar perfecta. Me presentan los menús: ensaladas, gazpacho y carne o pescado, a elegir. Doy el visto bueno y se ponen a trabajar en los preparativos. —Hola, doctor, qué tal está —me saluda el inspector —Muy bien y ¿usted y compañía? —Le presento a mi hija Maite —Hola, Maite —.La saludo con dos besos. Maite es delgada, alta, tiene nariz respingona, labios gruesos, ojos negros, viste pantalón corto blanco y top también blanco, lleva el pelo recogido en una cola, y morena, muy morena, ¡coño!, es mulata. —Muchas gracias por la invitación, siempre es un placer venir a esta casa —dice el inspector —La casa es impresionante —dice Maite. —Gracias. Si les parece tomamos un vermut en la salita y luego pasamos al comedor —digo indicando la dirección de la salita. El inspector y yo tomamos asiento y Mayte de pie mira los relojes, los cuadros… y yo miro a Mayte que se para delante del cuadro del Perro de Goya. —Desconcertante; siempre me ha parecido un cuadro lleno de incógnitas este perro. Y este otro es un ¿Barceló? Este no sé de quién puede ser. —Juan Genovés —contesto —¿Tomamos todos Vermut? —pregunto al inspector y su hija asiente que bien. Por favor tres vermuts, pido al camarero. Que viste de camarero, claro, pantalón negro, camisa blanca con pajarita y chaleco a rayas blancas y azules; parece el camarero de un barco. Debe tener unos 30 años, es de mediana altura, pelo corto y facciones árabes, atractivo sin ser guapo, muy servicial, se nota que tiene oficio.

—Y este que tiene al fondo es muy explícito —dice Maite sentándose en el sofá junto a su padre, cogiendo el vaso con vermut que le ofrece el camarero. Se refiere al cuadro el Origen del Mundo. —Es la puerta por donde nos entra la vida y el camino de llegada al mundo; salvo excepcione quirúrgicas —contesto. El camarero sirve tres vasos de vermut y unos platillos de picoteo: aceitunas, anchoas, patatas bravas, una tabla de ibéricos… —Cierto doctor; pero al ser tan realista hay gente a la que violenta y les produce un cierto rechazo —dice Maite dando un sorbo al vermut y pinchando una brava —A mí me violentan más el fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga, pintado por Antonio Gilbert, ¿has estudiado historia del arte? o algo por el estilo —pregunto, cogiendo el vermut. —No. Tengo licenciatura en derecho y criminología —contesta. Mientras, el inspector sigue atento el dialogo entre Mayte y yo. —Aquí donde la ve es un cerebrito; saca unas notas que raramente bajan de nueve —dice el padre orgulloso cogiendo el vaso acercándoselo a la boca. —Entonces imagino que tu padre te habrá contado algo del caso de la enfermera que murió en extrañas circunstancias. Me gustaría que me dijeras qué opinión tienes al respecto. —Algo me ha contado. Me parece un caso digno de estudio, por lo complejo. Desde la información que tengo o que me ha contado mi padre, no veo asesinato por ningún lado. Al margen de que usted la haya gastado la broma de su autoría. Esto dicho con la escasa información que tengo, puesto que no estuve en la escena del hecho ni he podido ver y valorar las pruebas, que ahora llamamos las evidencias —dice Maite dejando el vermut en la mesa. —¿Otro vermut? —pregunto. —No, gracias. —contesta Maite.

—Me gustaría que discutiéramos de manera coloquial acerca de lo legislado y su proyección futura, me refiero a nuevas tecnologías y sobre todo a la inteligencia artificial Si lo desean los señores, pueden pasar al comedor, nos dice el camarero. Nos levantamos y nos dirigimos al comedor donde todo está listo para el ágape. Nos trae los vasos y lo que queda de picoteo a la mesa del comedor. El camarero nos va relatando los diferentes platos, entrantes, segundo, y terceros platos, y las opciones de carnes y pescados a la brasa gracias a la magnífica barbacoa que hay en el jardín, apostilla. Pedimos los entrantes y de segundo todos de acuerdo en la carne de Kobe a la brasa. Anota la elección de cada uno y sale. —¿Estás trabajando, Maite? —pregunto —En este momento no. Estoy en la disyuntiva de ejercer de abogada o entrar en la policía, pero tengo que trabajar ya. Me gustaría hacer algún master de criminología, pero para eso necesito unos medios económicos que no tengo, y necesito ganar dinero de inmediato, no puedo vivir más tiempo a costa de mis padres. —Si hubieses estudiado medicina o enfermería tendrías trabajo mañana mismo, pero de lo tuyo no tengo opciones. Aunque quizás te pueda buscar algo; déjame indagar y te digo alguna cosa. —Gracias. Creo que me voy a inclinar por la policía, es donde podré hacer carrera de lo que me gusta —dice Maite. El camarero va trayendo los platos, sirve vino. ¿Blanco, cava? Va preguntando y sirviendo; va y viene a la cocina que está próxima, trayendo y llevando. Su gazpacho, señor, ¿un poco de pan…? —Volviendo al tema que discutíamos antes, y el ejemplo del caso de la enfermera, el caso de Montse, nos puede servir como punto de partida para planteamientos… ¿distópicos? —digo con la intención de ver la opinión de Maite. —En este caso hay algo que lo complica aún más: se trata de Frank; parece ser

un fantasma, aparece de pronto, enamora a Montse de una manera apasionada, muy intensa, hasta el punto que Montse deja a su novio por este tal Frank. Muere Montse y Frank desaparece de la manera tan misteriosa como apareció —dice el inspector —Las personas no aparecen y desaparecen por arte de magia, tiene que haber una explicación lógica —dice Maite. —Desde el punto de vista racional así es. Excepto que se contemplen otras posibilidades, menos verosímiles para nosotros, inexplicables —digo tanteando el terreno. —Tiene que haber una explicación lógica. No tiene ninguna otra salida este caso que sea una salida sensata —dice Maite. —Así es, pero juguemos a la distopía. Supongamos que alguien que es un experto en inteligencia artificial, fabrica un robot. Un replicante, como el de la película Blade Runner, pero este replicante puede aparecer y desaparecer a voluntad del fabricante. Si este, llamemos replicante, comete un delito a quién van a juzgar, al replicante o al fabricante, quién es el responsable del delito. ¿Se puede condenar a una maquina? —pregunto. —Sería responsable el propietario del androide o robot, aunque el replicante tome decisiones propias. El dueño de la máquina, el creador del replicante, robot…o lo que sea, tiene la responsabilidad subsidiaria de lo que pueda hacer su máquina. Aunque esta tenga “conciencia” autónoma. Es como un padre. Es responsable de sus hijos hasta que son mayores de edad. Es responsable de los actos de sus hijos mientras son menores, aunque estos actúen por su cuenta, y sin que el padre conozca las acciones de sus vástagos —dice Maite mirando al camarero que se acerca con los platos. Los chuletones de Kobe a la brasa. Están al punto, si lo quieren más pasados, los pongo un poco más en las brasas. Dice el camarero colocando los platos delante de cada uno. —Estoy encantado de ofrecerles esta carne que es, según expertos, la mejor del mundo. Me la traen de Japón una empresa de total confianza —digo satisfecho. —Gracias doctor —dice el poli —.Usted es un sibarita

—Aunque yo no soy mucho de carne, cuando me ha comentado la opción de la carne de Kobe, la decisión de probarla es casi obligatoria. A ver si se corresponde con su fama —dice Maite Nos aplicamos al plato. Todos opinamos que está en su punto y, mientras saboreamos el exquisito festín, nos miramos con gesto aprobatorio y complacido. Comemos en un silencio casi de ritual sacro. Al terminar, los parabienes y efusivas felicitaciones son múltiples por parte de mi amigo el poli y su hija Mayte. De postre tenemos sorbete de marc de cava, selva negra y profiteroles, nos anuncia el camarero retirado los platos. —Sórbete de marc de cava —pedimos los tres casi a coro. Excelente elección, nos adula el camarero desapareciendo camino de la cocina. —¿Por dónde íbamos? —pregunto intentando retomar el tema. —Estábamos en el apartado responsabilidades jurídicas de quien comete un crimen en diferido, ¿era eso, no? —apunta Mayte —Sí, hija. Era más o menos el tema que teníamos planteado, y lo estábamos extrapolando a un futuro imaginario —dice el inspector. —Y estábamos utilizando como punto de partida el caso de Montse por lo extraño del suceso, ya que aparece un personaje que podría ser un replicante, un androide, un robot o algo parecido, por la facilidad que tiene en aparecer y desaparecer; un personaje con control remoto y movido por alguien —digo y pienso que estoy dando demasiados datos y el inspector no tiene un pelo de tonto. —Es una posibilidad creíble. Y que nos plantea otra incógnita. Quién lo mueve; porque si lleva un chip programado para obedecer a alguien, algún cerebrito de la informática que lo mueve a través de un programa creado para tal fin, habría que localizar al informático creador del programa para solucionar el caso —dice el inspector con intención. —Creo que aún estamos muy lejos de esa posibilidad. Estoy por pensar que ese tal Frank es una persona de carne y hueso y cuando lo encuentres se resolverá el

enigma —dice Mayte mirando a su padre. Nos anuncian la llegada de los sorbetes de cava mientras reparten las copas a cada uno. —Dígale a los cocineros que cuando puedan se acerquen, por favor —le digo al camarero. —Seguimos como al principio; si Frank no aparece el caso seguirá siendo una incógnita sin posibilidad de resolución—dice el inspector un tanto abatido. —Casi siempre aparecen —dice Mayte. Se presentan los dos cocineros. Uno orondo, con la cara muy roja, no sé si es de las brasas o de su físico, lleva un gorro alto de cocinero, debe tener unos cincuenta años. El otro mucho más joven, que imagino es el ayudante, rubito, de piel muy blanca, y el camarero al que ya conocemos. —Señores, tengo que felicitarles por el trabajo que han hecho. Muy profesional. Todo estaba muy bien elaborado y eso se nota en el resultado final. Quiero hacer mención especial al Kobe, en su punto de brasas. Nuestras felicitaciones en mi nombre y el de mis invitados. Y no quiero olvidarme del servicio que ha sido perfecto. Perfecto si nos preparan unos cafés y nos los sirven en la salita, por favor. Después de los cafés pueden recoger los bártulos. Pasamos a la salita y nos acomodamos en los sofás. —Si no le importa me gustaría darme un baño, es una pena que la piscina esté tan sola —dice Mayte. —Estás en tu casa. Saliendo hacia el comedor, a la derecha, tienes un cuarto de baño y fuera hay una caseta al lado de la ducha que puedes utilizar para cambiarte; ¿has traído traje de baño?, supongo. —Sí, lo llevo en el bolso, aquí cabe de todo —dice señalando su bolso de dimensiones considerables. —¿Un poco de whisky? ¿Dos o tres hielos? Tu padre lo toma con dos, ¿verdad, inspector?

—Sí, pero hoy la quiero con tres —contesta el policía —Yo solo uno y muy poco whisky —dice Mayte —Yo me pondré dos —digo medio en broma —Aquí les pongo los cafés. ¿El cortado es para la señorita, verdad? Si necesitan algo más estoy en la cocina recogiendo. —Muchas Gracias —decimos los tres. Mayte toma el cortado y un sorbo de whisky. —¡Qué bueno! Es excelente, nunca he probado nada parecido. Y, si me disculpáis, me voy a la piscina —dice Maite saliendo hacia la piscina. —No te quejarás de tu hija, eh poli; es guapa, inteligente y sabe conversar; no te puedes quejar, de verdad que no — digo halagador. —Cierto. No me quejo de mi morenita. Porque imagino que te habrás dado cuenta de que es mulata, ¿no? Mi mujer es de Costa Rica, y lógicamente Mayte ha heredado el color de su madre —dice el inspector. —Pues sí que me di cuenta, naturalmente, desde el momento que entró, Soy miope pero no ciego, además los colores los distingo bien; creo que ese color tostado le da un encanto muy especial. Maite sale al jardín; lleva un bikini amarillo que resalta sobre su piel, muy morena, de mulata. Tiene un cuerpo esplendido, y aunque sus pechos no son muy grandes, son turgentes y se mantienen erectos, desafiantes con la gravedad. Y el culete de negra, respingón, la hace muy sensual, muy deseable. Se lanza de cabeza y tras unas largos de piscina sale chorreando agua a lo Halle Berry, cual chica Bond, James Bond, que diría el protagonista. Va hacia la toalla regando el césped con las gotas de agua que caen resbalado por su piel y se tumba al sol. —¿Es muy guapa, verdad? —pregunta el inspector —Sí señor, muy guapa. Puede estar orgulloso, guapa e inteligente no es mala combinación —contesto.

29

Ya es pasado mañana, son las diez y el señor Joan Vila (yo mismo) está subiendo en el ascensor al tercero A, piso de Blanca, su amiga Blanca, directora de Caixa. Previamente había llamado para confirmar la cita y que el dinero estuviera esperándome. Llamo al timbre y aparece Blanca de blanco, sí, lleva un vestido blanco nieve semitransparente a través del que se adivina, más que se ve, la ropa interior también blanca. Tras el protocolo de saludos pasamos al comedor; la mesa está puesta con algo de picoteo, me invita a sentarme y ella hace lo propio enfrente de mí. Tengo que decir que me he vestido con traje gris de verano, hace un calor canicular, camisa blanca y mocasines, todo sin etiquetas ni marcas, por si acaso la noche se complica. He dejado el Mercedes aparcado dos manzanas más abajo, porque si pasa lo que puede pasar, el dinero tendré que sacarlo con alguna escusa y dejarlo en el coche. Previamente he comprado un ramo de rosas que, con intención, he olvidado en el coche, y usaré como excusa para traer el dinero. Creo que no he descuidado nada, me figuro que lo tengo todo previsto y planeado para que las cosas no se compliquen. —¿Una cerveza?, ¿vermut, vino? —Me ofrece Blanca. A la que noto más eufórica de lo normal; esta se ha metido algo. Es aficionada a la coca y estoy seguro que se ha pegado una raya. —Cerveza por favor, bien fría, si es posible. —Están muy frías. Moritz, ¿te va bien? —dice coqueteando descaradamente. —Moritz, perfecto. Por cierto, ¿has traído eso? —Sí, está en esa bolsa. 950 es lo que he podido sacar —dice señalando una bolsa que hay en el sofá. —Muy bien. Si me disculpas, lo voy a llevar al coche y cojo algo que he olvidado; ahora vuelvo —digo cogiendo la bolsa y saliendo con los 950.000€ que Blanca ha sacado de mis cuentas, quiero decir, de las cuentas del señor Vila.

—¿Volverás, verdad? —me dice apoyada en el marco de la puerta. —Volveré, como dijo MacArthur —digo la tontería de rigor y voy saliendo. Mientras, voy pensando que no sé si es la coca o el efecto de la palabra del clon. Aunque la primera vez que nos vimos no noté casi nada, no sé a qué se debe, pero hoy está en un plan que me recuerda a Gloria, cachonda, muy cachonda. La calle está solitaria y no me cruzo con nadie, mejor, pienso. Dejo la bolsa en el maletero, cojo el ramo de rosas y vuelvo. Llamo, y me abre una señora que me ve la cara de desconcertado. —No se equivoca de piso; soy la cocinera. Blanca está dentro —me dice la señora que ha visto mi cara de perplejidad. —Veo que ya conoces a María —dice Blanca, acercándose — Ha venido a ayudarme con la cena y en cuanto termine se marcha —aclara Blanca en el recibidor donde estamos los tres. Allí mismo le entrego el ramo de rosas. —Muchas gracias; no tenías porqué… María, ponlas en agua —dice Blanca, agradecida. —Encantado de conocerla, María. —saludo a la señora que nos prepara la cena. La cosa se complica pues tenemos una testigo. Aunque, en realidad, a mí me da igual, pero a mi amigo Melero le puede dar algo; vamos que tendrá que ir al siquiatra de guardia. Solo le faltaba esto para que se le vaya la olla por completo. Continuamos con el picoteo y volvemos a los asientos tal y como estábamos ante de ir al coche. —Te he puesto otra cerveza; la anterior a se había calentado. —Gracias, Blanca. Empiezan a sonar una balada, “Sentado en el Muelle de la Bahía” de Otis Redding. Damos buena cuenta del picoteos: ibéricos, anchoas, algo de queso… estamos apurando la segunda Moritz cuando llega María —La cena ya está hecha; la he dejado en el horno apagado, pero se mantendrá

caliente un buen rato. Yo me marcho. Les deseo que pasen una buena noche. —Buenas noches —se despide Blanca —Encantado de conocerla, y buenas noches —me despido yo. —Tengo los papeles de los 950.000 € que he sacado para que los firmes y, aunque no hay prisa, no nos olvidemos. No quiero tener problemas por si viene alguna inspección. —Muy bien, en cuanto terminemos la cena te los firmo, no te preocupes por eso. No quiero que te llamen la atención por mi culpa —le digo resistiéndome a firmar. No tengo ni idea de cómo firma Joan, o sea, yo. —Perfecto. Ahora continuemos con la cena; ¿me ayudas? —dice levantándose. La sigo a la cocina. Saca del horno una bandeja que deja sobre el mármol de la encimera. En la bandeja, un rodaballo humeante sobre un lecho de rodajas de patatas y verduras. Cojo paleta y cuchara y voy emplatando el pescado acompañado de su guarnición horneada mientras Blanca prepara salseras sobre una bandeja. Ya en la mesa, delante de los platos, degustamos el rodaballo, que está en su punto. —¿Muy bueno, verdad? —pregunta Blanca —Perfecto. Felicita a María cuando la veas —contesto Sigue sonando la música. Ahora Elton John interpreta Your Song. —¿Café? —pregunta retirando los platos vacíos —Sí, café solo, por favor —contesto. Enseguida vuelvo, y se va a la cocina. El comedor es amplio, divido en dos zonas. En una zona, dos sofás de tela color crudo enfrentados y una mesita en el centro, un mueble librería con la televisión y libros ordenados. Reproducciones de cuadros, de Gustav Klimt, “El Beso”, “Las Edades”… y dibujos de autores que no conozco colgados en las paredes; en la otra zona la mesa de comer, una mesita auxiliar y un aparador.

