Anarquía Sexual, Feminismo Y Homosexualidad 5l616h

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

© 2020, Johanna Elberskirchen © 2020, Magdalena Antosz por la traducción

Derechos exclusivos de edición © 2016, Editorial Planeta Chilena S.A.

Avda. Andrés Bello 2115, 8º piso, Providencia, Santiago de Chile

Diseño de portada: Isabel de la Fuente

Diagramación digital: ebooks Patagonia www.ebookspatagonia.com [email protected]

1ª edición: marzo de 2020 ISBN edición impresa: 978-956-9987-32-8

ISBN edición digital: 978-956-9987-33-5

Índice

La prostitución del hombre

La vida sexual y la abstinencia sexual de la mujer

Socialdemocracia y anarquía sexual

El amor del tercer sexo

El feminismo y la ciencia

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Otros títulos de la colección

La prostitución del hombre

También un sermón del monte – además, una lectura para mujeres

(1896)

Y serás un fastidio para todos los devotos y ateos.

La calidad de un individuo se revela en sus necesidades y la forma de satisfacerlas. Ustedes demostraron, en relación con la mujer, necesidades finas, formas finas de satisfacerlas. A través de la mujer se revelaron como seres distinguidos, se hicieron respetar, revelaron una “alta” calidad humana.

Un título extraño, ¿verdad? También indignante, inmoral, ¿cierto? Más extraño, más indignante e inmoral es el hecho de que yo, una mujer, me permita ocuparme de este tema, de estas inmundicias humanas, particularmente masculinas, a las que se refiere el título. ¡Por supuesto! Pero, ¿cómo puede haber lugar para títulos como este? Es más: ¿cómo es posible que ocurran cosas como estas en el siglo que les pertenece, en el siglo tan elogiado y bendecido por ustedes, en el siglo de “importantes progresos”, de la “moralidad elevada”, de la “gran humanidad”? ¿Y cómo es posible que sean ustedes, la mayoría de mis lectores masculinos, tan desarrollados, morales y humanos, los que cometen estas inmoralidades, estas bestialidades? ¿No es lo más extraño, lo más indignante e inmoral? Pero ¿qué tengo que ver yo con su moral y su moralidad? Su moral no es mi moral y, con certeza, su moralidad no es la mía. Yo no quiero moralizar desde su perspectiva, sino desde la mía, completamente distinta. Desde una perspectiva que no surge de lo metafísico, sino que se basa en una subjetividad no condicionada. Por lo tanto, no esperen de mí objetividad. No pertenezco a los objetivos. ¡Al final, la objetividad tiende a validarlo todo, incluso a los parásitos y a los cerdos, incluso su moral y su moralidad! Pero la subjetividad no, yo no. Me asquean enormemente los parásitos y los cerdos. ¡También su moral y su moralidad! Con impaciencia y una implacable crueldad, ahuyento a los parásitos que me invaden, los aplasto; con ira y asco rechazo al cerdo que se me acerca. Ambos me desagradan, me repugnan, me amargan la vida, la perturban, la agreden, ambos son obstáculos, enemigos de mi vida. Por lo tanto, para mí, no tienen derecho a la existencia, al menos no a la existencia cerca de mí. ¿Que ustedes no son parásitos, que no son unos cerdos? ¿Acaso he dicho eso? ¿No fueron únicamente ejemplos? Obviamente. No quise decir nada más que esto: aunque no tenga nada que ver con su moral y su moralidad, tampoco las quiero ni puedo validar. ¿Será porque me repugnan? ¡Oh, no! Por ustedes solo siento desprecio y, a veces, la máxima compasión. No, es porque ustedes me afectan mucho a mí y a mi sexo, porque su moral y su moralidad agreden a la mujer, la asquean, le amargan y envenenan la vida, porque se meten en el corazón de su vida y obstaculizan su crecimiento y desarrollo, impiden su florecimiento, destruyen lo mejor de su vida. Porque su moral y su moralidad son enemigas, agresoras y perturbadoras de la vida de la mujer. En pocas palabras, no puedo validar su moral y su moralidad, ya que se dirigen contra la mujer y, por lo tanto, contra mí. Y desde este punto de vista más subjetivo y, por lo tanto, más firme, más resistente, más justificado, arrojo, a través de este escrito, una maldición ardiente sobre su moral y su moralidad, me opongo a

ellas, les digo a ustedes, a los fuertes, los morales, los superiores, que su moral y su moralidad son débiles, inferiores e inmorales; les digo un no rotundo, privado de consideración alguna, lleno de intolerancia, de la más subjetiva repugnancia, desprecio e ira. Pero lo digo también con todo el desenfreno del espíritu libre, audaz y noble.

***

¿Cambiarlos a ustedes? ¿Mejorar la situación de la mujer? ¿Cómo podría siquiera atreverme a esperarlo? No, solo intento decir lo que aún no se ha dicho, ¡lo que nadie se atrevió ni quiso mencionar para, por casualidad, no exponerse a sí mismo!. Solo quiero comprometer lo que aún no se ha comprometido, ¡exponer su infamia, cobardía, hipocresía y debilidad! Ustedes, los fuertes, los superiores y morales son infames, cobardes, débiles e hipócritas. Y si eso me afecta, si yo, si la mujer tiene que tolerarlo, por lo menos ha de ser revelado. Entonces no intenten tapar su flaqueza con el abrigo complaciente de su moral. Les arrancaré ese abrigo con una mano firme e inquebrantable, y los expondré en toda su repugnante desnudez. Si la mujer lo debe tolerar, que por lo menos desde ahora no tenga que tolerarlo silenciosamente. Ya ha sido mucho tiempo. Hace ya demasiado tiempo que la mujer ha callado ante la miserable e infame superioridad masculina, hace demasiado tiempo que ha aguantado silenciosamente el enorme desprecio, la humillación, la depreciación de su sexo por parte del hombre. Durante demasiado tiempo ha cargado la mujer “prostituida”, sola y callada, con toda la culpa, toda la desgracia de la prostitución. Durante demasiado tiempo ha tolerado la mujer silenciosamente al cómplice de las prostitutas y ha permitido arruinarse físicamente a sí misma y a sus hijos por el hombre; ha permitido manchar su cuerpo, y destruir su alma. Hace ya demasiado tiempo que la mujer ha callado ante este escándalo, esta atrocidad, esta aterradora y repugnante inmundicia, ante la terrible, espantosa difamación contra la mujer, contra la humanidad; ante la ridícula, miserable, indignante, conmovedora y atroz farsa de su moral y su moralidad. Es hora de hablar, ¡no!, de gritar, para que se escuche, que resuene en sus oídos, en los oídos de los fuertes, los superiores, los morales. Que por lo menos ocurra eso, ese es el único propósito de mi escrito.

***

Hablé de una farsa. ¿Porque no es una farsa esta indignación moral sin límites, esta negación rotunda de la prostitución por parte de toda la humanidad civilizada durante el día, y esta intensa y apasionada participación, esta aceptación absoluta de la prostitución durante la noche, a escondidas?

Y también dije: una farsa ridícula, despiadada e indignante. ¿Acaso no lo es? El personaje principal de esta farsa, el hombre fuerte y superior, ¡niega su papel de protagonista! Al igual que el avestruz, esconde la cabeza y levanta un grito ensordecedor desde su escondite: ¡Cherchez la femme!¹, y piensa que nadie lo ve, que todo el mundo cree que él no tiene nada que ver con esta despreciable farsa, que él no haría lo que hace, que es puro, que es inocente como un recién nacido y que la única culpable es la mujer, débil e inferior. Y todo el mundo, cristiano y no cristiano, hace lo que él piensa: golpea a la mujer con toda la fuerza de su brutal mojigatería y le extiende a él, al hombre superior, necesitado de consideración y protección, un cheque en blanco para todas las atrocidades de su desenfreno sexual. ¿Eso no es lamentable, escandaloso? Él, el fuerte y superior acepta esta vergonzosa comedia, pero, ¿no tiene el coraje de asumir sus acciones? ¿No tiene el orgullo, la grandeza de aceptar también las consecuencias de sus actos que apuntan contra la moral? Entonces pone sobre los hombros de la mujer, por lo demás tan débil, la tremenda carga de la responsabilidad, del castigo social por la prostitución, de la totalidad de su miseria. Dado que él es débil, la mujer debe ser fuerte; el hombre excepcionalmente le permite ser fuerte a la mujer, ¡fuerte para ella! Ya que él es débil, dice: ¡Cherchez la femme! ¡Qué moral más lamentable! Cuán miserables las gentes que la crearon. Gentes demasiado débiles, pobres y miserables para abogar por ellos mismos y sus acciones. Así es... ¡Cherchez la femme! Una historia muy vieja. ¿Fueron los ses los que primero pronunciaron esta gran máxima, esta declaración benévola? ¡No! El primer orador fue el primer hombre. Adán. Consulten el Antiguo Testamento (Génesis, 3, 12)². Ahí está la sentencia que revela la riqueza interior, la grandeza interior y la indulgencia, allí está escrita con mayúsculas, con letras ostensibles y grandiosas. Esta sentencia recorre el libro de la

humanidad, el libro de la historia de la humanidad; nos lo grita provocadoramente en todas las páginas, desde la primera hasta la última. Eso da mucho que pensar. Cherchez la femme. ¡Qué abundancia de cobardía, infamia, hipocresía, en fin, de debilidad intelectual del hombre “superior”! ¡Qué abundancia de miseria, desgracia, grandeza y fuerza de la mujer “inferior”! Cherchez la femme, una careta malvada y diabólica que el hombre crea para sí mismo, para demostrar su superioridad, un certificado de incapacidad que se extiende a sí mismo, a su propio intelecto, una risa homérica sobre la responsabilidad del hombre, sobre todas las declaraciones de masculinidad poderosa y un potente himno a la fuerza intelectual de la mujer inferior. Cherchez la femme, una vez más. ¿No es lamentable? ¿No es indignante? ¿Lamentable e indignante en la boca del hombre superior?

Y dije: una farsa lamentable y escandalosa, ya que es lamentable y escandalosa. Los protagonistas de la farsa, los principales pecadores, los autores principales, ocupan lugares en los parlamentos, en las salas de audiencia, en las salas de oraciones, en los confesionarios. Juzgan y condenan a la mujer por sus pecados, por las bestialidades que ellos mismos cometieron, le escupen a la mujer en el rostro, la crucifican. A esa misma mujer que tal vez todavía la noche anterior fue suya. Luego se van, se lavan las manos en el agua perfumada de inocencia, alisan con satisfacción sus pulcras barbas, se apoyan en la placentera conciencia de que su cómoda moralidad policial es intocable y se dirigen nuevamente hacia allá, desde donde vinieron ya tantas veces, donde la mujer maldita, infame, crucificada, donde la prostituta. Ellos, los puros, los morales, los fuertes. Ustedes, los que no se prostituyen. Los no prostitutos. Y yo me entrego a una profunda reflexión, a una larga e inquietante contemplación... De repente, se incendia toda mi ira desmesurada y hostil, miles de llamas les quieren alcanzar para carbonizarlos, consumirlos, destruirlos y en mi interior se levanta un grito: ¿no prostitutos? ¡Es la mentira más atroz, más vil e infame que se ha dicho! Ustedes, los puros, los morales, los superiores, ¡ustedes son los prostitutos! Igual de prostitutos que esas “rameras”. Se prostituyen de la misma forma humillante y ordinaria por la que condenan a esas rameras como rameras. Son precisamente ustedes los que crearon la prostitución con su brutal y degenerado instinto sexual. ¡Ustedes, con su inmensa debilidad intelectual! ¿Acaso existiría la prostitución sin ustedes? ¿Sería posible? ¿Sería imaginable? ¿Quién busca a la mujer, la ramera, la prostituta? ¿No son ustedes? ¿Quién le ayuda a “prostituirse”, quién le “paga”? ¿No son ustedes quienes lo hacen? ¿Quién es la

tan necesaria, digamos “herramienta fisiológica” (es justo al revés: la mujer es una herramienta para los hombres) para las prostitutas en la gestión de su oficio, su profesión, la que ustedes denominan en público con tanto pathos como inmoral, repugnante y escandalosa? ¿No son ustedes? ¿No son precisamente ustedes, los morales y superiores, los que ayudan a poner en escena ese escándalo, esa atrocidad, esa inmoralidad y, además, lo hacen con tanto empeño, con tanta entrega y tanto altruismo? ¿No son ustedes, entonces, por lo menos los cómplices de las prostitutas? ¿Pero no son en realidad más bien la condición, la premisa sexual, económica, pero sobre todo ética de la prostitución?; o más todavía, ¿los autores de la prostitución? Ustedes sonríen con sarcasmo, desprecio y negación, con lo que se delatan a sí mismos, con lo que dicen un sí rotundo y poderoso. Yo también los voy a delatar, les voy a gritar un sí en sus oídos, un sí que reviente, que haga pedazos su burla, su desprecio, su no.

***

¿Es inmoral la mujer? Y ustedes, que buscan a esa mujer privada de moralidad, ustedes, que cometen con la mujer las inmoralidades, que la convierten en una mujer inmoral, ¿ustedes sí, son morales? ¿No se prostituyen? ¿Cómo es posible? ¿Desde cuándo solo un individuo es responsable de un acto inmoral cometido por dos? ¿Desde cuándo? ¿No lo saben? ¿Y piensan que yo tampoco lo sé? Pero yo sí lo sé. Cuando uno de dos criminales es menor de edad y reconocido como incapacitado mental, en ese caso es absuelto, en ese caso se considera inocente. El hombre se absuelve, se declara inocente en cuestiones relacionadas con la prostitución. ¿Acaso eso significa que el hombre es inmaduro, que es incapacitado mental? ¿Y que la mujer es la que está en plena posesión de sus capacidades mentales? ¿Es la madura? ¿No es indignante, no significa una burla de toda la tradición, de toda la superioridad masculina? ¿Si el hombre fuera mayor de edad y estuviera en plena posesión de sus capacidades mentales, así sería el responsable, el criminal, el prostituto? Claro que sí, ¿y quién si no el hombre? Y debiera ser juzgado de forma severa, sin miramientos. Ah, ¿no? Entonces muéstrenme la diferencia principal, el abismo esencial entre el actuar del hombre y de la mujer. ¿Será el hecho de que ustedes pagan y no se les paga? ¡Hipócritas y mentirosos! ¿Qué es entonces lo que diferencia su actuar del de la mujer? Lo cierto es que comercializan su cuerpo, lo negocian. Eso es lo

indecente. Lo mismo que ustedes consideran indecente en la mujer, lo que ustedes consideran prostitución. Nada los puede absolver de esa misma infamia, ni siquiera el hecho de que se encuentran en la situación favorable de ser los que pagan y de no ser los pagados.

¿Qué pueden decir en contra? ¿Qué es una necesidad? ¿Escucho bien? ¿Es una necesidad la prostitución? Tráiganme un látigo para dejarlo caer encima de ustedes, flagelarlos, marcarlos con sangre, dejarles marcas inolvidables. ¡Eso sí, señores miserables, es una necesidad! Ustedes quieren satisfacer su necesidad fisiológica, quieren y deben satisfacerla; ¿esa es su excusa, su justificación y su absolución? ¿Y cuáles son las necesidades de la mujer? ¿No son mil veces más que las de ustedes? ¿Qué creen ustedes? ¿Que la mujer por diversión se encierra en la precintada jaula de la prostitución, patentada y aprobada por el Estado? ¿Creen que la mujer por placer se deja tocar y manchar por cualquier cerdo que se le acerque? ¿Ustedes creen que a la mujer le encanta pasársela en sus madrigueras apestosas y que la contaminen a ella y toda su vida? ¿Tan tonta es la mujer? ¿Tan degenerada? ¿Ha caído tan bajo? ¡No! Los instintos de la mujer son demasiado finos, demasiado creativos y “maternales”. Cómo debe llorar su alma, rebelarse su cuerpo antes de permitir convertirse en lo que es: su cloaca. Grito en tus oídos, sollozo y derramo las lágrimas sobre ti, mi pobre sexo humillado, profanado, y también en los oídos de la bestia degenerada y satisfecha. ¡La mujer satisface en el burdel su hambre amenazante, furiosa y salvaje!

Y si se considera un crimen satisfacer con ayuda de los órganos sexuales esta necesidad primaria y apremiante, el hambre, así es por lo menos un crimen satisfacer por cinco denarios de plata, o como sea que calculan el precio, una necesidad secundaria, como la sexual, o digamos abiertamente una necesidad degenerada, la lujuria. Si la mujer comete un delito por salir a la calle y vender su cuerpo, es por lo menos un delito igual el hecho de que ustedes salen a la calle detrás de la mujer y compran su cuerpo —la lujuria es de ustedes—, y regatean con su cuerpo. Y si no es así, entonces ¿qué quieren de la mujer? ¿Quién se atreve a lanzar la primera piedra contra la mujer? Su excusa, su justificación y absolución también valen para la mujer.

***

Ustedes quieren preservar su salud, ¡por supuesto!, pero lo que hacen es destruirla. Quieren escapar de la neurastenia, de las enfermedades de la médula espinal, de la disfunción sexual causada por la abstinencia. Sin embargo, caen en ellas irremediablemente cuando menos lo esperan y, quizás, sin que alguna vez entiendan por qué. ¡Por su tratamiento de burdel, su desenfreno sexual, sus sexuales “horas extra”! ¿Y la sífilis? ¿Acaso también los ayuda a preservar la salud? ¿No será más bien un veneno que desequilibra y destruye su energía vital mucho más rápido, mucho más asquerosa e irremediablemente que la abstinencia? Pero claro, es su problema, no el mío. Pero es mi problema que ustedes lleven afuera del burdel su enfermedad, su peste, y la introduzcan en la familia. Es mi problema que usted, mi marido, me ensucie descaradamente a mí, su mujer, que sin escrúpulos contamine a su hijo todavía en el seno materno. Es mi problema que yo, su hija, herede su fuerza vital debilitada, contaminada y degenerada, que tenga que pagar por sus pecados, que por sus culpas yo cargue con enfermedades de todo tipo, con la neurastenia, con la estupidez y la locura. Es mi problema que sus pecados, señor, me despojen del placer más intenso de mi vida y mi alma… Y mi alma tiembla afiebrada, veo una cadena muy larga de criaturas miserables, enfermas, incapaces de disfrutar; despiadadas, tuberculosas, nerviosas, retrasadas y dementes. Son los pecados de los padres, sus pecados. Y mi alma tiembla afiebrada, arde apasionadamente, mi alma entera grita voraz: ¡deseo salud, deseo felicidad, deseo placer! Mi poderoso instinto existencial, mi enorme deseo de vivir se rebela en un vivo y profundo odio contra esta prostitución de mi fuerza vital, contra ustedes, las crías degeneradas del sexo masculino. ¿Y usted quiere preservar la salud? Es un verdadero sarcasmo ensangrentado. Llena de furia, deseo pisarlo a usted y su semen bañado en veneno.

***

También quieren preservar la moral, por supuesto. Pero lo que hacen es destruirla. Ustedes crean una casta de mujeres “inmorales”. ¿Por qué? Para que

sus madres, mujeres, hermanas e hijas permanezcan intactas hasta que se harten, dicen ustedes. Bueno. Y luego las tocan de tal forma que no conocen el más mínimo atisbo de placer, de felicidad, de vida. ¿Pero por qué ustedes, los fuertes, morales y superiores, por qué no tocan a sus madres, mujeres, hermanas, a sus hijas de tal forma que ellas quieran tocar?; ¿por qué no las agarran con sus puños fuertes, morales y superiores y no les aprietan la garganta hasta que muera el aliento de sus cuerpos bestiales? ¿Por qué ustedes, los fuertes, no se agarran a su propio instinto infernal y no lo estrangulan hasta que se muera el aliento de su deseo brutal? ¿Por qué precisamente necesitan tocar a estas mujeres agobiadas y oprimidas? ¿Que no quieren? ¿Que no pueden? ¿Que son demasiado bestias? ¿Que tenemos guardias de seguridad para el orden, la religión y las costumbres? ¿Dónde están? ¡Merecen ser encerradas en jaulas estas bestias masculinas! ¿Guardias de seguridad? También ellos son hombres, también son bestias, también están contra la mujer. Un ardiente grito de ira sale de mi boca, mis puños se cierran y quieren estrangular con rabia salvaje a la bestia masculina. Mi ira está impotente, yo estoy impotente y de impotencia caen mis manos; la repugnancia me oprime la garganta, una repugnancia intensa, infinita, sofocante hacia usted, el hombre, hacia usted, ¡el sexo fuerte, moral y superior!

***

Es una burla salvaje, una mentira asquerosa, una mojigatería repugnante querer preservar la salud a costa de salud, la moral a costa de moral. ¡O brutalidad, o bestialidad, o degeneración! Quieren proteger la salud masculina, satisfacer la virtud femenina a través del prostíbulo; deshonrar a una parte de la humanidad, destruirla espiritual y físicamente para que la otra parte de la humanidad, la fuerte, pueda preservar su virtud, su salud. Esto atenta en contra del orden, de la religión y de las costumbres, en contra de la humanidad. Entonces grito: ¡que cada mujer que no pasa hambre resguarde su honor! Pero si están demasiado débiles, indefensas, desarmadas, entonces únanse, todas las mujeres. Hagan frente a la “nobleza” del hombre, hagan frente a su forma noble y distinguida de cuidar de ustedes. Les suplico, hagan frente a la bestia masculina y exijan seriamente, fuertemente, firmemente protección; exijan protección por parte del Estado. Ustedes también son sus ciudadanos, sus , y no están en minoría. Exijan protección en nombre de todo orden, religión y costumbres; no

solo en nombre de su propia dignidad. No permitan que se les proteja su honor de manera tan monstruosa, tan vergonzosa, sofocante y deshonrada: a través del burdel. Rebélense y digan: ¡No! Y si no lo hacen, si son demasiado débiles, demasiado cobardes, o digamos, demasiado cultas, demasiado finas, demasiado femeninas para eso, pues bien, que entonces el hombre-bestia recoja su ofrenda de todas las clases sociales, de todos los estratos; ustedes no merecen nada mejor. No ha de crearse una clase especial para ello, a la cual se empuje a las mujeres más desfavorecidas, dignas de lástima y hambrientas para que sufran todavía más miseria, dejando un campo fértil para el cultivo cómodo y fácil y el desarrollo cada vez más exitoso y exuberante de la bestialidad masculina. Y ustedes, los hombres, si tienen que abstenerse, ¡absténganse! Y si se enferman a causa de la abstinencia sexual, ¡enférmense! Pero no intenten preservar su salud a costa de la salud y dignidad femenina y, además, de una forma tan cuestionable. No deben —a costa de la mitad de la humanidad— entregarse a su lujuria degenerada, que debilita de generación en generación cada vez más la salud mental y física hasta que terminarán irremediablemente contaminadas y envenenadas y la humanidad será conducida de forma inexorable al quiebre mental y físico. No deben hacerlo. Pero lo hacen. Qué les importa. Apres de nous le déluge³. Si ustedes solo saben satisfacer su deseo salvaje y degenerado, si solo saben deleitarse en la bestial lujuria, entonces está bien, no necesitan ni quieren más. No hay nadie que los juzgue y castigue, nadie que lo considere un crimen; nadie piensa siquiera en despreciarlos también a ustedes y a nadie se le ocurre controlarlos también a ustedes. Así es. Desde el principio del mundo disfrutan del privilegio de la mezquindad, fueron prudentes y se han ocupado de eso. Y con dignidad se dirigen hacia donde de tantas veces ya volvieron, hacia la mujer maldita, infame, crucificada…

***

¿Cómo? ¿Que son necesarias? ¿Y así las maldicen, desprecian, escupen? ¿Pero desde cuándo se maldice, desprecia y escupe la “necesidad”? Lo que es “necesario” sirve para preservar la vida y lo que preserva la vida es bueno y lo que es bueno siempre ha sido cuidado, respetado, honrado. ¿Puede ser de otra forma? ¿No supone lo bueno inevitablemente el cuidado, el respeto, la estima? Entonces, denles a las prostitutas lo que les corresponde: cuidado, respeto,

honor. Dejen de maldecirlas, despreciarlas y escupirlas en público. ¿Cómo? ¿Que no lo piensan hacer? ¿Cómo? ¿Que es imposible? ¿Por qué no? Pero si son buenas, necesarias, indispensables. Después de todo, son los pilares de su salud, de su moral. Y sobre todo son su alegría, su placer, su lujuria. Les brindan la más alta e íntima felicidad y son compañeras íntimas de sus cuerpos. ¿Que precisamente esa sería su culpa, su crimen, su inmoralidad? ¿Precisamente por eso las tienen que condenar, escupir y despreciar tanto? ¿Que precisamente es eso lo que las mancha, lo que las priva de la honra? ¡Oh, cuán manchados, cuán deshonrados deben estar ustedes! Cuán inmundas son las alegrías, cuán mala es la salud, cuán podrida la moral que da a luz el burdel bendito, el único que preserva la salud, el único que exige la moral sexual, si desde ellas puede provenir este enjuiciamiento categórico, este monstruoso desprecio. Pero yo les advierto que lo que ustedes les hicieron a las mujeres también se lo hicieron a sí mismos; a través de la mujer se maldicen, escupen y desprecian a sí mismos. Este desprecio monstruoso no es más ni menos que un monstruoso desprecio hacia ustedes, no es más que la sentencia más dura que se haya pronunciado nunca en contra de ustedes y su moral y su moralidad, y no es menos que la más dura, la más inviolable negación de que la prostitución sea necesaria.

