Sherlock Holmes Y El Caso Del Misterioso Don Juan 3u1x1

Título

Sherlock Holmes y el caso del misterioso Don Juan

De

Erika Sanders

Serie

Sherlock Holmes Vol. 2

@ Erika Sanders, 2020

Imagen portada: @ Netfalls, 2020

Primera edición: Octubre, 2020

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de la obra sin la autorización expresa de la propietaria del copyright.

Sinopsis

Nueva serie de la autora en la que narra las aventuras de Sherlock Holmes y el doctor Watson que éste no documentó en otros escritos publicados por los escándalos que conllevaría su revelación debido a su naturaleza más… impudorosamente divertida.

Pero ahora al encontrarse estos escritos privados de Watson archivados en Scotland Yard la escritora puede sacarlos a la luz porque ya han pasado más de cien años de los acontecimientos narrados en ellos.

Nota sobre la autora:

Erika Sanders es una conocida escritora a nivel internacional que firma sus escritos más eróticos, alejados de su prosa habitual, con su nombre de soltera.

SHERLOCK HOLMES Y EL CASO DEL MISTERIOSO DON JUAN POR ERIKA SANDERS

PRIMERA PARTE

Sin pretender dar a entender que me doy demasiado crédito profesional, encontré mi práctica particularmente tranquila en el período previo a la Navidad de 1890, ya que mis pacientes habían mantenido una buena salud a pesar del inicio del invierno.

Por lo tanto, estaba agradecido de recibir una nota de mi amigo Sherlock Holmes una tarde sugiriendo que lo acompañara a un evento de sociedad caritativo que se celebraba en una de las embajadas europeas esa noche para conmemorar la temporada festiva.

Me pareció un evento poco probable para atraer la participación de mi amigo, pero llegó una explicación parcial en la línea final:

“Asegúrese de traer un abrigo cálido y su revólver de confianza. S. H. “

Mi amigo obviamente estaba involucrado en una nueva investigación y yo, nuevamente, iba a desempeñar un papel en la misma.

Entonces, con entusiasmo y anticipación, aplacé una leve cirugía que tenía por la tarde y corrí a casa para explicarle a mi sufrida y paciente esposa que no estaría en casa por la noche.

Y luego busqué la pistola que me había acompañado en la mayoría de mis

aventuras con Holmes.

Holmes llegó rápidamente a recogerme en un carruaje taxi y nos dirigimos hacia la embajada.

Como había pagado por retener el taxi por toda la noche, pudimos dejar nuestros abrigos más pesados, las gabardinas, con mi revólver escondido entre ellos, en el taxi.

Mientras ya nos codeábamos entre políticos de rango alto y medio, y con embajadores de distintos países europeos y algunos de otros continentes.

Las naciones y la sociedad habitual se enfrentan a esta gracia en cualquier ocasión en que la comida y la bebida sean aceptables y, lo que es más importante, estén disponibles gratuitamente.

Y este era exactamente el tipo de ocasión que Holmes haría cualquier cosa para evitar a toda costa en el curso normal de las cosas.

Pero, desde que comparto sus aventuras con él, pude reconocer las señales de que estaba oliendo alguna que otra intriga ya que sus ojos estaban alertas recorriendo el salón de la embajada sobre el borde de una copa de champán que, aunque se la había subido a los labios, le había entregado poco de su contenido a la boca.

Descartaba los intentos de conversación lo más rápido posible, no siempre de forma tan cortés como podría haberlo hecho, y me pasaba a la mayoría de sus posibles entrevistadores.

"Creo que descubrirá que el Dr. Watson, aquí presente, le proporcionará una versión mucho más emocionante de ese episodio de la que podría lograr relatarle yo", decía, "dado que está consiguiendo que sus informes sean un poco más coloridos de lo que yo nunca podría hacer “.

Y así fue que mis habilidades de conversación estuvieron bajo una prueba constante, lo que le permitió a mi amigo continuar su vigilancia de la fiesta.

Ya había conversado con un embajador, tres esposas de embajadores, un miembro conservador del parlamento por un escaño en el condado y una serie de personajes de la alta sociedad excesivamente complacidos cuando Holmes reapareció de uno de los otros comedores y, dejando de lado otra solicitud de conversación con un miembro menor de la realeza europea, y con el debido respeto a su posición, me indicó que lo siguiera con cierta urgencia.

Cuando estuvimos a salvo del alcance de los acosadores preguntones, se volvió hacia mí:

“Ya comenzó el juego, Watson, la presa se ha puesto en marcha y debemos movernos inmediatamente para seguir su ritmo. Ahora, cuando lleguemos al carruaje taxi, cámbiate con tu abrigo más pesado y revisa esa pistola tuya”.

Trotamos por los escalones de la embajada para encontrar que nuestro carruaje estaba esperándonos.

"El carruaje que me pidió que vigilara acaba de dejar la embajada, señor Holmes", dijo el taxista cuando nos acercamos.

“Síguelos, Paul, por favor, pero quédate algo atrás, no les hagas saber que los estamos siguiendo”.

“De acuerdo, señor. Conozco el ejercicio”.

Nos introducimos dentro del coche, Paul chasqueó el látigo sobre el caballo y nos alejamos en la noche.

Mientras nos quitábamos las chaquetas de etiqueta de la cena y nos poníamos las gabardinas, Holmes me entregó un pañuelo de seda para la cara y una linterna con postigos.

“Puede que tengamos que doblegar la ley un poco esta noche Watson, solo un poco, aunque he estado tratando de precisar los movimientos que seguiremos

esta noche durante algún tiempo. El hombre que estamos siguiendo es posiblemente el hombre más buscado en Londres y, sin embargo, nadie que conociera su nombre o su rostro dirá que es él. Ahora, si me permites, me demostrarás tu indispensabilidad una vez más al dejarme pensar en las acciones que vamos a tomar mientras viajamos”.

Y con eso juntó las manos frente a su larga nariz y se dejó llevar dentro de su esfera mental mientras yo mantenía la paz permanecía en silencio junto a él.

En menos de media hora, Paul golpeó el techo del carruaje taxi y tiró del caballo.

El carruaje que habíamos estado siguiendo, un vehículo cerrado de cuatro ruedas, se había detenido junto a la entrada de un camino de grava.

Un hombre con un sombrero de copa y una capa con un gran cuello vuelto se había bajado y luego el carruaje se había introducido en el camino de entrada, que daba servicio a una casa unifamiliar de tamaño medio en una zona acomodada de la ciudad.

El hombre se deslizó por las sombras del jardín después del carruaje.

Paul paró nuestro carruaje taxi afuera de la casa vecina.

"Venga Watson, un acercamiento expedito sobre la pared de la casa vecina puede ser hecho y no será visto por el personal".

Seguí a Holmes y, cuando llegamos a la pared, le ayudé a trepar levándole la pierna

Después que él pasó recibí su mano sobre la pared para ayudarme a izarme.

Luego de pasar nos movimos agazapados a través de las sombras nosotros mismos igual que hizo el personaje al que dábamos caza.

Nos habíamos cubierto las caras con nuestras bufandas de seda.

Luego de llegar a la parte trasera de la casa, nos acurrucamos en los arbustos mirando al hombre con capa agazapado bajo un conjunto de ventanas estilo francés que mostraban lo que parecía ser una gran habitación, como un salón.

“¿Vamos a evitar un robo, Holmes?” Susurré, colocando mi mano en la culata de mi pistola.

"No, Watson, creo que vamos a observar una invasión de un tipo completamente diferente".

Una luz parpadeó, se iluminó la sala de estar y una figura, con una lámpara, apareció en las ventanas sas.

El bello rostro de una mujer joven, con ojos brillantes de anticipación, apareció iluminado por la lámpara.

Miró con cautela alrededor de la habitación y luego abrió las ventanas sas, mirando ansiosamente.

Ella se apartó, algo sorprendida, cuando el hombre con capa saltó dentro desde su posición agachada junto a la ventana y luego se arrojó sobre él, besándolo con urgencia, moviendo su mano libre debajo de la capa y acariciando su espalda.

Él la aplastó contra si mismo en un fuerte abrazo, de pie en toda su altura, de modo que ella tuvo que estirar su cuello para continuar el beso.

Luego rompieron el beso, ella le estrechó la mano y lo llevó hacia adentro, cerrando la ventana sa detrás de ella.

Nos movimos cuidadosamente a través del césped hacia las ventanas y miramos adentro.

La lámpara había sido colocada en una pequeña mesa y la pareja se devoraba hambrientamente cerca.

La boca de él se encontró con la piel suave de su cuello, su cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados y la boca abierta.

Sus manos se extendían por toda su espalda debajo de su capa.

De repente hubo un destello de luz cuando una pequeña y malvada cuchilla apareció en la mano derecha del hombre, que tenía detrás de su espalda.

Temiendo el peligro, tomé mi pistola e hice un movimiento, pero la fuerte mano de Holmes en mi hombro me detuvo.

Con un hábil movimiento de su muñeca, el hombre movió la hoja hacia abajo y luego a través del cordón en la parte posterior del vestido de la joven.

Ella se tensó ligeramente en estado de shock y un jadeo se estremeció de sus labios, luego el hombre rompió su abrazo y retrocedió.

Sin la presión de su cuerpo contra el de ella, su vestido cayó al suelo, sin ninguna protesta saliendo de ella.

Ella se quedó de pie, mientras a tela se reunía alrededor de sus pantorrillas.

Mientras, a la luz de la lámpara, los ojos del hombre se movían lascivamente sobre su cuerpo.

Llevaba un corsé negro que sacaba el máximo provecho de sus amplios senos.

Y también usaba medias negras, aunque llevaba bragas azules incongruentes entre la ropa interior negra, pero características del estilo francés, cortadas en alto para que la curva inferior de sus nalgas bien formadas se asomara por debajo.

El hombre se acercó a ella, observando su belleza y me di cuenta de que yo también me había acercado al cristal.

Era una noche tranquila y el cristal era delgado, así que cuando el hombre habló, con brusquedad y dando órdenes, pudimos escucharlo decir:

"Suéltate el pelo".

La joven, con sus ojos azules todavía parpadeando expectantes, extendió las manos y se sacó dos alfileres.

Sus largos mechones castaños cayeron en cascada sobre sus hombros y hasta sus omóplatos.

Se tiró de los mechones para aflojarlos y luego regresó los brazos a los costados.

“Bonitas bragas”. No había calidez en el cumplido.

“Son las favoritas de mi esposo”. Ella argumentó.

El hombre avanzó y movió su mano hacia su entrepierna, empujando la tela de las bragas entre sus piernas.

La joven separó, invitando, las piernas para permitirle más y él le frotó con los dedos dos veces, haciendo que su pecho se agitara y se mordiera el labio inferior.

Luego, con la misma rapidez, retiró los dedos y la pequeña cuchilla pasó a su otra mano.

Ella saltó cuando él colocó la fría cuchilla contra su muslo.

Luego él movió la cuchilla hacia arriba y con dos movimientos cortos le cortó las bragas.