—¿Te apetece un Gin Tonic? —pregunta desde la cocina. —Sí, por favor —digo levantando la voz. Aparece con una bandeja con cubitera y cubitos, una botella de Gordons, dos tónicas y dos copas. Nos servimos los gin tonic y brindamos por no sé qué. Lo que sí sé es que Blanca, sea por la coca, sea por el vino o por la voz ratona, cada vez está más caliente. Saca una papelina y prepara dos rayas blancas. —¿Te apetece? —me pregunta, señalando las rayas —¡Pues venga! —digo preparando el canutillo con un billete. Blanca ya se está masajeando la nariz y yo la sigo absorbiendo por un orificio de mi nariz la raya blanca. —¡Blancas juegan! —digo. —¿Cómo dices? —Nada, cosas mías —respondo La cosa ya está a punto, pienso. Y en ese momento se me acerca subiéndose el vestido blanco hasta la cintura, dejando al descubierto sus muslos, sus bragas, también blanquísimas. Se sienta sobre mis piernas, mirándome y echándome los brazos al cuello. Comenzamos un besuqueo, suave al principio, que se va acelerando hasta el desenfreno. Le sobo las tetas y ella va buscando mi entrepierna. Se aplica en desbrochar la bragueta, baja la cremallera y, metiendo la mano, encuentra sin dificultad lo que busca, pues no llevo calzoncillo. Yo me quito la camisa, la chaqueta me la quité casi al entrar. Ella me baja los pantalones y se baja las bragas. No está totalmente depilada, lo tiene muy arregladito. Un pequeño triangulito sobre el monte de Venus que, a modo orientativo, indica la diana. Atino con mi mano en la diana que sobo despacito, metiendo dos dedos y sacándolos mojados. Blanca se mueve, cierra los ojos y gime. Se sienta sobre la mesa abierta de piernas con el triangulito peludito de la diana totalmente expuesto. Intenta tumbarse en la mesa pero con lo que queda aún de la cena sobre la mesa se lo impide; tazas, cubitera, las tónicas vacías, etc. Entonces, ella, de un manotazo, lo tira todo al suelo quedando la mesa completamente limpia y el

suelo hecho una pena y lleno de fragmentos de porcelana y cristales rotos. Se tumba complemente en la mesa y yo aplico mi boca en la diana, el triangulito peludo o el mismísimo coño. Muevo la lengua presionando el clítoris y Blanca jadea y se retuerce sobre la mesa anhelante de ser penetrada y gritando ¡métemela ya! ¡Por dios, métemela! Yo, obediente, se la meto y follamos sobre la mesa que cruje con las embestidas furiosas de la coyunda. Creo que Blanca está a punto, y como tarde un poco más la mesa se va al carajo, no va aguantar los embates de la cópula. Blanca pide más y más energía en los ataques a su sexo chorreoso. Totalmente despatarrada, sudada y follada, se corre entre quejidos y gritos de placer. Yo la sigo, corriéndome y derramándome dentro de Blanca. Punto final. Vuelve el silencio. Se acabó. Ya sabemos lo que pasa cuando un clon tiene un orgasmo con una fémina El clon se esfuma y ella queda muerta. Muerta de gusto, pero muerta, totalmente fiambre. Y así quedó nuestra directora de la Caixa. Tendida sobre la mesa, el vestido en la cintura, el triangulito revuelto, mojado y perlado de blanco, las bragas en el suelo y el suelo hecho un caos de fragmentos y cristales rotos. El señor Joan Vila, o sea, yo mismo, desaparecido, esfumado. Título: “La noche blanca de los cristales rotos”. ¡Joder, que tontería se me ocurre! Será el efecto de la coca. La policía va a tener donde entretenerse, y a mi amigo Melero le puede dar un sincope.

30

He salido de casa pronto, he tomado un taxi y he recogido el Mercedes. A primera hora apenas había gente por la calle, no había movimiento en el portal del edificio de Blanca, por lo que he supuesto que aún no habían descubierto el cadáver. Conduzco hacia la clínica. Hoy tengo una operación de riesgo bastante complicada. Me toca operar a mí. Es una señora de unos cuarenta y pocos años, tiene un cáncer difícil y complejo de operar. Está en la UCI; pasaré primero a verla y luego, en quirófano, a ver qué podremos hacer por ella. Llego a planta y me encuentro con Cristina. —Hola, Cristina, ¿vas a estar conmigo en quirófano? —le pregunto. —Sí, hoy seré su ayudante —me contesta con la sonrisa que le caracteriza. —Bien. Tengo que comentarte algo, acompáñame al despacho, por favor —Como usted diga, doctor —contesta y me sigue. —Cristina, la clínica ha decidido indemnizarte por los días que has estado en el paro, por una decisión errónea. Por lo tanto recibirás un dinero en tu cuenta como compensación. También se han creado, por parte de la clínica, unas becas de estudios para hijos de empleados. La cuantía irá en relación al curso que estén realizando y la edad. Necesito que abras una cuenta a tu hijo y me digas en qué curso está para hacerle un ingreso. —Muchas gracias, doctor. Y le recuerdo que tenemos una cena pendiente. —No me tienes que dar las gracias; es de justicia. Y cuando quieras quedamos para cenar —digo y pienso qué mejor destino puede tener el dinero de Joan. Me sorprende la belleza de la señora que vamos a intervenir. La contemplo en la UCI; tiene un par de vías con suero y medicación. Ni el estado de la enfermedad le resta belleza, es de una belleza serena y me mira con esperanza. Sabe que está

muy grave y que yo soy su tabla de salvación. La tranquilizo asegurándole que todo va a ir bien. Se llama Julia, está separada y tiene una hija que la acompaña; tendrá 18 o 19 años y también es guapa, aunque no tanto como la madre. La tranquilizo, sabe que su madre está muy mal y se aferran a un clavo ardiendo; es difícil aceptar situaciones donde la vida y la muerte penden de un hilo. Hilo que la parca puede cortar el cualquier momento. Tengo que guardar células de la señora, las puedo necesitar en un futuro. Vuelvo al despacho mientras preparan el quirófano. Aprovecho antes de la operación para pasar algunas visitas. Es la una menos cuarto cuando empezamos la operación y tenemos por delante algunas horas hasta que finalicemos, espero que con éxito. A las cinco cincuenta de la tarde hemos finalizado. A pesar de haber tenido dos paradas y muchas complicaciones terminamos cansados pero optimistas. Tenemos la esperanza de que la señora vivirá, si no hay ninguna complicación, y estamos casi seguros de que no la habrá. Como algo en la cafetería y me voy para casa. Aunque no me apetece conducir, cojo el Mercedes con la bolsa que me trajo Blanca. Por cierto, ¿la habrán descubierto ya? Creo que el inspector no tardará en llamarme con la noticia de Blanca. Como le hayan encargado que lleve el caso a ver qué planteamientos y elucubraciones se le ocurren ahora. Espero que no le haya tocado llevar el caso, por su salud mental. Llego a casa, Adelina está tomando el sol y hay una amiga con ella, tal y como dijo su abuela. Entro y Adela esta trajinando en la cocina. Voy al laboratorio; tengo que guardar las células que he recogido de Julia, la señora a la que he operado hoy. Es una mujer muy hermosa, y si en algún momento la necesito, echaré mano de su clon. Adelina ya está completamente clonada. Es impresionante el cuerpo que tiene esta criatura; no puede ser que aún no haya cumplido catorce años, tienen que estar equivocados. La contemplo desnuda y su cuerpo de Venus me pone caliente. Entro en ella y me miro, soy tan poca cosa al lado de ella. Pruebo la voz a ver qué efecto hace y me digo: doctor quiero follar contigo. La voz no ejerce un efecto como el efecto que causó la voz de Frank sobre Montse o sobre Gloria. La voz no, pero la frase dicha con la voz de Dely me pone como una moto. ¿Y

por qué no? Puedo hacer con ella lo que me dé la gana y me está dando jugar un poco con ella; al fin y al cabo no cometo nada delictivo. Si Adelina está tomando el sol tranquilamente con su amiga en la piscina quién va a pensar que estamos retozando, nadie puede pensar en esta situación, es como una imaginaria alienación, algo que sucede en otro plano, en otra dimensión; parece una película de ciencia ficción ¿Cuántas películas se ha hecho sobre el tema? Yo creo que un buen numero, pero esto no es ficción, no, es la realidad, la realidad que sigue su camino tan tranquila, ajena a mis teje manejes. Adelita hablando con su amiga o bañándose en la piscina, paralelamente y a pocos metros la misma niña y yo jugamos desnudos, abrazado yo recorro su piel y su cuerpo tan apetecible. Adelita se deja hacer todo lo que yo quiero y me gusta; estoy disfrutando de su cuerpo. Nos besamos, su boca la gozo con verdadero regusto, me enloquece. ¡Ciencia ficción! Soy yo quien dirige el juego, pero los gemidos y las palabras son de Deli. Tengo que reconocer que la situación es cuando menos chocante. Una cosa es lo que es legal, y otra cosa es lo que es bueno; he follado con Deli, no es legal, pero es bueno. A ese efecto ratona, lo llamo así a modo de homenaje a la primera vez que sucedió con la ratona, al tener sexo, llamemos reproductivo, la hembra muere y el clon se desintegra y se esfuma. Esto ha pasado con ratona hembra y ratón clon, con Montse hembra y Frank clon y con Blanca hembra y Joan clon y ha pasado en todos los casos, sin embargo con Adelita clon y yo mismo no ha pasado nada. No sé por qué pero estaba seguro que con el clon de Deli no iba a pasar. Quizás porque yo soy el que crea los clones y formo parte del clon. Entonces es lógico que no pase nada, o será porque al revés no funciona, cuando el clon es hembra. Tendré que seguir investigando en este sentido; aún queda mucho que indagar sobre la clonación y los efectos secundarios que se producen. Dejo a la niña tumbada en la cama, en pelotas; no tengo ropa femenina que ponerle. Compraré algo de ropa para vestirla. Salgo a la salita a tomar un whisky y a sentarme relajado, a escuchar mi música favorita. Suena la voz de Pavarotti cantando un aria sublime: Nessun dorma. Que nadie duerma,

Incluso tú oh princesa, en tu fría estancia miras las estrellas…

Nessun dorma

Il principe ignoto Nessun dorma! Nessun dorma! Tu pure, o Principessa, Nella tua fredda stanza

Guardi le stelle Che tremano d’amore e di speranza. Ma il mio mistero è chiuso in me, Il nome mio nessun saprà!, no, no Sulla tua bocca lo dirò!... Quando la luce splenderà, Ed il mio bacio scioglierà il silenzio Che ti fa mia!... Voci di donne (le stelle) Il nome suo nessun saprà... E noi dovremo, ahimè, morir, morir!... Il principe ignoto Dilegua, o notte!... Tramontate, stelle! Tramontate, stelle!... All’alba vincerò! vincerò! vincerò!

Las niñas juegan en la piscina con una pelota, desde aquí puedo verlas. Al ver a Deli me asalta una sensación de morbo que me satisface. ¿Soy malo? No es normal, ni decentemente aceptable, el pensar que hace un momento me estaba follando a esa niña, que no era la misma, pero sus carnes son tan deseables como si lo fuera. Y eso me produce una sensación de complacencia, sin culpabilidad ninguna. Veo a la amiga y es más pequeña que Adelita. Creo que Adela me dijo que eran de la misma edad, pero parece mucho más jovencita, claro, tiene cuerpo de niña de trece años. Delgadita, con indicios de pechos, unos bultitos proyecto de lo que serán pechos, pelirroja, pecosa y de nariz respingona, ojos azules muy vivos y una boquita de labios muy carnosos; culito pequeño. No estaría mal que Deli, el clon, tuviese una amiguita, pienso malévolamente e imagino a los tres jugando.

Veo a Adela que se acerca a las niñas, habla con ellas, estas se levantan y recogen sus cosas. Adela se me acerca. —Doctor, nos marchamos. Le he dejado algo de comida en la nevera. Habrá visto que hoy se ha traído a su amiga Loli, usted me dijo que podía traerla, ¿verdad? —Sí Adela; no hay ningún problema si se portan bien. Si van a venir mañana, dígales que dejen las toallas en el tendedero, así no las tienen que acarrear cada día. —¿Pueden dejar también los bikinis tendidos con las toallas? —pregunta Adela. —Claro, claro, y lo que quieran. Pueden dejarlo en la caseta —le digo a Adela como despedida cuando se dirigen hacia la puerta. Luego iré a ver si puedo recoger algunas células de la toalla o del bikini de Loli, la amiguita de Deli.

31

La evolución post operatoria de Julia va muy bien. Indico que siga con el mismo tratamiento tres días más y luego ya veremos si se lo mantenemos, o cambiamos. Hablo con Cristina, que me acompaña pasando visita en la UCI a la señora que operamos. —Cristina, tienes que prepararme un listado con los hijos de los empleados que estén estudiando. En qué curso están, desde preescolar hasta bachiller y también los que estén en la universidad. Como te dije vamos a crear becas de estudio para los hijos de los trabajadores; esa lista te lo pueden facilitar en istración. No te olvides de la cuenta de tu hijo. —Muy bien, doctor. He visto en mi cuenta el ingreso de indemnización por los días que estuve en el paro; me parece que, o bien hay un error o es excesivo; no lo puedo aceptar. —Mira, Cristina. Reparar una injusticia, por muy alta que sea la compensación, es lo justo. Y así lo creo yo. Acepta ese dinero y úsalo como mejor sepas. Y si te apetece darte un caprichito, no te cortes y dátelo, te lo mereces —digo —Muchas gracias, doctor. ¿Cuándo le viene bien que quedemos para cenar en mi casa? —pregunta Cristina. —Te avisare con tiempo, no te preocupes —contesto camino de mi despacho. Llegando, una enfermera me anuncia que tengo una llamada. —Dígame —. Oigo la voz del inspector Melero. Ya estaba tardando en llamar. —Doctor, ¿se ha enterado? —pregunta —Enterarme, ¿de qué? ¿Ha encontrado a Frank? —digo despistando un poco el asunto. Yo sé bien a qué se refiere, pero me voy a hacer un poco el loco. —Se ha dado un caso que me podría recordar el asunto de la enfermera. Tiene cierto tufillo y hay un cierto parecido entre ambos casos. Me gustaría que nos

viéramos para comentar este asunto —me dice mi amigo el poli —Bien; cuando quiera. Dígame dónde y no se hable más. —Cuando termine en la clínica, ¿le iría bien pasar por comisaría? —¿En concepto de detenido? ¿Tengo que llevar mi abogado? —digo en plan de broma. —No hombre, no es necesario, no está detenido. De momento —contesta el inspector siguiendo la broma. Llego a comisaría y pregunto por el inspector Melero. El poli de la puerta me indica la primera planta. Subo y lo veo en una mesa, donde un ordenador sobresale de montañas de papeles y carpetas. —Hola, inspector —saludo al poli que está de espaldas. Se gira y me mira con cierto asombro. —Hola, doctor. No le esperaba tan pronto; pero siéntese —me dice acercando una silla de la mesa de al lado. —Muchas gracias —digo sentándome frente al policía. —Verá, doctor. Si es que no sé ni por dónde empezar. ¿Usted conocía a Blanca Roca? Sí, claro que la conocía, ya no sé ni lo que pregunto, este caso me tiene un poco desquiciado —dice el poli un tanto alterado. —Cálmese, hombre. ¿Por qué me dice si conocía a Blanca? Claro que la conocía; la conocía y conozco. ¿Por qué me habla en pasado, ha sucedido algo que yo no sepa? —Sí, doctor, ha sucedido algo lamentable. Blanca Roca ha muerto. La encontró la cocinera, una señora que le hacía las faenas de casa, le cocinaba, le hacia la compra y algunos recados para ella. Cuando llegamos el cuadro era un poema. Blanca, muerta encima de la mesa del comedor, medio desnuda, el vestido por la cintura, y la ropa interior en el suelo. También en el suelo, ropa de hombre. Y el suelo lleno de cristales rotos de las copas, de botellas, vasos, platos, etc. Todo estaba hecho un desastre. ¿Qué le parece? —No sé qué me parece. En primer lugar, siento la muerte de Blanca. La conocía mucho; no es que fuera amiga, pero sí que la conocía bien; tengo cuentas en esa sucursal de la Caixa. ¿Qué es lo que tiene de particular la muerte de esa señora para que estés tan angustiado? —

digo tratando de que el inspector se relaje, aunque motivos tiene para estar estresado. —Por suerte, el caso no me lo han asignado a mí. Le han colocado el muerto a otro, con perdón; yo colaboro con el inspector Domínguez; él es quien lleva el caso. Salvando las distancias, este caso me recuerda mucho al caso se Montse. Encuentro cierto paralelismo y algunos puntos equivalentes entre los dos casos. La ropa de hombre tirada en el suelo cerca de las fallecidas no puede ser una casualidad. ¿No será usted también el autor de este suceso? —dice el poli. —Me parece que el caso de Montse le ha marcado tanto que ahora ve casos similares por todos lados. Afortunadamente no le han asignado este otro caso, de lo contrario su salud mental se vería resentida —Digo con intención, sin contestarle a la pregunta acerca de mi autoría —No es que yo quiera ver fantasmas, ni ver cosas donde no las hay, pero… En primer lugar eran dos mujeres; las dos estaban en posición sino idéntica sí muy parecida, las dos desnudas después de haber follado a calzón quitado. En ninguno de los cuerpos se aprecian signos de violencia. Más bien yo diría que todo lo contrario, es decir, habían muerto en pleno orgasmo, felices. Las facciones de la cara, relajadas, con una sonrisa de satisfacción radiante, sin ningún rictus de tensión o de sufrimiento. Sobre todo Blanca, que menuda orgia montó. Se dio un homenaje de desenfreno total. Había que ver cómo estaba el suelo del comedor. Lo que más me llama la atención, es que en los dos casos había ropas masculinas tiradas en el suelo, como si se hubiesen desnudado con prisas, con prisas para follar, claro. En esa situación nadie se entretiene para colgar las ropas en el armario. Y los dos sujetos, ¿se marcharon desnudos? ¿Por qué se dejaron la ropa? Hay demasiadas preguntas sin respuesta —va diciendo el inspector como si pensara en alto. Y continúa —En el caso de la Blanca se sabe que cenó con un señor; la cocinera lo vio la noche que preparó la cena para ambos. Que la cocinera era la primera vez que lo veía y que por supuesto podría identificarlo si lo volviera a ver. Además, ha reconocido que las ropas que han aparecido abandonadas son las mismas que llevaba puestas el referido señor que cenó con Blanca. Espero que no haya desaparecido como Frank. Por si fuera poco, y según el subdirector de la Caixa, Blanca sacó 950.000 € a nombre de Joan Vila, al que usted conoce, porque trabajó hasta hace poco de director en la clínica donde usted trabaja. Aún no han podido hablar con él porque según la sirvienta

está en su casa del Pirineo, y tardará unos días en volver. Hasta entones no podremos saber por qué motivo el señor Joan Vila necesita tal cantidad de dinero en efectivo, cantidad que no es normal, nada normal sacar tanto dinero en efectivo —termina la exposición de los hechos el inspector. —Usted es el sabueso y sabe mejor que yo como llevar el caso, aunque me ha dicho que no se lo han asignado a usted, ¿verdad? —No me lo han asignado a mí, pero como tengo que echar una mano a Domínguez, es como si lo llevara yo. —Quería decir que yo empezaría por localizar a Joan Vila, es muy raro que el mismo día que Blanca saca una cantidad de dinero tan importante, y además en efectivo, sucede la muerte de ella. ¿Y el dinero ha aparecido? —pregunto. —Que yo sepa no hay rastro del dinero. Hay un justificante, un recibo, a nombre de Joan Vila, pero está sin firmar. El dinero, casi un millón de euros, que se dice pronto, pero es mucho, muchísimo dinero, el documento del “Recibí” sin firmar, la directora de la Caixa muerta sin signos de violencia… en el cadáver el mismo polvillo o ceniza como en el cadáver de Montse; todo muy raro y esa coincidencia es para volverse loco. Por lo que me temo que si el caso de Montse era, era y es difícil, porque el que esté archivado no quiere decir que esté resuelto, este no pinta mejor —dice el poli meditabundo. Se acerca un policía, de unos 35 años, alto, calculo que cerca de 1.80, cabello moreno y sin entradas, ojos oscuros, y un bigote muy poblado que casi le tapa el labio superior. Tiene un cierto atractivo, no es guapo pero tiene algo. Pantalones chinos y camisa rosa de marca. —Hola, Melero. Perdona que te interrumpa pero tengo algo importante. —No te preocupes, Domínguez. Es un amigo, el doctor Cástulo del Valle —dice el inspector haciendo las presentaciones. —Si no fuera importante no te habría interrumpido, pero tengo al señor Joan Vila en la sala de reuniones. Dice que ha llegado está mañana del Pirineo, donde estaba pasando unos días de vacaciones. Pero anoche estuvo mirando sus cuentas bancarias y le faltan 950.000 €. Salió como una bala en coche hacia Barcelona, ha estado conduciendo toda la noche, y esta mañana a primera hora ha ido a pedir explicaciones a la Caixa. Le han dicho que la directora ha muerto y quiere

saber si nosotros sabemos algo del dinero, si tiene que poner una denuncia contra la Caixa o que es lo que tiene que hacer para recuperar su dinero. Está desesperado —dice Domínguez. —No me extraña, no pierde uno casi un millón de euros todos los días. Te acompaño a ver al señor Joan a ver que nos cuenta. Lo siento doctor pero el deber me llama —me dice mi amigo como despedida —No se preocupe inspector, ya nos veremos —.Me levanto y me dirijo a la salida mientras veo alejarse por el pasillo a los policías hacia donde imagino se halla el Sr. Joan Vila, y una sonrisa maligna se me dibuja en el rostro. Tenéis trabajo, mucho trabajo, pienso.