Existe solo una necesidad, solo una justificación de la prostitución: la económica. Sin embargo, es una necesidad y una justificación solo para la mujer, no para ustedes, aunque sí, creada por ustedes. ¡Por ustedes, los criminales! ¡Criminales contra la mujer! ¡Profanadores de la mujer! Profanadores de lo más íntimo, más tierno, más fino de su cuerpo y su espíritu: sus órganos sexuales y su dignidad. Ustedes los convirtieron en una cloaca. Ustedes son los que llevaron a cabo los delitos contra lo mejor, lo más bello, lo más sagrado en la mujer, contra su alegría, su desarrollo y su identidad. Criminales y profanadores de todo lo que le pertenece a la mujer, de todo lo que hace que el hombre sea humano. Pusieron sus manos encima de todo, sus manos bárbaras, brutales y sucias lo tocaron todo y despojaron de todo a la mujer. Le robaron a la mujer su riqueza espiritual, su libertad, su independencia, su desarrollo. Le quitaron y suprimieron las abundantes cosechas provenientes de sus valores espirituales; lisiaron el alma y el espíritu de la mujer. La mujer quedó privada de los abundantes tesoros de su esencia, del goce de su espíritu, de la autocomplacencia, el autodesarrollo y su propia vida y, finalmente, aunque no menos importante, la despojaron de sus bienes económicos, le robaron y ocultaron todos los frutos provenientes de su rendimiento, la privaron de todas las ganancias de su trabajo. No le dejaron a la

mujer nada de sus valores personales, la empobrecieron, la empobrecieron mucho, la desorientaron, la debilitaron y con la ayuda de su propia ley —para honrarse a sí mismos— la pusieron en el mismo eslabón junto a los niños y los tontos. Le quitaron el a todas las áreas ocupacionales e intelectuales, le acordonaron todos los caminos de la vida, sobre todo los caminos individuales, todos los caminos que llevan hacia uno mismo, y le dejaron el libre a un solo camino: el sexual. Redujeron a la mujer a lo sexual. Y allí la tenemos: incapaz de trabajar, incapaz de vivir, pobre, débil, sin saber qué hacer, la mayoría de las veces incapaz de preservar la propia vida a través de lo que, acorde con la naturaleza, debiera conservar al individuo, porque es lo más sano, lo que más sostiene y fomenta la vida: el rendimiento, el trabajo de su propio organismo. ¿Y qué le ofrecieron a la mujer por toda la riqueza robada, suprimida, destruida? Se entregaron ustedes mismos. Solo eso. Solo mezquindad y miseria. Solo una existencia animal. En el mejor de los casos, de forma legítima a través del matrimonio. Y en el peor de los casos, allí está la mujer parada en la calle o cualquier esquina, pobre, desamparada, abandonada, con hambre, sed y frío, mirando a su alrededor en búsqueda de calor, alimento, placer y felicidad. Y con la mirada ansiosa e inquisitiva, la mujer se acerca a la vida con grandes y precisas demandas individuales, demandas personales propias. Sin embargo, la vida guarda silencio y calla; no tiene respuestas ni comprende estas demandas de la mujer. Solamente se pronuncia su mano seca y dura, mientras se estira y señala con un gesto mecánico una larga y amplia carretera que conduce directo hasta el nidal llamado matrimonio. Mujeres de todas clases arrean hacia allá, temblando de placer estiran las manos. ¡Desde el fondo del camino les hace señas una maravillosa y deslumbrante deidad, engalanada con adornos y ornamentos, extraordinariamente ataviada como portada del nidal: el hombre! Satisfecho y vanagloriándose como un pavo real mira hacia abajo y con iración observa sus adornos. A la vez, con compasión y desprecio repasa de arriba abajo a las mujeres que peregrinan hacia él. Oh, ustedes, mujeres, rebélense, dense cuenta, derriben al hombre, quítenle sus plumas y adornos, el alma y el cuerpo, podridos y depravados. Pero la mujer mira y no se da cuenta. La deidad le hace señas con dulzura y seducción, y la mujer desea ir hacia allá, anhelante e inquisitiva, pero, ¡¿qué ocurre?! Se cerró la barrera, no hay más lugar. La calle está repleta a lo largo y a lo ancho. Aléjate, mujer, no hay lugar para ti. La mujer retrocede confundida. ¿Qué va a pasar ahora? Entonces, la vida le señala un par de estrechas callejuelas de la vida social. Los callejones son empinados, sofocantes, oscuros, empapados de miseria, pobreza y escasez, de trabajo duro, llenos hasta el borde de renuncia a la vida, abarrotados de gente flaca, gris, anémica e infeliz… Ante esta perspectiva se encuentra la mujer. La

sangre fluye ardiendo por todos sus órganos; todos sus pulsos bailan y tiemblan y arden en deseos frenéticos de vivir. La mujer retrocede horrorizada, estremecida extiende las manos en un gesto de rechazo y grita en su inaplazable ansia de vivir: ¡disfrute, felicidad! En respuesta, la vida guarda silencio y calla, no tiene respuestas ni comprende esta demanda ridícula y arrogante de la mujer. Solo se pronuncia su mano. La mano horrorosa, espantosa, atroz, implacable se extiende y señala sin piedad otra calle amplia, repleta de excrementos y mugre de todo tipo, que conduce directo a la cloaca de la prostitución. También aquí tiene lugar una gran migración, pero las barreras permanecen abiertas; las puertas están ampliamente abiertas, no falta lugar, ya se han preocupado de eso. Y allí se encuentra la mujer con el rostro absorto en un profundo y tremendo espanto, con la sangre helada frente a la terrorífica amenaza. ¡Noo!, grita la mujer y se escapa y corre hacia las callejuelas estrechas del trabajo, pero: ¡Retrocede, mujer! ¡No hay lugar para ti, aquí ya hay suficientes mujeres agobiadas y oprimidas! El espanto de miseria, penuria y desesperanza se apoderan de la mujer; sus ojos llenos de locura y exasperación miran a su alrededor en búsqueda de lugar a donde ir. ¿A dónde? Solo por allí, solo allá puedes ir, solo a la cloaca de la prostitución, retumba en sus oídos la voz de la vida. Obviamente, donde está la carroña también están los buitres. Ya acechan husmeando los cínicos hombres-bestias, están cada vez más cerca, se aproximan olfateando, gruñendo. Seducen haciendo sonar el dinero y palpan y tientan… La mirada de la mujer, estremecida, se queda pegada en los excrementos, en la mugre, en el rostro masculino lascivo y deseoso. Lo mira con repugnancia y niega enérgicamente con la cabeza. Pero su estómago protesta del hambre, pero todo su cuerpo pide a gritos pan, luz, calor; el alma entera pide disfrute, felicidad. Cuerpo y alma, llenos de jóvenes y salvajes ansias de vivir, se rebelan contra la pobreza, el abandono, el exterminio. Las ganas de vivir, de disfrutar, de ser feliz se abren frenéticamente camino a través de todos los órganos del cuerpo y se nublan los sentidos: frente a los ojos y el alma de la mujer necesitada y hambrienta aparece un espejismo ardiente en colores y cautivador, el paraíso, donde la esperan las fascinantes frutas doradas de la vida, el paraíso la seduce con miles de voces dulces: ¡ven, ven! Y la mujer va. Arisca, cierra temblando los ojos, recelosa, pone temblando su pie limpio en los excrementos barrosos o se hunde en ellos en un salto irremediable y espontáneo de desesperación. Sus manos se extienden con anhelo para agarrar en la salvaje y báquica alegría de vivir el fruto dorado, pero… el fruto del paraíso retrocede y la mujer sigue hundiéndose más y más. Y el fruto se aleja más y más, volviéndose cada vez menos accesible. La mujer se hunde cada vez más profundo en el barro, en la cloaca. Cuando está lo suficientemente profundo, el paraíso desaparece. Encima

de la mujer rabian las sucias y apestosas olas de la prostitución y no le permiten salir, no podrá salir más… La mujer puede entrar, pero no salir; ustedes han sido prudentes y también se han ocupado de eso.

***

En efecto, la prostitución es una necesidad económica. Pero supone una necesidad solamente para la mujer, no para ustedes, aunque sí, fue creada por ustedes. ¡Por ustedes, los criminales! Ya pusieron sus manos encima de todo y despojaron de todo a la mujer. ¿Y qué le dieron a la mujer por toda la riqueza robada, suprimida? Se entregaron ustedes mismos. Solo a ustedes. Solo una existencia inhumana, una manutención animal. En el mejor de los casos, de forma legítima, a través del matrimonio. Y en el peor de los casos, de forma ilegal, cuando la mujer rechazó el “mejor” sustento, o, como ocurre con tanta frecuencia, la mujer débil, necesitada de protección y sustento fue privada de la manutención legal. Es la forma más pérfida, desfavorable y humillante del sustento: la prostitución. En efecto, la prostitución supone una necesidad económica: ¡qué carga y condena para ustedes; qué justificación y absolución para la mujer!

***

¡Ustedes quieren entonces ser morales! Morales discriminando, engañando, explotando a la mujer, haciendo esta valoración “altamente moral”. Pero es una pésima apreciación, una apreciación de la peor bajeza, cobardía y debilidad de la superioridad masculina. Si la prostitución es “inmoral”, si es la lepra, una deshonra en el cuerpo de la sociedad altamente moral y civilizada, entonces son ustedes, los morales, los de esta sociedad altamente moral y civilizada los que crean lo inmoral —esta deshonra— y la mantienen viva; son ustedes los infames, leprosos, inmorales, los prostitutos. Y por lo tanto son ustedes los que deben ser juzgados y condenados, apedreados, crucificados. ¡Así es, ustedes, los

morales! Y no esas “inmorales”, esas prostitutas, esas mujeres. Denles pan y trabajo y dejarán de ser su disgusto público y su alegría secreta.

***

Es verdad que ustedes comieron del árbol del conocimiento del bien y del mal, pero indudablemente no se volvieron Dios. ¿Qué saben ustedes de Dios? No tienen nada de Dios, nada de fineza, de diversidad, no hay nada en ustedes de la individualización, de la humanización del instinto sexual, de su vida sexual. Su instinto sexual despierta y brama como un animal con deseo frenético. Desean a mujeres. A mujeres. Ustedes no desean a “una” mujer, ni a “su” mujer, no desean a esa mujer que fue creada para ustedes, que les pertenece a ustedes hasta el final de sus días y ustedes a ella; no desean complementarla, ni que ella les complemente, no desean el perfeccionamiento, la divinización. No, desean lujuria, el medio de su lujuria; no el amor, no a la amante en el gran sentido sagrado y humano. ¿Qué saben ustedes de eso? El amor y sus revelaciones no les entran en la cabeza. Es un libro que permanece cerrado para ustedes, un libro del que ustedes se burlan, que niegan. Este libro solo es accesible para los más grandes, más espirituales, más cultos, es decir, los humanos. Es un libro que le regala a la vida lo más preciado, lo más grato. Un libro, una experiencia potente y maravillosa: triunfando te levantas a las más grandes alturas, con gran entusiasmo tomas del manantial de la vida, vives, disfrutas con todo tu cuerpo y tiembla tu alma. Eres como Dios… Pero ¿qué saben ustedes de eso? Si supieran lo que significa no existiría la prostitución, no podrían salir a las calles, entrar a hurtadillas a los prostíbulos y entregar sus cuerpos a las mujeres; cada día a una distinta. No comercializarían de esta forma sus cuerpos, toda su alma gritaría en contra de poner su cuerpo en o íntimo con una mujer cualquiera, con tantos cuerpos indiferentes. Su cuerpo les sería demasiado sagrado; su alma estaría en llamas ardientes frente a esta profanación de su parte carnal. ¿Pero qué les importa? El código de su vida sexual está empapado de brutalidad, bestialidad y mugre. Las instintivas demandas de una sexualidad y educación sexual sagrada, individualizada y humanizada no los inspiran a ustedes, ni por fuera ni por dentro. Su espiritualidad está empantanada en el deseo de poseer, en la necesidad de poseer. Es demasiado débil su intelecto para mantener el control sobre sus instintos. Por lo tanto, ustedes corren, salvajes, galopando

desenfrenados y pasan por alto las exigencias más obvias de su dignidad y de la dignidad femenina y caen en la pocilga de la prostitución. El suelo queda cubierto con las flores de la humanidad, aplastadas y trituradas. Ni la educación, ni el Estado, ni la religión ni las costumbres hacen el mínimo esfuerzo por tirar las riendas de su desenfreno sexual.

Es verdad que ustedes comieron del árbol del conocimiento del bien y del mal, pero no se volvieron Dios. ¿Qué saben ustedes de Dios? No tienen nada de Dios, nada de fineza, de diversidad, no hay nada de Dios en ustedes, en su deseo, ni siquiera hay algo de animal en ustedes. Cayeron por debajo del animal, directo a la bestialidad. Su árbol del conocimiento creció en los profundos excrementos y de allí comieron ustedes; se volvieron cerdos. Se les favoreció demasiado en cuanto a la vida sexual, a ustedes se les entregaron todos los beneficios y a la mujer todas las desventajas, toda la carga. Y se echó a perder toda la divinidad, toda la semejanza a Dios. No tuvieron suficiente intelecto, humanidad y espíritu divinos. Su intelecto y su espiritualidad no fueron lo suficientemente grandes, potentes y dignos de esta preferencia sexual. Su instinto sexual salió de debajo de las piedras y se adueñó de todo —del intelecto, de la espiritualidad y la humanidad— y se dirigió contra su propia especie, contra la mujer. Se aprovechó de su desventaja sexual, de la debilidad de la mujer, y la esclavizó, la profanó, la violó, convirtiéndola en un animal lujurioso, en una cloaca. Pero no dejó de crecer y finalmente se dirigió contra su propio sexo, contra el hombre, y echó mano a su vida y lo convirtió en un degenerado, debilitado e infestado hombre lujurioso. Ustedes están sumergidos hasta las orejas en el pantano de la degeneración del instinto, en el pantano de la degeneración corporal y espiritual, y ya no logran salir, no quieren salir, y eso es horroroso.

***

¿Me contradicen? ¿Exagero? ¿Que ustedes no son así o solo una pequeña parte de ustedes es así y así actúa? Pues, miren bien, miren y se asustarán, se estremecerán, se morirán de vergüenza, si es que todavía son capaces. ¡El mundo entero, por dentro y por fuera, la sociedad entera desde arriba hacia abajo están

podridos, envilecidos, apestados y prostituidos! Está lleno de prostíbulos hasta donde miren, tantos burdeles como deseen. ¿Quién los fundó? Ustedes. ¿Quién los visita? Ustedes. ¿Quién los mantiene? Ustedes. ¿Existe alguna prueba irrefutable de su moralidad?

***

¿No tiene nada de degeneración, de bestialidad?; como mucho, ¿algo de galanteo? ¿Qué son entonces los prostíbulos? Pues nidales de las enfermedades más terribles, más sucias y destructivas para la vida: las enfermedades venéreas. Son nidales creados por ustedes, por su desenfrenado instinto sexual y su desenfrenada necesidad de satisfacción. Los crearon en cantidades espantosas, perturbadoras. Hablamos de la satisfacción del deseo sexual de una forma terriblemente bestial, la satisfacción a costa de la salud de la mitad de la humanidad. Fíjense en ustedes, en sus mujeres y sus hijas, que están infectadas y degeneradas hasta la médula, lisiadas, atontadas, locas. Es su creación y ¿no es degeneración? ¿No es bestialidad? ¿No es degenerado y bestial el monstruoso desprecio general, la humillación y devaluación de la mujer? ¿No es degenerado haberla convertido forzosamente en una cloaca? ¿Y no es degenerado haber creado una clase entera de gente solo para su alegría bestial y haberla despojado de honor, de sus derechos y felicidad, haber destruido su dignidad humana, su identidad, haberle impedido el goce pleno de su personalidad? ¿Y no es degenerado haber declarado a la mujer fuera de la ley, independientemente de si se trata de una prostituta o no? Cualquier tipo en la calle tiene el derecho de escupirme en la cara sin objeción alguna, de palparme desde arriba hasta abajo con una mirada impertinente, descarada, impávida, de arrojarme palabras podridas y apestosas. Es una apoteosis de la superioridad espiritual e intelectual del hombre inesperadamente brillante y gloriosa. Y finalmente, ¿no es una degeneración, la atrocidad más vil y escandalosa que clama al cielo, no es incluso la canonización de la degeneración el hecho de que el Estado, la religión y la moral sacan provecho de estos nidales de pestilencia física y moral?

El hecho de que la vida sexual de ustedes haya conducido a esta

deshumanización, que haya creado tales condiciones patológicas, tal mugre sofocante, tal dignidad humana, habla de la degeneración en su máxima, escalofriante expresión.

Y les digo una cosa más a ustedes, que todavía me contradicen, que todavía consideran que exagero: obsérvense a ustedes mismos por dentro, fíjense en sus vidas, aunque sea por un momento, busquen, busquen, y les aseguro que encontrarán allí suficientes, incluso demasiadas razones para callarse de aquí en adelante.

Claro, yo lo sé, yo misma lo he dicho. No tuvieron otra solución sino revolcarse, como cerdos, en los excrementos; los excrementos suponen su esfera, son su deseo y su obligación. Heces, excrementos, grita su organización entera. ¿Es una razón, una disculpa, una aprobación? Para ustedes, sí. No para mí. Que son como son, que son como los cerdos y no pueden hacer nada en contra es su culpa. Según yo, es su culpa, su infracción, su crimen.

***

Debido a que ustedes fracasaron, a que su instinto sexual degeneró, a que su intelecto perdió el control sobre su deseo sexual, a que cayeron en la bestialidad, en la exacerbación sexual, hoy disfrutamos de la institución de la prostitución y sus bendiciones, pero no porque la mujer fracasara. Por lo tanto, ustedes son los autores de la prostitución, no la mujer.

***

Porque ustedes fracasaron, fracasó la mujer. El fracaso de la mujer es obra de su autoría. Oh, qué mal les quedó esa obra. Una obra que salió bien solamente por fuera, pero que está casi totalmente malograda por dentro. La mujer guardó en su interior la salud de su instinto, la fineza y sus capacidades. Se conservó como la madre de la humanidad; en el seno de su alma, muy profundo, dormitan los gérmenes. ¡Oh, tú, sol de la libertad, brilla y arde! Oh, mira cómo empiezan a brotar silenciosamente y respiran la luz exacerbante, echan yemas y crecen, y todas las flores levantan sus cabezas y se abren en su belleza espléndida: la salud, la fineza y las capacidades de la mujer giran hacia la dorada luz de la vida.

***

El fracaso de la mujer. Su obra llevada a cabo a causa de su debilidad intelectual, su bestialidad sexual y su terrible miedo a la mujer. Cuánto habrá temido el hombre a la mujer, a su fuerza, a sus capacidades, que tuvo la necesidad de protegerse de ella de esta forma, de defenderse contra la mujer, que pudo hacer lo más horroroso que se puede hacer a un individuo: reprimir las expresiones de su vida y su personalidad. Solo lo que uno teme mucho lo marca con tan fuertes, inquebrantables y “horrorosas” cadenas y lazos.

¿Que la mujer es inmoral? Cuán moral podría ser ella si solo ustedes lo fueran.

Para mí, su inmoralidad, su degeneración es que sus instintos terminaron en los caminos de la bestialidad, que sus instintos y satisfacción se dirigen contra ustedes mismos y contra la vida de otros; esta es su prostitución.

Han caído en los fondos más bajos. Se encuentran en una profunda oscuridad, por debajo de la humanidad en relación con lo sexual, por debajo de la humanidad en general; distancias inmensas y oscuras les separan a ustedes del

ser humano. ¿Será que alguna vez alcanzan al ser humano?

Demasiado ya te desviaste del camino hacia lo humano, estás demasiado hundido en el barro y demasiado fuerte ya la mezquindad silba sus cancioncillas en todos los carriles de la vida y se mantiene bien. Asimilaste el desenfreno sexual hasta lo más profundo de tu ser, es más, se convirtió en tu mismo ser de tal forma que se volvió el orden, la religión y la moral mismos. La vida sexual ya domina por completo, de la forma más lasciva y devastadora, tu vida entera, asfixiando y destruyendo todo lo humano que queda en ti, no tolerando en su compañía nada que no sea la fuerza bruta y la violencia. La fuerza bruta es otro capítulo más en la historia de tu vida y desarrollo, un dios más hacia el cual levantas tus manos y ojos y rezas, un testigo más contra ti, contra tu intelecto, tu espiritualidad, tu condición humana. También un testigo de que no fuiste capaz de actuar a través del espíritu y sus mecanismos y de que este no encontró un campo fértil en ti. ¡El poder en su forma más bruta, atroz (militarismo) y degenerada (que va contra la vida) no es ni más ni menos sino violencia! Violencia es lo que tú anhelas, es lo que te impresiona, deleita, embriaga, es con lo que se te puede domesticar y apaciguar. Nunca te ha interesado el poder del alma, del espíritu, del “ser humano”. Nunca lo has pedido, anhelado, ni menos aún poseído. Tuviste otra ética y moral, otra ley, otra cultura, que son la mejor expresión de tus instintos, necesidades y gustos bestiales, degenerados y destructivos, y que hablan contra ti con voces horribles y poderosas. Se trata de la ética, la moral, la ley y la cultura que van contra la mujer y que apuntan a la violencia, la violación del individuo, que se dirigen a reprimir, lisiar y pervertir los instintos y que fueron dirigidos y establecidos para el hombre, por el hombre. Se trata, entonces, de la moral, la ética y la ley masculinas, no de la moral, la ética y la ley humanas, es decir, de la cultura del hombre, no la cultura de los humanos. ¿A qué cosa buena puede conducir esto?

***

Sí, yo soy mujer. Y claro, no entiendo nada de “sus” asuntos, de “sus” necesidades. Sí, debiera callarme. Ajá, una respuesta gallarda, una gallarda

objeción y argumentación. Y además una apoteosis de su superioridad. Pero no me quedé callada, por lo que me van a linchar. Pero no me voy a callar. Y que se enfurezca conmigo toda su “dignidad” masculina. Yo, de todas formas, gritando con fuerza, le haré conocer a todo el mundo mi indignación, repugnancia y desprecio. Arrojaré en su rostro, en el rostro de usted, el hombre-bestia, mi ira rabiosa, repugnancia arrebatada y desprecio desmedido, se los arrojaré en su cara y gritaré: ¡lo desprecio!

Y que se burlen de mí, que maldigan contra mí, que me difamen, que me lancen encima todo su sarcasmo, su maldición y su difamación. No me afecta. Qué bien los identifico a ustedes, los que más se burlan de mí, más me maldicen y difaman. ¿No son justamente los más profundamente afectados, los manchados de la forma más asquerosa? ¿No son precisamente los más débiles, más miserables, más enfermos? ¡Pero qué me importan ustedes, sus burlas, su maldición y difamación! Me resbalan, pues no dependo de ustedes, estoy por encima de ustedes.

¡Estoy libre de ustedes!

La vida sexual y la abstinencia sexual de la mujer

(1904)

1

La vida sexual activa es una función naturalmente necesaria, propia de todos los individuos diferenciados sexualmente. Es naturalmente necesaria de la misma forma que comer y beber. Es una característica fisiológica indispensable para engendrar a un individuo y para conservar la especie; es un principio biológico. Por lo tanto, no se puede limitar o prohibir al individuo la vida sexual activa, de la misma forma como no se le puede prohibir comer y beber. Del mismo modo que todo individuo tiene el derecho fisiológico, el derecho biológico a comer y beber, todo individuo diferenciado sexualmente tiene el derecho biológico, es decir, el derecho natural a una vida sexual activa, que lógica y naturalmente no puede ser restringido ni menos derogado por ninguna razón, por ninguna influencia externa.

Por supuesto, cuando hablo, siendo médica, del “derecho biológico a una vida sexual activa”, me refiero a una vida sexual completamente fisiológica, una vida sexual que no viola el deber biológico⁴ hacia uno mismo y los demás, es decir, absolutamente pura, decente y saludable, y que no conduce a enfermedades o estados patológicos e impuros.

Nos encontramos ahora ante el extraño, contradictorio y antinatural hecho de que la cultura, por un lado, para un grupo de mujeres simplemente derogó el derecho a una vida sexual activa y creó la institución de la abstinencia sexual forzosa, mientras que, por otro, para el conjunto de los hombres niega categóricamente el deber biológico de la vida sexual activa, es decir, su restricción, que garantiza la pureza, la decencia y la salud de la vida sexual, y aprueba la libertina satisfacción sexual del hombre como “necesidad natural”, por más que esta naturalidad se burle tanto de la naturaleza como de las leyes de la vida, de la salud y conduzca a estados que encontraron su apoteosis más espantosa y degenerada en la prostitución.