Se acercó la tela a la nariz, presumiblemente inhalando su almizcle, luego metió la cuchilla y las bragas en bolsillos dentro de su capa.

La mujer parecía un poco preocupada.

“No te preocupes bonita por las bragas favoritas de tu marido, querida, él no dirá nada. A mí, por otro lado, me gusta mucho ese corsé, y me gustaría volver a verte con él, así que quítatelo con cuidado, querida. No quiero cortar eso”

Sin embargo, la joven parecía vacilante por primera vez.

"Pero son las favoritas de mi esposo, a él le gusta verme en ellas puestas".

El hombre metió la mano en su capa y esperaba que volviera a sacarla con las bragas, pero en su lugar sacó una pequeña bolsa de cuero, atada con una correa, también de cuero.

“¿Tu marido tiene esto?”

Los ojos de la mujer se fijaron de repente en la bolsa de tal manera que inmediatamente presumí que era una especie de adicta y que la bolsa contenía el narcótico que la impulsaba.

“No, no, él no lo tiene”.

Comenzó a morderse el labio inferior de nuevo y, sin mover ni una vez la mirada de la bolsa, comenzó a desabrocharse su corsé, un clip a la vez, muy lentamente.

"Más rápido", dijo él con impaciencia mientras se divertía moviendo la bolsa en su mano y observando como sus ojos servilmente la iban siguiendo.

Sus manos se movieron más rápidamente y pronto alcanzó el cierre más bajo, justo por encima de su mata oscura de vello púbico.

Mi mirada cayó sobre sus pliegues femeninos por primera vez y me sorprendió ver que sus labios ya brillaban con humedad a la luz de la lámpara.

También me fue necesario mover mi posición ligeramente para aliviar el ajuste

en el frente del pantalón, lo que me valió una reprimenda susurrada de Holmes.

Colocó el corsé en una silla cercana y se puso de pie, desnuda excepto por sus medias, en el centro de la habitación.

Piel de gallina cubría su piel y sus pezones estaban erectos.

Sus ojos nunca abandonaban la bolsa.

"Ven aquí, creo me gustaría que me la chuparas primero".

“¿Pero la loción? ella tenía un tono implorante en su voz.

“Si tienes dudas me podría ir a otro lado, ya lo sabes”.

Metió la bolsa nuevamente dentro de su capa y se dio vuelta para irse haciendo que Holmes y yo nos agacháramos un poco.

“¡NO!”

La mujer corrió hacia él, empujando de las prendas desechadas reunidas a sus pies.

Rápidamente cayó de rodillas ante él y movió ambas manos hacia los botones de su entrepierna, abriéndolos y sacando su pene semiflácido que ya parecía considerablemente grande.

Lo sostuvo en la mano y lo miró a los ojos.

“Continúa, cariño”, dijo él, alentador, “sabes que creo que lo haces muy bien. Tienes una de mis bocas favoritas”.

Parecía casi orgullosa de este cumplido condescendiente y se inclinó para besar su pene suavemente en la punta.

Llovió besos suaves de piquito a lo largo de su longitud, que ya se endurecía rápidamente hacia la dureza completa, llegando, estimé, a al menos a nueve o diez pulgadas de largo.

El hombre se quedó quieto, mirando hacia abajo con una mirada neutral en su rostro.

Es para mi vergüenza que sentí que yo estaba obteniendo más placer de las acciones de ella que él.

Él la dejó continuar con sus suaves atenciones por un tiempo más, luego bajó la mano y con ella le agarró un puñado de cabello del costado.

“Chupa, querida, chupa”.

Ella lo miró, sonriendo, y luego deslizó su boca sobre su pene, absorbiendo todo lo que pudo y luego comenzó a mover la cabeza rítmicamente de un lado a otro, con las mejillas hundidas en sus golpes de succión.

Esto, por fin, pareció tener un efecto en el hombre ya que su pecho comenzó a agitarse con poderosas respiraciones.

Él se agachó y agarró su cabello también con su otra mano y comenzó a jalarla hacia su miembro después de cada golpe de succión.

Esto tuvo el efecto de hacer que ella tomara más de su pene dentro de su boca de lo que pareciera cómodo para ella y ocasionalmente comenzaran a darle arcadas.

Pero él no cedió.

Después de unos minutos más, comenzó a agregar el movimiento de sus caderas y pronto la mujer estaba acomodando la longitud total de su miembro en cada golpe y, a pesar de parecer un poco incómoda, continuó e incluso comenzó a gemir alrededor de su polla.

Toda la escena era increíblemente erótica.

Miré a Holmes para evaluar su reacción, pero supongo que no debería haberme sorprendido de ella: estaba observando tan desapasionadamente como un científico podría ver los resultados de un experimento químico.

Fui a volver la cabeza hacia la escena desenfrenada, pero mis ojos se quedaron en Holmes durante unos segundos más mientras me preguntaba cómo esto no podría estar afectándole a él.

Sus ojos brillaban con interés, era cierto, pero era el mismo brillo que había visto tantas veces antes, presente cuando estaba examinando un césped aparentemente vacío en busca de pistas o incluso un cadáver particularmente interesante en una escena de asesinato.

Luego, un fuerte jadeo gorgoteante desde dentro me devolvió la atención a la habitación para ver que el movimiento rítmico se había detenido.

Los nudillos del hombre estaban blancos mientras sus puños apretados sostenían la cabeza de la mujer contra su entrepierna, su miembro profundamente metido en su boca.

Luchó un poco por respirar, pero no pudo mover la cabeza; tal era el agarre de su cabello.

Tenía la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados.

Apretó los dientes y luego sacudió las caderas tres o cuatro veces mientras, presumiblemente, bombeaba su semilla por la garganta de la mujer.

Esto le provocó náuseas una vez más, pero no pudo soltarse y ella luchó por tragar.

Hubo una pausa de unos segundos y luego sus caderas se sacudieron una vez más.

A ella le volvieron a darle náuseas y él le soltó el pelo.

Se dejó caer hacia atrás, de modo que ahora estaba sentada en el suelo, tosiendo y balbuceando, con una mezcla de su saliva y su semen resbalando y goteando de sus labios cayendo sobre sus senos.

Él se tomó un momento para recobrar la compostura, parándose después frente a ella sin molestarse en hacer nada sobre su brillante y ablandado pene que todavía colgaba fuera de sus pantalones.

Luego la miró como un maestro orgulloso puede mirar a un estudiante talentoso.

“Realmente tienes una boca muy competente querida, muy agradable. Creo que te has ganado tu loción esta noche”.

Metió la mano dentro de su capa y una vez más sacó la bolsa de cuero.

A pesar de que la mujer aún no había recuperado completamente el aliento, se animó de inmediato al ver la bolsa y se sentó sobre sus rodillas, sacudiéndose emocionada, con los ojos muy abiertos una vez más.

El hombre lentamente desabrochó la correa de cuero y juro que la joven mujer se lamió los labios.

Con un movimiento de cabeza señaló un sillón cercano y la joven se acercó y se recostó en él, estirando las piernas por los costados sin vergüenza.

Ahora su vagina visiblemente hinchada y húmeda se abrió a nosotros totalmente y me pareció ver que ella tenía hambre en sus ojos.

Me sorprendió ver que su miembro, todavía colgando de sus pantalones, comenzaba a volver a la vida una vez más y, cuando se movió, lentamente, hacia

la mujer, estaba casi completamente erecto una vez más.

Se paró sobre ella y abrió la bolsa.

Ahora ella estaba retorciéndose en el asiento, sus nalgas se apretaban y aflojaban, sus músculos de los muslos temblaban.

De la bolsa él sacó un pequeño frasco medicinal y desenroscó la tapa, empujándola con dos dedos lenta y deliberadamente y sacando una gran cantidad de una sustancia blanca y cremosa.

La joven chilló y se levantó a medias del asiento antes de volver a caer.

Colocó el frasco y la bolsa en una mesa cercana y se inclinó para comenzar a frotar la loción alrededor de los pliegues de su vagina.

Ella arqueó la espalda y abrió la boca, casi orgásmicamente.

Ella apenas reprimía los chillidos emitidos por su boca y cuando él hundió sus dedos en ella por primera vez, ella comenzó a retorcerse.

Él retiró los dedos y ella movió las caderas como para tratar de mantenerlos dentro de ella, pero la empujó hacia atrás en la silla y levantó los dos dedos que

había estado usando para llevarlos a su boca.

Abrió los ojos cuando su nariz captó su olor y, para mi sorpresa, comenzó a lamerles la crema, hambrienta como una gatita.

Ella continuó lamiéndole los dedos mucho después de que desapareciera cualquier rastro visible de crema, pasando su lengua por todas las grietas con destreza.

Solo podía imaginar las sensaciones que ese músculo bucal tan ágil había provocado recientemente en su miembro, una vez más como puro hierro duro.

Él retiró la mano de su boca para usarla para cubrirle la cara.

La empujó una vez más hacia la silla y se movió de modo que su espalda estuviera ahora hacia nosotros tapándonos la escena que se desarrollaba.

Sin embargo, por su repentino movimiento y el fuerte chillido de ella, era obvio que él acababa de hundir a su miembro directamente en su sexo en espera.

Sus piernas, que habían estado cubiertas de los lados del sillón se enderezaron repentinamente a cada lado de él.

Las atrapó y las movió para que estuviesen sobre sus hombros y luego Holmes y yo observamos durante unos minutos como él se empujaba con urgencia y ferocidad hacia ella, bombeando con las piernas.

Sus gruñidos de animal se mezclaron con los chillidos cada vez más febriles de la joven que se transformaron lentamente en gritos.

Fue en este punto que un extraño pensamiento irrumpió en mi mente.

¿Por qué nadie del personal se apresuraba a ver cuál era la conmoción?

Ya que, a pesar de los gritos cada vez más fuertes de la mujer, nadie se acercaba.

Su empuje se hizo, imposiblemente, más urgente y contundente y sus gritos casi constantes.

Sus piernas ahora se agitaban sobre sus hombros de tal manera que tuvo que agarrarle las pantorrillas con las manos, sosteniendo sus piernas mientras él continuaba empujándola.

Nunca, antes o después, había visto a una mujer tener un orgasmo tan fuerte como la mujer lo tuvo.

Su grito alcanzó un crescendo, sus piernas se pusieron rígidas y luego se desmayó y quedó completamente flácida.

Pero el hombre no había terminado y siguió usando su miembro en el cuerpo de la muchacha hasta que él también se vació por completo dentro de ella.

Gruñó varias veces mientras tenía varios espasmos antes de soltarle las piernas y dejarla desplomarse, en estado medio inconsciente, sobre el sillón.

Retrocedió para recobrar el aliento durante unos segundos, dejándonos una vista de la joven, inconsciente, tirada, agotada, con los brazos y las piernas sobre los costados del sillón.

Su cabello estaba empapado de sudor y pegado a su piel desnuda, que también brillaba a la luz de la lámpara.

Y su vagina, abierta por sus piernas colgantes, lucía floja y bien usada, goteando grandes cantidades de semen del hombre sobre la tapicería de felpa y el mueble.