32

—¡Hombre, Mayte! ¿Cómo tú por aquí? —Me cruzo con Maite en las escaleras de la comisaría. —Hola, doctor. Había quedado para comer con mi padre —dice Maite. —Me parece que lo tienes complicado. Tu padre y el inspector al que le ha asignado el caso de la directora de la Caixa, están muy liados No creo que tu padre pueda ir contigo a comer. —No sé de qué caso me habla —dice Maite —Parece ser que han encontrado a la directora de la Caixa muerta en su casa. No hay indicios de violencia; y según tu padre tiene algún paralelismo con el caso de la enfermera muerta en la noche de la verbena de San Juan. Acuérdate, fue del caso que estuvimos hablando el día de la comida en mi casa. —Claro que me acuerdo. Que había un tal Frank y que había desparecido, como si se lo hubiera tragado la tierra. Por cierto, le ha comentado mi padre si ha aparecido el enigmático Frank —dice Maite. —Aunque no me ha comentado nada, no creo que haya aparecido. Vamos, que me lo hubiera contado en cuanto hubiese dado señales de vida. —Tendré que ir a ver lo ocupado que está. Por si puede o no, quedar a comer. — dice Maite resinada. —Te acompaño. Y si esta tan ocupado y no te puede acompañar te invito a comer; al fin y al cabo yo iba a comer solo —digo. —Muy bien. Desandamos los escalones y subimos al primer piso. Mayte pregunta a un policía por su padre, y aunque no puedo oír lo que hablan, por los gestos que le hace el policía entiendo que le está indicado donde está el inspector. Me hace una señal para que la espere y sigue andando. Imagino que se dirige a la sala de juntas,

donde deben estar interrogando a Joan Vila. Que en cuanto descubran que estuvo cenando con Blanca la noche de autos, y cuando la cocinera reconozca a Joan Vila como la persona que cenó con Blanca, en lugar de aclarar algo, lo va a complicar todo mucho más. Sabemos que Joan no pudo estar en la cena porque estaba a más de cuatrocientos kilómetros de distancia, de eso doy fe porque quien estuvo en la cena y todo lo demás fui yo, ¡qué coño! Y para mayor inri está la desaparición de dinero, casi un millón de euros, que es un dineral y que no va a aparecer, de eso estoy seguro. Ese dinero se ha destinado a becas de estudio para los hijos de los empleados del hospital. Creo que ha sido bien empleado. —Me dice que tiene lío para rato. Que si me quiero esperar intentará acelerar un poco el trabajo, pero que lo tiene complicado. Le he dicho que no se preocupe, que usted me ha invitado a comer —dice Maite. —Perfecto, pues vamos a comer —le digo. Bajamos las escaleras de la comisaría y salimos a la calle que tiene un tráfico denso y ruidoso. —¿Dónde me va a llevar, doctor? —pregunta un tanto coqueta, con esa sutil coquetería tan femenina. —Podemos bajar andando por Layetana hacia la Barceloneta, que no queda lejos. Al principio de la calle hay un restaurante vasco que se come bastante bien. Y aunque no hemos reservado mesa creo que no habrá problema; me conocen mucho, seguro que si está lleno nos harán un hueco. ¿Te gusta la cocina vasca? —pregunto. —Mucho, me gusta mucho. Si está bien elaborada es un tipo de cocina muy atractiva, con buen producto. Aunque, a veces, acaba siendo un tanto excesiva —me dice Maite. —Por cierto, si necesitas trabajar, algo te puedo ofrecer. Otra cosa es que te encaje o te guste; es difícil encontrar en una clínica un puesto para una abogada o una criminóloga. Algo te he encontrado. Tú decides si quieres el puesto o no. Entre una insustancial charla posterior llegamos a la puerta de Aitor. —Aquí es —digo empujando la puerta para que pase Mayte y entramos.

—¡Cástulo, cuánto bueno por mi casa! Doctor y compañía, bienvenidos a esta su casa —.Me saluda el maître halagador. —¿Tendrías una mesa para dos? Venimos muertos de hambre. —En mi casa usted siempre tiene mesa. Síganme por favor —dice el maître abriendo la puerta del comedor, que está casi al completo. Es un comedor amplio, con dos columnas en medio. Le seguimos y nos indica una mesa en un rincón junto a un ventanal. —¿Les va bien esta? Si no les buscamos otra —dice solícito y servicial. El maître es un hombre de unos cincuenta y tantos, más de metro noventa, corpulento y vasco. Viste traje negro con chaleco gris y corbata amarillo mostaza. Comentamos que la mesa es perfecta y, tras sentarnos, pedimos dos vermuts. —Como te estaba diciendo, hay un puesto en el hospital que te puedo ofrecer, es en seguridad. Se trata de evitar cualquier altercado o agresión a médicos, enfermeras y demás personal. Al ser una clínica privada apenas hay problemas. No tienes que llevar porra, esposas y, por supuesto, nada de pistola. Es un trabajo tranquilo. Y si se produce un problema donde sea necesario actuar con contundencia tienes a los compañeros, que si van con elementos disuasorios. Es un puesto para, en algún momento, llamar la atención a alguien de forma educada —Le digo a la mulatita, que me mira atenta. Y a la que yo veo preciosa: sus ojos expresivos y su boquita de labios carnosos. Está muy guapa. —Dos vermuts, ¿verdad? —nos dice el camarero depositando los vasos en la mesa y unas aceitunas y un platito de patatas chips. —No es el trabajo de mi vida. Pero como necesito dinero me lo voy a pensar — me dice Maite tomando el vaso de vermut. —Me parece perfecto. Ya me dirás algo cuándo quieras. Chocamos los vasos y brindo a su salud. —¿Puedo tomar nota? Pregunta el maître que se ha acercado parándose delante de nosotros, libreta en mano.

—No hemos mirado la carta. Pero como sé lo que vamos a comer voy a pedir por los dos: pastel de changurro para compartir, y de segundo cogote de merluza a la vasca. —Me parece una elección perfecta. Lo maridamos con un verdejo ¿verdad? —Perfecto. Espero que no te hayas sentido mal porque pida por ti, pero el changurro y el cogote, como aquí, en ningún sitio. Y los he comido en otros sitios, pero aquí lo hacen inmejorable. —No me molesta que hayas pedido por mí, me dejo guiar sin ningún problema, siempre que el guía sepa lo que hace —dice Maite con una amplia sonrisa que le da un encanto especial. —No me gustaría parecer indiscreto; tu padre nunca me ha hablado de tus novios, y esa es mi pregunta ¿tienes novio o algún amigo especial? Una chica tan guapa como tú le lloverán los novios. O ¿me equivoco? —Pues se equivoca, aunque le parezca raro. En este país aún hay mucho racista y mi color, en ocasiones, es una cortapisa para relacionarme con chicos. Nadie lo confiesa, pero me ha pasado que saliendo con algún chico que me gustaba, y que podíamos llegar a ser novios, al presentarme a algún amigo suyo he oído preguntas del tipo: ¿esta es tu novia? Pero por el tono se entendía ¿esta negra es tu novia? Con tono despectivo. Nadie reconoce que es racista, o no es racista, hasta que le afecta de alguna manera. Si yo le contara. El camarero nos deja el changurro en la mesa con unas tostadas para untarlo, abre la botella de vino y nos sirve un poco en cada copa. —Es increíble lo que me cuentas. No puede ser que a estas alturas haya tanto cretino suelto; no te preocupes, seguro que encontraras alguna persona que sepa valorarte y que aprecie ese color tuyo tan bonito y que lejos de ser un hándicap sea un atractivo más —le digo un poco enfadado con los cretinos que pululan por este mundo. —No me preocupa en absoluto. No tengo prisa por encontrar novio. Estoy muy bien como estoy, y si algún día surge la chispa, pues genial y si no, también genial —dice Mayte despreocupada untando el pastel de pescado en una tostada. —Tu actitud es encomiable.

Llega el camarero con el cogote, quiero decir los cogotes, de merluza que tienen una pinta esplendida. —Le tengo que confesar que es la primera vez que voy a probar la merluza guisada de esta forma, pero tiene muy buena pinta —dice Maite contemplando el plato. —Bien pues no esperemos más, que se enfría. A ver qué tal está este cogote, que me da la impresión que va a estar muy bueno —digo, guardo silencio y ataco el pescado. —Está delicioso —me dice Maite que me mira con aprobación y disfrutando el pescado. —Me alegro mucho que te guste. Debajo de esta zona, no te dejes la cococha, es lo mejor —.Le señalo en mi plato con el cuchillo la zona de la cococha, que debería llamarse el secreto del cogote por lo escondida que está. —De verdad que es exquisita —dice mi acompañante disfrutando con la cococha que ha sacado fácilmente y ahora disfruta con gusto. —A tu padre le ha caído una buena. Si no tenía bastante con lo de la enfermera, ahora lo ponen de ayudante del inspector Domínguez en un caso que en principio parece complicado. Ya me ha dicho que tiene alguna similitud con el caso de Montse, que por fortuna ha quedado archivado, y la verdad, no sé si tienen algún parecido o es que tu padre ve el caso de Montse por todos lados. Espero que este se lo tome con un poco más de tranquilidad. —Es cierto que se lo tomó muy a pecho. Por lo que yo sé de ese caso, que no es mucho, me parece un caso muy raro. Una muerte que no tiene ningún indicio que haga pensar en un homicidio. Pero el escenario y la atmósfera que rodeó al cadáver tampoco hacen pensar en que sea una muerte natural, quiero decir, que no había otra persona en el momento de la muerte de Montse. No sé —dice Maite que está acabando el plato de cogote, con cara de estar disfrutando el pescado. —El caso es extremadamente complicado pero si no tiene solución, si no se encuentra al presunto culpable, que igual no lo hubo, pues caso archivado y a por otro; será que no hay casos que investigar —digo

—Me ha sorprendido muy gratamente el plato de pescado. Una parte de la merluza que generalmente se utiliza para hacer fumé y, sin embargo, es la mejor si se sabe cocinar adecuadamente. Me ha gustado mucho y le tengo que felicitar por la idea genial que ha tenido —dice Maite satisfecha. —No sabes cuánto me alegro. Da alegría, y una cierta felicidad, cuando uno comparte algo con alguien y ese alguien queda contento. La felicidad de compartir es mucho mayor que la de quedarse para sí y no repartir con los demás. Soy de los que les gusta más regalar que me regalen. La tristeza y el dolor compartido es menos dolor y menos tristeza;la felicidad compartida es más felicidad, se multiplica de forma exponencial —digo yo. Tomamos café y un whisky en animada tertulia. Salimos, Maite coge el metro, y yo un taxi para volver a casa.

33

Es asombroso como se ha recuperado Julia, está prácticamente para darle el alta. Entro a su habitación acompañada de Cristina. —¿Qué tal estamos hoy? —pregunto a Julia que está sentada en un sillón. —Muy bien, doctor. Con muchas ganas de salir de aquí —me contesta Julia, que está espléndida. Quien diría que ha estado al borde de irse al otro barrio. Tiene el camisón un poco subido y muestra unas piernas muy sexys. Le hago levantar para auscultarla, le voy poniendo el estetoscopio por la espalda, ahora por delante ¡vaya par de domingas! Le pongo el estetoscopio en una teta, y suena bien, otra vez por la espalda y la bata abierta por detrás deja ver la espalda desnuda y el culo con unas bragas blancas, un culo muy deseable. ¡Joder, qué buena está! Pienso, igual la clono y nos damos un homenaje. ¡Coño!, al fin y al cabo le he salvado la vida, ¿no? Y, ¿dónde está el problema?, ella ni se va a enterar. La hija de Julia me pregunta qué cuando daré el alta a su madre. —Si todo va bien, y no tiene porque no ir bien, en un par de días a casa. Si en estos próximos días todas las analíticas salen como hasta ahora no les retengo más aquí, que yo entiendo que estén deseando salir del hospital, pero hay que asegurarse que no va a haber ningún problema. Una vez fuera de la habitación le indico a Cristina el protocolo a mantener para los próximos días. —Mantén la misma medicación y las analíticas diarias, y en dos días le damos el alta a Julia, ¿vale Cristina? —Sí, doctor. Qué tal le va que cenemos mañana en casa, doctor —pregunta. —Mañana, creo que sí, a ver…, estoy pensando…Sí, mañana cenamos en tu casa.

—Muy bien. Quedamos a las diez, si le parece bien. Luego le doy la dirección —dice. Y se le ve contenta. Despachamos los asuntos pendientes. Al señor de la 211 le firmo el alta, repasamos algunos tratamientos y listo. —El personal, en general, está muy contento con las becas, doctor. Aunque hay alguno que cree que no se le ha tratado con igualdad, pero la mayoría están muy contentos —Me dice Cristina. —Normalmente pasan estas cosas. Das dinero a alguien, pero como se entere de que a un compañero suyo le has dado un poco más que a él, ya le parece poco. Y ¿por qué a su compañero le has dado un poco más que a él? En lugar de estar contento se enfada porque cree que se le ha tratado mal, que es una afrenta comparativa, como si fuera menos. No va a valorar las necesidades suyas y las del otro; aunque su compañero lo necesite mucho más que él sigue pensando que no se le ha hecho justicia. Y se cabrea con quien le ha regalado el dinero; lamentablemente somos así —digo a Cristina, que asienta con la cabeza. —Cuánta razón tiene, doctor. Si no hubiese dado nada a nadie todos estaríamos tan contentos —dice la enfermera. —Es paradójico. Le das dinero a alguien sin motivo alguno y debería estar contento, dar las gracias y se acabó, pues no. No se acabó, debería, pero no. Le da vueltas y se come el coco. ¿Por qué me habrá dado ese dinero? ¿Querrá humillarme dándome una limosna? ¿Se pensará que soy un muerto de hambre? ¿Se habrá acostado con mi mujer y esto será una compensación? Cuando llegue a casa le preguntaré a la Mari. Resulta que quieres que esté feliz, y lo haces casi un desgraciado —digo reflexionando sobre el tema. —Cierto, doctor. Somos desagradecidos y desconfiados por naturaleza. Esta es la dirección de casa y le espero mañana a las diez. ¿Vale? —me dice Cristina pasándome una nota con la dirección de su casa. —Vale. Seré puntual como un reloj. Llevaré vino. Suena el teléfono. —Perdona, Cristina —.Cojo el teléfono

—¿Qué tal, doctor? Me ha dicho Maite que la llevó a comer a un sitio fantástico en la Barceloneta y que comieron divinamente; usted no se priva de nada, una deliciosa comida acompañado de una preciosa mujer, ¿qué más puede pedir, doctor? —Tienes razón, inspector. La vida hay que disfrutarla todo lo que se pueda. ¿Cómo le va con el caso de la directora de la Caixa? —pregunto. —Ni me lo recuerde. Porque si complicado estaba el caso de Montse, pues este no quiero ni contarle. Pero ya le contaré, ya verá que no hay ni por dónde cogerlo. En resumen, una señora muerta y casi un millón de euros al que le han salido alas, ha volado, ha desaparecido, se lo ha tragado la tierra. Menos mal que el caso lo lleva Domínguez; tanto si hay medalla, como si hay una monumental bronca, son para él; yo estoy de invitado en el caso —me dice el poli con cierta despreocupación. —Parece que le ha mirado un tuerto. De alguna manera le toca lidiar con los casos más difíciles. ¿Tan complicado está el caso de la directora? —Complicado es poco. No sabemos por dónde tirar, no hay ni una pista, ni el más mínimo indicio; lo que parece estar claro es el móvil: el robo de casi un millón de euros —dice el inspector Melero —Pues yo pondría un anuncio en el periódico. Quiero decir, insertar una nota con el fallecimiento de Blanca, y a esperar. Igual alguien se delata, ¿no cree, inspector? —le digo con ironía y algo de mala leche, en alusión al caso de Montse —Doctor, usted dispara con bala. No haga más sangre del caso que usted y yo conocemos, que la herida aún está abierta y duele —dice el poli un poco herido en su moral. —Perdona, inspector, me he pasado un poco. O quizás un mucho. Para compensarte te invito a una copa en Dry Martini, el de la calle Arriba esquina Córcega, y de paso me pones al día con el caso que lleváis entre tu colega Domínguez y tú —le digo en tono conciliador. —Vale, quedamos en el Dry. Ya lo conozco; suelo ir de vez en cuando, a las nueve, cuando acabo el servicio —dice el poli colgando el teléfono.

Llego a casa. Cecilio está en el jardín, recogiendo hojas rastrillo en mano. —¿Todo bien, Cecilio? —Muy bien. La señora Adela acaba de salir, tenía que comprar algo —dice Cecilio sin dejar de rastrillar. Muy bien, pienso, aprovecharé para dar algo de comer a Dely, que se dé una ducha y demás necesidades fisiológicas. El clon, cuando no está activo, tiene sus necesidades muy reducidas. Dely suele comer de noche, cuando estamos solos, cumple con toda su fisiología y nos acostamos juntos, jugamos un rato, ahora arriba, ahora abajo, ahora 69 y finalizada la corrida dormimos a pierna suelta. Hoy, después de cenar, una ducha y a dormir. La veo salir de la ducha toda mojada, su cuerpo tan esplendido como cada día. Me desnudo y la abrazo, la beso y jugamos con la lengua, es un beso intenso, le muerdo la boca con auténtica ansia. Entramos los dos a la ducha y abro el agua que nos cae como una lluvia cálida, el agua hace que nuestros cuerpos resbalen uno contra el otro, sigo besándola y mordiéndole fuerte, casi le hago daño, sigo mordiéndole el cuello y la nuca, bajo hasta su pecho, un pezón, luego el otro, el uno, el otro, muerdo sus tetas, bajo al culo y le muerdo los glúteos redondos y duros , la giro y le como el coño, deseoso de sus labios con los que juega mi lengua, lo tiene mojado de agua de ducha y de sus fluidos , me levanto, le apoyo las manos en los azulejos por los que corre el agua formando pequeños meandros, le inclino el cuerpo, contemplo su culo, le separo un poco los glúteos y se la meto por atrás; suelta un gritito y yo me derramo dentro de su culo. He dejado a Dely en el laboratorio. Miro la células que tengo, unas de Loli, la amiga de Dely y otras de Julia, ¿cuál de las dos voy a clonar? De momento voy a esperar. Tampoco es cuestión de llenar el laboratorio de clones. La máquina ADC funciona con rapidez después de los últimos ajustes; en dos o tres días puedo clonar a una persona dependiendo de tamaño y peso. Loli, que estará sobre los 45 kg, en dos días la tengo haciendo compañía a su amiga Dely. Con Julia la cosa cambia, necesitará tres días. Salgo hacia la salita y me cruzo con Adela que acaba de llegar de la compra, la saludo y entro en la salita, me pongo mi whisky y tomo asiento en mi sillón favorito. Aún tengo tiempo antes de encontrarme con Melero. El taxi me deja en la puerta de Dry Martini. Atravieso las cortinas de la puerta, el

local está a media entrada, miro derecha e izquierda y no encuentro a mi amigo Melero. Me siento en un taburete de la barra, elegantemente de cuero negro y dorados de latón; tras la barra filas de botellas en habitáculos iluminados. —Dígame, señor, ¿qué le puedo servir? —pregunta el camarero dejando un posa vasos en la barra. —Un Dry —pido y miro el reloj. Se está retrasando un poco, pienso, pero no importa, el lugar es muy agradable. Mucho traje y corbata desperdigados entre la barra y el sofá, algunas señoras de falda estrecha que les imprime una cierta gracia al andar, escotes generosos y rubias de bote. Veo entrar a mi amigo el poli.