Dije “la abstinencia forzosa” y lo digo con énfasis, ya que una mujer madura sexualmente, por su naturaleza, nunca renuncia a la vida sexual de forma voluntaria. Y los casos en los que aparentemente esto sucede son excepciones. Se trata de individuos cuya vida sexual activa se ve restringida o incluso anulada por influencias y fuerzas internas, es decir, por motivos que se encuentran en el individuo mismo. Me refiero a naturae frigidae⁵ y seres muy espirituales, cuya vida interior es tan rica, profunda y absorbente que no deja espacio para lo sexual. No consideraré aquí este tipo de casos. Tampoco los de las mujeres homosexuales, esto es, las que sienten atracción por su propio sexo. Por la naturaleza de este tratado, no se ha de hablar aquí sobre las excepciones. Es decir, no se trata de mujeres homosexuales ni de las con vida sexual reducida. Pero tampoco de las mujeres con una vida sexual muy activa, ya que estas también son una excepción, no la regla. Se trata de las mujeres de sexualidad promedio, es decir, de aquellas cuya vida sexual no decayó totalmente, pero que tampoco nubla por completo sus sentidos y pensamientos. Las mujeres de sexualidad promedio son la mayoría. En estos casos, la abstinencia sexual es siempre forzada de forma directa o indirecta por fuerzas e influencias externas; no es el resultado de una libre elección. Además, se sobrentiende que no podemos hablar de una decisión libre, ya que, como se ha dicho anteriormente, es propio de la naturaleza, es una ley fisiológica, biológica, que una mujer madura sexualmente nunca renunciaría voluntariamente a la vida sexual activa, como tampoco renunciaría libremente a comer y beber. Es evidente que los responsables de esta abstinencia sexual son factores externos, es decir, una fuerza. El factor más importante es la prostitución. El fenómeno cultural de la abstinencia sexual de la mujer es, básicamente, una reacción forzosa al fenómeno cultural de la prostitución. Es el reverso de la prostitución. El polo negativo de la degeneración sexual cultural, cuyo polo positivo es la prostitución. Este fenómeno forzoso se favorece y fomenta en todas las relaciones por el famoso efecto secundario de la prostitución, por la doble moral sexual, es decir, aquella moral escindida en la moral femenina y la moral masculina, y que está en contradicción absoluta con los derechos y obligaciones biológicas del amor.

La prostitución influye de forma desastrosa en la condición moral del hombre. Exige de él casi una completa entrega al instinto sexual. Y la educación

desempeña el rol inaudito de proxeneta en este proceso. Esta entrega desmesurada a lo sexual, que los señores médicos sin vacilar denominan histeria en el caso de las mujeres y necesidad natural en el caso de los hombres, también en los hombres causa histeria, una enfermedad alarmante de la esfera sexual, que inevitablemente afecta la esfera moral y, en ciertas circunstancias, la socava por completo.

En la inmundicia de la prostitución se pierde el idealismo, las ambiciones, los valores morales, y se cultivan la falta de resistencia y la abulia histérica, lo que conduce a que el hombre sea parcial o completamente incapaz de cumplir con su deber como esposo y padre, es decir, incapaz de iniciar una familia. La prostitución a menudo destruye tanto al hombre, que este no quiere y no puede asumir la responsabilidad de la familia, ni la moral ni la material. El hombre teme a la responsabilidad y los valores morales de la familia dejan de existir para él.

¿Y por qué habrían de existir? ¿Por qué habría de iniciar una familia?

La prostitución ofrece al hombre de los estratos superiores de la sociedad —y de él se trata cuando hablamos de esta satisfacción sexual superficial y mugrienta, que se encuentra en un extraño contraste con su posición más alta y su moralidad “mayor”— una satisfacción más barata de su vida sexual que cualquier otra forma de amor cultural . ¡Una más barata! ¡Ante ello desaparece todo! Incluso la mundicia. Más barata significa más cómoda. Entonces, ¿por qué habría de casarse con una mujer joven? ¿Por qué ser puro? ¿Por qué vivir moral e higiénicamente? ¿Por qué iniciar una familia, engendrar hijos y asumir su responsabilidad como pater familias? Sería demasiado caro e incómodo, mucho más caro e incómodo que la prostitución. Entonces tendría que trabajar mucho más duro. No quedaría nada para los placeres extra. ¡Apenas alcanzaría para la cerveza y los cigarros! Y habría solo una mujer en lugar de muchas mujercitas entretenidas. Puf, ¡qué aburrido! No hay nada como exercer leur bestialité, como dice Louis Fiaux⁷. Mejor un poco de inmundicia moral y física. Es un mal menor. La necesidad de pureza no es tanta. La comodidad y la propensión a una

vida despreocupada e irresponsable es, en cualquier caso, mucho más importante. ¿Dónde se encuentra hoy (a excepción de los estratos sociales bajos) a un hombre que tenga la fuerza moral para casarse por amor con una niña sin propiedades e iniciar una familia sin ninguna posibilidad de obtener ventajas materiales a través del matrimonio? ¡Ya no existen tales hombres! Antes de contraer matrimonio, un hombre con pocos recursos más bien rompe la palabra dada, la fidelidad, el corazón, destruye toda la existencia moral, material y social de una niña que confía, todo su idealismo y, con él, toda la fe en la humanidad. Tales hombres (y son la mayoría) se casan solo si el matrimonio les ofrece una perspectiva muy definida de propiedad, posición y protección, es decir, una existencia despreocupada, segura e irresponsable, incluso siendo pater familias; rara vez o nunca por sus valores morales. Los hombres apenas consideran estos valores o los ven solo como una frase lo suficientemente buena para abatir las exigencias de la mujer con el hombre y con la vida, para tratarlas como si ya estuvieran resueltas. Muchos hombres han perdido completamente el sentido de estos valores. Por eso se la pasan en tabernas o en burdeles. A pesar de la mujer y los hijos, a pesar de la familia. Pero, independientemente de si se lo pasan en los burdeles y las tabernas, de todas formas, no conectan emocional ni racionalmente con lo que significa la familia y sus valores morales. Por lo tanto, el matrimonio, la familia, es, para ellos, una institución de sustento. Por lo tanto, simplemente prefieren no casarse si el matrimonio no les dará sustento.

Solo estas circunstancias explican el misterio por el cual tantos hombres no se casan. Las condiciones sociales, incluidas las económicas, lo permitirían (las morales e higiénicas incluso lo exigirían), pero los hombres no quieren reducir sus necesidades personales, no quieren asumir la responsabilidad de la familia y no quieren renunciar a exercer la bestialité. Los hombres, una vez acostumbrados a la prostitución, al burdel, no pueden prescindir de ello. Prefieren renunciar a los vínculos familiares sagrados y oficialmente alabados y a toda la mundicia e higiene.

Es la prostitución lo que destruye la familia y en muchos casos impide su iniciación.

Pero no es todo. La prostitución también arruina la sexualidad en el hombre y, a menudo, lo hace incapaz de aparearse: le causa la neurastenia sexual, como se le llama eufemísticamente. O se contagia con terribles enfermedades venéreas, que lo vuelven incapaz de llevar una vida sexual saludable.

Por lo tanto, un gran número de hombres son consumidos por la prostitución y son un desperdicio para las mujeres jóvenes sexualmente maduras. Puede entenderse fácilmente que, si no hubiera prostitución, el número de hombres que se casaría aumentaría significativamente. Asimismo, los hombres contraerían matrimonio mucho antes de lo que ahora es costumbre, y entonces habría muchas menos “solteronas viejas”. La objeción de que la prostitución devora también a un gran número de mujeres sexualmente maduras, de modo que las dos cosas se compensan y anulan mutuamente, no es válida porque, si bien casi todos los hombres heterosexuales, y con certeza todos los hombres heterosexuales solteros rinden homenaje a la prostitución⁸, solo un porcentaje relativamente pequeño de mujeres cae en ella. Una prostituta atiende por noche a alrededor de quince hombres. Entonces, cada uno puede calcular la proporción por su cuenta. Y va a llegar a un resultado aterrador respecto de la participación de los hombres solteros, incluso si para el cálculo solamente se considera el 50% de estos hombres. Por cierto, ya dice mucho el número extraordinariamente alto de mujeres solteras, que debe ser casi igual al número de hombres solteros. Por otro lado, tenemos la alarmante cifra de hombres débiles sexualmente y plagados de enfermedades venéreas. Estos hombres no se volvieron sexualmente débiles y no adquirieron estas enfermedades en su matrimonio. Tampoco es posible asumir que todos ellos son maridos, aunque recurran a la prostitución, ni que todos los hombres solteros no se casan por el placer del celibato. Porque, igual como la mujer madura sexualmente no elige voluntariamente la abstinencia sexual, tampoco la elige el hombre, con más razón que para él no existe ninguna ley moral de abstinencia, sino, por el contrario, se aprueba su satisfacción sexual ilimitada y, al mismo tiempo, tiene una oportunidad barata de hacerlo, la prostitución.

En perspectiva, es imposible resistirse a suponer que la prostitución, esta satisfacción sexual del hombre patológica, desenfrenada, barata e irresponsable produce la abstinencia sexual de la mujer. Por otro lado, tenemos también la

maravillosa institución de la doble moral sexual, que corresponde exactamente a la doble práctica sexual. Esta moral sexual doble limita a la mujer su derecho natural al amor, le prohíbe el amor saludable y libre, mientras que al hombre le autoriza todo el amor libre, saludable y enfermizo. Es un absurdo espeluznante respecto de la fisiología y la lógica, pero también de la moral . La mujer puede satisfacer su necesidad sexual solo en el matrimonio. En ningún caso de cualquier otra forma. Sin embargo, si la mujer lo hace, se expone irremediablemente al desprecio social, ¡pero el hombre que coparticipa, no! Esto sucede, sobre todo, cuando se trata del “amor libre”, es decir, la forma de amor cultural según la cual la mujer casi siempre actúa solo bajo la interna obligación sicofisiológica, de modo que, en la poderosa tormenta primaveral de sus sentimientos, ama de la forma más natural y pura. La mujer del amor libre y el “niño del amor libre” son víctimas de un desprecio social muy especial.

Evidentemente, esta moral sexual femenina es un segundo factor poderoso para inducir por la fuerza la abstinencia sexual de la mujer. Ante el tremendo desprecio de la sociedad, las mujeres que a causa de la prostitución quedan solteras, por lo general se cuidan de buscar la satisfacción sexual fuera del matrimonio, sobre todo si pertenecen a las clases burguesas o incluso superiores. Porque una mujer soltera es por lo general también una mujer sin recursos, entregada a la sociedad, sin la cual no tiene al trabajo ni al pan. Basta con una violación de los mandamientos sociales para que la mujer sea rechazada decididamente y abandonada sin pan para ella y el “hijo del amor”. Por ejemplo, piense en una maestra que se permitiera el “amor libre”. Las mujeres que a pesar de todo se lo permiten, por lo general pertenecen a los estratos sociales más bajos, donde la moral sexual doble no reina con tanta severidad como en las clases sociales altas. La prostitución contribuye a que sobre todo las mujeres de los estratos sociales superiores queden solteras, ya que para el hombre de los estratos bajos es más barato y cómodo tener una esposa, que también trabaja y gana un sueldo, mientras que la vida de soltero que visita los burdeles superaría su capacidad económica.

Efectivamente, entonces, la abstinencia sexual de la mujer es inducida por una fuerza externa que afecta sobre todo a la mujer de los estratos sociales altos. Esta abstinencia sexual forzosa se debe fundamentalmente a la prostitución. La doble

moral sexual, como consecuencia de la doble práctica sexual o la prostitución, tiene una importancia secundaria.

Al final del párrafo, para evitar malentendidos y abusos, quiero caracterizar brevemente mi punto de vista sobre el amor libre. De ninguna manera soy una partidaria del rojo “amor libre a la Bebel”¹ . Y no es una concesión a la moral convencional: desprecio la mezcolanza de mentiras, hipocresía, mezquindad, antinaturalidad de la misma forma que desprecio el matrimonio convencional. Rechazo el amor bebeliano por la convicción científica y moral; es crudo, indiferenciado, falso, antinatural y, por lo tanto, inmoral como el matrimonio convencional. El amor natural es algo muy diferente: se rige por las estrictas leyes de elección libre y disconformidad y esto, en principio, conduce al matrimonio monógamo dentro de ciertos límites. Desde el punto de vista higiénico, moral, desde el punto de vista social, es el único matrimonio posible del que disponemos. En mi libro El derecho vivo al amor y el deber vivo y prudencial de vivirlo descubro y analizo estas leyes. Entonces sí deseo un matrimonio, el matrimonio como resultado de la ley biológica. Este es el matrimonio de amor puro. Y si exijo el amor libre, exijo tanto para el hombre como para la mujer la elección libre como condición para contraer el matrimonio biológico. Este matrimonio también puede y debe encontrar su expresión en una forma social, aunque no lo necesite por su naturaleza. Se mantendrá unido a través de sus fuerzas internas efectivas y no necesitará, como nuestro matrimonio convencional de hoy, ninguna restricción externa para mantenerse unido y no desestabilizarse. Pero debe tener una forma, ya que sin formas la vida social no es posible.

De todos modos, este párrafo o este ensayo no aboga por el “amor libre”. Su objetivo es manifestar que la abstinencia sexual de las mujeres no es natural, sino un artefacto de la cultura, una consecuencia de la prostitución.

Y ahora surgen las preguntas: ¿Qué consecuencias tiene esta abstinencia sexual forzosa? ¿Afecta negativamente el desarrollo de la personalidad y la salud de la mujer? ¿Es absolutamente necesaria la vida sexual activa? ¿Hay ciertas

enfermedades de la mujer que se relacionen con la abstinencia o aparezcan a pesar de la satisfacción sexual y la maternidad?

2

Como se ha dicho anteriormente, no es natural que la mujer elija libremente la castidad y toda la abstinencia es forzosa, a no ser que resulte necesariamente de su condición sicofísica. La mujer promedio quiere tener una vida sexual activa y no abstenerse. Es un principio biológico.

La prostitución y la doble moral sexual impiden a algunas mujeres cumplir esta ley biológica, lo que va contra la naturaleza. ¿También va contra la personalidad y salud de la mujer?

En primer lugar, en lo que respecta a lo espiritual, es decir, la personalidad, debo contestar negativamente. El desarrollo saludable de la personalidad no está relacionado con la función sexual, con la vida sexual activa y de ninguna manera depende de ella. Por lo tanto, no puedo compartir la opinión opuesta de Ruth Bré.

Después de todo, la función sexual, dada su naturaleza, es una función puramente física, como comer y beber. Aunque se extiende amplia y poderosamente a la esfera espiritual, no puede pretender ser mencionada entre las fundamentales características o funciones espirituales. El desarrollo de la personalidad requiere sobre todo el desarrollo pleno de lo espiritual, de las características espirituales. Lo personal es lo humano. Y lo humano es lo puramente espiritual. Por el contrario, el cumplimiento de la función sexual es de importancia secundaria. Cabe destacar incluso que, cuando lo sexual es demasiado fuerte, lo puramente espiritual, lo humano sufre por ello y el desarrollo de la personalidad es más bien inhibido que fomentado. Es un hecho que lo espiritual, lo humano y lo sexual se toleran y fomentan solo hasta ciertos límites. Si uno u otro sobrepasa este límite, siempre ocurre a costa de uno u otro.

Las personas profundamente espirituales, altamente complejas, nunca son a la vez profundamente sexuales. Y viceversa, las personas muy sexuales nunca son tan espirituales. Se produce un extraño contraste. Lo fuertemente espiritual excluye necesariamente lo fuertemente sexual y lo fuertemente sexual lo fuertemente espiritual. Son tesis y antítesis.

Por lo tanto, una persona demasiado sexual nunca podrá desarrollar una gran y verdadera personalidad, ya que la esfera sexual es demasiado absorbente, posiblemente, ni siquiera tendrá esta capacidad. Por lo mismo, en estas condiciones no importa si cumple con su función sexual o no, pues de todas formas no podrá entrenar su personalidad.

También conviene recalcar que la función sexual tiene un valor principal y primario solo para la reproducción, es decir, para la especie, cuya existencia depende de ella, pero no para el individuo. Su existencia no depende para nada de su cumplimiento; por lo tanto, solo es un valor secundario para el individuo y su bienestar. En consecuencia, también es lógico que tenga una importancia secundaria para el desarrollo de la personalidad.

El carácter, lo humano, la personalidad no depende en absoluto del cumplimiento de la función sexual; y esto, ante la tendencia altamente sexual de nuestra cultura, se ha de enfatizar una y otra vez. Indudablemente, la secreción interna de nuestras glándulas sexuales sirve al cerebro, es decir, al portador de lo espiritual, lo humano, lo personal: nuestro carácter está decididamente influenciado (según el estado actual de la investigación científica) por la secreción interna de nuestras glándulas sexuales. Sin embargo, esta secreción interna es muy anterior a la madurez sexual, es decir, es totalmente independiente del cumplimiento de la función sexual, de la vida sexual activa. No hay ningún hecho que nos permita asumir que esta secreción interna, después de que el individuo llega a la madurez sexual, dependa repentinamente o esté influenciada por la función sexual. Tampoco hay evidencia empírica de que el cumplimiento de la función sexual haya desarrollado mejor el carácter, la personalidad y lo haya elevado a un nivel superior. Por otro lado, tenemos

motivos para suponer que las personas más nobles, más complejas y humanas que encontramos en la historia, incluso si no renunciaron por completo a los placeres sexuales, se entregaron a ellos solo de forma mesurada. Esto coincide con el hecho mencionado anteriormente de que una espiritualidad y una sexualidad muy marcadas son poco compatibles.

Por lo tanto, tomando en consideración todos estos puntos de vista, cabe rechazar la opinión de que el cumplimiento de la función sexual, de que la vida sexual activa contribuye al desarrollo de la personalidad plena y permite llegar a la conclusión de que la mujer puede desarrollar una personalidad plenamente madura sin el cumplimiento de la función sexual, es decir, sin la satisfacción sexual y sin tener hijos.

De lo que antecede se desprende que el desarrollo de la personalidad depende de otros factores. La mujer debe ser capaz de desarrollar, formar y diferenciar sus facultades espirituales, y nuestra cultura ha demostrado que, si esto se inhibe, la mujer, aunque cumpla con la función sexual, no será capaz de convertirse en un ser espiritual. ¿Quién se atrevería a afirmar que todas las esposas legítimas e ilegítimas son seres maduros y bien desarrollados? Entonces no necesitaríamos la emancipación. Porque del sexo, de la satisfacción sexual, ya tenemos suficiente, más que suficiente. Nos ahoga, nos asfixia a nosotros y a nuestra personalidad, a toda la humanidad. Luchamos en contra para poder desarrollar nuestra personalidad madura y libre; ya tenemos demasiado, un embarras de richesse¹¹ del cumplimiento sexual. ¡Nos ahoga! ¡Nos priva de la posibilidad de desarrollar una personalidad madura, nos aísla de todas las esferas en las que se encuentran los estímulos que contribuyen al desarrollo espiritual; nos aísla de la vida social! Porque solo la vida social, solo el mundo y la gente contribuyen a madurar la personalidad, a desarrollar todas las facultades espirituales; no el sexo ni el matrimonio, ni el niño, ni la casa, solo la vida y el mundo, solo la lucha alegre y llena de energía por estar, por existir, por la posición social y por la vida¹². Si a la mujer se le sigue negando la participación amplia y plena en la vida social, no será capaz, a pesar de todo el cumplimiento sexual, a pesar del hombre y del hijo, de desarrollar su madurez personal.

La razón por la cual se desarrolla la característica “solterona vieja” se encuentra únicamente en la posición inferior de la mujer, siempre y cuando esta condición no tenga su origen en la conformación del individuo. Porque también hay mujeres y hombres que nacieron para ser “solteronas viejas”. A los hombres se les denomina solterones empedernidos. También nos encontramos con solteronas viejas en el matrimonio, a pesar del matrimonio. Las características típicas de la solterona vieja no se borraron con el sexo. ¿Entonces? ¡Por decir lo menos, es arriesgado buscar la razón del desarrollo de la solterona vieja en lo sexual, en la soltería, es decir, en la abstinencia sexual en vez de hacerlo donde primero tendría que buscarse naturalmente: en lo espiritual!

En primer lugar, ¿no hay mujeres solteras que no sean solteronas viejas? Obviamente las hay, y muchas. ¿Qué podemos observar y comprobar en estas mujeres? Que se dedican a una actividad. Una actividad que las llena y no exige de ellas nada que supere sus fuerzas físicas y mentales, que no las pone enfermas e insatisfechas. ¡Y ese es el punto capital! Una actividad. Una actividad satisfactoria y saludable que las llene. Es un terreno en el que nunca podrá nacer la solterona vieja. La solterona vieja se cultiva únicamente, a no ser que haya nacido para serlo, donde hay vacío espiritual y desolación, cuando la vida es como un desierto, cuando la vida del individuo está despojada de intereses y actividad saludable. Solo allí se desarrollan la envidia, la insatisfacción, la amargura, características destacadas de una solterona vieja. Donde nos encontramos con estas características, por lo general también nos daremos cuenta de que la vida del individuo es vacía y aburrida, sin ninguna actividad que merezca nombrarse. Estos individuos siempre sienten que sobran, son una carga para ellos mismos, se aburren desmedidamente. ¿Cómo no se van a volver especialmente envidiosos, insatisfechos y amargados? ¿Y cómo no va a haber solteronas viejas, si las mujeres a menudo, por su educación, están condenadas a la inactividad, no estudian nada provechoso y temerosamente se las mantiene alejadas de todos los intereses superiores, como si fuesen una enfermedad? Si su propia naturaleza, el matrimonio o las circunstancias desfavorables no la educan, no la incitan a una actividad y no le dan el contenido de la vida, no es extraño que se desarrolle la típica “solterona vieja”. Entonces, devuélvanles a todas las mujeres los intereses, la actividad, el contenido de la vida, y así no tendrá lugar el proceso de marchitarse en la solterona vieja, que es solo una consecuencia de la represión de su carácter, y la solterona vieja, excepto la nacida para serlo, desaparecerá sin dejar rastro, ya sea que quiera conocer la vida sexual o no.

Por lo tanto, en cuanto a lo espiritual y personal, debo rechazar el punto de vista de Ruth Bré¹³ y declarar con énfasis lo siguiente: ¡la mujer no necesita la función sexual para desarrollar y madurar su personalidad, pero sí necesita que se le abran las puertas de todos los espacios sociales! En vista del desarrollo de la personalidad, la función sexual en sí misma ha de cumplirse mucho menos que hasta la actualidad y ha de ser mucho menos valorada; ¡el hombre debe dejar de darle a la mujer solo el valor sexual! Esto significará el fin de la sobrevaloración y la degeneración de la vida sexual, que matan la personalidad de la mujer.

3

Asimismo, cabe preguntarse lo siguiente: ¿atenta la abstinencia sexual contra la salud física de la mujer o perjudican la satisfacción sexual y la maternidad a la mujer?

Primero es importante declarar sin ninguna restricción: en cualquier caso, la vida amorosa dentro de los límites fisiológicos es para cada mujer con una sexualidad o libido promedio lo normal y, por lo tanto, es más saludable, más ventajosa que la abstinencia.

Por eso, no se puede decir con certeza que una mujer con una sexualidad promedio (y de este tipo de mujeres se trata aquí) se pueda enfermar a causa de la abstinencia sexual. Sea como sea, Ruth Bré¹⁴ ha ido demasiado lejos al atribuir todas las enfermedades de todas las mujeres castas a la abstinencia sexual o la sanación de las enfermedades a la satisfacción sexual y la maternidad. Por otro lado, es igualmente erróneo responsabilizar a la satisfacción sexual y al niño de las enfermedades ginecológicas, como pretenden hacer la médica Agnes Bluhm¹⁵ y sus adeptas.

Las enfermedades graves, tales como un mioma, tumores de ovario, el cáncer, la histeria, la locura, etc., de las que Ruth Bré e incluso médicos como Runge responsabilizan a la abstinencia sexual, de ninguna forma se desarrollan por causa de la castidad.

Como he dicho, la función sexual es tan completamente secundaria, tan insignificante para el destino de cada individuo, que no cumplirla en ningún caso

lleva a alteraciones metabólicas y circulatorias importantes ni debilita la energía vital, lo que necesariamente condiciona estas enfermedades, ni tampoco puede ser la causa primaria de un daño tan fundamental del organismo. Como mucho, la abstinencia sexual puede ser en algunos casos una causa ocasional, pero nunca la causa primaria. Estoy totalmente de acuerdo con lo expresado por la médica Agnes Bluhm de que las menstruaciones son tan reguladoras que, a través de ellas, se previenen en un organismo saludable profundas alteraciones circulatorias y metabólicas, y graves enfermedades resultantes de ellas.