Era una escena tan carnal y lasciva como creo que jamás presenciaré en mi vida.

La joven estaba completamente agotada.

Me di cuenta de que mi nariz ahora casi tocaba el cristal cuando el calor de mi aliento empañó la ventana ante mis ojos.

Me giré para mirar a Holmes, con mi mandíbula floja por el asombro, pero él permanecía exactamente como había estado al comienzo de la exhibición, interesado pero apasionado.

No pude sino maravillarme del autocontrol de mi compañero.

O posiblemente por lo frío e inhumano que podría ser.

El movimiento en mi visión periférica me obligó a volver mi atención a la habitación y vi al hombre regresar a donde había dejado el vestido de la mujer en el piso.

Lo recogió y usó el material para limpiar su pene aún semi erecto, para limpiarlo de su semilla y de los abundantes jugos vaginales.

También se frotó con él la parte delantera de sus pantalones donde sus jugos también habían dejado su huella.

Luego dejó caer el vestido nuevamente, volvió a meterse el pene en los pantalones y se abrochó los botones de la entrepierna antes de moverse a la mesa.

Después, volvió a colocar la tapa del tarro, lo guardó en la bolsa y se metió la bolsa bajo su capa.

Cuando terminó, el hombre sacó una libreta de otro bolsillo de su capa.

Era más grande que la portátil de bolsillo estándar y estaba sujeta con una goma india.

Se veía bien pulida y tenía hojas sueltas que sobresalían entre sus páginas.

A pesar de todo lo que había sucedido anteriormente en la noche, fue solo en este punto que noté que Holmes se movía hacia adelante y se interesaba más.

El hombre acercó una silla al otro lado de la habitación y, después de encender un cigarro y tomar un par de bocanadas, procedió a llevar a cabo las acciones más extrañas.

Comenzó a esbozar en el libro, presumiblemente los estudios de la mujer inconsciente.

Él se inclinó para hacer los exámenes más íntimos de ella.

De una manera muy distante, fue apartando los pliegues de su vagina con su lápiz, o fue moviendo bruscamente partes de su cuerpo mientras la inspeccionaba, levantando sus senos y moviendo sus brazos.

“¡Marcas de nacimiento!” exclamó Holmes en un susurro que insinuó casi iración.

Después de terminar su examen y dibujar, el hombre hizo algunas notas escritas.

Luego, después de guardar el lápiz en el lomo del libro, sacó un pequeño par de tijeras que brillaron plateadas a la luz de la lámpara y procedió, sin gran gentileza, a cortar un grupo considerable del vello púbico de la mujer para luego colocarlo en la hoja del cuaderno en el que había estado escribiendo.

Luego cerró el libro, lo sujetó firmemente con la goma india y lo volvió a colocar debajo de su capa.

Se recostó y tranquilamente terminó su cigarro, a veces distraídamente inspeccionando la forma caída ante él y otras veces inspeccionando casualmente la habitación.

Después de terminar el cigarro, apagarlo en la mesa lateral y dejar la colilla allí, se puso de pie con un sobresalto que hizo que Holmes y yo nos volviéramos a la cubierta de los marcos de las ventanas por si salía por allá.

Pero, para mi sorpresa, el hombre se dirigió con confianza hacia la puerta de la sala y la abrió, sin preocuparse por despertar al personal.

Unos momentos más tarde oímos actividad y voces fuertes en la parte delantera de la casa.

Holmes salió, bordeando el césped abierto, a lo largo del margen de los arbustos que nos cubrían, para investigar.

Me volví para seguirlo, pero me detuvo la llegada de una criada a la sala de estar, que llevaba su propia lámpara.

Con un grito ahogado, corrió hacia la mujer, a quien presumí que era la dama de la casa.

Después de examinar los restos angustiosamente esparcidos de los eventos anteriores, se arrodilló al lado de la mujer y comenzó a revivirla golpeando suavemente su mejilla.

Pronto se le unieron otras dos mujeres, también del personal por la calidad de su atuendo nocturno, y mayores en años, que después de detenerse también para evaluar con sus sentidos toda la escena que tenían delante, alejaron a la criada más joven, que había llegado primero.

Y una de estas últimas, llevando un vial de sales aromáticas, hizo un esfuerzo concertado para reanimar a la mujer.

Sus esfuerzos parecían comenzar a lograr su objetivo ya que la joven comenzó a moverse, pero cuando apareció un sirviente, enmarcado en la puerta, temí ser detectado y me volví para seguir a Holmes.

Lo alcancé a tiempo para ver que seguía al hombre con capa, con su cuello alto todavía en su lugar, y que caminaba casualmente por el camino de grava y salía a la calle de más allá.

La luz causada por la apertura de las puertas principales de la casa se derramó sobre la grava y un hombre que supuse que era el mayordomo, vestido apresuradamente con pantalones negros y una camisa de vestir medio abrochada, estaba parado, con la boca abierta en estado de shock, vigilando al hombre con capa.

“Debemos regresar con Paul y seguir el carruaje de regreso a la guarida de este monstruo, Watson. Y no podemos esperar a que el fiel vigilante (él utilizó esta descripción con ironía) regrese al interior. Da vuelta de nuevo sobre la pared” Holmes me susurró.

Mis pies crujieron la grava cuando nos giramos, lo que nos devolvió un "quién está allí" poco entusiasta e intrascendente del mayordomo.

Pero volvimos con cuidado a través de los arbustos hasta llegar al punto por donde habíamos escalado la pared.

Una vez más lo hicimos, a la inversa, y con un poco más de urgencia.

Nos apresuramos hacia la calle donde habíamos dejado a Paul, que nos debía estar esperando.

Descubrimos que Paul se había ido sin nosotros y, al oír el ruido una rueda sobre el adoquín, miramos la calle iluminada por el gas para ver nuestro coche a lo lejos, siguiendo el carruaje del hombre con capa.

“Maldito Paul”, exclamó Holmes, “¡Maldita sea! ¡Actuó por iniciativa propia y siguió el carruaje por su cuenta! Me ha llevado meses obtener una pista sobre ese tipo y ahora lo he perdido nuevamente. Debemos esperar que Paul no lo pierda y podamos extraer de él una ubicación por la mañana”.

Era raro que mi amigo mostrara una emoción tan fuerte durante un caso.

Por lo general, tenía un gran control de sí mismo como demostró antes delante de la ventana.

Lo tomé como una marca de la importancia del caso y sentí que era mejor mantener mi propio control.

Por ello, caminé hacia el cruce al final de la carretera con la esperanza de asegurar un carruaje que pasara en la carretera más transitada.

A esta hora de la noche, esa no era una perspectiva fácil y, de hecho, pasó casi una hora antes de que pudiéramos volver a nuestras habitaciones en Baker Street.

Una nube oscura había descendido sobre mi amigo y no pronunció una palabra durante toda esa hora.

Cuando finalmente llegamos a nuestra sala de estar acogedora y familiar, se arrojó en su sillón favorito junto a la chimenea y cargó generosamente su pipa con una marca particularmente acre de tabaco.

Se dejó caer sobre el respaldo del sillón e inmediatamente me di cuenta de que no dormiría esta noche mientras trabajaba con los nuevos problemas en su cabeza.

Por mi parte, decidí que ya era demasiado tarde para viajar de regreso a mi casa y a mi, siempre, comprensiva esposa, y decidí quedarme en mi vieja habitación de arriba.

Supuse que, después de los asombrosos eventos de los que había sido testigo anteriormente en la noche, el sueño tampoco sería fácil para mí.

* * *

A la mañana siguiente, me levanté tarde, después de haber tenido una noche de sueño agitado con sueños vívidos y eróticos.

No iba a poder evitar llevar los recuerdos de los eventos de la noche anterior a mi mente por algún tiempo, y si era honesto, no estaba completamente seguro de querer evitarlo.

A pesar del desenfreno del episodio, la pura lujuria animal de la escena había sido, para mi vergüenza, una de las vistas más poderosamente excitantes de mi vida.

Me vestí y fui a la sala de estar, desde donde los aromas de uno de los excelentes desayunos de la señora Hudson estaban dominados casi por completo por el humo penetrante de la pipa de Holmes, a pesar de la señora Hudson, supuse, debió haber abierto las ventanas en un esfuerzo por despejar el aire de la habitación.

Era obvio que mi amigo había pasado toda la noche con su pipa, ejercitando su mente ante el problema en cuestión.

Mi entrada pareció romper el hechizo y él levantó la vista de la bandeja, lanzó una sonrisa momentánea y colocó su pipa en la pequeña mesa a su lado.

“Watson, querido Watson, tienes toda la razón, por supuesto”.

Se rio de mi mirada inquisitiva.

"Crees que debería tomar un poco de ese excelente desayuno y que quedarme despierto toda la noche es malo para mí".

“Bueno, obviamente”.

“Entonces comamos, Watson, comamos. Hay poco que hacer por un tiempo. Paul, “dijo sin ser demasiado entusiasta,” se acostará después de sus exploraciones nocturnas y debemos dejar que descanse antes de presionarlo para que nos lleve a la dirección a la que se dirigió el carruaje. Nuestro camino puede aún no estar frío Watson ... ¡a diferencia de este café! "

Cogió la cafetera y la llevó hasta la puerta.

“¡Señora Hudson! ¡SEÑORA HUDSON! ¡Un poco de café recién hecho, por favor, Watson aborrece su café frío!”

Me retorcí bajo la mirada fulminante del ama de llaves más furibunda de Londres cuando ella vino a recoger la cafetera para recargarla con café caliente.

Le di a Holmes una mirada de advertencia a su regreso a la mesa.

“¿Estás listo para decirme de qué se trató lo de anoche? Supongo que no nos hemos convertido en los mejores voyeurs detectives de la capital”

"Anoche fue muy instructivo Watson".

“Ciertamente aprendí una o dos cosas”. Respondí, pero mi amigo continuó sin siquiera registrar mi intento de ser gracioso.

“¿Has oído hablar del diario del Don Juan?” Holmes preguntó mientras untaba unas tostadas.

"Sospecho que como la mayoría de los caballeros de Londres", respondí, "pero siempre supuse que era simplemente un rumor excitante".

“Desafortunadamente no Watson; El Diario del Don Juan es muy real, y muchos

de los caballeros a los que te refieres viven con miedo, incluso, se rumorea, que los hombres de los niveles más altos de la sociedad. El hombre conocido solo como el Don Juan es un seductor sin igual de las esposas de otros hombres y, como creo que vimos anoche, un maestro incomparable de las artes eróticas”.

“¡Ese era él, ese era el Don Juan ?!” Exclamé.

“Estoy seguro que sí, Watson. Recibí un aviso de que la esposa del Ministro de Comercio Europeo era una de las mujeres que estaba en su diario y que, dado que el Ministro se encuentra actualmente en el extranjero en una misión comercial, el Don Juan estaba planeando acechar a su esposa anoche “.

“¡¿Esa era la esposa del ministro?! Parece mucho más joven que él”.

“Ella es su segunda esposa, Watson, y es la hija de un magnate naviero muy bien conectado y rico. Fue un matrimonio útil para ambos lados del acuerdo”.