—Perdona, doctor, por el retraso. Nunca se acaba el papeleo. ¿Hace mucho que esperas? —dice el inspector sentándose en un taburete próximo al mío. —No te preocupes. ¿Te pido uno? —digo señalando mi copa. —Sí, por favor. —dice, ya más relajado. —Hace tiempo que no venía por aquí. Y lo cierto es que es muy grato el sitio, el local está muy bien —digo y pido al camarero, por señas, una copa como la mía. El camarero asiente y se dispone a preparar la copa de mi amigo siguiendo idéntico ritual como cuando preparó la mía: la ginebra, los hielos, el vermut, todo agitado en la coctelera con ortodoxa profesionalidad. —Su Dry, señor —dice el camarero depositando la copa sobre el posavasos, con su aceituna pinchada en el palillo sumergida en el líquido traslucido y untuoso del Dry. Chocamos las copas en un brindis silencioso y echamos un vistazo al ambiente del local. —No está muy animada la noche, ¿no? —pregunta el poli —Está bien. Para mi está muy bien puesto que no tengo intención de tirar la caña a ver si pica alguna fémina con apetencia de fiesta. El Dry, que es como llamamos al sitio, obviando lo de Martini, es un local donde hay cierta facilidad

para relacionarse, ligar a alguna señora a la que invitar a cenar y tras unas copas acabar en la Fransa, un meublé de la zona. Pero no hemos venido a eso. —Si te parece vamos a lo nuestro. Pero mejor nos sentamos en aquel sofá, estaremos más cómodos —dice el inspector y, dicho y hecho, nos acomodamos en el sofá. —Ya me dirás cómo te va con Domínguez y cuánto habéis avanzado el caso de la directora de la Caixa —le digo. —Avanzar, hemos avanzado poco. Estamos en un callejón sin salida; no sabemos por dónde tirar. Te voy a contar todo lo que sabemos sobre el caso. —Tenemos un cadáver, una muerta que no parece muerte natural, pero tampoco un asesinato. Estamos en idéntica situación al caso de Montse, hasta ahí la cosa parece tan complicada como la de la enfermera; eso para empezar. El cadáver, o sea, Blanca, como directora de la sucursal de la Caixa, tenía cierta facilidad para sacar 950.000 € a nombre de un buen cliente, como era Joan Vila, al que usted bien conoce puesto que había sido director hasta hace muy poco de la clínica donde usted trabaja. Bien, Blanca saca el dinero por la mañana y queda para cenar con Joan Vila esa misma noche, quiero pensar que para entregarle el dinero al Sr. Joan Vila y que este le firme el recibo correspondiente al dinero que ha recibido de la directora, o sea, su amiga Blanca. ¿Me sigue? —pregunta el inspector y añade —Esto es una hipótesis que, como verá luego, se viene abajo, se caen todos los palos del sombrajo. —Soy todo oídos —le digo. Como si yo no conociera la película de cabo a rabo, con los créditos incluidos. —Hasta ahí todo normal. Cenan, Blanca le entrega el dinero el Sr. Joan le firma el recibo, pegan un polvo y aquí paz y después gloria. Y nosotros tan felices porque no habría caso. Pero sí que hay caso. Blanca es cadáver, Joan Vila no asistió a la cena y por lo tanto no firmó el recibo y, sin embargo, la cocinera que ayudó a Blanca a preparar la cena jura que el Sr. Vila estuvo en la cena, que salió de casa con un maletín y que volvió con un ramo de rosas y que, al volver con las rosas, fue ella quien abrió la puerta al señor Joan Vila y este regaló a Blanca el ramo, y que ella, la cocinera, puso en agua. Pero ahora viene lo bueno, porque el Sr. Joan Vila estaba a más de 400 kilómetros y esa noche cenó con su esposa y con unos amigos del pueblo donde

estaba de vacaciones. ¿Cómo lo ves, doctor? Lo del hermano gemelo ya lo hemos comprobado y resulta que el Sr. Joan Vila no tiene hermanos; es hijo único.

¿Qué le parece el asunto? —me pregunta mi amigo el policía. —Pues que tenemos otro caso de fantasmas con robo incluido. Tiene más datos, resultados de la autopsia, no sé, algo que nos pueda dar un poco de luz. Así como usted me lo cuenta no tiene sentido. —Ya estoy empezando a creer en fantasmas, como usted dice, o en algo sobrenatural. Resultados de la autopsia: en el semen hallado en la vagina de Blanca, los espermatozoides estaban muertos, igual que en la autopsia de Montse. Esto no es importante. Según las condiciones en que se encuentre la vagina los espermatozoides pueden vivir entre 2 y 5 días y en algunos casos unos minutos; esto no tiene relevancia. Pero el líquido donde nadan estos bichillos, es decir el semen, es idéntico en los dos casos; y lo que ya me descoloca totalmente es que sobre la piel de las piernas, pubis, pechos, sobre el cuerpo en general, aparece una especie de polvillo, parecido a ceniza, que tiene origen desconocido. No pertenece a ningún tipo de combustión de material alguno, es de origen desconocido, y este polvillo o ceniza estaba sobre el cuerpo de Blanca y de Montse. ¿Qué le parece? —pregunta el inspector terminándose el Dry y pidiendo dos más, aunque yo no he terminado el mío. —¿Qué le puedo decir? Yo soy médico, no policía ni detective. Si me pide los síntomas de alguna enfermedad podría orientarle más o menos, pero sobre homicidios y robos no tengo ni repajolera idea. A no ser que usted piense que yo tengo algo que ver en estos casos. —Yo, ya no sé ni lo que pienso. ¿Cómo lo hace? —dice el inspector —Dos Dry, señores. —dice el camarero colocando dos copas en los posavasos de los anteriores, ya vacíos, que retira. —Pienso en lo que usted me dijo sobre su participación en el caso de Montse. Usted se declaró culpable, cosa que yo me tome un poco a chufla. No había ni la más mínima prueba acerca de su autoría, exceptuando lo de la ropa que yo

siempre pensé que alguien le había dado esa información —dice el poli. —Entones no me creyó, ni me creería ahora ¿Qué pensaría si le dijese ahora que, en el caso de Blanca, soy yo el autor de su muerte y del robo? Pensaría lo mismo que en el caso de Montse, que no me daría la más mínima credibilidad. Y el que no me crea, que piense que tengo mucha imaginación y que soy un perfecto fabulador, creo, que es lo mejor para los dos. Archive este caso, o aconseje a Domínguez que lo archive, puesto que no lo van a solucionar nunca. Ya se lo advertí con Montse y ¿cómo ha quedado?, archivado y sin resolver. Y con este van por el mismo camino. Casos sin resolver hay muchos, muchísimos, qué más da uno o dos más. Qué gana rompiéndose la cabeza ante un problema sin solución —digo al poli, que me mira atento y un poco perplejo. —Aquellas dos rubias no paran de mirarnos; creo que si quisiéramos tendríamos tema, y aún están potables —dice el inspector acabando el segundo Dry y cambiado de conversación. No sé si se quiere olvidarse del asunto o está cogiendo aire, respirando, antes de entrar otra vez en materia. —No estoy yo para rubias de bote ni para tonteos con señoras que nos miran. Entre otras cosas porque somos las dos únicas presas posibles, fíjate; todo lo demás son parejas o grupos —digo dando cuenta del segundo Dry. —Dos Dry son la medida. Por lo tanto creo me voy a retirar. Continuaremos otro día con nuestro debate, si le parece, doctor —Levantándose del sofá. Es evidente que el policía no quiere continuar; es un tema escabroso, tanto si me cree como si no. —Me parece perfecto —digo yo.

34

Me temo que mi amigo, el inspector Melero, tiene un dilema importante. Ahora sí empieza a creerme, ahora sí me cree, aunque no quiere. Porque no entiende nada, de nada. No sabe cómo he podido hacerlo, para él es incomprensible. No puedo estar en dos sitios a la vez. ¿O tal vez sí? ¿Pero cómo? Es de locos. Además, ¿qué puede hacer? En el supuesto que tenga seguridad de que yo he sido el autor de los dos casos, ¿puede hacer algo? No tiene ninguna prueba. Porque, de tenerla, yo me empezaría a preocupar. Con pruebas podría obtener una orden de registro. Y cómo explico lo de Deli y su amiga Loli, que está en fase de clonación, y que mañana estará jugando con su amiga. Por lo tanto, mientras solo tenga lo que yo le cuento, que cada vez va a ser menos, si no puede presentar ninguna prueba ningún juez va a ordenar un registro. Tampoco sé hasta qué punto iría contra mí, puesto que ya hemos consolidado una amistad. En muy poco tiempo pero muy intensa. —Ya hemos llegado, señor —me dice el taxista en la puerta de la clínica. Al entrar en la clínica, en la segunda planta, me encuentro con Cristina —Cristina, ¿me acompañas a pasar visitas? —le digo a la enfermera que se está tomando un té en la sala de enfermeras. —En seguida, doctor. —Acábate antes el té, no hay prisa. —Ya lo había acabado; cuando quiera podemos pasar las visitas. Pasamos por las habitaciones. De un recién operado, de otro que está esperando para entrar a quirófano y llegamos a la habitación de Julia, que sigue tan guapa o más, sentada en el sillón, y su hija en el sofá; la ausculto y sigue muy bien. —Les voy a firmar el alta para mañana. Sigan con la misma medicación. En un mes, a su médico de familia, para que le vaya programando los controles

periódicos para prever, cualquier contratiempo —les digo y la cara se le ilumina. —Muchas gracias, doctor. No sabe lo agradecida que le estoy. Yo sé que me ha salvado la vida, y eso no se puede pagar con nada. Mil gracias y que dios le bendiga. Y si alguna vez viene por Figueras, allí tiene su casa, y le estaría muy agradecida que pasara a visitarnos. No tengo palabras para agradecerle lo que ha hecho por mí —.Termina dándome dos besos. —Con verle la cara de felicidad, y viendo cómo están saliendo las analíticas, me doy por pagado y feliz de verla tan guapa. La enfermera les dará los papeles del alta y los informes para su médico. Que tengan buen viaje de vuelta a su casa y buena suerte —me despido y salgo. —Creo que ya está todo —digo terminando el papeleo. —Sí, doctor, hemos terminado. El equipo de cirugía están en quirófano, operando. Para usted no hay prevista operación a corto plazo. Y nada más, le espero esta noche. —A las diez estaré en tu casa —le digo. Cristina se levanta para salir y se cruza con el inspector en la puerta del despacho. —Hola, doctor —saluda el poli entrando —Hola, inspector. ¿Cómo por aquí? Pero, siéntese. —Tenemos una conversación a medias. Le parece que tomemos un café —dice el inspector. —Me parece muy bien. Mejor en la cafetería que el de máquina es malísimo — le digo levantándome para ir a la cafetería con mi amigo Melero, al que veo un poco serio, como preocupado. —Manolo, dos cafés, usted lo quiere solo o con… Dos solos, Manolo. —Doctor, he pensado mucho acerca de los dos casos y tengo que decirle que le creo. Creo que usted tuvo participación, de alguna manera, no sé si más o menos activa. Tanto en el caso de Montse como en el de Blanca. Pruebas de su autoría o

participación no tengo ninguna, pero sí creo en su implicación en los dos casos. No sé cómo lo ha hecho; es auténtica magia. Tal y como usted me comento acerca de David Copperfield en cierta ocasión, pero creo que ese tal Copperfield, al lado suyo, no le llega ni a la suela de los zapatos. ¿Alguna vez me contará cómo lo ha hecho? —dice el inspector sentándose a la mesa. —¿Cómo ha llegado a esa conclusión? Se lo confesé en el caso de Montse, y usted se lo tomó a guasa. La verdad es que era difícil de creer. Y ahora ha estado dándole vueltas y no sólo me cree en el caso de la enfermera sino que también me ve en el caso de Blanca. Y tengo que decirle que está en lo cierto. Aunque usted no tenga ni la menor idea de cómo pudieron suceder los dos casos. Quizás algún día le contaré todo, entonces lo entenderá; pero tiene que tener paciencia, en este momento no es posible —le digo. —Dos cafés solos —dice manolo poniendo los cafés sobre la mesa. —Gracias, Manolo. —No tengo ni la menor idea, como usted dice, de cómo lo ha hecho. En los dos casos hay muchas pruebas de lo que pasó y de cómo pasó. Las autopsias también aportan datos y ninguno le implica a usted. No sé cómo ha podido hacerlo, pero no cabe duda que ha sido de forma magistral. Y he de recocer mi iración; usted es un genio. Y, si por un casual, que no se va a dar, estoy seguro, como digo, si por un casual encontrara alguna prueba contra usted, no sé si la utilizaría. —dice el inspector, un poco derrotado, cogiendo la taza del café —Yo se lo podría explicar y usted diría, claro, tuvo que ser así, no podía ser de otra manera; ahora lo veo claro. Pero si yo le cuento cómo paso, entonces sí tendría pruebas de las que tirar, y con pruebas se le plantearía la disyuntiva: mi deber o mi amistad. Empezaría a tener que tomar una decisión: cumplo con mi deber y presento las pruebas contra mi amigo el doctor, y si le cae la del pulpo que lo hubiera pensado antes o, por el contrario, no le denuncio, seguimos siendo amigos y cómplice de los crímenes que haya cometido el doctor. No le voy a poner ante esa disyuntiva. No tendría otra alternativa posible. Y como yo no quiero que tenga que elegir entre una u otra no le voy a contar nada más. Así, lo único que tendrá será mi confesión, que yo voy a negar siempre, y a usted no le obliga a nada —le digo al inspector Melero, bebiendo un sorbo de café

—Así me deja en una situación cómoda. No tengo nada que hacer porque nada puedo hacer. Pero lo difícil es vivir con esa indolencia dado que uno tiene la mala costumbre y el vicio de pensar, y se cuestiona, y quiere buscar el cómo, el dónde y el porqué de los hechos. Ya tengo uno, que es el dónde, eso está claro. Pero la solución pasa por resolver el enigma del cómo y el por qué. Ahí está el problema o, mejor dicho, la solución al problema —dice el poli elucubrando posibles. Y tomando también el café —No le dé más vueltas a las aspas del molino que, como no haya agua que sacar o trigo en las muelas que moler, giran sin provecho alguno, ¿no sé si me entiende? Quizás, cuando haya prescrito el delito, dentro de 25 años, y estemos sentados en el banco del parque, al sol, contando nuestras batallitas, entonces se lo explicaré con pelos y señales. Y usted dirá: claro que tuvo que ser así; quién lo iba a imaginar. Así, ni dios hubiera cogido a mi amigo el doctor Cástulo del Valle —le digo a mi amigo Pepe Melero. —Voy a intentar convencer a Domínguez de que la muerte de Blanca fue natural, de un infarto y no le va a extrañar. Después de ver el cadáver parece ser que había follado con ganas, que le habían pegado el polvo de su vida y el de su muerte, ¿no cree doctor? —dice el inspector jugueteando con las palabras y dejando la taza del café en la mesa. —Pues sí, amigo Melero. La directora de la Caixa, la señora Blanca, tuvo una corrida en la que disfruto muchísimo, la mejor corrida de su vida, y de su muerte, como usted la ha calificado. Yo diría, como médico, que la corrida fue de infarto—digo en el mismo tono que el policía. —¿Qué le parece si quedamos para tomar unos Drys esta noche? —propone el poli —Esta noche no puedo; he quedado para cenar—me justifico. —No será con una señora o señorita; que usted tiene un peligro…dice con media sonrisa y disparando con bala. —No sea malo. Con su hija estuve comiendo y creo que quedo contenta, sana y salva —.Reímos.

35

Le digo al taxista la calle y el número del piso donde vive Cristina. Es una calle de barrio, bueno, no es barrio es pueblo, aunque está pegado a Barcelona. Es Santa Coloma de Gramanet, un pueblo de migrantes andaluces, murcianos, gallegos…migrantes de los años 50,60, 70, cuando la gente del campo acudía a la creciente industria catalana. Mano de obra barata que hizo florecer la economía de Cataluña con un crecimiento exponencial. Así, los pueblos colindantes quedaron absorbidos por una ciudad que se extendía en todas direcciones. Llegamos a la calle; el taxista para el coche, le pago y salgo. Busco el número y el piso. Es un cuarto sin ascensor; si lo llego a saber la invito yo a cualquier restaurante de Barcelona. Nada, ánimo, arriba. Como la puerta del bloque estaba abierta voy subiendo con calma, que uno no está ya para estos trotes. El vino, según voy subiendo, pesa cada vez más; me paro en cada descansillo, no quiero llegar asfixiado, no quiero dar tan mala imagen, así que despacito. Llego al último descansillo y me paro para recuperar el resuello. Llamo al timbre y aparece Cristina, sonriente y muy arreglada. La sonrisa le ilumina la cara y se ha vestido muy sexi, está muy diferente, sin el uniforme parece otra; esta buenísima. —Buenas noches —saludo. —Buenas noches, doctor —responde mientras me estampa dos besos —Esta, de vino blanco, ponla a enfriar y la de vino tinto la podemos abrir, que oxigene un poco —le digo repitiéndome en la cantinela habitual —Sígueme —me dice entrando en la cocina y dándome un abridor para que abra la botella. Mientras, mete la otra en el frigorífico para que se enfríe. —Este vino ya está frío —dice Cristina —La tenía en el frigorífico de casa, pero por el camino se ha calentado un poco. Pasamos al comedor, tiene la mesa puesta: ensalada, ibéricos, Bull, fuet… El

comedor es más bien pequeño. Un mueble librería con la televisión, un sofá y una mecedora, que imagino será de su madre, algunos cuadros de paisajes y un cuadro de una foto, una pareja de cierta edad que imagino son sus padres y un pasillo que va hacia los dormitorios y al baño. —Nos sentamos y vamos picando algo —dice Cristina, sentándose. Yo la imito. Viste un vestido rosa de generoso escote. El vestido le marca una cintura estrecha que se abre a unas caderas generosas y un culo esplendido. No sé si estará dispuesta para pegar un revolcón, a mí me gustaría mucho, pero si ella no se insinúa, respetaré su decisión y no le pondré una mano encima. A no ser que ella de el primer paso. No va a salir de Málaga y se va a meter en Malagón. Sirvo un poco de vino. —¿Sabes algo de tu marido; te pasa algo de dinero? —pregunto iniciando una conversación. —Hace casi un mes que no sé nada de él. A veces llama para hablar con su hijo. Hace muchísimo que no me pasa nada de dinero, al contrario, a veces me llama para que le preste, pero no le doy nada. Sé que es para jugar; todo lo que pilla es para el maldito juego. Tuve que cambiar la cerradura a raíz de un día que llegué y no estaba el televisor; se lo había llevado y lo había mal vendido —dice Cristina bebiendo un poco de vino. —El juego es una enfermedad muy grave, puede arruinar a grandes fortunas. El jugador es insaciable, nunca es suficiente, siempre tiene que jugar y jugar hasta que lo pierde todo —digo sirviéndome un poco de ensalada. —Y la verdad es que no es mal hombre. Tenía su trabajo de comercial y era buen vendedor; en la empresa lo apreciaban y estaba muy bien valorado hasta que empezó a jugar. Y esa fue su perdición; llegó a robar dinero de la empresa y lo despidieron. Dice la enfermera cogiendo una tapa del plato de ibéricos. —Y tu hijo qué tal lo lleva. ¿Le afecta en los estudios? —digo —Ahora bastante bien. Lo pasó mal al principio, cuando salíamos a pelea diaria, ahora está muy centrado en sus estudios, sale con amigos y amigas de vez en cuando, pero se porta muy bien; esta noche se ha quedado a dormir en casa de un amigo.