Por otro lado, la función sexual en relación con la especie es una función del organismo sobre todo biológica o fisiológica y prácticamente excluye, por su naturaleza fisiológica, toda patología, por lo que la afirmación de la otra corriente, de Bluhm y sus adeptas, de que su cumplimiento, es decir, la satisfacción sexual y la maternidad son malas y causan estas enfermedades, es prácticamente una blasfemia científica, tanto peor si proviene de una médica. Puede entenderse fácilmente que el cumplimiento de la función sexual, es decir, la satisfacción sexual y el embarazo, tampoco puede causar estas graves enfermedades, ni menos puede ser su causa primaria. Si lo fuera, entonces la abstinencia sexual tendría que prevenir todas esas enfermedades y todas las mujeres abstinentes sexualmente o todas las no madres, infaliblemente, tendrían que liberarse de ellas. O, si el razonamiento de Ruth Bré y sus adeptas fuera correcto, si la abstinencia sexual fuera la causa principal de las enfermedades mencionadas, entonces el cumplimiento de la función sexual tendría que prevenir todas las enfermedades de las que Ruth Bré responsabiliza a la abstinencia sexual, es decir, la satisfacción sexual y la maternidad tendrían que garantizar necesariamente la salud respecto de estas enfermedades, mientras que todas las mujeres abstinentes necesariamente tendrían que enfermarse. ¿Es ese el caso? ¿Podemos comprobar, según una u otra corriente, tal ley, tal efecto legítimo del cumplimiento sexual o de la abstinencia sexual? No. Mioma, tumores de ovario, cáncer, histeria, locura, etc., afectan indiscriminadamente a ambos tipos de mujeres; es indiferente si son abstinentes o no, si han sido madres o no. Estas enfermedades se producen de todas formas, no solo en las condiciones mencionadas. Por lo tanto, la abstinencia y la vida sexual activa quedan excluidas como causa principal de estas enfermedades.

Y esto es crucial. Las causas son mucho más profundas y se encuentran en otro lugar.

La causa principal de estas enfermedades es el debilitamiento de los órganos individuales y de todo el organismo de la mujer hasta el deterioro, la disminución de la energía vital de la mujer que conduce hacia la mencionada inferioridad física y espiritual de la constitución femenina. Sus causas principales son el alcoholismo y las enfermedades venéreas de los padres o las madres, o bien, la inadecuada educación física y espiritual de la mujer.

El alcoholismo y las enfermedades venéreas son las fuentes impuras, inagotables del deterioro y debilitamiento directo de la energía vital o de la constitución de los órganos individuales. Es recurrente que los borrachos y sus descendientes sean débiles espiritual, moral y físicamente. Este debilitamiento de la energía vital a causa del alcohol y su transmisión por herencia a los descendientes surge incluso cuando el padre no necesariamente es un borracho, es decir, no está borracho todos los días, sin embargo, toma regularmente, todos los días, un biberón de aguardiente, una botella de vino o unos litros de cerveza, esto es, lo que toma la mayoría de los hombres sin emborracharse. ¡Tanto se han acostumbrado al alcohol! ¡Adaptado! ¡También es una adaptación!

Cuán extraordinariamente disminuye la energía vital a causa de la gonorrea y la sífilis en hombres, mujeres y niños es tan notorio y sabido que no se requieren pruebas consistentes. Y el empleo del mercurio para el tratamiento de la sífilis, que es necesario y supone el mal menor, tampoco es idóneo para aumentar la energía vital.

Tenemos aquí una acumulación horrible: el debilitamiento de la energía vital a causa del alcoholismo y las enfermedades venéreas. Este debilitamiento tiene que ser heredado por el niño. Si asimismo la mujer fue infectada por el hombre con gonorrea, entonces se debilitó también la energía vital de la mujer y la enfermedad debe transferirse al niño, cuya energía vital ahora está debilitada por

tres poderes. ¡Si consideramos que el 75% de los hombres sufría o sigue padeciendo enfermedades venéreas y que el mismo número se da al alcoholismo crónico, y la mitad de las madres está infectada por los hombres que tienen enfermedades venéreas, tenemos un resultado espantoso de reducción de la energía vital del niño a causa de los pecados del padre! A este respecto, excluyo por completo los casos en los que la enfermedad venérea del padre fue transferida al niño también por la madre¹ .

En el caso de los niños, este debilitamiento se revierte parcialmente mediante una mejor educación física y espiritual. No es así en el caso de las niñas. Toda la educación física y espiritual de la niña realmente se empeña en aumentar el debilitamiento causado por los pecados de los padres. No hay gimnasia metódica y exhaustiva y entrenamiento del alma, de la mente y del cuerpo. Todos los educadores de la mujer (los padres, los profesores, los poetas, los médicos), con sus sugestiones torcidas y falaces en cuanto a la vida y el amor, llevan la vida espiritual e intelectual de la mujer en una dirección verdaderamente hiperromántica e hipererótica y, por lo tanto, completamente sicopática y enfermiza. Es un terrible error, un pecado imperdonable de todos los educadores: ¡todos educan a la mujer en el terreno torcido e inmoral de la mentira, el autoengaño, la hipocresía, la deshonestidad y el sentimentalismo enfermizo! Todos forman solo la esfera emocional de la mujer y, además, de un modo completamente falaz y antinatural. ¡En todas partes solo el funesto, hipererótico adiestramiento enfocado en las necesidades del hombre! No hay pureza, ni verdad, ni fuerza, ni salud en la educación espiritual de la mujer. Tampoco en su educación corporal.

La educación convierte a la mujer no solo espiritualmente, sino también corporalmente, en una persona inválida, deforme. Obliga a la niña pequeña y después la grande a ser decente, es decir, a caminar por la calle de una forma controlada, totalmente innatural para un individuo joven, o a estar quieta en casa en vez de animarla a jugar libremente, sin ataduras, al aire libre, lo cual es verdaderamente beneficioso para la salud y el desarrollo saludable. ¡Después le pone a la niña vestidos ajustados y corsé! Con esta educación, realmente escandalosa desde el punto de vista fisiológico, se atrofian el corazón, los pulmones y todo el sistema muscular de la niña. Los niños, tanto las mujeres

como los varones, tienen que disfrutar del juego al aire libre, espontáneo, sin ataduras, para que el corazón, los pulmones, los músculos y todos los demás órganos del cuerpo puedan desarrollarse por completo y, por lo tanto, de manera saludable.

Esta educación convencional hacia el sentimentalismo falaz, hacia el adiestramiento enfocado en las necesidades del hombre y el comportamiento “decente” en la casa y en el colegio es, y esto se ha de enfatizar seriamente, la peor forma imaginable de educar, que debería ser rechazada categóricamente, dado que causa una serie de graves enfermedades en el organismo femenino. Incluso la mayoría de las enfermedades que fueron signadas como consecuencia de la abstinencia sexual o de la vida sexual activa.

Esta formación espiritual y corporal patológica concedida a la mujer, es decir, esta inculcada deformación del espíritu y del cuerpo del individuo femenino, este adiestramiento torcido del alma y del cuerpo produce —entre otros puntos, en el cerebro y los órganos sexuales— alteraciones metabólicas y circulatorias, estagnación o saturación de sangre, es decir, estados enfermizos. Cuanto más debilitadas genéticamente, es decir, por los pecados del padre, el alcoholismo y las enfermedades venéreas, sean la energía vital y la resistencia del individuo femenino, tanta más posibilidad de que se den estas alteraciones y tanto más drástico será su desarrollo. El debilitamiento se duplica.

La consecuencia inevitable de estos trastornos son enfermedades mentales y corporales.

Las alteraciones metabólicas y circulatorias en el cerebro de la mujer, causadas por el adiestramiento hipersensible e hipererótico, en caso de los individuos especialmente predispuestos, inevitablemente conducen a la histeria o locura debido a la constitución corporal debilitada por la herencia y la educación. Especialmente si en la vida de estas mujeres no hubo oportunidades de corregir previamente esa educación y junto con ello fueron expuestas a vivencias

traumáticas de algún tipo que ejercen sus efectos. Entre estos efectos se encuentran también las “engañosas esperanzas de amor”. Por otro lado, las alteraciones metabólicas y circulatorias causadas en los órganos sexuales femeninos internos por el corsé y la pasividad necesariamente deben conducir a enfermedades ginecológicas¹⁷.

Si un individuo femenino se enferma de mioma, tumores de ovario, cáncer, histeria, locura, etc., este individuo ya está de por sí enfermo y altamente debilitado en su energía vital. La enfermedad ya está presente, con o sin la abstinencia sexual o la satisfacción sexual, y se hubiese desarrollado de todos modos, excepto los casos en los que estas hayan servido como causa ocasional y desencadenado la enfermedad latente, o cuando se trata de enfermedades consideradas consecuencia de contagios o errores médicos en obstetricia. Resumiendo, ¡la constitución debilitada y enferma del individuo o la previa condición patológica del sistema nervioso o de los órganos sexuales es la causa de la histeria o de la locura, del mioma, de los tumores de ovario o del cáncer!

¡Y luego nos sorprendemos!

¡Y después unos encuentran la culpa en la abstinencia sexual y otros en lo contrario, en la satisfacción sexual y la maternidad!

¿Qué nos extraña?

¡No hay nada de qué extrañarse! Es solo una horrible realidad.

Un debilitamiento causado por cinco fuerzas.

Nos tendría que extrañar si fuera de otra manera.

Estas enfermedades necesariamente se desarrollan en la mujer según la carga de la herencia o la educación; necesariamente —como consecuencia de esta carga — como consecuencia de la gorronea, la sífilis, el alcoholismo, la deformación espiritual y corporal; ese es el veneno que consume y destruye el alma y el cuerpo de la mujer, es el campo fértil en donde las terribles enfermedades crecen como setas: ¡los pecados de los padres y los pecados de los educadores! Y no la abstinencia sexual, no la satisfacción sexual, no la maternidad, que no tienen ninguna responsabilidad; recae únicamente sobre los padres y los educadores (incluyendo a los escritores y médicos). Hay que declararlo con todo el énfasis y seriedad moral y médica.

El organismo saludable y resistente de la mujer con certeza no está dispuesto a enfermarse gravemente de forma repentina y desarrollar un mioma, tumores de ovario, cáncer, locura, histeria, etc., por el hecho de que no cumpla la función sexual secundaria o porque la cumpla y sea madre. ¡Que se supriman los pecados de los padres: el alcoholismo, las enfermedades venéreas, la educación torcida! ¡Que la mujer cuente con un padre sano y una educación buena y saludable del espíritu y del cuerpo y, con ello, una actividad espiritual y física saludable! De esta forma tendremos mujeres sanas y capaces, ¡ya sea con o sin la abstinencia sexual y la maternidad!

¡Una actividad saludable! Esto es, si se cumplen todos los demás requisitos, lo esencial, la causa principal que mantiene a la mujer sana o que puede sanar a una mujer enferma. Una actividad saludable impedirá que se desarrollen estímulos sexuales poco naturales, los que aumentan las necesidades sexuales de forma innatural, es decir, más allá de su límite fisiológico. Las causas de estos estímulos son el aburrimiento, la mala lectura erótica, el estilo de vida sedentario, especialmente los cojines blandos, y también mucho tiempo en la cama.

Asimismo, mediante una actividad saludable, la mujer puede hacer frente a su necesidad sexual fisiológica sin daño físico, si, según las circunstancias, esto fuera necesario como un mal menor. La actividad saludable se deriva del aparato sexual e impide cargar la imaginación con ideas eróticas. Al mismo tiempo, una voluntad firme, es decir, la distracción de los pensamientos a través de la autosugestión y un aumento de la actividad mental o física hasta cansarse (por ejemplo, pasear en el aire libre) también presta un buen servicio. Las fuerzas sexuales parecen transformarse en una mayor eficiencia del trabajo en otras áreas y nuevamente se produce una ecuación en el organismo que, aunque no sea una norma fisiológica, tampoco puede describirse como patología.

Es completamente cierto que el embarazo puede (pero no tiene por qué) contribuir a que una mujer que sufre una enfermedad se sane más rápidamente, pero también es cierto que el embarazo hace que las mujeres enfermas se enfermen aun más. En el primer caso, generalmente se trata de trastornos leves del metabolismo y la circulación, que mejoran con el embarazo. Sin embargo, estos malestares también se sanarían con otro remedio. El embarazo no es un medio mágico irremplazable. Asimismo, este tipo de casos no son de ninguna manera una prueba de que la morbilidad de las mujeres sea consecuencia de la abstinencia sexual.

En los otros casos, el embarazo acentúa una enfermedad preexistente porque el organismo ya estaba demasiado débil para reaccionar positivamente a él. En otras palabras, el niño consume demasiadas fuerzas, más de las que el organismo puede reunir, o causa cambios metabólicos y circulatorios que el organismo no es capaz de manejar. Esta de ninguna manera es una prueba de que el embarazo cause la enfermedad, es decir, de que la vida sexual y el niño sean dañinos.

La vida sexual es mala solo cuando va acompañada del abuso, cuando es desenfrenada. Entonces los estados patológicos y las enfermedades son su consecuencia natural. Pero tanto como la abstinencia no puede enfermar a una persona sana, la vida sexual sana y la maternidad no son capaces de enfermar a

la mujer sana.

Reflexión final

Que cada una sea feliz a su manera, ya sea a través de la abstinencia sexual o a través de la satisfacción sexual y la maternidad.

Las que pertenecen al segundo grupo serán la mayoría, ya que el cumplimiento de la función sexual es una norma fisiológica, es el principio biológico y, por lo tanto, es necesaria y buena para la mayoría de los humanos, es decir, también la mayoría de las mujeres. Asimismo, su cumplimiento es más natural, más beneficioso y sano que el no cumplimiento. El no cumplimiento va contra la naturaleza y, por ello, es reprobable.

¡La hoy vigente abstinencia sexual forzosa de la mujer como reacción a la prostitución del hombre es particularmente antinatural y reprochable, porque va en contra de la moral y la humanidad libre y sana!

No obstante, mientras la mujer no tenga la garantía de que no se contagiarán ni ella ni el niño con la gorronea o sífilis, ¿quién se atrevería a hablar tan apasionadamente como Ruth Bré contra la abstinencia sexual? Seguro que yo no.

En cualquier caso, lo principal es lo siguiente: se ha de trabajar en una ley que prohíba al hombre contraer matrimonio en caso de que tenga una enfermedad venérea y que le obligue a presentar un certificado que pruebe que no tiene enfermedades venéreas antes de contraer matrimonio.

Es la tarea principal de todos aquellos que abogan por la vida sexual decente y

saludable.

Socialdemocracia y anarquía sexual

¿El comienzo de la autodestrucción de la socialdemocracia?

(1897)

Contra la vileza

Hombres nobles han sufrido Muchos años la vileza Pelearon contra ella Con orgullo y dureza. Pero pierden esta lucha Palidece su coraje El amor y la belleza Brindan a ella homenaje. Siempre planta parásita Siempre el grosero peón Ella brilla espléndida Y mantiene la razón ¿No la enfrentas muy valiente? Te derriba con enojo Mira siempre fijamente La infamia a los ojos.

Goza de su gran estima Y presume de ser diva Mientras ella te ordena Tú te tragas la saliva. ¿Que la ira te sofoca? ¿Te desangras sin palabra? Ella mira impasible Y disfruta. Es macabra. E intenta, bien pensado, Reprocharle su maldad Te aplaude y se ríe O mira al cielo con "piedad". La vileza te destruye Pues apunta bien cubierta Luego gana, gana siempre Hasta caer muerta en su propia red.

Hermann Lingg

La cultura completa, toda la sociedad, está infestada por el priapismo, por el capitalismo sexual, es decir, por el escalofriante poder del sexo, la espantosa explotación sexual de la mujer; está infestada por la anarquía sexual y, por ella, a punto de descomponerse por completo, de hundirse. El único partido que superó en sus bases programáticas el capitalismo sexual es la socialdemocracia. Su proclamación “La igualdad de los sexos” liberó a la socialdemocracia teóricamente de la anarquía sexual. En la práctica, sin embargo, la socialdemocracia superó el priapismo dentro de su organización no más ni menos que cualquier otro partido. En la práctica, respecto de los asuntos de la mujer, la socialdemocracia no se diferencia de forma digna de mencionar de la despreciada burguesía. Una gran parte de los señores socialdemócratas no han evolucionado en el trato hacia la mujer más que los antisociales burgueses que defienden la ideología priapista. Estos socialdemócratas desprecian e ignoran a la mujer como individuo, son incapaces de respetar y valorarla como ser humano y ser sexual de la misma forma que se respetan y valoran a sí mismos. En la práctica, la mujer es para ellos lo mismo que para el Príapo burgués: sexus sequior e instrumentum voluptatis¹⁸. Estos socialdemócratas subyugan a la mujer del mismo modo que la burguesía priapista. Se aprovechan sexual, moral y económicamente de la dependencia de la mujer, resultante del priapismo que señorea en el mundo, de la misma forma que la burguesía; con la misma impavidez infame, con igual crueldad y sin escrúpulos son capaces de violar a una niña y, en beneficio del puro placer sexual, empujarla a la categoría de “mujer caída”, establecida por la moral y la ley priapista como miseria social y económica. Y con el mismo estoicismo cómodo y provechoso que la burguesía, defienden estos socialdemócratas la subyugación y explotación sexual de la mujer, y con el mismo descaro infame fantasean con la necesidad y el sexo fuerte e incluso con la sentimentalidad superflua y ridícula… Ellos, los mismos señores socialdemócratas que, cuando se trata del capitalismo económico, toman partido por los oprimidos y lanzan en la cara de la despreciable burguesía un explosivo de indignación moral. Pero, ¿quieren que el capitalismo sexual pase al orden del día? ¿Quieren participar en él? ¿Con qué lógica, con qué derecho socialdemócrata? ¿Acaso no es el capitalismo sexual un capítulo tan horrible de la tragicomedia de la cultura humana como el económico, o tal vez aún más horrible? ¿No impide el capitalismo sexual no solo al estómago, sino también al alma y al sexo una vida normal y saludable? ¿Y quieren construir encima de él, participar en él? ¿Acaso no es una bofetada burlesca para toda la lógica socialdemócrata, para toda la ley socialdemócrata? ¿No supone una burla de la

proclamada igualdad de los sexos? ¿No convierte la lucha socialdemócrata contra los explotadores y la explotación en una farsa? Sí. Pero ¿qué les importan a los socialdemócratas autocráticos en general la lógica socialdemócrata, la ley socialdemócrata, los principios socialdemócratas? El propósito fundamental de la socialdemocracia, su principio férreo, es decir, la lucha contra la explotación, la creación de una existencia digna para todos es tan indiferente para ellos como la socialdemocracia por lo general. La socialdemocracia es para ellos solo un medio para un fin, solo un medio de dominación, solo un medio de satisfacer su poder y vanidad, lo que queda en evidencia cuando esta fracción autocrática ve su misión específicamente socialdemócrata en la satisfacción absolutista del sexo fuerte y, a pesar de algunas protestas, continúa tranquilamente con su trabajo idealista que conduce a un mundo mejor. Los que sobresalieron en la competencia de demostrar la mejor lógica y sacar las mejores conclusiones con respecto a esta misión son obviamente aquellos autócratas socialdemócratas que proclaman el derecho a la violación con el siguiente argumento: los hombres no han de ser privados del disfrute libre del amor y no se debe hacer ninguna concesión a la hipocresía moral burguesa, según la cual la vida sexual extramatrimonial es un pecado. De esta forma, la cuestión de una existencia digna para todos no solo se acercó unos pasos a su solución, sino que incluso se resolvió de un solo golpe.

Merece la pena mirar con más detenimiento esta ingeniosa solución a la cuestión de la felicidad en los seres humanos, debido a las consecuencias teóricas y prácticas que resultan de ella, sobre todo porque el partido como tal se muestra en parte ignorante y en parte solidario con esta forma intuitiva de felicidad en los seres humanos y considera que es correcto castigar al pequeño grupo de ellos que se opone enérgicamente a este tipo de felicidad humana. ¡Oh, lógica! ¡Oh, humanidad! ¡Oh, socialdemocracia! Tolerar y proclamar el derecho a la violación, ¿no es una forma de empujar la sofística al extremo, matar la humanidad y degradar la socialdemocracia como tapadera de la anarquía sexual? ¿No es una forma de desenmascarar a la socialdemocracia? Sí, y nada más. Especialmente desde el punto de vista socialdemócrata, nunca es lo suficientemente severa la oposición contra esta sofística, contra este derecho del hombre a la explotación sexual de la mujer tan descaradamente proclamado y aprobado. Cuando el hecho de oponerse a la violación y a los burdeles se considera un intento de limitar al hombre el “disfrute” libre del amor, nos encontramos ante el intento de torcer sin escrúpulos la lógica, de burlarse

atrevidamente de los principios naturales, humanos y, especialmente, socialdemócratas, ante una sofística insolente.

Tolerar dentro de la organización socialdemócrata la anarquía sexual, especialmente la violación de una niña proletaria ya sea de natura física o moral, no protestar en contra, no luchar en contra, significa herir profundamente a la socialdemocracia en su alma, golpear su corazón; significa atacarla, atacar lo que supone el elemento férreo de su existencia, al proletariado, la disciplina, la organización, la felicidad humana. Significa convertir en una frase su gran palabra y su gran sentido.

Acérquense a mí todos los explotados y oprimidos, los fortaleceré. ¿Con qué derecho, pregunto, con qué derecho socialdemócrata exige esta fracción autocrática que se niegue la gran palabra, el gran sentido, el principio de hierro de la socialdemocracia, es decir, la lucha contra la explotación de la mujer y, especialmente, de una proletaria? ¿Con qué derecho socialdemócrata se atreve un compañero a violar moralmente a una proletaria y hacerle vivir la miseria de la maternidad ilegítima, la miseria de la sobrecarga económica a causa de un niño ilegítimo, la miseria del ostracismo social y, como consecuencia, la exclusión del campo laboral? ¿Con el derecho del sexo “fuerte”? ¿Tendrá el sexo fuerte, desde el punto de vista socialdemócrata, mayor derecho a la humanidad que una mujer, sobre todo una mujer proletaria? ¿Tendrá el sexo fuerte masculino una patente socialdemócrata sobre disponer completamente de los miserables restos de la felicidad de una proletaria? No. El compañero que abusa del bien humilde de una proletaria lo hace con exactamente el mismo poderoso derecho priápico de la mezquindad y la vileza que el no compañero priápico; el no compañero que por lo menos no se vende como el benefactor del pueblo y de la humanidad. ¿Quién es un compañero que se divierte de esta forma priápica? ¿Quién es un hombre que se regocija con la fruta semimadura, que se divierte de esta forma tan insana y degenerada, que lo hace a costa de una mujer pobre? No. Un socialdemócrata es un hombre decente y sano. Un socialdemócrata respeta a la mujer. Un socialdemócrata solo se satisface con la mujer madura y solo si la mujer también quiere. Pero ¿quién es este compañero si no es un socialdemócrata? ¿Un perro? No. El perro es pura naturaleza. El perro respeta el gruñido de la perra. El perro solo se satisface si la perra también quiere. Pero,

¿qué es él sino un perro? ¿Quién ataca lo más sagrado, la libertad sexual de la mujer? ¿Quién participa en la horrible servidumbre sexual y la explotación de la mujer? ¡Un explotador, un decadente! No es mejor que los príapos burgueses. En cualquier caso, no es un socialdemócrata. La explotación es la explotación. El capitalismo es el capitalismo. Y si este se ejerce sobre un trabajador, una mujer u otro mortal que se ponga en la escena por medio de dinero o por medio de sexo, el efecto siempre es el mismo: la explotación, el daño irresponsable de los intereses de uno en beneficio de los intereses del otro. La explotación sexual de la mujer es tan antisocialista como la explotación económica del trabajador. El capitalismo sexual es, desde el punto de vista socialdemócrata, tan reprobable como el capitalismo económico, y un socialdemócrata que participa en el capitalismo sexual no puede pretender ser llamado socialdemócrata. ¡La explotación es la explotación! ¡El capitalismo es el capitalismo! ¡Ni el color del partido político ni un médico socialdemócrata lo pueden cambiar! ¿Y que además defienda contra viento y marea la satisfacción empedernida del sexo fuerte? Supongamos que este señor médico tuviera una hija; supongamos que un día un canalla brutal y privado de escrúpulos, con toda la vileza y la mezquindad de una bestia degenerada, estampara en el cuerpo y en el alma de esa hija pequeña el sello sucio e imborrable de la violación. ¿También entonces sacaría este médico sus herramientas teñidas de color médico-burgués para rehabilitar este sexo fuerte y su satisfacción empedernida? ¿No se volvería en contra con toda la ira del padre herido y del socialista indignado, especialmente si esta satisfacción sexual socialista fuese cometida por un burgués en lugar de un “compañero”? Eso creo. Creo que el señor médico se olvidaría del sexo “fuerte” y todo el respeto hacia él y, maldiciendo con furia, arrojaría a una esquina su opinión burguesa y sus preconcebidas ideas médico-burguesas sobre lo sexual, y aplastaría al monstruo degenerado que abusó del cuerpo y alma de su hija. Creo que al señor médico se le pasaría un tanto su ciego fanatismo por el partido. Y si no, pues que me perdone el doctor amablemente mi alta opinión sobre él; que me perdone, además, mi convicción de que debiera ser molido a palos, como aquel canalla, y que no sería digno de ejercer el santo oficio del padre.