“Entonces, ¿ese cuaderno en el que lo vimos escribir, ese era el legendario Diario?”

“El mismo Watson, el mismo. Es la información y los recuerdos contenidos en esas páginas lo que mantiene al Don Juan a salvo de las represalias de los

maridos de sus conquistas. Si ese libro cayera en las manos equivocadas, ¿quién puede decir qué escándalos surgirían? Incluso escuché decir que el difunto Charles Augustus Milverton tenía en el mercado una recompensa permanente de diez mil guineas para cualquiera que pudiera ponerlo en sus manos “

“¿Pero las mujeres no saben que él es, digamos, mmm, demasiado derrochador con sus atenciones?” Le pregunté.

"Lo saben", respondió Holmes, "pero se rumorea que es capaz de elevarlas a tal altura de éxtasis que puede mantenerlas en su esclavitud en una medida casi fanática. Creo que lo vimos en la cara de esa pobre joven anoche. Y creo que, por primera vez, también hemos obtenido una idea de cómo lo hace. Además de un pene de tamaño superior a la media, creo que el secreto debe estar en esa crema que mantuvo en el frasco y que le aplicó internamente, tanto por vía oral como a través de la vagina. Parece mejorar el placer del orgasmo de manera espectacular. La pobre chica actuó como la peor de las adictas al opio en su presencia, Watson”.

"Los efectos fueron sin duda asombrosos, Holmes, y, sin embargo, no conozco ningún compuesto médico que pueda tener ese efecto".

“Hay más cosas en el Cielo y en la Tierra que lo que incluso nuestra avanzada ciencia médica pueda conocer, Watson, y creo que hemos vislumbrado algo del legendario poder de la naturaleza. Pero espera, creo que debemos detener momentáneamente esta conversación porque se acerca nuestro amigo el Inspector Lestrade”.

Mi mirada burlona provocó más información.

“Él habitualmente contrata los servicios de un taxista en particular, Thompson, y yo le pago a Thompson un pequeño suplemento para que use un clavo específico en las herraduras de su caballo para advertirme sobre la llegada de Lestrade. A menos que me equivoque mucho, Thompson se está acercando por la calle y supongo que estamos a punto de entrevistarnos con Lestrade. Sírvele una taza de café, Watson”.

Efectivamente, unos minutos después, Lestrade estaba de pie en nuestra sala de estar con una mirada burlona mientras yo le entregaba un café, listo y preparado a su gusto.

“Gracias, pero no, doctor Watson. Me temo que estoy aquí por asuntos policiales. Ha habido un asesinato”.

“¿Y desea que vaya a inspeccionar la escena con usted, Inspector?” preguntó Holmes, ya de pie y alcanzando su abrigo.

"Ah, no exactamente señor Holmes", respondió Lestrade, tímidamente cuando dos agentes entraron en la sala de estar detrás de él, "me gustaría que usted y el doctor Watson nos acompañaran. ¡Tenemos un testigo que dice que uno de

ustedes es el asesino!”.

SEGUNDA PARTE

En deferencia a la inigualable historia de mi amigo de ayudar al Yard, no fuimos sometidos a la humillación de las esposas ni fuimos llevados directamente a Scotland Yard, sino que nos llevaron a una casa de estilo pueblerino en un área de la ciudad que ahora estaba de moda.

El aspecto de la casa no lucía muy bien.

“¿Esta es la escena del crimen?” preguntó Holmes.

"Lo es, y estoy rompiendo todas las reglas del departamento al traerles aquí, Holmes, así que este no es un asunto particularmente gracioso, seremos los tres en esto". Respondió Lestrade, sosteniendo la puerta del vehículo policial, cerrado de cuatro ruedas, abierta para nosotros.

Esto no había sido un acto de respeto, aunque no nos habían esposado, el vehículo de cuatro ruedas en el que habíamos viajado estaba completamente cerrado y no tenía manijas en el interior de las puertas cerradas.

Lestrade había cabalgado delante de nosotros en su carro propio y sin ayuda externa no hubiéramos podido salir del carruaje.

“Bueno, no he estado en esta parte de la ciudad por algún tiempo, Lestrade, ¿cuándo ocurrió el asesinato?”

“El cirujano de la policía calcula que fue anoche algo tarde”.

“Bueno, anoche fuimos al otro lado de la ciudad sobre esas horas. Un taxista llamado Paul puede dar fe de ello”.

“Es Paul quien dice que uno de ustedes dos puede ser el asesino. Él dice que les dejó aquí justo antes de la medianoche después de que le pidió que siguiera a un carruaje hasta aquí. Un hombre salió del carruaje y entró en la casa. Usted y Watson se bajaron y lo siguieron después de despedir a Paul para la noche y pagarle una generosa propina”.

“Eso simplemente no es cierto. Anoche utilizamos a Paul en una investigación, pero nos dejó en la Casa del Ministro de Comercio Europeo alrededor de las once en punto y tuvimos que encontrar otro taxista que nos llevara de regreso a Baker Street. Ese taxista se llamaba Stevens y trabaja en la cochera de Norwich. Corroborará nuestra historia”.

Lestrade se volvió hacia uno de los agentes a su lado.

“Compruebe esto. Llévese mi carruaje”.

El agente asintió y corrió hacia la cabina del carruaje de Lestrade, que estaba esperando y salió ruidosamente calle abajo.

"Para ser justos, Holmes, Paul dijo que estaba oscuro y que usted y Watson llevaban sombreros y máscaras faciales, pero dijo que parecía que los caballeros tenían la altura y la complexión correctas para ser ustedes".

“Paul debe ser disculpado, Lestrade, vio y escuchó lo que esperaba ver y escuchar y los dos hombres en la cabina jugaron con eso. Estoy empezando a sospechar lo que pudo haber ocurrido aquí anoche. ¿Puedo entrar y examinar la escena?”

“Aún contra mi mejor criterio, Holmes, creo que debería. Me parece que alguien está tratando de implicarles”. Lestrade retrocedió y con una mano extendida le mostró a Holmes el camino hacia la puerta principal, que estaba abierta.

“Sus hombres han perdido el hacer de su buen trabajo habitual, Lestrade. Parece que una gran estampida hubiera pasado por el camino. Ya ha visto muchas veces la cantidad de datos que se pueden obtener desde el principio con solo examinar cuidadosamente el camino de entrada y, sin embargo, continúa permitiéndoles pisotear con sus botas uniformadas de arriba a abajo”.

"Tranquilícese, Holmes, hasta que tengamos noticias de ese tipo Stevens, todavía es usted oficialmente sospechoso". Respondió Lestrade a la defensiva.

"Muy bien", respondió Holmes, inclinándose para examinar el césped delante de la puerta de entrada, "veamos, estas huellas de aquí no son botas policiales. Varios hombres, tal vez hasta diez, se pararon aquí antes de que se formara la escarcha de la mañana, y estaban arrastrando los pies. Tenían frío o estaban nerviosos, o, tal vez, ambas cosas.”

Holmes indicó varias huellas en la hierba pisoteada.

“Probablemente por eso nuestros dos imitadores despidieron a Paul en lugar de pedirle que esperara. No sería bueno que fuera testigo de la llegada de estos otros hombres. No encajaría con la historia que estaban tejiendo, y además estos hombres no querrían testigos cerca. ¿Podemos?”

Holmes indicó adentro y Lestrade asintió.

“El cuerpo está en la sala contigua, justo a tu derecha, Holmes. El personal de pompas fúnebres no ha venido a recogerlo todavía. Y no tenemos idea de ningún arreglo que se haya hecho en ese sentido con la funeraria. Y aún tenemos que identificar al hombre. Pero, por otra parte, bueno, estaba seguro de que el taxista

no diría nada de su declaración y quería que ustedes echaran un vistazo al cuerpo, si soy completamente honesto”.

Holmes se detuvo momentáneamente y miró a Lestrade a los ojos.

A simple vista, pensé que vi un más que mínimo destello de emoción en la cara de mi amigo.

“Gracias, Lestrade”. Dijo Holmes en voz baja.

Tan pronto como lo dijo, volvió rápidamente al caso como si la demostración sentimental nunca hubiera sucedido y entró en la habitación a la derecha en la que estaba el cuerpo, según Lestrade.

Se movió lo suficiente como para que Lestrade y yo lo siguiéramos y nos pudiéramos para a su lado mientras observaba la escena.

La habitación estaba escasamente amueblada, con una sola alfombra grande en el piso.

Eso daba a toda la habitación un aspecto considerable de ambiente semi vacío.

Había un par de sillas diferentes entre sí, pero de un aspecto de ser caras, junto a una chimenea y dos o tres adornos finos en la repisa de la misma, pero las paredes, que estaban pintadas, no tenían ningún adorno.

Una mesa auxiliar de estilo italiano estaba al lado de una de las sillas y sobre ella había una caja abierta de lo que parecía ser una variedad de puros finos.

No había nada más en la habitación, nada más que el cuerpo de un hombre, obviamente muerto, y que yacía en el medio del piso.

Estaba tumbado de espaldas, con los brazos estirados.

Había sufrido varias heridas de arma blanca.

Como consecuencia la parte delantera de su camisa de vestir blanca ahora estaba completamente roja.

Una gran mancha negra se extendía sobre la alfombra y aún sujeta alrededor de su garganta tenía una capa con cuello alto.

“¡El Don Juan!” Dije en voz baja.

“Efectivamente, Watson”. Respondió Holmes mientras procedía a rodear lentamente el cuerpo, evitando la gran mancha de sangre en la alfombra, "¿Qué piensas de las heridas de arma blanca?"

Después de recibir un asentimiento de permiso de Lestrade, avancé sobre el cuerpo y me arrodillé para examinar los agujeros irregulares en su camisa.

En mis aventuras con Holmes, lamentablemente, había aprendido que se puede deducir mucho sobre el asesino por las heridas que inflige a su víctima, como la altura, la fuerza, si es diestro o zurdo y, a veces, incluso el género.

Sin embargo, las heridas en el cuerpo del Don Juan eran confusas.

Ni siquiera parecían estar hechas con la misma arma.

Luché durante algunos minutos tratando de unir algún patrón o datos útiles, pero fallé.

Mi confusión debe haber sido evidente en mi cara.

“Sí, Watson, ¿verdad que no hay un patrón? Incluso me atrevería a sugerir que, de las diez heridas en el pecho, dos se hicieron con la mano izquierda mientras que el resto se hizo con la mano derecha. Y la hoja que acabó finalmente con la vida del tipo, con la herida en la garganta, es completamente diferente a

cualquier otra que se usara en el pecho”.

“No puedo evitar estar de acuerdo con Holmes”. Dije mientras me levantaba, dándome cuenta de que por ahora había cumplido con mis responsabilidades en esta parte de la investigación.

“¿Puedo examinar la capa, Lestrade?” Holmes le preguntó.

"Puede, señor Holmes, aunque no quiero ninguno de sus trucos. Quiero ver todo lo que encuentre y manténgalo en frente a mí en todo momento, ¡para que pueda ver que todo está en orden!"