Pongo algo más de vino y seguimos con el picoteo. La miro y la veo tan distinta a la imagen de cuando está en la clínica… Siempre el pelo recogido en una cola; esta noche se lo ha dejado suelto, se ha pintado y maquillado resaltando su belleza; en la clínica nunca va pintada. Pienso en la vida que lleva desde la separación, dedicada a su hijo y a su madre que está en una residencia; va a visitarla casi todos los días. Era feliz con su marido antes de que se enviciara. Salían a cenar y a bailar, en vacaciones algún viaje; vivían más o menos felices, pero el juego lo estropeo todo, dice con resignación. Terminado el picoteo va hacia la cocina retirando platos. —Voy a la cocina a por el bacalao que tengo en el horno; he preparado lomos de bacalao al horno con mus de all-i-oli. Espero que te guste —dice camino de la cocina. —Te acompaño y abro el vino blanco, si te parece —le digo siguiéndola. —Esto ya está en su punto —dice Cristina sacando la bandeja del horno y emplatando los lomos de bacalao. —El vino ya está listo; ¿te ayudo con algo? —pregunto —No hace falta. Tráete el vino y yo llevo los platos. Ya en el comedor, servidos los platos y el vino blanco, que se ha enfriado, cogemos las copas y brindamos. —Por usted, doctor. Por todo lo que ha hecho por mí; por lo que le estoy muy agradecida —dice levantando la copa. —Por ti, Cristina, que te lo mereces todo, y más Chocamos las copas y nos sentamos a la mesa atacando al bacalao, que tiene muy buena pinta, y que está muy sabroso con el toque suave de all-i-oli. —Muy bueno, Cristina, realmente bueno —le digo alabando el plato, que estaba muy bueno de verdad, no era un cumplido. —Gracias, doctor. Vuelvo a levantar la copa brindando por la anfitriona.

—Por nosotros —me rectifica mientras chocamos las copas. Terminamos la cena, retiramos los platos y Cristina prepara café. Pone en una bandeja dos tazas de café, una botella de Whisky, dos vasos y una cubitera llena de hielo que deposita en la mesa. —¿Le apetece whisky? Yo no bebo nunca pero le acompañare, que un día es un día. No sé si le gustara esta marca; en la bodega me han dicho que es buena — dice justificándose. —Es una buena marca. Además es etiqueta negra y eso está muy bien. Por cierto, tienes que cambiar de piso por otro que tenga ascensor. Un cuarto sin ascensor es un crimen. Y ya que te cambias puedes coger uno un poco más amplio y con más luz. Si necesitas aval no te preocupes que yo te avalo. Desde mañana mismo ponte manos a la obra. No me imagino subir con la compra; debe ser un martirio. —Lo tenía pensado. Ahora, con la indemnización y lo que me den por este, no creo que tendré que pedir mucha hipoteca. La verdad es que estoy muy harta de este piso; empezaré a mirar a ver qué encuentro —dice Cristina. —Hasta que tengas otro piso, no volveré a visitarte. Yo no estoy para esto trotes. —digo —Qué tal si nos sentamos en el sofá a tomar la copa, estaremos más cómodos — dice terminado el café y colocando la bandeja con el whisky en la mesita de centro, delante del sofá. —Me parece perfecto —dejo la taza de café y me siento en el sofá, al lado de Cristina. —Quítate la chaqueta y ponte cómodo; aun hace calor. Estamos en el veranillo del membrillo. Llevo traje de verano color crudo, muy fresco, pero lo cierto es que hace calor y me quito la chaqueta. —Dámela que te la guarde. Cristina coge la chaqueta y desaparece por el pasillo. Vuelve y se sienta junto a

mí, muy junto a mí. Pone dos cubitos de hielo y deja que yo me ponga el whisky. Me pongo un poco de whisky y le pregunto si ella va a beber. —Sí, muy poco que no estoy acostumbrada a beber. Le pongo un poco del etiqueta negra sobre el cubito de hielo que ella misma se había puesto y brindamos, ahora en silencio, chocando los vasos. Voy pensando que el whisky está muy bueno mientras ella deja el vaso en la mesita y cogiéndome la cara con las manos me da un beso en la boca. Beso que yo no esperaba y me deja un poco sorprendido. —Perdona, ¿no sé si te ha gust… —Sí, me ha gustado y mucho, pero no me lo esperaba —digo sin dejar que ella terminara la frase. —Pensaba que no te había hecho gracia que te besara. A mí me apetecía mucho; no he podido contenerme —dice Cristina medio justificándose. —Me ha gustado mucho. Lo que no me gustaría tanto es que lo hagas por agradecimiento; no tienes que agradecerme nada. —Es verdad que le estoy muy agradecida, pero esto no ha sido por agradecimiento, es que me apetecía —dice ella. —Entonces si es que te apetece, a mí también me apetece y mucho. Eres una mujer muy deseable y hoy estás especialmente guapa. Le cojo la cara y ahora la beso con ganas. Noto que ella también le pone ganas. Nos besamos intensamente dando rienda suelta a las lenguas que juegan con las bocas abiertas. Presionamos con ganas de comernos, de comernos todo, mordiendo los labios, bajando la boca al cuello y volviendo a buscar la boca. Cristina está completamente entregada y se aprieta cada vez más a mí. La tumbo en el sofá y seguimos besándonos y acariciando cuando ya empieza a sobrar ropa. Encima de ella, tenemos dificultades para ir quitando la ropa que estorba y dificulta el o con la piel. Damos una tregua para despojarnos de las trabas textiles. Ella se queda en bragas y yo a pelo, no llevo calzoncillos. Se tumba abierta de piernas en el sofá y me echo sobre ella. Juego con sus pechos grande y

redondos, lamo y muerdo sus pezones que meto en mi boca con parte de su teta, cambiando de una a otra subiendo y bajando del pecho a la boca. Me aprieta el culo sobre ella, sobre sus bragas que aún tiene puestas, se frota contra mi polla dura y tiesa que está pidiendo guerra. —Vamos a la cama, que estaremos más cómodos —dice Cristina cogiéndome de la mano y llevándome al dormitorio. Enciende una lucecita en la mesita de noche, que da una luz muy suave. Se quita las bragas y se tumba en la cama trayéndome hacia ella. Caigo encima y nos seguimos besando y jugando con las bocas. Ella me muerde y yo la imito; cuello, pecho, nalgas, todo es mordible. Abierta y yo encima pienso que hay que entrar, hay que probar la puerta que ella ofrece deseosa. Se la meto toda y ella lanza un grito de placer y me aprieta para que entre hasta el fondo y que no me escape de tan placentera prisión. Mueve el culo con acompasados vaivenes, rodamos por la cama y ahora ella está encima de mí. Sentada sobre mi polla continua con el ritmo acompasado, adelante, atrás, adelante, atrás, mi polla entrando y saliendo de su coño. De seguir así me voy a correr en un momento. Descabalga y se baja hasta mi polla que mete en su boca. Se la traga toda con ansia y la deja quieta dentro. Yo le tengo cogida la cabeza para acompañar la mamada. La saca, la vuelve a meter, lame, chupa y succiona. Ahora estamos de lado; me giro y mi boca está a la altura de su coño, le meto la lengua y está jugoso, cálido. Me aplico sobre su clítoris y los embates de Cristina me dicen que le está gustando. Ella sigue aplicada en mi verga que está a punto de estallar. Estamos en un perfecto 69 del que no vamos a escapar sin irnos en una corrida memorable. Cristina lanza un grito de placer largo y sostenido. Termina el grito y se afloja toda. Se ha venido, se ha corrido. Mi polla, que sigue en su boca, se vierte dentro llenando su boca y rebosando por las comisuras. Quedamos los dos muertos, rendidos, totalmente inertes. Así seguiremos hasta que vuelvan las fuerzas y volvamos a estar vivos de nuevo. El tiempo que ha pasado no sabría cuantificarlo; unos minutos o una hora. En según qué situaciones se pierde el sentido del tiempo; el tiempo ahora no importaba, no importaba nada. Cristina, a mi lado, esta relajada y me acaricia el pecho, suave, con indolencia. Me siento al borde de la cama volviendo a recobrar fuerzas. Salgo al pasillo, al comedor, y cojo los dos vasos con los whiskys que habíamos dejado en la mesilla cuando salimos con urgencia camino del dormitorio. Vuelvo con Cristina y le doy su vaso, que ella deja en la mesilla de noche. —Ahora no me apetece —dice dejando el vaso.

—Quizás se ha calentado un poco —digo dando un sorbo al líquido done flotan los restos de los hielos. Sin estar caliente tampoco está muy frio. Miro a Cristina que despeinada aún está más guapa. —¿Se ha calentado? ¿Quieres que vaya a traer hielo? —pregunta. —No. De momento está bien así —le digo dándole un beso. —¿Qué tal estás? —pregunta Cristina besándome a su vez. —Estoy divinamente y relajado, ¿y tú qué tal? —Hace mucho que no estaba tan bien. Estoy feliz —dice poniéndome su mano en mi polla. —Está muerta —le digo. —Pobrecita es que se ha dado un buen tute, se ha portado como una campeona —dice en tono jocoso —Ahora le toca estar de bella durmiente —le apunto. —A ver si con un beso de la princesa se despierta—dice Cristina besándola con delicadeza. La llena de besos y la bella durmiente se empieza a desperezar. —Me parece que como sigas besándola vas a conseguir que despierte. Luego para dormirla ya sabes lo que hay que hacer —digo empezando a ponerme cachondo. —Creo que va a despertar completamente y nos tocará volverla a dormir. Así no se puede quedar, pasaría toda la noche en vela, la pobrecita —dice besando y moviendo la mano arriba y abajo con la polla completamente erecta. Se despatarra y se sube encima, volviendo a cabalgar. Ahora al paso. Mis dos manos asidas a sus pechos que masajean. Bajo las manos a su culo, que sigue cabalgando sobre mí con ritmo pausado. Poco a poco va acelerando el paso que ya empieza a ser un trotecillo algo más estimulante. Cabalga, galopa y gime, cabalga y grita. Qué rico, como me gusta, me vuelves loca. Acelera y yo me estoy poniendo muy burro. La bajo y la pongo a cuatro patas. Me brinda su magnífico culo. Se lo abro bien con las dos manos, se lo sobo un poco. Su coño

lo tiene perfectamente lubricado. La clavo toda dentro de su coño y me muevo con enérgicos envites que ella acompaña a su vez siguiendo mi ritmo. Estamos conjuntados en el movimiento que nos va a llevar al éxtasis. Cristina sigue jadeando y pidiendo más fuerte, más fuerte, rómpeme toda, azótame el culo. Le doy manotazos en los glúteos que van enrojeciendo. En un momento se la saca del coño y se la mete en el culo. —Ahora empuja fuerte, más fuerte, quiero que me rompas el culo —grita. —¿Así, quieres así? —le pregunto metiéndole la polla todo lo que puedo mientras mis huevos golpean su rebosante coño. —Síííí. Asíííííí. No te pares, sigue. Sigue, sigue, sigue, sigue. Cómo me gusta, cabrón. Métemela toda, toda, hasta el fondo. Seguimos un poco más, ella gritando y yo empujando. Empiezo a notar que no voy a aguantar más y… —¡¡¡Aaaaaaahhhhhhhhh!!! Un ah, alto, ancho y profundo, que se habrá oído hasta en las Ramblas de Barcelona, de Cristina significa que ha llegado al final, al séptimo cielo. Yo explosiono por segunda vez, ahora dentro de su culo, y nos derrumbamos. Sigo encima de ella y mi polla dentro. Y así permanecemos por un tiempo indeterminado, inconcreto, en el limbo. —Tengo un sueño que me caigo —dice Cristina al recobrar el resuello. —Yo también y me tengo que ir —digo perezoso. —Quédate a dormir, si quieres. Hasta el mediodía no vendrá Paquito, mi hijo; yo tengo turno de tarde por lo tanto no tenemos que madrugar. —Vale, me quedo; me da mucha pereza marcharme ahora, y mañana no tengo que ir a la clínica —digo, aunque mis últimas palabras no las ha oído, ya está dormida. Qué bien se duerme bien follados. Me despierto, aún entre dos velas, miro el reloj, las 8.14, pienso en las obligaciones y me relajo, no tengo nada urgente y tampoco tengo que ir al hospital, bien. Cristina duerme a mi lado. He descansado bien y estoy nuevo. Me levanto y voy a la cocina, a ver si hay café. Por ahora no encuentro nada, es que cada cocina es un mundo. Aquí hay pan, de momento puedo hacer tostadas. Veo

una máquina de café de cápsulas; poco apoco voy descubriendo cosas; en el frigorífico veo mantequilla y mermelada de fresa. Manos a la obra. Las tostadas van saltando de la tostadora, la máquina del café se está calentando y en un armario están las capsulas de café. En una bandeja lo voy colocando todo, solo falta el café. Entra Cristina en bragas, me ve en pelotas y no dice nada. —¿Qué haces, preparas el desayuno? —pregunta Cristina, aún con cara de sueño. —Lo intento. ¿Está bien así? Solo falta el café. ¿Solo o con leche? —pregunto. —Con leche, con una nube. Encuentro la leche en el frigorífico, la pongo en la bandeja. ¿Vamos? Le pregunto cogiendo la bandeja para salir al comedor. Ella sale delante y se sienta. Dejo la bandeja sobre la mesa y me siento. —¿Has dormido bien? —pregunto a Cristina que está untando mantequilla a una tostada —Divinamente. Toda la noche de un tirón; no me he despertado en ningún momento. Tan profundamente que si roncas no te he oído —dice mordiendo la tostada. —Normalmente no ronco. A decir verdad, no lo sé; no tengo nadie que me lo diga y como yo no me oigo, ciertamente no lo sé —digo tomando mi café. —La próxima vez pondré un poco más de atención —me dice con una sonrisa picarona. —Creo que me voy a la ducha —le digo —.Me das una toalla, por favor. —En seguida —.Se levanta y me acompaña al cuarto de baño, de un armario saca una toalla y me la da. —Gracias. —¿Quieres que nos duchemos juntos? —me dice zalamera. —Vale —digo abriendo el agua. Es un plato de ducha amplio y con mampara;

cabemos los dos sin problemas. Tomo la temperatura del agua. —Para mí está bien de temperatura, y ¿para ti? —le pregunto mientras ella mete la mano para tomar la temperatura al agua. —Muy bien. ¿Entramos? —pregunta. Y ya estamos los dos dentro enjabonándonos. —Por la espalda, por favor —me dice girándose y ofreciéndome la espalda. Unto de gel y masajeo la espalda, y el final de la espalda, cuando esta acaba perdiendo el nombre. Nos abrazamos, nos besamos y el agua cálida cae como una fina lluvia sobre nuestros cuerpos desnudos.

36

Tengo que continuar mis investigaciones sobre las secuelas, los efectos secundarios, unos deseables otros no tanto. Y los efectos que producen las mutaciones en los clones. Para eso necesito libertad de movimientos, para que los clones se puedan mover con libertad por la casa. Ahora tengo dos: Dely y su amiga, que acaba de salir del horno -quiero decir clonada-. Además tengo intención de clonar a Julia, la señora que salió de la operación completamente restablecida, y que además está como un tren. Una clonación en la que tengo mucho interés es clonarme a mí mismo, hacer un hermano gemelo. Investigar las diferencias entre el yo clon y el yo no clon, o sea, el yo, mismamente yo. Vaya lío. Pero yo sé lo que me digo. Para eso me estorba Adela, no puede ser que anden por la casa clones arriba y abajo mientras ella hace las faenas de la casa. Además qué pensaría si ve a su nieta y su amiga por la casa y cuando se asome al jardín las vea tan tranquilas, tomando el sol. O a mí mismo, que acabo se salir hacia el hospital y entro por otra puerta. La pobre se volvería loca sin entender nada de lo que pasaba. Lo mejor será quitarla de en medio, y para deshacerme de ella he pensado en darle vacaciones, por lo menos un mes. No hace nunca vacaciones, a veces se ha cogido uno o dos días para ir a ver a sus hijas, pero nada más. Va a ser lo mejor; así podré tener libertad y disponer de la casa a mis anchas. Con Cecilio no hay problema, él nunca entra a casa, sus dominios son el jardín; no entra ni para beber agua. En la caseta de aperos dispone de cacharros, vasos, platos y hasta un microondas porque hay días que se trae la comida; se apaña en la caseta porque ahí tiene todo lo que necesita. El taxi me ha dejado a la puerta de casa. Entro y saludo a Cecilio, que anda con sus cosas recogiendo agujas de pino que el viento ha esparcido sobre el césped y el agua de la piscina. Al entrar me tropiezo con Adela que salía. —Hola, doctor, iba al súper, tengo que comprar unas cosas que necesito. —Adela quiero hablar con usted un momento, no la voy a entretener, será una cosa rápida. El asunto es que le voy a dar un mes de vacaciones; usted nunca ha hecho y las tiene de sobra merecidas. Le pagaré dos meses más el mes en curso. Y no me lo agradezca, que lo tiene más merecido que el cielo.

—Doctor, no necesito vacaciones. ¿Cómo voy a estar un mes sin hacer nada? — dice Adela, sorprendida. —Se lo dedica para usted. Puede visitar a sus hijas o lo que se le ocurra; hacer algún viaje, lo que quiera. Mañana no la quiero ver aquí —le digo autoritario. —Pero, y las comidas. Quién le va a limpiar. Cómo se va a apañar. —dice Adela, preocupada. —No se preocupe que yo me apaño divinamente. —Como usted mande, doctor —dice Adela, resignada y compungida, saliendo a hacer la compra. Entro y voy al laboratorio. Loli esta acostada junto a su amiga Deli. La cama es pequeña y apenas caben las dos. Caben porque Loli, de tamaño, es menos de la mitad de Deli; su cuerpo es tan delgadito al lado de su amiga. Las comparo y no parecen de la misma edad; la diferencia física es enorme. Las dos desnudas me recuerdan que tengo que comprarles algo de ropa. En el Corte Ingles, esta tarde, compraré todo lo necesario. Preparo la maquina ADC. El lecho donde irán las células, una de Julia y otra mía, los tubos que llevaran los alimentos, sueros, aminoácidos, proteínas, grasas… todo lo necesario para que en tres o cuatro días Julia esté con nosotros, haciendo compañía a las niñas. Doy una vuelta por la casa y me cambio de ropa. Tejanos y polo, aún hace calor. Bajo a la salita, miro la vitrina con los relojes y me cambio el Cartier Santos por un Pate Philips Aquanaut GMT. Este me gusta porque el sistema “luminar” hace que se vea perfecto en la oscuridad. Me preparo un Campari con hielo y sifón, pongo un CD y me siento en mi sillón. Morente canta la leyenda del tiempo.