Por cierto, esto es lo que yo llamo tolerancia: ¡tolerar un sexo fuerte y su satisfacción empedernida a expensas de una mujer proletaria, tolerar un sexo fuerte solo porque lo es! ¡Esto es lo que yo llamo una ingeniosa apoteosis de la sofística! ¡Eso es lo que yo llamo intuición autocrática! Ordenar a la burguesía lo siguiente: “No seas como eres, porque este ser-como-eres pone trabas a nuestro

disfrute de la vida, nos imposibilita una existencia digna”; por otro lado, a la postsocialdemocracia: “Sé cómo eres, porque tienes el derecho a serlo, porque eres así”, aunque este ser-como-eres les imposibilite la existencia socialdemócrata digna a los demás, especialmente a una proletaria, una mujer de la clase obrera, de la clase para la cual la socialdemocracia en primer lugar ha de luchar por la existencia digna. ¡Eso es lo que yo llamo objetividad! ¡Lo llamo la aplicación brillantemente recomendable y encomiable de los principios socialdemócratas! ¡Al mismo tiempo, la socialdemocracia puede engordar y llenar sus graneros del cuerpo y del alma! ¡Si la socialdemocracia comienza en primer lugar con tal tolerancia, bueno, entonces puede detenerse sin objeción alguna con el emperador de Rusia! También él tiene el derecho de ser como es, porque lo es. Pero yo me opongo; especialmente si este “ser” en términos de vida sexual tiene un parecido tan llamativo con la vida sexual de los príapos burgueses. Ítem: es una idea grotesca de los señores postsocialdemócratas poner su vida sexual en oposición a la vida sexual de la mayoría priápica de la burguesía y contra la hipocresía moral relacionada con esa vida sexual: llamar a las relaciones extramatrimoniales un pecado, poner en circulación una protesta en forma de derecho a la violación moral. ¿Eso ayuda a mejorar las cosas, a volverlas más decentes? ¿Elimina el hecho de que la violación moral pertenezca al territorio del priapismo, al área de la explotación sexual de la mujer? ¿Crea una diferencia fundamental entre la vida sexual priápica del señor socialdemócrata y del señor burgués, la convierte en más socialdemócrata? No. Solo se vuelve más escandalosa, más desvergonzada, pero no más socialdemócrata. ¡Parbleu¹ , interesante! Uno podría llorar de risa si no supiera que, a través de las lágrimas de risa, la careta de la depravación humana lo miraría con una sonrisa irónica y con repugnancia, y que la tragedia lúgubre de la mujer inevitablemente lo alcanzaría con la mirada de la Gorgona. ¡Entonces no se ríe, pero a través de los dientes se abre paso una maldición furiosa! Qué interesante que dirijan y participen en esta farsa. Para eso se requiere un poco de dementia paralytica o una porción decente de descaro e hipocresía moral antisocialista. Por cierto, esta protesta desvergonzada sobró, nuevamente fue solo una sofística solemne, una hipocresía descarada; la burguesía no piensa permitirse la hipocresía moral de que la satisfacción sexual extramatrimonial en el caso del hombre sea un pecado. La burguesía no piensa en negarle al hombre el llamado disfrute “libre” del amor y estamparlo como sexualmente santo. La burguesía le otorga la máxima protección a la libertad sexual del hombre y no considera que la vida sexual extramatrimonial en el caso del hombre sea un pecado (excepto una violación probada rigurosamente), sino más bien una virtud. Hay que recordar las muchas sentencias absolutorias e indulgentes en

todos los asuntos del filibusterismo y la explotación sexual de la mujer, hay que escuchar las leyes enfermas y malsanas, esta expresión aterradora de los instintos de un hombre y padre degenerado, de la vida sexual degenerada, este florecimiento del capitalismo sexual, de una cultura infectada hasta los huesos por el priapismo: “La recherche de la paternité est interdite”, o: “No hay parentesco entre el niño ilegítimo y su padre”. Estas leyes, sin embargo, se denominan el desarrollo saludable de la ley. Yo las llamo “lo antinatural de lo antinatural” o “productos, estados consecuentes de la impotencia instintiva y de los estímulos ninfómanos y de la vida sexual desenfrenada”. En cualquier caso, es una carta blanca que no deja mucho que desear en términos de la libertad en la vida sexual, que de la manera más intuitiva deroga la ley natural de la paternidad y de la forma menos escrupulosa exime al padre (¡desgraciadamente no a la madre!) de las consecuencias “sobrantes” de la vida sexual, y le autoriza su barata y completa satisfacción! Vemos que la burguesía sin dudar eliminó, mediante la aplicación de la ley, la pecaminosidad de las relaciones extramatrimoniales para el hombre. La protesta de los autócratas socialdemócratas fue inútil, llegaron demasiado tarde y tienen en este triste, vergonzoso asunto solo el derecho a la triste fama de ser los epígonos de la burguesía. Sin embargo, para las mujeres la burguesía determinó que las relaciones sexuales extramatrimoniales eran un pecado, y limitó su libertad sexual de tal manera, que no quedaba nada más que una esclavitud terrible. Solo la mujer debe aguantar la castidad y santidad sexual, y si no lo hace, entonces la golpean. En resumen, la hipocresía moral convierte la ilegítima satisfacción sexual en el caso de la mujer en un crimen, un pecado, el así llamado “asunto”. Y hay una razón para eso: esta forzosa moral sexual, y este es casi el último estadio de la demencia, debe crear el contrapeso para las libertades sexuales del hombre, para su incapacidad de controlarse a sí mismo en la vida sexual. De esta manera, el hombre quiere ahorrarse el enriquecimiento ilegítimo de su familia (sin abstenerse por ello de “enriquecer” a otras familias) y forzar a la mujer “caída” a esconderse, es decir, el hombre tilda a la mujer de culpable, de pecaminosa, de manchada. La mujer debe huir con el hijo ilegítimo del desprecio de la sociedad, y así el hombre elimina de la manera más cómoda el testimonio vivo de su libertad sexual y evita la responsabilidad más desagradable del niño y de la mujer “caída”. ¡Esta hipocresía moral oculta y camufla la responsabilidad y las obligaciones del hombre hacia la mujer y el hijo ilegítimos! Esta hipocresía moral surgió de la decadencia sexual. ¡Esta hipocresía moral no es más que un triste capítulo de la horrible y sombría historia evolutiva del capitalismo sexual, del priapismo! Es parte de la sagacidad de la burguesía encontrar la fórmula para la famosa “ecuación” resultante de ello. Por cierto, los socialdemócratas

autocráticos ni siquiera pueden reclamar la originalidad de la proclamada “libertad” sexual del hombre, sino que también en este sentido solo pueden alcanzar la triste fama de ser los epígonos de la burguesía. También aquí se les adelantó la mayoría priápica de la burguesía: el compañero que induce a una compañera a una relación extramatrimonial y se aprovecha de ella, lo hace con el total consentimiento de la burguesía. La moral priápica, la ley priápica y la visión priápica del orden social burgués lo protegen de la misma manera que al burgués priápico, y el compañero se comporta en este caso de la misma forma que el burgués: se aprovecha a fondo de la protección priápica de la vieja cultura priápica y expone a la compañera exactamente a la misma miseria social y económica de una “caída” que su colega burgués. Aquí se asoma enérgicamente una nueva sofística insolente, una nueva hipocresía impertinente: se proclama y ejerce con alegría el derecho al amor “libre”, pero, ¡oh, tú, sexo fuerte!, ¿dónde perdiste el atractivo orden socialdemócrata de las cosas, que excluye el daño económico-social de la mujer? ¡No está, por supuesto! ¡No le es necesario al hombre para satisfacer al sexo fuerte! ¡Claro! Hay que tener cuidado de no proteger y no permitir tal falsa tolerancia, tales enseñanzas antisocialdemócratas y de no estamparlas en las mentes de los trabajadores y las trabajadoras jóvenes, sin al mismo tiempo ofrecer el correspondiente mejoramiento socialdemócrata de las circunstancias. Eso torcería el concepto de la moralidad socialdemócrata, es decir, llevaría a una confusión respecto de lo que es o no explotación, de lo que perjudica o no los intereses.

Por lo tanto, es un sinsentido impertinente declarar el derecho a la violación moral, a la satisfacción sexual desenfrenada y arbitraria como protesta contra la hipocresía moral sexual y poner la satisfacción sexual desenfrenada en oposición a la vida sexual de los burgueses príapos. ¡No más que una protesta descarada contra toda la vida sexual libre, saludable y natural! ¡No más que una protesta contra el amor “libre”! Con estas protestas, ¿qué puede esperar la mujer de la socialdemocracia para el futuro? ¿Qué pasa si la mayoría de los del partido de los explotados permanece impertérrita ante la explotación sexual de la mujer dentro de su propia organización, si no se le ocurre combatirla en primera fila, si incluso desprecia su minoría que se opone al capitalismo? La mujer y la socialdemocracia han de darse cuenta de esto. También de lo siguiente: ¿qué es, en realidad, la cuestión de la mujer, la cuestión de los derechos de la mujer? ¿Contra qué se dirige a la larga la lucha de las mujeres, el movimiento de las mujeres? ¡Ni más ni menos que contra la servidumbre sexual, contra el

capitalismo sexual, contra la anarquía sexual! ¡Las raíces más profundas de la cuestión de los derechos de la mujer están en el sexo! La cuestión de los derechos de la mujer se puede solucionar definitiva y radicalmente solo superando el priapismo, la anarquía sexual, solo 1) a través de la transformación radical de la percepción masculina patológica priápica de la mujer, como sexus sequior e instrumentum voluptatis, en una perspectiva natural y sana: la mujer como ser sexual de igual valor y ser humano de pleno derecho, y 2) volviendo a una vida sexual normal y saludable. Las líderes y el movimiento de las mujeres tanto burguesas como socialdemócratas aún no se dan cuenta, pero se darán cuenta, y entonces ya no lucharán entre sí, sino que lucharán juntas contra el enemigo común: el priapismo, el capitalismo sexual, la anarquía sexual; lucharán por un objetivo común: la emancipación de la esclavitud sexual, la vida sexual saludable, el amor libre para la mujer y el hombre.

Pero, ¿qué es la vida sexual saludable? ¿Qué es el amor libre? ¿La violación, burdeles, la satisfacción desenfrenada del sexo fuerte? Desde luego que no. Eso no es salud, no es libertad, es decadencia por excelencia. La salud sexual, el amor libre es ¡libertad del hombre y de la mujer en las relaciones sexuales! Sin esta libertad no hay salud sexual ni amor libre. Ambos individuos deben querer. Querer debido a un impulso natural, una necesidad natural, un natural deseo que emerge de su naturaleza, de su cuerpo y su alma con una fuerza repentina y reúne a ambos individuos con una energía irresistible, elemental. Solo se debe a este deseo natural de ambos individuos que el afán sexual y su satisfacción sean una necesidad, un punto de inflexión de la necesidad física. Esta necesidad física resulta en individuos sanos de un excedente de fuerza, de una alta tensión expansiva en la esfera sexual de la vida, y es ella la que se ve satisfecha en el acto sexual y le da su sentido natural subjetivo, y su legitimidad natural y subjetiva. Cuanto más individual es la elección del hombre y de la mujer respecto del acto sexual, tanto mayor es la atracción entre ellos, mayor la tensión, más enérgica y natural la descarga sexual y más satisfactoria, natural y saludable la compensación, tanto más armoniosas permanecen la frescura y la alegría del cuerpo y del alma. Este último es el único criterio para la salud y la naturalidad del acto sexual en ambos individuos, que hace necesaria para los hombres y las mujeres la elección individual de un acto sexual natural y saludable.

Ergo: ¡La elección independiente de ambos individuos y la tensión expansiva en la esfera sexual de la vida de ambos individuos es la condición indispensable para cualquier acto sexual natural y saludable, para el amor libre!

Ergo: Solo el cumplimiento de esta condición previa, la omnipotencia de la naturaleza que actúa en ambos individuos, que les une e interconecta, y la voluntad natural de ambos individuos resultante de ella; eso es la salud sexual, eso es la libertad sexual, eso es el amor libre.

Ergo: ¡La vida sexual sana, natural, el amor libre excluye cualquier satisfacción sexual forzosa, ya sea física, económica o moral como una forma insalubre, artificial y degenerada de la vida sexual!

Ergo: ¡El amor libre se dirige con toda la fuerza contra los burdeles, la violación, contra cualquier tipo de la vida sexual desenfrenada, privada de la elección individual!

Ergo: Solo el amor libre ofrece una protección absoluta contra la degeneración sexual, la explotación y las enfermedades sexuales. Todas las demás formas atentan contra el sexo, la salud, la naturaleza. Todas las demás formas destruyen no solo a la mujer, sino también al hombre. Cualquier otra forma consume fuerzas, en lugar de ponerlas en equilibrio, en armonía.

Ergo: Solo el amor “libre”, en asociación con las condiciones económicas regeneradas y reguladas, ofrece un terreno sólido para una cultura saludable, para un orden social saludable.

Ergo: Toda cultura, todo orden social que reclama la viabilidad y la salud, debe

aceptar el amor libre como la única forma posible de la vida sexual y debe dirigirse expansivamente contra cualquier otra forma, especialmente contra los burdeles, la violación de todo tipo, contra la anarquía sexual en general.

Ergo: ¡La aprobación y protección de la violación, de los burdeles, de la satisfacción sexual desenfrenada por parte de la socialdemocracia dentro de la propia organización es la aprobación y la protección del antiguo orden social priápico, es la aceptación de la anarquía sexual, es la protección de una cultura y un orden social viejo, sobreviviente e insalubre! Es la declaración de la incapacidad de renunciar a las cómodas condiciones priápicas, a la explotación; la incapacidad de construir una cultura sólida, sana, pero más estricta; de ofrecer una existencia digna para todos; es la declaración de la incapacidad de permanecer fiel a los principios y mantener el principio férreo de la socialdemocracia, es decir, la lucha contra la explotación. ¡Es el comienzo de la autodestrucción de la socialdemocracia!

¡Que no se crea la socialdemocracia que la superación del capitalismo económico liberará a la humanidad de todo el mal y que incluso sanará la moral sexual, si ella misma participa en el capitalismo sexual! El capitalismo sexual, el priapismo, nació sin el capitalismo económico; es la consecuencia del tipo de preferencia sexual del hombre hacia la mujer o hacia la reproducción y de allí proviene la degeneración de las necesidades sexuales. El comportamiento de los compañeros que en parte ignoran y en parte participan del capitalismo sexual es la prueba más irrefutable de que no está arraigado en el capitalismo económico y de que no puede eliminarse a través de la superación teórica y práctica del capitalismo económico. Sin duda, el capitalismo económico ha promovido y apoyado fuertemente el capitalismo sexual. Y, por lo tanto, la superación del capitalismo económico también puede fomentar fuertemente la superación del capitalismo sexual, pero solo si al mismo tiempo se libra la lucha de principios contra el capitalismo sexual, contra el priapismo. Además, en ningún caso superando el mal externo, económico, se superará el mal interno, asentado en la esfera moral y sexual. Tengamos entonces en cuenta que la lucha contra el capitalismo económico no es una lucha contra el capitalismo sexual. El capitalismo sexual, el priapismo, la anarquía sexual deben combatirse con una lucha de principios: esta lucha debe llevarse a cabo con las armas de la ética y la

higiene.

Ergo: Si la socialdemocracia pretende anular su declaración de incompetencia, si quiere alcanzar su objetivo de “crear una existencia digna para todosˮ, entonces debe implementar con mayor coherencia su principio férreo: la lucha contra la explotación, y rechazar categóricamente el capitalismo sexual. Entonces, debe asumir decididamente la lucha contra la anarquía sexual y llevarla a cabo con la misma perseverancia que la lucha contra la anarquía económica. Debe transformar la percepción masculina insalubre, priápica, inhumana de la mujer como sexus sequior e instrumentum voluptatis: debe enseñar al hombre a ver en la mujer al ser sexual de igual valor y al ser humano de pleno derecho. Debe enseñar, además, al hombre el respeto por su cuerpo, le debe mostrar que la satisfacción sexual frecuente y, en general cualquier satisfacción sexual que no surja de la tensión sexual, de un excedente de fuerzas, produce deseos morbosos, histérico-ninfómanos, cuya satisfacción ataca y destruye su cuerpo, y lo hace incapaz de vivir una vida sana, satisfactoria y armoniosa. Debe enseñar que, cuanta más fuerza física se disipa en la dirección del sexo, tanta menos queda para el resto de trabajo necesario para la preservación y el disfrute de la vida; cuanto más el consumo de fuerzas por el sexo supera el límite saludable, cuanto más el sexo se convierte en el centro de la vida, en lugar de permanecer en su satélite, tanto mayor la reducción insalubre de las fuerzas necesarias para las otras funciones de la vida, ya que el organismo se enferma, el ser humano se degenera. Sobre la base de estas enseñanzas y las explicaciones del amor libre, la socialdemocracia puede redactar los siguientes diez mandamientos y dirigirlos a sus compañeros y compañeras:

Dejarás que tu cuerpo madure antes de iniciar tu vida sexual, para que tu organismo se vuelva adecuadamente fuerte, resistente ypoderoso.

Llevarás una vida sexual activa solo si tu cuerpo (no tu imaginación) de forma natural te lo pide, para que no se produzca una reducción insalubre de tus fuerzas y no te conviertas en un Príapo.

Controlarás y limitarás tu vida sexual para que puedas llevar una vida saludable y armoniosa.

Tendrás relaciones sexuales solo con una mujer madura.

Tendrás relaciones sexuales con una mujer madura solo si la mujer elige voluntariamente tenerlas contigo (obligación natural), y entonces, de acuerdo con la naturaleza polar de la vida sexual, experimentarás una descarga saludable de la tensión sexual, y una satisfacción sexual plena y armoniosa.

No violarás ni seducirás a una mujer, especialmente una compañera, hacia una vida sexual extramatrimonial a favor de tu sexo fuerte si no puedes satisfacer tu necesidad sexual por razones económicas de forma legítima (conyugal), para que no peques contra la férrea ley socialdemócrata, es decir, ¡no explotes! ¡Y solo entonces serás un buen socialdemócrata, si no actuas como el burgués Príapo! Recuerda: Tu sexo fuerte no es lo suficientemente fuerte ni para convertir la violación en el amor “libre”, ni para proteger a la mujer de las consecuencias miserables de la satisfacción extramatrimonial empedernida de tu sexo fuerte.

Tú, compañera, no te dejarás seducir por las hermosas palabras y grandes gestos ni fascinar por el sexo fuerte, pues la sociedad burguesa te pasará a ti, no a él, la alta cuenta de gastos por la satisfacción del sexo fuerte. Y serás tú quien la tendrá que pagar, quien tendrá que soportar la miseria social, tú estarás debilitada y te volverás más incompetente en la lucha contra el capitalismo económico.

No tolerarás y no apadrinarás ni la violación ni ninguna otra forma de vida sexual desenfrenada dentro de tu propia organización para no debilitar la socialdemocracia y no privar al proletariado de la fuerza. Porque el proletariado necesita su fuerza para mantenerse en la oposición progresista contra el capitalismo económico.

Controlarás y limitarás tu vida sexual, de modo que mantendrás tu eficiencia y por lo tanto lucharás con más resistencia contra la explotación económica y el filibusterismo.

Buscarás fuerza y no te empeñarás en la satisfacción del sexo fuerte; porque con tu fuerza aumenta la fuerza de la socialdemocracia y, por lo tanto, su superioridad sobre los otros partidos.

La socialdemocracia debe instalar esta nueva tabilla de leyes junto a la antigua contra el capitalismo económico y debe empeñarse con toda su fuerza en que estas leyes sean respetadas. ¡Solo entonces cumplirá su principio férreo, el de la lucha contra la explotación!, ¡solo entonces permanecerá fuerte!, ¡solo entonces evitará la autodestrucción!, ¡solo entonces ganará!

¿Ganará? ¡La socialdemocracia suiza aceptó, con la sentencia de su tribunal arbitral en los asuntos del conflicto bernés, el viejo orden social priápico, la anarquía sexual! Ante todo el pueblo quebró su principio férreo, la lucha contra la explotación. ¡Ante todo el pueblo fijó el comienzo de la destrucción!

¿Ganará?

Un espectáculo horrible: ¡el partido de los explotados, embriagado por el fanatismo político ciego, embriagado por la sofística insolente y por los agitadores autocráticos, firma la proclamación del derecho a la explotación de la mujer! Ellos, los explotados, firman en cierto sentido su propia sentencia de muerte, toleran la amenazante explotación que les pone el cuchillo en la garganta y les imposibilita vivir una existencia digna. Sí, un espectáculo horrible. Se

despreció la conciencia y la ley socialdemócrata, se despreció el principio férreo, la lucha contra la explotación, y está triunfando la decadencia sexual. Comienza la autodestrucción. Ganaron la violación y la infamia; mientras, el priapismo se vestirá de rojo y se pondrá el gorro frigio. Violación y mezquindad —que se guarde el silencio—, ¡fin de siècle! Pero, mire, ¿no se asoma ya la aurora intacta y brillante de un nuevo siglo por encima de este fin de siècle encanallado? Sí, mis ojos la ven. Mis ojos miran la brillante proclamación de un nuevo tiempo, una nueva generación ¡Escuche, el ruido aumenta! Mire, ya se levanta a toda máquina en el alba del siglo nuevo la nueva generación: ¡orgullosa, fuerte, casta, saludable en el alma y en el sexo, la generación de hombres y mujeres sanos, la generación de los vencedores! Y en medio de ellos veo a la multitud: pequeña, buena y honorable, que hoy fue menospreciada por la violación y la mezquindad...

¡Que la mujer, cuyo principio de vida más noble no es la lucha contra el hombre, sino contra los príapos y el priapismo, les estreche públicamente y con sinceridad la mano a estos hombres sanos! Ellos son los vencedores. Ellos estiman mucho la conciencia y la ley socialdemócratas y cumplen, de forma férrea, el principio férreo de la socialdemocracia: ¡la lucha contra la explotación! Y yo les grito: ¡El futuro les pertenece! ¡Son de la nueva generación, de la generación de los sanos y los fuertes! ¡Son vencedores, acabaron con la vieja y enferma cultura capitalista y priápica! Les grito: ¡Lo bueno, es decir, lo sano, gana!

Estos son los rasgos fundamentales de la verdadera historia de la proclamación del derecho a la violación moral: una niña de dieciséis años (es decir, todavía niña), trabajadora, se dirige al compañero N. N., que es el editor jefe del diario del partido socialdemócrata, para pedirle consejo y ayuda. El compañero N. N., en el “amor socialista al prójimo”, se aprovecha de la confianza y la difícil situación de la proletaria para satisfacer su sexo fuerte. Para vencer la resistencia que la niña opone, usa la presión moral. En consecuencia, el compañero N. N. es acusado de violación y llevado a la justicia. Los señores jueces lo absuelven del abuso sexual. El compañero N. N. había sido previamente condenado por delitos sexuales y había sido investigado en particular por intentos de violación. Por lo tanto, el compañero N. N. ha vuelto a reincidir. Un grupo de socialdemócratas

protestan contra el abuso de confianza del compañero N.N. y contra la violación moral de una niña proletaria y exigen que el compañero N. N. sea obligado a renunciar a la jefatura del diario del partido, o bien, que sea separado de su cargo sin compensación. La solicitud se rechaza durante una reunión de los delegados de todas las asociaciones de la Unión de Trabajadores por 35 votos contra 21, pero se acepta la contraposición: los trabajadores no se sienten obligados a retirarle al compañero N. N. su voto de confianza. La minoría se separa entonces de la Unión de Trabajadores y forma la asociación socialdemócrata Vorwärts² , con su propio órgano de prensa, El socialdemócrata. El compañero N.N. y sus camaradas comentan, motivan, sancionan y proclaman la violación, además, de la siguiente manera: ni se le ocurra a la clase trabajadora dar una concesión a la hipocresía moral burguesa convencional, considerar que la relación sexual extramatrimonial de una persona soltera sea un pecado o un delito, exigir la locura de que sus precursores sean unos santos. Un médico socialdemócrata explica: la relación sexual con “chicas” es una necesidad para el hombre soltero, etcétera. Además, esta necesidad es particularmente fuerte en el caso del compañero N. N., etcétera. El final de la canción: el asunto llega ante el Congreso del Partido Socialdemócrata Suizo, se entrega al tribunal arbitral para su evaluación y decisión, y este tribunal ordena definitivamente: se debe disolver la Asociación Socialdemócrata Vorwärts y cerrar su órgano El socialdemócrata. El compañero N. N. sigue en su puesto de confianza.