Holmes sonrió, pero siguió las instrucciones de Lestrade.

Primero se agachó y levantó un lado de la capa y palpó el interior.

Después de unos segundos encontró lo que estaba buscando y sacó la pequeña bolsa de cuero, sosteniéndola para que Lestrade pudiera verla claramente.

Desató la correa y sacó el frasco de la pomada, cuya tapa todavía estaba asegurada.

Holmes abrió la tapa y olisqueó la loción, pero ninguna expresión cruzó su rostro.

Volvió a colocar la tapa, y el frasco dentro de la bolsa, y luego le entregó la bolsa a Lestrade.

"Mantenga a esto a salvo, Inspector".

Lestrade le dio la echó un vistazo a la bolsa que tenía en la mano y luego la guardó en el bolsillo de su gabardina.

Luego, Holmes dirigió su atención al otro lado de la capa, pero, consciente de la solicitud de Lestrade, en lugar de moverse para estar de espaldas al Inspector, extendió la mano sobre el cuerpo y abrió la capa para que el revestimiento fuera visible para todos nosotros.

Había un gran bolsillo cosido en la capa, y se había asegurado con un solo botón.

“Inspector, ¿sería tan amable de revisar ese bolsillo?”

Lestrade se inclinó y metió la mano en el bolsillo.

"Está vacío Holmes", respondió el inspector y luego se contradijo a sí mismo. "No, espere, hay algo en el fondo".

El inspector retiró la mano y nos la abrió.

“¿Qué es esto? Parece cabello, tal vez un mechón suelto o algo así. Rizado y oscuro, casi como vello púbico”.

Holmes y yo compartimos una mirada cuando el Inspector se metió el cabello en el bolsillo y se levantó.

“¿Ha sacado alguna conclusión, Holmes?” Lestrade le preguntó.

"Tengo tres hipótesis de trabajo en este momento, Inspector, aunque una parece ajustarse más a la situación que las otras dos. ¿Puedo echar un vistazo al resto de la casa?"

“Por supuesto, Holmes, pero la encontrará de poco interés. La mayoría de las habitaciones están vacías y un poco abandonadas, especialmente arriba. La habitación del otro lado del pasillo está amueblada con el mismo estilo que esta habitación. Curiosamente, hay un invernadero bien cuidado en la parte posterior, con una serie de plantas exóticas. ¿Quizás este tipo era un recolector de plantas exóticas y las plantas valiosas pudieran ser un motivo para asesinarlo? ¿Los ladrones se inquietaron antes de que pudieran cargar con su tesoro y huyeron en la noche?”

“Es una posibilidad Lestrade. Ha tomado todos los elementos y los ha convertido en una narrativa, que pudiera ser verdad. Pero está en un camino completamente equivocado”.

Holmes simplemente estaba explicando los hechos tal como los veía, como siempre, pero sin tacto.

Lestrade apretó los dientes ante la reprimenda.

Siguió a Holmes en su inspección de la casa apenas amueblada con un temperamento ligeramente más oscuro.

Después de hacer un examen especialmente cuidadoso de las plantas en el invernadero, Holmes se dirigió a la puerta principal de la casa.

En ese momento el agente que Lestrade había enviado en su carruaje regresaba con una amplia sonrisa en su rostro.

“Interrogué al taxista Stevens y él confirma que llevó a su casa al señor Holmes y al doctor Watson anoche y las horas concuerdan. Los registros en la cochera de Norwich también están de acuerdo con ello.”

Lestrade parecía algo aliviado, Holmes simplemente asintió.

"Hay otra cosa, señor Holmes", dijo el agente, "Paul me pidió que le diera sus disculpas por cualquier problema que le haya causado".

"Una simple bagatela", respondió Holmes, "si mi pensamiento es correcto en cuanto a lo que hay detrás de esta situación tan infeliz, entonces es comprensiblemente que se haya dirigido un esfuerzo concertado para despistarnos y ocultar el crimen real que aun tendrá lugar".

“¿Qué aun tendrá lugar, Holmes? El hombre ya está muerto, ¿está diciendo que hay más vidas en peligro? Sargento, saque a todos de la casa y prepare a los conductores para que nos traslademos”.

“No Lestrade, no. No hay necesidad de preparar una incursión. Bueno, todavía no, de todos modos. Si estoy en lo cierto, este asesinato fue simplemente una parte necesaria de un complot más grande y más insidioso. Pero hay poco que podamos hacer ahora. Tendremos que esperar a que las circunstancias conspiren

para darnos otra oportunidad. Por ahora Lestrade, si no tiene objeciones, ¿podemos regresar el doctor Watson y yo a Baker Street?”

"Por supuesto, Holmes. Doctor Watson, oficialmente ya no es tampoco sospechoso en el caso, así que, por favor, usen mi carruaje con mis disculpas".

“Una oferta amable Lestrade, pero creo que vamos a disfrutar de una caminata, ¿eh, Watson? “dijo Holmes mientras comenzaba a bajar por el camino, conmigo ya detrás de él,” ¡Ah! y además, ¡su carruaje hace un ruido extraño!”

Y caminamos hacia Baker Street disfrutando de la agradable luz del sol invernal y dejando a Lestrade algo perplejo.

* * *

Pasó un tiempo y la primavera comenzaba a tejer su milagro restaurador en la gran ciudad de Londres.

Aunque todo el poder erótico de los eventos que habíamos presenciado en la casa del Ministro de Comercio Europeo justo antes de Navidad todavía estaba profundamente grabado en mi mente, Holmes y yo habíamos discutido poco de los eventos y de sus conclusiones sobre el asesinato del Don Juan, en el que habíamos estado implicados.

Si intentaba plantear el tema en una conversación, él lo rechazaba con un gesto de la mano o simplemente iba tan lejos como para decir que el asunto estaba en un punto muerto y que no se podía hacer nada hasta que salieran a la luz más datos.

Los esfuerzos de Lestrade para identificar al asesino o asesinos o a la víctima habían quedado sin recompensa y el hombre había sido enterrado en una tumba anónima en un cementerio infrecuentado de las afueras.

No había habido dolientes.

Varios casos insignificantes habían pasado por la sala de estar de 221B Baker Street durante los primeros meses del Año Nuevo, pero ninguno de los cuales distrajo o entretuvo mucho a Holmes.

Pasó muchos de los días examinando los periódicos en su búsqueda siempre presente de datos que atesorar, a menudo recortando artículos y archivándolos en su impenetrable sistema de libros y carpetas.

También pasaba la mayor parte del tiempo simplemente sentado, fumando o tocando su violín, conservando, diría yo, su energía mental para cuando más se necesitara.

Por mi parte, la buena salud que habían disfrutado mis pacientes antes de Navidad obviamente había cambiado con la llegada de la nieve y el hielo del invierno.

Aunque, extrañamente, ahora que el clima estaba mejorando, la salud de mis pacientes seguía fallando y mi práctica docente me mantenía alejado de Baker Street por largos periodos de tiempo.

Una mañana de primavera, particularmente agradable, me encontré visitando a un paciente a una corta distancia a pie de Baker Street.

Así que, evitándome un viaje en taxi, decidí acercarme allá y pedirle a mi amigo que compartiéramos un par de tazas del excelente café que preparaba la señora Hudson.

Después de intercambiar unas bromas con mi antigua casera, entré en la sala de estar en el primer piso para encontrar a Holmes sentado, una vez más, en su sillón favorito, examinando cuidadosamente una hoja de papel.

"Buenos días, Holmes".

No respondió, pero me entregó la hoja de papel y procedió a preparar su pipa.

El papel parecía ser una página arrancada de un cuaderno grande.

Me senté junto a la mesa para tomarme el café y revisar la página que me había dado Holmes.

Había un bosquejo burdo de una mujer en la parte superior, anotado con descripciones de sus características notables, casi como notas de autopsia.

Dos marcas de nacimiento en su brazo izquierdo, un lunar debajo de su seno derecho y unos labios prominentes.

En letra clara debajo del boceto estaban las siguientes notas.

“La Dama Rosehearty

Agradablemente gordita con senos colgantes y pesados que le he enseñado a usar con un efecto bastante espectacular al encerrar con ellos mi polla.

Esas almohadas carnosas son su característica más obvia y entretenida.

Cuando los salpico con mi semilla parece tomarse esto de una manera divertida y ha empezado a frotárselo todo con sus senos, comentando que es su más favorita crema para la piel.

Ella tiene una boca dispuesta pero no muy calificada, a pesar de mis intentos de mejorar sus habilidades.

Dejé que me chupara de vez en cuando, pero solo porque me lo suplica y nunca le dejo que lo haga por mucho tiempo.

Yo estoy más interesado en obtener ese frotamiento de esas tetas.

A su edad, su trasero se está volviendo un poco flojo, pero entonces ¿podría haber tenido algo que ver con eso?

Dudo que a su marido le excite mucho en estos días, y ella dice que él no está exactamente bendecido en una polla muy grande.

Le he prohibido que lo entretenga con sus nuevas habilidades de putita, éstas son solo para mí.

A medida que pase el tiempo, la usaré cada vez menos, pero ha sido generosa en el pasado así que cuando no haya disponibles chicas más jóvenes para practicar mi deporte favorito, ella estará encantada para que la use como una “cama” cálida, agradecida y cómoda para pasar la noche “.

Debajo, en una escritura más apresurada, había un apéndice posterior:

“Murió, el 17 de septiembre. Me dejó un reloj de bolsillo que recaudó una cantidad decepcionante en una subasta”.

“¿Del diario del Don Juan?” Le pregunté.

“Una página, sí. Lord y Lady Rosehearty están muertos, dejando herederos distantes, por lo que esa página tiene poco poder ahora. Es simplemente un ejemplo, una prueba de propiedad por así decirlo”.

“¡¿Tienes el diario ?!”

“Desafortunadamente no. Es una prueba de propiedad que me envió esta mañana un mensajero privado. A través de varios mensajeros en realidad. Logré rastrear a tres de ellos antes de que el rastro se perdiera”.

“¿Por qué ahora? ¿Meses después de que fue robado el diario?”

"Porque me ha llevado tanto tiempo averiguar dónde está, quién lo tiene y qué planean hacer con él, y están tratando de advertirme".

Se levantó de su sillón, caminó hacia la mesa junto a la que estaba yo sentado, con mi café, y recuperó la página.

Noté que sus ojos brillaban de nuevo, como lo hacen, como él dice, solo cuando el juego está en marcha.

Volvió a la chimenea, dobló la página en cuatro y la guardó en el bolsillo de su chaleco.

“¿Entonces ya estás listo para hablarme del caso, Holmes?” Le pregunté.

"Creo que es justo que te lo cuente, Watson, porque cuando te haya presentado los argumentos del caso, tendré un favor para pedirte que tal vez te resulte difícil otorgármelo. Pero me temo que el destino del país puede descansar sobre él".

Sabiendo que mi atención ahora estaba completamente ocupada en él, volvió a encender su pipa, tomó dos bocanadas dramáticas y lentas para aumentar la tensión, y luego comenzó.