El sueño va sobre el tiempo Flotando como un velero Nadie puede abrir semillas

En el corazón del sueño

El tiempo va sobre el sueño Hundido hasta los cabellos Ayer y mañana comen Oscuras flores de duelo

El sueño va sobre el tiempo Flotando como un velero Nadie puede abrir semillas En el corazón del sueño

Sobre la misma columna Abrazados sueño y tiempo Cruza el gemido del niño La lengua rota del viejo

El sueño va sobre el tiempo Flotando como un velero Nadie puede abrir semillas En el corazón del sueño

Y si el sueño finge muros En la llanura del tiempo El tiempo le hace creer Que nace en aquel momento

El sueño va sobre el tiempo Flotando como un velero Nadie puede abrir semillas En el corazón del sueño

El sueño va sobre el tiempo Flotando como un velero Nadie puede abrir semillas En el corazón del sueño

Salgo a la calle. Bajo dando un paseo; hace algo de calor, pero no es agobiante, por lo que bajar andando, a paso tranquilo, no es pesado. Me paro en los escaparates mirando ropa para las niñas. Aunque creo que lo comprare todo en el Corte. Llego a Plaza Cataluña, Puerta Ferrisa, y salgo a Ramblas; como de costumbre están muy animadas, demasiado animadas, hay gente en exceso. Me planteo donde ir a comer, si a la Garduña o al Amaya. Me decido por el Amaya, el que está al final de las ramblas, antes de llegar a la estatua de Colón. El restaurante no está muy lleno, elijo mesa y me sorprende la carta. Escrito a mano han puesto angulas. Las pido sin mirar el precio, para no arrepentirme. De

segundo, bonito encebollado. No sé si estamos en temporada de angulas, como la captura se rige por las lunas no tiene fechas fijas. Temporada o no, estaban exquisitas. No pido postre. Un café solo y un güisqui etiqueta negra para finalizar el ágape y salir al bullicio de las Ramblas. Subo hasta el Corte Ingles de Plaza Cataluña, subo a la planta joven y miro vestidos, faldas zapatos… Lo mejor va a ser que una dependienta me asesore. Le diré que tengo dos hijas, una de 18 y otra de 13 años y que les tengo que renovar el vestuario. Le indico las tallas, comparándolas con sus compañeras porque ella es bajita y gordita que, aunque muy simpática, pero no da el tipo. Una compañera suya da el tipo de Deli; para Loli no encuentro ninguna. Veo una clienta que está comprando, una señora con una niña. La niña tiene un físico muy parecido a Loli y se lo indico a la dependienta. Busca por los colgadores ropa que va apilando en el mostrador de la caja. Me muestra algún que otro trapo que tras un ¿le gusta? apila con las prendas ya escogidas. Ante mi cara, mirando la montaña de ropa, me tranquiliza con el consabido eslogan: ¿lo que no le guste lo puede devolver sin ningún problema?, me dice la gordita simpaticona. —¿Le parece bien esto que hemos apartado? —dice indicando el montón de bragas, sujetadores, zapatos, zapatillas, vestidos y otros apaños, apilados en la caja. —Muy bien. La amable dependienta empieza a teclear, a pasar el lector de códigos, y van apareciendo importes en una pantalla que al finalizar totaliza. Abono con mi tarjeta y adiós. Salgo cargado con tres enormes bolsas. Cogeré un taxi para ir a casa. Cuando llego a casa Adela y Cecilio se han marchado. Adela ha dejado una nota de despedida y de agradecimiento. Bien; vía libre para mis investigaciones. Entro al laboratorio y las niñas se levantan y me saludan. Para algunas reacciones son autónomas, no las tengo que dirigir yo. Las mutaciones les permiten reacciones primarias, como la pasión de las féminas por la ropa. Les dejo las tres bolsas de ropa y se vuelven locas sacando trapos y repartiéndose las prendas. Mientras se van probando cosas, que para eso no necesitan que yo las controle, voy sacando comida que Adela ha dejado para mí en el frigorífico. Hay comida para bastantes días; luego ya compraré comida preparada. Aquí cerca hay un sitio donde cocinan comida para

llevar, y por cierto que no está nada mal. Las llamo para comer y aparece Deli con un mini pantalón, que le va pequeño; deja ver la mitad de los glúteos. Y Loli con una falda tipo ibicenca, blanca, pero sin nada arriba. Ni una ni otra, las dos con los pechos al aire. Loli tiene dos medios limoncitos, pero Deli son dos medios melones, completamente erectos. Cómo se puede aguantar ese volumen sin caerse. Es un desafió a las leyes de la física. Se sientan a la mesa ante una fuente de macarrones que devoran con glotonería; llevan horas sin comer y su metabolismo necesita nutrirse. Salimos a la piscina. Se quitan la ropa y al agua. Yo hago lo mismo. Las niñas ya están jugando en el agua. Las abrazo, y sus cuerpos jóvenes de piel tersa, enlazados con el mío, ni tan joven ni tan tersa, me pone cachondo. Deli, que ya tiene experiencia, me coge la polla y juega con ella sin timidez. Es una reacción propia. Ahora no la controlo, es autónoma, y para ella es un juego. Salimos al césped y, los tres tumbados en la hierba, nos acariciamos. Mi mano sobre el sexo de Deli que acaricio y noto que le gusta. Sigo sin ejercer control; sus sensaciones son solo de ella. Siguen con el juego y yo las abrazo. Mis manos juguetean con sus pechos, tan diferentes, con sus sexos, que se van mojando. Creo que esto es una reacción físicamente natural. ¡Estoy con dos menores desnudas a las que me puedo follar! ¡Sí, son dos menores! ¿El delito seria doble? No lo sé. Eso en el caso de que fuera delito, que no lo es. Así que a disfrutar de las carnes jóvenes. Y parece que no les disgusta el cachondeo a las niñas. Me subo encima de Loli; su cuerpo tan pequeño casi se pierde debajo del mío. Es tan frágil que parece que se va a romper. Le abro las piernas y su chochito queda expuesto. Es pequeño, apenas un corte, una llaga viva. Deseo penetrarla, meterla por esa pequeña rajita. Se la pongo en la puerta y empujo. Le cuesta entrar; su vagina es muy estrecha y, a pesar de estar lubricada, no consigo meterla sin dificultad. Va entrando y encuentra otro obstáculo, es virgen. Un empujón final y ya está toda dentro. La estrechez del orificio ejerce una placentera presión sobre mi miembro que se descarga dentro de Loli. Ha sido entrar y correrme. Era tan estrecho que parecía estar hecho a mi medida. Loli ha aguantado estoicamente mis envites, sin la más mínima queja. Se la saco, desmonto y me tiendo en el césped húmedo entre las dos niñas. La noche esta cálida pero esta humedad no es buena; nos tenemos que ir a dormir. Niñas, nos vamos a la ducha y después a la cama. Mientras ellas se duchan me preparo una copa. Esta noche dormiremos los tres en mi cama; es una cama grande y cabemos los tres. Antes de coger el sueño reflexiono sobre el comportamiento de las clones. Aunque yo ejerzo un control absoluto van

aprendido con rapidez cosas básicas y las experiencias las van acumulando en la memoria y tienden a repetirlas. Las cosas del sexo las aprenden rápidamente. Tengo que seguir experimentando. Y, además, estas experiencias son tan agradables. Por lo tanto, a experimentar toca.

37

Han pasado ya cinco días desde que puse a clonar a Julia. Hoy, el cuerpo esplendido de Julia, ha salido de la maquina ADC. Julia, de pie, me mira con la mirada perdida. Es evidente que no me conoce, como es evidente que no es Julia. ¡Quién lo diría! Ahora está delante de mí, totalmente desnuda. Entro en ella y me digo. —Hola, doctor. La voz suena igual que la de Julia, pero no noto ningún efecto de la voz. Quizás, por ser el autor de la clonación, conmigo no se manifiesta. Quizás en las mujeres no se da; esto tengo que comprobarlo con otro individuo, que no sea yo, lógicamente. Le hago acostar en la cama del laboratorio. Tendida, sus pechos tan bien puestos y su pubis peludo pero bien recortado… La acaricio y la dejo, porque si no la vamos a liar. Las niñas están durmiendo en mi cama. Ahora cada noche dormimos los tres juntos, jugamos un rato y luego a dormir. Las niñas clones aprenden rápido; ahora no las tengo que dirigir en nuestros juegos, incluso diría que son capaces de inventar juegos por su parte, juegos cada vez más guarros. Sea como sea yo me lo paso de escándalo y me parece que ellas también disfrutan lo suyo. Les pongo la comida, las llamo a comer y aparecen vestidas con los trapos que les compré. Saludan y se sientan a comer. Suena el teléfono. —Hola, doctor, cuánto tiempo. Le llamo para decirle que Domínguez ha decidido archivar el caso y el comisario ha estado de acuerdo, por lo tanto, otro caso sin resolver. Y ya son dos —dice el inspector algo contrariado. —Muy bien. Me alegro por la parte que le toca. Se lo he dicho muchas veces, no se rompa la cabeza en casos que no tienen solución. Qué tal si quedamos para tomar un dry —le digo. —Muy bien. ¿A las 9 es buena hora? —pregunta el poli —Perfecto. Las nueve es una buena hora —le confirmo. Entro en la cocina, las niñas han terminado de comer y las mando al dormitorio. Me preparo unas chuletitas de cordero a la plancha y un poco de melón de

postre. Subo a ver a las niñas que están acostadas vestidas; entro al vestidor y me cambio. Tengo que volver al Corte a comprar ropa a Julia, a ver si tengo suerte con la vendedora y me pasa como con la compra anterior que no he tenido que devolver ninguna prenda. Hasta el Corte Ingles hago la ruta a pie, me gusta andar, pasear, ver escaparates y gentes que se cruzan, gentes que siempre van con prisas. Llego a los almacenes de plaza Cataluña y subo a la planta de señoras. Paseo entre percheros y marcas de firma. Quiero encontrar una dependienta que se ajuste, más o menos, a las medidas de Julia. Veo en la caja una dependienta que está cobrando a una señora y espero. Tiene un cuerpo muy parecido a Julia —Dígame, en qué puedo ayudarle —pregunta —Quisiera tres a cuatro conjuntos, algún vestido y zapatos, bragas, sujetadores y un bikini. Los quiero muy elegantes, por el precio no se preocupe. El físico de la señora es muy parecido al de usted en altura y formas, creo que tendrán la misma talla. —Muy bien, sígame —me dice solícita. Va sacando blusas, pantalones, vestido, faldas… Se sobrepone la ropa sobre la suya para que pueda apreciar, más o menos, como podría quedar. Vamos recorriendo marcas y de nuevo se va apilando la ropa. —Mire este vestido. Cómo le podría quedar. Y se lo planta por delante.

—Espere un momento. Me lo voy a probar yo y así lo verá mejor. Acompáñeme al probador y traiga también ese traje chaqueta, y esas faldas con las blusas — me dice autoritaria. —Vale, contesto yo. Entra a un probador con un vestido; al poco abre la cortina y sale con el vestido puesto, que le queda a la medida. —¿Qué le parece? —pregunta mostrando el vestido por delate y por detrás. —Me parece muy bonito. Me lo quedo —le digo, pensando que le hace un culo

imponente. El vestido es de marca y carísimo —Deme ahora el traje chaqueta —dice. —Tenga —.Le alargo el traje que ella cuelga en una percha. Se saca el vestido, que anteriormente me había enseñado, quedando en bragas tipo tanga, blancas y sujetador a juego. Confirmado lo que había intuido: tiene un culo grandioso y las nalgas dibujan unas curvaturas perfectas. Y ella lo sabe. —¿Cierro la cortina? —pregunto un poco azorado. La visión de la dependienta en bragas me ha descolocado, y su culo me ha empalmado. —No cierre, hombre. A su edad habrá visto muchas mujeres en bragas; no se va a escandalizar por eso, es como si estuviéramos en la playa —dice entrando en el pantalón que, con movimiento laterales de cadera, se lo va subiendo. Se le atasca un poco en los glúteos que ella, de un tironcito, salva el obstáculo. El pantalón queda encajado y en su sitio. Es como si estuviera en la playa, sí, pero esto no es la playa. En la playa veo cuerpos esplendidos en topless y con tangas de hilo dental y no me empalmo, pero la dependienta en bragas y sujetador me ha puesto muy burro. Y es que el sitio importa, vaya si importa. Termina de probarse la ropa y vamos a caja. —Se lo va a llevar todo ¿o quitamos algo? —dice con el lector de códigos en la mano. Toda la ropa de marca me puede subir un pico… —Todo; me lo llevo todo —digo aún impresionado con el cuerpo de la vendedora. —Las hay con suerte —dice la dependienta con descaro y algo de envidia. Dejo las dos bolsas con la ropa en el laboratorio. Julia duerme de costado, en posición fetal. La llamo para que baje a cenar. Pongo algo de cenar a Julia y a las niñas que seguían dormidas en la cama. Mientras cenan me cambio de ropa; una ducha y en el vestidor miro trajes, corbatas y zapatos. Me pongo un traje de lino, casi blanco y una camiseta beige algo más oscura y náuticos Georges, sin calcetines. Cuando bajo han terminado de cenar. Mando a

las niñas a mi dormitorio y acompaño a Julia, la llamo así, pero no es Julia, a un dormitorio de invitados. Le indico la cama y se hecha; está desnuda y creo que esta noche me voy a acostar con ella. A las 9 en punto estoy en el Dry. Suelo ser bastante puntual. Sería curioso que coleccionara relojes y no fuera puntual, ¿no? Ahora llevo un Breguet, una marca que se fundó en 1775; una de las más antiguas. Miro buscando al inspector Melero y no está. Como siga siendo impuntual le voy a reclamar el Rolex que le regalé. Es broma. Apenas estaba sentándome en la barra cuando lo veo entrar. Mira pero no me ve. Le hago una señal con la mano y me localiza; viene un poco aturullado. —Vengo corriendo. He dejado el coche en el quinto coño y como sé que te gusta la puntualidad he tenido que correr un poco. Lo siento. —dice tomando asiento y recobrando el resuello. —Muy bien. ¿Dos drys? —pregunto.

—Sí, por favor. Pero uno detrás de otro —dice riéndose de su ocurrencia. —Venimos chistosito esta noche, ¿no? Me gusta que esté de buen humor; hace tiempo que no le veía así. Es más, creo que no le había visto nunca de tan buen humor. —Sí, hoy estoy de buen humor y no sé por qué. ¿Que el caso de Blanca se ha archivado?, sí, pero no es por eso, no es por nada en concreto. —Sus Drys, caballeros —dice el camarero dejando las copas sobre los posavasos en la barra, —Gracias. Brindemos por su buen humor —digo alzando mi copa. —Por nuestra amistad, doctor —.Levanta la copa y chocamos. Bebemos y dejamos las copas, casi al unísono, sobre los posavasos de cartoncillo estampados con el logo del local. —¿Qué ha pasado con el dinero desaparecido? Era una cantidad importante, ¿no? —pregunto al inspector.

—La verdad es que es casi un millón de euros y el dinero no aparece por ningún sitio. El Sr. Joan Vila ha puesto una denuncia contra la Caixa. El hecho es que de su cuenta ha desaparecido una cantidad de dinero y es la Caixa quien le tiene que decir donde está. Y reponérselo. Y es que el recibo que había en casa de Blanca estaba sin firmar. Hasta ahí todo más o menos claro. El inspector hace un repaso somero a los acontecimientos. Que si no pudo ser Joan Vila, que si la cocinera jura por la Virgen de las Angustias que vio a Juan Vila, y otros pormenores del asunto, para concluir que visto lo visto sólo le caben tres opciones. —Cuénteme su teoría—digo simulando interés. —Una. Que mientan los que proporcionan la coartada de Joan; los que estuvieron cenando con él. ¿Por qué mintieron? Por un reparto del dinero. Es posible aunque poco probable. Tanta gente no se pone de acuerdo tan firmemente. Siempre hay alguien que flaquea en este tipo de situaciones. Y los interrogatorios han sido de libro. Cada uno por separado, con dos interrogadores por persona, cámaras que vigilaban los matices, las expresiones de cara etc. Y las coincidencias de sus versiones son milimétricas. Yo descarto por completo esta opción. —Dos. Que el Sr. Vila tenga un hermano gemelo. Hemos investigado a toda la familia; tíos, primos, cuñadas, a todo el mundo, a ver si alguien tenía alguna noticia del posible hermano. Registros de nacimiento, multas de tráfico; nada. No consta en ninguna parte el supuesto gemelo. —Y le tercera y más descabellada, porque entramos en el mundo de la ciencia ficción, es que el Sr. Joan Vila tenga una copia de sí mismo. Algo así como un clon. Y no hay más. No existen más posibilidades. ¿Qué opina usted? —me pregunta el policía. —Que como novela negra está bien. La tercera es descabellada, una inverosímil posibilidad. Pura y dura ciencia ficción. Un disparate, pero… ¿puede ser realmente lo que paso? La tercera opción me parece que es la que más le gusta a usted. ¿Se imagina usted las complicaciones que debe tener la clonación de un ser humano? Además de los medios que se necesitan para llevar a cabo tal hazaña. Es una opción imposible desde mi punto de vista —digo al poli, que parece que va por buen camino.

—Lo de la clonación se me ocurrió por una conversación que tuvimos usted y yo sobre ese asunto. Decía usted, si no recuerdo mal, que la clonación de órganos podría salvar muchas vidas puesto que no hay donaciones suficientes. Incluso la clonación de una persona completa para utilizarla como almacén de órganos y que podría salvar cuatro, cinco o más vidas. ¿Recuerda esa conversación? — pregunta el inspector. —La recuerdo perfectamente. Y lamentablemente sigue muriendo gente esperando un trasplante. No se ha dado soluciona a ese problema. Y sé que la clonación de órganos a día de hoy es viable. Incluso yo, a mi nivel, que es muy modesto, he conseguido clonar células, tejidos y hasta parte de un órgano, partes de piel. Pero clonar a una persona son palabras mayores —digo al poli. —Creo que usted tiene alguna relación en los casos de Montse y de Blanca. No sé cómo, ni por qué, pero usted está implicado en los dos casos. Además, usted me lo ha confesado, aunque yo nunca lo he creído. Pensaba que tenía mucha imaginación y lo que tiene es una inteligencia portentosa, fuera de lo común. Y los que somos normalitos no le llegamos ni a la suela de los zapatos; no hay por dónde cogerlo, y no me gustaría verle ante el juez. Pero dejemos los casos policiales y echemos un vistazo al personal. ·Esta noche parece que el ambiente está más animado y las posibilidades de ligue son mayores. —Melero, estoy poco interesado en ligar. Requiere un esfuerzo que no sé si estoy dispuesto a soportar. Después de todos los consabidos prolegómenos y una vez en el meublé lo de la botellita de cava. Abres la botella mientras ella se desnuda. Y, ¡coño!, descubres que vestida prometía mucho pero desnuda la realidad es otra. Pero, metidos en gastos, pues al lío. Entre las copas y el champán te entran unas ganas de dormir que te caes. Pero no hemos llegado hasta aquí para quedarnos en la cuneta: hay que cumplir y cumples. Una mierda de polvo rápido y fin de fiesta. Una fiesta de una pasta y un hígado cirrótico. Pues no —digo al policía que me escucha con atención. —Hombre, tampoco es eso. Cierto que salir a tomar una copa es caro y si ligas más, pero hay que vivir. Si no, ya me contarás. —Camarero, dos drys más —pido a mano alzada.