El amor del tercer sexo

Homosexualidad, una variedad bisexual: ninguna degeneración, ninguna culpa

(1904)

A ti, Anna Aebi-Eysoldt, que sufriste más que nadie por la infamia y la bajeza de todo tipo de parásitos; rota en la flor de tu vida, amarrada a tu larga enfermedad hasta que la muerte besara tu rostro. A ti dedico este libro de intercesión y de protesta. ¡A ti, al ser humano alta y puramente espiritual! ¡A ti, para honrarte! Y para humillar a tus torturadores, quienes destruyeron tu cuerpo, pero no fueron capaces de robar tu alma pura y altamente desarrollada.

I. Homosexualidad, una variedad bisexual: ninguna degeneración

El problema del amor del tercer sexo, de la homosexualidad, es un problema muy grande, profundo y complejo. Indudablemente, no se puede desechar ni con un artículo del derecho penal, ni con un ¡puaj!, ni tampoco con el eslogan “degeneración”.

¿Qué es la homosexualidad?

Es el amor entre personas del mismo sexo, el amor de la mujer hacia la mujer o del hombre hacia el hombre.

Ahora, ¿es este amor un estado de degeneración física, mental y moral? ¿Es psicopatía? ¿Es culpa?

Si así fuera, entonces la homosexualidad sería un “estado permanente de degeneración”, una degeneración que existe desde cuando y hasta donde se remonta la memoria histórica.

La homosexualidad ha existido desde siempre. La prueba histórica más antigua es la Biblia. Además, vale recordar Lesbos, Grecia, Roma, Egipto, Oriente,

especialmente las tribus americanas, los tártaros, los mongoles, los árabes, etc.

Hay que tener en cuenta que este estado permanente de degeneración lo encontramos no solamente en los pueblos civilizados, sino también, independientemente de cualquier cultura, en los pueblos primitivos. El historiador cultural Friedrich von Hellwald dice lo siguiente en su historia cultural:

“El hecho de que todos los emperadores romanos, con pocas excepciones, fueran pederastas y las infamias de Maximino el Tracio demuestran que no solo se trata de la vileza del Imperio, sino de un estado general de entrega a esos vicios. La pederastia estaba muy de moda entre los helenos altamente civilizados y democráticos después de la guerra del Peloponeso, antes de la aniquilación de la libertad republicana, y se cultivaba cada vez más a medida que aumentaba la moralidad. Como tantos otros vicios, los romanos la adoptaron de los griegos y la cultura en alza aflojaba cada vez más la moral en las relaciones eróticas y sexuales. La prostitución alcanzó el mismo nivel que anteriormente en Corinto y Atenas, y en su cortejo aparecieron esos vicios que hoy consideramos antinaturales, aunque no son un producto específico de la cultura”.

Por cierto, es un error muy común creer que, porque los romanos en la era imperial se entregaran por costumbre a placeres antinaturales, la aparición de tales hábitos indicara la decadencia. Quien esté por lo menos un poco familiarizado con los relatos de los exploradores españoles, sabe muy bien que muchos pueblos americanos, que supuestamente habían librado la imagen del paraíso del pecado original, tenían refinamientos que incluso los romanos desconocían, cuando el emperador Tiberio se hallaba en Capri, o los bizantinos cuando Teodora, la esposa del emperador Justiniano, vagabundeaba con grupos de actores. Hay otros ejemplos numerosos que demuestran que el llamado hombre primitivo no está del todo libre de las aberraciones en las relaciones sexuales. Así, por ejemplo, entre los pueblos tártaros y mongoles la inmoralidad es mucho mayor que entre los chinos cultos. Entre ellos, como también en la mayoría de los pueblos pastores, se da todo tipo de fornicación perversa.

¿Hubiese sido probable o biológicamente posible que la homosexualidad como un estado de degeneración se mantuviera de forma tan obstinada y constante durante miles de años de la vida humana y que todavía se preservara en todos los pueblos, todas las razas? No, un estado de degeneración no puede sostenerse durante tanto tiempo. Un estado de degeneración tiene que terminar, es su esencia, parte de su naturaleza. O bien el estado de degeneración vuelve a un estado normal o la degeneración, es decir la desintegración, la descomposición del órgano u organismo degenerado progresa sin descanso hacia una total destrucción. La homosexualidad tendría que desaparecer si se tratara de un estado de degeneración.

¿Pero qué es la degeneración, la decadencia? En rigor, es solamente lo que no tiene fuerza vital, lo débil, lo inferior, lo que no cabe en la serie de las manifestaciones fisiológicas de la vida, lo que no tiene lugar entre ellas, lo enfermizo, lo que se muere, lo que no puede sobrevivir por sí mismo, lo que sobrepasa la naturaleza, lo que se desmorona, es decir, la extinción de la naturaleza.

¿Acaso se ha hundido alguna vez la homosexualidad? No, sino que vive y actúa en todos los humanos, a lo largo de los tiempos. ¿En algún momento han sido los homosexuales incapaces de vivir, débiles? ¿Se mueren antes de llegar al fin de su vida fisiológica? No, ellos viven pues, viven llenos de vida y alegría, y envejecen, y a veces viven más que los mortales comunes.

Esta tenacidad es lo que causa tanto desconcierto. La distribución constante y perseverante de la homosexualidad entre todos los tiempos y todos los pueblos. Una tenacidad y una distribución que únicamente corresponden a funciones determinadas fisiológicamente.

¿No insta este hecho directamente a entender la homosexualidad como algo

normal, como una norma fisiológica?

***

Pecaría contra mi juicio científico si me opusiera a este conocimiento, si no me declarara abiertamente a su favor, si hablara contra la homosexualidad. No la considero un estado de degeneración. En contra hablan no solo los hechos histórico-etnográficos mencionados anteriormente, sino también los hechos biológicos. Según mi juicio científico, se trata de una forma transitoria entre mujer y hombre dada por el esbozo bipotencial de los órganos auxiliares y por el esbozo unipotencial de la glándula sexual.

En toda la naturaleza hay formas transitorias y periodos de transición: en los cuerpos físicos y químicos, en las plantas, en los animales, en las individualidades; en todas partes una forma se convierte en otra. Nunca se trata de una ruptura repentina, de una forma elemental estrictamente demarcada, aislada. En todas partes existe una relación. Incluso entre los cuerpos y estados más extremos hay una cadena de formas intermedias que los unen. En todas partes una forma se convierte en otra. Se podría decir incluso que cada forma se encuentra en relación con otra, en una transición.

¿Por qué iba a faltar esta transición entre el hombre y la mujer? ¿Esta conexión, este puente? ¿Sería posible que el hombre y la mujer fueran formas elementales aisladas y estrictamente demarcadas? Claramente no. Es imposible hablar de una estricta separación entre hombre y mujer. El esbozo bipotencial se opone explícitamente a esto. La embriología, la anatomía y la fisiología, sin olvidar a la partenogénesis, nos enseñan que las formas elementales del hombre y la mujer están profundamente conectadas.

El esbozo sexual es igual en ambos sexos, por lo tanto, el sexo femenino y

masculino se desarrollan a partir de los mismos órganos. En otras palabras, ni el sexo masculino ni el femenino cuentan con un esbozo propio. No existe, por lo tanto, una separación fundamental y estricta, sino un principio común e idéntico, una raíz común, de tal forma que en los primeros estadios es totalmente imposible, incluso con ayuda de un microscopio, comprobar una diferencia sexual o una separación entre el sexo femenino y el masculino. Macroscópicamente, los esbozos sexuales de un embrión de ocho semanas de edad siguen siendo confusamente similares en los sexos masculino y femenino²¹, y recién en la novena semana empieza la diferenciación sexual macroscópica²².

La raíz común de ambos sexos, o el sistema sexual rudimentario, se compone principalmente de los siguientes órganos:

Epitelio germinativo.

Mesonefros.

Conducto deWolff.

Conducto deMüller.

En este común sistema sexual primitivo hay que diferenciar, por un lado, la parte unipotencial y la parte bipotencial y, por otro, el sistema de órganos principales y el sistema de órganos auxiliares.

Los componentes bipotenciales del sistema sexual primitivo generalmente se desarrollan y funcionan algunos solo en el hombre, otros solo en la mujer, no en ambos sexos y nunca al mismo tiempo y por completo en un individuo. Los órganos de la parte bipotencial del sistema sexual primitivo que se desarrollan y funcionan solo en el hombre son principalmente el conducto deferente y el pene. Se desarrollan a partir del conducto de Wolff y son órganos específicamente masculinos. Estos órganos también existen en la mujer: son rudimentarios o parcialmente desarrollados, sobre todo en forma de clítoris. La parte restante del sistema sexual bipotencial forma principalmente el oviducto, el útero y la vagina. Estos órganos se desarrollan a partir del conducto de Müller y son los específicos femeninos. Aunque se desarrollan y funcionan en la mujer, existen también de manera rudimentaria en el hombre en forma de la hidátide de Morgagni y del seno prostático o del útero masculino.

Estos órganos bipotenciales, es decir, órganos bisexuales, no son relevantes, no tienen importancia ni valor fundamental, son únicamente órganos auxiliares. Sirven solo para el apareamiento o el apareamiento y la gestación y cuidado de crías. Por su naturaleza se dividen en los órganos del apareamiento y los órganos de gestación y cuidado de crías. La parte bipotencial es, por lo tanto, al mismo tiempo el sistema de órganos auxiliares.

El sistema de órganos auxiliares determina principalmente el aspecto sexual y la diferencia externa entre hombre y mujer. Se caracteriza por su actividad funcional auxiliar, por un factor externo, formal, no principal; por lo tanto, no puede reclamar el derecho de establecer la diferencia sexual interior entre hombre y mujer.

La diferencia formal de los órganos que sirven a la copulación no es la prueba de ninguna diferencia esencial entre hombre y mujer; no es ni la razón ni tampoco el estado consecutivo de una diferencia sexual principal, ya que estos órganos tienen la misma designación, el mismo sentido, la misma función: el apareamiento.

Tampoco el órgano de la mujer para la gestación y cuidado de crías, el útero, puede fundar esta diferencia esencial. El cuidado de crías no es en absoluto la principal característica femenina, sino que lo ejercen eventualmente también los hombres. Y, sobre todo, los órganos de cuidado de crías, es decir el útero y las glándulas mamarias, son también característicos del hombre.

También las glándulas mamarias, lo que es asombroso. Asombroso, porque las glándulas mamarias pertenecen a los denominados caracteres sexuales secundarios y, si realmente existiera esa fundamental diferencia de sexos, sería incomprensible el hecho de que cada hombre, sin excepción, cuente con este carácter sexual supuestamente femenino y, a menudo, perfectamente desarrollado.

H. Ploss, en su famosa obra La mujer en las ciencias naturales y la etnología, reporta buenos ejemplos del impecable desarrollo del seno masculino hacia la función perfecta²³:

“Ya Charles Darwin insistió en que las glándulas mamarias del hombre son órganos no rudimentarios sino órganos que no se habían desarrollado completamente, por lo que no son funcionales. Dado que pudimos constatar en el párrafo anterior que la secreción de leche en los senos puede ocurrir incluso sin el previo sobreparto, no nos parecerá tan inverosímil

el hecho de que en casos esporádicos también en los hombres se observó la secreción de leche. Después de todo, en los primeros días de la vida, no con menos frecuencia en los niños varones que en las niñas se observa la hinchazón en los senos pequeños y la formación de un líquido similar a la leche, denominado leche de bruja. Incluso en la pubertad no es extraño observar que las glándulas mamarias de los adolescentes hombres aumentan y se hinchan considerablemente”.

El hecho de que tales senos masculinos realmente contuvieran leche fue confirmado por varios observadores antiguos, tales como Nicolás Gemma, Andrés Vesalio, Gerónimo Fabricio, Donatus, Eugutius y Baricellus. Schenk conocía a un hombre que desde su juventud hasta sus cincuenta segregaba abundantes cantidades de leche. También Walaeus informa sobre un hombre de cuarenta años de Flandes que tenía enormes senos. Abensina vio a un hombre vaciando tal cantidad de leche de sus pechos que sirvió para producir queso. Fordanus informa que vio a un hombre de cuarenta años de cuyos senos fluyó tanta leche que hubiese alcanzado para alimentar a un niño.

Un informe de los tiempos más recientes se lo debemos a Alexander von Humboldt. Se refiere a un agricultor del pueblo Arenas, en Nueva Andalucía:

“Ese hombre amamantaba a su hijo con su propia leche. Como la madre se enfermó, el padre llevó al hijo a su cama y lo apretó contra su pecho para tranquilizarlo. Lozano tenía treinta y dos años y hasta entonces nunca sintió que tenía leche en sus senos. Pero la irritación de los pezones, que el niño chupaba, provocó la acumulación de este líquido. La leche era espesa y muy dulce. El padre, sorprendido de que se le hincharan los senos, se los pasó al niño y, de esta forma, lo amamantó durante cinco meses de dos a tres veces al día”.

Es para nosotros de más importancia todavía el informe que Ornstein²⁴ le hizo llegar a la Sociedad Berlinesa de Antropología:

“En el año 1846 vivía en una ciudad costera de Galaxidi, ubicada en la bahía de Ámfisa, en la casa del constructor de barcos Elias Kanada, un hombre de la constitución física más colosal que he visto nunca en Grecia. Cada vez que a su mujer, pequeña, débil y tuberculosa, faltaba la leche y su retoño de casi dos años mostraba su disgusto quejándose y lamentando ininterrumpidamente, el padre le pasaba con una verdadera ternura maternal sus pechos muy desarrollados y el pequeño gritón chupaba con placer hasta quedar satisfecho. En más de una ocasión vi al padre obligado a secar sus senos humedecidos por la leche”.

Una autoridad muy reconocida en el campo de la fisiología, el profesor E. F. W. Pflüger de Bonn, se refirió a la bipotencialidad de los órganos sexuales en el individuo en su investigación sobre la filosofía:

“Mucho más sorprendente es el hecho de que cada embrión cuenta con conductos deferentes y trompas de Falopio al mismo tiempo. También el individuo humano masculino posee un útero rudimentario, en el que penetran las trompas de Falopio, y el individuo femenino posee conductos deferentes en los primeros estadios. El rudimento sexual embrionario de los vertebrados es, por lo tanto, hermafrodito. Este hermafroditismo también es evidente en los sapos, donde, además de los testículos, tenemos un ovario que se encuentra delante del

testículo y es microscópicamente visible. El hermafroditismo aún se expresa evidentemente por la posesión de la mama en los hombres”.

La parte unipotencial del sistema reproductor primitivo es aquella propia tanto de hombre como de mujer, que en ambos se desarrolla y entra en funcionamiento.

Esta parte unipotencial es también la parte principal del sistema reproductor primitivo y consta de la glándula sexual.

La glándula sexual en la mujer se llama ovario y en el hombre testículo. Esta produce los gametos: en la mujer el óvulo y en el hombre el espermatozoide.

Los gametos maduran en las glándulas sexuales, se desprenden de ellas después del proceso de maduración y emprenden su viaje. Si dos gametos, un óvulo y un espermatozoide, se encuentran en el viaje en la trompa de Falopio, ocurre la fecundación, es decir, el óvulo y el espermatozoide crean una nueva célula, el cigoto, a partir del cual se desarrolla el embrión, la cría.

La glándula sexual se desarrolla a partir del epitelio germinativo y del mesonefros²⁵. Hertwig y Haeckel dicen lo siguiente sobre la diferenciación sexual de la gónada hacia una glándula sexual femenina y masculina a partir del mismo esbozo:

El profesor Oscar Hertwig afirma:

“Bornhaupt y Waldeher reconocieron correctamente la importancia del epitelio germinativo en el mesonefros. De él se originan las células germinales: en el sexo femenino los óvulos, en el sexo masculino los espermatozoides”² .

El profesor Ernst Haeckel dice:

“Eso [la correlación entre el órgano sexual y otras partes del cuerpo] se puede suponer desde el comienzo, dado que en la mayoría de los animales ambos órganos se desarrollan a partir de la misma base. Tanto en los humanos como en los demás vertebrados, el esbozo de la glándula sexual o de la gónada es el mismo. En el mismo lugar del saco vitelino se originan las células del epitelio, cuya división repetitiva conduce a que se desprendan óvulos en la mujer y las células espermáticas en el hombre. En los embriones jóvenes (…) no se puede diferenciar el sexo. Las diferencias entre los sexos se desarrollan paulatinamente a lo largo del desarrollo del embrión (en el caso del hombre a partir de la novena semana de su vida embrionaria); en el caso de la mujer la gónada se desarrolla hacia el ovario, en el caso del hombre hacia la vesícula seminal”²⁷.

El esbozo de las gónadas femenina y masculina es el mismo; ambas se desarrollan a partir de la misma base, en el mismo lugar y con el mismo material. Por lo tanto, es desde el principio imposible que las gónadas masculina y femenina o las células germinales sean totalmente diferentes y que fijen una diferenciación fundamental entre hombre y mujer.

Esto se confirma además por el examen químico y microscópico. Tampoco se comprueba la diferencia fundamental, sino solo una diferencia de forma y de peso. El gameto femenino se destaca por la presencia de deutoplasma o material nutriente, que falta en el gameto masculino. Esto condiciona una diferencia en cuanto a la forma y el peso, pero no una diferencia fundamental. Después de la fecundación y formación del embrión, el deutoplasma sirve para alimentarlo.

En la formación de los gametos femenino y masculino se trata evidentemente de la división del trabajo en beneficio de una diferenciación más alta. Coincido en esta opinión con, entre otros científicos, el notable y reconocido anatomista de la Universidad de Berna, el profesor Strasser, mi único profesor:

“Tampoco el principio sexual, la fusión de las células germinales masculina y femenina, permite suponer la total separación entre hombre y mujer, ya que la esencia de este principio no consiste en la separación, sino, por el contrario, en la unión de lo masculino y lo femenino en un individuo nuevo. En la mujer se encuentran, entonces, las características y fuerzas tanto de las células germinales masculinas como femeninas y en el hombre de igual forma las masculinas y las femeninas. ¿Cómo podría, entonces, manifestarse, una total separación de hombre y mujer?”.

El principio sexual, la abundancia de los hechos biológicos que constituyen este principio, sin olvidar la partenogénesis, arrojan la conclusión irrefutable de que no solo el sistema auxiliar de los órganos es bipotencial, sino también la parte

unipotencial hasta la glándula sexual. Debemos concluir: las aptitudes del gameto masculino y femenino son las mismas, iguales. Ahora, según el estímulo que se implemente, determinadas partes, características y fuerzas de esas aptitudes se desarrollan más fuertemente y preponderan. En esta preponderancia de determinadas aptitudes de las células se hallan lo femenino o lo masculino de la célula, o mejor dicho, de la gónada. Las aptitudes poco o menos desarrolladas de la célula, o sea la gónada, representan la parte sexual contraria o distinta del gameto o la gónada.

Junto a esta conclusión, quisiera manifestar también los siguientes hechos característicos:

En un animal (Hydatina senta) ya determinado sexualmente, Weismann provocó, actuando sobre él con distintas temperaturas, el desarrollo del sexo contrario.

Se han comprobado casos en que la glándula sexual de los animales que ya han pasado por la diferenciación sexual, por ejemplo, el caracol de jardín o anfibios, contiene las células germinales masculinas y femeninas.

Es, por lo tanto, fisiológicamente posible que en un gameto coexistan las células germinales femeninas y masculinas. Es, entonces, tanto más justificado traspasar las conclusiones del esbozo bipotencial de los órganos sexuales auxiliares al esbozo bipotencial de las células germinales, es decir, las gónadas. Conclusión: la gónada contiene en su rudimento siempre las células germinales masculinas y femeninas, es decir, la célula germinal es bipotencial.

Un escrupuloso estudio embriológico seguramente no estaría de más. La problemática es suficientemente interesante.

***

De todas formas, es un hecho que el individuo masculino cuenta, además de sus órganos específicos, también con los femeninos. Y en el individuo femenino coexisten sus órganos específicos y los órganos auxiliares masculinos. El hombre tiene, por lo tanto, siempre algo de la mujer y la mujer siempre algo del hombre; todos contamos, en forma más o menos desarrollada, con el rio sexo contrario a nuestro llamado sexo normal, nuestro sexo principal.

Estas relaciones en el sistema de órganos sexuales demuestran de todas formas ya hoy en día que el carácter sexual masculino y el femenino coexisten en todos los individuos con los caracteres secundarios, es decir, todos los individuos, ya sea hombre o mujer, tienen en sí ambos sexos y a causa del sistema de órganos sexuales rudimentario y del principio de la sexualidad no existe una separación completa entre el hombre y la mujer.

Si no hay diferencia principal, esencial, entre hombre y mujer, si cada hombre y cada mujer contiene ambos sexos, entonces es evidente que el hombre y la mujer absolutos son una quimera, una ilusión, una aberración. Se dan distintos niveles de desarrollo, posibilidades de mezcla de lo masculino y femenino, que no caben en los esquemas hombre y mujer, pero sí son fisiológicos.

Y efectivamente así son las cosas.

No existe el hombre absoluto.

No existe la mujer absoluta.

Solo existen variedades bisexuales.

Hay tantas variedades bisexuales cuantos son posibles los grados de desarrollo del esbozo bipotencial; son tantas las posibilidades de mezcla, tantas las formas transitorias de lo femenino a lo masculino.

La cantidad de variedades determina la cantidad de desplazamientos y complejidades de la orientación sexual, desde el amor heterosexual hasta el amor homosexual.

Hombre y mujer son puntos extremos provisionales en la cadena del desarrollo de las variedades bisexuales. En ellos uno de los sexos predomina de forma tan extraordinaria, hace tanto ruido, que el otro casi enmudece; y este sexo principal precisamente se orienta hacia el del otro sexo.

Pero entre hombre y mujer existe toda una escala de otros tipos, variedades bisexuales, empezando por la variedad en la que, además del sexo principal, también se manifiesta, a veces más, otras veces menos, el sexo secundario, hasta aquella en la que ambos sexos se manifiestan con la misma fuerza, según el estímulo, o aquella en la que solo el que se orienta hacia el mismo sexo habla en voz alta al otro: “sé mío”, y se convierte en el sexo principal, mientras que el otro se vuelve secundario hasta enmudecer.

Lo decisivo es el estímulo fisiológico. De él depende cuál de las variedades se desarrolle, el hombre o la mujer, el homosexual o algún grado entremedio.

Al fin y al cabo, mirándolo bien, todos somos homosexuales —uno más, el otro menos—, homosexuales junto a nuestra sexualidad opuesta o nuestra heterosexualidad. O más bien, todos somos bisexuales, todos tenemos dos sexos y, según el desarrollo, todos somos capaces de sentir y amar bisexualmente, el uno más, el otro menos; uno en forma de amistad platónica, el otro en forma de amor platónico.

De todas formas, la homosexualidad es una variedad bisexual, de la misma forma como el hombre y la mujer, o una forma intermedia que no es más que una variedad bisexual.

¿Ha sido alguna vez la variedad una degeneración?

Nunca.

¿Por qué lo tendría que ser entonces la variedad bisexual?

Las variedades bisexuales son la consecuencia, el estado de desarrollo del rudimento bipotencial.

El esbozo bisexual es un estado necesario en la historia de la evolución, un proceso biológico, un hecho fisiológico. Por consiguiente, no es patológico, no supone un estado de degeneración.

¡Si el esbozo bipotencial no es un estado de degeneración tampoco lo son los

estados que resultan de él, sus estados del desarrollo, sus variedades; entonces tampoco lo es la homosexualidad! Porque la homosexualidad es un resultado de la bisexualidad. ¡Porque la homosexualidad es una variedad bisexual!

¡Si el esbozo bipotencial es un estado necesario, biológico, fisiológico, también lo son los estados resultantes, los estados del desarrollo, las variedades, también lo es la homosexualidad!

¿Que la homosexualidad no tiene ningún sentido fisiológico?

¿Que aquí se ha extraviado el verdadero sentido del sexo, es decir, la reproducción, el niño?

¿Y saben ustedes con ciencia cierta que el niño, la reproducción, es el verdadero sentido, el único sentido del sexo?

Del sexo homosexual seguramente no.

II. Homosexualidad: ninguna culpa

Involucra toda la arrogancia de un ignorante reducir la bisexualidad o la homosexualidad a la palabra degeneración o culpa.

En la opinión de esos ignorantes, los sentimientos homosexuales son decadentes, aparentemente porque, según ellos, un determinado desarrollo del sistema bipotencial de los órganos que subyace a la homosexualidad es degenerado. Esos sentimientos supuestamente decadentes se vuelven para ellos “culposos”, por lo que, para esos ignorantes, la homosexualidad es “culpa” en sí misma.

Se trata de una interpretación perversa, de una perversidad intelectual.

¿De qué forma “culpa” puede significar una condición física o un estado emocional asociado?

¿Culpa?

¿Y qué es la culpa?

En primer lugar, un concepto moral.