“El diario del Don Juan siempre fue algo que estuvo en el fondo de mi mente, Watson. Ningún estudioso del criminal y de lo inusual podía dejar de intrigarse

con él. Por supuesto, siempre existía el peligro de que cayera en manos equivocadas, como Milverton. Pero fuera quien fuese el Don Juan, no parecía muy dispuesto a sacar provecho de sus conocimientos a través de una cosa tan básica y vulgar como el chantaje. Por lo tanto, deduje que lo impulsaba únicamente el atractivo de las esposas de hombres más poderosos que él y que el Diario, a través del rumoreado conocimiento de su existencia, era su protección. Sus conquistas, que seguían sus deseos servilmente, le proporcionaban obsequios y baratijas lo suficiente valiosos como para que pudiera vivir tan cómodamente como quisiera en la casa singular en la que vimos su cuerpo. Y así, como un miembro de la sociedad sin mucha categoría, podía comer y cenar todos los días, digámoslo así, cuando si fuera de clase alta”.

“Había estado recopilando pistas e indicios de información sobre el Diario y el hombre mismo, pero de poca importancia hasta hace unos meses. Entonces recibí un chivatazo que nos llevó a nuestra pequeña aventura en la casa del Ministro de Comercio Europeo. De esa noche estoy seguro de que no te tengo que refrescar la memoria. Pero ¿qué me dices con la muerte del Don Juan? Recordarás que había mucha confusión con las heridas en el cuerpo”.

"Sí, Holmes, parecía ser un ataque frenético de un asaltante que hubiera usado armas distintas en cada mano".

La reflexión de Holmes me había hecho recordar en la triste muerte de este audaz seductor.

“O, como lo sugieren las huellas de la reunión en la puerta, un grupo de hombres, Watson. Supuse que hubo un grupo de hombres, cuyas esposas aparecerían todas en las páginas del libro, dirigido por un cabecilla. Este

finalmente había identificado al Don Juan, y convocó al grupo de hombres para provocar la venganza final. Todos juntos, todos participando en el asesinato, pero liderados por un hombre en particular”.

“¿El hombre que le cortó la garganta?”

“Exactamente Watson. El golpe de gracia que finalmente despachó al hombre que les había causado tantos problemas. Ninguno de ellos podía hablar para no ser implicados en el asesinato, y para un mayor enturbiamiento del asunto, nos vimos implicados por el simple uso de dobles aparentes ayudados por la oscuridad de una noche de Londres. Para el momento en que se resolviera la confusión, asumieron que habría gran distancia entre ellos y el crimen, tiempo suficiente para conseguirse coartadas e inventarse las historias de que les encubrieran”.

"Un plan muy bueno, Holmes, pero dijiste que el crimen estaba en curso, pero pintas una imagen de una historia completa, un final perfectamente construido".

“Y así, es como casi todos los conspiradores probablemente pensaron, Watson, pero el golpe de gracia era un acto de un hombre despiadado pero astuto. Uno que había planeado mucho más allá del simple acto de asesinato por venganza. Uno que había visto en el crimen la oportunidad que realmente era “.

Holmes hablaba rápido, pero con mucha floritura ahora, venido arriba por la narrativa que estaba resolviendo.

Mientras hablaba de los acontecimientos de la noche y del asesinato, podía comparar mis propias teorías con las suyas, pero ahora se aventuraba en lugares desconocidos y me quedé sentado cautivado, con mi café intacto, mientras Holmes se rendía a su amor por lo dramático, paseando por la habitación mientras desenredaba los hilos de la historia.

“El cabecilla debe haber sido el primero en ir a recuperar el Diario. Los otros, que fueron arrastrados en la aventura como participantes, no eran instigadores, así que habrían sido naturalmente reticentes de tener en su poder el Diario después de su participación directa en la muerte del hombre. Incluso puedo imaginar al cabecilla sosteniéndolo en alto como un trofeo y dándole la debida reverencia. Pero en lugar de destruirlo como había prometido a todo el grupo, con toda probabilidad, se lo quedó, tomó el control del mismo y lo usó para lo único que el Don Juan nunca hizo: rastrero chantaje directo y descarado”.

“Él sabía que los conspiradores guardarían silencio, ya que tenían el doble peligro de saber que los secretos más íntimos de sus esposas estaban en el Diario y también que habían cometido un delito capital. De todas formas, mis investigaciones también sugieren que éstos habrían podido beneficiarse financieramente, de diferentes pequeñas maneras, durante el curso de acontecimientos posteriores. De esa manera, creo que estoy seguro de los nombres de ocho de los diez hombres de los que constaba el grupo, y puedo arriesgarme a adivinar los otros dos. Pero el instigador, se ha beneficiado de forma grande y rápidamente ya que sucumbió a uno de los vicios más comunes de los criminales: la avaricia. La avaricia, Watson, mi informante más leal y confiable”.

“¿Entonces sabes quién es este hombre, este instigador?”

“Sí, Watson, debería haberlo sabido desde el principio, si hubiera sido lo suficientemente inteligente como para ver el panorama general. Cometió un error temprano cuando me dio la pista que nos condujo al Don Juan. El Ministro de Comercio Europeo estaba en una misión comercial la noche que vimos a su esposa entretenida con el Don Juan”.

“Creo que fue a algún estado menor. Me parece recordar que lo leí en los periódicos.”

“Pero no tenía ningún pasaje reservado en ninguna línea desde tres semanas antes de esa fecha, Watson, y no se hizo ningún registro de que volviera a ingresar al país por ninguno de los puertos del Canal. Lo comprobé.”

“¿Qué quiere decir?”

“Sí, Watson. El Ministro fue la fuente de mi aviso y el hombre que usó a su propia joven esposa como cebo sexual en la trampa para matar a un hombre. Y ha sido el Ministro el que ha estado utilizando el conocimiento y la influencia obtenida por su posesión del Diario para asegurarse, en los últimos meses, contratos de exportación y acuerdos comerciales muy lucrativos para aumentar su riqueza e influencia. Y consiguiendo un ascenso meteórico desde una posición relativamente baja en el gabinete hasta el punto de estar al borde de poder postularse a ser un firme candidato como líder de su partido en las próximas elecciones”.

“¡Dios mío, Holmes!”

Hubo silencio en la habitación durante varios minutos.

Holmes regresó al manto para rellenar su pipa después de su actuación.

Yo me relajé en mi asiento, bebiendo, ya sí, un poco del extraordinario y ya frío café de la señora Hudson, tratando de asimilar la gravedad de la situación.

Fui yo quien finalmente rompió el silencio.

“¿Dijiste que me tenías que pedir un favor?”

“Un gran favor, Watson”.

“¿Cuál es?”

A modo de respuesta, Holmes entró en su habitación y regresó unos minutos después con una maleta maltratada que puso sobre la mesa frente a mí.

Al desabrochar las correas y abrir la tapa, sacó una larga capa negra con un cuello alto.

“Quiero que seas el Don Juan, Watson”.

No pude encontrar otra respuesta que quedarme sentado con la boca abierta en estado de completa sorpresa e incredulidad.

“Lo haría yo mismo, Watson, pero soy de una complexión totalmente diferente a nuestro Don Juan. Pero tú estás muy cerca en altura y estatura a él. Y haciendo que tu voz sea un poco más ronca y que tus frases sean cortas, o tal vez usando gestos y lenguaje de señas, en una habitación oscura podrías pasar lo suficientemente parecido con él para mis propósitos. El Ministro también cometió un error más, más bien fue una omisión, que será vital en el engaño que propongo. No estaba al tanto de la loción secreta del Don Juan. Esto es evidente por el hecho de que el frasco de la pomada se quedó en la capa en la escena del asesinato y las plantas tropicales exóticas en el invernadero quedaron intactas. De un examen minucioso de los especímenes, noté que se habían tomado esquejes o porciones de los tallos probablemente para sacarles el jugo. Por lo tanto, me aventuraría a asegurar que una combinación de estos jugos, de las plantas exóticas del invernadero, es lo que constituye la loción “.

“No estoy realmente seguro de esto, Holmes. Quiero decir, ¿qué quieres que

haga?”.

Holmes me describió su plan.

Después de pensarlo bien, y en contra de mi mejor juicio, pero, me da vergüenza itir, con un poco de emoción, acepté su plan.

* * *

Y así fue que, cerca de las doce en punto en una agradable noche primaveral, estaba nuevamente agachado, y mirando hacia adentro, bajo las ventanas de estilo francés que conducían a la sala de estar del Ministro de Comercio Europeo, que pronto sería el líder de su partido.

Holmes, como preparativo para la próxima actuación, había desbloqueado la cerradura de la ventana (“Esta protección es un juego de niños, Watson”) y había colocado la bolsa de cuero, que el Don Juan había usado para guardar su tarro de loción, en la mesa que estaba en el medio de la habitación.

Ahora yo estaba agachado bajo la ventana esperando la señal para actuar.

Llevaba allí casi media hora cuando se abrió la puerta de la sala de estar y entró la señora de la casa, vestida de noche y con una bata y una lámpara.

Habíamos sabido, a través de un empleado de lengua suelta y fácil, que era su costumbre buscar material de lectura en la sala de estar cada noche.

Se acercó a las estanterías, se tomó unos minutos para seleccionar un libro, y luego se volvió para irse.

Temía que nuestro plan no fuera a funcionar, pero entonces su ojo captó la bolsa y se congeló, paralizada, como si hubiera visto un fantasma.

Se quedó mirando la bolsa durante dos largos minutos.

Apenas podía respirar, y mucho menos moverse.

Luego, después de la sorpresa inicial, se acercó lentamente a la mesa y extendiendo, con dificultad, una mano temblorosa, desabrochó la correa y abrió la bolsa.

Se desilusionó visiblemente cuando notó que la bolsa estaba vacía.

Esa era mi señal.

Clack, clack, clack.

Tres golpecitos lentos y suaves del frasco en las ventanas estilo francés hicieron que su cabeza se volviera rápidamente.

Sus ojos casi se le salen de las órbitas cuando vio el destello de la luz de la lámpara reflejándose en el frasco.

Sus ojos se volvieron hacia mi cara, pero ya me había puesto la máscara y la capa con cuello alto.

Miró durante unos segundos de tal manera que no estuve seguro de si había mordido el anzuelo, pero luego se apresuró hacia las ventanas.

Las abrió (Holmes las había vuelto a cerrar), me empujó dentro y me abrazó, enterrando su rostro en mi pecho y comenzando a sollozar en voz baja.

“Pensé que estabas muerto, pensé que estabas muerto”. fueron todas las palabras que pudo manejar.

La dejé sostener el abrazo durante varios minutos, en parte porque habría sido difícil romper su fuerte agarre, pero también porque me dio tiempo para ganar confianza en mi papel.

De repente sus manos se movieron de mi espalda hacia mi entrepierna.

Aunque, debo señalar que no lo tengo pequeño, ciertamente no era rival para el Don Juan en la longitud del pene, así que rápidamente agarré sus muñecas y la empujé hacia atrás e hice mi primer intento con la voz ronca del Don Juan.