38

He dormido con Julia. Cuando llegué la vi encima de la cama, de costado, en posición casi fetal. Me desnudé y me metí en la cama con ella. Me abracé a ella haciendo la cucharita. Julia no se despertaba pero el o de mi polla en su culo me produjo una erección. Le tocaba la vulva con la mano libre con intención de que se mojara para metérsela en esta posición, los dos de costado, así se la podía meter sin dificultad. Cuando noté que se estaba mojando y que se la podía meter le introduje mi miembro con cierta dificultad, pero al final entró. Julia seguía dormida o se lo hacía, daba igual. Yo me movía dentro de ella y le tocaba las tetas. Estaríamos así unos diez minutos y me corrí. No la saqué, se la dejé dentro y en esa postura me quedé dormido. He vuelto a preparar la maquina ADC. Voy a hacer un clon de mí. Quiero saber cómo siente un clon. Las reacciones son ligeramente distintas en cada uno. Todos, al principio, están un poco zombis, y poco a poco van soltándose, van siendo más autónomos en cosas básicas. Creo que cuando nacen (nacer no sé si es la palabra, pero como no tengo otra la utilizaré para definir el momento en el que el clon ya tiene vida propia) cuando nacen, decía, tienen la mente en blanco, tiene el disco duro limpio, sin nada grabado, y poco a poco van grabando y acumulando datos y experiencias. Pongo la maquina en marcha y en tres o cuatro días tendré un hermano gemelo. Podré continuar mis investigaciones. Entro a la clínica y tomo un café que me sirve Manolo en la barra. Me comenta los últimos éxitos del Barça y yo le sigo la corriente con interés, aunque a mí el futbol me la trae floja. Me dirijo a mi despacho en la segunda planta y paso por la sala de enfermeras. Ya en el despacho reviso algunos papeles que hay sobre la mesa y entra Cristina. —Hola, doctor, esos son los partes de las intervenciones del equipo quirúrgico, partes de alta y algunas cosas más. —Gracias, Cristina. ¿Tengo algo para hoy? —pregunto. —Para hoy no tiene nada urgente. Pasar visitas y poco más

—Necesito reunirme con mi equipo para cambiar impresiones. Nada especial ni urgente; mira de conciliar que estemos todos —digo a la enfermera. —Muy bien; ya lo preparo. Me gustaría decirle que me lo pasé muy bien y que podrimos repetirlo cuando usted quiera. —Yo también lo pase de fábula. No me importa repetirlo cuando te apetezca pero, como ya te dije, no quiero que te sientas obligada ni lo hagas por agradecimiento. Si es por tu gusto, yo encantado. Por cierto, ¿has mirado algún piso? Es que subir a un cuarto sin ascensor es duro. —He visto dos pisos. Hay uno en la calle paralela a la mía, pero más hacia Barcelona. Me gusta mucho el edificio, es de nueva construcción; el piso está a estrenar, grande, muy luminoso, todo exterior. Como el edificio está casi vacío puedo elegir entre la segunda y tercera planta, es de seis plantas, y por supuesto tiene ascensor. Es un poco caro, pero creo que podré hincarle el diente —dice Cristina ilusionada. —Si te gusta, quédatelo. Si necesitas algo de dinero, me lo dices y no te preocupes. No le des más vueltas. Que ya tengo ganas de ir a inaugúralo sin tener que subir escaleras, que me dejaron asfixiado —le digo, animándola. Suena el teléfono y lo coge Cristina.

—Es para usted; una tal Mayte —dice Cristina pasándome el teléfono. —Hola, Mayte, qué tal. ¿Qué has pensado sobre la propuesta de trabajo que te hice? Que la aceptas. Muy bien. Vente mañana sobre las 10; es buena hora. Yo estaré; si no pregunta por recursos humanos. Yo hablaré con él y no habrá ningún problema. Entonces, hasta mañana. Es la hija de un amigo que necesita trabajar y le he ofrecido el puesto de seguridad que había libre, le digo a la enfermera. —Pero si no había ningún puesto libre de seguridad. Hay tres personas que se turnan para cubrir las 24 horas —dice Cristina un poco extrañada. —Pues ahora habrá cuatro. Y podrán organizarse mejor los turnos para tener más tiempo libre —digo

Paso las visitas con Cristina que me va asesorando del estado de los pacientes. Sobre el mediodía cojo un taxi para ir a casa. Que jodido es este inspector Melero; cómo se la habrá ocurrido lo de los clones. La verdad es que yo se lo he puesto a huevo. Cierto que no puede probar nada, pero le ha dado vueltas al tema y casi lo borda. Claro que no sabe muy bien cómo se ha podido producir la clonación y los efectos que tiene, cómo actúan las mutaciones y qué comportamiento tienen sobre los demás. Que sepa lo que sabe, mitad elucubraciones, mitad ciencia ficción. De momento no supone peligro, pero ¿qué puede pasar en el futuro? Es arriesgado. Me parece que no va a tardar en preguntarme si le puedo enseñar el laboratorio y no me puedo negar; podré darle largas hasta que arregle el laboratorio, hasta dejarlo presentable. Llego a casa y no veo a Cecilio por el jardín; estará en la caseta o con Mirko, dándole de comer, poniéndole agua fresca o lo habrá sacado a pasear. Ahora le ha dado por sacarlo y le da tres o cuatro paseos al día y es que desde que no está Aika se ha volcado con el perro, y raro es el día que no le trae alguna chuche. Entro y voy a ver cómo están mis clones. Julia sigue en el cuarto de invitados y las bolsas de ropa aun sin abrir. Llego a mi dormitorio y las niñas están, una sentada en la cama y Loli mirando por la ventana que da a la calle. Van vestidas con las ropas que les compré, aunque eso de conjuntar prendas y colores lo llevan fatal. Pero a mí me hace gracia; aún no han llegado a ponerse las bragas por encima de los tejanos, pero démosles tiempo. Bajar a la cocina, a comer, les digo. Les pondré de comer y luego le probaré la ropa a Julia. Las dejo comiendo en la cocina y entro en la habitación de Julia. Al verme se levanta; sigue desnuda y muy deseable. Voy sacando y probando ropa. Al ponerse el traje de chaqueta me viene a la mente la imagen de la dependienta subiéndose el pantalón, nalgas arriba. Julia imita a la dependienta. La ropa, a Julia, le queda perfecta; vestida con un pantalón corto y una camiseta bajamos al comedor y las niñas han acabado de comer. Subir al dormitorio, les digo autoritario. ¿Vas a subir a jugar con nosotras?, preguntan sin recato. Otra cosa que tengo que anotar es que no tienen pudor ni vergüenza; no saben aun lo que es la moral, se rigen por sus deseos más primitivos; eso me gusta. Quizás con el tiempo irán cogiendo hábitos más civilizados; se irán adiestrando. Espero que no. He calentado algo de comida que compré aquí cerca, que la hacen muy buena. Pollo

al ast para Julia y callos para mí; los callos los hacen espectaculares. Julia come el pollo con las manos, la veo disfrutar, también sin pudor ni modales de educación; me gusta mucho que no respeten la más mínima norma de urbanidad. Es el ser humano en bruto, autentico, sin adiestramiento, sin amaestrar. Una gozada. Terminamos de comer, pongo a trabajar el lavavajillas y subimos a la ducha. Julia está un poco pringosa de manos y cara. Se desnuda y se mete en la ducha. La dejo hacer; no creo que se la haya olvidado el hábito de ducharse. La observo. Coge el bote de gel, se pone en las manos y lo extiende, primero las axilas y luego la vagina, frota con las manos, también el culo, donde mete la mano y frota. Dedica especial atención al coño que, abierta de piernas, soba casi en una masturbación. Deja correr el agua que le va quitando el jabón; coge un bote de champú y se lava el pelo. Se queda un buen rato bajo el agua que le limpia todos los restos de gel y champú. Sale, y con una toalla que ella coge, se empieza a secar. Anotación: el/la clon recuerda el hábito de la ducha perfectamente. Volvemos a la habitación envuelta en la toalla que al llegar deja sobre la cama, se pone unas bragas y un sujetador, me mira y se tiende en la cama. Voy a ver qué hacen las niñas; se han quedado dormidas encima de la cama. Bajo a la salita, me pongo un whisky y me siento. Veo a Cecilio jugando con Mirko y me quedo reflexionando sobre los clones, su comportamiento y su aprendizaje. Qué hábitos mantienen en la memoria, cuales aprenden y con qué rapidez y hasta qué punto. Cuando estoy dentro de ellos pierden toda autonomía y solo actúan según mi criterio. —Hola, Cecilio, qué tal se porta Mirko —le pregunto saliendo al jardín. —Se porta muy bien, pero echa de menos a la Aika —contesta. —¿Quieres decir? —pregunto. —Sí, lo veo más triste, pero se le pasará. Hace días que no veo a Adela, ¿está enferma? —pregunta Cecilio. —Está de vacaciones. —le contesto. —No sabía nada. .

—Por cierto, ¿tú cuando piensas hacer vacaciones? —Pues le quería pedir le semana próxima. Para ir a Granada a conocer a mi nieto; tiene ya más de un año y aun no lo conozco. Por el jardín no se preocupe; ahora hay poco que hacer. El riego se lo pongo automático y solo tiene que poner de comer dos veces al día al Mirko —responde Cecilio. —Sí, hombre; te puedes ir tranquilo. Yo me apañaré una semana sin ningún problema —le digo a Cecilio. Y en el fondo me va bien que se marche y me deje espacio para mis clones. ¿Clones o clonas? Que ahora hay que hilar muy fino con estas cosas. Es la una menos cuarto de la madrugada, estamos mis clonas y yo en el jardín, todos en pelotas. Las niñas se bañan en la piscina aunque el agua está muy fría. Julia y yo nos revolcamos en el césped y jugueteamos al 69 cuando las niñas nos dejan, porque también quieren participar, y compiten con Julia. Se besan entre ellas, se comen el coño unas a otras; esto tiene pinta de orgia. Seguimos hasta que el frío nos mete en casa, y nos vamos a dormir.

39

—Hola, qué tal te va con tu trabajo —le pregunto a Maite que lleva dos días en su trabajo de segurata. —Muy bien, doctor. Es un trabajo muy tranquilo y estoy contenta de no tener que llevar armas; es más un trabajo de información —me contesta. —Me alegro que estés contenta. ¿Hoy estas de mañana? —pregunto. —Sí. Esta semana estoy de mañana, pero vamos rotando —me contesta Maite, a la que veo contenta. Nos despedimos y salgo de la clínica. He tenido una reunión con mi equipo de digestivo. Cristina se ha comprado el piso que le gustaba. Me dice entusiasmada que cuando termine de amueblarlo tenemos que quedar para inaugurarlo. Tiene que ser una inauguración por todo lo alto, me dice Cristina, que está, más que contenta, exultante. Y yo me siento bien. Cuando las persona que quiero o me interesan están contentas yo me siento bien. —Hola, inspector. He estado con su hija en su nuevo trabajo; la he visto contenta —digo por teléfono a mi amigo el poli. —Me dijo que, aunque no era el trabajo de su vida, estaba bien, muy tranquila. El sueldo es bueno y puede hacer planes para estudiar algún master, aunque la veo de poli —me comenta el inspector. —Te parece que comamos juntos. Pago yo, eh —digo —Muy bien; pero hasta las tres no salgo. ¿Dónde quedamos? —pregunta. —Qué te parece si paso a recogerte por comisaría y vamos a Aitor, que yo sé que te dio envidia de la comida que hicimos Maite y yo. —Me parece de coña. A las tres, acuérdate. —Vale —confirmo.

Voy a casa a hacer tiempo. Veo a las niñas y a Julia. Cecilio ya está de vacaciones. Le pongo de comer a Mirko y subo a las habitaciones. Julia se está probando ropa, la de la dependienta del Corte Ingles, sí, la que se quedó en bragas. Que por cierto estoy pensando en ampliar el vestuario de Julia y que me atienda y aconseje la misma dependienta. Porque, la verdad es que, además, a Julia le queda muy bien, pero que muy bien, le realza el tipo, que por cierto es un tipazo. Estoy pensando en presentársela a mi amigo Melero. Las niñas están, una en el dormitorio y Dely en la ducha. Voy a ver qué hace en la ducha simplemente por verla en pelotas. Acaba de salir, se está secando el cuerpo, que de niña no tiene nada, nada de nada. Les digo que cuando tengan hambre se preparen algo de comida. Cada vez son más independientes. Julia, prepárate, ponte guapa que vamos a comer fuera, le digo a Julia que asiente con la cabeza. Para las cosas básicas prácticamente no me necesitan. Bajo al laboratorio, y al clon, a mi copia, le falta un día para estar haciéndome la competencia. Voy a la salita y tomo un aperitivo sentado y mirando el jardín que se me hace extraño sin Cecilio. Julia, si estás lista, baja, que te estoy esperando. Veo que bajan las niñas vestidas a su estilo, es decir, disfrazadas. Vamos a comer, me dicen al pasar a la cocina. Las veo sacar un tuper del frigorífico y meter la comida en el microondas; estas ya han aprendido, ya no se mueren de hambre. Baja Julia, que esta despampánate. Se ha puesto el traje chaqueta gris, sí, ese que a la dependienta se le atascó un poco en las nalgas y que a Julia le hace un culo precioso. Debajo de la chaqueta no lleva nada, y eso le hace un canalillo que más que canalillo es canalón. Los pechos parecen prisioneros que intentan fugarse, abrirse paso hacia la libertad. Y los zapatos de tacón que, además de hacerla más alta, realza su culo. Y no lleva bragas. Salimos a coger un taxi y como Cecilio no está no hay que dar explicaciones. En la puerta de la comisaría está el inspector mirando el reloj. Son las 3,10. Para el taxi junto al poli, me bajo y le hago pasar al asiento trasero. Melero, Julia, una amiga. Se saludan con dos besos y la cara del poli es un auténtico poema. Subo delante e indico al taxista la dirección de Aitor. En el restaurante, como siempre, el trato es exquisito. Pedimos lo mismo que el día que estuve con Maite, pastel de changurro y el inigualable cogote de merluza.

—Doctor, qué callado tenías lo de tu amiga Julia —me recrimina el poli. —Nos conocimos en la facultad estudiando medicina; ella se especializó en oncología —digo entrando y saliendo de Julia para controlar la situación. Ella/yo se desenvuelve con desparpajo. —Sí, es cierto. Como también es cierto que hace años que no nos veíamos y hoy, por casualidad, nos hemos encontrado y me ha invitado a comer. Espero no molestar —dice la Julia/yo, pero con tal desparpajo que el inspector esta embobado. —¿Molestar? Qué dice. Cómo va a molestar su compañía, al contrario, nos es muy agradable —dice mi amigo totalmente encandilado. —Tengo que confesar, y ella lo sabe, que estuve enamorado de ella, pero lo que pasa siempre, llegó el guapo de turno y se la llevó —digo intentando hacer la historia creíble. —Yo sentía iración por Cástulo, era el más inteligente de la facultad. Estaba muy a gusto con él, tan a gusto que incluso hubiera follado con él, pero no estaba enamorada. Vino un chulo y me deslumbró. Estuvimos saliendo unos años. Finalmente me dejó tirada en cuanto le dije que estaba preñada. Desapareció, ni término la carrera; era un viva la virgen —sigue narrando Julia a la que yo asesoro, en la sombra. —Entonces, ¿no te has casado? ¿Tienes un niño o niña del bandarra? —pregunta el poli, que es lo suyo, eso, preguntar. —No. Me dije que se había acabado la tonta. Me quité la barriga. Quería vivir y un niño ata mucho. Si conozco a un tío que me gusta nos enrollamos, salimos, follamos y mientras dura, dura. Cuando se acaba, cada uno a su nido, y a otra cosa. A mí ya nadie me complica la vida —dice Julia con tanto aplomo que hasta yo me la creo. —Me parece una buena filosofía de vida. Estar mientras se está bien y cuando se acaba, que cada uno haga su vida. Es lo inteligente; no como antes que había que soportar al o a la, de por vida —dice el policía, que no se le cae la baba de milagro. Mi amigo Melero no ve la hora de levantar el sitio. La libido le sale por los ojos.