Cada concepto moral requiere dos sujetos; la moralidad y la inmoralidad son posibles solo entre dos sujetos.

El sujeto en sí, desprendido de cualquier relación con otro sujeto, no es ni moral ni inmoral, ni bueno ni malo. El bien y el mal siempre existen solo entre dos sujetos; el bien y el mal, la culpa y la inocencia se desarrollan a partir de las relaciones entre los sujetos, de las acciones que los conectan. Las relaciones, las acciones son el bien y el mal, son la culpa y la inocencia. No el sujeto en sí.

Por lo tanto, siempre es el acto lo que califica como bueno o malo, no los sentimientos, ya que los sentimientos de un sujeto son siempre inaccesibles para otro sujeto, son un misterio profundo e impenetrable para él. Estos sentimientos tampoco lo afectan ni le causan daño, ni le proporcionan un beneficio, no son ni culpa ni inocencia, no son ni buenos ni malos, sino completamente indiferentes e irrelevantes.

Lo que el sujeto calificador encuentra y reconoce es solo la proyección de los sentimientos de un sujeto al mundo externo. Esta proyección es el acto, la acción.

El acto, la acción de un sujeto, no sus sentimientos, influye en la vida social, o mejor dicho, afecta a otro sujeto. De estas influencias se compone la vida social, las relaciones de los sujetos. Si estas influencias dañan a uno o más sujetos, la acción es mala, sin embargo, si benefician a uno o varios sujetos, la acción la llamamos buena. Lo malo es proporcional al daño provocado y lo bueno es proporcional al beneficio de una acción de un sujeto en relación con otro sujeto o con varios sujetos.

Lo malo en sí es culpa. Un mal acto es un acto culposo, es culpa. Por lo tanto, la culpa se encuentra solo cuando se halla una acción mala, una acción de un sujeto que causa daño a otro sujeto o a varios sujetos.

Obviamente, para que haya una acción se requiere de un sujeto, así como de la naturaleza del sujeto depende si su acción será buena o mala. Tal como es el sujeto, así también lo serán sus actos. La acción es el lado objetivo del individuo, una reproducción objetiva o proyección al mundo exterior, es la manifestación objetiva del sujeto, perceptible y visible para todos, expuesta a su crítica y su juicio…

Entonces, hasta que la naturaleza del sujeto no se manifieste en una acción mala, no se revele objetivamente, no se puede hablar de culpa…

El sentimiento, la naturaleza del sujeto, nunca puede ser la culpa en sí hasta que se manifieste de forma objetiva. Recién se convierte en culpa cuando, en forma de una acción, se proyecta al mundo exterior y esta proyección, o más bien sus efectos, causan daño a uno o más sujetos, es decir, cuando se convierte en una acción mala.

De esta forma, tampoco el sentir homosexual puede ser la culpa en sí, y no lo es.

Ya sea un estado degenerado o no.

¿Acaso es la culpa su proyección, el amor entre hombre y hombre, entre mujer y mujer?

Esta proyección tiene tan poca culpa como la proyección de los sentimientos heterosexuales del amor entre hombre y mujer. Este amor recién se convierte en culpa cuando su proyección causa daño a otro sujeto.

¿Se ven perjudicados uno o varios sujetos por el amor homosexual?

Antes de contestar esta pregunta, quiero plantear otra:

¿Perjudica el amor heterosexual, el amor entre hombre y mujer, a un sujeto o a la totalidad?

El amor homosexual desconoce esa enorme desgracia que, a causa del amor heterosexual, cayó sobre la humanidad y, especialmente, sobre la mujer. ¿Pretende, entonces, el amor homosexual lastimar?

La tragedia de la mujer en el campo del amor heterosexual es la más terrible y aterradora que jamás se haya fraguado. ¿Fraguado? Horrorosamente, está grabada en toda la historia de la cultura, indestructible, imborrable, surcada con espinas, sangre y heridas…

Es el impedimento más grande que jamás se había puesto a una cultura, al desarrollo cultural, a toda la evolución humana; el lugar espantoso del renacimiento eterno de la bestia humana, de la bestial depravación humana. ¡Este ha sido el amor heterosexual hasta la actualidad!

Ese desenfreno, estas enfermedades terribles, esa humillación, esa

deshumanización del ser humano están completamente ajenos al amor homosexual…

Aunque supongamos, sin reconocerlo, que el amor homosexual atenta —no sé de qué forma— “contra la naturaleza”, nunca ha llevado a lo antinatural, a la degeneración, a la indignidad ni a la deshumanización, en pocas palabras, al fondo del abuso y la prostitución desenfrenados y antinaturales de los seres humanos.

“¿Contra la naturaleza?”.

¿Qué atenta contra la naturaleza? Todo lo que la profana, debilita y destruye.

¿Y quién la profanó, debilitó y destruyó hasta la actualidad? El amor heterosexual. Nunca el amor homosexual. Así es, ustedes, los heterosexuales, no los homosexuales.

¡Ellos viven su naturaleza, ustedes la destruyen!

¿Que el amor homosexual es la degeneración, la inmoralidad?

¡Qué ignorancia! ¡Qué arrogancia! ¡Qué presunción sarcástica ante los frutos de su amor heterosexual!

Los labios de la mujer que entiende, que sabe, se entreabren con una sonrisa

despectiva y dolorosa.

¿Acaso no oyen el lamento espantoso, el aterrador grito?

¿No ven en la cabeza de la mujer una sangrienta corona de espinas?

¿No ven la cruz alta, abrumadora, y a la mujer en ella?

No, no oyen nada, no ven nada. El Gólgota del amor heterosexual de la mujer es para ustedes la pista de baile de la lujuria ansiosa.

Así de ciegos son ustedes, ciegos y degenerados.

El vicio, el desenfreno y la humillación fueron “naturales” para ustedes hasta este punto. Tanto, que al amor silencioso, sencillo, profundo de los homosexuales lo tacharon de antinatural.

¿Qué les han hecho ellos?

¿Qué les han hecho las personas que se buscan a sí mismas en el otro, los que buscan en el otro sobre todo el alma, más que lo sexual? ¿Que sean tan lejanos a sus placeres y vicios, a todo lo que mata lo humano en el hombre?

¿Qué les han hecho?

Nada.

Ustedes no son capaces de comprenderlos. No los entienden y este es su crimen, su culpa, no los de ellos.

Mediante el desenfreno, la satisfacción bruta, antinatural y degenerada de su instinto sexual se han impedido a ustedes mismos la posibilidad de comprender la naturaleza, la fineza y la belleza del amor homosexual…

Así es, el amor homosexual es fino, bello y natural. No tiene nada de brutal, insolente y cínico, nada de vicio y desenfreno.

Porque un homosexual ama por sobre todo el alma en el otro²⁸.

¿Acaso ama un heterosexual el alma en el otro, cualquier alma? ¿Alma? ¿Qué es el alma? Todo lo que le importa es el sexo…

¿El sexo? ¿Qué significa el sexo para un homosexual?

Es un efecto secundario que se enciende de pronto y vuelve a hundirse en la tormenta de los sentimientos, en el alma tormentosa, una parte que resuena en la sinfonía del amor y la vida. No es un grito, un grito fuerte y espantoso que lo ensordece todo, que lo devora todo, todo lo bello y humano y lo arrastra todo

hacia la espantosa oscuridad.

Con los brazos fuertes de su amor fuerte y de su fuerte alma abraza el ser homosexual al otro ser, su alma, su alma entera y disfruta de ella a tope.

El alma es todo para él, todo.

El alma es lo que él ansía, lo humano, lo humano en el ser humano…

¿Dónde aquí habría lugar para lo inhumano? ¿Dónde el sentido y la añoranza de lo bestial, los placeres y vicios de la Venus vulgivaga? Las alas fuertes de su fuerte amor hacia el alma lo levantan muy por encima de esto y con un aletazo fuerte lo llevan lejos de ese reino de la oscuridad…

El ser humano homosexual es el humano que ama el alma, el humano del amor más profundo, espiritual, del amor que no le permite despertar y se deshace de todo lo infame en al amor físico.

Con un solo beso se sacia su amor sensual…

El homosexual es persona de pasión, de una pasión muy fuerte.

Los seres humanos muy apasionados siempre fueron los más espirituales.

Humanos de sensualidad sublime …

Humanos del amor más espiritual y noble …

El desarrollo de su esbozo bipotencial, la diferenciación del sistema nervioso, los salvó de la sensualidad bruta de los heterosexuales, de su impertinencia y degeneración.

¿Cómo entonces podría el amor homosexual ser la culpa?

El hombre o la mujer amada por una persona homosexual responde a ese amor, lo quiere, lo acepta.

Y ese amor hace felices a los homosexuales, de la misma forma que el amor hace felices a los heterosexuales. Se hacen felices mutuamente. Se hacen felices de la forma más fina y tierna…

¿Dónde está la culpa?

De culpa solo podemos hablar cuando hay una acción mala, cuando un sujeto o la totalidad se ven perjudicados.

¿Quién se ve perjudicado acá?

Nadie.

¿Qué quieren entonces, ustedes, a quienes no les basta con su indignación y arrogancia fanfarronas, perversas e hipócritas? ¿Qué quieren ustedes, quienes ven lo natural solo cuando la bestia sexual brama realmente fuerte y “disfruta plenamente”, para usar el eufemismo que ocupan ustedes, de la forma más bruta? Exercer leur bestialité, dice Louis Fiaux² .

¿Qué quieren?

¿Acaso quieren decorar y esconder su degeneración, su innaturalidad detrás de su indignación histriónica?

III. Los homosexuales, ¿reguladores de la sobrepoblación?, ¿generadores espirituales de la humanidad?

Nos quejamos de la producción masiva de embriones que nunca llegan a desarrollarse, que se extinguen en la lucha del desarrollo…

¿Realmente se “extinguen”?

Nos quejamos de los homosexuales, los “malogrados”…

¿Realmente son “malogrados”?

Acusamos a la naturaleza del desperdicio, de un derroche sin fundamento y sin sentido, inútil y reprobable.

¿Realmente se dedica la naturaleza al derroche?

¿De dónde lo sabemos?

¿Es tan obvio?

¿Qué es lo que es obvio para nosotros en los mecanismos de la naturaleza? ¿Qué sabemos sobre sus razones y objetivos, sobre su sentido?

¡Qué presunción, qué arrogancia!

Si la naturaleza no nos enseña todo ampliamente, con claridad y evidencia, si simplemente no comprendemos sus finos mecanismos, nos enderezamos con orgullo, nosotros, los “creadores”, los “infalibles” y miramos a la naturaleza “chapucera” por encima del hombro, con desprecio y desaprobación.

Nos fijamos en los embriones. Solo de algunos de ellos se desarrollan individuos, no de todos. Y nosotros de inmediato sacamos la “infalible” conclusión: de todos los embriones deben desarrollarse individuos, este es su destino natural; los que no se desarrollan no lo hacen solo porque no hay suficiente lugar y comida para ellos. Se trata, entonces, de una mala gestión de la naturaleza que genera tantos embriones, mientras que no hay lugar y alimentación para ellos.

¿Realmente de todos los embriones deben desarrollarse individuos?

¿Quién lo dice? ¿Dónde está escrito? ¿Dónde se encuentra la prueba de esto? ¿En la “pura razón”?

Nos fijamos en la gente. ¡Una parte se reproduce, engendra hijos; la otra parte

no! De inmediato sacamos la siguiente conclusión, igual de “infalible”: ¡Todos los hombres deben reproducirse, engendrar hijos, este es su “destino natural”! Aquellos que no lo hacen, como los homosexuales, no cumplen su “destino natural”, son degenerados, inmorales, psicopáticos; son los “malogrados” de la naturaleza.

¿Realmente deben todos los hombres reproducirse, deben engendrar hijos?

¿Quién lo dice? ¿Dónde está escrito? ¿Dónde se encuentra la prueba de esto? ¿Acaso también en la “pura razón”?

¿Y cómo sería si estos embriones y estos hombres que supuestamente no cumplen con su “destino natural”, que supuestamente fueron traídos a este mundo sin razón ni sentido, que supuestamente vagabundean por este mundo con la fama de los “malogrados” de la naturaleza, cómo sería si en realidad tuvieran otra razón, otro destino y sentido que el que nosotros, tan entrometidos y llenos de sabiduría metafísica, proyectamos en ellos?

¿Realmente no tendrán estos embriones y seres humanos ningún sentido? ¿No será más bien que les sirven de otra forma a los motivos, los destinos, al sentido de la naturaleza, a su reproducción y desarrollo, pero de formas muy distintas?

¿Y qué tal si ellos fueran los reguladores y generadores nerviosos?

¿Reguladores contra la “sobreproducción”?

¿Generadores de la “evolución espiritual superior”?

Nos rompemos la cabeza con la “sobrepoblación” imaginaria y, de puro peligro ficticio, no percibimos la única válvula de seguridad de la naturaleza que excluye inevitablemente por sí misma cualquier peligro, cualquier “sobrepoblación”.

¡Esta válvula de seguridad, este regulador, lo vemos como “degeneración”, “psicopatía”, “culpa”! Y, de esta forma, tenemos otra preocupación más, con la que también nos rompemos la cabeza: ¡los homosexuales!

De puro “destino natural”, no vemos que hay muchos más “destinos naturales” que solo la reproducción “física”: la evolución espiritual. No nos damos cuenta de que estos embriones y seres humanos supuestamente sobrantes que supuestamente fracasaron en el cumplimiento de su “destino natural” son reguladores contra la “sobrepoblación”, contra la “sobreproducción”, y generadores de la evolución espiritual superior.

¿Pruebas?

Aquí van:

¿Por qué se supone que el desarrollo de los gametos en el individuo, es decir, el engendramiento de un niño es el sentido principal de los gametos, el “destino natural” del gameto, o sea, del hombre?

¿Por qué no solo uno de los sentidos principales y de los “destinos naturales”?

Sabemos, pues, que las glándulas sexuales del ser humano (para no generalizar) tienen no solo una secreción externa, sino también la “interna”. Y sabemos que, precisamente, la secreción interna es la que sirve a los órganos nerviosos, a la médula espinal y al cerebro, el órgano de la evolución espiritual.

¿Cómo sería, entonces, si la humanidad se dividiera fundamentalmente en los dos enormes grupos principales: los seres humanos de la reproducción física y evolución superior, y los seres humanos de la reproducción espiritual y evolución superior?

¿Qué pasaría si nuestras glándulas sexuales sirvieran no solo a la reproducción física sino también a la espiritual, o bien, principalmente a la física, o bien, principalmente a la espiritual?

¿Qué pasaría si estos miles de células germinales supuestamente sobrantes e inútiles sirvieran para la diferenciación y la reproducción nerviosas espirituales, al intensivo desarrollo nervioso espiritual?

¿Cómo sería, entonces, si las glándulas sexuales de los homosexuales actuaran principalmente en el sentido de la secreción “interna”, es decir, de la reproducción espiritual, y las de los heterosexuales principalmente en el sentido de la secreción “externa”, es decir, de la reproducción física?

De esta forma, los homosexuales serían los hombres de la reproducción espiritual, los hombres del desarrollo espiritual, el factor principal en el proceso de la reproducción y la evolución espiritual, mientras que los heterosexuales

principalmente serían los seres humanos de la reproducción física, del desarrollo físico, el factor principal en el proceso de la reproducción y evolución física.

Así comprenderíamos que los homosexuales generalmente sirven poco a la reproducción física, pero que aportan mucho más y de mejor manera al campo del desarrollo espiritual y de la reproducción espiritual que el heterosexual, que engendra muchos niños, pero generalmente no se eleva por encima del promedio en cuanto a lo espiritual.

Así entenderíamos que los heterosexuales, si pecan demasiado in sexu, si sacrifican sus fuerzas sexuales demasiado intensamente a la Venus vulgivaga, caen fácilmente en la dementia paralytica, destruyen con facilidad su órgano mental, su alma, su cerebro.

Captaríamos que los homosexuales en su amor ponen énfasis en lo espiritual, en lo mental, en el alma del otro. ¿Habría que reemplazar en este caso la fertilización física por un proceso de fertilización mental, espiritual? ¿Un proceso de fertilización que sería no solo individual, sino también universal, extendido a toda la cultura humana?

Entiéndaseme bien, la fertilización y la reproducción espiritual en vez de la física por medio de la inducción espiritual, la inducción de grandes ideas reformadoras que fomenten el desarrollo espiritual de la humanidad, el rendimiento espiritual superior.

En cualquier caso, las mujeres y los hombres de los que se acuerda nuestra historia, que han hecho contribuciones significativas al campo cultural, cuyas ideas y acciones, como una tormenta de primavera sobrevolaron los pueblos, se apoderaron de ellos en lo más profundo, los fertilizaron espiritualmente, los reprodujeron espiritualmente, contribuyeron a su evolución espiritual superior,

en efecto, todos eran más o menos homosexuales o bisexuales. Y casi todos fracasaron en el campo de la reproducción física.

En este sentido, la producción de las células germinales sí estaría regulada, regulada en principio por el desarrollo nervioso y espiritual que absorbió todo el material aparentemente superfluo, lo procesó, lo necesitó. Este material sería su requisito, sería su conditio sine qua non.

¿Serán, por lo tanto, ellas, las células germinales superfluas, y ellos, los homosexuales, el medio más fino de la naturaleza y de la más distinguida diferenciación, de la más exquisita expresión de la vida, de los más finos procesos de la vida?

¿Será, por lo tanto, la diferenciación nerviosa, los homosexuales, los reguladores de la inmensa producción de embriones y de la procreación desmedida?

¿Serán, por lo tanto, los homosexuales los reguladores de la sensualización, de la desespiritualización que de otra manera serían desmedidas? ¿Serán el generador espiritual de la humanidad?

Efectivamente. Pero igual de cierto es el hecho de que con estas preguntas y respuestas aún no se resuelve el problema de la homosexualidad. Solo se explica un lado de su esencia, pero no se entiende la causa en sí.

¿Qué constelaciones nerviosas y estados de desarrollo subyacen aquí, por qué mujer y mujer, hombre y hombre se aman? ¿Alguna vez averiguaremos esto?

Ignoramus.

No formulé estas preguntas y respuestas para resolver el problema de la homosexualidad, sino solo para que lo analicen y discutan las mentes investigadoras, ya que son lo suficientemente interesantes e importantes.

Lo cierto es, sin embargo, que, si bien esas preguntas y respuestas no resuelven el problema de la homosexualidad, afirman una cosa de forma categórica: la homosexualidad y el amor de una persona homosexual no son degeneración ni psicopatía, no son culpa.

IV. Comentario final

¿Hay homosexuales criminales y psicópatas? Obviamente sí, de la misma forma como hay heterosexuales decadentes y psicopáticos.

Pero, ¿hablo de ellos?

¿Los defiendo?

Obviamente no.

¡Fuera a todos los parásitos, también los homosexuales!

¿Pero serán realmente todos estos parásitos, que se tachan de homosexuales, homosexuales de verdad?

¿No se trata en parte, en una gran parte, de los insolentes libertinos heterosexuales o de los psicópatas que buscan diversión, un estímulo para sus nervios desolados, sus nervios sexuales?

Sin duda.

¿Y no pertenece a ellos todo el grupo de aquellos que satisfacen sus ganas en los burdeles u otros lugares con la misma función: los decadentes, los fracasados en el campo heterosexual, los poseídos por la sensualidad bestial que no buscan amistad con el otro del mismo sexo, no buscan el ser humano, el alma en el otro, sino el sexo, el animal, la sensualidad pérfida, asquerosa, brutal? Brutal, y por eso pérfida y asquerosa.

Sin duda.

¿Qué le importa la homosexualidad a esta sociedad descompuesta y brutal?

Nada.

No se trata de que no haya homosexuales criminales y psicópatas —ya lo he dicho—, sino de que lo criminal y degenerado no es parte esencial de la homosexualidad, no es un efecto secundario necesariamente relacionado con ella, no es una parte integrante de la homosexualidad.

Insisto, la homosexualidad es igual de poco responsable de los homosexuales criminales y psicópatas como la heterosexualidad de los heterosexuales criminales y bestias.

Insisto en que hasta que no se demuestre, no se compruebe que con la homosexualidad se relaciona inevitablemente algún defecto mental o moral, es

científica y humanamente ilícito designar la homosexualidad como degeneración y culpa.

La homosexualidad recién se convierte en un estado de degeneración, en “psicopatía sexual” y en “culpa” cuando se relaciona con las circunstancias en que también a los heterosexuales los tildan de psicópatas y criminales y que caracterizan la naturaleza de la “psicopatía” o la verdadera “culpa”, el defecto mental o moral, es decir, una acción moral o intelectualmente defectuosa.

Los individuos con este tipo de carga ya sean heterosexuales u homosexuales, dependiendo de la fuerza, la tensión y la actividad de su sexo y de las circunstancias externas, cometen en el ámbito sexual acciones que se encuentran en contradicción profunda con toda la razón y la moral sana. ¡Son ellos los que constituyen el mayor peligro público!

¡Ellos son los parásitos!

Perjudican al individuo, violan al individuo, lo destruyen.

¡Ellos son los parásitos!

¡Fuera todos los parásitos!

¡También los homosexuales!

Hay que obrar contra ellos de la forma más dura. Contra unos con el manicomio, contra los otros con la penitenciaría.

A toda costa deben quedar estigmatizados para siempre.

Ni la homosexualidad ni la heterosexualidad pueden ser una carta blanca para el desenfreno y la canallada sexual. Fuera todos los parásitos.

¿Acaso no son suficientes para ellos las mismas leyes penales que conciernen a los heterosexuales que cometen actos violentos, que atacan el mayor bien humano: al ser humano?

¿Por qué una ley excepcional?

¿Por qué se castigan actos que, sujetos a dado rudimento fisiológico-sicológico, ocurren con el consentimiento del otro y no perjudican ni a ese otro ni a la totalidad de la gente?

Con los mismos derechos se debería tratar también el amor heterosexual en el Código Penal. Este tipo de ley penal es un fenómeno único entre todas las leyes penales, un monstruo legal, moral y lógico.

Fuera con él.

¿Por qué la economía relacionada con los burdeles, la propagación de las

enfermedades venéreas, este terrible pecado contra el bienestar de la gente no está regido por su ley penal y no goza de su desprecio?

¡Que se incluya este delito en la ley penal! Esa es la demanda más imperiosa de la salud pública. No la estigmatización de la homosexualidad.

¿Entonces hablo a favor de todos los homosexuales?

¿Defiendo a los parásitos homosexuales?

Sin duda no.

Hablo solo a favor de los homosexuales que cuentan con la mente, el alma y la moral sanas, quienes no son ni locos ni criminales y saben bien lo que les corresponde y hasta dónde pueden llegar; entonces, hablo a favor de aquellos que le entregan a su instinto homosexual tan poca dignidad y vida humana como los heterosexuales a su instinto heterosexual. Hablo a favor de los homosexuales que no son parásitos.

Entonces, para que a todos les quede claro, hablo a favor de una homosexualidad que efectivamente está fundada fisiológicamente, a favor de la homosexualidad que no es el resultado de malas costumbres o del desenfreno sexual, que no es criminal ni bestial, es decir, a favor de la homosexualidad que no lleva a estados patológicos y criminales.

Exijo únicamente la objetividad moral y científica, justicia para los

homosexuales.

Elevo una protesta científica y moral categórica contra el hecho de que el homosexual sea visto eo ipso como psicopático y culpable.

Elevo una protesta contra el hecho de que el homosexual se estigmatice eo ipso como psicópata, como un sujeto degenerado, desmoralizado e inferior.

Elevo una protesta contra el hecho de que al homosexual le concierne eo ipso una ley social de excepción.

Fuera a todos los parásitos, también los homosexuales.

Pero también fuera a todas las sugestiones establecidas por la hipocresía, la ignorancia y la arrogancia. Hay que medir al homosexual socialmente con la misma medida que al heterosexual, hay que estigmatizarlo y despreciarlo como al otro solo cuando haga algo que constituya un peligro público. Y en este caso hay que ser implacable.

Pero entreguémosle al homosexual lo que le corresponde: ¡su plena condición de ser humano!

El feminismo y la ciencia

(1903)

Lema: En el principio era yo, la individualidad, no el sexo.

También podía haber titulado este texto “El feminismo y la deficiencia mental”, ya que la crítica al feminismo que se hace en nombre de la ciencia a menudo tiene poco que ver con la ciencia. Sin embargo, mi cortesía innata hacia el sexo masculino me impidió moverme por los caminos del señor Möbius³ .

En mi opinión, los hombres científicos, sobre todo los que se dedican a las ciencias naturales y la medicina, son las personas más inapropiadas para ocuparse críticamente del feminismo. Ven a la mujer desde una perspectiva demasiado personal y material y la juzgan desde un enfoque totalmente sesgado y bastante limitado y, finalmente, desde perspectivas que no tienen nada que ver con la ciencia.