“Desnúdate”

“¿No quieres que te la chupe esta noche?

La joven señaló con la cabeza hacia abajo, hacia mi entrepierna coquetamente y volvió a acercarse seductoramente hacia mí.

La combinación de la tenue luz (la lámpara estaba al otro lado de la habitación), mi sombrero de ala ancha, la máscara del disfraz y, supuse, la promesa de algo de la loción mágica, todo eso, parecía que funcionaban a mi favor.

Ella pareció aceptar que yo era su amante ilícito, al menos por ahora.

Solo esperaba poder mantener la farsa el tiempo suficiente para los propósitos de Holmes.

“¡Desnúdate!” Repetí ya con algo de ventaja.

Me miró como una chica regañada, pero comenzó a desanudarse la bata.

“Allá, en el sofá”.

Dejó caer la bata al suelo cuando se volvió hacia el sofá.

Mientras se movía hacia él, se interpuso entre mí y la lámpara y la silueta de su cuerpo se recortó a través de su delgado camisón de algodón.

Me transportaron de regreso a la noche en que la había visto a través de la ventana y mi pene se puso rígido en mis pantalones.

Llegó al sofá y desabrochó el cordón en la parte superior de su camisón, con la espalda aún hacia mí.

Dejó que el camisón suelto cayera al suelo alrededor de sus pies y se giró para

mirarme, desnuda.

Permaneció unos segundos como si estuviera exponiendo y luego se reclinó en el sofá sin intentar cubrir sus encantos.

Asentí con aprobación y, jugando con el tiempo, me trasladé a una mesa que tenía una caja de cigarros.

Simulando la confianza del Don Juan, que no estaba sintiendo, abrí la caja y seleccioné un cigarro, rodándolo debajo de mi nariz.

Tomé un fósforo de una caja cercana y encendí el cigarro, inhalando profundamente y soplando una gran nube de humo.

Me felicité por el doble beneficio de gastar algo de tiempo adicional y oscurecer aún más mi rostro.

“No seas cruel mi amor, ya sabes cuánto te necesito”.

La joven esposa del ministro estaba acostada en el sofá, exhibiéndose sin pudor.

Su mano se movió hacia su entrepierna y su dedo índice encontró sus pliegues y

comenzó a abrirse paso entre ellos.

Ella ya estaba húmeda, pude verlo por el brillo de la luz de la lámpara que se reflejaba en sus pliegues.

Tomé otra bocanada del cigarro.

“Muéstramelo” dije.

Se llevó ambas manos a la vagina y separó los labios, el rosa intenso de sus pliegues interiores contrastaba con los oscuros rizos de su vello púbico.

Todo el tiempo sus ojos se movían entre mis propios ojos y el frasco que había puesto en la mesa al lado de la caja de cigarros.

Ella comenzó a pasar su dedo medio por su abertura, deteniéndose en cada movimiento en su área más sensible.

“Necesito tu polla mi amor, sabes que mi esposo no me llena como tú y él me ha descuidado mucho recientemente mientras estuvo fuera haciendo negocios. Solo verte me moja. Déjame un poco de loción y lléname con tu amor”.

Cuando terminó esta súplica malévola, deslizó su dedo dentro de sí misma.

Mi pene estaba completamente duro ahora, a pesar de la inquietud que me llenaba por dentro.

Holmes me había asegurado que tendría que actuar como papel del Don Juan por poco tiempo y, de todas formas, por razones obvias, no habría podido suplantarlo totalmente para una "actuación completa".

Sin embargo, la situación ahora había ido más allá de cualquier indicación que Holmes me hubiera dado.

No podía seguir fingiendo ser el Don Juan mucho más tiempo sin comprometerme con la esposa del Ministro, y cualquier relación sexual seguramente rompería el hechizo en el que ella se encontraba.

Me encontré con varios escenarios en mi cabeza, pero cualquiera de ellas que involucrara a mi pene estaba fuera de discusión, por mucho que mis instintos básicos pidieran su liberación.

Mi única opción sería realizar algún otro acto sobre la joven.

La manipulación manual era una opción, pero eso necesariamente significaría

estar cerca de ella y también le daría la oportunidad de echar un mejor vistazo a mi cara.

Llegué a la conclusión de que mi única opción sería participar en un cunnilingus sobre la joven cuando llamaron suavemente a la puerta.

Esperando esta interrupción como parte del plan de Holmes, me volví hacia la puerta con una curiosa mezcla de pesar y alivio.

Sin embargo, este sentimiento se convirtió rápidamente en pánico cuando vi a una camarera entrar en la habitación.

Dio unos pasos en la habitación antes de ver a su Ama acostada en el sofá, desnuda y masturbándose.

Se quedó boquiabierta por un segundo y luego, por el rabillo del ojo vio la llamarada de mi cigarro y se volvió, con la boca abierta, hacia mí.

Parecía lista para gritar, pero la esposa del Ministro reaccionó rápidamente.

Se levantó corriendo del sofá y tomó a la chica, que parecía tener poco más de veinte años, por los hombros, de modo que esta se volvió para mirarla.

Como la esposa del Ministro estaba completamente desnuda, la miraba directamente a los ojos.

“Clara, Clara, no tengas miedo, este hombre es mi amigo. No debes gritar, no quiere hacer nada malo”.

“Pero señora ... “

“Es un hombre maravilloso, Clara, y me está ayudando. Ahora, sube a tu habitación, acuéstate y no digas nada a nadie. ¿Lo entiendes?”

La camarera me miró y luego volvió a mirar a su ama, que estaba desnuda delante de ella.

El escalofrío y la conmoción le habían puesto la piel de gallina y sus pezones sobresalían orgullosos de sus senos bien formados.

Podía distinguir el brillo de sus jugos en los dedos que se clavaban en el hombro de la criada.

La doncella estaba en silencio en estado de shock y confusión.

De repente se me ocurrió una idea.

“No, ella se quedará”.

Las dos me miraron, la cara de la esposa del Ministro ahora con una mirada también de sorpresa.

“Desnúdala, las tendré a las dos”.

“Pero mi amor, ella es una chica trabajadora común de clase baja”.

“Desnúdala o me iré”.

Cogí el tarro de loción y me volví hacia la ventana.

La esposa del Ministro se volvió hacia la criada y comenzó a desabotonarle el uniforme.

“No, no sientas temor, Clara. Sé obediente y mi amigo te hará un gran regalo. Pero debe ser un secreto entre nosotras, Clara. Nadie debe saberlo”.

Mientras intentaba calmar a la chica, la ayudó a quitarse el uniforme de camarera para revelar la ropa interior de algodón simple, lejos de la lencería de seda que su Ama había usado para el Don Juan.

La esposa del Ministro me miró, como preguntando si estaba seguro de esto.

Simplemente asentí, cortante, de vuelta, en respuesta.

La pobre sirvienta movió las manos delante de ella con modestia.

Una punzada de culpa superó las lujuriosas preocupaciones de mi mente, pero me dije a mí mismo que en cualquier momento mi farsa llegaría a su fin y que esta pobre cómplice involuntaria era parte inocente de un engaño mayor y con buenas intenciones.

Sin embargo, una gran parte de mí, atrapado en la emoción de la escena frente a mí, también esperaba que la interrupción de la escena se retrasara el tiempo suficiente para ver a la señora de la casa acabar de desvestir a su sirvienta.

La esposa del Ministro movió suavemente las manos de la sirvienta a sus costados y luego comenzó a deshacer los lazos que sujetaban la parte superior de la camisola de la chica.

Levantó el dobladillo y obedientemente la chica elevó los brazos y dejó que su Ama le quitara la parte superior.

Se pusieron de manifiesto los pechos turgentes de un cuerpo ligero y pálido, sin restricciones por un corsé.

Cuando su Ama arrojó la camisola a un lado, su largo cabello rubio, recogido en una cola de caballo, cayó sobre su espalda.

Una vez más, instintivamente, se pasó un brazo por los senos, los pezones rígidos como su Ama, pero nuevamente ella le retiró el brazo suavemente.

Su Ama se arrodilló ante ella y colocó una mano a cada lado de sus bragas, en las caderas.

La criada puso una mano en la cintura para resistirse, pero su Ama la miró, asintió para tranquilizarla y la mano fue retirada.

La esposa del Ministro bajó las bragas de su criada y reveló el triángulo de

cabello oscuro de su entrepierna, ahora a centímetros de su cara.

"Bésala", ordené, antes de que la esposa tuviera la oportunidad de quitarle las medias altas a la criada.

Tenía la intención de que la esposa del Ministro se pusiera de pie y compartiera un beso con la criada, así que imaginen mi sorpresa, no desagradable, cuando simplemente se inclinó hacia adelante y le dio un beso firme y prolongado en los labios de la vagina de la criada que estaban frente a ella.

Mi polla se crispó violentamente en mis pantalones.

Se echó hacia atrás, miró a la chica y luego me miró, justo cuando estaba ajustándome el frente de mi pantalón para estar más cómodo.

Al ver el efecto que su acción había provocado en mí, se inclinó de nuevo, pero esta vez con la lengua extendida para lamerle los pliegues a su criada, encontrando su clítoris y haciendo que se estremeciera ligeramente.

Un nuevo plan se formó en mi cerebro enfebrecido inmediatamente.

“Muévela al sofá”.

La Ama se levantó y condujo a su criada aún sorprendida al sofá y la hizo acostarse.

Avancé, manteniendo un perfil lateral, y oscurecido por el cuello alto de la capa, hacia la esposa del Ministro.

Desaté el frasco y sumergí dos dedos en la loción.

Al sacarlos, apliqué una cantidad generosa a los labios de la criada, humedecidos con saliva de la esposa del Ministro, haciendo que sus caderas se doblaran ante mi toque.

No pude contenerme de pasar mis dedos por ella varias veces más de lo estrictamente necesario antes de alejarme nuevamente.

La esposa del Ministro no necesitó esperar mis instrucciones e inmediatamente se arrodilló entre las piernas de su criada y enterró su rostro entre sus muslos.

La criada arqueó la espalda en el sofá y su boca se abrió mientras un jadeo de lujuria pura y sin adulteraciones salió de su boca.

La sirvienta chilló, incapaz de hacer frente a la avalancha de sentimientos

exquisitos que la invadió debido a la acción de la lengua de su Ama, y ayudada por las sorprendentes cualidades de la crema casi mágica del Don Juan.

Intentó retorcerse hacia atrás a lo largo del sofá, tratando de alejarse lo suficiente para descansar y recuperar el aliento.

Sin embargo, la esposa del Ministro no la dejaba hacer nada de eso.

Sus largos antojos, durante meses negados después de la muerte del Don Juan, ahora finalmente podía satisfacerlos de la manera más desenfrenada.

Lamía cada vez más fuerte el néctar proporcionado por la loción y su cabeza siguió metida en medio de la entrepierna de la criada.

Debido a ello estaba incorporada de rodillas por lo que sus nalgas bien formadas y bastante bonitas estaban directamente expuestas ante mí.