La historia de Julia se la ha tragado sin la menor duda. Tomamos un par de whiskys de los que sabe el maître que suelo tomar. Melero está totalmente entregado a Julia; no sé si solo es la belleza de Julia que lo tiene enamorado, o algo más. Quizás es la voz de Julia, la voz del clon. Ya sabemos el poder que tiene la voz mutada; es una voz que fascina y el poli está absolutamente fascinado. Para mayor inri, dependiendo de los movimientos que hace Julia, se le abre la chaqueta y se le puede ver una u otra teta alternativamente. En el restaurante nos hemos quedado solos. No nos dicen nada porque me conocen mucho y no creo que me llamen la atención. —Señora y señor, deberíamos ir pensando en dejar que el personal se vaya a descansar —digo pidiendo la cuenta. Salimos y, tal como esperaba Melero no quiere dejar escapar a su presa. —¿Dónde podemos ir a tomar un café o una copa? —dice el poli. —Podemos ir al Ideal ¿Qué os parece? —digo —Me parece ideal, y perdón por la tontería —dice el inspector. En el taxi voy maquinando mi plan. Una copa en el Ideal, de ahí pasamos al Dry, y en la coctelería, con alguna escusa, me largo y dejo al policía con Julia. A la que se va querer llevar al huerto a la primera de cambio. Julia no va a poner ni la más mínima resistencia. ¡Si lo sabré yo! Esta es otra prueba. Los óbitos producidos en acto sexual por el efecto de la mutación se habían dado siempre de hombre a mujer. De mujer a hombre sólo se habían producido conmigo, pero no sé si al llevar células mías los clones o clonas, la mutación no produce el efecto mortal que se produjo con Montse y con Blanca. Yo me tengo que marchar, digo acabando mi dry. Siento no poder seguir más rato pero tengo un paciente en estado crítico y quiero pasar a verlo, está muy mal e igual no llega a mañana. Miento con un cinismo que ni yo mismo me entiendo. Me despido con dos besos a Julia y un abrazo a mi amigo el inspector Melero que me mira un poco extrañado. Salgo y tomo un taxi. Pero sigo con Melero, como Julia, claro. Melero pide dos Dry más. Julia puede tomar todas las copas que quiera, ya sabemos que a los clones el alcohol no les hace efecto; acordémonos de la noche del control de alcoholemia. A Melero, de momento, lo veo bien, sin síntomas de achispado. Ya solos no creo

que tarde en pasar a la acción. —Julia, me ha gustado mucho conocerte, me has impactado, eres muy guapa y creo que me he enamorado de ti —dice el inspector poniéndome la mano en el muslo. —Yo también me alegro de haberte conocido. Me caes bien. Somos adultos y lo que queremos es acostarnos. A mí me apetece, y veo que a ti también; podemos quedar para mañana, me invitas a comer o a cenar, tomamos una copa y luego podemos hacer lo que tú quieras. Yo en la cama no tengo tabúes. Aunque tengo como norma no acostarme con nadie la primera noche, puede ser una manía. Pero lo sigo a rajatabla. —Lo siento, pero mañana tengo servicio. Podemos quedar pasado mañana, jueves, si no tienes compromiso —Vale. Tengo unos días de vacaciones, y como aún hace buen tiempo podemos ir a la playa, luego a comer y luego tú mandas. —Podemos ir a la playa de Gavá y a comer al Torreón, es un sitio que a mí me gusta mucho. ¿Lo conoces? —pregunta el inspector. —Sí, he estado alguna vez y la verdad es que está muy bien. Sí, me gusta; ya tenemos plan para pasado mañana. Una copa más y me marcho. —¿Qué tomas? —pregunta el policía. —Un gin tonic de Giró —respondo Julia —Yo tomaré un whisky —dice Melero haciendo señas al camarero. Tomamos las copas y salimos a esperar un taxi. —Cogemos dos taxis; yo vivo en San Cugat —digo al inspector. —Si te parece, el mismo taxi me puede dejar a mí en Badalona y luego te lleva a ti a San Cugat —dice el policía cogiéndome por la cintura, muy cariñoso. Mientras esperamos que pase algún taxi libre Melero me besa y me toca el culo un par de veces. Pasa uno libre y le hacemos la señal para que se detenga y nos

lleve. Subimos y le da la dirección de Badalona. Continúa con los besuqueos que yo correspondo sin pudor. Su mano me agarra el coño por encima del pantalón que soba con ansia y yo le palpo la polla, que se le ha puesto dura; parece que le va a estallar el pantalón. El efecto de la voz también funciona de mujer a hombre. El inspector Melero está enamorado, muy enamorado, lo tengo loquito. Nos despedimos hasta el jueves. Indico al taxista la dirección de casa. Sentado en mi sillón veo que las niñas ya han cenado y están durmiendo. Doy cuerda a algunos relojes. Julia se sienta en el sofá, enfrente, y me mira. Se quita la chaqueta y el pantalón quedándose totalmente desnuda. Ha actuado por su cuenta, sin mi intervención. Cada vez tiene más actitudes autónomas. Son actos sencillos, pero que tendré que controlar. Se tumba en el sofá y de verla en pelotas me estoy poniendo cachondo. Yo solo llevo una bata de andar por casa. Julia se me acerca, me abre la bata y me coge la polla, que menea y me la pone a tono. Se sienta encima, de cara a mí, y con la verga, dura como está, intenta metérsela por el culo. Pero no entra. Escupe en la polla para lubricarla y vuelve a intentarlo. Ahora entra con dificultad, poco a poco. Da un grito y mi polla está totalmente dentro, en su culo. Se mueve adelante, atrás, rítmicamente, me besa y sus tetas se aplastan contra mi pecho. El ritmo se acelera con la entrada y salida de mi polla en su culo. Mi resistencia está punto de claudicar. Un latigazo de gusto y la leche la inunda. La cojo de las caderas y detengo el vaivén de sus glúteos. Nos quedamos inmóviles fundidos en un abrazo sobre el sillón orejero, mi sillón preferido. ¿Puede ser el polvo de despedida?

40

A las doce en la estación de Fabra y Puig. Día y hora de nuestra cita. Pepe y yo. Pepe es el inspector Melero, que me ha pedido que le llame Pepe, como le llaman sus amigos. Pues nada, de ahora en adelante, Pepe. Llego pasadas la doce y el Ford Escort rojo de Pepe está esperándome, subo y le doy un beso de saludo. —¿Hace mucho que esperas? —le digo a modo de disculpa —No importa, lo bueno se hace esperar. ¿Nos vamos? —Vale —contesto —Pues a la playa. Vamos a Gavá, ¿no? —pregunta con el coche en marcha. —Sí. Además hace un buen día, si no para bañarnos, sí para tomar el sol. ¿Qué te parece, Pepe? —Me parece fantástico —contesta el poli. Me quito el vestido y lo dejo encima del bolso, al lado de la toalla extendida sobre la arena. En la playa somos cuatro gatos, han terminado las vacaciones y la gente está en sus trabajos. Pepe me mira con ojos de querer comerme. Me he quedado en tanga azul y nada en la parte de arriba; lo cierto es que el cuerpo de Julia, o sea, mi cuerpo está de puta madre y el poli se ha dado cuenta, vaya si se ha dado cuenta, si pudiera me follaba aquí mismo. —¿Me pones un poco de crema? —le pregunto coqueta. —Faltaría más; ahora mismo te embadurno ese cuerpo que dios te ha dado — dice entusiasmado, untándome crema por la espalda y pasando a las tetas libres de sujetador. No ha sido dios quien me ha dado este cuerpo, ha sido tu amigo el doctor Cástulo, pienso, pero digo, gracias. Un par de horas en la playa y nos dirigimos al Torreón, a comer. Pepe me ha

dicho que ha reservado mesa. Aunque no hubiera sido necesario reservar pues solo había una mesa ocupada por una pareja de ejecutivos o viajantes, dos tíos con traje y corbata y nosotros, que ocupábamos una mesa al lado de un ventanal. Pedimos gambas al ajillo y por supuesto el arroz a banda, que aquí lo hacen magnifico. Un Marqués de Riscal blanco para acompañar. —Los dos de esa mesa no te quitan ojo —me dice con cierto aire de celos. —Que miren; es lo único que se van a llevar —le digo mientras doy un sorbo de vino. —Las gambas y las cañadillas ¿al centro? Van a compartir, ¿no? —dice el camarero al poner los platos sobre la mesa. —Tengo un hambre...digo cogiendo una cañadilla que extraigo de su caracola y mojo en el romesco. Pepe me imita. Estamos terminando los entrantes cuando traen el arroz en una cazuela y el pescado en otra que ponen en una plancha caliente para que no se enfríen, y sirven el arroz. —Bon profit —dice el camarero acercando el all-i-oli y el romesco. —Gracias —contestamos a coro. Terminado el festín, que como siempre ha estado suculento y abundante en exceso, hemos dejado buena parte del pescado, tomamos café, un coñac, Pepe, y yo, un whisky. Salimos. La tarde está ya avanzada y una leve brisa se cuela entre las ramas de los pinos. —Se notan los días un poco más cortos, ¿verdad? —Sí, es cierto. ¿Qué te apetece? ¿Nos vamos para Barcelona? —me pregunta mi acompañante, al que veo un tanto impaciente por llegar a la ciudad, o más bien a su casa. —Vale, vámonos, empieza a refrescar —digo. Otra vez en el Ford tomamos la autovía, que a esta hora el tráfico es muy fluido.

Estamos entrando a Barcelona y el crepúsculo está avanzado, casi es de noche. —¿Qué te parece si damos una vuelta por las ramblas o por donde tú quieras? — me dice Pepe. —A mí me parece perfecto; me apetece dar un paseo por las ramblas —Le digo. Dejamos el coche en un parking de rambla Cataluña. Bajamos hacia plaza Cataluña, cruzamos y entramos por la Font de Canaletas. Las Ramblas, como siempre bulliciosas, espectaculares. Bajamos hasta Colón y volvemos a subir hasta la terraza del Café de la Opera donde tomamos asiento dispuestos a ver el espectáculo que dan los transeúntes. Pedimos, Pepe un whisky y yo un gin tonic. Trileros, familias con niños, traficantes que ofrecen sus productos a escondidas, y a veces a las claras, putas, yonkis, una loca que hace un striptease delante de la terrazas y luego pide dinero, algún sin-techo con su carro del híper atestado con sus pertenencias, grupos de guiris. Y las estatuas humanas con las que la gente se hace fotos. Pasan las horas sin que uno se dé cuenta. —¿Qué hora es? —pregunto. —Son las diez menos cuarto. ¿Quieres que vayamos a cenar a algún sitio? —me pregunta Pepe. —La verdad es que no tengo mucha hambre. Aunque sí me apetece un Frankfurt de los de Pedralbes. ¿Qué te parece? —le pregunto. —Muy bien. Y ahora que lo dices a mí también me apetece. Así que levantamos el campo y cogemos el coche. El Frankfurt está como siempre, lleno hasta los topes. Es verdad que no es muy grande, una barra no demasiado larga, y la gente pidiendo desde una segunda fila. Detrás de la barra hay seis o siete camareros atendiendo que dan muy buen servicio. Pedimos un frankfurt sólo y uno con beicon. Pepe repite. Ahora con un lomo con queso; yo he quedado saciada. Después de los bocatas cogemos el coche que está en la misma puerta, en segunda fila. —¿A casa? —pregunta Melero —¡A casa!

A esa hora el tráfico es denso pero no hay retenciones. Pone rumbo a Badalona mientras en la radio suena música rock. Llegamos a la cochera donde aparca y a pocos metros está la casa del inspector Pepe Melero. Un segundo piso. —Como puedes ver es un piso pequeño. Para mí sólo es suficiente; mi hija viene a veces, pero ella tiene su habitación. Notarás que es un piso de soltero, o de separado; siempre estará un poco más desaliñado que el de una mujer; somos más desastre. ¿Una copa? —pregunta. —Sí, estará bien —contesto. Es para preparar el terreno. No vamos a ir a saco; un poco de calentamiento previo no viene mal. Se acerca al mueble librería; algunos libros por los estantes, una placa de reconocimiento de la policía a no sé qué servicio, la televisión y un mueble bar con puerta abatible del que saca una botella de Chivas y dos vasos. —¿Te parece bien este? —pregunta mostrándome la botella. —Sí, bien. —¿Hielo? —Dos o tres cubitos. Deja la botella en la mesa de centro, delante de un sofá tapizado en tela, como de pana. Me siento y dejo el bolso en un sillón de enfrente, tapizado a juego. Es un piso sencillo. Algunos cuadros, una foto de una chica de unos quince años, su hija, es mulata e igual a la que yo conozco -como Cástulo- pero más joven. Vuelve de la cocina donde había ido a por una cubitera con hielo. Pone dos cubitos en cada vaso, vierte un poco de Chivas en cada vaso y me entrega uno. Me levanto porque se ve venir un brindis —Por nosotros —.Levanta el vaso. —Por nosotros —.Levanto el mío y chocamos en un brindis. Damos un sorbo y nos sentamos en el sofá. Pepe me abraza y me besa, me soba las tetas y mete su mano entre mis piernas llegando a la braga que aparta a un lado llegando con algo de dificultad al coño. —Un momento, ¿nos ponemos cómodos? —digo levantándome y sacándome el vestido por la cabeza. Me quedo en bragas. Pepe se ha quitado la camisa, el

pantalón y los calzoncillos quedándose en pelotas. Estamos los dos de pie, abrazados. Me coge las nalgas con las dos manos y me acerca a él, ahora estamos pegados y su polla se estrella contra la tela de mi braga. Él se frota contra mí totalmente empalmado. Me baja la braga hasta los tobillos que saca levantando yo los pies; se le ha quedado la cara a la altura de mi pubis que se le ofrece totalmente depilado. Mete los dedos y yo me abro para dejarlo jugar. Busca con los dedos mi clítoris, acerca la boca y lo lame suavemente; me está poniendo caliente. Como Cástulo soy macho, pero como Julia soy un poco puta y disfruto como una tía. Me gusta que me lo coman y que me la meta. Tengo orgasmos femeninos sin eyaculación, pero más intensos. Diferentes. —¿Nos vamos a la cama? —me pregunta Pepe —Sí, vamos. En la cama, los dos desnudos, me chupa las tetas y baja al coño que lo come con glotonería. Está disfrutando como un loco agradecido. Ahora pone su polla entre mis tetas que yo junto haciendo una cubana. Me folla las tetas. Hacía tiempo que Pepe no follaba y eso se nota. Me monta y me la mete. Se mueve con afán y como siga así se corre en un momento. Lo bajo y le cojo la polla, se la muevo y se la aprieto para retrasar un poco la eyaculación, se la chupo y se la muerdo haciéndole daño, no se queja, gime de placer. Lo monto, meto su polla en mi coño y me muevo acompasada. Creo que va a tardar poco. Yo también estoy entrando en fase de orgasmo. Sigo y lo noto casi a punto; yo también estoy a punto. Melero grita que se va a correr. —¿Quién eres que follas así? —grita. —¡Soy Julia. Pero también Montse y Blanca! —le digo. Abre los ojos casi fuera de sus orbitas. ¡¡Doctor, dios mío!! ¡¡Cástulo!! Me desconecto. El efecto de la mutación ratona cachonda ha funcionado y el inspector ha muerto. No deseaba la muerte de Melero, ni de Montse. La de Blanca me da igual. Era un buen tío pero se estaba poniendo peligroso. Y los buenos son buenos hasta que dejan de serlo. Recapitulemos. En casa del policía ha quedado el bolso con la toalla, crema protectora, pañuelos de papel, un sujetador y unas bragas que llevaba de recambio, por si acaso, el vestido y nada más. Creo que el vestido llevaba la etiqueta del Corte Ingles; no creo que sigan esa pista, en el caso de que

abran una investigación. Entro al laboratorio y mi otro yo está listo. Mañana estaré andando por aquí y empezare las investigaciones. Subo al dormitorio y las niñas están acostadas, desnudas. Me acuesto al lado de Deli, se gira y me abraza. Yo estoy desnudo, me coge la polla, mueve la mano arriba y abajo. Me quedo dormido. Me despierto, miro el reloj, las 7 y 23. Me levanto y bajo desnudo al laboratorio. Se levanta mi clon y sale de la máquina. Me comparo. Punto por punto somos idénticos, hasta las arrugas de la piel son exactamente iguales, iguales en todo, hasta una pequeña marca que tengo en una ingle que me hice de forma accidental. Era toda una copia. Suena el teléfono. Miro la hora, las 8.14. Es Mayte y ya sé el motivo de la llamada. —¡Doctor! (Al otro lado del hilo se le oye llorar) Mi padre ha muerto. (Sigue sollozando) He venido a desayunar con él antes de ir a trabajar y lo he encontrado en la cama, muerto. El forense dice que es un infarto. Sigue llorando, desconsoladamente. Como cualquier hijo que pierde a su padre amado. —Intenta calmarte, Mayte. Lo siento, lo siento mucho. Ya sé que eso es difícil. Lo siento. Luego te llamo. Ya es medio día y me llama Mayte más calmada. Está en el tanatorio de les Corts. Mañana a las 5 es el funeral. Voy al tanatorio, dentro de mi clon. Quiero ver si la gente nota algo diferente. Al llegar hay un montón de policías; veo al inspector Domínguez y entro en la sala donde está mi (ex) amigo el poli. Veo a Mayte al lado de una señora que imagino que es su madre, porque es mulata como ella. Mayte, no te imaginas cuanto lo siento; mis más sinceras condolencias. Mayte me abraza y rompe a llorar. Me abraza demasiado y me da dos besos. No sé si la voz está causando algún efecto. Me presenta a su madre, una mulata tan guapa o más que Mayte. Encantado de conocerla, señora. Me da dos besos. Encantada de conocerlo; me ha dicho Maite que mi ex y usted eran muy amigos. Yo me llamo Lucia. —Yo, Cástulo; mi más sentido pésame —le digo a la madre de Maite, que me mira de una manera… Temo que el efecto de la voz haya podido empezado a funcionar. Miro a mi amigo y me parece que me hace un guiño como diciendo te

has escapado cabrón. Qué cosas pienso. Tiene una ligera sonrisa; se ha ido feliz. —Doctor, me gustaría hablar un momento con usted —me dice Maite. —Claro —contesto, intentando economizar palabras. —¿Sabe usted si mi padre había conocido a alguna mujer? Quiero decir que si salía con alguien, si tenía novia. —No sabía nada —digo, de nuevo, con parquedad. —Verá. Había en el sofá un vestido de mujer y unas bragas, y en el sillón un bolso de playa, una crema protectora y unos clínex, lógicamente de una mujer, una mujer que había estado follando con mi padre. Mi padre estaba desnudo y había restos de semen en la cama y en el pene. Mi padre estaba separado y podía ir con quien quisiera, hasta ahí ningún problema, pero ¿el vestido, el bolso y las bragas que hacían en el sofá?, ¿estuvieron follando y la tía se fue en pelotas? Es muy raro, ¿no le parece? —Pues sí que me parece raro —digo medio murmurando —Creo que mi padre me dijo algo acerca de la muerte de la enfermera, creo que se llamaba Montse, y pasó algo parecido, pero al revés. Lo que había en casa de Montse era la ropa de un hombre. Tengo el vestido que lleva la etiqueta del Corte Inglés; me acercaré a ver si alguna dependienta conoce a la señora a la que le vendió el vestido. Es solo por curiosidad de saber que pasó. —Ya me dirás si averiguas algo. Me despido de Maite disculpándome por no ir al funeral pero no puedo soportar estos duelos, es superior a mí. Le doy dos besos. —Nos veremos en la clínica —dice Mayte, despidiéndose. Me despido de Lucia, la madre de Mayte. Es alta, guapa, de unos cincuenta años, labios carnosos de mulata e imagino que lo demás también lo tendrá de mulata. Me da dos besos. Gracias, doctor, por venir. En un determinado momento se cruzan nuestras miradas.

Requiem de Mozart

Introitus Requiem aeternam dona eis, Domine et lux perpetua luceat eis. Te decet hymnus, Deus, in Sion et tibi reddetur votum in Ierusalem. exaudi orationem meam, ad te omnis caro veniet. Kirye eleison kristi eleison

gaturus, Tuba mirum spargens sonum per sepulcra regionum coget omnes ante thronum.

Mors stupebit et natura cum resurget creatura judicanti responsura. Liber scriptus proferetur in quo totum continetur unde mundus iudicetur.

Iudex ergo cum sedebit quidquid latet apparebit, nil inultum remanebit.

Quid sum miser tum dicturus? Quem pratonum ro cum vix iustus sit secur

Rex tremendae majestatis qui salvandos salvas gratis, salva me fons pietatis Confutatis

Confutatis maledictis, flammis acribus addictis, voca me cum benedictis. Oro supplex et acclinis, cor contritum quasi cinis, gere curam mei finishttps: Lacrimosa Lacrimosa dies illa qua resurget ex favilla iudicandus homo reus. Huic ergo parce, Deus. Pie Iesu, Domine, dona eis requiem. Amen

Recordare, iesu pie Quod sum causa tuae viae Ne me perdas illa die Quarens me, cediti Lassus, redemiste crucem us; tantus labor non sit cassus. Iuste iudex ultiunis , Donum facremissionis Ante diem rationis. Ingemisco, tancuam reus, Culpa rubet vultus meus Supplicanti parce, deus. Qui marian absolvisti Et latronem exsaudisti Mihi cuoque spem didisti. Preces meae non sunt dignae Sed tu bonus fac benigne Ne perenni cremer igne. Inter oves locum praesta Et ab aedis me secuestra Estatuens in parte dextra

Sanctus, sanctus, sanctus Dominus Deus sabaoth. Pleni sunt coeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis.

Benedictus qui venit Domini.

(coro) Hosanna in excelsis

Agnus Dei. (coro) Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis. Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona nobis pacem. Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona eis requiem sempiterna

Lux aeternam (soprano y coro) Lux aeternam luceat eis, Domine, cum sanctis tuis in aeternum, quia pius es. Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis, cum sanctis tuis in aeternum, quia pius es.

Este libro se finalizó a las 22.25 del día 29 de agosto del año 2020

Índice

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