No sé a qué se debe. Tal vez a su ocupación o a que su visión del mundo es demasiado materialista o a que, a pesar de toda su formación y conocimiento, son incapaces de liberarse de la sugestión milenaria de igual manera que el trabajador más sencillo, para quien pegar a su “estúpida” mujer es su más obvio derecho masculino. El hecho es que los científicos son demasiado hombres y muy poco o nada científicos en lo que respecta a su juicio hacia la mujer. A la hora de emitir un juicio sobre la mujer, se olvidan de la ciencia, del empirismo, de los conocimientos científicos y de las leyes naturales descubiertas o inventadas, de todo lo cual tanto ellos como nosotras estamos tan orgullosos.

Las contradicciones más obvias no les parecen lo suficientemente evidentes. Ellos, que saben que el cerebro es el centro del individuo, desde el cual se controla todo el organismo, y que los órganos sexuales no tienen ni parcialmente la importancia para la vida del organismo que tienen por ejemplo el corazón y los pulmones, cuya extirpación provoca la muerte inmediata; ellos, ven en la mujer solo a la mujer, un ser sexual, solo su sexo y, de tanto sexo, no advierten lo humano, lo individual en la mujer, su “yo”. Miden a la mujer según el criterio del sexo y, en contra de los hechos más sencillos de la anatomía, la fisiología y la biología, subordinan su cerebro a su órgano sexual, su personalidad a su naturaleza sexual, que es solamente una fracción de su personalidad, y

consideran que la personalidad, la identidad de la mujer está determinada en gran medida por su naturaleza sexual, de la cual dependería completamente.

¡La psique, el intelecto, el cerebro dependen del anexo del organismo, dependen del órgano sexual! ¿Cómo el alma, el intelecto, lo espiritual pueden ser un apéndice del sexo? ¿En la mujer, solo en la mujer? ¿Por qué no en el hombre? ¿Cómo? ¿La identidad bajo el dominio del sexo? ¿Es decir que el triunfo de lo espiritual sobre lo animal es solo un fantasma, una ilusión? ¿En la mujer, solo en ella? ¿Por qué no también en el hombre?

Ay, cuando la bestia sexual empieza a bramar en el ser humano, cuando sobrepasa el límite de los instintos sanos y alcanza el poder, entonces se calla todo, el alma, el intelecto, el “yo” poderoso y sagrado, la noche candente, oscura y silenciosa, todo, todo se marchita y cae muerto. El aliento resplandeciente del sexo lo destroza todo. Toda vida, toda personalidad, toda cultura debe escapar del dominio del sexo. Porque la condición de la cultura es la personalidad, la individualidad. La condición de la personalidad es la vida organizada. La condición de la vida organizada es el principio organizado, la fuerza y el espíritu. Todos los órganos, también el sexo, están subordinados a este principio. El sexo supone el medio para conservar al individuo, un factor y un componente entre tantos otros factores y componentes, cuyo resultante es nada más que el individuo, la personalidad. Un medio para un fin, nunca un fin en sí mismo.

Siempre es un síntoma de degeneración cuando uno de los componentes adopta el papel predominante en el organismo y absorbe más energía que la que le corresponde originalmente. En consecuencia, el principio organizador falla, el frágil equilibrio del cuerpo se altera y el organismo se disuelve y desintegra.

El dominio del sexo siempre es una señal de decadencia. El individuo, cuyo sexo desempeña un papel determinante, está, por así decirlo, en proceso de degeneración. Las naciones en donde lidera el sexo están condenadas a caer. La caída de Roma era inminente cuando Venus vulgivaga (Afrodita Pandemos)

llevaba la batuta. Grecia y su belleza se hundieron cuando se encontraba bajo el signo del sexo. Y cuando el fuego lúgubre del deseo sexual desenfrenado bramaba en Francia, la Revolución roja³¹ irrumpió destruyendo lo que quedaba de ese gran país y su gran cultura.

El sexo, y esta es la quintaesencia de lo que acabo de exponer, nunca determina la individualidad, sino que la destruye tan pronto como se apodera del individuo y lo intenta influenciar. O, más precisamente, el organismo ya se encuentra en descomposición cuando el sexo es capaz de determinarlo.

Por lo tanto, va en contra de las leyes fisiológicas básicas, por así decirlo, de las matemáticas fisiológicas, juzgar y evaluar a la mujer desde la perspectiva limitada de lo sexual y declararla en toda su existencia, en toda su personalidad, como dependiente de su naturaleza sexual, de su sexo.

La naturaleza sexual es, igual que en el caso del hombre, solo una parte del ser femenino y le entrega a su personalidad sexual determinados matices, pero nunca supone el ser femenino en sí y nunca determina la personalidad, el carácter de la mujer como ser humano. Si así fuera, entonces tendría que existir también un determinado y claramente demarcado carácter “femenino” y “masculino”, inamovible en sus límites, es decir, ciertos rasgos de personalidad con los que contaría solamente el hombre y nunca la mujer y, al contrario, otros propios solo de la mujer y nunca del hombre. ¿Dónde están? Los rasgos del carácter se encuentran distribuidos indiscriminadamente entre hombres y mujeres.

Una influencia tan profunda y determinante de la esfera sexual en la esfera humana, intelectual y espiritual, que separa al hombre y la mujer como seres humanos en cuanto a sus personalidades y les pone en tan llamativo contraste, tendría que cumplir con la condición de que el esbozo de los órganos sexuales del hombre y de la mujer fuera principalmente distinto. En lo que respecta al estado actual de nuestros conocimientos, eso está descartado. No existe ninguna

diferencia esencial, los esbozos no muestran diferencias entre el sexo masculino y femenino.

El esbozo genital primitivo es igual en ambos sexos. El profesor doctor Oscar Hertwig expone en su Lehrbuch der Entiwcklungsgeschichte (Manual de la historia de le evolución) lo siguiente sobre este tema:

Página 341: “El primer esbozo del sistema urogenital es igual en ambos sexos”.

Página 342: “Los conductos y glándulas del sistema urogenital, originariamente formados igual en ambos sexos, tienen más tarde en el sexo masculino y femenino usos distintos y están sujetos a una parcial involución”.

Página 343: “Los órganos sexuales externos del hombre y de la mujer se desarrollan a partir del mismo esbozo”.

Así que el hombre y la mujer tienen los mismos órganos sexuales rudimentarios. La diferenciación sexual posterior se lleva a cabo de tal manera que en la mujer o en el hombre se desarrollan los órganos específicamente femeninos o masculinos, mientras que los otros por lo general dejan de desarrollarse o se atrofian.

Un ejemplo es el útero de la mujer, que deja de desarrollarse en el hombre y se conserva en forma de uterus masculinus. Por lo tanto, el hombre también tiene útero.

Aquellos órganos que se desarrollan en el hombre o en la mujer, si no se desarrollan en el otro sexo, se vuelven órganos auxiliares. No son el órgano principal, el real órgano sexual fundamental en sí y, por lo tanto, no tienen una importancia principal. Únicamente el órgano principal, la glándula sexual, tiene importancia.

Las glándulas sexuales, estructuras pares en hombre y mujer, contienen gametos, las verdaderas células sexuales, a partir de las cuales se desarrolla la nueva vida después de su copulación en el útero.

El esbozo de la glándula sexual, es decir, lo esencial del aparato sexual masculino y femenino, es estandarizado, unisexual, no bisexual. La glándula sexual rudimentaria no es ni específicamente masculina ni específicamente femenina, por lo que no se puede desarrollar, como los órganos auxiliares, solo en la mujer o en el hombre y desarrollarse de manera rudimentaria o atrofiarse en el otro sexo. La glándula sexual es el único órgano rudimentario del aparato sexual que se desarrolla en ambos —en el hombre y en la mujer—, es el mismo y se mantiene igual en ambos sexos, y en ambos sexos entra en función y no se comporta como los órganos auxiliares que se desarrollan y funcionan solo en mujeres o en hombres.

Según el sentido en el cual se desarrollen los órganos sexuales a partir del esbozo embrionario, las células adoptan una u otra forma característica del sexo femenino o masculino. Sin embargo, no sabemos qué determina esta forma del desarrollo. Si esta fuera determinada ya en el esbozo primitivo, sería incomprensible el hecho de que los órganos auxiliares sean bipotenciales, es decir, que el organismo esté preparado para evolucionar sexualmente a partir del esbozo en sentido femenino o masculino. Si el sentido de su desarrollo estuviera predeterminado, la glándula sexual tendría que mostrar obviamente ya en el esbozo un carácter muy específico masculino o femenino, lo que conduciría a que el esbozo bipotencial de los órganos auxiliares en el individuo fuera innecesario y a que el esbozo sexual tuviera un carácter específicamente masculino o femenino y que fuera estrictamente unipotencial.

Si el carácter sexual de la glándula sexual estuviera determinado ya en el esbozo y existiera una diferencia fundamental entre células sexuales femeninas y masculinas, ¿cómo se explicaría científicamente el hecho de que en la glándula sexual se encuentran tanto células sexuales femeninas como masculinas?

Los anatomistas, fisiólogos y biólogos, con la ayuda de todo tipo de herramientas científicas, no fueron capaces de comprobar ninguna otra diferencia entre los elementos celulares masculinos y femeninos que la forma. Y en ningún caso una diferencia fundamental. Ambos elementos celulares dependen de sí mutuamente para los fines de procreación, se condicionan mutuamente y ninguno tiene sentido ni valor alguno para sí mismo como célula sexual. Lo que se condiciona mutuamente no puede ser fundamentalmente distinto; lo fundamentalmente distinto se excluye como la tesis y antítesis.

De esta forma he llegado a las teorías de la herencia y del antepasado común y, por lo tanto, a los hechos. Estas teorías se contradicen con el supuesto de que hay una diferencia fundamental entre los órganos sexuales masculinos y femeninos, una diferencia fundamental entre hombre y mujer en general, y en sus personalidades. Lo que se cruza y se transmite mutuamente por herencia no puede ser fundamentalmente distinto, ni en lo sexual ni en otras esferas. Desde esta perspectiva y desde la perspectiva de las matemáticas de la fisiología en general, la mujer debe ser igual al hombre respecto de la calidad y cantidad de sus fuerzas mentales y físicas. El hombre procede de la mujer y del hombre, de igual forma que la mujer. Por lo tanto, ambos son el resultado de los mismos componentes, de las mismas fuerzas. ¿Cómo sería posible que hubiera una diferencia cualitativa y cuantitativa? ¿Acaso queremos también aquí, de la misma forma que en la vida social, establecer leyes físicas, químicas, anatómicas, fisiológicas —por lo general biológicas— especiales para la mujer? Sea como sea, la naturaleza no lo hace, sino que funciona de acuerdo con irrevocables leyes de hierro, que se basan en la inamovible ley del número y no se alejan sin más de su recto camino cuando se trata de una mujer, solo de una mujer. La naturaleza no conoce ningún “solo” con respecto a la mujer. Trata el sexo tanto en el hombre como en la mujer como una característica que, como

tantas otras características del individuo, ya sean de la naturaleza espiritual, intelectual o física, de acuerdo con la eterna ley del número viviente, de las matemáticas de la fisiología, se puede transmitir por herencia, sin que se le suscriba una posición dominante o determinante en el organismo.

Las modificaciones que se encuentran en la mujer en relación con el hombre son el producto artificial de la esfera social, el producto de una educación mal entendida, de las deformadas y patológicas condiciones de la vida de mujer, el producto de las enfermizas sugerencias milenarias y de la milenaria represión de la mujer; son el producto del milenario dominio del sexo masculino sobre la mujer.

Este dominio sexual ha creado para la mujer determinadas condiciones patológicas de la vida que no tienen nada que ver con las demás desgracias generales de la sociedad o están ligeramente relacionadas con ellas.

La educación de la mujer se dirige al desarrollo parcial de su potencial moral, intelectual y físico. En todas partes hay leyes sociales especiales que impiden el desarrollo integral y completo de la personalidad de la mujer, cuya consecuencia inevitable son distorsiones corporales, morales e intelectuales en la mujer, la distorsión de su personalidad. Se trata de fuerzas que, desde afuera, intervienen violentamente en el desarrollo de la mujer, lo inhiben, le roban a la mujer sus fuerzas y, por lo tanto, la devalúan.

Esa es la causa del relativo atraso mental, moral y físico de la mujer, esta violación externa, pero no la inferioridad inmanente de la mujer, basada en su esbozo y dada por su naturaleza sexual. Considerando el comportamiento social y personal entre hombres y mujeres, las raíces de esta fuerza devaluadora se encuentran en la relación sexual entre el hombre y la mujer, en el dominio del sexo masculino sobre la mujer. En mi escrito “La mujer, los clérigos y los socialcristianos” examiné esta cuestión con más detalle y expuse que este dominio se impone como un obstáculo no solo para el desarrollo y la vida de la

mujer sino, por su naturaleza, de toda la cultura.

Está totalmente descartado fisiológicamente que la función sexual femenina como tal prive a la mujer de fuerzas y, por lo tanto, la devalúe física y mentalmente. La función sexual femenina está condicionada fisiológicamente y como tal es sana, ya que lo fisiológico es sano en sí, revalúa las fuerzas, no debilita.

Para una mujer sana la menstruación no es calamidad, sino al contrario, es fuente de rejuvenecimiento, un pozo de fuerza y regeneración. La mujer solo se da cuenta de su menstruación por el maravilloso aumento de sus fuerzas vitales, las que fluyen enérgicamente, en un impulso poderoso, por sus venas. ¿Una calamidad? ¿Qué mujer sana no sonreiría? Lo mismo le sucede a la mujer sana que lleva un niño en su vientre. No conoce de calamidades ni sufrimiento, solo siente en su interior un maravilloso desarrollo y aumento de fuerzas. Además, sería totalmente contrario al carácter fisiológico de la glándula sexual que su función, expresada en las menstruaciones, así como en el engendramiento y el desarrollo del niño, estuviera relacionada con la calamidad y el sufrimiento. Las glándulas sexuales son órganos regenerativos no solo en cuanto a la especie, sino también en cuanto al individuo.

Una de las más terribles contradicciones que se permitieron los científicos hasta la fecha fue derivar de la naturaleza sexual de la mujer la debilidad, la inferioridad o, para usar las palabras del señor Möbius, la deficiencia mental fisiológica.

Lo que es fisiológico, es decir, lo que supone una función sana del organismo, nunca puede ser causa de inferioridad, debilidad o “deficiencia mental fisiológica”. La inferioridad, la debilidad y la deficiencia mental son estados contrarios a lo fisiológico. Lo que es fisiológico no es patológico, y al revés. La fisiología y la patología se excluyen mutuamente; también este par supone tesis y antítesis. Cuando se trata, como en el caso presente, de una característica física

que es fisiológica y se regenera de forma tan extraordinaria e inmanente, entonces se convierte en una auténtica blasfemia científica querer derivar de la naturaleza sexual la inferioridad, la debilidad o incluso “la deficiencia mental fisiológica”.

¿Pero qué es en realidad “la deficiencia mental fisiológica”? A la vista de lo anterior, no es más que un monstruo terminológico. No existe una deficiencia mental fisiológica o una deficiencia mental condicionada fisiológicamente. Solo existe un tipo de deficiencia mental. La deficiencia mental es siempre un estado patológico, es decir, se debe a los estados patológicos, nunca fisiológicos. Dado que la patología y la fisiología se excluyen mutuamente, también se excluyen la fisiología y la deficiencia mental. No, señor Möbius, aquí es donde la ciencia definitivamente cesa y —quiero seguir siendo cortés, señor Möbius— comienza la subjetividad, una subjetividad muy fuerte del juicio.

Desafortunadamente, así son muchos médicos y científicos que se dedican a las ciencias naturales. De tantos árboles, no ven el bosque; de tanta subjetividad, no ven cómo las cosas son en realidad. No, señor Möbius, la mujer no es débil, no es inferior ni “deficiente mentalmente”, pero sí, la mujer está enferma: sufre demasiado por el dominio del sexo masculino. Y esa mujer que sufre al llevar un niño en su vientre, que se atormenta por sus menstruaciones, esa mujer está enferma. Esa mujer es débil e inferior, pero solo porque está enferma y no porque sea mujer, no debido a su naturaleza sexual.

Los anatomistas, los fisiólogos, los biólogos, los médicos y todos los demás científicos debieran saberlo. Deberían tener conciencia de que estos estados de debilidad e inferioridad, supuestamente propios de la mujer, no son otra cosa que estados patológicos que en absoluto son característicos de la mujer como ser sexual, ya que son imposibles fisiológicamente. Deberían darse cuenta de que las condiciones en las que vive la mujer, que las leyes especiales creadas para la mujer son inferiores, débiles y enfermizas y, por lo tanto, son estas condiciones y estas leyes especiales las que convierten a la mujer en un ser débil e inferior y la mantienen enferma.

Es vergonzoso, pero es un hecho, aunque ustedes no lo ven. Cometen la atrocidad de proyectar a la mujer enferma en la mujer sana y sus características, o más precisamente, de concebir a la mujer enferma como una norma fisiológica, como una mujer como tal, de describirla con todo su sufrimiento y miseria condicionados patológicamente, no fisiológicamente, de presentarla al público y declarar con insistencia científica: esta es la mujer.

Reconozco que los señores científicos tratan casi exclusivamente con mujeres enfermas en sus institutos, laboratorios, clínicas, etcétera, y que las mujeres sanas son la minoría y, con certeza, terra incognita para muchos científicos. ¿Pero eso justifica recurrir a un método no científico en asuntos de la mujer? Solo le sugiere al profano que, dadas estas circunstancias, los científicos no son los más apropiados para criticar el feminismo y la emancipación de la mujer. Ni siquiera conocen a la mujer como tal, a la mujer sana, y además dejan en la estacada todos los métodos científicos. ¿Entonces?

Esto también lo demuestran las herramientas a las que recurren para sostener sus teorías o hipótesis sobre la “deficiencia mental fisiológica” de la mujer y la forma sofisticada en que las aplican y preparan a toda costa para su finalidad.

Me gustaría realzar las tan populares interpretaciones relacionadas con el cráneo y el cerebro que, en nombre de la ciencia, se cometen en la heroica lucha masculina contra la emancipación de la mujer para pisotear con banderas flameantes y orgullosas caras de victoria las básicas, lógicas, fisiológicas demandas femeninas de libertad, de aire y de luz que las mujeres levantan en nombre de la ciencia, en nombre del desarrollo libre y natural.

¿Qué sabemos realmente sobre el cerebro, su forma y su fisiología, sobre su estructura más exacta, su química, su física y las matemáticas fisiológicopsicológicas? Muy poco.

¡Es muy atrevido, ante este conocimiento tan amplio, llegar a la conclusión de que la calidad del cerebro se debe a su peso y a las dudosas diferencias del peso o incluso a la forma del cráneo, de esa funda huesuda! ¡Qué atrevimiento deducir la inferioridad de la mujer y la superioridad del hombre de estas diferencias dudosas de la forma del cráneo masculino y femenino! También aquí, está claro, cesa completamente la ciencia y empieza la charlatanería científica.

Todos estamos todavía metidos de lleno en lo sexual, en la valoración sexual de las cosas puramente humanas. Con demasiada frecuencia todavía las evaluamos a través de lo sexual. Mayormente de allí proviene la valoración torcida de la mujer y de la emancipación femenina. Necesitamos liberarnos del sexo. ¿Que yo desprecio lo sexual? No, con toda certeza no, nunca lo he despreciado. Al ser mujer, ser humano y médica, conozco el valor de lo sexual como un factor de la vida saludable. Pero sí desprecio y me opongo a toda forma innatural de la vida sexual. Como innatural entiendo todo lo que sobrepasa los límites de lo fisiológico, la dimensión funcional, natural; todo lo que atenta contra la salud y que, por lo tanto, conduce a estados patológicos, a la degeneración, al dominio del sexo normal o anormal.

Al final quiero plantear la siguiente pregunta científica: ¿acaso los científicos pusieron a los hombres y a las mujeres en las mismas condiciones experimentales, es decir, las mismas condiciones de vida, la misma educación para evaluar las capacidades mentales y físicas de ellos? No. Entonces, por favor, hasta que no se haga, que se queden callados. Por lo menos, no revistan los muy limitados resultados de la subjetividad por resultados objetivos de la investigación científica.

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Otros títulos de la colección

¹ N. de la Trad. “Encuentren a la mujer”, en el sentido de que hay una mujer detrás, de que la mujer es la culpable.

² N. de la Trad. “Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí”.

³ N. de la Trad. “Después de nosotros, el diluvio”. Palabras proféticas que le dirigió madame de Pompadour a su amante, el rey Luis XV de Francia, después de la derrota en la batalla de Rossbach (contra Prusia). Quiere decir que no importa lo que suceda después.

⁴ Ver: Elberskirchen. Das lebendige Recht auf Liebe und ihre lebendige Pflicht (El derecho vivo al amor y el deber vivo y prudencial de vivirlo).

⁵ N. de la Trad. Del latín: seres frígidos, es decir, sin interés por la actividad sexual.

N. de la Trad. Kulturliebe.

⁷ Louis Fiaux. Les maisons de tólerance. París: 1892.

⁸ Una prueba irrefutable es el hecho de que alrededor del 75% de los hombres padece enfermedades venéreas. ¿De dónde vendría este porcentaje eminentemente alto si no fuera porque los hombres van a los burdeles?

Ver: Elberskirchen. “Doppelte Sexualpraxis und doppelte Sexualmoral (La doble práctica sexual y la doble moral sexual)”. En: Elberskirchen. Das lebendige Recht auf Liebe (El derecho vivo al amor).

¹ N. de la Trad. August Bebel, cofundador del Partido Socialdemócrata de Alemania.

¹¹ N. de la Trad. Del francés: sobreabundancia.

¹² Ver: Elberskirchen. Revolution und Erlösung des Weibes (Revolución y liberación de la mujer). 2ª ed., 1904.

¹³ La opinión acuñada por (la feminista y escritora alemana) Lily Braun y resellada por Ruth Bré (defensora de los derechos de las madres, feminista, escritora alemana) de que las mujeres que no son madres sean mujeres de segunda clase, es una opinión miserable y repugnante. Por supuesto, también hablo pro domo (a mi propio favor) aquí, pero no solo pro domo. También hay maternidad espiritual, queridas damas. Y es tan valiosa como la física y como factor cultural debe ser respetada de la misma forma.

¹⁴ Das Recht auf Mutterschaft (El derecho a la maternidad). Leipzig: 1903. Y Deutsche Medizinische Presse (La prensa médica alemana). 1904: N° 4 y 6.

¹⁵ Frauenbewegung (Movimiento de mujeres). 1904: N° 3. Y Deutsche Medizinische Presse (La prensa médica alemana). 1904: N° 5.

¹ Tampoco se ha considerado aquí el debilitamiento de la energía vital resultante de la represión cultural de la mujer. Ver: Elberskirchen. Die Mutterschaft (La maternidad). Múnich: Setz & Schauer, 1905.

¹⁷ En lo que respecta a los estratos sociales bajos, la mala nutrición y el trabajo poco conveniente (como coser a máquina) desempeñan un papel que no debe subestimarse en la formación de enfermedades ginecológicas. Estos factores también debilitan la energía vital y causan trastornos metabólicos y circulatorios.

¹⁸ N. de la Trad. Del latín: El segundo sexo y el objeto de satisfacción.

¹ N. de la Trad. Del francés: “por el amor de dios”, “pardiez”.

² N. de la Trad. “Progreso”.

²¹ Ver: Hertwig. Entwicklungsgeschichte (Historia de la evolución). 3a ed. 323.

²² Ver: Häckel. Natürliche Schöpfungsgeschichte (Historia natural de la creación). 8a ed. 230. Y Hertwig. Entwicklungsgeschichte (Historia de evolución). 3a ed. 336.

²³ Ver: Elberskirchen. Die Sexualempfindung bei Weib und Mann (La sensibilidad sexual en la mujer y en el hombre). 2a ed. 1903: 7.

²⁴ N. de la Trad. Bernhard Ornstein (1809-1896): médico y antropólogo alemán; trabajó como médico general en Grecia.

²⁵ Ver: Robert Widersheim. Vergleichende Anatomie (Anatomía comparativa). 2a ed. 743.

² Ver: Hertwig. Entwicklungsgeschichte (Historia de evolución). 3a ed. 314.

²⁷ Ver: Häckel. Natürliche Schöpfungsgeschichte (Historia natural de la creación). 1889. 230.

²⁸ Una prueba magnífica de esto se encuentra en el libro Der urnische Mensch (El ser humano homosexual), del médico alemán Magnus Hirschfeld (Leipzig: 1903, apéndice. 159-193). No debemos olvidar, además, a Platón y El simposio, en el que con palabras maravillosas dibujó la naturaleza de la orientación homosexual.

² Ver Fiaux. Les maisons de tolérance. París: 1892.

³ N. de la Trad. Paul Möbius fue un neurólogo y psiquiatra alemán conocido por sus controversiales teorías descritas en el panfleto “La deficiencia mental fisiológica de la mujer” (1900), según las cuales la mujer es intelectualmente inferior al hombre.

³¹ N. de la Trad. Es probable que se refiera a la Revolución sa de 17891799.