Entre ellas, llenos de excitación, asomaban sus labios, brillando nuevamente a la luz de la lámpara.

Completamente atrapado por la escena que se desarrollaba delante de mí, no pude escuchar una conmoción lejana, un martilleo persistente en la puerta principal de la casa y voces dichas en alto.

Metí dos dedos nuevamente en el frasco de la loción y nuevamente avancé hacia el sofá.

Sin pensarlo ni dudarlo, deslicé los dedos en la vagina expuesta de la esposa del Ministro, haciéndola doblarse salvajemente y apretar la cara contra la entrepierna de la criada.

Metiendo mis dedos nuevamente en el frasco de la loción, unté el resto de la loción que quedaba en el frasco a lo largo de sus labios con tres golpes firmes y luego retrocedí.

La esposa del Ministro retiró la cara de la entrepierna de su doncella.

Restos de humedad de la criada rodeaban su boca y le goteaban por la barbilla.

La criada, a su vez, con toda la reticencia anterior despegada de su mente por el ataque erótico, gritó desesperada ahora por la ausencia de la lengua y la boca de su Ama en su vagina recalentada.

La esposa del Ministro se puso de pie y se movió a un lado del sofá.

Levantó la pierna antes de sentarse a horcajadas sobre la cara de su doncella para bajar su vagina, manchada con la loción, sobre la boca ahora dispuesta de su doncella.

Antes de que su rostro fuera oscurecido por el vello púbico rizado de su Ama, vi que la lengua de la criada se extendía para encontrarse con los pliegues que descendían sobre ella.

La esposa de Ministro chilló ante su liberación arqueando la cara hacia el techo en éxtasis.

Luego se detuvo, solo para mirarme con los ojos llenos de lágrimas, antes de caer de nuevo entre los temblorosos muslos de su sirvienta.

Pero en un momento todos mis pensamientos sobre mantener mi disfraz y mis preocupaciones sobre cómo mantener la situación el tiempo suficiente desaparecieron.

De hecho, me perdí por completo en la escena que sucedía tan solo a unos pasos de mí.

Cuando la puerta de la habitación se abrió, casi astillando las bisagras, y el Ministro, flanqueado por dos agentes de Scotland Yard, entró, con el rostro enrojecido por la ira, me volví completamente sorprendido hacia ellos.

Me quedé boquiabierto y sin palabras por la sorpresa; un hecho afortunado ya que todos mis pensamientos de mantener la voz ronca del Don Juan habían sido olvidados.

Los tres hombres avanzaron en la habitación hasta que, al mismo tiempo, los tres vieron los cuerpos entrelazados en el sofá y se detuvieron en seco.

Las dos mujeres, completamente entregadas como estaban ante sus propios deseos, llenas de loción, no habían registrado en sus mentes la llegada del Ministro y sus acompañantes por lo que continuaban retorciéndose y gimiendo una contra la otra.

Sin embargo, el hechizo que me sostenía a la situación se había roto y, para mi sorpresa, me di cuenta de que, en algún momento de todo el asunto, inconscientemente me había sacado el pene, muy rígido, de los pantalones y me lo había envuelto con la mano.

Rápidamente comencé a guardármelo, con cierta dificultad, tratando de recuperar mi compostura.

Mis movimientos llamaron la atención del Ministro y su cabeza giró bruscamente.

Sin embargo, los agentes no miraron en mi dirección, sino que continuaron mirando fijamente el sofá con la boca abierta.

Una mirada de horror y confusión se extendió por la cara del Ministro.

“¡¿TÚ?!”

Levantó el brazo y su dedo me señaló, recortado como estaba desde su ángulo, contra la ventana sa.

“¡TÚ! No puede ser ¡Te mate!”

Caminó lentamente hacia mí, ahora aparentemente ajeno a los gemidos que aún venían del sofá.

“Te maté y te corté la garganta. ¿Qué eres? ¿Algún espíritu demoníaco? ¡Ya veremos!”

Su mano se movió debajo de su abrigo y sacó una pequeña pistola que comenzó a levantar hacia mí.

Hubo un repentino movimiento brusco desde el rincón más alejado de la habitación y un fuerte sonido de silbido.

Holmes, quien, con Lestrade, había estado oculto en la habitación todo el tiempo, había salido de su escondite y, con un rápido movimiento de su bastón,

había golpeado la pistola de la mano del Ministro.

Un grito agudo insinuó que también había dañado la muñeca del Ministro en el proceso.

“¿Te basta esa confesión, Lestrade, delante de un Inspector de policía, dos agentes y dos caballeros respetables?”

Lestrade siguió a Holmes de donde se habían ocultado, luciendo decididamente nervioso y moviéndose con el paso de un hombre incómodamente excitado.

Esto me recordó que yo tampoco estaba aún correctamente dispuesto y me apresuré a forzar mi pene nuevamente dentro de mi ropa.

“Lo suficientemente bueno para mí, señor Holmes, y apostaría también que lo suficientemente bueno para la cuerda. Pónganle las esposas, muchachos”. Los agentes no hicieron ningún movimiento. “¡OFICIALES!” Gritó Lestrade, rompiendo su trance, "Y sean más rápidos de lo que han sido cuando entraron aquí, ¡casi arruinaron el plan!"

A regañadientes, los agentes apartaron la mirada del sofá, donde las dos mujeres todavía se daban placer mutuo y, por los sonidos animalescos que hacían, se estaba acercando al orgasmo mutuo.

Pusieron las esposas al Ministro, sin prestar atención a su angustiado chillido mientras le apretaban la muñeca herida por el bastón de Holmes.

Cuando lo sacaron de la habitación, los gritos de las mujeres alcanzaron un crescendo conjunto y luego se sofocaron para ser reemplazados por unas respiraciones pesadas y desiguales.

Nos paramos sobre el sofá, mirándolas a pesar de que parecían ignorar nuestra presencia.

La sirvienta se había desmayado cuando su orgasmo había explosionado dentro de ella y estaba desplomada en el sofá, con una pierna colgando del brazo hacia el suelo.

Su Ama, la esposa del ya ex Ministro de Comercio Europeo, al borde de la conciencia, se incorporó soñolienta de su doncella, con cierto grado de dificultad sobre sus piernas debilitadas.

Luego se volvió para acostarse a su lado, finalmente rindiéndose a un sueño maravilloso, con los brazos alrededor de los senos de su doncella, las piernas entrelazadas y la cara enterrada en el cabello rubio de su cuello.

Sus cuerpos, con los pechos agitados después de sus esfuerzos, brillaban con una mezcla de sudores y jugos a la luz de la lámpara.

Uno gritos y ruidos de muebles que se estrellaban en el pasillo de repente hicieron que Lestrade saliera corriendo de la habitación.

Los sirvientes habían bajado las escaleras por la conmoción y, viendo a su Señor siendo llevado esposado, se había producido un altercado.

Holmes, después de dar una última mirada desinteresada a las mujeres, comenzó a mirar alrededor de la habitación y se alejó hacia la chimenea, llevándose la lámpara con él.

Me llamó la atención que uno de los pies de la sirvienta se movió para acariciar el pie de su Ama, pero luego cayó otra vez.

Mis ojos subieron por sus piernas entrelazadas, las medias húmedas y baratas de la criada contra la suave piel de la esposa.

Todavía había un ligero temblor en el muslo derecho de la sirviente, pulsando contra el muslo de la esposa del ex Ministro que descansaba sobre ella.

Las caderas de la Ama se movieron ligeramente, pareciendo empujar suavemente su entrepierna contra la cadera de la chica.

Mi mirada se movió hacia arriba: los pequeños senos de la chica eran casi

imperceptibles ahora que estaba acostada boca arriba, pero sus pezones aún conservaban algo de su dureza postcoital.

Los pechos más llenos de la Ama descansaban sobre la chica mientras, su rostro se acurrucaba en la nuca, su respiración, disminuyendo ahora en una cómoda cadencia al dormir, moviendo suavemente los rizos rubios a su alrededor.

Las dos mujeres ahora estaban tan completamente dormidas de una manera profunda y tranquila que sospechaba que permanecerían así durante algún tiempo.

Una sensación incómoda de frío y humedad en mis propios pantalones me apartó de los pensamientos sobre las mujeres ya que mi pene, ahora blando, se había relajado contra mi pierna.

El hechizo se había roto cuando la escena terminó.

Moví mi mano hacia la pequeña cadena que aseguraba la capa en mi cuello y la desabroché, quitándomela y usándola como una manta para cubrir a las dos mujeres.

Un solo murmullo bajo, no sé de quién de ellas, fue mi recompensa.

* * *

Mientras estoy sentado aquí ahora, escribiendo esta aventura que sospecho que nunca se publicará, ya que mi amigo Holmes desea que sea enviada a las bóvedas seguras de Scotland Yard, siento que hay un par de notas finales que debo agregar.

El secreto de la loción mágica del Don Juan nunca se descubrió.

El análisis de Holmes de lo poco que quedaba en el frasco no fue concluyente y no se descubrieron notas de su receta en las escasas pertenencias del Don Juan, recuperadas de la curiosa casa con el invernadero.

Sin embargo, de su potencia no puede haber dudas, tanto por la evidencia mencionada anteriormente como por el hecho de que, en un estado de excitación después de salir de la casa del Ministro esa noche, me fui a la mía y, después de despedir rápidamente a los sirvientes, llevé a mi esposa a nuestro dormitorio y le hizo el amor con urgencia.

Habiendo puesto guantes en mi viaje a mi casa, y, sin estar de humor para hacer una pausa para lavarme las manos camino a la cama, algunos restos de la loción, aunque probablemente disueltos con los jugos de la esposa del Ministro, deben haber quedado en mis dedos.

Esa noche creo que complací a mi esposa a unas alturas que no había podido reproducir antes o, más lamentablemente, de forma posterior.

Del infame Diario, oficialmente no se sabe más y siguió siendo una leyenda en los círculos de la Alta Sociedad durante muchos años, susurrado en historias las

cuales excitarían a los muchachos jóvenes, y no tan jóvenes, una vez que las damas se hubieran retirado y el alcohol hubiera estado fluyendo.

Las diversas pertenencias, cajas fuertes y cajas de seguridad conocidas del Ministro fueron revisadas minuciosamente cuando su patrimonio fue liquidado después de su juicio y sentencia a la horca, pero se concluyó en el informe oficial que el Diario lo había escondido en un lugar seguro, solo de su conocimiento y que su secreto se había ido con él a la tumba.

Y así mi historia se habría acabado si, algunos meses después, no hubiera llegado inesperadamente a mis antiguas habitaciones en Baker Street para ver a Holmes, sentado en su sillón favorito junto a la chimenea, fumando su propia mezcla de tabaco acre en su pipa favorita y leyendo un cuaderno grande, compuesto de páginas de diferente tamaño, sobresaliendo unas de otras.

"Nunca adivinarás", dijo, mirándome con picardía cuando entré, "qué miembro femenino de la Casa Real es una practicante del coito anal particularmente habilidosa".

Nunca lo adiviné y él, por supuesto, nunca me lo contó.